Sei sulla pagina 1di 401

Delincuencia, finanzas

Este libro colectivo ofrece un análisis interdisciplinario de los

Armando Fernández Steinko [ed.]


Delincuencia, finanzas y globalización
principales fenómenos delictivos en la llamada era de la globa-
lización y de su relación con los cambios sociales, financieros y

y globalización
legislativos de las últimas décadas. A diferencia del grueso de
los títulos sobre estos temas, la mayoría de los artículos se basan
en estudios teóricos y análisis empíricos realizados en el ámbito
académico y no en informes periodísticos o policiales. Se pone
el énfasis en las políticas de seguridad, el crimen organizado, el
blanqueo de capitales, la administración desleal y en una serie de
Edición a cargo de
comportamientos financieros irregulares que están en la base de Armando Fernández Steinko
la actual crisis financiera, y que están protagonizando numerosos
debates jurídicos en los últimos meses. Los autores son especia-
listas de talla nacional e internacional, así como profesionales
con un conocimiento directo del delito. Las aportaciones son
inéditas, e incluyen dos traducciones de sendos artículos de gran
impacto internacional.
El manuscrito va precedido por un prólogo de Ramón Saez
(«Comprender las estrategias que invisibilizan el (auténtico)
crimen organizado»), Magistrado de la Audiencia Nacional. La
«presentación» de Armando Fernández Steinko ofrece una visión
panorámica de los principales fenómenos delictivos y propone
algunas explicaciones al fenómeno de la eclosión del delito en
el mundo. El artículo de Laura Böhm analiza las políticas de
seguridad relacionándolas con el modo de gestión social y eco-
nómica llamado «neoliberalismo». Letizia Paoli hace un análisis
35 35
teórico de fondo de fenómeno delictivo del crimen organizado
basándose en los trabajos empíricos más importantes de las úl-
timas décadas. Fernando Moreno de Mesa hace una propuesta
metodológica para objetivar el análisis de los riesgos y peligros
que emanan del crimen organizado. Juan Díaz Nicolás analiza la
percepción de la corrupción por parte de la población española.
Araceli Manjón-Cabeza comenta la nueva legislación anti-blan-
queo en España y Bern Schünemann explora la posibilidad de
criminalizar las conductas que condujeron a la crisis financiera
de 2008 tras un minuciosa reconstrucción de los hechos que la
provocaron. El libro concluye con una extensa bibliografía es-
pecializada citada en los artículos que la preceden.
Delincuencia, finanzas
y globalización

Edición a cargo de
Armando Fernández Steinko

CIS
Centro de Investigaciones Sociológicas
Consejo Editorial de la colección Academia

Director
Félix Requena Santos, Presidente del CIS

Consejeros
Luis Enrique Alonso Benito, Universidad Autónoma de Madrid
Josetxo Beriain Razquin, Universidad Pública de Navarra
Joan Botella Corral, Universidad Autónoma de Barcelona
Lorenzo Cachón Rodríguez, Universidad Complutense de Madrid
M.ª Ángeles Durán Heras, Consejo Superior de Investigaciones Científicas
Manuel García Ferrando, Universidad de Valencia
Margarita Gómez Reino, Universidad Nacional de Educación a Distancia
Juan Jesús González Rodríguez, Universidad Nacional de Educación a Distancia
Gonzalo Herranz de Rafael, Universidad de Almería
Julio Iglesias de Ussel, Universidad Complutense de Madrid
Emilio Lamo de Espinosa, Universidad Complutense de Madrid
Ramón Máiz Suárez, Universidad de Santiago de Compostela
José Enrique Rodríguez Ibáñez, Universidad Complutense de Madrid
Olga Salido Cortés, Universidad Complutense de Madrid

Secretaria
M.ª Paz Cristina Rodríguez Vela, Directora del Departamento de Publicaciones y Fomento de
la Investigación. CIS

Las normas editoriales y las instrucciones para los autores pueden consultarse en:
www.cis.es/publicaciones/AC/

Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por
cualquier procedimiento (ya sea gráfico, electrónico, óptico, químico, mecánico, fotocopia,
etc.) y el almacenamiento o transmisión de sus contenidos en soportes magnéticos, sonoros,
visuales o de cualquier otro tipo sin permiso expreso del editor.

Colección ACADEMIA, 35

Catálogo de Publicaciones de la Administración General del Estado


http://publicacionesoficiales.boe.es

Primera edición, noviembre 2013


© Centro de Investigaciones Sociológicas
Montalbán, 8. 28014 Madrid
www.cis.es
©  Los autores
derechos reservados conforme a la ley
Impreso y hecho en España
Printed and made in Spain
NIPO: 004-13-016-9
ISBN: 978-84-7476-627-1
Depósito legal: M. 30117-2013

Esta publicación cumple los criterios medioambientales de contratación pública.


Xxxxxxxxxxxxx xxxxxxxxxx xxxxxxxxxxxxxx xxxxxxxx xxxxxxxxx
xxxxxxxx xxxxxxx xxxxxxxx xxxxxxxxxx xxxxxxxxxx xxxxxxxxxx
xxxxxxxx xxxxxxxxx xxxxxxxx xxxxxxxx xxxxxxxx xxxxxxxxxx
xxxxx xx xxxxxxx xxxxxxx xxxxxxx xxxxxxx xxxxx xxxxxx
xxxxxxx xxxxxxx xxxxx xxxxxxxxx

Xxxxx Xxxxxx
Xxxxxxx xxxxxxx xxxxxx
Índice

Prólogo .................................................................................................................. 9

I. 
una visión de conjunto

1.  Delito y criminalización en una sociedad global. Armando


Fernández Steinko ..................................................................................... 17
Bibliografía de la primera parte ..................................................... 00

II. 
Sociología y economía política de la delincuen-
cia contemporánea

2.  Las paradojas del crimen organizado. Letizia Paoli ..................... 133
3.  Peligrosidad y daño directo del crimen organizado. Fernan-
do Moreno ................................................................................................. 175
4.  Actitudes hacia la corrupción. Juan Díez Nicolás ....................... 211
5.  Blanqueo, narcotráfico y desregulación financiera. Arman-
do Fernández Steinko ............................................................................... 247
Bibliografía de la segunda parte ..................................................... 291

III. 
Seguridad, delitos económicos y blanqueo de
capitales: aspectos teóricos y normativos

6.  Políticas de seguridad y neoliberalismo. María Laura Böhm .... 307


7.  La llamada crisis financiera: ¿fracaso del sistema o crimen
organizado global? Bernd Schünemann ........................................... 335
8.  Prevención y sanción del blanqueo de capitales. Araceli Man-
jón-Cabeza Olmeda .................................................................................. 371
Bibliografía de la tercera parte ..................................................... 387

7
Prólogo: comprender las estrategias que
invisibilizan el (auténtico) crimen organizado

La crisis financiera está arrasando con todas nuestras certezas, incluidas


las metáforas y ficciones que daban vida a lo instituido colectivamente. La
ausencia de la política y el triunfo del mercado han convertido en ilusión el
mecanismo de la representación que sustentaba la democracia de partido.
Nuestros gobiernos y parlamentos no nos representan, se grita en las plazas
de las grandes ciudades del Norte; no representan a sus sociedades porque
sirven a los intereses del soberano privado. El imperio de la ley, la subordi-
nación de los poderes al derecho o la leyenda de que la ley es igual para to-
dos, alimento de la modernidad y relato legitimador del Estado democrático
de derecho, han perdido su sentido original. Porque ya no exige esfuerzo ar-
gumental la demostración de que las cosas no son así; los ricos y poderosos
operan al margen de cualquier regla, someten a los gobiernos nacionales y
a las instituciones regionales, expropian a los pueblos que habían alcanzado
un cierto grado de prosperidad en los derechos sociales, económicos y cul-
turales, privatizan los servicios públicos haciendo mercancía de todo objeto,
aunque esté relacionado con la salud, la educación, las prestaciones básicas o
el agua. Los gobiernos son incapaces de guardar las formas. La legitimidad
se desvanece al tiempo que la mitología pierde su capacidad explicativa.
En el campo de la criminología y las políticas penales la crisis ha desvelado
que el sistema financiero —el lugar privilegiado de la libre competencia— se
desenvuelve como un espacio de ilícitos masivos y groseros, estafas millona-
rias, apropiaciones indebidas, delitos societarios, corrupción y defraudaciones
fiscales sistemáticas, ejecutados por agentes inversores, administradores de
las entidades bancarias, directivos de las sociedades de calificación y otros
actores privados, que operan en la más absoluta impunidad. Una pesadilla
que arrastra a los gobiernos nacionales, que se ven obligados a asumir como
deuda de las sociedades el importe de la gran defraudación, algo consustan-
cial con la idea hegemónica de que no se deben dejar caer las instituciones
financieras. Si se calculan las consecuencias en daños humanos de las de-
cisiones de recorte de derechos y prestaciones —desempleo, reducción de
salarios, deterioro del sistema de protección, exclusión social, expectativa de
vida— el resultado no resistiría la comparación con la intriga más horrible
sobre asesinos en serie.
El libro que dirige el profesor Fernández Steinko tiene la virtud de aler-
tarnos sobre la magnitud del crimen organizado global, permitiendo identi-

9
Prólogo

ficar conductas y protagonistas más allá de las estrategias de diversión que el


sistema utiliza para encubrir el problema. Una de dichas estrategias exitosas
—todos los profesionales y analistas las han aceptado acríticamente— ha
sido la del crimen organizado; una categoría elaborada, como se explica en
estos textos, para señalar en la dirección equivocada hacia los cárteles de las
drogas, el mundo del hampa y las empresas criminales, sacando de cuadro
las conductas ilegales de las grandes empresas multinacionales, de las entida-
des financieras y comerciales.
En los últimos tiempos los gobiernos de los Estados nación han teni-
do que afrontar problemas creados globalmente —la deslocalización de las
empresas, la gran movilidad y el volumen de capital financiero, la migración
clandestina o el tráfico de drogas— con instrumentos y desde perspectivas
locales, lo que resulta imposible. La economía se liberó de la política y de los
controles de lo público, el mercado mundial desregulado funciona al margen
de cualquier norma, el resultado es la ausencia de ley en el espacio internacio-
nal. El flujo de capitales por los circuitos del sistema impide conocer el color
del dinero: hoy no es posible separar el dinero que tiene origen en actividades
lícitas de los que surgen del fraude y el crimen, entre ellos no solo las rentas
que producen los mercados clandestinos de drogas, armas y trata de personas,
sino también los que proceden de delitos fiscales y de la corrupción pública.
Los gobiernos son incapaces de actuar ante las decisiones de las entida-
des transnacionales, solo pueden llevar a cabo políticas de flexibilidad, es de-
cir, de desregulación; por ejemplo, bajar el impuesto de sociedades, abaratar
el despido y degradar los derechos de los trabajadores y consumidores. Es
así como el Estado nación sigue siendo central —se encuentra en la encru-
cijada de los embates de los poderes privados— incluso para que acometa
su propia contracción o debilitamiento, algo necesario para el desarrollo de
los procesos de descentralización y recentralización que conocemos como
globalización. Pues bien, como el malestar y la inseguridad que sienten las
ciudadanías no pueden ser gestionados desde los gobiernos, como explica
Zygmunt Bauman, se ha venido reorientando el miedo, una imprescindi-
ble fuente de legitimación del Estado y del poder, hacia objetos manejables
como el inmigrante ilegal. De esa manera se identifica un enemigo apropia-
do, el otro o los otros, los extraños, y se apunta hacia individuos peligrosos,
en una criminología de la que se da cuenta en los textos que siguen.
Ahora, el miedo ha embargado a nuestras ciudadanías, sin que resulte
fácil levantar un pronóstico de cómo reaccionarán ante la gran expropiación
de bienes públicos a la que asistimos, que afectará irremediablemente a sus
propias vidas y expectativas. Las políticas penales son funcionales al encu-
brimiento de esta realidad, la macrocriminalidad de los poderosos, para ello
se ha impuesto una visión interesada del delito —orientada exclusivamente
hacia los desórdenes de los subalternos y oprimidos— que parece adecuarse
con la creciente intolerancia de nuestras sociedades.
Ciertamente la crisis tiene la virtualidad de poner en evidencia los límites
de las categorías que hemos venido consumiendo para describir falsamente

10
Prólogo

el mundo. Este libro nos demuestra que las cuestiones relacionadas con la
criminalidad deben abordarse desde puntos de vista diversos, interactuando
con métodos y técnicas distintas de investigación y análisis. El conocimien-
to no puede elaborarse de manera compartimentada, las disciplinas estan-
cas no permiten siquiera contar la realidad. Nuestros juristas no conocen el
impacto de las decisiones legislativas o jurisdiccionales, porque prescinden
de los estudios empíricos. Nuestros sociólogos, hablo desde España, solo
de manera marginal observan la evolución de las conductas desviadas y su
construcción jurídica como recurso para comprender la gran transformación
que estamos viviendo.
La ausencia de persecución penal de las conductas asociadas a la crisis
financiera es fruto, en parte, de esa incapacidad teórica. La emergencia del
crimen organizado y del blanqueo de capitales (vinculados en el imaginario
dominante al dinero procedente de la droga) desvían la atención de las so-
ciedades de la realidad de un sistema económico financiarizado y deshuma-
nizado, que permite la circulación de masas ingentes de capital sin control
alguno y su acumulación en pocas manos al precio del sufrimiento infligido
a sectores inmensos de la población mundial. Este es el tema de fondo de
este libro en sus mejores aportaciones.
Hay un dato central en el análisis de Fernández Steinko que no debemos
olvidar: la persecución de los capitales procedentes del negocio de las drogas
deja al margen de la criminalización y de la posibilidad de control a una
buena parte de los fondos delictivos —generados en la economía, formal e
informal, y que son resultado de la defraudación a las haciendas naciona-
les—, dinero que se invierte en productos financieros especulativos, lo que
constituye una de las fuentes prioritarias de la desestabilización de nuestras
economías.
Delincuencia, finanzas y globalización informa del estado de la cuestión
criminológica haciendo un repaso histórico, mediante una aproximación
crítica a la teoría y a la investigación empírica. Paoli logra deconstruir el
concepto de delito y desmontar la imagen de la empresa ilegal, hipótesis que
no tiene un soporte empírico, aunque si réditos político-criminales (invisibi-
lizar los ilícitos de los poderosos). Hemos de saber que bajo esta cobertura
funcionan mercados clandestinos de bienes y servicios prohibidos —drogas,
prostitución, armas, entrada ilegal en los Estados amurallados— destinados
a consumidores defectuosos que le son proveídos por redes pobres.
Las «cuentas del crimen» fue la primera estadística moral de la moderni-
dad; la información que recopilan las agencias del sistema penal, esencialmente
las policías, son imprescindibles para seguir la evolución de la criminalidad.
Sin embargo, como recuerda Fernández Steinko, ha de ponerse en cuestión
el rigor de los datos «objetivos» sobre el delito, con frecuencia empleados
con fines ideológicos. Las cifras son un instrumento al servicio de estrate-
gias políticas. El impacto de la globalización en esa realidad construida que
conocemos como el delito ha de mensurarse atendiendo a varios factores: la
homogeneización de las sociedades bajo los patrones consumistas, la libera-

11
Prólogo

lización financiera y del comercio internacional, la privatización de recursos


y servicios públicos —la secuencia de privatizaciones en México, uno de los
países con mas pobreza relativa, produjo varios multimillonarios de nombre
reconocido en el planeta—, acompañado de la destrucción de las institucio-
nes estatales compensatorias, resultado de las políticas de ajuste, lo que ha
desbordado los marcos establecidos de la criminalidad tradicional. Es cierto
que no se puede abarcar la nueva criminalidad relacionada con las finanzas y
la economía sin indagar en las transformaciones del Estado. Böhm tematiza,
desde la agenda de la criminología crítica, dichos cambios, que nos están lle-
vando a una forma de estado penal y securitario, reforzado y recentralizado
para dichas funciones, al tiempo que se desmantela el estado social mediante
las políticas neoliberales de ajuste.
La conclusión es que el intento de deslindar la empresa legal de la ilegal
es una operación ideológica en la que no debemos perder el tiempo; por el
contrario, hay que atender a la corrupción vinculada a la privatización y al
negocio de las grandes plazas financieras internacionales ubicadas fuera de
la jurisdicción: Londres, Ámsterdam o Nueva York, que son los auténticos
paraísos fiscales. La capacidad desmitificadora de este libro es ejemplar para
deshacernos de prejuicios y categorías falsas que impiden ver el bosque.
Para los juristas el artículo del profesor Schünemann, una autoridad del
derecho penal y procesal penal, puede tener una importancia inusitada. Por-
que define con precisión la etiología del problema generado por la crisis de
las instituciones financieras, que considera un fenómeno característico de cri-
men organizado global, así como sus perfiles desde el punto de vista de la ley
penal. El mercado de las hipotecas basura permitió el surgimiento de los pro-
ductos financieros que han desencadenado el desastre, a partir de préstamos
hipotecarios sin expectativa de devolución que fueron concedidos masiva-
mente por los bancos, posteriormente fueron agrupados de modo anónimo
y se emitieron como títulos negociables, que, valorados como espléndidos
productos financieros por las agencias de calificación, se adquirieron con la
mediación de entidades bancarias y sociedades instrumentales, dispersándose
por el circuito mundial de inversión y ahorro. Todas ellas son conductas que
deben atribuirse, afirma Shünemann, a las decisiones empresariales concerta-
das de personas concretas y a los informes de facultativos de agencias inde-
pendientes, que percibieron honorarios profesionales y comisiones fabulosas.
El negocio se vertebró bajo la forma fraudulenta de la pirámide, que depende
del incesable aumento del valor de los bienes inmuebles objeto de los títulos.
El fracaso estaba programado. El mercado se desplomó y con él la represen-
tación, los títulos perdieron el valor que se les había otorgado. Schünemann
discute los argumentos esgrimidos para no investigar penalmente dichas ac-
ciones e indaga la relevancia del fenómeno desde los tipos penales de estafa
y de administración desleal, con un razonamiento que necesariamente guiará
el trabajo de la persecución estatal de este inmenso fraude que nos atenaza.
En la situación actual, la cuestión sobre la impunidad o perseguibilidad
de los ilícitos relacionados con el fenómeno de la criminalidad organizada

12
Prólogo

a escala mundial se vuelve central para determinar la salida de la crisis y


el futuro de nuestras instituciones políticas. Solo el arsenal de la potestad
punitiva y de la jurisdicción de los Estados nación puede hacer valer la po-
lítica —entendida como control y sometimiento al derecho de los poderes
privados— frente a un mercado voraz, que se pretende hacer pasar por un
personaje sin rostro e irresponsable.

13
I.  Una visión de conjunto
1. Delito y criminalización en una sociedad global

Armando Fernández Steinko


Universidad Complutense de Madrid

¿Qué es exactamente el delito?


El delito no existe, no es un acontecimiento empírico de la categoría de un
paseo en canoa o de la preparación de una comida sobre el rescoldo de unas
brasas. Un delito o crimen, cualquier acto desviado, pero también el riesgo o
la peligrosidad que pueden representar, son valoraciones que la sociedad hace
de un comportamiento o una situación empírica en un determinado momento
de su coyuntura social y política (Christie, 2004: 3, Aas, 2007: 21ss. y Bau-
man, 2002). Para ello aplica criterios y normas de comportamiento que casi
siempre reflejan unos intereses que pretenden ser protegidos. Dichas normas,
convertidas o no en leyes, pueden estar provistas de más o menos legitimidad,
de lo cual se deriva otro hecho trascendental para la comprensión del delito en
todas las épocas: en los procesos de criminalización interviene el poder político
(Sack, 1973). El poder político está provisto de más o menos legitimidad de-
pendiendo de circunstancias que poco o nada tienen que ver ya con el derecho
entendido como fenómeno exclusivamente normativo (Dux, 1978 y Caciagli,
1996). Por tanto el delito y el poder están firme, aunque a veces sutilmente
encadenados. Se articulan por medio de «discursos penales» (Michel Foucault),
por medio del lenguaje. Pero el lenguaje no es solo un medio para describir
comportamientos objetivos, sino que además produce y reproduce mecanismos
penales: crea sentidos y realidades delictivas, detecta peligros reales o sugiere
otros que solo son hipotéticos o potenciales. Solo a través del lenguaje es po-
sible articular la criminalización de conductas o situaciones de riesgo. En el
lenguaje y en los discursos penales se reflejan así las correlaciones de poder —
tanto el político como también el económico y el cultural— que se dan en una
sociedad determinada. No parece posible abordar el delito de forma realista
sin tener en cuenta de alguna forma esta cadena de interdependencias.

La orientación del radar criminológico

La cadena nos lleva al siguiente argumento: cuando se aborda el problema


de las nuevas situaciones delictivas en la llamada era de la globalización, no
se trata solamente de describir una serie de actos y explicarlos a partir de los
cambios sociales, económicos y culturales acaecidos. Tampoco se trata tanto
de relacionar dichos actos con los sistemas legales vigentes para luego deter-
minar cuáles son comportamientos desviados y cuáles se ajustan a derecho.

17
Armando Fernández Steinko

Lo principal tampoco es exactamente hacer un seguimiento de los cambios de


dichos sistemas legales en su proceso de adaptación a los nuevos comporta-
mientos tenidos ahora por delictivos. Todo eso es sin duda importante. Pero
el reto científico e intelectual con diferencia más complejo es la reconstruc-
ción del proceso mismo por medio del cual una sociedad, en este caso unas
sociedades cada vez más conectadas entre sí en un planeta finito, deciden atri-
buirle a ciertos comportamientos —unos nuevos y otros viejos— un determi-
nado sentido criminal, las razones por las que dichos comportamientos son
incorporados a su «radar criminológico», así como la exploración de los ac-
tores que mueven dicho radar (Katka Franko Aas, ver también Becker, 1973).
Desde luego hay comportamientos (asesinatos, robos, violaciones públicas)
que siempre han sido criminalizados. Sin embargo, este no es el caso de otros
muchos, probablemente la mayoría tales como los maltratos domésticos, la
interrupción voluntaria del embarazo, los delitos medioambientales o el acoso
moral o mobbing o los maltratos infantiles, que son tratados como crímenes
de forma más selectiva, menos universal. La explicación de su criminalización
es más compleja porque ha de referirse al cambio de valores y formas de vida,
a la evolución de la tolerancia frente al delito y naturalmente también a las
correlaciones políticas y sociales que se van dando a lo largo del tiempo.
Esto no es una invitación a la simplificación: la situación material, por
ejemplo, no explica por sí misma el delito, los cambios sociales no producen
automáticamente determinadas tipologías delictivas. Las mujeres que viven
en entornos sociales deprimidos deberían cometer más delitos de los que
cometen y los ciudadanos varones, a los que les sonríe la vida material, no
deberían hacerlo con tanta frecuencia. Pero lo hacen. Casi todos los delitos
de cuello blanco contradicen este reduccionismo (Sutherland, 1983), y la cri-
sis económica, que en 2010 y 2012 ha batido récords de desempleo en los
países del sur de Europa, no ha llevado, al menos en sus primeros años, a un
aumento significativo del delito (para España ver La Moncloa). Por tanto:
no hay duda de que los cambios sociales influyen en la tasa de criminalidad
aunque en ningún caso de forma simple y lineal. La tasa de criminalidad en
el mundo aumentó rápidamente entre la segunda mitad de los años 1960 y
1975, en plena sociedad del pleno empleo y bonanza económica, pero se
volvió a disparar a partir de principios de los años 1980, en que se abre un
período de cambio social en el sentido inverso: un aumento de la degrada-
ción de las condiciones de vida de sectores muy amplios de la población
del planeta (Young, 1999: 35). La delincuencia se ha hecho desde entonces
omnipresente en la vida de los ciudadanos, bien sea empíricamente, bien sea
como preocupación persistente —ambos no son coincidentes—. En algunas
zonas del mundo, donde los cambios sociales y culturales fueron más rápi-
dos y no estuvieron acompañados de mecanismos reguladores suficientes, la
delincuencia se ha convertido en una epidemia. La mayoría de los Estados se
ven simplemente incapaces de proteger o de tranquilizar a sus ciudadanos.
¿Cuáles son estos cambios y cómo repercuten sobre el delito?
Queda descartada, en cualquier caso, una definición del crimen como si
de una realidad estática y a-histórica se tratara. Lo que hay que averiguar

18
Delito y criminalización en una sociedad global

es cómo, cuándo y por qué va cambiando la imagen que una sociedad tiene
de unas determinadas conductas como para llegar a tildarlos de desviadas y
punibles. Son sobre todo estos cambios de la percepción y de la tolerancia
social frente a dichas conductas, y no el aumento sin más de su frecuencia,
lo que ha disparado la tasa de criminalidad en el mundo.
(El concepto de delito) es una categoría problemática que es nor-
malmente utilizada para describir una serie de comportamientos
que, más allá de un núcleo central, son fuertemente contestados.
La definición exclusivamente legal del delito no tiene capacidad de
describir de forma adecuada el desarrollo histórico, las relaciones
sociales, las prácticas ideologías e intereses que llevan a determinar
qué es considerado un delito en un momento determinado (Zed-
ner, 2004: 69).

Repetimos la pregunta: ¿por qué se produce este cambio en la «con-


testación social» frente al delito, dónde se incuba y con qué legitimidad se
traduce en la promulgación de leyes penales destinadas a evitarlos?, ¿cómo
se definen los perjudicados de los comportamientos delictivos cuando estos
dejan de ser actores individuales o cuando no hay nadie que los denuncie?,
¿cómo evoluciona la percepción social de ciertas conductas o fenómenos
delictivos?, ¿quién lo hace en su nombre, con qué instrumentos y de qué
forma? Y otra cosa más: ¿quién es exactamente ese conjunto de sociedades y
gobiernos que se viene en llamar globalización y cómo influye esta sobre el
delito? El grueso de los trabajos reunidos en este libro intentan dar respues-
tas a algunas de estas preguntas.
Algunos actos, como los genocidios cometidos por los Estados, los mal-
tratos en el seno de la familia, la pintura de grafitis en espacios públicos, la
manipulación de los balances empresariales, la valoración deliberadamente
distorsionada del riesgo asociado a un producto financiero con el fin de co-
locarlo mejor en el mercado, la destrucción del patrimonio natural, cultural
y urbanístico, o de otro bien público intangible pero no menos importante
como es la estabilidad del sistema financiero, son actos que pueden recibir
muchas denominaciones, pero no necesariamente la de «delitos». Algunos
de ellos están descritos en los códigos penales sin que esto sea suficiente
para que sean activamente perseguidos por los gobiernos, denunciados por
la opinión pública o percibidos como crímenes por la ciudadanía. Admiten,
desde luego, otros nombres como guerras, actos de evasión fiscal, de es-
peculación urbanística o comportamientos poco respetuosos con el medio
ambiente o con los compañeros de trabajo, pero no necesariamente el de
«comportamientos delictivos». Algunos delitos económicos tienen víctimas
difíciles de identificar (Tiedemann, 1986 y Bustos Ramírez, 1993). Sus au-
tores disponen de muchos recursos para ocultarlos y ocultarse, y cuando el
dinero ilegal atraviesa jurisdicciones en las que rigen leyes distintas, el rastro
se pierde en los desacuerdos de los gobiernos sobre si se trata de delitos o
de simples faltas. Otras veces son plenamente visibles sin que por ello sean
criminalizados en la práctica diaria, pues muchas personas se benefician di-

19
Armando Fernández Steinko

recta o indirectamente de ellos. Las agresiones contra el medioambiente o


contra la estabilidad del sistema financiero, el delito fiscal, los delitos contra
la ordenación del territorio o la financiación ilegal de partidos tienen sin
duda muchos perjudicados. Sin embargo, la mayoría de ellos son abstractos
y difusos (el sistema democrático, el medioambiente, el interés general etc.)
mientras que sus beneficiarios son concretos y directos, lo cual dificulta su
criminalización o su denuncia como actos ilícitos. La criminología y el de-
recho penal han sido justificadamente criticados por negarse a abordar se-
riamente el carácter criminal de algunas de estas conductas o por hacerlo de
forma arbitraria, tardía y selectiva. Y esto, a pesar de que la «dañosidad» y
los perjudicados —algunos plenamente identificables— de muchos de estos
comportamientos han aumentado considerablemente con la globalización
(Green y Ward, 2004, Aas, 2007: 22s). Conceptos tales como «crímenes de
Estado», «crímenes contra la humanidad», «criminología verde», «deudas
ilegítimas» o «guerras ilegítimas» intentan poner fin a esta situación sin ha-
berlo conseguido. Las movilizaciones ciudadanas que se han venido produ-
ciendo en muchos países desde 2011 son, entre otras cosas, actos colectivos
de criminalización de unos comportamientos que antes no eran percibidos
o tratados como delitos realmente.

Criminología ilustrada y el problema de la seguridad


Podríamos caracterizar esta particular forma de abordar el delito como
«ilustrada» y también como «reflexiva». Ilustrada no solo porque propone-
mos poner en el centro la cuestión del «qué hechos se han cometido» a costa
del «quién los ha cometido» o porque proponemos una exploración más
racional que emocional de sus repercusiones sobre la sociedad (Lamnek,
1980: 18s). Ilustrada, también, porque el objetivo de la criminología, como
el de cualquier otra ciencia social, debe ser el arrinconamiento del prejuicio,
el rechazo de las medias verdades y de la comprensión de los fenómenos
sociales como dados por el destino. Aunque no lo parezca: al menos en el
campo de la criminología este sigue siendo un programa (casi) tan actual
como en los tiempos de la Ilustración. Es una ciencia que ha resultado ser
altamente vulnerable por toda clase de coyunturas e intereses inconfesados,
probablemente porque ella misma no ha adquirido conciencia suficiente de
la influencia que ejerce el poder en los procesos de criminalización, porque
opera con una noción positivista de sí misma.
Pero también reflexiva. Reflexiva porque el criminólogo debe afilar la
conciencia sobre el hecho de que el contexto, en el que enmarca su trabajo
de investigación, influye en la propia forma de identificar y de describir los
fenómenos delictivos que pretende estudiar. El estudioso «reflexivo» no se
conforma con analizar el fenómeno criminal como si de algo autónomo se
tratara, sino que somete a juicio la posición que ocupa él mismo y otros de
su gremio en dicho análisis (ver Beck y Bonss, 2001). Esta forma de pensar y
de vivir la ciencia rompe con una determinada comprensión de la moderni-
dad entendida como algo que evoluciona de forma autónoma con respecto a

20
Delito y criminalización en una sociedad global

los sujetos que la analizan: simplemente no es lo mismo que sea un político


desbordado por la criminalidad en la ciudad que le toca gobernar, un res-
ponsable policial, el director de una empresa privada de seguridad o de un
banco, o que sea un investigador académico el que aborde el fenómeno del
crimen, de la misma forma que no es lo mismo que un ingeniero reflexione
sobre los factores impulsores del cambio a que lo haga un sociólogo o un
filósofo de la cultura.

Riesgos y enemigos como argumentos abstractos

Con esto no estamos haciendo un alegato al subjetivismo posmoder-


no, no invitamos a un teoricismo alejado de la realidad o a minimizar la
capacidad humana de generar certezas, aun cuando estas siempre deban ser
provisionales y relativas. Pero tampoco es una invitación a envolver los de-
litos complejos con un velo de imprecisión, de vaguedad y de escepticismo
cognoscitivo que nos devolverían a David Hume. Ulrich Beck cae muchas
veces en esta tentación. Se ha convertido, tal vez sin pretenderlo, en el de-
miurgo de una cadena de teorizaciones que hoy están empujando a la cri-
minología fuera de la luz. Siguiendo la tradición neokantiana alemana —que
tiene menos que ver con Kant de lo que parece— no queda claro en su obra
dónde está la frontera entre lo subjetivo (por ejemplo percepción del delito
o de los riesgos) y lo objetivo (existencia de comportamientos y de riesgos
reales) (Beck, 1998). Su teoría de la «sociedad del riesgo global» ha abierto
el campo para una forma de exploración de los fenómenos de la seguridad y
del peligro que se presta a arbitrariedades basándose en una confusión entre
lo «subjetivo» y lo «objetivo» que refleja una cierta capitulación frente a la
impotencia neokantiana a la hora de separarlos. Esto no quiere decir que
haya que negar que la inseguridad y el riesgo sean cosas inventadas, que
haya que negarse a reconocer que el período histórico que se abre hacia
principios de los años 1980 —la «modernidad tardía», la «posmodernidad»,
el «neoliberalismo» o también el «posfordismo»—, pone fin a algunas certe-
zas importantes alterando muchas cosas que también tienen que ver con el
delito: abajo lo veremos. Quiere decir que los fenómenos de la inseguridad y
del peligro son analizables racional y empíricamente como todos los demás,
pero que para hacerlo —también como todos los demás— hay que explorar
empíricamente la realidad antes que derivarla precipitadamente de una teo-
ría, una intuición o una idea general. Esto obliga a tratar el riesgo, el peligro
o el delito de forma concreta e inductiva: los fenómenos criminales necesitan
ser analizados más en su particularidad histórica que en su generalidad ló-
gica o conceptual, o en su simple y llana agregación estadístico-cuantitativa.
Si no se hace de esta forma hay riesgo de que todo acabe convirtiéndose en
la nube tóxica de un «Riesgo» omnipresente —en singular y con mayús-
culas—, generador de temor y de intranquilidad, sin causas ni causalidades
comprensibles, inmodificable y fácilmente instrumentalizable políticamente.
Esta forma de abordar el problema del riego o de ciertos delitos como el
crimen organizado o la corrupción no solo no excluye el análisis de las per-

21
Armando Fernández Steinko

cepciones subjetivas del mismo: todo lo contrario. La percepción ciudadana


de conductas ilegales hipotéticas o reales son hechos sociales en sí mismos
por cuanto influyen sobre los comportamientos objetivos de los propios
ciudadanos, son realidades sociales «objetivas». Pero lo que no es admisible
es tratar estas percepciones subjetivas como si se tratara del fenómeno en sí
mismo. Hay otras fomas de hacerlo que tienen en cuenta la diferencia entre
los fenómenos y la percepción de los mismos: los trabajos de Juan Díaz Ni-
colás y de Fernando Moreno así lo demuestran.
Deshacer esa nube tóxica del «Riesgo» y definir los contornos cambiantes
de los nuevos fenómenos delictivos con el máximo de precisión en medio
de una gran complejidad social y política son dos de los principales retos
de una criminología ilustrada en la actualidad. Solo así se va a poder contra-
rrestar el uso contingente, selectivo y aleatorio de algunos términos. Su uso
va, hoy por hoy, mucho más allá de la definición de una serie de conductas
hipotéticas que podrían poner en peligro los derechos de otros individuos o
de los intereses colectivos sin que sea posible definirlas o anticipar sus con-
secuencias con la misma precisión que en otros tiempos. Y estos suponiendo
que dichos tiempos estuvieran tan libres de «riesgos» como sugieren algunos
autores contemporáneos que ven riesgos nuevos y originales por todas partes.
El concepto de «Riesgo», al menos tal y como es utilizado hoy, forma parte
de un discurso mucho más amplio que incluye las políticas de «securitiza-
ción» —un préstamo del lenguaje de las finanzas—, pero también las políticas
de inmigración, las políticas económicas y financieras o las políticas militares,
aunque no, por ejemplo, las políticas sociales, que son las que muchas veces
generan los mayores riesgos para el mayor número de personas. Al utilizarse
sin adjetivación, los conceptos de «peligro» y de «riesgo» se han venido ha-
ciendo cada vez más abstractos e inverificables por parte de la sociedad civil,
que, así se argumenta muchas veces, es su principal víctima potencial.

¿Seguridad contra ciencia?

Muchas veces la razón que se esgrime para legitimar esta situación de


no-verificabilidad es la importancia de la discreción a la hora de abordar
los problemas de seguridad nacional. En nombre de este argumento, se nie-
ga muchas veces la posibilidad de explorar racionalmente el origen de di-
cha inseguridad —por ejemplo impidiendo el estudio de fuentes, archivos
y protocolos oficiales— pues, así se dice, esto generaría más inseguridad,
más riesgo. A esto se suman las dificultades técnicas derivadas de lo que
se describe como la «extraordinaria complejidad de los fenómenos de se-
guridad», complejidad que, sin embargo, no lleva a intensificar su estudio
abierto y deliberativo, o a destinar más recursos en I & D para tal fin. Es un
círculo vicioso que obliga a la opinión pública a creerse todo lo que le dicen
como si de un acto medieval de fe se tratara. Al hacerlo, se ve obligada a dar
por buenos toda clase de relatos y a aceptar su transformación en discursos
ideológicos, incluidas unas repercusiones penales que pueden llegar a alterar
de forma notable la vida de muchas personas.

22
Delito y criminalización en una sociedad global

Si se concretara la noción de seguridad, si no se hablara de «Seguridad»


en singular y con mayúsculas, sino de seguridades en plural, cada una de
ellas con un adjetivo determinado, habría que abordarlas en su particula-
ridad. Obligaría a verlas de forma reflexiva, es decir, a tener en cuenta los
diferentes intereses y puntos de vista que influyen en su definición. El caso
de la reciente nacionalización de la empresa YPF es un buen ejemplo: una
mejora de la seguridad legal para los accionistas de una multinacional del
sector de la energía puede ser la cara inversa de la pérdida de dicha seguri-
dad —en este caso energética— para el país en el que dicha empresa lleva a
cabo su actividad. Ejemplos similares se pueden encontrar casi en cualquier
debate sobre «seguridad» o «riesgo». No se puede hablar de seguridad, sino
de «seguridades», cada una de las cuales va asociada a riesgos y amenazas
diferentes, pero también los ganadores y los perdedores pueden llegar a ser
muy distintos entre sí, de forma que, lo que es un avance en términos de
seguridad para unos actores, países y grupos de interés, representa una men-
gua de la misma para otros. La seguridad/inseguridad en el empleo, de la
seguridad de un ingreso digno y previsible, de la seguridad en el acceso a la
vivienda, de la seguridad a un medioambiente saludable o de la seguridad a
un sistema financiero estable y transparente, en definitiva, de inseguridades,
que muchas veces son la fuente principal de la proliferación de muchos de-
litos: todas estas seguridades/inseguridades aluden a la necesidad de insertar
el debate en un espacio de negociación y equilibrio de intereses; el trabajo
de María Laura Böhm es una aportación importante a la precisión teórica
del concepto de seguridad.
La única forma realista de abordar esta situación es desarrollando pro-
cedimientos multilaterales que no solo incluyan a los actores y los intereses
de los —países, grupos sociales y profesionales— más fuertes e influyentes,
sino que dejen espacio a los más débiles que, por lo demás, suelen ser los
más numerosos. Si se hiciera así, los mecanismos de criminalización serían
diferentes, los peligros y los riesgos se podrían definir de otra forma, los
delitos y los delincuentes acabarían siendo probablemente otros, su defini-
ción en el plano nacional e internacional sería más consensual, las leyes se
aplicarían de forma más efectiva y las soluciones propuestas seguramente se-
rían más perdurables. Una criminología ilustrada con capacidad para desme-
nuzar todo esto puede hacer una aportación importante a la consolidación
de este proceso que se toma al pie de la letra la vocación democrática de la
mayoría de las sociedades del planeta, aportación de la que ella misma —la
criminología— no parece ser del todo consciente, probablemente porque
sigue enfangada en una noción positivista del delito más propia del siglo xix
que del xxi. Dotaría a la ciudadanía de recursos y argumentos para explorar
las posibles respuestas a los diferentes problemas, le daría un mayor prota-
gonismo en la definición de lo que ha de considerarse un comportamiento
desviado y lo que no, y facilitaría la democratización de las instituciones del
Estado.
La alternativa a esta propuesta es la evolución a la que estamos asistien-
do en los últimos años: la multiplicación de figuras criminales construidas

23
Armando Fernández Steinko

sobre situaciones potenciales de peligro e inseguridad que resultan inveri-


ficables. Es verdad: el aumento casi inmanejable del delito obliga a revisar
muy seriamente las formas de abordarlo. La investigación de individuos y
de casos concretos se hace cada vez más costosa, lo cual obliga a investigar
no todos los casos, sino a concentrarse en el estudio de los grupos y de las
situaciones consideradas de riesgo: es el «análisis de riesgos» o risk analysis
(Young, 1999: 44). Podría pensarse que la estrategia del risk analysis obedece
a la necesidad técnica de maximizar recursos en una situación de desborda-
miento del delito, de concentrar recursos en un escenario inabarcable. Pero
el problema de la categoría omnicomprensiva de riesgo va mucho más allá,
no es un problema de maximización económica o tecnológica. Se inserta en
una serie de cambios tectónicos en la forma de tratar el delito, de interpretar
el «bien» y el «mal» y de entender la legitimidad a la hora de definirlo y de
abordarlo. Este tratamiento lleva a emplear un lenguaje bélico de amigo-
enemigo con fuertes implicaciones diplomáticas y militares que dificulta un
análisis des-emocionalizado del mismo. Poco a poco, esta doctrina se está
alejando del derecho, al menos tal y como este ha venido funcionando hasta
ahora. Los nuevos criminales son figuras cada vez más abstractas y desubjeti-
vizadas, cada vez más inaccesibles a la verificación empírica: son «cosas» que
generan una inseguridad difusa e inaprensible, son entes insecuritas (Böhm,
2011, 2012). No tienen que haber cometido ningún delito ni tener previsto
cometerlo, pero han perdido el derecho a la presunción de inocencia, entre
otras razones porque han dejado de ser sujetos concretos e identificables,
porque se mueven en un espacio presuntamente generador de Inseguridad y
de Riesgo que, sin embargo, resulta empíricamente inverificable.

El carácter abstracto de estas figuras permite moldearlas en función de la


coyuntura política y del estado de la opinión pública: los musulmanes fun-
damentalistas y los musulmanes en general, los inmigrantes ilegales, los gru-
pos étnicos, los criminales organizados definidos de muchas formas posibles
o determinados Estados tenidos por fallidos pero no otros, pueden con-
vertirse ahora en entes insecuritas, en delincuentes potenciales. Los mismos
hechos —por ejemplo la masacre de la población civil o la propia violencia
armada— se pueden definir de forma contingente dependiendo de quién los
haya protagonizado o pueda protagonizarlos: lo que cuenta no son tanto
los actos, sino los actores difusos. Los mismos actos adquieren así lecturas
diferentes dependiendo de quien los cometa y del poder que ostente aquel
que los juzga: es la vuelta otra vez al «quién» y la despedida del «qué», la
vuelta a una situación «preilustrada» en la forma de abordar la criminalidad.
Aquellos Estados preocupados por su legitimidad frente a su ciudadanos
no deberían apostar por una «Seguridad» abstracta y universal de este tipo,
por muy tentadora que sea políticamente, sino por abordar el problema a
partir de la definición de inseguridades concretas: de la seguridad educativa,
de una seguridad en las calles, de una seguridad económica y financiera,
de una seguridad jurídica, de una seguridad sanitaria etc. Pero en ningún
caso pueden aspirar a generar espacios limpios de inseguridad definida de
forma general, sin arriesgar perder la confianza, y por tanto la legitimidad,

24
Delito y criminalización en una sociedad global

de sus ciudadanos. En un contexto en el que el Estado está desprendiéndose


de cada vez más obligaciones morales hacia estos últimos, parece funcional
envolver el concepto de seguridad en un discurso general de estas caracterís-
ticas y que se niega a entrar en detalles. Permite demostrar, aparentemente
de forma objetiva, la imposibilidad fáctica de asegurarla, pero no por razo-
nes concretas y verificables, sino porque la Inseguridad y el Riesgo se han
hecho «enormes, omnipresentes e inabarcables». El resultado solo puede ser
el aumento de la sensación subjetiva de amenaza entre sectores cada vez más
amplios de la ciudadanía.

Ganadores, perdedores y objetividad en el discurso penal

Cuando la Inseguridad y el Riesgo son definidos en singular y de forma


general, los sujetos que la ponen en peligro también se hacen imprecisos
y definibles de forma contingente. Esto desincentiva la exploración de las
causas concretas del delito, de sus actores y de sus beneficiarios, una situa-
ción que no se lleva bien con la investigación criminal, que es la antesala
misma de la justicia. La discrecionalidad y la imprecisión en la definición
del peligro elimina la necesidad de hallar pruebas y de relacionarlas de forma
coherente para demostrar si efectivamente existe un delito o se ha producido
una situación de peligro (Hayward y Morrison cit. en Aas, 2007: 24). En su
lugar aparecen las acciones preventivas contra unos actores tenidos por in-
trínsecamente enemigos sin necesidad de investigación ninguna y, por tanto,
excluibles de la vida social. El «derecho penal del ciudadano» se convierte
en «derecho penal del enemigo» (Jakobs, 2004: 92). La descripción racional
de los actores responsables pierde peso frente a la instrumentación política
de la inseguridad (Resa Nestares, 2005). El que sale perdiendo es el derecho
en general y, en las sociedades democráticas, los pactos sociales y políticos
que se esconden detrás de él.

El derecho deviene en política, los infractores devienen en po-


tenciales enemigos, el fin de prevención y sanción de conductas
delictivas se ponen al servicio de la seguridad nacional y general
definidos como objetivos de acción. La política criminal deviene
entonces en política de seguridad. Los derechos de los individuos,
sus espacios de libertad y los límites impuestos al proceso penal,
no tienen aquí lugar alguno (Böhm, 2011: 6).

Pero hay más perdedores: los sectores socialmente más desfavorecidos.


El ejemplo de México, y de otros países de Mesoamérica, es revelador. Su
sistema judicial no se basa en la investigación criminal, sino en la confesión
y la detención in fraganti del delincuente. El resultado es la imposibilidad de
esclarecer los delitos más sofisticados e importantes, la concentración de las
acciones policiales en la detención de los delincuentes activos en el mundo
de la marginalidad y, en consecuencia, la erosión de la legitimidad del siste-
ma policial y judicial acompañada de una rápida pérdida de su efectividad

25
Armando Fernández Steinko

práctica (Magaloni, 2012). También esto explica que la mayoría de las cár-
celes del planeta estén pobladas de delincuentes de cuello azul antes que de
grandes delincuentes —preferentemente de cuello blanco—. Estos últimos,
al ser más poderosos, también cometen delitos más peligrosos y destructivos
que exigirían una investigación más compleja.
Hay otro aspecto que también opera en desventaja de los delincuentes
menos poderosos. Cuando se enfatiza el poder de las estructuras (por ejem-
plo de los mercados, de la competencia económica, de las jerarquías militares
o de otros grandes sistemas burocráticos como el Estado), los individuos
no pueden ser hechos penalmente responsables de la misma forma de sus
actuaciones. Las acciones individuales parecen depender más de «contextos»
o de «estructuras» que de la propia voluntad individual, por muy influyente
que sea la persona. Es revelador, sin embargo, que este principio se aplica de
forma altamente selectiva, se le aplica mucho más a los delincuentes pode-
rosos, es decir, con capacidad de influir sobre dichas estructuras, e incluso
de alterarlas, que sobre aquellos otros delincuentes sin capacidad ninguna de
hacerlo. Los actores provistos de gran un poder social y, por tanto, de una
mayor capacidad de crear, influir y modificar dichas estructuras, se benefi-
cian de un trato muy ventajoso frente al presunto poder de dichas estructu-
ras. En los contextos delictivos de cuello blanco, las estructuras se convierten
muchas veces en coartadas para tapar la capacidad de actores económicos
particularmente poderosos de crearlas, modificarlas y de instrumentalizarlas
en su propio beneficio. El «mercado» o las «cuestiones de Estado» se trans-
forman en argumentos suficientes para descargar a esta clase de actores de
sus responsabilidades delictivas. Algo parecido sucede en relación con las es-
tructuras militares: la «Ley de obediencia debida» decretada por el gobierno
de Alfonsín en la Argentina es un buen ejemplo de ello.
Esta clase de argumentos son, al menos en los casos en los que son esgrimidos
por actores poderosos, una mixtificación interesada de la realidad social, mixtifi-
cación que nos vuelte a retrotraer a siglos pasados. Las ciencias sociales nacen de
la convicción de que las «estructuras» no son entes externos, sino cristalizaciones
verificables de acciones individuales —aunque casi siempre masivas— acumula-
das en el tiempo, que están reguladas por reglas y procedimientos, y que dichas
reglas las dictan los actores más poderosos socialemente. Cuando las estructuras
son tenidas no por cristalizaciones acumulativas de acciones individuales, sino
como entres situados por encima de las personas, resulta imposible relacionar
unas con otras: la acción social en general pierde peso frente a las estructuras así
como las motivaciones y los intereses individuales de aquellos que, desde una
determinada posición de poder, protagonizan dichas acciones. El resultado es una
especie de blindaje de aquellos delitos de consecuencias sistémicas cometidos por
personas con gran poder social, frente al pequeño delito de alcance personal y
local cometido por personas sin poder ninguno (ver Kemp et al., 2009, así como
el trabajo de Schünemann en este libro).
La criminología vive hoy una paradoja: a más crímenes menos parecen
interesar sus causas concretas y particulares. Pero si es verdad que los recur-

26
Delito y criminalización en una sociedad global

sos de investigación son escasos, ¿por qué no se focalizan en esclarecer los


delitos más dañosos antes que los más fáciles de investigar y de perseguir,
por qué no se pone fin a las afirmaciones especulativas sin base científi-
ca ninguna, por qué no ampliar la base de conocimientos? Esta pregunta
podría tener una respuesta primera y provisional: las políticas neoliberales
están convirtiendo a más de una tercera parte de la población del planeta en
funcionalmente innecesaria para el funcionamiento de los sistemas políticos
y económicos. No interesa investigar racionalmente ciertos delitos porque
muchos de los perjudicados no tienen hoy ni voz ni voto, porque han deja-
do de contar, han dejado de ser ciudadanos de facto. Por otro lado, una serie
de comportamientos potencialmente criminalizables como la especulación,
la financiación ilegal de partidos o la creación de puestos de trabajo vincu-
lados a recalificaciones urbanísticas proclives a desembocar en corrupción y
en inversiones ruinosas, han adquirido una funcionalidad importante en las
políticas económicas actuales. Son políticas basadas en el intento, muchas
veces desesperado, de atraer inversiones traducibles a puestos de trabajo al
precio que sea, aun cuando este precio sea la acumulación de conductas de-
lictivas. La orientación del radar criminológico hacia dichas conductas po-
dría afectar a dichas inversiones agravando la crisis social de muchos países
y regiones. Por otro lado, la orientación del radar criminológico hacia los
comportamientos cometidos por aquellos que ya no cuentan ni en lo polí-
tico —su abstencionismo electoral es muy alto—, ni en lo económico —sus
ingresos son tan bajos que tampoco cuentan ya como consumidores—, per-
mite apartar el foco del mal social fuera de aquellos ambientes habitados por
actores que sí cuentan, y mucho, en lo económico y en lo político.

En resumen: la imprecisión es una tentación para manejar el crimen


«más como arma ideológica que como herramienta analítica» (Ruggiero,
2003: 25). Y la imprecisión no es neutral: tiene ganadores y perdedores. El
delito se hace fácilmente emocionalizable y la lucha contra él genera con-
sensos, sobre todo cuando los delincuentes no «no son ninguno de los
nuestros» o han dejado de contar en lo político y lo económico, cuando
tácitamente pertenecen a la categoría social de los excluidos. Los poderes
ejecutivos, desbordados por las consecuencias de sus propias decisiones e
incapaces de controlar el crimen, caen en la tentación de ampliar sus herra-
mientas de gestión política utilizando políticas penales y de seguridad antes
que por apostar por una exploración racional de las causas del delito. El re-
sultado es un régimen de ciudadanía restringida, la erosión de la legitimidad
del sistema político y judicial, y una espiral de radicalización que Kenny y
Serrano (2012) han estudiado para el caso extremo del México actual, pero
que parece aplicable a otros países latinoamericanos. Desde luego no puede
ser casualidad que México sea uno de los países del mundo donde más y en
menos tiempos han aumentando las desigualdades sociales (OECD, 2011:
24) y que Honduras, donde hoy se registra la tasa de homicidios más alta del
mundo, sea el segundo país con más desigualdad de América Latina. Hemos
subrayado que no se puede reducir el crimen a un simple problema de des-
igualdad social: hay que hablar también del Estado y de su legitimidad, de

27
Armando Fernández Steinko

las culturas locales y nacionales, del acceso a armas de fuego o de la destruc-


ción de los mecanismos tradicionales que mantienen a raya el delito: abajo
lo haremos. Pero esto no le quita importancia a la desigualdad como factor
explicativo de la criminalidad moderna. El momento límite del mencionado
desbordamiento de los poderes ejecutivos es el estado de excepción. No está
generalizado, pero ya es una realidad en espacios cada vez más bastos del
planeta tales como prisiones, ciertas regiones y espacios urbanos o, última-
mente, países enteros intervenidos por razones de emergencia financiera. El
estado de excepción es la antesala de la cancelación de la división de poderes
y hay muchas situaciones fronterizas que pueden deslizarse o que ya están
deslizándose silenciosamente hacia sus dominios.

Esta no es la única forma posible de afrontar las incertidumbres nacidas de la


globalización. El reconocimiento de las contingencias, de la dificultad a la hora de
fijar causalidades o la aplicación del principio de la prudencia científica no tienen
que conducir al relativismo y a la imposibilidad de diferenciar entre riesgos obje-
tivos y su percepción subjetiva. Muchos actores criminales en la era de la globali-
zación son seguramente más difíciles de identificar. Pero esto debería convertirse
en un reto para la criminología y no una invitación a capitular. Su definición pasa,
en cualquier caso, por pensar el delito y los discursos penales como realidades
nacidas de situaciones identificables y transformables. No es una consecuencia
inevitable del carácter antropológicamente imperfecto de los seres humanos, la
realidad no está dividida en dos esferas absolutamente diferenciadas, la del bien
y la del mal, la patológica y la sana. La realidad forma un continuum entre com-
portamientos tolerados y otros criminalizados, de zonas blancas y negras que van
cambiando con el tiempo incluidas las graduaciones que van formándose entre las
dos; el crimen no es un hecho puro, sino mestizo; abajo retomaremos esta idea.
Una ciudadanía ilustrada y bien informada puede y debe aprender a convivir con
esta realidad normativa compleja, o mejor aún: es ella misma la que debe parti-
cipar en su definición. La criminología puede hacer aquí una aportación decisi-
va. Para ello sería necesario huir de aquel desafortunado desdoblamiento entre el
derecho como realidad fáctica y el derecho como fenómeno normativo en la que
tanto insistía el neokantiano Max Weber (Weber, 1967: 69 ss). Frente a Weber
afirmamos aquí: lo fáctico es el origen de la norma (Dux, 1978) y no al revés, el
«hecho viene antes que el verbo», como escribió el ilustrado J. W. von Goethe,
y no es el verbo el que desencadena la acción, como si del motor de la historia
se tratara. Hay que rastrear lo fáctico para configurar la norma y no alterar lo
fáctico para que encaje en la norma. En ningún caso se pueden invertir ambos
extremos en nombre de una presunta imposibilidad de distinguir lo objetivo de
lo subjetivo, como sucede en relación al análisis del problema de la seguridad y
del riesgo (para una crítica del neokantismo en Max Weber, ver Rehmann 1998).
La norma se hace a veces difícil de interpretar para el común de los mortales,
pero los hechos son visibles y asequibles a muchos ciudadanos, lo cual facilita la
democratización de la aplicación de la justicia.

El tratamiento del crimen en los medios oficiales y los medios de comuni-


cación no da, hoy por hoy, mucha razón para el optimismo, aunque también se

28
Delito y criminalización en una sociedad global

vislumbran cambios esperanzadores. Por ejemplo, una de las tipologías delic-


tivas hoy más «populares» y también más emocionalizadas, el llamado crimen
organizado transnacional, ha sido reconocido por el Consejo de Europa como

[…] concepto de naturaleza histórica que cambia con el tiempo.


Es una construcción social que refleja una serie de tipologías cri-
minales que son percibidas por la sociedad como especialmente
peligrosas en un momento determinado y cuya definición está
influida por diferentes intereses políticos e institucionales (EU
Council, 2005: 19).

Esta es la línea que debería seguir una criminología ilustrada: la des-


cripción de los delitos como construcciones históricas cambiantes, enumerar
a los actores implicados en dicha construcción, en la creación de los dis-
cursos penales así como sus razones y los intereses que intentan preservar.
La definición del Consejo de Europa es un importante paso hacia adelante
que debería servir de referencia. Ha tenido hasta ahora pocas repercusiones
prácticas, pero demuestra que existe un enorme potencial de ilustración y
reflexividad en las tradiciones ilustradas del Viejo Continente. El trabajo de
Fernando Moreno demuestra que es posible hacerlo.

Fuentes y cifras sobre el delito


El que una serie de «intereses políticos e institucionales» influyan en los
procesos de criminalización obliga a hacer un esfuerzo analítico adicional.
Este esfuerzo no afecta solo a la criminología, y la ciencia económica es otro
ejemplo de ello. Pero la criminología se resiste más a hacerlo, si cabe, que
otras disciplinas científicas, pues al menos estas tienen una conciencia (algo
más) clara de dichos intereses, lo cual permite aislarlos para que no frenen el
avance del conocimiento científico.

La criminología juega en desventaja

La criminología juega aquí en desventaja, incluso frente a la ciencia eco-


nómica, que tampoco lo tiene demasiado fácil. Por varias razones:
1) El no-conocimiento, el carácter fronterizo y relativo del saber, son
propios de todas las ciencias. Sin embargo, ninguna de ellas tiene
que enfrentarse al hecho excepcional de que los únicos con capa-
cidad de esclarecer las realidades a investigar, los delincuentes y en
menor medida también las fuerzas policiales que tienen un contacto
más directo con el delito, no están siempre interesados en hacerlo, al
menos de forma científicamente satisfactoria. Así, el ya mencionado
argumento de la seguridad les resta a los investigadores indepen-
dientes muchas posibilidades para acceder a fuentes fiables. El ori-
gen del desconocimiento no está solo en la dificultad o la compleji-

29
Armando Fernández Steinko

dad de los objetos de estudio como es el caso de otras ciencias, sino


además en la existencia de numerosos actores —sobre todo los de-
lincuentes pero no solo— fuertemente interesados en evitarlo, en no
darle a los hechos una interpretación sistemática o en interpretarlos
de una determinada manera, casi siempre en su propio provecho.
2) La segunda dificultad se deriva de la definición cuantitativa del cri-
men. Como hemos visto, este no es una realidad empírica que pue-
da ser «medida» aplicando un criterio positivista inspirado en las
ciencias de la naturaleza. El crimen no es exactamente una cosa que
«esté ahí» para ser aprehendido estadísticamente como la inflación o
el déficit, es algo que va cambiando con la sociedad, con el aumento
de la intolerancia frente a él y con el cambio de las convenciones so-
ciales y de las conductas criminalizadas. Todo esto obliga a relativi-
zar el valor de las cifras, sobre todo cuando estas intentan comparar
dos períodos largos de tiempo o espacios sociales, culturales e insti-
tucionales muy diferentes entre sí que resultan difíciles de comparar
en muchos otros sentidos (ver abajo).
3) Muchos de los posibles informantes sufren fuertes conflictos de in-
tereses lo cual dificulta el esclarecimiento del crimen (ver Reuter,
1983). Hay varios actores relevantes atrapados por conflictos de este
tipo:
a) Los delincuentes. No solo resulta técnicamente difícil tenerlos
como informantes una vez detenidos: en la mayoría de los países
es directamente imposible hacer entrevistas a presos en las cárce-
les para el estudio científico del delito. Por otro lado, los crimi-
nólogos norteamericanos han demostrado el carácter «dirigido»
de muchas declaraciones de mafiosos y el carácter inconsistente
de muchas de sus declaraciones que, sin embargo, no evitó darlas
por pruebas objetivas del «gran poder de la Cosa Nostra» (Reu-
ter, 1983: 6). En algunos casos con fuertes implicaciones políticas,
como en el de la Mafia italiana o el de los grandes narcotrafican-
tes, los delincuentes arrepentidos tienden a transmitir un poder
que nunca ha tenido con el fin de conseguir remisiones de penas
importantes (para Italia ver Paoli, 1998). Así, el del narcotrafican-
te Ramón Milián Rodríguez, blanqueador al servicio del llama-
do «cártel de Medellín», declaró ante el senado norteamericano
haber transportado mensualmente alrededor de 200 millones de
dólares entre Colombia y los Estados Unidos y de gestionar una
cartera de inversiones de 10 000 millones de dólares. Nadie se ha
preocupado por esclarecer la certeza de estas afirmaciones, que
no se ven confirmadas por investigaciones independientes (Na-
ylor, 2006: 289; para el poder económico de la Mafia siciliana, ver
Stolpe, 2004).
Las fuerzas policiales y la fiscalía. Muchas veces existe un interés
b) 
oficial por reducir las cifras del delito para tranquilizar a la opi-

30
Delito y criminalización en una sociedad global

nión pública. Lo que se observa en los últimos años, sin embar-


go, es una tendencia a hacer lo contrario, a magnificar las cifras
y la peligrosidad del delito y de los delincuentes con el fin de
obtener más recursos económicos, revalorizar la función social
de la policía, ganar cuotas de influencia en los gobiernos frente
a otros aparatos del Estado o para vincular el problema de la se-
guridad a estrategias militares y de política exterior (ver abajo).
Cuantos más «grupos de criminales organizados» existan y más
peligrosos sean más dinero se podrá obtener para combatirlos
y más meritoria será su detención. Este aspecto gana en im-
portancia con las políticas de Estado mínimo y las reducciones
presupuestarias. Así, en ciertos Estados de los Estados Unidos
la policía se financia en buena medida con el dinero procedente
de las confiscaciones de bienes presuntamente adquiridos con
dinero ilegal, con lo cual acaba viendo interesadamente activos
incriminables por todas partes (Naylor, 2003: 274 y 281ss). En
España, las drásticas reducciones del gasto público están llevan-
do al gobierno a incentivar salarialmente las denuncias hechas
por los cuerpos de Policía Nacional y de la Guardia Civil etc.
Es difícil que una situación así, que se suma al problema de
las «cifras» que veremos abajo, facilite una investigación rigu-
rosa del delito. Las fuentes procedentes del poder ejecutivo, de
informantes policiales, de fiscales y de los sumarios no siem-
pre son tan fiables como parece (para los Países Bajos, ver Von
Duyne y Levi, 2005). En la mayoría de los países con sistemas
débiles de investigación criminal, y en los que las confesiones
en caliente tienen mucho más valor que aquella, esta pretensión
parece literalmente utópica (para México, ver Magaloni, 2012).
Otro problema es la formación de las fuerzas policiales y su
sistema de ascensos, que dificulta la revisión de los paradigmas
oficiales vigentes y refuerza la inercia en la valoración de la rea-
lidad del delito. A esto se suma que las fuerzas policiales tienen
un acceso privilegiado a fuentes de información sobre el delito,
pero adolecen de recursos analíticos y formación suficiente para
interpretarlas en un sentido estratégico y acumulativo (Reuter,
1983: 189).

La prensa. Tradicionalmente ha sido un espacio imprescindible


c) 
para la investigación y el esclarecimiento de casos particular-
mente complejos (criminalidad financiera, delitos urbanísticos).
Sin embargo, a medida en que los medios de comunicación se
han ido sometiendo a una implacable competencia empresarial
y comercial, así como en gabinetes de prensa de facto de los
partidos políticos, han perdido una buena parte de su capacidad
económica y de su independencia para llevar a cabo investiga-
ciones, sobre todo cuando sus partidos de referencia o sus so-
cios capitalistas tienen algo que ver con los delitos. Esto afecta

31
Armando Fernández Steinko

sobre todo al esclarecimiento de los delitos de cuello blanco


cometidos por personas políticamente comprometidas y que
guardan una relación clientelar con los poderes locales y nacio-
nales (para Italia, Caciagli, 1996). En este contexto resulta mu-
cho mas rentable y productivo para una empresa periodística
asistir a conferencias de prensa convocadas por las fuerzas po-
liciales, escuchar a sus «expertos», reproducir acríticamente los
datos generados por las fuentes oficiales, limitarse a empaquetar
la noticia siguiendo criterios comerciales antes que científicos
y dejar de lado las investigaciones independientes, que siempre
resultan más costosas e inciertas. Esto alimenta el enfoque co-
mercial y políticamente correcto de los fenómenos criminales, la
emocionalización del problema de la inseguridad y los prejui-
cios sobre la identidad de aquellos que lo generan. La raza, la
etnia, la religión o la nacionalidad ganan protagonismo frente a
actores con poder económico, financiero y político de los que,
por lo demás, dependen cada vez más medios de comunicación,
y que muchas veces bloquean o frenan las investigaciones po-
liciales. Un problema adicional, que hay que tener en cuenta a
la hora de las utilizar a la prensa como fuente, es que, incluso
en los casos en los que los periodistas desarrollan una activi-
dad investigadora o al menos sistematizadora independiente, sus
trabajos no pasan de ser muchas veces una acumulación más o
menor ordenada de datos y de hechos. La ausencia de criterios
analíticos consistentes, que en el campo de la criminología como
en el de cualquier otra ciencia nace del conocimiento especiali-
zado de la disciplina, impide traducirlos muchas veces a análisis
más consistentes (Besozzi, 1997 y Wyss, 2003).

Las empresas privadas. Las políticas de Estado mínimo y la frag-


d) 
mentación del tejido social está erosionando la confianza en la
capacidad del Estado de hacer frente al «problema del crimen»
(David Garland). La introducción de la lógica mercantil en las po-
líticas públicas están provocando el aumento de la presencia de
empresas privadas en el campo de la vigilancia, la seguridad, los
servicios penales e incluso de la propia represión del delito. Esta
situación genera una dinámica comercial difícilmente compatible
con una visión científica del delito, pues este se ha convertido en
una oportunidad de negocio. En este contexto, la magnificación
de las amenazas y los peligros no es muchas veces mucho más que
una simple estrategia comercial (Aas, 2007: 135 ss). Hay razones
para pensar que el aumento de la criminalidad puede tener, al me-
nos en parte, también esta explicación: si queremos que haya más
delitos para multiplicar las oportunidades de negocio, entonces
crearemos la sensación entre nuestros potenciales clientes de que
efectivamente hay cada vez más delitos. La información contenida
en las páginas comerciales destinadas a ofrecer lucrativos cursillos

32
Delito y criminalización en una sociedad global

de adiestramiento para la detección del blanqueo de capitales son


un ejemplo extremo, pero no el único (ver, por ejemplo, http://
www.moneylaundering.com/Pages/Home.aspx). Algo parecido
sucede con el diagnóstico de la corrupción. Sus causas son inter-
pretadas en clave casi únicamente económica en los estudios ela-
borados por algunos organismos internacionales como la OCDE
y el FMI. Esta interpretación no es neutral, sino que está vincula-
da a los intereses comerciales de las grandes empresas dispuestas
a participar en la privatización de servicios públicos. Cualquier
investigador independiente puede acreditar que este tipo de situa-
ciones desautoriza las conclusiones firmadas por los sectores eco-
nómicamente interesados en dichas privatizaciones (para el caso
de la corrupción, ver Williams y Beare, 2003).
La política exterior. El crimen global se ha convertido en una
e) 
pieza clave en las relaciones internacionales, sobre todo tras la
implosión de la Unión Soviética, que ha obligado a muchos go-
biernos a cambiar sus políticas del seguridad. Dada la particular
posición que ocupan los Estados en la descripción y en la in-
terpretación de las amenazas globales, estas están fuertemente
mediatizadas por las estrategias de seguridad y de política inter-
nacional de los gobiernos y de los Estados más influyentes en
la arena internacional. A través de algunos de sus organismos
de represión del delito (por ejemplo la DEA norteamericana),
y a través también de las políticas de aquellos organismos in-
ternacionales en los que los países más desarrollados tienen un
particular peso y protagonismo (sobre todo FMI y la OCDE),
se va extendiendo una determinada forma de entender el deli-
to fuertemente influida por los intereses particulares de estos
países (ver el trabajo de Armando Fernández Steinko). Parece
como si el «activo diplomático» que representan algunos fenó-
menos criminales reales o supuestos —por ejemplo el crimen
organizado y sus colosales finanzas procedentes del narcotráfi-
co— fuera demasiado atractivo como para dejarlo en manos de
investigadores independientes o de acuerdos multilaterales basa-
dos en una descripción más compleja y ajustada del fenómeno
(ver Berdal y Serrano, 2002b: 199 ss y Fernández Steinko, 2008).
Tampoco esto opera en favor de una criminología ilustrada.
En conclusión: la identificación racional de los comportamientos sus-
ceptibles de ser criminalizados, así como la definición de los peligros que
emanan de ellos, no tiene tantos aliados como pudiera parecer a primera
vista o pudiera derivarse de una noción simple del delito. No es un camino
fácil por mucho que no pocas publicaciones, organismos internacionales y
responsables políticos y policiales sugieran lo contrario. Esto obliga a in-
sistir aún más —si cabe— en la precisión, en el perfeccionamiento de los
métodos de análisis y en la necesidad de un tipo de investigación basada en
metodologías abiertas, transparentes y contrastables, así como en la necesi-

33
Armando Fernández Steinko

dad de desarrollar formas transversales e interdisciplinarias para compren-


der los fenómenos criminales modernos, y para hacerles frente a partir de
un diagnóstico realista de sus causas y solo de sus efectos. La complejidad
no debe servir para legitimar la simplificación, la estigmatización y el mani-
queísmo. Estos han proliferado siempre históricamente con el aumento de la
inseguridad laboral, social o financiera: tampoco aquí hay nada nuevo. Pero
la complejidad debería ser una razón para el fomento de una cultura de la
prudencia a la hora de dar por seguros algunos conocimientos, para precisar
la definición de los peligros y de los daños relacionándolos con las inten-
ciones concretos de sus actores, para afilar las metodologías y los recursos
destinados a explorarlos racionalmente, así como para explorar también de
forma racional el poder político y económico que los delincuentes pueden
acumular realmente. Esto es importante pues de dicho poder depende la ca-
pacidad real de los delincuentes de poner en peligro los intereses y la segu-
ridad colectivos. Solo una visión de este tipo puede fundamental una estra-
tegia realista para comprender y combatir el crimen moderno. En realidad
se trata simplemente de aplicar, en el campo de la criminología, los métodos
utilizados en cualquier otra disciplina científica.

Las cifras del delito

Una construcción social como el delito está inevitablemente conectada


con el problema de las cifras. Las cifras crean una sensación de certeza y ob-
jetividad que a veces impiden identificarlas como variables derivadas mucho
más que como variables dependientes. Así, las cifras del crimen no reflejan
ni las víctimas ocultas ni tampoco los hechos que no se denuncian. Se calcula
que solo cinco de quince millones de delitos son denunciados en el Reino
Unido, mientras que la mitad de todas las mujeres de este país afirman haber
sido víctimas de alguna agresión sexual a lo largo de su vida (Young, 1999).
Las estadísticas de delitos son problemáticas también por razones estric-
tamente técnicas. Por ejemplo: no existen series temporales realizadas con
un criterio uniforme a lo largo del tiempo (para el crimen organizado y la
valoración de amenazas ver, v. d. Behen et al., 2004, y Fernando Moreno en
este libro). A esto se suma ese insistente uso político ya comentado en varias
ocasiones. Las estadísticas sobre desempleo y las diferentes formas de me-
dirlo son un buen ejemplo de la carga que pueden desplegar las cifras cuan-
do los temas se hacen políticamente sensibles. Por otro lado, los conflictos
de intereses se manifiestan de forma particularmente severa en relación con
las estadísticas de delitos (ver arriba).
El problema de fondo no es cuantitativo, sino cualitativo: antes de su-
mar y restar hay que cerciorarse de que todo lo que se suma son efecti-
vamente peras o manzanas. Esto no está asegurado en las estadísticas de
delitos prácticamente de ningún país, y mucho menos aún en las estadísti-
cas internacionales basadas en aquellas (Levi y Reuter, 2006: 331). Incluso
en el espacio más regulado y formalizado del mundo, la Unión Europa,
las estadísticas policiales son de una calidad insuficiente como para poder

34
Delito y criminalización en una sociedad global

utilizarlas para hacer un seguimiento en el tiempo de las actividades de los


«euro-criminales» (Levi, 2002: 60, y Kilchling, 2001: 8). Las estadísticas es-
pecíficas sobre «grupos criminales organizados», en las que se basan muchos
gobiernos para evaluar los riesgos derivados de la criminalidad organizada,
se nutren de cálculos particularmente difíciles —aunque no imposibles— de
verificar y de objetivar (Carson, 1984, Greenfield, 1993, Blade y Roberts,
2002, Van Duyne y Levi, 2005). Este problema se agudiza con los delitos
en los que no hay perjudicados individuales (narcotráfico, corrupción, blan-
queo de capitales) que no son denunciados hasta que las fiscalías, y los go-
biernos que hay detrás de ellas, toman cartas en el asunto. En un contexto
de la aplicación de las políticas de «Estado mínimo», los gobiernos pueden
considerar que la denuncia de ciertos actos —por ejemplo delitos contra el
medioambiente o contra la administración desleal— pueden alterar el nece-
sario clima de confianza y seguridad requerido por los inversores privados,
lo cual reduce la persecución de estas prácticas pero no las prácticas en sí
mismas. Algunos delitos, como los robos con perjudicados concretos, son
denunciados de forma más sistemática. Pero tampoco las estadísticas de ro-
bos resultan tan fiables como puede parecer, pues los denunciantes tienden
a sobrevalorar el valor de los objetos robados con el fin de cobrar una ma-
yor indemnización del seguro, y muchos robos ni siquiera son denuncia-
dos cuando no existe la posibilidad de recuperar dicho valor. Los delitos de
cuello blanco son particularmente proclives a no figurar en las estadísticas
pues son sofisticados y difíciles de detectar (Simon y Witte, 1992). Cuando
los que cometen los delitos son actores políticamente comprometidos, los
poderes ejecutivos son particularmente reticentes a perseguirlos, sobre todo
cuando sus protagonistas pertenecen a la propia organización política. A
todo esto se suma una cierta reticencia de las fuerzas policiales a colaborar
en la obtención de cifras contrastables y a hacer esfuerzos en la mejora de la
calidad de las estadísticas, reticencias que puede confirmar este investigador
para el caso de España. Van Duyne y Levi concluyen para el fenómeno del
dinero del narcotráfico algo que parece extrapolable al delito en general:

La preocupación oficial por el dinero de la droga no parece haber


generado ningún interés entre las fuerzas operativas y sus responsa-
bles políticos por generar cifras basadas en hechos (2005: 116, 135).

Las cifras, que en otras disciplinas tienen un importante potencial obje-


tivizador de los fenómenos estudiados, no lo tienen de la misma forma en el
campo del delito. No parece aconsejable, por tanto, utilizarlas —al menos
utilizarlas todas— como base para tomar decisiones o para evaluar los éxitos
de unas determinadas estrategias de lucha contra el crimen. Unos hipotéti-
cos incrementos porcentuales de las comisiones de blanqueo a pagar por los
criminales, de las notificaciones de sospecha o incluso de la evolución del
número de casos de blanqueo juzgados, por ejemplo, no son referencias em-
píricas sólidas para analizar la evolución de las finanzas criminales o la efec-
tividad de las medidas antiblanqueo, aun cuando el velo numérico sugiera
lo contrario (para el caso de las comisiones del blanqueo, Reuter y Truman,

35
Armando Fernández Steinko

2004: 126). De la misma forma, un incremento o disminución porcentuales


del tráfico de drogas en el mundo podría ser menos revelador de lo que
se desprende de los cálculos publicados por Naciones Unidas. Las lagunas
estadísticas son excesivas y los informantes de algunos países —fuerzas po-
liciales y estatales y operativas de estados poco democráticos que colaboran
con Naciones Unidas— son entre poco o nada fiables.
A esto se suman los problemas estrictamente cualitativos. Por ejemplo: el
número de dólares generados con actividades ilegales no tienen un valor en
sí mismo pues están en función de la naturaleza de los delitos precedentes y
de su peligrosidad particular. Un dólar invertido en un atentado terrorista, en
corromper un sistema político, en financiar ilegalmente un partido o en des-
trozar una trama urbana o un trozo de naturaleza, tiene un coste muy distinto
al que puede tener un dólar gastado en adquirir drogas ilegales, por ejemplo.
¿Qué sentido tiene entonces hacer cálculos económicos agregados de todos
los delitos? Los datos pueden convertirse fácilmente en ilusiones matemáticas.
Esto no sería grave si dichos datos no fueran utilizados políticamente, lo cual
vuelve a conectarnos con el problema del poder. Cualquier economista, cual-
quier profesional de la contabilidad financiera, cualquier estadístico pero so-
bre todo cualquiera que haya tenido responsabilidades de gobierno sabe muy
bien que las cifras son instrumentos fundamentales al servicio de una política.
Sabe, también, que son construcciones sociales como el propio crimen y que
las guerras de cifras pueden ser demasiado útiles como para tratarlas como
expresiones de una objetividad que solo tienen en parte.
Esta conexión entre crimen y poder explica la aparición de un tipo de
experto que se apoya en cifras, pero que no hace mucho más que buscarlas
en la red y en la prensa diaria, en citar a autores que han hecho lo mismo,
y en fijar coeficientes de multiplicación basados en intuiciones y estados de
opinión. Las instituciones, deseosas de obtener alguna prueba real de las
amenazas que ya han dado por demostradas hace mucho tiempo, parecen
dispuestas a financiar este tipo de trabajos sin preocuparse demasiado por
su consistencia. Se ha ido generando así un nuevo mercado del conocimien-
to. Por un lado, está surgiendo una insaciable «demanda de cifras» (Peter
Reuter) por parte de organismos, gobiernos y publicistas ciegamente com-
prometidos con las hipótesis de partida aceptadas a priori como válidas. Por
otro lado se da una no menos importante «oferta» de datos más fáciles de
vender cuando más espectaculares, es decir, cuanto más se acercan a la con-
firmación de lo que ya había sido definido previamente como peligros y
amenazas (para un ejemplo reciente de corta y pega, ver Velasco, 2012).

El valor del conocimiento del mundo criminal

A esto se suma el proceso mismo de producción de información sobre el


delito. Algunos Estados dedican muchos recursos a generar unas determina-
das cifras y no otras (gastos en I & D, presupuesto destinado a investigación
pública o a centros de inteligencia vinculados al Estado etc.). Esta inversión

36
Delito y criminalización en una sociedad global

les permite pasar a la ofensiva en la definición y el diagnóstico de los peli-


gros apoyándose en datos propios, pero siempre siguiendo el hilo no de la
realidad misma, sino de sus propios intereses nacionales o gubernamentales
en la exploración de algunas partes de la misma. El éxito del concepto de
«cártel de la droga», lanzado para describir la organización de los grandes
traficantes de drogas y sus ingentes recursos económicos, es muy ilustra-
tivo en este sentido. Este concepto fue fraguado a principio del siglo xx
para describir unos comportamientos económicos que están muy lejos de
darse en la realidad, pero que le han resultado altamente funcionales a la
diplomacia norteamericana a través de su difusión por numerosos ámbitos y
documentos internacionales, incluidos los académicos y los gubernamenta-
les (críticamente sobre el concepto de cártel, ver Paoli en este libro, y Resa
Nestares, 2003). Al no disponer los demás Estados de investigaciones pro-
pias les ha resultado muy difícil refutar esta clase de argumentos, lo cual se
ha traducido en una reducción de sus bazas negociadoras en el plano de las
relaciones internacionales. Los Estados que no invierten en la generación de
saberes propios en este tema, y que son la mayoría, tienen que dar por váli-
dos aquellos producidos por otros y conformase con aceptar las hipótesis y
decisiones políticas derivadas de ellos. Esto lleva a adoptar acríticamente las
valoraciones y las estrategias de lucha contra dichos peligros, contra lo que
son definidos como «actores criminales» y contra toda clase de amenazas
—no verificadas ni verificables— que pudieran representar. La vulnerabi-
lidad de los derechos individuales y de los intereses estratégicos de países
enteros puede llegar a quedar en entredicho, como ha demostrado el caso de
los datos filtrados por el excolaborador de la CIA Edward Snowden. Mu-
chas veces estas cifras, así como las concepciones e interpretaciones basadas
en ellas, no se adaptan a los sistemas de valores, a las realidades sociales y
a las tradiciones jurídicas de los países que las adoptan produciéndose una
suerte de «colonización» de unos sistemas penales y jurídicos por parte de
otros (Díez Ripollés, 2003, y Ronderos, 2003). La sensación de objetividad,
de eficiencia jurídica o de avance en el desarrollo del derecho penal interna-
cional impulsado de esta forma, está muchas veces menos justificada de lo
que parece pues, en realidad, esconde procesos poco multilaterales de fun-
cionamiento jurídico.

En cualquier caso: los datos y las cuantificaciones deben y tienen que


hacer una aportación importante, incluso esencial, al esclarecimiento racio-
nal del crimen, de los peligros reales que pueden derivarse de él y de la
percepción subjetiva de los mismos: los trabajos de Juan Díaz Nicolás y
Fernando Moreno en este libro así lo demuestran. Precisamente porque ni
el delito ni la peligrosidad ni el riesgo «existen» como realidades positivas,
sino solo los actos y las situaciones considerados —o no— como delitos o
de riesgo, se hace necesario analizar con rigor cuantitativo también las valo-
res de los ciudadanos y su percepción de la seguridad y del peligro, generar
herramientas que permitan distinguir el peligro real de las sensaciones sub-
jetivas de peligro. Hay toda una tradición vinculada a la cuantificación de
una cosa aparentemente tan subjetiva y aleatoria como la evolución de los

37
Armando Fernández Steinko

valores en las diferentes sociedades del planeta o de la percepción subjetiva


de la seguridad (Diez Nicolás ed., 1994, y Díez Nicolás, 2011 respectiva-
mente). Por tanto, generar cifras fiables no solo es posible, sino, además,
necesario, aunque siempre con la condición de que vayan precedidas por
una definición precisa de aquello que intentan cuantificar. El problema no
son los números ni la medición, sino el trabajo previo, es decir la forma de
definir y de abordar la unidad de análisis, en este caso el propio delito que
incluye la percepción social del mismo (para el caso de la percepción de la
corrupción en el mundo, ver el trabajo de Díez Nicolás).
En cualquier caso, y sea cual sea el método de medición utilizado: desde
la segunda mitad de los años 1960 se ha producido un aumento indudable
del delito en los países occidentales y, desde los años 1980, se ha disparado
literalmente en todo el mundo. En España la evolución de los delitos de-
nunciados conoce tres grandes cambios de tendencia desde mediados de los
años 1950. La primera se produce hacia 1965, en que aumentan ligeramente
de año en año en consonancia con la evolución seguida en otros países occi-
dentales. La segunda se deriva de la transición democrática (1976), que lleva
a un cambio de tendencia explicable por razones políticas. El tercer cambio
de tendencia se produce hacia 1980, que lleva a un aumento muy importan-
te de los delitos denunciados, sobre todo a partir de principios de los años
1990, en que se acelera el ritmo de incremento de las denuncias: desde los
15.000 (1990) hasta los 38 000 solo dos años después (INE: varios años).
Hay que intentar explicar esta eclosión.

Dos combinaciones letales


Durante el período que se abre después de la Segunda Guerra Mundial
se produce una expansión económica sin precedentes en los países occiden-
tales: esto no es nada nuevo en la historia económica moderna. Su parti-
cularidad reside en que, esta vez, dicha expansión viene arropada por una
serie de pactos sociales, políticos e institucionales que le atribuían a amplios
sectores de la población, hasta entonces excluidos de los beneficios del cre-
cimiento, el derecho a participar de los frutos del mismo. Los territorios
nacionales fueron integrándose a través de vías y medios de comunicación,
de procesos redistributivos y de inversiones comunitarias, generándose es-
pacios uniformes en los que cada vez más grupos sociales —tendencial-
mente todos— fueron adquiriendo una carta de ciudadanía asociada a una
serie de derechos y de obligaciones. La nueva carta de ciudadanía no in-
cluía esta vez solo el derecho al voto o un sistema legal igual para todos
como sucedió durante la breve primavera democrática de entreguerras en
la que la democracia política no estuvo cimentada por una democratiza-
ción social y económica (Fernández Steinko, 2001). Esta vez, la ciudadanía
política vino acompañada por el reconocimiento del derecho a un trabajo
estable, a una carrera profesional, a una vivienda digna, a una educación
pública, etc.: vino acompañada de una carta de ciudadanía social. A esto se
suma un hecho también novedoso en la historia del capitalismo: el bienes-

38
Delito y criminalización en una sociedad global

tar de los ciudadanos pasó a convertirse en un elemento funcional para el


sistema económico. El pleno empleo hacía escasear la fuerza de trabajo y
facilitaba el aumento salarial a medida en que aumentaba la productividad.
Pero los ciudadanos-trabajadores constituían además una parte decisiva de
la demanda agregada, con lo cual fueron integrados por partida doble en el
mecanismo de reproducción económica: como trabajadores cada vez más
productivos y con salarios en ascenso, y como consumidores con cada vez
más poder adquisitivo. Los sociólogos y los historiadores le han dado el
nombre de «fordismo» a esta extraordinaria innovación social, política y
económica.

Destradicionalización y sociedad de la exclusión

El fordismo regulado o consensuado políticamente fue creando una


«sociedad de la inclusión» (Jock Young), que es una de las características
más sobresalientes de aquellos «años dorados del capitalismo» (Eric Hobs-
bawm), «fordismo» o «capitalismo/liberalismo domesticado» (embebed li-
beralism: John Ruggie), el período comprendido entre el fin de la Segun-
da Guerra Mundial y la década de los años 1980. El rápido aumento de la
productividad y el incremento de los salarios reales fue creando una suerte
de «ascensor social». Todos los grupos sociales mejoraron su capacidad ad-
quisitiva, todos subieron al menos un piso en el nuevo edificio social (Beck
1998). Aunque Ulrich Beck se queda corto cuando resalta solo este efecto
para explicar la dinámica social de aquellos años. Hay otro fenómeno que
transcurre en paralelo a este, y que resulta decisivo desde el punto de vista
criminológico: la mejora absoluta del bienestar fue acompañada, y en cierta
medida también impulsada, por el aumento de las diferencias de renta entre
clases sociales, por un aumento mucho más rápido de los recursos en ma-
nos de una parte de la población en relación con los del resto (Fernández
Steinko 2004: 126ss). Los procesos privados de inversión o acumulación de
capital se basan, y al mismo tiempo impulsan, una continuada concentración
de la riqueza en manos de accionistas y rentistas, concentración que solo en
una pequeña parte puede ser compensada por el aumento de los salarios rea-
les de las clases asalariadas. La brecha en la evolución de los ingresos puede
compensarse parcialmente con sistemas fiscales redistributivos, aunque estos
no son capaces de neutralizar las tendencias estructurales de fondo (para
España, ver Álvarez Aledo 1996 y de Miguel 19981). El que este proceso
viniera acompañado por una unificación, incluso una nivelación en muchos
sentidos de los hábitos de consumo y de los estilos de vida, no debería hacer
olvidar este detalle que resulta trascendental desde el punto de vista crimi-
nológico (ver abajo).
El crecimiento económico hizo aumentar la población activa asalaria-
da a costa de los autónomos tradicionales (tenderos, pequeños agricultores,

1 
«Se tendía —y tiende hoy AFS— a confundir el alza en los niveles absolutos de vida (…) con
el grado de desigualdad en la distribución» (De Miguel, 1998, p. 195).

39
Armando Fernández Steinko

artesanos etc.) generándose una rápida extensión de las relaciones salaria-


les y mercantiles de tipo «moderno». Los espacios formalizados, reglados o
burocratizados de la vida social (empresas modernas, centros de enseñanza
reglados, instituciones públicas, nuevas organizaciones de masas etc.) se fue-
ron imponiendo, poco a poco, frente a los espacios tradicionales basados en
reglamentaciones, normas y procedimientos informales y consuetudinarios.
Lo nuevo se fue comiendo a lo viejo, el mundo tradicional fue «colonizado»
(Rosa Luxemburgo) poco a poco por el sector «moderno» de la sociedad. La
familia tradicional y extensa, la comunidad, la iglesia, los pequeños talleres
artesanales con sus antiguas jerarquías profesionales o el vecindario fueron
perdiendo importancia y con ellos los valores y los modos de socialización
que les eran —y les siguen siendo— propios: la reciprocidad o intercambio
de favores y dones, la cooperación, los lazos de parentesco, de etnia o pa-
tria chica fueron sucumbiendo frente a la generalización de los intercambios
mercantiles (ver Gouldner, 1960, y Pezzino, 1990a). Las formas de vida se
individualizaron. Cada vez más ciudadanos pasaron a depender del salario
e incluso una parte creciente de los autoempleados o autónomos se incor-
poraron a una división social del trabajo dominada por actores económicos
e institucionales no tradicionales (para el proceso de destradicionalización
en Alemania Occidental, ver Lutz 1984, para el caso español, portugués y
griego, ver Fernández Steinko, 1999 y 2013, para el japonés, ver Coulmas,
1993, para el norteamericano, Faulkner, 1954).
Todo esto fue creando una nueva cultura del consumo enteramente de-
pendiente de las formas modernas de vivir y de trabajar («consumismo»).
Las fidelidades consuetudinarias no basadas en el dinero y el poder de com-
pra de productos cada vez más estandarizados, los mecanismos tradicionales
de gratificación y control social entraron en un período de larga agonía.
Las relaciones individuales y competitivas se fueron imponiendo frente a
las relaciones colectivas y cooperativas. Y esto a pesar de que las personas
empezaron a coexistir en espacios cada vez más interdependientes debido
al aumento de la urbanización, a la creación de inmensas barriadas residen-
ciales, de empresas cada vez más grandes y espacios institucionales cada vez
más densos (ver Hirsch/Roth, 1986, Hobsbawm, 1995b: 48). Todos estos
cambios provocaron transformaciones normativas profundas que afectaron
a la definición del bien y del mal, así como a los mecanismos de control
y sanción sociales. Las encuentas internacionales sobre valores demuestran
que estos cambios normativos siguen acompañando a los procesos de mo-
dernización social en la mayoría de los países del planeta (ver Díez Nicolás
ed., 1994).
Sería un error pensar, sin embargo, que las relaciones cooperativas y
de reciprocidad son sinónimo de igualitarismo y las mercantiles de todo lo
contrario. La modernidad no puede ser interpretada como la destrucción
de un idilio igualitario provisto de formas atemporales de justicia y de con-
trol del delito destruidas por una modernidad corruptora de la convivencia
social: las cosas son ciertamente más complejas. Así, las relaciones coopera-
tivas en el seno de la familia tradicional han incluido siempre fuertes asime-

40
Delito y criminalización en una sociedad global

trías entre sus miembros (entre marido y mujer, entre hijos varones e hijas,
entre los primogénitos y los demás etc.), asimetrías en la que los individuos
tenían que desempeñar un determinado rol social de por vida. Estos espa-
cios han sido un caldo de cultivo abonado para la proliferación de compor-
tamientos que hoy son tenidos por delictivos, pero que no lo son —o no lo
son tanto— en sociedades tradicionales (por ejemplo los maltratos contra
las mujeres y los niños). De la misma forma, las relaciones de reciprocidad,
uno de los principales mecanismos de interacción social en los espacios tra-
dicionales, fueron decisivas durante todo el período feudal y postfeudal (por
ejemplo entre campesinos y grandes poderes eclesiásticos, entre la nobleza
y los súbditos), un orden, el feudal, que tampoco puede ser calificado de
igualitario o «justo», al menos en el sentido moderno del término (Moreno
y Natotzky, 2000).
La ruptura de los espacios tradicionales y la penetración de las relacio-
nes mercantiles modernas dentro de ellos tiene, por tanto, consecuencias
paradójicas. Por un lado el individuo gana márgenes de libertad frente al
grupo, grupo en el que venía ocupando una posición más subordinada y
estática que igualitaria y dinámica: no hay mejor ejemplo para ilustrarlo que
el lugar que ocupaba la mujer en dichos espacios. Pero, por otro lado —y
aquí radica la complejidad del proceso que vivieron las sociedades occiden-
tales tras la Segunda Guerra Mundial y en vastas áreas del planeta después
de 1980—, las sociedades modernas solo son capaces de combinar indivi-
dualización e igualdad de oportunidades si proporcionan un acceso a recur-
sos económicos, culturales y sanitarios más o menos iguales para todos, es
decir, si van unidas a alguna forma de democracia social y económica. En
espacios ya completamente destradicionalizados estos recursos, es decir, la
carta de ciudadanía social, solo pueden asegurarse por medio de mecanismos
redistributivos institucionalizados de contenido solidario (sistemas fiscales
progresivos destinados a financiar hospitales, sistemas judiciales eficientes,
infraestructuras institucionales de todo tipo). Cuando todos estos recursos
no existen o son insuficientes, las consecuencias de la modernización social
son muy distintas, el tipo de sociedad «moderna» que surge del cambio aca-
ba siendo muy diferente por mucho que el paisaje de todas las sociedades
ahora «modernas» esté repleto de escaparates con los mismos artículos de
moda o de calles saturadas de automóviles privados.
La transición a la sociedad «moderna» puede llegar a ser, por tanto, un
proceso muy diferente de un país a otro, pero en todos los casos va unida a
cambios importantes en los valores y en la definición del bien y del mal, de
las acciones desviadas y de todo aquello que es considerado justo o injusto.
Por un lado, todos estos cambios tienden a erosionar las relaciones asimé-
tricas propias de los espacios tradicionales. La obediencia ciega desprovista
de razonamientos, la violencia ilegítima, el atropello o incluso el sacrificio
por el sacrificio mismo sin más explicación, tienden a estar cada vez más
desacreditados. El rechazo de la subordinación del individuo a los imperati-
vos del grupo —a la familia, al colectivo empresarial liderado por un patrón
autoritario, a los partidos tradicionales, a la comunidad o a cualquier otro—

41
Armando Fernández Steinko

obliga ahora a todas estas instituciones a comportarse de otra forma con sus
miembros si quieren seguir funcionando o subsistiendo. La incorporación
de la mujer al mercado de trabajo y su acceso a la educación aceleró conside-
rablemente todos estos cambios. En muy poco tiempo quedó en entredicho
la posición privilegiada que ocupaba el hombre en la familia y en los demás
espacios sociales, el viejo principio de autoridad basado en la división sexual
del trabajo quedó en entredicho.
En realidad, lo que estaba sucediendo es que, como en otros momen-
tos de la historia, los cambios sociales estaban generando nuevas formas
de sentir, de valorar y de juzgar las cosas: estaba surgiendo una nueva
subjetividad. La particularidad de este proceso es que, esta vez, el cambio
fue mucho más rápido y que afectó también a las clases populares. Las
formas de vida, las relaciones interpersonales, los valores y, en conse-
cuencia, también los sistemas formales e informales de gratificación se
vieron fuertemente afectados (ver Díez Nicolás ed., 1994). Los nuevos
medios de comunicación —radio, televisión, sonido— trasladaron todos
estos cambios normativos hasta las zonas más periféricas de las socieda-
des en vías de modernización extendiendo estos procesos al conjunto del
planeta.
Es normal y es obligado que estos cambios sociales incluyan una
nueva forma de entender y de abordar el delito, que revolucionen las
formas de juzgar lo que está bien y lo que está mal. La oposición de los
años 1960 —preferentemente juvenil— al orden moral y a los valores
tradicionales dominantes hasta entonces tiene esa primera lectura. Dicha
oposición afectó a todas las esferas de la existencia: a la cultura y la esté-
tica, a la vida cotidiana y el trabajo, a la visión que se tenía de la política y
del bienestar social. El que esta oposición, unas veces extravagante, otras
solo intelectual, estética o silenciosa, y otras más explícitamente reivindi-
cativas impugnara la legalidad vigente y en parte se adentrara en el campo
de lo que hasta entonces era definido como «delito», es más una cuestión
de grado que una cuestión sustancial. Robert Merton, distinguió tres for-
mas de contestación: la delictiva, la política y la «ritual» o simbólica. Para
este autor se trata de reacciones diferentes a una misma impugnación de
los valores y de las normas vigentes, tres expresiones del mismo fenó-
meno de ruptura moral y cultural que estamos intentando explicar (ver
Merton, 1969: 25s). La tendencia a idealizar la marginalidad y la sociedad
tradicional —búsqueda de pueblos apartados, descubrimiento de la agri-
cultura tradicional y de las costumbres rurales ancestrales etc.—, también
debe ser interpretada en este sentido (para España, ver Rozenberg, 1990),
en este caso como formas «rituales» (R. Merton) de contestación o de
rechazo de los valores dominantes.
Por tanto, la nueva subjetividad, que eclosionó con los movimien-
tos contraculturales de los años 1960, va más allá de sus expresiones co-
yunturales más o menos llamativas, frívolas o simbólicas (movimiento
beatnik, el rock, el llamado mayo del 68 o la moda juvenil: ver Granés,

42
Delito y criminalización en una sociedad global

2011). Lo que la impulsaba no era un cambio de actitud sin más, sino una
transformación estructural de las sociedades occidentales, cambio que se
iba extendiendo a más y más grupos sociales, regiones y países a través
de los medios de comunicación social y de los nuevos iconos culturales.
Estos cambios afectaron de lleno a la frontera que había venido separado
hasta entonces los comportamientos delictivos de aquellos otros acepta-
dos socialmente.

El Estado del bienestar

No es posible entender las consecuencias criminológicas de estos cam-


bios sin encajar la pieza del Estado del bienestar. El Estado del bienestar
es el resultado de los grandes pactos políticos de la postguerra que hicie-
ron posible la ciudadanía social. Pero también es un sustituto destinado a
compensar la disolución de los lazos tradicionales, incluidos los sistemas de
protección y solidaridad, y de las formas de controlar el delito que les son
propios. Dependiendo de la situación de cada país, esta institución ha tenido
un peso muy desigual en los procesos de destradicionalización. En unos, los
cambios fueron más rápidos, en otros estuvieron más regulados y consen-
suados. De la diferente intensidad de estos consensos nacieron Estados del
bienestar también más o menos importantes, con más o menos capacidad de
mitigar los efectos más injustos e indeseables de la modernidad. En aquellos
lugares, en los que no se crearon mecanismos de solidaridad institucionali-
zada, los viejos sistemas tardaron más en desaparecer o no llegaron a hacerlo
nunca del todo. Así, en el sur de Europa, pero también en Japón o Corea
del Sur, donde el proceso de modernización fue particularmente rápido y
los pactos sociales tardaron en llegar, el Estado del bienestar también llegó
tarde y no tuvo nunca un peso comparable al de los países de Europa del
Norte y Central. El resultado ha sido una prolongada coexistencia en es-
tos países entre las formas viejas y nuevas de control y solidaridad sociales,
coexistencia que sigue siendo visible hasta en las zonas urbanas más mo-
dernas. Esta coexistencia le añade complejidad a sus sistemas de control del
delito y nunca encajó del todo en el canon de modernización definido por
los países que accedieron antes a la modernidad capitalista. La solidaridad
y el poder de integración de instituciones tradicionales como la familia, la
comunidad o la iglesia permanecieron vivas o se fueron erosionando mucho
más lentamente. En aquellos países que se industrializaron y modernizaron
más despacio o antes como Gran Bretaña, Estados Unidos, Alemania y los
países escandinavos, las cosas evolucionaron de forma distinta. Sus sistemas
tradicionales sufrieron una prolongara agonía ya desde finales del siglo xix y
la crisis de los años 1930 acabó de liquidarlos, lo cual explica que dicha crisis
tuviera consecuencias sociales mucho más graves, y que sus gobiernos se
vieran obligados a crear sistemas de solidaridad institucionalizada en fechas
relativamente tempranas (New Deal en los Estados Unidos, acuerdos de
Kohandel en Suecia en los años treinta, propuesta de Welfare State británico
tras la Segunda Guerra Mundial). Hacia 1970, ya habían dejado de funcionar

43
Armando Fernández Steinko

la mayoría de las formas de mutualismo tradicional en todos ellos, incluidos


sus códigos de control y de protección sociales2.

Delincuencia «tradicional», delincuencia «moderna»

Las criminalidad de los espacios tradicionales tienen características pro-


pias y los comportamientos criminalizados no son los mismos que en las
sociedades modernas. Los asesinatos basados en causas de honor, la pros-
titución, el adulterio o el sacrificio de animales sagrados, por ejemplo, tie-
nen una carga delictiva que resulta incomprensible para los miembros de
las sociedades modernas. En los espacios tradicionales, el delito es vivido
como algo anormal, propio de situaciones límite o de personas estigmatiza-
das o tenidas por marginales. Al tratarse de sociedades en la que la escasez
afecta a la mayoría de los grupos sociales, son frecuentes los delitos contra
la propiedad destinados a satisfacer necesidades reproductivas elementales
(robos de alimentos, de medios de producción elementales, de formas ar-
caicas de riqueza etc.) así como los «delitos predatorios» en general, que
consisten en una redistribución de riqueza de las víctimas a los delincuentes
(Naylor, 2003: 84). El comportamiento desviado parece más fácil de definir
debido a un rígido y estable reparto de roles sociales que se corresponde con
una división social y sexual del trabajo también relativamente estable. Esto
no quiere decir obligatoriamente que no se den ciertas conductas. Quiere
decir que, o bien no salen a la luz, o no son consideradas desviadas. Mu-
chas se producen en el ámbito de lo privado y se evita que traspasen los
espesos muros que separan lo público y lo privado. El adulterio masculino,
por ejemplo, tiende a estar permitido o incluso sancionado positivamente,
aunque siempre y cuando no trascienda hacia fuera, y lo mismo sucede con
las violaciones en el seno de la familia o con el maltrato de menores, que
ni siquiera son denostados en muchos casos. En general, el bien y el mal
son vistos como dos esferas claras y excluyentes provistas de límites claros,
límites que se traspasan en raras ocasiones. Las jerarquías y los mecanismos
materiales de reproducción social en los que se basan estos espacios, y que
constituyen un freno a la movilidad social —propiedad desigual de la tierra,
relaciones tardoseñoriales, agricultura o artesanado de subsistencia— refuer-
zan la estabilidad normativa de estos espacios así como la división de la vida
en dos esferas diferenciadas: la pública —que es más bien débil y está nor-
mativamente menos estructurada o, cuando lo está, tiene una dimensión más
local—, y la privada, que es más densa e influyente, está repleta de normas
y sistemas informales de sanción, jerarquías morales y de leyes no escritas,

2 
En los Estados Unidos los ambientes tradicionales se conservaron durante más tiempo en
los espacios de las primeras generaciones de inmigrantes procedentes de espacios tradicionales de
todo el planeta, sobre todo del este y del sur de Europa. Pero también estos espacios fueron retro-
cediendo con los años aún cuando, con cada ola migratoria, se reprodujeran una y otra vez si bien
siempre a escala decreciente y cada vez más «contamidos» por el vigor de la modernidad capitalista
norteamericana. En general la inmigración le añade complejidad a este cuadro explicativo del delito:
abajo lo trataremos con más detalle.

44
Delito y criminalización en una sociedad global

la mayoría heredadas del pasado: es el reino del derecho natural frente al


derecho positivo. Las normas que regulan la vida pública son tenidas menos
en cuenta, al menos cuando se salen del entorno comunitario inmediato,
del espacio familiar, de la iglesia o de la comunidad, que son las principales
instituciones encargadas de mantener el control del delito. Muchos compor-
tamientos son juzgados y sancionados en el seno de esos mismos espacios
(por ejemplo los linchamientos comunitarios como mecanismo de control
de crímenes graves o los ajustes de cuentas entre familias o personas). Se
da, en definitiva, una especie de duplicación de los sistemas morales entre
la esfera pública y la privada («doble moral»), dos esferas que pueden llegar
a colisionar fuertemente entre sí. La doble moral tradicional empieza a ser
impugnada con la erosión de las sociedades tradicionales, pues la moderni-
zación desmonta la autonomía normativa de los espacios privados: ya no es
aceptable maltratar a los miembros de la propia familia mientras se respeta
al resto de las personas. Desde luego la «doble moral» no desaparece con la
liquidación de las sociedades tradicionales de la misma forma que tampoco
desaparece la diferenciación entre el bien» y el mal en las sociedades mo-
dernas. Pero ambas adquieren una dimensión distinta en estas últimas, se
reorganizan fuera de los límites definidos por las instituciones tradicionales
tales como la familia, la comunidad o la iglesia.

La primera «combinación letal»

Hay un hecho que llama la atención: la mejora de la situación social de


amplios sectores de la población euro-occidental en los años del boom de
la postguerra («ascensor social») no llevó a una reducción del delito. Todo
lo contrario. Por aquellos años se produce un fuerte aumento del mismo
coincidiendo precisamente con la mejora de la situación social de amplios
sectores de la población. Los viejos delitos contra la propiedad destinados
a satisfacer necesidades básicas y los delitos de honor tendieron a dismi-
nuir, pero otras conductas empezaron a salir a la luz, a ser criminalizadas
y denunciadas por una ciudadanía que empezaba a sentirse cada vez más
como tal. La emancipación de la mujer es el ejemplo más claro, pues hizo
aumentar en poco tiempo la intolerancia frente al maltrato y frente a las
violaciones. Los menores adquirieron derechos ciudadanos y su maltrato
también empezó a ser criminalizado. Los espacios y el patrimonio público
empezaron a ser más protegidos legalmente, incluido el medioambiente, que
recibió una primera protección jurídica. Algunos comportamientos, como el
consumo de ciertas drogas, fueron penalizados y un sinnúmero de víctimas
antes ocultas —por ejemplo en el seno de la familia o de la iglesia— empe-
zaron a aflorar. Las sociedades se hicieron menos tolerantes frente a unos
comportamientos que ahora pasaron a ser «crímenes» o «delitos». El cam-
bio de valores había conseguido trastocar en poco tiempo los límites que
durante siglos venían separando las conductas aceptadas y las rechazadas. El
resultado fue la mencionada revolución en las estadísticas del crimen que, en
parte, tiene su origen en un aumento de la intolerancia frente al delito, en un

45
Armando Fernández Steinko

aumento de las denuncias, que no necesariamente de una serie de comporta-


mientos (Young, 1999: cap. 2).
Sin embargo, el aumento de la criminalidad en los años 1960 y 1970
no se debe solo a la criminalización de comportamientos que ya se daban
antes. Se debe, además, a una conjunción o combinación de dos fenómenos
cuya comprensión resulta esencial para comprender el delito moderno. Se
trata de la combinación entre la individualización de las relaciones sociales
que hemos descrito y que nace de los procesos de destradicionalización,
y la sensación de privación relativa: es la «primera combinación letal» (J.
Young). Ambos fenómenos están relacionados y nacen de los mismos cam-
bios: las sociedades «modernas», al menos tal y como estaban organizadas
económicamente, eran incapaces de proveer los recursos que les permitieran
a sus ciudadanos alcanzar las metas mostradas ahora insistentemente como
al alcance de todos (Cohen, 1961).
Veamos: los derechos políticos introducen unas formas de pensar y de
vivir en las que ya no se admiten los agravios comparativos, el seguimiento
de normas impuestas por la fuerza, la doble moral tradicional o un acceso
a la riqueza no fundamentado en el mérito individual, sino en privilegios
tales como la herencia o el linaje familiar, la proximidad personal al poder
establecido o la pertenencia a redes clientelares. Si todos tenemos los mis-
mos derechos y las mismas obligaciones, hay que asumir las consecuencias
normativas de esta igualdad formal. Ya no se admite que el bienestar y el
prestigio dependa de un intercambio de favores o redes poco transparentes
(«familiaroclientelismo»: A.M. D’Ans). Pero, por otro lado, la igualdad for-
mal, las espectativas de promoción social que abre la ciudadanía política y el
discurso meritocrático del capitalismo basado en la racionalidad de las rela-
ciones formales y salariales, empezaron a verse frustradas en la práctica por
la persistencia, o incluso por el aumento de las desigualdades sociales que
acompañan la propia modernización (ver arriba). En las sociedades, en las
que se da una coexistencia más fuerte y apretada entre lo viejo y lo nuevo, en
las que los privilegios y las normas sociales tradicionales están aún vigentes,
esa contradicción se da de forma particularmente intensa, como un choque
continuo entre discurso y realidad con el que tienen que vivir diariamente
sectores amplios de la población. La retórica de la igualdad, las promesas
públicas, y las expectativas de unos ciudadanos-consumidores considerados
ahora iguales ante la ley independientemente de su raza, de su sexo o de
su etnia, fomentan los agravios comparativos, así como los sentimientos de
insatisfacción y frustración nacidos de dichos agravios.

Detrás de ese aumento de las aspiraciones está el incesante desa-


rrollo de la sociedad de mercado en el período posterior a la Se-
gunda Guerra Mundial. El mercado empuja a una gran parte de la
población al trabajo asalariado creándose las condiciones para que
las personas se comparen entre sí: las desigualdades de raza, de
clase, de edad y de género se hacen visibles. El mercado crea una
ciudadanía universal de consumidores pero excluye del mismo a

46
Delito y criminalización en una sociedad global

una parte sustancial de la población. Alimenta un ideal de diversi-


dad y de autodescubrimiento pero, en la práctica, a la mayoría no
le proporciona mucho más que un individualismo estrecho y poco
gratificante (Young, 1999: 47).

Es importante recalcar aquí que no es la carestía absoluta lo que ge-


nera insatisfacción, sino la carestía relativa, y que esta no se refiere solo a
aspectos económicos, sino que afecta a todo tipo de recursos (por ejemplo
culturales o educativos). Esto explica, por ejemplo, que no sean las socie-
dades con un nivel extremo de pobreza absoluta, en su mayoría vale aun
profundamente tradicionales, las que registran los índices de criminalidad
más altos, sino aquellas otras en las que lo viejo se combina de forma parti-
cularmente violenta y visible con lo nuevo.
Con el crecimiento económico acompañado de pactos políticos y socia-
les, tendencialmente toda la población experimentaba una mejora absoluta
del consumo, prácticamente no había desempleo y el ascensor elevaba a to-
dos los ciudadanos un peldaño en la jerarquía social. Pero para una parte
importante de la ciudadanía la mejora absoluta de su nivel de vida no es
suficiente para compensar el sentimiento de empeoramiento de su posición
relativa, es decir, con respecto a las clases sociales más exitosas e influyen-
tes. La sensación que se empezó a propagar por las sociedades modernas
hacia la segunda mitad de los años 1960 no es por tanto incompatible con
el aumento generalizado del consumo. Todo lo contrario: la individualiza-
ción y la pluralización de las formas de vida abiertas precisamente por el
consumo no traían la libertad esperada, sino más bien una atomización y un
aislamiento social. La combinación entre individualismo y competitividad
produce una «“jungla hobbesiana” (…), un “universo en el que los seres
humanos viven uno junto al otro (sin apenas comunicación entre sí AFS)
y no como seres sociales”» (Young, 1999: 483). En resumen: las sociedades
capitalistas generaban efectivamente una nueva subjetividad, que incluía un
consumismo y un individualismo nunca visto antes, y que contribuyeron a
ampliar los márgenes de libertad individual. Pero, al mismo tiempo, sem-
braban las semillas de una insatisfacción nacida de esa misma libertad: el
nuevo ciudadano era invitado a encontrar su razón de ser en el consumo
y la competencia, pero esta libertad acaba en frustración cuando el poder
adquisitivo no es suficiente en relación con las espectativas creadas, cuando
no se consigue entrar en el club de los ganadores en la carrera del prestigio y
de la movilidad social, o cuando, tras conseguirlo, resulta ser mucho menos
gratificante de lo esperado y propagado por los medios de comunicación
social y los reclamos comerciales.
El resultado es la multiplicación de diferentes formas de transgresión
como hemos visto arriba: la delictiva, la política y la ritual. Unas son vio-
lentas, otras son pacíficas. Unas están más extendidas entre las clases medias
e impugnan el orden estético y cultural, otras impugnan el orden políti-

3 
Todas las citas de autores no traducidos son traducción de A.F.S.

47
Armando Fernández Steinko

co, laboral y económico, y otras más el orden normativo más estrictamen-


te hablando. Pero las tres nacen del mismo tronco: la combinación entre
individualización y sensación de privación, pero de privación no absoluta,
sino relativa (relative deprivation). La mayoría de los robos y asesinatos no
pretendían satisfacer un consumo de subsistencia, sino acceder al disfrute de
productos de marca, conducir coches caros y probar algunos de los boca-
dos exquisitos de los que disfrutaban los ciudadanos más privilegiados. En
los espacios tradicionales, la norma social frena las exigencias de disfrute de
estos bocados de las clases no privilegiadas, el privilegio social es aceptado
como una realidad natural que nadie osa impugnar. Pero no así cuando to-
dos son declarados ciudadanos y consumidores libres e iguales, no así cuan-
do han calado los postulados centrales del capitalismo moderno y de la no-
ción de ciudadanía política. Solo con este tipo de razones se puede explicar
que el incremento de la delincuencia no se produzca tanto en áreas rurales
pobres y apartadas, como en aquellos espacios con un contacto directo con
la modernidad: en los espacios urbanos. Este patrón delictivo es propio de
todas las sociedades modernas, sobre todo cuando el discurso oficial de sus
sistemas políticos insiste en la igualdad formal de todos los ciudadanos, en
los valores democráticos y en la meritocracia frente al privilegio. En Vene-
zuela la tasa de criminalidad ha sido tradicionalmente alta como en el resto
del continente latinoamericano pero aumentó justamente con la regenera-
ción democrática del país. En los Estados Unidos, las marcas de coche más
robadas son los deportivos, y en el Reino Unido, después de las diferen-
tes formas de reserva de valor como joyas y dinero en efectivo, los objetos
preferidos por los ladrones en 1998 estaban todos incorporados al núcleo
cultural y simbólico de la sociedad de consumo: los equipos de música, las
televisiones, las cámaras y la ropa de marca (Clarke, 1999: tabla 1), etc.

Las primeras manifestaciones de esta nueva tensión social fueron pre-


cisamente los motines en el barrio de Watts de Los Ángeles en agosto de
1965, motines que llamaron poderosamente la atención de los criminólogos.
No se trataba de protestas contra el orden establecido, no fue una especie
de revuelta político-revolucionaria. Reflejaba la sensación de que, en medio
de uno de los principales centros del consumo moderno en los que ade-
más se crean sus grandes iconos mediáticos, resultaba imposible alcanzar
los patrones de consumo, incluso la propia ciudadanía política oficialmente
proclamada como al alcance de todos: los afronorteamericanos que asalta-
ban las tiendas querían estar «dentro» del sistema político y cultural nor-
teamericano, y no fuera o enfrentados. Esta sensación de estar fuera de un
juego al que se es constantemente invitado se basa en hechos reales, no son
actos caprichosos de disidencia y desviación moral, como postula una deter-
minada línea dentro de la criminología, desviación que pueda ser corregida
utilizando solo argumentos exclusivamente morales o culturales. Tienen que
ver menos con el rechazo a la nueva norma que con el rechazo a la contra-
dicción que sienten las personas entre esa nueva norma y su escasa realidad
cotidiana. Esta contradicción sigue siendo fundamental para entender una
parte de la delincuencia juvenil contemporánea en las grandes ciudades del

48
Delito y criminalización en una sociedad global

planeta, que es donde el mensaje consumista y nivelador de la sociedad mo-


derna coexiste en menos espacio con escasas o nulas oportunidades reales de
vivir en consonancia con dicho mensaje: abajo retomaremos este problema.
El traslado de este ambiente nacido en ciudades como Los Ángeles al co-
razón de una sociedades tradicionales depauperadas tras la repatriación de
jóvenes emigrantes a sus países de origen (Honduras, El Salvador y Guate-
mala) ha generado uno de los cócteles delictivos más explosivos del mundo
contemporáneo: las pandillas de jóvenes extorsionadores o maras (Gallego
Martínez, 2006: 25ss).
Esta combinación entre privación relativa e individualización —así al
menos Jock Young— explicaría el aumento de la criminalidad en plena so-
ciedad de bonanza y de pleno empleo: «La combinación entre privación re-
lativa e individualización es la verdadera combinación letal», escribe (1999:
48 y 52). Lo que hay aquí es una pérdida de referencias tradicionales, pero
no por la pérdida en sí misma, que explica más bien poco, como también
poco explica la pérdida de unos paraísos morales atribuidos a una sociedad
del pasado que nunca ha existido realmente de esa forma. La clave está en el
contexto en el que se produce el aumento de las desigualdades y las sensa-
ciones de agravio comparativo nacidas de ellas: la atomización, el individua-
lismo, la erosión de lazos tradicionales no acompañada de mecanismos de
solidaridad sustitutorios (Estado del bienestar). Las alas de la nueva libertad
solo parecían servir para sobrevolar un páramo deprimente, vacío de solida-
ridades y valores compartidos, pero sin embargo plagado de invitaciones a
un consumo mercantil imposible de alcanzar en la práctica: la individualiza-
ción degenera en individualismo transgresor.
Las brújulas perdieron el norte, los mapas se volvieron inúti-
les. Todo esto se fue convirtiendo en algo cada vez más eviden-
te en los países más desarrollados a partir de los años sesenta.
Este individualismo encontró su plasmación ideológica en una
serie de teorías, del liberalismo económico extremo al «posmo-
dernismo» y similares, que se esforzaban por dejar de lado los
problemas de juicio y de valores o, mejor dicho, por reducirlos
al denominador común de la libertad ilimitada del individuo
(Hobsbawm, 1995b: 340).

En los años del Estado del bienestar esta situación encontró cauces ma-
nejables de articulación, los gobiernos consiguieron tenerla bajo control,
aunque siempre y cuando la aceptaran como un producto no caprichoso
de la modernidad. Los mecanismos institucionalizados de control del delito
funcionaban, y parte de la onda expansiva generada por los cambios nor-
mativos se desvió hacia los movimientos políticos y contraculturales que
quedan fuera de la esfera penal. Por lo general, las políticas penales tenían
la función de recuperar al delincuente, de insertarle en una sociedad que le
daba otra oportunidad para hacer un segundo intento con su vida. Había
instituciones solidarias con capacidad de conseguir que aquellos ciudadanos,
que se habían alejado temporalmente de la legalidad, volvieran a incorporar-

49
Armando Fernández Steinko

se a ella. El delito aumentó pero los mecanismos de solidaridad institucio-


nalizada lo mantenían a raya, lo hacían manejable. Estos mecanismos fueron
desmontados de forma más o menos rápida a partir de 1980 en cada vez más
países occidentales. En otros, ni siquiera habían llegado a nacer nunca: la
primera combinación letal se unió, a partir de ese momento, a una segunda
que potenció los efectos de la primera.

La segunda «combinación letal»

Lo que catapultaría las tasas de criminalidad hasta niveles literalmente


inmanejables fue la suma de esta primera combinación letal y una segunda.
El problema se desborda cuando, en la era de la globalización neoliberal, a
la destrucción de un tejido que durante siglos había funcionado como me-
canismo de protección y de control sociales, se suma ahora el desmontaje de
aquellas instituciones —preferentemente el Estado del bienestar— creadas
en su día para compensar dicha destrucción, o la ausencia total de las mis-
mas. Esto es lo que sucede hacia 1980 con la aplicación de las políticas de
ajuste que provocaron un rápido encarecimiento de las condiciones de vida
de una parte creciente de una población mundial, una población ahora cada
vez más familiarizada con los hábitos y las normas sociales salidas del capita-
lismo moderno. El desmontaje de los mecanismos redistributivos se inaugu-
ra hacia 1980 en Gran Bretaña y los Estados Unidos («neoliberalismo») tras
un primer ensayo en Chile. Las nuevas políticas económicas convirtieron en
pocos años a más de un tercio de la población de los países occidentales y a
un porcentaje aún muy superior en otros lugares del mundo, en económi-
camente innecesaria y políticamente irrelevante mientas se exacerbaba —y
esto es decisivo— el propio mensaje consumista y competitivo destinado a
impulsar la recuperación económica. Estas políticas incluyen una radicaliza-
ción de la exaltación de los valores de libertad entendidos como sinónimos
de individualismo, consumismo y de autosuficiencia vital, y representan el
fundamento ideológico del llamado «neoliberalismo» (Harvey, 2007: 11, y
Beck y Beck-Gernsheim, 2001).
Ambas «combinaciones letales» han ido extendiéndose con los años y
permiten hacer hoy un —grueso— mapa del delito en el mundo. Aquellas
sociedades en las que no se creó un Estado del bienestar importante, pero
en las que no acabaron de desaparecer del todo las redes tradicionales de
solidaridad y mutualismo, están manteniendo la criminalidad bajo control,
incluso tras la crisis financiera de 2008. Los mecanismos de protección y
control social institucionalizados existen, aunque son relativamente débiles
y recientes, la tasa de criminalidad es relativamente baja a pesar del persis-
tente desempleo desde 1980 y de la también persistente debilidad de sus
Estados del bienestar. El sur de Europa, los tigres asiáticos y Japón son
ejemplos de ello. En aquellos otros lugares donde el Estado del bienestar ha
sido débil o ha sido liquidado pero en los que además ya han sido secados
desde hace tiempo los espacios tradicionales —por ejemplo debido a su tem-
prano acceso al capitalismo industrial— es donde antes se disparó la tasa de

50
Delito y criminalización en una sociedad global

criminalidad a partir de 1980 (sobre todo Reino Unido y Estados Unidos).


Un tercer grupo de países está formado por aquellos en los que no ha exis-
tido nunca un Estado redistributivo mínimamente estructurado a pesar de
haber vivido procesos extremadamente rápidos de destradicionalización. En
ellos, el mundo tradicional es aún omnipresente, incluso mayoritario, aun-
que a veces se encuentra en proceso de descomposición. Las condiciones a
las que han accedido a la modernidad —rasante incorporación a la economía
global— hacen este tejido de solidaridad tradicional totalmente insuficiente
para compensar el destrozo provocado por su modernización. El grueso de
los países llamados «subdesarrollados», incorporados a la globalización neo-
liberal, entran, a grosso modo, dentro de esta última categoría.
Naturalmente: hay otras variables de tipo local o nacional que hay que
tener en cuenta y que particularizan estas tendencias. Por ejemplo las gue-
rras, los problemas históricos relacionados con la legitimidad estatal en el
uso de la violencia o también el contexto político-geográfico: abajo comen-
taremos algunas de ellas. Pero, como regla general, se puede decir que ahí
donde se potencian los efectos de las dos combinaciones letales es donde
más insegura se ha hecho la vida para más personas. Las grandes ciudades de
los países anglosajones, así como los espacios rápidamente abiertos a los flu-
jos económicos internacionales pero con instituciones débiles —bien porque
nunca han existido, bien porque nunca han gozado de legitimidad o bien
porque fueron destruidas a raíz de los programas de ajuste— (Mesoamérica,
la mayoría de los países de América del Sur, ciertas regiones africanas ricas
en materias primas y súbitamente incorporadas a la economía internacional
tras la redefinición del mapa geoestratégico mundial a partir de 1991 y com-
pletamente desprovistas de Estados redistributivos) son hoy los países más
inseguros del planeta. El historiador británico Eric Hobsbawm compara la
Irlanda del Norte tradicional con las grandes ciudades modernas del Reino
Unido ilustrando magníficamente nuestra idea.
La triste paradoja del presente fin de siglo es que, de acuerdo con
todos los criterios conmensurables de bienestar y estabilidad so-
cial, vivir en Irlanda del Norte, un lugar socialmente retrógrado
pero estructurado tradicionalmente, hundido en el paro y después
de veinte años de algo parecido a una guerra civil, es mejor y más
seguro que vivir en la mayoría de las ciudades del Reino Unido
(Hobsbawm, 1995b: 343).

La primera combinación letal es hija del fordismo, la segunda es hija de


la globalización neoliberal. Pero, ¿qué es exactamente esta última?

Delito y desregulación económica

Las definiciones de la globalización del tipo de «aumento de la inter-


conexión entre estados y sociedades» o «la globalización es un progresivo
entramado (enmeshment) de comunidades humanas entre sí» (David Held,

51
Armando Fernández Steinko

cit. en Aas, 2007: 4; en un sentido similar, Giddens, 1999) son insuficientes


por excesivamente generales. Resultan trasplantables a demasiados contextos
y tienden a naturalizar, es decir, a dar por fenómenos cuasinaturales, unas
realidades que son el resultado de determinadas estrategias y decisiones fa-
lladas por y en favor de determinados actores y en momentos identificables
de la historia. Por otra parte, la conexión entre delito, globalización y desre-
gulación económica se ha convertido en un tema políticamente sensible, una
situación que alimenta las definiciones imprecisas que siempre dificultan la
identificación de las particularidades históricas y regionales de un fenómeno
como el que nos ocupa. Estas definiciones generales alimentan la vinculación
de toda clase de «peligros» y «amenazas» con una «globalización» entendida
casi siempre de forma general y omnicomprensiva (Andreas, 2002: 38). Por
ejemplo: algunos autores relacionan el aumento del tráfico internacional de
mercancías y de personas, o el abaratamiento de las comunicaciones nacido
de la difusión internacional de las Tecnologías de la Información y la Comu-
nicación (TIC), con la aparición de nuevas formas de criminalidad sumamen-
te sofisticadas, complejas y aparentemente novedosas (paradigmático aquí
Castells, 1997). Un repaso histórico demuestra, sin embargo, que ni el rápido
aumento del tráfico internacional de capitales, de mercancías y de personas,
ni las innovaciones tecnológicas, son cosas tan novedosas como se pretende,
que el delito las ha acompañado siempre como un actor más bien oportu-
nista o complementario (Levi y Naylor, 2000). Por otro lado, las grandes
organizaciones criminales que han conseguido mantenerse en el tiempo (por
ejemplo las hermandades mafiosas italianas, las Tríadas y Tong chinas o la
Yakuza japonesa) no han nacido y crecido históricamente con la globaliza-
ción y con los mercados ilegales transnacionales. Todo lo contrario. La razón
de su éxito reside en que se han apoyado en el dominio de sus territorios
locales para desarrollar sus actividades delictivas y no en su vinculación a
los mercados internacionales que siempre resultan más difíciles de controlar.
Por tanto, la globalización —tanto esta como la que se ha producido
en períodos anteriores como el del último cuarto del siglo xix— no genera
obligatoriamente organizaciones criminales «globalizadas», sino que pue-
de provocar también lo contrario por razones que tienen que ver con la
particularidad de las actividades ilegales: pueden provocar la consolidación
de organizaciones delictivas de tipo local (ver Reuter, 1983, y el trabajo de
Letizia Paoli en este libro). Por lo demás, la internacionalización de sus ac-
tividades ilegales tiende integrarse en el magma de las actividades legales
—sobre todo empresas—, una integración que obliga a una aproximación
más matizada y compleja a la conexión entre delito, tecnología y globaliza-
ción. En realidad, si se trata de evaluar el impacto de las nuevas tecnologías
sobre la relación entre Estado y delincuencia, no hay que incluir el especta-
cular aumento de recursos que aquellas le están proporcionando a los Esta-
dos, recursos que pasan por la posibilidad de interceptar cientos de millones
de conversaciones y correos electrónicos en todo el planeta.
Sea como sea: las «dos combinaciones letales» y su relación con la in-
ternacionalización de la economía a partir de 1980 ofrecen seguramente un

52
Delito y criminalización en una sociedad global

cuadro explicativo más complejo, menos «tecnológico» pero más cercano a


la realidad que la ecuación «globalización + nuevas tecnologías = aumento
de la criminalidad», ecuación que abunda en la bibliografía.

¿Qué es entonces la globalización?

Thodore Levitt fue el primero en utilizar el término «globalización»


para denominar la creciente estandarización internacional de los hábitos de
consumo (Levitt, 1983). Sin embargo, el motor principal de la rápida ex-
pansión exterior que se produce en las principales economías occidentales
a partir de 1980 no proviene tanto de la internacionalización del consumo,
sino de las estrategias de producción destinadas a mejorar la rentabilidad
de las (grandes) empresas privadas en los países occidentales más influ-
yentes, en definitiva las rentas de sus accionistas (Harvey, 2007, y Zeise,
2011). Para ello se ponen en marcha una serie de políticas que se ha venido
en llamar «neoliberales», caracterizadas por el intento de reducir la inter-
vención del Estado al mínimo imprescindible, por eliminar todo tipo de
impedimentos al libre flujo de mercancías y de capitales, y por insertar las
leyes de mercado en cada vez más ámbitos de la vida pública y privada.
Estrictamente hablando, se puede decir que el origen de la globalización
no esta tanto en la economía internacional como en la acción de una serie
de actores nacionales particularmente influyentes. Estos internacionalizan
sus estrategias a partir de la segunda mitad de los años 70 creando un nue-
vo entramado mundial que, con el tiempo, acaba determinando incluso sus
propias estrategias individuales, y sin que por ello lleguen a perder su pro-
tagonismo en el proceso de globalización, pero necesitando apoyarse en
una sólida base nacional: los grandes consorcios empresariales solo pueden
mantener su influencia y competitividad económicas cuando son asistidos
política, diplomática y a veces incluso militarmente por sus gobiernos na-
cionales.
Uno de los principales motores de la globalización es la sustitución de
la expansión económica interna basada en el mantenimiento —o incluso en
el aumento— del peso de los salarios sobre la renta nacional, por la expan-
sión externa como fuente principal de crecimiento. Esta última se basa en
una lógica opuesta a la primera, es decir, en los ajustes salariales y fiscales
destinados a mejorar la competitividad internacional de los nuevos acto-
res mundiales. Con la progresiva disminución del tamaño de los mercados
internos debido al estancamiento de los salarios reales y a la dualización
del mercado de trabajo, se crea una fuerte incentivo para aumentar las ex-
portaciones, para la colocación en los mercados externos de cada vez más
bienes y servicios producidos tanto en los países centrales como en en sus
filiales exteriores. Esta reorientación estratégica de los grandes producto-
res no nace, de las necesidades de las economías periféricas, ni de la mera
aparición de códigos de consumo compartidos en otras partes del mundo,
como señala Levitt. Provoca una fuerte presión hacia la liberalización de la
circulación de capitales, de mercancías y de las personas, pues la reducción

53
Armando Fernández Steinko

de las barreras comerciales y financieras permite abrir nuevos mercados


para la mayoría de los productores globales (OECD 1997). Este programa
económico marca un antes y un después para cada vez más personas del
planeta, sea cual sea su lugar de residencia. Para poder entender su relación
con el delito hay que relacionarlo con las dos «combinaciones letales» que
en cada región y en cada país se dan de forma propia y particular, pero
que muestran patrones comunes derivados del factor internacional que es-
tamos comentando.

Globalización y destradicionalización

El grueso del tejido humano, social y cultural de los países en desarrollo


en el que ahora intentan penetrar los bienes producidos o diseñados en los
países más desarrollados y en las nuevas plantas que las fabrican en otros
lugares a menor coste, son, en su mayoría, espacios económicos locales o
regionales decontectados aún de la gran economía internacional. En estos
espacios rigen las normas y los valores propios de cualquier sociedad tra-
dicional que hemos descrito arriba. La liberalización consiste en una serie
de reformas destinadas a desmontar las barreras y protecciones naturales,
culturales, jurídicas e institucionales que rodean y protegen estos espacios
con el fin de que los recursos —tangibles e intangibles— de estas regiones,
sean aprovechables o «puestos en valor» por los actores económicos inter-
nacionales o también por los grandes actores económicos —«modernos»—
nacionales. Es un proceso similar al de la «colonización interna» que se pro-
dujo dentro de los países desarrollados en los años dorados del capitalismo,
aunque su contexto sea ahora completamente distinto. Aquella se produjo
en un ámbito regulado y consensuado políticamente que no solo incluía los
pactos dentro de los países, sino también una economía y un comercio in-
ternacionales que, si bien también se reclamaban del liberalismo económi-
co, estaban fuertemente reguladas y consensuadas en el plano monetario y
financiero. Nada tiene que ver este contexto de cooperación monetaria y
financiera internacional con los años 1980 en adelante, caracterizado por
la cancelación, a veces brusca y unilateral, de muchos de dichos consensos,
acuerdos y regulaciones.
En primer lugar, las políticas neoliberales provocaron que, esta vez, la
«colonización interna» se produjera en un espacio temporal mucho más bre-
ve, y México es posiblemente uno de los lugares del planeta en el que se
batieron todos los récords de velocidad de este proceso tras su incorpora-
ción al NAFTA a principios de los años 1990 (Acuña Soto y Alonzo Calles,
2000). En segundo lugar, el proceso no estuvo arropado por acuerdos socia-
les y políticos comparables a los que se dieron inmediatamente después de
la Segunda Guerra Mundial en muchos países occidentales. Los cambios no
vinieron arropados ni por una carta de ciudadanía social, ni por la creación
de Estados del bienestar, ni siquiera en algunos casos por la creación o el
mantenimiento de una ciudadanía política. Así sucedió en Chile, donde la
brusca liberalización de su economía transcurrió en paralelo a la destrucción

54
Delito y criminalización en una sociedad global

de la democracia parlamentaria más antigua e ininterrumpida del continente


latinoamericano. En los países con un tejido institucional legitimado políti-
camente, un Estado del bienestar con una presencia más o menos tupida o
incipiente en todo el territorio, y cierta capacidad de suavizar las consecuen-
cias más adversas de sus proceso de modernización social, este tejido fue
muy debilitado o casi totalmente destruido por las políticas de ajuste (para
sus consecuencias epidemiológicas en América Latina, ver Justich Zabala,
2010).
En muchos países súbitamente «abiertos» a la economía internacional,
los viejos poderes locales, nacidos de las estructuras caciquiles del siglo xix,
enfrentados durante décadas a los poderes estatales, y que no se habían
disuelto en favor de un Estado weberiano más o menos legítimo y unifor-
me con capacidad de forzar la aplicación de la ley en todo el territorio, no
solo no fueron debilitándose y desapareciendo dichos poderes locales tal y
como sucedió en muchas sociedades occidentales en las décadas posteriores
a la Segunda Guerra Mundial. Todo lo contrario: se consolidaron adop-
tando funciones nuevas. En la medida en que no solo no se crearon nuevas
infraestructuras institucionales legítimas, sino que las (pocas) que existían
—unas legítimas, otras no tanto— fueron debilitadas o liquidadas por las
políticas de ajuste, los efectos de las dos combinaciones letales se poten-
ciaron mútuamente. Los valores consumistas, el mercado y la salarización
desembarcaron de la noche a la mañana en vastos espacios tradicionales
del planeta hasta hace poco aún casi completamente ajenos a los códigos
culturales modernos, a las nuevas reglas de comportamiento y a las nuevas
formas de ver y de aislar el delito. Esta dinámica ha potenciado de forma
dramática la sensación de privación relativa entre sectores muy amplios de
la población mundial. El momento relevante no es, por tanto, la destruc-
ción de lo viejo en sí misma, sino la forma y la velocidad del proceso, así
como la ausencia de mecanismos alternativos con capacidad de sustituir las
funciones de las redes tradicionales de solidaridad: «La liberalización fi-
nanciera ha minado las antiguas instituciones y mecanismos de gobierno
sin crear en su lugar alternativas adecuadas» (K. S. Jomo cit. en Williams y
Beare, 2003: 103).
Las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) han re-
sultado decisivas para la aceleración de los cambios culturales, sobre todo
porque han reduciendo aún más el tiempo de adaptación y de asimilación de
los estándares del consumo occidental entre poblaciones depauperadas. Lo
relevante no es, sin embargo, el argumento tecnológico en sí mismo, sino la
rápida caída del coste de los nuevos medios de comunicación, su consiguien-
te difusión entre sectores muy amplios de dichas poblaciones y, sobre todo,
el hecho de que vinieran de la mano de las políticas de ajuste. Un escenario
así solo podía alimentar las dos combinaciones letales, solo podía conducir a
un desbordamiento del delito en cada vez más zonas, primero urbanas pero
cada vez más también rurales, pues también estas pudieron conectarse ahora
con las imágenes del mundo moderno gracias al desplome del precio de las
antenas parabólicas y de internet.

55
Armando Fernández Steinko

Crimen y espacios locales

Las ciudades tienen un particular protagonismo en los nuevos escenarios


del crimen. El rápido aumento de la población urbana, el elevado poder sim-
bólico de las urbes y el hecho de que algunos de sus (nuevos) barrios sean
los lugares que, ya por simples razones de espacio, se haya extendido más
rápidamente la sensación de privación relativa y donde las consecuencias
de la falta de instituciones redistributivas sea más marcadas, son algunas de
las razones que lo explican: abajo nos ocuparemos del escenario urbano del
delito. Pero los espacios locales y rurales también merecen ser analizados,
sobre todo en su relación con la acción de los Estados y con los procesos de
construcción nacional que incluye la implantación territorial del monopolio
de la violencia.
Las particularidades de dicha construcción nacional influyen sobre los
procesos de destradicionalización y en el cuadro general del delito en el
mundo: el dominio abrumador de la renta agraria frente a la economía pro-
ductiva, la importancia de los poderes locales en el marco del «Estado liberal
oligárquico» (Octavio Ianni, 1973), común a numersos países latinoameri-
canos, la distribución desigual de la tierra o el uso ilegítimo de la fuerza por
parte de los Estados y de los oligarcas locales, son particularmente reinci-
dentes (para Honduras, Barahona, 2005). También los conflictos territoria-
les interestatales y la existencia de fronteras abiertas en países con Estados
aún poco consolidados o gobiernos poco reconocidos por sus poblaciones,
tienen importantes consecuencias para la evolución de la delincuencia en
determinadas regiones apartadas. En muchos lugares del planeta, los Esta-
dos centrales no acabaron nunca de imponerse frente a los poderes locales
y muchas veces se vieron obligados a aceptar su colaboración con el fin de
defender o asegurar fronteras alejadas, y aun sabiendo que dichos poderes se
financian en parte con actividades ilegales y que impugnaban el monopolio
estatal en el uso de la violencia en un momento en el que este aún era tierno
o estaba en construcción. Este es el caso de algunas regiones apartadas de
Colombia o de Honduras, pero también explica la consolidación de poderes
caciquiles en la frontera de México con los Estados Unidos. Son poderes
que se remontan a los años de los conflictos territoriales entre ambos países,
y que duraron hasta bien entrada la segunda década del siglo xx (Kenny y
Serrano, 2012: 30ss).
El renacimiento del poder de las hermandades mafiosas en el sur de Ita-
lia después de la Segunda Guerra Mundial, y que actuaron como impulsoras
del separatismo siciliano, tiene una lectura en parte similar. Dichas herman-
dades apoyaron a los poderes políticos locales opuestos a los proyectos del
nuevo Estado democrático nacido después de la Segunda Guerra Mundial,
proyecto que obviamente incluía el monopolio en la administración de jus-
ticia y en el uso de la violencia (Finkelstein, 1988). En algunos países como
México, Colombia y Honduras, los poderes locales recibieron un fuerte res-
paldo económico con la ilegalización y el aumento del consumo de drogas
en su vecino del norte. Además, y en todos estos casos incluida Sicilia, esta

56
Delito y criminalización en una sociedad global

clase de poderes locales recibieron un refuerzo adicional debido al lugar que


pasaron a ocupar sus Estados en las políticas geoestratégicas norteameri-
canas y que frenaron el ejercicio de la soberanía de sus gobiernos sobre la
totalidad de sus territorios (para el caso de Colombia, ver Bushell, 1994, y
Thoumi, 2002, para México, Kenny y Serrano, 2012, para Honduras, Ba-
rahona 2005, y para el sur de Italia Franceso Romano, 1970 y Paoli, 2000a).
En el momento en el que en estos espacios, a los que no había acabado de
llegar nunca del todo el Estado de derecho, son súbitamente incorporados
a la gran economía internacional en los años 1980, se abrió la veda para la
proliferación del delito.
Los municipios dispersos y apartados, en los que las formas económicas
tradicionales generaron durante siglos unos equilibrios basados en el res-
peto de normas consuetudinarias, de solidaridades informales y de poderes
locales más o menos reconocidos —aunque más caciquiles que democráti-
cos—, sufrieron una rápida transformación tras su incorporación a los flujos
económicos modernos. Estos cambios afectaron a los equilibrios del poder
tradicional, a las redes clientelares y de reciprocidad que los alimentan, así
como a las instituciones políticas que venían funcionando en ellas (para el
sur de Italia, ver Caciagli, 1996). En algunos de estos espacios se han hecho
fuertes muchas organizaciones criminales en la era de la globalización, pero
no porque desarrollaran un inmenso poder o porque fueran el producto de
la globalizacón, sino porque aprovecharon el vacío de poder y legitimidad
existente desde hacía mucho tiempo. El caso más extremo son el sur de Ita-
lia, ciertas zonas del Este del Europa y algunos espacios de Mesoamérica
(zonas de México y de América Central). Paul Kenny y Mónica Serrano
enfatizan la importancia de estos espacios periféricos para comprender algu-
nos de los fenómenos criminales más espectaculares en el México contem-
poráneo. La mayoría de ellos —el caso de los países de Europa del Este es
distinto aunque comparable en algunos sentidos— se han visto súbitamente
expuestos a un rápido proceso de destradicionalización tras la incorporación
del país al NAFTA y a la radical liberalización de su economía en las tres
últimas legislaturas presidenciales.
Por lo general remotos y pobres, los municipios no disponen de
demasiados recursos pero conservan celosamente sus viejas estruc-
turas políticas y de poder local: un alcalde, el jefe de la seguridad
local, un cuerpo de policía (Kenny y Serrano, 2012: 33).

Algunos de estos espacios sirven de soporte para la conformación de


nuevas estructuras criminogénicas locales alimentadas por los efectos de
la globalización neoliberal. La comprensión de estas estructuras de po-
der, de sus formas de control social a caballo entre lo viejo y lo nuevo, y
de su exposición repentina y desordenada a los flujos económicos y cul-
turales modernos, es fundamental para entender algunos fenómenos cri-
minales contemporáneos particularmente traumáticos. La existencia de
regiones alejadas de la acción del Estado con comunicaciones deficientes
y un Estado débil, lejano y/o poco legítimo, no explica en sí mismo el

57
Armando Fernández Steinko

problema, pero sí su combinación con los procesos de globalización de


los años 1980 y 1990.
«El municipio» –continúan Kenny y Serrano analizando el crimen
organizado en México– «sería el escenario en el que los policías
mexicanos se convirtieron en criminales. Desprovistos de recursos,
sin supervisión ninguna, alejados de cientos de kilómetros del pri-
mer campamento militar, los municipios tienen una estructura de
poder formal sumamente vulnerable en comparación con el peso
de los lazos de parentesco y de amistad» (Kenny y Serrano, 2012:
33).

La importancia de estos espacios no mengua con la globalización, sino


todo lo contrario: lo global y lo local forman dos momentos de un mismo
proceso («glocalización»). En los países poco integrados económicamente,
como es el caso de la mayoría de los llamados «en desarrollo», pero también
en otros que también lo han hecho en muy pocas décadas como España, Por-
tugal o Italia, es fundamental entender su microclima local, el desempleo con
el que han tenido que convivir durante décadas, la informalidad de muchas
de sus relaciones económicas y laborales que han alimentado el protagonismo
de «los lazos de parentesco y amistad» de los que hablan Kenny y Serrano,
pero también la coexistencia de estas relaciones con otras más modernas y
burocratizadas. El estudio de estas regiones es imprescindible para entender
los nuevos fenómenos criminales, sobre todo por el apoyo social —y muchas
veces también político— que reciben sus actores ilegales por parte de sus po-
blaciones, apoyo que provoca el escándalo de las clases cultas de extracción
urbana. Los casos de corrupción inmobiliaria en las costas españolas, los de
las hermandades mafiosas del sur de Italia, el narcotráfico en las rías gallegas y
los brotes de violencia criminal en algunas regiones más apartadas de México,
Honduras o Colombia obedecen a este mismo patrón de cambio social (para
el caso de la Costa del Sol española en los años del franquismo, ver Jurdao
Arrones, 1979). Todos son casos únicos, pero tienen cosas importantes en co-
mún: su incapacidad de encontrar alternativas económicas locales a su rápida
exposición a la gran economía procedente de los espacios más dinámicos, la
debilidad de sus instituciones locales, que incluye muchas veces una presencia
débil o corrupta de funcionarios públicos, pero también la precariedad social
en la que han pasado a vivir sus habitantes en medio de un rápido proceso de
modernización no regulado ni excesivamente ordenado políticamente. En to-
dos estos casos se trata de regiones periféricas, originariamente poco desarro-
lladas e incorporadas de forma más bien rápida y no regulada a la economía
internacional: tanto a la legal como también a la ilegal.

La experiencia del mezziogiorno italiano

El caso del mezziogiorno italiano, que ha producido dos o tres de las or-
ganizaciones criminales más estables en el mundo, es el mejor estudiado. La
unificación del país en 1861 fue un proyecto radicalmente liberal propio de

58
Delito y criminalización en una sociedad global

mediados del siglo xix, e impuesto al sur por las provincias industrializadas
del norte. No vino acompañada de reformas agrarias destinadas a eliminar la
prevalencia de la renta agraria frente a las inversiones productivas y a sanear
la economía laboral local. Estas reformas habrían liquidado muchas inercias
del pasado y generado un desarrollo más sincronizado entre el norte y el sur
del país, con todo lo que esto significa en el plano institucional: creación de
un Estado moderno de tipo weberiano que llega hasta los últimos pueblos
de Sicilia o Reggio-Calabria, afianzamiento del monopolio en el uso de la
violencia en todo el territorio italiano, creación de condiciones para el de-
sarrollo de infraestructuras sociales basadas en mecanismos de solidaridad
institucionalizada etc. En vez de ello, estas regiones se desarrollaron mucho
más despacio que el resto del país y su tejido tradicional se mantuvo intacto
hasta bien entrada la segunda mitad del siglo xx. Las redes clientelares y los
mecanismos de coerción orquestados por los grandes propietarios agrarios
destinados a conservar su poder, primero cuasiseñorial y después unido a
sus negocios de exportación de cítricos, también permanecieron intactos.
Estos mecanismos creados para mantener el dominio de la renta agraria y el
monopolio en la exportación de cítricos, son los antecedentes de las herman-
dades mafiosas de tipo italiano (Arlacchi, 1986, y Paoli, 2000a). Recuerdan
poderosamente a los ejércitos privados creados por las grandes companías
exportadoras en algunos países de América con Estados poco estructurados
como es el caso de las compañías bananeras instaladas a principios del siglo
xx en el norte de Honduras y de Colombia (para el caso hondureño, ver
Barahona, 2005: 91ss).

Después de la Segunda Guerra Mundial, cuando los pactos constitu-


cionales abrieron la posibilidad de una superación de este dualismo entre
el norte y el sur, el desembarco militar aliado en los años 1940 bloqueó
la reforma agraria por razones políticas perdiéndose una oportunidad de
regeneración económica e institucional de estas regiones. En este marco,
ciertamente atípico en el contexto europeo, la rápida destradicionalización
que vivió la sociedad italiana en las dos décadas siguientes, y que redujo el
empleo agrario del cincuenta por ciento al veinticinco por ciento de la po-
blación activa total en tan solo 33 años, consolidó y adaptó estas estructuras
al nuevo contexto del país. El tejido tradicional, que incluía los espacios de
poder de la Mafia, se fue adaptando a los nuevos tiempos. El «clientelismo
de notables», propio de la sociedad tradicional, se fue convirtiendo en un
«clientelismo de partido» más adaptado a las sociedades modernas. Aun-
que «modernas» solo en parte, pues lo que ha representado el partido de
la Democracia Cristiana durante décadas en este contexto es una curiosa
combinación entre lo viejo y lo nuevo (Caciagli, 1996). La importancia de
esta simbiosis fue tal, que solo tras la disolución en los años 1990 de dicho
partido fue posible estudiar la Mafia por dentro gracias a las declaraciones
de los arrepentidos (Feldbauer, 2008: cap. 8, y Paoli, 1998, 2003). El ejemplo
del mezziogirono italiano permite aventurar algunas hipótesis más generales,
algunas de ellas son extrapolables a la realidad de algunas de las regiones
más inseguras del continente lationamericano:

59
Armando Fernández Steinko

1) 
Cuando la (brusca) modernización de un tejido tradicional do-
tado de fuertes poderes locales heredados del pasado, y que le
venían disputándole al Estado el monopolio de la violencia, no
incluye reformas estructurales con capacidad de socavar dichos
poderes, lo viejo no desaparece, sino que adquiere una nueva
funcionalidad.
2) En estos casos, las estructuras criminogénicas no se extinguen, sino
que se «modernizan» combinándose con formas más burocratizadas
y formalizadas de interacción social, y dotándose de una considera-
ble estabilidad. También esto parece aplicable a las regiones que se
incorporan de forma brusca a la gran economía global a partir de
1980 o que venían haciéndolo ya en décadas anteriores.
3) La democratización política y el intento de legitimar a través de ella
la acción del Estado no es suficiente cuando persisten las grandes
asimetrías sociales. Todo lo contrario: dicha democratización pue-
de facilitar el entrelazado de instituciones «modernas» —como los
partidos políticos, las democracias liberales y las empresas legales—
con los viejos espacios criminogénicos con el agravante de que los
primeros aportan ahora una legitimidad democrática que antes no
tenían (para México, ver Astorga, 2006, para Honduras, ver d’Ans,
2011, para Colombia, Thoumi, 1997, 2002).

Esta triangulación podría facilitar la comprensión del crimen en la


era de la globalización neoliberal, servir para ajustar el sentido de la pa-
labra «modernización» en el contexto que nos ocupa. La modernización
de los espacios tradicionales no es incompatible con la conservación de
sus estructuras criminogénicas. Más bien todo lo contrario. La moderni-
zación no tiene por qué disolverlas cuando persisten las causas que las
han creado (ver arriba), sino que eleva su eficiencia y potencial delictivo.
El hecho de la ilegalidad obliga a los delincuentes, también a los delin-
cuentes en los espacios sociales más «modernos», a desarrollar un tipo
de relación similar a la que predomina en las sociedades tradicionales:
la etnia, el parentesco o la patria chica. Estos conservan y «actualizan»
la funcionalidad delictiva de los espacios tradicionales. Cuando estos
espacios se incorporan de forma súbita a la economía «moderna», los
valores y lazos tradicionales se funden con otros nuevos produciendo
combinaciones muy eficaces criminológicamente hablando (por ejemplo
familiares que se juntan con empleados de corporaciones profesionales
o con miembros de empresas legales, de partidos políticos o de institu-
ciones públicas burocráticas: para el caso del blanqueo en España, ver
Fernández Steinko, 2013b). Muchos delitos contemporáneos son encade-
namientos de acciones con un pie en el mundo rural y tradicional, y otro
en el mundo moderno y urbano, una combinación que permite alargar la
sombra del crimen más allá de las escopetas recortadas y de los crímenes
de honor, pero sin romper totalmente con las estructuras y las formas
tradicionales de relación social.

60
Delito y criminalización en una sociedad global

La imagen del «crimen organizado transnacional» que han difundido


no pocos autores (por ejemplo Moore, 1986, Castells, 1997, y Zabludoff,
1997) no tiene en cuenta esta doble naturaleza —tradicional y moderna—
del crimen moderno, su fuerte dependencia y asentamiento de/en los espa-
cios locales. Este es un argumento importante a la hora de valorar el poder
del llamado crimen organizado puesto que los delincuentes no las tienen
todas consigo cuando se salen fuera de la sombra protectora de los lazos
tradicionales, de las barriadas, de los municipios y de las regiones que les
dan cobijo. Esto hace arriesgada y poco funcional su «expansión exterior».
El resultado es, al menos en los espacios en los que predomina el Estado de
derecho y en los que sus funcionarios públicos no se han pasado al otro lado
de la legalidad, que se hace más bien difícil que aparezcan «multinacionales
del crimen» o «cárteles» con capacidad de controlar largos tramos de las
cadenas del comercio internacional de drogas ilegales, por ejemplo, fijando
precios de monopolio y corrompiendo a unos funcionarios públicos tras
otros. Lo normal es la fragmentación de las cadenas delictivas en muchos ac-
tores más bien efímeros y oportunistas, aunque bien insertados en espacios
locales y que compiten entre sí siguiendo el principio de la mano invisible
de Adam Smith (Reuter, 1983).

Comercio, armas y Nuevas Tecnologías

La liberalización del comercio internacional, al menos tal y como fue


impulsada por las grandes empresas procedentes de los países desarrolla-
dos, generó un rápido aumento del comercio transfronterizo a partir de los
años 1980, pero también una fuerte racionalización de los sistemas logís-
ticos y de transporte internacional de mercancías. La estandarización de
los procedimientos de embalaje y de los sistemas de transporte asociados
a ellos («containarización») han reducido los costes del transporte de mer-
cancías dándole un impulso añadido al propio proceso de liberalización
comercial. Pero el aumento del tráfico de containers también ha facilitado
y opacitado el transporte de mercancías ilegales reduciendo el riesgo de
interceptación y el coste de las operaciones ilegales. Algo parecido suce-
de con el aumento de los desplazamientos de personas expulsadas de sus
regiones tradicionales por la destrucción de su tejido social y productivo.
En los Estados Unidos entran personas y mercancías por 3700 termina-
les repartidas entre 301 puntos de entrada. Hay 278 millones de personas
que entran todos los años por estos puntos, 89 millones de automóvi-
les y nueve millones de contenedores de lo cuales solo son inspecciona-
dos el dos por ciento (Andreas, 2002: 41ss). Ambas cosas han provocado
una disminución del precio de algunos productos ilegales como las dro-
gas fomentando su consumo en los países más desarrollados, aunque tam-
bién reduciendo los beneficios obtenidos con ellos por los narcotraficantes
(UNODCCPa-d varios años, Comisión Europea, 2009). El desplazamien-
to de personas en busca de trabajo conlleva un aumento de los flujos fi-
nancieros en forma de remesas cuyo destino son precisamente las regiones

61
Armando Fernández Steinko

tradicionales de origen de muchos emigrantes. El tráfico monetario legal


—transferencia de remesas— crea así una nueva infraestructura para el trá-
fico monetario ilegal —transferencia de los beneficios del comercio ilegal—
sin que sea fácil separar el dinero de origen lícito del de origen ilícito.
Otra dinámica transfronteriza con implicaciones delictivas y también a
caballo entre «lo viejo» y «lo nuevo», aunque en este caso no transcurra de
sur a norte, sino de norte a sur, es el tráfico ilegal de armas. Muchos siste-
mas e instalaciones de armamento, que representan el grueso del valor del
comercio de armas, se trafican de forma legal y, si acaso, más encubierta
que estrictamente ilegal. La razón son las implicaciones políticas de estas
transacciones que explican la intensa actividad en el pago de cohechos y
sobornos por parte de los grandes fabricantes a los posibles clientes, muchas
veces apoyados por los propios gobiernos y alegando razones de seguridad
nacional para evitar su esclarecimiento. A esto se suma que muchos de estos
sistemas tienen un doble uso civil y militar, lo cual dificulta su adscripción
clara a la categoría de «tráfico de armas». La complejidad de las relaciones
internacionales desaconseja a veces la venta de estos sistemas a ciertos países,
una venta que, sin embargo, contrasta con la necesidad que tienen los fabri-
cantes de sistemas de armamento de expandir sus mercados independiente-
mente de los acuerdos políticos y militares de sus gobiernos. Desde luego,
las acciones comerciales sumergidas de las grandes empresas armamentistas
no son nada nuevo: el Comité Nyer, creado en los Estados Unidos en 1934,
o la Comisión Real creada en el Reino Unido en 1936 para investigarlas, lo
ilustran bien a las claras (Biermann y Klönne, 2006: 164). Los Estados y las
empresas de armamento tienen relaciones que probablemente siempre van a
ser contradictorias mientras las relaciones internacionales sigan dominadas
por la competencia antes que por la cooperación, por el unilateralismo antes
que por el multilatealismo. La situación se hace aún más contradictoria de-
bido al hecho de que dichas empresas, que generan partes sustanciales de la
I & D & I de algunos países, dependen económica y políticamente de las
mismas autoridades públicas que les imponen restricciones por razones que
van cambiando, y que pueden convertirse en impedimentos para su expan-
sión en unos mercados cada vez más disputados. Las cantidades económicas
en juego destinadas a esquivar estas restricciones, y que muchas veces im-
plican a los propios gobiernos que públicamente se declaran opuestos a la
exportación de armamentos a ciertos países, pueden llegar a ser muy impor-
tantes, pues al coste de los sistemas se suman cuestiones de seguridad militar
y la absoluta discreción con la que tienen que moverse estas operaciones
dada su elevada sensibilidad política. El resultado es el aumento del importe
de los cohechos hasta alcanzar cifras récord en la historia del delito. El caso
que ostenta dicho récord parece ser la empresa británcia BAE Systems, que
pagó muchos millones de dólares al gobierno de Arabia Saudita a cambio de
un contrato de 43.000 millones de libras (The Economist, 31 julio 2008, y
Müller, 2006).
La relevancia delictiva del tráfico ilegal de armas de menor calibre es
otra. Es menos importante económicamente hablando, pero su efecto para

62
Delito y criminalización en una sociedad global

la seguridad personal de las personas lo es mucho más: es la sección «azul»


del tráfico de armas frente a su sección «blanca» asociable a la exportación
de sistemas de armamento. Parece difícil explicar el fuerte aumento de la
tasa de homicidios en Mesoamérica si no se tiene en cuenta la combinación
entre los procesos de desestructuración social e institucional descritos arri-
ba («segunda combinación letal»), y la presencia de enormes cantidades de
armas ilegales. Aquí resulta decisiva la proximidad del territorio norteame-
ricano en el que se encuentran sus fabricantes. En los Estados Unidos no
solo florece una pujante industria de armamento de uso personal, sino que,
además, su tenencia no está criminalizada y sus gobiernos no se deciden
a aplicar controles a su exportación. En Guatemala hay 500.000 armas no
registradas adquiridas en los Estados Unidos para 14 millones de habi-
tantes, en Honduras hay 400.000 armas de este tipo para 7,6 millones de
habitantes y con tendencia al aumento tras el golpe de Estado institucional
contra el presidente Celaya, y en El Salvador, con 7 millones de habitantes,
son 70.000 las armas de fuego no registradas las que circulan ilegalmente.
A todas ellas habría que sumarle las armas legales registradas utilizadas
por unos cuerpos de seguridad no siempre respetuosos con la ley. Los tres
son los países con la tasa de homicidios más alta del mundo, desde 2004
ligeramente por delante de Colombia y de algunos países africanos, y muy
por delante, por ejemplo, de México. Es llamativo que, a pesar de estas ci-
fras, los norteamericanos —o mejor: su Asociación Nacional del Rifle con
fuerte presencia en los ambientes rurales conservadores, ver abajo— hayan
sido capaces de bloquear varias iniciativas de los gobiernos centroameri-
canos destinadas a poner fin a esta situación a través de acuerdos interna-
cionales vinculantes (Benítez y Sotomayor, 2012). En fechas recientes se
ha vuelto a frustrar una iniciativa intergubernamental similar, aunque el
asesinato en serie perpetrado en la ciudad norteamericana de Newtown en
diciembre de 2012 les ha vuelto a dar argumentos a los prohibicionistas.
Esta abundancia de armas asequibles de pequeño calibre es una de las ex-
plicaciones —no la única, desde luego— por la cual muchos gobiernos de
países en desarrollo se muestran incapaces de imponer el monopolio de la
violencia en sus territorios.

Es verdad: la liberalización del comercio internacional en las con-


diciones descritas tiene consecuencias muy desiguales pero parece que
su efecto agregado es favorecedor del delito, sobre todo si no lo redu-
cimos a sus expresiones más «azules». Pero una vez dicho esto también
apostamos por delimitarlo, por precisarlo: la globalización no es la hora
cero del crimen moderno, ni siquiera del crimen a gran escala. Muchos
autores tienden a verlo así e interpretan muchos de los comportamientos
delictivos observados como si estos no hubiesen existido nunca antes.
Las Nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación (TCI) le
prestan apoyo al argumento de la novedad absoluta, pero también la li-
beralización del comercio internacional como si esta no hubiera existido
nunca antes, y como si explicara por sí misma la debilidad de los Estados
frente al delito.

63
Armando Fernández Steinko

No; los efectos sociales de los cambios tecnológicos no nacen tanto de la


novedad de sus características científico-técnicas como de la fertilidad de la
tierra en la que caen sus semillas, así como del abono social, político y cultu-
ral de la misma. El determinismo tecnológico invierte la relación entre causas
y efectos reduciéndolo todo a dichas características, y dificultando en este
caso el análisis de las causas del delito. En general, las lecturas positivistas de
este último alimenta el determinismo tecnológico, la tendencia a ver cosas ab-
solutamente «nuevas» con cada innovación o diseño novedoso que conquista
los mercados (por ejemplo, Galeotti, 2004, y, sobre todo, Castells, 1997). El
discurso es siempre el mismo: las llamadas «nuevas tecnologías» son podero-
sas herramientas en manos de nuevos criminales transnacionales tecnológi-
camente innovadores y, por tanto, mucho más peligrosos que los de antaño.
Naylor y Levi (2000) argumentan en un sentido contrario: el empleo de Nue-
vas Tecnologías por parte de los criminales son más adaptaciones defensivas a
las nuevas formas en las que se desarrollan los negocios internacionales legales
y a su utilización por parte de la policía en su lucha contra el delito, que a
comportamientos criminales innovadores y ofensivos en el plano tecnológico.
El perfil de la mayoría de los grandes narcotraficantes juzgados en España
refuerza esta última hipótesis (Fernández Steinko, 2013b): los delincuentes
utilizan las dosis justas de tecnología para permanecer en el negocio sin que
esto demuestre una particular destreza o actitud innovadora en el uso crimi-
nal de las Nuevas Tecnologías (Levi y Naylor, 2000, y Levi, 2002).

También habría que relativizar —otra vez— el argumento del carácter


«nuevo» y sustancialmente criminal de la globalización que se inicia hacia
1980. Lo que algunos de estos autores describen como «nuevos peligros sis-
témicos» no son tan nuevos, aun cuando la rápida liberalización haya creado
situaciones novedosas en lo que se refiere, por ejemplo, al control que tie-
nen los Estados sobre sus fronteras. El delito ha aumentando efectivamente
en el mundo, pero de este hecho no se pueden derivar los argumentos del
«enorme crecimiento del poder de los grupos organizados transnaciona-
les» frente a unos estados que «están perdiendo el control», y cayendo en
«manos de grupos criminales». En zonas amplias del planeta los Estados
no pueden perder el control de sus fronteras porque nunca lo han tenido,
nunca ha existido una infraestructura institucional con capacidad de mante-
ner una guardia de fronteras eficiente, por ejemplo, muchas regiones nunca
han estado realmente al alcance de dichos Estados (Goldsmith, 2003). Lo
que es nuevo no es tanto la falta de presencia de los Estados sobre muchos
territorios, sino que esta falta, se combina ahora con procesos de destradi-
cionalización en un contexto de globalización no regulada. Parte de lo que
ahora se percibe como un aumento objetivo del delito solo es una nueva
criminalización de comportamientos que ya existían antes. Si dichos com-
portamientos son perseguidos ahora, esto no se debe a su novedad, sino a
las nuevas políticas de seguridad que ahora los interpretan de forma distinta.
Por lo demás, las fronteras siempre han dificultado la investigación policial
y encubierto a los delincuentes: tampoco eso en tan nuevo como sugieren
muchos autores (críticamente: Levi, 1981).

64
Delito y criminalización en una sociedad global

Lo interesante no es, por tanto, el problema de la novedad absoluta, sino


intentar explicar por qué razones concretas y particulares ahora, en plena
globalización neoliberal, resulta que, por ejemplo unas fronteras, siempre
insuficientemente vigiladas, han pasado a convertirse en un «problema de
seguridad nacional».

El punto de vista común de que los Estados están «perdiendo el


control» (sobre sus fronteras) se basa en la idea equivocada de
que los controles territoriales llegaron a ser realmente efectivos
en el pasado. Esto no es así. Las leyes estatales siempre han po-
dido sido burladas por actores transnacionales con objetivos eco-
nómicos. Lo que ha cambiado es la naturaleza de las mercancías
traficadas, la velocidad y los métodos de transporte, el tamaño,
la estructura y la localización de las organizaciones dedicadas al
contrabando, el contenido de las leyes estatales, la intensidad de
la represión y la naturaleza y la extensión de los mercados (An-
drés, 2001: 39).

Tampoco los flujos de capitales estuvieron nunca totalmente bajo con-


trol de los Estados. La huida de capitales ha existido desde tiempos inme-
moriales y el nacimiento de la plaza financiera de Suiza, por ejemplo, está
relacionada con el intento de las clases privilegiadas francesas de poner a
salvo su dinero en fechas tan tempranas como 1789 (Godefroy y Lascou-
mes, 2005, y Merki ed., 2005). Ni la discusión sobre el control internacio-
nal del dinero ilegal es nueva, ni los principales protagonistas de los flujos
internacionales de dinero oscuro, las clases económicamente privilegiadas,
acaban de irrumpir en la escena del delito (ver Sauvy, 1985, Herny, 1996, y
Baker, 2005). Lo que hoy se llaman «paraísos fiscales» ya eran intensamente
utilizados para sacar dinero ilegalmente de los países en las décadas del con-
trol de cambios, y algunos lugares como Tánger o la propia Costa del Sol
española se beneficiaron de estos movimientos a lo largo de todo el siglo xx
sin que nadie viera comportamientos criminales en ellos, y esto a pesar de
los antecedentes personales de algunos de sus protagonistas (Chavagneux y
Palan, 2007). Las clases propietarias —viejas y nuevas— son las que prota-
gonizan tanto hoy como antaño los grandes movimientos de dinero ilegal
en el mundo y no tanto los «criminales organizados» de implantación pre-
ferentemente local. Muchos comportamientos financieros no tienen que ver
directamente con el crimen, sino con un cambio en la valoración de las mis-
mas conductas. Además, el aumento del número y el uso de los servicios off
shore no se debe solo o principalmente a la comisión de delitos económicos
(evasión fiscal, huida de capitales) y mucho menos aún al blanqueo del dine-
ro procedente del narcotráfico (para España, Fernández Steinko, 2012, para
otros países europeos, ver Duyne y Levi, 2005). Se debe a la funcionalidad
de estos territorios para las estrategias financieras de las grandes multina-
cionales y otros grandes actores globales, estrategias tenidas por totalmente
legales (Coates y Rafferty, 2007). Esta es la razón por la que la mayoría de
los gobiernos occidentales son tan reticentes a «secar» estas jurisdicciones,

65
Armando Fernández Steinko

y no tanto —desde luego no solo— su negativa a perseguir el delito fiscal o


el blanqueo de capitales.

Financiarización, políticas de seguridad y el problema


del Estado

Los procesos de modernización/globalización que estamos descri-


biendo se hacen incomprensibles si no se tiene en cuenta la internacio-
nalización de los mercados monetarios y de capitales. Esta no solo fue
anterior en el tiempo que la de los mercados de mercancías, sino que fue
mucho más rápida, ubicua e infiltrante. Sin ella, y sin las políticas desti-
nadas a favorecerlos, resulta imposible explicar la velocidad y violencia
con la que se ha venido produciendo la incorporación de los espacios
tradicionales a la modernidad globalizada, así como la coincidencia en el
tiempo de las «dos combinaciones letales». Pero tampoco parece posible
abordar con cierta precisión algunos de los nuevos riesgos, peligros o
«inseguridades» propios de la era de la globalización si no es teniendo
en cuenta el lugar que ocupan los Estados en un contexto dominado por
unas finanzas cada vez menos reguladas, así como los efectos desestabi-
lizadores de esta situación. Lo nuevo no es que los Estados no tengan el
control sobre sus fronteras, lo nuevo —al menos desde los años 1980—
es que los Estados han creado un orden financiero en el que ellos mismos
ocupan un papel totalmente nuevo.

Finanzas, inseguridad y riesgo

Las finanzas, la expresión agregada del movimiento del dinero, con-


tienen un elemento abstracto que se deriva de su condición de equivalente
universal y de su naturaleza no tangible. El dinero, al igual que el delito,
no es efectivamente una cosa palpable de contenido físico-material que se
pueda comprender fácilmente, y menos aplicando una forma de pensar de
tipo positivista. Refleja valor o esfuerzo humano coagulados en diferentes
soportes (anotaciones bancarias, cheques, billetes). Pero a diferencia de las
mercancías, en las que también está coagulado un esfuerzo colectivo, la mo-
vilidad potencial de los mercados monetarios y de capitales es simplemente
extraordinaria. La ubicuidad del soporte dinero, su capacidad de transfor-
marse en productos financieros sin base productiva real (capital ficticio),
pero también en inversiones productivas, solo tiene dos límites: la política
de los Estados que emiten la moneda y la tecnología.
Las políticas monetaristas que se van imponiendo a partir de los años
1970 le conceden a los movimientos financieros una prioridad cada vez más
notoria dándoles alas a su enorme capacidad de transformación social, cul-
tural y económica. El capital, en su forma financiera o productiva, puede
ahora llegar hasta los espacios más recónditos de las sociedades tradicionales

66
Delito y criminalización en una sociedad global

siempre y cuando ahí se encuentre alguien o algo susceptible de ser puesto


en valor (recursos naturales, paisajes, culturas, fuerza de trabajo, etc.). Una
vez liberalizada la economía, el dinero puede acudir a dichos espacios em-
prendiendo su labor destradicionalizadora, tranformándose en inversiones y
en salarios, pero también en cohechos y otros comportamientos delictivos
que no son nuevos pero que ahora operan a una escala económica mucho
más importante.
El dinero es, en cualquier caso, una creación institucional y se basa en
la confianza que avala el propio Estado con sus mecanismos de emisión y
regulación monetaria. El crédito es la confianza del acreedor en el deudor
y la cotización de una acción es, en última instancia, el resultado de las ex-
pectativas de revalorización de una inversión real, no de la revalorización
misma. Esto le da a las inversiones financieras un volatilidad y un tipo de
riesgo que no tienen de la misma forma las inversiones productivas. De he-
cho, la volatilidad financiera y su efecto sobre el sistema laboral y empresa-
rial (principio del shareholder value) fue aumentando desde los años 1980
con cada medida desreguladora. Un proceso inflacionista, la huida masiva
de capitales, la ruptura de unas cadenas de crédito cada vez más largas, opa-
cas y complejas o una simple declaración política puede hacer desaparecer
el esfuerzo de millones de personas, frustrar muchas biografías y obligar a
países enteros a empezar desde cero. Las sociedades afectadas por la acción
descontrolada de los movimientos financieros sufren las consecuencias de
su naturaleza volátil, abstracta e inasible que convierten a las personas en
objetos de la acción de unas fuerzas aparentemente naturales, inmanejables
y nada fáciles de entender. Esto crea una situación de inseguridad, sobre
todo de inseguridad económico-material que incluye la inseguridad finan-
ciera (Stiglitz, 2012: 59). La erosión real o potencial de todas estas segurida-
des produce una justificada sensación de riesgo y de peligro que domina la
psicología social en los espacios más conectados con los flujos financieros
internacionales.
Dado el carácter abstracto e inasible del dinero, es comprensible que
los riegos objetivos derivados de su naturaleza no se correspondan siem-
pre con las sensaciones subjetivas de riesgo y peligro: aquí radica uno de
los núcleos racionales de la teoría del riesgo de Ulrich Beck (ver arriba).
En la volatilidad financiera, en el aumento del peso de los créditos a corto
plazo frente a los créditos a largo plazo, en el enorme poder de infiltración
de un dinero cada vez más fuera de control público, se encuentra uno de
los soportes empíricos de dicha teoría. Por mucho que en todos los tiem-
pos hayan existido delitos y peligros objetivos y se hayan multiplicado las
sensaciones de inseguridad: la financiarización en su versión desregulada
introduce una dinámica nueva en este sentido. Nueva no por su novedad
absoluta, sino porque solo a partir de 1980, pero sobre desde 1990, se pro-
duce un aumento sustancial del número de ciudadanos con vinculaciones
directas con el sistema financiero internacional, bien por haber suscrito
hipotecas, créditos personales, planes de pensiones, fondos de inversión
o por hacer adquirido productos financieros más o menos especulativos.

67
Armando Fernández Steinko

Parece difícil comprender muchos comportamientos potencialmente cri-


minalizables en la era de globalización y las nuevas sensaciones de riesgo
y peligro sin aclarar las fuerzas y los actores que se esconden detrás de la
financiarización. ¿Cuáles son?
La dinámica interna de las grandes economías, principalmente de la
norteamericana, fue generando en los años 1970 capitales excedentes que
no acababan de encontrar una colocación rentable en sus países de origen.
Estos empezaron a presionar, ya en la primera mitad de la década, para que
se suprimieran los controles de cambio con el fin de encontrar una coloca-
ción más ventajosa fuera de los países en los que fueron generados (Gowan,
2000, Harvey, 2007). Los bancos, preferentemente los bancos de inversión
norteamericanos, los transformaron en inversiones en cartera en varios paí-
ses mayormente latinoamericanos. Cuando a finales de los años setenta la
Reserva Federal eleva drásticamente los tipos de interés («Volcker shock»)
se produce un aumento del servicio de la deuda en estos países y un fuer-
te riesgo de impago. A cambio de su renegociación, el Fondo Monetario
Internacional impuso estrictos programas de reducción del gasto público,
de flexibilización del mercado de trabajo y de privatización de empresas
públicas: son los llamados planes de ajuste estructural que culminaron con
el Plan Brady en la primera mitad de los años 1990 (Morazán, 2003). Estos
ajustes, que incluyen la destrucción de espacios e infraestructuras públicas
y la subordinación de los programas económicos al pago de sus intereses,
son los principales móviles que impulsaron los monumentales procesos de
destradicionalización vividos en los años 1980. Su objetivo era generar el
tipo de crecimiento económico requerido para hacer frente al servicio de
la deuda, crecimiento que pasaba por la supresión del mayor número de
regulaciones, por la privatización de servicios e instituciones públicas y por
la orientación de las estructuras productivas a la generación de recursos ex-
portables, es decir, transformables en divisas destinadas a pagar el servicio
de la deuda. Simplemente no es posible entender la realidad política, social
y delictiva de América Latina ni de apenas ningún otro lugar del mundo en
desarrollo, sin tener en cuenta estos cambios y sus consecuencias: el pro-
longado estancamiento económico que siguió a las políticas de ajuste, el
aumento de las desigualdades sociales y territoriales, así como la descom-
posición de su tejido institucional ahí donde estas se aplicaron de forma
más drástica y consecuente.
El indicador más claro de estas políticas es el aumento del tamaño del
sector financiero en todo el mundo, un aumento que ha transcurrido en
paralelo a la disminución de las cargas fiscales para los grupos sociales
más privilegiados —los tenedores de ahorro en busca de una colocación
lo más rentable posible— y al aumento de los planes privados de pensio-
nes entre sectores amplios de las clases medias y populares, preferente-
mente en los países anglosajones. La acumulación de una gran cantidad
de liquidez económicamente ociosa en busca de una colocación lo más
rentable posible, así como el consiguiente aumento de la demanda de
unos productos financieros cada vez más arriesgados y lucrativos, está en

68
Delito y criminalización en una sociedad global

la base de la financiarización de las economías occidentales (Bluestone y


Harisson, 2001). Esta financiarización se tradujo en capacidad de presión
política del sector financiero, para imponerle a los gobiernos una fuerte
relajación de las medidas reguladoras dando así vía libre a una suerte
de especulación estructural, a un «capitalismo de casino» (Hans Werner
Sinn, 2010: cap. 4). Este se basa en la compraventa de todo tipo de pro-
ductos financieros (futuros, divisas, fondos hedge, acciones, bonos, prés-
tamos titulizados, fondos de inversión etc.) pero también inmobiliarios
(solares, edificios) en busca de una –muy— alta revalorización a corto o
medio plazo. Las actividades especulativas y la asunción de riesgos finan-
cieros se fueron instalando así como una especie de necesidad funcional
pues solo es/era posible asegurar la elevada rentabilidad prometida a los
compradores de cada vez más productos financieros (ver el texto de Ar-
mando Fernández Steinko).

La desregulación abrió un inmenso campo para la proliferación de com-


portamientos criminalizables tales como la manipulación de balances, de
facturas y de calificaciones financieras, la creación de productos financieros
complejos de alto riesgo susceptibles de provocar prácticas de administra-
ción desleal, la evasión de capitales o la corrupción de empleados utilizada
como práctica competitiva de los bancos (Wyss, 2003). El resultado fue un
aumento de los riesgos y una multiplicación de crisis financieras que fueron
arrastrando a cada vez más países hacia una situación de incertidumbre y
de degradación social (para un resumen: Reinhart y Rogoff, 2011). La des-
regulación incentivó el movimiento especulativo de ingentes cantidades de
ahorro por los cinco continentes dejando muchas veces estados en quiebra
o muy endeudados tras de sí. Tras las crisis de la deuda latinoamericana de
los años 1980, se produjo el estallido de la burbuja inmobiliaria y financiera
en Japón (1989/90) cuyas consecuencias aún no han sido superadas. El país
respondió forzando aún más sus exportaciones y renovando así la presión
competitiva de su económica exportadora sobre la del resto de los países.
Esto provocó una nueva ronda de adaptaciones competitivas basadas en
las devaluaciones monetarias, y en la reducción de salarios y de impuestos
adicionales. Estas rondas se repitieron una y otra vez a lo largo de veinte
años erosionado seriamente los sistemas de bienestar social en los países más
desarrollados, ahondando la sensación de incertidumbre entre sectores am-
plios de su ciudadanos y potenciando el efecto de la «segunda combinación
letal». En 1994, con la llamada «crisis del tequila» en México, se produce
una brusca interrupción de los flujos de capitales que, en el marco del plan
Brady, habían venido fluyendo a América Latina desde finales de la década
anterior (Morazán, 2003). En 1997 se produce otra ola de crisis financieras
en varios países asiáticos, seguida de la crisis rusa en 1998. En el año 2000
se produce el estallido de la burbuja punto.com en los Estados Unidos de
forma que la «gran recesión» del 2007-2008 no es sino la culminación de una
larga serie de crisis financieras que, esta vez, colocó al núcleo de los países
occidentales y al conjunto del sistema financiero internacional al borde del
abismo.

69
Armando Fernández Steinko

Del debilitamiento institucional a los Estados fallidos

Las políticas de Estado mínimo redujeron los recursos económicos y las


oportunidades legales de empleo, lo cual hizo aumentar el sector sumergido
de la economía en prácticamente todo el mundo (Schneider, 2005, Blades
y Roberts, 2002), preferentemente en aquellos lugares donde las estructu-
ras económicas aún se nutrían de espacios familiares, talleres tradicionales y
circuitos económicos de proximidad. Pero no solo. Las políticas de Estado
mínimo también provocaron una reducción de la presión fiscal y de su pro-
gresividad provocando un déficit fiscal latente en la mayoría de los países,
así como una reducción del margen de financiación de los servicios públicos,
incluido el ejercicio del monopolio de la violencia (Bagley, 2003). No es ca-
sualidad que los países que de forma más rápida, desregulada y desprovista
de acuerdos políticos sufrieron estos cambios —por ejemplo Mesoamérica,
pero también la mayoría de los países del Este de Europa— se convirtie-
ran en los lugares más vulnerables a la proliferación de prácticas delictivas
asociadas a la erosión de dicho monopolio, así como al aumento de la co-
rrupción combinada con la coerción, la violencia y la proliferación de los
mercados ilegales (para México, Jiménez Alatorre, 2006, para Rusia, Bagley,
2003). Aquí resulta decisiva la degradación de las condiciones de vida de
un número creciente de funcionarios públicos, de fuerzas policiales y de
miembros del ejército, sobre todo cuando esta llovía sobre el suelo mojado
de unos Estados y gobiernos con problemas históricos de legitimidad y unas
fuerzas policiales mal pagadas, poco motivadas y escasamente cualificadas.
Muchos de los agentes de la autoridad pierden su puesto de trabajo debido a
las políticas de ajuste, pero no su acceso a las armas ni las conexiones con los
espacios delictivos a los que antes se habían dedicado a combatir profesio-
nalmente. Los mercados ilegales, su protección e incluso su organización, se
convierten en una alternativa económica para muchos de estos funcionarios
públicos que se habían quedado sin ingresos suficientes para subsistir (para
el caso bien documentado de la policía mexicana, Berdal y Serrano, 2002b, y
López-Portillo, 2012). Por tanto: el debilitamiento económico y «moral» de
los Estados no es el resultado del poder de infiltración de estas organizacio-
nes, sino su origen. La relación es justamente inversa a la cultivada por una
gran mayoría de autores que, una y otra vez, resaltan el poder y la capacidad
de estas últimas de imponerse frente a los gobiernos.
Antes que insistir en el poder absoluto de los criminales organizados
la clave está en entender por qué se produce un debilitamiento relativo del
Estado frente a ellos, o de qué forma los estados se valen del mundo crimi-
nal para alcanzar objetivos que permanecen ocultos a la opinión pública. La
cancelación o a la inexistencia de pactos entre sectores e intereses sociales,
las consecuencias de unas determinadas políticas económicas o la erosión de
la legitimidad nacida de la falta de equidistancia de los gobiernos con res-
pecto a sus poblaciones, son argumentos mucho más próximos a la realidad
que el análisis, a veces más literario y emocional que científico, de aquel
«inmenso poder». Muchas veces no son los miembros ajenos al Estado los

70
Delito y criminalización en una sociedad global

que se apropian de sus recursos aportados con el trabajo de toda la sociedad,


sino sus funcionarios públicos, sus miembros más señalados. En aquellos
países, como algunos del Este de Europa, donde las empresas públicas eran
muy numerosas y las privatizaciones fueron particularmente rápidas e im-
provisadas, estos actores situados en el corazón de las instituciones han sido
decisivos. Se trata de grupos bien «organizados» con capacidad de extorsio-
nar a empresas y particulares a cambio de su protección, pero no vienen de
fuera, sino de dentro del Estado, y utilizan los recursos institucionales para
sus prácticas delictivas. Algunos de estos actores se han tenido en llamar
«grupos mafiosos» debido a la particular combinación entre corrupción y
coerción que practican (coercive corruption: Kenny y Serrano), combinación
que obliga a tratar la corrupción como un delito no exclusivamente moral.
La delincuencia basada en el uso organizado de los recursos del Estado para
obtener beneficios económicos es, en cualquier caso, preferentemente no
violenta. Los delitos urbanísticos, por ejemplo, que han sido muy frecuentes
en los años del boom inmobiliario y están relativamente bien documentados,
pilotan alrededor de pacíficos cargos electos municipales y políticos locales
(para España, ver Diez Ripollés et al., 2001 y 2011).

Aunque sería ingenuo pensar que los individuos activos en las profundi-
dades de los Estados y no sometidos a ningún control ni político, ni legal, y
con una gran libertad para infringir impunemente las leyes, solo se pueden
encontrar en países o regiones con instituciones democráticas débiles. Ja-
nine Wedel ha demostrado que, junto a un «Estado público» más o menos
sometido a la ley y a la transparencia informativa, coexiste prácticamente
en todos los países con un «Estado profundo» (deep state) que se mueve al
margen de la opinión pública y la fiscalización ciudadana, es decir, poten-
cialmente al margen de la ley (Wedel, 2009). Hay muchos episodios crimi-
nales de larga duración y trascendencia que resultan incomprensibles si no
se tiene en cuenta a los actores de estas zonas profundas de los Estados:
desde la reconstrucción de las organizaciones mafiosas en Sicilia y de las
Yakusas japonesas para contener el avance de los programas socializantes
inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, hasta la apertura de
canales internaciones para el transporte de drogas ilegales utilizados luego
por grupos privados de narcotraficantes para financiar acciones encubiertas,
desde la permisividad oficial frente a comportamientos de miembros de las
instituciones financieras con graves consecuencias para la seguridad finan-
ciera hasta los casos de guerra sucia y espionaje de toda la población del
planeta según destaparon las relevaciones de Wikilieaks y del exempleado
de la CIA Edward Snowden (para el apoyo norteamericano a la reconstruc-
ción de la Yakuza en Japón, ver Kaplan y Dubro, 1986, para la apertura de
rutas de transporte de heroína, ver MacCoy, 1991). Por otro lado, no pocos
gobernantes de Estados con monedas débiles, serios problemas para acceder
a divisas y que no se sienten comprometidos con el interés general de sus
países, se han visto tentados a conseguir las preciadas divisas interviniendo
en el control de algunos mercados ilegales como el narcotráfico. Lo hacen
aprovechando el dominio que tienen muchos gobernadores locales sobre

71
Armando Fernández Steinko

«sus» territorios, y dando su visto bueno y su protección a operaciones de


carga y descarga o de movimiento de efectivo. Las autorizaciones para el
despegue y el aterrizaje de aviones cargados de drogas o la permisividad
de funcionarios de aduanas en puertos de embarque y desembarque, no es
muchas veces un síntoma del enorme poder de los narcotraficantes y de su
capacidad de pagar cohechos a funcionarios públicos, sino todo lo contra-
rio: se trata del intento de caciques y gobernadores locales de acceder a una
fuente demasiado fácil y barata de monedas fuertes en una situación de falta
crónica de divisas, como para entregarle la exclusiva de este negocio a los
narcotraficantes que utilizan «sus» territorios. Cuando no se tiene en cuenta
la complejidad histórica del hecho estatal y del problema de la violencia, y
se coloca todo el peso del análisis en los grupos organizado que supuesta-
mente lo amenazan desde fuera, se desplaza la atencion desde las causas a
las consecuencias: se siguen «pistas falsas» (A. Fernández Steinko). Ninguna
de estas pistas contribuyen a abordar el delito con realismo, y menos aún a
reprimirlo con efectividad. Pero sí permiten desvincular a los poderes esta-
tales —sobre todo locales pero no solo— de aquellas actividades contra las
que luego arremeten los gobiernos duramente delante de las cámaras y de
los medios escritos de comunicación.

Pongamos como ejemplo algunos Estados descritos como «fallidos» por


la prensa occidental: Colombia, Honduras o ciertos Estados africanos. En
Colombia las dinámicas de liberalización y financiarización fueron más len-
tas y menos radicales que en la mayoría de los países latinoamericanos. Su
economía ha sido menos vulnerable a las tensiones financieras de los años
1980 y sus tasas de crecimiento han sido, en consecuencia, más estables. Los
problemas que tienen tanto Colombia como Honduras con el monopolio en
el uso estatal de la violencia, es muy anterior a su condición de productores
de pasta de coca y de lugar de tránsito de cocaína hacia los Estados Unidos
(Thoumi, 1997 y 2004, Bushnell, 2004, Barahona, 2005 y D’Ans, 2011). El
aumento de la demanda de drogas ilegales en los países desarrollados en los
años 1970 y 1980 —de cannabis primero y de cocaína después— no está en
el origen de la violencia endémica que viven estos países en la actualidad, y
que se remite a mucho tiempo atrás. En el caso de Colombia, el asesinato del
candidato presidencial Jorge Eliécer Gaitán en 1946 inauguró una prolonga-
ra «era de violencia» (David Bushnell). Dicho asesinato, y sus consecuencias
no resueltas, deslegitimaron las instituciones políticas del país en fechas muy
tempranas, lo cual dio pie a la formación de varios grupos guerrilleros que,
en parte financiados con mercados ilegales, le vienen disputando al Estado
el monopolio en el uso de la violencia en algunas partes de su territorio, un
monopolio que el Estado no es capaz de utilizar con justicia y ateniéndose
a derecho (Bushell, 1994: cap. 9). En Honduras el particular mecanismo de
alternancia en el poder entre los dos partidos principales, combinado con
la difícil y lenta configuración histórica del Estado, generó «sesenta guerras
civiles en ciento doce años» (Tiburcio Carías Andino) y una violencia insti-
tucional endémica librada, tanto entre las diferencias fracciones del Estado,
como por parte del Estado hacia la sociedad cuando esta reivindicaba po-

72
Delito y criminalización en una sociedad global

líticas justas que podían llegar a afectar a los poderes políticos y económi-
cos establecidos (Barahona, 2005, D’Ans, 2011). La debilidad institucional
que vienen arrastrando muchos Estados africanos desde su independencia,
pero que se mantenía a raya mal que bien debido al equilibro de poderes
construido en los años de la Guerra Fría, eclosionaron en los años 1990.
Dicha debilidad es anterior al triunfo del neoliberalismo, pero las políti-
cas de ajuste impuestas por los organismos financieros internacionales y las
consecuencias de la redefinición del mapa estratégico del mundo acabaron
de sobrecargar las débiles espaldas institucionales de muchos de ellos. El
vacío institucional fue lo que fomentó el surgimiento de grupos y caciques
armados vinculados o no a los mercados ilegales, y no su extraordinario
poder o la sofisticación política y militar de sus acciones.

La radicalización de estas tendencias en algunos países como Somalia,


la República Popular del Congo o Sierra Leona, provocó el relanzamiento
de la retórica de los «Estados fallidos» que había servido para referirse en
los años 1980 a los Estados latinoamericanos desangrados por la carga del
servicio de la deuda. Este sentido inicial que tuvo el concepto de «estado
fallido» entendido como «estado liberal fallido» resulta revelador, pues su-
giere una realidad que normalmente no es tenida en cuenta cuando se habla
de este fenómeno, pero que tiene mucho que ver con el mismo: el origen
no tanto criminal como económico-financiero de la condición de «Estado
fallido» (Introducción en Kenny y Serrano eds., 2012). En realidad, la no-
ción de «Estados fallidos» es casi tan imprecisa como el concepto de «Se-
guridad» en singular, sin adjetivación y con mayúsculas (ver arriba). Ambos
conceptos se nutren de una descripción ahistórica y abstracta del peligro, y
ambos se convirtieron a partir de 1990 de las agendas de seguridad de los
países occidentales más influyentes. El discurso de los «Estados fallidos» no
hace mención al tipo de problemas históricos y financieros que acabamos
de comentar. Sirve para sugerir un peligro procedente de fuera de dichos
«Estados fallidos» —grupos terroristas y criminales organizados—, conside-
rados hostiles para los intereses occidentales, y que podrían llegar a infiltrar
las estructuras estatales legales accediendo, por ejemplo, al uso de armas de
destrucción masiva u otros recursos similares. Este discurso no deja espa-
cio para explicar las causas y para explorar posibles medidas destinadas a
asentar su legitimidad y, sobre todo, para reunir los recursos económicos
destinados a conseguirlo.

Paradojas en la función del Estado

Lo que, desde luego, es evidente, es la conexión entre Estado, delin-


cuencia y globalización. La pieza del Estado es y ha sido siempre decisiva,
tanto para orientar los procesos financieros, como para entender los me-
canismos de criminalización pues es a través de sus instituciones que una
sociedad sanciona unos determinados comportamientos como delitos (ver
arriba). Además el Estado tiene encomendada, la función de salvaguardar

73
Armando Fernández Steinko

la legalidad. De esto último se deriva un hecho altamente relevante para la


comprensión del crimen, un hecho sobre el que Letizia Paoli llama la aten-
ción en el texto publicado en este libro: la imposibilidad de extrapolar la
realidad del mundo de la legalidad al mundo de la ilegalidad por importan-
tes que sean las conexiones y las similitudes formales entre ambos (ver arri-
ba). En el mundo de la legalidad, el Estado y las leyes permiten solucionar
desavenencias en caso de incumplimiento de los acuerdos. Pero no así en
el mundo de la ilegalidad, donde no solo no existen leyes para manejar los
desacuerdos, ni órganos estatales letigimados para hacerlas cumplir, sino
que, además, este último actúa en contra de todos los actores ilegales.

Pero la pieza del Estado es aún más importante, si cabe, para la com-
prensión del actual contexto delictivo nacido de las dinámicas de globali-
zación descritas. Primero porque la globalización arranca con la disolución
tácita de los pactos políticos y sociales que dieron nacimiento a los Estados
democráticos posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Esto quiere decir
que, tras varias décadas de pacto social, los Estados tienden hoy a sentirse
comprometidos en favor de solo una parte de la sociedad. Al hacerlo rom-
pen sus compromisos con las clases menos favorecidas y se concentran en
defender los intereses de los sectores más influyentes. Esto es una vuelta a
la situación anterior a la Segunda Guerra Mundial: los Estados no pierden
protagonismo pero redefinen sus preferencias y compromisos en un sentido
nuevo. Segundo porque, por mucho que el lenguaje de la desregulación su-
giera lo contrario, el sistema financiero no puede funcionar sin la acción de
los Estados. De hecho, la financiarización que eclosiona a partir de 1980 es
el producto de la acción sostenida de —sobre todo— dos Estados altamen-
te influyentes en la esfera financiera internacional: Gran Bretaña y Estados
Unidos. Ambos, inmensos en un lento declive de su competitividad pro-
ductiva, aprovecharon la presencia de las principales plazas financieras en
su territorio para recuperar ventajas económicas perdidas. Este cambio pasó
por una redefinición unilateral de las reglas económicas internacionales que
incluye una determinada forma de concebir y de abordar cuestiones tales
como el riesgo financiero o las finanzas criminales. Son definiciones e inter-
pretaciones más bien unilaterales que se plasman en numerosos documentos
publicados por el Banco de Pagos Internacionales, el Fondo Monetario In-
ternacional o la OCDE en los que se aborda el fenómeno del blanqueo de
capitales en el mundo (ver el trabajo de Fernández Steinko). La redefinición
de las tareas y de las responsabilidades de los Estados en clave neoliberal ha
creado situaciones paradójicas, sobre todo después de 1989. Por un lado ge-
nera una fuerte disminución de los recursos destinados a mantener la segu-
ridad jurídica, institucional y también física que demandan los actores más
implicados en la liberalización económica. La inseguridad y la ineficiencia
administrativa, la corrupción y el propio riesgo económico aumentan en el
mundo amenazando las inversiones privadas debido a la ausencia, no tan-
to de leyes como de personas e infraestructuras con capacidad de hacerlas
cumplir. Las políticas de Estado mínimo provocan así un debilitamiento de
facto de aquellas instituciones destinadas a ponerlas en práctica de forma

74
Delito y criminalización en una sociedad global

eficiente erosionando los propios fundamentos del neoliberalismo, y elevan-


do el coste y el riesgo de las inversiones.
Hay otro foco de inseguridad, esta vez no tanto jurídica como estríc-
tamente económica y financiera. La transparencia contable y económica
—tanto privada como pública— exigida por los inversores para tomar de-
cisiones racionales, se ve perjudicada por la aplicación de nuevos sistemas
de contabilidad que, en un entorno institucional cada vez más debilitado, se
muestran incapaces de asegurar la objetividad de los balances y, en conse-
cuencia, la propia seguridad financiera. Aquí ha sido decisiva la sustitución
del control externo, basado en la acción del supervisor bancario, por diversas
formas de autocontrol fijadas en los acuerdos de Basilea II, y que obedecen a
una lógica similar a la definida en las estrategias de lucha contra el blanqueo
de capitales. La falta de separación entre controlados y controladores pro-
voca serios conflictos de intereses facilitando la comisión de delitos econó-
micos y el desarrollo de prácticas amenazadoras de la estabilidad del sistema
financiero. Esto crea una situación en la que la retórica de la transparencia
y su razonamiento basado en argumentos estrictamente económicos acaba
resultando insuficiente: antes que generar transparencia estos sistemas de
supervisión fomentan las prácticas corruptas, la administración desleal o la
falsificación documental, pues es un hecho conocido desde tiempos casi pre-
históricos, que tiene que darse una separación entre controladores y contro-
lados para que pueda funcionar un sistema de control con ciertas garantías.
De poco sirve aquí el uso insistente de los mensajes de «transparencia» o de
«disciplina de mercado» con tintes ideológicos antiestatistas. Son palabras
destinadas a legitimar la aplicación de políticas de ajuste, pero que muchas
veces esconden graves y peligrosas contradicciones cuando se trata de apli-
carlas, contradicciones que se derivan precisamente de la importancia que
sigue conservando el Estado más allá de cualquier retórica.
En conclusión: la reducción de la presencia del Estado en cada vez más
espacios de la sociedad genera una situación en la que, paradójicamente, se
hace más necesaria su intervención. El nuevo Estado gasta menos en políticas
sociales y de empleo, pero tiene que dedicarle más recursos a afrontar las
consecuencias de las políticas de Estado mínimo. Los multimillonarios resca-
tes bancarios son el ejemplo más llamativo, pero no el único. El gasto en po-
líticas penales expansivas (seguridad interior, prisiones, sistema judicial etc.)
es otro ejemplo con no pocas implicaciones laborales y presupuestarias (Aas,
2007: 136ss). Así, entre 1982 y 2007, los años de mayor retórica antiestatista
ha aumentado el coste del sistema judicial norteamericano en un doscientos
por ciento que incluye gastos en policía, gastos judiciales y gasto en prisio-
nes, y el número de personas empleadas para mantener el conjunto de dicho
sistema se ha duplicado en tres décadas de 1,3 a 2,5 millones de personas.
En 1995 los Estados de la Unión gastaban más en construir prisiones que en
construir centros de enseñanza superior y cada recluso le cuesta al año unos
25 000 dólares al Estado solo en costes directos, una cifra que se duplica si se
tienen en cuenta los costes indirectos (datos para los EE.UU. cit. en Ward,
2000: 38, y http://bjs.ojp.usdoj.gov/content/pub/pdf/jee8207st.pdf).

75
Armando Fernández Steinko

Este fenómeno no debería subestimarse en un contexto de creciente des-


empleo y de restricciones presupuestarias. Las prisiones generan un aumen-
to importante del gasto público con efectos multiplicadores sobre el conjun-
to de la sociedad en forma de demanda agregada. En este sentido el «keyne-
sianismo penal» figura como un complemento, o incluso como un sustituto
coherente con el «keynesianismo militar» basado en el aumento del gasto
público militar (Randall Wray). Esta expansión del gasto en prisiones se
intenta contrarrestar con la privatización de algunas de sus partes econó-
micamente más rentables. Además, la incorporación de la actividad laboral
de los reclusos a las cadenas de valor añadido de las empresas públicas y, en
menor medida, también privadas —alrededor del diez por ciento de toda la
población carcelaria norteamericana trabaja para alguna de ellas— reduce
sus costes salariales y maximiza sus inversiones (Platt, 2007). Parece dudo-
so, sin embargo, que los problemas de desempleo estructural puedan ser ni
siquiera mitigados a largo plazo a través de la sustitución de los mercados
de trabajo de ciudadanos en libertad por mercados de trabajo de ciudadanos
en prisión, que el paro pueda llegar a solucionarse con políticas de gulag
carcelario. Todo lo contrario: estos últimos representan una suerte de com-
petencia desleal, de dumping laboral para los primeros. Además, los sectores
económicos estimulados por el «keynesianismo penal» alimentan un modelo
de producción basado en bajos salarios y no tienen nada de punteros tec-
nológicamente, de forma que el mismo gasto público orientado a sectores
más productivos tendría un efecto macroeconómico mucho más beneficioso
a medio y largo plazo si no se invirtiera en prisiones, sino en actividades no
tan dependientes de unos salarios precarios.

Algo similar —estamos con las paradójica combinación entre menos y


más Estado— sucede en el campo de las finanzas. La reducción de la inter-
vención del Estado en la regulación de la actividad financiera provoca co-
lapsos financieros a los que solo se puede hacer frente desviando cantidades
nunca vistas antes de dinero público con el fin de salvar la banca privada,
banca cuyas actividades, muchas veces encubiertas e incluso penalmente in-
criminables, están en el origen de dichos colapsos (Kasiske, 2010, así como
el trabajo de Schünemann). También en este caso vuelve por la puerta de
atrás el Estado que previamente se habría retirado de la escena, aunque ac-
tuando ahora de forma distinta: en beneficio solo de una parte de la socie-
dad, en este caso de los intereses de los accionistas del sector financiero. El
saldo final es el mantenimiento de la visibilidad y de la participación del
sector público en la renta nacional en la mayoría de los grandes países occi-
dentales a pesar, o tal vez precisamente debido a la aplicación de las políticas
de Estado mínimo (Leibiger, 2011).

Por tanto: la presencia del Estado no disminuye —o no lo hace sustan-


cialmente— con el neoliberalismo, y menos cuando se incluye en el cálculo
su creciente protagonismo en la definición del delito y en la represión del
mismo a través de la subcontratación, con dinero público, de servicios de
seguridad, de lucha antiterrorista, de vigilancia de edificios e instalaciones

76
Delito y criminalización en una sociedad global

públicas etc. (para la privatización de la lucha antiterrorista pagada con di-


nero público, ver Rotberg, 2003, y Biersteker, 2004). La cuestión no puede
ser la de Estado sí o no, por mucho que el antiestatismo forme el núcleo
ideológico de las doctrinas económicas de muchos gobiernos. La cuestión
es qué Estado, en favor de qué políticas, de qué modelos de gestión y de
qué intereses y sectores sociales. Lo que ha cambiado es el sentido de su
intervención pero no su intervención misma: ahora el «Estado solidario» de
las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial se ha transformado en
un «Estado insolidario» (Mir Puig, 2010). Su visibilidad aumenta con el cre-
cimiento del gulag carcelario y con la ampliación de los efectivos policiales
que patrullan por las calles, pero disminuye con la reducción del gasto en
escuelas y hospitales. Un ejemplo: la policía de Londres se ha convertido ya
en el mayor empleador de la capital británica.

Ahí donde los Estados ya eran débiles e inestables políticamente, esta-


ban poco legitimados, donde las instituciones funcionaban mal y la corrup-
ción era endémica —aunque insertada en un tejido tradicional que la hacía
manejable— (ver arriba) los defensores del neoliberalismo interpretaron que
estos problemas se debían más a un exceso de Estado que a su precariedad
cuantitativa y cualitativa. Las bajas tasas de crecimiento económico y el au-
mento de la pobreza fueron achacadas a este factor: si el origen del problema
esta en la corrupción de los sistemas institucionales, en su tamaño excesivo
o incluso en su existencia, es necesario privatizarlos o, como mínimo, redu-
cirlos (Banco Mundial, 1997). Es evidente que la corrupción de funcionarios
y actores públicos preocupa a cada vez más personas en el mundo, sobre
todo a medida en que empiezan a escasear los recursos públicos destinados
a satisfacer necesidades básicas de la población (empíricamente: el texto de
Díez Nicolás). La intervención de organismos internacionales en los cuales
los países desarrollados están sobrerrepresentados (FMI, Banco Mundial,
OCDE) en numerosas discusiones sobre la corrupción, pero también la
fuerte actividad de fundaciones financiadas por grandes empresas occidenta-
les (ver, por ejemplo, Graff Lambsdorff, 2007), muestra el creciente interés
por la corrupción de funcionarios públicos. Pero se trata de un interés muy
particular. Se debe (primero) a que la corrupción amenaza efectivamente la
rentabilidad de las inversiones de los países del norte en los países en desa-
rrollo, sobre todo cuando va unida a otros delitos anexos como los abusos
de autoridad, el enriquecimiento ilícito o la malversación de caudales pú-
blicos. Pero también porque este discurso permite suavizar las resistencias
a la privatización de servicios públicos al relacionarlas con la lucha contra
la corrupción y contra un sistema institucional que solo beneficia muchas
veces a una parte minoritaria de la población de estos países (Williams y
Beare, 2003). En prácticamente todos estos casos los diagnósticos y las te-
rapias, casi siempre fuertemente intrusivos y reducidos a un problema de
distorsión de la acción de las fuerzas del mercado, se definen sin tener en
cuenta las realidades particulares de estos países. Para hacer un diagnóstico
del problema, se prescinde de la participación de sus gobiernos, pero sobre
todo de sus sociedades civiles, que son las principales víctimas de las inefi-

77
Armando Fernández Steinko

ciencias gubernamentales. No por casualidad, dichos diagnósticos van segui-


dos, casi siempre, de recomendaciones sumamente impopulares destinadas a
privatizar servicios públicos. La explicación de las prácticas corruptas es, en
cualquier caso, considerablemente más compleja que la que queda contenida
en muchos de los informes sobre corrupción que proliferaron en la segunda
mitad de los años 1990 (para España, Martín de Pozuelo et al., 1994).

El delito económico y financiero


La criminología y la economía son dos disciplinas que han evolucionado
durante años sin hacerse referencia la una a la otra. Y esto a pesar de que los
trabajos pioneros de Sutherland en los años 1930 demostraron la importan-
cia de que ambas colaboren entre sí para explicar algunos comportamientos
delictivos tenidos por particularmente peligrosos (Sutherland, 1983, Weis-
bund y Waring, 2001, Wyss, 2003). Sutherland demostró que los sistemas
de lucha contra el delito (los «radares criminológicos») son muy selectivos a
la hora de criminalizar las actividades de individuos con gran poder econó-
mico y político («criminalidad de los poderosos»). Este hecho contrasta con
la facilidad con la que se criminalizan las de otros actores muchos menos
influyentes aunque más fácilmente estigmatizables. La importancia de las
advertencias de Sutherland han sido confirmadas por las consecuencias del
crack financiero de 2008. El escaso interés y compromiso que ha mostrado
la criminología por la investigación de los delitos vinculados a la gran eco-
nomía en las últimas décadas debería cambiar, como tarde, después de este
traumático acontecimiento mundial.
La (gran) economía tiene muchos recursos para desaparecer del radar
criminológico de la opinión pública y de los Estados. Esto se debe, en pri-
mer lugar, a la capacidad que tienen las empresas, amparadas por las leyes
que protegen la actividad económica privada, de encapsular su información
financiera y hacerla opaca a la investigación criminal. El problema se ha
agudizado con la multiplicación de jurisdicciones off shore pero no se deriva
solo de este hecho. La segunda explicación probablemente sea la función
ideológica que ocupa el estamento empresarial privado y la actividad em-
prendedora dentro de las políticas económicas dominates. Esto explicaría
la tendencia de muchos gobiernos a proteger la imagen del empresario y su
insistencia en trazar una línea lo más nítida posible entre empresarios legales
e ilegales. Este desplazamiento de las actividades de las (grandes) empresas
fuera del radar criminológico no es nueva. Ya sucedió en los años de la
Guerra Fría, cuando las grandes corporaciones norteamericanas llegaron a
ocupar una importante función ideológica en el conflicto Este-Oeste. La es-
casa criminalización de ciertas prácticas empresariales como la evasión fiscal
o la huida de capitales es, en cualquier caso, coherente con las políticas de
Estado mínimo que hemos comentado arriba (Naylor, 1987, Blum, 1997 y
Wyss, 2003: 36). Pero aun cuando esto no encaje en el discurso de las po-
líticas económicas dominantes, los trabajos empíricos demuestran que no
existe un estamento de «empresarios legales» frente a otro de «empresarios

78
Delito y criminalización en una sociedad global

ilegales», ambos a tiempo completo. Lo que se da realmente son muchos


empresarios y banqueros que cruzan la línea que separa ambos campos de
forma ocasional, muchas veces aprovechando las ambigüedad legal propia de
una economía cada vez más desregulada (ver, por ejemplo, Albanese, 1995).
En segundo lugar, el desvío del radar criminológico fuera de ciertas prác-
ticas económico-privadas extremadamente dañinas para el interés general, se
debe a la complejidad misma de muchos de los delitos de cuello blanco, y
que tiende a aumentar en una economía financiarizada. A diferencia de los
delitos contra la propiedad y la integridad física, los delitos económicos no
se agotan en la atribución de un acto determinado a una persona o personas
concretas, en la existencia de una simetría entre actos delictivos y víctimas,
simetría en la que se sustenta una buena parte del derecho penal. Los delitos
con grandes implicaciones económicas suelen requerir de una intervención
compleja y enrevesada de numerosos actores, la mayoría de ellos —o al me-
nos los principales responsables— disponen de muchos recursos y un eleva-
do poder social. Estas marañas delictivas suelen contar, además, con la com-
plicidad de actores situados dentro de las instituciones, actores que permiten
construir una especie de ingeniería institucional destinada a opacitar y a blin-
dar política y mediáticamente los actos delictivos (concejales colaboradores,
técnicos municipales etc.: ver arriba. Para el caso de los delitos urbanísticos
en España, ver Díez Ripollés et al., 2004 y 2011). Además, la mayoría de sus
perjudicados son anónimos, lo cual dificulta la denuncia y la acusación. El
criminólogo tiene que reconstruir muchas veces el objeto mismo de estu-
dio —el propio delito— a partir de una información fragmentada y difícil
de reunir antes de ponerse a investigar sus causas y a analizarlo de forma
sistemática (Besozzi, 1997: 47). También esto dificulta su conocimiento y
la sensibilización de la opinión pública sobre su gravedad. Un acercamiento
entre el mundo de la investigación académica y el mundo de la investigación
criminal podría hacer importantes aportaciones al análisis de estas tramas
complejas con fuertes implicaciones económicas y sociales.

Delito, mano invisible y sistemas de contabilidad empresarial

Pero hay, al menos, una (tercera) razón para pedir una mayor colabo-
ración entre ciencia económica y criminología, entre espacios académicos e
instituciones encargadas de reprimir el delito. Los cambios en la normativa
contable y las sucesivas iniciativas destinadas a desregular el sector financie-
ro facilitan la proliferación de comportamientos «alegales» que solo empe-
zaron a ser criminalizados muy poco a poco cuando los países occidentales
empezaron a sufrir sus devastadoras consecuencias en sus propias carnes, es
decir, tras la crisis de 2008. Estos comportamientos pusieron en peligro un
bien público fundamental: la estabilidad del sistema financiero internacional
(Plihon, 2009). Sus actores son profesionales de las finanzas que trabajan a
comisión (sistemas de bonus) con lo cual están fuertemente incentivados a
traspasar los límites de una legalidad muchas veces poco clara y, al menos
hasta ahora, relativamente fácil de esquivar. A pesar de que sus recursos y su

79
Armando Fernández Steinko

poder social son muy superiores al de los grandes narcotraficantes, y a pesar


de que estos últimos tienen un comportamiento financiero —cuando lo tie-
nen— sumamente conservador y en absoluto especulativo (para España, ver
Fernández Steinko, 2012), se les ha venido atribuyendo una voluntad y una
capacidad de desestabilizar el sistema financiero internacional que no tienen
en ningún caso pero de la que sí disponen aquellos (ver BIS, 1988, FATF,
1990 y 1996, Tanzi, 1996). También esto obedece a razones más políticas
que empíricas. La construcción de un peligro exógeno que amenaza desde
fuera el sistema financiero internacional permite no tener que abordar con
seriedad el análisis de aquellas estructuras y prácticas económicas tenidas
por legales, que ya han dado muestras de desestabilizar el sistema financiero
en anteriores crisis, pero que tienen una gran capacidad de influir en las po-
líticas económicas de la mayoría de los gobiernos.
Algunas prácticas criminalizables, que de una forma o de otra se deri-
van de dichas estructuras, no tienen que ser necesariamente intencionadas.
Muchas veces son incluso plenamente coherentes con las reglas del juego
definidas por los responsables económicos en nombre de un viejo argumen-
to formulado por Adam Smith: la escasa categoría moral de ciertas acciones
individuales no quita para que los resultados agregados de dichas acciones
puedan y deban ser reconocidas como positivas para la colectividad tomada
en su conjunto. Un acto deliberadamente «egoísta» (Adam Smith) desde el
punto de vista individual puede generar un beneficio colectivo con lo cual
acaba siendo legítimo moralmente (teorema de la mano invisible) aunque
sea solo ex-post y por la puerta de atrás. El problema es que este teore-
ma también funciona en un sentido contrario: la agregación, en este caso,
de comportamientos económico-financieros perfectamente «racionales» y
«legales» en el plano individual, puede provocar —y de hecho ha provoca-
do— situaciones irracionales y altamente riesgosas para el interés general.
Las crisis económicas, que ha vivido el capitalismo desde la primera mitad
del siglo xix, son refutaciones periódicas de dicho teorema: los comporta-
mientos egoistas individuales sí pueden generar una situación de colapso del
conjunto. ¿Dónde y cómo puede intervenir aquí la criminología y el dere-
cho penal? ¿Qué parte de estos comportamientos se derivan de las reglas del
juego económico dictadas por los propios gobiernos, qué parte les vienen
impuestas a los actores individuales, cuáles pueden y deben ser tildadas de
ilegales? Estas preguntas son un considerable reto para el derecho penal y la
criminología. Dadas las devastadoras consecuencias colectivas que pueden
llegar a tener esta clase de comportamientos individuales no cabe duda de
que, antes o después, la sociedad va a tener que reflexionar y discutir muy
seriamente sobre el mencionado teorema de Adam Smith.
Hay otro campo más que le abre nuevos territorios al delito económico:
la forma de evaluar los activos de las empresas, y que se ha venido impo-
niendo en la mayoría de los países occidentales a raíz de la desregulación y
de la financiarización de sus economías. El problema es, en esencia, la des-
conexión entre las cifras económico-contables, que orientan las decisiones
de los (grandes) actores económicos y políticos, y la situación patrimonial

80
Delito y criminalización en una sociedad global

real de las empresas. Una cantidad cada vez más importante de activos em-
presariales no reflejan ya realidades «objetivas» asociables a un desempeño
económico real (instalaciones, materias primas, patentes), con lo cual mu-
chas decisiones empresariales se toman sin disponer de información fiable
sobre la realidad productiva de la empresa.
Hoy solo algunas partidas contables existen en el mundo real.
Aquí hay que incluir el dinero en efectivo, algunas transacciones
comerciales, algunos valores históricos, los impuestos pagados y
los precios de mercado. Sin embargo, las depreciaciones, el valor
de las marcas sin precio de mercado y, evidentemente, los propios
beneficios, son partidas contables sin existencia empírica ninguna
(Palan y Murphy, 2007: 178).

Esto se deriva en buena medida de la financiarización económica, es de-


cir, de la acumulación de promesas de generación de beneficios financieros
que no han sido creados todavía en ningún proceso productivo real. Hoy,
el valor económico de la buena voluntad (goodwill), de las «revalorizaciones
o de los beneficios potenciales en los mercados» (potential market profits),
que se basan en factores subjetivos tales como «confianza» o «espectativas»,
es traducido a valores de mercado —no a valores de adquisición—, valo-
res que pueden llegar a representar la parte mayoritaria de los activos de
una empresa. Representan su «propiedad intangible» (John Commons), una
propiedad que no tienen que estar necesariamente conectada con su desem-
peño productivo real (productividad, innovación, cash flow etc.) o con los
costes de adquisición. Muchas decisiones no descansan, por tanto, en reali-
dades económicas sólidas, sino en las posiciones de poder y monopolísticas
que ocupa la empresa o el país en cuestión, en el poder que confiere el uso
de la fuerza militar, en la condición de determinados estados de emisores de
la moneda de referencia para el comercio y para la acumulación de reservas
así como en el acceso privilegiado a una información relevante a través de las
conexiones personales de sus directivos con el estamento político. El poder
que acumula un banco derivado de su tamaño apunta en el mismo sentido.
Dicho tamaño hace que, en caso de quiebra, puedan producirse daños co-
lectivos aparentemente inasumibles para la colectividad (too big to fail), lo
cual blinda las actividades de estas empresas financieras de una posible cri-
minalización (problema del moral hazard). Nada de esto tiene que ver con
la actividad productiva tal y como se puede derivar de los comportamientos
económicos racionales. Las extraordinarias remuneraciones que reciben los
altos directos de los bancos también se basa en la lógica de los «activos in-
tangibles» pues dichos directivos son los depositarios de información y de
conexiones privilegiadas de las que depende, en buena medida, la cotización
y el valor de mercado de millones de acciones. Los mercados reaccionan con
antenas muy sensibles a las señales que emiten estos intangibles, lo cual pue-
de traducirse en aumentos espectaculares de las cotizaciones o todo lo con-
trario: en una liquidación casi instantánea del patrimonio de una empresa
teóricamente solvente y productiva sin que exista un desempeño productivo

81
Armando Fernández Steinko

equivalente a dichas señales emitidas. Esta situación dificulta la separación


de los comportamientos financieros desviados de los rigurosamente legales.
El caso más extremo, pero desde luego no el único, es el de la empre-
sa norteamericana ENRON, un broker de energía que se hizo pasar por
una empresa mucho más consistente de lo que realmente era con el fin de
conseguir una ininterrumpida revalorización de sus acciones. Para conse-
guirlo tergiversó su información contable dispersando las anotaciones en-
tre tres mil empresas creadas preferentemente en paraísos fiscales técnica-
mente imposibles de auditar, y utilizando métodos de contabilidad agresiva
en buena medida basados en el margen de maniobra que abre el concepto
de propiedad intangible (Cunningham y Harris, 2006). El laberinto de las
diferentes formas de propiedad intangible y de su valoración creó un ex-
tenso campo para la manipulación contable, para la administración desleal,
el pago de cohechos y para otros muchos delitos de cuello blanco. Estos
se hacen más impunes e indetectables a media en que aumenta la desre-
gulación financiera, se produce un relajamiento de la normativa contable
—que es inexistente en las jurisdicciones off shore—, y un aumento de pre-
paración técnica o de los incentivos económicos de asesores y expertos fis-
cales, todo ello combinado con una insuficiente dotación de los servicios
estatales de inspección fiscal.
Los asesores financieros, las empresas de calificación de riesgos, los
grandes inversores institucionales y los analistas financieros trabajan exac-
tamente en estos espacios criminogénicos. Su labor consiste en explorar los
entresijos derivados de dicha falta de objetividad, y que afectan al corazón
de unos espacios decisivos de la economía internacional: la contabilidad de
las empresas. En favor de este sistema trabaja la consideración del control
fiscal y financiero como una interferencia ilegítima en la actividad de los
agentes privados, así como la mencionada normativa y filosofía contables.
El criminólogo norteamericano William Black insiste en la capacidad que
ofrecen los actuales sistemas contables para cometer fraudes con impunidad
en los casos en los que delincuentes son los propietarios mayoritarios de la
empresa: son los llamados «fraudes de control», que, en esencia, consisten
en la capacidad de mover fondos arbitrariamente de unas partidas a otras
con el fin de hacer más difícil el control de la base productiva real de las
empresas, o para atraer inversiones hacia ellas.

Los fraudes de control son entidades aparentemente legítimas uti-


lizadas por aquella gente que las controla como «armas» de fraude.
En el sector financiero, los fraudes contables son las armas esco-
gidas. Los fraudes de control en la contabilidad resultan tan atrac-
tivos para prestamistas e inversores porque producen «beneficios»
de contabilidad sin parangón, garantizados y a corto plazo. Se
optimizan creciendo rápidamente como otros esquemas de Ponzi,
concediendo préstamos a quienes los solicitaban con pocas proba-
bilidades de devolverlos (una vez estalla la burbuja), y dedicándo-
los a un extremado apalancamiento. A menos que haya regulación

82
Delito y criminalización en una sociedad global

y acciones judiciales, esta inapropiada asignación crea una epide-


mia de fraudes en el control de la contabilidad que hipertrofia las
burbujas financieras (Black, 2009: sin indicación de página).

El incentivo para la comisión de «fraudes de control» es económico.


Al guardar los defraudadores contables y sus empresas una relación fuerte-
mente competitiva entre sí, la dinámica generada por sus acciones agregadas
crean situaciones de riesgo sistémico para el conjunto (ver arriba). Este es-
cenario no solo no ha provocado una intervención de los gobiernos y los
estados para evitar, o al menos para minimizar dicho riesgo, sino todo lo
contrario. Lo que se ha producido en los últimos años es una intervención
gubernamental destinada a desmontar los mecanismos de seguridad que pu-
dieran haber evitado este tipo de fraudes, así como el intento de «externali-
zar» dichos riesgos, es decir, de hacérselos pagar a otros países o a la opo-
sición política (Galbraith, 2010). Las acciones gubernamentales estuvieron
guiadas durante años por la ignorancia de datos y de evidencias visibles e
identificadas mucho antes del estallido de la crisis financiera. Desde luego, la
razón no es la imposibilidad técnica de detectar y de evaluar dichos riesgos
con unos niveles de objetividad y certeza razonables, sino la falta de volun-
tad para hacerlo y el uso de herramientas y sistemas de control inadecuadas
(para una reconstrucción detallada del caso de Lehman Brothers, ver Fergu-
son y Johnson 2009, 2009b, para el caso de los bancos regionales alemanes,
ver Schünemann en este libro).
Esto crea un problema criminológico inédito. Si es verdad que todo
apuntaba a que dichos comportamientos iban a generar necesariamente an-
tes o después un colapso financiero severo a pesar de tratarse de comporta-
mientos racionales a corto plazo; si es verdad que, por ejemplo, todo el sis-
tema norteamericano de financiación de viviendas de los últimos años estaba
infestado de fraude y que esta infección era plenamente conocida, ¿cómo
valorar la inhibición de los gobiernos en la salvaguardia del sistema financie-
ro en su conjunto, de la seguridad financiera de sus países?; ¿cómo valorar
las acciones de los actores individuales y las decisiones gubernamentales que
apuntaban en un sentido exactamente contrario, y cuyo objetivo era mar-
cadamente político-electoral como es el caso de las medidas tomadas por el
secretario del Tesoro norteamericano Henry Paulson destinadas a evitar una
derrota del Partido Republicano en las urnas arriesgando el colapso de todo
el sistema financiero mundial? ¿Cómo castigar estas conductas?
Del corazón económico-institucional de las sociedades occidentales, del
núcleo financiero de su racionalidad individual, así como de los actores si-
tuados en el centro de los espacios gubernamentales en los que, en última
instancia, se criminalizan y sancionan los comportamientos desviados, han
partido recientemente los comportamientos más peligrosos, amenazantes y
desestabilizadores para el conjunto de las sociedades occidentales de las últi-
mas décadas. Estos comportamientos incluyen la capacidad de alterar algunos
indicadores esenciales para el funcionamiento de todo el sistema financiero

83
Armando Fernández Steinko

internacional como es el LIBOR de Londres, un tipo de interés de referen-


cia universal (Hernández Vigueras, 2013: 72). Visto así, la crisis financiera
de 2008 y sus secuelas expresan un fracaso de los mecanismos de crimina-
lización en las sociedades occidentales (ver Kemp et al., 2010). El incesante
uso de categorías destinadas a enumerar peligros, amenazas y riesgos vagos e
inasibles, casi siempre exógenos al sistema financiero y a las sociedades occi-
dentales, y casi nunca realmente identificables empíricamente —por ejemplo
las «grandes finanzas de los grupos de criminales organizados»— han alejado
a las sociedades de la exploración racional de los actores y los escenarios
responsables de dicho fracaso. Una reconstrucción sistemática de los hechos
basada en un conocimiento mínimamente preciso del funcionamiento del sis-
tema financiero y en pruebas documentales, sería suficiente para enumerar
y clasificar, una por una, las situaciones de riesgo provocadas por una serie
de comportamientos privados y públicos cuyos autores son, en su mayoría,
perfectamente identificables con nombres y apellidos, y aun cuando muchas
veces sea difícil demostrar qué parte de dichos comportamientos les fueron
impuestos a los actores por las reglas de la financiarización y por las políticas
de los gobiernos, y qué parte obedecen a su propia libertad de actuación: ver
arriba (Black, 2009). El principal problema no es, desde luego, de tipo téc-
nico. Es un problema de falta de criminalización social de ciertas conductas.
Muchas de ellas simplemente no estaban dentro del radar criminológico de
los gobiernos y de la opinión pública occidentales pues resultaban —en parte
ideológicamente— coherentes con sus políticas económicas. El intento de
criminalizar algunas de ellas a partir del tipo penal alemán de administración
desleal y las recientes imputaciones contra seis exdirectivos del banco HSH
Nordbank a partir de dicho tipo penal, así como las imputaciones formula-
das contra algunos directivos de la desaparecida Cajamadrid, podrían abrir
algunas esperanzas en este sentido (ver el trabajo de Bernd Schünemann y
Frankfurter Allgemeine Zeitung 30-4-2013).

Hoy (mayo de 2013) estos argumentos resultan más fáciles de demostrar,


pero antes del colapso financiero la criminología, el derecho penal y tam-
bién las políticas de seguridad de los gobiernos occidentales se concentraban
en perseguir a unos actores con una más que dudosa capacidad efectiva de
desestabilizar el sistema financiero, que a explorar las posibles consecuen-
cias —delictivas o no— de sus propias políticas económicas. Es probable
que otra de las razones de esta situación sea el distanciamiento entre ciencia
económica, derecho penal y criminología cuya colaboración parece ser una
condición imprescindible para superar dicho fracaso (Böhm y Gutiérrez,
2007, Wyss, 2003 y Galbraith, 2010). La denominación de muchos de los
protagonistas de estos actos como «organizados» debería estar incluida en
la definición de sus conductas criminales, por mucho que su imagen se ale-
je de aquella que transmiten los cuerpos policiales, los gobiernos y, sobre
todo, los medios de comunicación, y que está fuertemente sesgada hacia los
delitos de cuello azul (Ruggiero, 2003). Desde luego también se trata de una
cuestión de poder: los gobiernos de algunos países, en los que los secto-
res financieros tienen un particular peso y poder político como el suizo, el

84
Delito y criminalización en una sociedad global

británico, el norteamericano y también el español, son más reticentes a dar


este paso mientras no escatiman esfuerzos a la hora de identificar «crimina-
les organizados» en cualquier patota sin apenas recursos, pero que comete
delitos contra la propiedad o está vinculada al narcotráfico (para el caso bri-
tánico ver Levi, 2002: 60). El reconocimiento del carácter más «organizado»
de ciertos delincuentes situados en el corazón del sistema económico y po-
lítico, facilitaría la criminalización de unos comportamientos hoy tenidos
como simples prácticas irregulares, así como la movilización de muchos más
recursos destinados a detectarlos y a reprimirlos. Permitiría, además, ex-
plorar racionalmente el poder que pueden desplegar dichos actores y basar
dicha exploración en análisis racionales antes que en posicionamientos emo-
cionales: el trabajo de Schünemann se puede considerar una aportación casi
pionera en este sentido.

El carácter mestizo del delito moderno


El grueso del dinero ilegal acumulado por la mayoría de los grupos que
se apropian de recursos colectivos en beneficio propio no se ha generado
en los mercados ilegales o, por ejemplo, con extorsión, como han afirmado
algunos autores (por ejemplo, Castells, 1997). Ni siquiera las organizaciones
criminales más estables (hermandades mafiosas, yakuzas japonesas, tríadas
y tong chinas) han estado vinculadas solamente a los mercados ilegales, bien
porque no son tan lucrativos, bien porque estos grupos nunca han desarro-
llado su actividad exclusivamente en el lado oscuro de la sociedad (ver Paoli
en este libro).

Dinero gris, centros off shore y el problema norte-sur

Mucho más lucrativas y estables que los delitos generadores de dinero


«negro» han sido las prácticas criminalmente mestizas generadoras de dinero
«gris», dinero que brota impunemente de un espacio fronterizo entre lo legal
y lo ilegal. Son prácticas relacionadas, por ejemplo, con la sobre- e infrafac-
turación en el comercio de productos legales como el petróleo, las materias
primas y otros productos de exportación, así como con las prácticas asociadas
a la venta y la privatización de empresas y patrimonio público que benefician
a actores con influencia en los gobiernos que toman las decisiones privatiza-
doras (Heim, 2002, de Boyrie s.f., para España, Martín Consuegra, 1983: 90).
La sobre- e infrafacturación forma parte de la actividad normal y regular de la
mayoría de las grandes empresas activas internacionalmente (Baker, 2004). El
grueso de estas prácticas infringen la legalidad de muchos países sin que esto
tenga consecuencias penales, en buena medida debido a la inhibición política
de sus élites, o a la debilidad y la falta de medios materiales de sus sistemas
institucionales. Esta situación, que afecta también a la huida de capitales y a
la evasión fiscal, no refleja tanto un comportamiento criminal, sino algo más
profundo y previo: la debilidad de los pactos sociales destinados a criminali-

85
Armando Fernández Steinko

zarlos (ver arriba), así como al carácter ultracompetitivo de la economía inter-


nacional que le asigna a estas conductas una importante funcionalidad. Estas
prácticas son delitos en los países económicamente perjudicados, pero todo lo
contrario en aquellos otros que se benefician del drenaje de recursos financie-
ros generados por estas prácticas hacia sus propias jurisdicciones. Esta situa-
ción impide que los gobiernos más influyentes saquen estos comportamientos
del espacio ambiguo y fronterizo entre la legalidad y la ilegalidad, que es don-
de se mueven en la actualidad. Desde luego no se trata de cantidades menores:
la repatriación de beneficios no declarados a los países desarrollados asciende
anualmente a unos 150.000 millones de dólares. Estas cantidades son mucho
más elevadas que la ayuda al desarrollo que reciben anualmente todos los
países en desarrollo por parte de los países desarrollados (Kapoor et al., 2007,
y Kar y Cartwright-Smith s.f). A esto se suman las pérdidas ocasionadas por
las políticas de precios de transferencia entre diferentes filiales practicadas por
las multinacionales —unos 160.000 millones de dólares anuales—, apoyadas
en el uso de jurisdicciones off shore en las que queda registrado contablemen-
te entre el sesenta y el setenta por ciento de todo el comercio internacional
(Martens y Obenland, 2011). Es aquí, en este territorio de nadie, por donde
circula el grueso de las cantidades de dinero ilegítimo en el mundo, casi exclu-
sivamente en dirección sur-norte y este-oeste.
El daño provocado por este drenaje —ilegal y alegal, en la mayoría de los
casos plenamente legal en las jurisdicciones receptoras de activos— a las eco-
nomías y las sociedades de los países del sur, casi no se puede sobreestimar.
La incapacidad de muchos gobiernos de los países en desarrollo de satisfacer
las necesidades más perentorias de sus poblaciones, incluidas sus necesidades
de seguridad, o de reparar el desgaste territorial, ambiental y humano que
genera la actividad económica de las empresas que desarrollan estas prácticas,
tiene aquí una de sus explicaciones más importantes. Solo un pacto social en
el interior de estos países, una reducción del peso de la deuda externa y la for-
mación de coaliciones de países débiles destinadas a negociar acuerdos frente
a los países más influyentes, podrían parar esta sangría de recursos. Sería el
paso previo a la puesta en marcha de un sistema redistributivo legítimo y
eficiente en el interior de dichos países con capacidad de mantener a raya los
efectos de la «segunda combinación letal». Hoy por hoy estas prácticas, que
mejoran la remuneración de los accionistas de las empresas multinacionales,
ni son criminalizadas, ni existe la perspectiva de que puedan llegar a serlo en
breve. No son delitos simplemente porque no han sido considerados como
tales en ciertas partes del planeta, a pesar de sus devastadoras consecuencias
para muchos países.
Las prácticas de los grupos beneficiados por las privatizaciones poco
transparentes de empresas públicas y de las élites tradicionalmente evasoras
de impuestos y de capitales, han alimentado el floreciente negocio de las pla-
zas financieras occidentales sin que tampoco esta situación haya sido puesta
seriamente en entredicho en los foros internacionales. La crisis financiera de
Chipre en primavera de 2013, y la persistente emergencia financiera de mu-
chos países del norte, podría ser el principio de un cambio de tendencia que,

86
Delito y criminalización en una sociedad global

desde luego, no va a ser nada fácil de imponer. Porque, y en contra de lo que


se lee en la mayoría de las publicaciones, tanto en las críticas como en las
apologéticas del actual orden económico internacional, no es tanto hacia los
pequeños países isleños independientes que intentan encontrar alguna forma
de desarrollo ofreciendo servicios financieros off shore hacia los que habría
que orientar los radares criminológicos más sensibles. Las grandes plazas
financieras (preferentemente Londres, Nueva York o Amsterdam) son las
principales beneficiarias de este tipo de prácticas, que incluyen operaciones
de lavado de dinero del narcotráfico a través de sus conexiones con terce-
ros territorios off shore, normalmente situados geográficamente cerca como
son las Islas del Canal, Delaware o las Bahamas (empíricamente: Sharman,
2009; para España, Fernández Steinko, 2012). Los grandes delincuentes eco-
nómicos de los países del Este de Europa prefieren Londres como centro
off shore para darle un destino al dinero usurpado a sus poblaciones a tra-
vés de múltiples procedimientos de naturaleza contable. Los procedentes
de los países latinoamericanos alimentan el negocio de las plazas de Miami
y Nueva York desde los años 1980 y 1990 (Henry, 1996), los procedentes
de España han fluido tradicionalmente a las plazas de Suiza (Ynfante, 1978).
Toda clase de dinero es bien recibido en estas plazas financieras mientras no
se demuestre su origen o mientras algún gobierno influyente no se persone
en el asunto. La única forma de perseguirlo es demostrar la existencia de un
delito precedente generador de activos ilegales y el seguimiento de su rastro
o pista (money trail). No es una tarea imposible, pero requiere de equipos
especializados en delitos de cuello blanco, una policía fiscal bien preparada y
una intensa colaboración con las agencias tributarias no entorpecida por los
gobiernos de turno. Pero sobre todo requiere de un nivel superior de coo-
peración internacional y de una criminalización activa y sin fisuras de estas
prácticas por parte de las sociedades y los gobiernos. El rastreo de las hue-
llas que va dejando el dinero generado por dichos delitos por todo el planeta
requiere de un tratamiento del blanqueo no como delito autónomo, o como
«fetiche jurídico» (Armando Fernández Steinko), sino en su conexión or-
gánica con los delitos precedentes tales como el delito fiscal, la corrupción,
el narcotráfico etc. (ver el trabajo de Manjón-Cabezas). Esto nos remite al
problema específico del blanqueo del dinero procedente del narcotráfico y
su mestizaje con el mundo de la legalidad.

Blanqueo y narcotráfico

El caso de la región colombiana de Antioquia, que pasó a convertirse


en la principal zona productora de pasta de coca en los años 1980 tras el
desplome de los precios de ciertos productos agrícolas vitales, es ilustrativo
del mestizaje delictivo que estamos intentando describir. En Colombia, hay
regiones mucho más tradicionales que esta: Antioquia dispone de un tejido
empresarial más bien «moderno» compuesto de pequeñas y medianas em-
presas vinculadas a la producción y la comercialización de café, de algodón
y de textiles orientados a la exportación: es más la Cataluña que la Galicia

87
Armando Fernández Steinko

de Colombia. El desplome de los precios de dichas materias primas afectó


severamente a esta región, pero la abundancia de cualificaciones empresaria-
les y la experiencia comercial internacional (relaciones «modernas») se com-
binaron con otras más tradicionales que no acabaron nunca de desaparecer
debido a la debilidad del Estado colombiano, pero que se internacionaliza-
ron con el aumento de los contactos familiares resultantes de la emigración
económica de los antioquianos. Este dualismo entre lo moderno y lo tra-
dicional, entre lo legal y lo ilegal, facilitó la creación del sistema de elabo-
ración y de transporte de drogas ilegales más rentable del mundo (Arango
Jaramillo, 1988, Thoumi, 1997, 2002, y Andreas, 2002: 37). En Honduras,
las provincias de Cortés y Atlántico y la región empresarial de San Pedro
Sula, que concentra más del cincuenta por ciento de la producción industrial
del país, que queda geográficamente dentro de las rutas de transporte de co-
caína hacia los Estados Unidos, y que, además, guarda estrechas relaciones
económicas legales con el gran vecino del norte a través de la exportación de
productos agroindustriales e industriales, estos últimos de bajo valor aña-
dido y producidos en maquilas, es comparable a la Antioquia colombiana
(D’Ans, 2011: cap. 12)

La criminalización del narcotráfico genera un amplio consenso inter-


nacional. Esto se debe, en buena medida, a la presión ejercida por los go-
biernos de los países consumidores de drogas ilegales. El escaso poder y la
falta de legitimidad de muchos Estados productores y de tránsito, así como
la pérdida, a veces dramática, de recursos financieros debido a la liberaliza-
ción del tráfico de capitales y al aumento de la carga de la deuda externa,
ha hecho aumentar el poder económico relativo del narcotráfico en algunos
de ellos. El narcotráfico tiene una gran capacidad de generar divisas, pre-
ferentemente dólares norteamericanos, con lo cual permite equilibrar par-
cialmente las precarias balanzas por cuenta corriente de los países produc-
tores o de tránsito de drogas ilegales, e importar insumos y tecnologías que
necesitan adquirir las empresas legales para mantener su actividad. El peso
económico del narcotráfico es muy relevante, pues se trata muchas veces de
países con una elevada deuda externa que puede llegar a absorber cantidades
sustanciales de las divisas generadas con la exportación de productos y de
servicios legales. Esto explica que algunos de sus gobiernos, y no solo algu-
nos gobernadores locales o militares acantonados en puertos, islas y zonas
fronterizas, hayan desarrollado una inconfesable complicidad con la econo-
mía de las drogas ilegales por razones de emergencia financiera. Por mucho
que suscriban las solemnes declaraciones internacionales de lucha contra el
blanqueo de capitales redactadas por los países consumidores, la realidad
económica de estos países y de estas regiones simplemente dicta esta clase
de comportamientos y los convierte en prácticas estructurales. Mientras no
exista un sistema financiero y un régimen internacional de lucha contra la
evasión de capitales que dote a estos países de recursos para hacer frente a
sus necesidades financieras —y que debe ir unido a la formación de mayo-
rías sociales dentro de dichos países para generar un régimen de progre-
sividad fiscal—, estos Estados siempre se encontrarán en una situación de

88
Delito y criminalización en una sociedad global

emergencia financiera y desarrollarán comportamientos oportunistas en su


relación con el gran narcotráfico y con cualquier otra práctica que mejore
su liquidez. Esto no afecta en nada a su retórica gubernamental que va en
sentido contrario, sobre todo cuando se trata de negociar ayudas económi-
cas o apoyos políticos y financieros del norte (Camargo, 2008). De hecho,
el «Régimen de lucha contra el blanqueo de capitales» (Anti Money Launde-
ring Regime: AMLR) ha estado casi totalmente focalizado en la persecución
del dinero generado por el narcotráfico. Esto afecta mucho más a los países
con problemas de financiación internacional, que aquellos otros con plazas
financieras receptoras activos legales e ilegales y que, paradójicamente, son
los que más dinero se gastan en drogas ilegales. La medida tomada por el
gobierno español en junio de 2012 destinada a legalizar el dinero ilegítimo,
así como medidas similares tomadas por la presidenta argentina, apunta en
este mismo sentido: las situaciones de emergencia financiera provoca un au-
mento de la tolerancia frente a toda clase de activos financieros, incluso a
aquellos de origen ilegal. Esto afecta a todos los países del mundo, y no solo
a los estigmatizados países productores y de tránsito de drogas ilegales. El
nombre que se le dé a estas prácticas (si «amnistía fiscal» o «regularización»
etc.) es más bien secundario.

La coincidencia que se da en algunos países entre un acceso privilegiado


a la liquidez y el crédito, y el elevado consumo de drogas ilegales por parte
de muchos de sus ciudadanos, que pagan cantidades astronómicas por ad-
quirirlas, no puede ser casualidad. Explica que estos mismos países se hayan
convertido en los principales impulsores del Régimen internacional de lucha
contra el blanqueo (AMLR), pero también que esta lucha se haya concentra-
do hasta ahora casi exclusivamente en la persecución del dinero procedente
del narcotráfico. Estados Unidos, Gran Bretaña y Suiza, que sufrieron en
los años 1980 y 90 una epidemia de cocaína —el último sobre todo de he-
roína— son sus principales protagonistas: han sido los países más activos en
la creación del Grupo de Acción Financiera (GAFI), en la teorización de
esta forma de lucha contra el delito y en el ejercicio de una presión diplo-
mática sobre terceros países con el fin de que transpongan sus reglamentos a
sus respectivos sistemas penales (para un resumen, ver Levi y Reuter 2006).
Tampoco puede ser casual que estos tres países —aquí sobre todo Suiza—
tengan muchos menos problemas de evasión fiscal que el resto del mundo
(ver Schneider 2006), lo cual explicaría su insistencia en dejar la fuga de
capitales y el delito fiscal fuera del campo de mira del AMLR: el trabajo de
Fernández Steinko intenta explicar estas paradojas. En definitiva: el carácter
mestizo del crimen moderno no se refiere solo a los delincuentes, que sue-
len tener un pie en el mundo legal y otro en el mundo de la ilegalidad, sino
también a los propios países. No hay países «gamberros» y tendencialmente
«fallidos» que se aprovechen económicamente de la degradación de la salud
de los habitantes de los países «serios», sino una responsabilidad compartida
entre el norte y el sur en lo que se refiere a las finanzas del narcotráfico. Un
análisis medianamente riguroso de los flujos económicos del narcotráfico lo
demuestra bien a las claras.

89
Armando Fernández Steinko

El porcentaje de ingresos netos procedentes de las drogas ilegales sobre


el total del PIB no ha sobrepasado en años normales, y en un país como Co-
lombia altamente implicado en la producción de cocaína —la droga más ren-
table producida en países no consumidores—, el tres por ciento del PIB, con
una tendencia a la disminución debido al desplome de los precios a lo largo
de los años 1990. Estos datos contrastan con los intereses de la deuda exter-
na que en algunos países de tránsito como Honduras llegaron a representar
en 1987 el 54 por ciento de su PIB (Rodas García, 1987). Es verdad que ha
habido años excepcionales, como la segunda mitad de los años 1980, en los
que el porcentaje del tráfico mayorista de drogas sobre el PIB llegó a ser más
elevado en algunos países. Además, a medida en que se van degradando las
economías de muchos países pequeños de tránsito vuelve a aumentar el peso
de estas cantidades sobre su PIB. Pero, sea como fuere, hay que aplicar me-
todologías científicas para averiguarlo, o, al menos, el mismo sentido común
que se utiliza para hacer cualquier otro cálculo económico.
Esto quiere decir primero lo siguiente: el dato más relevante económica-
mente no es el volumen de ventas, sino el volumen de los excedentes gene-
rados en cada eslabón de la cadena de valor añadido, es decir, la diferencia
entre las compras y las ventas. Esta cifra es siempre y necesariamente menor
que la del valor bruto de las ventas, sobre todo si tenemos en cuenta los
porcentajes de interceptación que reducen drásticamente los beneficios, y si
tenemos en cuenta que dichas interceptaciones representan hacia el 33 por
cieto del total importado en Estados Unidos y hacia el veinticinco por cien-
to en la Unión Europea. El grueso de los excedentes generados por el narco-
tráfico no se queda en los países productores y de tránsito, sino en los países
consumidores. Los actores comprometidos en la importación a los países
consumidores se reparten entre los residentes de los países «fronterizos» y
los residentes en los países consumidores. Juntos se quedan con el trece por
ciento (cocaína) y el veintiseis por ciento (heroína) del excedente calculado
a partir del precio final minorista en las calles de los grandes países consu-
midores como Estados Unidos y Gran Bretaña. Los grandes distribuidores
activos exclusivamente dentro de los países consumidores acaparan el treinta
por ciento y el veintidós por ciento respectivamente, y la distribución mi-
norista (el menudeo) se queda con la mayor parte: con el 57 por ciento y el
52 por ciento respectivamente. La tercera parte de las ventas mayoristas, y
que incluye —insistimos— los excedentes netos, abandona los países con-
sumidores para retornar a los países productores, bien directamente, bien
indirectamente a través de terceras jurisdicciones (para España, Fernández
Steinko, 2012). Esto quiere decir que, al menos según el estudio encargado
por la Comisión Europea, los actores residentes en los países consumidores
acaparan entre el setenta por ciento y el ochenta por ciento del excedente
calculado sobre el precio final en la calle de dichos países, concretamente
Londres y Chicago (Comisión Europea 2009). De esta cantidad total habría
que descontar los excedentes repatriados: el mocionado tercio de las ventas
totales. El resto de los excedentes generados por la cadena de valor añadido
se queda en los países productores y de tránsito, que son los que pagan la

90
Delito y criminalización en una sociedad global

mayor parte del coste no sanitario generado por estas dos drogas ilegales: la
violencia, la cultura del dinero fácil, los cohechos etc.
Abordar las finanzas del narcotráfico con sentido común significa divi-
dir la cifra del excedente neto entre el número de actores que participan en
su generación con el fin de calcular del poder económico que recae sobre
cada uno de los eslabones de la cadena de valor añadido. Así, no es lo mismo
que dicho excedente se reparta entre unos pocos actores, a que lo haga entre
varias decenas de miles, y tampoco es lo mismo que estos actores residan
en los países consumidores o que lo hagan en los países productores y de
tránsito. Mientras los excedentes nacidos de la importación y de la gran dis-
tribución interna se distribuyen entre un número relativamente pequeño de,
necesariamente, grandes narcotraficantes —una parte residente en los países
consumidores, otra en los países productores y/o exportadores—, el exce-
dente generado por el menudeo se reparte entre decenas de miles de peque-
ños traficantes. Los primeros generan cantidades económicas importantes
susceptibles de ser blanqueadas, pero el excedente del menudeo, aún siendo
muy importante (ver arriba) se reparte entre miles y miles de pequeños dis-
tribuidores locales que utilizan la mayor parte de los (pequeños) exceden-
tes individuales para mejorar su propio consumo corriente, y un veinte por
ciento para el autoconsumo de drogas (datos para el menudeo de cocaína
en el extraradio de la ciudad de Washington: ver Reuter et al., 1990; en el
menudeo de heroína este último porcentaje es probablemente bastante supe-
rior). Esto hace técnicamente imposible que en el mundo del menudeo, que
es donde se generan los mayores márgenes económicos, se produzcan acu-
mulaciones significativas de activos susceptibles de ser blanqueados. Todo
esto se traduce a cifras económicas importantes, sobre todo si tenemos en
cuenta el PIB per cápita de algunos países y regiones, así como el carácter
marginal de muchos de los ambientes del menudeo. Pero nada tienen que
ver estas cifras con aquellas otras incluidas en muchos documentos oficiales,
publicaciones periodísticas e incluso algunas académicas citadas y repetidas
hasta la saciedad (ver el trabajo de Fernández Steinko). Lo que resulta lla-
mativo, en cualquier caso, es el escaso interés que muestran los gobiernos
de los grandes países consumidores de drogas ilegales por explorar de forma
racional la verdadera dimensión económica del narcotráfico y de sus bene-
ficios netos.
En algunos países tales como Myanmar, Afganistán, Colombia, Honduras
o México, o en algunas de sus regiones, la economía del narcotráfico tiene un
coste sin duda importante. Pero dicho coste no se puede «medir» recurriendo
solo a argumentos cuantitativos o forzando un poco más el discurso de las
«grandes cifras». El daño es, sobre todo, cuantitativo, y debe colocarse al lado
de los «beneficios» económicos que hemos comentado arriba, y que se deri-
van de una situación crónica de emergencia financiera. Ambas cosas obliga a
rebajar la carga moral del problema, pero sobre permitiría entender mucho
mejor el fenómeno que nos ocupa. El dinero de la droga es, en primer lugar,
un dinero rápido y fácil que desincentiva la economía productiva y consolida
la mentalidad de la renta alimentando la espiral del subdesarrollo. Es dinero

91
Armando Fernández Steinko

que, en parte, se traduce en cohechos y degrada aún más una salud institu-
cional de países y regiones que ya era débil o estaba bastante degradada. Es
un dinero que en algunas zonas del mundo aviva el fuego ya prendido de la
violencia hasta alcanzar niveles estratosféricos. Pero conviene insistir también
aquí en la idea del mestizaje criminal: ni esta violencia es producto solo o
inicialmente del narcotráfico o de la comisión de otra clase de delitos, ni la
degradación de la salud política e institucional se debe solo o preferentemente
al narcotráfico, ni el cáncer del dinero fácil se reproduce solo por acción de
los mercados ilegales. Hay comportamientos económicos legales, propios de
economías de rentas agrarias y de situaciones de reparto muy desigual de la
propiedad de la tierra, cuyas consecuencias son comparables, incluidos sus
efectos sobre la violencia. Una parte significativa de los excedentes netos ge-
nerados por el narcotráfico en los países exportadores y de tránsito se traduce
en consumo de productos importados y en rentas agrarias e inmobiliarias,
casi nunca en inversión productiva y, menos aún, por cierto, en activos fi-
nancieros de alto riesgo (para Colombia, Reyes Posada, 1997, para los Países
Bajos, Duyne y Levi, 2005, para España, Fernández Steinko, 2012). Pero —
repetimos— el tipo de economía y de estructuración social que produce el re-
parto desigual de la propiedad de la tierra, la naturaleza «liberal-oligárquica»
de los sistemas político-institucionales, o el «clientelismo familiar» (D’Ans)
que prolifera desde tiempos inmemoriables en amplias zonas de América La-
tina, por ejemplo, tiene efectos muy similares, incluso más perdurables y es-
tructurales, a los provocados por la economía de las drogas: el delito, y más
concretamente el narcotráfico, no es el origen de todos los males, y estos no
van a solucionarse de la noche a la mañana con su desaparición.
Por tanto, también esta realidad está alejada del discurso criminal domi-
nante. El narcotráfico se ha convertido en uno de los delitos-estrella en la
era de la globalización, la conducta más unánimemente criminalizada en la
esfera internacional. Esto permite separar las actividades y las consecuencias
del narcotráfico de las actividades y las personas legales, pero esto no quie-
re decir que la realidad sea tan simple. Los narcotraficantes son fácilmente
etiquetables como unos «otros» que no tienen nada que ver con los «nues-
tros», pero «los nuestros» son los que pagan toda la cadena del narcotráfico
con su consumo final, y «los nuestros» son los que más se benefician econó-
micamente del narcotráfico. Con la «sobrecriminalización del narcotráfico»
(Bernd Schünemann) se intentan concentrar todos los males y las desgracias
que han venido afectando al mundo contemporáneo en las últimas décadas:
desde el sida a la desestructuración familiar, desde el debilitamiento de los
Estados al reto que representan los grupos criminales, desde el aumento de
los homicidios hasta el incremento de la inseguridad ciudadana en general.
No es casualidad que mucho más del cincuenta por ciento de toda la pobla-
ción carcelaria del planeta lo sea por delitos de narcotráfico.
Pero insistimos: esta interpretación blanquinegra del delito en general y
del narcotráfico en particular no se corresponde con la realidad. Y no solo
porque los principales protagonistas de los mercados ilegales son, se mire
como se mire, los demandantes de productos y servicios ilegales, muchos de

92
Delito y criminalización en una sociedad global

ellos situados en el corazón del establishment político y económico de los


países más empeñados en luchar contra dichas finanzas (brokers financieros,
actores sociales con importantes responsabilidades económicas y políticas
etc.). También porque la mayoría de las personas vinculadas al gran tráfico
de drogas suelen tener vínculos solo intermitentes e inestables con las activi-
dades ilegales. Los estudios empíricos demuestran que el grueso de las per-
sonas implicadas en los diferentes eslabones del narcotráfico lo son a tiempo
parcial. La mayoría de los acusados de narcotráfico, tanto los importadores,
los grandes distribuidores mayoristas como sobre todo también los cientos
de miles activos en el ramificado mundo del menudeo, son personas más
bien «normales», antes que outsiders, ciudadanos que completan de forma
ocasional sus actividades legales con otras de naturaleza ilegal (para el mer-
cado minorista de drogas ilegales, Reuter et al., 1990, y Paoli, 2000b, para el
mayorista, Desroches, 2005). Este mestizaje no es solo propio del narcotrá-
fico, y resulta extrapolable a la mayor parte de los mercados ilegales (para
el caso del contrabando de tabaco, ver v. Lampe, 2003, y Beare, 2003). En
general, domina el campo de la delincuencia de cuello blanco, y, más con-
cretamente, el de la criminalidad económica. La lucha contra el blanqueo de
capitales opera con una simplificación de este tipo, y no es casualidad que
sus inspiradores se muestren más bien pesimistas sobre su efectividad, al
menos tal y como ha sido diseñada hasta ahora.
Por resumir: la figura más apropiada para describir el delito moderno
es la de una «fisiología» en la que el delito coexiste con comportamientos
plenamente insertados en el lado legal de la vida de muchas personas. Por
el contrario, el delito entendido como «patología», como comportamientos
visibles y bien identificables como cuerpos extraños o enfermos ajenos a
un cuerpo tenido por esencialmente sano, se aleja mucho más de la reali-
dad empírica (Caciagli, 1996). Moralmente, esta situación, en la que cual-
quiera de los «nuestros» puede ser —casi siempre temporalmente— uno de
los «otros», resulta más difícil de abordar. La perplejidad provocada por
los casos de religiosas españolas implicadas en el secuestro de niños recién
nacidos para entregárselo a mujeres que no son sus madres demuestra lo
lejos que puede llegar a estar el delito moderno de esta visión maniquea de
los buenos y los malos. Esta visión no está a la altura de la complejidad de
las sociedades contemporáneas sobre todo de aquellas en las que aún —y
probablemente por mucho tiempo— coexisten estructuras «tradicionales» y
estructuras «modernas», y que representan la inmensa mayoría de las socie-
dades del planeta.

Migración, desigualdad y criminología del otro


La globalización provocó un rápido aumento de las desigualdades tanto
dentro de los países como entre los países (Hurrell y Woods eds., 1999,
ONU, varios años). Si tenemos en cuenta que la parte de la población mun-
dial que en los años 1980 aún vivía en los espacios tradicionales de los países

93
Armando Fernández Steinko

en desarrollo y en algunas regiones de los del este y del sur de Europa era
aún muy superior al cincuenta por ciento (pequeños agricultores, artesa-
nado, pequeñas empresas que operan en los mercados locales, autónomos
tradicionales etc.), se pueden apreciar fácilmente las consecuencias demo-
gráficas y también delictivas de la fulminante destrucción de todo este tejido
a partir de la década de los años 1980 (ver las «dos combinaciones letales»).
Partes sustanciales de las poblaciones enclavadas en los espacios tradiciona-
les tuvieron que emigrar en poco tiempo para buscar un trabajo en la eco-
nomía sumergida de las ciudades, que es donde se concentran las mayores
oportunidades de empleo. Primero hacia las (grandes) ciudades de los pro-
pios países en desarrollo, que experimentaron un crecimiento sin preceden-
tes convirtiéndose en espacios inabarcables y casi imposibles de gestionar
(Davis, 2003). Y segundo, hacia los países desarrollados en los que se van
formando anillos de barrios social y físicamente segmentados de sus zonas
más prósperas, y donde la población inmigrante y la población autóctona
empieza a competir por unos recursos cada vez más escasos en medio de
una tendencia global hacia el aumento de la exclusión (Young, 1999: 6ss.).
A partir de la década de 1980 el número de personas que siguen la estela
inversa del tráfico de mercancías y de capitales, es decir, del sur al norte, va
rápidamente en aumento. Los movimientos intercontinentales de población
son conocidos de anteriores procesos de globalización como el que se dio a
ambos lados del Atlántico hacia principios del siglo xx (Hobsbawm, 1995).
Sin embargo, desde la Segunda Guerra Mundial no se había visto un movi-
miento internacional de personas tan importante en tan poco tiempo.

Inmigración y criminología del otro

Al efecto de expulsión de sus regiones de origen, que hemos intentado


explicar arriba —colonización brusca y desregulada del sector tradicional—,
se suma ahora el efecto llamada de las regiones en crecimiento. Está prota-
gonizado por las empresas de los países desarrollados interesadas en dispo-
ner de mano de obra abundante y, si es posible, socialmente desprotegida,
es decir, activa en el lado informal de la economía (para España, ACCEM,
2006). Los inmigrantes ilegales y su desesperada necesidad de aceptar cua-
lesquiera condiciones de trabajo, los hace particularmente atractivos debido
a su escasa capacidad de negociación en el mercado de trabajo. Pero solo es
posible acceder a esta fuerza de trabajo barata liberalizando el tráfico de per-
sonas, una política que, sin embargo, perjudica a cada vez más ciudadanos
de países receptores. Por un lado, los inmigrantes, particularmente los ile-
gales, no tienen derecho al voto y los gobiernos no necesitan contar con su
apoyo político, con lo cual no hacen muchos esfuerzos por aplicar políticas
que les favorezcan. Esto permite profundizar las políticas de Estado míni-
mo: la rentabilidad de las empresas aumenta sin que tenga que ir acompaña-
da de un aumento proporcional del gasto destinado a reparar una fuerza de
trabajo que se desgasta rápidamente: una situación favorecedora del empleo
sumergido. Pero, por otro lado, estas políticas enfrentan a los gobiernos a

94
Delito y criminalización en una sociedad global

parte de su propio electorado, cuyos puestos de trabajo y condiciones so-


ciales se ven seriamente agravadas por la situación creada en la que nativos e
inmigrantes acaban enfrentados por unos puestos de trabajo escasos y cada
vez peor remunerados. Al disponer aquellos, a diferencia de los últimos, de
derechos políticos, los gobiernos se ven obligados a pronunciarse en su de-
fensa, aun cuando estos pronunciamientos sean todo menos coherentes con
las políticas económicas desarrolladas, unas políticas que favorecen la inmi-
gración ilegal con el fin de favorecer la rentabilidad de las empresas nativas.
El movimiento de grandes cantidades de personas en busca, a veces des-
esperada, de una vida mejor, dio pie a la intensificación de los controles
fronterizos, particularmente en aquellas zonas del mundo en donde las des-
igualdades en términos de renta per cápita a uno y otro lado de la frontera
son más grandes. Este es el caso de las fronteras del sur y del este de Europa
y de la frontera sur de los Estados Unidos. En el lado menos regulado de di-
chas fronteras va creándose un tejido empresarial vinculado a las produccio-
nes legales destinadas a la exportación, aunque fuertemente dominado por
la economía sumergida. La oferta de fuerza de trabajo es aquí abundante, lo
cual maximiza la rentabilidad empresarial. A ello se suma la cercanía de los
mercados a los que van dirigidos los productos finales fabricados en estas
franjas territoriales fronterizas. Esta combinación entre economía sumergi-
da, proximidad geográfica de grandes mercados de consumo y existencia de
una frontera política que une dos países con niveles de renta y regulación
institucional muy desiguales ha producido un tejido muy sensible crimi-
nológicamente hablando. Primero, porque fomenta la sobreexplotacion del
trabajo hasta niveles que van más allá de lo aceptable o permitido por las
leyes. Segundo, porque las infraestructuras empresariales (cualificaciones,
sistemas logísticos, conexiones comerciales legales) son susceptibles de ser
utilizadas para el desarrollo de mercados ilegales (tráfico de drogas ilega-
les, de productos falsificados, de personas, de tabaco etc.: ver Beare, 2005).
Tercero, porque alimenta el pago de cohechos debido a la proximidad de la
frontera y de la existencia de trámites administrativos asociados a su cruce
y al tráfico de personas indocumentadas y productos ilegales, una situación
que se hace crítica en el contexto de debilitamiento económico y político de
los Estados. El tráfico de drogas ilegales y de personas en la frontera entre
México y Estados Unidos (cocaína y cannabis) así como entre Marruecos y
España (preferentemente cannabis), así como el contrabando de tabaco, de
alcohol y de mujeres entre Alemania y los países del Este de Europa, son los
lugares del mundo en los que se dan estas tendencias de forma más aguda
(para el último de ellos ver von Duyne et al. eds., 2002, 2009). Las ciudades
con las tasas de criminalidad más altas de mundo —Ciudad Juárez en Mé-
xico y San Pedro Sula en Honduras, que reúne las mismas características—
están enclavadas en esta clase de franjas territoriales.
Son zonas muy marcadas por el tránsito de inmigrantes indocumenta-
dos, aunque no por ello se pueda hablar de personas forzadas por organiza-
ciones dedicadas al tráfico de personas. El elemento coercitivo directo —la
coerción indirecta se deriva de la falta de medios de subsistencia que casi

95
Armando Fernández Steinko

siempre está presente en cualquier proceso migratorio— marca la diferencia


entre el «tráfico de personas» (human trafficking) y la «trata de personas»
(human smuggling) aun cuando en ambos casos las personas se vean obliga-
das a emigrar en última instancia por razones sociales y laborales («coerción
indirecta»). La primera consiste en forzar la voluntad de las personas en al-
gún momento de la cadena de su aventura migratoria, muchas veces después
de haberse creado una situación de dependencia y servidumbre económica
entre el traficante y el traficado o su familia. Esta situación se da, por ejem-
plo, cuando el inmigrante es obligado a trabajar clandestinamente en el país
de destino hasta que haya pagado la totalidad de la deuda contraida o in-
cluso más allá, y después de haber sido ayudado a cruzar las fronteras. Esta
relación de coerción es, sin embargo, numéricamente poco frecuente (AC-
CEM, 2006: 80ss.). Se da sobre todo en el campo de la explotación sexual
de mujeres (para el caso de las mujeres búlgaras, ver Gounev, 2009), pero
también en aquellos sectores en los que los extorsionadores son los propios
empresarios beneficiados de la sobreexplotación laboral de los inmigrantes
de su propia nacionalidad (en España sobre todo el textil y la hostelería chi-
nos clandestinos). Es mucho menos frecuente encontrarlo en los sectores en
manos de empresarios nativos (la agricultura o la construcción) donde resul-
ta más difícil y arriesgado explotar a inmigrantes extorsionados por terceros
y víctimas del tráfico de personas.

Por el contrario, la «trata de personas» es un simple servicio ilegal desti-


nado a ayudar a traspasar fronteras sin que intervenga la coerción o la ame-
naza: unos ofertan dicho servicio (transporte clandestino por mar o por tie-
rra, «arreglo» de papeles etc) y otros, los emigrantes, lo demandan y lo pagan
como pueden (INTERPOL s.f., ACCEM, 2006). La diferencia entre tráfico
y trata de personas a veces es borrosa (por ejemplo un empresario que oferta
un servicio ilegal en el mercado para facilitar la inmigración clandestina pero
que, con el tiempo, acaba extorsionando al inmigrante-trabajador). Además,
no siempre se hace explícita en los documentos oficiales, donde se tiende a
reducir el tráfico ilegal de personas al elemento coercitivo en sintonía con la
tendencia, muy generalizada, a ver actos coercitivos en todos los mercados
ilegales (ver, por ejemplo, la Convención de Palermo contra el Crimen Or-
ganizado Transnacional de 2000: ONU, 2000). Es verdad que en la práctica
a veces resulta difícil distinguir ambas categorías, pero también es evidente
que el fenómeno de la inmigración ilegal no nace de la existencia de «redes
de criminales organizados» que, cuando existen, están integradas por actores
oportunistas. Las políticas de los grandes actores mundiales, unidas al efecto
llamada de los empresarios locales en los países de destino, que no buscan
fuerza de trabajo sin más —y que ya tienen de sobra en sus propios países—,
sino fuerza de trabajo más barata y, si es posible, no protegida por leyes, son
sus principales causantes. El que los fraudes, los abusos, la falta de escrúpu-
los de los que ofrecen los servicios ilegales y los accidentes sean frecuentes, o
que la posición de vulnerabilidad extrema de sectores cada vez más amplios
de la población del planeta facilite la eclosión de nuevas formas de trabajo no
libre, solo demuestra que en los dominios de la ilegalidad rigen leyes propias.

96
Delito y criminalización en una sociedad global

Pero lo que no demuestra es que el movimiento transfronterizo de personas


sea el resultado de la acción de criminales organizados dispuestos a traficar
con unas personas que, en realidad, no quiere emigrar, sino que se ven obli-
gadas a hacerlo debido a la destrucción de su hábitat económico tradicional.
Los inmigrantes son personas como nosotros que emigran de la misma for-
ma que lo hemos hecho nosotros en tiempos pasados, es decir, para huir de
la miseria y sin necesidad de que aparezcan unos «otros» a los que podemos
hacer responsables de nuestra decisión, por ejemplo, unas «mafias» que en-
gañen a la gente y que, a cambio del engaño, reciben remuneraciones millo-
narias (Aas, 2007: 38ss). Dichas «mafias» simplemente ofertan servicios ilega-
les aprovechando que muchas personas se muestran dispuestas a pagarlos. Es
importante comprender que tanto este escenario, como el de una buena parte
de la geografía mundial del narcotráfico, están dominados por la miseria y la
precariedad, por la lucha cruda por la subsistencia, la enfermedad y la igno-
rancia. Un mundo poco proclive a generar «inmensas fortunas» aun cuando,
como en el caso del narcotráfico, los beneficios «amasados» llamen mucho la
atención en dicho escenario de precariedad.
Conviene recordar, además, que la criminalización de la explotación se-
xual no se agota en el tráfico transfronterizo de personas que viajan del sur
al norte —en Europa del este al oeste— en busca de una oportunidad de
vida. La globalización también ha provocado un aumento de los despla-
zamientos de ciudadanos procedentes de países desarrollados en busca de
diferentes formas de consumo sexual en los países en desarrollo. La extrema
vulnerabilidad económica de millones de personas en el mundo, unida al
aumento de las desigualdades de renta entre unos países y regiones, vuelve
a repetirse como la principal causa de la proliferación de los mercados se-
xuales más o menos legales. La explotación sexual en el sur se ve favorecida
porque algunas de estas prácticas no están criminalizadas en dichos países
por razones culturales, y porque la mayoría de estos países están inmersos
en duros procesos de destradicionalización que destruyen en poco tiempo
los viejos valores y actitudes morales. Otras, como la prostitución de meno-
res, ya están criminalizadas en muchos de ellos, aunque la capacidad de sus
gobiernos para perseguirlas penalmente es más bien escasa (Phongpaichit et
al., 1998, Altman, 2001).
Pero las políticas neoliberales también afectan de lleno a las poblaciones
de los países desarrollados. En primer lugar han provocado una dualiza-
ción de los mercados de trabajo y una cancelación tácita de los pactos de
la postguerra: el caso de Alemania es uno de los más llamativos y recientes.
Esto ha provocado cambios políticos y fiscales que, poco a poco, han ido
erosionando la carta de ciudadanía social (ver arriba). La deslocalización de
empresas hacia países con salarios no regulados por leyes laborales y cartas
de ciudadanía, así como el desempleo crónico y las continuadas olas de fle-
xibilización del mercado de trabajo, fueron minando la estabilidad laboral
entre sectores amplios de la población autóctona de los países desarrollados
creándole problemas de legitimidad a los gobiernos de los países recepto-
res. Estos han puesto en marcha y teorizan las ventajas de la liberalización

97
Armando Fernández Steinko

económica, pero su electorado no acepta tan fácilmente las consecuencias


de dichas políticas y discursos. Cuando amenazan los intereses de unos vo-
tantes instalados en una espiral de inseguridad y desempleo crecientes, los
gobiernos pueden optar por dos salidas: o bien por reducir los compromisos
hacia sus votantes nativos o, en su caso, asumir una erosión del sistema de-
mocrático aceptando el aumento de la abstención electoral que, antes o des-
pués, degenera en erosión del propio sistema político; o bien pueden optar
por intentar separar el grano de la paja de la globalización, los «nuestros»
y los «otros». La expresidenta del gobierno Margaret Thatcher expresó esta
última opción de la siguiente forma:

Nos incorporamos a la Unión Europea para tener libre circulación


de mercancías, no para tener libre circulación de terroristas, de cri-
minales, drogas, de enfermedades de plantas y de animales como la
rabia, o de inmigrantes ilegales (Daily Mail, 18-5-1989).

Esta segunda opción requiere de nuevas construcciones discursivas en


las que las nuevas formas de criminalización ocupan un lugar relevante. Pero
no resulta fácil llevarlas a la práctica, pues para conseguirlo se necesita ope-
rar con una noción blanquinegra que no se ajusta a la realidad (ver arriba).
Las contradicciones en las que incurren aquí los gobiernos pueden llegar a
ser más que notorias. La «criminología del otro» (David Garland), la cons-
trucción de una imagen del crimen en la que la frontera entre los «nuestros»
y los «otros» queda nítidamente trazada, que elude el carácter mestizo del
crimen moderno, y en la que quedan borradas las causalidades que lo gene-
ran, presta buenos servicios a este propósito aunque a costa de un alejamien-
to de la realidad empírica y de la impotencia a la hora de abordarlo.
La transformación del inmigrante en un elemento contaminante de unas
sociedades que se autodefinen insistentemente como «abiertas» y que utili-
zan esta carta de naturaleza para defender sus intereses en el mundo, per-
mite abrir y cerrar las ventanas de la liberalización del tráfico de personas
sin necesidad de modificar las grandes políticas económicas. Por un lado,
permite lanzar un mensaje de reconocimiento político a los ciudadanos nati-
vos víctimas de las políticas desreguladoras que no dejan de ser votantes po-
tenciales. Son identificados con el lado limpio o blanco de la sociedad: son
«los nuestros». Por otro lado, permite romper la causalidad entre políticas
económicas y sobreoferta de fuerza de trabajo en el mundo provocada por
la destrucción neta de tejido social —y también natural— en zonas cada vez
más periféricas del planeta, destrucción que está en la raíz de las presiones
migratorias que sufren las sociedades del norte. En el momento en el que un
«otro» es hecho responsable de los efectos de las políticas de ajuste sobre
las condiciones de vida de los votantes nativos, es decir, de la destrucción
de «nuestro modo de vida», se desvía la atención desde las causas a los efec-
tos. La visión integral de una situación objetivamente problemática y difícil
de abordar, es sustituida aquí por conexiones discursivas fuertemente emo-
cionalizas. Estas conexiones son, o bien sacadas del contexto general de la

98
Delito y criminalización en una sociedad global

globalización, o bien incluyen una interpretación del fenómeno como si se


tratara del resultado de la acción de unas fuerzas cuasinaturales a las que re-
sulta técnica e incluso conceptualmente imposible oponerse. Los gobiernos
consiguen así un respiro político, aunque a costa de alimentar una visión del
crimen alejada de la realidad, visión que, impide abordarlo de forma racional
y efectiva.
Tampoco esto es nuevo: la función que ocupa la figura del «otro» en
los procesos de criminalización ha sido persistente en la historia. La et-
nia, la lengua, el color de la piel o la religión son atributos externos que,
por poco contacto que sus propietarios tengan con espacios o situaciones
criminogénicas o socialmente degradadas —exclusión social, desempleo,
mal aspecto físico, empleos sucios o poco considerados socialmente—,
se pueden transformar fácilmente en pruebas aparentemente objetivas de
la conexión entre los «otros» y la desviación social. El inmigrante y su
comportamiento potencialmente contaminante de una pretendida seguri-
dad incubada en el seno de un «nosotros» idealizado encarnan ahora las
inseguridades y los peligros cuyos origenes están realmente en la cancela-
ción de los grandes pactos sociales de la segunda postguerra mundial. Y
esto a pesar, o mejor, precisamente, porque se trata del eslabón más débil
y dependiente de toda la cadena. Los inmigrantes, pero también la «otra
nación» —sobre todo cuando esta es débil y dependiente— son fáciles de
incorporar a un discurso así, en el que los «otros» son identificados como
los responsables de la situación de precariedad e inseguridad que compiten
con las clases populares locales en un mercado de trabajo escaso y pre-
cario. Esos «otros» tienden a convertirse así en individuos, sociedades y
naciones distantes y «riesgosos» (risky individuals: K. F. Aas), pierden su
condición de personas y territorios concretos, y se convierten en candida-
tos a transformase en factores abstractos e inasibles de riesgo y amenaza
(ver arriba y Böhm, 2012).
Es verdad: las tasas de criminalidad son más elevadas entre ciertos gru-
pos étnicos, nacionalidades o razas. Pero esto, que podría tenerse por un
dato irrefutable, se basa en una lectura superficial del delito en la que que-
dan ocultas otras razones al menos igual de objetivas pero decididamente
más explicativas aunque también más complejas (las «dos combinaciones
letales» y su relación con la globalización neoliberal etc.). Históricamente,
los prejuicios han llegado a ser tan poderosos que provocaron una estigma-
tización radical, el apartamiento o incluso la eliminación física de dichos
colectivos. Los gitanos, los vendedores ambulantes, los actores, los gauchos
y sus equivalentes dispersos por toda la geografía latinoamericana y la po-
blación ambulante en general, han sufrido históricamente este tipo de es-
tigmatizaciones a pesar de que sus vidas apenas interferían en las del resto
de la población. El hecho de tener formas de vida no sedentarias y códigos
culturales diferenciados era suficiente para entrar en riesgo de estigmatiza-
ción (Aller 2003). Es verdad que la concentración extrema de la propiedad
de la tierra ha producido en prácticamente toda América Latina un perfil
social —masculino— vinculado a la ganadería extensiva.

99
Armando Fernández Steinko

Adepto a la vagancia y que vegetaba en la periferia de un mun-


do del que nada esperaba, un mundo que les tenía miedo y so-
bre el cual ejercían a la sazón una verdadera fascinación (D’Ans,
2011: 89).

Pero lo que convirtió a estos deambuladores de las vastas zonas fronte-


rizas —los gauchos, huasos, charros o llaneros— en personajes relevantes
para la historia de la desviación social en Latinoamérica no es ni su anti-
conformismo ni su forma no sedentaria o «distinta» de vivir, sino el hecho
de que muchos de ellos se transformaron en caudillos locales al servicio de
la gran propiedad agraria disputándole a los jóvenes estados el monopolio
de la violencia hasta bien entrado el siglo xx (ver arriba). El problema para
la sociedad apareció realmente no cuando eran de los «otros», sino cuando
dejaron de serlo, cuando se convirtieron en protagonistas directos, incluso
«oficiales», de los procesos de construcción nacional de muchos de estos
países.
La criminología del otro también ha sido funcional en el intento de ex-
plicar los desconcertantes atentados del 11 de septiembre en Nueva York.
Se trataba de la primera vez en la historia que el territorio continental nor-
teamericano era «atacado» desde fuera, aun cuando dicho ataque solo es
parcialmente comparable a una declaración de guerra como la que signifi-
caron los bombardeos japoneses de la base naval de Pearl Habour en 1941.
Los atentados del 11-S son un acontecimiento único difícilmente compara-
ble incluso con los atentados de Madrid y Londres algunos meses después.
Lo relevante aquí es que, a diferencia de lo que sucedió el 11-M en Madrid,
fueron rápidamente interpretados en clave de «criminología del otro», pues
los terroristas no solo eran extranjeros, sino que pertenecían a una confesión
y una civilización que venían siendo criminalizadas desde hace décadas en
relación con el conflicto árabe-israelí y, ya de forma sistemática, tras la re-
volución de los ayatolás en Irán.
Es verdad: las dimensiones de los atentados del 11-S son cualitati-
vamente distintas, tanto por su escenificación como porque causaron la
muerte a casi 3000 personas y heridas a otras 6000; no hay nada compa-
rable en la historia del terrorismo. Pero la conexión entre las figuras del
«terrorista» y la del «otro» sigue siendo problemática. El 72 por ciento
de los 327 ataques indiscriminados cometidos en el territorio de los Esta-
dos Unidos contra la población civil entre 1980 y 1999 fueron perpetra-
dos por grupos o individuos blancos y norteamericanos, por los «nues-
tros». La mayoría de sus autores están vinculados a la extrema derecha,
que es firme defensora del uso no regulado de armas, o por blancos sin
adscripción política aparente como el de la ciudad de Aurora (Colorado)
en julio de 2012, que costó la vida de doce personas y setenta heridos.
Solo el atentado en Oklahoma City, cometido por un exsoldado blanco,
costó la vida de 168 personas e hirió a otras 800. El atentado de Oslo
en 2011, cometido por un blanco de ideología ultraderechista, dejó 76

100
Delito y criminalización en una sociedad global

muertos y casi un centenar de heridos, y el protagonista del intento de


atentado contra la Universidad de Baleares en octubre de 2012 no fue
un musulmán, ni siquiera un extranjero, sino «un mallorquín que leía a
Adolf Hitler» (El País, 5-10-2012). A pesar de estas evidencias, los me-
dios de comunicación y los gobiernos han conseguido que la población
asocie terrorismo mucho más a las acciones de «los otros» que a las de
«los nuestros».
La ida del «choque» de unas civilizaciones contra otras (Samuel Hun-
tington) legitima este tipo de asociaciones al tiempo que las alimenta.
Ofrece una teoría aparentemente elaborada fundiendo dos paradigmas: el
de la «criminología del otro» y el del «enemigo apropiado» (suitable ene-
my) (Christie, 1986, 2004). En realidad, la idea de «choque de civilizacio-
nes» resulta muy problemática ya desde el punto de vista de la teoría de la
cultura, y de la antropología, pues las civilizaciones no tienen mucho que
ver con algo que pueda «chocar» la una contra la otra provocando algo así
como un desgaste o una destrucción. La historia demuestra más bien todo
lo contrario: los contagios y las simbiosis culturales evitan el aislamiento y
la decadencia de las mismas. Un «choque» de este tipo es la negación del
concepto mismo de civilización, tal vez un ejemplo más del carácter «pa-
ranoico» de una parte de la cultura política norteamericana (Hofstadter,
1964). En realidad no de toda ella, sino de unos determinados ambientes
que, sin embargo, ocupan un lugar muy relevante en su panorama político
y en su cultura nacional.

Crimen organizado y discurso emocional

Hacia 1900 la población de los ambientes rurales y semirrurales nortea-


mericanos reaccionó frente a la rápida afluencia de inmigrantes europeos
con una sensación de amenaza de su hábitat social y de sus códigos cultura-
les conservadores (Woodiwiss, 2005, y Maldonado, 2008). Hacia el cambio
de siglo, la composición de la población inmigrante cambió drásticamente,
aumentando aquella procedente del sur y el este de Europa a costa de la del
oeste y el norte del continente, y un origen cultural y lingüístico diferente.
A esta situación se suma el inicio de un largo declive de la población rural
que empieza a perder el protagonismo que tuvo desde el inicio de la coloniza-
ción, protagonismo que ha servido para imprimir el sello cultural de la epope-
ya nacional norteamericas, su «comunidad imaginaria» (Benedict Anderson)
frente a los espacios industriales y una población urbana cada vez más nu-
merosa, heterodoxa y culturalmente pujante (Faulkner, 1954: cap. 22). El
industrialismo, combinado con una urbanización particularmente caótica,
desorganizada y generadora de desigualdades, muchas veces acompañada
de enfrentamientos violentos entre grupos étnicos aún no asimilados por
la cultura anglosajona —muchos de los cuales ni tan siquiera se expresaban
en inglés—, es comparable a algunas experiencias de destradicionalización y
urbanización acelerada que vivieron otras partes del mundo a partir de los
años 1980.

101
Armando Fernández Steinko

Entre 1887 y 1897 la superficie de Chicago se multiplicó por cin-


co y la población por cuatro. Sin embargo, entre 1900 y 1930, la
superficie de la ciudad creció únicamente un diez por ciento en
extensión mientras que la población se duplicó. La densidad de
la población pasó así a ser un factor decisivo de la morfología ur-
bana. En 1920 de los dos millones setecientos mil habitantes casi
un tercio (805.482) eran inmigrantes. Los blancos norteamericanos
representaban un 23,7 por ciento de la población total. Treinta y
nueve líneas de ferrocarril surcaban la ciudad y a ella afluían sin
cesar emigrantes y trabajadores de paso. Mas de mil iglesias daban
cobijo a organizaciones religiosas y filantrópicas mientras que el
periódico Tribune, en marzo de 1928, cuando se aproximaba el
gran proceso contra Al Capone, había censado doscientas quince
casas de juego con una cifra de negocios diaria estimada en más de
dos millones y medio de dólares. Las cifras oficiales indican que en
ese año se produjeron en Chicago un total de 367 asesinatos por
muerte violenta. En 1920 la suma de emigrantes rusos, alemanes y
polacos pasaba de 350.000, y la de suecos, irlandeses, italianos y
checos de los doscientos mil (Álvarez-Uría 2006).

Las ciudades contemporáneas con extensas «áreas urbanas hiperdegra-


dadas» (Davis, 2007) no se alejan demasiado de este escenario. Alimentó la
asociación del extranjero con el crimen y el «otro» en general, con la ame-
naza, el declive y a la inseguridad. La otra raza, las costumbres exóticas, la
otra religión, la falta de dominio de la lengua nacional o el carácter urbano
y socialmente marginal de muchos inmigrantes, llevó a que a los italianos,
irlandeses o polacos recién inmigrados se les atribuyera una tendencia natu-
ral a cometer delitos en una sociedad rural tenida por armónica y pacífica.
El carácter «civilizado» de la colonización rural norteamericana que, por
lo demás, fue todo menos civilizada, era antepuesto al carácter vandálico y
descontrolado de la colonización urbana.
Estas asociaciones marcan el nacimiento de la figura delictiva del «cri-
men organizado», que ha pasado a ocupar un lugar central en la crimino-
logía contemporánea. Su vigencia se mantuvo en los años de la ley seca
(1920-1933) para denominar a los grupos vinculados a la importación y la
fabricación ilegal de alcohol en los Estados Unidos. Renació en los años
1950 y 1960, asociándola esta vez a las organizaciones mafiosas de origen
italiano que se instalaron en el país tras el desembarco norteamericano en
Sicilia. En los años 1980 fue rescatada por el presidente Ronald Reagan para
combatir a la subversión política y a los importadores de drogas ilegales, y
tras la caída del Muro de Berlín pasó a ocupar un lugar central dentro de las
nuevas políticas de seguridad de los países occidentales (ver el texto de Paoli
y Fernández Steinko, 2008).
Los políticos locales de principios del siglo xx, activos en aquellos am-
bientes puritanos del interior de los Estados Unidos, estaban y siguen estan-
do influidos por el mesianismo civil y por los grupos religiosos, dándole a la
política americana un «estilo paranoico» altamente emocionalizado que ya le

102
Delito y criminalización en una sociedad global

llamó la atención a la politología norteamericana en los tiempos de la guerra


fría (Hofstadter, 1964). Esta emocionalización de la política norteamericana
contrasta con el intento de encontrar un lenguaje más sosegado y racional en
Europa como respuesta a los traumas políticos y el irracionalismo vividos
con el fascismo y la Segunda Guerra Mundial. Las diferencias de cultura
política podría explicar que, con la excepción de Italia, donde el concepto de
«criminalidad organizada» se empezó a utilizar en fechas relativamente tem-
pranas en relación con las actividades de las hermandades mafiosas, Europa
permaneciera insensible a esta figura criminal prácticamente hasta 1990. No
solo no encajaba en el lenguaje y en el discurso procedente del otro lado del
Atlántico, sino que tampoco acababa de encajar en las tipologías delictivas
observadas por la policía europea (Caciagli, 1996: 94, Kinzig, 2004). Los
avances en la criminología norteamericana de los años 1920 obedecen pre-
cisamente al intento de contrarrestar esta tendencia a la emocionalización,
de abordar con más rigor y objetividad unos fenómenos criminales tratados
de forma excesivamente emocional, una forma que hacía muy difícil la ex-
ploración de sus verdearas causas. El surgimiento de la Escuela etnográfica
y criminológica de Ecología Humana de la Universidad de Chicago en los
años 1920, y que influyeron sobre el desarrollo de la criminología europea
de la postguerra, tiene ese trasfondo.

Esta forma irracional de asumir un hecho real no es exclusiva de los


espacios rurales y puritanos norteamericanos: en casi todas las zonas rurales
de la mayoría de los países colonizados por europeos en condiciones simila-
res se dan ambientes parecidos a estos, sobre todo en lugares fronterizos y
apartados a los que el Estado no ha acabado de llegar nunca. Es un discur-
so que, en general, sintoniza bien con los ambientes de la antaño pequeña
propiedad rural europea que aportan apoyos importantes a esta clase de
políticas de seguridad. Lo que sí es único, en el caso norteamericano es la
influencia que ejercen dichos ambientes sobre el resto del mundo a través
de la participación de sus habitantes en la elección de los presidentes y sena-
dores del país más poderoso del planeta. La presencia de numerosas empre-
sas legales de armas de fuego, y la condición de estos espacios de frontera
colonial hasta fechas recientes, que alimenta la ética del hombre hecho a sí
mismo alérgico a la intervención del Estado en cualquiera de sus formas, le
da a este discurso una trascendencia mundial irrepetible. La figura del ex
presidente Ronald Reagan que, procedente de estos ambientes, encarnaba
en sus papeles de actor la figura del cow boy, resultó decisiva en este senti-
do. Cuando el sistema de valores propio de aquellos ambientes éticamente
uniformes de colonos blancos, armados y autosuficientes es transplantado a
lugares a los que, por una razón o por otra, no ha conseguido llegar nunca
del todo la acción del Estado —al menos la de un Estado legítimo como es
el caso de una buena parte de Latinoamérica— sus consecuencias pueden
llegar a ser demoledoras. Pero este sistema de valores también tiene un ele-
vado coste para la propia sociedad norteamericana: los asesinatos en masa
perpetrados por ciudadanos blancos proceden en su inmensa mayoría de
esta cultura (casos Columbine, Aurora, etc.).

103
Armando Fernández Steinko

El programa de la Escuela etnográfica y criminológica de Ecología Hu-


mana de la Universidad de Chicago sigue estando plenamente vigente, pues la
aproximación emocional a la figura del crimen organizado ha sido una cons-
tante desde su nacimiento, aunque siempre cambiando el sujeto de la amena-
za en función de la situación y de las necesidades políticas del momento. La
amenaza comunista en los años de la Guerra Fría, la amenaza de la Mafia en
los años de fuerte inmigración italiana, la amenaza de los grupos insurgen-
tes latinoamericanos, la de los cárteles de la droga, la amenaza terrorista tras
los atentados del 11-S, son versiones diferentes de una misma concepción: el
peligro para la seguridad y la estabilidad no duerme entre nosotros, no re-
sulta de algo nuestro que tal vez estemos haciendo mal, sino de unos «otros»
siempre aleatorios. La influencia política de los ambientes rurales de la Amé-
rica profunda, que hoy se vuelven a sentir amenazados por las consecuencias
de la globalización, se ha extendido así de nuevo por el mundo, sobre todo
cuando los republicanos ganan las elecciones presidenciales, aunque no solo.
Esto ha difundido la emocionalización de las estrategias de seguridad nacional
por cada vez más países y gobiernos a partir de 1990. La prensa —la sensa-
cionalista pero también la que no es considerada como tal—, la literatura, el
cine y las declaraciones políticas han reforzado esta particular percepción de lo
que no dejan de ser problemas reales que sufren los ciudadanos. El resultado
ha sido la extensión de una sensación de «pánico moral» (moral panic) que,
como ha demostrado Stanley Cohen (2002) estudiando la imagen social de las
bandas juveniles del sur de Inglaterra, consiste en una reacción desproporcio-
nada frente a un peligro deliberadamente sobredimensionado y no explorado
racionalmente. Esto no quiere decir que todo lo que pueda esconderse detrás
del «crimen organizado» sea una invención. Pero explica las diferencias entre
la realidad y el discurso, así como el margen de maniobra que se les abre a las
autoridades para la exploración política de dichas diferencias:

la ansiedad, el miedo y la individualización de los procesos de arti-


culación de intereses generan una nueva respuesta emocional fren-
te a la vida en los países del capitalismo avanzado (Hall y Winlow,
2005: 32).

Todo esto no debe llevar a dar por imposible una identificación racional
de los peligros y de los riesgos que emanan de lo que podría estar detrás
del llamado «crimen organizado»: el trabajo de Fernando Moreno en este
libro demuestra que es posible hacerlo. El que la subjetividad de las perso-
nas forme parte de una situación objetiva en un determinado momento no
debe llevar a pensar que la frontera entre lo subjetivo y lo objetivo ha dejado
de existir, que las percepciones de la realidad puedan ser tratadas como el
fenómeno objetivo que provoca esta o aquella reacción subjetiva al mismo.
Lo que aquí estamos intentando decir en relación con el crimen organizado
es similar a lo que veíamos arriba en relación con la criminología en general
y con las finanzas en particular: el que el elemento subjetivo —expectati-
vas de negocio, previsiones, temores de los accionistas o de los ciudadanos,
etc— se haya instalado en la teoría y en las prácticas económicas y políticas

104
Delito y criminalización en una sociedad global

no quiere decir que la economía o que la realidad en general hayan perdido


su sustrato objetivo (productividad, innovación, balanzas comerciales, ines-
tabilidad social y financiera, etc.).

Los «otros» y el problema de los vasos comunicantes

Por mucho que este tipo de figuras permitan legitimar ataques preventi-
vos o estrategias bélicas de lucha contra el delito sintomatizan más debilidad
que fortaleza. En un mundo tan desigual como interdependiente como el
que ha creado la globalización neoliberal, ni las soluciones tecnológicas ni
las policiales, ni menos aún los discursos penales y de seguridad, van a ser
capaces de evitar el efecto de los vasos comunicantes nacido de la inter-
dependencia entre países, culturas y civilizaciones. El ex presidente checo
Vacrav Havel describía este efecto de la siguiente forma refiriéndose a la re-
lación entre el Este y el Oeste de Europa y que, es plenamente extrapolable
a las relaciones norte-sur.
No es posible que media habitación permanezca caliente indefini-
damente mientras la otra media sigue fría. Es igual de inimaginable
como la posibilidad de que dos Europas diferentes pudieran vivir
lado a lado de forma indefinida sin coste para ambas (V. Havel, cit.
en Young, 1999: 19).

Es verdad: las nuevas generaciones de radares, las alambradas electri-


ficadas, la integración de cada vez más bases de datos personales, el au-
mento de los controles en aeropuertos, la multiplicación del número de
agentes patrullado fronteras y edificios o la creación de potentes burocra-
cias policiales sugieren una gran capacidad de respuesta. Pero lo cierto es
que no permiten avanzar demasiado en la erradicación de unos fenómenos
mal diagnosticados. Aquí se abre todo un campo para una guerra de ci-
fras —éxitos policiales, número de inmigrantes ilegales detenidos, gastos
en seguridad etc.— más orientadas a tranquilizar a la opinión pública o
a posponer soluciones más de fondo que a dar una imagen objetiva de la
situación. Cada cierto tiempo los gobiernos se ven obligados a regularizar
a trabajadores ilegales que se cuelan entre las alambradas y cuando remiten
los flujos de inmigrantes ilegales; esto se debe más a la mejora de las condi-
ciones de vida en las sociedades emisoras o al estancamiento de la demanda
de trabajadores ilegales en los países receptores que al éxito de este tipo
de medidas. Las personas indocumentadas dejarían de intentar traspasar
las fronteras de los países desarrollados si se recompusieran los circuitos
económicos locales en los países emisores de fuerza de trabajo, y si di-
cha recomposición les abriera oportunidades de vida mínimamente en sus
propios países: nadie emigra por vocación o voluntad propia. La creación
de empleos dignos en dichos espacios, así como la consolidación de unas
administraciones eficientes y, sobre todo legítimas y con capacidad de ges-
tionar dicha recomposición, parece una apuesta más prometedora que el

105
Armando Fernández Steinko

intento de abordar un problema atacando solo en sus síntomas. Pero esta


recomposición pasa por poner fin a las políticas de ajuste en los países en
desarrollo y por desconectar, al menos parcialmente, estas regiones de los
grandes flujos económicos internacionales: pasa por permitirles reorientar
su economía hacia sus propios mercados internos y por apoyarles en la
creación de un orden institucional legítimo. Pero no solo a ellos: también
los países del norte deberían hacer lo mismo con el fin de hacerse menos
dependientes de las estrategias de expansión externa y de la necesidad de
aumentar sus exportaciones recurriendo a bajos salarios con el fin de gene-
rar crecimiento económico a costa de quitárselos a los países importadores:
es un tipo de solución cooperativa muy parecida a la que hoy es necesaria
para salvar el proyecto europeo y para preservar al viejo Continente del
período de inestabilidad e inseguridad financiera que vivieron las naciones
latinoamericanas dos décadas antes.
Ni el mestizaje cultural, ni el reparto del trabajo y de recursos escasos
tienen por qué amenazar a nadie. Solo la desigualdad extrema y las políticas
económicas no cooperativas crea situaciones que acaban inundando todas
las habitaciones a la vez en un contexto de «vasos comunicantes» como el
que ha generado la globalización. La desigualdad perjudica sobre todo a
las habitaciones que permanecen frías, pero cada vez más también a aque-
llas otras que intentan defender su calor recurriendo a la criminalización de
unos actores que intentan entrar en las habitaciones calientes sea como sea.
Nadie acaba estando realmente a salvo: «o los derechos son garantizados
para todos, o nadie está asegurado del pleno disfrute de los suyos propios»
(Gilly, 1994: 102). ¿Por qué no intentar caldear entonces todas las habitacio-
nes del planeta teniendo en cuenta que hay recursos económicos y tecnoló-
gicos más que suficientes para hacerlo?

La ciudad global: segmentación y reclusión


Las ciudades son los indicadores más sensibles de la globalización. En
ellas coexiste el grueso de la población expulsada por las dinámicas de «co-
lonización interna» con el grueso de los ciudadanos occidentales afectados
por las políticas de precarización social, y es en ellas donde se diseña, pilota
y gestiona la propia globalización. En general, los gobiernos municipales
de las (grandes) ciudades se ven desbordados por las consecuencias agrega-
das de las políticas practicadas en las últimas décadas. La cancelación de los
pactos sociales tiende a segmentar el espacio urbano en barrios prósperos y
deprimidos, y la falta de progresividad fiscal seca las inversiones en aquellas
infraestructuras que antaño beneficiaban de forma más que proporcional a
los barrios menos favorecidos. El resultado es la concentración de recursos
en aquellos territorios en los que viven las clases más privilegiadas, y la de-
gradación de aquellos otros donde viven los perdedores de la globalización
neoliberal. Dadas las dificultades de afrontar el «problema del crimen», las
administraciones acaban apostando por moverlo de unos barrios a otros.
El delito no disminuye, pero sus escenarios geográficos cambian, se alejan

106
Delito y criminalización en una sociedad global

de la visibilidad y del horizonte de los mejor situados socialmente. Poco a


poco, los criminales dejan de ser «personas» para convertirse en «sujetos»
a los ojos de la parte más influyente de la opinión pública, en individuos
cada vez más anónimos, recluidos ahora en un espacio propio y ausentes del
imaginario de las clases más pudientes y de unas clases medias menguantes.
El siguiente paso es su transformación en seres intrínsecamente patológi-
cos, exponentes puros y definitivos de una depravación moral identificable
por sus atributos externos o por el simple hecho de residir en determina-
das barriadas (Garland, 2001). El concepto de entes insecuritas (María Laura
Böhm) expresa muy bien este proceso de abstracción que despersonaliza y
cancela toda empatía afectiva con el delincuente, expulsándolo de facto de la
noción de ciudadana.

La parcela como horizonte penal y cognitivo

En realidad, esta segmentación espacial, que se va imponiendo con la


ley de la oferta y la demanda de suelo y con la crisis fiscal de las ciudades,
parece una realización práctica de la teoría de la posmodernidad tal y como
la formuló J. F. Lyotard (1987) por primera vez hacia 1980. La visión post-
moderna tiende a interpretar la realidad como una suma de espacios frag-
mentados en forma de islas, territorios, provincias, vivencias y parcelas que
prosperan las unas al margen de las otras. Esta forma de concebir la realidad
resulta plenamente funcional en el actual contexto: el problema del delito
se puede dar por superado o en vías de serlo cuando lo que se entiende por
«realidad» ahora no abarca un espacio urbano continuo, sino una sucesión
de islas y territorios segmentados rodeados de fronteras físicas y simbólicas.
Los espacios urbanos mejor situados socialmente reivindican ahora la exclu-
siva de su propia condición de «realidad», los otros simplemente no existen
o existen cada vez menos en las cabezas de los planificadores, urbanistas,
clases medias activas políticamente y responsables políticos. Mientras en al-
gunos trozos geográficos de realidad va disminuyendo el delito, en otros se
va concentrando y multiplicando hasta conformarse un «apartheid urbano»
(Davis, 2003), que es donde se concentra la parte más desfavorecida de la po-
blación. Es el gueto, la favela, el poblado, el suburbio, el banlieu, o el slum
(post)moderno, «vertederos en los que son depositados aquellos tenidos por
superfluos para el progreso de la modernidad global» (Bauman, 2003). En
ellos se van concentrando más y más actos delictivos al tiempo que estos
disminuyen en las zonas más elegantes, históricamente valiosas y cultural-
mente visibles de las ciudades. La segmentación espacial se va solapando así
con una segmentación social, cultural, simbólica y también jurídica hacien-
do visible un hecho dramático: para el sistema económico y político: una
parte importante de la población, a veces mayoritaria, simplemente ha deja-
do de ser necesaria. Nueva York, uno de los principales centros financieros
del mundo, tiene una tasa de criminalidad propia de países en desarrollo
sin que esto haya alterado en nada su competitividad financiera. La política
de segmentación espacial facilita la coexistencia de mundos completamente

107
Armando Fernández Steinko

diferentes entre sí, sin que se vea afectada la funcionalidad de los espacios
más competitivos y relevantes. La normalidad no queda destruida, pero se
concentra más y más en unos espacios donde la ley se cumple y se hace
cumplir. En otros —los «vertederos humanos» de Zygmund Bauman— es
posible y aparentemente también necesario aplicar políticas excepcionales
de lucha contra el crimen que, poco a poco, se van saliendo del ámbito del
derecho y de la legalidad.
Por tanto, no se puede decir que esta política de territorialización del
delito no tenga resultados prácticos o sea una mera construcción ideológico-
cultural. Al mover el delito en el espacio físico y simbólico, este empieza a
hacerse invisible para los votantes residentes en los barrios menos depri-
midos que son los que cuentan política y económicamente. Instalados en
el interior de un horizonte espacial y cognitivo ahora libre de amenazas,
empiezan a pensar que el crimen está efectivamente bajo control mientras
van manifestando su apoyo a este tipo de políticas de control del delito
cancelando, a veces imperceptiblemente, su empatía hacia unos cuidadanos-
delincuentes concentrados en lugares cada vez más distantes, y cada vez más
fáciles de concebir como insecuritas. El objetivo de hacer el delito políti-
camente manejable, de gestionarlo sin necesidad de atacar sus causas, se ha
alcanzado. Los votantes mejor situados aprenden a vivir con la sensación,
de que los gobiernos le están ganando la batalla al crimen sin dejar de sos-
pechar que, en realidad, solo ha desaparecido de su vista. La diferencia entre
realidad y percepción del crimen aumenta y se hace más difícil vivir la reali-
dad como un espacio único e interdependiente donde esté vigente la noción
de ciudadanía.
En realidad se trata de una doble moral que ahora aflora en el corazón
de los espacios más modernos del planeta: por un lado se aceptan y defien-
den los derechos políticos universales que son la carta de presentación de
los sistemas democráticos occidentales, también frente a terceros países. Se
defienden el derecho a la intimidad y a un juicio justo, las garantías penales
y procesales, se reivindican las tradiciones de justicia y tolerancia del mundo
occidental. Pero la cultura de la segmentación, que incluye un no querer ver
lo que hay al otro lado de la calle, es una negación cotidiana de la idea de
ciudadanía que es la que le da sentido a todo lo anterior. En medio de esta
doble moral, que hoy asumen y propagan intelectuales, políticos y creadores
de un amplio espectro político, la respuesta de las administraciones no deja
de ser más y más defensiva. Estas, enredadas en discursos ideológicos, mo-
rales y criminales contradictorios, desarrollan estrategias de lucha contra el
delito cada vez más envueltas en lenguajes militares formalmente ofensivos.
Ya hemos señalado que esta clase de contradicciones entre discurso y rea-
lidad alimentan la «primera combinación letal», lo cual no es un buen dato
para avanzar en la solución del problema del crimen.
Los discursos de la «guerra contra el crimen», que van militarizando,
bien literal, bien simbólicamente, la vida urbana y la propia gestión de su
espacio van ganando terreno, «las relaciones sociales son definidas ahora

108
Delito y criminalización en una sociedad global

como una especie de convergencia entre contextos militares, policiales y


penales» (Bown cit. en Aas, 2007: 106). El derecho penal deja de ser un
instrumento para ordenar la paz para convertirse ahora en «un arma de
guerra» (Mir Puig, 2010). Esto alcanza niveles extremos en ciertas ciuda-
des —las «ciudades de la miseria» de Mike Davis—, pero como tendencia
se observa en la mayoría de los espacios urbanos del planeta, particular-
mente en algunas ciudades del norte y del sur de América donde la «doble
combinación letal» se da de forma más intensa y prolongada, y donde
una radical militarización de la lucha contra el crimen ha contribuido a
escalarlo hasta hacerlo literalmente inmanejable. Militarización y territo-
rialidad están siempre relacionados, aun cuando los términos «territorio»
y «militarización» adquieran evidentemente un significado distinto en la
«guerra contra el crimen» al que tienen en un contexto de guerra conven-
cional. Pero en ambos casos se elude cualquier mención racional a la iden-
tidad y la naturaleza del enemigo o a las causas reales del delito/conflic-
to. En ambos casos se emplea un lenguaje construido sobre la polaridad
amigo-enemigo en el que no tiene cabida el concepto de ciudadanía. Y en
ambos casos se produce un distanciamiento de los principios generales de
la justicia criminal legitimado los estados de excepción, aquellas situacio-
nes en las que, de facto, ha dejado de funcionar el derecho (ver el trabajo
de María Laura Böhm).
Las políticas de «cero tolerancia» y de «derecho penal del enemigo» se
insertan en este discurso penal y militar (ver Jakobs 2004 y Aller 2006).
En su definición, el delincuente ha dejado de ser persona o ciudadano para
convertirse en un rival a batir, en un soldado enemigo. Cuanto más poder
se le pueda atribuir a ese rival, más fácil será legitimar el debilitamiento del
derecho frente al uso bélico de la coerción, un debilitamiento que se hace
aparentemente necesario para salir victorioso de una batalla sin cuartel. Esto
fomenta no solo la tergiversación y la emocionalización de su poder real e
impide analizar con frialdad la naturaleza de dicho poder. Además legiti-
ma la necesidad de desarrollar una especie de guerra preventiva permanente
contra el delito con el fin de reconquistar una seguridad que necesita ser
definida siempre —y esto es importante— de forma abstracta y desprovista
de contornos claros.

El objetivo de las políticas de tolerancia cero no es tanto el comba-


te de los crímenes más importantes sino una determinada forma de
abordar y dirigirse (adress) al fenómeno de la desviación y del des-
orden. Sus autores sostienen que si se descuidan las formas menos
importantes de desorden social, por ejemplo arrojar basura, pros-
titución, mendicidad o la pintura de grafitis se le abre la puerta a la
comisión de delitos más serios. La prevención del delito comienza
con «la reparación de ventanas rotas» (As, 2007: 63ss.).

La doctrina de la «reparación de las ventanas rotas» orienta la repre-


sión hacia hechos y situaciones criminalmente inocuos, pero que encajan

109
Armando Fernández Steinko

en el esquema del «dentro y fuera», del «amigo-enemigo» o del «noso-


tros-ellos». De la misma forma que una guerra incluye la destrucción de
infraestructuras y la muerte de personas militarmente irrelevantes (los lla-
mados «daños colaterales»), así las políticas de tolerancia cero interpretan
ciertas situaciones y seres inocuos como semillas de las que pueden deri-
varse comportamientos mucho más peligrosos y por tanto militarmente
relevantes en potencia, es decir, aun cuando en ese momento no lo sean o
no aparenten serlo. Esto quiere decir que hay que erradicarlos. Las sub-
culturas juveniles, los mendigos, las minorías étnicas, los alcohólicos y los
desahuciados que habitan los parques y las plazas, o incluso los manifes-
tantes que protestan en la calle contra medidas impopulares, van entrando
poco a poco dentro del radar criminológico de vecinos, ciudadanos, opi-
nión pública, policías y autoridades, estas últimas en busca del apoyo a
unas actuaciones difíciles de legitimar en sociedades democráticas. El coste
económico, político y moral de su represión es elevado, pero la dinámica
bélica facilita su legitimación al tiempo que le dan a la policía un poder de
actuación discrecional que compensa los escasos resultados prácticos de
estas políticas más allá de aquellos derivados de la mencionada segmenta-
ción física del delito que solo simulan victorias. A veces, una simple co-
nexión formal con comportamientos relativamente neutrales es suficiente
para disparar mecanismos de criminalización, siempre y cuando estos sean
cometidos por ciertas personas. Cuando sus actores están situados en el
lado claro y los barrios «limpios» de la sociedad, dichos comportamientos
—por ejemplo el uso que se le da al dinero ilegal— son minimizados. El
daño que pueden provocar sobre el resto de los ciudadanos deja de discu-
tirse con la claridad que merece, lo cual desincentiva el desarrollo de una
criminología ilustrada. Cuando los actos son cometidos por «los otros»,
sucede todo lo contrario: se pone el acento en la peligrosidad potencial de
los mismos magnificándose sus consecuencias. Las políticas de cero to-
lerancia, como las practicadas por el Alcalde Guiliani en Nueva York, y
que se están extendiendo a cada vez más ciudades del planeta, no atacan
efectivamente las causas del delito, sino solo sus síntomas, no reducen el
delito, sino que lo mueve de sitio, no declaran la guerra a la pobreza, sino
a los pobres. Jock Young las valora críticamente:

Entienden el crimen como un fenómeno superficial de la sociedad


que no penetra más allá de la piel y que puede ser tratado usando
ungüentos, es decir, no lo entienden como un enfermedad crónica
que sufra la sociedad en su conjunto. Esta visión genera una crimi-
nología cosmética que trata el crimen como una mácula (blemish)
cuyo tratamiento apropiado permite su eliminación de un cuerpo
tenido por sano en su conjunto y que, por tanto, no necesita ser
recompuesto. Esta criminología se distancia (cursivas en el origi-
nal) de las instituciones centrales proponiendo soluciones técnicas
y parciales. Se basa, por tanto, en la inversión de las causalidades:
el crimen es el que le crea problemas a la sociedad en vez de re-
conocer que es la sociedad la que crea el problema del crimen»
(Young, 1999: 130).

110
Delito y criminalización en una sociedad global

Exclusión, prisión e inmovilidad

Las políticas penales que se van imponiendo desde principios de los


años ochenta nacen, por tanto, de una visión superficial del delito. Ya no
están destinadas a reinsertar socialmente a un delincuente-ciudadano que
en algún momento de su vida ha abandonado la legalidad pero que puede
volver a incorporarse a ella. Las cárceles ahora son concebidas como parte
de una estrategia de lucha o «guerra», en la cual el enemigo debe ser in-
movilizado o apartado físicamente durante el máximo tiempo posible de la
sociedad con el fin de evitar que sus acciones vuelvan a interferir en la vida
de los ciudadanos «normales»: las cárceles se convierten en «vertederos
sociales» de una naturaleza similar a la de los slums. Como aquellos, son
«fábricas de inmovilidad» (factories of immobility) cuyo objetivo es el ale-
jamiento físico de personas potencialmente peligrosas (Wacquant, 2001, y
Bauman, 2011). Aunque las personas inmovilizadas no lo son solo porque
sean consideradas criminales en potencia. También influye —queremos in-
sistir en esto— el hecho de que han dejado de ser funcionales para el sis-
tema económico y político: no son necesarios ni como votantes, ni como
productores, pero tampoco lo son como consumidores pues sus bajos sa-
larios tienen poca capacidad de generar una demanda relevante y las po-
líticas neoliberales están ideadas precisamente para compensarla forzando
las exportaciones. La forma de abordar el crimen en los «años dorados del
capitalismo» era otra muy distinta. También porque en aquellos años los
ciudadanos tenían una funcionalidad económica en cuanto a productores y
en cuanto a consumidores, funcionalidad que ahora han perdido en parte o
totalmente: la «exclusión» ha dejado de ser económicamente disfuncional
como lo era en aquellos años.

La «exclusión», en su sentido más general como apartamiento funcional,


físico, cultural y también psicológico, se ha convertido así en una catego-
ría central para entender la realidad del crimen contemporáneo. Uno de los
datos más llamativos en las últimas décadas es la evolución de la población
carcelaria en el mundo, que es uno de sus síntomas más visibles. Ha aumen-
tado en casi un setenta por ciento solo entre 2000 y 2005, y está compuesta
abrumadamente por varones de baja extracción social y cultural (Wacquant,
1999 y 2001). En algunos países, como los Estados Unidos, la población
reclusa se ha multiplicado por cinco entre 1980 y 2000. En 2007 el país con-
taba con una población carcelaria de 2,3 millones de personas, y en 2011
un tercio de todos los jóvenes norteamericanos de 23 años había sido de-
tenido alguna vez a lo largo de su vida, casi una tercera parte por consumo
o tenencia de drogas ilegales (Walsmsley, 2009, y El País 19-12-2011). En
España las tasas de crecimiento no son tan espectaculares, aunque también
están por encima de la media mundial y son las más altas de Europa junto
con las de Estonia (aumento en más del trescientos por ciento entre 1980 y
2010 de la población reclusa y de un doscientos treinta por ciento de la tasa
de encarcelamiento (Ministerio del Interior, Walmsley s.f. y Gallizo Llamas,
2012). Este aumento no se debe tanto o solo al incremento del delito, que

111
Armando Fernández Steinko

en el caso de España es más lento, sino al cambio en la forma de definirlo y


de luchar contra él.

Cultura, identidad y opinión pública internacional

Las ciudades no son solo lugares de refugio para millones de personas.


Son, además, «espacios simbólicos de seducción» (Graham y Marvin), de
creación y reproducción de valores, hábitos y formas de vida. Son los escena-
rios de un consumismo al que muchas personas son insistentemente invitadas
pero que no pueden casi nunca alcanzar: se trata de los megaescenarios de las
«dos combinaciones legales». Los cambios culturales que se iniciaron hacia fi-
nales de la década de los años 1960 en espacios institucionalmente protegidos,
se han extendido a partir de 1980 a muchos otros lugares del planeta apenas
arropados por precarias e inestables formas tradicionales de control y protec-
ción social. El escenario principal de todo esto son las ciudades.

La globalización ha venido acompañada por un cambio de paradigma


tecnológico: el de las (nuevas) tecnologías de la información y la comunica-
ción (TIC). Las TIC han reducido drásticamente el coste de la transmisión y
de la recepción de información en sus diferentes soportes (imágenes, sonido,
voz, texto, internet, etc.). Esto ha propiciado su difusión por todo el planeta,
incluyendo —y esto es la auténtica novedad— a sectores muy amplios de las
clases populares independientemente del país o del entorno social y cultural
en el vivan o trabajen. El resultado ha sido el aumento de la información
que reciben e intercambian diariamente cada vez más personas del planeta,
pero además las reciben (y emiten) casi en el mismo momento en el que es
generada (aumento de la velocidad de transmisión). Las imágenes en directo
de determinadas formas de vida y de interpretar el mundo enmascaran así su
condición de inalcanzables, pues dificultan la preservación de una distancia
crítica potenciando su ya de por sí elevada capacidad de seducción. Cada vez
más personas absorben diariamente la misma información, los mismos senti-
mientos y temores pero también las consecuencias de las mismas decisiones.
Sin embargo, sus condiciones de vida pueden llegar a ser completamente
distintas entre sí y estar radicalmente alejadas de aquellos espacios donde se
toman dichas decisiones. Son decisiones que afectan a cada vez más ciudada-
nos del planeta, pero obedecen a intereses (nacionales) particulares, incluso
particularistas dentro de los propios países que las produce y emiten. El
desarrollo tecnológico ha exacerbado así la «primera combinación letal», la
contradicción entre las posibilidades teóricas de realización personal, ahora
visualizadas en los medios de comunicación de forma más próxima y palpa-
ble, y la imposibilidad práctica de hacerlo ni siquiera remotamente. Se trata
de la difusión, a escala planetaria, de unos códigos culturales, de unas imá-
genes y de unos símbolos que potencian la sensación de privación relativa a
escala mundial debido al carácter infiltrante y ubicuo de los nuevos medios
de comunicación, de su capacidad de llegar ahora hasta los últimos rincones
del planeta.

112
Delito y criminalización en una sociedad global

Una opinión pública global

Pero no solo. También se trata de una socialización de sentimientos, de


empatías por las víctimas de los atentados y las guerras y de rechazo de cier-
tos comportamientos delictivos, una especie de globalización de los propios
mecanismos, de criminalización. Naturalmente: en la mayoría de las regio-
nes del planeta prevalecen los códigos culturales, las referencias, los valores
más locales, próximos y propios; no todo cambia con los culebrones de la
televisión. Pero no deja de haber aspectos íntimos de la personalidad y de
los sentimientos que se hacen cómplices de lo transmitido a través de unos
medios que se infiltran en los sistemas culturales tradicionales produciendo
atmósferas identitarias extrañas e inasibles. Su penetración en la intimidad
de más y más personas produce una especie de «opinión pública global»,
aproxima y unifica emocionalmente a la humanidad, pero este mismo proce-
so viene de la mano de un aumento de las barreras que separan o enfrentan
de nuevo dichas emocionales en torno a espacios nacionales y culturales.
El unilateralismo que sigue dominando las relaciones internacionales, los
conflictos militares y diplomáticos, las diferentes «criminologías del otro»,
los discursos tipo «choque de civilizaciones», la prevalencia de los progra-
mas económicos y financieros de raíz competitiva antes que cooperativa, las
amenazas de deslocalización y enfrentamiento económico entre países, terri-
torios y regiones dentro del mismo país, la existencia de unas fronteras que
convierten el discurso de la libre circulación de trabajadores cada vez más
en papel mojado, son algunas de las brechas que provocan separación, dis-
tanciamiento, barreras interiores y exteriores, incluso enfrentamientos. Por
un lado la población mundial parece estar cada vez más unida por imágenes,
películas, músicas, complicidades y noticias, pero al mismo tiempo parece
estar también cada vez más separada y enfrentada por dinámicas opositoras
y excluyentes. En medio de esta contradicción son los propietarios de los
medios de comunicación y sus gobiernos —y no, por ejemplo, una especie
de programación televisiva emitida por Naciones Unidas— los que fijan se-
lectivamente los contenidos que luego son compartidos por cada vez más
personas en el planeta. No estamos asistiendo, por tanto, al nacimiento de
una incipiente civilización mundial como la soñaban los ilustrados Kant y
Goethe —aunque tal vez al goteo de algunas semillas que pudieran fruc-
tificar en el futuro—, no se trata de un «espacio horizontal de la multi-
culturalidad» (Bauman, 2003). Tampoco es el producto de una deliberación
multilateral y razonada de argumentos, opiniones, propuestas y soluciones
a nivel planetario del tipo que describe Jürgen Habermas (Habermas, 1999).
Las imágenes procedentes de los países más influyentes, sus formas de vida
y de consumo, sus códigos culturales y sus valores están fuertemente so-
brerrepresentados y con ellos la interpretación de los fenómenos delictivos
que predomina en el seno de dichas sociedades y no en otras: es un acto de
poder y de dominio. La definición de las amenazas y de los peligros que
afectan específicamente a las sociedades del norte, los sujetos que las pro-
vocan, las víctimas y los verdugos, los países «buenos» y los países «malos»
etc., son definidos mayoritariamente por los grandes productores de pelícu-

113
Armando Fernández Steinko

las, noticias y relatos políticos que, o bien están situados en el norte, o bien
tienen sus intereses en aquella parte del mundo.
Por ejemplo: la transmisión de los atentados del 11-S en Nueva York,
que fue vista al mismo tiempo por millones de personas en todo el mundo,
despertó una ola mundial de solidaridad espontánea con la población neo-
yorquina. Pero estas imágenes contrastan con la escasez de información y de
imágenes que documenten masacres a veces comparables cometidas contra la
población de otros países con mucha más insistencia y crueldad: el intermina-
ble sufrimiento palestino es un buen ejemplo de ello. Muchas veces las formas
de interpretar el delito, el bien y el mal, se basan en criterios en los que los
ciudadanos de determinados países, religiones, razas o etnias se ven discri-
minados por mucho que se esfuercen por adoptar como propia una «cultura
globalizada» en la que su piel, su lengua y su civilización tienden a ocupar el
lado oscuro (Aas, 2007: 89ss). Estas contradicciones no se suavizan con la mo-
vilidad geográfica, la inmigración y el carácter multicultural y multiétnico de
cada vez más espacios urbanos, sino que más bien se agudizan. Puede parece
paradójico, pero no lo es tanto si aceptamos nuestras dos combinaciones leta-
les como propuesta explicativa. ¿Qué puede sentir una persona de raza negra
o religión musulmana nacida, crecida y plenamente identificada con la cultura
del país del norte desarrollado en el que ha nacido cuando asiste a un acto de
solidaridad selectiva en el que las víctimas de su propia raza o religión son
tratadas con mucha menos empatía que las de raza blanca o religión cristiana?

Exclusión y deseo de integración

Está demostrado que los deseos de integración y de normalización de la


identidad de la mayoría de los «otros» son particularmente fuertes entre los
inmigrantes de segunda generación. Muchos tienen un deseo a veces mucho
más marcado que los propios insiders —nativos, blancos, más cualificados,
profesionales etc.— de incorporarse y asimilarse a la vida y al consumo defi-
nidos por la sociedad y los medios que tiende a excluirlos o estigmatizarlos.
Esto afecta sobre todo a aquellos grupos sociales que no disponen de los
medios materiales para conseguirlo nunca: un cuadro típico de privación re-
lativa. Los padres de los hijos jóvenes de la segunda y tercera generación de
emigrantes aún reconocen los valores de los espacios pre-modernos que de-
jaron atrás. Pero no así las segundas generaciones, que tienen que enfrentarse
a una compleja amalgama de referencias morales y culturales entrecruzadas y
contradictorias en las que lo viejo coexiste con lo nuevo sin encajar del todo
en ninguno de los dos mundos. Jock Young y Philippe Bourgois concluyen
de sus estudios sobre la condición social de los jóvenes puertorriqueños neo-
yorkinos habitantes de los guetos, que no se trata de unos «otros exóticos»
que operen en un distante territorio de nadie, o que se intenten alejar de la
cultura de la sociedad de acogida reproduciendo, en el plano identitario, el
escenario de guetos y barrios apartados a los que les ha arrojado el destino,
y aceptando pasivamente su condición de «otros». Todo lo contrario: son
(preferentemente hombres) plenamente identificados con el ideal «made in

114
Delito y criminalización en una sociedad global

America… jóvenes urbanos altamente motivados y ambiciosos» que hacen


muchos esfuerzos por desarrollar comportamientos no desviados y plena-
mente consumistas y que, paradójicamente, delinquen para conseguirlo. Esto
explica, por ejemplo, su masivo reclutamiento voluntario para campañas mi-
litares que son vistas más críticamente por la población autóctona.
Se trata de una cultura enganchada a Gucci, al BMW, a Nike, que
ve la televisión durante 11 horas diarias, que comparte la obsesión
por la violencia, que apoya plenamente las políticas de interven-
ción militar de G. Bush en el Golfo, que hace cola delante de los
cines, que idolatra el éxito, el dinero y el bienestar y que incluso
comparte los prejuicios raciales que sectores amplios de la socie-
dad tiene hacia ellos. El problema del gueto no es tanto el de la
exclusión, sino el fuerte deseo de ser incluido en la cultura do-
minante, un deseo cuya realización es sistemáticamente truncada
(Young, 2003: 394).

El problema no es, por tanto, la negativa a asimilar los valores dominan-


tes de las sociedades modernas a las que pertenecen, su tendencia a situarse
en una civilización dispuesta a «chocar» contra la occidental en su propio
seno. La situación identitaria es más compleja y el problema es, criminoló-
gicamente hablando, justamente el contrario: es un problema de deseo radi-
calizado de integración y asimilación de dichos valores en un entorno que
tiende a excluirles, un deseo que nace del distanciamiento de los valores
tradicionales aún vigentes en la generación de sus padres. En definitiva: es
un problema de sensación de privación relativa comparable a la que explica
aquellas primeras revueltas de las ciudad de Los Ángeles en los años 1960.
Esta sensación, unida a la hibridación cultural o creolización (K. F. Aas),
les obliga a hacer permanentes equilibrios entre un mundo —el tradicional
y comunitario— del que aún dependen casi completamente para subsistir
material— y afectivamente, y en el que aún viven sus progenitores, y otro
—el nuevo mucho más consumista y radicalmente mercantilizado—, que,
además, suele expresarse en un idioma diferente. Es un caldo de cultivo ideal
para la proliferación de robos o del menudeo destinado, no necesariamente a
«hacerse rico» o a convertirse en narcotraficante profesional, sino a acceder
a aquellas formas de consumo que, al menos simbólicamente, sugieran una
integración cultural «normalizada».

Delito y comunidades imaginarias

El deseo de regresar a una «comunidad imaginaria» (Benedict Anderson)


en la que este desdoblamiento ha sido sustituido por una pretendida armo-
nía, en el que la seguridad promete estar mucho más asegurada cuando viene
arropada por unos valores puros e históricamente inamovibles, unos valores
en los que solo existe lo «propio», definido casi siempre de forma arbitraria
y construida, se hace cada vez más fuerte. A ambos lados de la «opinión pú-
blica global» se va abriendo camino un distanciamiento y una deshumaniza-

115
Armando Fernández Steinko

ción del contrario: la convicción de que es imposible encontrar espacios co-


munes basados en la identificación de necesidades y amenazas compartidas,
espacios que permitan definir racionalmente a los verdaderos «enemigos»
comunes y unir a todos los perdedores del orden social independientemente
de sus características raciales o culturales. El fundamentalismo islámico, ju-
dío y cristiano más o menos convertidos en doctrinas o políticas de Estado
o de gobierno, la exploración de discursos esencialistas basados en la unidad
de raza, de lengua o en ideas de destino nacional, en unos determinados
hábitos de consumo («chauvinismo del bienestar») o incluso en identidades
de género (masculinidad), se van abriendo camino (ver Barber, 2001). Hay
una larga lista de delitos que se pueden derivar de esta búsqueda de esen-
cialismos culturales e identitarios: desde las masacres contra la población
civil cometidas por grupos religiosos fundamentalistas (islámicos, hinduistas
o cristianos), o por individuos y grupos convencidos de la superioridad de
su raza (terrorismo supremacista y neofascista), hasta las nuevas formas de
violencia contra homosexuales y mujeres, o la violencia perpetrada contra
aquellos que muestran en su balcón una bandera de signo contrario. Mu-
chos comportamientos políticos tienen una funcionalidad similar sin llegar a
convertirse en delitos (políticas de uniformización lingüística, construccio-
nes identitarias basadas en una determinada forma de interpretar la historia,
chauvinismos del bienestar, etc). Los delitos de violencia sexual tienen su
origen muchas veces en el intento de atribuirle al sexualmente otro la res-
ponsabilidad en la degradación de la propia condición social, degradación
que suele revertir después sobre la propia identidad sexual. La nueva ola de
agresiones contra las mujeres se hace incomprensible si no se tiene en cuenta
el aumento de sus cualificaciones y su incorporación al mercado de trabajo,
que contrasta con la inseguridad profesional y personal que viven muchas de
sus parejas activas en sectores en declive (Young, 1999: 13). En todos estos
casos se trata de un «tipo de respuesta a la globalización que consiste en el
intento de volver a definiciones más “cerradas” de la cultura con el fin de
arrostrar lo que se considera una amenaza de la propia identidad cultural»
(Stuart Hall, cit. en Aas, 2007: 95).

Conclusiones
El delito se ha instalado en la vida de la población contemporánea. Esto
no es el resultado de la proliferación generalizada de un mal antropológico
sobre la tierra debido a la disolución de los lazos familiares, comunitarios o
religiosos, o de la bajada a la tierra de un riesgo abstracto y omnipresente.
Se debe a un aumento de la intolerancia frente al delito combinado con una
determinada forma de acceso a la modernidad. Los mecanismos mercantiles
y competitivos de generación de expectativas no van unidos a la posibilidad
de realizar dichas espectativas en la práctica para sectores crecientes de la
población mundial. Esta situación viene de la mano de la destrucción de
las infraestructuras institucionales destinadas a crear espacios mínimamente
ordenados y solidarios de convivencia que suavicen y hagan manejables las

116
Delito y criminalización en una sociedad global

consecuencias de estas discrepancias entre espectativas e imposibilidad de


alcanzarlas.
Los sistemas de control social propios de las sociedades tradicionales no
necesitan desaparecer a favor de una idea abstracta de progreso. Mientras
sean funcionales persistirán o deberán persistir, pues su destrucción tendrá
consecuencias sociales negativas —y delictivas en particular— si no se crean
mecanismos institucionalizados de solidaridad y control social alternativos
y sostenibles, es decir, basados en estructuras económicas mínimamente se-
guras. La disolución de los espacios económicos locales tal y como han exis-
tido históricamente es irreversible, pero no es imposible su recomposición
sobre bases tecnológicas, culturales e institucionales nuevas que permitan
aprovechar todo su potencial civilizatorio y ambiental, reducir los procesos
migratorios y recomponer las sociedades del norte sobre la base de un mo-
delo económicamente menos agresivo y dependiente de las exportaciones.
Las posibilidades de un desarrollo individual, que nace de la disolución de
los espacios tradicionales, no representa un retroceso, pues abre y plurali-
za las opciones de vida, democratiza el derecho a la libertad y erosiona la
obediencia ciega. Podría pensarse que estos procesos crean situaciones en
las que seguridad y libertad tienden a hacerse excluyentes. Podría pensarse
también que el riesgo es el coste de la libertad y que el control efectivo del
delito solo puede alcanzarse a costa de reducir la libertad, particularmente la
de aquella parte de la población identificada como «los otros». Pero no hay
razones convincentes para pensar que ambos procesos —libertad y seguri-
dad— sean intrínsecamente excluyentes. La creación de un orden interna-
cional en el que las mayorías se puedan beneficiar de una seguridad física y
material no es imposible con el nivel de desarrollo tecnológico, económico y
científico alcanzado por la humanidad. La modernización social y la asegu-
ramiento de la libertad individual no tiene que desembocar necesariamente
en un individualismo insolidario, consumista y agresivo, la conquista de la
propia libertad no se tiene que librar a costa de la pérdida de la de otro(s)
ciudadano(s), de otro(s) país(es) o de otra(s) región(es). Desde luego, la ma-
yoría de los grandes filósofos de la moral y de la política no las han conside-
rado intrínsecamente incompatibles refiriéndose a momentos más caóticos
de la historia. También existe la posibilidad —teórica y seguramente tam-
bién práctica— de que el desarrollo del individuo sea una condición para
el desarrollo de la colectividad, de que el individualismo se convierta en
individuación solidaria y de que el desarrollo de la propia persona y la pro-
visión de seguridades básicas estén en consonancia con el bienestar, incluida
la seguridad del conjunto. No hay una ley social o natural que obligue a
regresar a las certezas de los espacios tradicionales y a las asimetrías sociales
de antaño con el fin de poder conquistar un nivel razonable de seguridad,
no es necesario prescindir de la libertad abierta por el cambio social de las
últimas décadas para hacer frente con éxito a un crimen fuera de control.
En realidad, la situación que vive criminológicamente el mundo tiene
dos salidas posibles, así como otras muchas intermedias. O bien se su-
primen las expectativas subjetivas creadas por los cambios sociales o se

117
Armando Fernández Steinko

crean las condiciones para su realización dentro del marco de los recursos
económicos, ambientales, financieros y culturales de los que hoy dispone
la humanidad. La primera salida pasa por la cancelación de la ciudadanía
política y social, por la vuelta a una situación de ausencia de libertades y
de los derechos sociales y económicos que las cimientan. La consecuencia
no sería solo un aumento de la desigualdad en el acceso a todo tipo de
recursos —económicos, sociales, ambientales, culturales etc.—, sino una
vuelta a un período de enfrentamiento entre naciones, países e individuos
que sólo se podrá mantener a raya temporalmente forzando un poco más
la segmentación espacial y social, impidiendo que los vasos se comuni-
quen. Sería la vuelta a la jungla hobbesiana, solo que con los recursos tec-
nológicos del presente y con un aumento casi explosivo de la presión de-
mográfica y ambiental del líquido contenido en los vasos comunicantes.
En algunas zonas del mundo, también del mundo occidental, se acumulan
síntomas de esta situación que, no es un escenario de ciencia ficción como
puede comprobar cualquiera que viaje hoy por el mundo. La falta de trans-
parencia democrática y la desigualdad volverán a hacer invisibles muchos
comportamientos delictivos para la parte más privilegiada de la sociedad,
la coerción se instalará en la cultura cotidiana de los ciudadanos debido al
uso público y también privado de armas de fuego, el vecino, el ciudadano,
el compañero de trabajo, el país fronterizo o el inmigrante se convertirán
en sospechosos, en enemigos potenciales a batir y, en caso de necesidad, a
eliminar físicamente. Es improbable que una situación así, fuertemente cri-
minogénica, pueda mantener calientes las habitaciones de los privilegiados
mientras las de las mayorías se van enfriando cada vez más. Las alambradas
y los guetos son soluciones muy provisionales en un planeta cada vez más
poblado e interdependiente.
La segunda salida pasa por reorientar la economía y la política hacia un
modelo más cooperativo que competitivo, ponerlas al servicio de las nece-
sidades colectivas, de los recursos escasos y de muchas otras cosas impres-
cindibles para una coexistencia civilizada y sostenible en un planeta finito.
Naciones Unidas plasma este tipo de escenarios una y otra vez en sus nume-
rosos documentos y resoluciones. Por ejemplo:

Para promover el desarrollo social es preciso orientar los valores,


los objetivos y las prioridades hacia el bienestar de todas las per-
sonas y el fortalecimiento y la promoción de las instituciones y las
políticas que persiguen ese objetivo. La dignidad humana, todos
los derechos humanos y libertades fundamentales, la igualdad, la
equidad y la justicia social son los valores fundamentales de todas
las sociedades. La adhesión, la promoción y la protección de esos
valores, entre otros, son la base de la legitimidad de todas las insti-
tuciones y del ejercicio de la autoridad y promueve un entorno en
el que los seres humanos son el núcleo del desarrollo sostenible y
tienen derecho a disfrutar de una vida sana y productiva en armo-
nía con la naturaleza (ONU: Resolución de la Cumbre Mundial
sobre Desarrollo Social de Copenhague de 1995).

118
Delito y criminalización en una sociedad global

Pero no nos equivoquemos: ni siquiera en un escenario en el que las


necesidades básicas estén mínimamente aseguradas para la mayoría de la po-
blación llegará a desaparecer el delito. No podrá desaparecer nunca, pues no
tiene límites fijos del tipo que se pueden analizar utilizando metodologías
positivistas o interpretándolo como una especie de cáncer que amenace un
tejido esencialmente sano. La criminalización de determinadas conductas se-
guirá cambiando y evolucionando constantemente con la propia sociedad. La
diferencia con respecto a la opción hobbesiana será, sin embargo, sustancial.
La sociedad será capaz de controlar el delito que forma parte de ella, los
procesos de criminalización serán transparentes y consensuados, la opinión
pública estará mejor informada sobre los comportamientos considerados
desviados y una ciudadanía no amedrentada por la escasez, ni deslumbrada
por el consumismo y la ignorancia, intervendrá activamente en su definición,
su aislamiento y su prevención. Una opinión pública —nacional y mundial—
consciente de su diversidad y satisfecha con la misma podrá aprender a con-
vivir de otra forma con el delito y a mantenerlo a raya, pues ella misma habrá
participado en su definición a partir de criterios racionales y razonados.

119
Bibliografía de la primera parte

Aas, K. F. (2007). Globalization & Crime. Londres: Sage.


Abel Souto, M. y N. Sánchez Stewart (coords.) (2011). II Congreso sobre prevención
y represión del blanqueo de dinero. Valencia: Tirant lo Blanch.
ACCEM (2006). La trata de personas con fines de explotación laboral. Madrid: Accem.
Acuña Soto, V. y M. Alonzo Calles (2000). La integración desigual de México al
TIC. México: Red Mexicana de Acción frente al Libre Comercio.
Albanese, J. (1995). «Where Organized and White Collar Crime Meet: Predicting
The Infiltration of Legitimate Business». En: J. Albanese (ed.). Contemporary
Issues in Organized Crime. Nueva York: Criminal and Justice Press.
Aller, G. (2006). Co-responsabilidad social, sociedad del riesgo y Derecho penal del
enemigo. Montevideo: Carlos Álvarez-Editor.
Altman, D. (2001). Global Sex. Chicago y Londres: University of Chicago Press.
Álvarez Aledo, C. et al. (1996). La distribución funcional y personal de la renta en
España. Madrid: Consejo Económico y Social.
Álvarez-Uría, F. (2009). «Cuello blanco (Delito de)». En: Román Reyes (dir). Dic-
cionario Crítico de Ciencias Sociales. Madrid: Universidad Complutense (en
línea). http://pendientedemigracion.ucm.es/info/eurotheo/diccionario/C/index.
html.
Anderson, B. (1993). Comunidades imaginarias: reflexiones sobre el origen y la difu-
sión del nacionalismo. México: Fondo de Cultura Económica.
Andreas, P. (2002). «Transnational Crime and Economic Globalization». En: M.
Berdal y M. Serrano (eds.). Transnational Organized Crime & International
Security. Boulder (Colorado)/Londres: Lynne Rienner.
Arango Jaramillo, M. (1988). Impacto del narcotráfico en Colombia. Medellín:
Arango Jaramillo.
Arlacchi, A. (1986). Mafia Business: the Mafia Ethic and the Spirit of Capitalism.
Londres: Verso.
Astorga, L. (2006). «México: tráfico de drogas, seguridad y terrorismo». En: A. Ca-
macho Guizado (ed.). Narcotráfico: Europa, EE.UU., América Latina. Barcelo-
na: Universidad de Barcelona.
Bagley, B. (2003). «La globalización y la delincuencia organizada». En: Foreign
Affairs en Español, abril-junio: 110-137.

121
Bibliografía de la primera parte

Baker, R. (2005). Capitalism’s Achilles Heel: Dirty Money and How to Renew the
Free-Market System. New Jersey: Hoboken
Barahona, M. Honduras en el siglo xx. Tegucigalpa: Guaymuras.
Barber, B. (2001). Jihad versus MacWorld. Nueva York: Ballentine.
Bauman, S. (2003). Comunidad. En busca de la seguridad en un mundo hostil. Ma-
drid: Siglo XXI.
—  (2011). Daños colaterales. Desigualdades sociales en la era global. México: FCE.
Bauman, Z. (2002). La ambivalencia de la modernidad y otras conversaciones. Bar-
celona: Paidós.
Beare, M. E. (2003). «Organized Corporate Criminality: Corporate Complicity in
the Tobacco Smuggling». En: M. E. Beare (ed.). Critical Reflections on Transna-
cional Organizad Crime, Money Laundry, and Corruption. Toronto: University
of Toronto Press.
Beck, U. (1998). La sociedad del riesgo. Barcelona-Buenos Aires: Paidós.
—  y W. Bonss (2001). «Reflexive Modernisierung». Frankfurt: Suhrkamp U. Beck,
y E. Beck-Gernsheim (2001). La individualización: el individualismo institucio-
nalizado y sus consecuencias sociales y políticas. Barcelona: Paidós.
Becker, H. S. (1963). Outsiders. Studies in the Sociology of Deviance. Nueva York:
Free Press.
Behen, I. van der, et al. (2004). Measuring Organized Crime in Europe. Antwerpen:
Maklu.
Benítez, R. y A. Sotomayor. «The Mesoamerican Dilemma. External Insecurity,
Internal Vulnerability». En: M. Berdal y M. Serrano (eds.). Transnational Or-
ganized Crime & International Security. Boulder (Colorado)/Londres: Lynne
Rienner.
Berdal, M. y M. Serrano (1992). «Transnational Organized Crime and Interna-
tional Security». En: M. Berdal y M. Serrano (eds.). Transnational Organized
Crime & International Security. Boulder (Colorado)/Londres: Lynne Rien-
ner.
Besozzi, C. (1997). Organisierte Kriminalität und empirische Forschung. Zürich:
Rügger 1997.
Biermann, W. y A. Klönne (2006). Kapital-Verbrechen. Colonia: Papy Rossa.
Biersteker, T. J. (2004). «Couter-Terrorist Measures Undertaken Under UN Secu-
rity Council Auspices». En: A. J. K. Bailes e I. Frommelt (eds.). Business and
Security. Public-Private Relationships in a New Security Environment. Oxford:
Oxford University Press.
BIS (Banco de Pagos Internacionales) (2008). Prevention of Criminal Use of The
Banking System for the Purpose of Money-Laundering. Basilea.
Black, W. (2009). «Los cinco errores fatales de las finanzas o de cómo el sirviente se
convirtió en depredador». En: Revista electrónica Sin Permiso 25-10-2009.
Blades, D. y D. Roberts (2002). Measuring the Non-Observed Economy Statistics.
OCDE, Brief n.º 5. París: OCDE.

122
Bibliografía de la primera parte

Bluestone, B. y B. Harrison (2001). Prosperidad. Por un crecimiento con equidad en


el siglo xxi. México: FCE.
Blum, J. A. (1997). «Entreprise Crime: Financial Fraud in Internantional Interspa-
ce». U.S. Working Group on Organized Crime National Strategy Information
Center. Washinton, D. C.
Böhm, M. L. (2011). Materiales para la Escuela de Verano en Ciencias Criminales y
Dogmática Penal alemana. Universidad de Göttingen.
—  y M. H. Gutiérrez (2007). «Introducción». En: M. Böhm y M. H. Gutiérrez
(comps.). Políticas de seguridad. Peligros y desafíos para la criminología del nue-
vo siglo. Buenos Aires: Editores del Puerto.
Boyrie, M. E. et al. (sin fecha). The Impact of Switzerland’s Money Laundering Law
on Capital Flows Through Abormal Princing in International Trade. Documen-
to de Trabajo: Universidad de Florida.
Bushell, D. (1994). Colombia. Una nación a pesar de sí misma. Bogotá: Planeta.
Bustos Ramírez, J. (1993). «Perspectivas actuales del derecho penal económico». En:
Revistas de Derecho Privado: Política criminal y reforma penal. Madrid: Edito-
riales de Derecho Reunidas.
Caciagli, M. (1996). Clientelismo, corrupción y criminalidad organizada. Madrid:
Centro de Estudios Constitucionales.
Camargo, S. (2008). El Narcotraficante n.° 82. Álvaro Uribe Vélez. Madrid: Uni-
verso Latino.
Carson, C. S. (1984). «The Underground Economy: An Introduction (Measurement
Methods)». Survey of Current Business, (64): 21-37, 106-17.
Castells, M. (1997). La era de la información. Economía, sociedad y cultura. Vol. 3
(Fin de Milenio). Madrid: Alianza
Chavagneux, Ch. y R. Palan (2007): Los paraísos fiscales. Barcelona: El Viejo Topo.
Christie, N. (1986). «Suitable Enemy». En: Bianchi van Swaaningen (ed.). Abolitionism:
Towards a Non-reppresive Approach to Crime. Amsterdam: Free University Press.
— (2004). A Suitable Amount of Crime. Londres: Routledge.
Clark R. (1999). Hot Products: understanding, anticipating and reducing demand for
stolen goods. Police Research Series n.º 112. Londres (http://tna.europarchive.
org/20071206133532/homeoffice.gov.uk/rds/prgpdfs/fprs112.pdf).
Coates, R. y M. Rafferty (2007). Offshore Financial Centers, Hot Money and Hed-
ge Funds: A Network Analysis of International Capital Flows en en Assassi et
al. (2007). Global Finance in the New Century: beyond deregulation. Londres:
Palcram Mac Millan.
Cohen, A. K. (1961). Kriminelle Jugend. Zur Soziologie des Bandenwesens. Ham-
burgo: Rowohlt
Cohen, S. (2002). Folks, Devils and Moral Panics: The Creation of the Mods and
Rockers. Londres: Routledge.
Comisión Europea (2009). A Report on Global Illicit Drug Markets 1998-2007.
Países Bajos: Comisión Europea.

123
Bibliografía de la primera parte

Coulmas, F. (1993). Das Land der rituellen Harmonie. Francfort/M.: Campus.


D’Ans, A. M. (2011). Honduras. Difícil emergencia de una nación, de un Estado.
Tegucigalpa: Renal Video Producción.
Davis, M. (2003). La ciudad de cuarzo. Madrid: Lengua de Trapo.
— (2007). Planeta de ciudades miseria. Madrid: Akal.
Desroches, F. J. (2005). The Crimen that Pays. Drug Trafficking and Organizad
Crime in Canada. Toronto: Canadian Scholars’ Press Inc.
Díez Nicolás, J. (ed.) (1994). Tendencias mundiales de cambio en los valores sociales
y políticos. Madrid: Fundesco.
—  (2011). La seguridad subjetiva en España: construcción de un Indice Sintético
de Seguridad Subjetiva (ISSS). Madrid: Ministerio de Defensa.
Díez Ripollés, J. L. (2003). Politica criminal y derecho penal. Estudios. Valencia:
Tirant lo Blanc.
Dux, G. (1978). Rechtssoziologie. Eine Einführung. Kohlhammer, Stuttgart.
Duyne, P. V. y M. Levi (2005). Drugs and Money. Managing the drug trade and
crime - money in Europe. Londres: Routledge.
EU Council (Consejo de Europa) (2005). Organized Crime Situation Report 2005.
Estrasburgo: Consejo de Europa.
FATF (Financial Action Task Force on Money Laundering) (1990). Report, Paris
(en línea). http://www.fatf-gafi.org/media/fatf/documents/reports/ 1990%20
1991%20ENG.pdf
Faulkner, H. U. (1960). American Economic History. Nueva York: Harper &
Brothers, (paginación según la versión alemana Geschichte der Amerikanischen
Wirtschaft. Econ Verlag 1954).
Feldbauer, G. (2008). Geschichte Italiens. Vom risorgimento bis heute. Colonia:
Papy Rosa Verlag.
Ferguson, Th., y R. Johnson (2009). «Too Big to Bail: The “Paulson Put”, Presiden-
tial Politics, and the Global Financial Meltdown Part I: From Shadow Financial
System to Shadow Bailout». En: International Journal of Political Economy (38)
1 2009, pp. 3-34.
Fernández Steinko, A. (2001). Experiencias participativas en economía y empresa.
Tres ciclos para domesticar un siglo. Madrid: Siglo XXI.
— (2004). Clase, trabajo y ciudadanía. Introducción a la existencia social. Madrid:
Biblioteca Nueva.
— (2008). Las pistas falsas del crimen organizado. Madrid: La Catarata.
—  (2012). «Financial channels of money laundering in Spain». En: Britsh Journal
of Criminology, 52 (5): 908-931.
— (2013). El blanqueo de capitales en España: juicios, prejuicios y realidad. Ma-
drid: Dykinson (en prensa).
Finkelstein, M. S. (1998). Separatism, the Allies and the Mafia: The Struggle for Sici-
lian Independence 1943-1948. Bethlehem: Lehigh University Press.

124
Bibliografía de la primera parte

Francesco Romano, S. (1970). Historia de la Mafia. Madrid: Alianza Editorial.


Galbraith, J. A. (2010). «Por qué los economistas no vieron el fraude financiero
que terminó por colapsar la economía». Transcripción y traducción del testi-
monio ante el Senado de los Estados Unidos. Revista electrónica Sin Permiso
(6-6-2010).
Galeotti, M. (2004). Introduction: Global Crime Today. Londres: Routledge.
Gallego Martínez, P. (2008). La Mara al desnudo. Málaga: Sepha.
Gallizo Llamas, M. «El derecho a la defensa». En: El País (2-2-2012).
Giddens, A. (1999). Consecuencias de la modernidad. Madrid: Alianza.
Gilly, A. (1994). «Fragmentation et resocialisation des demandes et des mouvements
sociaux en Amérique Latine». En: Alternatives Sud, 1: 93-109.
Godefroy, T. y P. Lascoumes (2005). El capitalismo clandestino. México: Planeta
Mexicana.
Goldsmith, A. (2003). «Policing Weak States. Citizen Safety and State Responsabi-
lity». En: Policing and Society 13 (1), pp. 3-21.
Gouldner, A. W. (1960). «The Norm of Reciprocity: A Preliminary Statement». En:
American Sociological Review, 25: 161-178.
Gounev, Ph et. al. (2009). «Market Regulation and Criminal Structures in the Bul-
garian Commercial Sex Market». En: Duyne, P. v. et al. Crime, Money and
Criminal Mobility in Europe. Nijmegen: Wolf Legal Publishers.
Gowan, P. (2000). La apuesta por la globalización. Madrid: Akal.
Graff Lamsbsdorff, J. (2007). Intitutional Economics of Corruption and Reform.
Nueva York: Cambridge University Press.
Graham, S. y S. Marvin (2001). Splintering Urbanism: Networked Infrastructures,
Technological Mobilities, and the Urban Condition. New York: Routledge.
Granés, C. (2011). El puño invisible. Arte, revolución y un siglo de cambios cultura-
les. Madrid: Taurus.
Green, P. y T. Ward (2004). State Crime: Governments, Violence and Corruption.
Londres: Pluto Press.
Greenfield, H. I. (1993). Invisible, Outlawed, and Untaxed: America’s Underground
Economy. Westport: Praeger.
Habermas, J. (1999). Facticidad y validez. Madrid: Trotta.
Hall, S. y S. Winlow (2005). «Anti-nirvana: Crime, Culture and Instrumentalism in
the Age of Insecurity». En: Crime, Media, Culture, 1 (1): 31-48.
Harvey, D. (2007). Breve historia del neoliberalismo. Madrid: Akal.
Heim U. (2001). «Organisierte Geldwäsche durch überfakturierte Ost-West-Ges-
chäfte». En: Kriminalistik, 10: 600-605.
Henry, J. S. (1996). Banqueros y lavadolares. Bogotá: Tercer Mundo Editores.
Hernández Vigueras, J. (2013). Los lobbies financieros, tentáculos del poder. Madrid:
Clave Intelectual.

125
Bibliografía de la primera parte

Hirsch, J. y R. Roth (1986). Das neue Gesicht des Kapitalismus. Vom Fordismus
zum Postfordismus. Hamburgo: VSA.
Hobsbawm, E. (1995). La edad del imperio 1875-1914. Barcelona: Cátedra.
— (1995b). Historia del siglo xx. Barcelona: Cátedra.
Hofstadter, R. (1964). The Paranoid Style of American Politics and other Essays.
Cambridge (Mass.): Harvard University Press.
Hurrell, A. y N. Woods, (eds.) (1999). Inequality, Globalization adn World Politics.
Nueva York: Oxford University Press.
Ianni, O. (1973). La formación del Estado populista en América Latina. México:
Editorial Era.
INE (Instituto Nacional de Estadística) (varios años). Anuario Estadístico de España.
INTERPOL (s.f.). Connecting people for a safer world (http://www.interpol.int/
Ôes˜/Criminalidad/Trata-de-personas/Types-of-human-trafficking).
Jakobs, G. (2004). «Bürgerstrafrecht und Feindstrafrecht». En: Höchstrichterliche
Rechtsprechung im Strafrecht, 3: 85-99.
—  (2003). «El Derecho penal del enemigo». En: G. Jakobs, y M. Cancio Meliá.
Derecho Penal del Enemigo. Madrid: Civitas: 19-56.
Jiménez Alatorre, M. (2006). «Las crisis economicas de México en 1976 y 1982 y su
relación con la criminalidad». Univesidad Guadalajara. http://sincronia.cucsh.
udg.mx/jimenezw06.htm
Jurdao Arrones, F. (1979). España en venta, Madrid: Ayuso.
Justich Zabala, P. (2010). Impacto de la globalización neoliberal en Sudamérica desde
la perspetiva de la transición epidemiológica. Murcia: Universidad de Murcia.
Kaplan, D. E. y A. Dubro (1986). Yakuza: The Explosive Account of Japan’s Crimi-
nal Underworld. Nueva York: Collier Books.
Kapoor, S. et al. (2007). Haemorrhaging Money. A Christian Aid Briefing on the
Problem of Illicit Capital Flight. Chistian Aid (en línea). http://www.clailatino.
org/fes/deudaexterna2007/Haemorrhaging%20Money.pdf
Kar, D. y D. Cartwright-Smith (sin fecha). Illicit Financial Flows from Developing
Countries: 2002-2006 Global Financial Integrity. Executive Report. Washing-
ton: Fundación Ford.
Kasiske, P. (2010). «Aufarbeitung der Finanzkrise durch das Strafrecht? Zur Un-
treuestrafbarkeit durch Portfolioinvestment in Collateralized Debt Obligations
via Zweckgesellschaften». En: B. Schünemann (ed.). Die sogenannte Finanzkrise
- Systemversagen oder global organisierte Kriminalität?. Berlín: Berliner Wis-
senschaftsverlag (traducción en este libro).
Kempf, E., K. Lüderssen y K. Volk (2009). Die Handlungsfreiheit des Unterneh-
mers – wirtschaftliche Perspektiven, strafrechtliche und ethische Schranken. Ins-
titute for Law and Finance Series, Berlin: De Gruyter.
Kenny, P. y M. Serrano (2012). «The Mexican State and Organized Crime. An
Unending Story». En P. Kenny y M. Serrano (2012). Mexico’s Security Failure.
Collaps into Criminal Violence. Nueva York y Londres: Roudledge.

126
Bibliografía de la primera parte

Kilchling, M. (ed.) (2002). Die Praxis der Gewinnabschöpfung in Europa. Eine ver-
gleichende Evaluationsstudie zur Gewinnabschöpfung in Fällen von Geldwäsche
und anderen Formen Organisierter Kriminalität. Friburgo: Max-Planck Institut
für ausländisches und internationales Recht.
Kinzig, J. (2004). Die rechtliche Bewältigung von Erscheinungsformen organisierter
Kriminalität. Berlín: Duncker & Humbold.
La Moncloa (Gobierno de España) (2013). «La tasa de criminalidad bajó
en 2010 en 14 comunidades autónomas y alcanzó los niveles más bajos desde
hace 11 años» (en línea). http://www.lamoncloa.gob.es/ServiciosdePrensa/No-
tasPrensa/MIR/2011/04042011BalanceCriminalidad.htm
Lamnek, S. (1980). Teorías de la criminalidad. México: Siglo XXI.
Lampe, K. V. (2003). «Organising the nicotine racket. Patterns of criminal coopera-
tion». En: V. P. Duyne et al. (eds.). Criminal finances and organising crimen in
Europe. Nijmegen: Wolf Legal Publishers.
Leibiger, J. (2011). Bankrotteure Bitten zur Kasse. Colonia: Papyrossa.
Levi, M. (1981). The Phantom Capitalists. Londres: Heinemann.
—  (2002). «Liberalization and Transnational Financial Crime». En: M. Berdal y
M. Serrano (eds.). Transnational Organized Crime & International Security.
Boulder (Colorado)/Londres: Lynne Rienner.
Levi, M. y T. Naylor (2000). Organized crime, the organization of crime and the
organization of business. Documento no publicado.
—  y Reuter, P. (2006). «Money Laundering». En: M. Tonry (ed.). Crime and Jus-
tice: A Review of Research. Chicago: Univesity Press.
Lewis, R. (1994). «Flexible hierarchies and dynamic disorders». En: J. Strang y M.
Gossop (eds.). Heroin Addiction and Drug Policy. The British System Oxford:
Oxford University Press.
López-Portillo, E. (2012). «Accounting for the Unaccountable. The Police in Mexi-
co». En: P. Kenny y M. Serrano (eds.) (2012). The Mexican State and Organi-
zed Crime en Mexico’s Security Failure. Collaps into Criminal Violence. Nueva
York y Londres: Roudledge.
Lutz, B. (1984). Der kurze Traum immerwährender Prosperität. Francfort y Nue-
va York: Campus (edición francesa: Paris: Ed. de la Maison des Sciences de
l’Homme).
Lyotard, F. (1987). La condición postmoderna. Madrid: Cátedra.
Magaloni, A. L. (2012). «Arbitrariness and Inefficiency ini the Mexican Criminal
Justice System». En: P. Kenny y M. Serrano (eds.) (2012). The Mexican State
and Organized Crime en Mexico’s Security Failure. Collaps into Criminal Vio-
lence. Nueva York y Londres: Roudledge.
Maldonado, J. (2008). Política y religión en la derecha cristiana de los EE.UU. Do-
cumento de Trabajo. Madrid: Universidad Complutense de Madrid.
Martens, J. y W. Oberland (2011). UmSteuern. Folgen von Kapitalflucht und Steuer-
hinterziehung für die Länder des Südens - und was dagegen zu tun ist. Aquis-
grán: Misereor, terre des hommes, Global Policy Forum.

127
Bibliografía de la primera parte

Martín Consuegra, T. (1983). La evasión de capitales en España. Guadalajara: Okapi.


Martín de Pozuelo, E. et al. (1994). Guía de la corrupción. Barcelona: Plaza y Janés.
MacCoy, A. W. (1991). The Politics of Heroin: CIA Complicity in the Drug Trade
Brooklyn. Nueva York: Lawrence Hill Books.
Merki, Ch. M. (ed.). 2005. Europas Finanzzentren. Francfort: Campus.
Merton, R. (1969). Social Theory and Social Structure. Glencoe: Free Press.
Miguel, J. M. de (1998). Estructura y cambio social en España. Madrid: Alianza.
Mir Puig, S. (2010). «Neoliberalismus, Finanzkrise und Strafrecht». En: B. Schüne-
mann (ed.). Die sogenannte Finanzkrise - Systemversagen oder global organisier-
te Kriminalität. Berlin: Berliner Wissenschaftsverlag.
Moore, M. (1986). Organized Crime as a Business Enterprise, en US Department
of Justice: Major Issues in Organized Crime Control. Symposium 25-26 de sep-
tiembre 1986, Washington DC.
Morazán, P. (2003). Deuda externa: Nuevas crisis, nuevas soluciones, ¿nuevas solu-
ciones?. Buenos Aires: Friedrich Ebert Stifutung. Occational Papers 2003.
Moreno, P. y S. Natotzky (2000). «La reciprocidad olvidada: reciprocidad negativa,
moralidad y reproducción social». En: Hispania, 204: 1-14.
Müller, L. (2006). Tatort Zürich. Einblicke in die Schattenweltenwelt der internatio-
nalen Finanzkriminalität. Berlín: Ullstein.
Naylor, R. T. (2006). Sananic Purposes. Money, Myth and Misinformation in the
War on Terror. Montreal: McGill-Queen’s University Press.
OECD (1997). Towards a New Global Age: Challenges and Opportunities. Paris:
OECD.
OECD (2011). An Overview of Growing Income Inequalities in OECD Countries:
Main Findings. Paris: OECD.
ONU (2000). United Nations Convention against Transnational Organized Crime
and the Protocols Thereto (en línea). http://www.unodc.org/unodc/en/treaties/
CTOC/
ONU (varios años). Informes sobre desarrollo humano. La mundialización con ros-
tro humano (en línea). http://hdr.undp.org/es/informes/
Palan, R. y R. Murphy (2007). «Tax, Subsidies and Profits: Business and the Mo-
dern State». En: L. Assassi, D. Wigan y A. Nesvetailova (eds.). Global Finance
in the New Century. Beyond Deregulation. Nueva York: Palgrave.
Paoli, L. (1998). «The Pentiti’s Contribution to the Conceptualization of the
Mafia Phenomenon». En: V. Ruggiero, N. South y I. Taylor (eds.). The New
European Criminology, Crime and Social Order in Europe. Londres: Rout-
ledge.
—  (1998b). «Droga-Traffici». En: Cliomedia (ed.). Mafia, Enciclopedia elettronica.
Torino: Cliomedia.
— (2000a). Fratelli di mafia: Cosa Nostra e ’Ndrangheta Bologna: Il Mulino (ver-
sión inglesa (en línea). http://ebookbrowse.com/mafia-brotherhoods-organi-
zed-crime-italian-style-pdf-d94336447).

128
Bibliografía de la primera parte

— (2000b). Pilot Project to Describe and Analyse Local Drug Markets – First-Phase
Final Report: Illegal Drug Markets in Frankfurt and Milan. Lisbon: EMCDDA
(en línea). http://www.emcdda.org.
Pezzino, P. (1990a). Una certa reciprocità di favori. Mafia e modernizzazione vio-
lenta nella Sicilia postunitaria. Milano: Angeli.
Phongpaichit, P.; S. Piriyarangsan y Treerat, N. (1998). Guns, Girls, Gambling,
Ganja. Bankonk: Silkworm Books.
Plihon, D. (2009). «Financial stability». En: J. Grahl. Global Finance and Social Eu-
rope. Chelterham: Edward Elgar.
Pratt, J. (2007). Penal Populism. Londres: Routledge.
Rehmann, J. (1998). Max Weber, Modernisierung als passive Revolution. Berlín: Das
Argument.
Reinhart, C. y K. Rogoff (2011). Esta vez es distinto: ocho siglos de necedad finan-
ciera. México: FCE.
Resa Nestares, C. (2003). Crimen organizado trasnacional: Definición, causas y
consecuencias (en línea). http://www.uam.es/ personal_pdi/economicas/cresa//
text11.html
Reuter, P. (1983). Disorganized Crime. Illegal Markets and the Mafia. Massachus-
setts: MIT-Press.
—  y E. Truman (2004). Chasing Dirty Money. Washington: Institute for Interna-
tional Economics.
—  R. MacCount y P. Murhpy (1990). Money from Crime. A Study of the Economics of
Drug Dealing in Washington D.C. Santa Mónica: Rand Corporation.
Reyes Posada, A. (1997). «Compra de tierras por narcotraficantes». En: F. Thoumi
(comp.). Economía política y narcotráfico. Bogotá: Tercer Mundo.
Rodas García, R. (1989). Algunas reflexiones sobre la realidad económica y social de
Honduras y una propuesta para solucionar los problemas más apremiantes. San
Pedro Sula: Industrias IMET.
Ronderos, J. G. (2003). «The War on Drugs and the Military: The Case of Co-
lombia». En: M. E. Beare (ed.). Critical Reflexions on Transnational Organi-
zed Crime, Money Laundry, and Corrupions. Toronto: University of Toronto
Press.
Rotberg, R. (2003). State Failure and State Weakness in Time of Terror. Washing-
ton: World Peace Foundation.
Rozenberg, D. (1990). Ibiza. Una isla para otra vida. Madrid: Centro de Investiga-
ciones Sociológicas.
Sack, F. (1973). «Zu einem Forschungsprogramm für die Kriminologie». En: Krimi-
nologisches Journal, 252 (4): 201-217.
Savona, E. U. (1999). European Money Trails. Amsterdam: Herwood.
Schneider, F. (2006). Shadow Economies and Corruption All Over The World: What
Do We Really Know?. Bonn: Institute for The Study of Labour. Discussion
Paper nº 2315. (en línea). http://ftp.iza.org/dp2315.pdf

129
Bibliografía de la primera parte

Sharman, J. C. (2009). Onshore Secrecy, Offshore Transparency, STEP Journal, ju-


lio-agosto de 2009 (en línea). http://www.step.org/showarticle.pl?id=2596
Simon, C. P. y A. D. Witte (1982). Beating the System. The Underground Economy.
Boston (Mass.): Auburn House.
Sinn, H. W. (2010). Kasino Kapitalismus. Wie es zur Finanzkrise kam, und was jetzt
zu tun ist. Berlin: Ullstein.
Stiglitz, J. (2012). El precio de la desigualdad: el 1 por ciento de la población tiene lo
que el 99 por ciento necesita. Madrid: Taurus.
Stolpe, O. (2004). Strategien gegen das Organisierte Verbrechen. Geldwäschebe-
kämpfung und Gewinnabschöpfung im Kampf gegen die Mafia. Fallstudie Ita-
lien. Munich: Heymanns.
Sutherland, E. (1983). White Collar Crime (versión original no censurada). New
Haven (Conn.): Yale University Press.
Thoumi, F. (comp.) (1997). Economía política y narcotráfico. Bogotá: Editorial Ter-
cer Mundo.
Thoumi, F. (2002). El imperio de la droga. Narcotráfico, economía y sociedad en los
Andes. Bogotá: Plantea Colombiana.
Thoumi, F. (2004). «A modest proposal to clarify the status of coca in the United
Nations conventions». En: Crime, Law & Social Change, 42.
Tiedemann, K. (1986). «El concepto de derecho económico, derecho penal económico
y de delito económico». En: Cuadernos de Política Criminal, 28: 65-79.
UNODCCPa (United Nations Office for Drug Control and Crimen Prevention)
(varios años). Global Illicit Drug Trends. Nueva York: Naciones Unidas.
UNODCCPb (United Nations Office for Drug Control and Crimen Prevention)
(varios años). World Drug Report Trends. Oxford & Nueva York: Oxford Uni-
versity Press.
UNODCCPb (United Nations Office for Drug Control and Crimen Prevention)
(varios años). World Drug Report Trends. Oxford & Nueva York: Oxford Uni-
versity Press.
UNODCCPc (United Nations Office for Drug Control and Crimen Prevention)
(varios años). Tendencias Mundiales de las Drogas Ilícitas. Viena: Naciones Uni-
das.
UNODCCPd (United Nations Office for Drug Control and Crimen Prevention)
(varios años). Informe Mundial sobre las Drogas. Nueva York: Naciones Uni-
das.
Velasco, R. (2012). Las cloacas de la economía. Madrid: La Catarata.
Wacquant, L. (2001). «The Penalisation of Poverty and the Rise of Neo-Libera-
lism». En: European Journal on Criminal Policy and Research, 9: 401-412.
—  (1999). «Suitable enemies. Foreigners and immigrants in the prisons of Euro-
pe». En: Punishment and Society, 1 (2): 215-222.
Walmsley, M. R (s.f.). World Prison Population List. Kings College London (en línea).
http://www.kcl.ac.uk/depsta/law/research/icps/downloads/wppl-8th_41.pdf.

130
Bibliografía de la primera parte

Walsmsley, R. (2009). Word Prison Population List (octava edición). Londres: King’s
College.
Weber, M. (1967). Rechtssoziologie. Neuwied y Berlín: Luchterhand.
Wedel, J. R. (2009). Shadow Elite.: How the World’s new Power Brokers Undermi-
ne Democracy, Gonverment and the Free Market. Nueva York: Basic Books.
Weisbund, D. y E. Waring (2001). White-Collar Crime and Criminal Carreers.
Cambridge (Mass.): Cambridge University Press.
Williams, J. W. y M. E. Beare (2003). «The Business of Bribery: Globalization, Eco-
nomic Liberalization and the “Problem” of Corruption». En: M. E. Beare (ed.).
Critical Reflections on Transnacional Organizad Crime, Money Laundry, and
Corruption. Toronto: University of Toronto Press.
Woodiwiss, M. (2003). «Transnational Organized Crime: The Strange Career of an
American Concept». En: M. E. Beare (ed.). Critical Reflections on Transnacio-
nal Organizad Crime, Money Laundry, and Corruption. Toronto: University
of Toronto Press.
Wray, R. A. (2000). «A New Economic Reality: Penal Keynesianism». En: Challen-
ge, 43 (5): 31-59.
Wyss, E. (2003). Kriminalität als Bestandteil der Wirtschaft. Eine Studie zum Fall
Werner K. Rey. Herbolzheim: Centaurus Verlag.
Ynfante, J. (1978). Las fugas de capitales y los bancos suizos. Barcelona: Sopesa.
Young, J. (1999). The Exclusive Society. Londres: Sage.
—  (2003). «Merton with energy, Katz with structure». En: Theoretical Crimino-
logy, 7 (3): 388-414.
Zabludoff, S. J. (1997). «Colombian Narcotics Organizations as Business Enterpri-
ses». En: Transnational Organized Crime, 3 (2).
Zedner, L (2004). Criminal justice. Oxford: Oxford University Press.
Zeise, L. (2011). Geld - der vertrackte Kern des Kapitalismus. Colonia: Papyrossa.
Ziegler, J. (1990). Die Schweiz wäscht weisser. Munich: Piper (versión original pu-
blicada en Le Seuil, Paris 1990).

131
II. Sociología y economía
política de la delincuencia
contemporánea
2. Las paradojas del crimen organizado1

Letizia Paoli
Universidad de Lovaina (Bélgica)

Para Susan Strange: mentora y amiga

Introducción
En la década de los noventa el problema del crimen organizado atrajo la aten-
ción de las organizaciones internacionales, de las instituciones estatales y de la
opinión pública de muchos países que hasta entonces no se sentían afectados por
el problema. Esta cuestión, que tradicionalmente solo tocaba a un número limi-
tado de países, se ha convertido en un importante tema el debate público en todo
el mundo. De hecho, la expresión «crimen organizado» es una especie de consig-
na que expresa la creciente preocupación de las instituciones públicas nacionales
y supranacionales, aunque también de la ciudadanía, por el crecimiento de los
mercados ilegales nacionales e internacionales, por el aumento de la movilidad
internacional de los criminales y por su presunta capacidad creciente de conta-
minar la economía lícita y de minar las instituciones políticas. En la Conferencia
Ministerial Mundial reunida en Nápoles y convocada por Naciones Unidas en
1994 se planteaba claramente el problema:
No hay duda: el crimen organizado transnacional tiene una nueva
dimensión que va más allá de formas más tradicionales de crimen
organizado. Ha emergido como uno de los retos más alarmantes…
para la seguridad de la humanidad… El crimen organizado trans-
nacional, dada su capacidad de ampliar sus actividades y de atentar
contra la seguridad y la economía de los países, en particular de
aquellos en vías de desarrollo y en transición, supone una de las
mayores amenazas a las que hoy se enfrentan los gobiernos que
intentan garantizar la estabilidad, la seguridad de su población,
preservar el tejido social y la viabilidad y el desarrollo de sus eco-
nomías (UNESC, 1994a: 3).

Sin embargo, este aumento del interés por el fenómeno del crimen
organizado no se ha traducido en ninguna aportación a la clarificación
de un debate que viene produciéndose ya desde los años cincuenta
en  el seno de las fuerzas de seguridad, entre los responsables políticos
y los sociólogos norteamericanos y en menor medida de otros países.

1 
Traducido del inglés: Armando Fernández Steinko (AFS).

135
Letizia Paoli

Tanto las recientes oleadas de interés internacional como los debates


anteriores están inspirados —y también contaminados— por un pánico
moral que alimenta una creciente curiosidad de los estadounidenses y del
resto del mundo por la Mafia y el crimen organizado. Pero las conclusio-
nes que puedan nacer de una situación de pánico moral no tienen muchas
posibilidades de ser tratadas de manera racional y práctica, y el crimen
organizado no es ninguna excepción. El resultado es la conformación
de un concepto ambiguo y confuso, que resulta de la estratificación de
varios de los significados que se le han venido atribuyendo a lo largo de
los años. Este trabajo intenta demostrar que dicho concepto incorpora
argumentos inconsistentes referidos a dos aspectos centrales del proble-
ma que nos ocupa. Presupone que:
1) El crimen organizado está vinculado a la provisión de bienes y ser-
vicios ilegales.
2) Y que las organizaciones criminales son grandes colectividades do-
tadas de una identidad común bien definida y una división del tra-
bajo entre sus miembros.

Frente a estas aseveraciones nosotros argumentamos lo siguiente:


1) La provisión de productos ilegales tiene lugar de forma mayormen-
te «desorganizada». Además, debido a las limitaciones que impone
el hecho de la ilegalidad, no existe ninguna tendencia inmanente al
desarrollo de empresas criminales a gran escala activas en los mer-
cados ilegales.
2) Existen algunas organizaciones criminales de dimensiones impor-
tantes como la Cosa Nostra y la ‘Ndrangheta italianas, la Cosa Nos-
tra americana, las tríadas chinas y la Yakuza japonesa. Aun cuando
estos grupos se suelen presentar como arquetipos del crimen or-
ganizado, no están ni exclusivamente implicados en actividades del
mercado ilegal, ni su desarrollo y su configuración interna son el
resultado de las dinámicas impuestas por los mercados ilegales.

Este trabajo examina estas dos «paradojas del crimen organizado». Las
afirmaciones que acabamos de hacer contradicen muchas de las creencias
generalizadas: son, literalmente para doxa y por ello suenan no creíbles o, al
menos, desconcertantes. La cuarta y quinta sección de este artículo aporta
varios argumentos teóricos y empíricos que explican estas paradojas. Antes
de entrar en el análisis de las mismas, la primera parte del artículo explica
el proceso por medio del cual las dos nociones de crimen organizado antes
mencionadas llegaron a superponerse. La primera sección resume brevemen-
te el debate estadounidense sobre el crimen organizado pues fue en aquel
país donde se produjo la confusión por primera vez. La segunda sección
muestra cómo se ha importado esta enredada superposición de significados
a Europa. A continuación, en la tercera sección, se muestran los modos por
los cuales dicha concepción confusa e inconsistente está determinando en

136
Las paradojas del crimen organizado

buena medida las políticas de lucha contra el crimen organizado a través de


importantes instituciones internacionales (en particular, la Unión Europea
y Naciones Unidas), perpetuándose así las ambigüedades en sus correspon-
dientes programas de lucha contra el crimen. Tras la cuarta y quinta sección,
que forman el grueso del trabajo, la sexta analiza las similitudes que guar-
dan todas las organizaciones que operan «al otro lado de la ley» y que son
olvidadas con mucha frecuencia. En esta sexta y última sección también se
analizarán los recursos de los que disponen los delincuentes para superar las
limitaciones impuestas por la naturaleza ilegal de los mercados en los que
operan.

Primera parte: Enredo y confusión


En el debate estadounidense sobre el crimen organizado, las dos ideas
antes mencionadas (determinadas características de la organización criminal
y orientación exclusiva hacia la provisión de bienes y servicios ilegales) se
han venido superponiendo al menos desde el final de la segunda Guerra
Mundial. Esta superposición fue expresamente alimentada por el denomi-
nado paradigma de la «conspiración extranjera» que perduró en los Estados
Unidos como visión oficial del crimen organizado hasta principios de los
1980. Hay algunas excepciones, pero ni tan siquiera los partidarios de usar
el concepto alternativo de «empresa ilegal» en vez del de «crimen organiza-
do» han conseguido deslindar estas dos ideas y clarificar un debate entur-
biado por una importante carga emocional. Algunos expertos más recientes
dan, incluso, un paso más cuando sostienen que los productos ilegales son
proporcionados por organizaciones a gran escala similares a las empresas
legales.

El debate estadounidense:
del paradigma de la «conspiración extranjera» al de la «empresa ilegal»

Desde la década de los cincuenta, la posición oficial mantenida por los


principales organismos de investigación y varios comités parlamentarios y
recalcada después por los medios de comunicación, se ha venido definien-
do al crimen organizado como una organización centralizada extendida por
todo el país. Esta forma de entenderlo se apoya en la existencia de una or-
ganización siciliana a la que se le adjudican estas características, organiza-
ción que está dirigida y en gran medida compuesta por miembros de ori-
gen italiano y siciliano en particular. Aunque esta forma de entender una
organización criminal se planteó por primera vez en 1890 tras el asesinato
de David Hennessey, el superintendente de Policía de Nueva Orleans de
aquella época, no fue hasta después de la Segunda Guerra Mundial cuando
adquirió la denominación de «conspiración extranjera», denominación que
fue adoptada por la mayoría de las fuerzas de seguridad e instituciones po-
líticas (W. Moore, 1974).

137
Letizia Paoli

A principios de los cincuenta, la Oficina Federal de Narcóticos era el


principal «instigador moral» de esta campaña (Smith, 1976). Gracias a su
activo apoyo, el Comité especial para investigar el crimen organizado de la
Comisión Interestatal de Comercio, presidida por el senador Estes Kefau-
ver, fue el primer organismo parlamentario que respaldó esta postura. En
su último informe el Comité concluyó que «existe un sindicato del crimen
en todo el país conocido como la Mafia, cuyos tentáculos llegan a muchas
grandes ciudades… Sus líderes suelen controlar los negocios más lucrativos»
(1951: 131). En 1963, el testimonio del exmafioso Joe Valachi ante el Sub-
comité permanente de investigaciones del Senado, asentó los términos de
este paradigma dándole un nuevo nombre a esta amenazadora, abarcadora
y tentacular asociación criminal: La Cosa Nostra. Gracias a una extensa co-
bertura televisiva, la opinión de Valachi se popularizó rápidamente entre la
población estadounidense (Smith, 1976; [1975] 1990).
Esta interpretación recibió una legitimación científica por parte de Do-
nald Cressey, al que se le pidió que trabajara como consultor en el Grupo
de Trabajo del Presidente para el Crimen Organizado en 1967 (Task Force,
1967). En su libro posterior, The Theft of the Nation [El robo de la nación]
Cressey adoptó el argumento étnico de las fuerzas de seguridad de forma
aún más decidida que en el informe que redactó para el Grupo de Trabajo
del Presidente para el Crimen Organizado sosteniendo que la confederación
criminal italoamericana, La Cosa Nostra, representaba «solo una pequeña
parte del crimen organizado» activo en los Estados Unidos. Según Cressey,
La Cosa Nostra se basaba en códigos culturales sicilianos tradicionales pero
era además una organización jerárquica y «racionalmente diseñada» siguien-
do el tipo ideal de Max Weber de burocracia racional-legal, y perfectamente
capaz de operar en la América contemporánea (Cressey, 1969).
Tal y como se puede desprender de la cita literal del informe del Comité
Kefavuer, a partir de la década de 1950 muchos observadores y sociólogos
dieron por hecho que el tipo de organización criminal denominada «crimen
organizado» estaba vinculada a los mercados ilegales más rentables. Este
punto también fue confirmado por el Grupo de trabajo del Presidente para
el Crimen Organizado de 1967, como ilustra la primera frase de su informe
final: «El núcleo de las actividades del crimen organizado es la provisión
de bienes y servicios ilegales —apuestas, usura, drogas, y demás formas de
vicios— a innumerables ciudadanos-clientes» (1967: 1). El concepto «mo-
dernista», es decir, weberiano, que Cressey defendió para describir La Cosa
Nostra, también reforzó la visión de que el crimen organizado estaba ra-
cionalmente orientado hacia la maximización de los beneficios a través de
actividades económicas ilegales.
La idea de una conspiración extranjera contaminando la vida económica
y social del país ha sido rechazada por la mayoría de los sociólogos esta-
dounidenses desde los 1960. Han acusado a esta teoría de ser ideológica, de
servir intereses políticos personales y de carecer de precisión y evidencia
empírica (Smith, 1976; W. Moore, 1974; Hawkins, 1969). Al mismo tiempo,

138
Las paradojas del crimen organizado

se propuso una conceptualización diferente que se centra en el aspecto más


visible y no controvertido del crimen organizado: la provisión de produc-
tos y servicios ilegales. Para erradicar los estereotipos étnicos del crimen y
dirigir la atención al mercado, varios autores han propuesto la expresión
«ilícita» o «empresa ilegal» para sustituir un término con tanta carga étnica
como el de «crimen organizado» (Smith, 1976; 1990; Haller, 1970; 1990).
Como lo expresó Dwight Smith, uno de los primeros defensores de este
nuevo enfoque, la «empresa ilícita es la extensión de actividades de mercado
legítimas hacia espacios ilegales —es decir, más allá de los actuales límites de
la ley— con ánimo de lucro y en respuesta a una demanda latente de pro-
ductos y servicios ilícitos» (1990: 335).
El crimen organizado ha sido asociado efectivamente a la provisión de
bienes y servicios ilegales. Así, según Block y Chambliss, «el crimen orga-
nizado (debería) definirse como (o mejor limitarse a) aquellas actividades
ilegales que impliquen la gestión y coordinación de la extorsión y el vicio»
(1981: 13). De esta forma el crimen organizado se ha acabado convirtiendo
en sinónimo de empresa ilegal. De hecho, según una revisión conceptual
realizadas por Frank Hagan a principios de los ochenta, existe un consenso
entre los criminólogos estadounidenses en el sentido de que el crimen or-
ganizado implica una empresa continuada que opera de manera racional y
que está centrada en la obtención de beneficios mediante actividades ilegales
(1983). La participación en actividades vinculadas a los mercado ilícitos se ha
convertido así en el requisito básico de prácticamente todas las definiciones
del crimen organizado tanto dentro del discurso científico como dentro del
discurso oficial de los EE.UU., una teoría compartida tanto por los defen-
sores de la teoría de la «conspiración extranjera» como por sus críticos.
Como señaló Ivan Light, incluso Cressey «no tuvo ningún problema en
reconocer que la confederación del crimen italiana “prospera porque una
gran minoría de ciudadanos demandan los bienes y servicios  que  vende”»
(1977: 466).
El término «crimen organizado», sin embargo, no se ha utilizado siem-
pre para referirse al conjunto de actores y al conjunto de actividades, sino
solo de forma intermitente. En la definición antes citada, Block y Chambliss
presentan al crimen organizado como un conjunto de actividades pero el
término también es utilizado por los defensores del paradigma de la «cons-
piración extranjera» para identificar a un conjunto de actores, una idea, la de
la conspiración, que también comparten algunos de los detractores de este
paradigma. Según Peter Reuter, «el crimen organizado consiste en organi-
zaciones con durabilidad, jerarquía y participación en múltiples actividades
criminales. (…) La Mafia proporciona la forma más duradera y significa-
tiva de crimen organizado» (1983: 175). No resulta sorprendente que esta
confusión entre delincuente y delito acabe conduciendo a un razonamiento
circular (Maltz, 1976). En 1986 la Comisión del Presidente sobre el Crimen
Organizado concluyó que el tráfico de drogas era efectivamente «el aspecto
más grave asociado al crimen organizado en los Estados Unidos y su mayor
fuente de ingresos» (1986: 11).

139
Letizia Paoli

Expertos, políticos y periodistas siguen sin ponerse de acuerdo sobre la


forma por la cual se proveen los bienes y servicios ilegales. Según el discurso
oficial norteamericano la combinación de los conceptos de «organización
criminal» y de «provisión de bienes y servicios ilegales» sigue estando en
gran medida indiscutida, aunque ya no se haga referencia exclusivamente a
La Cosa Nostra. Cuando se hizo evidente a principios de los 1980 que «las
historias del crimen organizado estadounidense se han narrado de forma
parcial al centrarse casi exclusivamente en la Mafia o La Cosa Nostra» (Co-
misión del Presidente, 1986: 176), la estrategia seguida por las instituciones
americanas fue la de ampliar la definición del crimen organizado para poder
incluir a otros actores en una posible actividad de provisión a tiempo com-
pleto de productos ilegales demandados por la población. La citada Co-
misión del Presidente para el Crimen Organizado creada por el presidente
Reagan en 1983, por ejemplo, incluía además a La Cosa Nostra a otras en-
tidades de crimen organizado como las bandas delictivas de moteros, los
cárteles colombianos, la Yakuza japonesa y los grupos rusos.
Teniendo en cuenta las limitaciones derivadas del hecho de la ilega-
lidad de ciertos productos y servicios, algunos expertos estadouniden-
ses han argumentado que las actividades dentro de dichos mercados se
produce en gran parte de una forma desorganizada (Reuter, 1983, 1985;
Naylor, 1998). Como se verá en las páginas siguientes, estos autores re-
chazan la superposición entre la noción de «organización criminal» y la
«provisión de productos ilegales» (véase infra, s. 4). Otros investigadores,
que también han aplicado conceptos y herramientas económicas al estu-
dio del crimen organizado, han llegado a conclusiones casi opuestas y
subrayan las analogías entre empresas legales e ilegales. Esta construcción
de analogías ha llevado a menudo a conclusiones no muy alejadas de la
interpretación de Cressey sobre La Cosa Nostra aunque, a diferencia de
las opiniones de este último, los estudios más recientes ya no se centran
en un único grupo étnico. Sin embargo, de forma idéntica al trabajo de
Cressey, dichos estudios siguen enfatizando el modo de funcionamiento
racional de las empresas que operan en los mercados ilegales y postulan
que las organizaciones criminales encargadas de proporcionar productos
ilegales reaccionan a estos incentivos y restricciones de forma idéntica
a las sociedades legales abrazando sus mismos modelos organizativos.
Como escribe, por ejemplo, Nikos Passas:
Si resulta que los bienes o servicios son ilícitos, entonces emer-
gerán empresas ilegales para cubrir la demanda. A este respecto,
no hay ninguna diferencia entre las empresas convencionales y las
criminales. Muy a menudo, lo único que cambia cuando el negocio
es ilegal son algunos ajustes en el modus operandi, la tecnología y
la red social implicada. En algunos casos, contamos con una mera
redefinición de prácticas para que parezcan fuera de las prohibiti-
vas disposiciones legales (1998: 3).

Con lo cual volvemos al punto de partida.

140
Las paradojas del crimen organizado

El enfoque de la «empresa ilegal» maduró en los setenta para posicionar-


se frente el concepto de «conspiración extranjera». Sin embargo, veinticinco
años después, algunos de sus seguidores más tardíos han acabando suscri-
biendo uno de los principios básicos de esta última basándose principalmen-
te en los argumentos económico-empresariales que le son propios: las «em-
presas ilegales» están organizadas siguiendo el principio de las organizacio-
nes burocráticas y están destinadas a proveer una serie de productos ilegales
demandados por los consumidores. A principios de los noventa, fecha en la
que los organismos oficiales y la población en general empezaron a mostrar
síntomas de preocupación por el aumento de las actividades criminales in-
ternacionales, se pone de moda establecer una analogía entre organizaciones
criminales y empresas multinacionales, analogía alimentada de forma sim-
plista por diversos expertos. Williams y Florez escribieron sobre esto:
Las organizaciones criminales transnacionales, en particular las
organizaciones que trafican con drogas, operan sin restricciones
a través de las fronteras internacionales. Son muy similares a em-
presas transnacionales legales en lo que atañe a su estructura, su
poder, su tamaño y su alcance geográfico y operativo (1994: 9).

Presentado así, el crimen organizado transnacional fue percibido como


una gran amenaza, amenaza que las instituciones federales estadounidenses,
la opinión pública y algunos expertos parecían necesitar desesperadamente
tras la repentina desintegración de la URSS.

La importación del paradigma de la «empresa ilegal» en Europa

Desde mediados de los setenta el paradigma de la «empresa ilegal» tam-


bién ha ido conquistando poco a poco el debate científico europeo, influ-
yendo de forma significativa los trabajos sobre la Mafia italiana realizados
en la últimas dos décadas. Dichos estudios han venido enfatizado de forma
creciente la dimensión económica de la Mafia y el papel desempeñado por
los mafiosí en la provisión de los mercados ilegales italianos e internaciona-
les. En palabras de Umberto Santino, un importante defensor de este nuevo
enfoque a principios de los 1990:
En los últimos años la hipótesis de análisis del fenómeno de la
Mafia como empresa se ha ido afirmando cada vez más, un enfo-
que que no es completamente original puesto que incluso Fran-
chetti y Sonnino [dos observadores de finales del siglo diecinueve]
hablaban de la «industria del crimen», pero que, sin embargo, ha
supuesto un paso hacia delante para superar los estereotipos de la
«mafiología» tradicional modernizada y para establecer el marco
para el análisis científico (1990: 17-18)

Pero el autor que más contribuyó a este cambio en la forma de entender


el fenómeno mafioso estableciendo un nexo entre las formas tradicionales y

141
Letizia Paoli

nuevas de interpretar dicho fenómeno es Pino Arlacchi. Por un lado, el so-


ciólogo calabrés reelaboró el análisis realizado por Hess ([1970] 1973), Blok
(1974), y los Schneiders (1976) adoptando su definición de la Mafia y presen-
tándola como «una forma de conducta y un tipo de poder, no una organiza-
ción formal» ([1983] 1988: 3). Por otro lado, Arlacchi argumenta que tras la
crisis que sufre la mafia provocada por el proceso de modernización econó-
mica y cultural de Italia en los años 1950 y 1960, los mafiosi experimentaron
una transformación empresarial, abandonando el papel tradicional de media-
dores y focalizando su actividad en la acumulación de capital. Arlacchi sostie-
ne, en definitiva, que «solo volviendo a los conceptos de empresa y actividad
empresarial (o «actividad emprendedora»), tal y como lo utiliza Schumpeter
y abandonando al mismo tiempo las categorías más estrictamente sociológicas
o criminológicas» (1988: xv) es posible comprender el fenómeno de la Mafia
moderna. Esta perspectiva tiene efectivamente una ventaja pues tiene muy
en cuenta los elementos novedosos relacionados con la incorporación de los
mafiosi a la dinámica de la competencia económica moderna, incorporación
que les llevó a «la adopción de métodos mafiosos para organizar el trabajo
dentro de la empresa y realizar sus actividades externas» (1988: 89).

La línea de trabajo abierta por Arlacchi ha tenido continuación en la


actividad de otros investigadores pues se adapta a la evidencia, de que las
actividades económicas de los mafiosi han ido efectivamente en aumento
tanto en el campo de las actividadades legales como ilegales. No obstante,
algunas excepciones aparte (Centorrino, 1986; 1989), la mayoría de los aná-
lisis posteriores sobre la Mafia se han distanciado del enfoque de Arlacchi
en un punto importante: dichos enfoques rechazan que se haya producido
una «transformación empresarial» de las cosche o de los clanes de la Mafia,
como argumenta Arlacchi. Por el contrario, los investigadores más recientes
consideran que dicha conducta principalmente orientada a lo económico ha
existido siempre, es decir, ya se daba entre los mafiosi tradicionales. Según
Raimondo Catanzaro, por ejemplo, «la única característica comúnmente
aceptada es que la Mafia existe para obtener beneficios ilegalmente» ([1988]
1992: 3 e 1991:3) y el elemento que comparten la Mafia y el crimen orga-
nizado, y que los distingue de los delincuentes sociales, es su «estabilidad
organizativa, pues realmente están organizados como una “empresa” dentro
del campo de actividades económicas normales» ([1988] 1991: 4). Para ilus-
trar esta teoría, Catanzaro identifica a los mafiosi con los gabellotti (arren-
dadores) y los campieri (guardas) que trabajaban en las grandes fincas del
interior de Sicilia, y concluye que las formas tradicionales de explotar a los
agricultores en el sistema de latifundium (latifundios) eran ya en su día for-
mas de acumulación económica de tipo mafioso (1991: 46-49; 1992: 31-34).
En su opinión, con más razón las empresas mafiosas contemporáneas son
todas empresas que «desempeñan actividades productivas legales… e ilegales
empleando métodos violentos para disuadir a la competencia» (1992: 203;
véase también 1986). Dentro de esta línea de análisis del fenómeno mafioso,
la interpretación de diferentes formas de empresa mafiosa —antiguas y mo-
dernas AFS— sigue siendo poco precisa.

142
Las paradojas del crimen organizado

Esta comprensión en dos niveles del fenómeno de los mafiosi se ha con-


vertido en habitual en la literatura posterior. Cuando se habla de las ma-
fias en el pasado, sus protagonistas son definidos como una clase social de
homines novi, como la única forma verdadera de burguesía siciliana. Con
frecuencia son equiparados a los gabellotti y campieri, es decir, a las dos
figuras que más claramente desarrollaron una «actitud adquisitiva» de tipo
«moderno», según expresión de Max Weber dentro del sistema económico
y social tradicional del latifundium, grupo al que se suman los intermedia-
rios y pequeños terratenientes de las zonas costeras en las que se practicaba
una agricultura intensiva. Los investigadores que han estudiado el fenómeno
mafioso en los últimos cuarenta años se basan así con más razón en el mode-
lo de empresa mafiosa (impresa mafiosa) (Santino y La Fiura 1990; Pezzino,
1993a: 68; véase también 1988; Recupero, 1987b; Lupo, 1988; 1993a; Pizzor-
no, 1987). Pero esta forma de abordar el fenómeno, que reduce los grupos
mafiosos contemporáneos a empresas de negocios negándoles cualquier otro
objetivo salvo el lucro, no es el más acertado para describir el fenómeno
mafioso. Dentro de este paradigma los mafiosi acaban siendo indistinguibles
de algunos de grandes grupos sociales de la burguesía siciliana y pierden su
peculiaridad frente a otras formas de crimen organizado con otros orígenes
culturales e históricos. El énfasis puesto en la provisión de bienes y servicios
ilegales ha estado particularmente presente en el debate científico del Norte
de Europa, donde había poca o ninguna experiencia con el fenómeno ma-
fioso hasta hace muy poco tiempo. Kerner y Mack hablaban de la «industria
del crimen» ya a mediados de los 1970 (1975), y, en un informe anterior
escrito en alemán, Kerner mantenía aún más explícitamente la visión del cri-
men organizado concebido como empresa (1973, passim). El énfasis puesto
en los mercados ilegales ha permanecido incontestado desde entonces. Así,
según Dick Hobbs «el crimen organizado… se define en términos de su
relación con el mercado» (1988) y el experto holandés Petrus van Duyne
señala que el crimen organizado resulta de la dinámica de los mercados ile-
gales: «¿Qué es el crimen organizado sin la organización de algún tipo de
comercio delictivo; sin la compraventa de bienes y servicios prohibidos en
un contexto organizativo? La respuesta es sencillamente: nada» (1997: 203).

Al igual que en Estados Unidos, la adopción de un enfoque economi-


cista no ha evitado la superposición entre la noción de la «provisión de bie-
nes y servicios ilegales» y la de «organización criminal». El paralelismo que
existe entre los mercados legales y los mercados ilegales ha llevado a con-
cluir en muchas ocasiones que la provisión de bienes y de productos ilegales
es llevada a cabo por actores similares a los que proveen los mercados de
productos y servicios legales. Esta es, por ejemplo, la postura del investi-
gador alemán Ulrich Sieber. Aunque este autor no ignora completamente
las peculiaridades de los mercados ilegales, sus análisis sobre la llamada «lo-
gística de la criminalidad organizada» «se basan en la hipótesis de que las
actividades comerciales normales y delictivas presentan analogías y puntos
en común» (Sieber, 1997: 49; véase también 1993). Tras entrevistar a varios
expertos, en su mayoría procedentes de las fuerzas de seguridad, Sieber y

143
Letizia Paoli

sus colaboradores consiguen probar su hipótesis inicial y llegan a la conclu-


sión de que, además de una red imprecisa de delincuentes, existen grandes
organizaciones jerárquicas «caracterizadas por su fuerte centralización y una
clara organización interna» (1997: 70).

El crimen organizado como consigna ambigua

A pesar de la falta de consenso en su definición, el crimen organizado se


ha convertido en un asunto importante dentro del discurso y de las activi-
dades de los organismos públicos nacionales e internacionales. En la segun-
da mitad de los ochenta varios países que antes no se habían considerado
afectados por el fenómeno de pronto descubrieron que realmente tenían un
problema de crimen organizado del que no eran conscientes. Al final de esa
década en Alemania, por ejemplo, el temor a la expansión de la Mafia pren-
dió en un debate sobre la noción de organisierte Kriminalität, que fue per-
cibida repentinamente como una nueva amenaza (Paoli, 1999b; Raith, 1989).
Pero sigue sin estar claro lo que es organisierte Kriminalität. En el discur-
so público alemán, al igual que en gran parte del resto de los países europeos,
el crimen organizado se identifica con las organizaciones mafiosas italianas y
una sucesión de mafias extranjeras: la mafia rusa, la turca, la albanesa, etcétera.
Las fuerzas de seguridad y los expertos alemanes se refieren alternativamente
a las dos concepciones del crimen organizado que han marcado el debate es-
tadounidense. Por un lado, la expresión «crimen organizado» se emplea para
señalar a organizaciones jerarquizadas y duraderas. Por otro, se refiere a la
transferencia de métodos y de objetivos empresariales del mundo de la lega-
lidad al comercio de bienes y servicios ilegales. A veces estas dos nociones se
sobreponen, como en la definición desarrollada por la Conferencia de Minis-
terios del Interior en 1983. Según esta definición, «la expresión organisierte
Kriminalität se refiere no solo a una sociedad paralela de tipo mafioso tal
como sucede con el concepto de “crimen organizado” [en inglés la cita ori-
ginal]. También se refiere a la cooperación consciente, deseada y duradera de
varias personas para llevar a cabo acciones criminales —a menudo mediante
la explotación de infraestructuras modernas— con el fin de acumular elevados
beneficios económicos en un espacio reducido de tiempo» (Sielaff, 1983).
La actual definición semioficial de organisierte Kriminalität fijada en 1990
suscribe claramente aquella concepción del crimen organizado a la que se tuvo
que enfrentar Cressey en su día. Así, las «Guías comunes de los Ministerios
de Justicia e Interior para fomentar la cooperación entre fiscales y fuerzas de
seguridad en la lucha contra el crimen organizado» (1990) sostienen que:
El crimen organizado es la violación planificada de la ley con fi-
nalidad de lucro o para obtener poder. Los delitos cometidos son
cada uno o en su conjunto de gran relevancia y son llevados a cabo
por más de dos participantes que cooperan siguiendo el principio
de la división de trabajo durante un período de tiempo prolongado
o indefinido, y utilizando al menos uno de los siguientes recursos:

144
Las paradojas del crimen organizado

•  Estructuras comerciales o de tipo comercial


•  Violencia u otro tipo de intimidación
•  Intento de influir sobre la política, los medios de comunicación,
la administración pública, la justicia y la economía legítima
(BKA, 1998)

La influencia del ya mencionado paradigma de la empresa ilegal en la


concepción alemana del crimen organizado ha sido confirmada también por
no pocos profesionales del derecho con responsabilidades ejecutivas. Asi,
Peter Korneck, un fiscal de Francfort con muchos años de experiencia en
este campo, ha escrito sobre el tema:
Los expertos que trabajan no solo en la teoría, sino también en la
práctica, sostienen que el [crimen organizado] describe las activi-
dades de personas que cometen graves delitos dentro de una coo-
peración duradera basada en el principio de división del trabajo
con el objetivo de maximizar beneficios. Si se omite la referencia
a «graves delitos», queda la descripción de una actividad que en
Alemania y en todo el mundo occidental se suele describir como
una actividad de contenido empresarial (Raith, 1988: 268).

