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(del griego daé•mon o daimoŒnion). Seres espirituales hostiles a Dios y a los hombres. En el
pensamiento griego popular se designaba así a los espíritus malos, y en particular a los de los
muertos que ejercían su maleficio como fantasmas.
La mención de los espíritus de los muertos, llamados elohim en 1 S 28.13 e Is 8.19, a los cuales
se consultaba por los médiums ([Ver=] Hechicería), revela que muchas de los conceptos que
encontramos en Grecia acerca de los demonios, aparecieron esporádicamente en Israel. La
prohibición del espiritismo (Nm 23.23; Dt 18.10; 1 S 15.23) explica que la demonología haya
ocupado un lugar tan marginal en el Antiguo Testamento. Más bien muchas actividades
destructoras, que las naciones vecinas imputaban a los demonios, se atribuyen a Jehová (1 S
16.14b; 2 S 24.16).
Muchos eran los efectos de la posesión demoníaca: la mudez (Mt 9.32s), la epilepsia (Mc
9.17s), hábitos antisociales (Mc 5.1-5) e intentos suicidas (Mt 17.15). Sin embargo, no toda
enfermedad se atribuía a la posesión. Mateo 4.24 distingue bien entre las causas naturales y
sobrenaturales al afirmar que Jesús sanó a "los que tenían dolencias, los afligidos por diversas
enfermedades y tormentos, los endemoniados, lunáticos y paralíticos".
Como habitantes del mundo espiritual, los demonios sabían quién era Jesús aunque Él callaba
este tipo de testimonio (Mc 3.11s). Reconocían también que su fin en el [Ver=] ABISMO será
para destrucción eterna (Mt 8.29; Lc 8.31; cf. Stg 2.19).
Después de los Evangelios canónicos, disminuye la preocupación por los demonios. Hechos
19.13-16 ([Ver=] ESCEVA) es una anécdota singular acerca del judaísmo contemporáneo.
Escribiendo a mediados del siglo II, el autor desconocido de la conclusión del Evangelio de
Marcos (16.9-20) se refiere al exorcismo, puesto que este pasaje se basa en una tradición
confiable, es probable que Jesús haya hecho una promesa tal. Según 1 Ti 4.1 los demonios
atentan contra la sana doctrina. En 1 Co 10.20s, Pablo equipara el culto a los ídolos con el
tributo a los mismos demonios en su esencia (cf. Ap 9.20).
Bibliografía: