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CIENCIA

Y FILOSOFÍA (VIII): CIENCIA Y PSEUDOCIENCIA

Pese a los espectaculares avances de la Ciencia y la Tecnología, las creencias que se nutren
del pensamiento acrítico se multiplican en la sociedad actual a un ritmo inusitado. Algunas
encuestas muestran que la creencia en lo imposible se incrementa con la educación.

Una determinada afirmación, creencia o práctica pasa a ser pseudociencia cuando intenta
darse el carácter de científica para ganar credibilidad y apoyo, pero sin utilizar el método
científico. La pseudociencia es siempre peligrosa porque contamina la cultura y, cuando
concierne a la salud, la economía o la política, pone en riesgo la vida, la libertad o la paz.

La Ciencia cumple una función que va más allá de permitirnos conocer la verdad y saber
cómo es el mundo, aunque este conocimiento haya de ser gradual y parcial. Pues una toma
de decisiones correcta y la definición de políticas públicas acertadas (salud, economía,
etc.) sólo pueden encontrar una base firme en un conocimiento epistémicamente
garantizado como es el de la Ciencia.

Los currículos escolares debieran incluir no sólo contenidos sino también métodos. La
educación básica debe proporcionar a toda la ciudadanía una alfabetización científica que
permita diferenciar los hechos y teorías científicos de las creencias pseudocientíficas. En
particular, el cultivo del pensamiento crítico debiera ejercitarse en el reconocimiento de
las falacias lógicas, la evaluación de las afirmaciones de verdad fáctica y la discusión de
alguna de las creencias pseudocientíficas más de moda. Porque una sociedad inculta es
una sociedad fácil de engañar y, por tanto, víctima propiciatoria de estafadores o de
iluminados que realmente creen en lo que están vendiendo, aunque no sirva de nada.

1- Demarcación Ciencia-pseudociencia

Mientras que en las artes o en la ficción todo vale, en la Ciencia sólo son admisibles las
conjeturas razonables, aquellas que se pueden controlar de forma tanto conceptual
(compatibilidad con el grueso del conocimiento), como empírica.

El conocimiento científico es objetivo y se apoya tanto en teorías sólidas como en pruebas


firmes, por lo que es muy superior a las corazonadas o intuiciones subjetivas. El método


científico constituye la mejor estrategia para las verdades más objetivas y profundas
acerca de hechos de toda clase, naturales o sociales. Contrariamente a lo que se cree
normalmente, el método científico no excluye la especulación; tan solo pone orden en la
imaginación. No todo es igual y hay que defender el mejor conocimiento crítico posible.

Toda investigación científica necesita para desarrollarse partir de unos principios


filosóficos o presupuestos como son: el materialismo no reduccionista (la admisión de
que el mundo está compuesto exclusivamente por cosas concretas, materiales, que se
comportan con arreglo a leyes, sin que esto excluya la existencia de propiedades
emergentes); el realismo (la admisión de que el universo -la realidad- existe con
independencia de la investigación y de quienes lo investigan); el racionalismo (la
suposición de que la realidad puede ser conocida por la razón humana y que dicho
conocimiento, aunque parcial y gradual, tiene consistencia y coherencia lógica; el
empirismo (la exigencia de que toda idea acerca de cosas reales sea comprobada
empíricamente) y el sistemismo (el presupuesto de los datos e hipótesis de la ciencia
conforman un sistema, esto es, un conjunto de elementos relacionados que además no
deben entrar en conflicto entre sí).

Todo campo de conocimiento que no sea científico pero se anuncie como tal es
pseudocientífico, o falsa ciencia. Lo que hace especialmente perniciosa a la pseudociencia
es el componente de fraude o engaño que lleva consigo, lo cual es opuesto a la ética de la
Ciencia. Pero además dicho engaño suele ser perpetrado normalmente contra los más
débiles y los vulnerables.

