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La reforma al sistema penal constituye una labor que se extiende más allá de
la reforma al proceso penal. Supone modificar nuestros criterios de criminalización
primaria, introduciendo principios como los de lesividad y última ratio; supone,
además, supervigilar la ejecución de las penas para evitar así castigos excesivos y
favorecer la reinserción; exige modificar la relación entre el estado y la policía, para
favorecer la oportunidad y la selectividad en el uso de la fuerza; y supone, por sobre
todo, de un modo urgente y prioritario, modificar el proceso penal para transformarlo
en un juicio genuino, con igualdad de armas entre el estado y el inculpado y con plena
vigencia de la oralidad, la oportunidad y la inmediación.
Pero no se trata sólo de satisfacer las exigencias del debido proceso, llevando
así a término el desarrollo del Estado Constitucional. Todavía esa reforma resulta
exigida por la idea y el principio de los derechos humanos que fundan al sistema
político y que constituyen, como es sabido, uno de los compromisos más delicados del
Estado ante la comunidad internacional. Se ha dicho, con razón, que los sistemas de
enjuiciamiento criminal son los más elocuentes indicadores del grado de respeto por
los derechos de las personas que existe en un ordenamiento estatal o, dicho de otro
modo, que el autoritarismo se revela en la forma en que los poderes públicos encaran
el reproche a las conductas desviadas o a las formas de comportamiento anómico.
En los cinco años transcurridos desde el año 1987 hasta 1991 -un período que
cubre gobiernos distintos- el promedio de causas ingresadas a los tribunales del
crimen en relación a las detenciones efectuadas es de un 60.6 por ciento, de manera
que el cuarenta por ciento del total de quienes son detenidos en Chile -una media
anual de 750.000 personas- son privados de libertad, aunque sea por breve lapso, sin
ingresar al sistema jurisdiccional. Ocuparse de la reforma procesal penal para, a
través de ella, fortalecer las garantías, constituye, así, una tarea exigida por los
principios en materia de derechos fundamentales. La reforma al proceso penal
importará, por lo mismo, un mayor goce cotidiano de los derechos humanos.
Es, pues, necesario, instituir un órgano -el Ministerio Público- que en base a
criterios político criminales explícitos y sometido a estrictos controles de responsa-
bilidad, conduzca la selectividad del sistema penal hacia la criminalidad más lesiva. La
reforma procesal penal supondrá, así, una persecución más eficiente y una
selectividad en base a criterios político criminales explícitos. El gasto público en el
sector deberá optimizarse en base a criterios que permitan su control.
De otra parte, como ya se dijo, el sistema procesal penal chileno con su recur-
so casi exclusivo a la privación de libertad, suele segregar a los inculpados de sus
grupos de pertenencia, lo cual, tratándose de jóvenes, se traduce en un ingreso a
formas permanentes de marginalidad que, luego, inducen a esos mismos sujeto a
nuevas y más graves formas de criminalidad. En otros términos, el diseño del actual
proceso penal produce marginalidad y, por esa vía, acentúa las posibilidades de la
conducta desviada. Un Estado atento a corregir, en base a criterios de equidad, los
resultados espontáneos de los procesos sociales y económicos, debe ocuparse del
proceso penal puesto que, con ello, produce integración al proceso de crecimiento
económico y evita una fuente permanente de marginalidad productiva.
Como es obvio, cada sujeto que se incorpora al sistema penal y que padece el
ingreso al circuito de la marginalidad, es una pérdida inmensa de inversión social y de
esfuerzo público. La reforma procesal penal deberá corregir ese camino de
marginalidad, permitiendo, mediante la intervención del ministerio público, favorecer
la reincorporación social y económica de quien ingresa al sistema.
A partir de estos puntos de vista el Gobierno que presido, por intermedio del
Ministerio de Justicia, ha formulado el presente proyecto de nuevo Código de Proce-
dimiento Penal que se somete a la aprobación del H. Congreso Nacional, y por su
intermedio a la comunidad nacional. Se trata de una propuesta destinada a ser
analizada ampliamente por la comunidad jurídica, política y por la población en
general, con al expectativa de que su conocimiento y análisis pueda suscitar amplios
consensos así como permitir su perfeccionamiento.
Fuentes
Los documentos que otorgan los parámetros básicos usados para el diseño del
proyecto han sido la Constitución Política de la República y los Instrumentos Interna-
cionales de Derechos Humanos que obligan al país, habiéndose tenido en cuenta
especialmente entre estos últimos a la Convención Americana sobre Derechos
Humanos y al Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos.
También han sido fuentes directas para el trabajo realizado diversos textos
de legislación extranjera, tanto de nivel legal como constitucional, así como opiniones
doctrinales o jurisprudencia relativas a ellos. Entre los códigos extranjeros de más
frecuente utilización estuvieron el Código Procesal Penal Italiano de 1988, la
Ordenanza Procesal Penal Alemana de 1877, la Ley de Enjuiciamiento Criminal
Española de 1882, El Código Procesal Penal de la Nación Argentina de 1992, el Código
Procesal Penal de la Provincia de Córdoba de 1992 y el Código Procesal Penal Peruano
de 1991.
Pero además de estos textos legales, han sido de extraordinaria utilidad para
el trabajo del Foro y de la Comisión Técnica el Código Procesal Penal Modelo para
Iberoamérica desarrollado por el Instituto Iberoamericano de Derecho Procesal.
Asimismo, se ha utilizado su antecedente más directo que es el Proyecto de Código
Procesal Penal de la Nación Argentina de 1986 y otros proyectos posteriores
vinculados directamente con el Modelo como son el Proyecto de Código Procesal Penal
de Guatemala de 1991 y el Proyecto de Código Procesal Penal de el Salvador de 1993.
Asimismo se ha utilizado el método de titular cada uno de los artículos con una
referencia a su contenido, siguiendo el sistema de las legislaciones más modernas.
En los casos en que el fiscal formule acusación se dará lugar a una audiencia,
llamada intermedia, ante el mismo juez de control de la instrucción, destinada básica-
mente a preparar el juicio.
Al término del juicio el tribunal dictará su sentencia la que sólo será objeto de
limitadas posibilidades de impugnación ante los tribunales superiores.
2) Principios básicos
El eje del procedimiento propuesto está constituido por la garantía del juicio
previo, es decir, el derecho de todo ciudadano a quien se le imputa un delito a exigir
la realización de un juicio público ante un tribunal imparcial que resuelva por medio de
una sentencia si concurren o no los presupuestos de aplicación de una pena o medida
de seguridad. Como elemento integrante de esta garantía básica se consagra el
sistema oral, a partir de la constatación de que este método sencillo y directo de
comunicación es el único que permite asegurar que el conjunto de actos que
constituyen el juicio se realicen de manera pública, concentrada, con la presencia
permanente de todos los intervinientes y sin admitir la posibilidad de mediaciones o
delegaciones, como las que tantos problemas y distorsiones han causado en el sistema
vigente.
3) Instrucción
Para aquellos casos en que sea necesario requerir la intervención judicial por
primera vez en relación con una medida determinada o cuando se pretenda formalizar
la persecución para eventuales futuras medidas, se propone el establecimiento de la
formulación de cargos por parte del fiscal ante el juez. Se trata de una institución
procesal que obliga a formalizar y judicializar la instrucción, con el fin de otorgar
garantías al imputado en cuanto al conocimiento de la existencia y contenido de la
persecución penal que se dirige en su contra, a permitir su declaración judicial como
medio de defensa frente a esa imputación y a dar lugar a la intervención del juez para
el control de la actividad investigativa y las eventuales medidas cautelares.
Por otra parte, los avances de las disciplinas penales muestran como las res-
puestas tradicionales del sistema, fundamentalmente las penas privativas de libertad
en el caso chileno, resultan socialmente inconvenientes para una multiplicidad de
casos, sea porque los problemas asociados a ellas resultan mayores que sus eventuales
beneficios, o porque la rigidez en su aplicación desplaza soluciones alternativas
socialmente más productivas y más satisfactorias para los directamente involucrados
en el caso, especialmente las víctimas o los civilmente afectados por el delito.
Por medio de este procedimiento se busca dar una salida expedita a aquellos
casos en que no exista una controversia sobre los resultados de la investigación
realizada por el fiscal. Se ha preferido esta formula a aquella en que se exige una
aceptación explícita de culpabilidad para permitir al juez un control más intenso
sobre los antecedentes del caso. El proyecto faculta al juez incluso para absolver en
el caso que, a pesar del reconocimiento de hechos realizado por el acusado, éstos no
sean constitutivos de delito o el conjunto de los antecedentes de la instrucción lo
llevaren a adoptar esa decisión.
6) Juicio oral
Se propone una explicitación de los principios que deben regir el desarrollo del
juicio con miras a su cabal comprensión por parte de una comunidad jurídica para la
cual éste constituye una novedad. Se pretende sobre todo evitar que
interpretaciones inadecuadas puedan dar lugar a una distorsión del nuevo sistema por
medio de la mantención de prácticas incompatibles con el, tales como serían, por
ejemplo, una preeminencia de la lectura de documentos, la posibilidad de la
discontinuidad de las audiencias o el desarrollo de la audiencia sin la presencia de
todos los intervinientes, fenómenos que han ocurrido en diversas ocasiones en el
contexto latinoamericano.
Tanto con el fin de preservar la continuidad del juicio como de garantizar que
la sentencia se dicte sobre la base de lo acontecido en él, se dispone que la resolución
sobre la absolución o condena sea comunicada a las partes en la misma audiencia en
que ha concluido el debate, luego de la deliberación producida entre los jueces. La
resolución de los demás contenidos de la sentencia, así como la redacción de la misma
pueden ser postergados por un máximo de 30 días.
7) Recursos
Esta última norma viene a despejar cualquier duda existente sobre las
facultades de los jueces para controlar la ejecución penal, abriendo amplias
posibilidades de desarrollo para una actividad jurisprudencial destinada a fijar
parámetros mínimos a las condiciones de vida intramuros así como para controlar los
aspectos mas importantes de las decisiones que en el ámbito penitenciario se adoptan
comúnmente.