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Cátedra: Griego I

Profesora: Ferrari, Mariana

Alumna: Garcette, Antonella

Tema: La idea de polis: civilización y barbarie

Ciclo lectivo 2018


Índice
Página 3 --> Introducción
Página 4 a 18--> Desarrollo
Página 19--> Conclusión
Página 20--> Bibliografía
Para dar inicio a este tema, primeramente, vamos a definir y conceptualizar qué es
una polis y qué es la barbarie aplicada a la antigua Grecia.
Polis es un término que proviene del griego y se refiere a los Estados de la antigüedad
que se hallaban organizados como ciudades, y que poseían un territorio reducido y
eran gobernados con la autonomía respondían a otras entidades.
Las polis era ciudades estado que existían en Grecia antes del avance del Imperio
Romano y se dividían en tres estatus, ciudadanos libres quienes gozaban de
derechos y total libertad, los extranjeros quienes, si bien poseían derechos y libertad,
estos primeros eran limitados. Por último, tenemos los esclavos, que no tenían ni
derechos ni podían vivir en libertad.
La barbarie, en términos modernos, es denominada así a la ausencia de civilidad,
aludiendo a la vez a la brutalidad y salvajismo. En la Antigua Grecia, aludía
directamente a la forma de hablar de los habitantes de la frontera norte del mundo
griego, ya que, para militares, comerciantes o diplomáticos de las polis que debían
tratar con alguna tribu de estos lados, su lengua les sonaba a un balbuceo que daba
lugar a la onomatopeya “bar bar bar”. Ese lenguaje en conjunto a la forma de
desarrollo social, económico y político, dio origen a la palabra “bárbaro”, siendo la
persona bárbara una que carecía de valores culturales o morales bien vistos para los
griegos.
La diferencia entra una y otra, se visibiliza plenamente en el siglo IV a.C, con las
oleadas en grandes masas de los bárbaros, las cuáles son interpretadas como
invasiones a pesar de que muchos autores y contemporáneos las consideran como
migraciones.
A partir del 900 a.C, las comunidades familiares que habitaban las zonas rurales de
una misma región comenzaron a asentarse en torno a un lugar alto y fortificado. Así
renacieron las ciudades, que los griegos llamaron polis, las cuáles eran pequeñas
ciudades-Estado independientes que no reconocían ningún poder superior. Cada
polis tenía leyes, moneda, dioses y ejércitos propios, y elegía a sus autoridades.
Esta peculiar forma de organización política se fue afianzando con el paso del tiempo,
de modo tal que hacia el año 600 a.C, había en Grecia cientos de Polis. La ausencia
de un Estado que englobara todas las polis, fue un rasgo característico de la antigua
Grecia. A pesar de esa fragmentación, todos los griegos compartían ciertos rasgos
comunes que hacían que ellos se sintieran parte de una misma civilización, la
helénica; por ejemplo compartían la lengua de origen indoeuropeo y la creencia de
que los héroes de los poemas homéricos eran sus ancestros.
Cada polis tenía un núcleo urbano integrado por barrios con negocios y viviendas
particulares, que se agrupaban en torno a un reciento alto y fortificado llamado
acrópolis. Allí estaban los templos dedicados a los dioses y se refugiaban los
habitantes de la polis en caso de peligro. Al pie de la acrópolis estaba el ágora, una
plaza pública en la que la población se reunía a discutir los problemas comunes.
También formaba parte de la polis, los campos cultivables de los arededores y los
bosques de los cuáles se extraía madera.
En un principio, las polis estuvieron gobernadas por reyes, que eran a su vez
legisladores, jueces y jefes militares. Pero en el período arcaico (800-490 a.C) los
monarcas ya habían sido reemplazados por magistrados que provenían de un sector
social, la nobleza, que estaba integrada por jefes de familia que era propietarios de
grandes extensiones de tierra. Solo ellos podían intervenir en la vida política y ocupar
cargos en el gobierno de la polis. Por esa razón, a esta forma de gobierno se le llama
aristocracia, palabra que en griego quiere decir “gobierno de los mejores”.
Poco a poco los nobles sometieron a su influencia al demos (soldados, campesinos y
artesanos), otorgándoles protección a cambio de favores y obediencia. Esta situación
generó una fuerte tensión, ya que ninguna ley o institución protegía al demos y
muchos griegos se endeudaron, mientras que otros no tenía tierras que cultivar.
Para descomprimir estas tensiones sociales, a partir de 750 a.C la mayoría de las
polis trató de reubicar en pueblos agrícolas que se fundaron a orillas del mar
Mediterráneo a aquellos que no podían mantener a sus familias. Pero la fundación de
colonias agrícolas no puso fin a los porbolemas, por eso, la colonización fue seguida
por legisladores y tiranos. Los legisladores propusieron reformas para crear un orden
social y económico más justo. Entre ellos se destacó el ateniense Solón, que decretó
en el 594 a.C, la eliminación de esclavitud por deudas y la liberación de quienes
habían sido esclavizados por motivos económicos. Los tiranos, por su parte, tomaron
el poder por la fuerza y sancionaron leyes que, al establecer el reparto de tierras y la
concesión de préstamos a campesinos, beneficiaron a los más desprotegidos.
El surgimiento de la polis para el pensar griego, es un suceso de suma importancia,
ésta adquiere diversas etapas y formas variadas, siendo su devenir entre los siglos
VII y VII.
Una primera característica de la polis es que llega a ser una herramienta política, un
medio de mando y dominación. Ese poder que posee la palabra es uno que supone
un debate, una discusión y a la vez supone un público al cual se dirige como un juez
que decide entre dos decisiones que se le han presentado.
Las cuestiones de interés general, las cuáles el soberano debía reglamentar y definen
un campo de la arkhé, eran ahora sometidas al arte de oratorio y debían someterse a
un debate, siendo necesario que se las formule en discursos y argumentaciones. El
arte político es un ejercicio de lenguaje y el logos adquiere conciencia de sí mismo,
de su eficacia y reglas, mediante su función política.
Una segunda característica de la polis es el carácter de publicidad que se da a las
expresiones de la vida social. Podemos, incluso, llegar a decir que la polis existe nada
más que en la medida en que se ha separado un dominio público, en distintos sentidos
pero solidarios, prácticas abiertas a plena luz del día, en contraposición a los
procedimientos secretos; esa exigencia de publicidad lleva a confiscar
progresivamente en beneficio del grupo y a colocar ante la mirada de todos, o de los
gene detentadores de la arkhé. Ese doble movimiento de democratización y de
divulgación tendrá decisivas consecuencias en el plano intelectual. Al convertirse en
elementos de una cultura común, los conocimientos, los valores, las técnicas
mentales, son llevadas a la plaza pública y sometidos a crítica y controversia. La
discusión, argumentación, la polémica, pasan a ser las reglas del juego intelectual,
así como una especie de juego político. La ley de la polis exige que las unas y las
otras sean sometidas a “rendiciones de cuentas”, tienen que demostrar su rectitud
mediante procedimientos de orden dialéctico.
La palabra constituía el instrumento de la vida política; la escritura suministrará en el
medio de una cultura común y permitirá una divulgación completa de los
conocimientos que con anterioridad se encontraban reservados o prohibidos. La
escritura podrá cumplir con esta función de publicidad, porque llegó a ser el bien
común de todos los ciudadanos. Las inscripciones más antiguas en alfabeto griego
que conocemos muestran una técnica de amplio uso, libremente difundida en el
público. La escritura constituirá el elemento fundamental de la paideia griega.
Se comprende así el alcance de una reivindicación que surgió desde el nacimiento de
la ciudad: la redacción de las leyes. Al escribirlas no se hace más que asegurar su
permanencia y fijeza, transformándose en bien común, susceptible de ser aplicada
por igual a todos. En el mundo de Hesíodo, anterior al régimen de la ciudad, la diké
actuaba todavía en dos planos, dividida entre el cielo y la tierra: la diké es, aquí abajo,
una decisión de hecho que depende del arbitrario de los reyes, pero en el cielo, es
una divinidad soberana pero remota e inaccesible. En virtud de la publicidad que le
confiere la escritura, la diké es un valor ideal que se encarna en un plano propiamente
humano, realizándose en la ley, regla común a todos, pero superior a todos, normal
racional que es sometida a discusión y modificable que expresa un orden concebido
como sagrado.
Cuando los individuos deciden hacer público su saber mediante la escritura, su
ambición al depositar su mensaje es hacer de él el bien común de la ciudad, una
norma susceptible de imponerse a todos. Una vez divulgada, su sabiduría adquiere
una consistencia y una objetividad nuevas: se constituye a sí misma como verdad. La
verdad del sabio es revelación de lo esencial, descubriendo una realidad que
sobrepasa en mucho al común de los hombres, pero al confiarla a la escritura se
expone a plena luz ante las miradas de la ciudad entera, significando reconocer que
ella es accesible a todos, admitir que se las someta a juicio de todos, con la esperanza
de que en definitiva sea aceptada y reconocida por todos.
Los antiguos sacerdocios pertenecían en propiedad a ciertos gené y señalaban su
familiarización especial con una potencia divina, pero cuando se constituye la polis,
ésta los confisca en su provecho y hace de ellas los cultos oficiales de la ciudad. La
protección que la divinidad reservaba a sus favoritos va a ejercerse en adelante, en
beneficio de la comunidad entera. Todos los antiguos sacra, signos de investidura,
símbolos religiosos, blasones, xoana de madera, objetos que eran conservados como
talismanes de poder en el secreto de los palacios, se vuelven de residencia abierta o
pública. En este espacio impersonal, que se vuelve hacia afuera, los antiguos ídolos
se transforman, perdiendo su virtud de símbolos eficaces, se convierten en imágenes
sin otra función que la de ser vistos. De la gran estatua cultural alojada en el templo
para manifestar en él al dios, se puede decir que pierde todo su esse, que consiste
desde este momento en un percipi. Los sacra, cargados antiguamente de una fuerza
peligrosa y sustraídos a la mirada del público, se convierten para la mirada de la
ciudad en un espectáculo, en una especie de “enseñanza sobre los dioses”, y como
bajo la mirada de la ciudad los relatos secretos, las fórmulas ocultas, se despojan de
su misterio y su poder religioso, para convertirse en las verdades que se propondrán
debatir los Sabios.
El proceso de divulgación se realiza por etapas, encontrando obstáculos que limitan
los progresos. En el plano político, ciertas prácticas de gobierno secreto conservan
en pleno período clásico una forma de poder que opera por vías misteriosas y medios
sobrenaturales; la utilización, como técnicas de gobierno, de santuarios secretos, de
oráculos privados o colecciones adivinatorias no divulgadas que se apropian ciertos
dirigentes, está testimoniada. De hecho, muchas ciudades cifran su salvación en la
posesión de reliquias secretas: osamentas de héroes, cuya tumba no debe ser
conocida, bajo pena de arruinar al Estado, más que por algunos magistrados
calificados para recibir esa peligrosa revelación. El valor político atribuido a dichos
talismanes “secretos”, no simplemente responde a una supervivencia del pasado, de
alguna manera, sino que también responde a necesidades sociales definidas. Esa
intervención de un poder sobrenatural cuyo papel es finalmente decisivo, debe
tomarse muy en cuenta. El culto público de las divinidades olímpicas no puede
responder más que en parte a esa función; se refiere a un mundo divino demasiado
general y lejano que se opone al dominio profano en que se sitúa la administración
de la ciudad. La laicización de un plano de la vida política tiene como contrapartida
una religión oficial que ha establecido sus distancias en relación con los asuntos
humanos y que no está tan directamente comprometida en las viscitudes de la arkhé.
Pero, las decisiones de la asamblea se refieren a un futuro que continúa siendo
incierto y que la inteligencia no puede captar en su totalidad. Por ende, es netamente
vital el poder dominarlo en la medida posible, con recursos que pongan en juego la
eficacia del rito. El racionalismo político que preside las instituciones de la ciudad se
opone a los antiguos procedimientos religiosos de gobierno, sin excluirlos de manera
radical.
En el terreno de la religión se desarrollan, al margen de la ciudad y de manera paralela
al culto público, asociaciones basadas en el secreto. Sectas, cofradías y misterios son
grupos cerrados, jerarquizados, que implican escalas y grados. Organizados sobre el
modelo de las sociedades de iniciación, su función es seleccionar una minoría de
elegidos que gozarán de privilegios inaccesibles al común de la gente.
Las iniciaciones antiguas se sometían jóvenes guerreros, los kouroi, y esto les
confería una habilitación para el poder, las nuevas agrupaciones secretas estarán en
adelante confinadas a un terreno puramente religioso. Dentro de lo que es la ciudad,
la iniciación no aporta más que una transformación espiritual, que no repercute en lo
político. Los elegidos, los epoptes, son puros y santos, que se encuentran
emparentados con lo divino y que se consagran a un destino excepcional.
A todos aquellos que desean conocer la iniciación, el misterio les brinda la promesa
de una inmortalidad bienaventurada que en su origen era privilegio exclusivamente
real, en el círculo amplio de los iniciados, los secretos religiosos que, anteriormente,
pertenecían a las familias sacerdotales como kerykes o eumolpides. El misterio en
ningún momento se coloca en perspectiva de publicidad. Lo que define como misterio
es la pretensión de alcanzar una verdad inasequible por vías normales. El secreto
adquiere de esta manera, una significación religiosa particular: define una religión de
salvación personal que aspira a transformar al individuo con independencia del orden
social, que lo arranca del nivel común y lo hace llegar a un plano de vida diferente.
Pero en este terreno, las investigaciones y preocupaciones de los sabios llegan a
confundirse con las sectas. Las enseñanzas de la Sabiduría, como revelaciones de
los misterios, pretenden transformar el hombre por dentro para llegar a hacer de él un
ser único, un theios anér.
Si la ciudad se dirige al sabio cuando se siente presa del desorden e impureza
buscando una solución, es precisamente porque él se les presenta como un ser
aparte, único y excepcional; y de manera recíproca: cuando el sabio se dirige a la
ciudad, es siempre para transmitirle una verdad que viene de lo alto y que, no deja de
pertenecer a otro mundo, ajeno a la vida ordinaria. La primera sabiduría se constituye
así en una suerte de contradicción, entrega al público un saber que ella proclama al
mismo tiempo inaccesible. Lleva el misterio a la plaza pública, lo hacen objeto de
examen, pero sin que deje de ser un misterio.
Los ritos de iniciación tradicionales que protegían el acceso a revelaciones prohibidas,
los reemplazan por otras pruebas: una regla de vida, una senda de investigación que
siguen manteniendo las antiguas prácticas adivinatorias, de éxtasis, de separación
del alma y del cuerpo.
La filosofía se encuentra, al nacer, en una posición ambigua: por su marcha y por su
inspiración está emparentada a la vez con las iniciaciones de los misterios y las
controversias del ágora; flota entre el espíritu de secreto y la publicidad de debate.
Según los medios, los momentos, las tendencias, se la ve, como a la secta pitagórica
en la Magna Grecia en el siglo IV, organizarse en cofradía cerrada y rehusarse a
entregar a la escritura una doctrina esotérica. Así podrá integrarse plenamente en la
vida pública, presentarse como una preparación para el ejercicio del poder en la
ciudad y ofrecer a cada ciudadano lecciones pagadas en dinero. El filósofo oscilará
entre dos actitudes, a veces afirmará que es el único calificado para dirigir el Estado
y pretenderá en nombre del saber que lo eleva por encima del resto, reformar toda la
vida social y ordenar soberanamente la ciudad. Otras veces, en cambio, se retirará
del mundo para replegarse en una sabiduría privada, buscará su salvación en el
conocimiento y la contemplación. A los dos aspectos señalados, se agrega otro rasgo
que caracterizará el nuevo universo reformado con la llegada de la polis.
Los que componen la ciudad, por diferentes que sean, aparecen similares los unos a
los otros. Esta similitud funda la unidad de la polis, porque para los griegos sólo los
semejantes pueden encontrarse mutuamente unidos por la Philía, asociados en una
misma comunidad. El vínculo del hombre con el hombre adoptará la forma de una
relación recíproca, reversible, reemplazará a las relaciones jerárquicas de sumisión.
Todos cuantos participen en el Estado serán definidos como Homoioi, semejante, y
más adelante como Isoi, iguales.
Se concibe a los ciudadanos, en el plano político, como unidades de intercambiables
dentro de un sistema cuyo equilibrio es la ley y cuya norma es la igualdad. Esta
imagen del mundo humano encontrará en el siglo VI su expresión rigurosa en un
concepto, el de isonomía: igual participación de todos los ciudadanos en el ejercicio
del poder. Antes de adquirir ese valor democrático y de inspirar en el plano
institucional reformas como las de Clístenes, el ideal de isonomía pudo traducir
aspiraciones comunitarias que remontan más alto, hasta los orígenes mismos de la
polis. Testimonios muestran que los términos de isonomía y de isocratía han servido
para definir un régimen oligárquico en que la arkhé se reservaba para un pequeño
número con exclusión de la masa, pero era compartida por todos los miembros de
esa selecta minoría. La exigencia de isonomía adquiere a finalizar el siglo IV, una
fuerza grande que, fue sin duda, porque hundía sus raíces en una tradición igualitaria
antigua, porque respondía a la aristocracia de los hippeis. Fue aquella nobleza militar
la que estableció por primera vez una equivalencia que no se podría discutir. En la
polis el estado de soldado coincide con el de ciudadano, quien tiene su puesto en la
formación militar de la ciudad, y lo tiene a la vez en la organización política. Desde
mediados del siglo VII las modificaciones del armamento y una revolución de la
técnica del combate transforman el personaje del guerrero, cambiando su puesto en
el orden social y su esquema psicológico.
La aparición del hoplita, que seguía el principio de la falange, combatiendo en fila,
golpea a las prerrogativas militares de los hippeis. Los que podían costearse su
equipo de hoplitas (pequeños propietarios que forman el demos) están situados en el
mismo plano que los poseedores de caballos. Sin embargo, la democratización de la
función militar implica una renovación completa de la ética del guerrero. El héroe
homérico, podía sobrevivir aún en la persona del hippeus, ya no tiene mucho de
común con el hoplita, este nuevo soldado-ciudadano.
Antes para el primero lo que contaba era la proeza individual, siendo en batalla visto
mosaicos individuales en que se enfrentaban los promakhoi, el valor militar se
afirmaba en forma de aristeia. La audacia que permitía al guerrero realizar aquellas
acciones brillantes, la hallaba en la suerte de la exaltación. Pero el hoplita no conoce
ya el combate singular, tiene que rechazar la tentación de una proeza puramente
individual; es el hombre que combate codo a codo, que fue adiestrado para guardar
fila y marchar en orden y en lo más enconado del combate, no abandonar su puesto.
La virtud guerrera entonces, es fruto de la sophrosyne, un dominio completo de sí, la
sangre fría necesaria para refrenar los impulsos instintivos que amenazan con
perturbar el orden general de la formación. La falange hace del hoplita, una unidad
intercambiable, un elemento similar a todos los otros y cuya aristeaia, no debe
manifestarse sino es dentro del orden impuesto por la maniobra de ocnjuntoss, la
cohesión de grupo. Hasta en la guerra, el deseo de triunfar sobre el adversario, tiene
que someterse a la Philía, el espíritu de la comunidad. Heródoto, al mencionar
después de cada batalla, los nombres de la ciudades y los individuos que se
mostraron más valientes en Platea, da la palma entre los espartanos, a Aristódamo:
un hombre que, luego de combatir furiosamente, que regresa sano y salvo, buscó su
muerte en Platea, realizando admirables hazañas pero los espartanos, no otorgaron
los honores fúnebres porque, combatiendo, había abandonado su puesto. Ese relato
ilustra, una actitud psicológica que se manifiesta en todos los planos de la vida social,
que acusa un viraje decisivo en la historia de la polis. Llega un momento en que la
ciudad rechaza las conductas tradicionales de la aristocracia tendentes a exaltar el
prestigio, reforzar el poder de los individuos y de los gené, a elevarlos por encima del
común. Al igual que el furor guerrero y la búsqieda en el combate de la gloria, se
condenan como desorbitancias, como hybris, de la riqueza, el lujo en el vestir y el
comportamiento muy llamativo de las mujeres, demasiado audaz. Todas estas
prácticas son en adelante rechazadas porque acusan las desigualdades sociales y el
sentimiento de distancia entre los individuos, provocan sentimientos de enviedia
creando así, una disonancia en el grupo, que pone en peligro su equilibrio, unidad y
dividen la ciudad en contra de sí misma. Lo que ahora se hallaba era un estilo de vida
dura, ascético que hace que las diferencias de costumbres y condición se unan a fin
de aproximar los unos a los otros, uniéndolos como una sola familia
Hacia fines del siglo VI a.C, el Imperio Persa impuso su dominio sobre las ciudades
griegas situadas en las costas de Asia Menor. Sin embargo, unos pocos años
después, estas ciudades se rebelaron con la ayuda de varias ciudades de Grecia
continental, entre ellas, Atenas. Para castigar esta intervención, el rey persa Darío I
invadió Grecia y atacó Atenas. Así estallaron, las Guerras Médicas, llamadas de esa
manera porque los griegos confundían a los persas con un pueblo vecino, los medos.
A pesar de que los persas duplicaban en número a los atenienses, estos lograron
derrotar a los invasores en la batalla de Maratón (490 a.C)
Diez años después, otro rey Persa, Jerjes, invadió Grecia con un ejército varias veces
superior al de Darío. Trescientos guerreros espartanos, al mando de su rey, Leónidas,
trataron de detenerlos en el desfiladero de las Termópilas, pero fueron masacrados.
Luego de esta victoria, los persas saquearon Atenas. Cuando todo parecía perdido,
la flota ateniense derrotó a la armada persa frente a la isla de Salamina. Este triunfo
alentó a los griegos que, liderados por atenienses y espartanos, lograron expulsar a
los invasores en el año 479 a.C.
La victoria contra los persas tuvo un gran impacto en toda Grecia y vino a modificar
las relaciones entre las polis. A partir de entonces se generó una etapa denominada
“período clásico” (490 a.C-323 a.C)
En el año 477 a.C, Atenas alentó la formación de la Liga de Delos, una alianza militar
para contrarrestar cualquier nuevo intento de invasión persa. Esta liga estaba
integrada por más de ciento cincuenta polis, que aportaban cierta suma de dinero
anual que era administrada primero por Delos y más tarde por Atenas. Ese dinero se
usó para mantener una flota común que patrullaba las aguas del Egeo. Con esa
fuerza, Atenas lideró la liberación de las ciudades griegas del Asia Menor de la
dominación persa.
Luego de esa gran victoria Atenas comenzó a usar los recursos de la Liga de Delos
para beneficio propio. De esa manera logró convertirse en la polis más rica y poderosa
de toda Grecia.
Luego de cincuenta años, después de que en el año 507 a.C un magistrado llamado
Clitenses, denominara la igualdad de derechos; se define lo que es un ciudadano:
varones libres y mayores de edad, nacidos de padre y madre ateniense, con derecho
a participar del gobierno y ser propietarios de las polis. De esa manera quedan
legalmente excluidos las mujeres, los esclavos y los extranjeros, a los que en Atenas
llamaban metecos.
Atenas se manejó con una democracia directa donde los varones mayores de 20
podían asistir a la Asamblea popular, que se encargaba de debatir las propuestas
preparadas por un organismo llamado Consejo de los Quinientos, cuyos miembros
eran sorteados. Siendo el eje central de esta asamblea, propuestas a debatir, donde
se elegían a diez estrategas, y diez arcontes que se encargaban de la vida del culto
religioso y administrar justicia. Este carácter directo se vio posible gracias a la
cantidad limitada de ciudadanos y por los esclavos que había en la Atenas de Pericles,
como ellos habían sido liberados tenían tiempos libres para las actividades públicas.
Pero, hablemos ahora de la crisis de la Polis. Ella fue en gran medida una crisis de la
nobleza, cuya progresiva desintegración y debilitamiento estimularon la aparición de
cambios e iniciativas en la vida política y en el pensamiento, que antes nadie hubiera
creído posibles.
En el período arcaico no podía existir más que un planteamiento para el pensamiento
político: tomar conciencia del problema de la hegemonía y de determinados
comportamientos de la nobleza, reflexionar acerca de las causas que los producían y
las consecuencias de ellos derivadas y divulgar todo este conocimiento. Como es
natural, al principio, lo que provocaba tales elucubraciones en ciertas personalidades
de la época eran sucesos aislados.
La creciente tensión existente entre esas pretensiones tradicionales de la nobleza y
las nuevas tendencias, encaminadas a la conciliación social entre los diferentes
estamentos y a la equiparación política de grandes sectores de los ciudadanos no
aristócratas, se convirtió en una condición decisiva para el nacimiento del
pensamiento político. Y la polémica con los valores y normas de comportamiento de
la aristocracia aún vigentes confirió a la toma de conciencia, definición y propagación
de otros valores y comportamientos alternativos, un impulso esencial y,
consiguientemente, contribuyó de forma considerable al desarrollo de la conciencia y
la participación políticas, e incluso de una "identidad política" de vastos estratos de
población en la Atenas democrática.