Muchas de las pseudociencias suelen tener principios filosóficos diferentes; en particular y


fundamentalmente el idealismo (postulan entidades inmateriales irreales –ontología
idealista- y/o suponen que sólo algunas personas poseen habilidades cognitivas para
acceder a cierta realidad –gnoseología idealista-).
La Ciencia es un objeto enormemente complejo, pero en todo caso, en toda ciencia
auténtica hay cuatro principales características distintivas: mutabilidad (el conocimiento
científico se ve modificado o corregido como resultado de la continua investigación);
compatibilidad con el grueso de los conocimientos precedentes (necesaria no sólo
para depurar las especulaciones, sino también para comprender las nuevas ideas y poder
evaluarlas); interacción parcial con, al menos, alguna otra ciencia (debido a que el
conjunto de todas las ciencias constituye un sistema) y control por parte de la
comunidad científica (la investigación científica es una empresa que se auto-cuestiona,
auto-corrige y auto-perpetúa).

Por el contrario, las pseudociencias violan al menos algunas de las características


anteriormente descritas, autoproclamándose, al mismo tiempo, como científicas. Por
ejemplo, mientras que la Ciencia cambia constantemente y se desarrolla como fruto de la
investigación, las creencias (religiosas, ideologías políticas, pseudociencias y
pseudotenologías) no evolucionan o, si lo hacen, sus cambios no provienen de
investigación alguna pues no encuentran ni utilizan leyes generales, sino que son fruto de
la controversia, la fuerza o la revelación. Se hallan además aisladas de otras disciplinas,
aunque ocasionalmente se entremezclen con otras pseudocencias. Y, lejos de agradecer la
crítica, lo que intentan es consolidar dogmáticamente la creencia. Su propósito no es la
búsqueda de la verdad sino la persuasión la defensa incondicional del dogma, lo cual
incluye el engaño si ello se considera necesario.

2- Campos de las pseudociencias y sus causas

Las pseudociencias y las pseudotecnologías son versiones modernas del pensamiento


mágico. Se las debe someter a examen crítico, no sólo para limpiar la cultura, sino también
para impedir que los curanderos, adivinos y demás farsantes limpien nuestros bolsillos y
pongan en riesgo nuestra salud y libertad.

Las pseudociencias se interesan únicamente por lo que puede tener un uso práctico, sin
pretender buscar la verdad desinteresadamente. El hecho de que no requieran un largo
aprendizaje facilita su práctica y difusión en la sociedad, llegando incluso a penetrar en el
ámbito universitario. Las más
difundidas son las relacionadas con
la salud y la medicina (homeopatía,
acupuntura, curanderismo,
osteopatía, quiropráctica,
naturopatía, reiki, etc.),
denominadas por sus practicantes
“medicinas alternativas” o
últimamente “medicinas
complementarias o integrativas”.
(Steve Jobs) Dentro de ellas, las más peligrosas
son las que centran su mensaje en
enfermedades graves como el cáncer o el sida. El peligro para la salud de los pacientes se
realiza cuando, confiando en un método curativo ineficaz, renuncian a medidas más
efectivas o a un tratamiento médico de eficacia demostrada. Un caso famoso es el de Steve
Jobs, cuya muerte se debió a que decidió tratarse un tumor de páncreas operable con
zumos de fruta.

Otro número importante de pseudociencias tienden a religar al ser humano con el cosmos,
como defendían el esoterismo tradicional y las versiones ocultistas a partir del siglo XIX
(videncia, platillos volantes, astrología, Nueva Era, psicología transpersonal, etc.).
Constituyen un neognosticismo, porque pretenden acceder a ámbitos de la realidad por
medio del yo interior divino que todos poseemos, actualizando las insospechadas
capacidades dormidas con el concurso de la apertura mental.

