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Pero para contextualizar un poco debemos tener claro cual es la diferencia entre el pecado
mortal y el pecado venial: el pecado mortal (muerte espiritual del alma) es aquel que
cometemos con pleno conocimiento y deliberado consentimiento de la Ley de Dios. El
pacado venial es un pecado leve, aquellos que cometemos sin tener una plena intención ni
un plenos conocimiento de nuestros actos. Hay es cuando podemos hacer referencia a la
culpa y al dolo: La culpa se supone a una acción delictiva que se comete sin intencionalidad
y el dolo supone actuar de una manera deliberada e intencionada para cometer un delito.
Cuando miramos estos conceptos a la luz de la vida de Manjarres (como espejo mismo de
Fernando Gonzales Ochoa) encontramos en el esa necesidad de ser comprendido, y der ser
aceptado por una sociedad que no lo determina y por el contrario lo rechaza. En el podemos
encontrar esa sentimiento de culpa, pues es juzgado por criterios que ni el mismo
comprende, es decir, no sabe como defenderse ante una sociedad que lo rechaza por ser
como es, pero el no puede juzgarse a sí mismo, si no que tiene que verse a la luz de otro
para así poder interpretar que es aquello que lo hace ser ese gran hombre incomprendido,
hay es cuando miramos que los seres humanos somos expertos en siempre arrojar la culpa a
nuestros semejantes pero somos tan duros para aceptar y reflexionar a partir de nuestras
propias culpas.
Al observar a esa faceta que Manjarres personifica y lo nombra como Jacinto, esa
personalidad que nace a partir de la necesidad de ser aceptado, eso que le permitirá
rehacerse, ser amado y honrado, “el triunfante” podemos observar la analogía entre el león
como el (yo quiero) y el dragón como el (tu debes) teniendo en cuenta que el mecanismo
fue el siguiente: La inteligencia, el que daba las ordenes, el que dirigía era Manjarres, y el
ejecutor era Jacinto, así podemos entender que Jacinto fue el león y Manjarres fue el
dragón.
Para profundizar un poco en esta analogía tenemos que tener en cuenta que la pelea entre el
león y el dragón surge por la necesidad de entender esa reflexión a partir de mi propio
concepto, mis propias ideas, mi propia concepción del mundo (el león como mi punto
crítico) y el dragón que es aquello que a mi me imponen, ese dogma aceptado por la
sociedad y que es el camino a seguir pues si no lo haces y si no lo aceptas serás tenido
como por un incomprendido más.
Y esta fue una lucha contante entre Manjarres y la necesidad de ser aceptado. Pero me
surgen algunos interrogantes como, por ejemplo: ¿Hasta qué punto podemos refugiarnos en
nosotros mismos a partir de diferentes facetas en busca de crear una nueva identidad? y
¿aceptar nuestra propia culpa es el camino para dejar de ser incomprendidos? Sin duda
alguna es difícil dar alguna respuesta clara a estos interrogantes pues entonces se puede
objetar ¿el tener una concepción diferente del mundo nos hace entonces inmediatamente
incomprendidos y la única salida es aceptar el dogma impuesto? Estos interrogantes son
aquellos que nos pueden llevar a indagar un poco sobre la cantidad de sentimientos que
abordaban a Manjarres e incluso al mismo Fernando al momento de tener que entrar en esa
metamorfosis y aceptar esas culpas para poder así reflexionar sobre si mismo y encontrar la
paz.
No hay duda, que es un libro que nos sirven a la vez como un espejo para vernos a la luz
del testimonio de un hombre que necesitaba sentirse a paz consigo mismo, y que tuvo que
morir y sentir el dolor del proceso, pero por eso es un libro tan profundo, porque nos lleva a
cuestionarnos sobre la realidad en que vivimos, y sobre como esa batalla entre el león y el
dragón se vive en la mente de muchos, todos los días, cada día.