Para que las cosas pudieran llegar tan lejos, fue no obstante necesario que, antes, la
hegemonía de la nobleza se resquebrajara y perdiera su condición de hecho natural
y evidente. Esto sucedió durante aquella honda crisis que se propagó por vastos
territorios en el siglo VII y cuyas causas y curso aparecen complicados y difícilmente
comprensibles. Como quiera que sea, en el transcurso del tiempo fue naciendo una
confrontación cada vez mas violenta entre la nobleza y considerables sectores del
campesinado, en sí libres, pero dependiendo de hecho, a través de toda una variedad
de mecanismos, de la aristocracia. Ciertos hechos hacen pensar que gran parte de la
culpa en ese endurecimiento decisivo de la crisis, recae en la explotación despiadada
por parte de los linajes nobles de esa tradicional desigualdad de poderes. La
aristocracia, sumida en encarnizados pleitos hegemónicos, creyó necesario emplear
todo tipo de medios que pudieran servir para afianzar su superioridad económica,
social y política. Por el testimonio de Solón sabemos que esto repercutió sobre todo
en el aspecto económico, dando lugar a un rápido incremento de la esclavitud por
deudas. Hesiodo, que escribió varios decenios antes de Solón en Beocia, describe la
venalidad y arbitrariedad de los jueces, miembros de la aristocracia, cuyos "torcidos
fallos" hubo de sufrir en sus propias carnes (Los trabajos y los días). Remisión de las
deudas, reforma agraria, protección frente a la arbitrariedad, divulgación de las leyes
y una mayor participación política: esas eran las exigencias a las que se enfrentaba
la nobleza por dondequiera. Y las violentas y prolongadas desavenencias, a veces
lindantes con una guerra civil, solían conducir al fin y a la postre a reformas en casi
todos estos terrenos.
En esa época, como se aprecia claramente en Solón, la Polis pasó por una visible y
sensible fase de inminente peligro en cuanto a su supervivencia. Aunque no todo
provenía de los manejos de la aristocracia, sigue siendo cierto que fueron sobre todo
las nuevas formas de explotación deliberada las que desencadenaron la resistencia
de las víctimas. El movimiento de protesta encontró su oponente, su blanco y su
contraseña en el régimen arbitrario y a menudo brutal de la nobleza. La crítica se
había abierto una puerta de ingreso, y se ejerció intensivamente. A ella se unía una
reflexión sobre las causas de los abusos, sobre las posibilidades de remediarlos y
sobre su futura prevención. Para ello se recurría con frecuencia a reconstruir
mentalmente la organización de una colectividad y sopesar a quien corresponde en
ella una determinada función o responsabilidad. Al proliferar esa crítica intensiva del
régimen aristocrático, un régimen cada vez más impotente e impopular, se puso
también en tela de juicio su indefectibilidad. No es que se hubiera llegado ya desde
un principio a la idea de abolirlo; aún debía pasar mucho tiempo para ello. Pero
siempre era posible modificarlo, tanto más cuanto que el predominio de la nobleza
había perdido ya por entonces parte de su homogeneidad debido a las luchas
intestinas por el poder cada vez más despiadadas, y al surgimiento de tiranías
autocráticas. Por si eso fuera poco, esa misma nobleza había visto mermada también
su integridad por la degradación de su superioridad militar a expensas de la falange
hoplítica, a la que tenían acceso sectores de la población más amplios.
En resumidas cuentas, la crisis de la Polis fue por tanto también en gran medida una
crisis de la nobleza, cuya progresiva desintegración y debilitamiento estimularon la
aparición de cambios e iniciativas en la vida política y en el pensamiento, que antes
nadie hubiera creído posibles.
Bajo las condiciones descritas, en el período arcaico no podía existir más que un
planteamiento para el pensamiento político: tomar conciencia del problema de la
hegemonía y de determinados comportamientos de la nobleza, reflexionar acerca de
las causas que los producían y las consecuencias de ellos derivadas y divulgar todo
este conocimiento. Como es natural, al principio, lo que provocaba tales
elucubraciones en ciertas personalidades de la época eran sucesos aislados.
Causa y consecuencia:
1)La producción agraria no era suficiente para atender al aumento demográfico que
había alcanzado la sociedad de entonces: no se habían creado nuevas técnicas
agrícolas que pudieran elevar la productividad. Se imponía buscar nuevas fuentes de
producción.
2) Este problema se complicaba por el mal reparto que ya se había alcanzado en la
propiedad agraria. Los elementos desheredados se ven forzados a dedicarse al
artesanado y al comercio (favorecido por el progreso en las técnicas de construcción
naval; el comercio se ejercía por mar, dadas las malas rutas comerciales terrestres)
Estas transformaciones en la economía van a producir serios desequilibrios en la
organización social. Los elementos oprimidos encontraron nuevas formas de trabajo
en el artesanado y el comercio con lo que se enriquecerán, aunque la tierra siga
siendo la fuente principal de riqueza y esté en poder de los nobles. Muchas son las
formas en que se presentó el poder oligárquico (a partir del s. VII desaparecen los
reyes; en su lugar se creó un magistrado que siempre era un noble), pero dos
aspectos son comunes y constantes: este régimen surgió con la caída de la realeza
a la que sustituyó, y consistió siempre en que los más ricos buscaron los medios para
privar del poder y los privilegios a los menos ricos. Dos nuevos factores complicaron
el problema:
a) La importancia adquirida por los hoplitas, es decir del pueblo, en la defensa de la
ciudad, lo que ya no justificaba tanto el poder absoluto de los nobles. Las mejoras
metalúrgicas para obtener hierro en mayor cantidad y más barato permitieron que
ciudadanos medianamente acomodados pudieran comprarse un equipo de hoplita.
b) La generalización del uso de la escritura, lo que permitió que la ley, hasta ahora no
escrita e interpretada por los nobles a su antojo, pasara a ser grabada para que todo
el pueblo la conociera y la interpretara.
Una última consecuencia de esta crisis será la Colonización. Conviene tener en
cuenta un hecho: además de los problemas de superpoblación relativa de las
ciudades madres, éstas basaban su organización política en el número limitado de
ciudadanos; existían, por tanto, unos topes, pasados los cuales peligraba la existencia
misma de la ciudad-estado. La primera colonización (770-675) se dirigió hacia el
Oeste (Sicilia y Magna Grecia). La segunda (a partir del 675) se extiende hacia el
norte (Tracia, Helesponto, Bósforo) y hacia el sur (Egipto). Las colonias,
principalmente agrícolas, pero en las que el factor comercial era significativo, eran
independientes de sus respectivas metrópolis, con las que no obstante mantenían
relaciones amistosas basadas en el comercio, el culto y las tradiciones comunes. La
colonización ensanchó las fronteras del mundo helénico y dio a los griegos una mayor
conciencia de su pertenencia a una misma comunidad, diferenciada de las demás
culturas con las que entraron en contacto.
Elementos del cambio: económicos
Aunque la tierra fue la fuente de riqueza básica de la Polis, la economía se fortaleció
mediante las relaciones comerciales. El comercio ultramarino proporcionaba a los
griegos las materias primas (metales, grano), fue un comercio, en principio de
importación, pero, posteriormente exigió el incremento de la producción interna para
atender a las necesidades de intercambio. Todo ello propició el desarrollo económico
de algunas Polis (Atenas, Corinto, Megara,Egina, Eritrea, Mileto, etc). Los beneficios
derivados del comercio generaron un nuevo grupo social, cuya riqueza no consistía
ya en poseer tierras. Pero su posición económica no se correspondía con su situación
sociopolítica, dado que la pertenencia a la Polis se cifraba en la posesión de bienes
raíces.
Hacia el s. VII las relaciones de intercambio se efectuaban mediante intercambio,
trueque o compensación. A la estimación de bueyes, caballos o mujeres se añadían
los metales, que se pesaban en lingotes, y luego en talentos o dracmas, cuando no
en hachas, etc.. Pero la idea de una pieza de metal (oro, plata) de peso siempre igual
y sellada para indicar su valor e identificar al poder público que la garantizaba nació
en Lidia en el tercer cuarto de siglo y llegó a Grecia (Egina, luego otras) a finales.
Pero las razones de la aparición de la moneda no pueden estar en las necesidades
mercantiles. Las primeras monedas no circulaban fuera de la Ciudad de origen, sino
que responden a necesidades políticas: soldadas de mercenarios, pago de ofrendas
a la divinidad y a la ciudad, etc.). El desarrollo de los préstamos comerciales librados
a altos intereses provocó que la actividad mercantil se convirtiera en un negocio
lucrativo tanto para los "aristócratas" prestamistas como para artesanos,
comerciantes, que fueron los más beneficiados.
Elementos del cambio: políticos
En una economía en rápida expansión no todos los que comenzaban al mismo nivel
crecen simultáneamente ni en el mismo grado. Algunos mercaderes, algunos basileis
aventajarían a sus iguales o incluso a sus superiores, pero otros se quedarían muy
rezagados. Y es aquí, en esta sacudida, donde hay que buscar el punto de partida de
una revolución política. Un basileus de poca importancia que haya logrado triunfar,
retirará pronto su obediencia a su antiguo superior, si éste ya no puede respaldar su
autoridad con un séquito mayor. Un mercader que sea lo suficientemente rico para
permitirse ciertas comodidades, para comprar a su hijo el equipo militar, entrenarle y
hacer de él un jefe guerrero, comenzará, más pronto o más tarde a preguntarse por
qué no es él basileus. Si bien este proceso requiere tiempo, en el caso de Grecia fue
acelerado por una razón psicológica. La nueva dispersión geográfica del pueblo
griego requería de por sí una mayor independencia individual. El hombre que bota un
barco al agua y navega ya no está vinculado al hombre que antes dirigía su vida.
Ahora tiene que decidir por sí mismo si navegar a Oriente o a Occidente, qué comprar,
cuánto pagar, etc. La individualidad es mayor en el caso de un colono (que carece de
veneración innata alguna hacia su nuevo amo) o en el de un mercenario (que ha de
aprender a recibir órdenes de cualquier general que esté por encima de él, y no ya
del jefe de su fratría. Pero más incluso: muchos entraron en contacto con nuevos
mundos deslumbrantes que necesariamente tendrían que fascinarles. Gracias a estos
contactos muchos se darían cuenta por primera vez de que la suya era una sociedad
más entre las muchas posibles. En resumen: la separación de muchos griegos de sus
amos aristócratas y las perturbaciones económicas producidas por ello debilitarían
los lazos entre el gobernante y el gobernado e incluso causarían tensiones entre los
propios gobernantes. El conocimiento del mundo exterior introduciría alguna
flexibilidad en la forma en que los griegos concebían estos lazos y les permitiría verlos
con cierta perspectiva y juzgarlos como no habrían podido hacerlo antes.
Aristóteles sostenía que cada forma de gobierno se corresponde con una determinada
organización militar, por lo que el paso de un régimen a otro en la evolución de la
Polis conlleva también una reforma de la estructura del ejército existente. Se acepte
o no dicha hipótesis, es significativo que el "declive" de las aristocracias coincida con
la difusión del sistema de defensa hoplítico. Puede, pues, admitirse que las
transformaciones militares desempeñaron un papel decisivo en las conquistas
políticas del demos, ya que es cierto que no puede imponerse la defensa de la ciudad
a quien no está preocupado por ella. Hasta el momento, un ejército griego era una
chusma bastante lamentable. En vanguardia, una élite aristocrática que
probablemente empleaba el caballo (para ir al campo de batalla, pero, y más
importante, para retirarse), pero que combatía a pie con lanza arrojadiza y con espada
protegidos sobre todo por un gran escudo colgado al cuello que se asía con una mano
por el centro y que permitía cubrir la espalda, dándole la vuelta, en la retirada. El resto
del ejército se equipaba con lo que tuviera a mano y avanzaba detrás de los expertos
para lanzar gritos y piedras. Es probable pensar que dicho hombre común, conforme
mejora su situación económica y en general las condiciones comerciales
(abaratamiento de metales), se procuraría un equipo mejor. Pero, en algún momento,
en alguna parte, alguien debió decidir utilizar a estos guerrilleros mejor pertrechados
como grupo coordinado, como falange de infantería pesada (hoplita = "hombre
armado"; hopla = "armas") que, debidamente equipados y entrenados, podían por su
mero peso abrirse camino a través de cualquier número de expertos que se le
opusiera. Los cambios estratégicos serían los siguientes: en vez de arma arrojadiza,
el hoplita llevaba arma de acometida que perdía gran parte de su efecto si no estaba
flanqueada a ambos lados por otras semejantes. A su vez, el escudo era circular y
más pequeño, no sujetado con una mano sino atado fuertemente a todo el antebrazo
(ya no se podía echar a la espalda y utilizar para cubrir la retirada); por delante cubre
a parte izquierda del cuerpo y la derecha del compañero. Esta formación compacta
impedía la retirada individual sin que peligrara la vida de toda la formación, lo que
generó una conciencia de protección mutua y mayor unidad en la defensa, pero que
también exigía un entrenamiento colectivo regular y la necesaria cohesión en la
acción (y, por qué no decirlo, en el valor). De ahí, la desaparición de los profesionales
de la guerra y una igualdad absoluta entre combatientes: se terminaron los
campeones. La nueva táctica tuvo que difundirse con rapidez tanto dentro de un
estado como entre sus víctimas potenciales al otro lado de la frontera, sin otro límite
que los recursos de los ciudadanos, quienes siempre en toda la historia griega
tuvieron que costearse sus propios equipos. Desde el punto de vista político, la
eficacia de la formación hoplítica contribuyó a borrar las diferencias tradicionales entre
las acciones de la "caballería" y las operaciones de la "infantería", subsidiaria de ésta.
Los hoplitas adquirieron así conciencia de igualdad y reclamaron a los gobiernos
aristocráticos su integración, con lo que la diferencia entre agathoi y kakoi tendió a
desaparecer. Fue preciso la reforma de las constituciones aristocráticas basadas en
la riqueza y la honra (timé). Desapareció así la contradicción que suponía el
reconocimiento del valor personal en defensa del Estado y la falta de derechos o
privilegios políticos.
De una manera muy general puede considerarse este proceso como una continuación
del movimiento que llevó a los pobladores griegos a través del Egeo a fundar las
ciudades griegas de Asia Menor desde el s. IX y, en definitiva, la culminación del
proceso migratorio. Pero el impulso principal en el s. VIII parece haber sido la
reducción de la tierra en Grecia (stenochoría = "ansia de tierra"). El origen de esta
crisis se puede vincular al desigual desarrollo de las poleis y regiones; aquellas que
como el Ática y Beocia contaban con amplias superficies cultivables no participaron,
en una primera fase, al menos tan intensamente, mientras que otras, especialmente
las islas y las poleis costeras de Jonia (no podían expandirse hacia el interior de Asia
Menor, por la existencia de grandes imperios allí) y del istmo de Corinto sí lo hicieron.
Pero la stenochoría se entiende mejor, además del aumento demográfico, si el
fenómeno se hace depender de la concentración de la propiedad en manos de las
familias aristocráticas, lo que originaría el empobrecimiento del pequeño
campesinado (Hesiodo). Por ello en las nuevas fundaciones coloniales el reparto de
lotes de tierras fue un procedimiento usual, lo cual no debe entenderse sólo como una
consecuencia de que los colonos fueran pobres campesinos arruinados, sino porque,
en la concepción de la polis de la época, la propiedad de la tierra era una condición
para acceder a la ciudadanía. Además, no todas las colonias pueden considerarse
asentamientos agrícolas, sino que muchas fueron meros emporia comerciales,
incluso dirigidos por miembros de la aristocracia. La difusión del hierro y sobre todo
de la panoplia hoplítica desde el s. IX incrementó a demanda de este metal y, más
tarde, de cobre y plata para la acuñación de monedas. La escasez de metales que
demandaba el desarrollo económico de la polis fue también una de las causas.
Finalmente hay una explicación más y ésta es de tipo político: hemos de tener en
cuenta que toda colonización es consecuencia de una decisión política o al menos
del grupo dirigente en la polis, que vio en las fundaciones una solución eventual a sus
problemas internos (rivalidad de las familias aristocráticas, que podían desembocar
en crímenes que provocase forzosamente la marcha del ejecutor). La fundación de
Tarento (S. de Italia) por los partenios (literalmente, hijo de una virgen o mujer soltera)
que resultaron indeseables al resto de espartiatas, o la de Siracusa (en Sicilia) por
Arquías, de la familia de los Baquíadas que gobernaban Corinto, condenado por
asesinato, son ejemplos de ello. ¿Cuántos hijos de familia, demasiado impacientes,
cuántos segundones destinados a posiciones mediocres en el ámbito familiar
eligieron la aventura? Además, puesto que estas ciudades nuevas reproducían, en su
mayoría, el esquema institucional de las de origen (habiendo procedido a un reparto
igualitario de un suelo casi siempre más fértil que el de sus padres) es natural admitir
que iban en busca de un mundo mejor, una utopía: disponer de un suelo nuevo, crear
una ciudad sin pasado, en la que todos tuviesen su oportunidad, tierras y derecho de
ciudadanía, constituían una fuerte llamada para muchos descontentos.
Sean cuales fueran las causas, el esquema fundacional suele ser el mismo: Un grupo
de hombres parte (embarcado), dirigido por un oikistés ( = "fundador de un nuevo
oikos), jefe de la expedición, previa consulta al oráculo de Delfos (del dios Apolo se
solicitaba la necesaria sanción religiosa y es posible que la fama internacional del
santuario hiciese de éste un lugar de encuentro donde convergiesen y se
intercambiasen las informaciones aportadas por los viajeros). Una vez alcanzado el
punto de arribada previsto, sus habitantes anteriores habrán de abandonarlo, de
grado o por fuerza. El oikistés, que ha levado consigo la llama del lar de la ciudad-
madre (metrópolis), transfería este culto y consagraba esta ciudad a esa divinidad y
controla el reparto de suelo, previendo reservas comunales y para ocasionales
colonos suplementarios. Cuando concluye su misión se queda o se marcha para
dirigir una nueva expedición. La nueva ciudad, que podrá en el futuro ser más
poderosa que su metrópolis, mantiene relaciones con ella, aunque entre ambas no
hay dependencia alguna ni control, sino libre juego de influencias recíprocas en el que
es excepcional el intento de utilización de las colonias con propósitos imperialistas.
Siempre habrá vínculos con la Grecia continental e, incluso, una colonia mandará
nuevas expediciones, convirtiéndose ella en metrópolis de una nueva colonia.
Los bárbaros y la idea de barbarie en Grecia, fue muy básica y no hay mucho que se
pueda decir de ella, ya que para los griegos los bárbaros eran personas salvajes, cuyo
lenguaje no terminaban de comprender y les sonaba a una onomatopeya “bar bar”
por eso, los llamaron barbaroi, o bárbaros. Eran pueblos que, por su lenguaje, eran
excluidos por los griegos, ya que para ellos la lengua era lo que hacía la unión entre
las ciudades-Estado. Habitaban en las montañas y carecían de tierras para cultivar,
por eso recurrían a los saqueos en invasiones, si bien la historia los muestra como
salvajes, eran personas, un pueblo desesperado por subsisitir, el desprecio y el odio
que tenían los griegos para con ellos hizo que, de alguna manera, fomentara el
desastre. Eran diversos pueblos unidos que convivían en los márgenes de la
civilización grecolatina, despreciados y echados a un lado. Los griegos usaban
bárbaro simplemente para designar a los extranjeros; más tarde, el vocablo tuvo una
connotación peyorativa y estereotípica: el bárbaro era como un niño o un salvaje que
no podía hablar ni razonar debidamente, cobarde, cruel, inculto, tosco, brutal e
incapaz de controlar sus apetitos y pasiones. Para dar un ejemplo de esta idea, basta
citar a Plinio «El Viejo», quien, en su Historia natural, afirma que los habitantes de
algunas islas del Mediterráneo y de las zonas más remotas de África «se comunican
sólo por silbidos […], carecen de cabeza y tienen los ojos y la boca en el pecho…».
En nuestra habla, bárbaro es lo opuesto a la civilización —como el «barbarazo» de la
canción, que no sólo gozó de los favores de la mujer de su amigo en su propia cama,
sino que encima usó su rastrillo y su desodorante, dañó la radio y el televisor, y acabó
¡hasta con el queso!
¿Quiénes eran los bárbaros? La mayor parte de los pueblos así llamados eran de
origen germano o escandinavo; entre ellos se encontraban los godos, que se dividían
en ostrogodos —o «godos del este»—, cuyo dominio se extendía del Mar Negro al
Báltico, y visigodos —«pueblo valiente»—, que emigraron de sus terruños en el centro
de Europa Oriental al sur del Danubio, se adentraron en los Balcanes, penetraron en
Italia y se asentaron en el sur de la Galia y en Hispania; los burgundios, establecidos
en las fronteras del Imperio Romano, cuya influencia abarcaba desde la orilla
occidental del Rhin hasta los valles del Ródano y el Saona; los francos, procedentes
del norte del río Rhin, que invadieron las tierras romanas de la Galia, y los vándalos,
alanos y suevos, que ocupaban el territorio comprendido entre los ríos Danubio, Rhin
y Elba, en el centro de Europa, y que, asolados por las invasiones hunas,
abandonaron sus territorios y se desplazaron hacia el sur.
Otros bárbaros fueron los anglos y sajones, pueblos germánicos originarios del
territorio que sería conocido como Schleswig, en Alemania, y de la costa de Frisia y
Jutlandia, que invadieron y colonizaron Inglaterra, y los hunos —procedentes de las
estepas al norte del Mar Negro y conocidos por su ferocidad en el combate—, quienes
dominaron el sudeste y centro de Europa, y empujaron a los pueblos germanos hacia
el interior del Imperio Romano, lo que precipitó las grandes invasiones bárbaras del
siglo V.
Antes de que ocurrieran las grandes invasiones del siglo V, Roma ya había entrado
en contacto con estos pueblos. Las primeras incursiones tuvieron lugar en el reinado
de Marco Aurelio; a mediados del siglo III, se produjeron nuevas invasiones,
favorecidas por la anarquía militar, pero el aplastante poderío del Bajo Imperio
permitió contener por unos años las invasiones; simultáneamente, muchos pueblos
bárbaros fueron asimilados por el Imperio en calidad de «federados» —o foederati.
Hacia finales del siglo IV, se produjo una nueva oleada de invasiones de pueblos
desplazados por los belicosos hunos, que habían atravesado la llanura rusa y
destrozado el imperio alano, forzando a los ostrogodos a disgregarse; además, en su
avance amenazaron a los visigodos, quienes se refugiaron en el interior del Imperio
Romano, atravesando el Danubio con la venia del emperador Valente, pero en
seguida rompieron con él y lo derrotaron en Adrianópolis, lo que marcó el inicio del
desmoronamiento del Imperio.
Aunque Teodosio logró alinear a los visigodos como foederati, a su muerte éstos
reanudaron sus incursiones bajo el mando de Alarico: devastaron Grecia, se dirigieron
a Italia y sitiaron y asaltaron Roma en el 410. Por esos mismos años, vándalos,
suevos y alanos atravesaron el Rhin, devastaron las Galias y llegaron a Hispania,
donde permanecieron hasta la llegada de los visigodos, en el año 415.
En 429, los vándalos ocuparon el norte de África, los francos se aliaron con los
romanos y los burgundios se establecieron en Sabodia. La caravana de terror de los
hunos, encabezada por Atila, «el azote de Dios», reanudó su avance, dirigiéndose
primero hacia el Imperio Romano de Oriente, que se les hizo tributario, pero la
irregularidad de los pagos dio a Atila el pretexto para atacar a los bizantinos y devastar
los Balcanes; hacia 450, los hunos se encaminaron al Imperio de Occidente y llegaron
hasta las Galias, pero fueron vencidos en los Campos Catalúnicos por una alianza de
romanos y visigodos. En 476, fue derrocado el último emperador romano, Rómulo
Augusto, por Odoacro, el cacique de la tribu germánica de los hérulos, y con ello
desapareció todo vestigio de autoridad imperial.
En conclusión, las polis griegas tuvieron, como todo en su principio un auge, algo
hermoso y bello que parecía ir bien, aparentaba durar. Sus ideas y principios de
organización han perdurado hasta el día de hoy y ha servido para construir ideales en
la actualidad, siendo estudiada por pensadores modernos y en comparación continua
con los bárbaros, ese pueblo desastroso y considerados moralmente incorrectos.
Estos estudios, recorridos históricos, nos sirven para dar un vistazo al pasado de
manera ordenada y tratando de comprender en qué fallaron, por qué y también para
descifrar sus avances como algo enigmático y que, con cada reflexión nueva, se va
abriendo otro debate acerca de la historia. Podemos ver, también, el desprecio hacia
las personas (pueblos bárbaros) en base a lo que ellos creían necesario para
constituir una unión, pero también derribando ciertas barreras sociales, aunque no en
su totalidad puesto que la mujer, era solo un objeto y no vista ni considerada siquiera
como un ser de derechos, dejando ver en claro cuestiones que hoy día, ya no son
toleradas y podemos observar, como hemos avanzado.
Bibliografía
“Historia, desde los orígenes de la humanidad hasta el siglo XVI” Ed. Seire conectado.
“Los orígenes del pensamiento griego” (capítulo IV “el universo espiritual de la “polis””)

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