El pensamiento pseudocientífico se ha explicado en términos de psicología y


sociopsicología. La tendencia humana a buscar confirmación en vez de refutación, a
mantener las creencias confortables y a sobregeneralizar han sido propuestas como
razones para la adhesión a dicho pensamiento pseudocientífico. Ello tiene mucho que ver
con cómo funciona nuestro cerebro, el cual se ha gestado durante millones de años de
evolución. Nuestra percepción, nuestra forma de razonar, nuestra memoria o nuestras
emociones no fueron “diseñadas” para la sabiduría, la cultura o la ciencia, sino para
sobrevivir. Y cuando dicha maquinaria mental la usamos para comprender o explicar el
universo, a veces el cerebro nos engaña. El aspecto positivo es que también el cerebro
humano ha inventado la Ciencia, el escepticismo y el pensamiento crítico, antídotos
efectivos contra las creencias erróneas y para alcanzar el conocimiento certero.
3- Ejemplo de pseudociencia: la homeopatía

La homeopatía es sin duda la reina de las pseudomedicinas, cuyos productos podemos


encontrar en muchas farmacias; fundada por Samuel Hahnemann hacia 1796, es magia en
estado puro.

La homeopatía es un sistema médico completo que gira en torno a dos principios


filosóficos fundamentales: uno ontológico (sobre la realidad de las cosas, en este caso las
enfermedades) que es el vitalismo; y otro gnoseológico (sobre el modo de conocer e
investigar) que es el principio de la analogía. De estos dos principios se derivan otros
dos: el principio o ley de la individualización del enfermo y del remedio, y el principio o
ley de las dosis infinitesimales.

Analicemos la verosimilitud de estos cuatro principios:

1. El vitalismo es una concepción metafísico-animista carente de rigor científico que


postula un principio o “fuerza vital”, un ente inmaterial, espiritual e intangible cuya
función consiste en sostener todas las partes del cuerpo en armonía vital. Según
Hahnemann, toda enfermedad no susceptible de tratamiento quirúrgico se debe a
un desequilibrio de dicha “fuerza vital”; y la curación supone el restablecimiento
de dicho equilibrio.
2. El principio de analogía (lo semejante cura lo semejante). es un embuste pues
confunde la enfermedad con sus síntomas y es incompatible con la ciencia
biomédica.
3. El principio de individualización supone, según Hahnemann, que la enfermedad
y sus respectivos síntomas son propios de cada paciente; por lo tanto no es posible
formar términos universales y, en consecuencia, hacer ciencia.
4. Finalmente, según el principio de las dosis infinitesimales, para curar es
necesario administrar dosis infinitesimales de una sustancia que a mayores dosis
produce en una persona sana los mismos síntomas que presenta la persona
enferma. Se supone además que cuanta menos sustancia original hay en una
dilución, más potentes son sus efectos. Las disoluciones utilizadas en homeopatía
son tales que no queda, en general, nada de la sustancia madre utilizada, lo cual
viola las leyes fisicoquímicas.
Veamos un ejemplo. Un preparado homeopático se hace a partir de una tintura madre que
lleva el nombre en latín seguido por un número y una CH (Centesimal de Hahnemann), que
indica el número de veces que se ha diluido
la tintura madre. Así una dilución 1CH se
obtiene mezclando una parte de tintura
madre con 99 partes de alcohol o agua
(concentación 10-2 ), a la vez que se agita
enérgicamente el recipientes que contiene la
dilución. Si se repite la operación con una
parte de la dilución 1CH y 99 partes de
disolvente, tendremos una dilución 2CH
(concentación 10-4 ), y así sucesivamente. A
partir de diluciones más allá de 12CH
(concentación 10-24 o menor), éstas no
contienen nada de la sustancia disuelta,
pues en un mol de una sustancia hay un
número finito de átomos o moléculas,
concretamente 6´02. 1023. Por ejemplo, si
disolvemos un mol de sacarosa (342´3
gramos de azúcar) en un litro de agua, la
solución contendrá aproximadamente 6´02. 1023 moléculas de sacarosa. Supongamos
ahora que preparamos el agua azucarada a la dilución 12CH o mayor (concentación 10-24 o
menor). Si comparamos esta concentración con el valor inicial del número de moléculas,
resulta que no queda nada de la sustancia inicialmente disuelta (ni una molécula de
azúcar), es decir, tenemos sólo agua. Por lo tanto, la homeopatía, en la cual son normales
los preparados con diluciones de 30 CH, es un mero fraude en el que se vende agua por
medicamento.

Los resultados de diferentes informes de evaluación de medicamentos homeopáticos


concluyen que éstos no tienen una acción terapéutica específica, más allá del “efecto
placebo”, lo que sugiere que cualquier sensación positiva posterior al tratamiento solo se
debe a la recuperación normal de la enfermedad. La propia Organización Mundial de la
Salud ha alertado contra el uso de esta pseudoterapia para tratar enfermedades graves
como el sida o la malaria, e incluso muchos servicios nacionales de salud desaconsejan
continuar su financiación debido a su mostrada ineficacia. En definitiva, aceptar la
homeopatía es abrir puertas al pensamiento mágico en la salud.

La homeopatía responde hoy a cuestiones sociológicas y económicas más que a cuestiones


estrictamente biomédicas. Curar patologías inexistentes, con terapias inexistentes es la
esencia de la homeopatía, por lo que los médicos que la ejerzan debería renunciar a su
título de medicina, ya que en el fondo la titulación es una coartada para engañar a la gente
haciéndole creer que es también medicina científica. En nuestra sociedad hasta ahora ha
habido un pensamiento social permisivo, con la idea de que si no hacía daño, daba igual.
Pero esto es abrir la puerta al pensamiento mágico en la salud y puede provocar que
mucha gente abandone terapias formales por estas supercherías.
Las “medicinas alternativas”, y en particular la homeopatía, son parásitos que se
aprovechan de las insuficiencias del sistema de salud pública, a la vez que la
administración sanitaria muestra una gran permisividad en la comercialización de los
productos homeopáticos, en contraste con los largos y costosos controles de eficacia y
seguridad que se les exige a los laboratorios farmacéuticos. La culpa la tienen
fundamentalmente los lobbies
de los laboratorios alternativos
(provenientes sobre todo de
Alemania y Francia) que han
conseguido a nivel europeo que
dichos productos sean
tipificados como “medicamentos
especiales” cuando no son
verdaderos medicamentos, pues
no tienen probada su eficacia. En
España su consumo es legal,
pero no han pasado por el filtro
que obliga la ley a través de la
Agencia Española del
Medicamento, que regula,
analiza y registra esos tipos de
productos.

Por otra parte, lamentablemente, durante años muchas revistas como las llamadas
femeninas han ayudado a defender la medicina natural, la homeopatía y muchas otras
pseudoterapias. A lo que se añade que personas famosas como Carlos de Inglaterra sean
fervorosos homeópatas, lo que hace aumentar su popularidad entre el público no
instruido. Afortunadamente cada vez hay más información científica de calidad y poco a
poco se va difundiendo a través de los medios generalistas. Lo cual no significa que se
vaya a convencer a los defensores de esta medicina alternativa, porque para muchos ellos,
la homeopatía parece haberse transformado, además de en un negocio, en una religión,
una secta cuyo credo central debe ser defendido a toda costa y contra el que ninguna
explicación será suficiente.

Agustín Gil Martin

gilagus@gmail.com

945 288457

Entresacas

• Una determinada creencia pasa a ser pseudociencia cuando intenta darse falsamente
el carácter de científica para ganar credibilidad y apoyo.
• La pseudociencia es siempre peligrosa porque contamina la cultura y pone en riesgo
la vida, la libertad o la paz.
• Curar patologías inexistentes, con terapias inexistentes, es la esencia de la
homeopatía.
• Las “medicinas alternativas” son parásitos que se aprovechan de las insuficiencias
del sistema de salud pública.

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