Esta definición de crimen organizado lo hace aplicable no solo a los


miembros de una organización criminal en el sentido estricto del término,
sino también a asociaciones y equipos más bien pequeños y de contornos
imprecisos que pretenden cometer delitos con ánimo de lucro. Aun cuando
el crimen organizado suele equipararse con mafias altamente estructuradas
en el discurso mediático, los datos recopilados por la Oficina Federal Ale-
mana contra el Crimen sobre las actuaciones del crimen organizado demues-
tran que las empresas criminales detectadas anualmente por la policía tienen
un tamaño reducido. Menos de 10 personas estaban de hecho involucradas
en el 54 por ciento de todas las investigaciones realizadas entre 1991 y 1999
y en el 39 por ciento de los casos, el número de sospechosos osciló entre 11
y 49. Solo el siete por ciento de las actuaciones del crimen organizado impli-
caban a más de cincuenta sospechosos a la vez (Paoli, 1999b).
En el campo de los debates jurídicos el crimen organizado se asocia al
delito de pertenencia a una organización criminal, lo cual apunta hacia una
concepción del crimen organizado entendido como un conjunto de colecti-
vos ilegales. Este delito, que a menudo se utilizó en los setenta y principios
de los ochenta para imputar a miembros de organizaciones terroristas, ahora
raramente se aplica en los juicios con encausados por crimen organizado
pues conlleva sentencias reducidas y tiene unos requisitos muy exigentes de
presentación de pruebas que son difíciles de aportar en los casos de grupos
no terroristas. Algunos críticos sostienen por ello que el tan debatido con-
cepto de crimen organizado no tiene reflejo claro en el código penal, con lo
cual es fácil abusar de las medidas excepcionales contempladas para luchar
contra él (Pütter, 1999).

145
Letizia Paoli

La misma incertidumbre y confusión pueden hallarse también en el dis-


curso y las acciones contra el crimen organizado adoptadas en los últimos
diez años por las organizaciones internacionales. Las nociones de «organiza-
ción» y de «provisión de productos ilegales» se solapan en el discurso oficial
que sigue aferrándose a la idea de que estos productos son efectivamente su-
ministrados por delincuentes pertenecientes a grandes organizaciones. Los
informes de antecedentes para la Conferencia ministerial mundial sobre el
crimen organizado transnacional de Naciones Unidas en 1994, por ejemplo,
confirman este solapamiento haciendo visible, al mismo tiempo, la tensión
que existe entre las dos nociones. Por un lado, el crimen organizado se equi-
para a empresas de tamaño importante que funcionan de manera análoga a
las grandes empresas legales:

Los miembros de las organizaciones criminales son considerados


personas asociadas con el fin de desarrollar actividades delictivas
de una manera más o menos continua. Suelen participar en delitos
de empresa, concretamente proporcionando bienes y servicios ilí-
citos, o bienes lícitos que han sido obtenidos por medios ilícitos,
como el robo o el fraude. (…) Las actividades de los grupos del
crimen organizado exigen un considerable grado de cooperación y
organización para ofrecer bienes y servicios ilícitos. Al igual que
cualquier otro negocio, el del crimen requiere habilidad empresa-
rial, una considerable especialización y capacidad de coordinación,
además del uso de la violencia y la corrupción para facilitar la rea-
lización de las actividades (UNESC, 1994a: 4).

Por otro lado, para reflejar la evidencia empírica, los autores consideran
que es necesario explotar la extensión semántica de la expresión «organiza-
ción» argumentando —de forma bastante inconsistente— que «las organiza-
ciones criminales transnacionales abarcan desde las organizaciones altamen-
te estructuradas hasta las redes más fluidas y dinámicas» (ibíd.: 11). Con el
fin de poder presentar el crimen organizado como un verdadero problema
global, los requisitos organizativos exigidos para poder hablar del fenómeno
se reducen drásticamente hasta el punto de que, incluso las «redes fluidas y
dinámicas» son tenidas por «organizaciones».
En la Unión Europea se ha utilizado un procedimiento análogo. Para
justificar su intervención, el Consejo de la UE presenta el crimen organi-
zado como una nueva amenaza, cuya novedad radica en la creciente impli-
cación de los delincuentes pertenecientes a organizaciones para la provisión
de bienes y servicios ilegales. Esta visión se refleja claramente en el principal
documento programático de la UE, el «Plan de acción para combatir el cri-
men organizado», adoptado por el Consejo de la Unión Europea el 28 de
abril de 1997. De hecho, su frase inicial sostiene que:
El crimen organizado se está convirtiendo en una amenaza cada
vez mayor para la sociedad tal y como la conocemos y queremos
preservar. La conducta criminal ya no es dominio exclusivo de los

146
Las paradojas del crimen organizado

individuos, sino también de las organizaciones que invaden las di-


versas estructuras de la sociedad civil, e incluso de la sociedad en
su conjunto (Consejo de la UE, 1997).

Cuando se trata de definir lo que es una organización criminal, sin em-


bargo, la UE propone una interpretación muy amplia y laxa basada en re-
quisitos cuantitativos muy bajos. En la Acción Conjunta adoptada por el
Consejo Europeo en mayo de 1998, por ejemplo, una organización criminal
se define como una:
Asociación duradera y estructurada de más de dos personas, ac-
tuando conjuntamente con el fin de cometer un crimen u otro
delito sancionable con la privación de libertad o una orden de de-
tención de un máximo de al menos cuatro años o un castigo más
grave… (Consejo de la UE, 1998).

Si esto quiere decir que tan solo tres personas son suficientes para for-
mar una organización criminal, es razonable preguntarse si la (supuesta)
presencia creciente de estas entidades en el mundo de la ilegalidad es real-
mente una amenaza tan nueva como reza el texto del Plan. La falta de cla-
ridad que rodea a este problema también ha dificultado las negociaciones
para la elaboración de una Convención de Naciones Unidas contra el cri-
men organizado transnacional. Durante más de dos años ha sido imposible
encontrar una descripción que fuese del agrado de todas las partes y dada la
ambigüedad del término, se adoptó finalmente una definición amplia que se
refiere a los delitos castigados con una privación de libertad máxima de al
menos cuatro años (AGNU, 2000).

Segunda Parte. «Para doxa»: desentrañando la  confusión

A pesar de la frecuente superposición de las nociones de «organi-


zación criminal» y de «provisión de bienes y servicios ilegales,» existen
buenos motivos para mantenerlas separadas. Por un lado, la provisión de
bienes y servicios ilegales se lleva a cabo en gran medida de una forma
desorganizada: se trata, como señala Peter Reuter, de un «crimen des-
organizado» (1983; 1985). La condición ilegal de los productos afecta
dramáticamente a la forma de la que se lleva a cabo su producción y su
distribución y tiende a frenar la consolidación de empresas criminales
duraderas y a gran escala. Por otro lado, las mismas organizaciones cri-
minales, que se supone son el prototipo del crimen organizado, como las
confederaciones de familias mafiosas sicilianas y calabresas conocidas con
las etiquetas de La Cosa Nostra y ’Ndrangheta, las denominadas Tríadas
y Tongs chinas, los 3.000 grupos pertenecientes a la Yakuza japonesa, y
La Cosa Nostra estadounidense, no pueden reducirse a su implicación en
actividades empresariales ilegales. Aunque sus miembros son a menudo
actores exitosos en los mercados ilegales, estos colectivos no son solo ni

147
Letizia Paoli

principalmente empresas ilegales, empresas que puedan «considerarse el


resultado de organizar el comercio y la industria prohibidos» (van Duy-
ne, 1997: 203). Estos grupos existieron antes de la formación y expansión
de los mercados ilegales modernos, concretamente de los vinculados al
tráfico de drogas, a los seres humanos y a las armas. De hecho estos mer-
cados han crecido en paralelo al aumento de la regulación económica, de
la protección y del apoyo social proporcionados por el moderno Estado
del bienestar y en paralelo al desarrollo del derecho moderno en los ini-
cios del siglo xx (Cassese, 1984; Paoli, 2001). En cambio, con excepción
de La Cosa Nostra estadounidense, todas los grupos mencionados arriba
que pueden llamarse genéricamente asociaciones de tipo mafioso, llevan
activas al menos desde mediados del siglo xix. Más aún: lejos de definirse
por la dinámica del mercado ilegal, la cultura, la estructura y las acciones
de estas organizaciones siguen una lógica diferente y en todo caso poli-
facética. Aun cuando tienen que pagar un elevado coste en términos de
eficiencia económica debido a su particular modo de funcionamiento, la
lógica polifacética es clave para asegurar su longevidad y para desarrollar
esa extraordinaria capacidad de adaptación a las condiciones sociales y
económicas cambiantes que las caracteriza.

La primera paradoja

En contra de la doxa generalizada, al menos en los países en los que


rige el estado de derecho, los mercados ilegales no tienen ninguna tendencia
inmanente hacia el desarrollo de empresas criminales a gran escala, es decir,
a constituirse en organizaciones criminales tal y como sugiere la expresión
de «crimen organizado».
Los mercados ilegales tienen efectivamente mucho en común con sus
homólogos legales. Es verdad, como señala Arlacchi, «hay compradores y
vendedores, mayoristas y minoristas, intermediarios, importadores y distri-
buidores, estructuras de precios, balances, beneficios y, aunque con menor
frecuencia, pérdidas» (1988: 407). La analogía entre las empresas legales e
ilegales no puede, sin embargo, llevarse demasiado lejos como se suele hacer
de forma rutinaria dentro de gran parte del discurso contemporáneo sobre
el crimen organizado. Tampoco puede concluirse que las empresas crimina-
les sigan las mismas tendencias evolutivas que las empresas legales o equi-
pararlas de manera simplista con las empresas multinacionales tal y como
han hecho por ejemplo Sterling, 1994 o Williams y Florez, 1994. Si bien los
empresarios ilegales encarnan de una forma extrema el «espíritu animal» del
capitalismo, las limitaciones generadas por la naturaleza ilegal de los pro-
ductos que proveen estos actores han sido tan poderosas hasta la fecha, que
han evitado el desarrollo de empresas capitalistas modernas similares a las
que pueblan la esfera de la legalidad. Estas limitaciones se deben al hecho de
que los actores del mercado ilegal están obligados a operar, por un lado, sin
el Estado, y por otro lado, con el Estado en contra.

148
Las paradojas del crimen organizado

Sin el Estado

Al tratarse de bienes y servicios prohibidos, los proveedores del mer-


cado ilegal no pueden recurrir a las instituciones estatales para hacer cum-
plir un contrato en caso de desacuerdos, para impugnar la violación de los
acuerdos. El terreno de la ilegalidad no proporciona una especie de soberano
alternativo al que pueda apelar una de las partes para resarcirse de un daño o
de un incumplimiento. El mercado ilegal se caracteriza por la ausencia de un
conjunto coherente de normas y sanciones legales, así como de un aparato
provisto de una autoridad super partes con capacidad de imponer los térmi-
nos de una transacción (Reuter, 1983; Arlacchi, 1988). Por consiguiente, los
derechos de propiedad están mal protegidos, los contratos de empleo apenas
pueden formalizarse y el desarrollo de grandes empresas, con una organiza-
ción formal y duradera, sufre un freno considerable.
Tampoco pueden garantizarse los acuerdos comerciales entre dos o más
partes recurriendo a las instituciones del Estado. El intercambio de bienes
y servicios ilegales entre los diferentes actores ilegales solo puede basarse
en una frágil base de confianza acumulada en el transcurso de intercambios
pasados. Aun así: el fraude y la violencia siempre son opciones que quedan
abiertas para una de las partes. Al igual que los piratas de la Antigüedad y
la Edad Media, los empresarios ilegales suelen contentarse con coger lo que
puedan conseguir mediante la fuerza y el fraude y recurren al regateo pacífi-
co únicamente cuando se enfrentan a una potencia igual a la suya o cuando
lo consideran una medida razonable destinada a asegurar futuras oportuni-
dades de intercambio (Weber, [1922] 1978: 640).
La ausencia de un aparato formal que garantice la seguridad de los con-
tratos también ha frenado el surgimiento de mercados (ilegales) de capital,
un hecho que contribuye a limitar aún más el crecimiento de las empresas
ilegales. Es improbable que estas cuenten con libros de contabilidad que
garanticen la seguridad de las transacciones económicas. Además, los poten-
ciales prestamistas se muestran reacios a adelantar créditos a empresarios ile-
gales pues, si así lo hicieran, se quedarían sin protección ante los tribunales
en caso de impago. A esto hay que añadirle que, puesto que la empresa no
existe como realidad independiente del empresario, el acreedor podría tener
problemas a la hora de cobrar su deuda en caso de fallecimiento o apresa-
miento del empresario ilegal (Reuter, 1985).

Contra el Estado

Pero además hay que recordar que los actores de los mercados ilegales
tienden a operar bajo la constante amenaza de una detención o de que sus
activos sean interceptados por las fuerzas de seguridad. Esta es otra de las
consecuencias de operar «al otro lado de la ley» pues los productos con
los que comercian están, por definición, o bien absolutamente prohibidos o
altamente restringidos. En realidad, el riesgo efectivo de detención e inter-

149
Letizia Paoli

ceptación de activos varía según la situación y la identidad de la otra parte.


Algunos empresarios ilegales logran sobornar a los representantes de las ins-
tituciones estatales y cuando estas últimas son débiles e ineficientes el riesgo
de interceptación se reduce mucho. En la mayoría de los países occidentales,
sin embargo, es difícil obviar el riesgo de detención e interceptación de acti-
vos por mucho tiempo. En estos países todos los actores del mercado ilegal
se arriesgan a distintos grados al encarcelamiento y a la incautación de sus
propiedades por parte de las fuerzas de seguridad, con lo cual se hace obli-
gatorio tomar precauciones con el fin de evitar estas eventualidades.
Por tanto, todos los participantes en el negocio ilegal intentarán organi-
zar sus actividades del tal forma que puedan minimizar el riesgo de detec-
ción por parte de las fuerzas de seguridad, especialmente en aquellos casos
en los que participan varios actores desconocidos entre sí. Por ejemplo: los
empresarios ilegales intentarán construir una determinada relación con sus
empleados y con sus clientes. Esta se basa en la reducción al mínimo de la
información que les proporcionan sobre su participación en la transacción
ilegal. Una estrategia viable para lograr este objetivo es la segmentación de
la empresa para reducir el número de personas en contacto con el empre-
sario. Cuando se da un número reducido de clientes y de empleados pocas
personas acaban teniendo conocimientos directos y de primera mano que
pueda involucrarles en el negocio ilegal. Esto reduce la probabilidad de que
se produzcan filtraciones de información y la vulnerabilidad del empresario
frente a los intentos de los cuerpos de seguridad de obtener información
(Reuter, 1983; M. Moore, 1974: 15-31).
Las posibilidades de integración vertical de las empresas probablemente
sean también muy limitadas por razones idénticas. Las empresas ilegales tie-
nen pocos incentivos para integrarse aguas arriba —es decir, para producir
ellos mismos las materias primas y los productos semielaborados que pueden
adquirir en el mercado— o aguas abajo —es decir, elevar el valor añadido
de los productos semielaborados o desarrollar operaciones mayoristas y mi-
noristas que permitan colocar sus productos directamente en manos de los
consumidores— (Scherer y Ross, 1990: 94). No importa en qué sentido, si
aguas arriba o aguas abajo: la internalización de una determinada función
empresarial conlleva un mayor riesgo de detención y de incautación de ac-
tivos, un coste superior en la gestión de las plantillas así como la necesidad
de ampliadas y de diversificarlas con el consiguiente aumento del riesgo de
interceptación del conjunto de la estructura criminal. Es probable, además,
que los costes aumenten rápidamente. De hecho, es muy difícil controlar el
rendimiento de los empleados en un contexto de este tipo, pues dada la natu-
raleza ilegal del negocio los empleados deben trabajar en ámbitos encubiertos
y minimizar la generación de documentos escritos que puedan convertirse en
pruebas de su actividad ilegal. También esto constituye un incentivo para la
adquisición de bienes y servicios intermedios en el mercado, para no produ-
cirlos «en casa», para externalizarlos. Las limitaciones impuestas por la ile-
galidad de los productos también reduce drásticamente el alcance geográfico
de las empresas ilegales. Dada la dificultad de controlar a agentes distantes y

150
Las paradojas del crimen organizado

el mayor riesgo asociado al transporte y las comunicaciones con localidades


alejadas, las empresas ilegales tienden a tener un alcance local y no suelen
incluir delegaciones en más de un área metropolitana. Asimismo, fuera de
su región de origen, es posible que los empresarios ilegales tengan proble-
mas para garantizar la pasividad de las fuerzas de seguridad. Puesto que esto
último representa un aspecto significativo, es posible que a los empresarios
les sea más práctico limitar sus negocios a las zonas en las que tienen buenas
relaciones con la policía local, por ejemplo (Reuter, 1985).
Debido a la amenaza de intervención policial, ya sea en términos de in-
cautación de activos o de encarcelamiento de los participantes, el horizonte
temporal de planificación de los empresarios ilegales suele ser mucho más
corto que el de los mercados legales. Puesto que una empresa ilegal no pue-
de ser vendida cuando su propietario envejece, es probable que desvíe una
proporción creciente de sus beneficios a activos legales que puedan ser tras-
pasados a sus herederos.
Por último, al operar contra el Estado, las empresas ilegales no pue-
den promocionar sus productos, no tienen ninguna capacidad de crear una
imagen de marca e intentar fidelizar a sus clientes. Las economías de es-
cala están asociadas a la posibilidad de hacer publicidad y es sabido desde
hace tiempo que las ventajas ligadas a la comercialización nacional son un
factor muy importante para el éxito de las empresas modernas que ope-
ran con economías de escala. Para muchos economistas, la posibilidad de
hacer publicidad es una de las principales ventajas que tienen las grandes
compañías sobre otras de tamaño más pequeño (Scherer y Ross, 1990:
130-138). Las empresas ilegales están, por definición, excluidas también de
esta posibilidad, la de explotar las ventajas por medio de la publicidad pues,
si lo hicieran, atraerían evidentemente la atención de las fuerzas de seguridad
lo cual perjudicaría gravemente a su negocio.
Por todos estos motivos, es poco probable que emerjan grandes empre-
sas provistas de una organización jerárquica al servicio de las transacciones
económicas dentro de los mercados ilegales. Los factores que promueven
el desarrollo de burocracias en el mundo de la economía legal, por ejemplo
para aprovechar las economías de escala de las operaciones y la especializa-
ción de funciones, también quedan descartadas en el ámbito de las empresas
ilegales. Todas estas limitaciones nos llevan a la misma conclusión: no puede
haber una tendencia inmanente hacia la consolidación de burocracias mo-
dernas a gran escala dentro del mundo de las empresas ilegales.

Algunas evidencias empíricas

La observación de la realidad de los mercados ilegales confirma estas


hipótesis. Varios estudios realizados en distintos lugares del mundo han
demostrado que los mercados urbanos ilegales están compuestos por nume-
rosas empresas relativamente pequeñas y a menudo efímeras. Algunas son

151
Letizia Paoli

empresas familiares, otras son grupos que surgen alrededor de un líder (ca-
rismático) y que luego consiguen estabilizarse desarrollando una rudimen-
taria división del trabajo. Pero la mayoría de las organizaciones establecidas
para la producción y la provisión de productos ilegales se pueden definir más
como equipos o grupos de trabajo (inglés: crews AFS): asociaciones flexibles
de personas que se unen, separan y vuelven a juntar según van surgiendo las
oportunidades de negocio. Dentro de los grupos de trabajo las funciones
y tareas suelen ser intercambiables y no se exige dedicación exclusiva. De
hecho, muchos integrantes de los grupos a menudo adoptan funciones que
se solapan con las realizadas por ellos mismos en otras empresas criminales2.
La evidencia empírica demuestra, además, que las relaciones entre las
empresas ilegales se acercan más a la competencia que a la connivencia o la
colaboración. Aunque algunos proveedores pueden ocasionalmente ejercer
un poder monopolista considerable sobre un mercado local (habitualmente
pequeño) la mayoría de las empresas ilegales actúan más como tomadores
que como fijadores de precios. Ninguna es capaz de influir de forma apre-
ciable sobre el precio de un producto controlando la oferta y forzando al
resto de los participantes a aceptar una determinada estructura de precios.
Para los observadores externos, las empresas ilegales a menudo parecen
funcionar en forma de redes. De hecho la conexión internacional entre pro-
ductores y consumidores de estupefacientes y de otros productos ilegales
—desde los coches robados hasta la trata de mujeres explotadas sexualmen-
te— se produce por medio de cadenas de individuos, de equipos y pequeños
grupos. Así, en Alemania varios estudios llegan a la conclusión de que las
redes son la forma de crimen organizado más frecuentes en ese país (Rebscher
y Vahlenkamp, 1988; Dörmann et al., 1990; Weschke y Heine-Heiß, 1990).
El concepto de red es una construcción útil para describir el sistema
de distribución de productos ilegales. Sin embargo, la fuerza y la cohesión
de la mayoría de las redes ilegales no debería sobrevalorarse. Aunque pue-
den entablarse relaciones a largo plazo entre los miembros de la red, la ma-
yoría son relaciones mercantiles basadas en la independencia de las partes,
relaciones que no son exclusivas en ningún sentido y que tampoco están
organizadas de forma centralizada. Cada empresario ilegal es libre de bus-
carse otros socios para abordar la próxima transacción y normalmente aquel
suele pertenecer a más de una red a la vez pues está en contacto con varios
proveedores y tiene numerosos clientes a los que ofrecer su mercancía. En
todos los puntos de la red, los actores generalmente solo conocen a su(s)
proveedor(es) y comprador(es) inmediatos, con lo cual ignoran toda la ex-
tensión y estructura de la misma. Por último, no hay que olvidar nunca que
las redes ilegales son espacios sumamente volátiles. Cambian constantemen-
te su forma y su extensión según se van incorporando nuevos participantes

2 
Reuter, 1983; 1985; Reuter y Haaga, 1989; Adler (1988) 1993; Lewis, 1994; Chin, 1996;
Rebscher y Vahlenkamp, 1988; Korf y Kort, 1990; Fijnaut, 1997; Becchi, 1996; Arlacchi y
Lewis, 1990 y Paoli, 2000b.1.

152
Las paradojas del crimen organizado

a la misma, algunos de ellos son ocasional o permanentemente excluidos y


otros son reemplazados porque han sido objeto de una acción de las fuerzas
de seguridad etc. (véase Paoli, 2000b).

Excurso: Los denominados cárteles colombianos de las drogas

Las restricciones ocasionadas por el hecho de la ilegalidad quedan paten-


tes cuando se analiza de cerca un fenómeno tenido como el prototipo de la
empresa ilegal multinacional (Williams y Florez, 1994: 12): los denominados
cárteles colombianos de la droga y especialmente los cárteles de Medellín y
Cali que supuestamente dominaban la exportación mayorista de la cocaína
durante más de una década desde mediados de los 1980. A pesar de las in-
terpretaciones populares, un examen más detallado revela que estos llama-
dos «cárteles» de Medellín y Cali eran combinaciones abiertas de empresas
familiares productoras de cocaína relativamente pequeñas que se unieron a
principios de los ochenta para transportar y traficar con esta droga en los
Estados Unidos. Los acuerdos de coordinación entre productores indivi-
duales se vieron potenciados por la posibilidad de beneficiarse mutuamente
de las economías de escala asociadas al traslado de cocaína a Estados Unidos
y de minimizar riesgos (Thoumi, 1995: 142 ff.). Dada la elevada posibilidad
de incautación de cargamentos cada participante en el negocio puede redu-
cir riesgos uniéndose a otros exportadores y enviando varios cargamentos
compartidos con otros socios. Esa es la razón por la que los cargamentos de
cocaína incautados en Estados Unidos suelen estar empaquetados en bul-
tos más bien pequeños, cada uno de distinto color o con alguna marca que
identifique a su dueño (Krauthausen y Sarmiento, 1991: 31). La estabilidad
de estos acuerdos comerciales, sin embargo, no debe exagerarse. Aunque el
sistema parece bien organizado, muchas de estas colaboraciones no duran
mucho, con frecuencia cambia su composición y los productores que parti-
cipan en un envío no tienen por qué participar necesariamente en otro.
La representación popular de estas empresas también carece de funda-
mento real. En primer lugar, según la teoría económica, no tiene sentido
hablar de más de un cártel en una industria, pues solo una única coalición de
empresas puede, en un momento dado, mantener la posición monopolística
que se le atribuye a cualquier cártel. Además, como señala Thoumi:
La ilegalidad de la industria de la cocaína hace difícil formar un
cártel operativo. Las estrategias para minimizar el riesgo que
deben seguirse para triunfar como operador ilegal fomentan una
estructura flexible en la que no es posible planificar diferentes ni-
veles de producción ni hacer frente a varios pedidos a través de
diferentes secciones organizativas vinculadas a la producción y a la
distribución (1995: 143).

Efectivamente, como demuestra la rápida desintegración de la coalición


de Medellín tras la muerte de su carismático líder Pablo Escobar, la orga-

153
Letizia Paoli

nización institucional de la industria de la cocaína es bastante precaria. Al


igual que en otros sectores de la economía delictiva, la ilegalidad de los pro-
ductos parece haber frenado hasta ahora el desarrollo de cualquier cosa que
se asemeje a una burocracia, especialmente una con capacidad de sobrevivir
a la detención de sus líderes.
Un proceso de desintegración similar también ha afectado al cártel de
Cali. Tras la detención de sus líderes, los acuerdos destinados a asegurar los
envíos sobrevivieron a una menor escala y nuevos operadores independien-
tes han surgido en distintas zonas del país. Cuando testificó ante el Con-
greso el 26 de febrero de 1998, el jefe del Departamento Estadounidense
Antidroga (DEA) señaló al menos diez de ellas (Constantine, 1998). Otras
fuentes citan hasta 40 grupos medianos y 3000 empresas más pequeñas (La-
brousse, 1998).

Los múltiples significados de la palabra organización

Al igual que en la mayoría de los demás delitos, las actividades del mer-
cado ilegal requieren cierto grado de planificación y de organización. Si se
emplea el término «organización» para referirnos a «la estructura de una
cadena de eventos, de un proceso de interacción, en la que diferentes indi-
viduos y grupos participan de distinta manera en distintas etapas» (Cohen,
1977: 98), desde luego se puede afirmar que los negocios ilegales tienen una
organización. Aunque se han realizado varios estudios sobre el tema a lo
largo de los últimos veinte años, estas «estructuras de actividad», como las
denominó Albert Cohen en su famoso artículo de 1977, siguen mereciendo
más atención de la que han recibido hasta ahora.
Los trabajos sobre «estructuras de actividades» deben actualizarse fre-
cuentemente, pues las actividades delictivas son muy reactivas al entorno y
se transforman rápidamente según va cambiando este. En los últimos veinte
años, nuevas actividades, como el blanqueo de dinero y la eliminación de
residuos, han sido criminalizadas por las legislaciones de muchos países. La
provisión de estos nuevos productos ilegales ha atraído tanto a empresarios
con experiencia en otros productos ilegales como a nuevos autores con y sin
competencias específicas en la rama legal del negocio, actores que simple-
mente quieren ganar su dinero lo más rápidamente posible.
Los avances tecnológicos han permitido a los empresarios ilegales inter-
cambiar sus productos y establecer contactos entre sí de una forma nueva.
Los teléfonos móviles, los ordenadores, el internet, así como el aumento de
la oferta de servicios de transporte, también han cambiado el modo en el
que se organizan los negocios ilegales. Estos nuevos medios de comunica-
ción y transporte permiten transferir grandes cantidades de bienes ilegales
(drogas, armas, personas) de un lado a otro del planeta con una facilidad y
una rapidez que resultaban inimaginables hace treinta años. En vez de dar
por hecho el aumento del papel de los delincuentes pertenecientes a grandes

154
Las paradojas del crimen organizado

organizaciones, los organismos internacionales deberían tener en cuenta es-


tas transformaciones para justificar sus recientes programas contra el crimen
organizado.
En cualquier caso: los cambios tecnológicos no han sido lo suficiente-
mente importantes como para modificar las limitaciones impuestas por el
hecho de la ilegalidad. En el mundo de los negocios legales las empresas
reaccionan a los cambios en el entorno económico a medida en que este se
ve afectado por la innovación de productos y procesos, así como por los
cambios en el tamaño de los mercados. Como señaló Alfred Chandler, «las
diferentes economías de escala y de diversificación (inglés economies of scope
AFS)3 en diversos sectores y períodos de tiempo resultan de las diferencias
en las tecnologías de producción y distribución, así como de las diferencias
en el tamaño y la localización de los mercados» (1991: 476).
Las empresas ilegales no son ajenas a estos factores. Sin embargo, tam-
poco tienen libertad para reaccionar a los cambios del entorno económico,
para realizar las gestiones organizativas necesarias destinadas a maximizar
las economías de escala y la diversificación, en definitiva, para asegurar y
mejorar la eficiencia de su negocio. El entorno político siempre resulta con
diferencia el más determinante para ellas pues, como se ha visto antes, to-
dos los empresarios que tratan con bienes y servicios ilegales deben hacerle
frente ante todo a las limitaciones impuestas por el hecho de la ilegalidad:
de operar contra la ley y de no tener la posibilidad de recurrir a las institu-
ciones del Estado para resolver conflictos y garantizar el cumplimiento de
un contrato.
De forma que la dinámica de los mercados ilegales no promueve el sur-
gimiento de empresas a gran escala como las que conocemos del mundo
económico legal. En el mundo de la legalidad «la mano visible de la direc-
ción reemplaza a lo que Adam Smith llamó la mano invisible de las fuerzas
del mercado» (Chandler, 1978: ix). En gran parte del mundo de la ilegalidad
sigue prevaleciendo efectivamente la mano invisible de Adam Smith.
Esta propuesta de funcionamiento afecta a todos los mercados ilegales
que van más allá de ser pequeños apéndices de los legales, es decir, a todos
los mercados que tratan con productos que están totalmente prohibidos en
la mayoría de los países —principalmente drogas y el tráfico con seres hu-
manos— o que están en gran medida separados de sus homólogos legales
como loterías, juegos de azar y quinielas ilegales. Son los mercados a los que
se refiere el debate sobre el crimen organizado.
Las grandes empresas pueden tener actividad en mercados ilegales siem-
pre y cuando estos estén estrechamente vinculados a mercados legales más
grandes, de los cuales solo representan una pequeña parte. Este sería el caso,

3 
Las economías de diversificación son aquellas que resultan del uso compartido de instala-
ciones para producir o procesar más de un producto o un servicio (Teece, 1980). Ver también
Chandler, 1978, cap. 2.

155
Letizia Paoli

por ejemplo, del contrabando mayorista de armas y cigarrillos y de la pro-


visión de servicios de blanqueo de dinero (Naylor, 1995; 1996). Los provee-
dores de estos productos son habitualmente, o bien empleados que venden
los productos de sus empresas sin autorización o, más frecuentemente, las
empresas legales mismas. Con el fin de maximizar sus ventas y beneficios
a veces estas deciden vender sus productos a través de canales ilegales o
clandestinos e infringiendo regulaciones y restricciones nacionales e inter-
nacionales. Estas empresas a gran escala son fruto de la respuesta evolutiva a
los cambios en el entorno económico (legal), y sus ventas ilegales suelen ser
solo un porcentaje menor de su negocio total.

La segunda paradoja

Las compañías legales que ocasionalmente participan en el mercado ile-


gal no son los únicos colectivos activos en el terreno ilegal. Dentro de este
grupo también habría que incluir a la Cosa Nostra siciliana y a la ’Ndrang-
heta en Italia, a La Cosa Nostra estadounidense, a las Tríadas chinas y a la
Yakuza japonesa, aun cuando esta inclusión haya sido fuertemente criticada
durante mucho tiempo por sociólogos y criminólogos (Albini, 1971; Smith,
[1975] 1990; Hess, [1970] 1973; Schneider y Schneider, 1976; Blok, [1974]
1988; Arlacchi, [1983] 1988). Estos grupos, que pueden denominarse asocia-
ciones mafiosas, son presentados frecuentemente como arquetipos del cri-
men organizado y la mayoría de las personas no expertas piensan justamen-
te en estas organizaciones cuando oyen el término «crimen organizado».
Esta operación mental se justificaría si el término «crimen organizado» se
utilizara para referirse a un conjunto de organizaciones criminales. Si «cri-
men organizado» se equipara a «delitos de empresa», sin embargo, como es
el caso en el actual debate científico y político, las organizaciones mafiosas
dejan de ser un referente adecuado. Llegamos así a la segunda paradoja. Las
asociaciones que son consideradas prototipos del crimen organizado repre-
sentan solo de forma indirecta y distorsionada a lo que la mayoría de los
expertos de todo el mundo se refieren hoy cuando utilizan la expresión de
«crimen organizado».

Ni empresas…

Aunque sus miembros están muy implicados en negocios ilegales, ni el


desarrollo ni la organización interna de las asociaciones mafiosas son fruto
de la dinámica de los mercados ilegales y, de hecho, todas las antes men-
cionadas surgieron antes de la conformación de los mercados ilegales mo-
dernos. Con excepción de La Cosa Nostra estadounidense, que emergió de
su homóloga siciliana a principios del siglo xx, todas las demás tienen más
de cien años de antiguedad. Las sociedades mafiosas sicilianas y calabresas
datan de mediados del siglo xix (Paoli, 1997; 2000a; Pezzino, 1990; 1995;
Lupo, 1988; 1993). La Sociedad Cielo y Tierra (Tiandihui), una «sociedad

156
Las paradojas del crimen organizado

secreta» china de la que derivan las modernas tríadas4, se fundó alrededor de


1760 (Murray, 1994). Por último, los antecesores de los modernos grupos de
la Yakuza, las bandas itinerantes de jugadores de carretera japoneses (cono-
cidos como bakuto) y de vendedores ambulantes (tekiya), operan nada me-
nos que desde principios del siglo xviii (Kaplan y Dubro, 1987, Stark, 1981).
A lo largo de su existencia, todas las asociaciones arriba mencionadas
han desempeñado diversas funciones, la mayoría de las cuales no están re-
lacionadas con la provisión de bienes y servicios ilegales. Aunque reforzar
los intereses de los miembros mediante la ayuda mutua parece haber sido el
principal «objetivo oficial» desde su creación, este objetivo general ha sido
interpretado y alcanzado de muchas formas diferentes por sus afiliados a lo
largo de las décadas, es decir, se ha traducido en una pluralidad de «objeti-
vos operativos» (Perrow, 1961).
Los fines han sido tan distintos y a menudo abiertamente contradictorios
entre sí, que parece difícil seleccionar uno solo que pueda resultar represen-
tativo. A veces, los miembros de las asociaciones mafiosas han respondido
a las necesidades de sus comunidades aunque en la mayoría de los casos las
han negado, e impuesto su dominio contra la voluntad de la mayoría de la
gente. Ocasionalmente han ofrecido «protección» a alguien que solicitase
sus servicios, pero también han establecido sistemas de extorsión destinados
a proteger a sus «clientes» de sus propias amenazas. A menudo han prote-
gido los intereses de las clases sociales altas, consiguiendo votos para sus
representantes, pero de vez en cuando también han optado por defender los
intereses de los más pobres. Normalmente han apoyado el statu quo, pero
a veces —más notablemente las tríadas chinas— también han luchado para
alcanzar objetivos revolucionarios. De la misma forma han participado en
diversas actividades económicas muy distintas entre sí. Si bien la mayoría de
estos grupos ha desarrollado prácticas monopolísticas desde su creación, los
recursos a los que han intentado acceder han cambiado según las etapas de
desarrollo económico de la sociedad en la que operaban. Incluso en todo lo
que se refiere a los mercados ilegales, el tipo de productos y el grado de su
implicación han experimentado repentinos y constantes cambios dependien-
do de las tendencias de la economía ilegal internacional y de la capacidad
del grupo de posicionarse dentro de las nuevas rutas transnacionales de los
productos ilegales.
La flexibilidad y la capacidad de las organizaciones mafiosas para adap-
tarse a las cambiantes condiciones económicas y políticas solo se pueden
tener en cuenta plenamente si se analizan los consorcios mafiosos como
organizaciones funcionalmente difusas. Como hemos visto son el resulta-
do de un proceso de siglos de construcción social durante los cuales han
sido utilizadas por sus miembros para lograr multitud de objetivos y llevar

4 
El término «tríada» fue acuñado por los británicos para representar un símbolo utilizado por
los miembros de la tiandihui referido a las tres fuerzas principales del universo: Cielo, Tierra y
Hombre.

157
Letizia Paoli

adelante diversas funciones. Como explica Dian Murray, los miembros de


las primeras sociedades secretas chinas «originalmente organizadas para un
propósito, a veces se vieron movilizadas para distintos fines, y simultánea-
mente implicadas en actividades en las que la distinción entre “legal” e “ile-
gal”, “protección” y “depredación”, u “ortodoxo” y “heterodoxo” se hace
borrosa» (1994: 2). Solo sacrificando la evidencia empírica es posible resaltar
una única función u objetivo para caracterizar a las organizaciones crimina-
les de tipo mafioso durante toda su vida.
Entre ellas, aún más que las actividades económicas, las funciones polí-
ticas han tenido siempre una relevancia clave y hay que agradecerle a Diego
Gambetta que haya sacado a relucir esta dimensión que había sido ignorada
durante mucho tiempo por el discurso sobre la mafia y el crimen organiza-
do. Según Gambetta, la mafia siciliana es «una empresa económica específica,
una industria que produce, promueve y vende protección privada» ([1992],
1993: 1). La provisión de la protección es una de las funciones más impor-
tantes desempeñadas históricamente por los grupos mafiosos, uno esencial
se podría decir, ya que se deriva del uso de la violencia en determinados
ámbitos territoriales. Es legítimo criticar el análisis de Gambetta por el én-
fasis unilateral puesto en la protección y en la negación de la polivalencia
de los grupos mafiosos. Es, además, lamentable que, por motivos políticos,
Gambetta oculte las analogías entre la mafia, como él la define, y el Estado5.
La similitud entre organizaciones mafiosas y los Estados existe y ha sido
acertadamente resaltada por Charles Tilly: «si las operaciones de protección
son la manifestaciones más suaves del crimen organizado, entonces la guerra
y la construcción de Estados, que son la quintaesencia de las actividades de
protección provistas además de la ventaja de la legitimidad, son los mejores
ejemplos de crimen organizado» (1985: 169).
Aunque no se emplee en todos los casos, la violencia acaba siendo
siempre la columna vertebral del poder mafioso. Es utilizada por todos los
consorcios estudiados para garantizar la obediencia de sus adeptos y para
castigar la traición y a los que respetan la autoridad del grupo. También
se utiliza rutinariamente para amenazar, incapacitar o incluso eliminar
físicamente a cualquiera que ponga en peligro la posición de poder y los
negocios del grupo. A través de la amenaza o del uso efectivo de la violencia,
las asociaciones mafiosas han intentado también —y con un éxito bastante
considerable durante mucho tiempo— imponer sus normas sobre la socie-
dad en su territorio de influencia. Utilizando la terminología weberiana se
podría decir que, aunque surgen como «asociaciones voluntarias» (Vereine)
—es decir, como organizaciones que alegan tener autoridad solo sobre los
miembros que voluntariamente entran a formar parte de ella— también ac-
5 
Su objetivo es marcar la distancia y criticar enérgicamente lo que él denomina la «ideología
relativista», que se remonta a las teorías del jurista siciliano Santi Romano ([1918], 1977). Según
Gambetta, este enfoque, que plantea la posibilidad de más de un sistema legal dentro de la socie-
dad, «ha sido popular entre todo tipo de círculos antiliberales de derecha, izquierda y centro» y ha
servido de justificación intelectual de la «peculiar mezcla de cinismo y catolicismo que representa la
quintaesencia de la estructura política de Italia» (1993: 6).

158
Las paradojas del crimen organizado

túan frecuentemente como «organizaciones obligatorias (Anstalten)», es de-


cir, como un grupo cuya legalidad interna le es impuesta con éxito al mundo
fuera de ella (1922: 52).
En ese sentido las organizaciones mafiosas pueden definirse como orga-
nizaciones políticas en el sentido weberiano, es decir, como organizaciones
que garantizan la subsistencia y continuidad de su propio orden legal dentro
de un determinado territorio y por medio de amenazas o del uso efectivo de
la fuerza física (ibíd.: 54). Cada cosca asociada o bien a la Cosa Nostra o a la
’Ndrangheta, por ejemplo, alega soberanía sobre un territorio bien definido
que normalmente corresponde a un pueblo o al barrio de una ciudad. Como
explicó el arrepentido de la Mafia siciliana Leonardo Messina, a la comisión
parlamentaria italiana sobre la Mafia:

Hay que recordar que las familias tienen sus propios negocios y
que estos conciernen a todo lo relacionado con el territorio que
controlan dichas familias. Por ejemplo: si en un barrio de Roma
hay una familia, todo lo que forma parte de dicha comunidad le
interesa, ya sea la política, las obras públicas, las extorsiones, el
tráfico de drogas, etcétera. En la práctica, la familia es soberana y
controla todo lo que sucede en ese territorio (CPM, 1992: 516).

En todos los pueblos y ciudades del oeste de Sicilia y el sur de Calabria,


casi todas las empresas pagan un impuesto, una tantum, regularmente —en
dinero o especie— a las familias mafiosas (TrRC, 1994; véase también Caz-
zola, 1992). Aunque la cantidad de información disponible es escasa, diver-
sas fuentes indican que incluso en las comunidades chinas, en Europa así
como en Asia y Estados Unidos, grandes sectores de la población de origen
chino son víctimas de mecanismos de extorsión dirigidos por miembros de
las Tríadas y otros grupos de delincuentes locales (Chin, 1996).
En la actualidad se suele pensar que gobierno y empresa siempre han
existido como organizaciones separadas. No obstante, antes del período
moderno, ni gobiernos ni empresas comerciales tenían la forma que ahora
conocemos. Como señala Joseph Schumpeter, nuestros términos «Estado»
y «empresa privada» apenas son aplicables a las instituciones del feudalismo
sin suscitar una visión distorsionada de estas instituciones (1981: 169; 201).

En la época feudal, el Estado era en cierto sentido la propiedad


privada de un príncipe al igual que el feudo era la propiedad pri-
vada de un vasallo. Mientras desempeñaban funciones políticas,
como la provisión de orden en el interior de sus territorios, la pro-
tección contra enemigos externos y la administración de justicia,
los vasallos feudales también obtenían beneficios de la gestión del
feudo como recompensa por contribuir a la defensa del territorio,
por defender y por devolver los servicios estipulados en el contra-
to feudal. «En un contexto moderno», como señala el historiador
Frederick Lane, «tal vez sea chocante considerar al gobierno como
una empresa con ánimo de lucro. Pero bajo el sistema feudal el ti-

159
Letizia Paoli

tular de un feudo debía gestionarlo con un ojo puesto en la obten-


ción de beneficios. El barón de éxito puede ser que despreciase el
regateo mercantil del burgués, pero lo cierto es que era un experto
en el uso de medios militares y en el gobierno destinado a ganar
dinero» (Lane, 1966: 418; véase también Poggi [1991] 1992).

La separación entre empresas que utilizan la fuerza y empresas con


ánimo de lucro y que ahora llamamos sociedades comerciales tuvo lugar
en distintos momentos de la historia y en distintas zonas de Europa y del
mundo. En el caso de las organizaciones de tipo mafioso, dicho proceso de
diferenciación solo se ha dado en una muy pequeña parte. De hecho, estas
últimas emergieron en contextos históricos en los que dicha separación aún
no se había producido plenamente y donde el uso de la violencia era casi una
condición imprescindible para lograr el ascenso social, ascenso que se vio
frenado precisamente por las instituciones estatales debido a su naturaleza
criminal.
Pero no solo el uso de la violencia distingue a las asociaciones mafiosas
de las empresas modernas, también su organización interna y modus ope-
randi son completamente diferentes. Las organizaciones mafiosas no se es-
pecializan en ningún grupo específico de productos que se puedan vincular
a una marca, por ejemplo. En segundo lugar, ninguna de las asociaciones
aquí descritas suelen participar en los mercados ilegales como colectivo ais-
lado. Cada unidad que forma parte de la Cosa Nostra, la ’Ndrangheta o la
Yakuza, disfruta de plena autonomía en la planificación y realización de sus
propias operaciones económicas. Incluso las filiales de las familias suelen
disfrutar de un grado considerable de autonomía y son libres de desempeñar
cualquier tipo de empresa económica que consideren rentable en coopera-
ción con otros miembros y no miembros6. Los miembros de menor cate-
goría de los grupos Yakuza, por ejemplo, deben ganarse su propio sustento
y desarrollar empresas económicas autónomas que potencien la «imagen»,
es decir, el prestigio de su gumi (familia). Aun cuando siempre deben es-
tar dispuestas a poner fuerza de trabajo a disposición de cualquier empresa
económica o no económica que los oyabun —jefes— hayan decidido, su
tarea principal es ganar su propio dinero y pasarles a sus jefes una parte de
los beneficios (Seymour, 1996). De la misma forma en Hong Kong y otros
municipios chinos, los miembros de las tríadas locales suelen tener libertad
para organizar operaciones económicas, tanto legales como ilegales, y esta-
blecer acuerdos de cooperación tanto con miembros de otras tríadas como
con no miembros, aunque siempre y cuando trasladen un porcentaje de sus
ganancias a la sociedad a la que pertenecen (Senado de EE. UU., 1991b: 90;
101; Chin, 1992; McKenna, 1996). Por último, está demostrado que las filia-

6 
Solo unas cuantas operaciones económicas están prohibidas bajo el código de normas de la
organización, normalmente con el argumento de que mancharían la reputación colectiva del grupo.
Por ejemplo: la Cosa Nostra siciliana y estadounidense, y en menor medida también la ’Ndrangheta
calabresa, les prohíben a sus afiliados que traten con prostitutas y presentan esta cláusula como
signo de distinción entre ellos y los no mafiosos (Paoli, 1997; 2000a).

160
Las paradojas del crimen organizado

les de las asociaciones mafiosas sicilianas y calabresas también gozan de una


considerable autonomía empresarial (Paoli, 1997; 2000a: 203–209).

…Ni burocracias

A pesar del elevado grado de autonomía de que disponen los miembros en


la esfera económica, sigue siendo razonable considerar a la Cosa Nostra y a los
demás grupos como organizaciones unitarias. En contra de la hipótesis de Cres-
sey, sin embargo, en ninguna de estas organizaciones existe una única burocra-
cia que lo abarque todo. De hecho, aunque suelen ser retratadas en los medios
como organizaciones centralizadas, todas las asociaciones aquí descritas no son
mucho más que consorcios de unidades organizativas pequeñas. La ’Ndrangheta
calabresa, por ejemplo, está compuesta de unas noventa familias mafiosas. Un
número análogo de grupos componen la Cosa Nostra siciliana, mientras que el
número de familias de la Cosa Nostra estadounidense se suele cifrar en veinti-
cuatro (Paoli, 1997; 2000a; Comisión del Presidente, 1986). El número de grupos
de Yakuza supera los tres mil, y aunque no se conocen las cifras exactas, se sabe
que hay varias tríadas diferentes activas en Asia, América y Australia.
Estos consorcios forman sociedades segmentadas. El concepto de socie-
dad segmentada ha sido frecuentemente utilizado por los antropólogos que,
desde la época de Henry Maine, se han tenido que enfrentar a la existencia
de una amplia gama de sociedades sencillas que no solo carecen de un lide-
razgo estable, sino también de líderes oficiales. En sociedades segmentadas
que no disponen de órganos políticos centrales las líneas de segmentación
social coinciden con el rango de las unidades homólogas que forman parte de
ellas de forma que el orden social depende de la articulación de estas últimas
(Smith, 1974: 98). De la misma forma, en los consorcios mafiosos, cada uni-
dad mantiene su autonomía plena y las fronteras sociales se establecen sim-
plemente por una herencia cultural común y una determinada organización
estructurada (cuyos componentes no están especializados en el desempeño
de ninguna tarea o función AFS). Se basan en lo que Emile Durkheim de-
nominó la «solidaridad mecánica», es decir, una solidaridad «derivada de la
semejanza, puesto que la sociedad está formada por segmentos similares y es-
tos a su vez contienen solo elementos homogéneos» ([1893] 1964: 176-177)7.
En algunos casos se ha conseguido construir un espacio centralizador si-
tuado por encima de estas estructuras segmentadas. Entre las familias asocia-
das a la Cosa Nostra estadounidense y siciliana y, más recientemente entre
los miembros de la ’Ndrangheta calabresa, este proceso de centralización ha
conducido a la institucionalización de organismos superiores de coordinación
(Cressey, 1969; TrPA, 1986; PrRC, 1995; Paoli, 1997; 2000a: 62-82). De la
misma forma en Japón, tres sindicatos —Yamaguchi-gumi, Sumiyoshi-rengo e
Inagawa-kai— han conseguido incorporar a dos tercios de los 3490 grupos de

7 
Conúltese el concepto de solidaridad mecánica en http://es.wikipedia.org/wiki/Solidaridad_
(sociolog%C3%ADa) (AFS).

161
Letizia Paoli

la Yakuza registrados por la policía en un único espacio (NPA, 1989; Embaja-


da de Japón en Roma, 1993). La tendencia, no obstante, no es unívoca. No hay
señales de un proceso de centralización en marcha en el universo heterogéneo
del crimen organizado japonés8. Además, incluso reconociendo que existen or-
ganismos superiores de coordinación, sus competencias son bastante limitadas.
Normalmente su alcance abarca las tareas asociadas a la necesidad de minimi-
zar la visibilidad de las asociaciones criminales a través de la regulación del uso
interno de la violencia. De hecho, al prohibir a las filiales y grupos aislados
utilizar la violencia de forma indiscriminada para resolver conflictos dentro del
universo mafioso, se salvaguarda el secreto y la seguridad de toda la coalición.
El control ejercido por estos organismos superiores sobre las actividades eco-
nómicas suele ser muy bajo y se permite un grado considerable de autonomía
a las unidades de la corporación (Paoli, 1997; 2000a: 62 ff.).

Lazos rituales de parentesco

Lejos de asemejarse a una moderna empresa comercial, todas las asocia-


ciones que hemos visto arriba se basan en relaciones de parentesco ritual. Esto
quiere decir que no se basan en el establecimiento de vínculos entre sus miem-
bros a través de un contrato intencional tal y como sucede normalmente en
una compañía o burocracia «moderna», sino que dichos vínculos se cimientan
sobre lo que Max Weber denominó «contratos de estado». Al contrario de los
contratos intencionales estos «implican un cambio en lo que se podría deno-
minar la situación jurídica total (la posición universal) y en el estado social de
las personas implicadas» (Weber, [1922] 1978: 672); es decir, con la entrada al
grupo mafioso el novato debe asumir una nueva identidad permanente y subor-
dinar todas sus lealtades previas a la afiliación a la mafia. Es un pacto para toda
la vida. Como señaló el Juez Giovanni Falcone, el ingreso en la Cosa Nostra
«compromete a un hombre de por vida. Convertirse en miembro de la Mafia es
igual a convertirse a una religión. Nunca se deja de ser sacerdote; tampoco de
ser mafioso» (1991: 97). En la Yakuza japonesa y, en menor medida, incluso en
la ’Ndrangheta calabresa y en las tríadas chinas, este compromiso permanente
se expresa con tatuajes (Paoli, 1997; 2000: 98, Ciconte, 1992: 40-42). Así, los afi-
liados de la Yakuza a menudo se tatúan el torso y los muslos mediante un lento
y doloroso proceso que puede durar hasta un año (Seymour, 1996: 25-26).
Como la mayoría de los contratos de Estado, el contrato utilizado por
las organizaciones mafiosas es también un contrato de fraternización por
el cual los novatos están obligados a convertirse en hermanos de los otros
miembros del grupo, a compartir un régimen de «reciprocidad generaliza-
da». Esto último presupone una actitud y unas conductas altruistas sin espe-
rar una recompensa a corto plazo (Sahlins, 1972: 193-200). Los miembros de
las familias mafiosas tienen la obligación de ayudarse material y económi-

8 
En el texto original se habla del universo del crimen organizado chino. Entendemos que se
trata de una errata (AFS).

162
Las paradojas del crimen organizado

camente cuando así se les requiera o cuando así lo imponga la necesidad, de


cumplir indefectiblemente los principios de sinceridad y corrección en sus
relaciones recíprocas. Las expectativas de reciprocidad, aunque reafirmadas,
quedan abiertas e indefinidas. Como observó el Procuratore del Re Lestingi
hace más de cien años, el «carácter esencial de la mafia» radica en «la ayuda
mutua ilimitada y desmedida, incluso en el ámbito del crimen» (1884: 453).
Esta relación similar al parentesco se establece a través de un ritual. El
ingreso en todas las asociaciones descritas tiene lugar tras una ceremonia de
afiliación que representa un verdadero «rito de iniciación». El ritual marca
el cambio de posición de aquellos que se someten al mismo y su asunción de
su nueva condición de miembro de una hermandad.
Los principales pasos de la ceremonia de iniciación de la Cosa Nos-
tra son los siguientes: el candidato o, más frecuentemente, los can-
didatos, son presentados ante toda la familia por los «hombres de
honor» responsables de su formación y de evaluar su fiabilidad cri-
minal. Una vez que el cabeza de familia les ha explicado las princi-
pales regas de la Cosa Nostra, cada novato debe elegir a un padrino
de entre los presentes, quien entonces le hará un pequeño corte en
el dedo índice de la mano derecha para que unas gotas de sangre
caigan sobre la imagen de un santo. Por último, el neófito hace un
juramento de fidelidad a la organización mafiosa con una fotogra-
fía suya ardiendo en las manos (TrPA, 1986, V: 815; 874; Falcone,
1991: 97-99). Son mucho más complejos los rituales aplicados por
las Tríadas desde el siglo xix: durante la ceremonia de iniciación, los
nuevos miembros completan un viaje místico, recreando la pasión
de los cinco miembros fundadores de la fraternidad, hacen trein-
ta y seis juramentos y luego beben una mezcla de vino y sangre
(Chesneaux, 1971; Morgan, 1960). Es interesante que algunos ele-
mentos de elevada relevancia simbólica sean utilizados por todas
las asociaciones. Todas, por ejemplo, se refieren ampliamente a la
iconografía y terminología de la religión dominante en su entorno.
En la ceremonia montada por los hui chinos, los símbolos religiosos
son evidentes, ya sean taoístas o budistas (Chesneaux, 1971). En la
’Ndrangheta, la ceremonia en sí se denomina «bautismo» (TrMI,
1994b: 147-149; Ciconte, 1992: 32-35), mientras que en las dos aso-
ciaciones del sur de Italia, el momento crucial del ritual —es decir,
el juramento— tiene lugar cuando se quema la imagen de un santo
en las manos. En todos los contextos, además, se utiliza la sangre. El
significado simbólico de estos elementos es evidente: las referencias
religiosas pretenden dar un valor sacro al ritual para así reforzar su
carácter imperativo, mientras que la sangre tiene múltiples significa-
dos. Alude al proceso de renacimiento al que el candidato ha sido
llamado, sugiere una especie de parentesco «natural» al que todos
los miembros acaban perteneceniendo y señala el castigo final que
se impondrá en caso de traición. «Uno entra y sale de la Cosa Nos-
tra con sangre» le dijeron al informante catanés Antonino Caldero-
ne cuando se afilió. «… Veréis con vuestros propios ojos, en breve,
cómo se entra con sangre. Y si os vais, lo haréis con sangre porque
os matarán» (Arlacchi, [1992] 1993a: 68).

163
Letizia Paoli

Esta relaciones de parentesco simulado creadas a partir del rito de ini-


ciación se ven reforzadas con símbolos y códigos extraídos del lenguaje del
parentesco real. Las unidades básicas de la Cosa Nostra siciliana y estadouni-
dense se llaman familias y aunque los grupos mafiosos se distinguen clara-
mente de las familias consanguíneas hasta el punto de que no se permite la
entrada a las mujeres en ellas, el término evoca y también prescribe un tipo
de cohesión y de solidaridad similar a los lazos de sangre (Paoli, 1997; 2000a).
En Japón, la relación entre un jefe Yakuza (oyabun) y su novato (kobun),
que es el pilar de toda la asociación, se representa como si de una relación
entre un padre y un hijo se tratara (Kaplan y Dubro, 1986; Seymour, 1996).
Gracias a estos lazos ficticios de parentesco, las organizaciones mafiosas
disponen de una flexibilidad sin parangón entre las empresas comerciales
contemporáneas cuyos contratos laborales suelen acercarse al tipo ideal de
contrato intencional. Basados en contratos de estado, los grupos mafiosos
pueden se utilizados para obtener cualquier beneficio inmediato que deci-
dan sus dirigentes. Los subordinados, incrustado en un régimen de recipro-
cidad generalizada, no tienen otra alternativa que ejecutar las órdenes de sus
superiores. Al contrario que los contratos intencionales, el contrato que les
vincula a una sociedad mafiosa es a largo plazo y no específico. No contiene
una lista detallada de servicios más allá de los cuales el signatario se vea libre
de ataduras y obligaciones. De hecho, el contrato es tan abarcador que de
los miembros se espera no solo que se desprendan de sus vínculos familiares
y de amistad, sino que sacrifiquen su propia vida si el grupo así se lo pide.
Por tanto, incluso hoy en día los contratos de estado refuerzan la diversidad
de los objetivos de las asociaciones descritas arriba.
A cambio, los miembros se benefician de la acción colectiva y de la re-
putación del grupo. El prestigio de las asociaciones es explotado principal-
mente por las filiales para llevar a cabo sus asuntos lícitos e ilícitos. Además,
cuando se centraliza la gestión de alguna actividades ilícitas (frecuentemen-
te operaciones de extorsión, ocasionalmente tráfico de drogas), el cabeza
de familia reparte los beneficios obtenidos entre todos los asociados. En
la mayoría de las familias ’Ndrangheta, así como en unos cuantos grupos
mafiosos sicilianos, esta práctica está plenamente institucionalizada hasta el
grado de que, cada mes, los jefes de las familias pagan salarios regulares a
todos los miembros de la cosca. Asimismo, todas las asociaciones tienen una
cuenta común que se utiliza para hacer frente a las necesidades económicas
excepcionales de sus miembros, para cubrir sus gastos de defensa legal en
caso de juicio, para mantener económicamente a las familias de los miem-
bros encarcelados o fallecidos y, ocasionalmente, para hacer frente al pago
de salarios mensuales.
Por tanto, al igual que en otras «relaciones ritualizadas» premodernas (Ei-
senstadt y Roniger, 1984), la mafia parece caracterizarse por «una peculiar
y distintiva combinación de relaciones instrumentales y solidarias dentro de
las cuales la solidaridad aporta el marco principal, marco dentro del cual una
serie de relaciones instrumentales definidas de forma muy difusa, adquieren

164
Las paradojas del crimen organizado

una gran relevancia» (Eisenstadt, 1956: 91). En otras palabras: las organizacio-
nes mafiosas son una combinación entre intercambio específico y lo que en
la bibliografía antropológica se denomina «intercambio generalizado». Esta
última expresión, acuñada por Marcel Mauss en su ensayo Sur le don y luego
ampliada por Claude Levi-Strauss, se utiliza hoy para denominar las relacio-
nes no utilitarias e incondicionales necesarias para establecer unas condiciones
básicas de confianza y de solidaridad y para cimentar lo que Emile Durkhe-
im denominó «los elementos precontractuales de la vida social» (Eisenstadt
y Roniger, 1980; 1984). La pertenencia a un grupo mafioso se caracteriza, en
definitiva, por la existencia de un tupido entramado de instrumentalidad y
solidaridad, de egoísmo personal e implicación incondicional. Quien no tenga
en cuenta ambos lados de esta relación no logrará comprender ni su significa-
do profundo ni tampoco la fuerza y la estabilidad de estos grupos.

Parentesco, secreto y violencia: el clan

El parentesco ritual y virtual no debe considerarse una peculiaridad de


las asociaciones que estamos analizando. Aunque hasta ahora el fraterna-
lismo había sido un tema ignorado por la reflexión sociológica, fue una de
las formas más generalizadas de organización social en la historia europea,
americana y asiática al menos a partir de la Edad Media (Clawson, 1989;
Ownby, 1996; Tegnaeus, 1952). Como señala Clawson, «en las sociedades
en las que el parentesco era la base principal de las relaciones de solidari-
dad, la asociación fraternal era efectiva porque utilizaba relaciones de seudo
parentesco para ampliar los lazos de lealtad y el compromiso más allá de la
familia, para incorporar nuevas personas a las redes de parentesco o para
darle a otras relaciones la fuerza del parentesco» (Clawson, 1989: 15). Los
gremios, las asociaciones de trabajadores, las cofradías religiosas y las fra-
ternidades juveniles de los pueblos se fundaron sobre la metáfora social de
la hermandad. Las relaciones familiares ficticias, como la de los padrinos,
también desempeñaban un papel fundamental en la Europa de finales del
medioevo y principios de la era moderna.
El fraternalismo no es una particularidad solo del mundo occidental.
Este tipo de relación, que cohesiona por ejemplo también a los grupos de
Yakuza —el sistema oyabun-kobun—, ha sido un pilar fundamental de
toda la sociedad japonesa al menos desde el siglo xviii y solo el proceso
de modernización experimentado por Japón en los últimos cincuenta años
ha logrado reducir su relevancia (Ishino, 1953). De la misma forma varios
expertos en historia china han recalcado la existencia de un continuum que
une las sociedades secretas, las hermandades y los juramentos de sangre que
se extendieron por toda la sociedad china desde el siglo xvii. De hecho, la
tiandihui es la asociación fraternal (hui en chino) de mayor éxito y duración,
pero es solo una de las muchas que tuvieron que sumergirse en el secreto
tras la decisión del estado Qing a principios del siglo xviii de prohibir y
castigar severamente las prácticas de las hermandades.

165
Letizia Paoli

En las asociaciones de tipo mafioso, los lazos de parentesco ritual se ven


reforzados por el secreto. El nivel de protección de la opinión pública que
ha adoptado cada asociación ha sido distinto en cada contexto histórico y
este ha dependido de la actitud de las autoridades estatales locales y de la so-
ciedad que las rodea. En Japón, por ejemplo, el nivel de secretismo impuesto
por los grupos Yakuza era bastante bajo hasta hace unos años. Antes de
1991, cuando por fin se aprobó una ley que prohibía los boryokudan (todos
los grupos violentos), la mayoría de los 3500 grupos Yakuza conocidos por
las fuerzas de seguridad eran organizaciones registradas oficialmente, que
aparecían en la guía telefónica y tenían una sede oficial cuya entrada solía es-
tar decorada con el emblema y un letrero con su nombre (Kaplan y Dubro,
1987; Seymour, 1996). Las tríadas chinas y las asociaciones mafiosas del sur
de Italia, en cambio, habían sido obligadas a recurrir al secreto mucho antes
para escapar a la represión de las autoridades nacionales (Paoli, 2000a; 1998;
Ownby, 1996; Murray, 1994).
No obstante, un mínimo compromiso de secreto parece caracterizar a
todas las asociaciones aquí tratadas a lo largo de su historia. Todas piden a
sus miembros al menos que mantengan en secreto los rituales y juramentos
que prestan y que no revelen los asuntos del grupo a los no miembros. El
motivo de este juramento es que el secreto es un lazo poderoso para reforzar
la cohesión del grupo. Al definir sus fronteras externas mediante el secreto
el grupo se convierte en una «totalidad viva», un mundo completo, cerrado,
autosuficiente, en contraposición con otro más grande que lo contiene. Se
postula independencia plena del control externo: el grupo se plantea como
una institución total y totalitaria (Goffman, 1961), y el poder que el grupo
secreto ejerce sobre sus miembros también es total.
A través de contratos de fraternización reforzados por el secreto, cada
grupo asociado a un consorcio de tipo mafioso pretende representar lo que
Durkheim llamó un clan: es decir, una organización que tiene «una natura-
leza mixta, a la vez familiar y política. Es una familia en el sentido de que
todos los miembros que la componen se consideran como emparentados
entre sí» ([1893] 1964: 175): aunque muchos vínculos son efectivamente
consanguíneos, esta familia también incluye a no parientes. El clan es, al
mismo tiempo, «la unidad política fundamental: los jefes del clan son las
únicas autoridades sociales». Al igual que en las sociedades sencillas los
grupos mafiosos alegan ser el único mundo para sus miembros y los jefes
se reservan el derecho de ejercer la autoridad absoluta sobre sus afiliados y
sobre todos los asuntos de su vida. La naturaleza absoluta de esta exigencia
fue observada claramente por los Fiscales de la Procura della Repubblica
di Palermo:
Desde el momento de la combinazione [es decir, la afiliación ri-
tual], el hombre de honor es progresivamente consciente de haber
perdido una parte importante de su autonomía e individualidad;
ya no «se pertenece a sí mismo» porque ahora pertenece a la Cosa
Nostra, forma parte integral de un sistema que organiza su vida
(PrPA, 1993c: 189).

166
Las paradojas del crimen organizado

Las ventajas para los mercados ilegales

La estructura clánica de las organizaciones mafiosas ha resultado ser una


importante ventaja a la hora de acceder a los mercados ilegales. Al imponerle
de forma autoritaria una nueva identidad a sus afiliados, la ceremonia de ini-
ciación y el aparato de legitimación desarrollado por todas las asociaciones
implicadas reduce mucho la posibilidad de traición. Las relaciones de con-
fianza y solidaridad, creadas por los lazos de parentesco rituales, favorecen
la agrupación de recursos materiales y humanos para lograr los objetivos
comunes, así como el desarrollo de transacciones económicas incluso entre
miembros que no se conocen personalmente. Además, cuando los procesos
de socialización fallan, los organismos de dirección desarrollados por cada
grupo que pertenece a estas confederaciones sancionan las infracciones de
los miembros y son capaces de movilizar rápidamente a un aparato militar
para defender al grupo y a sus intereses de amenazas externas. Por último,
en un entorno en el que el flujo de información está muy restringido, la
reputación que tiene el grupo de violento y fiable son activos estratégicos
para el desarrollo de las actividades empresariales lícitas e ilícitas ejercidas
por cada miembro.
Todas estas ventajas no implican que las asociaciones mafiosas manten-
gan necesariamente una posición de monopolio u oligopolio en los mercados
ilegales nacionales e internacionales. Es cierto que en las comunidades en las
que están enclavadas la Cosa Nostra y las demás fraternidades criminales
aquí analizadas, a menudo controlan directamente una porción considerable
de actividades del mercado ilegal y/o recaudan «impuestos» a cambio de
la protección de la mayoría de operadores independientes más pequeños.
Como hemos visto, alegando el ejercicio de una suerte de soberanía territo-
rial sobre estas zonas, con frecuencia son capaces de imponer extensas redes
de extorsión también sobre las empresas legales.
Sin embargo, fuera de sus propias comunidades, las asociaciones de tipo
mafioso y sus miembros no tienen ninguna ventaja preestablecida y, al igual
que otros operadores de los mercados ilegales, están sujetos a las reglas y las
dinámicas de la economía. De allí que, por ejemplo, el papel de las familias
de la Cosa Nostra estadounidense en los mercados ilegales americanos se
haya visto muy limitado por la emergencia de una multitud de empresarios
más ingeniosos y más propensos al riesgo, con mejores contactos con los
consumidores finales o, en el caso de las drogas, con los distribuidores ma-
yoristas (Reuter, 1995). De la misma forma, como resultado de la concentra-
ción mundial del refinado de heroína en los países de origen y el cambio de
las rutas del comercio de la heroína, las familias de la Cosa Nostra sicilianas
han sido desalojadas de las etapas más rentables del refinado y de la im-
portación de la heroína en los Estados Unidos desde mediados de los 1980
(Ministero dell’Interno, 1994; Paoli, 2000a; 1998). Incluso las posiciones ma-
yoristas mantenidas por las filiales de la Cosa Nostra y la ’Ndrangheta en
los mercados italianos de estupefacientes están amenazadas actualmente por
la competencia de varios empresarios criminales nuevos —principalmente

167
Letizia Paoli

turcos, albaneses, norteafricanos y nigerianos— con mejores contactos en


los centros de producción y mayor propensión a utilizar la violencia (Pansa,
1998; Paoli, 1999a). Asimismo, al menos en Estados Unidos, las tríadas es-
tán excluidas actualmente de muchos negocios rentables, especialmente del
tráfico de drogas y de seres humanos que están siendo dirigidos por empre-
sarios más flexibles y agresivos (Chin, 1990, 1999).

Enfrentando las restricciones de la ilegalidad: parentesco ficticio y real

Las principales conclusiones que podemos extraer tras analizar el de-


sarrollo y la organización de las asociaciones de tipo mafioso pueden resu-
mirse en las siguientes afirmaciones: aunque lejos de ser determinantes para
la participación competitiva en los mercados ilegales, los lazos de parentes-
co ritual son necesarios para construir organizaciones ilegales a gran escala.
Para ser eficaces, la hermandad ritual debe, además, estar dispuesta a utilizar
la violencia para imponerle sus propias reglas a sus miembros y ocasional-
mente a los que no lo son. Para ello deben ser percibidas como un clan por
sus propios miembros y también como una institución familiar y política
frente a la cual todas las demás lealtades quedan subordinadas.

Grupos terroristas y bandas juveniles

Esta fórmula organizativa —una mezcla entre parentesco ritual y violen-


cia— parece ser esencial para la supervivencia de grandes colectivos «fuera
de la ley» pues todas las principales organizaciones ilegales recurren a ella.
Además de las organizaciones mafiosas que acabamos de revisar, el modelo
de organización tipo clan también es empleado por los grupos terroristas y
las bandas juveniles.
Estos colectivos rara vez se incluyen en las definiciones estándar del cri-
men organizado porque su objetivo principal no es considerado económico.
No obstante, su organización interna tiene muchas similitudes con las aso-
ciaciones mafiosas. Aunque algunas bandas juveniles son poco más que gru-
pos informales de individuos, las más estables suelen basarse en el modelo
de hermandad, emplear ceremonias de iniciación destinadas a fraguar con-
tratos de fraternización similares a los de los grupos mafiosos, y comprome-
ter a sus miembros a la ayuda mutua, incluso al crimen (Sánchez-Jankoswki,
1991; Huff, 1990). Es cierto que los grupos terroristas no suelen articular las
relaciones entre sus miembros con el lenguaje del parentesco. Pero al igual
que la Cosa Nostra y los demás consorcios arriba mencionados, también
estas exigen un compromiso absoluto por parte de sus miembros y la com-
pleta subordinación a los intereses y objetivos colectivos. Asimismo, todas
estas entidades se propugnan como comunidades normativas y políticas, con
su sistema de reglas y mecanismos propios que incluye el uso de la violencia
para hacerlas cumplir.

168
Las paradojas del crimen organizado

Además, si bien se basan en objetivos ideológicos y expresivos, tanto las


bandas juveniles como los grupos terroristas acaban con frecuencia muy involu-
crados en negocios ilegales. Como señaló Albert Cohen, las bandas de «niños»
generan mucho crimen, pero el crimen suele estar muy alejado de su razón de
ser. La principal preocupación de las bandas está asociado a problemas y recom-
pensas relacionales: estatus, afecto, seguridad, cohesión, etc.» (1977: 194). Igual-
mente, los grupos terroristas a menudo cometen robos, imponen regímenes de
extorsión en sus áreas de influencia y participan en transacciones ilegales pero lo
hacen para financiar su lucha política (Naylor, 1993a y b; Maguire, 1993).
Se pueden hallar numerosos ejemplos, desde los Hell’s Angels y los gru-
pos supremacistas blancos de Norteamérica y el Norte de Europa (Cornils,
1998)9 que se han ido implicando cada vez más en el tráfico de drogas en
las últimas dos décadas, al Partido Comunista Kurdo y los grupos insurgen-
tes birmanos o colombianos. Las FARC, por ejemplo, la guerrilla colombia-
na más grande, impone un impuesto de protección del diez por ciento a la
mayoría de los productores de coca (Thoumi, 1995). Los numerosos grupos
insurgentes en el norte de Birmania, por otro lado, han estado gestionando
directamente el cultivo de amapolas y refinado de opio desde mediados de los
sesenta para financiar la lucha contra sus enemigos políticos (McCoy, 1991).
Puesto que dependen de fuertes lazos no económicos, estos actores colectivos
son capaces de operar en los mercados ilegales de una manera más organizada
que el grueso de las empresas ilegales, que no disponen de estos recursos.
Aunque se suelen obviar, las similitudes entre las organizaciones mafio-
sas y los grupos terroristas y las bandas juveniles son tantas y tan profundas
que merecen una investigación sistemática. Y en cualquier caso: si se define
el crimen organizado como un conjunto de organizaciones criminales, no
tiene sentido trazar líneas arbitrarias entre aquellas supuestamente implica-
das en actividades con ánimo de lucro y otras sin ánimo de lucro.
Las organizaciones criminales desde luego se diferencian unas de otras
dependiendo de sus objetivos y del énfasis que ponen en cada uno de ellos
aunque, como se ha visto en el caso de los consorcios mafiosos, definir un
colectivo solo a partir de sus objetivos puede ser complicado pues estos pue-
den cambiar. Aunque el objetivo oficial del grupo puede permanecer igual,
suelen aparecer nuevas metas a lo largo del tiempo. Además, todos los colec-
tivos están sujetos al fenómeno del «desplazamiento de objetivos»: a medida
que pasa el tiempo, las necesidades de supervivencia del grupo tiende a des-
plazar la consecución de los objetivos oficiales iniciales con independencia
del contenido de sus actividades (Michels, [1912] 1968). Por tanto, la exis-
tencia de varios objetivos no deben considerarse como un impedimento para
un análisis comparativo, ni tampoco pueden servir de excusa para posponer
la tan necesaria reflexión sobre los requisitos que los «colectivos al otro lado
de la ley» deben cumplir si quieren consolidarse y perdurar en el tiempo.

9 
Los grupos «supremacistas» (inglés: supremacist groups) postulan la superioridad étnica, racial
o sexual de un grupo social por encima de otro (nota AFS).

169
Letizia Paoli

Emulación y lazos de sangre

Las ventajas de la fórmula organizativa de clan para sobrevivir en un


entorno sin estado y/o ilegal quedan reformadas por otro fenómeno más.
A lo largo de las tres últimas décadas muchas de las redes criminales de
mayor éxito —tanto en Italia como en Rusia o en los Estados Unidos— han
intentado emular los códigos culturales y organizativos de los consorcios
mafiosos con el fin de incrementar su propia estabilidad y cohesión inter-
nas. Raffaele Cutolo, por ejemplo, estableció la Nuova Camorra Organiz-
zata (NCO) napolitana, una coalición de bandas juveniles y urbanas que
conquistó la supremacía dentro de la galaxia de la Camorra durante casi
una década a partir de principios de los 1970 basándose en el modelo de la
’Ndrangheta calabresa, es decir, copiando sus reglas, sus rituales y su es-
tratificación (TrRC, 1988: 189; TrVV, 1985). La influencia ejercida por la
’Ndrangheta sobre el desarrollo y la consolidación de los grupos delictivos
de Apulia ha sido aún mayor. Giuseppe Rogoli, el fundador del consorcio
de más larga duración, la Sacra Corona Unita (SCU), se afilió ritualmente a
la confederación mafiosa calabresa en 1983 y la nueva organización creada
por él imita fielmente a la ‘Ndrangheta en sus reglas y su jerarquización
internas. Asimismo, las bandas juveniles asiáticas imitan constantemente los
rituales de iniciación, las fórmulas y los roles de las tríadas más consolidada-
das con el fin de incrementar el compromiso de sus afiliados y de reforzar su
propia cohesión interna (Chin, 1996). Incluso las bandas rusas recurren con
frecuencia a fórmulas y rituales elaborados, a pruebas de valentía y signos
de reconocimiento con el fin de transmitir una identidad colectiva distintiva
y reforzar el sentido de pertenencia común de sus miembros (Dunn, 1997).
Para poder ser convincentes y vinculantes, los grupos ilegales basados en
el (seudo)parentesco suelen depender de la tradición cultural o de un mo-
vimiento ideológico, ninguno de los cuales pueden crearse arbitrariamente
y a voluntad de cada uno. Si las relaciones de parentesco ritual no pueden
llegar a establecerse, es posible explotar los lazos de parentesco con el fin de
crear empresas criminales pequeñas que pueden llegar a tener mucho éxito.
Los lazos de sangre pueden llegar a ser muy efectivos siempre que la fa-
milia sea considerada la «unidad política fundamental», siempre que tenga
derecho a emplear la violencia, el estado sea débil y carezca de legitimidad.
No es casualidad que las familias consanguíneas sean la base de casi todas
las empresas de éxito que constituyen los denominados cárteles de drogas
colombianos. También el tráfico y la distribución mayorista de heroína por
toda Europa está en gran medida controlado por empresas familiares inde-
pendientes de origen kurdo, turco y, más recientemente también albanés
(TrMI, 1994a). Las llamadas caucasianas, georgianas y otras mafias étnicas
que han florecido en la antigua Unión Soviética, también parecen basarse en
gran medida en lazos de parentesco (Shelley, 1996).
Los motivos por los cuales los empresarios criminales recurren con tan-
ta frecuencia a la fórmula organizativa de los clanes tiene fácil explicación.
Debido a la falta de un poder público, los mercados ilegales no gozan de

170
Las paradojas del crimen organizado

una «confianza sistémica» (Luhmann, 1979: 68-69). Este tipo de confianza


depende de la existencia de leyes y de un aparato público capaz de hacerlas
cumplir, una situación estrechamente ligada a la creación de estados de de-
recho. En cambio, en el mundo de la ilegalidad igual que en las sociedades
tradicionales, la confianza tiene solo una base personal. Esto explica que
las relaciones a largo plazo entre los empresarios ilegales así como las co-
laboraciones criminales estables sean más fáciles de asegurar y de mantener
cuando las personas guardan un vinculo previo, por ejemplo por lazos de
sangre, por la pertenencia a una hermandad o por su origen étnico, religioso
o político común. Estos vínculos mantienen a raya a la traición, la confianza
interpersonal favorece los intercambios económicos así como la agrupación
de recursos para fines económicos y políticos.

El arraigo de las acciones económicas ilegales

Las empresas ilegales estables son aquellas que dependen de lazos no


económicos preexistentes: también este hecho explica las paradojas del cri-
men organizado. Mientras que la lógica de los mercados ilegales no promue-
ve el desarrollo de burocracias modernas a gran escala, las empresas ilegales
que han conseguido ser más estables y estructuradas son aquellas que no
están exclusivamente orientadas al mercado y que son capaces de insertar
sus actividades económicas en relaciones solidarias y sin ánimo de lucro.
Desde una perspectiva histórica, la inserción de acciones económicas
criminales en el conjunto de relaciones sociales no es ninguna novedad. Al
contrario. Un análisis de la historia empresarial demuestra que las organi-
zaciones burocráticas a gran escala con límites claros y funciones altamente
centralizadas que dominan los mercados legales tal y como existen en la
actualidad son un fenómeno muy reciente. Como señaló Powell, «la historia
del comercio moderno, contada por Braudel, Polanyi, Pollard o Wallerstein,
es la historia de las empresas familiares, los gremios, cárteles y compañías
de comercio ampliadas, todo entidades con fronteras flexibles y altamente
permeables» (1991: 267). En un contexto en el que el estado moderno y el
sistema capitalista aún debían afirmarse plenamente, estas entidades realiza-
ban actividades económicas pero también otras funciones múltiples de for-
ma que su éxito económico dependía de las condiciones de confianza y de
solidaridad entre los miembros creadas por lazos no económicos.
Cuando los aparatos de los Estados empezaron a proporcionar bienes
públicos básicos —principalmente un orden público— que permitían el
funcionamiento de los mercados nacionales, estas instituciones poliédricas
y polivalentes acabaron siendo superfluas en gran medida. Las modernas
empresas capitalistas fueron surgiendo de las densas redes de afiliaciones
políticas, religiosas y sociales que han envuelto a las actividades económi-
cas durante siglos. La economía se fue convirtiendo así cada vez más en
una esfera propia y diferenciada de la sociedad moderna, con transacciones
económicas definidas no ya por las obligaciones sociales o de parentesco de

171
Letizia Paoli

aquellos que participan en las operaciones, sino por cálculos racionales de


beneficio individual.
La exclusión de la esfera protectora del Estado no ha permitido a las em-
presas ilegales seguir este camino y cosechar los beneficios de los procesos
de diferenciación funcional. Por este motivo las empresas más duraderas en
el terreno de la ilegalidad siguen siendo hoy aquellas basadas en lazos ex-
traeconómicos preexistentes. Las organizaciones con capacidad de conver-
tirse en comunidades morales y de obligar a sus miembros, a través de una
mezcla de obligación moral y amenaza de castigo, a cumplir los reglamentos
internos, son frágiles islas de cohesión y de solidaridad en medio del mare
magnum de anomia que representa el mundo de la ilegalidad. Las relacio-
nes de confianza que se establecen entre sus miembros permiten establecer
acuerdos económicos estables que incluyen una cierta división del trabajo
entre los socios, superando así las limitaciones descritas arriba derivadas del
carácter ilegal de los productos.
En términos más generales se puede decir que en el mundo de la eco-
nomía ilegal mucho más que en el de la legal, las transacciones o cualquier
otra acción ilegal que exija la cooperación de dos o más personas se ve muy
facilitada cuando se da una familiaridad y una confianza previa entre las par-
tes. Esto explica que los intercambios ilegales tiendan a producirse dentro de
las redes de información e intercambio preexistentes pues son estas las que
tienen capacidad de garantizar la fiabilidad de las partes y de crear condicio-
nes favorables para llevar a cabo transacciones delictivas. Sin embargo, como
sucede con muchos otros espacios no económicos, estas redes difícilmente
pueden crearse a voluntad para el mero logro de intercambios ilegales. Estos
últimos necesitan insertarse en sistemas más amplios, a menudo generados
por relaciones a largo plazo y que van desde los canales de comunicación
creados dentro de las redes de emigración, a de los espacios de solidaridad
y confianza que surgen entre los miembros de las instituciones legales y
semilegales10.
Los actores que tienen acceso a estas redes disfrutan de una considera-
ble ventaja en el desempeño de actividades ilegales en comparación con los
competidores que no las tienen y su ausencia duradera puede incluso limitar
el desarrollo de los negocios ilegales. Así, por ejemplo, la ausencia de un
enclave étnico en Europa ralentizó durante mucho tiempo la penetración de
los traficantes de cocaína colombianos en el mercado europeo a principios
de los 1980. En términos más generales se puede decir que la propagación

10 
Otros ejemplos son las redes de las comunidades de inmigrantes de italianos del sur y de
turcos en Europa, América y Australia, que han sido ampliamente explotados en los últimos treinta
años por una minoría de sus miembros sin el conocimiento del grueso de sus integrantes para trans-
portar y vender heroína a los mercados de consumo finales. Durante las décadas de los setenta y los
ochenta, los masones y otras asociaciones semisecretas similares han desempeñado un papel crucial
para favorecer los contactos entre los líderes de las familias mafiosas sicilianas y representantes del
crimen corporativo y las instituciones estatales. Igualmente, tras la caída del telón de acero, una
red de antiguos agentes de la KGB facilitaron el traslado y venta de armas sofisticadas, incluyendo
nucleares, así como conocimientos e información al mercado ilegal.

172
Las paradojas del crimen organizado

geográfica de estas redes duraderas preexistentes influye poderosamente so-


bre el desarrollo de los negocios ilegales. La expansión de la venta de drogas
de la Cosa Nostra y la ’Ndrangheta se produjo en gran medida después de
la creación de ramificaciones, de filiales y de subunidades mafiosas en el
norte de Italia y en el extranjero. Gracias a una red más extensa fuera de
su región de origen, las familias mafiosas calabresas han adquirido un papel
relevante en el negocio de la droga nacional desde mediados de los ochenta
manteniendo su posición durante toda la primera mitad de la siguiente dé-
cada (Paoli, 1994). Por el contrario, los grupos de la Cosa Nostra se han ido
marginalizando cada vez más dada su limitada presencia en la zona norte
del país que es donde se concentra la mayoría de los consumidores (Paoli,
2000a). Estas acciones de la Cosa Nostra y de la ’Ndrangheta no son excep-
cionales. Todos los empresarios ilegales tienden a concentrar sus negocios
en los emplazamientos que forman parte de la red, prescindiendo de pro-
metedoras operaciones y tentadores mercados minoristas cuando carecen de
homólogos de confianza con los que llevar a cabo las operaciones.

Las desventajas del parentesco

Aunque especialmente efectivo para superar las particularidades de los


entornos ilegales a los que no llega el Estado, la dependencia de lazos no
económicos tiene un alto precio para la eficiencia económica.
Primero: todos los grupos criminales que dependen fuertemente de la-
zos de parentesco ficticio o real, es decir, de lazos de consanguinidad, se
enfrentan a fuertes restricciones en el campo de la selección de personal.
Aun cuando la tasa de beneficios es elevada, la extensión que puede lle-
gar a alcanzar una familia consanguínea es limitada y los contratos de fra-
ternización son efectivos solo entre personas que ya comparten un origen
cultural. Por consiguiente, las organizaciones de tipo mafioso, los grupos
terroristas y las empresas familiares a menudo no son capaces de interiori-
zar las competencias especializadas que resultan necesarias para participar
en las operaciones más rentables de los espacios informales y legales de
la economía mundial. A veces tampoco tienen capacidad de penetrar en
los mercados ilegales cuando estos últimos son solo un pequeño apéndice
de un determinado mercado legal. Por estos motivos, las familias mafiosas
sicilianas y calabresas no pudieron entrar en los segmentos mayoristas del
comercio internacional de armas y dinero durante muchos años. Incapaces
de blanquear los ingresos del negocio de la droga por sí mismos, en los
años setenta y ochenta, estos grupos dependían de los servicios de perso-
najes vinculados al crimen financiero y en algunos de estos acuerdos —por
ejemplo los firmados con Michele Sindona y Roberto Calvi— acabaron
perdiendo importantes sumas de dinero (Paoli, 1995). La mayoría de las
asociaciones mafiosas siguen enfrentándose a restricciones análogas en su
intento de penetrar en los mercados de la información, del oro y de las
piedras preciosas (Naylor, 1996).

173
Letizia Paoli

Pero además (segundo) las organizaciones de tipo mafioso también es-


tán plagadas de inconvenientes internos. Como ya se ha mencionado, deben
gran parte de su fuerza y de su flexibilidad a la fortaleza moral de los lazos
comunitarios que generan los ambientes de confianza y de solidaridad, lazos
que permiten imponer los intereses personales de los afiliados mediante el
apoyo mutuo. Pero al mismo tiempo es precisamente la necesidad de man-
tener siempre un equilibrio entre estos dos «registros», de evitar la prima-
cía del cálculo egoísta por encima de la moralidad del grupo donde radica
un elemento de potencial fragilidad y desorden en los consorcios mafiosos.
Como señalaron Eisenstadt y Roniger comentando la bibliografía sobre re-
laciones personales rituales y de patrón/cliente (1984): todas estas relaciones
personales sufren la tensión que se produce entre el énfasis puesto en su
contenido puramente solidario y las obligaciones concretas —de poder y
también instrumentales— que se derivan de ellas. Las relaciones entre las
filiales de un grupo mafioso se ven, por ejemplo, constantemente afectadas
por esta tensión.
En la vida diaria de todas las asociaciones criminales de tipo mafioso,
la prescripción de la fraternidad y la solidaridad del grupo se ve no solo
debilitada, sino también traicionada por conflictos de interés, rivalidades y
ambiciones personales de los miembros que pretenden explotar la fuerza
de las relaciones incondicionales del grupo para conseguir unos objetivos
específicos, ya sean personales o facciosos. El precario equilibrio entre los
intercambios generales y particulares entre las partes se ve también cons-
tantemente amenazado por el proceso de institucionalización que necesa-
riamente implica la consolidación de relaciones instrumentales y de poder.
Esto traiciona una y otra vez los valores de fraternidad e igualdad que nece-
sariamente forman parte del corazón de las relaciones de tipo mafioso.
A estos factores «permanentes» de tensión, habría que añadir dos más
que han surgido en los últimos cuarenta años. Primero: la creciente implica-
ción en actividades económicas durante el período de posguerra ha generado
un debilitamiento de la moral del grupo en muchos consorcios mafiosos, es-
timulando alianzas empresariales ilícitas con no miembros e incrementando
los acuerdos económicos entre camaradas mafiosos. Otra (segunda) fuente
importante de desequilibrios surge de los procesos de deslegitimación que
la mayoría de las asociaciones mafiosas han sufrido dentro de sus propias
comunidades locales y que les ha llevado a perder muchas de las funciones
«positivas» que solían desempeñar dentro de ellas. A medida en que el len-
guaje del fraternalismo pierde fuerza para el grueso de la sociedad, las aso-
ciaciones mafiosas han ido teniendo cada vez más problemas para que sus
nuevos miembros interioricen la ficción —esa ficción necesaria— propia del
contrato de fraternización, mientras que la necesidad de aumentar el secreto
dentro y alrededor de las asociaciones conduce a abandonar los rituales y a
abreviar el proceso de socialización de los nuevos miembros. Entre las fami-
lias vinculadas a la Cosa Nostra siciliana esta tendencia ha tenido unos efec-
tos devastadores, como demuestra el crecimiento exponencial de desertores
a principios de los noventa, como sucedió el 30 de junio de 1996, cuando

174
Las paradojas del crimen organizado

más de 430 testigos dispuestos a declarar procedían justamente de las filas


de la Mafia siciliana (Ministero dell’Interno, 1996). Aunque existen desde
hace muchos años, las organizaciones criminales de tipo mafioso parecen
tener cada vez más problemas para mantener el frágil equilibrio entre un
intercambio específico y uno generalizado del que depende tanto su éxito
en los mercados ilegales como su propia supervivencia.

Conclusiones
Explicando las paradojas del crimen organizado, las secciones prece-
dentes muestran que las nociones de «provisión de productos ilegales» y
de «organización criminal», dos fenómenos que suelen presentarse como
solapados, deben mantenerse separados. Por un lado, los bienes y servicios
ilegales tienden a producirse y comerciarse por una miríada de pequeñas
empresas efímeras que casi nunca consiguen consolidarse y convertirse en
empresas criminales a gran escala. Los factores que promueven el desarrollo
de empresas a gran escala en la economía legal se ven frenados en el mundo
de la ilegalidad por una serie de limitaciones estructurales derivadas justa-
mente del carácter ilegal de los productos. Por otro lado, las organizaciones
criminales duraderas que sí existen y que normalmente se consideran el pro-
totipo del crimen organizado no pueden reducirse a su dimensión econó-
mica, puesto que ya existían antes de que aparecieran los mercados ilegales
modernos y porque han llevado a cabo muchas funciones no económicas a
lo largo de su, en parte, ya muy larga existencia. Asimismo, cuando inter-
vienen en los mercados ilegales, las asociaciones mafiosas también deben
tener en cuenta las limitaciones derivadas de la ilegalidad de los productos.
Los consorcios mafiosos casi nunca operan como una unidad aislada y la
iniciativa económica se deja en manos de familias individuales, e incluso con
mayor frecuencia, de miembros individuales.
Como se ha visto en la segunda parte de este trabajo, las limitaciones
que impiden el surgimiento de empresas criminales a gran escala activas en
los mercados ilegales solo pueden ser parcialmente superadas por actores
unidos entre sí por lazos no económicos. Estos últimos son un recurso im-
portante que permite garantizar la estabilidad de las asociaciones mafiosas
durante siglos y promover el desarrollo de redes criminales flexibles basadas
en lazos familiares y étnicos, pero constituyen también una importante limi-
tación a la ampliación de sus actividades.
El cruce de estas dos limitaciones —las generadas por la ilegalidad de los
productos y las generadas por la dependencia de lazos no económicos— es
lo que nos permite albergar algún optimismo. Los mercados ilegales pros-
perarán siempre que haya una demanda de productos ilegales por parte de
la población. Los beneficios adicionales garantizados por la ilegalidad suelen
ser lo suficientemente importantes para atraer constantemente a nuevos pro-
veedores con capacidad de sustituir a los que son detenidos o alejados por
la acción de las fuerzas de seguridad. No obstante, las limitaciones arriba

175
Letizia Paoli

comentadas no solo impiden la consolidación de empresas criminales a gran


escala, sino que además bloquean el acceso de los actores que se mueven en
los mercados ilegales a muchos de los beneficios generados por la evolución
de la economía mundial, beneficios de los que sí se han venido aprovechan-
do sus homólogos legales a lo largo de los últimos cincuenta años.

176
3.  Peligrosidad y daño directo del crimen organizado

Fernando Moreno

Introducción: ¿Qué es el crimen organizado?


El crimen organizado es uno de esos términos que, a base de ser conti-
nuamente definido, redefinido, utilizado y reutilizado para calificar diversas
categorías de estructura criminal, ha acabado nombrando a una amenaza ines-
pecífica que deriva de ciertas clases de delito y delincuentes a los que se atribu-
yen una peligrosidad superior que a los delitos y delincuentes tradicionales o
comunes. En este sentido, la pequeña delincuencia o delincuencia común suele
presentarse como un fenómeno segregado de la delincuencia organizada, bien
por razón de su amenaza o gravedad —la delincuencia organizada es más peli-
grosa y más grave—, o bien por razón de sus características —la delincuencia
organizada es más sofisticada, compleja y profesional—. Aunque la vertiente
legal parece ser la más conocida, el crimen organizado no solo es una construc-
ción jurídica, sino también cultural y política en el sentido pleno del término, ya
que se trata de un proceso dinámico, complejo e interactivo con otros procesos
sociales (Fernández Steinko, 2008: 21). Si por organización entendemos la for-
ma y resultado de la ejecución racional de actividades por una o varias personas
para conseguir un objetivo, puede decirse que prácticamente no hay actividad
humana que no esté sujeta a algún tipo de organización y, como consecuencia,
tampoco hay prácticamente crimen que no pueda considerarse organizado1.
La práctica policial cotidiana no distingue entre delincuencia organizada
y crimen organizado. Sin embargo, la mayor parte de la doctrina establece
diferencias desde el punto de vista teórico entre la asociación criminal y la
organización criminal:
• Una asociación criminal está constituida por la concertación de varias
personas para la comisión de delitos mediante una cierta organización
de sus actividades, una cierta estabilidad y una cierta permanencia
(Sánchez García de Paz, 2008: 39ss.). En estos términos, la delin-
cuencia organizada puede considerarse como la delincuencia cometi-
da por asociaciones criminales.
• Una organización criminal está formada por una asociación criminal
que cumple además con otras tres características: la comisión de deli-

1 
Quizás quedarían fuera de la delincuencia organizada tan solo los delitos con un componente
pasional lo suficientemente grande como para producir obcecación o trastorno mental a sus autores,
impidiéndoles pensar con un mínimo de racionalidad.

177
Fernando Moreno

tos graves, la adopción de una estructura compleja y la búsqueda de


beneficios o poder como objetivo (Sánchez García de Paz, 2008: 39ss).
En estos términos, el crimen organizado puede considerarse como la
delincuencia cometida por organizaciones (grupos) criminales.

Al margen de otras consideraciones, del análisis de los documentos ofi-


ciales públicos sobre la materia puede deducirse que la delincuencia organi-
zada se articula desde tres perspectivas:
• Como el conjunto de todos los delitos que cometen las asociaciones
delictivas definidas como grupos criminales organizados.
• Como un cierto conjunto de actividades criminales sofisticadas o
complejas a las que se califica como organizadas por su especial gra-
vedad o repercusión social.
• Como una combinación de los dos significados anteriores, es decir,
como el conjunto de delitos graves o con repercusión social cometi-
dos por grupos organizados.

Es obvia la importancia que tiene el marco definitorio de la delincuencia


organizada en la configuración, enfrentamiento y percepción social del proble-
ma. La mayor o menor exigencia de requisitos para fijar el concepto influye
en el número de grupos registrados y por tanto en la dimensión cuantitativa
del problema; pero también en las características de dichos grupos, y por tanto
en su dimensión cualitativa, que es como decir en su peligrosidad individual.
Por otro lado, la percepción social del fenómeno y su influencia en la vida
cotidiana son factores que afectan a la capacidad y margen de maniobra de los
poderes públicos para legitimar las medidas, que es como decir los sacrificios,
para combatirla. El uso de diferentes criterios entre los distintos países para
delimitar el concepto de crimen organizado complica el análisis y hace difícil
establecer conclusiones útiles. Como muestra, puede decirse que en América
Central y del Sur los grupos organizados tienden a identificarse con cualquier
asociación de delincuentes que comete ciertos delitos (robo de vehículos, por
ejemplo) utilizando ciertos modus operandi (violencia o intimidación); mientras
que en Europa la consideración de grupo organizado conlleva el cumplimien-
to de requisitos más estrictos, que pueden sacar nominalmente de la categoría
grupo organizado a algunas asociaciones criminales que operan fuera de la UE.
Los cuerpos de seguridad españoles actúan de acuerdo con la defini-
ción de la UE de grupo criminal organizado, basada en el cumplimiento
de cuatro indicadores obligatorios: (1.1) colaboración de más de dos per-
sonas, (1.2) período prolongado o indefinido de tiempo, (1.3) comisión de
delitos graves, (1.4) objetivo de conseguir beneficio económico o poder; y
dos opcionales de entre siete: (2.1) reparto de tareas específicas, (2.2) uso
de mecanismos de control y disciplina interna, (2.3) uso de la violencia e
intimidación, (2.4) ejercicio de influencia en la política, los medios de comu-
nicación, la administración pública, la ejecución de la ley, la administración

178
Peligrosidad y daño directo del crimen organizado

de justicia o la económica, corrupción o cualquier otro medio, (2.5) uso de


estructuras comerciales o de negocios, (2.6) uso de blanqueo de capitales, y
(2.7) actuación en el ámbito internacional.
El modelo conceptual de la UE está planteado de una forma ambivalente con
respecto a la tendencia doctrinal. Por un lado, los requisitos obligatorios definen
como grupo criminal organizado a la asociación estable de delincuentes que co-
mete delitos graves, de una manera sensiblemente idéntica a la establecida por
la doctrina para las organizaciones criminales. Por el otro lado, la existencia de
requisitos opcionales permite englobar como crimen organizado a una gran va-
riedad de asociaciones o grupos, si bien es cierto que dichos requisitos no cons-
tituyen rasgos estructurales más que en los indicadores 2.1 y 2.2, mientras que
los demás refieren cinco actividades instrumentales (no siempre delictivas) para la
optimización de los recursos con los que obtener beneficios. No se percibe, por
tanto, una auténtica descripción de complejidad estructural en la definición de la
UE, que sin embargo sí que parece ser exigida, sin ser descrita, por la doctrina.
Por lo que se refiere al aspecto jurídico, el Código Penal español, en
su artículo 570 bis, establece desde junio de 2010 una definición de crimen
organizado que se aparta un tanto de la corriente doctrinal expuesta y de la
praxis policial promovida por la UE: «A los efectos de este Código se entien-
de por organización criminal la agrupación formada por más de dos personas
con carácter estable o por tiempo indefinido, que de manera concertada y
coordinada se repartan diversas tareas o funciones con el fin de cometer deli-
tos, así como de llevar a cabo la perpetración reiterada de faltas».
Por otro lado, el artículo 570 ter establece que: «A los efectos de este
Código se entiende por grupo criminal la unión de más de dos personas que,
sin reunir alguna o algunas de las características de la organización criminal
definida en el artículo anterior, tenga por finalidad o por objeto la perpetra-
ción concertada de delitos o la comisión concertada y reiterada de faltas».
La reforma del Código Penal de 2010 reduce las exigencias para con-
siderar a las agrupaciones de delincuentes como grupos u organizaciones
criminales; no hay referencia a los objetivos finales de la acción criminal y
las condiciones estructurales se limitan a una difusa concertación o coordi-
nación de tareas, y esto solo en el caso de las organizaciones, ya que en el
caso de los grupos ni siquiera es necesaria esta condición.
El punto positivo es que la nueva normativa penal española distingue
dos niveles de complejidad estructural: el grupo criminal y la organización
criminal; la reserva analítica es que también parece que lo que el Código
llama grupo se corresponde aproximadamente con lo que la doctrina llama
asociación, mientras que a lo que el Código llama organización, la doctrina
y los cuerpos policiales lo llaman grupo.
Como puede verse, la polisemia que soporta el término grupo organizado
añade confusión al ya de por sí confuso marco conceptual y augura dificulta-
des añadidas para la consideración objetiva del problema del Crimen Organi-
zado, con mayúsculas, frente a otras aristas del problema de la delincuencia.

179
Cuadro 3.1.  Comparativa de definiciones de crimen organizado

180
Asociación criminal Grupo criminal Grupo criminal organi- Organización criminal
Indicadores de la UE (doctrina) (Código penal) zado (doctrina) (Código penal)
Indicadores obligatorios
Fernando Moreno

1.1. Dos o más Dos o más personas Dos o más personas Dos o más personas Dos o más personas
personas
1.2. Período prolonga- Estabilidad temporal Estabilidad temporal Estabilidad temporal o
do o indefinido tiempo indefinido
1.3. Delitos graves Delitos Delitos, o faltas reite- Delitos (graves) Delitos, o faltas reite-
radas radas
1.4. Búsqueda de bene- Búsqueda de beneficios
ficio o poder o poder
Elevado número de Elevado número de
personas (agravante) personas (agravante)
Indicadores opcionales
Estructurales Estructura (simple) Estructura Estructura (compleja) Estructura
2.1. Reparto de tareas Reparto de tareas Reparto de tareas Reparto concertado y
específicas específicas coordinado de tareas o
(estructura compleja) funciones
2.2. Uso de disciplina o Uso de disciplina
control interno o control interno
(estructura compleja)
Indicadores de actividad
2.3. Uso de violencia o Uso de violencia o inti-
intimidación(1) midación (delito grave)
2.4. Uso de influencia Uso de influencia
ilegítima ilegítima y corrupción
y corrupción (delito grave)
2.5. Uso estructuras Uso de estructuras co-
comerciales merciales
(estructura compleja)
2.6. Uso de Blanqueo Uso de blanqueo
(delito grave)
2.7. Actuación
internacional
Medios disponibles Medios disponibles
(agravantes) (agravantes)
Armas o instrumentos Armas o instrumentos
peligrosos peligrosos
Medios tecnológicos Medios tecnológicos
avanzados de comuni- avanzados de comuni-
cación o transporte, es- cación o transporte, es-
pecialmente aptos para pecialmente aptos para
facilitar la ejecución de facilitar la ejecución de
los delitos o la impuni- los delitos o la impuni-
dad de los culpables dad de los culpables
Fuente: Elaboración propia.
(1) El uso de violencia o intimidación se considera como un indicador de actividad, puesto que refiere un cierto modus operandi de actuación en
la comisión de delitos. Sin embargo, también es posible entenderlo como un indicador de estructura en tanto en cuanto constituye una cierta
forma específica de interrelación entre los miembros de una organización criminal.

181
Peligrosidad y daño directo del crimen organizado
Fernando Moreno

Volviendo a la definición operativa de crimen organizado de la UE, pa-


rece claro que los rasgos estructurales de las organizaciones no constituyen
el núcleo argumental de la definición, más focalizada hacia los delitos co-
metidos y hacia ciertas actividades —algunas delictivas y otras no delicti-
vas— que se llevan a cabo por sus integrantes. Por otro lado, la infiltración
de los grupos en el tejido económico, político e institucional a través de la
corrupción, el tráfico de influencias y otros delitos similares no es conside-
rada como un rasgo obligatorio a pesar de que la doctrina recalca precisa-
mente en este factor la causa de la superior cualificación de peligrosidad del
crimen organizado sobre otras modalidades de delito, tal y como se verá
más adelante.
Quizá por las características de la definición que se aplica, o quizá debi-
do a condicionantes operativos, lo más frecuente es que el tratamiento po-
licial no distinga entre organizaciones criminales, asociaciones criminales o
simples cuadrillas de delincuentes. Esta circunstancia produce una tendencia
inflacionaria de los registros de investigación sobre crimen organizado, in-
cluyéndose en dicha categoría un rango amplísimo de estructuras y pseudo
estructuras cuyas diferencias de peligrosidad son enormes. Por ejemplo: de
acuerdo con la tipología vigente, constituye un grupo criminal organizado
la agrupación de tres ladrones españoles de bancos cuyo modus operandi es
el procedimiento del butrón, y que invierten sus ganancias en comprarse au-
tomóviles de lujo y jugar en casinos. También constituye un grupo criminal
organizado el conjunto de quince personas de nacionalidad española, rusa,
rumana y nigeriana, dedicado a la trata de mujeres para explotación sexual,
que tiene su base en el Este de Europa y despliega su acción por toda la UE
controlando la captación de las mujeres, el traslado y la explotación en los
países de destino, que asesina a las mujeres que intentan escapar y extor-
siona a los familiares de las víctimas en sus países de origen, y que además
blanquea el dinero producto de la explotación sexual a través de inversiones
en divisas y propiedades en paraísos fiscales.
Aunque, como acabamos de describir, las variaciones de la peligrosi-
dad de los grupos calificados como de crimen organizado son amplísimas,
hasta la fecha no se ha publicado un modelo institucional de valoración
de la peligrosidad específica de los grupos. Por otro lado, la atribución
genérica de mayor peligrosidad a las organizaciones que disponen de ca-
pacidad para desestabilizar el sistema económico o infiltrar el sistema po-
lítico no han dejado de ser recurrentes declaraciones más o menos sim-
bólicas que no están sustentadas en estudios científicos o cifras aplicables
a las realidades concretas de los grupos conocidos o desarticulados.
A continuación se propone el esquema elemental de un modelo siste-
mático de valoración de indicadores, cuyo objetivo principal es jerarquizar
los grupos organizados y asociaciones de criminales en función de su peli-
grosidad. Pero además, el modelo pretende aflorar las características especí-
ficas de la amenaza de cada uno de dichos grupos, al objeto de que puedan
extraerse conclusiones genéricas aplicables al enfrentamiento institucional

182
Peligrosidad y daño directo del crimen organizado

desde una perspectiva estratégica. El desarrollo del modelo en su vertiente


práctica se ha limitado a uno de los factores de la ecuación: el daño directo.
La razón fundamental de esta limitación es que dicho factor, el daño directo,
es el único que puede ser manejado desde la perspectiva de la represión po-
licial a partir de los datos que recopilan actualmente —o podrían recopilar
sin grandes esfuerzos— los cuerpos de seguridad.
Hubiera sido posible también abordar otro factor relacionado directa-
mente con el trabajo de los cuerpos de seguridad: la prevención y represión
de las actividades generadoras del daño producido, pero por cuestiones de
extensión se ha decidido no profundizar en esa materia. En todo caso, debe
advertirse que este trabajo es una propuesta que debe ser sometida a análisis
de validez y fiabilidad, especialmente en lo que se refiere a los valores atri-
buidos a cada una de las variables de peligrosidad, así como a las operacio-
nes matemáticas entre ellas para obtener la puntuación final de peligrosidad.
Como consecuencia, es necesario un trabajo empírico que demuestre la co-
herencia interna del modelo y su ajuste con la realidad antes de que sea dado
por válido y pueda ser utilizado como herramienta de inteligencia sobre el
crimen organizado.

El ciclo del crimen organizado


El crimen organizado se articula sobre la comisión de delitos con
el fin de obtener beneficio económico mediante el uso de una estruc-
tura generalmente no muy formalizada, compuesta por personas que se
vinculan mediante interrelaciones más o menos complejas y que utilizan
cierta infraestructura y medios materiales para alcanzar el mencionado
beneficio. Las actividades criminales se desarrollan mediante tres fases:
planificación, desarrollo y culminación, para obtener dinero y patrimo-
nio con el que sustentar el modo de vida de los dirigentes y resto de
integrantes del grupo. Parte de las ganancias que se adquieren de esta
forma son aparentemente legitimadas mediante un proceso más o menos
complejo de ocultación o transformación que se denomina blanqueo de
capitales o lavado de activos.
No todo el dinero negro generado por la actividad criminal se blanquea;
solo aquel que tiene que ver con la eventual inversión en negocios legítimos
y el que se precisa para mantener un nivel de vida que sea conveniente expli-
car por actividades económicas legales. El resto del dinero, principalmente
el utilizado para financiar la propia organización y para influir en el entorno
institucional mediante la corrupción, se mantiene en el circuito clandestino
siempre que sea posible, así como el que se invierte en otros negocios ilega-
les2. La rentabilidad de los delitos es consecuente con la diferencia entre el

2 
Es de pura lógica que el volumen de dinero o bienes blanqueados tienda a reducirse al míni-
mo, puesto que el blanqueo es un coste. Dicho con otras palabras, las organizaciones blanquean solo
los activos que se ven obligadas a blanquear.

183
Fernando Moreno

beneficio bruto y el coste de operación y mantenimiento de la estructura,


añadido al coste de ilegalidad3.

Rentabilidad = Ingreso bruto – Coste de (operación + mantenimiento


de la estructura + ilegalidad)

Cuando los costes de operación e ilegalidad son pequeños, la actividad


en términos globales es rentable aunque el beneficio bruto unitario sea
pequeño.
Algunos modus operandi se basan precisamente en la pequeña escala de
las operaciones individuales como forma de garantizar un beneficio grande a
base de reducir los costes y riesgos unitarios. Por ejemplo, el tráfico de dro-
gas por medio de muleros y el tráfico ilegal de flora y fauna se fundamen-
tan en el reducido coste de cada operación, en la pequeña probabilidad de
intercepción de los envíos unitarios y en la pequeña incidencia económico-
estructural que supone la eventual intercepción de algunos de ellos. Lógi-
camente, el coste de mantenimiento de la estructura está en relación directa
con las características de la actividad criminal y la necesidad de inversión
previa a las actividades de producción, distribución y venta minorista del
producto o servicio ilegal.
Esquemáticamente, el proceso cíclico del crimen organizado se muestra
en la figura a continuación.
En ella se puede visualizar cómo en la organización criminal las perso-
nas y estructura se integran con la infraestructura y equipo para desarrollar
las actividades delictivas mediante las tres fases mencionadas (planificación,
desarrollo y culminación), generando beneficios ilegítimos que tienen como
destino la inversión en la propia estructura criminal, la ejecución de nuevos
actos criminales y la inversión en corrupción institucional; mientras que la
parte de beneficios blanqueados se dedica a la inversión en bienes de con-
sumo y nivel de vida de los integrantes de la organización y la inversión en
negocios legítimos.

3 
El coste de ilegalidad se define como la cantidad de recursos que una organización asume para
eludir o defenderse de la represión institucional, bien mediante el uso de mecanismos de protección,
bien mediante el uso de corrupción sobre funcionarios policiales, judiciales y políticos. El coste de
ilegalidad incluye el desgaste económico-estructural que la represión produce en la organización.

184
Peligrosidad y daño directo del crimen organizado

Figura 3.1.  Ciclo completo del crimen organizado

Fuente: Elaboración propia.

Focalizando el análisis sobre el grupo organizado, su peligrosidad pue-


de establecerse a partir del conocimiento de la entidad de la infraestructura y
equipo disponible, la extensión y complejidad de su estructura, las actividades
criminales cometidas, el patrimonio sucio que se obtiene y el patrimonio apa-
rentemente legítimo que se deriva de la aplicación de métodos de blanqueo.
Sin embargo, la peligrosidad de los grupos organizados no depende solo de la
objetividad de sus características y actividades. Algunos factores psicológicos
y sociales modulan la carga de amenaza de cualquier elemento generador de
daño, por lo que deben ser tenidos en cuenta tanto en el estudio de la peligro-
sidad de los grupos como en el planteamiento de las medidas para combatirlos.

El riesgo y la peligrosidad como construcciones sociales


La Real Academia identifica el peligro con el riesgo o contingencia de
que suceda algún mal, mientras que define la amenaza como el conjunto de
indicios de estar inminente algo malo o desagradable. La preocupación por
el riesgo ha existido siempre en la Historia de la Humanidad por cuanto
ha sido necesario o conveniente predecir las consecuencias de determinados
fenómenos naturales y conductas humanas. Sin embargo, puede decirse que
hasta los siglos xix y xx el peligro no se ha constituido como un factor re-
currente en las decisiones cotidianas de ámbito personal y social (Inerarity
2010, y Carlín 2010). El riesgo, en su acepción sinónima de peligro, parece

185
Fernando Moreno

una condición objetiva del entorno por cuanto su definición —contingencia


(posibilidad) o proximidad de un daño— está sustentada en realidades ajenas
o externas a las personas o grupos sociales. Sin embargo, esta aparente obje-
tividad no debe ocultar ciertas realidades que la cuestionan:
1)  E
 l riesgo es una construcción social. Es el resultado de un proce-
so observable de pérdida, deterioro o menoscabo que sufre un bien
material o moral. Se trata, por tanto, de un elemento objetivo e inde-
pendiente de los individuos que lo observan o padecen. No obstante,
debe tenerse en cuenta que la relevancia personal o social del daño
reside ante todo en el valor o significado que se atribuye a la pérdida
o deterioro de los bienes afectados y no a la simple privación material
de dichos bienes. En este punto se introduce el componente subjeti-
vo —es decir, perceptivo— en la ecuación del riesgo, que a la postre
resulta de la máxima importancia. El peligro, como probabilidad de
daño, no se articula sólo como un factor objetivo que vincula dos va-
riables físicas reducibles a números: probabilidad y grado de deterio-
ro, sino que constituye una construcción social en la que el valor del
bien en riesgo y el significado de su pérdida o daño potencial intro-
duce componentes emocionales que tienen consecuencias objetivas.
2) Los individuos y las sociedades perciben los riesgos en función de
cuatro variables:
a. La importancia atribuida a los bienes que se encuentran en peligro.
b. La percepción de la entidad del riesgo, es decir, la percepción
sobre la vulnerabilidad de los bienes frente a aquello que puede
producir el daño. Esto implica conocer la existencia del fenó-
meno o agente que lo origina e identificarlo como amenazante
o potencialmente dañino.
c. La percepción de proximidad física al riesgo.
d. La percepción de inmediatez del riesgo.

3) El riesgo está muy condicionado por los grupos sociales influ-
yentes. Aunque el proceso de configuración de los peligros es un
asunto de mentes individuales, en el plano social la influencia de los
grupos predominantes —como agentes explicativos de la realidad—
incluye la determinación de los bienes especialmente valiosos y la
configuración de los riesgos que sufren dichos bienes.
En este sentido resulta especialmente instructiva la película The
Village, dirigida por M. Night Shymalan en 2004, y cuyo título en
español es sorprendentemente El bosque, donde se describe una
microsociedad cuyos elementos incluyen una amenaza construi-
da literalmente por los propios dirigentes grupales para ejercer el
control social sobre los nuevos miembros de la comunidad, hijos
y nietos de los fundadores. Se trata de un ejemplo muy ilustrativo
sobre la construcción social del riesgo.

186
Peligrosidad y daño directo del crimen organizado

Los grupos sociales influyentes establecen, por tanto, no solo cuáles son las
áreas de convivencia que merecen la atención social, sino también cuáles son las
amenazas (o peligros) que se ciernen sobre ellas; y además tienen capacidad para
orientar sobre las medidas que deben tomarse, la urgencia de dichas medidas y
los costes (no solo económicos) que deben pagarse para enfrentar el riesgo.
4) El riesgo no actúa como un factor uniforme en el espacio. Como cons-
trucción social, el peligro no puede ser uniforme desde el momento en
que es el resultado de la acción de grupos sociales con intereses distintos
y muchas veces contrapuestos. No se trata solo de que lo dañoso para
ciertas personas pueda ser beneficioso para otras, sino que el riesgo, es
decir, la contingencia del daño, se constituye en argumento en la diná-
mica de presión entre los grupos y por tanto es utilizado como elemento
de poder. Desde este punto de vista, el riesgo es un factor presente en el
conflicto intergrupal que se utiliza para alcanzar y mantener la influencia.
5) El riesgo tampoco es un factor uniforme en el tiempo El peligro
está vinculado a la dinámica social, y por tanto está sujeto a los cam-
bios temporales propios de dicha dinámica. Como ejemplo paradig-
mático se puede mencionar el tabaco, que ha pasado con el tiempo
de ser un símbolo social de madurez, estatus y poder, a constituirse
en un riesgo mortal para la salud.
Puede discutirse mucho sobre si el peligro o la amenaza están dotados
de existencia objetiva ajena a la percepción individual o si son consecuencia
de la interiorización de las personas que los soportan. Dicha discusión es
inútil a efectos prácticos, puesto que aun aceptando que el riesgo fuera un
indicador objetivo de probabilidad de la existencia de un daño y que la ame-
naza se basara en indicios objetivos, lo cierto es que hasta que las personas
no interiorizan la existencia de los indicios o la probabilidad del daño no
se produce una alteración de su comportamiento y por tanto no es posible
movilizar recursos para combatir el peligro. Como consecuencia, el manejo
de la percepción de peligrosidad es casi tan importante como el manejo de la
propia peligrosidad objetiva en lo que se refiere a la dinámica social.

Delincuencia y peligrosidad percibida

La configuración de la peligrosidad delictiva puede entenderse como re-


sultado de un consenso social, temporal y espacialmente localizado. Desde
esta perspectiva, coherente con el denominado Interaccionismo Simbólico,
los integrantes de la Sociedad deciden con mayor o menor espontaneidad
cuál es el nivel de riesgo consecuente con la existencia del fenómeno del
crimen. No obstante, y de acuerdo con el punto anterior, esta decisión so-
berana está ciertamente condicionada por los grupos sociales dominantes
gracias a su capacidad para configurar y potenciar el consenso sobre el nivel
de riesgo del delito en general y de sus modalidades específicas en particular,
potenciando ciertas visiones o ideas sobre el fenómeno a partir de una labor
continuada y sostenida de concienciación.

187
Fernando Moreno

Inseguridad ciudadana y barómetros del CIS

Los barómetros de opinión mensuales del CIS aportan datos interesantes


sobre la valoración que realizan los ciudadanos sobre los problemas que les
afectan; y dichos datos nos pueden dar pistas sobre el grado de consenso so-
bre la peligrosidad atribuida al delito. Cuando se pregunta a los encuestados
cuáles son los tres problemas más importantes de España, cuál es el proble-
ma más importante de España, cuáles son los tres problemas personales más
importantes para ellos y cuál es el problema personal más importante para
ellos, un notable porcentaje incluye la inseguridad ciudadana como respues-
ta a todas las preguntas. La secuencia de la evolución de las contestaciones
desde enero de 2008 a diciembre de 2012 se muestra en la siguiente gráfica.

Figura 3.2.  E
 volución de la percepción de inseguridad ciudadana como
problema

Percepción de la inseguridad ciudadana como problema


20%
Problema de 1 a 3 de España
1er problema de España
Problema 1 a 3 personal
Porcentaje de respuesta

15%
1er problema personal

10%

5%

0%
ene
feb
mar
abr
may
jun
jul
sep
oct
noc
dic
ene
feb
mar
abr
may
jun
jul
sep
oct
noc
dic
ene
feb
mar
abr
may
jun
jul
sep
oct
noc
dic
ene
feb
mar
abr
may
jun
jul
sep
oct
noc
dic
ene
feb
mar
abr
may
jun
jul
sep
oct
noc
dic

2008 2009 2010 2011 2012

Fuente: Elaboración propia sobre datos del barómetro del CIS.

Llaman la atención algunas características de las evoluciones:


• La inseguridad ciudadana como problema muestra una clara evolu-
ción descendente en todas las categorías, con algunos altibajos.
• La inseguridad ciudadana como problema personal más importante
recibe durante casi todo el período más elecciones que la inseguridad
ciudadana como problema más importante de España.
• Ni la delincuencia organizada ni el crimen organizado aparecen
como categoría en las encuestas del CIS, lo cual sugiere que no son

188
Peligrosidad y daño directo del crimen organizado

mencionados o que son englobados en la categoría inseguridad ciu-


dadana en general.

Como conclusiones principales se pueden destacar tanto la falta de apa-


rición del crimen organizado en las encuestas como la evolución descen-
dente de la inseguridad, en sus dos variantes de problema social y personal,
durante el período analizado. La crisis económica no parece haber tenido
hasta el momento repercusión negativa sobre la sensación de inseguridad y
el crimen organizado no es segregado por los encuestados como problema
específico, lo cual puede significar que no lo consideran como tal.

Corrupción y fraude

Por otro lado, habitualmente los medios de comunicación asocian la exis-


tencia del crimen organizado con la corrupción, el tráfico de influencias, el co-
hecho y otras actividades relacionadas. Las encuestas del CIS muestran un cier-
to grado de preocupación de los ciudadanos por estos comportamientos, bajo la
denominación corrupción y fraude, cuya evolución se muestra a continuación.

Figura 3.3.  E
 volución de la percepción de corrupción como problema so-
cial y problema personal

Percepción de la corrupción como problema


20,0%
Problema de 1 a 3 de España
17,5% 1er problema de España
Problema 1 a 3 personal
Porcentaje de respuesta

15,0%
1er problema personal
12,5%

10,0%

7,5%

5,0%

2,5%

0,0%
ene
feb
mar
abr
may
jun
jul
sep
oct
noc
dic
ene
feb
mar
abr
may
jun
jul
sep
oct
noc
dic
ene
feb
mar
abr
may
jun
jul
sep
oct
noc
dic
ene
feb
mar
abr
may
jun
jul
sep
oct
noc
dic
ene
feb
mar
abr
may
jun
jul
sep
oct
noc
dic

2008 2009 2010 2011 2012

Fuente: Elaboración propia sobre datos del barómetro del CIS.

La corrupción y el fraude son fenómenos que despiertan una preo-


cupación cada vez mayor, sobre todo desde el comienzo del año pasado,

189
Fernando Moreno

hasta llegar a valores que superan el diecisiete por ciento en diciembre de


2012 y que han llegado al 17,7 por ciento en enero de 2013 (este valor no
está reflejado en la gráfica). Cuando analizamos conjuntamente las curvas
de inseguridad ciudadana y corrupción, podemos comprobar que existe un
coeficiente de correlación que oscila entre el -0,4871 y el -0,7511 entre las
evoluciones de ambas variables, y en las cuatro categorías existentes (tres
principales problemas de España, principal problema de España, tres prin-
cipales problemas personales y principal problema personal), lo cual puede
interpretarse como una desvinculación entre la percepción de inseguridad y
la percepción de corrupción-fraude como problemas. Puede concluirse, por
tanto, que los encuestados no vinculan perceptivamente la corrupción con la
inseguridad ciudadana, por lo que el problema de la delincuencia no parece
estar asociado en la mente del ciudadano a la existencia de corrupción.

Crimen organizado: peligrosidad y daño directo

A pesar de la aparente desatención ciudadana, la literatura sobre crimen


organizado alude en numerosas ocasiones a la elevada peligrosidad del fenó-
meno basándose en su supuesta capacidad para corromper los fundamentos
del tejido social o en su afectación a la economía real de los Estados. En este
sentido argumenta Sánchez García de Paz cuando señala que la característica
que cualifica la especial peligrosidad del crimen organizado es «…la deses-
tabilización de los sistemas político y económico…» (2008: 63ss; de forma
idéntica Choclán Montalvo 2007: 159). Igualmente, el profesor colombiano
Díaz Colorado afirma que:

[…] ...el gran peligro del crimen organizado es que la víctima es


la sociedad entera, que la concepción individualizadora del derecho
penal no permite restaurar el daño que produce en todo el conjunto
social pues el ejercicio desigual del poder, al servicio de unos po-
cos, posibilita el florecimiento y fortalecimiento de actividades tales
como el crimen organizado, cuyo camino conduce a la búsqueda de
la institucionalización de la ilegalidad (Díaz Colorado, 2003).

En la misma línea se expresa Resa Nestares cuando alude a la:


[…] «...pérdida de gobernabilidad frente al crimen organizado…»,
y sostiene que «El crimen organizado puede afectar de manera
esencial el entorno social y físico de las democracias, distorsio-
nando ante los ciudadanos las líneas que separan lo legal de lo ile-
gal, generando lealtades alternativas a las del estado y provocando
cambios en la opinión pública que afectan negativamente al fun-
cionamiento del sistema» (Resa Nestares, 2003).

La prensa se hace eco frecuentemente de declaraciones de personajes pú-


blicos en las que se reitera una y otra vez que el crimen organizado busca el
poder político y económico, que el crimen organizado se infiltra en la estruc-

190
Peligrosidad y daño directo del crimen organizado

tura política mediante la corrupción, que el crimen organizado es, en fin, una
de las principales amenazas para el Estado y la supervivencia de la sociedad.
En 2011, el que fue portavoz de la Comisión de Interior del Congreso por el
Partido Popular —y actualmente director general de la Policía— Don Ignacio
Cosidó, afirmaba en una comparecencia del entonces vicepresidente del Go-
bierno y ministro del Interior, don Alfredo Pérez Rubalcaba:
[…] «...sería un enorme error político el de minusvalorar la amenaza
que supone el crimen organizado. Porque yo creo que va implícito en
el discurso que el ministro y vicepresidente ha hecho aquí esta maña-
na: probablemente después del terrorismo, el crimen organizado sea la
amenaza más importante a la que nos enfrentamos, afecta a la seguri-
dad de los ciudadanos de manera muy directa por el tipo de actividades
que usted ha descrito: narcotráfico, delitos contra la propiedad, uso de
la violencia …» (Comparecencia del vicepresidente 1.º del Gobierno y
ministro del Interior ante la Comisión de Interior del Congreso el día
2 de noviembre de 2010. Diario de Sesiones de la Cámara).

Las declaraciones políticas, las manifestaciones de estudiosos del crimen


organizado y los medios de comunicación nos indican con claridad meridia-
na que el crimen organizado es una preocupante amenaza para la sociedad.
Lo que no están tan claras son las características ni el volumen de la amena-
za que nos muestran con recurrencia los titulares. Aquí resulta significativo
que el principal documento estratégico presentado por el Ministerio del In-
terior en 2010 (el Informe de Situación del Crimen Organizado en España
2009, elaborado por el CICO —Centro de Inteligencia contra el Crimen
Organizado—), no se detenga a valorar o siquiera a mencionar el volumen
o características de la peligrosidad o amenaza específica de los grupos orga-
nizados que se analizan en el texto, salvo una solitaria e indirecta mención
a la idea de que la peligrosidad de los grupos está relacionada con el análisis
comparativo de ciertas combinaciones de indicadores. La concreción prác-
tica de esa amenaza difusa en variables de peligrosidad técnicamente mane-
jables es sin duda uno de los desafíos actuales en la lucha contra el delito.

Dimensión absoluta de la peligrosidad de los grupos organizados

Enfrascados en la tarea de dar contenido a un modelo sistemático de


valoración de la amenaza del crimen organizado, la construcción de dicho
modelo podría establecerse a partir de, al menos, cinco factores relacionados
con la capacidad de los grupos criminales para afectar negativamente a las
personas y a la sociedad. Estos podrían ser los siguientes:
1)  E
 l daño o perjuicio directo por la pérdida o menoscabo de bie-
nes jurídicos. La estimación económica del perjuicio directo que
sufren las víctimas de los grupos criminales es complicada, puesto
que aunque determinados delitos permiten evaluar directamente el
daño económico producido (un robo de cobre, por ejemplo), los

191
Fernando Moreno

daños producidos por muchas conductas delictivas incluyen no solo


un perjuicio económico sino, y sobre todo, un perjuicio a los dere-
chos que puede no ser directa y linealmente estimado en dinero (la
trata para explotación sexual, por ejemplo). Los delitos sin víctima,
como el tráfico de drogas, pueden ser considerados en este apartado
si se tiene en cuenta el perjuicio a las personas que, sin ser víctimas
directas, resultan afectadas indirectamente por la actividad delictiva.
2)  E
 l daño estructural o perjuicio por la afectación a la estructu-
ra y relaciones sociales, especialmente las políticas y económicas.
La infiltración del crimen organizado correlaciona con el funciona-
miento anómalo e ineficiente de los servicios públicos; el proble-
ma consiste en encontrar la forma de medir dicha ineficiencia. Las
repercusiones directas e inmediatas de la corrupción, el tráfico de
influencias, el cohecho etc., podrían ser consideradas como daño
directo por tratarse de conductas delictivas, pero las consecuencias
indirectas y a largo plazo de la distorsión que produce el crimen
organizado en los procesos públicos de decisión son más complejas
y más difícilmente cuantificables.
El coste del resarcimiento a las víctimas directas del daño produ-
3) 
cido. El coste de resarcimiento nombra a los recursos públicos y pri-
vados que hay que emplear para restituir los derechos a las víctimas
(por ejemplo el abono de indemnizaciones a los afectados por un
delito), y para financiar la respuesta institucional de apoyo cuando
se culminan ciertas operaciones policiales (por ejemplo la asistencia
gratuita y asesoramiento a las víctimas de Trata). Además, no hay
que olvidar la notable cantidad de actividades relacionadas con la
protección y seguridad privadas (desde las compañías de seguros a
los fabricantes de artículos de protección para vigilantes) que intro-
ducen un sobrecoste en el desarrollo de las actividades económicas
productivas, encareciendo al fin y al cabo el precio de los productos
finales de una gran parte de artículos de consumo y servicios.
Lógicamente, este sobrecoste no puede atribuirse exclusivamente a
la existencia del crimen organizado, sino que se corresponde con
una necesidad de seguridad producto de la acción tanto de delin-
cuentes solitarios como de los encuadrados en asociaciones crimi-
nales. Sin embargo, es cierto que la especialización y sofisticación
de los grupos criminales permite sospechar que el coste de la pre-
vención y disuasión será tanto mayor cuanto más peligrosos sean
los delincuentes que amenacen las actividades legítimas.

El coste de la prevención y represión de las actividades generadoras


4) 
de daño. En lo que se refiere al coste de los recursos institucionales
empleados en la represión, sería posible estimar de una forma bastante
exacta del dinero que cuesta llevar a cabo el conjunto de las operacio-
nes policiales realizadas contra el crimen organizado, si bien no consta
que los cuerpos de seguridad estén llevando a cabo tal estimación o si,

192
Peligrosidad y daño directo del crimen organizado

en su caso, la cuantificación de recursos tiene alguna utilidad o reper-


cusión estratégica. Por otro lado, los costes de prevención y disuasión
suelen establecerse de forma genérica sobre la delincuencia en general y
no sobre las actividades criminalizadas organizadas en particular; resul-
tando difícil establecer a posteriori tal distinción.
El valor de pérdida de bienes sociales. Este punto refiere la imposibili-
5) 
dad de generar bienes sociales debido a los recursos que tienen que ser
distraídos hacia la lucha contra el crimen organizado, y que por tanto
no pueden emplearse en acciones directamente generadoras de bienestar.

Tanto el coste de la no prestación de servicios como el coste de resar-


cimiento, prevención y represión constituyen elementos que no siempre se
tienen en cuenta a la hora de valorar el impacto de las actividades criminales.
Sin embargo se trata de consecuencias que podrían ser utilizadas de forma
muy gráfica como medio de concienciación del precio social que suponen.
La suma del daño directo y el daño estructural constituye el monto total del
daño producido por el crimen organizado, mientras que la suma del coste de
las actividades vinculadas a la represión, la prevención, el resarcimiento y el
valor perdido, constituye el monto total del coste soportado.
Corolario: la peligrosidad puede representarse como la suma del daño
más el coste del crimen, siendo el daño la suma del daño directo a las víc-
timas (DDi) más el daño a la estructura social (DEs), y el coste la suma de
coste de resarcimiento (CRs) más el coste de represión-prevención (CRe)
más el valor perdido por la distracción de los recursos (VPe).

Peligrosidad = Daño + Coste = (DDi + DEs) + (CRs + CRe+ VPe)

Atendiendo a los objetivos y condicionantes del análisis que se está lle-


vando a cabo en este trabajo, nos centraremos a partir de ahora en el pri-
mero de los sumandos de la ecuación, es decir, en la parte de la peligrosidad
que depende del daño directo que sufren las víctimas de los grupos crimina-
les organizados (DDi).

Componentes del daño directo (DDi)

El daño directo tiene, como se dijo en el punto anterior, un componente


de pérdida económica y otro de pérdida de derechos. Asumir que el objetivo
de los grupos organizados es precisamente la consecución de beneficios a partir
de la comisión de delitos sugiere que una parte de su actividad criminal sea di-
rectamente evaluable en dinero perdido por la víctima u obtenido por el grupo.
Los delitos que se agrupan en esta clase de actividad criminal se denominan ac-
tividades criminales principales. Por ejemplo: la trata para explotación sexual es
una actividad principal, puesto que el objeto directo de la captación, transporte,
alojamiento y explotación sexual de las víctimas es obtener ganancia económi-
ca. Otras actividades delictivas de los grupos organizados no tienen por objeto

193
Fernando Moreno

directo obtener beneficios, sino que se realizan como extensión o parte lógica
de una actividad principal, o como medio para perfeccionarla. Estos delitos se
denominan actividades instrumentales vinculadas. Por ejemplo, la falsificación
de pasaportes constituye una actividad vinculada a la actividad principal de tra-
ta para explotación sexual siempre que se produzca con el fin de asegurar que
las mujeres tratadas puedan cruzar las fronteras bajo apariencia de legalidad.
Por último, los grupos criminales pueden cometer una tercera clase de delitos:
aquellos que, sin ser principales ni vinculados, se producen como consecuencia
circunstancial de los hechos o se cometen para mantener la cohesión del grupo.
A estos últimos delitos se los denomina actividades instrumentales colaterales.
Por ejemplo, un asesinato cometido cuando una de las mujeres intenta escapar
de una red de trata no es el objetivo del grupo de tratantes ni se realiza como
medio funcional para perfeccionar o asegurar la actividad principal. Por tanto,
puede calificarse como actividad colateral.
Ciertas actividades vinculadas o colaterales en un grupo pueden ser
actividades principales en otro. La característica diferenciadora se en-
cuentra en el fin o circunstancias en las que se produce el delito. Por
ejemplo: la falsificación de documentos por una organización que
vende dichos documentos alterados a otras organizaciones o perso-
nas es una actividad principal; pero la falsificación por parte de una
organización para sus propios integrantes es una actividad vinculada.

Las tres clases de actividad criminal lesionan derechos y libertades de las


víctimas, pero solo la primera clase puede ser evaluada en términos de ob-
tención de beneficio para el grupo, puesto que las otras dos están definidas
por su uso instrumental no orientado al lucro.
Aceptando que el daño directo que produce un grupo es proporcional al
beneficio económico obtenido con cada actividad principal, parece razonable
que la existencia de actividades instrumentales incremente el daño no por su
incidencia en el volumen de beneficios, sino por el perjuicio a los derechos
que supone para las víctimas. Y aceptando el argumento de que el daño que
producen los grupos depende de la frecuencia y gravedad de los delitos prin-
cipales que cometen, se hace necesario incluir también la frecuencia y grave-
dad de los delitos instrumentales como elemento configurador del daño, por
el mismo motivo expuesto en la primera parte de este párrafo.
Corolario: El daño directo del grupo —por cada actividad criminal co-
metida— se establece en función del beneficio obtenido (B), y de la fre-
cuencia (Fd) y gravedad (Gd) del delito principal y delitos vinculados y
colaterales que comete.
Daño directo (DDi) = F (B, Fd, Gd), donde F es una cierta función matemática
La ecuación podría ser redundante en lo que se refiere a la presencia del
delito principal si existiera la seguridad de que frecuencia y gravedad del
mismo correlacionan con el beneficio obtenido, pero esta seguridad dista
mucho de producirse puesto que la gravedad de los delitos se establece en

194
Peligrosidad y daño directo del crimen organizado

función de ciertos criterios valorativos de la protección que merecen bienes


jurídicos como la vida, la libertad, la integridad física y moral o la propie-
dad, y no estrictamente por el valor económico perdido por las víctimas u
obtenido por los autores. En estos términos, desde la perspectiva de la víc-
tima, un grupo criminal es tanto más peligroso cuantos más delitos (Fd) y
más graves (Gd) comete contra ella y más perjuicio económico le produce;
mientras que desde una perspectiva absoluta, un grupo criminal es tanto más
peligroso cuanto más beneficio económico obtiene (B) —haya o no vícti-
mas—, y cuantos más delitos (Fd) y más graves comete (Gd).
Estableciendo el tipo delictivo como unidad de medición del daño, pa-
rece lógico considerar a priori una relación directa y proporcional —que en
términos matemáticos podría expresarse como multiplicación— entre el daño
total producido por el grupo y las tres variables (beneficio por cada delito,
frecuencia de comisión de cada tipo y gravedad que se le atribuye). A partir
de este criterio, el daño directo total producido por un grupo se considera
igual al sumatorio, para todos los tipos delictivos, del beneficio obtenido por
la comisión de cada tipo multiplicado por la frecuencia y la gravedad de cada
tipo principal y de sus actividades instrumentales y colaterales.
Daño directo (DDi) = F [∑ni=1(Bi·Fdi·Gdi)], donde F es una cierta función
matemática4
El factor Gdi está modulado por una diferente valoración de gravedad de
una misma conducta delictiva según se trate de actividad principal, actividad
vinculada o actividad colateral, reflejando de esta forma una mayor importan-
cia para los delitos principales5. Por otro lado, a priori debería considerarse
también la posibilidad de modular la gravedad de los delitos en función de las
características de sus modus operandi, como por ejemplo los que suponen ejer-
cicio de la violencia. Sin embargo, es cierto que la existencia de tipos que llevan
implícita la violencia o intimidación (las lesiones o los delitos contra la vida, por
ejemplo), supondría una doble valoración del daño en dichos casos. Una solu-
ción de compromiso puede ser introducir un factor que aumente la puntuación
de gravedad de los delitos que, no estando caracterizados estrictamente por el
uso de la violencia o intimidación, se presenten con este modus operandi sin
que este aumento pueda superar la puntuación de los delitos violentos per se.

Recapitulación sobre peligrosidad y daño directo

1) La peligrosidad total del crimen organizado es función directa de la


peligrosidad individual de los grupos criminales que operan en un
cierto territorio.

4 
Se entiende que la suma ∑ni=1Bi es igual al beneficio económico total obtenido por el grupo, que
puede identificarse con el patrimonio de sus dirigentes y la infraestructura y equipos del propio grupo.
5 
La multiactividad, entendida como la comisión de varios delitos principales, no se considera
como un factor independiente de daño, ya que está implícita en la fórmula ∑ni=1(Fdi·Gdi).

195
Fernando Moreno

2) La peligrosidad de un grupo criminal organizado es función de:


• El daño directo al patrimonio y derechos a las víctimas directas
y difusas.
• El daño a la estructura social, por infiltración en el tejido políti-
co y económico.
• El coste de resarcimiento a la víctimas.
• El coste de la represión y prevención del delito.
• El valor perdido por la distracción de recursos.

3) El daño directo producido por un grupo criminal es función de:


• La frecuencia y gravedad de la totalidad de los delitos cometidos
por el grupo, estando la gravedad de cada tipo modulada por un
factor dependiente de la categoría de actividad (principal, vincu-
lada o colateral), y por otro factor dependiente de la existencia o
inexistencia de violencia o intimidación.
• El beneficio económico obtenido por la organización gracias a la
comisión de cada delito. La manifestación externa del beneficio
económico se encuentra en el patrimonio de sus dirigentes y en
la infraestructura y equipos que utilizan para las actividades cri-
minales. En este sentido se puede entender que el beneficio total
de una organización es igual al valor del patrimonio obtenido
más el valor de la infraestructura y equipos de su propiedad. Se
acepta que tanto el patrimonio como la infraestructura y equipos
correlacionan con el perjuicio económico producido a las vícti-
mas y la sociedad en su conjunto.

La medición práctica del daño directo


Tras desarrollar un esquema teórico de configuración de la peligrosidad,
hay que asumir que la medición práctica está sometida a una notable can-
tidad de limitaciones, algunas de ellos imposibles de soslayar. En lo que se
refiere al daño directo, debe tenerse en cuenta que:
1) En primer lugar, establecer de forma fehaciente el número de delitos
cometidos por un grupo durante su trayectoria criminal es difícil, en
parte por los condicionantes de las propias investigaciones policiales
y en parte por un sistema legal que no permite prolongar una investi-
gación más allá de lo necesario para obtener pruebas, exigiendo gene-
ralmente impedir la comisión de nuevos delitos aunque ello bloquee
la capacidad para escalar en la inteligencia sobre la cúpula criminal.
Además, llegar al conocimiento exhaustivo de los delitos anteriores a
los que causan la intervención policial es simplemente imposible en la
mayoría de los casos, por la propia dinámica delictiva.

196
Peligrosidad y daño directo del crimen organizado

2) En segundo lugar, la determinación de la amenaza del crimen organizado


pasa por medir el daño producido por los grupos durante la investiga-
ción y justo después de la actuación táctica orientada a la desarticulación.
Medir los beneficios obtenidos por los grupos es extraordinariamente di-
fícil si se quiere realizar con un mínimo de seriedad científica cuando se
está llevando a cabo la investigación, pero también es complicado incluso
después de la actuación táctica, puesto que una gran cantidad de variables
quedan fuera de las posibilidades de conocimiento policial.

Como consecuencia de estas limitaciones, la medición del daño directo solo


puede realizarse en la práctica a partir de ciertos indicadores mensurables y fá-
ciles de obtener, que nos permitan inferir una correlación directa con las varia-
bles establecidas en el marco teórico (beneficio obtenido y frecuencia-gravedad
delictiva). Asumiendo que las dificultades metodológicas no permiten conocer
el importe de los beneficios obtenidos por los grupos organizados (salvo quizá
cuando fuera posible conocer su patrimonio real), podemos inferir que tales be-
neficios correlacionan directamente con la complejidad de la estructura y la eje-
cución de ciertas actividades no estrictamente criminales, sobre la base de que
las estructuras más complejas son las más rentables. Hay al menos tres razones
para no incluir el patrimonio como indicador de peligrosidad: la primera es la
intrínseca dificultad para determinarlo fehacientemente, la segunda es la dificul-
tad para establecer criterios de comparación, ya que la reducción a dinero de
muchos bienes está sujeta a tasaciones dependiente de variables coyunturales y
temporales que pueden distorsionar la comparación en lugar de facilitarla. Por
último, el tercer motivo se fundamenta en la dificultad para establecer de qué
forma puede operar la puntuación del patrimonio. Con todo, la primera razón
es la que tiene más peso a la hora de eliminar esta variable como indicador de
daño directo. No obstante, la determinación del patrimonio de las organizacio-
nes debe seguir siendo un objetivo de la acción investigativa por dos motivos:
es esencial en la investigación de la vertiente económica y puede servir como
indicador de eficacia para los Cuerpos de Seguridad.
El modelo utilizado por el Cuerpo Nacional de Policía, que jerarquiza el
nivel organizativo de los grupos mediante la combinación de criterios como
el número de miembros, la extensión territorial de actividades y el cum-
plimiento de cinco indicadores denominados de calidad. Estos indicadores
son: a.) el empleo de la violencia o intimidación, b.) el uso de influencia o
corrupción, c.) el empleo de expertos, d.) la sofisticación de la operación y
e.) el aislamiento.
Por empleo de expertos (c.) se entiende la utilización de profesiona-
les o peritos con el fin de aumentar o garantizar el éxito a la hora
de cometer las actividades delictivas. La sofisticación (d.) se produce
cuando el grupo, en sus operaciones delictivas, despliega técnicas o
métodos complejos de ejecución en áreas como comunicaciones,
tecnología o bien destrezas en el manejo de fondos o aplicación de
medios para penetrar en las funciones políticas, judiciales o poli-
ciales, a fin de asegurar el éxito en sus actividades delictivas. Se da

197
Fernando Moreno

un aislamiento (e.) cuando los principales individuos de la organi-


zación se protegen de la detención o el procesamiento mediante el
uso de subordinados, tapaderas o corrupción. Estos tres criterios
de calidad no existen en la definición de grupo organizado de EU-
ROPOL, si bien la “sofisticación” también evoca la condición c)
que agrava la pena correspondiente a la pertenencia a grupo crimi-
nal organizado u organización criminal en el Código Penal vigente.

Dicho modelo del Cuerpo Nacional de Policía equipara o establece una


cierta vinculación entre la peligrosidad y el denominado nivel organizativo,
sin que se haga mención a las características estructurales de cada nivel salvo
una alusión ambigua al desarrollo de técnicas organizativas.
Así, para el Cuerpo Nacional de Policía (Informe Anual de Situa-
ción de la Delincuencia Organizada en España en el Ámbito del
Cuerpo Nacional de Policía, año 2009, página 13): «…El nivel de
peligrosidad y amenaza de un grupo organizado, estaría en con-
sonancia con los distintos criterios o parámetros existentes para
definirlo como tal y el conocimiento iría más allá, puesto que se
trataría de determinar la capacidad de aislar a sus líderes de la ac-
ción de la justicia (indicador E de calidad, N. del A.), la potenciali-
dad para corromper o infiltrar la sociedad (indicador B de calidad,
N. del A.), la violencia ejercida tanto dentro del grupo como fuera
de él (indicador A de calidad, N del A.), el desarrollo de técnicas
organizativas, la utilización de profesionales expertos (indicador C
de calidad, N del A.) y su dimensión internacional».

Como alternativa al modelo del CNP, los indicadores de daño directo


de los grupos (que en dicho modelo se nomina peligrosidad) pueden esta-
blecerse a partir de tres categorías:
Indicadores de daño en sentido estricto. Frecuencia de los delitos
1) 
y su gravedad (por categorías delictivas), modulados por un factor
dependiente de la clase de actividad (principal, vinculada o colateral)
y por un factor dependiente de la existencia o inexistencia de violen-
cia o intimidación (como modus operandi de ejecución de delitos).
Otros indicadores de daño son el número de víctimas, el empleo de
expertos (Indicador de calidad C), la sofisticación (Indicador de ca-
lidad D) y el aislamiento (Indicador de calidad E), por entender que
todos ellos están directamente vinculados con la capacidad del gru-
po para obtener beneficios. La influencia institucional (Indicador de
calidad B) y el blanqueo de capitales se consideran exclusivamente
como indicadores de daño en atención a su carácter de conducta
delictiva, ya que sería repetitivo considerarlos además como factores
de incremento de peligrosidad.
Indicadores de actividad no directamente criminal. Extensión te-
2) 
rritorial, duración de la actividad del grupo y uso de estructuras
comerciales.

198
Peligrosidad y daño directo del crimen organizado

Indicadores de complejidad estructural. Tamaño del grupo, re-


3) 
parto de tareas específicas, uso de disciplina o control interno (que
puede equipararse al uso de violencia o intimidación en el interior
del grupo), y tipo de estructura.

A continuación se analizará la viabilidad de estos indicadores potencia-


les, estableciendo en la medida de lo posible la puntuación que podría asig-
narse a cada uno de ellos para obtener la puntuación final de peligrosidad
de cada grupo.

Indicadores de daño

1)  F
 recuencia de los delitos. La frecuencia de los delitos refiere el nú-
mero de veces que se repite la actividad delictiva correspondiente.
Establecer una relación directa entre el daño de un delito y su fre-
cuencia soporta problemas prácticos derivados tanto de la dificul-
tad para cuantificar el número de delitos que se ejecutan como de la
existencia de delitos de ejecución continuada, como las detenciones
ilegales. Inicialmente es lógico atribuir una correlación directa entre
la frecuencia de los delitos cometidos y el daño producido por el gru-
po. Sin embargo, es raro que los cuerpos policiales ofrezcan datos
concretos sobre el número de casos resueltos con la desarticulación
completa o parcial de los grupos organizados. Esta circunstancia ocu-
rre por la enorme dificultad para objetivar hechos pasados que no
formen parte expresa de la investigación directa que ha producido la
desarticulación. Por otro lado, la legislación española obliga, como no
puede ser de otra forma, a la intervención inmediata de los cuerpos de
seguridad cuando conocen actos delictivos, exigiendo que dichos ac-
tos sean interrumpidos de forma inmediata cuando se están violando
derechos fundamentales de las víctimas. Por este motivo no es posible
dilatar las actuaciones policiales para una mayor eficacia cuando haya
personas directamente afectadas en sus vidas, integridades físicas o
patrimonios. Solo en ciertos casos muy concretos es posible dilatar
durante un breve período de tiempo la intervención, permitiendo co-
nocer algo más de la estructura criminal. La cuantificación del daño
a partir de la frecuencia delictiva también soporta el problema de que
los delitos menos graves suelen ser los que más veces se cometen. Si
se sobrevalora la frecuencia, lo más probable es que el número de
delitos, y no la gravedad de las conductas, se convierta en la variable
más determinante del daño; lo cual puede resultar contraproducente.
Los Cuerpos de Seguridad del Estado no mencionan la variable
cantidad de delitos como indicador de daño o peligrosidad de los
grupos criminales. Por este motivo, tanto el Centro de Inteligencia
contra el Crimen Organizado como el Cuerpo Nacional de Policía
y la Guardia Civil se centran en la descripción de las tipologías de-

199
Fernando Moreno

lictivas encontradas en los grupos como elemento de análisis de sus


informes de situación. Las dificultades para establecer la frecuencia
y las dudosas ventajas de hacerlo obligan a buscar alternativas: una
de ellas (la que aplican ahora los cuerpos de seguridad) es simple-
mente ignorarla. La otra es introducir un factor de corrección que
aumente el daño cuando la categoría de delito afecte a muchas per-
sonas. Esta puede ser la opción más eficaz para evaluar indirecta-
mente el daño debido a la frecuencia de los delitos.
2)  Gravedad de los delitos. El principio de proporcionalidad establece
que la pena de cada tipo delictivo esté relacionada directamente con
la gravedad del comportamiento que lo origina. De esta forma, se
puede decir a priori que un delito será tanto más grave cuanto mayor
sea la pena que lo castiga. La percepción social de la gravedad de una
conducta, que es el fundamento de la represión penal correspondien-
te, está condicionada por factores de tipo cultural que se integran
en el conjunto de normas, valores y creencias que ordenan la vida
social. La interiorización de las normas, valores y creencias también
desarrolla un papel en la percepción individual de gravedad de las
conductas, por lo que frente a la existencia de un delito puede con-
traponerse una tendencia social tolerante o despenalizadora de esa
conducta. Viceversa, frente a una situación de ausencia de tipo delic-
tivo sobre una conducta, puede producirse una tendencia social a cri-
minalizarla. Cuando las tendencias de uno u otro signo comienzan
a ser relevantes para el statu quo, el sistema penal se ve presionado a
modificar la respuesta institucional de una de las tres siguientes for-
mas: despenalizando un tipo obsoleto, introduciendo un nuevo tipo
sancionable, o modificando las sanciones existentes al alza o a la baja.
Por otro lado, el sistema penal es el resultado de la dinámica de
un conjunto de fuerzas sociales en las que las relaciones de poder
constituyen un elemento esencial. En este sentido, la configuración
de los tipos delictivos y sus sanciones es el resultado de un proceso
de tensión entre los grupos sociales dominantes, y como consecuen-
cia, refleja el mejor de los estados posibles para quienes disponen
de mayor capacidad de imposición, es decir, de poder. La gravedad
de los delitos cometidos es, como consecuencia, una construcción
social consecuente con los intereses, valores y creencias de los gru-
pos dominantes más que el resultado de un consenso pacífico entre
ciudadanos sobre los valores compartidos. No es casualidad que el
incremento de la necesidad de cambios no solo en los códigos pe-
nales sino en la totalidad de los sistemas penales (tipos delictivos,
procedimientos, modelos de cumplimiento de penas, arquitecturas
judiciales etc.) se esté produciendo en los últimos tiempos frente a
los largos períodos de estabilidad normativa de antaño. El mundo
global está sujeto a una constante y potente tensión de cambio, que
altera con rapidez la capacidad de los grupos sociales para ejercer el
poder. La disminución o aumento del poder de los grupos afecta a

200
Peligrosidad y daño directo del crimen organizado

la tensión dinámica entre ellos, y las cambiantes relaciones afectan


a las producciones sociales subsiguientes, como el sistema penal u
otros tipos de regulaciones.

Por ejemplo: la progresiva inclusión de las conductas dañosas


contra el medio ambiente en el Código Penal puede interpre-
tarse como la consecuencia de una creciente toma de conciencia
social por la protección del planeta, pero también como uno de
los resultados del aumento del poder de los grupos ecologistas,
que progresivamente han ejercido una mayor influencia sobre los
tradicionales grupos dominantes hasta integrarse en ellos, con su
esperable cuota de poder interno, o convertirse ellos mismos en
grupos dominantes con un rol importante en el juego. El interés de
los políticos por el medio ambiente no es consustancial a su deber
de velar por la salud de los ciudadanos, sino que es reactivo al in-
cremento de poder –formal o informal– de estos grupos, cuya ca-
pacidad de atracción masiva sobre los ciudadanos es evidente hoy
en día, pero no lo era tanto hace treinta o cuarenta años, cuando la
expresión de ecologismo y las medidas proteccionistas no eran tan
frecuentes y populares en la clase política como lo son hoy en día.

Pero al margen de cómo se configura socialmente la gravedad de los


delitos, puede entenderse que el daño producido por estos últimos se cons-
truye no tanto a partir del perjuicio sufrido por los derechos de las víctimas
como por la integración de ese perjuicio en el contexto social y en las prio-
ridades estratégicas de seguridad.
La categorización de las actividades criminales según el Código Penal,
sistema que se sigue en el Cuerpo Nacional de Policía y en la Guardia Civil,
presenta las ventajas de facilitar la clasificación e integración de los datos en
los sistemas informáticos correspondientes y permitir el inmediato análisis
comparativo con los datos que manejan las Fiscalías y el Poder Judicial. Sin
embargo, este sistema no permite integrar fácilmente la información en un
sistema de análisis que tenga en cuenta el contexto social o las prioridades
estratégicas de seguridad. Por su parte, el Centro de Inteligencia contra el
Crimen Organizado sí que ha procurado realizar una clasificación de acti-
vidades delictivas a partir de la consideración del contexto y los objetivos
de la política criminal, teniendo en cuenta las tendencias doctrinales sobre la
naturaleza y los efectos del crimen organizado, así como las posibilidades de
evaluar su capacidad de daño sobre el sistema económico y social.
A partir del modelo existente en CICO se propone la siguiente clasifi-
cación, teniendo en cuenta que a cada categoría se le asigna una puntuación
que se ha decidido de acuerdo con lo que parecen ser las prioridades estraté-
gicas del Estado en materia de lucha contra el delito a fecha de diciembre de
2011. La determinación definitiva tanto de las categorías como de su pun-
tuación debería ser objeto de un análisis sistemático antes de considerar una
eventual implantación del modelo.

201
Fernando Moreno

Cuadro 3.2.: Puntuaciones de peligrosidad por categorías delictivas

Categoría Descripción Puntuación


Grupo 1 Delitos contra la Administración Pública, la Adminis- 10
tración de Justicia y el patrimonio con potencial inci-
dencia en la desestabilización de la estructura social y
económica.
Título XIII capítulo XI sección 4: corrupción entre
particulares.
Título XIX capítulo I (prevaricación de los funciona-
rios públicos), capítulo V (cohecho), capítulo VI (trá-
fico de influencias), capítulo VII (malversación), capí-
tulo VIII (fraudes y exacciones ilegales), capítulo IX
(negociaciones prohibidas a los funcionarios y abusos
en el ejercicio de su función, y capítulo X (corrupción
en las transacciones comerciales internacionales).
Título XIX bis (corrupción en las transacciones co-
merciales internacionales).
Título XX capítulo I (prevaricación judicial) y capítulo
II (omisión de impedir delitos o promover su perse-
cución).
Grupo 2 Delitos de Trata de personas e inmigración ilegal. 8
Título VII bis (trata de seres humanos).
Título XV artículos 312 y 313 (tráfico ilegal de inmi-
grantes-inmigración clandestina).
Título XV bis (delitos contra los derechos de los ciu-
dadanos extranjeros).
Grupo 3 Delitos contra las personas, vida, integridad y libertad. 7
Títulos I (homicidio) y III (lesiones).
Título VI capítulo I (detención ilegal y secuestro), ca-
pítulo II (amenazas) y capítulo III (coacciones).
Título VII artículo 173 (trato degradante).
Título VIII, capítulo I (agresión sexual), capítulo II
(abuso sexual), capítulo II bis (abuso y agresión sexual
de menor de 13 años) y capítulo V (delitos relativos a
la prostitución y a la corrupción de menores).
Título XIII capítulo II artículo 242 (robo con violen-
cia o intimidación).

202
Peligrosidad y daño directo del crimen organizado

Grupo 4 Delitos contra el patrimonio y el orden socioeconómi- 6


co. Falsedades.
Título XIII, capítulo I (hurto), capítulo II artículos
238 y ss. (robo con fuerza), capítulo III (extorsión),
capítulo IV (robo de vehículo de motor), capítulo VI
sección 1 (estafa), capítulo XI secciones 1 y 2 (propie-
dad intelectual e industrial).
Título XIII, capítulo XIV (receptación y blanqueo de
capitales).
Título XVIII capítulo I (falsificación de moneda y
efectos timbrados) y capítulo II (falsedades documen-
tales).
Grupo 5 Producción y tráfico de sustancias ilegales. 5
Título XVII, capítulo III (delitos contra la salud pú-
blica).
Grupo 6 Resto de delitos. 3
Fuente: Elaboración propia.

La clasificación propuesta se ha realizado a partir del análisis de las de-


claraciones políticas de lucha contra el crimen de acuerdo con la agenda
política de seguridad. El desarrollo de un sistema informático para el tra-
tamiento de los datos sobre peligrosidad debería contemplar la posibilidad
de que este orden de prioridades cambie, alterando las puntuaciones corres-
pondientes. Desde el punto de vista de su importancia, los delitos relativos a
la corrupción, tráfico de influencias etc. se consideran la categoría principal
de gravedad de crimen organizado por la repercusión sobre el sistema polí-
tico y económico que nos muestra la doctrina. Los delitos relacionados con
la Trata y Tráfico de Personas se consideran en segundo lugar por la priori-
dad internacional que se está dando en los últimos tiempos a las conductas
delictivas relacionadas con la explotación de personas. Los delitos contra las
personas y contra la propiedad, junto con las falsedades, constituyen las dos
siguientes categorías por importancia, siendo las dos últimas el tráfico de
drogas y el resto de los delitos.
El daño atribuido a un grupo por la gravedad de los delitos cometidos
resultaría de la suma del daño de cada actividad objetivada, con los siguien-
tes factores de corrección:
a) Por la clase de actividad. Si la actividad es vinculada, la puntuación
se multiplica por un factor 0,5. Si la actividad es colateral, el factor
será de 0,1.
b) Por el uso de violencia o intimidación (como modus operandi de co-
misión del delito principal), se aplica un factor de 1,1 si la violencia
o intimidación se desarrolla con ocasión de un tipo delictivo que no

203
Fernando Moreno

los lleva implícitos o si supone una penalidad añadida a la víctima.


Por ejemplo, el robo con fuerza puntuaría 6 y el robo con intimida-
ción puntuaría 7. Una detención ilegal puntuaría 7 en caso normal,
y 7x1,1=7,7 si se observara violencia añadida la víctima que no fuera
encuadrable en otro tipo delictivo. Un robo con fuerza puntuaría 6,
y 6x1,1= 6,6, si se observa el uso de violencia o intimidación duran-
te algunas de las acciones criminales, salvo que se pudiera calificar
el delito como robo con violencia o intimidación.
c) Por el uso de empleo de expertos, sofisticación o aislamiento se apli-
ca un factor de 1,1 si aparece uno de los tres indicadores, de 1,2 si
aparecen dos, y de 1,3 si aparecen los tres. El indicador sofisticación
puede ser redundante con el uso de blanqueo de capitales siempre
que refiera destrezas en el manejo de fondos, las cuales aparecen
inevitablemente en el blanqueo. El criterio general del modelo es
evitar la duplicidad de puntuaciones, por lo que si existen blanqueo
y sofisticación exclusivamente por manejo de fondos, no se conside-
rará la existencia de sofisticación.
d) Por la cantidad de víctimas. Si el número de víctimas directas está
por encima de 50 o por encima de 100, la puntuación de peligrosi-
dad por daño se multiplica respectivamente o por 1,05 o por 1,1.

Indicadores de actividad no directamente criminal

1)  E
 xtensión territorial de actividades. La extensión territorial pue-
de entenderse en dos sentidos: como la capacidad para cometer
delitos en diversos territorios y como la capacidad para asentarse
de forma estable en ellos. La actuación e implantación en diversos
lugares del territorio nacional no se considera como una medida
de daño, ya que está al alcance de casi cualquiera asociación de
delincuentes gracias al sistema de transporte y comunicaciones rá-
pido y eficiente que existe en España. Por este motivo no se han
hecho distinciones de daño por el número de ciudades, provincias
o autonomías de actividad e implantación. Sin embargo, la actua-
ción internacional sí puede considerarse como un plus de daño por
cuanto la operación en varios países siempre conlleva la necesidad
de una mayor capacidad delictiva, incluso dentro de la Unión Eu-
ropea. Por este motivo se han establecido dos niveles de extensión
territorial internacional de actividades: dos países o menos, y más
de dos; excluyendo en todo caso España. En el primer caso la ac-
tividad internacional conllevaría un factor de 1,1, y en el segundo
1,2. El asentamiento de las organizaciones o grupos en el extranje-
ro se considera también un factor de daño por la dificultad añadida
para actuar contra ellos. En este caso se les aplica un factor 1,15,
independiente del factor que les corresponda por actividad inter-
nacional.

204
Peligrosidad y daño directo del crimen organizado

Duración de la actividad del grupo. La duración de la activi-


2) 
dad del grupo puede entenderse como un indicador de su ca-
pacidad para protegerse de los mecanismos estatales represivos,
lo cual significa que cuanto mayor tiempo de operación, mayor
peligrosidad. Lamentablemente, rara vez es posible establecer
el inicio de las actividades criminales, por lo que en realidad
los registros policiales casi siempre establecen desde cuándo se
tiene conocimiento de la existencia del grupo o cuándo han co-
menzado las investigaciones. En cuanto a la disolución o cese
de actividades, los cuerpos de seguridad suelen identificarla con
la denominada desarticulación, que refiere habitualmente la de-
tención de la mayoría o principales integrantes y su puesta a
disposición judicial.
Es criticable que el seguimiento policial de las organizaciones se
termine con la puesta a disposición judicial de los sospechosos,
cuando está constatado que la detención, procesamiento e incluso
condena de ciertos individuos no detiene el funcionamiento de las
organizaciones que lideran.

Esta práctica policial puede producir el indeseable efecto de


identificar la duración de la actividad del grupo criminal con la du-
ración de la investigación policial, lo cual no sería un indicador de
peligrosidad o daño del grupo, sino de eficiencia represiva. Tenien-
do en cuenta que los actuales informes resaltan que el 37 por ciento
de los grupos detectados llevaban operando menos de un año, el
49 por ciento entre uno y tres años, y el catorce por ciento más de
tres años, parece lógico establecer estas tres categorías de duración,
cuyos factores serían, respectivamente, 1,00, 1,05 y 1,10.
Uso de estructuras comerciales. El uso de estructuras comercia-
3) 
les puede tener dos utilidades: el mimetismo del tráfico ilegal con
el tráfico legítimo y la instrumentación del blanqueo. Incluso en el
caso de que las estructuras comerciales sean utilizadas para el blan-
queo de activos, no se considera redundante aplicar puntuación de
peligrosidad por los dos conceptos, ya que las estructuras comercia-
les constituyen un modus operandi que mejora las posibilidades de
impunidad. Como consecuencia, se aplicará un factor de 1,05 pun-
tos en todo caso.

Indicadores de complejidad estructural

El daño vinculado a las características del grupo tiene dos dimensio-


nes: el tamaño y la estructura. El tamaño de un grupo viene establecido
por el número de integrantes. Las características de la estructura dependen
del grado de interrelación y papeles que desempeñan todos o parte de sus
miembros.

205
Fernando Moreno

El número de integrantes

Desde un punto de vista sociológico, un grupo es un conjunto estruc-


turado e identificable de personas con papeles vinculados, que actúa como
una unidad durante un cierto tiempo y cuyos miembros comparten ciertas
normas, valores y fines. La aceptación recíproca de la pertenencia de otras
personas y el sentimiento propio de pertenencia son dos características que
diferencian al grupo de las meras categorías o agregados estadísticos de per-
sonas. Dicho de otra forma, la pertenencia de un individuo a un grupo su-
pone no solo actuar concertadamente compartiendo normas, valores y fines,
sino percibirse a sí mismo como una parte del grupo y ser aceptado como tal
por los demás miembros. Si aceptamos que un grupo criminal es un grupo
social cuyos fines se establecen fuera de la legalidad, el ejercicio de papeles
integrados en una estructura delictiva, el respeto de ciertas normas y valores
internos, el sentimiento de pertenencia y la aceptación de pertenencia por
los otros serían las características que nos permitirían afirmar que un indivi-
duo pertenece a dicho grupo criminal.
En la vida social cotidiana la adscripción de un individuo a un grupo se
define por el cumplimiento de ciertos requisitos más o menos formalizados
que significan la aceptación simbólica de dicho individuo dentro del gru-
po. Sin embargo, los grupos criminales soportan una dinámica interna que
no siempre permite establecer una clara y evidente pertenencia a partir del
cumplimiento de requisitos, salvo quizá en organizaciones muy jerarquiza-
das y sometidas a formalismos y rituales muy asentados, como por ejemplo
los Latin King o ciertos grupos étnicos originarios del Este de Europa. La
vida social moderna ha puesto en marcha sistemas de interrelación que dilu-
yen la percepción de pertenencia y la necesidad de aceptación por parte del
resto de los integrantes de los grupos. La proliferación de las estructuras en
red, con sus derivaciones en el mundo criminal, hace menos necesaria tanto
la voluntad de pertenencia a un grupo como la necesidad de aceptación mu-
tua. Como consecuencia, no siempre es posible encontrar indicios de perte-
nencia a los grupos criminales más allá de la participación en las actividades
de la organización, sean hechos criminales o actividades de mantenimiento
de la estructura. Los cuerpos de seguridad tienden a identificar el número de
integrantes de los grupos criminales con el número de individuos sometidos
a investigación, en ocasiones denominándolos sospechosos o investigados.
Los análisis del Cuerpo Nacional de Policía y de la Guardia Civil esta-
blecen implícita y explícitamente que el número de integrantes (por sospe-
chosos) es un factor de relación directa con la complejidad de la estructura
criminal, lo cual es como decir que a mayor número de integrantes se pro-
duce una complejidad mayor de la estructura y por consiguiente una mayor
peligrosidad. Sin embargo, un elevado número de sospechosos no es siem-
pre equivalente a una mayor complejidad estructural. Ni siquiera un eleva-
do número de detenidos, procesados y condenados supone por sí mismo
una garantía de estructura compleja y, por ende, de mayor peligrosidad. Un
ejemplo: la detención de 20 personas por tráfico de cocaína, en la que 18 de

206
Peligrosidad y daño directo del crimen organizado

esas personas son marineros de un buque mercante donde se transportaba la


droga, la número 19 era el contacto del lugar de producción de la sustancia
y el número 20 el contacto del lugar de recepción de la sustancia, no supone
-por sí misma- la objetivación de una estructura compleja. Por otro lado,
los datos muestran que existe correlación entre el tiempo de investigación
policial y el número de sospechosos detectados, resultado esperable si te-
nemos en cuenta que la investigación policial puede considerarse como un
proceso de búsqueda de sospechosos de hechos delictivos y de pruebas que
los transformen en autores, cómplices o encubridores, a efectos legales.
Como consecuencia de las dificultades para establecer los límites de la
pertenencia a los grupos, hay que admitir que el número de sospechosos
como sinónimo de integrantes no puede ser utilizado en la práctica como
factor de medición del daño, aunque sí que podría serlo el número de con-
denados o el número de procesados. Lamentablemente, el tiempo que trans-
curre entre las detenciones policiales, los procesamientos y las eventuales
condenas no permite encajar esta información en un análisis inmediato del
daño o la peligrosidad de los grupos, por lo que no cabe pensar en la utili-
dad de estos datos en el plazo inmediato de su aparente desarticulación. La
toma de conciencia de esta limitación podría abrir paso a las medidas para
que la información de los cuerpos de seguridad y las fiscalías se interrelacio-
nara, permitiendo actualizar los datos policiales con el número de detenidos
que son procesados y el número de procesados que son condenados. Esta
cuestión se encuentra sobre el tapete desde hace bastante tiempo en los foros
policiales sobre crimen organizado, pero hasta ahora no ha sido solucionada.
Mientras tanto, la mejor medida de compromiso no puede ser otra que
considerar exclusivamente el número de detenidos policiales como un indi-
cador de daño, si bien asumiendo las dos grandes limitaciones que soporta
esta variable: primero, se trata de un indicador no contrastado por la autori-
dad judicial, y segundo, solo puede aplicarse a grupos sobre los que se haya
actuado, lo cual significa que el mero hecho de practicar detenciones contra
un grupo ya supondría un aumento de su peligrosidad relativa con respecto
a los grupos que no las hayan sufrido.
En lo que se refiere a la perspectiva estrictamente penal, recordar que
el artículo 570 bis establece como agravante el hecho de que el grupo u
organización criminal estén formados por un número elevado de personas.
Parece lógico pensar que se considerará que un grupo u organización estará
formado por las personas que son condenadas por cualquiera de los delitos
que se imputen o demuestren, incluyendo el propio 570 bis, lo cual deja
fuera de plano a la consideración meramente policial de sospechosos como
sinónimo de integrantes.
La perspectiva penal es otro argumento para considerar que la variable
condenados sería la más adecuada para un análisis eficiente, y nuevamente
la realidad obliga a llegar a una solución de compromiso para el análisis
policial: considerar la variable detenidos como la más adecuada y posible.
Por otro lado, desde una perspectiva práctica, el CICO ha reportado que

207
Fernando Moreno

el 32 por ciento de los grupos han sido desarticulados total o parcialmen-


te han sufrido entre una y cinco detenciones, el 31 por ciento ha sufrido
entre seis y diez detenciones y el 37 por ciento ha sufrido entre once y 84
detenciones, número máximo de detenciones en un solo grupo. Estos da-
tos parecen aconsejar que se establezca el factor de tamaño del grupo por
número de detenidos en tres categorías: una-cinco, seis-diez y más de diez,
asignando los valores 1,05, 1,10 y 1,15 respectivamente, tal y como se ha
hecho con otros indicadores.

Reparto de tareas específicas

El reparto de tareas es un criterio intrínseco a la definición de organi-


zación. De hecho, se informa este criterio para más del 95 por ciento de los
grupos criminales detectados desde que se realizan los informes de situación,
lo cual no es sorprendente, por otro lado. Como consecuencia, el reparto de
tareas no se considera un elemento relevante para la dimensión de peligrosi-
dad de los grupos, por lo que no se tiene en consideración para la fórmula.

Uso de disciplina o control interno

Desde un punto de vista conceptual, el uso de disciplina o control in-


terno y el ejercicio de violencia o intimidación a los miembros de la orga-
nización pueden considerarse como una misma cosa. El uso de disciplina o
control interno puede valorarse, siempre que no pueda constituir actividad
delictiva, en términos similares al uso de estructuras comerciales. En este
sentido puede considerarse como un factor multiplicativo en 1,1 puntos de
la peligrosidad total.

Tipo de estructura

El tipo de estructura como indicador de peligrosidad soporta dos pro-


blemas. El primero es que no siempre es posible saber cuál es la estructura
interna del grupo, sobre todo cuando se sale de la tradicional organización
piramidal. El segundo problema tiene que ver con la asignación de la ca-
pacidad de daño propiamente dicha. No está claro que las organizaciones
piramidales sean más dañinas que sus variantes descentralizadas o que las es-
tructuras en red. Tampoco está claro si los líderes planifican las estructuras
o son las estructuras las que se imponen ante las circunstancias que manejan
los dirigentes de los grupos. Por estos motivos se ha eludido utilizar el tipo
de estructura como indicador de daño.
Para terminar este apartado, y a modo de resumen gráfico, el cuadro de
puntuación de peligrosidad de un grupo quedaría como se muestra a conti-
nuación.

208
Cuadro 3.3: Formulación de la peligrosidad

Inidcadores de daño Indicadores de actividad no directamente Indicadores de com-


criminal plejidad estructural
IC: Em-
pleo de
Estruc- Disci-
expertos, Territorio (Activi-
Gravedad Víctimas Duración turas co- Tamaño plina y
sofistica- dad internacional)
merciales Control
ción, ais-
lamiento
Uso de
Número
violencia Países PA1 (base
de indica- Número
Categoría de Clase de acti- o intimi- en el extranjero) y
dores de de vícti- Años Detenidos
delito vidad dación PA2 (número de
calidad mas
–modus países)
(1, 2 ó 3)
operandi–
CD CA VI IC V DU EC DE DI
+ + + X X X X X X X
De acuerdo Principal X No X Cero 1,00 0-50 1,00 No Base en el 1,00 0-1 1,00 No 1,00 0 1,00 No 1,00
con el cuadro 1,00 1,00 Extranjero
de puntua-
Vinculada X Sí X uno 1,10 51- 1,05 Base en el 1,15 2-3 1,05 Sí 1,05 1-5 1,05 Sí 1,10
ciones de
0,50 1,10 100 extranjero
peligrosidad
por catego- Colateral X Dos 1,20 >100 1,10 PA2: 1-3 1,10 >3 1,10 6-11 1,10
rías delictivas 0,10
Tres 1,30 PA2: >3 1,20 >11 1,15
Fuente: Elaboración propia.

209
Peligrosidad y daño directo del crimen organizado
Fernando Moreno

Metodología para el cálculo de la peligrosidad de un grupo criminal

La peligrosidad se puede definir aplicando la siguiente fórmula:

Peligrosidad = [∑ni=1 (CDi x CAi x VIi)] x IC x V x PA1 x PA2 x DU x


EC x DE x DI,

donde n es el número total de delitos cometidos —conocidos— por el grupo.


La peligrosidad de un grupo delictivo se puede calcular aplicando la si-
guiente metodología:
1) Se establece la puntuación de gravedad del grupo, sumando la pun-
tuación de las peligrosidades de cada categoría delictiva detectada,
según el cuadro correspondiente, multiplicada cada una de ellas por
su factor clase de actividad y por su factor de violencia o intimida-
ción.
2) Esta suma se multiplica por los factores correspondientes al resto
de los multiplicandos (indicadores de calidad, víctimas, territorio,
duración, estructuras comerciales, tamaño, y disciplina y control).
3) El producto total es la puntuación de peligrosidad del grupo.

Ejemplo: Un grupo que comete robo con fuerza y trata de personas


para explotación sexual como delitos principales, falsificación como delito
vinculado y asesinato como delito colateral. Se le ha detectado sofisticación
y aislamiento, no se han determinado víctimas, actúa en dos países además
de en España desde hace menos de un año, se ha determinado que utilizan
sociedades titulares de locales donde se ejerce la prostitución, y se ha dete-
nido a tres personas en relación con el grupo. No se ha detectado uso de
disciplina interna.
Puntuación de gravedad = [(6 x 1 x 1) + (8 x 1 x 1) + (6 x 0,5 x 1) + (7 x
0,1 x 1)] = 17,7 puntos
Factores de multiplicación = (1,2 x 1 x 1,1 x 1 x 1,05 x 1,05 x 1) = 1,46
Puntuación final del grupo = 17,7 x 1,46 = 25,84 puntos
Las puntuaciones de base, 6, 8, 6 y 7 en negrita, se corresponden con
las puntuaciones asignadas al robo con fuerza, a la trata para explotación
sexual, a la falsificación y al asesinato en el cuadro de puntuaciones por ca-
tegoría de actividad criminal.

Hipótesis incómoda sobre el origen del crimen rganizado


La doctrina afirma que el crimen organizado se caracteriza por la comi-
sión de delitos que producen beneficios a través de la provisión de bienes

210
Peligrosidad y daño directo del crimen organizado

y servicios ilegales (prostitución forzada, trabajo forzado, drogas ilegales,


objetos robados, flora y fauna protegidos, vehículos robados etc.), y a través
del control ilegal de los sectores económicos legales, actividad muy entron-
cada con la corrupción y otros comportamientos que suponen una alteración
delictiva de la vida política, social y económica. Los datos actuales indican,
que el panorama criminal está caracterizado por la proliferación de las aso-
ciaciones criminales (o Grupos criminales, según la nueva terminología del
Código Penal) como la forma más habitual de gestación de los delitos, y que
la organización criminal es menos frecuente por la mayor rigurosidad de sus
requisitos conceptuales. Sin embargo, el tratamiento político del fenómeno
delictivo presiona a las instituciones a difuminar los límites entre la simple
asociación criminal y la organización criminal, de modo que las estadísticas
policiales no establecen diferencias entre unas y otras, dando la impresión
de que el crimen organizado se encuentra extendido en nuestro país hasta
unos extremos que, desde luego, son incompatibles con la realidad que el
ciudadano percibe en su vida cotidiana.
Por otro lado, y en lo que se refiere a la gravedad del fenómeno, incluso
en países donde el crimen muestra su lado más duro, la violencia y brutali-
dad responde en muchas ocasiones a un modelo de asociación criminal con
control físico de territorio (lo que se llamaría en la clásica terminología poli-
cial banda o cuadrilla criminal), más que a un modelo de crimen organizado
tal y como se entiende desde la concepción europea, muy focalizada a la
idea de empresa criminal donde se establecen estrategias, planifican activi-
dades y optimizan beneficios a través de mecanismos de corrupción, y cuya
gravedad se relaciona ante todo con su repercusión sobre la vida económica
y social más que con las consecuencias tangibles o inmediatas para el ciuda-
dano de a pie.
En lo que se refiere a la génesis del fenómeno, la hipótesis actual políti-
camente correcta y ampliamente difundida, es que el crimen organizado co-
rrompe las instituciones del Estado y a sus miembros, posibilitando de esta
forma la impunidad de los delincuentes. Los poderosos grupos de crimen
organizado se gestarían de esta forma en el exterior de la Administración,
infiltrándola como consecuencia de sus ambiciones de control de los proce-
sos que pueden comprometer los beneficios ilícitos.
Una hipótesis alternativa es que el crimen organizado se gesta en el in-
terior de la Administración Pública, a partir de cuyo nido se generan o
atraen a las asociaciones de delincuentes, que adquieren su cualificación de
«organizaciones criminales» precisamente por su contacto con los indivi-
duos o grupos que proceden del interior de las instituciones. La corrupción
no se produce desde fuera hacia adentro, sino desde adentro hacia afuera,
salpicando a las actividades económicas que, de una u otra forma, tienen en
la Administración un elemento presente en casi todas las fases de desarrollo
del negocio.
Mientras tanto, la confusión entre las actividades del crimen organizado
y la delincuencia cometida por asociaciones de individuos distrae la atención

211
Fernando Moreno

social hacia grupos delictivos más o menos peligrosos, sin duda, pero que no
tienen capacidad real para afectar a las instituciones, mientras que se presta
menos atención a los focos reales de desestabilización política y económica:
las personas que desde las instituciones distraen los recursos públicos para
enriquecerse manteniendo su apariencia de respetabilidad por su relación
íntima con representantes políticos y funcionarios de alto nivel, o por su
propio carácter de políticos o funcionarios. Desde este punto de vista, esas
muy mencionadas organizaciones externas a la Administración Pública que
planifican sus actividades como empresas criminales son mucho más instru-
mentos utilizados que agentes generadores de corrupción. Si esta hipótesis
es correcta, la lucha contra el crimen organizado es, ante todo, la lucha con-
tra la corrupción que se gesta dentro de las administraciones públicas por
quienes ostentan el poder para gestionarlas y utilizan ese poder de forma
torticera e interesada. Correcta o no, nadie puede negar que esta hipótesis
resulta incómoda, muy incómoda.

212
4. Actitudes hacia la corrupción

Juan Díez Nicolás


Universidad Europea de Madrid

El Crimen Organizado
No es posible hablar de corrupción sin hablar del crimen organizado
en general y de la Mafia, o de las mafias, en particular. Organizaciones de
«ayuda mutua», con matices más o menos criminales han existido a lo largo
de toda la historia de la Humanidad, y no es este el lugar para hacer un reco-
rrido histórico. El crimen organizado moderno ha sido uno de los múltiples
aspectos de las sociedades industrializadas y, más recientemente, de las post-
industriales. Aunque las organizaciones mafiosas más conocidas son las que
surgieron en los Estados Unidos a principios del siglo xx, ha habido ante-
cedentes importantes en Europa, especialmente en algunas zonas con histó-
ricos conflictos raciales o étnicos. Así, por ejemplo, en una conocida obra
sobre las sociedades secretas (Mackenzie, 1973) se dedican sendos capítulos
a las sociedades secretas primitivas, el mau-mau, los thugs, los misterios,
los «asesinos» y los caballeros templarios, los rosacruces, la francmasonería,
las sociedades secretas nacionalistas, las sociedades secretas chinas, la mafia
y el Ku-Klux-Klan. En su Historia de la Mafia (Francesco Romano, 1970)
se ciñe más al concepto más estricto de «mafia», pero con antecedentes en
los bandidos más o menos populares al estilo de nuestro Luis Candelas, de
Robin Hood o de mitos similares, y más modernamente el propio Giulia-
no, convertido en bandido-héroe en la Italia del siglo xx (Chandler, 1988,
Finkelstein, 1998, Puzo, 2004). Antecedentes más próximos a la mafia tal y
como se la conoce habitualmente pueden encontrarse en la «mano negra»
albanesa que se estableció en la Argentina del presidente Irigoyen, y que
tuvo ramificaciones en otros países latinoamericanos, con un papel político
importante de encuentros y desencuentros con el movimiento fascista de
Mussolini (Vázquez-Rial, 2000).

Tradicionalmente se ha vinculado a la Mafia con Italia, de donde se ex-


portó a los Estados Unidos, y desde allí se re-exportó a Europa. No puede
dejar de citarse el libro de Mario Puzo, uno de los grandes expertos en la
Mafia, sobre la familia Borgia (Puzo, 2001) como la primera familia mafiosa
en sentido estricto, y cuyo modelo fue adoptado con escasas y sucesivas
modificaciones por las diferentes mafias que han ido surgiendo a lo ancho
del mundo en los últimos dos siglos. Una de las obras más completas so-
bre la moderna mafia es la de Reymond (Reymond, 2001), que se ocupa de
la universalización de las «mafias», desde las distintas sociedades italianas

213
Juan Díez Nicolás

(Cosa Nostra, Camorra, ‘Ndrangheta, Sacra Corona Unita) a la Mafia nor-


teamericana, la French Connection marsellesa, las Yakuzas japonesas, las
tríadas chinas, las mafias rusas y las de todos los países de la antigua Unión
Soviética (albanesas, kosovares, ucranianas, rumanas, búlgaras, etc.). Parece
que cada país tiene su propia «mafia» nacional y otras internacionales con
las que compite y que conviven entre sí. Además del libro de Reymond, que
es imprescindible para conocer la globalidad y universalidad de los grupos
«mafiosos» en todo el mundo, hay incluso enciclopedias en las que conocer
las biografías de los principales y no tan principales actores de las mafias
modernas (Sifakis, 2005). Pero la conexión entre crimen organizado, mafia,
y política tiene a uno de sus mejores exponentes en Marino respecto a las
mafias italianas (Marino, 2002, 2004).
La moderna mafia norteamericana del siglo xx es sin embargo la que ha
recibido mayor atención no solo de la literatura, sino también del cine1 e
incluso de la música2.

1 
Una bibliografía incluso básica sobre la mafia y el crimen organizado ocuparía centenares de
páginas y por tanto excede las posibilidades de un capítulo como este. Pero se conoce menos la fil-
mografía sobre la mafia y el crimen organizado, por lo que incluimos aquí una relación bastante
completa: Agárrame ese fantasma. Al rojo vivo. American gangster. Amor a quemarropa. Ángeles con
caras sucias. Asesino implacable. Asuntos de familia. Asuntos sucios. Atlantic City. Atrapado por su
pasado. Balas o votos. Balas sobre Broadway. Bella Mafia. Billy Bathgate. Black rain. Bola de fuego.
Bonanno. Bonnie and Clyde. Borsalino & Cia. Brother. Bugsy. Bugsy Malone, nieto de Al Capone.
Calle sin salida. Callejón sin salida. Camino a la perdición. Capone. Cara de gangster. Casada con la
mafia. Casada con todos. Casino. Cautivos del mal. Cayo largo. Chicago años treinta. Chicago streets.
Chinatown. City Hall. Código del hampa. Collateral. Cómo conquistar Hollywood. Con faldas y a lo
loco. Con la mafia en los talones. Cookie. Cosa Nostra. Cotton Club. Dama por un día. Declaradme
culpable. Dick Tracy. Dillinger. Donnie Brasco. El bosque petrificado. El clan de los irlandeses. El
clan de los marselleses. El clan de los sicilianos. El Don ha muerto. El enemigo público. El FBI contra
el imperio del crimen. El funeral. El gángster y la bailarina. El golpe. El honor de los Prizzi. El impe-
rio del mal. El largo viernes santo. El Novato. El Padrino. El Padrino II. El Padrino III. El precio del
poder. El silencio de un hombre. El sindicato del crimen. El sueño eterno. El último Don. El último
gángster. El último refugio. Election. Encantado de matarte. Enemigo público n.º 1. Érase una vez en
América. Forajidos. French connection (Contra el imperio de la droga). Gangs of New York. Gangs-
ter n.º 1. Gangsters en Nueva York. Ghost Dog, el camino del samurai. Gloria. Gomorra. Gotti.
Guerra de familias. Hampa dorada. Hampones. Hana-Bi. Heat. Hoffa, un pulso al poder. Hollywood.
Infiltrados. Jackie Brown. Juego sucio. La chica del gángster. LA confidential. La dalia azul. La ley del
hampa. La ley del silencio. La llave de cristal. La mafia blanca. La matanza del día de San Valentín. La
mujer marcada. La noche cae sobre Manhattan. La venganza de Al Capone. Las calles de la ciudad.
Las fronteras del crimen. Las Vegas. Last man standing. Lock & Stock. Los intocables de Eliot Ness.
Los Kennedy. Los sobornados. Los Soprano. Los violentos años veinte. Lucky Luciano. Mafia. Mafia
en Nueva York. Malas calles. Manhattan Sur. Mickey ojos azules. Muerte entre las flores. Mullholand
Falls: La brigada del sombrero. Mystic River. Nace una canción. Nacida ayer. Nadie hablará de no-
sotras cuando hayamos muerto. Nadie puede vencerme. New Jack City. Noches de Broadway. París,
bajos fondos. Pasaporte a la fama. Pistoleros de agua dulce. Pulp fiction. Reservoir dogs. Retorno al
pasado. Roaring Twenties. Romeo debe morir. Scarface, el terror del hampa. Sleepers. Snatch. Cerdos
y diamantes. Sonatine. Sospechosos habituales. Terciopelo azul. Terror en las calles. Tirad sobre el
pianista. Tokyo godfathers. Traffic. Un gángster para un milagro. Una aventurera en Macao. Una
historia de violencia. Una historia del Bronx. Una terapia peligrosa. Uno de los nuestros. Yakuza.
2 
Por otro lado algunas bandas sonoras de películas de la mafia se han hecho célebres. como la
de Nino Rota para El Padrino. o la de Ennio Morricone para Érase una vez en América. Pero ade-
más existe una compilación de la Música de la Mafia (Il Canto di Malavita) que incluye 24 cancio-
nes (2000 PIAS Recording GmbH. Hamburg. PIAS 556.4703.20 (380) CMV 5.4703.20.556 (ACY).

214
Actitudes hacia la corrupción

La música de jazz, y no solo la de origen italiano, ha estado habitual-


mente vinculada al mundo de la mafia. Las novelas de Mario Puzo (Puzo
2004), algunas películas como la trilogía de «El Padrino», «Érase una vez en
América», «Uno de los nuestros», «Muerte entre las flores» y tantas otras,
junto a las bandas musicales de las dos primeras citadas o «The Mooche»
de Duke Ellington en «Cotton Club», son ya parte de la mitología creada
alrededor de la Mafia, y las que la han proporcionado una cierta «justifica-
ción» y áurea heroica3. Si las bandas mafiosas anteriormente citadas, en Sici-
lia, Calabria, Nápoles y otras regiones italianas existieron durante siglos en
aquel país mediterráneo, como respuesta a las diferentes invasiones sufridas
a lo largo de su historia, su perfil fue relativamente bajo durante ese tiempo,
debido precisamente a su carácter secreto, a la famosa «omertá» que impedía
a nadie hablar de ella o de sus miembros bajo pena de muerte. El represen-
tante de la banda mafiosa que controlaba cada pueblo, «il guappo»4, como
se le denominaba, era el encargado de ese control y de recaudar los «im-
puestos revolucionarios» como hoy los denomina la banda terrorista ETA
en España (las similitudes entre la banda terrorista y las mafias italianas no
son, como se dice en las películas, «mera coincidencia», pues ambas tienen
estructuras organizativas similares, ambas se asientan sobre todo en medios
rurales, ambas se nutren de la extorsión, ambas recuren a la violencia para
lograr sus fines e imponer el silencio a la población mediante el terror, y
ambas tienen «protectores» en las capas altas de la sociedad).

Pero lo que ha dado popularidad a la mafia ha sido sin duda su actuación


en los Estados Unidos en las décadas de los años veinte y los años treinta, y
muy especialmente por las luchas violentas entre bandas como consecuencia
del negocio del alcohol durante la Ley Seca5.

Durante los años veinte las bandas mas importantes que controlaban
todo el (ilegal) negocio del alcohol en Nueva York eran la de «Joe the Boss»
Masseria y la de Salvatore Maranzano. Pero un jóven siciliano, Salvatore
Lucania, más conocido por su sobrenombre «Lucky Luciano», se las inge-

Distributed by Connected Musikvertrieb GmbH. Made in the EC). Curiosamente. en la primera de


las canciones incluidas en esta compilación: «’Ndrangheta. camurra e mafia» se alude a «tres caba-
lleros españoles» como iniciadores de estas organizaciones en Calabria. Además, la música de jazz,
especialmente la de los años veinte a los años cuarenta, ha sido siempre simbólicamente relacionada
con las mafias debido a los clubs nocturnos, como el famoso Cotton Club, en muchas ocasiones
pertenecientes a mafias, en los que además de consumía alcohol de forma ilegal, por no mencionar
las numerosas alusiones a la relación de Frank Sinatra y otros actores con la Cosa Nostra.
3 
Otras novelas, de ficción pero con grandes partes basadas en la realidad, publicadas todas ellas
en 2004 por Ediciones B, S.A. son El Padrino (Random House Publishing Group 1969), El último
Don (Random House Publishing Group 1996) y Omertá (Random House Publishing Group 2000).
4 
El origen de la palabra «guapo», en español, posiblemente procede del italiano «guappo», que
a su vez procede del latín «vappa», que significaba «hombre malo», y también, borracho, peleador
y mujeriego. «Il guappo», por tanto, era el mafioso del pueblo, y por tanto hombre malo, peleador,
borracho y mujeriego.
5 
La Ley Seca o Prohibición se inició en Estados Unidos en 1919 con la ratificación de la en-
mienda XVIII a la Constitución, y se mantuvo vigente hasta 1933, cuando se ratificó su derogación
mediante la enmienda XXI a la Constitución.

215
Juan Díez Nicolás

nió para trabajar sucesivamente para uno y otro y eliminarlos físicamente,


convirtiéndose en el gran líder de una organización que agrupó durante años
a todas las familias, que controlaron no solo todas las actividades de la Cosa
Nostra en Nueva York y todo el este de los Estados Unidos, sino también
del medio oeste y el Pacífico. Su habilidad consistió en convencer a los jefes
de las diferentes familias de la necesidad de organizarse como una empresa,
estableciendo y respetando sus territorios de influencia, y de aceptar que la
organización, como si de un consejo de administración se tratase, resolviese
por votación los contenciosos entre ellos.
Hasta entonces la violencia de estas bandas se ejercía entre ellos mismos,
y solo de forma marginal e indirecta afectaba a la población, pues eran en-
frentamientos para lograr el control de «territorios». La población, toda cla-
se de comerciantes y especialmente los distribuidores de alcohol, padecían
la «venta de seguridad», consistente en pagar una cuota para que la banda
en cuestión les protegiera… con frecuencia ¡de la propia banda mafiosa!.
Lucky Luciano formó un pequeño grupo de confianza total para construir
su imperio, formado por dos judíos y dos italianos. Los dos judíos fueron
sus expertos en negocios: «Bugsy» Siegel, que creó Las Vegas de la nada
en medio del desierto de Nevada, la ciudad del juego; y Meyer Lanski, que
convirtió a Cuba en el país del ocio (juego y prostitución), hasta el punto de
que su presidente, Batista, no era más que un «empleado» suyo. Los dos lu-
gartenientes italianos, Frank Costello y Vito Genovese se ocuparon, respec-
tivamente, de las relaciones con los sindicatos, los políticos y las diferentes
bandas, y de los encargos más violentos, entre ellos la eliminación de «Mad
dog Coll», lugarteniente de Maranzano cuando este también fue eliminado.
Además de estos cuatro, Luciano y la organización contaron con Albert
Anastasia, que a través de su organización independiente, «Murder Inc.», se
encargaba de las ejecuciones aprobadas por el consejo de administración de
la Cosa Nostra. El imperio de Luciano, sin embargo, no duró tanto como a
veces se piensa, si bien fue muy intenso. En efecto, se convirtió en el líder de
la Cosa Nostra después de eliminar a Maranzano en 1931, pero fue encar-
celado por el Fiscal General Thomas E. Dewey en 1936 bajo los cargos de
controlar la prostitución. En 1946, sin embargo, fue liberado y deportado a
Italia mediante un pacto con el Gobierno Federal que facilitó el desembarco
aliado en Sicilia a través de la ayuda prestada por los mafiosos de aquella
isla, acortando de manera muy significativa la duración de la guerra. Desde
Sicilia, sin embargo, organizó la ruta del narcotráfico procedente de Oriente
Medio hacia los Estados Unidos y Cuba a través de Sicilia, hasta su muerte
en 1962. No es este el lugar, sin embargo, para contar una historia que ha
sido reiteradamente contada en numerosos libros (Davis, 1994).
El otro gran centro de las actividades mafiosas fue sin duda Chicago. El
equivalente a Luciano en esa ciudad fue Alphonse Capone («Scarface Al»,
como fue conocido), que comenzó su actividad con uno de los capos, To-
rrio, a quien sucedió por renuncia de éste. Antes de convertirse en el jefe
o capo máximo tuvo que eliminar a la banda de O’Bannion. Capone fue el
responsable de la matanza de San Valentín en 1929, si bien no logró hacerlo

216
Actitudes hacia la corrupción

con el líder que buscaba, Bugs Morán, que no estaba en el famoso garaje
donde tuvo lugar la masacre de la mayor parte de los miembros de la banda,
ametrallados contra la pared por sicarios de Capone disfrazados de policías.
Pero su «reinado» fue corto, pues en 1931 fue condenado por evasión de
impuestos, y en 1934 trasladado a la prisión de Alcatraz, de donde salió en-
fermo, prácticamente loco, muriendo en 1947. Al Capone fue sucedido por
Frank Nitti hasta 1943, cuando se suicidó en la calle y con su propia pistola.
El sucesor de Nitti fue Tony Accardo (conocido como «Joe Batters» por
su afición a utilizar el bate de baseball para llevar a cabo sus «ejecuciones»),
el auténtico capo desde 1943 hasta finales de los años setenta, aunque con
aparentes retiradas en 1957 y en otras fechas, retiradas que posiblemente
fueron más estratégicas que reales, y que servían para engañar a sus adver-
sarios. Puede afirmarse que Accardo fue mucho más inteligente que otros
capos como Capone o Luciano, puesto que no estuvo nunca en la cárcel, su
liderazgo en Chicago se extendió más de veinticinco años, y murió de for-
ma natural en 1992 a los 86 años. Su biografía más oficial fue escrita por el
agente del FBI que le persiguió durante décadas (Roemer Jr., 1995), y en ella
lo más notable, aparte de cierta admiración del policía hacia el gánster, es la
detallada y minuciosa relación que hace, con nombres, apellidos y fechas,
de gran número de alcaldes, concejales, jueces y policías locales que estaban
«comprados» o controlados por la mafia. Teniendo en cuenta que se trata
de un agente del FBI, y que no hay noticia de que haya sido procesado por
libelo o parecidos delitos por todos los citados, no cabe sino concluir que
todo lo que en este libro se dice es cierto. Llega un momento en que no se
sabe que es peor, si los delitos y crímenes cometidos por los mafiosos, o la
complicidad (muy bien retribuida, por supuesto) de políticos, jueces y po-
licías de Chicago y alrededores. Esa complicidad entre esos tres grupos de
funcionarios públicos y las bandas mafiosas fue habitual también en otros
lugares, especialmente Nueva York, Atlantic City, Nueva Orleans, etc.

La conexión entre el sindicato del crimen, la Cosa Nostra, tanto en Nue-


va York como en Chicago y en otros centros importantes, con los sindicatos
de trabajadores, es una constante en toda la bibliografía sobre la mafia, una
conexión que no se limita tampoco a los Estados Unidos. Nombres como
Jimmy Hoffa o Sam Giancana son tan tristemente famosos como los de
gánsteres como Dillinger, Luciano, Capone, Accardo, etc. Y las relaciones
entre la mafia y los políticos no son tampoco una invención literaria ni cine-
matográfica. Hoffa, el gran líder sindical de los camioneros, fue encarcelado
por los Kennedy, pero indultado por Richard Nixon poco después de tomar
posesión como presidente de los Estados Unidos, y luego desapareció en
Detroit (posiblemente en el lago Eire) en 1975 porque al parecer se convir-
tió en un personaje incómodo para sus compañeros. Son muy numerosas
las referencias al papel del padre de los Kennedy, Joseph, como persona
importante en el clan de los irlandeses, para pactar con los sindicatos y sus
«amigos» (se dice que pactó precisamente con Frank Costello, lugarteniente
de Luciano) su apoyo a John F. Kennedy en las elecciones de 1960, a cambio
del nombramiento de Lyndon Johnson como vicepresidente. Precisamente

217
Juan Díez Nicolás

Roemer, el agente del FBI, en su biografía de Accardo, relata los años que
le llevó al FBI colocar micrófonos en los lugares más secretos donde Ac-
cardo y sus acólitos celebraban sus reuniones y adoptaban sus acuerdos,
gracias a lo cual pudieron conocer a muchos de los implicados (gánsteres,
policías, jueces y políticos incluidos) y conocer sus planes con anticipación.
En ese relato, Roemer da cuenta de que uno de los presuntos implicados
era un colaborador o persona cercana a Lydon Johnson, y que cuando este
se convierte en presidente de los Estados Unidos después del asesinato de
John F. Kennedy en 1963 ordenó al FBI que retirase todos esos micrófo-
nos porque atentaban contra los derechos y libertades fundamentales de los
ciudadanos6.
No puede ignorarse la posible participación de la mafia y de otros intereses
económicos y políticos en el asesinato de John F. Kennedy en Dallas en 19637.
En cuanto a las relaciones entre políticos, sindicatos y grupos mafiosos
es frecuente encontrar alusiones a la posible intervención de Nixon (a tra-
vés de su embajador en París y en colaboración con Santo Trafficante Jr.)
en el desmantelamiento de la mafia francesa-marsellesa, la conocida como
«French Connection» en 1972, al parecer para favorecer a la mafia nortea-
mericana a través de la nueva ruta siciliana denominada «Pizza Connection»
(Reymond, 2001, Moldea, 1978)8. También se ha especulado con la colabo-
ración de Giancana e incluso Santo Traficante Jr. con la CIA para derrocar
a Fidel Castro, y al posible cambio de bando de Santo Traficante Jr., que
según ciertas fuentes se convirtió en el agente de Castro en Florida. Lo cier-
to es que los Bonanno, Gambino, Giancana, Santo Trafficante Jr., forman
parte de lo que se ha venido en denominar la segunda generación de capos.
Entre ellos destaca John Gotti, el gran capo de la familia Gambino durante
la década de los años ochenta, posiblemente uno de los últimos «Don» al
estilo tradicional, rodeado de glamour y de procesos judiciales (Capeci y
Mustain, 1996). En las últimas décadas la mafia norteamericana ha abando-
nado en gran medida las guerras callejeras para ganar territorios, y en cierto
modo se ha «dignificado» a través de su entrada en el mundo de los grandes
negocios, los grupos financieros de inversión, los fondos de pensiones de
los sindicatos, y sus relaciones con la alta política, de manera que están muy
lejos de personajes como Capone o Luciano, y más bien se encuentran in-
crustados en la «high society», haciendo fortunas mucho mayores que las de
aquellos «mafiosi» de la primera generación. La tercera parte de «El Padri-
no» y el final de «Érase una vez en América» constituyen buenos ejemplos

6 
El colaborador de Johnson, cuando era senador, se llamaba Bobby Baker, y Johnson ordenó la
retirada de todas las vigilancias electrónicas (micrófonos y otros aparatos) en julio de 1965. Citado
por Roemer, op. cit., pag. 240.
7 
Sería imposible relacionar aquí todos los libros y películas que han tratado de explicar el
quién, cómo y por qué se asesinó a John Kennedy, pues todas las hipótesis coinciden solo en su re-
chazo al informe oficial de la famosa comisión Warren. Pero uno de los últimos intentos de ofrecer
una explicación de este magnicidio, con amplia documentación, es el de Peter Evans (2004).
8 
William Reymond, Op. cit. pp. 212 y ss. También, Dan Moldea (1978), se refiere am-
pliamente a las supuestas relaciones de Nixon con la nueva generación de la Cosa Nostra americana.

218
Actitudes hacia la corrupción

del cambio operado en las actividades de la Cosa Nostra y de sus nuevos


capos o «Dones», muy diferentes de los supervivientes del antiguo régimen
como Los Soprano. Además, el número de agentes del FBI infiltrados en la
mafia (Pistone, 2004)9, así como los casos de delatores desde dentro de la
mafia para obtener beneficios de los tribunales (Hill, 2004)10, han debilitado
a la mafia en sus acciones más públicas y violentas, pero su actividad se ha
trasladado mayoritariamente al ámbito de los negocios más o menos legales.
No obstante, la administración norteamericana continúa vigilando las acti-
vidades mafiosas, como lo demuestran los múltiples informes de comisiones
parlamentarias federales o estatales que se siguen publicando11 y de los que
se podría tomar ejemplo en España.
En cualquier caso, la Mafia en los Estados Unidos constituye uno de
los poderes «fácticos» más importantes, junto con las Fuerzas Armadas,
los grandes y globalizados grupos financieros, las grandes empresas mul-
tinacionales (en especial las petrolíferas y las de armamento), y los nume-
rosos servicios de inteligencia. Todos ellos tienen su ámbito de poder más
o menos independiente de los otros, pero todos ellos colaboran también
cuando es necesario con el Gobierno Federal para defender los intereses de
los Estados Unidos (como sucedió con la propia mafia de Lucky Luciano,
cuya colaboración fue esencial para la preparación y ejecución del desem-
barco de las tropas norteamericanas en Sicilia al final de la Segunda Guerra
Mundial, facilitando así la liberación de Italia y la derrota de la Alemania
de Hitler).

La Cultura de la Mafia

Puede afirmarse que la «cultura de la mafia», en el sentido sociológico


del concepto de cultura, se ha establecido mucho más de lo que sería desea-
ble en las sociedades post-industriales de nuestros días. Esa cultura impreg-
na hoy gran parte de las actividades del mundo de los negocios y de la polí-
tica en los países occidentales. En sus orígenes, la mafia obtenía sus ingresos
del juego (primero a través de los «números», una especie de lotería ilegal
que se jugaba en las calles, y más tarde a través de los casinos, como los de
Atlantic City y, sobre todo, Las Vegas y Cuba), de la prostitución, del prés-
tamo de dinero con usura, y del contrabando de tabaco. La Prohibición les
proporcionó su mejor negocio, la producción, distribución y venta ilegal de
alcohol. Y cuando el negocio del alcohol terminó, fue rápidamente sustitui-
do por la droga. Se ha especulado mucho con la resistencia de los capos de
aquella primera generación a entrar en el negocio del narcotráfico, pero lo
cierto es que en muy poco tiempo todos entraron en ese negocio, incluido el

9 
El caso más conocido es el de Donnie Brasco, relatado por Aka Joseph D. Pistone (2004) y
llevado a la pantalla por Al Pacino.
10 
La autobiografía de Henry Hill, que inspiró la película Goodfellas (traducida en España como
«Uno de los Nuestros» constituye una de las mejores denuncias de cómo funciona la mafia (Hill 2004).
11 
Un ejemplo es el informe de la Pennsylvania Crime Commission (1980).

219
Juan Díez Nicolás

propio Luciano desde su deportación a Sicilia. En la actualidad, esas cuatro


fuentes de ingresos: juego (y por tanto casinos), prostitución, préstamos con
usura y narcotráfico, continúan siendo sus principales fuentes de ingresos.
Pero, desde sus orígenes también, las organizaciones mafiosas han necesita-
do modos de «lavar» el dinero procedente de esas cuatro fuentes de ingre-
sos, puesto que las cuatro proporcionaban dinero «negro». Y el modo más
utilizado para «lavar» ese dinero ha sido la construcción (no es casualidad
que uno de los principales modos de deshacerse de sus víctimas fuera en los
bloques de hormigón para los cimientos de los grandes rascacielos en Nueva
York y Chicago). Mediante la extorsión y la complicidad de autoridades
locales se han establecido empresas locales como las relativas a limpieza de
calles, recogida y tratamiento de basuras, etc.12.
Además de la construcción se ha lavado dinero negro a través de los
negocios vinculados con el juego y la prostitución, como las actividades de
restauración (hoteles, bares, restaurantes) y poco a poco han ido hacién-
dolo directamente en entidades financieras, sobre todo a través de paraísos
fiscales, que constituyen la manera más opaca de hacerlo (paraísos fiscales
que, como las agencias de «rating», están localizadas mayoritariamente en
territorios bajo control británico o norteamericano)13.
Finalmente, en cuanto a su organización, la Mafia, la Cosa Nostra, o
cualquiera que sea el nombre que se le aplique, es una organización basada
en la jerarquía y la «omertá», el silencio, la opacidad. Cada pequeño grupo
operativo en un barrio («racket», banda, etc.) se compone de un pequeño
grupo de mafiosos. Parte de sus ingresos se dedica a la compra, en la medida
de sus posibilidades, de «protectores» en la policía local, en los jueces de
primera instancia y en políticos locales (concejales o similares), y otra parte
al pago del «diezmo» a un capo de rango superior, de distrito, por ejemplo,
que hace lo mismo: compra los favores y protección de políticos, jueces y
policías, y paga su tributo a un capo superior (de toda la ciudad, por ejem-
plo), hasta llegar al «capo di tutti capi», o a alguno de los grandes jefes a
escala nacional, que son los que suelen tener protección de jueces de altos
tribunales, de altos mandos de la policía y fuerzas de seguridad y de políti-
cos nacionales. Siempre que un mafioso no puede solucionar sus problemas
con sus propios medios, acude a la ayuda de uno de nivel superior, que jus-
tifica así lo que cobra al inferior por darle protección. Una estructura muy
jerarquizada y secreta, en la que los problemas se resuelven internamente,

12 
El negocio de las basuras saltó a los titulares de los medios de comunicación no hace mucho
a causa del conflicto entre las autoridades municipales de Nápoles con la mafia que controlaba ese
servicio, y que provocó una huelga de muy larga duración.
13 
Una relación de los paraísos fiscales en el mundo incluye los siguientes: Hong Kong, Malasia
y Singapur en Asia; Bahamas, Islas Vírgenes Británicas, Nevis, Barbados, Islas Caimán, Belice y
Panamá en Centro-América; Islas Cook, Samoa y Vanuatu en el Pacífico; Liberia, Islas Seychelles
e Islas Mauricio en África; Isla de Man, Islas del Canal, Liechtenstein, Suiza y Chipre en Europa
(http://www.elconfidencial.com/multimedia/album/mundo/2013/04/05/el-mapamundi-de-los-pa-
raisos-fiscales/#el-rastro-del-dinero-opaco-21530). Posiblemente habría que ampliar esta lista para
incluir también Gibraltar y Andorra, y algún otro paraíso menos importante.

220
Actitudes hacia la corrupción

sin acudir jamás a las instancias oficiales, se convierte necesariamente en una


organización de gran eficacia. Entre otras cosas porque el que no cumple
con lo establecido es castigado, a veces con la muerte, por la propia orga-
nización. Es así como la Mafia, basada en un principio en la colaboración
entre las organizaciones italianas y las nacidas en los Estados Unidos, se ha
ido extendiendo por todo el área europea, y más tarde sus pautas de com-
portamiento han sido imitadas en todo el mundo. El modelo establecido por
Luciano perdura en la actualidad, de manera que cada mafia nacional ejerce
en un territorio, pero se establecen colaboraciones entre mafias de diferentes
países. Y también se producen conflictos de intereses en el ámbito interna-
cional que se resuelven, generalmente, entre ellas, mediante la negociación o
la violencia cuando es preciso.

La Nueva Mafia
Pocas veces ahora saltan a la luz pública los conflictos entre mafias,
como ocurrió hace algunas décadas en relación con la Banca Vaticana y el
cardenal Marzinkus, que terminó con el suicidio del banquero Calvi en un
puente de Londres (Rodríguez Guillén, 2003). Las posibles relaciones entre
la mafia y El Vaticano han sido con frecuencia objeto de comentarios e in-
vestigaciones, especialmente a partir del asunto Calvi. Muy recientemente
se ha comentado que la elección del Papa Francisco podría explicarse por la
necesidad de poner en orden las finanzas del Vaticano, y por la experiencia
del nuevo Papa en haberlo hecho ya con las finanzas de la Iglesia argentina,
con gran éxito14.
También se supone que los casos de corrupción en la Iglesia, sexo y
dinero, podrían constituir el objeto central del informe que tres cardenales
(el español Julián Herranz, el italiano Salvatores de Giorgi y el eslovaco Jo-
zef Tomko) entregaron al Papa Benedicto XVI, poco antes de su dimisión,
informe que el Papa emérito entregó al nuevo Papa Francisco a los pocos
días de su elección15. Como se ha señalado, las informaciones y conjeturas
sobre la supuesta relación en temas financieros entre la mafia y El Vaticano

14 
En el diario El Mundo del 7 de abril de 2013, y bajo el titular «Un papa pobre para cerrar el
banco malo» se dice: «… en 1999, fue detenido monseñor Roberto Toledo, secretario privado de
predecesor de Bergoglio como obispo de Buenos Aires (el fallecido cardenal Quarracino). Toledo
se vio implicado en la bancarrota fraudulenta del Banco Crédito Provincial, un gigantesco escándalo
financiero argentino en el que se vio involucrada la Iglesia y varios exbanqueros. Para enderezar esta
situación, lo que hizo Bergoglio fue desembarazarse del capital que la diócesis de Buenos Aires tenía
en varios bancos y recurrir para sus gestiones financieras a entidades internacionales importantes y
conocidas. “Tuvimos los mismos problemas a los que ahora se enfrenta el Banco Vaticano”, asegu-
ra Wals a NCR, destacando que exactamente igual que en su día Bergoglio decidió zafarse de las
acciones que la diócesis de Buenos Aires tenía en varios bancos, ahora podría quitarse de encima el
Banco Vaticano. “Yo creo que lo que podría hacer sería dejarlo en manos del Banco de Italia o algo
parecido”, aventura el exportavoz de Francisco».
15 
También el 7 de abril de 2013 el diario ABC publicaba en su sección de Sociedad un capítulo
del nuevo libro de Paloma Gómez Borrero (2013) en el que se comenta la influencia que dicho
informe ha podido tener en la dimisión de Benedicto XVI.

221
Juan Díez Nicolás

han sido objeto de investigaciones serias y también de libelos no siempre


verificados16.
Las organizaciones mafiosas actuales han abandonado en gran medida
las metralletas y las han sustituido por las Bolsas y los mercados de valores,
confundiendo de una manera cada vez más sutil y sibilina las actividades
mercantiles perfectamente legales con prácticas corruptas de «información
privilegiada», de contactos en las altas esferas políticas y financieras, etc.
En el caso concreto de España, se ha podido comprobar como las antiguas
redes para el contrabando del tabaco han sido utilizadas para el contraban-
do de la droga. ¿Puede alguien pensar que siendo España una de las puer-
tas principales para la entrada de droga hacia Europa, junto con Holanda,
no tengan los capos de la droga sus conexiones con policías, políticos y
jueces?17 No se trata en absoluto de afirmar que todos los policías, jueces
y políticos estén implicados, sino que en España, como en otros países,
esos tres grupos de personas son necesarios para que las mafias puedan
operar, y por tanto suele ser suficiente con tener en nómina a unos cuan-
tos. Recientemente hemos asistido a la penetración, poco a poco, del póker
como actividad a la que se quiere revestir de dignidad. Hay ya en España
programas de televisión que enseñan a la gente a jugar y ganar (o perder)
legalmente al póker. A partir de las 12 de la noche, la mayoría de los canales
españoles de TV tienen programas de póker y/o de ruleta. Además, y de
la misma forma que hace años se hizo con la droga (regalando papelinas
para lograr la adicción), ahora se ofrecen a los tele-espectadores pequeñas
cantidades de dinero para que se inicien en el juego, y se puede ver en todos
los departamentos de juguetes para niños inocentes «kits» para aprender a
jugar al póker (algo que no era en absoluto frecuente hace solo cinco años,
cuando el único juguete relacionado con el juego era la lotería o «bingo»,
con su bombo y sus cartones). El juego y la prostitución son en España dos
actividades en gran parte (no totalmente, por supuesto) en manos de bandas
mafiosas. Por ello resulta cuando menos sorprendente que el Gobierno de
España acabe de anunciar que va a permitir que se desgraven, en el impues-
to sobre la renta, las pérdidas en el juego. Sorprende este anuncio cuando
las familias no pueden desgravarse los gastos en educación, en sanidad o
en vivienda. Y el narcotráfico, por supuesto, está totalmente en manos de
diferentes bandas mafiosas. A través de España entra en Europa el hachís y
similares hierbas procedentes de Marruecos, y a través de España entran las
drogas más duras (heroína, cocaína, crack y otras similares) procedentes de
América (del Norte, del Centro y del Sur), aparte de las drogas sintéticas,

16 
Entre los estudios serios, documentados, y recientes, debe mencionarse el de Gianluigi Nuzzi
(2010), que constituye un documentado análisis de las finanzas vaticanas durante los últimos veinte años.
17 
Al escribir estas líneas los medios de comunicación han informado sobre la desarticulación
de una banda de narcotraficantes en el puerto de Barcelona en la que al parecer estaban implicados
algunos miembros de la policía. Pero ese tipo de noticias ha sido cada vez más frecuente en los úl-
timos diez años, debido a la magnitud del valor de las mercancías (drogas) intervenidas, demasiado
tentador para muchas personas, y no solo en Barcelona, sino en muy distintos puntos del litoral
mediterráneo y cantábrico.

222
Actitudes hacia la corrupción

muchas de las cuales ya se producen directamente en España. Sería imposi-


ble pensar que esto se haga sin ninguna ayuda interior, ayuda que obtiene
su recompensa, claro está, pues nadie lleva a cabo este tipo de ayudas por
amor al arte. El consumo de droga en España es de los más altos de Europa.
Hay casinos en casi todas las ciudades importantes y sobre todo en zonas
turísticas. Y la prostitución está tolerada en todas partes, incluso en la calle
(solo Barcelona acaba de prohibirla en la calle), pero no está legalizada,
sorprendentemente, y por tanto tampoco está controlada o regulada. Los
anuncios de prostitución están presentes nada menos que en la mayor parte
de los diarios, incluso en los nacionales, y en la mayor parte de los canales
de televisión.
¿Cómo se lava o se puede lavar el dinero procedente del juego, de la
prostitución y de la droga en España? No vamos aquí a dar ideas, pero los
medios de comunicación y una mínima capacidad lógica nos proporcionan
muchas pistas. Dejemos aparte la conocida opción de lavar dinero a través
de la construcción, de la promoción inmobiliaria y de actividades similares.
Un método muy tradicional fue a través de los casinos18.
Otro sistema sencillo consiste en abrir una boutique o un bar de co-
pas19. Sistemas similares se pueden utilizar con los millonarios contratos
de jugadores de fútbol. Y también se puede haber utilizado algún locuto-
rio a través de los cuales los inmigrantes envían dinero a sus familiares en
los países de origen (especialmente en Latinoamérica)20. Otros sistemas
similares tienen más que ver con la corrupción (los otros también impli-
can corrupción, por supuesto) que con el blanqueo de dinero, como es
el caso de algunas actividades de cooperación internacional21. Para evitar
susceptibilidades, no se está aquí afirmando que todos o la mayoría de los
casinos, todas o la mayoría de las boutiques o bares de copas, todos o la
mayoría de los contratos de jugadores de fútbol o todas o la mayoría de
las ayudas a la cooperación sean necesariamente modos de blanqueo de

18 
El sistema más pedestre consiste en que una persona va a un casino, cambia una cantidad de
dinero en fichas. Se va al bar y se toma una cerveza. Al cabo de una hora vuelve a la caja y cambia
las mismas fichas que adquirió, pero pide que para evitar ser objeto de robo al salir, a altas horas
de la noche, le den mejor un talón. Ese talón es ingresado en una cuenta bancaria y consta como
ganancias en el juego, puesto que en ningún lugar consta el dinero con el que entró en el casino.
Evidentemente, esto mismo se puede hacer con la complicidad del casino sin necesidad de tomarse
una cerveza en el bar, solo que a cambio de una comisión (se da una cantidad de dinero negro al
casino, y este devuelve un talón por el 70 por ciento de la cantidad entregada, cantidad que queda
así «lavada».
19 
Se paga el alquiler del local y el salario de una persona, y da igual que entre o no algún cliente.
Se compra ropa o bebidas por valor de una gran cantidad de dinero, y al final del año fiscal, sean
cuales sean las ventas que se hayan hecho, se declara a Hacienda unos beneficios grandes, de los que
se paga el 30 por ciento en concepto de impuesto de sociedades, y el 70 por ciento restante es dinero
negro que queda lavado.
20 
De hecho, en el año 2011 la policía desarticuló algún locutorio que seguía estas prácticas para
sacar dinero de España procedente del narcotráfico.
21 
Si un pueblo de España decide enviar una cantidad de dinero para construir una presa en un
pueblo de un país latinoamericano, es difícil (por no decir imposible) controlar e impedir si luego se
produce un reenvío desde el pueblo latinoamericano al bolsillo de alguien en España.

223
Juan Díez Nicolás

dinero. Lo que aquí se indica es que existe esa posibilidad, y que los ins-
trumentos de que dispone el Estado para controlar, impedir o sancionar
las conductas delictivas que pudieran producirse, son insuficientes cuando
no inexistentes.
Resulta sorprendente que, en la situación actual de crisis económica y
financiera de España, el actual Gobierno, que tiene que enfrentarse con la
grave situación heredada del anterior Gobierno de España, haya tomado
algunas medidas poco comprensibles. La primera de ellas fue, a los pocos
días de iniciar sus tareas de gobierno, la de debilitar la capacidad operativa
de la unidad de lucha contra el fraude fiscal del Ministerio de Hacienda,
estableciendo unos criterios para aflorar los delitos mucho más flexibles
que los que existían anteriormente. No puede desvincularse esta medida
de la más reciente relativa la amnistía fiscal, cuando todavía no se ha com-
pletado, aunque sí se ha iniciado la reforma financiera, cuando se sigue
indultando a convictos de delitos fiscales y financieros, cuando se legisla
para que algún profesional de la banca pueda seguir al frente de una enti-
dad a pesar de la sentencia emitida por algún tribunal, o cuando se permite
que continúen en puestos de responsabilidad económica o financiera per-
sonas cuyos delitos han prescrito (pero que por la misma razón, son de-
lincuentes, pues la prescripción no implica declaración de inocencia, sino
imposibilidad de sancionar al delincuente). Y, finalmente, no se entiende
que desde el Gobierno se haya alentado y facilitado al denominado grupo
inversor norteamericano que quiere establecer Eurovegas en Madrid, bajo
el pretexto de que creará 200 000 puestos de trabajo. Siguiendo este razo-
namiento, debería favorecerse también el narcotráfico, que también puede
crear muchos puestos de trabajo, o la prostitución, la trata de blancas o el
comercio ilegal de armas, o muchas otras actividades delictivas que pue-
den crear muchos miles de puestos de trabajo. El argumento subyacente
forma parte de la «cultura de la mafia», en el sentido de que todo lo que
sirva para ganar dinero es «válido», pues es «negocio, nada personal». El
nuevo valor aceptado en nuestras sociedades de que cualquier acción que-
da justificada por el simple hecho de ser «negocio» entraña la justificación
ética de la corrupción. No es preciso ser especialmente inteligente para
pensar que el establecimiento de Eurovegas podrá servir para el lavado
de dinero en cantidades ingentes, y que adicionalmente puede crear miles
de puestos de trabajo en la prostitución, la delincuencia y «sectores ocu-
pacionales similares». No decimos que necesariamente tenga que ser así,
decimos que la probabilidad de que esas consecuencias se produzcan son
muy altas.

La Corrupción en España
Las páginas anteriores han querido dejar claras unas cuantas cosas. En
primer lugar, que las organizaciones mafiosas de los años veinte a los años
cincuenta en los Estados Unidos han abandonado la violencia callejera
porque se han incorporado a actividades económicas y financieras más

224
Actitudes hacia la corrupción

o menos legales y probablemente más lucrativas, y que ese modelo ha


sido imitado por numerosas organizaciones locales «nacionales» en otros
países, tanto europeos como asiáticos, africanos, etc. Pero sus ingresos
y sus sistemas de protección siguen siendo las mismas o muy similares
que entonces. Y sus sistemas de lavado de dinero se han diversificado
y perfeccionado gracias a la globalización y a la supresión de fronteras
para la libre circulación de capitales (no tanto para la libre circulación
de productos o servicios y de personas) (Diez Nicolás y Díez Medra-
no, 2000). Los grandes capos actuales no solo no usan metralletas, sino
que forman parte de las élites dirigentes de la mayor parte de los paí-
ses desarrollados y democráticos. La corrupción ha dejado de ser un tipo
de conducta condenada y condenable para pasar a formar parte de los
comportamientos habituales en nuestras sociedades. Cuando en los años
ochenta se decidió transferir las competencias en materia de urbanismo
desde la administración general del Estado a los 8000 ayuntamientos, se
había abierto la puerta a la corrupción, por la dificultad de controlar a
8000 alcaldes y otros tantos concejales de urbanismo. Nada más hacerse
esa transferencia se observó una creciente vocación de constructores y
promotores inmobiliarios, con frecuencia también presidentes de equipos
de fútbol, para convertirse en regidores municipales. ¿Es «casualidad» o
«causalidad» que, a partir de Jesús Gil, haya habido tantos casos en que
determinadas personas han ocupado simultáneamente los tres o dos de
los cargos de alcalde, presidente de club de fútbol y constructor? Ade-
más, para favorecer mejor esas posibilidades, se eliminaron los cuerpos de
interventores y secretarios de ayuntamiento, de manera que los alcaldes
pudieran nombrar a dedo a personas «de confianza» en lugar de tener que
trabajar con funcionarios de carrera22.
Es así como desapareció la costa española, que anteriormente exigía
una franja litoral de cien metros de uso público, en la que no podía cons-
truirse, y que actualmente está edificada hasta la orilla misma del mar y/o
privatizada por algún hotel o negocio privado que impide el acceso libre a
la población.
La corrupción ha crecido exponencialmente en España y en casi todos
los países desarrollados y democráticos hasta límites insospechados, acom-
pañando a la transformación del capitalismo industrial en capitalismo finan-
ciero (Díez Nicolás, 2010), de manera que en los últimos quince años se ha
podido ver en los medios de comunicación como jefes de estado, ministros,
cargos públicos muy diversos, banqueros y bancarios, empresarios de muy
distinta condición, han tenido que declarar ante tribunales de justicia, aun-
que es también justo reconocer que en otros países muchos de ellos se han
visto obligados a dimitir, a devolver el dinero obtenido de manera no legal,

22 
Hasta hace recientemente pocos años los cursos para Secretarios e Interventores de Ayunta-
miento se ofrecían en el Instituto de Estudios de Administración Local, y sus alumnos podían luego
participar en las oposiciones «nacionales» para convertirse en funcionarios públicos, por tanto no
sometidos a las arbitrariedades de alcaldes o concejales.

225
Juan Díez Nicolás

e incluso han sido sentenciados a penas de cárcel, algo muy poco frecuente
en España, donde la devolución del dinero ha sido una práctica casi desco-
nocida, y donde solo unos pocos han ido a la cárcel, generalmente más por
razones políticas que económicas.
Un reciente informe da cuenta de 311 casos de corrupción en España
en estos últimos años con procedimientos judiciales incoados, clasifica-
dos por Comunidad Autónoma y por partido político al que pertene-
cen los presuntos delincuentes. Se puede así comprobar que 86 de esos
casos corresponden a Andalucía, 31 a la Comunidad de Madrid, 28 a la
Comunidad Valenciana, 21 a Canarias, 20 a Galicia, 19 a Cataluña, 18 a
Castilla y León, 16 a Castilla-La Mancha, 15 a Baleares, 14 al País Vasco,
11 a Murcia, 10 a Aragón, 7 a Asturias, 5 a Extremadura, 3 a La Rioja, a
Navarra y a Cantabria, y 1 a Ceuta23. En cuanto a los partidos políticos,
los 311 casos mencionados en la citada investigación se reparten así: 145
el PP, 114 el PSOE, 10 CiU, 8 IU, 8 PNV, 6 Unió Mallorquina, 6 Coa-
lición Canaria, 5 el PAR, 2 el Partido Andalucista, 2 la UPN, 1 el GIL,
1 el BNG, y 3 otros partidos. Pero el 25 de abril de 2013 un comunica-
do del Consejo Superior del Poder Judicial informaba que había más de
1661 procesos iniciados ante los juzgados, en España, relativos a algún
caso de corrupción en el que estaba implicado algún cargo político. Las
Comunidades Autónomas con mayor número de casos de corrupción en
los juzgados son: Andalucía (656), Comunidad Valenciana (280), Cana-
rias (197), Madrid (181) y Galicia (110)24. Según el citado comunicado del
CGPJ «los casos vinculados con la corrupción son los relativos a delitos
como prevaricación, blanqueo o receptación de capitales, malversación,
cohecho o tráfico de influencias, entre otros. A estos se suman otros, de
especial complejidad».
Es cierto que solo una minoría de los políticos, posiblemente, esté
implicada en casos de corrupción, pero el problema no es que sean mu-
chos o pocos, el problema está en que los propios partidos políticos de-
fienden a cualquiera de sus políticos por grande que sea la evidencia que
les señala como corruptos. Por supuesto hay que mantener la presunción
de inocencia, pero sin olvidar que esa es una garantía de orden jurídico
que debe aplicarse a cualquier ciudadano, también a los políticos, pero
esa presunción jurídica no es incompatible con la decisión política de
apartar del cargo a todo político que esté bajo sospecha suficientemen-
te fundada de corrupción. El exceso de «presunción de inocencia» que
practican los partidos políticos con «los suyos» es lo que ha provocado
la inmensa pérdida de imagen de los políticos y los partidos políticos en
la sociedad española.

23 
En la página web Mapa de Corrupción por Partidos Políticos: <http://maps.google.es/maps/
ms?ie=UTF8&hl=es&t=p&source=embed&msa=0&msid=208661973302683578218.00049ca0e3e76
54bb763a&ll=41.47566,1.801758&spn=13.689666,28.081055&z=5> se encuentran los detalles.
24 
El Confidencial, 25 de abril 2013 (newsletter@elconfidencial.com).

226
Actitudes hacia la corrupción

La percepción de la corrupción en el mundo

La corrupción ha sido y es universal en el espacio y en el tiempo.


Pero existen diferencias en cuanto a su extensión e intensidad. En de-
terminadas sociedades la corrupción es característica de las clases altas,
en otras ha sido más frecuente en las clases bajas, en unas sociedades la
corrupción es muy grande, en otras es más bien reducida. Por eso es tan
importante la comparación, en el tiempo y en el espacio, pues de otro
modo resulta difícil saber si un determinado grado de corrupción es alto
o bajo. Por otra parte, no existe un consenso general respecto a qué es
corrupción y qué no lo es. ¿Es corrupción llevarse bolígrafos del lugar
del trabajo?, ¿es corrupción aceptar una caja de botellas en Navidades?,
¿es corrupción tratar de pagar menos impuestos de los que corresponden
legalmente? Además, una cosa es la corrupción objetiva que existe en una
sociedad y otra distinta es la percepción subjetiva que tienen los indi-
viduos del grado de corrupción que existe en esa misma sociedad. Para
conocer la corrupción objetiva habrá que buscar indicadores que permi-
tan la comparación en el tiempo y en el espacio (sentencias judiciales,
informes policiales, número de casos de corrupción conocidos, volumen
del fraude fiscal, etc.), y para conocer la corrupción subjetiva, es decir, la
percepción del grado de corrupción, existen otros indicadores igualmente
subjetivos (percepción del grado de corrupción en la sociedad, en dife-
rentes instituciones, en determinados grupos sociales, por comparación
con otras sociedades, por comparación en el tiempo, etc.). En las páginas
que siguen se ha tratado de medir el grado de corrupción percibido por
los ciudadanos de un gran número de países en el mundo, y también en
España, en fechas recientes. Concretamente se han utilizado dos indica-
dores igualmente subjetivos. Por una parte, el Índice de Percepción de la
Corrupción (IPC) que elabora desde hace años una organización privada
sin fin de lucro, Transparencia Internacional. Por otra parte, se cuenta
con datos, igualmente basados en la percepción que del grado de corrup-
ción tienen los ciudadanos, procedentes de proyectos internacionales de
investigación comparada, como la Encuesta Mundial de Valores (WVS) y
el Programa Internacionales de Investigaciones Sociales (ISSP) para gran
número de países en todo el mundo, con muy diferentes grados de desa-
rrollo económico, de desarrollo político, y de sistemas de valores sociales,
ideológicos, culturales, etc.
La serie de Transparencia Internacional comienza en 1998, y por tanto
se han tomado esos datos porque los procedentes de la Encuesta Mundial de
Valores se ha dicho que proceden de la oleada realizada en 1995 (de hecho
entre 1995 y 1998). El número de países para los que se ofrecen los datos es
de 85, y como puede observarse hay una gran variación entre países. Trans-
parencia Internacional califica el grado de corrupción entre cero (corrupción
muy alta) y diez (ninguna corrupción). Pero se han invertido los valores en
la Figura 3.1 porque parece más fácil de comprender que el cero significa
ninguna corrupción y el diez la corrupción máxima.

227
Juan Díez Nicolás

Figura 4.1.  Í ndice de Percepción de la Corrupción (valores invertidos),


Transparencia Internacional, 1998

Cameroon
Paraguay
Honduras
Tanzania
Nigeria
Indonesia
Colombia
Venezuela
Ecuador
Russia
Vietnam
Kenya
Uganda
Pakistan
Latvia
Ukraine
Bolivia
India
Egypt
Bulgaria
Yugoslavia
Thailand
Romania
Nicaragua
Argentina
Guatemala
Ivory Coast
Senegal
Philippines
Mexico
Ghana
País

Turkey
Zambia
China
El Salvador
Morocco
Jamaica
Slovak
Belarus
Brazil
Malawi
Zimbabwe
South Korea
Uruguay
Peru
Poland
Italy
Jordan
Czech Republic
Greece
Tinisia
Mauritius
Hungary
South Africa
Taiwan
Namibia
Malaysia
Belgium
Costa Rica
Estonia
Japan
SPAIN
Botswana
Portugal
France
Chile
Israel
United States
Austria
Hong Kong
Germany
Ireland
United Kingdom
Luxembourg
Australia
Switzerland
Norway
Netherlands
Singapore
Canada
Iceland
New Zealand
Sweden
Finland
Denmark

0 1 2 3 4 5 6 7 8 9
Índice
Fuente: Transparencia Internacional (http://www.transparency.org/).

228
Actitudes hacia la corrupción

España se encontraba en el lugar 61 de corrupción, o dicho al revés,


España era el veinticuatro país menos corrupto en 1998. Solo once de
los veintisiente países de la Unión Europea tenían un grado de corrup-
ción percibida inferior al de España en esa fecha, según Transparencia
Internacional. Cuando se examina la serie temporal de Transparencia
Internacional entre 1998 y 2011 se puede concluir que, si se toma en
cuenta el rango que ocupa España en el total de países evaluados cada
año, parecería que ha ido aumentando progresivamente la percepción
de la corrupción en España, puesto que ha pasado de ser el veinticuatro
país menos corrupto en 1998 al 31 en 2011. Es decir, ha aumentado el
número de países menos corruptos que España a lo largo de estos trece
años. Sin embargo, ello se debe a que ha aumentado el número de paí-
ses evaluados por Transparencia Internacional. Así, cuando se calcula el
rango de España como percentil respecto al total de países evaluados, se
comprueba que más bien ha ocurrido lo contrario, pues España habría
pasado de ocupar el rango relativo veintiseis de país menos corrupto
en 1998 al rango relativo diecisiete en 2011. El rango relativo más bajo,
catorce, se logró durante los años 2005 a 2007, pero aumentó a partir
de 2008 otra vez. Esta mejora relativa de la posición de España en el
ranking se debe a que los nuevos países evaluados son mayoritariamente
menos desarrollados, en los que la corrupción parece ser en general más
alta que entre lo más desarrollados.

Figura 4.2.  R
 ango de España en el IPC (Transparencia Internacional),
y percentil del rango sobre el total de países evaluados cada
año, 1998-2011
35

30
RANGO Y PERCENTIL

25
Rango
Percentil
20

15

10

0
1998 1999 2000 2001 2002 2003 2004 2005 2006 2007 2008 2009 2010 2011
AÑO

Fuente: Transparencia Internacional (http://www.transparency.org/).

229
Juan Díez Nicolás

No obstante, esta última afirmación plantea un problema. Un examen


somero de los datos de la Figura 4.1 conduce a la conclusión de que la
corrupción es mayor en los países menos desarrollados que en los más de-
sarrollados. Esta afirmación se ha aceptado de forma poco crítica por cien-
tíficos sociales y políticos, y especialmente por los comunicadores sociales,
que son quienes se han ocupado de difundir esta imagen. Esta afirmación,
sin embargo, se deriva del instrumento de medida de la corrupción. Gene-
ralmente se miden los casos de corrupción según el lugar donde se produ-
cen, es decir, según el país donde se producen. Y por tanto no parece haber
error al afirmar que hay mas casos de corrupción en los países menos desa-
rrollados. Pero cabe plantearse la cuestión desde otra perspectiva. Para que
alguien se corrompa tiene que haber un corruptor. Si el instrumento de
medida se plantease no respecto a «quién es corrompido», sino en relación
con «quién corrompe», o lo que es lo mismo, si se plantease no «donde
se produce» la corrupción, sino «desde donde se induce» la corrupción,
probablemente los resultados serían muy distintos. En efecto, es cierto que
la mayor parte de la corrupción en todos los países, desarrollados o no, se
produce en las administraciones públicas (contratos, adjudicaciones, com-
pras de armas o de toda clase de productos, etc.), pero no es menos cier-
to que quien paga esas corrupciones suelen ser las grandes corporaciones
internacionales, que tienen sus sedes en los países más desarrollados. Una
vez más se pone de manifiesto que el ámbito de los indicadores debe uti-
lizarse con gran cautela. Si un alto funcionario de un país africano se gana
una alta comisión por autorizar la compra de armas a un país exportador
(generalmente un país muy desarrollado): ¿a qué país se debe adjudicar el
caso de corrupción?
No obstante, la capacidad de los países corruptores para manipular la
información a través de indicadores que, siendo ciertos, son engañosos, es
muy grande, puesto que los grandes grupos de comunicación en el mundo
suelen estar también en manos de los mismos intereses económicos que co-
rrompen en los países menos desarrollados, y los investigadores y científicos
sociales con frecuencia nos hacemos cómplices involuntarios de esa manipu-
lación de la información utilizando los citados indicadores de manera acríti-
ca, sin explicar adecuadamente qué es lo que el indicador mide. El problema
que aquí estamos señalando es aplicable a muchos otros indicadores econó-
micos y sociales que se utilizan habitualmente sin examinar cuidadosamente
qué es lo que realmente mide el indicador en cuestión25.

25 
La bibliografía sobre indicadores sociales es muy amplia, pero un ejemplo de cómo construir un
indicador tratando de evitar los problemas señalados en el texto puede encontrarse en Díez Nicolás (2011).

230
Actitudes hacia la corrupción

Figura 4.3.  Í ndice de Corrupción Percibida, Encuesta Mundial


de Valores (WVS), circa 1995
Dominican Republic
Nigeria
Russian Federation
Armenia
Belarus
Lithuania
Ukraine
Georgia
Macedonia
Latvia
Bulgaria
Brazil
Moldova
Argentina
Croatia
Peru
Bosnia Federation
Venezuela
Mexico
Azerbaijan
Czech Republic
Estonia
India
Slovakia
Poland
País

Philippines
South Korea
Colombia
Turkey
Serbia
SrpSka - Serbian Republic of Bosnia
Bangladesh
Romania
Hungary
Spain
El Salvador
Albania
South Africa
Puerto Rico
Montenegro
Germany East
Taiwan
United States
Germany West
Uruguay
Chile
Slovenia
Sweden
Great Britain
Switzerland
Australia
Finland
Norway
New Zealand

0 20 40 60 80 100 120 140 160 180 200


Índice
Fuente: Encuesta Mundial de Valores (WVS) (www.worldvaluessurveys.org y www.jdsurvey.net)

La Encuesta Mundial de Valores, como se ha indicado anteriormente,


incluyó en su oleada de 1995 una pregunta sobre la percepción que los ciu-
dadanos de 54 países percibían en su propio país. Evidentemente, las per-
sonas entrevistadas contestaron, como se les pedía, por los casos de corrup-
ción que ellos percibían en su alrededor, es decir, en su propio país, no
podían contestar sobre los corruptores porque era algo que desconocían. La
correlación entre el Índice construido en base a las encuestas realizadas por
la Encuesta Mundial de Valores en su oleada de 1995 y el IPC de Transpa-
rencia Internacional es muy alto, r = 0,83, casi tautológico, si no fuese por-
que se trata de dos investigaciones diferentes y con metodología diferente.
Si se consideran solamente los países de la Unión Europea, se com-
prueba que España no es de los países con mayor percepción de la co-

231
Juan Díez Nicolás

rrupción, según Transparencia Internacional. Teniendo en cuenta la alta


correlación indicada entre los dos índices aquí incluidos, se ha limitado la
comparación a los datos de Transparencia Internacional porque los de la
Encuesta Mundial de Valores se limitan a solo un año, mientras que los de
TI permiten Transparencia Internacional examinar la serie temporal entre
1998 y 2011.

Tabla 4.1.  Í ndice de Percepción de la Corrupción, Transparencia Internacio-


nal, (valores invertidos) países de la Unión Europea, 1998-2011

1998 1999 2000 2001 2002 2003 2004 2005 2006 2007 2008 2009 2010 2011
Denmark 0 0 0,2 0,5 0,5 0,5 0,5 0,5 0,5 0,6 0,7 0,7 0,7 0,6
Finland 0,4 0,2 0 0,1 0,3 0,3 0,3 0,4 0,4 0,6 1 1,1 0,8 0,6
Sweden 0,5 0,6 0,6 1 0,7 0,7 0,8 0,8 0,8 0,7 0,7 0,8 0,8 0,7
Netherlands 1 1 1,1 1,2 1 1,1 1,3 1,4 1,3 1 1,1 1,1 1,2 1,1
Luxembourg 1,3 1,2 1,4 1,3 1 1,3 1,6 1,5 1,4 1,6 1,7 1,8 1,5 1,5
Germany 2,1 2 2,4 2,6 2,7 2,3 1,8 1,8 2 2,2 2,1 2 2,1 2
United Kingdom 1,3 1,4 1,3 1,7 1,3 1,3 1,4 1,4 1,4 1,6 2,3 2,3 2,4 2,2
Austria 2,5 2,4 2,3 2,2 2,2 2 1,6 1,3 1,4 1,9 1,9 2,1 2,1 2,2
Ireland 1,8 2,3 2,8 2,5 3,1 2,5 2,5 2,6 2,6 2,5 2,3 2 2 2,5
Belgium 4,6 4,7 3,9 3,4 2,9 2,4 2,5 2,6 2,7 2,9 2,7 2,9 2,9 2,5
France 3,3 3,4 3,3 3,3 3,7 3,1 2,9 2,5 2,6 2,7 3,1 3,1 3,2 3
Estonia 4,3 4,3 4,3 4,4 4,4 4,5 4 3,6 3,3 3,5 3,4 3,4 3,5 3,6
Cyprus — — — — — 3,9 4,6 4,3 4,4 4,7 3,6 3,4 3,7 3,7
Spain 3,9 3,4 3 3 2,9 3,1 2,9 3 3,2 3,3 3,5 3,9 3,9 3,8
Portugal 3,5 3,3 3,6 3,7 3,7 3,4 3,7 3,5 3,4 3,5 3,9 4,2 4 3,9
Slovenia — 4 4,5 4,8 4 4,1 4 3,9 3,6 3,4 3,3 3,4 3,6 4,1
Malta — — — — — — 3,2 3,4 3,6 4,2 4,2 4,8 4,4 4,4
Poland 5,4 5,8 5,9 5,9 6 6,4 6,5 6,6 6,3 5,8 5,4 5 4,7 4,5
Lithuania — 6,2 5,9 5,2 5,2 5,3 5,4 5,2 5,2 5,2 5,4 5,1 5 5,2
Hungary 5 4,8 4,8 4,7 5,1 5,2 5,2 5 4,8 4,7 4,9 4,9 5,3 5,4
Czech Republic 5,2 5,4 5,7 6,1 6,3 6,1 5,8 5,7 5,2 4,8 4,8 5,1 5,4 5,6
Latvia 7,3 6,6 6,6 6,6 6,3 6,2 6 5,8 5,3 5,2 5 5,5 5,7 5,8
Slovak Republic 6,1 6,3 6,5 6,3 6,3 6,3 6 5,7 5,3 5,1 5 5,5 5,7 6
Italy 5,4 5,3 5,4 4,5 4,8 4,7 5,2 5 5,1 4,8 5,2 5,7 6,1 6,1
Romania 6,7 6,7 7,1 7,2 7,4 7,2 7,1 7 6,9 6,3 6,2 6,2 6,3 6,4
Greece 5,1 5,1 5,1 5,8 5,8 5,7 5,7 5,7 5,6 5,4 5,3 6,2 6,5 6,6
Bulgaria 7,1 6,7 6,5 6,1 6 6,1 5,9 6 6 5,9 6,4 6,2 6,4 6,7
Fuente: Transparencia Internacional (http://www.transparency.org/).

232
Actitudes hacia la corrupción

figura 4.4.  C
 oeficiente de correlación entre el Índice de Percepción de la
Corrupción de Transparencia Internacional (1998) y el Índice
de Corrupción Percibida según la Encuesta Mundial de Valores
(WVS) en su oleada de 1995 (El índice de Transparencia Interna-
cional se ha multiplicado por 10 para evitar los decimales)

100,00
Transparencia Internacional 1998

80,00

60,00

40,00

20,00

R = 0,83
0,00

0,00 50,00 100,00 150,00 200,00


WVS - 1995
Fuente: Transparencia Internacional (http://www.transparency.org/) y Encuesta Mundial de
Valores (WVS) (www.worldvaluessurveys.org y www.jdsurvey.net)

Como ya se indicó, once países de la UE fueron evaluados por TI como


con menos corrupción que España en 1998 (Dinamarca, Finlandia, Suecia,
Países Bajos, Luxemburgo, Reino Unido, Irlanda, Alemania, Austria, Fran-
cia y Portugal), de manera que otros quince países fueron evaluados con
mayor corrupción que España, todos los del Este de Europa, las dos islas
mediterráneas, pero solo tres países de Europa Occidental (Bélgica, Grecia
e Italia). En 2011, España ha pasado del puesto doce al catorce entre todos
los miembros de la UE, de manera que a los once antes citados hay que
añadir Bélgica, Estonia y Chipre como países con menos corrupción, pero
sin embargo TI evalúa a Portugal con algo más de corrupción que España.
En resumen, la percepción de la corrupción en España, según los expertos
de TI, ha aumentado durante los últimos trece años, de manera que sigue
situándose más o menos en el centro, de igual manera que se ha podido ver
al comparar los 54 países para los que se disponía de datos de TI y del WVS
en la tabla 4.1. En los dos índices España ocupa una posición intermedia, lo
que significa, en definitiva, que la opinión de los evaluadores-expertos coin-
cide básicamente con la de los propios españoles en que no estamos entre
los países europeos con menos corrupción, y que, al parecer, la corrupción
se ha incrementado en nuestro país en los últimos años.

233
Juan Díez Nicolás

Una tercera fuente de datos es la que procede de otro proyecto de in-


vestigación internacional comparada, el International Social Survey Program
(ISSP). En su investigación de 2009 sobre Desigualdades Sociales se incluyó
una pregunta que literalmente decía: «…¿qué importancia tiene sobornar a
la gente para salir adelante en la vida?»26.

Figura 4.5.  Í ndice de Importancia atribuida a Pagar Sobornos para salir


adelante en la vida, ISSP 2009
Ukraine
Hungary
Russia
China
Slovak Republic
Bulgaria
Poland
Latvia
Slovenia
Cyprus
Czench Republic
Croatia
South Korea
Austria
Taiwan
Philippines
Israel
Portugal
País

Turkey
Estonia
France
South Africa
Japan
Belgium
Spain
Chile
Germany
Sweden
United States
United Kingdom
Argentina
Norway
Finland
Australia
Iceland
Switzerland
Denmark
New Zealand

0 20 40 60 80 100 120

Índice
Fuente: International Social Survey Program (ISSP) 2009 (http://www.issp.org/).

Se trata de una medida más indirecta sobre la corrupción en cada país


que las que se han considerado hasta ahora, pero sin embargo sugiere la
importancia que los ciudadanos de diferentes países atribuyen a la corrup-
ción para salir adelante en la vida. Se ha construido un índice sumando
las proporciones que contestaron una importancia «esencial», «muy im-
portante» o «algo importante», restando las proporciones de entrevistados
que contestaron «no muy importante» y «nada importante», y sumando

26 
La batería de preguntas incluía, además de «sobornar a la gente», venir de una familia rica,
tener unos padres con alto nivel educativo, tener Vd. mismo un alto nivel educativo, tener ambición,
trabajar mucho, conocer a la gente adecuada, tener buenos contactos políticos, la raza o grupo étni-
co al que se pertenece, la religión de una persona, y haber nacido hombre o mujer.

234
Actitudes hacia la corrupción

cien al resultado para estandarizar los resultados en una escala de cero a


doscientos. Como se ve, los entrevistados en los 38 países citados en la
Figura 4.5 mayoritariamente consideran que el pago de sobornos es poco
importante o nada importante para salir adelante en la vida, con las excep-
ciones de Ucrania y Hungría, países en los que predominan los que consi-
deran que el pago de sobornos es importante. No obstante, la distribución
de los países no es muy diferente de la que se ha encontrado en los otros
indicadores de la Encuesta Mundial de Valores (WVS) y de Transparencia
Internacional, lo que sugiere que las actitudes de los ciudadanos de dife-
rentes países están relativamente cristalizadas, de manera que se percibe
consistentemente más corrupción en países menos desarrollados y menos
en los más desarrollados.

Figura 4.6.  C
 oeficiente de correlación entre el Índice de Percepción de la
Corrupción de Transparencia Internacional (2009) y el Índice
de Importancia atribuida al Pago de Sobornos según la
investigación de 2009 del ISSP sobre Desigualdades Sociales
(El índice de Transparencia Internacional se ha multiplicado
por diez para evitar los decimales)

80,00
Transparencia Internacional 2009

60,00

40,00

20,00

R = 0,74
0,00

0,00 20,00 40,00 60,00 80,00 100,00 120,00


ISSP 2009

Fuente: Transparencia Internacional (http://www.transparency.org/) e International Social


Survey Program (ISSP) 2009 (http://www.issp.org/).

235
Juan Díez Nicolás

El coeficiente de correlación es nuevamente positivo y muy fuerte, su-


giriendo que cuanto mayor es la proporción de ciudadanos que consideran
que el pago de sobornos es alto en su país, mayor es también el índice de
corrupción percibida por los expertos en ese país según Transparencia Inter-
nacional. Tomando a los países como unidades de análisis para las dos me-
diciones, el coeficiente de correlación (r de Pearson) no solo es significativo
al nivel 0,01, sino también muy fuerte (r = 0,74).

Tabla 4.2.  C
 oeficientes de correlación entre el Índice de Percepción de la
Corrupción de Transparencia Internacional en 1998 y 2009, el
Índice de Corrupción Percibida según la Encuesta Mundial de
Valores de 1995 y el Índice de Importancia atribuida al Pago
de Sobornos para salir adelante en la vida según el estudio del
International Social Survey Program en 2009

Transparencia Transparencia
Internacional Internacional
WVS-1995 '98 ISSP 2009 '09
WVS-1995 1 0,889** 0,749** 0,849**
N= (52) (37) (28) (52)
Transparencia 0,889** 1 0,750** 0,938**
Internacional '98
N= (37) (50) (34) (50)
ISSP 2009 0,749** 0,750** 1 0,735**
N= (28) (34) (38) (38)
Transparencia 0,849** 0,938** 0,735** 1
Internacional '09
N= (52) (50) (38) (68)
** La correlación es significativa al nivel 0,01 (2 colas).

La relación entre los cuatro indicadores que se han utilizado en este


breve análisis es muy fuerte, sugiriendo una gran consistencia de los resul-
tados, como se pone de manifiesto por los coeficientes de correlación entre
ellos. Todos los coeficientes de correlación son muy altos (superiores en
todos los casos a 0,7 y estadísticamente significativos al nivel 0,01. La rela-
ción más fuerte es la que se observa entre los dos indicadores de Transpa-
rencia Internacional, lo que sugiere una gran estabilidad de sus mediciones
en el tiempo, puesto que hay una diferencia de 11 años entre las dos me-
diciones aquí utilizadas. Y las relaciones menos fuertes son las que utilizan
los datos del ISSP, debido al menor número de casos (menos de cuarenta
en las tres comparaciones). De todos modos, como ya se ha indicado, es
evidente la enorme consistencia de los dos indicadores de encuestas con
muestras representativas de la población del WVS y el ISSP entre sí y con

236
Actitudes hacia la corrupción

los dos indicadores basados en los juicios de expertos de Transparencia


Internacional.
La consistencia se refleja incluso cuando se compara la posición relativa
de España en cada uno de los cuatro indicadores respecto al total de países
en cada caso. En los cuatro indicadores el rango uno correspondería al país
con menos corrupción según Transparencia Internacional, al país con menos
corrupción percibida en sus funcionarios públicos según la investigación del
WVS, y al país en el que el pago de sobornos es menos importante para salir
adelante en la vida, según la investigación del ISSP. La posición de España
en lo cuatro indicadores es 19/52 para el WVS ’95, 20/51 para el TI ’98,
14/38 para el ISSP ’09, y 24/68 para el TI ’09, que daría unos cocientes muy
similares: 0,36-0,39-0,37 y 0,35 respectivamente, es decir, siempre alrededor
del tercio de países con menos corrupción.

La opinión pública española y la corrupción


La percepción que los españoles tienen del grado de corrupción en el
país ha sido alta durante las últimas décadas. Concretamente, en la investiga-
ción que ASEP ha realizado anualmente en el mes de junio desde 1994 sobre
Cultura Política demuestra que la mayoría de los españoles ha considerado
cada año que la corrupción política había aumentado o permanecido igual
durante el año precedente27.
La proporción de quienes creen que la corrupción política había aumen-
tado mucho o algo respecto al año anterior fue muy superior al cincuenta
por ciento de los entrevistados en los últimos años del gobierno de Felipe
González (años 1994 y 1995), pero predominó la proporción de quienes
creían que la corrupción política había seguido igual entre 1996 y 2008. A
partir de 2009 (otra vez durante los últimos años del gobierno socialista de
Rodríguez Zapatero) volvió a aumentar por encima del cincuenta por ciento
la proporción de los que opinaban que la corrupción política había aumen-
tado mucho o algo respecto al año precedente. No deja de ser interesante
comprobar que la mayor percepción de incremento en la corrupción política
se haya producido durante los gobiernos socialistas de González y de Ro-
dríguez Zapatero28.

27 
Cada investigación se ha realizado mediante encuesta personal en el hogar del entrevistado
con una muestra representativa de la población española de dieciocho y más años de alrededor de
1 200 personas, seleccionadas proporcionalmente a la población de cada Comunidad Autónoma y
estratos de municipios según su número de habitantes, y con selección aleatoria de los municipios y
secciones censales en cada municipio seleccionado.
28 
Se ha construido un índice de percepción de la corrupción política sumando las proporciones
de entrevistados que contestaron que la corrupción había aumentado mucho o algo, restando las
proporciones que contestaron que la corrupción había disminuido mucho o algo, y sumando final-
mente cien para estandarizar el resultado.

237
Juan Díez Nicolás

Tabla 4.3.  P
 ercepción de la Corrupción Política en España en relación con
el año anterior a la investigación, España 1994-2011

PERCEPCIÓN DE CORRUPCIÓN POLÍTICA EN ESPAÑA


Ha Ha Ha Ha
Año del disminuido disminuido Ha seguido aumentado aumentado
estudio mucho algo igual algo mucho ÍNDICE
1994 0,5 2,9 13,8 32,7 50,1 179
1995 0,3 5,3 24,4 33,7 36,3 164
1996 0,9 14,8 49,9 27,2 7,2 119
1997 4,1 15,4 51,8 24,3 4,5 109
1998 3,6 13,7 55,4 22,7 4,6 110
1999 2,3 14,8 56,8 23,2 3,0 109
2000 4,1 14,6 49,8 26,5 5,0 113
2001 4,6 16,4 54,4 22,9 1,7 104
2002 8,9 25,7 47,8 15,7 2,0 83
2003 6,9 20,7 54,7 15,2 2,5 90
2004 4,7 16,1 59,7 17,4 2,2 99
2005 6,4 19,2 55,5 17,0 1,9 93
2006 10,9 23,1 50,4 13,6 1,9 82
2007 8,3 25,8 45,4 14,1 6,4 86
2008 2,0 7,5 48,2 26,2 16,0 133
2009 0,7 4,0 38,1 36,3 21,0 153
2011 0,3 3,0 29,3 31,6 35,8 164
Fuente: La Opinión Pública de los Españoles, ASEP, en Banco de Datos ASEP/JDS
(www.jdsurvey.net).

En la Figura 4.7 se puede comprobar fácilmente cómo el índice ha esta-


do habitualmente por encima del nivel cien, indicando que son más los que
creen que la corrupción política ha aumentado por comparación con el año
precedente que los que creen que ha disminuido. Pero el índice es especial-
mente alto, superior a ciento veinte en la escala de cero a doscientos, en los
años 2004 y 2005 y en los años 2009 y 2011, años que coinciden con el final
de gobiernos socialistas.

238
Actitudes hacia la corrupción

Figura 4.7.  Í ndice de Percepción de Corrupción Política,


España 1994-2011

200

180

160

140

120
ÍNDICE

100

80

60
Índice de Corrupción
40

20

0
1994 1995 1996 1997 1998 1999 2000 2001 2002 2003 2004 2005 2006 2007 2008 2009 2011

AÑO

Fuente: La Opinión Pública de los Españoles, ASEP, en Banco de Datos ASEP/JDS


(www.jdsurvey.net).

La población española y la de otros países es cada vez más conscien-


te del alto grado de corrupción existente en nuestras sociedades. Una
pequeña muestra de ello es que cuando en el Banco de Datos ASEP/
JDS (wwv.jdsurvey.net) se utiliza la búsqueda de palabras con el término
«corrupción» para buscar las preguntas de cualquier colección nacional o
internacional de encuestas que incluyan esta palabra en el texto de la pre-
gunta o de las posibles respuestas, surgen nada menos que 571 preguntas.
Si se limita la búsqueda a la investigación mensual de ASEP sobre «La
Opinión Pública de los Españoles» (248 investigaciones entre octubre-
noviembre de 1986 y octubre-noviembre de 2011) esta cifra se reduce
a 330, que no deja de ser una cantidad muy grande, pues implica un
promedio de más de una pregunta por investigación durante los últimos
veinticinco años. Los políticos españoles nos sorprenden a veces descu-
briendo «mediterráneos», de manera que no hace mucho algunos «descu-
brieron a la Guardia Civil», y más recientemente algunos (especialmente
los políticos y algunos analistas de opinión) han descubierto que a los es-
pañoles les preocupa la corrupción que existe en España. Concretamente,
las primeras preguntas sobre corrupción en los sondeos mensuales ASEP
se iniciaron en 1987, y han sido frecuentes absolutamente todos los años
desde entonces hasta 2011.

239
Juan Díez Nicolás

Tabla 4.4.  Í ndice de Percepción de la Corrupción Política en diferentes


Sectores de la Sociedad Española29, ASEP 1994-2009

IV-94 XI-95 XII-05 III-09 VII-09


Empresas privadas 118 116 — — —
Partidos políticos 166 168 162 166 167
Funcionarios 126 117 119 — —
Policía 114 108 — — —
Bancos 128 121 155 142 143
Fuerzas Armadas 92 95 109 74 72
Jueces (Tribunales de Justicia) 104 98 (122) — —
Médicos 81 75 91 — —
Sociedad española 111 113 130 — —
Ayuntamientos — — 150 171 171
Construcción — — 145 173 173
Gobierno de España — — 138 131 132
Medios de comunicación — — 134 109 108
Sindicatos — — 128 111 112
Iglesia — — 113 — —
Seguridad Social — — 106 — —
Gobiernos de las Comunidades Au- — — — 149 150
tónomas
Cajas de Ahorros — — — — 122
Industria — — — 116 117
Agricultura — — — 75 74

Sector privado — — — 121 122


Sector público — — — 146 146

PP — — — 158 159
PSOE — — — 146 146
PNV — — — 141 142
CiU — — — 136 137
BNG — — — 133 134
Fuente: La Opinión Pública de los Españoles, ASEP, en Banco de Datos ASEP/JDS
(www.jdsurvey.net).

29 
El índice se ha construido sumando las proporciones de entrevistados que contestan que la co-
rrupción en el sector es mucha o bastante, restando los que contestan que poca o ninguna, y sumando
cien para estandarizar los resultados. Por tanto, los índices por encima de cien indican que predominan
los que ven mucha o bastante corrupción sobre los que ven poca o ninguna, mientras que los índices por
debajo de cien indican lo contrario, y el índice cien indica que las dos proporciones son iguales.

240
Actitudes hacia la corrupción

Así, en una de las primeras investigaciones (ASEP 1987, XI) se pre-


guntaba por los tipos de inmoralidad o corrupción que era más urgente
corregir, y las respuestas más frecuentes ya aludían a la corrupción po-
lítica: un 39 por ciento mencionaban «hacer negocios aprovechando el
cargo», un 38 por ciento «traicionar las promesas electorales» y un 23
por ciento «beneficiar a familiares y amigos». En esa misma investiga-
ción se preguntó por los tipos de corrupción más frecuentes y los más
perjudiciales para la sociedad, y en ambos casos los más mencionados
fueron los mismos tres considerados como los que era más urgente co-
rregir. No es casualidad que en gran número de los casos de corrupción
en los ayuntamientos se haya encontrado redes familiares y de amigos
o compañeros de partido involucradas en el caso de corrupción inves-
tigado por la policía o pendiente de sentencia judicial o con sentencia
judicial firme.
No es posible analizar aquí con detalle el contenido de las más de
trescientas preguntas sobre corrupción incluidas en estas investigacio-
nes, preguntas que abordan la corrupción desde todas las perspectivas
y dimensiones imaginables. Por eso nos limitaremos a varias cuestiones
que tienen mayor interés en el momento actual30, y a aquellas cuestiones
que permiten la comparación mediante series temporales. Así, en diver-
sas ocasiones se ha preguntado por los sectores de la sociedad en los que
existe mayor corrupción. Aunque los sectores por los que se ha pregun-
tado en cada ocasión han variado a lo largo del tiempo, parece evidente
que los partidos políticos son siempre el sector de la sociedad en que
los españoles perciben mayor grado de corrupción, y con un índice que
apenas ha variado en las cinco investigaciones que se han tomado en con-
sideración. En todos los partidos principales, además, se percibe mucha
corrupción, y las pequeñas diferencias entre ellos son más aparentes que
reales, y se deben al mayor o menor porcentaje de entrevistados que opi-
nan sobre cada partido. Se percibe incluso cierta mayor corrupción en
los ayuntamientos y en la construcción que en los partidos políticos, y
ha ido aumentando la percepción de corrupción en los bancos. Por ni-
veles de administración los españoles perciben mayor corrupción en los
ayuntamientos que en los gobiernos de las Comunidades Autónomas, y
más en estos que en el Gobierno de España. Por el contrario, los únicos
sectores en los que predominan los que perciben poca o ninguna corrup-
ción sobre los que perciben mucha o bastante, son las Fuerzas Armadas,
la agricultura y los médicos.
A los veinte años del final de la dictadura se preguntó por el grado
de corrupción en los últimos gobiernos de Franco y los primeros de la
democracia (ASEP, XI-1995), observándose que, mediante una escala de
cero a diez puntos en la que el cero significaba ninguna corrupción y

30 
Todos las datos siguientes se refieren al sondeo mensual de ASEP sobre La Opinión Pública
de los Españoles, de manera que se citarán como ASEP, año y mes de la investigación, para abreviar,
o simplemente el año y/o el mes, según el texto lo aconseje.

241
Juan Díez Nicolás

el diez la máxima corrupción, los entrevistados atribuyeron la máxima


corrupción (7,5 puntos) al gobierno socialista del momento (el de 1995),
seguido de los otros gobiernos en las Comunidades Autónomas en esa
fecha (6,1), a la sociedad española (6,0), a los últimos gobiernos de Fran-
co (5,8), a los gobiernos socialistas de 1982 y 1986 (5,7), y a los gobiernos
de UCD (4,3 puntos).
En otra investigación se preguntó (ASEP, XI-03) solamente por el
grado de corrupción entre diferentes grupos de profesionales, también
sobre la base de una escala de cero a diez puntos. La máxima corrupción
se atribuyó a los políticos (7,3 puntos), seguidos de los constructores
(7,1), de los financieros (6,9), los jueces (6,1), los funcionarios (5,8), los
comerciantes y los militares (5,0) y los médicos (4,0). En una investiga-
ción de 2005 (ASEP, abril) se utilizó una pregunta abierta para no forzar
a los entrevistados a fijar su atención en distintos sectores de la sociedad,
preguntando por el sector de la vida española en la que percibían ma-
yor corrupción. La proporción de entrevistados que no contestó, como
cabía esperar, fue mucho más alta que en preguntas cerradas o estruc-
turadas, un 34 por ciento. Pero una proporción similar, 32 por ciento,
mencionó a los políticos, un 10 por ciento mencionó a la construcción,
y el resto se repartió entre muchos otros sectores, cada uno de los cuales
fue mencionado por menos del 5 por ciento de entrevistados. Y en otra
investigación (ASEP, XI-06), y utilizando una escala de cero a diez pun-
tos, se pidió a los entrevistados que indicaran el grado de corrupción en
diferentes sectores sociales. La máxima puntuación media la recibió la
construcción (7,1 puntos), seguida de los ayuntamientos (6,6), los gran-
des grupos financieros (6,1), los partidos políticos (6,0), las Comunidades
Autónomas y los tribunales de justicia (4,6), la administración del Estado
(4,5), los sindicatos (4,4), las telecomunicaciones (4,3), el comercio (4,2),
las Fuerzas de Seguridad del Estado (3,8), y la medicina (3,2).

242
Actitudes hacia la corrupción

Tabla 4.5.  Í ndice de Percepción del Grado de Corrupción entre los Car-
gos Públicos31, ASEP 1994-2011

Unos
cuantos La mayoría Casi todos
Casi ningún cargos de los cargos los cargos
cargo públicos públicos públicos
público está están están están
afectado afectados afectados afectados
por la por la por la por la
corrupción corrupción corrupción corrupción Índice Total
1994 1,9% 39,3 39,1 19,7 118 (1.166)
1995 2,9% 38,6 35,4 23,2 117 (1.153)
1996 2,4% 45,9 35,0 16,7 103 (1.130)
1997 4,4% 53,1 31,0 11,5 85 (1.134)
1998 3,2% 50,3 35,5 11,0 93 (1.119)
1999 3,0% 54,7 33,0 9,4 85 (1.132)
2000 8,0% 48,5 33,5 10,1 87 (1.103)
2001 6,1% 52,0 31,0 10,9 84 (1.116)
2002 6,0% 46,8 34,2 13,0 94 (1.124)
2003 4,3% 46,8 38,3 10,5 98 (1.128)
2004 6,1% 50,5 37,2 6,2 87 (1.120)
2005 4,5% 48,8 36,0 10,6 93 (1.099)
2006 7,0% 47,5 35,0 10,5 91 (1.098)
2007 3,8% 53,2 31,8 11,2 86 (1.112)
2008 2,9% 53,6 33,9 9,6 87 (1.0939
2009 1,0% 46,7 41,4 10,9 105 (1.042)
2011 1,1% 36,5 48,7 13,7 125 (1.082)
Fuente: La Opinión Pública de los Españoles, ASEP, en Banco de Datos ASEP/JDS
(www.jdsurvey.net).

Puesto que los políticos, y especialmente los cargos públicos, pa-


recen constituir el principal objeto de la corrupción percibida por los
españoles en la sociedad, parece importante referirse a la serie temporal

31 
El índice se ha construido sumando las proporciones de entrevistados que contestan que casi
todos lo la mayoría de los cargos públicos están afectados por la corrupción, restando los que con-
testan que solo unos pocos o casi ninguno de los cargos públicos está afectado por la corrupción,
y sumando 100 para estandarizar los resultados. Por tanto, los índices por encima de 100 indican
que predominan los que creen que son mayoría los cargos públicos afectados por la corrupción,
mientras que los índices por debajo de 100 indican lo contrario, que son pocos los cargos públicos
afectados por la corrupción, y el índice 100 indica que las dos proporciones son iguales.

243
Juan Díez Nicolás

entre 1994 y 2011 en la que, mediante la misma preguntas, se ha medido


la percepción que tienen los españoles sobre el grado en que la corrup-
ción se ha extendido entre los cargos públicos. El índice construido
para medir esta opinión sugiere que las dos opiniones, que una mayoría
o una minoría de cargos públicos están afectados por la corrupción, ha
predominado a lo largo de casi veinte años. Sin embargo, resulta im-
portante subrayar que predominó la opinión de que la mayoría de los
cargos públicos están afectados por la corrupción en los últimos años
de los gobiernos socialistas de Felipe González entre 1994 y 1996, y
otra vez en los últimos años de los gobiernos socialistas de Rodríguez
Zapatero entre 2009 y 2011, mientras que en el período en el que go-
bernaron los liberal-conservadores de Aznar (entre 1996 y 2004) pre-
dominó la opinión de que la corrupción entre los cargos públicos era
minoritaria y no mayoritaria.
En resumen, parece haber bastante acuerdo a lo largo del tiempo en
considerar que la construcción, los partidos políticos, los ayuntamien-
tos, y la banca, son los sectores de la sociedad española en los que se
percibe mayor corrupción, mientras que los sectores en que se percibe
poca corrupción, también reiteradamente en diversas investigaciones a lo
largo de los últimos veinticinco años son los médicos, las Fuerzas Arma-
das y las Fuerzas de Seguridad del Estado. Como se ve, no hay grandes
diferencias con lo que se ha indicado al hablar de las actividades de la
mafia en distintos países. El ámbito local parece ser el más asequible para
esas actividades, pues los grupos mafiosos tienen nada menos que más de
8000 gobiernos locales en los que probar suerte para intentar comprar
voluntades, generalmente para obtener contratos de servicios públicos y
de urbanismo y promoción inmobiliaria. No es casualidad, ni tampoco
ha sido una sorpresa, que precisamente la burbuja inmobiliaria haya con-
tribuido a llevar a España a la situación económico-financiera en que se
encuentra en estos momentos. La transferencia de competencias a los go-
biernos locales y autonómicos, sin los necesarios instrumentos de control
por parte de la administración central del Estado, tenían necesariamente
que proporcionar una gran ventaja a grupos mafiosos internacionales, en
connivencia con grupos nacionales, con recursos superiores a los de la
mayor parte de los estados nacionales en el mundo, para establecer sus
muy rentables negocios en España. Prostitución, juego y droga, no lo
olvidemos, son las principales fuentes de ingreso, y la construcción y las
finanzas son en todas partes las opciones mas frecuentes para el lavado
del dinero negro.
Cuando se ha preguntado por los problemas más importantes de Es-
paña la corrupción ha sido habitualmente mencionada entre los cinco
más importantes. Así, en 1990 (ASEP, noviembre), mediante pregunta
abierta se pidió a los entrevistados que mencionaran los tres proble-
mas más importantes. Agregando las respuestas de las tres opciones,
los problemas más mencionados fueron el paro, el terrorismo, la guerra
del Golfo, la corrupción política y la droga. En septiembre de 1994 la

244
Actitudes hacia la corrupción

corrupción fue el segundo problema más mencionado, pero mediante


pregunta cerrada en la que se incluyeron dieciocho problemas distintos,
solo detrás del paro, y en esa misma investigación fue el tercer problema
más mencionado como el que más preocupaba al entrevistado, detrás del
paro y los problemas de seguridad ciudadana (incluido el terrorismo y el
narcotráfico). En enero de 1995, y sobre la base de dos respuestas para
elegir entre una lista de trece problemas, la corrupción fue mencionada
en sexto lugar después del terrorismo, la crisis económica, la posibi-
lidad de una guerra internacional, la posibilidad de perder el empleo,
y la inseguridad ciudadana. En septiembre de 1995 los problemas más
importantes, ordenados según la proporción de entrevistados que los
mencionó, fueron el paro, las elecciones generales (previstas para 1996),
la situación política, la crisis económica y la corrupción, entre una lista
de diecisiete problemas. Dos meses más tarde, en noviembre de 1995, y
sobre la base de una lista de veinticinco problemas, y agregando las tres
respuestas que podía dar cada entrevistado, la corrupción fue el segundo
problema más mencionado, solo detrás del paro y seguido de la droga.
En junio de 1997, en junio de 1999, y en junio de 2000, la corrupción
fue nuevamente el segundo problema más mencionado, entre una lista
de diez, solo detrás del paro. Sin embargo, en junio de 2001 la corrup-
ción pasó al quinto lugar, detrás del paro, el terrorismo, la inflación y la
inmigración, pero entre una lista de doce problemas. Pero desde el 2001
hasta 2006 la corrupción no aparece ni siquiera entre los siete u ocho
principales problemas mencionados, tanto si se utilizan preguntas abier-
tas o cerradas, y con una, dos o tres opciones de respuesta. Sin embargo,
en octubre de 2006 pasa a ser el tercer problema más mencionado, entre
una lista de veintitrés problemas, detrás del desempleo y la vivienda,
y en igual proporción que la política de inmigración. A partir de esa
investigación, y hasta el 2008, las preguntas sobre problemas incluye-
ron alrededor de veinticinco o más, y la corrupción ocupó habitualmen-
te el lugar décimo o posterior, lo que sugiere que cuando la relación
de problemas es muy larga las respuestas se dividen mucho entre ellas,
pero es evidente que entre 2006 y 2008 la corrupción no figuró entre las
principales preocupaciones de los españoles, porque las preocupaciones
por cuestiones políticas y económicas (en 2007 comenzaron las prime-
ras informaciones sobre la crisis financiera internacional) acapararon la
atención de los españoles. Los datos anteriormente presentados demues-
tran que la preocupación por la corrupción comenzó a crecer otra vez a
partir de 2009. Los datos más recientes de estos últimos años recogidos
por el Centro de Investigaciones Sociológicas corroboran la creciente
importancia de la corrupción y la clase política como problemas perci-
bidos como más importantes por los españoles, solo algo inferior a la
percepción del paro y de los problemas económicos como problemas
más importantes para España32.

32 
Veánse los barómetros del CIS en http://www.cis.es/cis/opencms/ES/index.html

245
Juan Díez Nicolás

Tabla 4.6.  O
 pinión sobre la posibilidad de Eliminar o Reducir
la Corrupción en España, ASEP 1994-2004

Es Se puede Se puede reducir Se puede


Inevitable reducir algo a un nivel bajo eliminar Total
1994 10,7% 38,1 30,8 20,4 (1.166)
1995 9,7% 34,0 35,9 20,5 (1.153)
1996 7,6% 37,9 36,9 17,5 (1.130)
1997 9,6% 34,8 37,2 18,4 (1.134)
1998 13,9% 39,2 32,5 14,4 (1.119)
1999 10,8% 44,7 31,5 13,1 (1.132)
2000 12,1% 39,8 31,4 16,8 (1.103)
2001 14,6% 37,9 36,6 10,9 (1.116)
2002 8,8% 37,2 42,9 11,2 (1.124)
2003 9,9% 47,0 35,8 7,3 (1.128)
2004 6,6% 40,7 41,1 11,6 (1.120)
Fuente: La Opinión Pública de los Españoles, ASEP, en Banco de Datos ASEP/JDS
(www.jdsurvey.net).

La posibilidad de eliminar la corrupción en España siempre se ha visto


como poco probable, pero esa probabilidad parece haber sido cada vez más
baja a partir de 1994, alcanzando sus niveles más bajos en los últimos años
en que se preguntó por esta cuestión (2001-2004). La proporción de entre-
vistados que afirma que la corrupción es inevitable ha sido siempre también
minoritaria, siempre (excepto en 2001) la proporción más pequeña de las
cuatro opciones. Pero las dos opciones intermedias: «se puede reducir algo»
o «se puede reducir a un nivel bajo», son las mayoritarias, siempre muy si-
milares entre sí y en proporciones alrededor de un tercio en cada caso.
La preocupación por la corrupción, no obstante, ha sido bastante central
entre las preocupaciones de los españoles durante los últimos 25 años. Pero
debemos aceptar la realidad de que la mafia no es solo una cuestión de no-
velas y películas, ni una actividad que solo exista en Italia y Estados Unidos.
Por el contrario, la mafia está establecida en toda Europa, en Japón, y en ge-
neral en todos los países más desarrollados y en las principales instituciones
sociales, desde las económicas y políticas a las religiosas. Sin alarmismos ni
ingenuidades, debemos ser conscientes de que en todas las sociedades desa-
rrolladas hay grupos mafiosos instalados en diferentes ámbitos del poder fi-
nanciero, económico, político, policial, judicial, sindical, profesional y social,
y que sus pautas de comportamiento y para el «lavado de dinero» son casi
idénticas a las de hace muchas décadas. La prostitución, el juego, el narcotrá-
fico, el préstamo con usura, siguen siendo sus principales fuentes de ingreso,
y por ello son muchos, y cambiantes, los modos que los grupos mafiosos
tienen de comprar voluntades, y muchos también los modos de lavar dinero.

246
5.  Blanqueo, narcotráfico y desregulación financiera

Armando Fernández Steinko


Universidad Complutense de Madrid

Introducción
El control y la represión de los flujos económicos procedentes del delito
ha estado siempre presentes de una forma o de otra en las estrategias de lucha
contra los delitos mismos. Sin embargo, desde principios de los años noventa,
y particularmente tras los atentados del 11-S en 2001, se ha intensificado esta
estrategia en el plano legislativo y represivo tras un primer impuso hacia princi-
pios de los años noventa que había venido debilitándose a lo largo de la década.
El resultado ha sido un aumento del interés político y mediático por el fenóme-
no de las finanzas ilegales y, más concretamente, por su blanqueo, es decir, por
los actos destinados a darles una apariencia lícita a los activos ilegales. Cada vez
más cosas —desde la estabilidad del sistema financiero a la seguridad colectiva
de las sociedades occidentales, la derrota de terrorismo y del crimen organizado
o la salud y la legitimidad de los sistemas políticos— parecen depender del éxito
en la lucha contra los componentes económicos del delito.
Por otra parte, en la década de ochenta se produce un rápido aumento de
la demanda de drogas ilegales en los Estados Unidos que generó un incremen-
to de las actividades del narcotráfico (Serrano y Toro, 2002, UNODCCPad,
varios años). En este país viene produciéndose desde finales del siglo xix
un debate intermitentemente intenso aunque siempre fuertemente cargado
ideológicamente sobre el fenómeno del llamado crimen organizado (ver el
trabajo de Letizia Paoli). La agudización del problema del narcotráfico y
la aparición de movimientos insurgentes en varios países latinoamericanos,
facilitaron la aplicación de este concepto a un número indeterminado de
actores en los años de la revolución neoconservadora del Presidente Reagan.
Todos ellos (grupos insurgentes, escuadras contrarrevolucionarias, grandes
productores e importadores de cocaína y marihuana etc.) tenían objetivos
muy distintos, a veces exluyentes entre sí aunque una cosa importante en
común: su consideración de peligros para la seguridad de los EE.UU. En
contra de lo esperado y lo anunciado en la campaña electoral, el presidente
Clinton practicó una política continuista en este aspecto a lo largo de todo
su mandato (New York Times, 12-4-1993).
En este contexto, que coincide con la implosión de los países del Este
de Europa hacia 1990, se produce una fuerte revisión de las políticas de se-
guridad de los países occidentales que marca el inicio de una nueva fase en
el desarrollo de las relaciones internacionales. El fenómeno de las finanzas

247
Armando Fernández Steinko

ilegales, sus extraordinarias dimensiones y las nuevas formas de criminalidad


organizada asociadas a la globalización, así como el hipotético peligro que
representan dichas finanzas para la estabilidad del sistema financiero y la
seguridad internacionales, pasaron a convertirse en un nuevo problema de
seguridad. Así, para Manuel Castells:

En el núcleo del sistema (criminal internacional) está el blanqueo


de dinero por cientos de millones (quizá trillones) de dólares. La
economía criminal se vincula con la economía formal a través de
complejos planes financieros y redes comerciales internacionales
penetrando así profundamente en los mercados financieros y cons-
tituyendo un elemento crítico y volátil en una frágil economía glo-
bal (Castells, 1997, en un sentido idéntico Ramírez Monagas, 2005,
y Galeotti, 2004).

Estas certezas no están basadas en trabajos empíricos. Las prácticas des-


critas como blanqueo y su tipificación penal, su conexión con los delitos
precedentes y su relación con la globalización son fenómenos complejos.
Sin embargo, esta complejidad no han funcionado como acicate para inten-
sificar su estudio o para tener en cuenta los trabajos empíricos parciales ya
realizados. Entendemos por «estudio» aquel intento de aproximación a la
realidad que, exitoso o no, hace uso de metodologías transparentes y verifi-
cables en foros abiertos de expertos, y que parte de conocimientos contras-
tados para la generación de otros nuevos.
Para empezar hay un serio problema de fuentes y metodologías. Por
un lado, las certezas que transmiten las publicaciones periodísticas y las de-
claraciones oficiales ignoran las (escasos) trabajos empíricos existentes. Por
otro lado, las fuentes en las que se basan el grueso de los textos, muchos
de ellos valorados precipitadamente como «científicos», proceden del poder
ejecutivo de los Estados (sumarios policiales, declaraciones y filtraciones)
o de sus representantes internacionales (el GAFI, el Egmond Group: para
una crítica, ver la Presentación). Sus contenidos e hipótesis reaparecen una
y otra vez en versión casi literal en los documentos publicados por los di-
ferentes organismos incorporados al régimen internacional de lucha contra
el blanqueo de capitales (Anti Money Laundery Regime: AMLR). El grueso
de las publicaciones periodísticas se nutren, hoy por hoy, de este mismo
manantial. A esto se suma una llamativa tendencia a dar unos determinados
casos —relativamente bien documentados, pero particularmente sofisticados
y espectaculares de blanqueo— por el todo, a extrapolar realidades parti-
culares y locales al conjunto del fenómeno de las finanzas criminales en el
mundo.
No parece este un buen comienzo para adoptar una posición realista
sobre el fenómeno de las finanzas ilegales en el mundo, y menos aún para
organizar un complejo régimen internacional de lucha contra las mismas.
El AMLR incluye numerosas iniciativas legislativas y doctrinales nacionales
e internacionales, la creación de órganos represivos especializados como el

248
Blanqueo, narcotráfico y desregulación financiera

Servicio de Prevención del Blanqueo de Capitales (SEPBLANC) en España,


de organismos de información y coordinación internacionales (el Grupo de
Acción Financiera —GAFI—, el Egmond Group etc.) a los que se suma
la firma de acuerdos bilaterales y multilaterales entre un número muy im-
portante de países. Sin embargo, el grueso de la doctrina que sustenta este
entramado legal e institucional está basado en hipótesis o mejor: «asevera-
ciones informales» (Peter Quirk). Estas, como cualquier hipótesis, podrían
corresponderse con la realidad, pero también podrían no hacerlo. Solo una
investigación con garantías metodológicas puede dar una respuesta. En cual-
quier caso parece difícil que la «lucha» contra un enemigo, cuyos contornos
no se han podido trazar con precisión, pueda llegar a ser realmente exitosa
por muchos recursos económicos, políticos y jurídicos que consuma.
Por tanto, y tras casi un cuarto de siglo de vigencia del AMLR, parece
razonable hacerse algunas preguntas. ¿Cómo se ha llegado a esta situación?
Si tenemos en cuenta que el delito no es una realidad «objetiva» en el sen-
tido que le da el positivismo a este término, que los procesos de criminali-
zación tienen importantes implicaciones sociales y políticas (ver la primera
parte de este libro) esta pregunta se resuelve en las siguientes: ¿cómo y por
qué causas se ha producido el proceso de criminalización de los compor-
tamientos asociados al blanqueo?, ¿quiénes y por qué han construido este
discurso sin necesidad de recurrir a una exploración racional y científica de
la realidad, teniendo en cuenta su aparente relevancia para la seguridad po-
lítica y financiera de no pocos países y la propia complejidad de este delito?
Porque el blanqueo de capitales no es un delito económico sin más. Su
tipificación penal está asociada a una serie de temores y riesgos que afectan
a la integridad del sistema financiero internacional pero también a las polí-
ticas de seguridad de no pocos países, es decir, a los intereses colectivos de
amplios sectores de la sociedad. Por otro lado, el AMLR implica una inter-
vención de los poderes públicos en la actividad de numerosos «sujetos obli-
gados» (instituciones financieras, abogados, notarios, corredores de seguros,
casinos de juego, etc.) a través del sistema de notificaciones de sospecha.
Podría pensarse que estas son formas de regulación del sistema financiero
internacional. Sin embargo, dichas medidas coinciden en el tiempo y en su
autoría con una tendencia de fondo que va en sentido contrario: hacia la
desregulación del sistema financiero internacional que condujo al colapso
financiero de 2008. Sin la clarificación de este movimiento aparentemente
contradictorio entre regulación y desregulación parece difícil abordar el sen-
tido último del AMLR.
Vamos a reconstruir, en primer lugar, el proceso de gestación de las
principales hipótesis y discursos destinados a detectar, describir y cuantifi-
car los presuntos peligros que, procedentes del crimen organizado, podrían
amenazar la estabilidad y la integridad del sistema financiero internacional.
Para ello vamos a remontarnos a su nacimiento en algunos de los principales
documentos, publicaciones y autores insistentemente citados como fuentes
primarias. Mi primer argumento es el siguiente: existe una contradicción de

249
Armando Fernández Steinko

fondo entre la inseguridad de los datos aportados sobre las dimensiones y


la naturaleza de las finanzas ilegales, inseguridad que se deriva de las débiles
metodologías empleadas para obtenerlos, y la seguridad con la que son for-
muladas las hipótesis y conclusiones relevantes para la puesta en marcha del
AMLR (contradicción entre insuficiencias metodológicas y certezas). Esta
contradicción no es trivial y debe ser explicada relacionándola con la radi-
calización de los procesos de desregulación financiera que coinciden en el
tiempo con la creación del AMLR pues ambos son impulsados por los mis-
mos actores institucionales. Mi segundo argumento es el siguiente: ambas
iniciativas se basan en las mismas premisas y en los mismos procedimientos.
Ambas forman parte de un proceso radical de financiarización de la econo-
mía internacional, ambas se basan en sistemas de autocontrol y supervisión
similares, y ambas han sido elaboradas y puestas en práctica por los países
que más se han beneficiado de dicha financiarización, aquellos que disponen
de las plazas financieras más líquidas del mundo. Al final adelantamos algu-
nas hipótesis explicativas de esta situación.

El discurso de las finanzas criminales y del blanqueo de


capitales

El punto de partida: la Convención de Viena de 1988

En 1988 se publica la Convención de las Naciones Unidas contra el trá-


fico ilícito de estupefacientes y sustancias psicotrópicas (ONU 1988). Este
documento marca una ruptura con respecto al Convenio sobre Sustancias
Psicotrópicas de 1971 en el que la lucha internacional contra las drogas ile-
gales nace del intento de preservar la salud física y moral de la población del
plantea (ONU 1971). La Convención de 1988 introduce la necesidad de in-
corporar un «nuevo conjunto de problemas» que deben ser tenidos en cuenta
a la hora de abordar el reto del incremento del narcotráfico en el mundo. Los
más importantes tienen que ver con sus aspectos económicos, más concreta-
mente con la necesidad de luchar contra el intento de los narcotraficantes de
ocultar la procedencia del dinero ilegal —por ejemplo por medio del decomi-
so preventivo de los activos adquiridos con dinero ilegal (artículos 3 y 5)— o
la extradición de las personas incriminadas en delitos de blanqueo (artículo 6).
El nuevo documento problematiza el narcotráfico en los mismos términos en
los que lo venían haciendo varias administraciones norteamericanas, desde la
llegada al poder del presidente Reagan, recalcando las implicaciones macro-
económicas del narcotráfico y su relación con la insugencia. Este discurso se
ajustaba a las necesidades de la diplomacia norteamerica en aquel momento,
por ejemplo en relación a la necesidad de llegar a acuerdos internacionales
sobre extradición de los acusados por narcotráfico y blanqueo. Los Estados
Unidos hicieron valer así su «poder blando» (Joseph Nyer) o «estructural»
(Susane Stange) en Naciones Unidas a la hora de difundir sus tesis sobre el
crimen organizado, la vinculación de este con el narcotráfico y el enorme vo-
lumen de los excedentes generados por el mismo (Fernández Steinko, 2008).

250
Blanqueo, narcotráfico y desregulación financiera

Esta «internacionalización de la perspectiva norteamericana sobre segu-


ridad» (Edwards y Gill, 2003: 3) sirvió de base doctrinaria para la firma de
acuerdos internacionales destinados a poner en marcha numerosas inicia-
tivas legislativas internacionales referentes al crimen organizado y al blan-
queo de capitales, así como su transposición a los sistemas legales de todo el
mundo (para un resumen, ver Sánchez García de Paz, 2005): el mencionado
AMLR. El núcleo de este régimen internacional de lucha no es tanto la
amenaza que representan las drogas para la salud de la población mundial,
sino la definición de un peligro exógeno al sistema sistema financiero inter-
nacional derivado de su aparente capacidad potencial de desestabilizarlo y
desnaturalizarlo.
La convención de la ONU de 1988 inaguró, por tanto, un nuevo dis-
curso internacional sobre las drogas. En él, los aspectos sanitarios —que
tienden a focalizar el problema en el consumo, la demanda y, en definitiva,
en la realidad interna de los países importadores/consumidores— fueron
desplazados cada vez más por los aspectos estrictamente económico-finan-
cieros. Estos tienden a concentrar el problema en la oferta, es decir, en los
países productores y en los objetivos económicos ilegítimos de unos nar-
cotraficantes definidos como aliens u «otros» muy poderosos, bien organi-
zados y dotados de enormes recursos económicos con capacidad potencial
de desestabilizar la sociedad. A partir de 1988 este nuevo discurso sobre las
drogas se fue precisando e incorporando un número creciente de agendas:
a las agendas económicas internacionales (preocupación por el peso que
estaba ganando el narcotráfico dentro del comercio internacional de bie-
nes y servicios), a las agendas financieras (preocupación por la capacidad
potencial del dinero del narcotráfico de desestabilizar el sistema financiero
internacional) y a las propias agendas de seguridad (preocupación por la
capacidad potencial de los criminales organizados de desestabilizar los sis-
temas políticos e institucionales legítimos haciendo uso de la violencia, el
cohecho, etc.). Este cambio impulsó el uso de una terminología bélica para
hacer frente a lo que, de facto, dejaron de ser delincuentes para convertirse
en enemigos a derrotar.

Documentos oficiales y «working papers»

En el año (1988) en el que vio la luz la mencionada Convención de


Naciones Unidas contra el tráfico lícito de estupefacientes y sustancias psi-
cotrópicas, el Banco Internacional de Pagos de Basilea ya tenía preparada
la publicación de la circular Prevention of Criminal Use of The Banking
System for the Purpose of Money-Laundering (BIS 1988). En ella se adver-
tía sobre el peligro de que las instituciones financieras pudieran ser instru-
mentalizadas para lavar dinero ilegal procedente del narcotráfico y de otras
formas de criminalidad organizada. Muchos de los argumentos vertidos en
esta breve pero importante circular se apoyan en la Convención de Viena de
aquel mismo año, si bien esta representa un paso más en la nueva dirección

251
Armando Fernández Steinko

que estaba tomando la política de lucha contra las drogas. En el nuevo docu-
mento se argumenta la existencia de peligros exógenos al sistema financiero
protagonizados por actores situados fuera de la legalidad, se alude a la ne-
cesidad de salvaguardar su integridad frente a la enorme capacidad de estos
actores de desestabilizarlo con sus prácticas delictivas, se ofrece una defini-
ción explícita de estos peligros como procedentes del crimen organizado y,
más concretamente, se asocia dicho crimen organizado a las actividades del
narcotráfico.
Pero no solo. En dicho documento también se introduce por primera
vez un elemento central de la posterior estrategia del AMLR: la política de
«conoce a tu cliente». Esta está basada en un modelo de autoregulación y
autosupervisión de las instituciones financieras que son invitadas, o incluso
obligadas por ley, a que adopten una actitud vigilante y para que apliquen
códigos éticos de conducta destinados a combatir las finanzas criminales
(BIS 1988, puntos 4 y 6 del preámbulo). La circular pone el acento en los
delitos de cuello azul asociándolos a formas complejas de organización
pero deja fuera otras formas de delito económico como la evasión fiscal o la
fuga de capitales a pesar de que, por aquellas fechas, las dos últimas —que
guardan una estrecha relación entre sí— se había convertido en buena parte
del mundo —desarrollado y en desarrollo— en un problema crítico para
la estabilidad financiera, social e institucional de muchos países, particular-
mente latinoamericanos (Naylor, 1987 y Henry, 1996).
La metodología y la estrategia propuesta para interceptar el dinero ilegal
parte de una premisa fundamental que es tratada como certeza: el dinero de
origen ilegal es identificable por el aspecto externo, la raza o el comporta-
miento de los posibles delincuentes o por los procedimientos de blanqueo
utilizados (pitufeo, movimientos sospechosos de efectivo etc.). El delin-
cuente es un «otro» con comportamientos distintos, comportamientos que
facilitan su identificación por parte de empleados y directores de sucursales
bancarias, notarios, etc. Las políticas de «conoce a tu cliente», basadas en la
«diligencia debida» (due diligence), parte de esta posibilidad: los empleados
de los bancos y otros sujetos obligados deben y pueden identificar quién
puede ser un blanquador potencial y quién no. Esta premisa se nutre de una
«visión simplista y blanquinegra del “crimen transnacional” basada en la
suposición, de que los límites entre actividades lícitas e ilícitas son perfecta-
mente visibles» (Levi y Reuter, 2006: 355).
Unos meses después de la publicación del documento del Banco Inter-
nacionional de Pagos, los países del G-7 crearon en París el Grupo de Ac-
ción Financiera (GAFI, en inglés FATF), el principal organismo internacio-
nal de lucha contra el blanqueo de capitales. En 1990 el GAFI publicó su
primer informe sobre blanqueo de capitales («Financial Action Task Force
on Money Laudering»: FATF 1990). Este informe se basa en los resultados
del trabajo de una comisión mandatada para realizar un primer cálculo de
la cifras del blanqueo y sus posibles o hipotéticas consecuencias sobre la
economía mundial y el sistema financiero internacional en particular, co-

252
Blanqueo, narcotráfico y desregulación financiera

misión que estuvo presidida por la delegación del Reino Unido1. A pesar
de que este documento está plagado de verbos modales expresando meras
posibilidades y del reconocimiento del carácter fuertemente especulativo de
sus propias afirmaciones, ha sido y sigue siendo citado como una fuente
primaria e incluye afirmaciones sobre la economía de las drogas y del dinero
ilegal expresadas una y otra vez como certezas.
El informe distingue entre métodos directos y métodos indirectos de
observación del dinero ilegal. El método directo se basa en el análisis de las
cuentas de errores y omisiones de las balanzas de pagos para lo cual el GAFI
solicitó ayuda de expertos del FMI y del Banco de Pagos Internacional. Las
conclusiones son que, si bien los depósitos recogidos en las estadísticas ban-
carias internacionales «podían incluir» (may include) una cantidad «sustan-
cial» de dinero procedente del narcotráfico no hay forma de individualizar
y calcular estas cantidades. Esto se debe a las deficiencias estadístico-finan-
cieras nacionales y a las cuentas opacas en los paraísos fiscales, ya descritas
en el informe Esteva algunos años antes (FMI 1987). Por lo demás, continúa
el informe, es altamente probable que las cantidades calculadas «representen
solo una pequeña cantidad del total» (p. 3).
Al quedar descartada la observación directa debido al hecho de la ilegali-
dad, y debido también al aumento de la opacidad de las acciones financieras
con dinero de origen legal, el informe se concentra en 3 formas indirectas de
estimación de los flujos financieros generados con actividades de narcotrá-
fico. Las tres se basan en la estimación del valor de la producción de drogas
así como del volumen de su consumo calculado a partir de precio del gramo
en los mercados minoristas de drogas ilegales y la multiplicación de dichos
consumos por el precio minorista del gramo en la calle. No se especifica de
qué calles y mercados minoristas se trata, un dato decisivo pues un gramo
en una calle de Londres es varias veces más elevado al que se paga en las
calles de Karachi y otras ciudades de países en desarrollo, y el doble de lo se
paga en las ciudades norteamericanas (Cartrer-Bresson, 2002, Reuter, 1996,
Reuter y Greenfield, 2001, UNODCCPc, 2001).
El primer método indirecto de estimación el informe cita los resultados
de un trabajo presuntamente realizado por Naciones Unidas según el cual
las ventas ilegales de drogas ascendían en 1987 a 300.000 millones de dólares
(FATF, 1990: 4) De estos 300.000 millones de dólares, 106.000 millones de
dólares, más del 30 por ciento del total, se corresponden a las ventas de dro-
gas ilegales en los EE.UU. que también presuntamente —así el informe— se
descomponen entre 29.000 millones de dólares (cocaína), 10.000 millones
de dólares (heroína) y 67.000 millones de dólares (cannabis). El informe del
GAFI no da fuentes precisas sobre la procedencia y autoría de dicho infor-
me, aparte de que «Naciones Unidas estimó que». Sin embargo, la fuente

1 
Las otras dos comisiones mandatadas, la una para estudiar los aspectos legales de la lucha
contra el blanqueo de capitales y la otra para estudiar temas de cooperación financiera, fueron pre-
sididas por los EE.UU. y por Italia respectivamente.

253
Armando Fernández Steinko

de esta estimación resulta ilocalizable. Este autor se puso varias veces en


contacto con funcionarios del GAFI para requerir la localización de dicha
fuente sin obtener respuesta.
En realidad, es imposible que esta fuente sea la mencionada, pues Nacio-
nes Unidas hizo los primeros cálculos propios sobre el volumen agregado del
mercado de drogas varios años después de que se publicaran los del GAFI de
1990. Todo lo que se publicó anteriormente sobre este particular con el sello de
Naciones Unidas cita la fuente del GAFI que estamos comentando, con lo cual
esta última no puede remitirse a la fuente de Naciones Unidas. Esta extraña
situación apunta hacia el intento de utilizar este organismo internacional para
darle legitimidad a unas cifras calculadas por organismos ajenos, a la ONU.
Couvart y Pless confirman esta hipótesis. Según estos autores, la «mágica cifra»
de los 300.000 millones de dólares no procede de Naciones Unidas, sino de un
cálculo realizado en 1984 por la Drug Enforcement Administration norteame-
ricana (DEA) basado en una «audaz extrapolación» (Couvrat y Pless, 1988: 49).
Dicha extrapolación no aclara si se trata de precios mayoristas o minoristas.
Esta distinción es fundamental, pues solo los mercados mayoristas pueden ge-
nerar concentraciones potencialmente importantes de ingresos susceptibles de
poner en peligro la estabilidad de los sistemas económicos y políticos e incluso
de ser blanqueadas. El valor correspondiente a los mercados minoristas, aun
cuando representan un volumen muy superior, está distribuido entre cientos
de miles de pequeños distribuidores que destinan sus ingresos ilícitos a gas-
tos corrientes, autoconsumo de droga y ayuda a personas dependientes. Esto
quiere decir que su efecto sobre el consumo corriente de las clases populares
puede llegar a ser importante dependiendo de la región o el barrio. Sin embar-
go su impacto macroeconómico sobre las grandes finanzas internacionales es
literalmente nulo (para el menudeo en la zona de Washington, ver Reuter et al.
1990). En cualquier caso: la cifra «sigue siendo muy incierta», como se reconoce
en el informe, probablemente también debido a la dificultad de imputarle una
cifra lo suficientemente precisa a algunas variables que resultan esenciales para
cualquier tipo de cálculo agregado. Esto no quita para que dichas variables par-
ciales —muy discutibles— sean utilizadas para realizar cálculos agregados (por
ejemplo, porcentaje de decomisos, precio medio del gramo en las calles de todo
el mundo y su ponderación en función del consumo en cada país o ciudad etc.).
El segundo método indirecto descrito en el informe se basa en el cálculo
de las necesidades de consumo de drogas por parte de los propios narco-
traficantes, un método considerado «poco fiable» en el informe. El tercer
método indirecto se basa en el cálculo de porcentaje de confiscaciones. Este
fluctúa entre el 5 por ciento y el 20 por ciento según las estimaciones por
lo que los autores del informe optan por tomar una «media aproximada»
del 10 por ciento. Tampoco en este caso hay indicación ni de fuentes ni de
metodologías empleadas para llegar a tan amplia horquilla de estimación de
incautaciones, horquilla que luego conduce a ese «mágico 10 por ciento» (P.
von Duyne) que circula por la bibliografía, pero que en ningún caso debe se
tratado como una aproximación sin más a la realidad que podría estar tanto
cerca muy cerca del 5 por ciento como del 20 por ciento (críticamente: van

254
Blanqueo, narcotráfico y desregulación financiera

Duyne 1994, así como Van Duyne y Levi, 2003: 107 ss). De hecho, los datos
de confiscación de cocaína que manejan las autoridades norteamericanas y
europeas son mucho más altos: del 33 por ciento en los EE.UU. y del 25 por
ciento en la Unión Europe (Comisión Europea, 2009) y los informes anua-
les periódicos de Naciones Unidas realizados a partir de 1997 y los propios
cálculos de la policía española también dan porcentajes de incautación muy
superiores, especialmente para la cocaína y la heroína (UNODCCPa-d, va-
rios años, Fuentes González, 2001). Estos porcentajes obligarían a reducir
drásticamente la cifra estimada del total del dinero del narcotráfico suscepti-
ble de ser blanqueado así como los excedentes obtenidos del tráfico ilegal de
drogas, y que representan una fracción de las ventas. En coherencia con este
cúmulo de imprecisiones y cálculos inciertos, la comisión del GAFI con-
cluye acertadamente que «en este momento no disponemos de información
suficiente para evaluar los balances financieros resultantes del blanqueo de
capitales, utilizando como base las estimaciones de venta de drogas» («The-
re is currently insufficient information to evaluate, on the basis of estimates
of the value of drug sales, the level of these balances resulting írom money
laundering») (FATF, 1990: 3).

Sin embargo, y causando cierta sorpresa en el lector, las conclusiones


finales del informe se expresan en un sentido completamente contrario, es
decir, como si se tratara de certezas. Así, y utilizando los métodos de cál-
culo mencionados, el grupo consigue «estimar que las ventas de cocaína,
heroína y cannabis se acercan a los 122.000 millones de dólares al año para
los Estados Unidos y Europa, entre el 50 por ciento y el 70 pro ciento de
los cuales (unos 85.000 de dólares) podrían ser susceptibles de ser blanquea-
dos». Tampoco en este caso se especifica si se trata de precios mayoristas o
minoristas. Esta contradicción entre inseguridades metodológicas y seguri-
dad en las conclusiones finales se ha venido repitiendo desde entonces en
la mayoría de los estudios sobre el volumen agregado del mercado de las
drogas (ver abajo). En una nota a pie de página se señala que un miembro
de la comisión estimó que los beneficios globales, «a nivel de los principa-
les traficantes especialmente susceptibles de ser blanqueados» («main dealer
level, which might be most subject to international laundering») asciende a
30.000 millones de dólares al año, cuatro veces menos de la cantidad pro-
puesta por el resto de los miembros de la comisión (p. 6). Esta estimación
del único investigador académico de la comisión no se tuvo en cuenta en
las conclusiones del informe (por ejemplo, por medio de un posible cálculo
de una «media de estimaciones» siguiendo el precedente de los porcentajes
estimados de incautaciones). Todos los datos aportados, así como también
la metodologías utilizadas para hacer estas estimaciones están concentrados
en 3 páginas sobre las 28 del informe. El resto se basa en la descripción de
procedimientos —reales o hipotéticos de blanqueo— así como en la enu-
meración de posibles medias de lucha contra el mismo y en la definición
de cuarenta recomendaciones que ocupan el 65% de la extensión de todo el
documento y cuya definición se han convertido desde entonces en el núcleo
de la posición del GAFI sobre el tema.

255
Armando Fernández Steinko

Los datos contenidos en este primer documento desprenden una sensa-


ción similar a la de documentos posteriores: el procedimiento no es inducti-
vo, sino deductivo, es decir, las afirmaciones apriorísticas y las hipótesis son
las que generan sus propias cifras, y no son las cifras las que fundamentan
las hipótesis y las afirmaciones (Duyne y Levi, 2005: 109). Esto no es la pri-
mera vez que sucede en el campo de las estadísticas del narcotráfico. Hacia
1910 se dio otro caso de producción fraudulenta de cifras en relación con
el informe para el Senado norteamericano presentado por Hamilton Wright
sobre el número de presuntos drogodependientes en los Estados Unidos
(id.). Otro caso: cuando el International Narcotics Control Strategy Report
(INCSR) tuvo que revisar en 1992 los cálculos del consumo interno de he-
roína reduciéndolo de cuatrocientas a ciento cincuenta toneladas, resultó
llamativo que no se modificaran también las estimaciones de las cantidades
de opio producido disponibles para el consumo, que es la materia prima a
partir de la cual se extrae la heroína (Reuter, 1996: 65).
A pesar de todo: las cifras aportadas en este documento, que forman la
base de sus argumentos cualitativos (definición de unos determinados peli-
gros para la estabilidad financiera etc.) han funcionado y siguen funcionan-
do como fuente primaria para la toma de decisiones importantes materiali-
zadas en acuerdos internacionales, así como para acometer su trasposición a
numerosos sistemas penales nacionales. El GAFI realizó entre 1996 y 2000
varios intentos adicionales para hacer una estimación más solvente de las
cifras del blanqueo. Todos acabaron en fracaso sin que esto le llevara en
ningún momento a este organismo a rectificar o a relativizar públicamente
sus hipótesis iniciales (Reuter y Truman, 2004: 9). Kopp señala:
No hay muchos precedentes en la bibliografía científica en los que,
tras diez años de cifras tan manifiestamente erróneas circulando,
el GAFI no haya tenido nunca a bien rectificarlas públicamente
(Kopp, 2003: 18).

A pesar de ello, todas las hipótesis no solo se siguieron dando por váli-
das en documentos de trabajo y las conferencias internacionales impartidas
por fuerzas policiales. Además se fueron diseminando por todo el mundo en
informes de las fiscalías, comentarios contenidos en «hechos probados» en
múltimples sentencias, publicaciones de contenido jurídico, working papers
de organismos internacionales y en publicaciones y monografías de conte-
nido periodístico.
En 1996 el FMI publica un documento de trabajo firmado por el ita-
liano Vito Tanzi del departamento de asuntos fiscales de dicho organismo
internacional y conocido experto en evasión fiscal (Tanzi, 1996). El autor
advierte que los puntos de vista vertidos en el documento son «estrictamen-
te personales» y que este «ha sido enriquecido tras una larga conversación»
con el entonces director del FMI Michel Camdessus. El autor de este docu-
mento, también profusamente citado en la bibliografía especializada como
fuente primaria, asume las hipótesis iniciales plasmadas en la circular del

256
Blanqueo, narcotráfico y desregulación financiera

Banco Internacional de Pagos aunque no aporta ninguna cifra nueva ni cita


ninguna investigación o estudio científico. Habla, sin embargo, de unas «ci-
fras de consenso» sin mencionar su origen y dando por probada su calidad.
Tomándolas como punto de partida, su objetivo es desarrollar argumentos
y relacionarlos en un todo con el fin de extraer algunas conclusiones estra-
tégicas. A pesar de que en ningún momento se mencionan dichas fuentes,
se hacen numerosas afirmaciones sobre cantidades blanqueadas, comporta-
mientos delictivos de blanqueadores o los principales delitos generadores
del dinero ilegal siguiendo la tónica de artículos similares.
Tanzi señala que el principal origen de esas importantes cantidades de
dinero ilegal son el narcotráfico, la venta ilegal de armas, la venta de material
nuclear aunque también la usura, el fraude, la corrupción, la prostitución y
en último lugar la evasión fiscal a gran escala. Todo ello es el producto de ac-
tividades realizadas por «grupos internacionales bien organizados» que con-
centran en pocas manos el grueso del dinero ilegal que busca ser blanqueado
en el mundo. Muchas de estas operaciones, así el autor, son realizadas por
personal muy cualificado y especializado en temas fiscales y financieros, per-
sonal que recibe unas comisiones sumamente elevadas: de en torno al 30 por
ciento del dinero blanqueado. El argumento principal de Tanzi, que se inspi-
ra en la teoría económica neoclásica y en los modelos del equilibro perfecto,
es que estas actividades, así como las elevadas comisiones que presuntamente
demandan los blanqueadores, contribuyen a reducir el crecimiento econó-
mico pues contradicen los fundamentos de la racionalidad (micro) económi-
ca. Los delincuentes no persiguen la máxima rentabilidad de las inversiones,
sino su ocultamiento independientemente del coste económico de este ocul-
tamiento, lo cual distorsiona —así Tanzi— la alocación de recursos tenida
por potencialmente óptima si se aplicaran las políticas liberalizadoras insis-
tentemente defendidas por el FMI y por el propio Tanzi (1996: 4). Su análisis
concluye con la necesidad de reforzar el régimen de lucha contra el blanqueo
de capitales (AMLR) y alimenta la preocupación de gobiernos, legisladores y
opinión pública legitimando la necesidad de «actuar».
Los activos totales controlados por las organizaciones criminales
o por elementos criminales podría ser tan importantes que incluso
la transferencia de una pequeña fracción de ellos de un país a otro
podría tener importantes consecuencias económicas. Si el flujo
anual de dinero blanqueado es de varios cientos de miles de mi-
llones de dólares y si el stock del dinero ya blanqueado es incluso
superior, no parece estar fuera de lugar imaginar que varios cientos
de miles de millones de estos dólares pueden llegar a moverse al
mismo tiempo. Esto podría crear dificultades macroeconómicas a
los países que reciben o pierden este dinero lo cual, al menos teó-
ricamente, puede tener potencialmente un impacto significativo en
la economía mundial (Tanzi, 1996: 7).

Algunos de los impactos macroeconómicos mencionados podría ser, así


Tanzi, un cambio no deseado de los tipos de interés, el aumento de lo pre-

257
Armando Fernández Steinko

cios de los bienes inmuebles, la apreciación de la moneda y la consiguiente


reducción de la competitividad de las exportaciones del país en cuestión (la
llamada «enfermedad holandesa»). Dada la interrelación de las economías
nacionales estas dinámicas podrían «generar un inestabilidad sistémica en la
economía internacional» (Tanzi, 1996: 2).
El interés de este documento radica en que incorpora de forma sistemá-
tica el discurso de las grandes cifras y del crimen organizado a los debates
internacionales sobre la regulación del sistema financiero internacional. En
primer lugar el autor asocia la posible inestabilidad del sistema financiero
con una serie de prácticas económicas exógenas al mismo (el blanqueo pro-
cedente de dinero generado en delitos de cuello azul y su particular mo-
vimiento por la economía internacional): el enemigo no está dentro, sino
fuera. En segundo lugar se le atribuye a este dinero un comportamiento
disfuncional a dicho sistema (pago de comisiones irracionales económica-
mente hablando, revaluación de las monedas, aumento de los precios de los
bienes inmuebles, movimientos transfronterizos de dinero que no obedecen
a una lógica económica etc.). Este argumento permite darle la vuelta otro: la
especulación inmobiliaria, la revaluación de la moneda, los comportamien-
tos económicamente irracionales etc. se deben (o «puede deber») en buena
medida al comportamiento de las ingentes sumas de dinero ilegal que atra-
viesan diariamente los límites jurisdiccionales de los grandes países occiden-
tales y cuyo origen principal es el gran narcotráfico. En tercer lugar invita
a combatir la inestabilidad financiera actuando policial y penalmente contra
una amenaza exógena que se cierne sobre los mercados financieros, es decir,
a envolver la lucha contra la inestabilidad financiera en un discurso bélico
contra las finanzas del narcotráfico. Estas tres ideas son importantes, pues
definen la doctrina operativa del AMLR.

Los documentos de Naciones Unidas

Naciones Unidas es el principal organismo internacional con un funcio-


namiento multilateral. Esto le da a sus documentos, acuerdos y estudios una
legitimidad que no tienen otros generados en espacios menos horizontales
de representación internacional. Es verdad que hay más espacios en los que
también están representados la mayoría de los países del planeta (el Fondo
Monetario Internacional, el Banco Mundial, el Banco Internacional de Pa-
gos o el Egmont Group). Sin embargo, sus modos de funcionamiento son
mucho menos multilaterales que los de Naciones Unidas. Otros organismos
internacionales son aún menos representativos del conjunto de la comuni-
dad internacional, pues en ellos solo tiene presencia un grupo minoritario
de países (la OCDE y el GAFI vinculado a ella). Este es un hecho relevante,
pues es justamente en el seno de estos últimos, y no de Naciones Unidas,
donde se ha definidio la doctrina de lucha contra las finanzas ilegales en el
mundo adoptada luego por Naciones Unidas. Otro dato a tener en cuenta
es que los grupos de expertos de Naciones Unidas están formados por in-

258
Blanqueo, narcotráfico y desregulación financiera

vestigadores propuestos por cada uno de sus estados miembros. No existe


algo así como un grupo de investigadores independientes: los expertos que
trabajan en el seno de Naciones Unidas son elegidos por los poderes ejecu-
tivos de los diferentes países miembros (Francisco Thoumi, comunicación
personal).
La Asamblea General de Naciones Unidas tomó a principios de los años
1990 varios acuerdos destinados a coordinar la lucha internacional contra las
drogas ilegales. En 1990, el mismo año en el que fue fundado el GAFI, se
reunió en Viena una comisión de expertos mandatada para realizar un es-
tudio detallado sobre sus implicaciones sociales y económicas a nivel mun-
dial (ONU, 1991). La parte económica del documento de conclusiones está
fuertemente influida por el discurso del blanqueo de capitales procedentes
del crimen organizado, su impacto macroeconómico y su repercusión sobre
el sistema financiero internacional. En dicho documento se requiere insis-
tentemente a todos los estados que tengan en consideración los análisis y las
recomendaciones del GAFI/FATF que dieron pie al nacimiento del AMLR
(GAFI, 2003): la política de notificaciones de sospechas de los comporta-
mientos financieros «económicamente irracionales», la identificación de la
identidad de clientes sospechosos y el formato de las políticas de autorregu-
lación de las instituciones financieras destinado a combatir dichas amenazas
(ONU, 1991:3 ss). El documento incluye las principales conclusiones de un
estudio preliminar y provisional que permita hacer una primera evaluación
del problema. Este «estudio», cuya metodología de realización no figura en
ningún sitio, subraya las enormes dimensiones del peligro en un tono mar-
cadamente conspiratorio. Así,
A virtually unlimited amount of money, generated by illicit drug
sales, flows upwards to top-level criminals to control commercial
institutions and attempt to influence Governments by various
means, including extortion, assault and murder (ONU, 1991: 7).

Según este documento, los únicos delitos susceptibles de generar dinero


ilegal son los de cuello azul, preferentemente el narcotráfico, y continúa con
una estructura argumental idéntica a la que conocemos de los docuemntos
del GAFI. Tras afirmar el carácter fuertemente especulativo de las cifras
ofrecidas:
No reliable data are available on the cultivation, production, dis-
tribution and consumption of illicit drugs or on the laundering of
drug money on a world-wide basis. For that reason, it is difficult
to analyse the magnitude and characteristics of the world-wide
illicit drug markets and to determine the precise influence of illi-
cit drug trafficking transactions on national economy of different
countries (ONU, 1991: 11).

Se comentan dichas cifras insistiendo en la «mágica» de 300.000 millo-


nes de dólares anuales aunque sin mencionar tampoco esta vez ni fuentes ni

259
Armando Fernández Steinko

metodologías, ni tampoco si se trata de valores a precios mayoristas o mino-


ristas: Naciones Unidas había asumido los cálculos realizados por el GAFI,
es decir, por la DEA norteamericana (ver arriba). Estas certezas asumidas
incialmente tuvieron que ser en parte desmentidas después en varias ocasio-
nes por la propia Organización de Naciones Unidas. Así, en su resolución
48/122 de 1993 la Asamblea General recalcó la necesidad de hacer un cálculo
de las dimensiones económicas del narcotráfico, pues los cálculos disponi-
bles habían sido «decepcionantes».
A la vista de tanta inconsistencia, la antigua Oficina de Naciones Unidas
para la Fiscalización Internacional de Drogas (PNUFID) hizo otro intento,
publicado entre 1995 y 19972. El resultado fue un informe titulado «Conse-
cuencias económicas y sociales del uso indebido y el tráfico ilícito de dro-
gas: Series Técnicas del PNUFID», probablemente presentado en la Cum-
bre Mundial sobre Desarrollo Social celebrada en Copenhage (UNDCP
1995/1997). En este documento técnico se vuelve a insistir en la importancia
que tiene el cálculo económico agregado del narcotráfico y en la necesidad
de perfeccionar dicho cálculo. Al mismo tiempo se insiste en las dificultades
que entraña una empresa de esta naturaleza. Por ejemplo:
«Estimates of the extent of illicit drug production, distribution and
consumption vary enormously, and are often contingent upon the
methodology and political orientation of the observer» o también
«There are no universally accepted figures on illicit drug produc-
tion. Different methodologies, assumptions and political interests
lead to very different estimates» o «There is little reliable informa-
tion available on an international basis about the extent of illicit
drug consumption. Methodologically sound surveys of the inci-
dence, prevalence and frequency of illicit drug use are primarily
local studies. At the national level, they are few and far between
and, in international terms, they are at an early stage of develop-
ment» UNDCP 1995/1997: 1) (pp. 1, 4 y 7 respectivamente).

Menos problemáticos parecen ser los cálculos parciales relativos a paí-


ses concretos (por ejemplo prevalencia del consumo en los EE.UU. o en
otros países desarrollados, cantidades de ciertas drogas producidas en cier-
tos países), a las grandes tendencias de desarrollo (por ejemplo: crecimiento
o disminución del consumo o la producción) o a la identificación de los
principales países productores y consumidores. En general, los datos cua-
litativos podrían ser de una calidad aceptable, pero las «cifras agregadas»,
que incluyen sumas parciales, son, por lo general, tan incomensurables, que
los autores del informe se muestran extremadamente cautos a la hora de dar
cifras sin que, por lo demás, tampoco quede clara la insistencia en forzar la
obtención, a toda costa, de «cifras globales» dada la mala calidad de las «ci-
fras parciales» (Tullis, 1995: 59, y Comisión Europea 2009).

2 
No ha sido posible establecer una cronología exacta de la publicación de este informe, que
podría ser la de 1995 pero también la de 1997.

260
Blanqueo, narcotráfico y desregulación financiera

Este —forzado y reiterado— intento de cuantificar a toda costa se


plasma en el documento de Naciones Unidas que estamos analizando. En
realidad se trata, en su mayor parte, de una (nueva) reedición de cálculos
anteriores que, a su vez, se basan en hipótesis. La hipótesis central en este
caso —no formulada explícitamente— es que tres cuartas partes de todo
el valor del mercado minorista es susceptible de ser «blanqueado» (unos
300.000 millones de dólares anuales: la «mágica cifra»). Compara esta cifra
con la economía de los países productores a pesar de que en ellos sólo recae
un porcentaje residual del valor añadido total (p. 27). Los autores parten de
las estimaciones máximas y mínimas del volumen total del mercado ilegal
del drogas y concluyen que la banda de estimación del 1.100 por ciento es
excesiva para poder tratarla como un dato fiable. La aportación del docu-
mento a la precisión de estos datos se limita a señalar que «las cifras que
aparecen con más frecuencia en la bibliografía» (the most frequently found
figures) se mueven entre los 300 mil y los 500 mil millones de dólares al
año, cifras que parecen ser «las más razonables». En el anexo I se presentan
unas estimaciones aparentemente nuevas, pero en realidad se basan otra vez
en fuentes policiales, excepto una (citada como «UNDCP»), que resulta
ilocalizable.
Los cálculos están basados, por un lado, en los datos sobre apresamien-
tos, producción, consumo etc. proporcionados por los cuerpos policiales de
los diferentes países y, por otro, en la encuesta dirigida a varios gobiernos
(el Annual Questionnaire) de países miembros. Estos hacen sus propias esti-
maciones, algunas de ellas técnicamente imposibles de verificar por parte de
los propios gobiernos que proporcionan los datos a Naciones Unidas. Este
es el caso, por ejemplo, del cálculo de las superficies plantadas que se nutren,
en buena medida, de fuentes oficiales nortamericanas, las únicas provistas
de sistemas de radares apropiados. No es sorprendente que las estimaciones
publicadas en este documento (400.000 millones de dólares anuales) coinci-
dan con las realizadas por la Interpol (ciadas en UNDCP 1995/1997: 3): se
nutren de las mismas fuentes.
El documento incluye cálculos impactantes aunque derivados de los an-
teriores. Así, se señala que las cifras del volumen del mercado de las drogas
ilegales equivalen al ocho por ciento del comercio exterior mundial (gráfi-
co 1). Esta comparación no tiene en cuenta que los 400.000 millones de
dólares sólo tienen sentido si se refiere a precios minoristas, mientras que el
mercado exterior de todas las mecancías, incluidas las ilegales, se tiene que
calcular a precios mayoristas (ver Comisión Europea, 2009). Esta impreci-
sión permite concluir que la cifra del mercado internacional de las drogas es
superior a la del mercado internacional de algunos bienes y servicios alta-
mente relevantes como el turismo (360.000 millones de dólares), textiles y
confección (380.000 millones de dólares) etc. Solo el mercado internacional
de petróleo, alimentación y productos químicos y farmacéuticos parece ca-
paz, así este informe, de rivalizar con el de las drogas ilegales. Esta compara-
ción, metodológicamene inadmisible, ha sido reproducida una y otra vez en
documentos oficiales, publicaciones doctrinarias y periodísticas.

261
Armando Fernández Steinko

El documento concluye confirmando las tesis iniciales: la gestión ma-


croeconómica de la economía mundial es difícil ya de por sí, pero si además
circulan estas inmensas cantidades de dinero procedente del narcotráfico,
dicha gestión macroeconómica es ya imposible.
If large amounts of illicit drug money are invested in an economy,
macroeconomic management becomes extremely complicated.
Macroeconomic management is difficult, at the best of times, but
with large-scale drug funds circulating in an economy, it becomes
an almost impossible task (ONU, 1995/1997: 29).

Por ejemplo, el enorme volumen de la economía de las drogas impide


la aplicación de políticas de austeridad destinadas a controlar la inflación
y a diversificar las exportaciones. Además genera distorsiones en las po-
líticas cambiarias y frena el crecimiento económico en general (UNDCP,
1995/1997: 9). En consecuencia, una buena parte de los problemas econó-
micos y financieros del mundo tiene su origen en la circulación de grandes
cantidades de dinero de la droga.
En conclusión: el documento tiene una estructura circular. Remite a
fuentes que a su vez remiten a otras más y que, al final, terminan refirién-
dose a las ya conocidas que, a su vez, acaban apoyándose a los cálculos de
la DEA norteamericana de los años 1980. Los comentarios críticos sobre al-
gunos datos no van seguidos de propuestas alternativas o discusiones sobre
las razones de su carácter problemático. Así, si bien se advierte que algunos
autores consideran los datos «sospechosamente elevados» no se ofrecen ci-
fras alternativas ni los argumentos esgrimidos por dichos autores, ni tam-
poco sus nombres. Todo esto no quita para que el documento sea citado
en múltiples ocasiones como una fuente primaria, por ejemplo en el primer
informe anual sobre drogas publicado en 1997 por Naciones Unidas, infor-
me que, a su vez, remite a los datos del GAFI en su condición de fuente
primaria (UNODCCPb, 1997: cap. 4 y GAFI, 1990 respectivamente). El
núcleo de los argumentos, la conexión entre las finanzas del narcotráfico y
los riesgos para la estabilidad de la economía mundial en el sentido de que
aquel representa un peligro exógeno para esta última, queda así confirmado
una vez más.
La Comisión de Estupefacientes no fue insensible a la debilidad de los
avances. En el 40.º período de sesiones de 1997 volvió a la carga con un
nuevo llamamiento invitando a intentarlo una vez más.
El Grupo de Expertos convino unánimamente que era imperativo
para la labor de Naciones Unidas la creación de que se desarrolla-
ra un sistema de información unificado y completo, que recogie-
ra datos fidedignos sobre la cadena operacional del tráfico ilícito
de drogas. En sus observaciones acerca de las observaciones del
Grupo de Expertos, el Director Ejecutivo expresó el parecer de
que el Grupo de Expertos había subestimado la complejidad y
dificultad de la tarea que recomendaba y subrayó el hecho de que

262
Blanqueo, narcotráfico y desregulación financiera

los sistemas similares al recomendado instituidos hasta la fecha


no hubieran tenido éxito, ni siquiera en el ámbito nacional, en
orden a la obtención de una gama tan compleja de datos (ONU,
1995/1997: 7).

A pesar de estas recomendaciones, hasta la publicación del Informe so-


bre Drogas de 2005 de Naciones Unidas (UNODCCPd, 2005), no hubo
alusión nueva alguna al volumen económico del narcotráfico ni a su hipoté-
tica conexión con el sistema financiero internacional.
Es probable que la vuelta al argumento de esta conexión a la agenda
de Naciones Unidas que se produce en el Informe de 2005 guarde una re-
lación directa con la llegada de Antonio María Costa al puesto de director
ejecutivo de la UNODCCP tras el voluntarista y polémico período de
gestión de Pino Arlacchi. Antonio María Costa procede de los organis-
mos económicos y financieros internacionales. Fue vicesecretario general
de la OCDE en los años 1980, director general de Economía y Finan-
zas en la Comisión Europea y secretario general del Banco Europeo de
Reconstruccción y Desarrollo antes de incorporarse al cargo de director
ejecutivo del UNODCCP. Se considera a sí mismo «un experto de los
procesos socioeconómicos internacionales y de los mecanismos de lavado
de dinero e inversiones» (entrevista en El País, 23-8-2010), aunque no se
le conoce investigación ni publicación científica ninguna. Su presencia en
los puestos ejecutivos de la OCDE en la década de los años 1980 coincide
con los trabajos preparatorios que condujeron a la creación del GAFI —
un órgano dependiente precisamente de la OCDE— y con el nacimiento
del discurso y las hipótesis que estamos analizando (ver también http://
en.wikipedia.org/wiki/Antonio_Maria_Costa).
Costa es un firme defensor de la «financiarización» del enfoque sobre
las drogas y parece que, igual que su antecesor Pino Arlacchi, un «segui-
dor tardío» (Letizia Paoli) del enfoque economicista del crimen organiza-
do entendido como «empresa ilegal» asociada a los mercados ilegales (ver
el capítulo de esta autora en este libro). Además, es partidario de una po-
lítica antidrogas dura y de fuertes tintes bélicos. Esto la coloca en sinto-
nía con la doctrina norteamericana del crimen organizado y sus prácticas
(sobre estos últimos, ver Thoumi, 1997, 2002), granjeándole el título de
«zar antidrogas» en los ambientes periodísticos (El País, 23-8-2010). Fue
fuertemente criticado por atribuirle al cannabis la misma dañosidad para
la salud que la heroína y la cocaína, por oponerse firmemente a las polí-
ticas de depenalización de aquel y por subordinar la línea seguida por la
UNODCCP a los puntos de vista de sus principales países donantes (The
Telegraph, 27-6-2006, The Independent, 27-6-2006), si bien se vio obliga-
do a corregir públicamente algunas de sus afirmaciones dos años después.
El capítulo referido a las «estimaciones del valor de los mercados de
drogas ilícitas» incluido en el mencionado Informe de 2005 acusa la in-
fluencia del pensamiento económico neoclásico. Llama la atención, por

263
Armando Fernández Steinko

ejemplo, que en vez de emplear el término «metodología de cálculo», usual


en las ciencias sociales, se habla ahora de «modelo de cálculo». Además
defiende o incluso precisa el Informe de GAFI de 1990 como si los autores
de ambos informes fueran los mismos o hubieran participado en la elabo-
ración de ambos. El tono de contradicción entre insuficiencias metodoló-
gicas y certezas en las conclusiones que ya conocemos se repite aquí una
vez más. Por ejemplo:
Muy escasa (no forma parte de ninguna recopilación rutinaria de
datos) es la información acerca del consumo per cápita por los
consumidores de drogas. La carencia de esa información ha sido
una de las principales limitaciones para llevar a cabo un análisis
del mercado desde el punto de vista de la demanda y, por consi-
guiente, uno de los principales escollos con que tropiezan todos
los intentos de tener una noción más clara del mercado desde el
punto de vista del consumidor. Prácticamente no hay datos siste-
máticos comparables acerca de las cantidades de sustancias indivi-
duales consumidas por los consumidores en las distintas regiones.
La información existente es limitada y a menudo contradictoria
(UNODCCPb, 2005: 126).

Este problema afecta especialmente a la evaluación de volumen del


mercado de cannabis, que representa casi la mitad del total según este in-
forme. En él se reconoce que «el grado de certeza es muy inferior (para
el cannabis) al de los datos sobre opiáceos, cocaína y éxtasis/anfetaminas»
(id: 127; ver también Comisión Europea 2008: 10, y UNODCCPd 2006:
cap. 2.2). Sin embargo esto no quita para que sus autores se aventuren a
señalar que el valor mionista del mercado de cannabis asciende a 142.000
millones de dólares que representan el 44 por ciento del volumen total de
las drogas ilegales, cifras dadas por válidas en posteriores informes (por
ejemplo UNODCCPd, 2007: 170). Es decir: el elevado peso del cannabis
dentro del cálculo global, una droga que resulta particularmente difícil de
calcular y que, por tanto, contamina la fiabilidad de la cifra global, no
quita para que dicha cifra blobal sea tratada y comentada como razonable-
mente fiable y para que el cálculo global del consumo de drogas se apoye
en buena medida en ella. Aun así todo: en el Informe Mundial sobre Dro-
gas de 2005 hay progresos con respecto a otros anteriores. Los 320.000
millones de dólares propuestos como cifra del mercado total de drogas, y
que en otros informes son tratados de facto como volumen del mercado
mayorista, se refieren aquí explícitamente a los mercados minoristas sien-
do la cifras del mercado mayoristas de 94.000 millones de dólares, entre
tres y nueve veces menos que las que figuran en informes anteriores. Na-
ciones Unidas no hizo ninguna rectificación pública de tan importantes
diferencias con respecto a sus propios informes anteriores. Desde entonces
no ha habido ningún intento de hacer cálculos nuevos. Es posible que la
crisis de 2008 haya arrojado a los defensores de la hipótesis del peligro
de desestabilización financiera procedente del narcotráfico, a un discreto
segundo o tal vez quinto plano.

264
Blanqueo, narcotráfico y desregulación financiera

La prensa

La prensa escrita ocupa un lugar destacado en la generación de un de-


terminado discurso o estado de opinión sobre los temas que nos ocupan.
Esto no es tanto atribuible a ella misma, que no ha pretendido aportar da-
tos nuevos basados en investigaciones propias. Se ha limiado a citar infor-
mes y documentos que llevan el sello de varios organismos como Naciones
Unidas, el FMI o el GAFI. Pero haciéndolo ha contribuido a difundir las
hipótesis y aseveraciones informales a los cuatro vientos, así como a trans-
mitrle falsas certezas a la opinión pública internacional. Esto ha sido par-
ticularmente importante en los primeros años de andadura del GAFI, es
decir, antes de que fueran realizados y luego publicados algunos estudios
algo más sistemáticos. En este tema la prensa ha funcionado como si se
tratara de los gabinetes de comunicación de los Ministerios del Interior de
algunos países influyentes pero, sobre todo, como órganos de expresión de
los grandes lobbies financieros occidentales son sede en Londres y Nueva
York (Hernández Higueras, 2013). Al menos en este tema no han funcio-
nado como espacios independientes destinados a difundir información o a
generar otra nueva tras someterla previamente a una contrastación crítica.
¿Cómo es posible, por ejemplo, que las cifras propuestas por organismos
oficiales como el GAFI hacia 1990 coincidan casi exactamente con las pro-
ducidas tras un presuntamente arduo trabajo de investigación realizado por
sendas comisiones internacionales de expertos en el seno de Naciones Uni-
das? (ver arriba).
Los artículos publicados por los medios de comunicación sobre este
tema a lo largo de las últimas décadas tienen varias cosas en común: a.) las
fuentes citadas son siempre, en última instancia, los organismos guberna-
mentales norteamericanos y, en menor medida, también los británicos; b.)
se trata de medios con una gran influencia en todo el mundo occidental y
financiero en particular; c.) estos diarios tienen su sede en el corazón las
dos principales plazas financieras del mundo —Nueva York y Londres—)
y d.) los rotativos no aplican nunca el principio de la prudencia, es decir,
reproducen acríticamente las cifras más elevadas que lanzan los organismos
oficiales sin advertir sobre su carácter problemático. Dos de estos artículos
han tenido una particular repercusión en la opinión pública, tanto en la es-
pecializada como en la no especializada.
El primero está firmado por M. Elliot y W. Douglas (Elliot y Douglas,
1993) y fue publicado el 13 de diciembre de 1993 en la revista Newsweek.
Los autores citan como fuente el Centro Nacional de Información Estraté-
gica con base en Washington según el cual el presunto volumen de negocios
de crimen organizado internacional ascendía a un billón de dólares, una cifra
equivalente al presupuesto federal norteamericano de aquel año. En dicho
artículo se señala además, que el 85 por ciento de la cocaína consumida en el
mundo pasa por las manos del cártel de Cali, que 10.000 millones de dólares
procedente de las drogas ilegales se lavan todos los años solo en Canadá y
que otros 32.000 millones de dólares se lavan en el Reino Unido. No hay

265
Armando Fernández Steinko

alusiones a las metodologías empleadas por el Centro Nacional de Infor-


mación Estratégica para realizar estos cálculos. A pesar de ello, el artículo
ha sido citado en numerosas ocasiones como fuente primaria, incluso en
publicaciones de contenido científico (por ejemplo en Castells, 1997: 196).
Un segundo hito periodístico, tal vez más importante que este primero,
es el escueto artículo publicado por Ian Rodger el 18 de octubre de 1994
en el Financial Times (Rodger, 1994). Su valor no radica en la calidad o la
cantidad de la información que incluye, sino en su particular aportación a la
amplificación de las hipótesis lanzadas años antes por el GAFI. También en
este caso las fuentes son oficiales.

«De acuerdo con estimaciones recientes de funcionarios británi-


cos y norteamericanos» –escribe Rodger– «el volumen del dinero
blanqueado todos los años asciende a unos quinientos mil millones
de dólares. Este dinero es el combustible que mantiene al crimen
organizado en creciente movimiento, principalmente el procedente
del tráfico de drogas pero también de varios otros crímenes sofis-
ticados: desde el uso de información privilegiada o el tráfico de
material nuclear» (Finacial Times, 18-10-1994).

Este artículo reproduce las cifras propuestas por Naciones Unidas (UN-
DCP, 1995/1997) que, en última instancia, se remontan a fuentes oficiales
norteamericanas. Revela, probablemente sin pertenderlo, una incoherencia
reveladora. Menciona la cifra de medio billón de dólares como procedente
de fuentes oficiales británicas y nortemericanas, un dato cuya procedencia no
se hace explícita en el Documento Técnico de Naciones Unidas en el que esta
cifra figura como propia (UNDCP, 1995/1997: ver arriba). El artículo tiene
un interés especial pues revela que la primera fuente de datos publicados por
Naciones Unidas y considerados «poco fiables», son las fuentes oficiales de
los dos países que impulsaron el AMLR: Estados Unidos y Gran Bretaña.
El trabajo de Ian Rodgers amplió la repercusión de todas estas cifras al
ser citado como fuente solvente en una memorable conferencia que impar-
tió el entonces director del Fondo Monetario Internacional Michael Cam-
dessus sobre blanqueo de capitales, conferencia que Tanzi (1996) cita a su
vez como una fuente destinada a reforzar sus «aseveraciones informales».
En esta conferencia Camdessus respaldó con su autoridad institucional una
serie de datos entre confesadamente especulativos y puramente tentativos
sancionando la existencia de unas «cifras de consenso» procedentes del ci-
tado artículo publicado en el Financial Times. Sus declaraciones sirvieron
para colocar las políticas de lucha contra el blanqueo en la agenda mediática
de todo el mundo alimentando la hipótesis de su relación con el «crimen
organizado» y, años después, con la «financiación del terrorismo». El ar-
tículo siguió siendo citado durante mucho tiempo como fuente solvente,
sobre todo a través de la mencionada conferencia dictada por Camdessus.
Tanto el New York Times como el Newsweek han venido publicando ar-
tículos similares basados en fuentes oficiales y dando cifras de negocios

266
Blanqueo, narcotráfico y desregulación financiera

extraordinariamente elevadas para los delitos de cuello azul en el mundo


(ver, por ejemplo, Kahn, 1996).

La academia y otras fuentes

La onda expansiva de las aseveraciones informales no tardó en alcanzar


el núcleo de los espacios académicos del mundo del derecho, de la sociología
y la economía política. La obra del sociólogo Manuel Castells es una buena
prueba de ello. Castells, al igual que no pocos estudiosos del crimen or-
ganizado, establece un paralelismo tanto teórico como metodológico entre
el mundo de la legalidad y el de la ilegalidad (ver Moore, 1986, Zabludoff,
1997, y Galeotti, 2004: críticamente Paoli en este libro). Las fuentes en las
que se apoya su argumento son los informes anuales e Naciones Unidas
para la Prevención del Crimen y las Drogas (UNODC) cuyo origen ya
conocemos, así como el trabajo de Sterling (1996) que Castells considera
«una excelente y documentada visión general de la expansión del crimen
globalizado». Castells argumenta con cierta ligereza a la hora de valorar a
este autor al señalar que, «aun cuando esta fuente haya sido criticada por su
sensacionalismo no tengo constancia de que los hechos, siempre respaldados
por informes de investigación y entrevistas personales, hayan sido puestos
en entredicho» (Castells, 1997: 194ss., nota al pie de página). En realidad los
libros de Sterling (1981, 1996) son trabajos periodísticos similares a otros
muchos que fueron apareciendo por esas fechas, sin duda animados por la
espectacularidad de las «aseveraciones informales» cuyas fuentes son otros
documentos periodísticos y fuentes oficiales poco o nada contrastables. El
primero de ellos, publicado por la editorial Reader’s Digest, es una simple
descripción de «casos de terrorismo internacional» sin aportación analítica
ninguna, y en la que todos ellos quedan subsumidos bajo una visión sim-
plificada del fenómeno tal y como se dio en los años 1970 en algunos paí-
ses de Europa. El segundo libro nació, junto con otros muchos basados en
las mismsa fuentes, al calor de los documentos del BIP (1988) de Naciones
Unidas (1988) y del GAFI (1990), así como bajo el impacto del asesinato de
los jueces italianos Falcone y Borsellino, a principios de los años 1990.
Castells parte de su teoría de la «empresa red» en la era de las tecnolo-
gías de la información y la comunicación (TIC), cuya característica principal
es la conectividad internacional a través de un intenso flujo de la informa-
ción informatizada (Castells, 1997: vol 1, cap. 3). El autor extrapola este
modo de funcionamiento de las empresas-red propias del mundo de la lega-
lidad al fenómeno de la criminalidad internacional. Así, las organizaciones
criminales de varios países «se han unido en una red global diversificada
que transciende las fronteras y vincula negocios de toda clase» (p. 194). Lle-
van a cabo cada vez más «operaciones a escala internacional aprovechándose
de la globalización económica y de las nuevas tecnologías de comunicación
y transporte» (p. 195). Su funcionamiento está coordinado y pasa por el
diseño conjunto de estrategias: «Su estrategia consiste en ubicar sus fun-

267
Armando Fernández Steinko

ciones de gestión y producción en zonas de bajo riesgo donde proseen un


control relativo del entorno institucional» (p. 195). Pero su estrategia pasa
también por un elevado nivel de «globalización organizativa del crimen»
que incluye «alianzas estratégicas para colaborar, en lugar de combatirse, en
los ámbitos de cada uno, mediante acuerdos de subcontratación y empresas
conjuntas, cuya práctica comercial sigue muy de cerca la lógica organizativa
de lo que he denominado la “empresa red” característica de la “era de la
información”» (p. 196) así como una «elevada flexibilidad y versatilidad en
su organización» (p. 206) que recuerda a la flexibilidad generada por las pro-
pias TIC. Estas versátiles empresas criminales realizan «cálculos de los be-
neficios y los flujos financieros originados en la economía criminal», flujos
que se incorporan al sistema financiero pues «el grueso de las operaciones
de estas actividades están globalizadas por definición a través del blanqueo
en los mercados financieros globales». Por tanto: en el «núcleo (de toda esta
trama de empresas criminales organizadas internacionalmente) está el blan-
queo de dinero por cientos de millones (quizá trillones) de dólares» (p. 194).
Castells refuerza el argumento tecnológico cuando insiste señalando que «la
interconexión es la forma de operación (del crimen global) tanto interna, en
cada organización criminal (por ejemplo la Mafia siciliana, el cártel de Cali)
como en relación con otras organizaciones criminales» (p. 206). Se apoya en
Sterling (1981, 1997), pues «considera plausible que la facturación global de
los “narcodólares” se sitúe en torno a los 500.000 millones de dólares. Una
proporción significativa de los beneficios se blanquea (con una comisión
para los blanqueadores de entre el 15% y el 20% del precio nominal de los
dólares y en torno a la mitad del dinero blanqueado, al menos en el caso de
la Mafia siciliana, se reinvierte en actividades legítimas» (p. 196). Y conclu-
ye: «el blanqueo de dinero es la matriz del crimen global y su punto de co-
nexión más directo con el capitalismo global» (p. 205). El texto de Castells
continúa en esta línea de certezas apoyadas en su teoría de la «empresa-red»
y en la extrapolación al mundo de la ilegalidad de las realidades económicas,
tecnológicas y empresariales observadas en el mundo de la economía legal.

Hay toda una línea de publicaciones similares, la mayoría firmadas por


autores académicos norteamericanos. Así, según el profesor Mark Galeotti en
su libro sobre «Crimen Global» publicado en una prestigiosa editorial britá-
nica, la industria de las drogas genera en México unos «beneficios» anuales de
30.000 millones de dólares, cifra tres veces más elevada que los beneficios pro-
cedentes del petróleo (Galeotti, 2004: 5. Críticamente: Resa Nestares, 2003).
Otros autores académicos sostienen que el llamado «Producto Criminal Bru-
to» en el mundo asciende a 1,1 billones$, una cifra considerablemente supe-
rior al comercio internacional de automóviles, acero y hierro y equivalente
al doble del PIB del Reino Unido (críticamente Naylor, 2003: 263). Algunos
gobiernos colocados en el punto de mira por las autoridades del AMLR se
apresuran a colaborar confirmando las hipótesis de estas últimas. Así, según
la Comisión Nacional contra el uso ilícito de las drogas de la Presidencia
de Venezuela, el narcotráfico ha generado el mayor flujo de transferencias
financieras de la historia mundial (cit. en Couvrat y Pless, 1993: 5). El repaso

268
Blanqueo, narcotráfico y desregulación financiera

de la bibliografía académica permite concluir que la cultura de las hipótesis


y de las “aseveraciones informales” ha conseguido penetrar no solo en los
espacios políticos, sino también en los académicos: el discurso se ha converti-
do en seudociencia. Esta penetración afecta por igual a autores de un amplio
espectro ideológico: desde los críticos con la globalizaicón neoliberal hasta los
que la consideran políticamente neutral o positiva. Los primeros utilizan es-
tas aseveraciones para ilustrar la degradación endógena del sistema neoliberal,
los segundos para salvar su legitimidad resaltando el carácter exógeno de las
amenazas que se ciernen sobre él (para el primer grupo, ver Couvrat y Pless,
1993, De Maillard, 1998, 2000 y Ramírez Monagas, 2005).
Con el tiempo fueron apareciendo estudios más concretos. Situaciones
en ciertas partes del mundo (zonas de Afganistán, de Italia, las Rías Bajas
gallegas, la zona del Estrecho de Gibraltar, algunas zonas de Colombia o
últimamente ciertas zonas de Mesoamérica) se extrapolaron al conjunto de
las regiones del planeta sin tener en cuenta su escasa representatividad y sin
mencionar las causas de cada situación particular, algunas de ellas achacables
a las políticas de los propios países impulsores del AMLR (por ejemplo, el
aumento de la producción de opio en Afganistán tras la invasión occidental
del país). En estas comarcas, el peso económico de las actividades ilegales
puede llegar a ser importante y algunos de sus actores encajan en la imagen
de los criminales organizados. Pero en prácticamente todos ellos se trata de
zonas periféricas o subdesarrolladas del planeta con un contacto entre nulo
y escaso con las grandes finanzas internacionales que presuntamente podrían
llegar a desestabilizar. Cuando se describen casos de blanqueo acontecidos
en el corazón de los países de la OCDE, estos tienen al narcotráfico como
delito precedente y no, por ejemplo, la corrupción (Alexander, 1988; para
el caso de la Pizza Connection, Woolner, 1994, para el caso Polar Cap). En
cualquier caso tampoco estos son representantivos del conjunto. Este pro-
cedimiento —el uso de casos no representativos para intentar demostrar la
realidad global del blanqueo— es muy habitual y tiene un doble efecto: (a)
subestima el peso del blanqueo procedente de delitos de cuello blanco a pesar
de que estos generan cantidades muy superiores de dinero ilegal (cohecho,
evasión fiscal, huida de capitales etc.); y (b) subestima el peso cuantitativo y
cualitativo de los casos más sencillos y representativos, pero que no pueden
llegar a representar una amenaza para la estabilidad del sistema financiero.
Algunos de los casos, que las fuerzas policiales y la prensa se apresuran a
describir en caliente como de «blanqueo», ni tan siquiera lo son realmente
cuando se estudian con meticulosidad (Kopp, 2003 y Prieto del Pino, 2010
para el caso de las tipologías pubicadas por el GAFI).
Las llamadas «tipologías» publicadas por el GAFI siguen una metodolo-
gía similar. Están basadas en sumarios policiales que no se han transformado
aún en imputaciones de las fiscalías ni que han sido sometidos al principio
de contradicción en un juicio con presencia de todas las partes, con presen-
tación de pruebas etc. (para ilustrar las sustanciales diferencias entre el dine-
ro incriminado en los sumarios y los hechos probados, ver Duyne y Levi,
2005). En realidad, las «tipologías» no solo no pueden, sino que tampoco

269
Armando Fernández Steinko

pretenden ser representativas del conjunto. Su objetivo es —además de po-


lítico— fundamentalmente técnico, pues intentan ilustrar qué características
pueden llegar a tener ciertos casos particularmente sofisticados con el obje-
tivo de facilitar las labores de represión, es decir, aplicando el principio de
que, conociendo los casos más complejos y sofisticados, será probablemente
más fácil investigar y reprimir también los más simples. Cartier-Bresson co-
menta este grupo de fuentes:
Las cifras aportadas por la prensa se basan por lo general en acon-
tecimientos anecdóticos, en extrapolaciones de casos más bien ex-
cepcionales, en datos recolectados por los servicios aduaneros y
policiales, por los aparatos judiciales, los servicios de información
y por las organizaciones internacionales. Están sumamente sesga-
dos, no son nunca homogéneos, no son comparables entre sí, no
están «descortezados» y sirven al propósito general de ilustrar las
grandes amenazas. El método empleado por los órganos de con-
trol aduaneo para cuantificar el contrabando (de cigarrillos, falsifi-
cación de marcas) consiste en aplicar las cantidades incautadas a un
coeficiente de multiplicación poco explícito. Este método de extra-
polación es utilizado también multiplicando los datos sobre fraude
manejados por las autoridades fiscales (Cartier-Bresson, 2002: 30).

Otra fuente utilizada como primaria son las declaraciones de algunos


detenidos, pero tampoco esta excesivamente fiable. Los informantes trans-
miten muchas veces un poder económico que nunca han tenido con el fin
de conseguir la máxima remisión de pena, un poder que también les interesa
resaltar a las fuerzas policiales con el fin de remarcar la trascendencia de sus
intervenciones. Así quedó demostrado, por ejemplo, en el caso de algunos
pentiti pertenecientes a hermandades mafiosas y de narcotraficantes arre-
pentidos. Otro caso representativo en este sentido es el del narcotraficante
Ramón Milián Rodríguez, blanqueador al servicio del llamado «Cártel de
Medellín» y que ya hemos mencionado en la Presentación. En una sola re-
dada antimafia realizada en Sicilia en 1996, la prensa —es decir las fuerzas
policiales—, informó de que se habían confiscado activos por un valor de
650 millones de dólares (Financial Times, 9-10-1996). Otro ejemplo más:
según un autor norteamericano, el volumen de los negocios del criminal
organizado Meyer Larsky llegó a ser más importante en su día que la cifra
de negocios de la multinacional US Steel (Lacey, 2001).

Conclusión: un discurso penal sin base empírica

Se ha fraguado un amplio consenso internacional sobre la presunta exis-


tencia de un peligro económico-criminal de naturaleza exógena al sistema
financiero. Se da por demostrado que blanqueadores y criminales disponen
de enormes excedentes económicos gracias a una considerable capacidad de
desarrollar métodos de blanqueo más y más sofisticados a medida en que la
policía va destapando los viejos (para España, ver Ávila Solana, 2001, crítica-

270
Blanqueo, narcotráfico y desregulación financiera

mente Duyne y Levi, 2005: 152). Las cualificaciones y competencias profesio-


nales utilizadas en el proceso tienen que ser necesariamente altas o muy altas,
pues solo así es posible encontrar una y otra vez resquicios para burlar a la
policía una vez más. La elevada sofisticación técnica del blanqueo y su pro-
yección internacional obliga a los delincuentes a crear complejas estructuras
organizativas y a subcontratar servicios financieros especializados (Choclán
Montalvo, 2007: 159ss, y Sánchez García de Paz, 2005). El blanqueo queda
así fundido con el crimen organizado, entendiendo por este explícitamente
los grupos organizados activos en los mercados ilegales como las drogas o el
tráfico de personas. A través de los paraísos fiscales, que son tratados como
jurisdicciones externas o incluso hostiles a los sistemas financieros de los
países de la OCDE, los narcotraficantes consiguen eludir la acción de la jus-
ticia y ocultar su inmenso patrimonio. Esta situación coloca a los gobiernos
en una especie de «carrera armamentística entre los criminales y la policía»
(Duyne y Levi) que justifica cualquier desembolso destinado a evitar una
derrota frente a dichos poderes. La argumentación bélica evoca los viejos
postulados de la Guerra Fría y se enmarca en una tendencia de fondo que
hoy domina las políticas de seguridad: la militarización de la justicia criminal
y la difuminación de las fronteras entre guerra y lucha contra el crimen, y
que representa una ruptura con algunos principios del derecho (ver Böhm
este libro). La exploración racional de la realidad, de las amenazas y de los
peligros pierde terreno frente al elemento emocional, frente a los discursos
y relatos, y frente a diferentes formas de «justicia expresiva» basada precisa-
mente en hipótesis antes que en conocimientos obtenidos de forma científica
(David Garland). Si todos estos datos son ciertos, es probable que el blan-
queo de capitales se haya convertido efectivamente en el «sector económico
más dinámico de los últimos años, así como el más importante después del
financiero y el energético» (Bongard, 2001, y Robinson, 1996).
El problema no es tanto decidir si todas estas hipótesis se corresponden
con la realidad o no. El problema es cuál es la vía más apropiada para inten-
tar averiguarlo: es una cuestión de método. Si tenemos en cuenta la escasa
investigación empírica que se ha realizado al respecto, las conclusiones de
la que sí se ha realizado, la carga política y diplomática del tema derivada
de su estrecha relación con las finanzas y con las políticas de seguridad, así
como la contradiccion entre insuficiencias metodológicas y certezas procla-
madas, podemos concluir que no es este el camino más recomenable . «Las
cifras de blanqueo lanzadas a la opinión pública a principios de los 1990 no
tienen un fundamento científico» (Kopp 2003: 7); de forma idéntica Reuter
1996: 77):
Hay muy poca investigación empírica, tanto sobre el fenómeno
del blanqueo de capitales como sobre las posibles formas de con-
trolarlo. En concreto, y pese a el repaso intergubernamental de
«tipologías de blanqueo» en el seno del GAFI y a pesar de la ce-
lebración de reuniones regionales que al menos estimulan un pen-
samiento comparativo sobre posibles vulnerabilidades, no existen
estudios sistemáticos sobre cómo transforman los criminales sus

271
Armando Fernández Steinko

ingresos en activos aprovechables y qué efecto tienen los controles


de lucha contra el blanqueo sobre ellos (Levi y Reuter 2006: 94).

El aspecto metodológico es importante pues está en juego nada menos


que la identificación de los factores que pueden llegar a poner en peligro la
estabilidad del sistema financiero internacional. El que el grueso de lo que
se ha dicho y hecho hasta ahora sobre el blanqueo sea una «empresa ente-
ramente impulsada por criterios políticos y que adolezca de todo objetivo
científico» (Reuter, 1996: 77) no ha impedido la creación de un complejo
sistema internacional de lucha y la transposición de una gran cantidad de
leyes antiblanqueo siguiendo el «principio de la capilaridad» (Cartier-Bres-
son). ¿Cómo es posible que una cuestión aparentemente tan relevante pueda
depender de un conocimiento tan precario?
Nuestra hipótesis es que se trata de un intento de explicar los riesgos que
emanan de las políticas de desregulación financiera sin tener que poner en
cuestión dichas políticas, que se trata de «pistas falsas» (Fernández Steinko,
2008) que la opinión pública y la mayoría de los gobiernos han seguido du-
rante años. Las pistas elegidas no son el resultado de un proceso racional y
objetivo de identificación, evaluación y discusión públicas, sino de decisiones
políticas tomadas al margen de la sociedad civil. Hay seguramente razones
adicionales como su funcionalidad para la definición de un nuevo discurso
de seguridad tras las imposiciones de los regímenes de los países del Este
de Europa. Aquí vamos a concentrarnos en analizar las posibles razones de
contenido económico-financiero que pudieran explicar el discurso penal del
blanqueo de capitales tal y como se ha venido desarrollando desde 1988.

Blanqueo de capitales y desregulación financiera


El primer dato que permite relacionar la creación del AMLR con los
procesos de desregulación financiera es que ambos coinciden casi exacta-
mente en el tiempo: ambos arrancan hacia finales de la década de los años
ochenta y se van asentando hasta la crisis de 2007. La segunda es el particu-
lar protagonismo que han tenido y siguen teniendo en su teorización e im-
plantación los dos países más activos en el impulso de dicha desregulación
(Estados Unidos y Gran Bretaña). Estos países concentran en sus plazas el
porcentaje con diferencia más importante del negocio financiero del mundo
(Martínez Estévez, 2000: 283). Ambos son, al mismo tiempo, dos de los tres
o cuatro mayores consumidores de drogas ilegales (UNODCCPa-d, varios
años), lo cual no deja de ser un dato a tener en cuenta en el puzzle que
estamos intentado descifrar. La tercera pista es la naturaleza financiera de
las instituciones inspiradoras e impulsoras del AMLR. Naciones Unidas ha
tenido un cierto protagonismo en la generación y también en la difusión de
esta clase de hipótesis y cifras no constratadas o que se remontan a la misma
fuente. Sin embargo, su principal fuente de información han sido los cálcu-
los y las hipótesis lanzadas por el poder ejecutivo norteamericano. Parece

272
Blanqueo, narcotráfico y desregulación financiera

obvio que existe una conexión entre desregulación financiera y creación del
régimen de lucha contra el blanqueo. Pero, ¿cuál es esta relación y cómo se
puede explicar?

Gestión social y desregulación financiera

La desregulación del sistema financiero consiste en la aplicación de me-


didas destinadas a dejar que sean los propios actores de los los que defi-
nan el máximo número de reglas y prodedimientos de funcioamiento (ver
Martínez Estévez, 2000). Esto no quiere decir que desaparezcan todas las
regulaciones o que el Estado pueda retirarse completamente. Ni siquiera
quiere decir que el Estado pierda importancia en el quehacer del mundo de
las finanzas. Todo lo contrario, el Estado sigue siendo un actor decisivo para
cualquier forma de funcionamiento financiero, esté «regulado» o no. La di-
ferencia es que ahora los estados utilizan todo su poder dentro y fuera del
país para promover activamente esta política, para minimizar posibles resis-
tencias a la misma por parte de otros Estados o gobiernos y para crear un
marco legal destinado a asentar las medidas desreguladoras. La financiariza-
ción de la economía consiste no solo en el aumento del peso económico del
sector financiero en relación al sector productivo. Además se puede definir
como una «imposición» al mundo productivo de unas determinadas formas
de gestión empresarial basadas en la lógica, los mecanismos de revaloriza-
ción y los propios intereses de las finanzas (Huffschmidt, 1999). Los tiem-
pos de maduración de las inversiones, la composición de los consejos de ad-
ministración y las formas de remuneración de los consejeros, las estrategias
o los objetivos estratégicos de las empresas etc. vienen marcados ahora por
las exigencias de rentabilidad, funcionamiento y liquidez de los mercados
financieros. Ya no son las finanzas las que están al servicio de la esfera pro-
ductiva (inversiones en tecnología, organización productiva, política salarial
etc.), sino que sucede justamente al revés. El principio del shareholder value
refleja muy bien esta inversión, pues antepone los intereses de los accionis-
tas, de los propietarios de los activos financieros a los intereses del capital
productivo, de los trabajadores, de los consumidores y de la sociedad en
general (principio del stakeholder: Evans, 2009: 41ss). Estas políticas tienen
como objetivo elevar la rentabilidad de las inversiones financieras frente al
negocio de concesión de créditos incentivando el desvío de inversiones hacia
las operaciones especulativas que, si bien entrañan mayores riesgos, también
van unidas a una mayor remuneración (AAW 2011: 207ss). El resultado es el
aumento de los riesgos financieros tanto para los actores individuales como
para la economía y el sistema financiero en su conjunto, la acumulación de
«riesgos sistémicos» (ver, p. ej. Sinn 2009, Gowan 1998, Bluestone y Harri-
son, 2001, y Torres López, 2010).
Se trata de una situación nada fácil de gestionar políticamente. Los go-
biernos necesitan, por un lado, ganar apoyos para una política que no deja
de representar una amenaza para un bien público fundamental como es la

273
Armando Fernández Steinko

estabilidad del sistema financiero (Plihon, 2009). Por otro lado, el núcleo de
su apuesta económica pasa por generar un aumento del riesgo individual y
sistémico, pues solo una mejora de la remuneración de los accionistas, tam-
bién y sobre todo de aquellos que más arriesgan sus activos por disponer
de más recursos, puede incentivar la adquisición de productos financieros
menos arriesgados por parte de las clases medias y, tendencialmente tam-
bién, por parte de las clases populares. Por tanto, la necesidad de impulsar
un aumento de las cotizaciones tiene detrás todo un programa de gestión
social que va más allá del intento de maximizar los ingresos de las clases más
pudientes. Dicho impulso inicial destinado a favorecer la rentabilidad de los
mercados financieros pretende poner en marcha un «circulo virtuoso» desti-
nado a generar dividendos financieros también para sectores no minoritarios
de la sociedad a través del sistema de capitalización de pensiones privadas o
de la colocación de ahorro popular en fondos de inversión y en productos
financieros en general (Bluestone y Harrison, 2011). La desregulación tiene
como objetivo alimentar esta máquina generadora de riqueza transformable
en consumo sin necesidad de recurrir a la creación de puestos de trabajo o
de mejorar la remuneración y la calidad del existente. Esta estrategia ha ocu-
pado un lugar creciente en las políticas de muchos gobiernos occidentales
pero no todos tienen la misma posición de salida. Sobre todo en aquellos
países, en los que los sistemas públicos de pensiones han sido sustituidos
por sistemas privados de capitalización, y en los que la caída o el estanca-
miento de los salarios reales ha hecho depender a un número significativo
de familias de los ingresos procedentes de la renta financiera, la desregula-
ción financiera pasó a convertirse un objetivo central de sus políticas para
mantener el consumo y el consenso sociales. Pero dichas políticas tenían
que generar necesariamente un riesgo o peligro financiero de tipo sistémico.

Por tanto: la primera consecuencia de la desregulación financiera es el


casi inevitable aumento de las crisis bancarias y financieras (Assassi et al
2007: 1ss), la erosión del bien público «estabilidad financiera». Los gobier-
nos necesitan explicar la inseguridad que genera esta apuesta política pero
sin comprometerla. Aquí es donde aparece la funcionalidad del discurso del
enemigo apropiado, de poderes económico-criminales exógenos que pue-
den poner en peligro la estabilidad del sistema financiero a través del blan-
queo de cantidades casi inimagiblables de activos de origen criminal. Este
discurso se inserta en una tendencia más general en la que se combinan, de
forma solo aparentemente contradictoria, políticas de Estado mínimo en lo
económico y social, con políticas de Estado máximo en la forma de abordar
la seguridad y los comportamientos desviados (Aas, 2007: 143ss). Las últi-
mas están conduciendo a una militarización de las estrategia penales para
hacer frente al desbordamiento del delito, las segundas están creando una
situación social en la que tienden a aumentar las conductas delictivas que, a
su vez, legitiman dicha estrategia de militarización. Las primeras refuerzan
la visibilidad de los Estados que ahora deben jugar un papel más activo en la
defensa de la seguridad interna y externa, las segundas fomentan un Estado
mínimo en el plano económico y social (ver Mir Puig, 2010). La estrategia

274
Blanqueo, narcotráfico y desregulación financiera

de lucha contra el blanqueo es un buen ejemplo de esta combinación, apa-


rentemente contradictoria, entre Estado máximo y Estado mínimo.

¿El AMLR como regulación del sistema financiero?

El AMLR incluye un programa de intervenciones en la actividad finan-


ciera de no pocos sujetos obligados entre los que se encuentran los propios
bancos y cajas. Estas intervenciones, como la obligación de hacer notifica-
ciones al Banco Central, de averiguar la identidad de clientes y titulares de
cuentas sospechosos etc. pueden parecer, a primera vista, medidas regula-
doras del sistema financiero. De hecho, la mayoría de ellas no son bien re-
cibidas por los propios sujetos obligados. Los bancos y cajas porque tienen
que financiar cursillos para proporcionar a sus empleados herramientas y
criterios para hacer dichas notificaciones de sospecha, formar «funcionarios
del Estado sin sueldo» (Mike Levi). Los notarios, abogados, asesores fiscales
y demás profesiones liberales porque consideran que estas medidas atentan
contra el secreto profesional (para España, ver Alvarez Sala-Walter, 2003, así
como Abel Souto y Sánchez Steward coods., 2011). Es verdad: la política de
notificaciones de sospecha introduce ciertas obligaciones en el ejercicio libre
de la actividad profesional, obliga a tomar distancias con respecto a una serie
de clientes de instituciones financieras y prácticas consideradas sospechosas,
y dificulta la captación de activos por parte de las instituciones financieras
que ahora tienen que identificar si proceden de actividades ilícitas. Sin em-
bargo, esto no convierte al AMLR en una especie de mecanismo de regula-
ción del sistema financiero internacional y la prueba obvia es que fue inca-
paz de evitar la crisis financiera de 2008. El núcleo del sistema previsto para
detectar el posible origen del dinero es el autocontrol de las instituciones fi-
nancieras y los profesionales liberales. Son ellos los que tienen que decidir si
el inidividuo o cliente puede estar relacionado con actividades ilegales o no,
decidir si, aun existiendo indicios, hacen la notificación de sospecha o no. La
mayoría de las situaciones en las que los sujetos obligados tienen que emi-
tir este diagnóstico sobre la (presunta) naturaleza de dichos activos pueden
generar beneficios económicos o activos líquidos importantes para aquellos
encargados de emitir un juicio sobre su posible origen o naturaleza. En una
situación de emergencia financiera como la actual, este tipo de notificaciones
tiene un coste económico añadido, lo cual tiene que influir necesariamente
sobre el comportamiento de los sujetos obligados. Es evidente que asistimos
a un serio conflicto de intereses y que ningún sistema de regulación puede
basarse en un solapamiento así entre controlador y controlado si pretende
ser efectivo. La crisis económica, que resulta en buena medida de meca-
nismos de autocontrol y autosupervisión similares (ver abajo) es un buen
ejemplo de ello. El predominio casi total de las notificaciones de sospecha
originadas en actividades de narcotráfico, pero no en otras más comprome-
tidas como el cohecho o en comportamiento menos estigmatizados como el
delito fiscal, demuestra que los sujetos obligados aplican criterios selectivos
a la hora de hacerlas, bien porque los narcotraficantes son más fáciles de

275
Armando Fernández Steinko

identificar, bien porque el dinero procedente del gran narcotráfico es mucho


menos importante y políticamente comprometido.
Resulta revelador que fuera la administración del presidente demócrata
William Clinton, bajo cuyo mandato se produjeron las principales ofensivas
desreguladoras del sistema financiero norteamericano, la que más impulsó
la creación del AMLR. No así el gobierno del republicano presidente Bush
hijo, que se mostró mucho menos activo en este sentido por considerar las
medidas antiblanqueo excesivamente intervencionistas (De Goede, 2009:
195). Las cosas cambiaron radicalmente tras los atentados del 11-S en Nueva
York. A partir de esa fecha el gobierno republicano no solo aceptó de buena
gana el «intervencionismo» del AMLR, sino que presionó a muchos países
para que aplicaran de forma más consecuente las 40 recomendaciones defini-
das en los documentos fundacionales del GAFI haciendo uso de su «poder
blando» (Nyer, 2004). Esta presión provocó un espectacular aumento de las
notificaciones de sospecha en todo el mundo, la inmensa mayoría de ellas
sin fundamento (Levi, 2007). El narcotráfico es un delito muy denostado so-
cialmente, lo cual facilita la presentación de dichas notificaciones de sospe-
cha, pero la actividad terrorista lo está mucho más. Pero esto no demuestra
que exista una conexión entre terrorismo y blanqueo. De hecho, la razón de
las escasas consecuencias de la mayoría de las notificaciones de sospecha es
que, para cometer un atentado terrorista, hace falta más bien poco dinero y
que este no tiene que ser necesariamente el producto del blanqueo (Fernán-
dez Steinko, 2008). La conexión entre blanqueo y financiación del terroris-
mo islamista no deja de ser una hipótesis más elevada otra vez la categoría
de certeza aunque fuertemente influida por la psicosis colectiva provocada
por los atentados de las Torres Gemelas. Aun cuando esta conexión no haya
podido ser demostrada sigue estando presente en no pocos análisis del fe-
nómeno del blanqueo (para una valoración crítica de esta conexión: TKSG
2008 y Levi, 2007).
Algunos autores vieron en esta ofensiva casi militar contra el blanqueo
de capitales (war against money laundering) no solo una pieza estratégica en
la lucha contra el narcotráfico y el terrorismo, sino también una prueba de
que los gobiernos occidentales habían optado, por fin, por regular de forma
consecuente un sistema financiero internacional que ya había dado muestras
preocupantes de inestabilidad. Existía la esperanza de que la nueva estrategia
reguladora incluyera una prohibición, por ejemplo, de los paraísos fiscales,
pero también de aquellos productos financieros negociados en espacios sin
supervisión bancaria (over the counter) (Biersteker, 2004). Estas esperanzas
no llegaron a cumplirse. El AMLR no es —al menos tal y como está formu-
lado hoy— una especie de protosistema de regulación financiera. Todo lo
contrario. Con el fin de evitar la fuerte caída de las cotizaciones bursátiles
así como una recesión inmediatamente después de los atentados del 11-S, la
Reserva Federal radicalizó las medidas desreguladoras del sistema financie-
ro, un hecho que ha sido analizado como una de las explicaciones de la ex-
traordinaria gravedad que ha adquirido la crisis de 2008 (Lorente y Capella
2009). En definitiva: a pesar de las apariencias, la desregulación del sistema

276
Blanqueo, narcotráfico y desregulación financiera

financiero y el reforzamiento de la estrategia del AMLR, no solo no son


excluyentes, sino complementarias. El análisis de las iniciativas reguladoras,
que se han venido ensayando en los años 1980 y 1990, pretende demos-
trarlo. Esto nos remite a los dos grandes acuerdos de regulación financiera
suscritos antes de la crisis de 2008: Basilea I y Basilea II.

El contexto: de Betton Woods a la inseguridad financiera

Desde la cancelación, en la primera mitad de los años setenta, del siste-


ma de cambios fijos acordado en Bretton Woods, la estabilidad financiera
empezó a sufrir una fuerte erosión en el mundo, estabilidad que en bue-
na medida dependía en aquel momento de la propia estabilidad del dólar,
la principal moneda de referencia (Martínez Estévez, 2000, Plihon, 2009,
Evans, 2009b). Con el fin de atraer capital extranjero y fomentar la adqui-
sición internacional de dólares para así intentar frenar su caída, los Esta-
dos Unidos suprimieron los controles de cambio en 1974. Esta medida, que
arrastró otras tras de sí, como la liberalización de los tipos de interés y de
la cotización de las monedas, debía favorecer el drenaje de ahorro exterior
a los Estados Unidos, es decir, perseguía eliminar las trabas institucionales
-primero las nacionales y después las internacionales- que pudieran impe-
dirlo. Las últimas eran particularmente importantes, pues el objetivo último
era conseguir que el ahorro externo acabara fluyendo a las plazas financieras
norteamericanas atraído por una mejor remuneración y por una moneda
fuerte. El objetivo de suprimir de la forma lo más generalizada posible los
controles de cambio adquirió una relevancia añadida para la economía nor-
teamericana con el aumento de su déficit provocado por la carrera arma-
mentista, las consecuencias de la guerra de Vietnam y por el agravamiento
de déficit comercial que resultó de la propia revaluación del dólar. El go-
bierno norteamericano empezó a emitir bonos de deuda pública destinados
a compradores extranjeros, redujo los impuestos por su tenencia, presionó
con éxito a los gobiernos japonés y euro-occidentales para que eliminaran
sus propios controles de cambios para así acceder al ahorro de sus poblacio-
nes y empresas, y promovió activamente las inversiones europeas directas en
los Estados Unidos (Evans, 2009b: 41).

Por otro lado, la erosión de los sistemas públicos de pensiones tanto


en este país como también en el Reino Unido, impulsada por unas políti-
cas de Estado mínimo muy ideologizadas, generó una fuerte demanda de
planes de pensiones privados en estos países con el consiguiente aumen-
to del volumen de activos controlados por los inversores institucionales.
Estos fondos reúnen grandes cantidades de ahorro de las clases medias
y populares —preferentemente anglosajonas— con el fin de invertirlo en
deuda pública europea, latinoamericana y también asiática, y utilizando
la plaza financiera de Londres, y en menor medida también la de Nueva
York, como su principal centro de operaciones. La necesidad de revalori-
zación de los ahorros procedentes de sectores importantes de la población

277
Armando Fernández Steinko

de estos países altamente desarrollados se convirtió en un importante foco


de presión sobre países con sistemas financieros más regulados. La desre-
gulación se había convertido en una necesidad política para los países an-
glosajones, pues de ella dependía la nueva forma de provisión de bienestar
para amplios sectores de la sus poblaciones. El protagonismo de estos dos
países en la implantación de las políticas financieras desreguladoras tiene
esta explicación.
A lo que asistimos en los años ochenta es, por tanto, a la creación de una
serie de condiciones estructurales que solo podían conducir a la erosión del
bien público «estabilidad financiera internacional» y a un latente aumento
de la inseguridad financiera, inseguridad que empezó a ser una realidad en
cada vez más países del mundo a partir de 1990 a medida en que fueron ge-
neralizándose estas medidas. En realidad, esto no es del todo correcto, pues
su objetivo era justamente el contrario: el de generar seguridad tanto finan-
ciera como monetaria y —esto es importante— también seguridad social.
Lo nuevo es que los gobiernos intentan ahora crear dicha seguridad no a
través de medidas de reciprocidad y cooperación financiera, sino a través de
medidas competitivas destinadas a drenar capitales desde los países con mer-
cados financieros menos líquidos. La posición privilegiada de Gran Bretaña
y los Estados Unidos dentro del sistema financiero internacional era lo que
les permitía a ambos países intentar asentar su propia seguridad financiera
sobre su reducción en el resto del mundo. Ambas «seguridades-insegurida-
des» crecían por efecto de las mismas medidas: la liberalización de la circu-
lación de capitales y la reducción de todo tipo de trabas a dicha circulación.
Para las plazas de Londres y Nueva York, esto significaba un aumento de
los activos disponibles para realizar negocios financieros; para el resto de
los países, una disminución de dichos activos disponibles, por ejemplo para
generar inversión pública y privada. Esta política fue muy exitosa. En 1989
los centros financieros de Reino Unido, Estados Unidos y Suiza concen-
traban ya el 47 por ciento de todo el negocio financiero mundial, diez años
después casi sobrepasaban el 57 por ciento (Martínez Estévez, 2000: 283),
una tendencia que siguió en aumento al menos hasta 2008.
Tras la cancelación de los grandes acuerdos de cooperación moneta-
ria firmados en Bretton Woods en los años setenta, y tras la implosión de
las economías del Este de Europa se cancelaron efectivamente la mayoría
de las políticas monetarias y financieras de raíz cooperativa en el mundo.
Los gobiernos y los bancos centrales empezaron a seguir políticas cada vez
más competitivas en este campo. Las políticas desreguladoras se pueden
describir mejor de esta forma: no es tanto el paso de una mayor a una
menor intervención o regulación del Estado lo que las caracteriza sino el
paso de una apuesta cooperativa a otra competitiva entre bancos centrales
y gobiernos. Obviamente este modelo beneficia de forma más que propor-
cional a los actores más fuertes personados en la carrera. No hay ninguna
dejación del problema de la seguridad, sino un intento de abordarla de otra
forma, de forma no cooperativa e intentando «externalizarla» a otros países
y sistemas financieros aunque en espera de que la inestabilidad no afecte

278
Blanqueo, narcotráfico y desregulación financiera

al propio país o le afecte mucho menos. En este ciclo de transformaciones


financieras que se inician hacia 1980, fueron los países latinoamericanos los
primeros perjudicados. El brusco aumento de los tipos de interés decidido
unilateralmente por la Reserva Federal norteamericana en 1979 («Volcker
Shock») provocó un aumento exponencial del servicio de la deuda, la ma-
yoría pública. La ferviente actividad de los grandes bancos de gestión de
patrimonios en la organización del desvío de activos financieros —sobre
todo de procedencia legal, pero también ilegal y «alegal»— en manos de
las clases acaudaladas desde estos países y del resto del mundo hacia sus
propias plazas financieras, demuestra que no fueron solo las fuerzas del
mercado las que hicieron posible el drenaje masivo de activos desde el sur
al norte del planeta (Henry 1996).

 asilea I y II: de la supervisión externa a la (auto)supervisión


B
bancaria

No es casualidad, por tanto, que el primer intento serio de preservar el


bien público «estabilidad financiera», de hacer frente a los llamados ries-
gos sistémicos, procediera de aquellos países con sistemas financieros me-
nos líquidos e importantes (Sinn, 2010: 193ss). El detonante fue más bien
coyuntural: la quiebra del banco alemán Herstall en los años setenta. Este
acabó convirtiéndose, sin embargo, en un hecho trascendental, pues dejó en
evidencia que no existían mecanismos destinados a hacer frente a los ries-
gos asociados a los préstamos interbancarios transfronterizos, aquellos que
contraían los bancos de un país con bancos de otros países. A raíz de esta
crisis se inició un largo proceso de negociaciones que culminó con la firma
de los acuerdos de Basilea I en 1988, el año cero de la creación del AMLR
(ver BIS, 1988).

Los acuerdos de Basilea I se basan en un modelo de regulación en el que


el banco regulado y el organismo regulador permanecían separados. Obliga-
ba a los bancos de los países que ratificaran los acuerdos a fijar provisiones de
capital equivalente al ocho por ciento del valor de los créditos concedidos, y
después de realizar una valoración relativamente objetiva del riesgo asociado
a dichos crétidos, es decir, del grado de probabilidad de impago (el llamado
Cook Ratio o ratio BIS: Metzer, 2004). Dichos niveles de riesgo exigían una
evaluación diferenciada y relativamente compleja que, esto es fundamental,
debería ser realizada por actores externos al banco cuyos créditos pretendían
ser evaluados. Además, este sistema preveía que las normas reguladoras afec-
taran a todos los bancos activos internacionalmente independientemente del
país de origen de su casa matriz. Esto suavizaba la competencia financiera,
pues impedía que determinados países pudieran aplicar medidas menos res-
trictivas a sus propios bancos con el fin de mejorar su competititividad y a
costa de países con instituciones financieras más reguladas o con políticas
más prudentes en este sentido. Era la apuesta por una arquitectura financiera
—algo— más cooperativa en el plano internacional (Sinn 2010: 220).

279
Armando Fernández Steinko

A pesar de que fue un paso en la dirección correcta, Basilea I no pudo


evitar importantes crisis financieras en los llamados países emergentes de
Asia (crisis de 1997 y 1998), y sobre todo Argentina (2001). Y eso, a pesar
de que las extraordinarias dimensiones de la que sufrió Japón a principios
de los años noventa, tiene su explicación en la particular vulnerabilidad de
su sistema financiero debido precisamente a que su gobierno se había ne-
gado a aplicar las medidas propuestas por Basilea I. Resultó ser un marco
regulatorio insuficiente, además, porque el Banco Internacional de Pagos, al
igual que otros organismos de cooperación internacional, no tiene capacidad
para garantizar la aplicación efectiva de los acuerdos y algunos países im-
portantes ni siquiera los ratificaron. También se mencionaron razones técni-
cas como que se trataba de un sistema poco flexible que se adaptaba mal a la
enorme diversidad de bancos, riesgos y activos. O también, que se basaba en
una infravaloración de los riesgos asociados a los créditos a corto plazo que
fueron justamente los que provocaron la crisis asiáticas de los años noventa
(Vander Stichele 2005: 130). Pero la principal razón de las insuficiencias de
Basilea I es de naturaleza política:

Basilea I pretendía conseguir una mayor disciplina y transparencia


a los actores financieros (…) pero adolecía de una verdadera vo-
luntad política de reducir la especulación y controlar los flujos de
capital (Plihon, 2009, p. 257).

Esta falta de voluntad política y no tanto los problemas «técnicos»,


junto al momento histórico (implosión de los países del Este de Europa y
avance de las políticas desreguladoras en todo el mundo occidental), expli-
ca la incapacidad de Basilea I de marcar un antes y un después a pesar de
que contiene algunos avances valiosos. De hecho, poco tiempo de entrar en
vigor se produce todo lo contrario de lo que pretendían estos acuerdos, es
decir una radicalización de las políticas desreguladoras. A pesar de que los
acuerdos no tenían carácter vinculante, Basilea I no fue ratificado ni por
los Estados Unidos ni por Suiza, dos de los grandes ganadores del drenaje
de ahorro desde el Sur (preferentemente los países latinoamericanos) y del
Este (economías asiáticas emergentes) hacia el norte y el oeste del planeta.
Estos dos países tuvieron por aquellas mismas fechas un papel decisivo en
la definición de la doctrina de lucha contra el blanqueo. No puede ser ca-
sualidad y esto es lo que pretendemos explicar.
A partir de mediados de los años noventa, y sobre todo en 1999, año en
que se radicalizan los procesos de desregulación bancaria con la cancelación
de la Glass-Steagal en los Estados Unidos, arrecian las críticas contra Basilea
I. Sin embargo, no es la incapacidad de Basilea I de impedir las crisis finan-
cieras lo que fue puesto en el punto de mira, sino su excesivo «intervencio-
nismo» en la actividad bancaria internacional así como la «rigidez» de sus
mecanismos de regulación. Ese mismo año de 1999 se inician las negocaciones
de un nuevo marco regulador de la actividad bancaria transfronteriza. El re-
sultado son los acuerdos de Basilea II. Están basados en un sistema interno de

280
Blanqueo, narcotráfico y desregulación financiera

valoración de riesgos (internal ratings-based risk management approach) del


que no participan de ninguna forma los reguladores púbicos. La regulación de
la actividad bancaria recae ahora exclusivamente en las propias instituciones
financieras, que son las encargadas de valorar la exposición al riesgo de sus
propios activos. El regulador no examina directamente las carteras de activos
de los bancos, sino solo los procedimientos internos de control aplicados por
los propios bancos sobre sus propios activos. Además, Basilea II deja fuera
la regulación de las actividades de otros conglomerados financieros al menos
igual de importantes en ese momento como los fondos de pensiones: los hed-
ge fonds, que son los activos con diferencia más proclives a provocar acciones
especulativas como ya había quedado desmostrado a raíz de la quiebra del
Sistema Monetario Europea provocada por las actividades de estos fondos
que aprovecharon las medidas tomadas por el Bundesbank alemán destinadas
a financiar la precipitada unificación del país. Sin duda se trata de nuevo de
un guiño a los dos (o tres) países con más intereses en este tipo de productos:
Estados Unidos, Gran Bretaña y Suiza en cuyas plazas financieras se negocia
una buena parte de los mismos. A pesar de este guiño, y frente a la sorpresa
de la comunidad internacional, el acuerdo de Basilea II tampoco fue ratificado
por Estados Unidos a pesar de incluir formas blandas de (auto) regulación
financiera. El entonces viceministro alemán de Finanzas Jörg Asmussen, que
tuvo un papel muy activo en el fomento de la adquisición de productos fi-
nancieros tóxicos por parte de inversores alemanes, comentó las virtudes de la
nueva política desreguladora plasmada en Basilea II solo algunos unos meses
antes del desplome financiero generalizado:

Para muchas entidades de crédito, la exigencia de capital de sus


existencias de ABS (los productos financieros respaldados por
bienes inmobiliarios) disminuirá en función del riesgo y a estas
les resultará mucho más fácil adquirir ABS para diversificar sus
carteras de valores. Por parte del Ministerio Federal alemán de
Finanzas, en el proceso de aplicación de las normas para ABS
de Basilea II, se prestará atención sobre todo a que a las insti-
tuciones no les surjan requisitos de documentación y control
innecesarios cuando inviertan en productos ABS «corrientes»
con buena calificación (Informe interno publicado en Die Zeit,
14-1-2010).

Asmussen rompe aquí una lanza por la desregulación financiera inter-


pretándola como un lastre burocrático y una suma de «controles innece-
sarios» que frenan la expansión del sector financiero. Los actores, así el
mensaje, tienen capacidad para controlarse y regularse a sí mismos. De-
trás de este cambio de la política alemana en temas financieros se escon-
de un cambio profundo de toda su política económica: la apuesta por una
economía «financiarizada» para dejar atrás el tipo de modelo económico
asociado al «capitalismo renano», es decir, a la eficiencia productiva y al
mantenimiento de un contrato social entre capital y trabajo. Detrás de este
cambio se escondía el deseo de Berlín de convertir a Frankfurt del Meno en
una plaza financiera con capacidad de competir con Londres y Suiza (ver

281
Armando Fernández Steinko

Merki, 2005) para lo cual necesita impulsar el drenaje de activos desde el


resto del mundo hacia dicha plaza financiera. En realidad, la competición
de los gobiernos por captar activos financieros internacionales era general
en aquellos años previos a la crisis y explica la interminable sucesión de
medidas tendentes a desregular tanto el mercado financiero como también
el mercado inmobiliario.

 asilea II y la estrategia del GAFI de lucha contra contra


B
el blanqueo

El sistema de «diligencia debida» (due diligence), que tiene como objeti-


vo el que sean los propios bancos y otros sujetos obligados como notarios,
abogados etc, los que identifiquen posibles bolsas de economía criminal,
es idéntico al sistema de autovaloración de riesgos propio de Basilea II. En
realidad aquel, plasmado por primera vez en un documento del Banco In-
ternacional de Pagos de 1988 (Prevention of Criminal Use of The Banking
System for the Purpose of Money-Laundering: BIP 1988) es una anticipa-
ción del espíritu de Basilea II. En ambos se deposita en los sujetos obliga-
dos la responsabilidad en la detección del dinero de origen ilegal a través de
un sistema de notificaciones de sospecha. Lo único que acaban evaluando
los organismos reguladores externos e independientes, son las formas de
implementación interna de dichas medidas. El conflicto de intereses de-
rivado de esta fusión entre entidad controladora y entidad controlada, es
una de las causas principales del colapso del sistema financiero acaecido
en 2008, más concretamente entre las agencias de calificación y los bancos
de inversión en los que estas tenían fuertes intereses económicos (ver la
detallada reconstrucción de Schünemann en este libro). Es un modelo de
regulación laxo altamente problemático similar al propuesto por el AMLR
para detectar el dinero de origen criminal reducido, de facto, al dinero del
narcotráfico.
El sistema de valoración de riesgos (risk-based approach) —incor-
porado al AMLR ya hacia 1988: AFS— no es nuevo en el mundo
de las prácticas financieras. Ya funcionaba antes, por ejemplo en
relación con los acuerdos de Basilea II que también estaba basado
en una autoevaluación de riesgos realizada por parte de los pro-
pios bancos. En el caso de Basilea II esta forma de (auto) regu-
lación conduce a una mayor exposición y a una reducción de las
reservas que las sistemas basados en la fijación de un determinado
porcentaje de capital propio (De Goede, 2009, p. 196).

Las fechas son reveladoras. La creación del AMLR coincide en el tiem-


po con Basilea I que representa un intento de regulación de las actividades
financieras impulsado por los países de Europa continental pero que no ra-
tifican dos de los tres países con los mercados financieros más importantes.
Tanto el AMLR como Basilea II funcionan sobre la base de una lógica de
la autorregulación. Esta lógica es el principal argumento que han esgrimido

282
Blanqueo, narcotráfico y desregulación financiera

siempre los grandes consorcios financieros es su impugnación de los sucesi-


vos intentos de regulación del sistema financiero internacional. Su incorpo-
ración a los documentos fundacionales del AMLR convierte a este último
en una especie de anticipación de Basilea II acordado una década después,
ya en plena radicaliación de los procesos de desregulación financiera. Es
difícil no concluir lo siguiente en espera de un estudio más sistemático de
las actas de Basilea I y II: a.) Basilea I es un intento de hacer frente a los
deseos, en aquel momento —años ochenta— mayoritario de la comuni-
dad internacional de someter el sistema financiero a una mayor regulación,
b.) el AMLR —y el GAFI en particular— marca el inicio del intento de sus-
tituir esta forma de regulación por otra más suave y desnaturalizada basada
en mecanismos de autocontrol financiero; c.) los países más interesados en
impulsar la desregulación financiera —Estados Unidos y Gran Bretaña— se
muestran particularmente activos en la identificación de un peligro exógeno
al sistema financiero internacional: las «enormes finanzas» del narcotráfico y
del «crimen organizado» en general; d.) estos (nuevos) peligros tienen la ca-
pacidad de desviar la atención o el «radar criminológico» desde los peligros
más reales y conocidos provocados por la desregulación financiera a otros
no demostrados. El movimeinto del radar criminológico hacia este nuevo
«enemigo apropiado» (suitable enemy: Loïc Wacquant y Nils Christie) tiene
la ventaja de que genera un consenso internacional que no se da en el plano
financiero caracterizado por una lógica competitiva y de externalización de
peligros de unos países —los que tienen mercados financieros más líqui-
dos— a otros —los que generan ahorro—.

Esta adaptación de la realidad a unas determinadas necesidades de ges-


tión política y financiera impide, sin embargo, buscar y explorar aquellas
señales que verdaderamente ponían —y ponen— en peligro el bien público
«estabilidad del sistema financiero internacional». Por paradójico que parez-
ca: el AMLR, que recibió un empuje de legitimidad con los atentados del
11-S en un momento en el que estaba perdieron apoyos, es una avanzadilla
de los acuerdos de Basilea II aprobados catorce años después de la publi-
cación del documento «Prevention of Criminal Use of The Banking System
for the Purpose of Money-Laundering» en 1988. No contiene mecanismos
avanzados de regulación financiera sino todo lo contrario: forma parte de
los procesos de desregulación de los años 1990 y 2000 que condujeron al
colapso financiero de 2008 (De Goede, 2009: 196). Si fuera verdad esta hi-
pótesis, sería comprensible el insistente intento de encontrar (muy) grandes
cantidades de dinero de origen criminal procedente de actores exógenos al
sistema financiero internacional como los narcotraficantes. Pero también
son comprensibles los escasos esfuerzos realizados para explicar de forma
rigurosa el volumen real de los mercados mayoristas de drogas en el mundo.
Podría suceder que estas cantidades simplemente no fueran lo suficiente-
mente importantes como para poder depositar en ellas la explicación del
aumento de los riesgos financieros a partir de 1990, aumento que habría
obligado a reforzar las medidas reguladoras, es decir, a mantener Basilea I
antes que a desarrollar Basilea II.

283
Armando Fernández Steinko

Blanqueo de capitales y delito fiscal


El que los grandes narcotraficantes no generen un volumen dinero ile-
gal suficiente como para amenazar la estabilidad del sistema financiero in-
ternacional no quiere decir que no existan grandes bolsas de dinero fuera de
control que puedan llegar a hacerlo. Varias crisis anteriores a 2008 habían
venido demostrando que existía este peligro, aunque ninguna de ellas afecta-
ra a los países occidentales más desarrollados. El grueso de ese dinero “fuera
de control” procede de actividades legales y se alimenta de la reducción de
la presión fiscal sobre los secotres más acaudalados de la sociedad. Ahora
tienen fuertes incentivos para adquirir productos financieros de alto riesgo
pues se trata de un dinero que de todas formas habrían tenido que entregar a
sus respectivas haciendas en forma de impuestos (Bluestone/Harrison, 2001).
El primer gobierno de Margaret Thatcher decidió reducr los tipos máximos
a pagar por el uno por ciento más adinerado de la sociedad británica del
83% al 40% en una fecha tan temprana como 1980 (El País, 9-4-2013). Las
cantidades liberadas de la necesidad de tributar a hacienda en parte se canali-
zaron hacia la city y otras plazas financieras transformándolas en productos
de alto riesgo: se trata, en cualquier caso, de dinero legal, generado legal-
mente. Una segunda parte —aunque considerablemente menor— del dinero
que empezó a alimentar los mercados financieros más especultativos procede
de actividades ilegales, aunque no del narcotráfico, cuyos tenedores tienen
un comportamiento financiero sumamente conservador (empíricamente para
España, Fernández Steinko, 2012). Este dinero procede de la evasión fiscal y,
en mucho menos medida también, de los cohechos, sobre todo de aquellos
pagados por grandes empresas, gobiernos de países importantes y actores
privados a cambio de contratos comerciales y tecnológicos importantes (para
el caso BAE Systems, ver The Economist, 31 julio 2008). Aunque resulta pro-
blemático tratar el dinero procedente de la evasión fiscal —que incluye mo-
dalidades como la sobre— y la infrafacturación en el comercio internacional,
ver Baker, 2005, como si se tratara de dinero estrictamente ilegal, puesto que
la evasión fiscal no tiene la misma gravedad penal en todos los países. Suele
ser criminalizada en los países de origen, aquellos en los que se ha comentido
el delito contra sus respectivas haciendas públicas, pero no en aquellos otros
donde acude en busca de una colocación discreta y/o rentable. Los gobiernos
de los países receptores de ese dinero son mucho menos beligerantes en su
persecución, excepto cuando reciben presiones por parte de países influyen-
tes que intentan recuperar estas cantidades.
Los tres países con los mercados financieros más líquidos y que han
salido más beneficiados de las medidas liberalizadoras son, por este orden,
Gran Bretaña, Suiza y los Estados Unidos. Los tres son destinatarios netos
del drenaje de activos procedentes del delito fiscal cometidos en terceros
países pero que fluye hacia las plazas financieras bajo su soberanía. Esto
explica su reticencia a incluir la evasión fiscal en la lista de comportamientos
susceptibles de generar dinero ilegal y a que a dicho dinero se le apliquen
las medidas de represión del blanqueo de capitales (para Gran Bretaña, In-

284
Blanqueo, narcotráfico y desregulación financiera

forme Edwards, 1998: anexo A, cit en Levi y Reuter, 2006: 310). La situa-
ción de emergencia financiera creada tras la crisis de 2008 está obligando a
Gran Bretaña y a Estados Unidos a ser más intransigentes con este tipo de
prácticas porque afectan a su propia recaudación fiscal. La presión que ha
venido ejerciendo el gobierno de Obama sobre Suiza o las sucesivas filtra-
ciones —muchas pagadas por gobiernos— sobre grandes evasores fiscales
con cuentas secretas en Suiza son un buen ejemplo de ello.

Suiza y la gestión de grandes patrimonios

El caso de Suiza es clave y sumamente ilustrativo de esta dinámica


paradójica que afecta a la lucha contra las finanzas ilegales. Suiza se ha be-
neficiado del conflicto Este-Oeste. Dicho conflicto ha impedido la crimi-
nalización de muchas prácticas financieras irregulares que han alimentado
su plaza financiera con dinero ilegal procedente de los cuatro continentes.
La caída del Muro de Berlin provocó el inicio de numerosas investigacio-
nes patrimoniales de varios dictadores hasta entonces apoyados por países
occidentales, incluidas las finanzas vaticanas y las conexiones de la demo-
cracia cristiana italiana con la mafia, que también deberían leerse en clave
del conflicto Este-Oeste. La creación del AMLR fue una mala noticia para
este país y el gobierno federal ha retrasado todo lo que han podido su
implementación y dotación presupuestaria. Los intereses de los diez mil
abogados, notarios, aseguradores, asesores fiscales, gestores de patrimo-
nio, operadores de divisas y todo tipo de especialistas en productos finan-
cieros activos en el país, unidos a las organizaciones del sector bancario
y a los gobiernos de los estados federados, que tienen una gran capaci-
dad de presión sobre el Gobierno Federal lograron imponer un sistema
de autorregulación corporativa, que refleja de forma particularmente clara
el modo de funcionamiento del GAFI (Trepp, 2001: 12ss). El resultado
es una dotación presupuestaria y de personal mínima y territorialmente
fragmentada para luchar contra el blanqueo, sobre todo si se compara con
la extraordinaria densidad de actores financieros y sujetos obligados bien
organizados. Además, gobiernos regionales con intereses particulares con-
siguen, una y otra vez, desnaturalizar las medidas argumentando una so-
brerregulación del sector financiero y la posible competencia de la demás
plazas financieras europeas —sobre todo la de Londres—. El delito fiscal
y los delitos monetarios son considerados en Suiza simples faltas adminis-
trativas, con lo cual no son susceptibles de generar activos incriminables o
de legitimar la supresión del secreto bancario. El objetivo de dicho secreto
bancario, así argumentan los gobiernos suizos una y otra vez, es mantener
el anonimato no de los titulares de dinero procede del narcotráfico, sino
de otros comportamientos entre los que se cuenta el delito fiscal que no es
considerado un delito penal (Müller, 2008).
Aquí aparece la funcionalidad del discurso de las «grandes finanzas del
narcotráfico», un delito, el del narcotráfico, que Suiza ha decidido no mini-

285
Armando Fernández Steinko

mizar frente a su opinión pública debido a la epidemia de heroína que sufrió


el país en los años 1980, y que afectó a sus jóvenes de clase media. Junto con
Gran Bretaña, otro de los países más activos en el diseño y la ejecución de
la estrategia del GAFI, ha juzgado un número particularmente elevado de
casos de blanqueo en relación a su población (uno cada 101 habitantes frente
a uno cada ciento cuarenta de los Países Bajos o uno cada ciento treinta en
Italia, por ejemplo: calculado a partir de Kilchling, 2002: 440). Pero los gran-
des esfuerzos por aparecer como alumno aventajado en la lucha internacio-
nal contra el blanqueo procedente específicamente del narcotráfico adquiere
su verdadero sentido a partir de los argumentos expuestos arriba. Tras la
caída del Muro de Berlín el país tuvo que aceptar la creación del AMLR y
también las críticas generalizadas a su secreto bancario. Su respuesta fue una
criminalización particularmente activa del dinero procedente de los delitos
menos comprometedores para sus finanzas con el fin de suavizar la presión
de la diplomacia internacional. El coste de esta estrategia es menor, pues las
cifras reales del narcotráfico son mucho menos importantes de las preten-
didas, lo cual, unido al carácter fuertemente autorregulado de los procedi-
mientos de lucha contra el blanqueo, reduce su impacto financiero y político
mientras aleja los focos de la lucha antiblanqueo de la zona hipersensible de
los delitos fiscales y monetarios (huida ilegal de capitales) perpetrados en
el resto del mundo, dos delitos que apuntalan la competitividad y la liqui-
dez del sistema financiero suizo (Helleiner, 1997, Trepp, 2001). Los gremios
profesionales y la banca del país argumentan, además, que la inclusión de
ambos delitos —el fiscal y el monetario— dentro de la estrategia oficial de
lucha contra el blanqueo representa una competencia financiera encubier-
ta por parte del resto de los países de la OCDE (Trepp, 2001: 6). En este
contexto no parece descabellado considerar la intensificación de la lucha
contra el dinero del narcotráfico como un intento de sembrar pistas falsas
destinadas a alejar el foco de la opinión pública internacional hacia zonas
económicamente menos comprometidas para los intereses de las institucio-
nes financieras suizas (Fernández Steinko, 2008). Hay que tener en cuenta
que Suiza es el mayor gestor de grandes patrimonios líquidos del mundo
mantenidos en jurisdicciones off shore: más de un tercio del total mundial
que hacia el año 2006 ascendía a doce billones de dólares (Merki ed., 2005:
127ss). Una parte importante de este patrimonio es ilegítimo, es decir, pro-
cede de la evasión fiscal, la huída de capitales y, aunque en menor medida,
también de la gran corrupción practicada en todo el mundo (Henry, 2012,
Baker, 2003, Kapoor, 2007, y Murphy, 2011).

Gran Bretaña, Estados Unidos y la presión fiscal

Argumentos similares son válidos para Gran Bretaña y los Estados Uni-
dos aunque por razones en parte distintas. Se trata de países con poblacio-
nes muy numersosas y necesidades mucho más importantes de financiación.
La particular dependencia que tienen los Estados Unidos del drenaje hacia
su jurisdicción de activos procedentes del ahorro generado en el resto del

286
Blanqueo, narcotráfico y desregulación financiera

mundo, se deriva de su necesidad de reducir unos déficits cronificados desde


principios de los años ochenta con el fin de evitar una caída descontrolada
de la cotización del dólar (ver arriba). En el caso de Gran Bretaña, el argu-
mento principal es el enorme peso de la city dentro de su economía tras el
declive de su hegemonía industrial. La plaza financiera de Londres no solo
da empleo a más del 10 por ciento de la población activa británica, sino que
además tiene una posición única en la geografía de los flujos financieros
internacionales. Londres es el principal mercado para la colocación de ac-
tivos procedentes de grandes patrimonios que previamente han encontrado
refugio en bancos suizos y en fundaciones de su vecino Liechtenstein, pero
que buscan inversiones financieras rentables, muchas de ellas de alto riesgo
como fondos hedge que son negociados en su mayor parte en dicha plaza
(Merki ed., 2005).

A esto hay que añadirle otro argumento de tipo estrictamente fiscal. Los
Estados Unidos y Suiza, y en menor medida también Gran Bretaña, son paí-
ses con economías sumergidas comparativamente menos importantes (ocho
por ciento, nueve por ciento y doce por ciento de su PIB respectivamente:
Schneider, 2005, tabla 2). La razón es que su esfuerzo fiscal (ratio entre la
presión fiscal y el PIB per cápita) es también comparativamente bajo (27 por
ciento, 29 por ciento y 39 por ciento respectivamente frente al 41 por ciento
de Alemania, al 45 por ciento de Francia o al 48 por ciento de Suecia). Sus
sistemas de bienestar están menos desarrollados, lo cual reduce el esfuerzo
fiscal que tienen que hacer sus gobiernos para hacer frente a los compro-
misos con sus ciudadanos. En consecuencia, y aun cuando su sangría fiscal
pueda llegar a ser importante en términos absolutos debido a las importantes
dimensiones de sus economías, esta lo es dos o tres veces menos en términos
relativos que la de los otros países occidentales con sistemas impositivos
más progresivos. Son países que pierden menos impuestos pero que se be-
nefician de una parte signficativa de la pérdida de recursos fiscales que han
sufrido otros países, pues una parte de dichos recursos fluyen a sus plazas
financieras que albergan activos atractivos para defraudadores no residentes
(plazas off shore). Así, los Estados Unidos «solo» pierden anualmente el 2,3
por ciento de su PIB por la vía de la evasión fiscal (337 mil millones de dó-
lares), el mismo porcentaje que Suiza (13 mil millones de dólares) mientras
que Gran Bretaña pierde algo más: el 4,9 por ciento (109 mil millones de
dólares). Por contraste, los 36 países de Europa pierden anualmente más del
8% de su PIB por término medio por este concepto (1,5 billones de dólares)
destacando los países del este con Rusia a la cabeza (15 por ciento del PIB),
así como los países con graves problemas de financiación en la actualidad:
Italia (11,6 por ciento), Grecia (9,6 por ciento), Portugal (8,6 por ciento) y
España (7,6 por ciento) que pierde anualmente 107 mil millones de dóla-
res. El continente más castigado por esta pérdida es Sudamérica, que sufre
anualmente una huida de capitales y una evasión fiscal endémicas: del diez
por ciento de su PIB equivalente a 376.000 millones de euros. Una parte
de este dinero se transforma en bienes de consumo corriente y suntuario,
pero otra, aquella procedente de la evasión fiscal de los grandes patrimonios,

287
Armando Fernández Steinko

abandona el país en operaciones de huida de capitales acabando en las plazas


financieras e inmobiliarias más rentables de los países del norte (Murphy,
2011, Schneider, 2006, 2013 y cálculos propios).

El grueso de los casi tres billones de dólares que todos los Estados del
mundo pierden anualmente como consecuencia de los delitos contra la ha-
cienda pública —casi un billón menos si descontamos el dinero que pierden
los estados norteamericano, británico y suizo— se queda en sus países de
origen, es decir, acaba transformándose en consumo corriente y/o suntuario
de los defraudadores y evasores fiscales. Esto genera un floreciente mercado
de bienes de consumo suntuario del que salen beneficiadas sus fabricantes,
prácticamente todos situados en el norte del planeta. Pero una parte no des-
preciable de este dinero, que aumenta a medida en que se eleva la extrac-
ción social del evasor, fluye hacia los centros financieros de estos tres países.
Cuanto más sofisticadas las técnicas utilizadas por los asesores financieros
contratados por los evasores y cuantos más débiles los sistemas estatales de
lucha contra el fraude y la evasión de capitales, más elevadas son las cantida-
des que acaban saliendo del país hacia los bancos especializados en la gestión
de activos procedentes de estas conductas. Estos bancos transforman parte
de este dinero en productos financieros de alto riesgo que son los más lucra-
tivos y también los que más peligro generan para la estabilidad del sistema
financiero internacional debido a su comportamiento especulativo (para el
caso del banco suizo UBS, ver The Economist, 24-4-2008). Se trata de un
dinero que hace aumentar el pasivo de los bancos en los que ha encontrado
refugio mejorando la situación financiera de las empresas que ahora pue-
den solicitar créditos a un menor tipo de interés, pero también de los esta-
dos receptores, que consiguen reducir el coste de su propio endeudamiento
público. Son países que, aun cuando también sufren las consecuencias del
delito fiscal y lo combaten activamente en sus territorios, son beneficiarios
netos de su comisión en el resto de los países del mundo y su drenaje hacia
sus propias jurisdicciones. Es comprensible que no estén interesados en de-
sarrollar una lucha contra todo el dinero ilegal, sino solo contra una parte
del mismo.

Conclusiones
En la primera parte de este trabajo hemos intentado demostrar, que los
intentos de cuantificar el volumen económico del narcotráfico no han trans-
currido por los cauces que debe seguir la ciencia para abordar el estudio de
un fenómeno desconocido y complejo. El estudio detallado de dicho proceso
demuestra que las hipótesis iniciales han sido formuladas al margen de la
realidad empírica. Esto no es el auténtico problema, pues todo conocimiento
nuevo tiene que partir de hipótesis de trabajo (aún) no contrastadas. Lo lla-
mativo es la resistencia que muestran los autores de los sucesivos documen-
tos, artículos y libros científicos, así como los juristas y los responsables po-
líticos que manejan estos datos, a tratarlos con prudencia y a crear marcos de

288
Blanqueo, narcotráfico y desregulación financiera

discusión que haga posible la contrastación empírica de dichas hipótesis. Las


que son citadas muchas veces como fuentes primarias —por ejemplo los do-
cumentos de Naciones Unidas— no son sino reelaboraciones de los mismos
datos basados en las mismas fuentes, en meras hipótesis y «aseveraciones
informales» que, al final, se remontan en gran medida a unas cuantas fuentes
oficiales o a una serie de «indicios» altamente contestados por la comunidad
científica internacional. El resultado es la multiplicación de contradicciones
entre la debilidad de las metodologías utilizadas, y la certeza con la que se
presentan los resultados obtenidos con dichas metodologías. Estas certezas
invitan a la aplicación de medidas contundentes de lucha contra el blanqueo,
medidas que no pueden llegar a ser demasiado efectivas. No se aprecia a lo
largo de un cuarto de siglo una trayectoria de avance, aunque sea peque-
ño, en el esclarecimiento del fenómeno de las finanzas del narcotráfico con
la excepción de algunos de los intentos hechos por Naciones Unidos (por
ejemplo intentando aplicar nuevas metodologías, explorando nuevas fuentes
o nuevas formas de abordar el problema estadístico). Los argumentos ideoló-
gicos y políticos parecen tan densos y estables que no permiten que se filtre
la luz del conocimiento empírico, por muy tenue y parcial que esta sea.

En la segunda parte hemos intentado explicar las posibles razones que


puedan explicar esta situación. El AMLR se basa en la definición de una
amenaza exógena que se cierne —presuntamente— sobre el sistema finan-
ciero internacional: las grandes financias del narcotráfico que buscan ser
blanqueadas. La demostración más clara de que la amenaza que se cernía
sobre el sistema financiero no era exógena, sino endógena, es la propia crisis
financiera de 2008, que, a diferencia de las anteriores, esta vez ha afectado a
los países nucleares del sistema financiero internacional. Dicha crisis tiene su
origen en los procesos de desregulación —o mejor: de «re-regulación com-
petitiva»— de los mercados financieros internacionales a lo largo de las dos
décadas precedentes. Los países más activos en diseñar y lanzar el AMLR
—Estados Unidos, Gran Bretaña y Suiza—, son los que disponen de los
mercados financieros más líquidos del planeta y los más beneficiados de la
liberalización de los flujos de capitales. Son países mucho menos afectados
por la pérdida de recursos fiscales que sufren tanto los países del sur, como
también aquellos países del norte con sistemas de bienestar más desarrolla-
dos y sistemas de recaudación más débiles o peor dotados. La reducción
del dinero ilegal a aquella parte del mismo procedente de los delitos de cue-
llo azul —preferentemente narcotráfico—, la no criminalización del dinero
procedente del delito fiscal y la construcción de un «enemigo apropiado» en
torno al primero, tienen ventajas importantes para los países más competi-
tivos en el plano financiero, pues permite no abordar la principal fuente de
dinero ilegal en el mundo que, en buena medida, redunda en su beneficio.
Esto no quiere decir que todo el problema de las finanzas del narcotráfico
deba ser interpretado en esta clave: las políticas de seguridad posteriores a
la implosión de la Unión Soviética, el problema de la insurgencia latinoa-
mericana o el rápido aumento del consumo de drogas ilegales en los países
anglosajones y Suiza también son variables importantes. Sin embargo, nin-

289
Armando Fernández Steinko

guna de estos problemas explica por sí mísmo la naturaleza del AMLR que,
no por casualidad, se inscribe en una lógica desreguladoras similar a la que
subyace a la transición de Basilea I a Basilea II. La situación de emergencia
financiera creada tras los rescates bancarios, y que ha hecho aumentar el
déficit público en la mayoría de los países occidentales, podría marcar un
antes y un después en el discurso sobre blanqueo pues obligaría a hacer una
lectura más realista y completa del fenómeno de las finanzas ilegales. Los
comportamientos delictivos como la evasión fiscal o la huida de capitales,
tienen que ocupar un lugar mucho más nítido en el nuevo cuadro de dichas
finanzas si se pretende que puedan ser abordadas y perseguidas de forma
eficiente y multilateral. Es difícil que esto ocurra si no aumenta el grado de
cooperación financiera internacional.

290
Bibliografía de la segunda parte

Aas, K. F. (2007). Globalization & Crime. Londres: Sage


AAW (Arbeitsgruppe Alternative Wirtschaftspolitik) (2012). Memorandum 2011.
Colonia: Papy Rossa.
Abel Souto, M. y N. Sánchez Stewart (coords.) (2011). II Congreso sobre prevención
y represión del blanqueo de dinero. Valencia: Tirant lo Blanch.
Adler, P. A. (1993). Wheeling and Dealing. An Ethnography of an Upper-level
Drug Dealingand Smuggling Community. Nueva York: Columbia University
Press.
Albini, J. L. (1971). The American Mafia. Genesis of a Legend. Nueva York: Apple-
ton Century Crofts.
Alexander, S. (1988). The Pizza Connection: Lawyers, Money, Drugs, Mafia. Nueva
York: Weidenfeld & Nicolson.
Alianza Ramírez Monagas, B. (2005). El Estado paralelo. Sólo negocios. Caracas:
Bid&Co editor.
Álvarez Sala-Walter, J. (2003): «El blanqueo de capitales y las profesiones jurídicas».
En: Actualidad Penal (32). Ensayos de actualidad. Revista pública (en línea).
http:/www.sepblac.es/espanol/informes_y_publicaciones.
Arlacchi, P. (1983). Mafia Business. The Mafia Ethic and the Spirit of Capitalism.
Oxford: Oxford University Press.
—  (1988) «Saggio sui mercati illegali». Rassegna Italiana di Sociologia (XXIX) 3:
403-436.
— (1992). Men of Dishonor. Inside the Sicilian mafia: An Account of Antonino Cal-
derone. Nueva York: William Morrow.
— y R. Lewis (1990). Imprenditorialità illecita e droga. Il mercato dell’eroina a
Verona. Bologna: Il Mulino.
Assassi, L.; A. Desvetailova y D. Wigan (2007). Global Finance in the New Century:
beyond deregulation. Londres: Palcram Mac Millan.
Ávila Solana, E. (2001). «Las tipologías del blanqueo en España (II): casos prácticos
específicos del blanqueo». En: Zaragoza Aguado, J. (dir.). Prevención y represión
del blanqueo de capitales. Madrid: Consejo General del Poder Judicial.
Baker, R. (2005). Capitalism’s Achilles Heel: Dirty Money and How to Renew the
Free-Market System. New Jersey: Hoboken.

291
Bibliografía de la segunda parte

Becchi, A. (1996). «Italy “Mafia-Dominated Drug Market?”». En: N. Dorn; J.


Jepsen, y E. Savona (eds.). European Drug Policies and Enforcement. Londres:
Macmillan: 119-130.
Biersteker, T. J. (2004). «Couter-Terrorist Measures Undertaken Under UN Secu-
rity Council Auspices». En: A. J. K. Bailes e I. Frommelt (eds.). Business and
Security. Public-Private Relationships in a New Security Environment. Oxford:
Oxford University Press.
BIS (Banco de Pagos Internacionales) (2008). Prevention of Criminal Use of The
Banking System for the Purpose of Money-Laundering. Basilea.
Blok, A. (1988). The Mafia of a Sicilian Village, 1860-1960: a Study of Violent Pea-
sant Entrepreneurs. Nueva York; Oxford: Polity Press.
Block, A. and W.J. Chambliss (1981): Organizing Crime. Nueva York; Oxford: El-
sevier.
Bluestone, B. y B. Harrison (2001). Prosperidad. Por un crecimiento con equidad en
el siglo xxi. México: FCE.
Bongard, K. (2001). Wirtschaftsfaktor Geldwäsche. Analysen und Bekämpfung.
Wiesbaden: Deutscher Universitäts-Verlag.
Capeci, Jerry y Gene Mustain (1996). Gotti, Rise and Fall. Nueva York: Onyx Books.
Carlin, J. (2010). «La edad del miedo». El País (20-3-2010) (en línea). http://www.
elpais.com/articulo/opinion/edad/miedo/elpepiopi/20100322elpepiopi_13/Tes
Cartier-Bresson, J. (2002). «Comptes et mécomptes de la mondialisation du crime».
En: L’ Économie Politique, 15: 22-37.
Cassese, A. (1984). Il diritto internazionale nel mondo contemporaneo. Bologna: Il
Mulino.
Castells, M. (1997). La era de la información. Economía, sociedad y cultura. Vol. 3
(Fin de Milenio). Madrid.
Catanzaro, R. (1992). Men of Respect. A Social History of the Sicilian Mafia. Nueva
York: The Free Press.
—  (1998). «Il governo violento del mercato. Mafia, imprese e sistema politico». Sta-
to e Mercato 1988 (23 agosto): 177-211.
—  (1991). Il delitto come impresa. Storia sociale della mafia. Milano: Rizzoli (inglés: Men
of Respect. A Social History of the Sicilian Mafia. Nueva York: The Free Press).
Cazzola, F. (1992). L’Italia del pizzo. Fenomenologia della tangente quotidiana. To-
rino: Einaudi.
Centorrino, M. (1986). L’economia mafiosa. Soveria Mannelli: Rubbettino.
—  (1989). «La mafia come impresa». Politica ed economia, 9: 45-47.
Chandler, A. D. (1978). The Visible Hand: The Managerial Revolution in American
Business. Cambridge (Mass): Belknap Press.
—  (1991). The Essential Alfred Chandler: Essays toward a Historical Theory of Big
Business with an introd. by T.K. McCraw. Boston: Harvard Business School Press.
Chandler, Billy Jaynes (1988). King of the Mountain. Chicago: Northern Illinois
University Press.

292
Bibliografía de la segunda parte

Chesneaux, J. (1971). Secret Societies in China in the 19th and 20th Century. Lon-
dres: Heinemann.
Chin, K. L. (1990). Chinese Subculture and Criminality. Westport: Greenwood.
— (1996). Chinatowns Gangs. Extortion Enterprise, and Ethnicity. Nueva York:
Oxford, University Press.
— (1999). Smuggled Chinese: Clandestine Immigration to the United State. Phila-
delphia: Temple University Press.
Choclán Montalvo, J. A. (2007). «¿Puede ser el delito fiscal delito precedente del
delito de blanqueo de capitales?». En: Boletín del Ilustre Colegio de Abogados
de Madrid, 37 (3.º época).
Christie, N. (1986). «Suitable Enemy». En: Bianchi van Swaaningen (ed.): Abolitio-
nism: Towards a Non-reppresive Approach to Crime. Amsterdam: Free Univer-
sity Press.
Ciconte, E. (1992). ’Ndrangheta dall’Unità ad oggi. Bari: Laterza.
Clawson, M. A. (1989). Constructing Brotherhood. Class, Gender and Fraternalism.
Princeton: Princeton University Press.
Cohen, A. (1977). «The Concept of Criminal Organisation». British Journal of Cri-
minology, 17 (2): 97-111.
Comisión Europea (2009). A Report on Global Illicit Drug Markets 1998-2007. Paí-
ses Bajos: Comisión Europea.
Constantine, T. A. (1998). «International Organized Crime Syndicates and their
Impact on the United States», Congressional Testimony before the Senate Fore-
ign Relations Committee, 26 February 1998.
Couvrat, J. F. y N. Pless (1988). La face cachée de l’économie mondiale. Paris: Ha-
tier. (citado a partir de la vesión alemana publicada en Westfälisches Dampf-
boot, Münster 1993).
CPM (Commissione Parlamentare d’inchiesta sul fenomeno della mafia e sulle altre
associazioni similari) (1992). Relazione Annuale, doc. XXIII, n. 47, X legisla-
tura.
— (1992b). Audizione del collaboratore di giustizia Antonino Calderone, XI legis-
latura, 11 novembre.
— (1992c). Audizione del collaboratore di giustizia Tommaso Buscetta, XI legisla-
tura, 16 novembre.
— (1992d). Audizione del collaboratore di giustizia Leonardo Messina, XI legisla-
tura, 4 dicembre.
Cressey, D. (1967). «Methodological Problems in the Study of Organized Crime as
a Social Problem». Annals, 374: 101-112.
— (1969). Theft of the Nation. Nueva York: Harper and Row.
Davis, John H. (1994). Mafia Dynasty. Nueva York: Harper Paperbacks.
Díaz Colorado, F. (2002). «El crimen organizado». En: Psicologia Cientifica.com
4(6) (en línea). (http://www.psicologiacientifica.com/el-crimen-organizado/).

293
Bibliografía de la segunda parte

Díez Nicolás, Juan (2010). «Poder político y poder financiero». En: ABC (30-8-2010).
— (2011). La Seguridad Subjetiva en España: Construcción de un índice sintético de
seguridad subjetiva. Madrid: Ministerio de Defensa.
—  y Juan Díez Medrano (2000). «A European Internal and Security Policy: Freedom
of Movement for Whom?». En: Max Haller (ed.). The Role of the Social Sciences in
the Making of the European Union. Berlin-Heidelberg; Nueva York: Springer Verlag
(Series: European and Transatlantic Studies) J. Von Hagen and Paul J. J. Welfens.
Dörmann, U. et al. (1990). Organisierte Kriminalität - wie groß ist die Gefahr? Ex-
pertenbefragung zur Entwicklung der Organisierten Kriminalität in der Bun-
desrepublik Deutschland vor dem Hintergrund des zusammenwachsenden Eu-
ropa. Wiesbaden: Bundeskriminalamt.
Dunn, G. (1997). «Major Mafia Gangs in Russia». En: P. Williams (ed.). Russian
Organized Crime. The New Threat?. Londres: Frank Cass: 63-88.
Durkheim, E. (1964). The Division of Labor in Society. Nueva York: The Free Press.
Duyne, P. v., y M. Levi (2005). Drugs and Money. Managing the drug trade and
crime - money in Europe. Londres: Routledge.
Edwards, A. y P. Gill (2003). Transnational Organized Crime: Perspectives on Glo-
bal Security. Londres: Routledge.
Eisenstadt, S. N. (1956). «Ritualized Personal Relations. Blood Brotherhood, Com-
padre, etc.: Some Comparative Hypotheses and Suggestions». Man, 96: 90-95.
Eisenstadt, S. N. y L. Roniger (1984). Patrons, Clients and Friends. Interpersonal
Relations and the Structure of Trust in Society. Cambridge: Cambridge Univer-
sity Press
—  (1980). «Patron-Client Relationship as a Model of Structuring Social Exchange»,
Society for Comparative Study of Society and History: 42-77.
Elliott, M. y W. Douglas (1993). «Global mafia». En: Newsweek 13 de diciembre 1993.
EU Council (1997). «Action Plan to Combat Organized Crime», adopted by the
Council on 28 April, Official Journal of the European Communities 15-8-1997
(C 251): pp. 1-16.
—  (1998). «Joint action of 21 December 1998 adopted by the Council on the basis of
Article K.3 of the Treaty on European Union, on making it a criminal offence to
participate in criminal organisation in the Member States of the European Union»,
Official Journal of the European Communities, 29-12-1998 (L 351): 1-3.
Evans, Peter (2004). Nemesis, The True Story. Nueva York: Harper Collins Books.
Evans, T. (2009a). «Money and Finance Today». En: J. Grahl. Global Finance and
Social Europe. Chelterham: Edward Elgar: 1-28.
—  (2009b). «International finance». En: J. Grahl. Global Finance and Social Europe.
Chelterham: Edward Elgar: 29-52.
Falcone, G., en cooperación con Marcelle Padovani (1991). Cose di Cosa Nostra.
Milano: Rizzoli.
FATF: (Financial Action Task Force on Money Laundering) (1990). Report, Paris
(en línea) en http://www.fatf-gafi.org/media/fatf/documents/reports/ 1990%20
1991%20ENG.pdf

294
Bibliografía de la segunda parte

Fernández Steinko, A. (2008). Las pistas falsas del crimen organizado. Madrid: La
Catarata.
—  (2012). «Financial channels of money laundering in Spain». En: British Journal
of Criminology, (52) 2: 953-973.
Fijnaut, C. (1997). «Organisierte Kriminalität in Nordwesteuropa». En: U. Sieber
(ed.). Internationale organisierte Kriminalität: Herausforderungen und Lösun-
gen für ein Europa offener Grenzen. Colonia: Heymann: 3-42.
Finkelstein, Monte S. (1998). Separatism, the Allies and the Mafia: The Struggle for
Sicilian Independence 1943-1948. Bethlehem: Lehigh University Press.
Francesco Romano, S. (1970). Historia de la Mafia. Madrid: Alianza Editorial. (La
edición original de Milán: Sugar Editore).
Fuentes González, G. (2001). «El proceso económico del tráfico de drogas». En:
Zaragoza Aguado, J. (dir.). Prevención y represión del blanqueo de capitales.
Madrid: Consejo General del Poder Judicial.
GAFI (2003). «Las cuarenta recomendaciones del GAFI» (en línea) http://www.
uiaf.gov.co//recursos_user///documentos/normatividad/40_recomendaciones_
gafi.pdf
Galeotti, M. (2004). Introduction: Global Crime Today. Londres: Routledge.
Gambetta, D. (1993). The Sicilian Mafia. The Business of Private Protection. Cam-
bridge (Mass); Londres: Harvard University Press.
Goede, M. de (2007). «Financial Regulation and the War on Terror». En: L. Assassi;
D. Wigan y A. Nesvetailova (eds.). Global Finance in the New Century. Beyond
Deregulation. Nueva York: Palgrave.
Goffman, E. (1961). Asylums. Nueva York: Anchor Doubleday.
Gómez Borrero, Paloma (2013). De Benedicto a Francisco. Madrid: Planeta.
Gowan, P. (2000). La apuesta por la globalización. Madrid: Akal.
Hagan, F. (1983). «The Organized Crime Continuum: a Further Specification of a
New Conceptual Model». Criminal Justice Review Spring, (8): 52-57.
Haller, M. (1970). «Urban Crime and Criminal Justice: the Chicago Case». Journal
of American History, (57): 619-35.
—  (1990). «Illegal Enterprise: a Theoretical and Historical Interpretation». Crimi-
nology, (28): 2, pp. 207-235.
Hawkins, G. (1969). «God and the Mafia». Public Interest Winter, (14): 24-51.
Helleiner, E. (1999). «State Power and the Regulation of Illicit Activity in Global
Finance». En: R. H. Friman, y P. Andreas (1999). (eds.). The Illicit Global
Economy and State Power. Nueva York y Oxford: Rowman & Littlefield Pu-
blicares: 53-90.
Henry, J. S. (1996). Banqueros y lavadolares. Bogotá: Tercer Mundo Editores.
Hernández Vigueras, J. (2013). Los lobbies financieros, tentáculos del poder. Madrid:
Clave Intelectual.
Hess, H. (1973). Mafia and Mafiosi. The Structure of Power. Westmead: Saxon
House.

295
Bibliografía de la segunda parte

Hill, Henry as told to Gus Russo (2004). Gangsters and Goodfellas: The Mob, Wit-
ness Protection, and Life on the Run. Nueva York: M. Evans and Company Inc.
Hobbs, D. (1988). «Professional and Organized Crime in Britain». En: M. Maguire;
R. Morgan y R. Reiner (eds.). The Oxford Handbook of Criminology. Oxford:
Clarendon: 441-468.
Huff, R. C. (ed.) (1990). Gangs in America. Newbury Park: Sage.
Huffschmidt, J. (1999). Politische Ökonomie der Finanzmärkte. Hamburgo: VSA Verlag.
Innerarity, D.: «Gobernar el riesgo». El País (7-5-2010) (en línea) http://www.elpais.
com/articulo/opinion/Gobernar/riesgo/elpepiopi/20100507elpepiopi_4/Tes
Ishino, I. (1953). «The Oyabun-Kobun: A Japanese Ritual Kinship Institution»,
American Anthropologist, (55): 695-707.
Japan Embassy in Rome (1993). Datos proporcionados por el ministerio italiano de
Interior. Manuscrito no publicado.
Kahn, J. «Fifteen Countries Named as Potential Money-Laundering Havens». En:
Nueva York Times (23-6-1996).
Kaplan, D. E. y A. Dubro Yakuza (1987). The Explosive Account of Japan’s Crimi-
nal Underworld. Londres: Futura.
Kerner, H. J. (1973). Professionelles und Organisiertes Verbrechen. Versuch einer
Bestandsaufnahme und Bericht über neuere Entwicklungstendenzen in der Bun-
desrepublik Deutschland und in der Niederlanden. Wiesbaden: BKA.
Kerner, H. J. y J. A. Mack (1975). The Crime Industry Lexington. Lexington: Lex-
ington Books.
Kilchling, M. (ed.) (2002). Die Praxis der Gewinnabschöpfung in Europa. Eine ver-
gleichende Evaluationsstudie zur Gewinnabschöpfung in Fällen von Geldwäsche
und anderen Formen Organisierter Kriminalität. Friburgo: Max-Planck Institut
für ausländisches und internationales Recht.
Kopp, P. (2003). Les délinquances économiques et financières transnationales.
Analysis de l’action menée par les institutions internationales spécialisées dans
la prévention et la répression des DEFT. Paris: Institute des hautes études de la
sécurité intérieure.
Korf, D. J. y M. de Kort (1990). Drugshandel en drugsbestrijding. Amsterdam: Cri-
minologisches Institut «Bonger» de la Universidad de Amsterdam.
Krauthausen, C. y L. F. Sarmiento (1991). Cocaina & Co. Un Mercado Ilegal por
Dentro. Bogotá: Tercer Mundo Editores.
Labrousse, A. (1998). «L’approvisionnemente des marchés des drogues dans l’espace
Schengen». Lescahiers de la sécurité intérieure - Drogue. Paris: Institut des hau-
tes études de la sécurité intérieure, 32 (2): 85-101.
Lacey, R. (1991). Little Man: Meyer Lansky and the Gangster Life. Londres: Ran-
dom Century.
Lane, F. C. (1966). Venice and Its History, The Collected Papers of F.C. Lane. Bal-
timore: The John Hopkins Press.
Lestingi, F. (1884). «L’associazione della Fratellanza nella provincia di Girgenti». Ar-
chivio di Psichiatria, Antropologia Criminale e Scienze Penali, (V): 452-463.

296
Bibliografía de la segunda parte

Levi, M. (2003). «Following the Criminal and Terrorist Money Trails». En: P. v.
Duyne, et al. (eds.). Criminal Finances and Organising Crime in Europe. Nij-
megen: Wolf Legal Publishers.
—  (2007). «Pecunia Non Olet? The Control of Money-laundering Revisited». En:
E. Bovenkerk y M. Levi. The control of money-laundering revisited. Nueva
York: Springer: 161-182.
—  y P. Reuter (2006). «Money Laundering». En: M. Tonry (ed.). Crime and Justi-
ce: A Review of Research. Chicago: Univesity Press.
Lewis, R. (1994). «Flexible hierarchies and dynamic disorders». En: J. Strang y M.
Gossop (eds.). Heroin Addiction and Drug Policy. The British System Oxford:
Oxford University Press: 42-54.
Light, I. (1977). «The Ethnic Vice Industry, 1880-1944». American Sociological Re-
view June, (42): 464-479.
Llorente, M. A. y J. R. Capella (2009). El crack del año ocho. Madrid: Trotta.
Luhmann, N. (1979). Trust and Power. Chichester: Wiley & Sons.
Lupo, S. (1993). Storia della mafia dalle origini ai giorni nostri. Roma: Donzelli.
— (1988). «“Il tenebroso sodalizio”. Un rapporto sulla mafia palermitana di fine
Ottocento». Studi storici, (29) 2: 463-489.
Mackenzie, Norman (1973). Sociedades Secretas. Madrid: Alianza Editorial. (La edi-
ción original en inglés fue publicada por London: Aldus Books Ltd., 1967).
Maguire, K. (1993). «Fraud, Extortion and Racketeering. The Black Economy in
Northern Ireland». Crime, Law and Social Change, (20): 273-292.
Maillar, J. de (1998). Un monde sans lois. Paris: Stock.
Maltz, M. D. (1976). «On Defining Organized Crime: the Development of a Defi-
nition and Typology». Crime and Delinquency, (3): 338-346.
Marino, Giuseppe Carlo (2002). Historia de la Mafia: Un poder en las sombras.
Barcelona: Javier Vergara Editor. (La edición original fue editada en italiano por
Newton and Compton Editori s.r.l. en 1998).
— (2004). Los Padrinos: y las nefastas virtudes del puro poder. Barcelona: Javier
Vergara Editor. (La edición original fue editada en italiano por Newton and
Compton Editori s.r.l. en 2001).
Martínez Estevez, A. (2000). Mercados financieros internacionales. Madrid, Cívitas.
Mauss, M. (1991). «Saggio sul dono. Forma e motivo dello scambio nelle società
arcaiche». En: Idem, Teoria generale della magia e altri saggi. Torino: Einaudi:
165-297.
McCoy, A. W. (1991). The Politics of Heroin: CIA Complicity in the Drug Trade
Brooklyn: Lawrence, Hill Books.
McKenna, J. (1996). «Organized Crime in Hong Kong». Journal of Contemporary
Criminal Justice, (12:4): 316-328.
Merki, Ch. M. ed. (2005): Europas Finanzzentren. Francfort: Campus.
Metzer, M. (2004). «Basel II - Benefits for Developping Countries». En: Working
Paper 2/2004, Basilea: BIP.

297
Bibliografía de la segunda parte

Michels, R. (1962). Political Parties. A Sociological Study of the Oligarchical Ten-


dencies of Modern Democracies. Nueva York: The Free Press.
Ministero dell’Interno (1994). Rapporto annuale sul fenomeno della criminalità or-
ganizzata per il 1993. Roma: Camera dei Deputati. Doc. XXXVIII-bis, n. 1, XII
legislatura.
— (1996). Relazione sui programmi di protezione, sulla loro efficacia e sulle moda-
lità generali di applicazione per coloro che collaborano alla giustizia – I semestre
1996. Roma: Senato della Repubblica. Doc. XCI, n. 1, XIII legislatura.
Mir Puig, S. (2010). «Neoliberalismus, Finanzkrise und Strafrecht», en: B. Schüne-
mann (ed.). Die sogenannte Finanzkrise – Systemversagen oder global organi-
sierte Kriminalität. Berlin: Berliner Wissenschaftsverlag.
Moldea, Dan (1978). The Hoffa Wars. Nueva York: Charter Books.
Moore, M. (1986). «Organized Crimen as Business Enterprise». En: Major Issues
in Organized Crime Control. Simposio organizado por el US Departmente of
Justice. Washington.
Moore, M. H. (1974). The Effective Regulation of an Illicit Market in Heroin
Lexington. Lexington: Books.
Moore, W. H. (1974). The Kefauver Committee and the Politics of Crime, 1950–
1962. Columbia: University of Missouri Press.
Morgan, W. P. (1960). Triad Societies in Hong Kong. Hong Kong: Government
Press.
Müller, L. (2006). Tatort Zürich. Einblicke in die Schattenweltenwelt der internatio-
nalen Finanzkriminalität. Berlín: Ullstein.
Murphy, R. (2011). The Cost of Tax Abuse. A briefing paper on the cost of tax eva-
sion worldwide. Tax Justice Network 2011 (en línea) (http://www.tackletaxha-
vens.com/Cost_of_Tax_Abuse_TJN_Research_23rd_Nov_2011.pdf)zx
Murray, D. (1994). In cooperation with Baoqi Q., The Origins of the Tiandihui.
The Chinese Triads in Legend and History. Stanford: Stanford University Press.
Naylor, R. T. (1987). «Dinero caliente y deuda internacional: dos caras de una mis-
ma moneda». En: R. T. Naylor. Mafias, Myths and Markets. Barcelona: Planeta.
—  (1993a). «L’economia ribelle: le operazioni di mercato nero nelle organizzazioni
guerrigliere». Rassegna italiana di sociologia, XXXIV (2): 243–93.
—  (1993b). «The Insurgent Economy: Black Market Operations of Guerrilla Orga-
nizations».Crime, Law and Social Change, (20): 13–51.
— (1995). «Loose Cannons: Cover Commerce and Underground Finance in the
Modern Arms Black Market». Crime, Law and Social Change (22): 1–57.
—  (1996). «The Underworld of Gold». Crime, Law and Social Change (25): 191–
241.
—  (1997a). «Mafias, Myths and Markets: On the Theory and Practice of Enterprise
Crime». En: Transnational Crime. Londres: Frank Cass, 3: 203-223.
— (1997b). «Financial Flows in Crime», at International Conference on Respon-
ding to the Challenges of Transnational Crime. Italia: Courmayeur Mont Blanc.

298
Bibliografía de la segunda parte

—  (2003). «Follow-the-Money Methods in Crime Control Policy». En: M. E. Bea-


re (ed.). Critical Reflections on Transnational Organized Crime, Money Laun-
dry and Corruption. Toronto: University of Toronto Press.
—  (2003). «Follow-the-Money Methods in Crime Control Policy». En: M. E. Bea-
re (ed.). Critical Reflections on Transnational Organized Crime, Money Laun-
dry and Corruption. Toronto: University of Toronto Press.
NPA (National Police Agency) (1989). White Paper on Police: Organized Crime
Control Today and Its Future Task. Tokyo: Estacto.
Nuzzi, Gianluigi (2010). Vaticano S.A. Madrid: Planeta.
Nyer, J. S. (2004). «La decadencia del poder blando de Estados Unidos». En: Fo-
reign Affairs, 83 (2): 39-49.
ONU (1971). Convenio sobre sustancias psicotrópicas (en línea) http://www.incb.
org/pdf/s/conv/convention_1971_es.pdf
— (1988). Convención de las Naciones Unidas contra el tráfico ilícito de estupefa-
cientes y sustancias sicotrópicas. Viena.
— (1991). Recommendations of the Intergovernmental Expert Group to Stu-
dy the Economic and Social Consequences of Illicit Traffic in Drugs. Doc. E/
CN.7/119/25.
Ownby, D. (1996). Brotherhoods and Secret Societies in Early and Mid-Qing China.
The Formation of a Tradition. Stanford, Ca: Stanford University Press.
Pansa, A. (1998). Interview of the author with A. Pansa, Director of Servizio centra-
le operativo. Roma: Ministero dell’interno.
Paoli, L. (1995). «The Banco Ambrosiano Case: An Investigation into the Under-
estimation of the Relations between Organized Crime and Economic Crime».
Crime Law and Social Change, XXIII (4): 345–365.
— (1997). The Pledge to Secrecy: Culture, Structure and Action of Mafia Associa-
tions, Ph.D. Dissertation. Firenze: European University Institute.
—  (1998). «Droga-Traffici». En: Cliomedia (ed.). Mafia, Enciclopedia elettronica. To-
rino: Cliomedia.
—  (1998b). «The Pentiti’s Contribution to the Conceptualization of the Mafia
Phenomenon». En: V. Ruggiero, N. South and I. Taylor (eds.). The New
European Criminology, Crime and Social Order in Europe. Londres: Rout-
ledge: 264–285.
—  (1999a). «The Future of Sicilian and Calabrian Organized Crime». En: S. Eins-
tein and M. Amir (eds.). Organized Crime: Uncertainties and Dilemmas. Chica-
go: University of Illinois Press: 155-186.
—  (1999b). «Organized crime in Germany». En: Cliomedia (ed.). The Mafia. 150
years of facts, stories and faces. Torino: Cliomedia.
— (2000a). Fratelli di mafia: Cosa Nostra e ‘Ndrangheta. Bologna: Il Mulino.
— (2000b). Pilot Project to Describe and Analyse Local Drug Markets – First-Phase
Final Report: Illegal Drug Markets in Frankfurt and Milan. Lisboa: EMCDDA.
(en línea). http://www.emcdda.org.

299
Bibliografía de la segunda parte

—  (2001). «The Informal Economy and Organized Crime». En: H. J. Albrecht and
J. Shapland (eds.). The Informal Economy: Threat and Opportunity in the City.
Freiburg: Edition iuscrim (en prensa).
—  (1994). «An Underestimated Criminal Phenomenon: the Calabrian ’ndrangheta».
European Journal of Crime, Criminal Law and Criminal Justice (2) 3: 212–238.
Passas, N. (1998). «The Rise of Transnational Crime». En: La International Confe-
rence on Responding to the Challenges of Transnational Crime. Italy: Courma-
yeur Mont Blanc. 25-27 september 1998.
Pennsylvania Crime Commission (1980). A Decade of Organized Crime: 1980 Re-
port. St Davids, Penn: Commonwealth of Pennsylvania.
Perrow, C. (1961). «The Analysis of Goals in Complex Organizations». American
Sociological Review, 26: 854-866.
Pezzino, P. (1988). «Onorata società o industria della violenza? Mafia e mafiosi tra
realtà storica e paradigmi sicilianisti». Studi storici, 29 (2): 437-462.
— (1990a). Una certa reciprocità di favori. Mafia e modernizzazione violenta nella
Sicilia postunitaria. Milano: Angeli.
—  (1990b). «La tradizione rivoluzionaria siciliana e l’invenzione della mafia». Me-
ridiana 1990b (7-8): 45-71.
—  (1993). «La mafia siciliana come “industria della violenza”. Caratteri storici ed
elementi di continuità». Dei delitti e delle pene, (2): 67-79.
—  (ed.) (1995). Mafia: industria della violenza. Scritti e documenti inediti sulla ma-
fia dalle origini ai giorni nostri. Firenze: La Nuova Italia.
Pistone, Aka Joseph D. (2004). The Way of the Wise Guy: Donnie Brasco. Philadel-
phia: Running Press Books Publishers.
Pizzorno, A. (1987). «I mafiosi come classe media violenta». Polis, 1 (2): 195-204.
Plihon, D. (2009). «Financial stability». En: J. Grahl. Global Finance and Social Eu-
rope. Chelterham: Edward Elgar.
Poggi, G. (1992). Lo Stato. Natura, sviluppo e prospettive. Bologna: Il Mulino.
Powell, W. W. (1991). «Neither Market nor Hierarchy: Network Forms of Or-
ganization». En: G. Thompson; J. Frances; R. Levaèiæ and J. Mitchell (eds.).
Markets, Hierarchies and Networks. The Coordination of Social Life London:
Sage, pp. 265-276.
President’s Commission on Organized Crime, The Impact (1986). Organized Cri-
me Today. Report to the President and the Attorney General.
Prieto del Pino, M. et al. (2010): «La deconstrucción del concepto de blanqueo de
capitales». En: InDret. Revista para el análisis del derecho. Barcelona, junio.
PrPA (Procura della Repubblica di Palermo, Direzione Distrettuale Antimafia)
(1993). Richiesta di applicazione di misure cautelari nei confronti di Abbate Lui-
gi + 87, 23 dicembre.
PrRC (Procura della Repubblica di Reggio Calabria, Direzione Distrettuale Anti-
mafia) (1995). Richiesta di ordini di custodia cautelare in carcere e di contestuale
rinvio a giudizio nel procedimento contro Condello Pasquale + 477, luglio.

300
Bibliografía de la segunda parte

Pütter, N. (1998). Der Anti-OK Komplex. Organisierte Kriminalität und ihre Fol-
gen für die Polizei in Deutschland. Münster: Westfälisches Dampfboot.
Puzo, Mario (2001). Los Borgia: La primera familia del crimen. Barcelona: Planeta
Internacional. (La edición original en inglés fue editada por The Estate of Mario
Puzo and Carol Gino bajo el título The Family en 2001).
— (2004). El Siciliano. Barcelona: Ediciones B. (La edición original en inglés fue
publicada por Random House Publishing Group, 1984). Otras novelas, de fic-
ción pero con grandes partes basadas en la realidad, publicadas todas ellas en
2004 por Ediciones B, S.A. son El Padrino (Random House Publishing Group
1969), El último Don (Random House Publishing Group 1996) y Omertá (Ran-
dom House Publishing Group 2000).
Quirk, P. (1996). Macroeconomic Implications of Money Laundering. Documento de
Trabajo. Paris: FMI.
Raith, W. Mafia (1989). Ziel Deutschland. Vom Verfall der politischen Kultur zur
Organisierten Kriminalität. Colonia: Kösler.
Ramírez Monagas, B. (2005). El Estado paralelo. Sólo negocios. Caracas: Bid&Co
editor.
Rebscher E. and W. Vahlenkamp (1998). Organisierte Kriminalität in der Bundes-
republik Deutschland. Bestandsaufnahme, Entwicklungstendenzen und Bekäm-
pfung aus der Sicht der Polizeipraxis. Wiesbaden: Bundeskriminalamt.
Recupero, A. (1987). «Ceti medi e “homines novi”: alle origini della mafia». Polis,
(2): 307-328.
Resa Nestares, C. (2003). Crimen organizado trasnacional: Definición, causas y con-
secuencias (en línea) en: http://www.uam.es/personal_pdi/economicas/cresa//
text11.html
Reuter, P. (1983). Disorganized Crime. The Economics of the Visible Hand. Cam-
bridge: The MIT Press.
– (1985). The Organization of Illegal Markets: An Economic Analysis. Washington:
National Institute of Justice.
—  and J. Haaga (1989). The Organization of High-Level Drug Markets: An Explo-
ratory Study. Santa Monica: Rand.
–  (1995). «The Decline of the American mafia». Public Interest Summer, 120: 89-99.
– (1996). «The Mismeasurement of Illegal Drug Markets. The Implications of its
Irrelevance». En: S. Pozo (ed.). Exploring the Underground Economy. Institute
for Employment Research, Kalamazoo (Michigan): Upjohn Institute.
—  y V. Greenfield (2001). «Measuring Global Drug Markets». En: World Econo-
mics, 4.
— MacCount, R. y P. Murhpy (1990). Money from Crime. A Study of the Econo-
mics of Drug Dealing in Washington D.C. Santa Mónica: Rand Corporation.
Reymond, William (2001). Mafia S.A.: Les secrets du crime organisé. Paris: Flam-
marion.
Robinson, J. (1996): The Laundrymen. Inside Money Laundering. Nueva York: Ar-
cade.

301
Bibliografía de la segunda parte

Rodríguez Guillén, Rafael (2003). The Vatican’s Mafia (en línea) http://es.scribd.
com/doc/24859531/rafael-rodriguez-Guillen-The-Vatican-s-Mafia-Ex-Monsig-
nor-Exposes-Corruption-Inside-Vatican-
Roemer, Jr. y F. William (1995). Accardo, The Genuine Godfather. Ivy Books, Ba-
llantine Books. New York: Random House. (Roemer es autor de varios otros
libros sobre la mafia de Chicago, en la misma editorial: Roemer: Man against the
Mob, War of the Godfathers, y The Enforcer).
Romano, S. (1977). L’ordinamento giuridico. Firenze: Sansoni.
Sahlins, M. D. (1972). Stone Age Economics. Chicago; Nueva York: Aldine Ather-
ton, Inc.
Sánchez García de Paz, I. (2005). La criminalidad organizada. Aspectos penales, pro-
cesales, administrativos y policiales. Madrid: Dykinson.
Sánchez-Jankowski, M. (1991). Islands in the Street. Gangs and American Urban
Society. Berkeley: University of California.
Santino, U. y G. La Fiura (1990). L’impresa mafiosa. Dall’Italia agli Stati Uniti.
Milano: Franco.
Schelley, L. (1996): «Criminal Kaleidoscope: The Diversification and Adaptation of
Criminal Activities in the Soviet Successor States». European Journal of Crime,
Criminal Law, and Criminal Justice, 4 (3): 243-256.
Scherer, F.M. and D. Ross (1990). Industrial Market Structure and Economic Per-
formance. Boston: Houghton Mifflin.
Schneider, F. (2006). Shadow Economies and Corruption All Over The World: What
Do We Really Know?. Institute for The Study of Labour. Discussion Paper n.º
2315. Bonn (en línea). http://ftp.iza.org/dp2315.pdf
—  (vv.aa.) (2013). The Shadow Economy in Europe (varios años). Londres: AT Keaney.
Schneider, J. and P. Schneider (1976). Culture and Political Economy in Western
Sicily. Nueva York: Academic Press.
Schumpeter, J. A. (1981). Capitalism, Socialism and Democracy. London: Allen &
Unwin.
Serrano, M. y M. C. Toro (2002). «From Drug Traffiking to Transnational Organi-
zed Crime». En: M. Berdal y M. Serrano (eds.). Transnational Organized Crime
& International Security. Boulder (Colorado)/Londres: Lynne Rienner.
Seymour, D. (1996). Yakuza Diary. Nueva York: Atlantic Press.
Shelley, L. (1996). «Criminal Kaleidoscope: The Diversification and Adaption of
Criminal Activities in the Soviet Successor States». European Journal of Crime,
Criminal Law and Criminal Justice 1996.
Sieber, U. (1997). «Organisierte Kriminalität in der Bundesrepublik Deutschland». In
U. Sieber (ed.). Internationale Organisierte Kriminalität. Herausforderungen und
Lösungen für eine Europa offener Grenzen Colonia: Carl Heymann, pp. 43-85.
—  and M. Bögel (1993). Logistik der Organisierten Kriminalität. Wirschaftswissens-
chaftlicher Forschungsansatz und Pilotstudie zur internationalen Kfz-Verschie-
bung, zur Ausbeutung von Prostitution, zum Menschenhandel und zum illega-
len Glücksspiel. Wiesbaden: Bundeskriminalamt.

302
Bibliografía de la segunda parte

Sielaff, W. (1983). «Organisierte Kriminalität». Kriminalistik, (8): 417-422.


Sifakis, Carl (2005). The Mafia Encyclopedia: From Accardo to Zwillman. Nueva
York: Checkmark Books. (Anteriores ediciones en 1987 y 1999).
Sinn, H. W. (2010). Kasino Kapitalismus. Wie es zur Finanzkrise kam, und was jetzt
zu tun ist. Berlin: Ullstein. (B. Schünemann cita la versión de 2009 cuya pagina-
ción es ligeramente distinta).
Smith, D. C. Jr. (1976). «Mafia: The Prototypical Alien Conspiracy». The Annals of
the American Academy January, (423): 75-88.
— (1990). The Mafia Mystique. Nueva York: Basic Books.
Smith, M. G. (1974). Corporations and Society. Londres: Duckworth.
Stark, D. H. (1981). The Yakuza: Japanese Crime Incorporated, unpublished Ph.D.
dissertation. University of Michigan.
Sterling, C. Thieves’ World (1994). The Threat of the New Global Network of Or-
ganized Crime. Nueva York: Simon and Schuster.
Sterling, C. (1996). El mundo en poder de las mafias. La amenaza de la nueva red
mundial del crimen organizado. Versión española. Barcelona: Flor Del Viento
Ediciones. (Versión original publicada en 1994).
— (1981). The Terror Network. The Secret War of International Terrorism. Nueva
York: Reader’s Digest Press.
Tanzi, V. (1996). Money Laundering and the International Financial System. IMF
Working Paper.
Task Force on Organized Crime (1967) .«The President’s Commission on Law En-
forcement and Administration of Justice». Task Force Report. Organized Cri-
me. Washington: Government Printing Office.
Teece, D. (1980). «Economies of Scope and the Scope of the Enterprise». Journal of
Economic Behavior and Organization September, (I): 223-247.
Tegnaeus, H., Blood-Brothers (1952). An Ethno-Sociological Study of Blood-Brother-
hood with Special Reference to Africa. Nueva York: Philosophical Library.
Thoumi, F. (2002). El imperio de la droga. Narcotráfico, economía y sociedad en los
Andes. Bogotá: Plantea Colombiana.
—  (comp.) (1997). Economía política y narcotráfico. Bogotá: Tercer Mundo.
Thoumi, F. E. (1995). Political Economy and Illegal Drugs in Colombia. Boulder:
Lynne Rienner.
Tilly, Ch. (1985). «War Making and State Making as Organized Crime». En: P. B.
Evans; D. Rueschemeyer and T. Skocpol (eds.). Bringing the State back. Cam-
bridge: Cambridge University Press.
TKSG (Tweede Kamer der Staten-Generaal-Cámara ) (2008). Bestrijden witwassen
en terrorisme financiering. La Haya: Algemene Rekenkamer.
Torres López, J (2010). ¿Por qué se cayó todo y no se ha hundido nada?. Madrid: Sequitur.
TrMI (Tribunale di Milano) (1994a). Ufficio del Giudice per le Indagini Preliminari,
Ordinanza di custodia cautelare in carcere nei confronti di Flachi Giuseppe, 207,
(27 maggio).

303
Bibliografía de la segunda parte

— (1994b). Ufficio del Giudice per le Indagini Preliminari, Ordinanza di custodia


cautelare in carcere nei confronti di Abys Adriano. 394 (6 giugno).
TrPA (Tribunale di Palermo) (1986). Ufficio Istruzione Processi Penali, Ordinanza-
sentenza di rinvio a giudizio nei confronti di Abbate Giovanni, 706 (novembre).
TrRC (Tribunale di Reggio Calabria) (1988). Ufficio Istruzione Processi Penali,
Ordinanza-sentenza di rinvio a giudizio nei confronti di Albanese Mario (190).
— (1994a). Ufficio del Giudice per le Indagini Preliminari, Ordinanza di custodia
cautelare in carcere nei confronti di Labate Pietro, 17 (7 gennaio).
TrVV (Tribunale di Vibo Valentia) (1985). Ufficio Istruzione Processi Penali, Ordi-
nanza-sentenza di rinvio a giudizio contro Mancuso Francesco (200) s.d.
Tullis, L. M. (1995). Unintended Consequences. Illegal Drugs & Drug Policies in
Nine Countries. Londres: Routledge.
U.S. Senate (1951). Third Interim Report of the Special Committee to Investigate
Organized Crime in Interstate Commerce (Kefavuer Committee), 81st Con-
gress, 2d session 1951.
U.S. Senate (1963). Committee on Government Operations, Hearings of Joseph Va-
lachi before the Permanent Subcommittee on Investigations of the Committee on
Government Operations. Washington: US Senat.
UNDCP (United Nations Drug Control Program) (1995/1997). Economic and So-
cial Consequences of Drug Abuse and Illicit Trafficking. Technical Series n.º 6.
Viena: Naciones Unidas.
UNESC (United Nations, Economic and Social Council) (1994). «Problems and
dangers posed by organized transnational crime in the various regions of the
world». Background document for the World Ministerial Conference on Orga-
nized Transnational Crime, E/CONF.88/2, 18 august.
UNGA (United Nations, General Assembly) (1999). Ad Hoc Committee on the
Elaboration of a Convention against Transnational Organized Crime, Revised
Draft United Nations Convention against Transnational Organized Crime, A/
AC.254/Rev. 1, 10 february.
— (2000). Crime Prevention and Criminal Justice. Report of the Ad Hoc Commit-
tee on the Elaboration of a Convention against Transnational Organized Crime
and the Work of its First to Eleventh Sessions. A/SS/383, november 2.
UNODCCPa (United Nations Office for Drug Control and Crimen Prevention)
(varios años). Global Illicit Drug Trends. Nueva York: Naciones Unidas.
UNODCCPb (United Nations Office for Drug Control and Crimen Prevention)
(varios años). World Drug Report Trends. Oxford & Nueva York: Oxford Uni-
versity Press.
UNODCCPc (United Nations Office for Drug Control and Crimen Prevention) (va-
rios años). Tendencias Mundiales de las Drogas Ilícitas. Viena: Naciones Unidas.
UNODCCPd (United Nations Office for Drug Control and Crimen Prevention)
(varios años). Informe Mundial sobre las Drogas. Nueva York: Naciones Unidas.
Van Duyne, P. C. (1997). «Organized Crime, Corruption and Power», Crime, Law
and Social Change, 26: 201-238.

304
Bibliografía de la segunda parte

Vander Stichele, M. (2005). Cuestiones críticas en la industria financiera. Amster-


dam: Stichting Onderzoek Multinationale Ondernemingen.
Vázquez-Rial, Horacio (2000). Las Leyes del Pasado. Barcelona: Ediciones B.
Weber, M. (1978). Economy and Society, edited by G. Roth and C. Wittich. Berke-
ley and Los Angeles: University of California Press.
Weschke, E. and K. Heine-Heiß (1990). Organisierte Kriminalität als Netzs-
trukturkriminalität. Berlin: Fachhochschule für Verwaltung und Rechtspflege.
Williams, P. and C. Florez. «Transnational criminal organizations and drug traffic-
king». Bulletin on Narcotics Volume, 4 (2): 9-24.
Woolner, A. (1994). Washed in Gold. Nueva York: Simon & Schuster.
Zabludoff, S. J. (1997). «Colombian Narcotics Organizations as Business Enterpri-
ses». En: Transnational Organized Crime, 3 (2).

305
III. Seguridad, delitos
económicos y blanqueo de
capitales: aspectos teóricos y
normativos
6.  Políticas de seguridad y neoliberalismo

María Laura Böhm


Georg-August-Universität Göttingen

Introducción
A primera vista, parece como si no existiera una relación directa entre el
sistema económico y las políticas criminales o de seguridad adoptadas por
los Estados. Sin embargo, a poco que uno se detenga en el estudio de esta
cuestión, se vislumbra fácilmente un entretejido de hebras institucionales y
sociales que unen y afectan simultáneamente tanto al ámbito jurídico-penal
como al ámbito económico nacional. Desde una perpectiva crítico-criminoló-
gica es posible investigar, por ejemplo, si existe una interrelación funcional y
discursiva entre un sistema económico neoliberal, es decir, desregulado y so-
cialmente excluyente, y un sistema penal punitivista, es decir, un sistema que
incrementa su campo de acción en extensión y en intensidad, que incorpora
medios cada vez más intrusivos para la investigación criminal, que intensifica
las sanciones y que, por fin, relega el fin «resocializador»1 del sistema penal
en favor de una finalidad meramente excluyente. Esta relación entre neolibe-
ralismo y políticas criminales punitivistas es el tema de las siguienes páginas.
Por un lado se expondrá de qué forma la libertad de los flujos económi-
cos individuales y corporativos aumenta en forma directamente proporcio-
nal a la intervención y el endurecimiento punitivos y cómo tal aumento de
la libertad de movimientos está simbióticamente ligado a las actuales políti-
cas que exigen una mayor seguridad. Para ello se explicará someramente la

1 
Éste es el fin de la pena conocido como prevención especial positiva, de acuerdo al cual la pena
actúa en especial sobre el autor del delito y procura reafirmar positivamente su actitud hacia el orden
jurídico, guiándolo para que pueda vivir productivamente en sociedad. Este fin se ha atribuido a la
pena en el derecho penal iluminado desde la escuela jurídicopenal sociológica de fines del siglo xix
en adelante. Para profundizar sobre éste y otros fines atribuidos a la sanción penal, véase Roxin,
1997: 81 ss. Por otra parte, autores críticos y fundamentalmente la llamada criminología crítica han
estudiado largamente el rol del sistema penal como instrumento de enriquecimiento estatal y de
dominación. En estas páginas el estudio se focaliza en la variación actual del sistema penal como
instrumento de las políticas de seguridad neoliberales, por lo que la visión criminológica crítica «tra-
dicional» no será expresamente analizada, pero es fuente y base de lo aquí expuesto (su exposición
excedería el ámbito del presente texto). Para el estudio de las bases de la criminología crítica remito
—como inicio— a los trabajos de Michel Foucault La verdad y las formas jurídicas, así como a las
investigaciones fundamentales de Rusche y Kircheimer (Pena y estructura social, de 1939), y a la obra
(¡ya legendaria!) de Ian Taylor, Paul Walton y Jock Young La nueva criminología (1973), que desde
su aparición ha marcado un punto de quiebre en la forma de entender y estudiar al sistema penal.

309
María Laura Böhm

relación entre libertad, seguridad y neoliberalismo. Se hará luego un acerca-


miento teórico a la tensión entre libertad y seguridad de acuerdo a la idea de
la gubernamentalidad del pensador francés Michel Foucault. Finalmente se
aplicará esta herramienta teórica al estudio de las políticas de seguridad de la
actualidad y su interrelación con el neoliberalismo.

Libertad, seguridad y neoliberalismo2

En los países occidentales llamados «centrales» o «del primer mundo»,


fundamentalmente en los países de Europa occidental y Estados Unidos de
Norteamérica (EEUU), la relación entre neoliberalismo y políticas criminales
«duras» se ha hecho explícita y visible desde la década de los ochenta y se ha
intensificado ininterrumpidamente (Sack 2003, 2004; Garland 2003). La políti-
ca criminal ha tomado elementos discursivos que antaño eran propios del ám-
bito de la seguridad. Así, las nuevas políticas de seguridad fusionadas con las
políticas criminales incluyen cuestiones de orden interior entremezcladas con
asuntos y medios de la política exterior propios de Estados policiales. El aspec-
to jurídico-penal de la política criminal se ha desvirtuado y el enfoque basado
en el discurso de la defensa militar exterior ha adquirido mayor relevancia.
Las políticas de seguridad exterior siempre se han sostenido en este enfoque,
lo nuevo es su incorporación a las políticas de los Ministerios del Interior y
de Justicia de los Estados democráticos. El delito (de los excluidos), que se
supone amenazador del orden (de los incluidos) ya no es investigado como
infracción, sino que es perseguido como si del verdadero enemigo se tratata y
lo mismo sucede con los actos no delictivos, que podrían ser disfuncionales al
orden económico neoliberal, actos que también son perseguidos duramente.
A mero modo de ejemplo puede reseñarse que en ocasión de reunir-
se el G8 en la ciudad alemana de Rostock (2.06.2007) fueron utiliza-
dos aviones militares «Tornado» para el reconocimiento del terreno
y la prevención de posibles agrupamientos que pudieran significar
un peligro a la seguridad del encuentro. Los aviones sobrevolaron a
los manifestantes a muy baja altura y tomaron fotografías que per-
mitieran identificarlos. La atribución de responsabilidades y «cul-
pas» por la adopción de tal medida, que claramente desbordaba las
atribuciones de los encargados de velar por el desarrollo pacífico de
esa cumbre «civil», siguen siendo poco claras e investigadas. Poco
tiempo antes de que tal cumbre se llevara a cabo fueron realizados
numerosos allanamientos y detenidas personas que venían siendo
investigadas por ser sospechosas de formar parte de agrupaciones de
izquierda y movimientos antiliberales y antiglobalización —tacha-
dos de terroristas—. Varios de esos allanamientos fueron considera-
dos luego ilegales. Véase al respecto Stolle 2008.

2 
Véase la introducción al libro Políticas de Seguridad, en el que junto a Mariano Gutiérrez
hemos trazado unos primeros lineamientos de estas ideas que aquí retomo y profundizo (Böhm/
Gutiérrez 2007).

310
Políticas de seguridad y neoliberalismo

Una buena forma de explicar la naturaleza del neoliberalismo es descri-


bir sus características más sobresalientes. Según Loïc Wacquant, a quien sigo
en este punto, dichas características son (1) la desregulación económica, (2)
la retirada del Estado de sus compromisos para con el bienestar de la pobla-
ción, su retracción y recomposición; (3) la emergencia de un aparato penal
expansivo, intrusivo y proactivo; y (4) el desarrollo de un modelo cultural
de responsabilidad individual que predicas que el cómo le vaya a cada uno
en su vida depende únicamente de él mismo y no del Estado.
Para profundizar sobre esta caracterización véase Wacquant 2001,
artículo en que el autor explica y actualiza el análisis que ya expu-
siera in extenso en su obra fundamental, insoslayable al estudiar
este tema, Las cárceles de la miseria (2000), investigación porme-
norizada de la exclusión social generada por el neoliberalismo y
la consecuente criminalización y prisionización de los excluidos,
en provecho directo del mercado (piénsese en la privatización del
sistema carcelario, en el trabajo semiesclavo en prisión, en las lici-
taciones para construcción de cárceles con los consiguientes mon-
tajes y servicios especializados que se ofrecen exclusivamente para
cárceles y custodia de presos; cf. sobre este tema también Campbell
2010: 61). La exclusión socio-económica y el miedo que la misma
genera en la población son el terreno fértil para el crecimiento eco-
nómico del negocio con la criminalización de la pobreza. A modo
ilustrativo véase el cuadro relativo al aumento de las tasas de encie-
rro en los países europeos entre 1983 y 1997 (Wacquant 2000: 110),
tasas que luego han continuado subiendo mientras más se ha inten-
sificado la implementación del modelo neoliberal. A fin de realizar
un contraste con los datos más actuales véase el informe publicado
por la Unión Europea en 2010: Council of Europe Annual Penal
Statistics – Survey 2008 (Wacquant se refiere al informe análogo
de 1997). Puede advertirse que en países de fuerte implementación
del modelo neoliberal el aumento de la población carcelaria ha sido
claro y continuo (por ej. España: aprox. 14.659 detenidos en 1983,
32.902 en 1990, 42.827 en 1997, y 46.157 en 2008), mientras que en
países que mantienen el modelo de Estado de bienestar el aumento
es mucho más paulatino (por ej. Dinamarca: aprox. 3120 deteni-
dos en 1983, 3243 en 1990, 3299 en 1997, y 5484,7 en 2008). Dado
que la comparación de números absolutos puede llevar a errores
interpretativos, el contraste de la tasa de detención en estos países
calculada sobre 100.000, tal como ha variado entre 1997 y 2008,
puede hacer más visible el contraste que pretendo mostrar: en Es-
paña era de 113 detenidos por cada 100.000 habitantes en 1997, y
de 159,7 —sin Cataluña— en 2008, mientras que en Dinamarca la
tasa prácticamente no ha aumentado: en 1997 eran 62 detenidos por
cada 100.000 habitantes, y para el 2008 se sostiene en 62,9. Para
información de alcance internacional, véase el listado publicado en
2009 por el International Centre for Prison Studies (University of
Essex): World Prison Population List, 8ta. ed.

Dado que el neoliberalismo implica una mayor libertad de acción y


que esta mayor libertad de acción implica muchas decepciones derivadas

311
María Laura Böhm

de la imposibilidad de alcanzar las metas tenidas teóricamente por alcanza-


bles, y mayores riesgos, resulta necesario incrementar las medidas que ase-
guren la libre circulación y la libre oferta y demanda, todas ellas destinadas
a asegurar el sistema. Tanto el dinero como los bienes circulan con escasa
intervención estatal económica y esta circulación no debe verse obstaculi-
zada —desde el punto de vista del sistema— por la acción de los despo-
seídos, de los excluidos del mercado laboral o de los espíritus nostálgicos
de un modelo social solidario. La circulación de dinero y bienes, por otra
parte, exige una fuerte intervención estatal punitiva para apartar definitiva-
mente de la sociedad a aquellos que nada tienen y que ponen en peligro el
pleno disfrute de la tan ansiada libertad del resto. En este mismo sentido se
ha dicho que «la imposición del modelo [neoliberal], necesariamente, in-
cluye actos legislativos conducentes al endurecimiento de las penas a “de-
lincuentes considerados peligrosos” (que puede ser cualquier ciudadano
común), el recorte presupuestario en el sistema penitenciario público y la
privatización de los establecimientos penales» (Silva Sernaqué, 1998: 47).
La pregunta entonces es: ¿Qué clase de Estado procura la seguridad de un
modelo económico como si de su propia seguridad se tratara, y todo ello
mediante el sistema penal?.

La seguridad en y del Estado

El Estado y el rol que se le atribuya a esta institución pueden definirse


de acuerdo al grado y al tipo de libertad y de seguridad que procure brin-
dar a sus ciudadanos y a sus habitantes. La seguridad es tal vez la idea más
antigua que ha inspirado y justificado la formación de los Estados. Existe
en este sentido una línea de continuidad casi explícita entre los teóricos del
Estado más difundidos y reconocidos3. Según Hobbes, el fin del Estado,
es decir del Leviatán, residía en procurar la seguridad física de los súbditos
(Hobbes, 1997; Isensee, 1983)4. Para John Locke el fin primordial consistía
en asegurar el derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad de los indivi-
duos (Locke, 1988; más actual Habermas, 1963; Isensee, 1983: 6). Más tarde
Rousseau planteó como fin del Estado la seguridad general de las partes
«firmantes» del Contrato Social por el cual el Estado quedaba constituido
(Rousseau, 1953)5. Immanuel Kant, por su parte, entendió que el Estado
debía procurar en la sociedad un nivel de seguridad que condujera a la paz
(Kant, 1995, 1977). Autores más modernos extendieron la idea de la segu-
ridad como fin último del Estado frente al conjunto del colectivo humano.
Este es el caso de Carl Schmitt, que amplía el concepto de seguridad a la
noción de seguridad de todo el pueblo (Schmitt, 1935, 1934, 1963, 1922) o

3 
Debe resaltarse la excepción que en este punto representa el pensamiento marxista, que pre-
cisamente advierte acerca del Estado como instrumento de dominación, destinado a sucumbir en el
momento en que las estructuras de dominación y la lucha de clases fuesen superadas.
4 
Desde la perspectiva penal, véase Zaffaroni, 2006: 123 ss.
5 
Véase también sobre el contrato social, Villaverde, 1993; Kersting, 1994.

312
Políticas de seguridad y neoliberalismo

de Emile Durkheim, para el cual el fin del Estado reside en su capacidad


de asegurar una determinada conciencia colectiva (Durkheim, 1992). Michel
Foucault entiende que dentro de la lógica del poder soberano emergente en
el siglo xii se trataba de procurar la seguridad del soberano y de su territorio
(Foucault, 2004: 136 ss.; 1977; 1977a; 2005; 2003: 76 ss.; 1991) mientras que
en los Estados de corte moderno y liberal desarrollados posteriormente, su
fin residiría fundamentalmente en procurar la seguridad de una población,
de sus bienes y de sus procesos económicos (Foucault, 1999, passim; 2004:
139 ss., 162 ss., 521 ss.; 1977; 1977a; 2004a: 387; 2001; 1987).
En todos estos casos se trataba y se trata de un concepto de seguri-
dad cuya definición sigue siendo muy poco precisa tanto en lo que res-
pecta a su ámbito territorial como en sus elementos más cualitativos, pues
efectivamente no se trata solo de asegurar la seguridad física de quienes se
encuentran «fronteras adentro». Sin embargo, la seguridad definida de for-
ma tan imprecisa tiene una gran fuerza simbólica y permite trazar límites
—unos límites cada vez menos tangibles— entre aquellos cuya seguridad
debe ser procurada y aquellos otros que ponen a esta seguridad en peli-
gro. La imprecisión del concepto de seguridad obliga a definir el objetivo
político perseguido mediante la formulación de su opuesto constitutivo, es
decir, por medio de su negación: alcanzar la seguridad significará erradicar
la inseguridad. La seguridad se define entonces a partir de la definición de
lo que no es seguridad.
Esta idea de Ernesto Laclau (1996: 44) explica el funcionamiento
discursivo de significantes vacíos que son «llenados» al recurrir a
su opuesto constitutivo. Su ejemplo (sugiero leer «seguridad» en
lugar de «orden», y la aplicación a este texto será plena): «El “or-
den” como tal no tiene contenido, porque solamente existe en las
diversas formas en las cuales se realiza efectivamente. Sin embargo
en una situación de desorden radical el “orden” está presente como
aquello que está ausente. En este sentido, diversas fuerzas políticas
pueden competir en sus esfuerzos por presenter sus objetivos indi-
viduales como aquellos que llenan ese vacío. Hegemonizar algo es
precisamente cumplir con esta función de llenado» [«“Order” as
such has no content, because it only exists in the various forms in
which it is actually realized, but in a situation of radical disorder
“order” is present as that which is absent; it becomes an empty
signifier, as the signifier of that absence. In this sense, various po-
litical forces can compete in their efforts to present their particular
objectives as those which carry out the filling of that lack. To he-
gemonize something is exactly to carry out this filling function»].

Pero esta aparente solución es, en realidad, una respuesta bastante hueca.
¿Cómo se define entonces realmente la inseguridad? ¿Cómo se establece
qué o quiénes son los que hay que erradicar para conseguirlo? ¿Y de qué
forma se hace? Son sin duda preguntas molestas y casi imposibles de contes-
tar, pero necesarias, pues sus posibles respuestas pueden tener consecuencias
sumamente dispares.

313
María Laura Böhm

Si en lugar de intentar esbozar de forma amplia y sólida la deseada segu-


ridad se combate una temida y difusa inseguridad, aquello que hubiera podi-
do ser una actuación positiva de provecho general deviene en una actuación
negativa de exclusión y destrucción. Así, en lugar de procurar construir una
seguridad educativa, una seguridad sanitaria, una seguridad laboral, una se-
guridad económica o una seguridad ambiental para los ciudadanos y habi-
tantes del Estado, la actuación suele reducirse al combate de las diferentes
inseguridades, y/o de aquellos que son considerados causantes de su nega-
ción, de la inseguridad. Esta es precisamente la modalidad discursiva que se
ha extendido en las últimas décadas en numerosos ámbitos estatales y que
también en América Latina ha ganado terreno en los últimos años. Las po-
líticas de seguridad son en realidad políticas de combate a la inseguridad, lo
que suena parecido pero que, en realidad, es algo muy distinto: se combate
la inseguridad personificándola en distintos grupos sociales sin que queden
previamente definidos los términos de la seguridad que se pretende lograr.
La lucha, el combate, la guerra contra la inseguridad (adviértase el claro
vocabulario bélico que caracteriza a estos discursos), además, no solo son
defectuosos por su ambigüedad conceptual, sino por la palmaria impropie-
dad de los medios utilizados. Dado que «la Seguridad» ha sido incluida en
la agenda de las políticas criminales, la inseguridad se combate, fundamen-
talmente, mediante el sistema penal. El sistema penal debería fundarse, ser
definido y limitado por los principios del derecho penal que exigen, entre
otras muchas garantías, una precisa definición de la conducta prohibida y
de la sanción que podría imponerse en caso de comprobarse un delito. Sin
embargo, al verse anegado por la lógica bélica de la seguridad, el sistema pe-
nal deja ahora de respetar los principios jurídico-penales limitadores y actúa
de forma desbordada haciendo que lo otrora antijurídico (escuchas domici-
liarias, internamiento ilimitado, tortura, encierro infantil) devenga jurídico.
Todo este desborde es el resultado de la actuación funcional del sistema
penal y de la búsqueda de seguridad por parte del Estado, funcionalidad que
excede y desvirtúa la que debería ser una actuación limitada e ilustrada del
sistema penal medido de cerca por medio de la actuación del derecho penal.
Pero volvamos a la cuestión incómoda de cómo especificar a qué se re-
fiere un Estado cuando habla de seguridad. La respuesta dependerá en mu-
cho del concepto que se tenga del Estado como institución ideal o de la
propia estructura del Estado (por ejemplo: si es democrático o no), de sus
(otros) fines (¿igualdad, libertad o hegemonía de lo estatal?), de sus ciudada-
nos y habitantes (son libres o no, son iguales o no, etc.) y también de sí mis-
mo (¿está el Estado al servicio del ciudadano o el ciudadano al servicio del
Estado?). Esto quiere decir que aseverar que el fin del Estado es la seguridad
es correcto, aunque precisamente por ello esta aseveración no sirva para de-
finir un Estado en particular ya que en principio todos los Estados persiguen
algún tipo de seguridad. Sería decisivo en este contexto determinar cuál es
el rol que en ese Estado concreto tiene la libertad individual (contracara casi
natural de la seguridad) y, sobre todo, cuáles son los medios utilizados para
procurar esa seguridad y esa libertad. La política como vía de ejercicio del

314
Políticas de seguridad y neoliberalismo

poder estatal y como foro de discusión en los sistemas democráticos estable-


ce o debe establecer entonces un cierto balance entre seguridad y libertad.
Hacia qué lado se incline ese balance, y cuáles son los medios políticamente
escogidos para lograr los fines propuestos en ese sentido, definirá en gran
medida el rumbo de las políticas criminales y de seguridad.

Balance entre libertad y seguridad

Según el sociólogo Sygmunt Bauman es necesario recuperar las capa-


cidades de la política perdidas con la postmodernidad y el neoliberalismo
a fin de recomponer el nexo entre individuo y sociedad, y así poder dar a
la libertad y a la seguridad el lugar que les corresponde (Bauman, 1999).
Para este autor existe un temor político y una vulnerabilidad colectiva ori-
ginarios que están construidos por mitos, por religiones y posteriormente
también por los Estados. Este miedo originario, que provocó la unión des-
tinada a enfrentar peligros imaginarios y reales, divinos y humanos, y que
luego también generó una unión social destinada a enfrentar al Estado, hace
ya mucho tiempo que no existe como tal. Según Bauman el neoliberalismo
habría apartado y pulverizado el miedo oficial, entendido como miedo con-
centrado sustituyéndolo por un miedo mucho más difuso y disperso en dis-
tintas formas de uncertainty (falta de certezas), de insecurity (falta de seguri-
dad existencial) y de unsafety (desprotección). Hoy en día, asevera Bauman,
el individuo construye sus propios miedos, que los bautiza con los nombres
que él mismo prefiere, con lo cual el gran miedo único y originario se ve
parcelado en pequeñas unidades y también privatizado (Bauman, 1999: 63).
La privatización más fructífera fue la privatización de los proble-
mas humanos y la privatización de la responsabilidad de su so-
lución. La política que ha reducido sus reconocidas responsabili-
dades a las cuestiones de la seguridad pública y que ha declarado
su retiro de las tareas de la administración social, en realidad ha
desocializado las miserias de la sociedad y traducido la injusticia
social en incapacidad individual o desidia» (Bauman, 1995: 319).

Mientras el liberalismo gobernaba sobre la libertad sin sustraerse del


todo de ciertas seguridades sociales, certezas y medidas de protección (Kras-
mann, 1999: 110), el neoliberalismo muestra una clara decisión política en
favor de incontables libertades, desregulaciones, y un cierto método «do-
it-yourself», que no deja lugar alguno para las redes sociales resistentes6 ni
tampoco para el apoyo institucional (Rose, 1997; Bauman, 1995: 319). La
búsqueda de una despreocupada felicidad incentivada por el individualismo
neoliberal provoca así una decepción frustrante pues la perseguida libertad y
felicidad se hacen, de hecho, inalcanzables, al menos en la forma en que esta-

6 
¿Podrían ser tal vez el movimiento 15M en España (15 de marzo de 2011) o las protestas es-
tudiantiles en Chile con el mensaje «no lucro» (junio de 2011) un promisorio ejemplo de resistencia
ante el desmembramiento e indiferencias sociales neoliberales? ¿Tal vez un punto de inflexión?

315
María Laura Böhm

ban pensadas y definidas. No hay estructuras, ni instituciones, ni empleados


administrativos que se ocupen ya de ello. No es la política, sino el mercado
el que estipula y coordina las libertades individuales y las necesidades socia-
les de una manera que no es ni libre ni democrática.
La política postmoderna practicada muchas veces por el mismo neoli-
beralismo —aunque la postmodernidad no necesariamente tiene que ir de la
mano del neoliberalismo— tiene muy poca influencia sobre estos procesos,
a diferencia de los que sucedía en los tiempos de la modernidad. Mientras
que en la modernidad la política era tenida como el arte de gobernar y su
función se podía ilustrar con la imagen de un barco —el Estado— que debe
ser timoneado por la política, en la era postmoderna se parte en cambio de
una política «descentralizada» que ya no está en condiciones y que tampoco
aspira a determinar ella sola el curso de la nave. Muchas otras fuerzas de po-
der se inmiscuyen en la tarea: el mercado, las entidades transnacionales, los
actores globalizados y localizados, etc. No hay una dirección definida, tam-
poco hay una única libertad que pueda ser promovida. La libertad, sostiene
Bauman, deviene en una no-libertad (unfreedom) generadora de acciones
compulsivas que conducen a la rutina, rutina que es la que de alguna manera
produce la seguridad (safety). Según Bauman, el estado de no-libertad es
endémicamente ambivalente, lo que hace mucho más fácil la tarea de quienes
ejercen el poder político y su intento de obtener acuerdos: la autoridad del
poder pastoral puede ser opresiva, pero es bienvenida frecuentemente por
el rebaño que la percibe como fiable y como garantía de una segura rutina
cotidiana (Bauman, 1999: 78/79). Esta sensación de seguridad, sin embargo,
no se genera porque realmente se esté más seguro, sino porque hay deseo
y necesidad de sentirse seguro. Aquí hay una diferencia con respecto a la
noción de seguridad en los tiempos de la modernidad: mientras que la mo-
dernidad tradicional posicionaba la seguridad por encima de la autodeter-
minación y de esta manera movilizaba el deseo de cada vez más libertad, la
libertad entronada por la postmodernidad genera una nostalgia respecto de
la reinstalación de la seguridad y de la solidaridad (Herzinger, 1999). Para
recuperar el equilibrio entre la seguridad y la libertad sería necesaria una
política renovada, que recupere el agora, ese espacio entre la esfera pública y
la privada, que actúa tanto de límite como de bisagra entre la individualidad
y lo público (Bauman, 1999).
Según Bauman, solo la libertad individual, que es determinada por la
dinámica social, en combinación con los movimientos sociales, podría traer
consigo certeza, seguridad y protección. El problema radica en que en la
práctica postmoderna-neoliberal la libertad se reduce a la libertad de deci-
sión de los consumidores. Para disfrutarla hay que ser en primer lugar con-
sumidor, lo cual deja a millones de personas fuera de juego (Bauman, 1995:
334). Aquí es donde aparece la mayoría de las dificultades que en el imagina-
rio social y político se convierte luego en un problema de seguridad para la
sociedad: quienes están adentro tienen un terrible miedo de encontrarse en
algún momento afuera, lo cual les lleva a priorizar su propia seguridad indi-
vidual, tanto económica como también fundamentalmente física, por medio

316
Políticas de seguridad y neoliberalismo

de la cual se sienten protegidos frente a la pobreza, frente a la enfermedad,


frente a la violencia, frente a la discriminación y frente al desempleo etc. Por
otra parte, la dinámica económica y social empuja a cada vez más sujetos ha-
cia afuera, lo cual hace aumentar el número de aquellos que representan una
amenaza creciente para los incluidos de la sociedad y para el Estado mismo.
Entiendo que esto no es un problema de seguridad, que el estar afuera de los
excluidos no los convierte en potenciales enemigos (como sugiere Bauman),
sino que es la disminución de sus recursos la que conduce a una reducción
de sus posibilidades de ejercicio de la libertad y, por lo tanto, a un estanca-
miento de los procesos socio-económicos y de la circulación de bienes y ser-
vicios. En casos extremos, esta dinámica conduce a una redefinición de los
límites y de las normas cuyo mantenimiento acaba exigiendo la intervención
de mecanismos ejecutivos duros destinados a asegurar su cumplimiento. En
un contexto neoliberal, el Estado aparece así como el garante de este tipo de
seguridad o por lo menos debe intentarlo.
Desde otra perspectiva sostiene Wolfgang Sofsky que «la ilusión de una
seguridad sin fisuras es un pilar fundamental de la dominación política. Ni
la libertad, ni la igualdad, ni la solidaridad son las ideas reguladoras de la
política actual, sino la seguridad —en todo momento, y en todas partes... El
Estado actual es sobre todo un Estado de Seguridad» (Sofsky, 2005: 53). La
definición de un enemigo y la lucha contra él serían por lo tanto un método
de (re)unificación y de recuperación de la confianza de la gente en su go-
bernante. Posibles diferencias y opiniones discordantes se disuelven y unen
frente a un enemigo común en pos de la seguridad general ya que nada se
presenta como más importante que la lucha y la defensa. Los miedos y las
debilidades son las que deciden las próximas medidas, las próximas discu-
siones políticas y en especial las próxmas elecciones locales y nacionales. La
unificación del enemigo conduce así a una justificación constante de toda
clase de medidas, pues la seguridad como un bien deseado y la lucha contra
el demonizado de turno justifican iniciativas legales y estatales que incluyen
operaciones violentas y militares, operaciones que pueden ser puramente
simbólicas y expresivas pero también concretas y efectivas.

Así lo demuestran, por ejemplo, Christie y Brunn en su estudio al


analizar al consumidor de estupefacientes como el enemigo «ideal»
construido por el gobierno norteamericano décadas atrás: «… El
enemigo debe aparecer como tan fuerte, que deba recurrirse a la
concesión de poderes extraordinarios al gobierno que lo enfrente...
Mientras más dura la guerra, menos serán las discusiones internas
sobre el fin y los medios de la lucha» (1991: 54).

«La aceptación y predisposición de la población aumenta con la ilusión de


la seguridad y la felicidad. Estos dos grandes términos justifican el imperialismo
interior del poder estatal, que se mantiene a sí mismo en tanto hace de cada es-
pacio social una vitrina para su ley, su orden y su ideología» (Sofsky, 2005: 63).
La guerra (pensada no necesariamente en forma metafórica) y la justificación de
la guerra devienen así en una y la misma cosa. La seguridad, su puesta en peligro,

317
María Laura Böhm

la lucha contra el enemigo y contra la amenaza que representa acaban formando


de esta manera un círculo vicioso del cual ya no se sabe qué es lo primero que se
instaló y generó la escalada. En este contexto siempre aparece un enemigo útil:
los pobres, las drogas, los desocupados, los terroristas, el mal llamado «crimen
organizado»7 o el inmigrante indocumentado (ver Christie, 1986). Se trata en todos
los casos de cosificaciones retóricas y personificaciones de fuentes de inseguridad
—por lo tanto limitadoras de la libertad— que pueden ser instrumentalizadas
con éxito.
Entiendo que esta perspectiva es parcialmente acertada: la seguridad es
efectivamente más una quimera que una promesa, y esto genera la sensación
de que la política no persigue ningún fin instrumental, sino solo una lógica
simbólica y expresiva destinada a la autoperpetuación en el poder. Este as-
pecto, en concreto, no es acertado. Que la seguridad responda a una determi-
nada racionalidad política no significa que sea un invento de los políticos. La
(promesa de) seguridad se ha desarrollado y establecido a lo largo de los si-
glos como racionalidad política, y esto no ha sido así porque fuera una buena
excusa para los detentadores del poder, aunque suela ser instrumentalizada,
sino porque las prácticas, los discursos y los mecanismos sociales, institucio-
nales e individuales la han producido y (re)construido de esta manera.
La seguridad no puede pensarse en forma aislada, sino como mecanismo
complementario de otra promesa que también funciona como racionalidad
política, al menos desde la modernidad: la libertad. La libertad y la seguri-
dad como promesas y racionalidades políticas tienen efectos en la política
actual y no son, como Bauman y Sofsky dejan entrever en sus escritos, con-
tradictorias ni separables. Si se acepta que ambas convivan en el discurso y
en las prácticas sociales, políticas e institucionales, la cuestión central será
establecer en qué medida libertad y seguridad se retroalimentan, se definen
mutuamente y se pueden delimitar tanto a nivel nacional como internacio-
nal. Un vuelco excesivo hacia lo uno o lo otro puede dejar en jaque su sis-
tema simbiótico de funcionamiento: el exceso de mecanismos de seguridad
provoca parálisis y asfixia social (por ejemplo, un sistema totalitario), el ex-
ceso de libertad desregulada provoca caos y destrucción (la crisis financiera
desatada en el 2008 es un claro ejemplo de ello).

¿Políticas de seguridad?

En el ámbito de la política criminal también puede observarse una distin-


ción y una necesidad de balance entre libertad y seguridad. Hay políticas cri-
minales destinadas a la promoción de la autoprevención de potenciales vícti-
mas y a desincentivar a potenciales ofensores. Por ejemplo: si se instala una
alarma en un vehículo y se da aviso de que hay una alarma instalada mediante
una etiqueta adhesiva pegada en un cristal del vehículo a la vista de eventua-

7 
Véase en profundidad sobre las falacias de información y análisis respecto del «crimen organi-
zado» el amplio y detallado trabajo de Fernández Steinko (2008).

318
Políticas de seguridad y neoliberalismo

les ladrones. En este caso, la potencial víctima es proactiva en la protección


de su propiedad y el potencial ofensor puede calcular desde un principio
los riesgos y medir las consecuencias de su actuación. Son así los propios
ciudadanos los que se «regulan» a sí mismos responsabilizándose del uso de
su propia libertad y de la protección de sus propios bienes (la propiedad de
la víctima potencial, la libertad del ofensor potencial). Estas son prácticas
propias de lo que he llamado políticas criminales de libertad presentes fun-
damentalmente en prácticas de prevención y sanción de conductas delictivas
que no implican un alto grado de violencia física (Böhm, 2007). Estas formas
de control del delito se ven complementadas —aunque hay quienes ven en
esta doble línea una cierta contradicción (Garland, 1996, 2005)— por otras
que he llamado políticas criminales de seguridad, las que han evolucionado
cada vez más hacia políticas de seguridad. Estas no están en manos particu-
lares, sino principalmente estatales, y tienen por objetivo la neutralización de
todo tipo de amenazas a la seguridad general (bien sean reales, potenciales
o construidas) mediante el uso del sistema penal. La consecuencia es que el
sistema penal actúa cada vez más para combatir amenazas y como medio de
confrontación, en lugar de reservarse como instrumento de último recurso
(ultima ratio) para intervenir y sancionar acciones graves para el orden social
y la vida de sus miembros, acciones que deberían estar debidamente definidas
en el Código Penal y en leyes especiales como delitos. El derecho penal se
ha ido transformando así mediante las políticas (criminales) de seguridad en
un instrumento de lucha contra todo aquello que pudiera representar inse-
guridad. De ser un instrumento fundamentalmente dirigido a la investiga-
ción, la persecución y eventualmente la sanción de delitos, el sistema penal ha
devenido en sistema dedicado primordialmente a la prevención (Ashworth/
Zedner, 2011; Zedner, 2007) y al combate de inseguridades. Ejemplos de este
tipo de avances pueden encontrase en distintos países: las políticas criminales
de seguridad avanzan con apoyo masivo en el Reino Unido, donde ya se
investiga académicamente la posibilidad de aplicar tortura como medio de
investigación y de defensa frente al terrorismo y otras amenazas8.

8 
En un proyecto actual que se está llevando adelante en la Universidad de Oxford, la investigación
busca definir los límites que deben establecerse a la que fue bautizada en el marco de este proyecto
como «justicia preventiva» (preventive justice). Se parte de la necesidad de regular la acción del sistema
penal cuando este actúa como mecanismo de intervención frente a sujetos sospechosos, antes de que los
delitos efectivamente se cometan o que se tenga certeza de que siquiera han sido intentados. La justicia
preventiva constistiría en una actuación «precrime». El ejemplo aportado por la Prof. Lucia Zedner,
una de las directoras del proyecto durante su participación en un congreso, es explícito en cuanto a
los problemas que implica esta nueva justicia preventiva: Si se sabe (se sospecha en realidad) que una
persona está involucrada en un (futuro) atentado que se llevará a cabo mediante la explosión de una
bomba (también conocido como el escenario de la bomba de tiempo o ticking-bomb), la justicia podría
preventivamente detener al sujeto, requerirle la información que podría evitar tal explosión, y dadas
las condiciones (allí residen precisamente los límites que estos académicos procuran sentar a esta forma
de actuación de la justicia) ejercer violencia física o psíquica sobre él en caso que se niegue a cooperar.
Si bien el estudio tiene una orientación crítica dispuesta a limitar las actuales prácticas, lo cierto es que
mecanismos de tortura, que no son solo cotidianos en Guantánamo, sino en muchísimos países, po-
drían verse de esta manera legitimados y legalizados si cumpliesen con los «límites» que pueda sugerir
la investigación mencionada. Estos límites —el gobierno inglés encargó este proyecto a fin de contar
con un bagaje teórico y aval académico a sus métodos de investigación— pueden ser, siguiendo el

319
María Laura Böhm

En Argentina se discute la reducción de la edad a partir de la cual una


persona puede ser llevada ante el sistema penal, como medio de defensa social
frente a los adolescentes9. En Alemania se habilitan legislativa y constitucional-
mente las escuchas encubiertas en domicilios particulares como defensa frente
al crimen organizado10. En los EE. UU. la criminalización de los inmigrantes
indocumentados (y de todo aquel que quiera prestarle apoyo en su integración
social) se está implantando como medio de defensa frente a la inmigración11.
Por otro lado, en Ecuador se ha promovido la extensión indeterminada
de los plazos de prisión preventiva como medio de defensa frente al cri-
men12 y un largo etcétera.
En un contexto neoliberal, la seguridad física y económica de una gran
parte de la población se considera amenazada por potenciales terroristas mu-
sulmanes, por adolescentes marginales, por el crimen organizado, por los in-

ejemplo de la ticking-bomb —la exigencia de que el peligro sea inminente, probado, concreto, que el
sujeto tenga efectivamente la información necesaria, que se sepa que esa información va a impedir efec-
tivamente la explosión, etc. Es decir, si se pueden dar por afirmados estos requisitos, la tortura deviene
en legal como instrumento de investigación de la justicia preventiva. Sobre las bases y objetivos de la
justicia preventiva, véase Ashworth/Zedner 2011, sobre la del pre-crime, véase Zedner 2007.
9 
Los proyectos legislativos pueden consultarse en el sitio web del Congreso de la Nación
(http://www.diputados.gov.ar/). Sobre esta discusión y brindando argumentos en contra de la baja
de la edad de punibilidad, véase Universidad del Comahue 2011.
10 
Cfr. Gesetz zur Änderung des Arts. 13 GG (Ley para la reforma del art. 13 de la Constitu-
ción) del 26 de marzo de 1998 (BGBl I 98, 610). La modificación constitucional, avalada incluso por
el Tribunal Constitucional modifica el concepto de «privacidad» y habilita la intervención acústica
en los domicilios particulares de quienes son considerados actores peligrosos para la seguridad ge-
neral. En profundidad sobre esta reforma, Böhm 2011, espec. p. 151 ss.
11 
Se trata fundamentalmente de las leyes de Arizona (State of Arizona Senate Forty-ninth
Legislature Second Regular Session 2010 SENATE BILL 1070 conocida como la «SB 1070», dis-
ponible en: http://www.azleg.gov//FormatDocument.asp?inDoc=/legtext/49leg/2r/bills/sb1070s.
htm&Session_ID=93) y la reciente ley anti-inmigración de Alabama, conocida como «HB 56», de
junio de 2011, que prohibe y criminaliza la asistencia a instituciones educativas, el empleo, la reali-
zación de contratos, el traslado etc. de inmigrantes ilegales en ese Estado. Véase el crítico Informe
sobre Inmigración en Estados Unidos, enfocado a las detenciones y el debido proceso, realizado
por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, disponible en: http://cidh.org/pdf%20fi-
les/InformeSobreMigracionesEnEEUU-Detenciones-y-DebidoProceso.pdf).
12 
La primera pregunta del Referendo llevado a cabo en Ecuador el 7 de mayo de 2011 establecía
en su primera parte: «1.—¿Está usted de acuerdo en enmendar el numeral 9 del artículo 77 de la Cons-
titución, incorporando un inciso que impida la caducidad de la prisión preventiva cuando esta ha sido
provocada por la persona procesada y que permita sancionar las trabas irrazonables en la administración
de justicia por parte de juezas, jueces, fiscales, peritos o servidores de órganos auxiliares de la función
judicial, como se establece en el anexo 1?». En la parte pertinente del anexo 1 se establecía. «La orden de
prisión preventiva se mantendrá vigente si por cualquier medio la persona procesada ha evadido, retar-
dado, evitado o impedido su juzgamiento mediante actos orientados a provocar su caducidad». Mientras
que la segunda parte de la pregunta no genera mayores reparos, sí lo hace la primera por medio de la cual,
dado que el resultado del referendo había sido positivo para esta pregunta, la detención de las personas
procesadas —no condenadas— podría pasar a tener una limitación temporal poco precisa —el límite no
está establecido en el referendo, ni en el anexo, ni en las leyes aludidas—. Dados los lentos tiempos de
los sistemas judiciales latinoamericanos y siendo que es sencillo atribuir al procesado detenido la res-
ponsabilidad por el retardo en la administracón de justicia (cualquier petición puede ser entendida como
dilación), se hubiera tratado de una extensión ilegítima de la privación de la libertad de personas sobre las
cuales vale (o debería valer) la presunción de inocencia, pero quienes no son bienvenidas en libertad. Por
razones constitucionales la reforma finalmente no salió adelante.

320
Políticas de seguridad y neoliberalismo

migrantes, por los procesados aún no juzgados, etc. Pero las verdaderas políti-
cas integrales de seguridad no tienen nada que ver con este concepto famélico
de seguridad, fiel servidor de prácticas de intolerancia y de exclusión. Muy por
el contrario, la construcción de la seguridad, en el sentido amplio e integral
del término, debería practicarse —si continuamos con estos mismo ejemplos—
mediante la promoción del entendimiento entre naciones y religiones, median-
te el estudio y el tratamiento de las carencias estructurales y de la falta de con-
tención psicoemocional que frecuentemente se advierte entre los adolescentes,
mediante la disminución de la corrupción institucional y de la desregulación
económica, que son los principales catalizadores del mal llamado crimen orga-
nizado, mediante la adopción de políticas inmigratorias integradoras y regula-
das, mediante el sano funcionamiento de las instituciones judiciales como paso
fundamental para el respeto de los derechos fundamentales de las personas
privadas de la libertad etc. Todas estas serían políticas de seguridad en sentido
integral, políticas dirigidas a la construcción de entramados sociales de apoyo
individual, y no al combate de la inseguridad, como es el caso de las medidas
adoptadas por las políticas (criminales) de seguridad mencionadas que reducen
la complejidad de la cuestión «seguridad» minimizando las necesidades huma-
nas e individualizado, es decir, dessocializando sus acciones. Pareciera que la
integridad física y el dinero fueran los únicos bienes susceptibles de ser asegu-
rados. El sujeto protegido por las políticas de seguridad actuales es un animal
rentable: solo cuenta como cuerpo adinerado o endeudado, empleado, pagador
de impuestos y en todos estos casos el Estado lo considera protegible porque
se trata de un sujeto económico. Quienes no son rentables para el Estado y los
mercados (ni adinerado, ni endeudado, sino desposeído, desempleado, indocu-
mentado, rebelde o detractor) generan sensación de inseguridad. Las políticas
de seguridad no dialogan con colectivos, con seres humanos socializados y
socializables, con sujetos políticos insertos en las dinámicas sociales. Tómese
el ejemplo de las tasas de encarcelamiento en EE. UU. donde la gran mayoría
de la población carcelaria es joven, tiene un bajo nivel educativo, es hombre y
pertenece a los estratos socioeconómicos inferiores, frecuentemente de color y
con muchas posibilidades de engrosar el estrato de los desempleados si estu-
viese en libertad. De hecho, algunos autores destacan que si estas personas no
hubiesen estado privados de libertad, el índice de desocupación en EE. UU.
durante la década de los noventa hubiera sido por lo menos dos puntos por-
centuales más elevado de lo que registran las estadístias oficiales (Western/
Beckett, 1999, Campbell, 2010: 61). Todo lo que atente contra la rentabilidad
estatal y contra la rentabilidad de los mercados deviene así en una amenaza
para el Estado mismo, amenazas que intentan conjurar las políticas de seguri-
dad, su combate y su criminalización.

La simbiosis libertad/seguridad en el análisis foucaultiano


Michel Foucault explicaba en su curso de 1978 en el Collège de France
qué es lo que entendía él por libertad en los primeros años del neoliberalis-
mo. Decía que era

321
María Laura Böhm

la posibilidad de movimiento, de cambio, de procesos circulatorios


tanto de las personas como de las cosas. Es esta libertad de circu-
lación, en el sentido más amplio del concepto, esta capacidad de
circulación la que, a mi entender, debe entenderse bajo el término
libertad, y hay que entenderla como una de las facetas, como uno
de los aspectos, como una de las dimensiones de la implementa-
ción de dispositivos de seguridad» (Foucault, 2004: 78).

Este es el concepto de libertad con el que operan las estrategias de gu-


bernamentalidad, estrategias en las que los dispositivos de seguridad son
responsables de asegurar la circulación regular y fluida de bienes, personas
y dinero. La circulación es el mecanismo que debe asegurar los procesos
biológicos y económicos. La libertad y las técnicas destinadas a asegurar esta
circulación son al mismo tiempo condiciones de emergencia (de surgimien-
to), fin y técnica del (neo)liberalismo y de la gubernamentalidad. Foucault
explica muy bien este dilema cuando habla del liberalismo y lo presenta
como una nueva forma de gobierno:
El nuevo arte de gobernar se presenta como administrador de la
libertad […]: «Voy a proporcionarte la posibilidad de la libertad.
Voy a armarlo de tal manera, que seas libre de ser libre». Si este
liberalismo no es tanto el imperativo de la libertad, sino más bien
el montaje y la organización de las condiciones bajo las cuales se
puede ser libre, entonces [...] el liberalismo […] contiene en su
seno una relación de creación/destrucción respecto de la libertad
[…]. Con una mano se construye la libertad, pero la misma ac-
ción implica que con la otra se introducen restricciones, controles,
presiones, obligaciones impuestas bajo amenaza, etc. (Foucault,
2004a: 97/98).

La libertad en el análisis foucaultiano es al mismo tiempo promesa,


medio, fin, realidad y símbolo. Esta libertad no es fija sino maleable, una
suerte de creación cognitiva, de categoría del campo del saber que debe ser
pensada como espacio en el que son posibles conductas propias y ajenas,
así como la conducción de estas conducciones, es decir, el gobierno de las
mismas. Libertad tanto para conducir como para resistir a esa conducción.
La gubernamentalidad es por tanto una estrategia, en la que el desarrollo de
esta libertad, entendida como racionalidad política, es maleable, inevitable e
irremplazable13.

La gubernamentalidad14

El desarrollo de tecnologías gubernamentales, en las cuales el fomento de


los procesos naturales adquiere importancia y la economía se convierte cada
vez más en medida y guía de las acciones humanas, ha recibido en el último

13 
Sobre esta idea, véase fundamentalmente Lemke, 2002; Krasmann, 2003.
14 
En este fragmento actualizo ideas más extensamente desarrolladas en Böhm, 2007.

322
Políticas de seguridad y neoliberalismo

tercio del siglo xx nuevos impulsos desde que el neoliberalismo sentó las nue-
vas reglas del juego, especialmente tras la quiebra del Estado de bienestar en
muchos países «avanzados» y la falta total de posibilidades para acceder a tal
modelo en los países menos avanzados (entre muchos, Gueler, 2009). Este de-
sarrollo, que ha sido designado como la «economización de lo social» (Rose/
Miller, 1992), se ha acentuado mucho en los últimos tiempos. La guberna-
mentalización del Estado de la que hablaba Foucault (2004: 162) no implica
solo la vuelta a formas anteriores como la del soberano decidiendo sobre la
vida, la muerte y los bienes de sus súbditos, o la de un control reticular con la
obsesión disciplinaria de hacer de los individuos, individuos normales.
La estrategia de poder soberano es aquella que Foucault identifica
como propia de las formas de dominación aparecidas en el siglo xii
—en sus inicios solo en Francia e Inglaterra— y que predomina-
ron hasta fines del siglo xvi, principios del xvii. Este poder es ejer-
cido fundamentalmente sobre el suelo, sus productos agrarios y las
riquezas y bienes de los súbditos y este ejercicio de poder se basa
fundamentalmente en la ley, que habilita en forma más bien preda-
toria la confiscación de bienes en beneficio del soberano (Foucault,
1995: 77). El territorio es en este contexto importante no solo por
su potencial productivo, sino porque determina los límites físicos
del poder del soberano. Por eso la defensa —y en el mejor de los
casos la ampliación— del territorio es una de las tareas fundamen-
tales de esta forma de poder que se autolegitima y autoconserva en
la figura del soberano. Toda amenaza al territorio o a la ley, base y
corporización misma de ese soberano, son respondidos mediante
el ejercicio del poder en su forma más característica: el derecho
sobre la vida y la muerte de sus súbditos, o, en realidad, el derecho
de muerte, de disponer de la vida y decidir el momento de muerte
de sus súbditos (Foucault, 2002: 163 ss.). Este poder de muerte se
va a ver modificado a lo largo de los siglos, pero va a permanecer
de todas formas como ejercicio de un poder que tiene como fin la
defensa y conservación del poder mismo, el cual se extiende a su
territorio, sus bienes y, en las sociedades modernas, a su pobla-
ción, que desde su «descubrimiento» ha devenido en fundamento
y razón de ser de ese poder soberano. Por otro lado, la «anato-
mopolítica» que empieza a desarrollarse en el siglo xvii gobernaba
sobre los individuos y sus cuerpos. El mecanismo por excelencia
era la disciplina, que primeramente se difundió amplia y duramen-
te en las instituciones cerradas «totales» y luego en los más ínfimos
retículos de las redes del poder, lo que condujo a la idea de una
sociedad disciplinaria (Foucault, 1977, Goffman, 1968). Principal
función de la disciplina era obtener cuerpos educados: económi-
camente productivos y políticamente sumisos y obedientes (Fou-
cault, 1977: 177). La vigilancia devino así en la técnica de gobierno
por antonomasia, que hoy sigue presente en toda institución cerra-
da o semicerrada (escuelas, hospitales, etc.).

La gubernamentalización incluye también la gubernamentalización sub-


jetiva, es decir, los procesos por medio de los cuales fue posible la emergen-

323
María Laura Böhm

cia de subjetividades post- o tardomodernas. Estas subjetividades, es decir,


sujetos que están penetrados y formados por mecanismos de poder cente-
narios que han hecho de ellos lo que hoy son y no otra cosa, se ven ahora
involucradas en una nueva forma de gobierno a distancia que no necesita
ninguna intervención directa e inmediata, no necesita contacto directo con
el objeto o el destinatario de gobierno, es decir, ni con el dinero, ni con los
sujetos concretos que pretenden ser gobernados. La gubernamentalidad se
basa más bien en la idea de que «cuando cada uno puede traducir los valores
de los demás a sus propios términos de tal forma que estos términos pro-
vean normas y estándares para sus propias ambiciones, juicios y conductas,
queda conformada una red que permite gobernar “a distancia” (“at a dis-
tance”)» (Rose/Miller, 1992: 184). El ejercicio del poder estatal no consistirá
por tanto en «conducir individuos», sino en conducir la propia conducción
que estos individuos hagan de sí mismos.
Estos Estados «distanciados» promueven la participación responsable de
los sujetos en la economía (flujo de personas y bienes) mediante el ejercicio
útil y productivo de su libertad. Mientras tanto, los sujetos aprenden, ejer-
citan, disfrutan y en cierta medida se sienten obligados a adaptarse a las res-
ponsabilidades propias de tan generosa oferta y procuran permanecer acti-
vos en el juego propuesto que, por otra parte, no parece ofrecer alternativas.
Este juego ya no se identifica más con las reglas de una sociedad moderna
(pretendidamente homogénea en sus valores, imaginada como una masa ce-
rrada marchando con optimismo hacia un futuro mejor), sino que tiene que
ver con globalismos desbordados y localismos reducidos: la postsocialidad.
La subjetividad individual cuenta cada vez menos con los sujetos corporales
individuales, y cada vez más con «seres» (Wesen) que si bien son formados,
al mismo tiempo carecen de forma y tienen que ser cada vez más adaptables.
Estos «dividuos postsociales» (De Marinis, 1998: 36; Deleuze, 1995) ganan y
pierden subjetividad al mismo tiempo, ya que tienen más responsabilidad y
libertad, pero al mismo tiempo menos reconocimiento social y cultural, un
reconocimiento que se diluye en la corrientes torrentosas de la economiza-
ción. Los sujetos tienen que asumir la responsabilidad en la conducción de
sus proipas vidas, incluida la atención y la prevención cotidianas en todos
los aspectos de su existencia (la salud, el trabajo, la criminalidad, la subsis-
tencia, el futuro, etc.). Todo esto representa un desafío para las tecnologías
gubernamentales y se refleja también desde el último tercio del siglo pasado
en los campos de la criminología y de las políticas criminales y de seguridad.

Política criminal gubernamental

Los procesos de economización atraviesan reticularmente todo lo social.


También la seguridad es transformada en bien adquirible y por eso «la co-
mercialización de la seguridad requiere de individuos y grupos que actúen
como “electores racionales” de sus acciones (rational choice actors) sopesan-
do las dimensiones de riesgo y seguridad de la interacción social» (Crawford,

324
Políticas de seguridad y neoliberalismo

2000: 200). Los principales destinatarios de estas medidas públicas y discur-


sos criminológicos gubernamentales dirigidos a la mejor administración de
la libertad y a la mayor responsabilización por la vida y los bienes propios,
ya no son entonces los ofensores o los «delincuentes», sino las víctimas, las
víctimas potenciales y la sociedad en general, que tiene que seguirle el paso
a esta prevención «responsabilizante». Esta es la racionalidad de las ya men-
cionadas políticas criminales nucleadas alrededor del concepto de libertad.
El sociólogo inglés David Garland ha investigado las formas que adquieren
actualmente los mecanismos de control social y ha identificado una línea
de actuación, la criminología del sí mismo o criminología de todos los días
(criminology of everyday life), que refleja este desarrollo a través de proce-
sos de «responsabilización», de governance-at-a-distance y de (auto)gestión
de riesgos, son aspectos que ponen de manifiesto las técnicas concretas de
la gubernamentalidad actual. Siguiendo los postulados económicos, el delito
deviene así en un fenómeno normal y calculable que debe ser gestionado de
forma inmediata, individual y directa por los sujetos afectados o potenciales
afectados.
No pocos análisis ponen el acento en la «economización del lenguaje»
que ha tenido lugar dentro de la criminología y la política criminal en las
últimas décadas. En realidad hay una economización no solo del lenguaje,
sino también de la lógica misma de la criminología y la política criminal
(Garland, 1997: 185) en el sentido de que se ha dado una especie de «in-
vasión de la criminología y la política criminal por parte del razonamiento
económico» (Sack, 1998: 45). Casi todas las teorías y enfoques que Garland
incluye en la criminología del sí mismo son traducibles a fórmulas econó-
micas. Así, la teoría de la elección racional (rational choice theory), el delito
como oportunidad (crime as opportunity) y el análisis económico del deli-
to (economic analysis of crime) como posibles explicaciones de la decisión
delictiva, se basan en un balance de costes y beneficios. La prevención si-
tuacional del delito (situacional crime prevention) por parte de la política
criminal persigue la disminución de dichos costes y a través de este cálculo
económico pretende elevar la efectividad de la propia prevención.
Dentro del ámbito del control blando o soft diet —«bajas calorías»— y
cotidiano del delito (De Marinis, 1998: 34), en aquellos casos en los que
este no pudo ser impedido y en aquellos otros en los que el ofensor ha sido
descubierto, la cuestión pasa a formar parte del derecho penal tradicional
o, siguiendo al penalista Günther Jakobs, del llamado Derecho Penal del
Ciudadano. En el Derecho Penal del Ciudadano el ordenamiento procura
optimizar esferas de libertad individual (Jakobs, 2005) y trata con sujetos
racionales que no se encuentran excluidos ni son excluidos por medidas pe-
nales, sujetos que estaban y siguen estando in antes y después de cometer el
delito (De Marinis 1998: 34). Dentro de esta forma de entender el derecho,
el pensamiento social es tenido por no-económico, lo cual anula el argumen-
to social dentro de las estrategias gubernamentales aunque no así la actua-
ción individual y, a lo sumo, comunitaria y local que se ve reforzada dentro
de este marco. La inseguridad y la estrategia de seguridad facilitan el gobier-

325
María Laura Böhm

no de los individuos y su responsabilidad frente a las comunidades: mayor


participación, más predisposición a actuar conjuntamente con la policía de
barrio, mayor contacto con los vecinos —aunque a costa de una mayor sos-
pecha y un mayor rechazo hacia todo no-vecino— y, en definitiva, mayor
sensación de seguridad y de confianza. Esto se traslada a otros ámbitos de la
vida de los sujetos y los «hace» más conformados y conformables en general
(Rose, 2000: 85).
A cambio, el gobierno a distancia se ve también complementado por
la garantía de los «flujos de libertad», una garantía que se intenta obtener
mediante la exclusión y/o la neutralización de todo aquel o aquello que pu-
diera poner en peligro dichos flujos. Esta exclusión y/o neutralización no se
produce a distancia, sino en este caso de forma directa y palpable. Es decir,
«si la integración del cuerpo social no puede ser lograda mediante
persuasión, debe ser garantizada en última instancia por medio de
la fuerza. Bajo estas circunstancias no debemos sorprendernos si la
confianza en tecnologías actuariales y autorregulatorias para la ma-
yoría, coexiste con la confianza en los intentos para dominar con
tecnologías soberanas a importantes sectores de la población que
devienen problemáticos (Valverde, 1996)» (Stenson, 1998: 344)15.

La relación, que sin duda es muy cercana, entre la economía, que está
fomentada e instrumentalizada por las técnicas de libertad, y la economía
que es protegida y defendida mediante técnicas de seguridad, se refleja en
los discursos y las prácticas político-criminales. Podría decirse que en tanto
la libertad sea gobernada mediante una racionalidad neoliberal, será insosla-
yable la presencia de mecanismos de seguridad excluyentes y de un sistema
penal punitivista y bélico. Incluso en los casos en los que el modelo neoli-
beral comienza a dejarse de lado, como sucede actualmente en varios países
latinoamericanos, las consecuencias de las prácticas neoliberales aún serán
difíciles de superar y hay que temer que hasta entonces se seguirán aplican-
do lamentablemente medidas de aseguramiento y de seguridad discordantes
con la implementación de propuestas socialmente inclusivas. Un ejemplo
es la Argentina donde, aunque en menor medida que en años anteriores,
se sigue criminalizando la protesta social, especialmente cuando está diri-
gida a evitar la expropiación de tierras y recursos naturales en perjuicio de
comunidades originarias y en beneficio de inversores transnacionales16. En
Argentina sigue aumentando la presencia de fuerzas de seguridad en la calle
como respuesta a la sensación de inseguridad generada en zonas considera-

15 
El texto de Mariana Valverde al que hace referencia Stenson es: Despotism and ethical gover-
nance, en: Economy and Society 23(3): 357-372.
16 
Cf. como ejemplo una de las noticias al respecto, en http://www.pagina12.com.ar/diario/
sociedad/3-171446-2011-07-04.html. Véase que también en otros países, vgr. en Chile, las comuni-
dades originarias son perseguidas incluso con legislación especial. En Chile se aplica la Ley Antite-
rrorista como instrumento de persecución y criminalización de la protesta que el pueblo mapuche
levanta contra la expropiación de tierras (ver http://www.fidh.org/spip.php?article9169).

326
Políticas de seguridad y neoliberalismo

das económicamente vulnerables17 y se discuten proyectos legislativos que


plantean disminuir la edad penal a fin que los adolescentes no debidamen-
te escolarizados e involucrados en situaciones delictivas que muchas veces
tienen su origen en fuertes carencias socio-económicas, puedan ser crimi-
nalizados18, etc. La desmembración social provocada por el neoliberalismo
parece encontrar como única reacción la constante denuncia y persecución
de la inseguridad que acecha en cada esquina.

La obsesión por la seguridad

He recordado en otro lugar (Böhm, 2007: 80 ss.) que Foucault había


anunciado que el Estado de bienestar ya no estaba en condiciones (escribía
en 1978) de tener todo bajo su control (Foucault, 1991) y que vislumbró dos
escenarios de futuro posibles: o bien un Estado totalitario monopartidista,
fascista, o una complicada y refinada forma de «desinversión estatal». Esta
segunda forma era la que veía más factible y la describía con cuatro carac-
terísticas: primero, la definción de zonas «vulnerables» —no en un sentido
geográfico—, en las que reinaría máxima seguridad; segundo, el estableci-
miento de ámbitos donde el control sería más relajado; tercero, una suerte de
red de información general y permanente por parte del Estado y sobre los
individuos; y cuarto, la conformación de un consenso que pasaría por toda
esta serie de controles y coerciones «sin que el poder tenga que intervenir
por sí mismo, sin que tenga que pagar el costo, muy elevado a veces, del
ejercicio del poder, lo cual va a significar una cierta regulación espontánea
que provocará que el orden social se autoengendre» (Foucault, 1991: 166).
Con este nuevo orden interior Foucault parece haber pronosticado el doble
camino adoptado por la política criminal en la actualidad. Los ámbitos en
los cuales no puede haber ningún tipo de permiso o consideración y en los
que todos los peligros deben ser neutralizados, son sin duda aquellos en
los que las políticas de seguridad aplican métodos de exclusión respecto de
aquellos que podrían representar una amenaza para la seguridad: llámese
terrorismo, crimen económico u organizado, inmigración, etc. Una política
criminal que aspira a la seguridad a cualquier precio y que incluye tanto a la
«criminología del otro» como al Derecho Penal del Enemigo, se muestran
como la tecnología de defensa y de lucha por antonomasia. Sin embargo, y
de acuerdo a la economización de las políticas criminales, el que estas polí-
ticas de seguridad sean diseñadas y ejercidas habitualmente desde el aparato
estatal no significa que sus técnicas no estén entremezcladas y sean incluso
instrumentales para los intereses del mercado, para la lógica de las privatiza-
ciones y para la commodification, o mercantilización.

17 
Cf. los detalles del plan de seguridad en http://www.minseg.gob.ar/index.php/
comunicacion/296-hoy-comienza-el-plan-unidad-cinturon-sur; http://www.pagina12.com.
ar/diario/sociedad/3-171385-2011-07-03.html.
18 
Véase supra nota 14 y texto principal.

327
María Laura Böhm

El término commodification presentado por Steven Spitzer hace


referencia al desarrollo que se ha venido dando en las últimas dé-
cadas, por el cual «todo» es transformado en producto de compra
y venta, y por tanto convertido en un bien comerciable, en una
commodity (Nogala, 1995), y por tanto consumible, por lo que el
proceso también puede ser llamado consumerisation, como hace
Crawford (Crawford, 2000: 202/203). En este proceso no solo la
salud, la educación, el tiempo libre, sino que también la seguridad
(servicios de seguridad privada, empresas de seguros, sprays para-
lizantes, servicios y sistemas de alarma electrónica, CCTV, cursos
de defensa personal, etc.) se han transformado en «bienes adquiri-
bles», para los cuales rigen las mismas reglas de mercado que para
las commodities tradicionales.

La segunda característica de este orden interior pos-welfarista se corres-


ponde con la lógica gubernamental y, por tanto, con las técnicas propias de
una política criminal apoyada en la noción de ámbitos de libertad tal como
se explicó en párrafos anteriores. El fomento del consenso, que adolece de
acción estatal violenta, directa o visible y que Foucault menciona como
cuarta característica, se desprende de la complementariedad entre seguri-
dad y libertad. Los sujetos que se desenvuelven en los ámbitos «liberales»
(aquellos más afectados por una lógica percibida como «blanda») toman a
su cargo el control y el manejo de riesgos y se perciben a sí mismos como
beneficiarios de las medidas excluyentes adoptadas por las políticas de segu-
ridad reguladas por una lógica «dura», frente a quienes pudieran represen-
tar una amenaza. La tercera característica mencionada por Foucault resulta
también significativa en este contexto pues resalta el rol de la comunicación
constante y fluida, así como la transferencia de información a través de la
red social, cosas que no son difíciles de lograr en estos tiempos de la infor-
mática, de redes sociales cibernéticas, de fuentes de información multimedia
y de procesos de globalización en general. Tanto los mecanismos para el
fomento de la libertad como aquellos otros destinados a procurar seguridad
sacan un jugoso provecho del flujo de información que hoy está disponible
desde cualquier computador.
En realidad, las políticas de seguridad en gobiernos democráticos, que
es de los que se está tratando aquí, no son ninguna novedad. Ya la escuela
del positivismo criminológico italiano de fines del siglo xix y principios del
xx había puesto el acento en la necesidad de exluir a aquellos considerados
peligrosos.

Esta criminología aplicó a la cuestión criminal teorías de las cien-


cias naturales que en ese momento se encontraban en boga (como
por ejemplo la obra de Charles Darwin El origen de las especies
de 1859) y se estableció con la obra del Cesare Lombroso de 1876
(L’uomo delinquente) como una perspectiva fuertemente marca-
da por la antropología. El criminal, visto como el «hombre delin-
cuente», fue entendido como un sujeto que sigue impulsos irrefre-
nables e irracionales, sin poder impedirlo. A este primer enfoque

328
Políticas de seguridad y neoliberalismo

de la criminología positivista siguieron luego explicaciones que se


centraron en deficiencias psicológicas (Raffaele Garófalo) y/o so-
ciales (Enrico Ferri).

Los que hoy son construidos y vistos como amenaza a la seguridad son
una versión actual de «los peligrosos» de antes. Pero las diferencias son de-
masiado importantes como para que pueda trazarse una línea directa entre
aquel uomo delinquente de entonces y el ente-insecuritas actual.
He descripto como ente insecuritas a quienes en la actualidad son
discursivamente construidos/temidos como amenaza y penalmen-
te perseguidos porque podrían representar un peligro a la seguri-
dad, lo cual suele realizarse en forma amplia e indefinida («terro-
rismo», «crimen organizado», «inmigración»). No se trata de la
conocida figura del infractor de una ley, ni del otrora peligroso, ya
que estos sujetos y grupos destinatarios de las políticas de seguri-
dad actuales no se encuentran directamente vinculados a un delito
concreto, a una acción legalmente descrita, no llevan características
físicas de su peligrosidad —como afirmaban los primeros positi-
vistas— etc. El ente insecuritas es una figura que más bien auna a
todos aquellos que puedan tener alguna vinculación con conductas
y situaciones catalogadas de riesgosas para la sociedad. Véase en
detalle sobre esta figura Böhm 2011, especialmente el capítulo 5 (el
nombre alemán de esta figura, es «Gefährder»), Böhm 2011a (en
inglés «Endangerer») y Böhm 2012.

La idea de aquella criminología era que la sociedad sana debía ser defen-
dida de los peligrosos que pudieran degenerarla. En aquella época los Esta-
dos podían mostrarse como fuertes y soberanos, lo cual no es posible para
la mayoría de los Estados occidentales actuales que se limitan a combatir a
todo aquello que pueda obstaculizar el juego del libre mercado. En muchos
países latinoamericanos que actualmente implementan políticas socioeconó-
micamente más integradoras, se criminaliza sin embargo a aquellos que han
sido excluidos por el colonialismo —comunidades originarias— o por el
neoliberalismo —desempleados, jóvenes con familias desestructuradas— y
que ahora resulta complejo reinsertar.
Las políticas criminales de seguridad se han desarrollado y fortalecido
de forma ininterrumpida desde los años cincuenta del pasado siglo xx, so-
bre todo a raíz del triunfo del del neoliberalismo. El proceso ha sido tan
importante que ha generado la paradoja ya comentada: la intensificación de
las estrategias de libertad requiere de la intensificación de las estrategias de
seguridad, una paradoja fundamental que ha hecho merecer a estas socieda-
des el mote de «demonic societies» (Dean, 2001; Ojakangas, 2005). Bajo el
concepto de «penalidad neoliberal» (neoliberal penality) se ha descrito un
tipo de racionalidad, en la cual la esfera penal sirve de límite o de frontera
entre lo interior y lo exterior:
La sanción penal está definida por la lógica predominante de la
economía clásica como el único espacio en el cual el orden es le-

329
María Laura Böhm

gítimamente impuesto por el Estado. Desde esta perspectiva, la


mayor parte de la interacción humana —que consiste en el in-
tercambio económico— es vista como voluntaria, debidamente
compensada, y tendiente al bien común; la esfera penal es el límite
exterior, donde el gobierno puede interferir legítimamente, ahí y
únicamente ahí (Harcourt, 2010: 77)19.

Estas intervenciones estatales en el ámbito penal han conformado el lla-


mado «gobierno a través del crimen» (governing through crime), es decir,
teniendo al combate del crimen como principal línea de acción, una práctica
convertida en la forma principal de control social y en estrategia de segu-
ridad, ambas presentadas muchas veces como meras excusas para legitimar
todo tipo de acciones con fuerte carácter simbólico. Esta modalidad de go-
bierno subsume bajo el concepto de «inseguridad» —que, recordemos, es el
opuesto constitutivo y fácil de visualizar de la noción de «seguridad»— a
los más variados males, focalizando la atención en una serie de aspectos que
parecen expresar todas las dolencias sociales cuyo combate pareciera presa-
giar la llegada de la ansiada seguridad. Este tipo de procesos políticos, fun-
damentalmente discursivos —en sentido foucaultiano de entrelazamiento de
lógicas y prácticas— ha sido analizado bajo el nombre securitization.
Se denomina securitization al proceso discursivo por medio del cual un
cierto objeto («objeto de referencia») es declarado en peligro y necesitado
de protección, y por medio del cual el público, la gente de a pie, es per-
suadida de ello. Un cierto ámbito (el terrorismo, el crimen organizado) o
alguien (el inmigrante indocumentado, el adolescente, el marginal, el ma-
puche20), generalmente el «no rentable» para un cierto modelo de Esta-
do, es presentado como «tema de seguridad», como problema existencial a
combatir, para lo cual son adoptadas una serie de medidas extraordinarias
que se apoyan en el temor de una sociedad que se siente verdaderamente
amenazada por dichos fenómenos. El proceso de securitización, es decir,
de construcción del «tema de seguridad» y de identificación del «objeto de
referencia» amenazado (la seguridad física de cada ciudadano, la seguridad
nacional, el empleo de los ciudadanos), son procesos fundamentalmente
políticos. No toda cuestión es securitizable. Si se presenta como amenaza
algo o alguien que no puede ser evitado con medidas de seguridad, se pro-
duce una abrupta pérdida de apoyo por parte de la audiencia a dicha inicia-
tiva con lo cual los actores políticos que la impulsan saldrán perjudicados.
Por ello, el objeto de la securitización debe ser políticamente manejable, y
producir réditos políticos. Declarar abiertamente en la arena política, por
ejemplo, que la pobreza es una amenaza existencial para que se dé un cre-
cimiento sano de una sociedad y de sus miembros, y prometer que será
19 
Original en inglés: «The penal sanction is marked off from the dominant logic of classi-
cal economics as the only space where order is legitimately enforced by the state. On this view,
the bulk of human interaction —which consists of economic exchange— is viewed as voluntary,
compensated orderly, and tending toward the common good; the penal sphere is the outer bound,
where the government can legitimately interfere, there and there alone».
20 
Ver supra nota 13 y ss.

330
Políticas de seguridad y neoliberalismo

erradicada en provecho de todos, a pesar de ser materialmente cierto lo


primero y políticamente loable lo segundo, parecería un intento condenado
al fracaso en el marco de las actuales políticas económicas. ¿Cómo combatir
la pobreza de forma rápida y efectiva? ¿Cómo proteger a la parte marginal
de la sociedad de la amenaza que representan para ella un orden injusto y
su violencia estructural, si no es cambiando precisamente ese (des)orden
estructual? ¿Cómo redirigir los intereses del mercado con el fin de reducir
la exclusión de gran parte de la población teniendo en cuanta que el Estado
neoliberal no se permite dirigir políticas económicas que pongan límites
a la ambición de los actores activos en el mercado? Con el fin de evitar
suicidios políticos indeseados, la seguridad y las política de securitización
vuelven a ser reducidas así una y otra vez a cuestiones fácilmente simboli-
zables y relativamente manejables. Si, por ejemplo, se definen «las drogas»
como amenaza, se desarrollan medidas legales y de intervención policial,
se organizan operativos espectaculares y realizan detenciones masivas de
consumidores, esto genera en el público una clara sensación de que algo se
está haciendo para extirpar el mal, y que se está logrando disminuir la ame-
naza21. La fuerza discursiva del proceso securitizante es tan importante que
quienes hayan intervenido en él —por ejemplo convirtiendo las drogas en
una amenaza existencial— podrán salir políticamente beneficiados al menos
a corto plazo, aun cuando las drogas nunca hayan sido un problema exis-
tencial, aún cuando el público se sienta tan (in)seguro ahora como antes,
aun cuando las medidas adoptadas no hayan sido efectivas, sino exclusiva-
mente simbólicas22.
El sistema penal, siempre disponible e indudable portador de una im-
portante carga simbólica, es uno de los medios favoritos utilizados en los
procesos de securitización. Criminalizar es simple y rápido. Hoy, en mu-
chos países el objeto de protección es la seguridad reducida a su máxima
expresión: la integridad física en el espacio urbano. Se la presenta como
amenazada procedente de adolescentes, de inmigrantes, de musulmanes,
de colectivos a los que se exige combatir mediante su criminalización. El
gran problema reside en que después de cada nueva movida securitizante,
el sistema penal queda más desfigurado, los principios del derecho penal se
desdibujan.

21 
Véanse las diversas facetas del «megaoperativo» que el gobernador de la Provincia de Buenos
Aires, Daniel Scioli, llevó adelante el día 6 de mayo de 2011 en un barrio carenciado a fin de incautar
estupefacientes: en los medios de comunicación la intervención realizada por las fuerzas de seguri-
dad se presenta como éxito en la lucha contra las drogas (http://www.infobae.com/notas/583841-
Scioli-Con-la-droga-y-los-delincuentes-se-convive-o-se-los-combate.html); entretanto, informes y
testimonios de afectados, asistentes sociales e investigadores estrechamente relacionados con activi-
dades de acompañamiento e integración en el barrio alertan acerca de las mentiras y simbolismo de
tal operativo (http://crimenyrazon.com.ar/temas/denuncian-que-scioli-arma-operativos-en-villas-
para-la-television/).
22 
Para una profundización en el concepto y consecuencias de los procesos de securitización,
véase el texto Securitización (Böhm, 2013).

331
María Laura Böhm

El neoliberalismo y su punitivismo securitizante

El «crimen económico» —fundamentalmente el que se relaciona con el


crimen organizado— también se encuentra dentro de la lista de los «peli-
gros». Tanto Jakobs como Garland los incluyen en el grupo de los enemigos
que se encuentran en la mira de la guerra a la inseguridad. Pero podría-
mos preguntarnos: ¿realmente estos ofensores pertenecen a la categoría de
«otros», de «extraños» a la sociedad, de «enemigos»? ¿Reúnen dentro de sí
el «peligro biológico» o la «monstruosidad» que se le atribuye a los terroris-
tas, los ofensores sexuales o los narcotraficantes? Yo diría que no.
El viejo delito de cuello blanco pasó de ser un delito apenas investigado
a convertirse en una amenaza de elevada peligrosidad. Pero no se trata de
una peligrosidad biológica, de una degeneración de la especie, sino que el
objeto del delito es en este caso nada menos que la propia economía. La
economía, el elemento fundamental de las actuales sociedades neoliberales
y gubernamentalizadas, que tiene que ver con la circulación de bienes, de
riqueza, de individuos y de poder, se ha convertido en blanco de los delin-
cuentes y requiere de una sostenida intervención estatal: «El nuevo orden
económico requiere de una autoridad estatal soberana monopólica y coerci-
tiva para suprimir y contener dislocaciones sociales y resistencias» (Stenson,
2005: 268).
En el título La libre economía y el Estado fuerte: Las políticas del That-
cherismo (Gamble, 1994) se resume la idea de complementariedad que antes
mencionara, es decir, la combinación propia de las sociedades neoliberales
entre una escasa intervención estatal en el campo económico y una fuerte
intervención estatal en el campo punitivo. Gamble expone y critica las ideas
económicas de la escuela neoliberal de Milton Friedman porque este autor
no diferencia entre regímenes totalitarios y regímentes autoritarios, una di-
ferencia que resulta muy relevante para el actual discurso neoliberal. Mien-
tras que los primeros —como por ejemplo el nacionalsocialismo alemán o el
régimen soviético— habrían limitado tanto las libertades individuales como
la libre economía, los segundos —Pinochet en Chile, por ejemplo— habrían
reducido solo las libertades individuales mientras que la economía y las re-
laciones económicas no fueron intervenidas permaneciendo intocables. Es
comprensible que estos autores no solo refieran el autoritarismo, sino que
lo consideren legítimo. Lo que sin embargo no dicen por ser un anteceden-
te políticamente incorrecto, remarca Gamble, es que el nacionalsocialismo
también era una economía de libre mercado. El autoritarismo se relaciona
habitualmente con fuerzas militares que imponen límites a la libertad me-
diante la violencia, pero en la mayoría de los regímenes autoritarios la libre
iniciativa no solo no se limita, sino que incluso es promocionada activa-
mente. El apoyo de las dictaduras argentina, uruguaya, boliviana y chilena
por parte de los gobiernos norteamericanos tiene también esa explicación:
un mercado libre y un estado fuerte y violento orientado a evitar toda obs-
taculización —comunista— de ese libre mercado son dos objetivos com-

332
Políticas de seguridad y neoliberalismo

plementarios23. Estas dictaduras tenían como finalidad no solo el impedir


la expansión del comunismo hacia los Estados Unidos —es decir asegurar
la «seguridad» de la población norteamericana—, sino sobre todo también
pretendían abrir los mercados de estas sociedades, asegurar el libre mercado,
un mercado que en ese momento estaba intervenido y controlado en mu-
chos Estados latinoamericanos. Una lógica similar, aunque no tan extrema,
es la que subyace a la interrelación entre economía y políticas de seguridad
que aquí estoy analizando, la que caracteriza a las llamadas «democracias
autoritarias» (Silva Sernaqué, 1998: 44). Si el aseguramiento de la libertad
de la economía es entendida como una forma de promoción de los intereses
vitales de una población determinada, entonces dicha economía libre deberá
ser protegida aun a costa del cercenamiento de las libertades políticas y civi-
les frente a aquellos que pudieran ponerla en peligro.
El rol de la política criminal de seguridad como «guardián» de la eco-
nomía es un buen ejemplo de lo que Jonathan Simon llama el governing
through crime («gobierno a través del crimen»), antes mencionado: «Go-
bernamos a través del delito en el sentido de que el crimen y el castigo
se convierten en ocasiones y en contextos institucionales por medio de los
cuales intentamos conducir la conductas de los otros (o incluso de nosotros
mismos)» (Simon, 1997: 174). Es comprensible que la economía marque el
paso de estas conductas teniendo en cuenta la sustitución de lo social por lo
económico propia de un orden neoliberal. La libre economía debe ser pro-
tegida de peligros y, llegado el caso, puede incluso declararse el estado de
excepción para conseguirlo (Agamben, 2004: 20). En el estado de excepción
las normas pierden «forma»: no hay normalidad pero tampoco anormalidad.
En dichos momentos excepcionales no existen las leyes, sino solo una espe-
cie de reglas o de directivas que se convierten en los únicos puntos de refe-
rencia, si es que llegan a existir efectivamente dichas directivas. En el actual
orden neoliberal son reglas definidas por la economía misma.
De acuerdo con Schmitt, la directiva aparece porque la legislación
está llamada a servir las necesidades inmediatas de la economía.
En términos de Foucault, la ley opera más y más como norma
—o como táctica, como dice él. Ya no es más expresión de la vo-
luntad de un legislador, sino una expresión de vida en la esfera de
la economía. Son las leyes de la economía (...) las que definen el
contenido de la norma informe. (Ojakangas, 2005: 17)

Carl Schmitt, el jurista convertido durante años en teórico del nacio-


nalsocialismo, no es el único jurista que reconoció a la economía como «le-
gisladora». Hoy el jurista alemán Jakobs realiza un análisis similar cuando
entiende que el reconocimiento y la asunción de la necesidad de un Derecho
Penal del Enemigo es un desafío fundamental para la ciencia jurídico penal.
Para no pecar de idealismo, afirma este autor, es necesario reconocer que
junto al tradicional derecho penal, que él llama del Ciudadano, es necesario

23 
En igual sentido, Regino 2003.

333
María Laura Böhm

definir un sistema de lucha contra aquellos que representan una amenaza


para el sistema socio-normativo: «Si ella [la ciencia jurídicopenal] no quiere
reconocer la necesidad del último [el derecho de lucha contra el enemigo]
esta va a verse marginalizada por la sociedad dominada por la economía por
falta de efectividad» (Jakobs, 2000: 53/54, cursiva MLB). Esto es lo que él
llama un Derecho Penal del Enemigo, criticado y negado por sus colegas,
pero vigente bajo otros rótulos en las prácticas legislativas cotidianas, judi-
ciales, policiales y políticas no solo de Alemania, sino de muchos otros Es-
tados democráticos europeos y americanos. Para poder seguirle el paso a los
requerimientos de la economía, asegura Jakobs, la ciencia jurídicopenal debe
reconocer al Derecho Penal del Enemigo. Para seguir las reglas de la econo-
mía —y no del derecho— y no caer en el «idealismo» hay que adaptarse a
la economía, por ejemplo incluyendo a los ofensores de crimen económico
dentro de la categoría del «enemigo»24.
Si seguimos a Foucault, tenemos que aceptar que la economía tiene que
ver con normas y con libertad, y no con derecho. La seguridad se intenta
alcanzar mediante el sistema penal, un sistema penal desfigurado mediante
el cual los legisladores se limitan a obedecer a las reglas del mercado en el
momento en que deciden elevar escalas penales, introducir medidas inves-
tigativas intrusivas, sancionar penalmente conductas contrarias a las reglas
del mercado, someter a adolescentes de hogares excluidos del mercado al
ámbito del sistema penal, sancionar leyes penales en el campo de la política
inmigratoria, perseguir penalmente a comunidades originarias que protestan
contra la explotación indiscriminada de sus tierras y de sus recursos, etc. Lo
que se dijo respecto de la criminalización del pueblo mapuche, que a conti-
nuación cito, es aplicable a casi todos aquellos que son criminalizados por
el punitivismo neoliberal.
Los únicos muertos en este conflicto son los mapuche, considera-
dos por el Estado como el enemigo interno. Esto se hace al ampa-
ro de la doctrina de la seguridad nacional que está viva y coleando,
absolutamente vigente, y le da sustento ideológico a la legislación
antiterrorista. Coloca a los mapuche en el escenario del derecho
penal del enemigo, por poner en riesgo el desarrollo del modelo
económico neoliberal, que requiere la tierra para las empresas fo-
restales25.

Después de haber estudiado la lógica y el funcionamiento simbiótico


así como las estrategias de libertad y de seguridad que han puesto el énfa-

24 
Estas ideas van en la misma dirección que Jakobs señaló en una carta del año 2005: «En breve,
un Estado de Derecho no puede hacerse realidad idealmente (según el modelo ideal) bajo cualquier
tipo de circunstancias, sin por ello —por debajo de ese ideal— perder su valor» (Jakobs, 2005: 2,
trad. MLB).
25 
Manifestación del abogado Alberto Espinoza (profesional de la Fundación de Ayuda Social
de las Iglesias Cristianas (FASIC) y defensor de luchadores sociales mapuches en diversos juicios)
durante el Seminario sobre Legislación Antiterrorista realizado el 24 de junio de 2010 en la Univer-
sidad Alberto Hurtado (disponible en: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=108861).

334
Políticas de seguridad y neoliberalismo

sis en el aseguramiento de la economía desregulada y en la criminalización


de aquellos excluidos del des-orden socioeconómico, queda preguntarse si
mientras prevalezca el modelo neoliberal y en tanto perduren las consecuen-
cias de su paso en las regiones en las que empieza a perder fuerza, podrá es-
tablecerse alguna alternativa al modelo de políticas de seguridad punitivistas
y excluyentes. Considero que la respuesta es negativa y que la única vía de
reversión de estas políticas (que no han podido ser refrenadas ni siquie-
ra por los principios fundamentales del Estado de Derecho occidental26) es
el abandono definitivo del modelo neoliberal y la construcción de órdenes
jurídico-institucionales solidarios que tanto a nivel estatal como interestatal
habiliten la aplicación de mecanismos de control y cooperación económica
socialmente sustentables. Hasta que esto no se ponga en marcha, los merca-
dos seguirán legislando penalmente, los marginalizados continuarán siendo
criminalizados y la política criminal seguirá generando inseguridad.

26 
Ver in extenso sobre esta crítica, Böhm, 2008; id. 2011 (en especial Kap. 7).

335
María Laura Böhm

336
7. La llamada crisis financiera: ¿fracaso del sistema
o crimen organizado global?

Bernd Schünemann
Universidad de Munich

Sinopsis del problema


1. Desde 2007 la economía global se ha visto sacudida por una crisis
financiera cuyas dimensiones solo pueden compararse con la de 1929. El
desencadenante han sido las gigantescas transacciones con préstamos hipo-
tecarios estadounidenses de escasa calidad (subprime mortgages: hipotecas
de alto riesgo), así como la creación de productos financieros nuevos agru-
pados y titulizados a gran escala. Todos ellos fueron comercializados a tra-
vés de sociedades vehiculares especiales (special purpose vehicle: SPV) que
se refinanciaban por medio de la emisión de títulos respaldados por bienes
inmobiliarios (asset-backed securities, ABS) a nivel mundial1. Solo en 2005
y 2006, el valor total de estos productos financieros ascendió a aproximada-
mente 1200 miles de millones de dólares estadounidenses (Kumpan, 2009:
261, 264). La decadencia de estos productos financieros comenzó a finales
de 2006, cuando al creciente número de deudores hipotecarios que cayó en
mora, se le unió la bajada del valor de los bienes inmuebles que los respal-
daban (Rousseau, 2009: 3), una combinación que condujo al desastre global.
El desastre se produjo en tres fases: la primera fase de la crisis se originó
a partir de dos fondos de cobertura (hedge fonds) de Bear Stearns, así como
de la quiebra de los bancos alemanes IKB y Landesbank Sachsen en julio y
agosto de 2007, respectivamente. La segunda fase se prolongó hasta el vera-
no de 2008 y provocó correcciones de valor de activos en manos en grandes
bancos de todo el mundo por un importe de unos 500 mil millones de dó-
lares (Franke y Krahnen, 2008: 3). La tercera fase comenzó con la quiebra
de las mayores empresas de financiación hipotecaria del mundo, Freddie
Mac y Fannie Mae, en el verano de 2008, y alcanzó su punto álgido con la
declaración de insolvencia de la empresa Lehman Brothers en septiembre de
ese mismo año (Mock y Kappius, 2009: 9ss.).
La respuesta elegida por los gobiernos de los países desarrollados con-
sistió en la inyección de capital fresco a los bancos públicos y privados en
forma de liquidez, y garantías por un importe total de entre 1 y 2 billones

1 
De las amortizaciones pendientes hasta septiembre de 2008, solo el 51 por ciento correspondía
a bancos americanos, y el 45 por ciento, a bancos europeos (ver Franke y Krahnen, 2008: 9).

337
Bernd Schünemann

de dólares. Estos rescates les fueron presentados a los contribuyentes, que


son los que en algún momento tendrán que costearlos2, como necesarios para
mantener los flujos financieros y para preservar los mercados internacionales
de capitales. No cabe duda de que se van a producir debacles financieros si-
milares en el futuro inmediato, debacles que ya se vislumbran en el horizonte:
es de esperar que se produzcan nuevas crisis financieras globales o regionales3.
Casi desde el principio era bastante evidente que muchos de los créditos
concedidos a no pocos hogares estadounidenses solo iban a poder ser de-
vueltos en parte. Se trataba de créditos basados en el uso de tarjetas de cré-
dito sin garantía que, de un modo muy similar al utilizado para los créditos
hipotecarios, fueron agrupados en nuevos instrumentos financieros y lanza-
dos a su venta por todos los mercados financieros del mundo. En Alemania,
el cross border leasing, el arrendamiento financiero internacional practica-
do por algunos de sus municipios y ciudades, también implicó riesgos im-
portantes debido a la pérdida de solvencia de algunas de las aseguradoras
mencionadas arriba. En cualquier caso: la supervisión financiera que, según
proclaman los gobiernos, va a ser más estricta a partir de ahora, ya no va a
poder modificar los riesgos asumidos en el pasado. Las medidas de supervi-
sión bancaria tampoco van a ser demasiado efectiva en el futuro si tenemos
en cuenta que la supervisión de las entidades de crédito alemanas practicada
en el pasado ni siquiera ha sido capaz de evitar que los Landesbanken (los
bancos públicos de los Estados federados) corrieran riesgos importantes en
las operaciones no cubiertas por capital propio.
2. En vista de la situación creada en la economía financiera global, que
es desastrosa se mire por donde se mire, se plantea una doble pregunta que
debe ser formulada sin paños calientes: ¿se puede abordar la crisis financie-
ra actual con los instrumentos del derecho penal?; y ¿es el derecho penal
un instrumento adecuado para impedir que vuelva a suceder lo mismo o al
menos para paliar los efectos negativos de esta crisis? Esta es, sin duda, la
cuestión más compleja que se le ha presentado jamás al Derecho penal eco-
nómico. En un artículo tan limitado por el espacio como este solo podemos
intentar esbozar las bases fundamentales del problema y las posibles vías
para solucionarlo.
a) En primer lugar hay que dilucidar si disponemos de algún instru-
mento penal con capacidad de hacer frente a una crisis global de
esta envergadura. Esto no es tan obvio si tenemos en cuenta la ma-
nera en que la gran mayoría de los medios de comunicación vienen
describiendo el fenónemo de la crisis. Atendiendo a dichos medios
podría pensarse que se trata de un suceso que se escapa a la posi-

2 
Ese momento llegó poco tiempo después de la publicación de la versión original de este ar-
tículo. Ha provocando una erosión de las finazas públicas de todos los países occidentales, una
reducción drástica del gasto público destinado a fines sociales y el consiguiente desmantelamiento
de los Estados del Bienestar (nota del traductor).
3 
Este artículo fue escrito antes de la irrupción de crisis de la deuda soberana de los años 2010 y
2011: los presagios del autor se han confirmado plenamente (nota del traductor: ver también nota 104).

338
La llamada crisis financiera: ¿fracaso del sistema o crimen organizado global?

bilidad de cualquier previsión, que la crisis ha acontecido como si


de un fenómeno natural se tratara y de una forma similar a cuando
se produce una catástrofe provocada por la acción inevitable de las
fuerzas de la naturaleza. Sin embargo este punto de vista no es co-
rrecto y probablemente sea fruto de una hábil política mediática de
aquellos dirigentes y personas influyentes que, al tomar ciertas deci-
siones y disponer del poder para hacerlo, podrían llegar a ser hechos
responsables de la crisis. Es bastante evidente que, tanto la produc-
ción de los instrumentos financieros que desencadenaron la crisis
financiera global como su adquisición y el continuo incremento del
volumen de los negocios colocados en el punto de mira, se deben a
determinadas decisiones empresariales tomadas por personas con-
cretas. Esto quiere decir que dichas decisiones eran susceptibles de
ser controladas por los organismos pertinentes de principio a fin. Lo
que hay que preguntarse ahora es cuáles son los medios que había a
disposición en aquel momento para llevar a cabo dichos controles.
b) El siguiente argumento difundido en la prensa con éxito, reza que
los actores que propiciaron la crisis se vieron sorprendidos por las
consecuencias de sus actos ya que no supieron valorar la situación
de manera adecuada. Este argumento se basa en otro según el cual
dichos actores no fueron capaces de valorar los riesgos que presenta-
ban los instrumentos financieros adquiridos por ellos mismos, pues
ni siquiera sabían exactamente cómo habían sido agrupados previa-
mente los créditos de mayor y de menor calidad. Este argumento
conduce ad absurdum en lo que se refiere a la imputación objetiva,
ya que, por lo general, ningún intermediador bancario puede y debe
disponer de activos ajenos si no es capaz de controlar con fiabilidad
las consecuencias de dicha disposición. ¿O precisamente cuando se
trata de transacciones de miles de millones de dólares resulta que es
suficiente fiarse de la «brillante» valoración de las agencias de califi-
cación crediticia de los mercados financieros caracterizados hoy por
su desvinculación de la «economía real»? Si fuera así podría llegar a
suprimirse el dolo penal por este motivo.
c) En tercer lugar se plantea la pregunta de si existen o pueden existir
tipos penales bien definidos en base a los cuales, aa) desde un punto
de vista jurídico o bb) desde un punto de vista teórico y legítimo,
puede o hubiera podido tipificarse el comportamiento de los agentes
bancarios que, con sus prácticas globales a escala gigantesca, fueron
los causantes de la catástrofe, aunque siempre y cuando estos estu-
vieras incluidos antes en el Código Penal alemán (Strafgesetzbuch).
•  En este artículo vamos a intentar sobre todo describir y analizar
la figura penal de administración desleal (§ 266 del Código Penal
alemán, Strafgesetzbuch, StGB) así como la cuestión de si se trata
de una disposición lo suficientemente adecuada en todos los sen-
tidos como para tipificar los actos lesivos mencionados.

339
Bernd Schünemann

•  No es casualidad que en las conferencias impartidas en Alemania


y organizadas por los bancos y los responsables de la economía
financiera siempre se encuentren expertos alemanes en derecho
penal, que ponen en duda de forma sistemática el tipo penal ale-
mán de administración desleal. Esta puesta en duda debe tomarse
muy en serio y también será tratada en este artículo.

Antecedentes
A diferencia de lo que sucedió en el caso Mannesmann, que también
causó sensación pero cuyas consecuencias parecen literalmente una baga-
tela en comparación con los hechos que estamos describiendo4, un delito
aceptado como tal a todos los efectos por los afectados no puede funda-
mentarse en la subsunción5. Por este motivo, para el análisis penal que voy
a desarrollar basándome en la bibliografía existente6, voy a tratar de hacer
una relación de hechos que, como es natural, podrá estar sujeta a cambios
dependiendo de cada caso concreto.
1. En el origen de todo este proceso está el concepto de «securitiza-
tion» (titulización) desarrollado por el banquero estadounidense Lewis Ra-
nieri: los créditos hipotecarios que los bancos concedieron a los propieta-
rios de inmuebles (ver arriba) fueron transferidos a una SPV, que los agrupó
para luego emitir títulos respaldados en bienes hipotecarios: los llamados
asset o mortgage backed securities (ABS o MBS),que son unos títulos espe-
ciales asegurados por otros activos (los llamados «collateral debt obligations»
o CDO). Estos títulos se emitieron en grandes cantidades y vendieron en
todo el mundo. Según las estimaciones, solo en 2007 se vendieron por un
valor de aprox. 4000 miles de millones de dólares. La sociedad instrumental
que los emitía no asumía ninguna garantía por ellos, por lo que el tipo de
interés y su cobertura dependían exclusivamente de la buena voluntad y de
la capacidad de pago de los propietarios de los inmuebles. La mayoría de
dichos propietarios de inmuebles no eran empresas mínimanente asentadas,
sino particulares sobre cuya solvencia no constaban datos fiables. Esta es la
razón por la que se habla precisamente de subprime mortgages, es decir, de
hipotecas basura o créditos hipotecarios sin garantías. A este fenómeno con-
tribuyó en gran medida la enmienda a la Community Reinvestment Act (Ley
estadounidense de Reinversión Comunitaria) promulgada bajo el gobierno

4 
Así la afirmación en 1994, del entonces portavoz de la junta directiva del Deutsche Bank,
Hilmar Kopper, en relación con las reclamaciones de un colectivo de trabajadores manuales que
ascendía a cincuenta millones de marcos alemanes, [N.T.: utilizando para ello el término en inglés:
peanuts, cacahuetes]. La palabra «peanuts» fue elegida ese año «la palabra del año» en Alemania.
5 
Así aparece en la auditoría solicitada a Hüffer por el Deutsche Bank, ver Schünemann (2004:
42).
6 
Si bien solo se documentarán algunos detalles de la siguiente exposición, la principal referencia
bibliográfica es Sinn (2009), así como Kumpan (2009), Rousseau (2009) y Franke y Krahnen (2008).
También me baso en los trabajos de Kasiske (2010: notas 1 a 4, pp. 13 y ss.); Gallandi (2009: 41);
Lüderssen (2009: 486); Lutter: (2009: 107); Lutter (2009b: 786)

340
La llamada crisis financiera: ¿fracaso del sistema o crimen organizado global?

de Clinton, por la que se obligaba a los bancos a conceder créditos hipote-


carios para la adquisición de una vivienda también a clientes de escasa sol-
vencia, es decir, que no poseían capital propio ni ingresos para hacer frente
a un préstamo7. Este modelo de negocio financiero generó una importante
liquidez pues los bancos empezaron a conceder créditos hipotecarios gene-
rando una demanda adicional cada vez mayor de este tipo de créditos. Otra
de las causas del desastre está en la política del anterior director de la Reserva
Federal de Estados Unidos, Alan Greenspan. Su objetivo era abordar la crisis
de la economía estadounidense y sobre todo del sistema bancario norteame-
ricano afrontando la formación de enormes sistemas piramidales y de las olas
especulativas como la que se originó tras el estadillo de la llamada burbuja
de las punto.com por medio de la emisión de (aún) más dinero, es decir,
poniendo a disposición de los bancos prácticamente todos los recursos que
estos demandaran. Como era de esperar, este aumento de la liquidez provocó
un aumento adicional de la demanda de productos financieros.
2. Debido a la falta de solvencia de los prestatarios, que en EE. UU. no
suelen responder de sus deudas personalmente, sino solo con el bien inmue-
ble hipotecado8, utilizado del valor del patrimonio el mantenimiento como
aval, dependía exclusivamente del valor de los inmuebles hipotecados, así
como de la posibilidad de su venta dentro de un plazo determinado. El valor
que avalaba la deuda dependía exclusivamente de los terrenos hipotecados
y de la posibilidad de hacerlos líquidos. Las condiciones tampoco eran aquí
muy favorables, ya que, por diversas razones, el patrimonio hipotecado era
desde el principio de escaso valor y tenía una marcada tendencia a disminuir.
a) La cancelación del crédito dependía, en este contexto, de que los
prestatarios, una vez llegado el plazo de vencimiento que era re-
lativamente corto y que contemplaba una moratoria en el pago de
intereses en los primeros meses de concesión del crédito, pudieran
vender el inmueble en condiciones ventajosas para así hacer frente
a la devolución del crédito, de los intereses devengados y de las ta-
sas9. A esto se suma que los créditos concedidos equivalían al valor
completo del inmueble10 y no, como suele ser habitual en Alemania
para el caso incluso de prestatarios solventes, a solo dos tercios o
tres cuartos del valor total del mismo. Este esquema de endeuda-
miento requería, por tanto y ya desde el principio, que los precios
de los inmuebles fueran en aumento. Sin embargo, puesto que se
trataba principalmente de inmuebles situados en barrios socialmen-
tre deprimidos, los inmuebles hipotecados solo podían revenderse a
miembros de los mismos grupos de población menos favorecidos,

7 
Se trata de los llamados créditos NINJA, es decir, de aquellos concedidos a personas sin ingre-
sos, sin trabajo y sin bienes, en inglés, no income, no job y no assets. Ver tamién Sinn (2009: 116ss).
8 
Estos son los non-recourse loans ver Sinn (2009: 106s.)
9 
En los Estados Unidos son denominados teaser rate loans; ver Sinn (2009: 11) y Rousseau
(2009: 11).
10 
En realidad el valor de los créditos era muy superior a de los bienes hipotecados Sinn (2009:
110ss.).

341
Bernd Schünemann

con lo cual el aumento de precios, necesario para cubrir el importe


de la deuda, solo podía producirse mediante la concesión de créditos
NINJA adicionales (ver nota 6) respaldados por inmuebles que ya
habían tenido que ser embargados para amortizar el primer crédito.
Así pues, el mercado subprime, que pasó de un millón y medio en
créditos hipotecarios en 2003 hasta más de 6 millones en 200711, es-
taba organizado de forma similar al de un sistema piramidal.
b) El segundo motivo que condujo al agravamiento de las dimensio-
nes de este modelo de endeudamiento, residía en los incentivos y
las comisiones exigidas por las instituciones financieras. Los altos
honorarios y comisiones que se cobraban para servicios tales como
analizar la solvencia de los prestatarios, mediar en la negociación del
crédito, prestar asesoramiento etc., a menudo alcanzaban la catego-
ría de usura y se añadían al monto a devolver tras la concesión del
crédito concedido (Sinn 2009: 138). Esto quiere decir que, ya desde
el principio, el valor del inmueble hipotecado solo podía cubrir en
el mejor de los casos una parte del valor del crédito concedido.
c) Este esquema de endeudamiento se agravaba ya en la primera fase
del proceso de endeudamiento, es decir, en el seno de los pro-
pios bancos hipotecarios gracias a un truco financiero que parece
ser bastante habitual. Los llamados créditos cash back, que inclu-
yen —aunque de forma encubierta— dento del crédito hipotecario
principal el importe de un segundo crédito destinado a hacer otras
adquisiciones o a cubrir gastos corrientes, tuvieron consecuencias
doblemente nefastas (Sinn 2009: 110ss.). Por un lado estos créditos
encubiertos y de hecho sumados a los anteriores, inflaron estadís-
ticamente los precios de los bienes inmuebles, es decir, impulsaron
aún más la subida artificial de precios provocada por el mercado
subprime y promovida por la legislación social estadounidense. Por
otro lado, y como era evidente que los créditos NINJA acabarían
por convertirse en créditos tóxicos pues su amortización solo iba a
ser posible mediante la venta del inmueble hipotecado, se produjo
una fuerte tendencia a tasar dichos inmuebles por encima de su va-
lor de mercado, con lo cual volvieron a subir un poco más aún los
precios del mercado inmobiliario subprime.
d) Por tanto, el modelo de negocio MBS dominante en el sector sub-
prime potenció los efectos del sistema piramidal. La diferencia con
respecto al modelo de negocio llamado estrictamente «piramidal»
reside (solo) en que, en este último caso, el número de los bienes
negociados tiene que crecer continuamente para asegurar el rendi-
miento de los bienes adquiridos anteriormente, mientras que en el
modelo de negocio subprime había que alcanzar este mismo efecto
no con más bienes, sino mediante el continuo aumento del valor de

11 
Los cálculos en Sinn (2009: 120) son sumamente esclarecedores.

342
La llamada crisis financiera: ¿fracaso del sistema o crimen organizado global?

los mismos bienes. Para diferenciarlo del sistema piramidal clásico


o «extensivo», a partir de ahora denominaré el que estamos descri-
biendo como «sistema piramidal intensivo». El resultado —tanto
el inevitable como el calculado— fue que para que pudiera llegar
a funcionar todo el sistema se tuvo que dar un aumento económi-
camente paradójico, por poco sustanciado en términos reales, del
precio incluso de aquellos inmuebles con poco valor real. En con-
secuencia se podía dar por sentado, que los prestatarios no iban a
poder hacer frente a los intereses y a la amortización del crédito
con las plusvalías obtenidas de la venta del inmueble hipotecado.
También era evidente que este sistema piramidal tenía que estallar
en algún momento como todos los demás, aun cuando no se supiera
exactamente cuándo.

3. Este modelo de negocio, definido ya en sus primeros niveles como


un sistema piramidal —en este caso intensivo—, se agravó aún más debido
al método utilizado para la titulización de activos y para la refinanciación de
los créditos concedidos. Por un lado, la titulización generó costes elevados
en concepto de altos honorarios y comisiones que cobraban los empleados
de los bancos encargados de llevarla a cabo y las propias agencias de cali-
ficación (Sinn, 2009: 141). Estas agencias eran fundamentales, pues su fun-
ción consistía en hacer una «calificación externa» —es decir, presuntamente
objetiva (nota AFS)— del riesgo de determinados activos negociados en los
mercados de capitales estadounidenses y, tras el convenio de Basilea II, tam-
bién en los de la Unión Europea12. Por otro lado, estos gastos y comisiones
no se cobraban una sola vez, sino varias veces, ya que, para conseguir el ma-
yor porcentaje posible de títulos valorados con la calificación «AAA» (triple
A), los compradores de los títulos MBS volvían a retitulizarlos generando
titulaciones en cascada (Sinn, 2009: 131ss.). Aunque en la bibliografía de la
que dispongo no se hace referencia a las dimensiones que adquirieron estos
procedimientos, no cabe duda de que la multiplicación de los gastos produ-
cidos por las titulaciones y calificaciones de activos no hacía más que reducir
cada vez más la parte del préstamo cubierto por el valor del inmueble, una
situación agravada cada vez más por el efecto del sistema piramidal intensi-
vo. Si tenemos en cuenta que el valor de los inmuebles ya estaba al principio
del proceso de endeudameinto aproximadamente un tercio por debajo del
importe del crédito concedido (Sinn, 2009: 139ss.); y que los únicos candi-
datos a recomprar dichos inmuebles en caso de impago eran los miembros
de las clases más desfavorecidas o, incluso, personas sin ingresos ni capital
propio, se podía prever fácilmente que dicho sistema piramidal intensivo
basado en la titulización de subprime mortgages estadounidenses no podría
durar más de unos pocos años, a más tardar hasta que los tipos de interés
volvieran a subir. Así pues, la posibilidad de un desplome de este sistema pi-
ramidal intensivo era segura desde el principio. En nuestra opinión se puede

12 
Para más información ver Richter (2008) y el reglamento alemán sobre solvencias (Solvabi-
litätsverordnung).

343
Bernd Schünemann

decirse con un elevado grado de certeza que habría bastado con utilizar una
pequeña parte de los modelos matemáticos empleados por las agencias de
calificación para prever con alta fiabilidad el momento exacto del desplome.
4.  a) Muchos bancos alemanes compraron títulos MBS en cantida-
des exorbitantes. Así, por ejemplo, el privado Deutsche Bank, pero
también muchos públicos como el Bayerische Landesbank —que se
gastó treinta mil millones de euros en estos productos—, el Säch-
sische Landesbank —veinte mil millones de euros—, el Westdeuts-
che Landesbank —más de veinticinco mil millones de euros—, y el
banco semipúblico IKB, que los adquirió por un importe superior a
diez millones de euros13. Todos estos títulos se compraron con cré-
dito a corto plazo cuya amortización dependía de que el mercado
de las subprime mortgages no sufriera ninguna alteración a la baja.
Además, los títulos no fueron adquiridos y gestionados realmente
por los propios bancos, sino por otras sociedades instrumentales
(los llamados conduits)14, todas ellas que constituidas en el extranje-
ro y, a parte de dichos títulos, no poseían activos propios. Esta es la
razón de la extrema dependencia de estas sociedades instrumentales
de los créditos a corto plazo destinados a comprar dichos títulos, si
bien eran los bancos los que, en última instancia, avalaban los crédi-
tos solicitados para dichas compras.
b) Este, a primera vista intrincado modus operandi, se puede resumir
en cuatro puntos: (1)  las sociedades instrumentales se refinanciaban
en el mercado de capitales con créditos a corto plazo y a un tipo
de interés mucho más favorable que el de los títulos adquiridos a
largo plazo. Además, estaban avalados por las hipotecas. Teniendo
en cuenta la magnitud del negocio este diferencial podría llegar a
arrojar unos beneficios muy importantes. (2) Los bancos no tenían
incluidas en su cartera de activos ni las sociedades instrumentales,
ni los títulos MBS. Además, solo les concedían líneas de crédito a
las sociedades instrumentales por un máximo de un año o incluso
menos, si bien se las renovaban con regularidad. Ambas cosas les
llevaron a considerar que no era necesario reflejar estos compro-
misos a corto plazo ni en sus balances, ni como adquisiciones de
fondos propios según se estipula en el convenio Basilea I (y, más
tarde, en el Basilea II) así como también en el Reglamento alemán
de Solvencias (Solvabilitätsverordnung o SolvV). Además, al estar
erradicadas fuera de Alemania, las sociedades instumentales no es-
taban sujetas a ningún control por parte del Estado alemán. (3) Los
títulos se dividían en 3 tramos en función de la solvencia de sus
adquirientes. El primer tramo —tramo senior definido según los

13 
Para un resumen de las pérdidas generadas hasta abril de 2009 por estas adquisiciones ver
Sinn (2009: 66ss. y 187ss.)
14 
Por ejemplo, el banco alemán IKB lo hizo a través de la «Rheinland Funding Capital Corp.»,
entre otras empresas.

344
La llamada crisis financiera: ¿fracaso del sistema o crimen organizado global?

criterios que fueren— era el del grupo de los que primero recibirían
una remuneración con los recursos que fueran entrando, por lo que
las agencias les otorgaban a los títulos de ese tramo la calificación
de AAA o similar. Esta calificación solo se concede cuando el riesgo
de impago es prácticamente cero, como es el caso de los préstamos
concedidos a los países más solventes. Para hacer frente al riesgo de
impago, los títulos se podían asegurar a través de las llamadas «per-
mutas de incumplimiento crediticio» (credit default swaps, CDS),
preferentemente a través de la empresas AIG, la mayor compañía
aseguradora de créditos del mundo con sede en Estados Unidos.
(Sinn, 2009: 158).

c) Hay que subrayar, que los detalles legales que regulaban la adqui-
sición de títulos se extendían a lo largo de entre 300 y 400 páginas.
En ellas se le otorgaba a la sociedad instrumental el derecho a sus-
tituir unos créditos agrupados en forma de títulos por otros. Esto
llevó a que, poco a poco, los créditos de los clientes más solventes
y, por tanto, más valiosos, fueran eliminados del paquete y suplan-
tados por otros cada vez menos valiosos. La titulización en cascada
ya descrita, y la creación de un nuevo tramo presuntamente senior
aunque solo fuera en términos relativos —es decir, en comparación
con los tramos inferiores pero no en función realmente de una ver-
dadera ausencia de riesgo de impago— provocó que al final, más de
un 80 por ciento de todos los tramos CDO emitidos obtuvieran la
categoría AAA (Sinn, 2009: 142). Desde el punto de vista subjetivo
este hecho, que llevó ad absurdum categorías tales como «seriedad»
o «senioridad», se deriva de los elevados incentivos ecónomicos y
de la consiguiente falta de neutralidad de las agencias de calificación.
Estas reciben su (elevada) remuneración tanto por el asesoramiento
en la emisión de títulos, como por su posterior calificación (Sinn,
2009: 141, Rousseau, 2009: 25ss., y Kumpan, 2004: 272ss.). Desde
el punto de vista objetivo se le prestó poca atención a los riesgos
sistémicos que estaba generando este mecanismo de endeudamiento
resultante de unas valoraciones basadas en datos y análisis totalmen-
te deficientes y de una excesiva confianza en la independencia de las
agencias de valoración de riesgos (Sinn, 2009: 133ss y 141). También
las coberturas de seguros fueron objeto de una titulación en cascada.
De hecho, todos los títulos CDS negociados en el mundo llegaron
a alcanzar en 2008 un volumen total de 60 billones de dólares, es
decir, más que el producto nacional bruto del mundo entero (Sinn,
2009: 204). No es, pues, de extrañar que AIG, la principal compa-
ñía aseguradora, también se viera directamente afectada por la crisis
financiera y solo pudiera librarse de la quiebra gracias a su rescate
público (Sinn, 2009: 158).
5. En junio de 2006, el valor de los inmuebles tocó techo en Esta-
dos Unidos y, a partir de ese momento, los precios empezaron a bajar

345
Bernd Schünemann

continuamente (Sinn, 2009: 48 y 50). Los propietarios de inmuebles em-


pezaron a tener problemas para pagar los intereses y las cuotas de las hi-
potecas, que hasta entonces habían podido sufragarse en gran parte gracias
al incremento de los precios de los inmuebles, empezaron a no poder ser
pagadas. El mercado de las mortgage backed securities se desplomó, los
títulos se volvieron invendibles y perdieron prácticamente todo su valor.
Las consecuencias no se hicieron esperar y un gran número de empresas de
financiación inmobiliaria, grandes bancos y compañías aseguradoras esta-
dounidenses se vinieron abajo. Muchas se salvaron de la desaparición por
medio de fusiones o gracias a la ayuda de intervenciones públicas, excepto
Lehman Brothers, que entró en quiebra. La consecuencia lógica habría sido
que un buen número de bancos europeos y, sobre todo también alemanes,
hubieran entrado también en quiebra, sin embargo, esto pudo evitarse,
particularmente en Alemania, gracias a unos planes de rescate estatales que
adjudicaron a los bancos 578 mil millones de euros en forma de recursos
financieros y avales directos (Sinn, 2009: 212). Al mismo tiempo, la Reser-
va Federal de Estados Unidos y los bancos centrales de Europa y Japón
inyectaron liquidez a los bancos con préstamos por un valor de 1,5 billo-
nes de euros (ver el revelador informe publicado en Die Zeit el 14/01/2010:
13ss.). Dentro de esta secuencia de actuaciones, que fueron presentadas
por el gobierno y los políticos como una intervención necesaria y valiente
para salvar el sistema financiero mundial y frente a las cuales apenas pro-
testaron los medios de comunicación, los miembros del gobierno alemán,
políticos de primera fila y altos cargos del Estado han sido protagonistas a
ambos lados de la barrera: contribuyeron a provocar o a agudizar la crisis,
y al mismo tiempo propusieron las terapias supuestamente destinadas a
superarla. Varios ejemplos: (1) Asmussen, viceministro alemán de Finan-
zas y también coordinador del plan de rescate posterior, había intervenido
directamente en la organización de las adquisiciones masivas de ese tipo
de instrumentos financieros por parte de inversores alemanes a través del
instituto crediticio público de fomento Kreditanstalt für Wiederaufbau
(KfW)15; (2)  el propio banco alemán Deutsche Industriebank AG «IKB»,
cuyo accionista principal era el grupo bancario KfW perteneciente al Esta-
do alemán, había invertido en ese tipo de activos más de diez mil millones
de euros; y (3)  en las comisiones de crédito de los bancos regionales men-
cionados tenían presencia los consejeros de finanzas y altos cargos de los
Estados federados: sin su consentimiento no hubieran podido llevar a cabo
todas esas inversiones. Aún queda por analizar si se debe exigir la respon-
sabilidad penal a los miembros de los consejos de control y supervisión,

15 
Véase Asmussen: «Verbriefungen aus Sicht des Bundesfinanzministeriums», Zeitschrift für
das gesamte Kreditwesen 2006, 1.016, 1.018: «Para muchas entidades de crédito, la exigencia de
capital de sus existencias de ABS disminuirá en función del riesgo y a éstas les resultará mucho más
fácil adquirir ABS para diversificar sus carteras de valores. Por parte del Ministerio Federal alemán
de Finanzas, en el proceso de aplicación de las normas para ABS del Basilea II, se prestará atención
sobre todo a que a las instituciones no les surjan requisitos de documentación y control innecesarios
cuando inviertan en productos ABS “corrientes” con buena calificación»; sobre esto, una crítica
mordaz de Gallandi (2008: 128ss.).

346
La llamada crisis financiera: ¿fracaso del sistema o crimen organizado global?

así como responsabilidades políticas al gobierno alemán por practicar una


excesiva liberalización del mercado de capitales: esto queda fuera del ob-
jeto de este artículo. Permítaseme recordar solamente que las operaciones
especulativas a plazo llevadas a cabo por actores no comerciales estaban
prohibidas por el art. 764 del Código Civil alemán (Bürgerliches Gesetz-
buch, BGB), hasta que dicha prohibición se convirtió en un simple deber
de informar tras la enmienda (Börsenrechtsnovelle) del 11/07/198916 (art.
53, párr. 2 de la antigua versión de la Ley alemana de la Bolsa, Börsenge-
setz, BörsG), deber que acabó siendo derogado con la 4ª Ley alemana de
Fomento del Mercado Financiero, Finanzmarktförderungsgesetz, (sic) del
21/06/200217.

¿Se puede imputar penalmente a infractores individuales


para superar el fracaso colectivo del sistema financiero?

1. Antes de entrar a analizar, desde un punto de vista dogmático, si


la decisión de invertir miles de millones de euros en subprime mortgages
adoptada por los directores y gerentes de las entidades bancarias puede
constituir un delito, me gustaría mencionar la tendencia de los medios de
comunicación escritos a oponerse a cualquier investigación penal. El argu-
mento es que no tiene sentido buscar a los culpables porque esta conducta
se extendió a miles de personas con poder de decisión, con lo cual no se
puede ni debe responsabilizar de los hechos a personas individuales (Sinn,
2009: 97).
Este argumento es aún menos convicente que cuando se esgrime para
legitimar comportamientos criminales organizados por autoridades estata-
les pero ejecutados por dóciles personas dispuestas a obedecer órdenes de
una autoridad superior. No, en este caso estamos hablando de una serie de
comportamientos coordinados desarrollados por un grupo de profesionales
que no han recibido presiones por parte de nadie, y menos por parte de
autoridad estatal alguna18.
2. Tampoco parece legítimo bloquear la dogmática penal argumen-
tando un caso de «sospecha de Lüderssen» en el sentido de que fueron «los
mecanismos estructurales de los sistemas empresariales los que desempe-
ñaron el papel principal en los hechos», con lo cual las «personas a las que
se intentara responsabilizar por su implicación solo pueden ser imputados
sin culpa por participar en los mismos al no intevenir en la comisión del
delito principal» (Lüderssen, 2009: 486 y 487). Tras un análisis filosófico-
normativo y penal profundo, este enfoque conduce a la conclusión, de
16 
Boletín Oficial Alemán (Bundesgesetzblatt, BGBl.) I 1.412, allí también art. 1, nº. 22 y sobre
el motivo: BT-Dr (Bundestags-Drucksachen, Ediciones del Parlamento alemán) 11/4177, pp. 9 y s.,
18 y s.
17 
Boletín Oficial Alemán (Bundesgesetzblatt, BGBl.) I 2.010.
18 
Sobre el problema de la criminalidad gubernamental en la República Democrática Alemana
(RDA) ver DB ed (2009: 929-1.601).

347
Bernd Schünemann

que los «contextos económicos normativos y empíricos relevantes desde


el punto de vista del derecho penal, en los que [se movían] los infractores
y los delitos de gestión de riesgos de la vida económica» y los «efectos que
[podrían] provocar las sanciones en los casos planteados», «no [han sido]
abordados ni siquiera tangencialmente desde ninguna perspectiva», con lo
cual «la doctrina penal no puede tomar partido en este asunto» (Lüders-
sen, 2009: 494)19. Al final, todo esto lleva a la conclusión de que imputando
penalmente a infractores individuales no se pueden ni superar, ni evitar las
consecuencias colectivas y globales de una crisis financiera. A mí, desde
luego, no me cabe ninguna duda de que de lo que se debe y tiene que tratar
aquí no es de enjuiciar procesos globales y sistémicos, sino de comprobar
si se vendieron a adquirentes de buena fe títulos de escaso o nulo valor fin-
giendo que tenían un mayor valor (en este caso se trataría de una estafa) así
como de comprobar, si el consejo de administración del banco provocó de
facto su hundimiento pues sabía que se trataba de activos sin valor. Todas
estas son cuestiones claramente delimitadas, legítimas y, desde 1871, in-
discutiblemente penales. No pierden su legitimidad penal por el hecho de
que se trate de una ingente cantidad de actos delictivos individuales hasta
el punto de que llegaron a provocar una crisis financiera global; o porque
los presuntos infractores pertenezcan al establishment de las altas finanzas.
No por casualidad dichas cuestiones son objeto de estudio en el «Institute
for Law and Finance» alemán, por muy incómodo que les pueda resultar
a sus financiadores.

Estafa por venta de títulos de escaso valor


1.  a) El análisis del tipo penal alemán de estafa (§ 263 del Código
Penal alemán, Strafgesetzbuch, StGB), no llevará mucho tiempo,
puesto que las personas que podrían considerarse infractoras son de
nacionalidad estadounidense y han actuado en los Estados Unidos.
Sin embargo estos comportamientos han tenido una repercusión
en Alemania, con lo cual, y de acuerdo a lo establecido en el § 9,
párr. 1 del Código Penal alemán (Strafgesetzbuch, StGB), sería de
aplicación el Derecho penal alemán. Por otra parte, se consideran
cómplices de estafa, en primera línea, los iniciadores y comercializa-
dores responsables de los títulos MBS en cuestión, así como las per-
sonas responsables de las agencias de calificación que intervinieron
en esos casos. El objeto del engaño es la concesión a dichos títulos
de la máxima calificación crediticia, la «triple A» o una categoría
similar. Ahora bien, aquí, la cuestión dogmática central es si, en lo
que respecta a dicha calificación, se trata de una afirmación o de
un juicio de valor, ya que de ser un juicio de valor no podría ser

19 
Un argumento similar figura en el resumen de Lüderssen: «Allí donde únicamente surten
efecto los instrumentos de control muy selectivos, el Derecho penal no debe dejar de funcionar
como instancia para decidir entre lo justo y lo injusto» (Kemp et al., 2009: 241 y 316).

348
La llamada crisis financiera: ¿fracaso del sistema o crimen organizado global?

subsumido en el § 263 del Código Penal alemán (Strafgesetzbuch,


StGB). Mientras que en los EE. UU. se considera que el dar una ca-
lificación es un acto de libertad de expresión con lo cual representa
un simple juicio de valor (Sinn, 2009: 145), en la doctrina penal de
la estafa se tiene en cuenta si el juicio de valor está basado o no en
un hecho demostrable 20. En este sentido, la respuesta a la pregunta
de si una hipoteca o una inversión de capital es segura, es, según
jurisprudencia insistente, una afirmación, puesto que está basada en
un hecho demostrable21. O, según la Sala de lo Penal del Tribunal
Supremo Federal de Alemania:
Si […] a los potenciales inversores se les ha informado de los da-
tos económicos más importantes para una inversión, entonces,
una observación general como puede ser «seguro» o «sin riesgo»,
puede considerarse solo como una valoración positiva de tipo ge-
neral. En cambio, si falta información concreta de tipo económico
sobre la inversión, el mismo enunciado puede transmitir una idea
de autenticidad. Así pues, caracterizar de «seguro» o «sin riesgo»
algo que no está fundamentado más detalladamente con datos rea-
les sugiere que existe una cierta garantía, lo que en el comercio se
suele entender por seguro, es decir, lo que, por lo general, pueden
ofrecer las inversiones con la máxima garantía […] y los estándares
de seguridad propios de ellas. (Bundesgerichtshof in Strafsachen,
BGHSt) 48, 345.

En este sentido, el hecho de que el declarante sostenga que


posee una «competencia especial para valorar» (Stgb 2010: § 263,
apart. 10) es por sí mismo una prueba y viene a reforzar la suposi-
ción de que se trata de una afirmación. En el proceso de concesión
de la calificación «AAA» concurren todos estos aspectos y, por esta
razón, confieren claramente a dicha calificación el carácter de una
afirmación de acuerdo a lo dispuesto en el § 263 del Código Penal
alemán (Strafgesetzbuch, StGB): la calificación se fundamenta en
numerosas comprobaciones internas cuyos parámetros no se dan a
conocer en la propia calificación. Es decir, por un lado, la agencia de
calificación no solo sostiene que cuenta con una competencia espe-
cial para valorar, sino que esta competencia también se le reconoce
a efectos legales, tanto por parte de la legislación estadounidense
que regula el mercado de capitales, como por parte de las disposi-
ciones acordadas en el convenio europeo de Basilea II. Y, por otro
lado, la calificación concreta «AAA» expresa que el objeto al que se
le ha adjudicado posee el menor riesgo posible de todos y, por lo

20 
Más información en MüKo (2006) Art. 263, apart. 65 con otras referencias; en la jurispru-
dencia, por última vez, en la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo Federal de Alemania (Bundes-
gerichtshof in Strafsachen, BGHSt) 48, 331, 344 y s. Ver también StGB (2010: art. 263, apart. 9).
21 
Esto ya aparece en la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo del Reich alemán (Reichsgericht
in Strafsachen, RGSt) 20, 3 y s.; Sala de lo Penal del Tribunal Supremo Federal de Alemania (Bun-
desgerichtshof in Strafsachen, BGHSt) 48, 331, 344 y ss.

349
Bernd Schünemann

tanto, equivale a la inversión de máxima garantía según el Derecho


alemán22.
b) No cabía duda en el caso de todos los MBS, que las hipotecas solo
garantizaban una pequeña parte de su valor nominal y no se puede
justificar bajo ninguna circunstancia que obtuvieran la mejor cali-
ficación. Las consecuencias de la creación de distintos tramos en la
titulización de los activos requiere de un análisis más exhaustivo,
pues el tramo sénior parecía asegurar beneficios a sus compradores
cuando en otros tramos ya estaban apareciendo pérdidas conside-
rables. No es posible hacer aquí un análisis detallado, puesto que
no se conocen los modelos matemáticos que utilizaron las agencias
de calificación. Pero aun así es muy probable que dichos modelos
tuvieran graves carencias y que, desde el principio, no permitieran
hacer una valoración adecuada de los MBS. Al tratarse de un siste-
ma de venta piramidal intensivo, era de esperar que en el mismo ins-
tante en que se estancara el crecimiento de los precios inmobiliarios
o incluso cayera, se iban a producir grandes pérdidas con las que
no se tenía experiencia suficiente, y cuya anticipación por medio
de modelos matemáticos parecía imposible, sobre todo teniendo en
cuenta que la titulización en cascada había venido «royendo» par-
tes cada vez más extensas de los tramos inferiores. Como, al fin y
al cabo, se trataba de inversiones a largo plazo23, parecía imposi-
ble que el riesgo de colapso sistémico que pudiera afectar a todo el
mercado pudiera afectar también al tramo sénior a corto y también
al largo plazo. Por consiguiente, la clasificación de los MBS den-
tro de la categoría de mayor solvencia, que equivale a un riesgo de
pérdidas casi nulo equivalente al de los bonos del Estado de la Re-
pública Federal de Alemania o al de las acciones de empresas como
Daimler Chrysler o General Electric, fue una «estimación errónea
catastrófica», suponiendo que los responsables de las agencias de
calificación obraran de buena fe (Lutter 2009: 197ss.). En cualquier
caso era claramente insostenible desde un punto de vista objetivo y,
por tanto, según reza el § 263 del Código Penal alemán (Strafgesetz-
buch, StGB), un «hecho falso».
2. Llegados a este punto, debe renunciarse a seguir insistiendo en el
tipo penal de estafa, pues el procesamiento legal de la crisis financiera a tra-
vés de la jurisprudencia alemana no tiene su «epicentro» en él, sino en el de
administración desleal. Es verdad que también los bancos alemanes nego-

22 
Por este motivo, creo que la valoración de Rönnau en un sentido opuesto no es convincente.
No se trata tampoco de otra normativización del concepto de estafa, sino de una interpretación
adecuada del verdadero concepto para circunstancias y dictámenes periciales de tipo económico.
Incluso cuando se indaga sobre «brute facts» (hechos que hablan por sí mismos), sobre los que se
debería haber engañado de forma concluyente, muy probablemente se descubrirá con rapidez lo
que se quería saber, por ejemplo, que las fórmulas matemáticas no contaban con datos basados en
experiencias con subprime mortgages y, por tanto, no podían tener ninguna base empírica.
23 
En general, los CDO tenían un plazo de vencimiento de al menos 5 años. Ver Kasiske (2010: 20).

350
La llamada crisis financiera: ¿fracaso del sistema o crimen organizado global?

ciaron títulos MBS, como, por ejemplo, el IKB que emitió títulos estruc-
turados y le compró hasta la primavera de 2007 una gran cantidad de MBS
al Deutsche Bank (Lutter, 2009: 197ss.). Sin embargo, los bancos alemanes
tenían los mismos conocimientos y las mismas lagunas sobre la situación de
los títulos vinculados a las subprime mortgages estadounidenses. Esto quiere
decir que desde el principio falta el rasgo constitutivo del delito de estafa
que presupone que el que engaña sabe más que el que es engañado. En el
mejor de los casos se podría considerar que se produjo una instigación a la
administración desleal por parte del órgano que vendió los títulos al órgano
del banco que los adquirió, lo que, sin embargo, plantearía cuestiones com-
plicadas sobre el grado de implicación o participación necesario que no van
a analizarse ahora aquí24.

¿Resolución penal mediante el tipo penal alemán


de administración desleal?

1. El objeto principal del análisis penal es, pues, el daño que sufrieron
las entidades financieras (los «titulares de los negocios») al adquirir títulos
MBS por medio de unos representantes que eran responsables de cuidar del
patrimonio de aquellas. Mientras que, ni el Common Law inglés ni los sis-
temas penales influidos por la tradición del Derecho francés han logrado
tipificar con un tipo penal tanto general como preciso a la vez la injusticia
cometida en un contexto como el que ahora nos ocupa, en el Código Penal
alemán, sin embargo, la administración desleal ya está tipificada penalmente
desde 1871 y, en una versión ampliada, desde 193325. El gran penalista ale-
mán Binding describió hace más de 100 años la imperiosa necesidad de este
tipo penal:
En muchas ocasiones hay quienes, pensando de mala fe, encuen-
tran el momento propicio para disponer de iure de los bienes aje-
nos. Esos bienes, entonces, encuentran a su enemigo, precisamen-
te, en la persona que se los ha atribuido de iure, por lo que el
propietario de estos bienes necesita una protección contundente
frente a estas personas que se aprovechan de los poderes que les ha
concedido la ley o el mismo propietario de los bienes en su propio
interés, y para dañar los bienes ajenos (Bindig, 1902: 397)26.

El hecho de que esta protección tan necesaria pueda ser prestada única-
mente por el Derecho penal y que el Derecho penal no solo sea la ultima

24 
Compárese sobre esto acción prestacional (Schünemann, 2008: art. 266, apart. 163 con refe-
rencias adicionales).
25 
Sobre los antecedentes históricos ver Schünemann 2008, 11.ª edic., art. 266. Sobre el Derecho
comparado ver id (2008: apart. 193 y ss. Sobre el tipo penal español de administración desleal de los
órganos societarios según el art. 295 del Código Penal español de 1995, se pueden consultar Gómez
Jara Díez en: Gómez-Jara Díez et al. (2008: 153, nota 3), Sánchez-Vera Gómez-Trelles, J. (2004:
1.207ss.) y Mayo Calderón (2005).
26 
He modificado el texto ligeramente en favor de la claridad (nota del autor).

351
Bernd Schünemann

ratio, sino incluso la sola ratio, se debe a que todas las medidas de protec-
ción habituales basadas en el Derecho civil fracasan frente a aquella persona
a la que se le comunica que puede acceder a los bienes de otro en cualquier
momento de acuerdo con la ley. En este caso, el Derecho civil se convierte
de hecho en el vehículo que facilita la comisión del delito, de modo que el
análisis victimodogmático que, en la mayoría de las ocasiones, actúa limi-
tando la culpabilidad27, aquí, por el contrario, demuestra precisamente la
legitimidad e imperiosidad de la protección penal del propietario de bienes
frente a los daños ocasionados por alguien de los suyos, es decir, por parte
de alguien de su equipo.
2.  a) Evidentemente, no podemos dejar de mencionar que este juicio
positivo sobre el § 266 del Código Penal alemán entra en contra-
dicción tanto con la censura legal motivada tanto por el Derecho
constitucional alemán como con un punto de vista de política cri-
minal que está cobrando cada vez mayor protagonismo en muchos
autores. He aquí una pequeña muestra de esas críticas al tipo penal
de deslealtad cada vez más corrientes en la doctrina penal. Así, este
tipo penal es, en opinión de P. A. Albrecht, una «ruina para el Esta-
do de derecho» (Albrecht, 2008: 1 y 7) o, según Perron, una «cama
grande […] y una gallina que regala huevos de oro a la ciencia y a
los abogados defensores» (Perron, 2009: 219ss.) que, por su «hi-
pertrofia» (Beulke, 2009: 245 y 266) y su «imprecisión» (Dierlamm
et  al, 2006 § 266, apart. 6.) «siempre encaja» (Ransiek, 2004: 634).
En la antología sobre «Die Handlungsfreiheit des Unternehmens»
(la libertad de acción de la empresa), Lüderssen lo cita como «ejem-
plo para el agotamiento de tipos penales con cláusulas generales»
(Lüderssen, 2009: 22, nota 40), mientras que Volk opina que, des-
de que quebraron algunos grandes bancos, el ministro alemán de
Finanzas no se encoge de hombros como hace el juez de lo penal
cuando quiebran empresas pequeñas, sino que coge la cartera y paga
una «ronda para todos» (Volk, 2008: 8)28, y Hamm lo valora como
«conveniente desde el punto de vista legal» para reflexionar sobre
una restricción legal del § 266 del Código Penal alemán (Strafge-
setzbuch, StGB) «limitándose a un alejamiento grave de las normas
jurídicas vigentes» porque, de este modo, la seguridad jurídica en
la economía estaría tan fortalecida como la eficiencia de la justicia
penal (p. 52)29.
b) Demasiadas exageraciones que, además, tienen poco que ver con la
principal aplicación que se le da hoy al § 266 del Código Penal ale-
mán (Strafgesetzbuch, StGB). Los antiguos «frentes de discusión»
sobre el tipo penal de la administración desleal, que quizá se origi-

27 
Sobre este debate, especialmente para delitos contra el patrimonio, ver recientemente Schüne-
mann (2002: 51ss.) y de forma más general Schünemann (2008b: 203, nota 16).
28 
Sin indicación exacta de fuente en el original (nota del traductor).
29 
Cit. en Albrecht (2008: 1 y 7).

352
La llamada crisis financiera: ¿fracaso del sistema o crimen organizado global?

naron porque, en el texto de dicho párrafo se criminalizan hasta los


actos de botones o camareros matando así —literalmente— moscas
a cañonazos30, ya casi no desempeñan ninguna función hoy en día.
El intento de remitir a opiniones vertidas en anteriores ocasiones
sobre la vaguedad del tipo penal de administración desleal resulta
por tanto erróneo, incluso irresponsable31. En la judicatura de la
última década el problema se ha tratado casi exclusivamente como
administración desleal de los órganos societarios en el sentido es-
tricto del Derecho civil. Este afecta a los equipos directivos de las
empresas, que nunca antes habían estado en el centro de mira de-
bido a su «forma de administrar los negocios derivada de su posi-
ción de dominio sobre bienes ajenos» como para que sus conductas
fueran tipificadas según el § 266 del Código Penal alemán32. De esta
forma, el peso recae ahora enteramente en el motivo de la lesión del
bien jurídico, es decir, en la provocación premeditada de un «daño
patrimonial», con lo cual la interpretación de dicho daño se ha con-
vertido en el criterio decisivo del tipo penal de la administración
desleal. Debido a que esta característica se encuentra presente tam-
bién en el tipo penal de estafa y hasta el momento jamás se había
aprovechado la ocasión para defender el carácter anticonstitucional
de su cláusula general, la crítica al tipo penal de administración des-
leal no es mucho más que un gigante mediático con pies de barro
desde el punto de vista dogmático. Por ese motivo, la búsqueda de
«alternativas al Derecho penal»33 comienza, en el caso del tipo penal
de administración desleal, en el objeto inadecuado y termina en el
inútil empeño por conservar un tipo de Derecho penal transmitido
generación tras generación destinado a castigar a las clases popula-
res, y creado para combatir a aventureros34 y malvados35, es decir,
para hacer retroceder el indispensable desarrollo de un Estado de
derecho y de un Derecho penal también dirigido a la clase alta que
trate a todos los ciudadanos por igual en función del grado de lesi-
vidad social de sus actos.

3. A la vista del predominio que tienen las grandes empresas organi-
zadas en cuanto a personas jurídicas (incluídas las entidades bancarias) en

30 
Compárese con la anterior casuística que concernía sobre todo a la clasificación de los delin-
cuentes. Las pruebas, en acción prestacional (Schünemann, 2008b art. 266, apart. 103-130).
31 
Por ejemplo Hellmuth Mayer: «A no ser que se presente uno de los antiguos casos clásicos
de deslealtad, ningún tribunal ni ministerio público sabe si el art. 266 es aplicable o no» (Mayer,
1954: 337).
32 
Se excluyen aquí los meros asuntos y relaciones de intercambio vinculados con los hechos, v.
acción prestacional (Schünemann, 2008b: art. 266, apart. 58).
33 
Sobre esto, ya Schünemann, Armin Kaufmann-GS (trad. M.M. Díaz Pita, «Los elementos
característicos del dolo», ADPCP, 1990, p. 909 ss] y Kemp et al. (2009, nota 40, p. 127ss.)
34 
En la actualidad, se aprecia claramente en la sobrecriminalización de las conductas relaciona-
das con los estupefacientes, a excepción de las drogas populares permitidas: el alcohol y la nicotina.
35 
Con respecto a esto, sigue valiendo la pena leer, a pesar de su complejidad, el artículo de
Carlos Marx (1962), así como Arnold (2005: 25).

353
Bernd Schünemann

las sociedades desarrolladas, la separación entre propiedad y control empre-


sarial se ha convertido en la organización típica de nuestra economía. Esto
quiere decir, que la administración desleal se ha convertido en un elemento
esencial de la protección de la propiedad de los medios de producción frente
al poder que emana de la gestión y la administración, protección que está
garantizada por el art. 14 de la Constitución alemana (Grundgesetz, GG).
O, dicho de forma más general, se trata de separar poder económico y de-
recho, es decir, estamos hablando de una cuestión central para el Estado de
derecho. La necesidad de que sea precisamente el Derecho penal el que fije
dichos límites es algo que ya fue reconocido en la antología del «Institute
for Law and Finance» (ver nota 40), y en el discurso inaugural de Volk,
donde se expresaba que en nuestra sociedad cada problema tiende a conver-
tirse primero en un problema jurídico y luego en un problema penal (Kemp
et al., 2010). Pero cuando Volk señala también que «el afán de castigar que
tiene la sociedad es irracional» y, para fundamentarlo, sostiene que el ciuda-
dano medio renuncia a una pequeña ventaja para sí solo cuando puede obte-
nerla concediendo una ventaja más ilegítima aún a otro (de lo cual se puede
aprender, que el interés por castigar a otro que no tiene en cuenta la propia
ventaja se basa en el arcaico principio de la supremacía) (Volk, 2009: 8),
entonces lo que realmente está demostrando, es que incluso el ciudadano de
a pie «le atribuye al juego limpio un valor superior» (así el propio Volk) al
que le atribuye a la ventaja propia, con lo cual también le atribuye al derecho
penal la tarea, sin duda racional, —y que Volk confunde con la maximiza-
ción egoista del beneficio propio— de integrar la sociedad a través del valor
fundamental de la justicia. El hecho de que en la actual sociedad pluralista,
fragmentada y moralmente diversificada hasta la ineficacia, otros sistemas
no puedan ofrecer esto, es una cosa tan evidente en vista de la experiencia
de los últimos años, que parece difícil poder defender la idea de que «bajo
las condiciones de una economía con subsistemas autorreferenciales resulta
imposible imponer el derecho penal estatal»36 y creer que se puede alcanzar
un mayor cumplimiento de la norma por medio de reglamentos más laxos
e indulgentes37. Los sistemas de cumplimiento debido (compliance) ofrecen
un ejemplo muy esclarecedor. En la mayoría de los casos se trata de simples

36 
Así el resumen aprobatorio de Lüderssen (2009: 23, 287ss.) y el meritorio intento de Theile
(2010) por sustituir el concepto clásico de Derecho penal y procedimiento penal por una combina-
ción entre la idea de un «Derecho reflexivo», que toma como base la teoría de sistemas, y la teoría
del discurso de Habermas.
37 
Es evidente que en este artículo no podemos hacer un análisis minucioso de la teoría radical
de sistemas (basada en la idea de sistemas «autopoyéticos» y autorreferenciales), ni tampoco de la
idea (la palabra «teoría» no debería emplearse en este contrexto porque le falta elaboración) del
llamado «Derecho reflexivo». En estos momentos considero (después de que antes tuviera cierta
simpatía por ellas) que sus premisas ontológicas, desarrolladas ingeniosamente por Luhmann por
medio de la las categorías de código binario, del acoplamiento estructural y de la (mera) irrigación
por la vía del entorno, son erróneas desde un punto de vista empírico. La esperanza de que el De-
recho reflexivo sea más eficaz que el Derecho penal (en realidad perfectamente compresible en el
ámbito de los sistemas empresariales) me parece utópica. En mi crítica del intento de Gómez-Jara de
justificar la culpabilidad penal de una persona jurídica basándose en la teoría de sistemas —hasta el
momento el más elaborado— lo he expuesto con más detalle (Schünemann, 2008c: 429ss.)

354
La llamada crisis financiera: ¿fracaso del sistema o crimen organizado global?

fachadas a las que, paradójicamente, solo se les puede atribuir algún efecto
penal si operan exageradamente como tales38. La exigencia formulada por
Hassemer en la citada antología (ver Kemp et al. eds., 2009: 29 y 37) de que
el Derecho penal económico debería limitarse a las lesiones de los bienes ju-
rídicos, tampoco puede traerse en ninún caso a colación contra el tipo penal
de administración desleal. Al contrario: en el § 266 se trata de un claro delito
de lesión de un bien jurídico, con el daño de patrimonio ajeno como factor
de éxito, que aparece en innumerables tipos penales y cuya legitimidad no
se había puesto en duda nunca antes (ver, por ejemplo, la elusión de Schiller
en Kemp et al. eds., 2009: 170, 179).

Sobre la calificación de los delincuentes


El tipo penal de administración desleal no se contenta con evocar un
daño patrimonial. Este, por sí solo, no sería merecedor de pena en una eco-
nomía competitiva. Por el contrario describe ciertos comportamientos de
los garantes del patrimonio ajeno derivados de la posición de control que se
les ha encomendado sobre dicho patrimonio. Dicha posición viene definida
en el § 266 del Código Penal alemán (Strafgesetzbuch, StGB) tanto con la
existencia de una potestad dispositiva o de obligación sobre el patrimonio
ajeno, como por un deber de protección. Aquí se entiende que dicha obli-
gación debe basarse en un dominio protector que, en el caso de los órganos
de personas jurídicas o de los directivos con poder de decisión (en la crisis
financiera únicamente se trata de estos), vino dado eo ipso. Según las publi-
caciones con las que se contaba hasta ese momento referidas a este tema,
las incertidumbres relacionadas con la calificación de los delincuentes como
administradores desleales no tienen, en realidad, la más mínima trascenden-
cia para la crisis bancaria (Brüning y Samson, 2009: 1089). Ya no depende
de la posición de los garantes de los consejos de administración que, por
lo demás, está perfectamente aclarada en la jurisprudencia y en los medios
escritos39. Los negocios, debido a su enorme volumen, requieren periódi-
camente del visto bueno de los comités de supervisión, es decir, había una
participación activa por medio del consentimiento.

Sobre la tipicidad de deslealtad


1. En los Landesbanken (bancos de los Estados federados), la desleal-
tad ya se origina por su naturaleza jurídica pública pues, independientemen-
te de que hacia fuera puedan realizarse operaciones bancarias de cualquier
38 
Esto ha sido reconocido acertadamente en Lüderssen (209: 290ss.). Para las consecuencias de
una responsabilidad del garante ver últimamente: Tribunal Supremo Federal de Alemania en materia
penal (Bundesgerichtshof in Strafsachen, BGHSt) 54, 44, 49 y ss.
39 
Compárese solo Tribunal Supremo Federal de Alemania en materia penal (Bundesgerichtshof
in Strafsachen, BGHSt) 47, 187, 200; 50, 331, 335; acción prestacional en Schünemann (2008b: art.
266, apart. 60).

355
Bernd Schünemann

tipo, a nivel interno están obligados a perseguir objetivos específicamente


públicos (Lutter, 2009: 786ss.) de acuerdo con el principio constitucional
alemán que establece que todas las actuaciones directas o indirectas del Es-
tado deben servir a un objetivo público. Es verdad que, a la hora establecer
los objetivos públicos, el Estado cuenta con un amplio margen de manio-
bra, pero existe una línea que no se puede traspasar: la mera intención de
conseguir beneficios, es decir, el puro ánimo de lucro sin objetivo público
no es un objetivo público porque el Estado debe financiarse mediante im-
puestos y tasas. Sin embargo, se mire por donde se mire, los bancos estatales
pueden y deben obtener rendimientos en el momento en el que conceden
créditos, por ejemplo a las pequeñas y medianas empresas alemanas, pues el
precepto de la rentabilidad es un requisito para que la propia concesión de
créditos pueda llegar a ser sostenible. No obstante, con la compra de títu-
los estadounidenses por un importe que solo en el caso de los tres bancos
estatales alemanes ascendió a casi ochenta mil millones de euros, no se per-
seguía directamente un objetivo público. Tal y como se deduce del Derecho
público, esas operaciones de los bancos de los Estados federados no podían
ser autorizadas por los propietarios de las participaciones —por lo general el
Estado federado en cuestión y la asociación de cajas de ahorros— represen-
tados en el comité de crédito. Aunque no requerida por la jurisprudencia,
pero sí en los medios escritos, también se da en este caso una relación entre
la deslealtad y daño ocasionado por esta (Schünemann, 2004: 64ss, 2008:
430, 434; Schlösser y Dörfler, 2007: 326ss.; Seier, 2008: 413, críticamente ver
Salinger en: Satzger et al. 2009: § 266, apart. 82)40. La obligación de los ti-
tulares jurídicos públicos de limitarsre a perseguir un objetivo público tiene
como objetivo precisamente la preservación del Estado y del sector público
de experimentos económicos, como los de la inversión a gran escala de títu-
los MBS en el marco de un sistema piramidal intensivo (Lutter, 2009: 789).
Algo parecido sucedió en relación con los estatutos (de Derecho privado)
del banco semipúblico alemán IKB41.
2.  a) Tanto en los bancos públicos como en los privados se da por
hecho que todos los miembros de la junta directiva y otros gerentes
tienen la obligación de obrar con diligencia, es decir, de compro-
bar a conciencia la estructura del riesgo de las inversiones en títu-
los extranjeros. Además, como es natural, el banquero debe ser el
primero en conocer las garantías asociadas a un título, aparte de la
posición jurídica concedida al titular y las circunstancias del mer-
cado. En este caso se trataba de créditos respaldados por hipotecas
frente a un gran número de deudores desconocidos. Los propios

40 
Algunas reflexiones adicionales sobre causalidad en NK (Neue Kriminalpolitik) en Kind-
häuser (2010): 3ª edic., art. 266, apart. 99 basándose en el Tribunal Supremo Federal de Alemania
en materia penal (Bundesgerichtshof in Strafsachen, BGHSt) 46, 34; Tribunal Supremo Federal de
Alemania (Bundesgerichtshof, BGH) wistra 2007, 422.
41 
Sobre esto, más información en la resolución (Beschluss) del Tribunal Regional Superior
(Oberlandesgericht, OLG) de Düsseldorf del 9/12/2009, n.º de registro I-6 W 45/09, marginal 34
y ss.

356
La llamada crisis financiera: ¿fracaso del sistema o crimen organizado global?

títulos cotizaron en un mercado no organizado (over the counter)


altamente imprevisible y funcionaban como un sistema piramidal
intensivo (ver arriba). Como los bancos realizaron dichas inversio-
nes a través de conduits, de sociedades vehiculares registradas en
el extranjero creadas por ellos mismos, pero que no contaban con
ningún patrimonio propio y que solo podían existir en virtud del
de su patrocinador alemán, el volumen de su negocio pudo ascen-
der a un tercio de la suma total de su balance (en el caso de banco
semipúblico alemán IKB) o al triple de los presupuestos del Estado
federado (así el Sächsische Landesbank). Además dichos títulos no
se financiaron con recursos propios, sino que para ello se tuvieron
que solicitar y avalar créditos a corto plazo con lo cual, para evi-
tar el posible colapso del modelo de inversión en MBS que podía
conducir eo ipso a la insolvencia del propio banco, los requisitos
de verificación aumentaron al máximo como en cualquier otra ope-
ración de alto riesgo que hacía peligrar la existencia del negocio.
Como cualquier verificación seria del modelo de inversión hubiera
puesto en evidencia su naturaleza de sistema piramidal intensivo,
cuyo colapso también tenía que afectar antes o después al tramo
sénior y destruir así toda la capacidad de financiación del sistema,
la conclusión lógica es que la participación en ese mercado, en las
dimensiones y las formas en las que se llevó a cabo por parte de los
bancos mencionados, fue claramente desleal - para el caso de que no
bastara con fiarse de las excelentes puntuaciones de las agencias de
calificación estadounidenses para seguir invirtiendo siguiendo sus
recomendaciones de manera práctiamente «ciega»:
•  El argumento de la confianza errónea en unas calificaciones equi-
vocadas, imprudentes y desaforadas de las agencias de calificación,
no solo podría provocar que no procediera el tipo penal subjeti-
vo, sino incluso la deslealtad objetiva. Pese a que, según las reglas
generales de imputación penal, nadie puede delegar por completo
en otro la responsabilidad por su propio comportamiento, pues
al menos está obligado a elegir y supervisar cuidadosamente a
su asesor42, una obligación que no se cumple cuando uno se fía
ciegamente de unas valoraciones cuya solidez ha verificado tan
poco, como la cuestión de si las agencias de calificación, debi-
do a su dependencia económica de las sociedades emisoras, eran
realmente de confianza, y teniendo en cuenta que la exageración
desmesurada de la calificación triple A llevaba escrita una falta de
seriedad en la frente. Sin embargo parece que el legislador ha tra-
zado precisamente este (escarpado) camino en la Ley alemana so-

42 
Por lo tanto, no se trata, entiéndase bien, ni de la delegación de asuntos en el propio ámbito
de poder, ni de la obligación existente de seleccionar e instruir cuidadosamente ni tampoco de la
posición del garante para la supervisión posterior (sobre esto, más información en Schünemann
(1994: 137 y 149ss.), sino de la responsabilidad de la propia actuación a través de la propia decisión,
según la cual, a fortiori, uno no debe fiarse ciegamente de otros.

357
Bernd Schünemann

bre el Crédito (Gesetz über das Kreditwesen)43 y en el Reglamen-


to alemán sobre Solvencias (Solvabilitätsverordnung, SolvV)44 al
remitirse a las estimaciones de solvencia de reconocidas agencias
de calificación para determinar el capital propio necesario para las
llamadas operaciones estándar de medición de riesgo de impagos,
y para fijar el procedimiento de reconocimiento correspondiente
(art. 33, 44, 46, 52 y ss. del Reglamento alemán sobre la Solvencia,
Solvabilitätsverordnung, SolvV). Es probable que de todo esto se
pueda deducir que la consideración de este tipo de calificaciones,
junto con los informes reglamentarios al Banco Federal Alemán,
en virtud del art. 6 del Reglamento alemán sobre la Solvencia
(Solvabilitätsverordnung o SolvV), o de las indicaciones al Ins-
tituto Federal Alemán para el Control Financiero (Bundesanstalt
für Finanzaufsicht, BaFin) y del Banco Federal en virtud del art.
7 del Reglamento alemán sobre la Solvencia (Solvabilitätsverord-
nung o SolvV), no procedería la deslealtad. Sin embargo, en este
caso concreto se puede dejar sin respuesta esta (difícil) cuestión,
pues en el caso de las inversiones en MBS, los responsables de
los bancos alemanes evitaron el control del Banco Federal y del
BaFin al realizarlas a través de sociedades vehiculares extranjeras,
y además limitaron los avales a un período de un año o menos ya
que, según el art. 8 de los acuerdos de Basilea I sobre el porcen-
taje de de fondos propios en vigor hasta 2007, no era necesario
incluir los créditos a menos de un año en el cálculo del capital
mínimo propio (Rönnau, 2010: 61). El hecho de que los avales
fueran renovados un año tras otro siguiendo el plan inicial per-
mitía eludir las declaraciones obligatorias según la Ley alemana
sobre Entidades de Crédito, Kreditwesengesetz o KWG (desde
2007 junto con el Reglamento alemán sobre Solvencia, Solvabi-
litätsverordnung o SolvV). Esto no constituye, en mi opinión y
en oposición a la de Rönnau (Rönnau, 2010: 62) un problema
para la tipificación penal en el ámbito del § 266 del Código Penal
alemán, sino que, por el contrario, lo resuelve: cuando se evita
a propósito un procedimiento de control regulador por el Esta-
do, la deslealtad no puede negarse, como es natural, utilizando
el argumento de que en el caso puramente hipotético de que se
hubiera seguido dicho procedimiento sin objeción ninguna (!), se
habría producido una protección de la buena fe.
•  Independientemente de todo esto, ni siquiera una confianza jus-
tificada en la exactitud de la calificación podría remediar la des-
lealtad propia que resulta de no tener en cuenta la acumulación de
43 
Nueva versión del 9/09/1998, Boletín Oficial alemán (Bundesgesetzblatt, BGBl.) I 2.776.
44 
Reglamento alemán sobre la adecuación de fondos propios de institutos, grupos de institu-
tos y grupos financieros, Verordnung über die angemessene Eigenmittelausstattung von Instituten,
Institutsgruppen und Finanzholding-Gruppen (Reglamento alemán sobre la Solvencia, Solvabili-
tätsverordnung o SolvV) del 14/12/2006, Boletín Oficial alemán (Bundesgesetzblatt, BGBl.) I 2.926.

358
La llamada crisis financiera: ¿fracaso del sistema o crimen organizado global?

riesgos. Según los art. 13 y ss. de la Ley alemana sobre Entidades


de Crédito (Kreditwesengesetz o KWG), desde el punto de vista
del «riesgo unitario», en virtud del art. 19, párr. 2 de la Ley ale-
mana sobre Entidades de Crédito (Kreditwesengesetz o KWG),
o de la «totalidad de deudores» legal o efectiva, según el art. 4 del
Reglamento alemán sobre la Solvencia (Solvabilitätsverordnung
o SolvV), son necesarias declaraciones obligatorias y limitaciones
especiales para los casos de concesión de grandes créditos y una
garantía mínima materializada en el ratio de fondos propios. Por
la naturaleza de los títulos respaldados por hipotecas de escaso
valor (subprime mortgage backed securities), es decir, por tratarse
de un sistema de venta piramidal intensivo, se puede decir, sin
miedo a equivocarse que, según el art. 4, párr. 8 del Reglamento
alemán sobre la Solvencia (Solvabilitätsverordnung o SolvV), «las
dificultades de pago de una de las personas iba a crearle dificul-
tades de pago a las demás» con lo cual era inadmisible que se
realizaran inversiones similares a estas en este ámbito financiero
y a una escala gigantesca que pudieran hacer peligrar toda la in-
versión (así también Lutter, 2009: 199). Al verificar los deberes
materiales de protección del patrimonio que tiene un banquero,
no puede haber ninguna duda de que este debe tener en cuenta el
contenido material de estas limitaciones, incluso en los casos en
los que se piense pasarlas por alto. De lo contrario, este tipo de
elección destinado a burlar la ley y a eludir el control estatal45 de-
bería calificarse incluso de comportamiento desleal amplificado46.
•  Nada de todo esto se ve modificado por la invocación a la «bu-
siness judgment rule» (regla de discrecionalidad empresarial), y
menos por el intento de resucitarla a través del ambiguo requisito
del Tribunal Supremo Federal de Alemania (Bundesgerichtshof,
BGH) de que se de un «incumplimiento grave de las obligacio-
nes», requisito que, por lo demás, se ha vuelto a eliminar. El con-
tenido de la «business judgment rule», incluida en 2005 como el
art. 93, párr. 1, pág. 2 en la Ley alemana de Sociedades Anóni-
mas (Aktiengesetz)47, según la cual la junta directiva de una AG
(Aktiengesellschaft, sociedad anónima alemana) no incumple sus
obligaciones al tomar una decisión si «se actuara con sensatez, ba-
sándose en información adecuada y en favor del interés de la so-

45 
En el caso de los bancos españoles se logró evitar el desastre (Lutter, 2009: 199, nota 7).
46 
El hecho de que, con el fin de evitar la obligatoria consolidación de balances que resulta de
los acuerdos de Basilea II y que afecta al procentaje de fondos propios, se esquivara el reconoci-
miento de la existencia de una relación del grupo financiero con las conduits extranjeras, puede
considerarse, desde el punto de vista del Derecho bancario alemán, una exitosa forma de eludir las
normas. Sin embargo, desde el punto de vista material del art. 266 del Código Penal alemán, es ins-
trascendente y más bien apunta un indicio de la intención de incumplir las obligaciones.
47 
A través de la Ley alemana para la Integridad Empresarial y la Modernización del Derecho de
Recurso (Gesetz zur Unternehmensintegrität und Modernisierung des Anfechtungsrechts, UMAG)
del 22/09/2005, Boletín Oficial alemán (Bundesgesetzblatt, BGBl.) I 2.802.

359
Bernd Schünemann

ciedad»; ese contenido, decimos, ya estaba vigente antes (Hüffer,


2008: art. 93, apart. 4b), con lo cual no tiene ninguna relevancia
para el tipo penal de deslealtad (una cuestión que no solo ignoran
Brüning y Samson, 2009), pues describe un patrón de negligencia
objetiva (reconocido en cualquier caso por el Derecho penal des-
de hace mucho tiempo) mientras que el § 266 del Código Penal
alemán interviene solo en caso de dolo. Además, debido al riesgo
de insolvencia contraído al margen de cualquier forma de evalua-
ción empresarial48 con la adquisición de volúmenes injustificables
de MBS, no se trataba tampoco ya de una deficiente o desastrosa
gestión de riesgos sin más (ver Brüning y Samson, 2009: 1093).
Además, la sala primera de lo penal del Tribunal Supremo Fe-
deral de Alemania (Bundesgerichtshof, BGH) utilizó la fórmula
«incumplimiento grave de las obligaciones» (Brüning y Samson,
2009: 1093ss.)49 en el caso del SSV Reutlingen50 para delimitar el
margen de evaluación empresarial en un contexto de imputación
objetivo51, aunque, por otro lado, en la sentencia del caso Mannes-
mann de la sala tercera de lo penal, se rechaza expresamente este
incumplimiento —con razón— como posible elemento de «agra-
vación de antijudicialidad» (Höhenmarke der Rechtswidrigkeit)52.
Tampoco se puede justificar, como hace Saliger53, en nombre de
la «teoría de la gravedad de la lesión penalmente autónoma, no
solo basada en indicios», y de una forma más coartante que el
tipo del § 266 del Código Penal alemán (Strafgesetzbuch, StGB)
que va más allá de la decisión del caso SSV Reutlingen, requi-
riendo una decisión «claramente insostenible y/o arbitraria», ya
que un privilegio de este tipo para los gerentes no encuentra en
el texto legal el más mínimo apoyo y es, junto con el daño pre-
meditado del titular del negocio ya reivindicado por el tipo penal,
superfluo o (como reivindicación de una reiterada reducción de la
culpabilidad) inaceptable. Pero incluso si se quisiera reivindicar la
transgresión de una cota apta, esta se habría producido en vista de
las gigantescas dimensiones de las operaciones que, sin el rescate
del Estado, hubieran llevado a la ruina del titular del negocio, y
de la eliminación sistemática de la supervisión bancaria estatal a
través de la creación de las sociedades vehiculares extranjeras.
b) Otro motivo independiente más para fundamentar la deslealtad es
una conclusión de la irrogación de daños y perjuicios, ya que, como

48 
En esencia también (re)conocido por Brüning y Samson (2009: 1092).
49 
En un sentido similar Lüderssen (2009: 486ss.) que habla de un «término implantado».
50 
Tribunal Supremo Federal de Alemania en materia penal (Bundesgerichtshof in Strafsachen,
BGHSt) 47, 187 y ss.
51 
Más información en Schünemann (2005: 473, 475ss.).
52 
Tribunal Supremo Federal de Alemania en materia penal (Bundesgerichtshof in Strafsachen,
BGHSt) 50, 331, 332 principio 2 y, sobre esto, más información en Schünemann (2006: 196, 197 y
ss.).
53 
Ver Salinger en: Satzger et al. (2009).

360
La llamada crisis financiera: ¿fracaso del sistema o crimen organizado global?

es obvio, a cualquier gerente con obligación de ser leal a su banco le


está prohibido causarle daños a este a través de operaciones desfa-
vorables54. Esto nos remite a la verificación del daño patrimonial, a
la que me gustaría dedicarme a continuación.

Sobre la tipicidad del daño patrimonial en concreto


1. Según el concepto jurídico-económico de patrimonio que existe en
Alemania en sus diferentes variantes, cuentan como patrimonio todos los
bienes de una persona con valor pecuniario que gozan de la protección del
ordenamiento jurídico. Un daño se produce, según el método de la liquida-
ción general, cuando el patrimonio del titular del negocio tiene menos valor
después de que el delincuente haya dispuesto del mismo55. En el caso de
los títulos estadounidenses CDO respaldados por hipotecas de escaso valor
(subprime mortgages), podría pensarse en un principio en hacer una valora-
ción de dicho valor siguiendo las normas de las operaciones de riesgo, y que
incluye las posibilidades de obtener beneficios y el riesgo de pérdida56. Sin
embargo, en realidad, no se trataba de un tipo «normal» —por así decirlo—
de operaciones de riesgo que incluyen la posibilidad de que el negocio salie-
ra bien. Por el contrario se trató de participar en un sistema piramidal inten-
sivo que, necesariamente y en algún momento tenía que acabar fracasando.
En efecto, como se ha expuesto con más detalle en el apartado II, debido al
permanente aumento del número de títulos en cuestión y de el aprovecha-
miento del auge creado artificialmente en el mercado inmobiliario estadou-
nidense, los bienes inmuebles funcionaban como garantía de unos préstamos
cada vez mayores. Con el empeoramiento de la solvencia de los prestatarios,
al acabar dicho auge se produjo el inevitable colapso del sistema.
La participación en un sistema de venta piramidal de este tipo puede
ser un acto de especulación peligrosa, aunque justificable desde el punto
de vista comercial si, desde el principio, la intención de la misma es com-
prometer únicamente y a corto plazo un importe limitado que no ponga en
riesgo la propia supervivencia de toda la empresa de forma que el objeto de
la transacción especulativa se vuelve a vender en un mercado que aún sigue
operativo. Puede que esta fuera la alternativa escogida en parte o a veces
por el Deutsche Bank que, todavía en la primavera de 2007, en un momento
en el que el auge inmobiliario estadounidense ya hacía tiempo que había
terminado y que el colapso del mercado de ABS con subprime mortgages

54 
Acción prestacional (Schünemann, 2008b: art. 266, apart. 94); de forma similar (Bosch y Lan-
ge, 2009); Tribunal Supremo Federal de Alemania en materia penal (Bundesgerichtshof in Strafsa-
chen, BGHSt) 50, 331, 336. La crítica de Saliger en (nota 72), art. 266, apart. 43, lleva a la misma
conclusión haciendo referencia a los «parámetros generales de diligencia».
55 
Indiscutible en esta relevante parte esencial, v. (Hefendehl, 2006: art. 263, apart. 298 y ss., 442
y ss) así como Schünemann (2010: 1 y 3ss.).
56 
Sobre esto ver Dierlamm (2006: art. 266, apart. 200 y ss).; Kindhäuser (2010: art. 266, apart.
73 y ss) así como Saliger en Satzger/Schmitt/Widmaier (2009: art. 266, apart. 47 ss.), todos ellos
sobre deslealtad.

361
Bernd Schünemann

era inminente, logró venderle, justo a tiempo, una enorme partida de estos
productos al banco semipúblico alemán IKB, que quebraría poco después.
En vista de las enormes cantidades de títulos que adquirían los bancos
que he citado anteriormente, y también del tiempo que estos mantenían di-
chos títulos en sus carteras, se puede concluir que no siempre existía, desde
un punto de vista objetivo, una posibilidad de venta de los mismos, por
no hablar de la manifiesta falta de intención de hacerlo57. Por consiguiente,
si se hubiera querido compensar adecuadamente el capital invertido en los
títulos, esto hubiera requerido que los propios créditos fueran valiosos (es
decir, que se pudieran hacer líquidos a largo plazo), que estos no se hubie-
ran devaluado ex ante a causa del previsible colapso del sistema de venta
piramidal intensivo y que, debido a que su adquisición estaba financiada con
un crédito, hubiera existido una relación razonable entre las condiciones
a las que se concedieron los créditos de los propietarios estadounidenses
de bienes inmuebles y las condiciones de refinanciación de los créditos im-
puestas por los bancos. A juzgar por el plan de las subprime mortgages, no
es muy seguro que el primer requisito se cumpliera en el tramo sénior, una
cuestión que en cualquier caso debe quedar abierta en este punto en espera
de averiguar los detalles de cada inversión. Por el contrario, se puede afirmar
que el segundo y el tercer requisito son ciertos, pues la refinanciación se
efectuó a través de créditos a corto plazo y dichos créditos tenían que verse
afectados necesariamente por la crisis en el momento en el que el sistema
de venta piramidal intensivo tocara a su fin y el mercado de las subprime
mortgages quebrara en todo el mundo. Esta construcción no era ni casual ni
cambiante dependiendo de cada caso, sino que se derivaba necesariamente
del propio modelo de negocio: como el tipo de interés de la refinanciación
a corto plazo era más bajo que el interés de los títulos ABS adquiridos, era
posible obtener un primer beneficio solo por este motivo, beneficio que,
como es natural, era más alto cuanto mayor fuera el volumen de las opera-
ciones realizadas. Por esta razón, las sociedades vehiculares trataron, con el
beneplácito de los bancos que las respaldaban, de aumentar todo lo posible
sus existencias de títulos financiados con créditos a corto plazo con el fin
de aumentar los beneficios que resultaban del diferencial entre los créditos a
corto y largo plazo. Dado que estas gigantescas existencias de títulos tenían
que volver a refinanciarse por completo cada tres meses, tenían que produ-
cirse enormes agujeros de liquidez en el momento en el que no se encontra-
ran prestamistas adicionales. Y esto no solo tenía que arrastrar forzosamente
a la ruina a los conduits que, de todos modos, únicamente contaban con
un capital propio mínimo, sino también a los bancos que los respaldaban

57 
La inspección extraordinaria al banco IKB deberá aclarar de qué forma logró el Deutsche
Bank venderle unos títulos —que ya en ese momento tenían mala fama— a un banco semipúblico
alemán, venta que intentó bloquear el nuevo accionista mayoritario Lone Stars, quien, tras el rápido
saneamiento del insolvente IKB, acometido por el Gobierno Federal alemán con unos gastos de diez
mil millones de euros aproximadamente, adquirió las participaciones del grupo bancario Kreditans-
talt für Wiederaufbau (KfW) —bloqueo que fue paralizado mediante acuerdo del Tribunal Regional
Superior (Oberlandesgericht, OLG) de Düsseldorf de 9/12/2009 (anteriormente nota 41).

362
La llamada crisis financiera: ¿fracaso del sistema o crimen organizado global?

debido a las garantías depositadas por estos destindas a respaldar las deu-
das de dichas sociedades vehiculares. Por lo tanto, una simple irregularidad
y mucho más aún una interrupción del ciclo de refinanciación tenían que
conducir inevitablemente a una crisis de liquidez ruinosa para los bancos
que estaban avalando las sociedades vehiculares. Se puede decir, entonces,
que los bancos contrajeron con todo este modelo de negocio un riesgo de
dimensiones existenciales con cuyo colpaso, una vez concluido el auge in-
mobiliario, tenía que haberse contado sin duda alguna.
Debido a su inversión en títulos ABS respaldados por suprime mortga-
ges que, por su valor derivado del sistema de venta piramidal intensivo y de
la acumulación de riesgos que este conllevaban incluso para los títulos del
tramo sénior, el valor de las hipotecas no era suficiente para respaldar el ca-
pital invertido. El patrimonio de los bancos afectados experimentó pérdidas
definitivas sin que aquí influyeran para nada las normas de las operaciones
de riesgo que, por lo demás, son fuente de controversia.
2. Sin embargo, la pérdida patrimonial podría haberse podido compen-
sar si la inversión hubiera estado respaldada por una permuta de incumpli-
miento crediticio. No es posible valorar aquí en qué medida los títulos CDS,
generados también a escala gigantesca eran adecuados, bien en general, bien
en cada caso particular, para compensar el aumento de los riesgos o si, por el
contrario, se fundieron en una misma bola indiferenciada de riesgos: necesi-
tamos iluminar algunas lagunas en el plano fáctico. La posibilidad de que el
escaso valor de los títulos ABS respaldados por subprime mortgages dentro
del conjunto de un sistema piramidal intensivo, se hubiera podido compen-
sar por medio de los CDS parece completamente descartable pues, como es
sabido, eran los propietarios de los terrenos los que tenían que asumir sus
costes y no había otra fuente productiva a la vista con capacidad de generar
plusvalías. Al final, dichos CDS tuvieron más un efecto potenciador de los
efectos del sistema de venta piramidal que el de servir como una verdade-
ra compensación o freno al mismo. Esto no tiene que ser necesariamente
válido para una determinada inversión individual, lo que podría adquirir
relevancia a la hora de definir el tipo penal subjetivo.
3.  Pero hay otra fuente de daños patrimoniales que, hasta el momento,
ha pasado inadvertida en este artículo y a la que solo vamos a poder hacer
una una primera aproximación. Es notorio que los beneficios contables que
hizo posible el diferencial de tipos durante un breve período de tiempo pro-
vocaron el pago de gratificaciones extraordinarias (sistema de bonus). Y esto
tanto para las juntas directivas de los bancos, como para los gerentes vincu-
ladas a los departamentos de inversión58, gratificaciones que —dicho sea de
58 
Como queda reflejado en las memorias comerciales, por ejemplo, los seis miembros de la
junta directiva del HSH Nordbank recibieron una remuneración dependiente de los resultados eco-
nómicos de la empresa por un valor de cinco millones de euros para el año 2006. Los siete miembros
de la junta directiva del banco WestLB cobraron gratificaciones (bonus) que ascendían a seis millo-
nes de euros. El director de la Banca de Inversión (Investmentbanking) del Deutsche Bank percibió
regularmente en años anteriores, según los boletines de prensa, grandes gratificaciones millonarias

363
Bernd Schünemann

paso— estaban especificadas en los contratos laborales. Desde el punto de


vista material, dada la existencia de unos riesgos muy considerables, se ten-
drían que haber creado provisiones varias veces superiores a los beneficios
contables generados con el diferencial de intereses. Aquí no puedo analizar si
la normativa de balances es lo suficientemente formalista como para no haber
podido evitar la aplicación de medidas cautelares destinadas a compensar la
acumulación de riesgos contables derivados del uso de conduits sin por ello
incurrir en ninguna ilegalidad como explica Rönnau (2010) en su artículo.
Al menos se puede decir, que el tipo penal de administración desleal no es
fácilmente manipulable de forma que el hecho de que se ejecuten y firmen
contratos de remuneración en virtud de los cuales se deben pagar en concep-
to de «recompensa» unos «bonus» por un valor total de miles de millones no
recuperados procedentes de asientos contables y operaciones comerciales de-
sastrosas; al menos se puede decir con seguridad que estamos asistiendo a la
comisión de actos de deslealtad en perjuicio de los titulares de los negocios59.

Sobre el tipo subjetivo de administración desleal


El tipo subjetivo de administración desleal requiere de dolo, aunque bas-
ta el dolo eventual. En este caso, el argumento sería relevante si se tratara de
un fracaso del sistema: los banqueros implicados se habrían fiado por com-
pleto de las valoraciones de las agencias de calificación estadounidenses. La
cuestión es si aquí debe verse un error destructivo del tipo legal de la desleal-
tad o del daño que excluyera el dolo, según el § 16 del Código Penal alemán.
1. En lo referente a la deslealtad, se tendrá que negar para la mayoría de
los supuestos ya que, en este caso, se trata de una supuesta característica que
valora el hecho en su totalidad en la que, para que exista dolo, basta con cono-
cer los hechos relevantes60. Dicho conocimiento, ya fuera como conocimiento

de varias cifras (ver http://www.manager-magazin.de/unternehmen/artikel/0,2828,675953,00.html).


Un estudio de la Universidad de Harvard investigó las remuneraciones en forma de bonus (gratifi-
caciones) que recibieron los altos directivos de los bancos estadounidenses Bear Stearns y Lehman
Brothers que sufrieron un colapso en la crisis financiera. Según este, entre 2000 y 2009, los cinco
directivos mejor pagados de dichos bancos percibieron en concepto de bonus y de stock options,
ingresos por un valor de 173 (Lehman) y 330 millones (Bear Stearns) de euros. Los autores han
llegado a la conclusión de que esta estructura de remuneración estableció unos incentivos considera-
bles para lograr beneficios a corto plazo corriendo grandes riesgos y desatendiendo los intereses em-
presariales a largo plazo (Bebchuk et al. 2009). Más cifras en Der SPIEGEL n.º 8/2009, pp. 61 y ss.
59 
En el reglamento que establece las remuneraciones por contrato (de forma similar a lo dis-
puesto en el acuerdo sobre los sueldos de los directivos, v. sobre esto solo Tribunal Supremo Fede-
ral de Alemania en materia penal, Bundesgerichtshof in Strafsachen, BGHSt, 50, 331, 337 con otras
referencias) reina un parecer (¡conforme a lo establecido!) según el cual se tiene que tener en cuenta
la adecuación de dichas remuneraciones. Esto quiere decir que parece claramente contrario al deber
jurídico prometer gratificaciones enormes y definitivas procedentes de beneficios contables provi-
sionales generados con negocios desleales, y que pueden provocar el hundimiento de la sociedad.
60 
Ver Schünemann (1998: art. 266, apart. 153. En la conclusión también Kindhäuser (2010: aparts.
266 y 122) así como Saliger en: Satzger et al. (2009: art. 266, apart. 105) y StGB (2010: art. 266, apart.
174) así como nota 20. Kindhäuser opone también a las dos decisiones competentes más importantes
del Tribunal Supremo Federal de Alemania (Bundesgerichtshof, BGH), a pesar de sus vaguedades

364
La llamada crisis financiera: ¿fracaso del sistema o crimen organizado global?

del propio desconocimiento de las condiciones contractuales y de la solvencia


de los deudores, o como conocimiento de la naturaleza del modelo de negocio
como sistema de venta piramidal intensivo, de la acumulación de riesgos y de
la amenaza que representaba la necesidad de refinanciación a corto plazo y, con
ello, el conocimiento de una inversión de muchos miles de millones cuyo éxito
estaba basado en el azar o colocado al borde del abismo, lo tenían —según la
versión difundida en el campo apologético— precisamente también los gerentes
de los bancos. Y el hecho de que ellos mismos no realizaran las operaciones
de una forma totalmente normal, ni las sometieran al criterio de la supervisión
bancaria sino que maniobraran, pasando de largo, a través de «vehículos» ex-
tranjeros desprovistos de patrimonio propio mediante avales en cadena clasifi-
cados artificialmente; es decir, que desarrollaran un comportamiento típico de
criminales internacionales vinculados al área financiera, tampoco permite con-
fiar en que los negocios se iban a desarrollar por cauces correctos. Con todo,
es posible que en algún caso concreto funcionara de otro modo, pero esto debe
aclararse, como siempre, en un procedimiento penal.
2. Además, entra en consideración una negación del dolo de daño.
Así, por ejemplo, cuando un miembro de la junta directiva o del comité
de créditos no sabía exactamente con qué finalidad se invirtieron miles de
millones y la única información que poseía al respecto (y de la que se fió)
era que una agencia de calificación le había otorgado una calificación positi-
va. Sin embargo, la manera aparentemente tan sencilla de lograr beneficios,
al igual que la opacidad de las relaciones jurídicas tuvieron que despertar
desconfianza, pues hubo desde el principio informes publicados en medios
de comunicación que advertían de la peligrosidad de este tipo de contratos.
Por esa razón, es imprescindible analizar con detenimiento con qué cono-
cimiento contaba cada persona para ver si esto puede revelar la existencia
de un componente intelectual en el dolo (el hecho de considerar posible el
daño patrimonial). Entre los banqueros dedicados a la inversión, los com-
ponentes volitivos de la asunción, exigidos en general y de manera especial-
mente contundente en el tipo subjetivo de administración desleal, tanto por
la jurisprudencia como por la doctrina mayoritaria61, se basan en un punto
de vista específico para su aceptación: el fuerte incentivo que significaban
una gratificaciones (bonus) extremadamente elevadas que se iban acumulan-

(en parte, buscadas) conceptuales y dogmáticas en este punto. Puesto que, aunque en la decisión del
caso Mannesmann la sala tercera de lo penal no quería clasificar las «falsas impresiones» «empleando
simplemente fórmulas sencillas sin recurrir a criterios de valor y consideraciones diferenciadoras»
(Kindhäuser, 2006: 214 y 217, nota marginal 22), el dictamen del administrador del patrimonio explica
de forma tan clara como acertada que debió autorizarse una medida, a pesar de conocerse su efecto
perjudicial, por un puro error de prohibición (marginal 23), lo que entonces no puede resultar de una
decisión inescrutable procedente de un tribunal, sino solamente de la dogmática de las características
del deber jurídico. Y, en la sentencia del caso Kanther, la sala segunda de lo penal relacionó, con ra-
zón, el dolo (¡ojo con el dolo de daño!) de provocar un riesgo de sanción con los «requisitos reales»
de la obligación de rendir cuentas según la Ley alemana de los Partidos Políticos, Parteiengesetz (Tri-
bunal Supremo Federal de Alemania en materia penal, Bundesgerichtshof in Strafsachen, BGHSt, 51,
100, 119, marginal 58, que, con todo, aquí se confunde con el dolo de deslealtad), lo que de nuevo se
corresponde con exactitud con la dogmática de las características del deber jurídico.
61 
Sobre esto, StGB (2010: art. 266, apart. 178ss.)

365
Bernd Schünemann

do anualmente al margen de la supervisión bancaria. Esto era consecuencia


de contabilizar solo aquellos beneficios procedentes de los intereses a corto
plazo y no el riesgo de pérdidas que podían afectar a un enorme volumen
de transacciones concertadas, y una elevada capacidad de destruir el propio
negocio una vez concluido el auge inmobiliario.
3. Aparte de esto estaba también el riesgo injustificable que resultaba
de la combinación entre volumen y método de financiación de las opera-
ciones, y que era identificable por las partes con conocimientos especializa-
dos, es decir, en la práctica era obvio. No obstante, deberá comprobarse si
estas confiaban en que la rueda de las refinanciaciones a corto plazo girara
eternamente y, por lo menos, no actuaron con el contraproducente dolus
eventualis.
4.  Por lo tanto, hay muchos motivos que fundamentan que los geren-
tes bancarios encargados de decidir si se adquirían los títulos, que, al fin y al
cabo, no tenían valor, poseían, por lo menos, el dolo de daño necesario. Sin
embargo, también entra en consideración la buena fe basada en la superficia-
lidad o ingenuidad, especialmente en el caso de políticos que, como miem-
bros de comités de crédito, solo suelen actuar de mascarón de proa. Por esa
razón, debido al nivel necesariamente abstracto de este artículo, no se podrá
ofrecer un dolo que pueda aplicarse en todos los casos. En cualquier caso
se da por descontado que la necesidad de más aclaraciones en relación con
el dolo de cada culpable no debería bloquear la incoación de los sumarios
correspondientes, pues en todos los casos existe una denominada sospecha
inicial que obliga a incoar el procedimiento (Kleinknecht y Meyer-Gossner,
2009: art. 152, apart. 4 y Roxin y Schünemann, 2009, art. 39, apart. 15)

¿Quedan lagunas en el tipo penal de administración des-


leal?

1. La crisis financiera y sus consecuencias contribuirá, por lo menos en


una primera fase, a modificar el Derecho penal en todos aquellos Estados
cuyo ordenamiento jurídico no posea un tipo penal general de deslealtad se-
gún el ejemplo alemán o el tipo penal de administración desleal. Una eficiente
revisión penal de lo acontecido es, en cualquier caso, un requisito impres-
cindible para evitar que este tipo de catástrofes se repitan en el futuro. De la
misma forma que solo si el Tribunal Internacional de Justicia puede juzgar
de forma consecuente los crímenes de guerra y las violaciones de los dere-
chos humanos, podemos albergar esperanzas para el futuro pues únicamente
si se persiguen penalmente las causas criminales de la actual crisis financiera
se logrará un porvenir mejor. Lo principal es que, en aquellos ordenamien-
tos jurídicos en los que, a día de hoy, no tenga presencia aún el tipo general
de deslealtad, se resuelvan cuanto antes estas lagunas que resultan totalmente
inaceptables. Confiar en que la «autorregulación» —frecuentemente invocada
en los medios apologéticos— surtan efecto en el futuro es, en vista del desastre
acaecido (en un momento en el que dicha autorregulación estaba plenamente

366
La llamada crisis financiera: ¿fracaso del sistema o crimen organizado global?

activa) y de los informes de la prensa en los que se alerta de la continuación


de las mismas prácticas (incluída la política de remuneraciones a través de
boni) es pecar de ingenuos o, por lo menos, de falta de realismo. En realidad,
la llamada crisis financiera es el resultado de una especie de moral insanity que
domina el mundo de las finanzas, un mundo en el que las grandes tentaciones
campan por doquier y donde la capacidad de corrupción es tan grande, que
apostar únicamente por una moral intrínseca o por controles formales fácil-
mente esquivables, no puede ser, en ningún caso, suficiente.
2. Aun así, las extraordinarias dimensiones de esta crisis financiera han
demostrado que incluso el tipo alemán de deslealtad resulta insuficiente y
presenta lagunas considerables desde el punto de vista criminológico, ya que
no se adapta ni objetiva ni subjetivamente a la categoría de injusto específico
en el caso de las inversiones en «títulos tóxicos» estadounidenses, inversio-
nes que se realizaron sin tener en cuenta una visión mínimamente sensata
de la relación entre capital propio y ajeno en el sentido al que se refiere
Sinn (2009) cuando habla de «capitalismo de casino», es decir, en el sentido
de la realización de inversiones en activos tóxicos siguiendo la lógica de
los juegos de azar. La peculiaridad del sistema consistía, por un lado, en la
participación en un sistema de venta piramidal del que nadie podía asegurar
que iba a poder abandonar a tiempo antes de un derrumbe que tenía que
llegar necesariamente antes o después. Este se desarrollaba con un volumen
de inversión que, en el caso de colapso del mercado, tenía que llevar a la
quiebra inmediata del banco inversor. Por lo tanto, lo injusto no radica-
ba únicamente en el daño ocasionado, sino en la destrucción potencial del
fideicomitente, es decir, en una potenciación de la tipicidad de deslealtad.
Este es exactamente el tipo de injusticia que se tipificó como tipo penal de
quiebra en el Derecho penal alemán a través de la descripción del § 283 de
su Código Penal, y que se agrega de forma independiente al de deslealtad.
En efecto: la protección contra la deslealtad preserva el patrimonio del ti-
tular del negocio, mientras el tipo penal de quiebra hace lo propio con el
patrimonio del acreedor y, eventualmente, incluso con la economía global62.
Con razón ambos delitos se llevan a cabo en concurso ideal cuando una per-
sona, que tiene la obligación de ser leal al titular del negocio, lleva a este a
la insolvencia actuando con deslealtad63. Mientras que dicha culpabilidad se
reconoció sin problema en el caso del banco Lehman Brothers, y no solo en

62 
Tiedemann en Laufhütte, Rissing-van Saan y Tiedemann (2008: apart. 45 y ss., antes del §
283) así como Kindhäuser (2010: antes de los §§ 283ss. así como apart.19ss.) y Dreher et al. (2011:
§ 283, apart. 1); Stree/Heine en Schönke y Schröder (2006: nota previa §§ 283 y ss., apart. 2 : «Los
intereses del acreedor y la economía global como bienes protegidos»). Todos ellos con referencias
adicionales.
63 
Según la situación legal vigente, que tiende los puentes al art. 283 del Código Penal alemán
(Strafgesetzbuch, StGB) para órganos y sustitutos del titular del negocio solo a través del § 14 del
Código Penal alemán (Strafgesetzbuch, StGB), pero que debe tomarse como una exclusividad del §
266 y del § 283 (acción prestacional/Schünemann: 12.ª edic., § 14, apart. 50 y ss. con otras referen-
cias); el abandono de este principio del Tribunal Supremo Federal de Alemania (Bundesgerichtshof,
BGH), que apareció en la publicación NStZ 2009, p. 437, se propagó ya de lege lata, pero podría
discutirse si no es de lege ferenda.

367
Bernd Schünemann

EE. UU. sino en todos los países en los que las filiales de esta entidad se de-
clararon insolventes, en Alemania no podrán emprenderse diligencias pena-
les por quiebra en relación con los bancos alemanes que llevaron a la ruina.
La razón de ello reside en los requisitos objetivos del párr. 6 que delimitan
la culpabilidad en el § 283 del Código Penal alemán según el cual, deberá
incoarse el procedimiento de insolvencia sobre el patrimonio del deudor, es
decir, del banco, o, en caso de falta de activo, deberá desestimarse. Efectiva-
mente: en Alemania, como también sucede en los EE. UU., Gran Bretaña o
Francia, los gobiernos pusieron a disposición de los bancos afectados tanta
liquidez adicional casi a pedir de boca y mediante créditos y avales, que se
evitó la iliquidez que normalmente debería haber hecho acto de presencia64.
Gracias a una ley especial, a los bancos se les dio la posibilidad de almacenar
títulos sin valor en un denominado bad bank propio con el fin de apartar
el sobreendeudamiento que, en caso contrario, hubiera persistido. No soy
capaz de juzgar si la razón que se le dio a los contribuyentes para tomar
esta decisión (en el sentido de que se trataba de una medida inevitable para
impedir el hundimiento general del sistema financiero) es cierta, o si hubiera
habido otras posibilidades que hubieran perjudicado menos a su bolsillo.
En todo caso, lo que sí me parece seguro es que, aunque el gobierno haya
tomado estas medidas, la actuación de las juntas directivas y de los gerentes
de los bancos sigue mereciendo y necesitando, exactamente igual que antes
del derrumbe, de una imposición de pena. Sin embargo, debido al princi-
pio de legalidad penal y del de irretroactividad contenido en este (art. 103,
párr. 2 de la Constitución alemana (Grundgesetz, GG)), no es posible te-
ner en cuenta ya esta necesidad manifiesta de pena con respecto a los actos
que llevaron a la quiebra en el pasado. Por eso es tan urgente exigir que
se haga esto para el futuro, porque no existe ni la más remota garantía de
que los sucesos descritos no vayan a repetirse más adelante en otras con-
fabulaciones. Después de que, bajo la dirección de EE. UU., persistan las
mismas prácticas de Greenspan aunque ahora a una escala aún mayor. Con
el intento de evitar la quiebra del sector financiero inyectando liquidez de
forma ilimitada, es decir, a través de la máquina de hacer billetes, se crean
las condiciones para que vuelvan a repetirse nuevas versiones del sistema de
venta piramidal basado en las subprime mortgages estadounidenses en forma
de ABS y CDO. Por este motivo, hay que exigir que el requisito objetivo
que describe la culpabilidad del tipo penal de quiebra en el § 283, párr. 6 del
Código Penal alemán) se amplíe con esta tercera variante, es decir:
[...] que no se vaya a un procedimiento de insolvencia solo por el
hecho de que la intervención del Estado lo impida.

3. Aun cuando la opinión que predomina hoy en día en los medios


escritos es que entre la quiebra y la deslealtad puede existir concurso ideal,

64 
Ley alemana para la evolución de la estabilización del mercado financiero (Gesetz zur For-
tentwicklung der Finanzmarktstabilisierung) del 17/07/2009, Boletín Oficial alemán (Bundesgesetz-
blatt, BGBl.) I, p. 1980.

368
La llamada crisis financiera: ¿fracaso del sistema o crimen organizado global?

aún cuando efectivamente hay algo de eso, no me siento obligado a desmen-


tir mi oposición a ello tal y como he dejado escrito en el Leipziger Kom-
mentar (Schünemann, 2008: nota 104). Sería mucho más elegante y también
más convincente desde el punto de vista de la política penal que se creara
un tipo penal cualificado de deslealtad para aquellos casos en los que la ac-
tuación desleal lleva al titular del negocio a la insolvencia, o también en
aquellos otros en los que esto solamente no sucede gracias a la intervención
del Estado.

Conclusión
Soy consciente de que las reflexiones que he vertido aquí sobre cómo
superar la crisis financiera desde un punto de vista penal no representan más
que un esbozo; esbozo que, sin embargo, debe formularse urgentemente
con más detalle y minuciosidad: este es el verdadero objetivo de este trabajo.
La denominada crisis financiera no supone un simple fracaso del sistema.
Probablemente fue originada por una sucesión de comportamientos masi-
vos criminalizables desde un punto de vista objetivo y practicados por una
serie de responsables activos en el sector bancario, asistidos por autoridades
del Estado que obraron con negligencia grave. El hecho de que en Alema-
nia precisamente unos bancos públicos hayan invertido al menos cien mil
millones de euros en títulos estadounidenses cuyo valor ex ante era escaso
y que lo acabaron perdiendo completamente, y que de esta forma hayan
subvencionado el consumo de la población estadounidense a expensas del
contribuyente alemán, no solo es un escándalo político, sino una especie
de crimen organizado global65. Salvo los casos en los que la actuación se
puede explicar por la desinformación o la simple insensatez de los acto-
res, las gratificaciones (bonus) por un importe de miles de millones, son el
móvil principal de estas prácticas. Hasta la fecha (publicado en 2010: AFS)
no hemos podido encontrar ningún texto en el que se exija la devolución
de dichas gratificaciones ilegítimas procedentes de beneficios ficticios. Más
bien se acumulan los informes que apuntan a que tanto la praxis de las gra-
tificaciones millonarias como su importe siguen vigentes en la estrategia de
los bancos de inversión, incluso en aquellos bancos estatales que han sido
rescatados con dinero público. Esto nos obliga a preguntarnos seriamen-
te sobre las verdaderas causas de las estrategias de «titulización» que aún
persisten. La erradicación legal de estas circunstancias pasa por la puesta en
marcha por parte del Estado de procedimientos que redundarían en interés
del propio sistema financiero, eliminando su apariencia de cleptocracia fun-
cionarial. Hace diez años, en un congreso germano-nipón sobre Derecho
penal organizado por la Fundación Humboldt, formulé la exigencia de que
el Derecho penal, empleado tradicionalmente contra las clases populares,
debería aplicarse de la misma forma para criminalizar conductas propias de

65 
Con esto no se pretende sugerir una siniestra teoría conspiratoria, sino recalcar el alto grado
de organización de cada uno de los niveles.

369
Bernd Schünemann

los sectores priviliegiados de la sociedad66. Obviamente esto requiere, por de


pronto, que se aclaren oficialmente las conductas sospechosas. Si en algún
momento ha habido un ámbito en el que el derecho penal tienen que recu-
perar el tiempo perdido, este es sin duda el de la crisis financiera.

Epílogo: La reacción de la Unión Europea, de las


autoridades competentes del Estado y de la opinión pública

1. La explicación de que, en los medios de comunicación que están


bajo la influencia de los grupos políticos, se haya bloqueado en gran medi-
da la tematización de la responsabilidad penal por los actos desleales en el
sector bancario, probablemente sea que no solo el gobierno federal alemán,
sino también muchos gobiernos de Estados federados están enfangados en
el problema. En cierto modo, el comportamiento del Consejo de la UE en
la nota de su presidente checo del 29 de mayo de 2009 representa el pun-
to culminante de esta estrategia que, hasta el momento, ha cosechado un
importante éxito: presentar la llamada crisis financiera como una catástrofe
natural en lugar de apuntar la necesidad de depurar responsabilidades indi-
viduales. En dicha nota (9767/09, JAI, Justicia y Asuntos de Interior, 293
ECOFIN, Consejo de Asuntos Económicos y Financieros, 360), sobre el
tema «Crisis financiera: ¿qué se puede hacer en el campo de la justicia?» se
dice lo siguiente en la parte inferior de la pág. 2, bajo el encabezado: «En el
campo del Derecho penal»:
También se han tenido en cuenta los aspectos penales de la cri-
sis. Los Estados miembros están haciendo un seguimiento (mo-
nitoring) de los cambios de los comportamientos criminales que,
directa o indirectamente, puedan estar relacionados con la inesta-
bilidad económica. Además, se están desarrollando instrumentos,
como la creación de departamentos para la recuperación de ayu-
das, con el fin de abordar y combatir (to counter) las acciones de
criminales organizados que posiblemente buscan sacar provecho
de algunas peculiaridades de la crisis. Ha mejorado la transparen-
cia de varios procedimientos, incluidos algunos de dimensión in-
ternacional, con el fin de que los criminales no puedan abusar de
ellos ilimitadamente. También se han incorporado dispositivos de
seguridad adicionales en las relaciones financieras con jurisdiccio-
nes no cooperativas destinados a luchar (to foil) contra la evasión
fiscal o el blanqueo de dinero. Aparte de esto, se han elaborado
trabajos escritos con el fin de impulsar propuestas (topical), por
ejemplo para mejorar el marco de los debates de la UE sobre in-
vestigaciones financieras, para mejorar la cooperación internacio-
nal y la eficacia de todos los medios disponibles. En este sentido, a
la presidencia le gustaría destacar la oportunidad que brindó para
ello la 5.ª reunión sobre la valoración mutua del delito fiscal y de

66 
Kühne y Miyazawa (edits.) (2000: 17ss.).

370
La llamada crisis financiera: ¿fracaso del sistema o crimen organizado global?

las investigaciones fiscales cuyas primeras visitas de evaluación da-


rán comienzo durante la presidencia sueca. Como conclusión se
puede destacar una implementación más eficaz de los instrumentos
europeos en este campo. La presidencia desea darles las gracias a
todos los Estados miembros que han contribuido a este interesante
intercambio de información. Ojalá todos hayan encontrado útil e
inspiradora la mejora del conocimiento recíproco de las acciones
planificadas o emprendidas en este campo. Además, los resultados
y la evaluación posterior de las medidas establecidas podrán inter-
cambiarse y discutirse en el futuro67.

2. Lo que se esconde detrás de estas formulaciones solo parcialmente


sospechosas se puede leer en el informe de los Países Bajos (ibíd. en pág.
41 y ss.). Allí se señala que para combatir las consecuencias (!!) de la crisis
financiera se debería intensificar la persecución del fraude fiscal y del blan-
queo de capitales a nivel de toda Europa, por ejemplo, por medio de la con-
fiscación de patrimonios a nivel internacional y mejorando la colaboración
en la lucha contra las operaciones bancarias clandestinas, entre otras medi-
das. En otras palabras: en la UE, la denominada crisis financiera se considera
un fait accompli (hecho consumado) a causa del cual debería seguir intensifi-
cándose a partir de ahora la lucha contra el «mundo financiero clandestino».
3. Cuando leo esto, lo primero que me viene a la memoria son los
Decretos de Karlsbad del político Metternich con motivo del asesinato del
escritor Kotzebue68. Sin embargo, reflexionando más en profundidad sobren
ello se puede llegar a la conclusión, de que dichos decretos fueron mucho
más inofensivos pues estaban dirigidos contra el movimiento democrático
alemán que, en definitiva, era el que había perpetrado el atentado contra
Kotzebue (Schünemann, 1983: 279ss.). Por el contrario, en el documento
de la UE, los hechos de los posibles culpables de deslealtad, que forman
parte del poder financiero establecido y cuyos comportamientos eclipsan,
desde el punto de vista cualitativo, todo lo que ha podido llega a hacer el
crimen organizado hasta la fecha, son utilizados como excusa para atacar de
forma aún más dura a toda esa «sucia competencia» situada fuera del poder
establecido. La lucha contra el crimen organizado en la UE es la principal
puerta de entrada para la supresión de libertades civiles, de forma que el po-
der político establecido no parece interesado en explicar con más detalle los
delitos que puede llegar a cometer el establishment financiero, pero sí parece
estar interesado en utilizarlos para restringir aún más las libertades civiles
dentro de la UE. Difficile est, satiram non scribere! (castellano: ¡es difícil no
escribir una sátira sobre todo esto!).

67 
Traducción del inglés al alemán por parte del autor, y del alemán al castellano por A. Fer-
nández Steinko.
68 
Los Decretos de Karlsbad de 1819 (localidad hoy perteneciente a la República Checa y cer-
cana a la frontera con Baviera) contienen un extenso programa de censura y de lucha contra toda
forma de manifestación política de signo liberal y anticonservador. Son el símbolo de la restauración
política en la Alemania posterior a las guerras napoleónicas (nota de A. Fernández Steinko).

371
Bernd Schünemann

4. Esta reacción de la presidencia del Consejo de la UE solo se com-


prende si se tienen en cuenta las reacciones de los Estados miembros: su
deseo de no aclarar todo el desastre sin dejar laguna alguna sino, tras bom-
bear una cantidad inimaginable de recursos económicos, correr un tupido
velo de indulgencia y comprensión precedido por el rápido saneamiento y la
apresurada venta del banco alemán IKB, así como el intento (naturalmente
fallido) de la institución compradora de hacer todo lo posible por evitar que
se haga luz en lo sucedido. Para poder llevar a cabo todo esto, ha resultado
útil, si no imprescindible, negar de cara a la opinión pública las responsabi-
lidades individuales que se han dado en todos estos actos, ha sido necesa-
rio hacerlo a lo largo y a lo ancho de los medios escritos especializados en
Derecho penal y cultivando un escepticismo penal y filosófico frente a las
capacidades reguladoras de la sociedad, que empapa hasta los niveles más
sutiles y ramificados de la argumentación. Como resultado de la aparición
de una «por el favor y el rechazo distorsionada y fluctuante imagen» de la
realidad como esta69 se puede concluir que la aclaración penal de numerosas
cuestiones se ha hecho realmente inaplazable. Quien tenga en la memoria
las discusiones en el campo de la dogmática y de la política penales de los
últimos treinta años recordará sin duda el intento de evitar la depuración
penal de responsabilidades individuales en los asuntos de financiación ilegal
de partidos de los años ochenta haciendo uso de teorías jurídicas, algunas de
ellas francamente aventuradas (Schünemann 1986: 35ss, y 169ss.). En aquella
ocasión, el Tribunal Federal Supremo (Bundesgerichtshof) tuvo la ocasión
de decir la última palabra manifestando la ilegalidad (penal) de unas prácti-
cas desarrolladas «por todos» durante décadas y décadas70. Habrá que estar
atento para ver si, en el caso de la denominada crisis financiera, dicho Tri-
bunal volverá a tener la ocasión de decir la última palabra.

69 
«Von den Parteien Gunst und Hass verzerrtes, schwankendes Charakterbild». Frase proce-
dente del Wallerstein de Schiller que viene a señalar la fundamental diferencia de opiniones que pue-
den darse a la hora de enjuiciar o valorar un acto o un personaje histórico, en este caso el caudillo
mercenario Albrecht von Wallerstein, magistralmente dramatizado por el escritor alemán (Nota de
A. Fernández Steinko.
70 
Tribunal Supremo Federal de Alemania en materia penal (Bundesgerichtshof in Strafsachen,
BGHSt) 34, 272; 37, 266.

372
Prevención y sanción del blanqueo de capitales

Araceli Manjón-Cabeza Olmeda


Universidad Complutense de Madrid

1. Introducción

El tratamiento penal del blanqueo de capitales es reciente, pero en muy


poco tiempo ha experimentado una tendencia inflacionista muy considera-
ble, que tiene su origen en textos de origen supranacional, pero que ha sido
seguida por nuestra legislación interna, más allá de lo estrictamente impues-
to por la norma internacional. Esta tendencia se confirma en la reciente mo-
dificación del Código Penal, operada por Ley Orgánica 5/2010, de 22 de
junio (BOE de 23 de junio de 2010), que entrará en vigor el 24 de diciembre
de 2010. Se amplía el catálogo de conductas calificadas como blanqueo de
capitales, recuperándose algunas que ya lo fueron en textos anteriores –po-
sesión y uso de bienes de origen delictivo-, pero que acabaron sacándose
del Código Penal ante las críticas doctrinales. Las novedades legislativas no
acaban aquí, puesto que lucha contra el blanqueo acaba de estrenar nueva
norma preventiva al aprobarse la Ley 10/2010, de 28 de abril, de prevención
del blanqueo de capitales y de la financiación del terrorismo (BOE de 29 de
abril de 2010), en vigor desde el día 30 de abril de 2010.
Ante tanta modificación legal, viene a la mente una pregunta: ¿son nece-
sarios estos mecanismos, fundamentalmente el represivo, para hacer frente
al fenómeno del blanqueo de capitales?, ¿la intensidad y extensión de la re-
presión penal se justifica desde el entendimiento de cuál sea el bien jurídico
protegido, o sea, de los intereses que se deben proteger? Desde ahora se
puede adelantar una respuesta negativa.
La preocupación por el blanqueo de capitales. La Convención de
Naciones Unidas contra el Tráfico ilícito de Estupefacientes y Sus-
tancias Psicotrópicas, hecha en Viena en 1988 y la Convención de
Naciones Unidas contra la Delincuencia Organizada Trasnacional,
hecha en Nueva York en 2000.

No cabe duda de que la preocupación por impedir y sancionar las con-


ductas de blanqueo de capitales surge ligada a la lucha contra el tráfico de
drogas, fundamentalmente el gran tráfico protagonizado por organizaciones
criminales. Se tiene el convencimiento de que la forma más eficaz de atajar
las actividades del crimen organizado —cuya dedicación favorita es el trá-
fico de drogas— es atacar la obtención de beneficio económico. Así resulta

373
Araceli Manjón-Cabeza Olmeda

claramente de la Convención de Naciones Unidas contra el Tráfico ilícito de


Estupefacientes y Sustancias Psicotrópicas, hecha en Viena en 1988, cuando
dice que las Partes actúan «Decididas a privar a las personas dedicadas al
tráfico ilícito del producto de sus actividades delictivas y eliminar así su prin-
cipal incentivo para tal actividad». La idea de la que parte esta Convención
(y después otros textos internacionales de Naciones Unidas o de otras orga-
nizaciones regionales) se plasma en la afirmación de que «los vínculos que
existen entre el tráfico ilícito y otras actividades delictivas organizadas rela-
cionadas con él… socavan las economías lícitas y amenazan la estabilidad, la
seguridad y la soberanía de los Estados». No debe olvidarse que el sistema
de fiscalización internacional de drogas había nacido con Convención Única
de 1961 sobre Estupefacientes y con el Convenio sobre Sustancias Sicotró-
picas de 1971, pero sus previsiones se mostraron insuficientes para controlar
el tráfico internacional de drogas, por lo que Naciones Unidas, superando el
marco de la fiscalización internacional, quiere avanzar más y complementar
su actuación con las previsiones de la Convención de 1988, que se encamina
a los siguientes objetivos:
• La tipificación como delito en todos los países firmantes de los com-
portamientos relacionados con el cultivo, producción y tráfico de
drogas, los que se refieren a producción y transporte de precursores
y los de blanqueo de las ganancias obtenidas con los anteriores.
• Establecer qué circunstancias han de considerarse agravantes de los
delitos señalados (pertenencia a organización, uso de violencia, ser
cargo público, utilización de menores, etc.).
• Vincular a los Estados para que admitan la inferencia como prueba
en lo que se refiere a la intencionalidad o conocimiento exigibles en
la comisión de los distintos delitos.
• Determinar la legislación y la actuación de los Estados en materias
tales como plazo de prescripción, establecimiento de su competencia
jurisdiccional, comiso, cooperación internacional, extradición, asis-
tencia judicial, cooperación policial, regulación de la entrega vigilada,
evitación y erradicación de cultivos.

En relación a algunas materias la Convención no establece una obliga-


ción ineludible para los Estados, sino que indica la conveniencia de una de-
terminada regulación o actuación, en la medida en que sea posible conforme
a los principios básicos de sus ordenamientos internos; así ocurre en lo re-
lativo a la posibilidad de inversión de la carga de la prueba sobre el origen
de los bienes a decomisar, al castigo del autoconsumo de drogas, al castigo
de la posesión y la utilización de bienes de procedencia delictiva como blan-
queo de capitales, etc. Como se analizará después, España ha introducido
con la reforma del Código Penal de 2010 los comportamientos de posesión
y utilización en el delito de blanqueo, aunque no estaba obligada a ello, lo
que desde algunos sectores doctrinales se rechaza, pero desde otros se ha
impulsado y aplaudido.

374
Prevención y sanción del blanqueo de capitales

A pesar de que en el origen el castigo del blanqueo se concibe como


un instrumento más para luchar contra el tráfico ilícito de drogas, en poco
tiempo se ha alcanzado el convencimiento de que su utilidad puede desple-
garse en otros ámbitos de la delincuencia, para llegar a dotar al blanqueo de
una gran autonomía respecto del delito originario. De este entendimiento es
tributaria la legislación española, lo que se constata en las sucesivas reformas
del delito. En esta evolución se ha llegado al absurdo con la modificación de
2010, que, operando una injustificada expansión de la definición del delito,
llevará a castigar como blanqueo de capitales comportamientos que nada
tienen que ver con tal delito. Puede ser procedente recordar aquí el cambio
de rumbo que sufrió la legislación penal española en materia de blanqueo a
partir de 1992. La LO 1/1988, de 24 de marzo, introdujo entre los delitos
de receptación un nuevo supuesto —art. 546 bis f) del CP ya derogado—
para castigar las conductas de blanqueo de bienes procedentes del tráfico
de drogas y lo hizo respetando las construcciones jurídicas ya existentes en
España, lo que fue alabado por la doctrina. Por el contrario, la LO 8/1992,
de 23 de diciembre, por la que se introducen en el CP ya derogado los arts.
344 bis h) y 344 bis i) supone la «colonización jurídica»1 de los textos inter-
nacionales con abandono de nuestro legislador de la utilización de nuestros
propios conceptos jurídicos.
En el ámbito internacional, las previsiones de la Convención de 1988
relativas al blanqueo de capitales se reflejan más tarde en la Convención
de Nueva York de 2000, contra la Delincuencia Organizada Trasnacional.
La diferencia está en que en esta segunda Convención el blanqueo se inde-
pendiza del tráfico de drogas, para referirse a un considerable número de
delitos: todos los delitos graves —o sea los castigados con penas de cuatro
años o más—, participación en grupo organizado delictivo, corrupción de
funcionarios y obstrucción a la Justicia.
Si el origen de la lucha contra el blanqueo está ligado al tráfico organi-
zado de drogas y, en un segundo momento, a la criminalidad organizada en
general, hay que afirmar que hoy su razón de ser no es esa o no es solo esa;
ejemplo de esta afirmación es la reforma del Código Penal de 2010 que —ya
se ha dicho y se analizará después— castiga como blanqueo conductas que
nada tienen que ver con la preocupación por los efectos nocivos de la crimi-
nalidad organizada.
Esos efectos son los que se han presentado como legitimadores de una
ofensiva internacional contra el crimen organizado que, desde distintos ám-
bitos supranacionales (Naciones Unidas, Unión Europea y otros), se ha
impuesto a los Estados: la infiltración en el mundo de la economía lícita,
compitiendo con ella y utilizando los mecanismos del sistema financiero; la
capacidad corruptora de voluntades públicas y privadas; la autofinanciación

1 
Así lo entendió Díez Ripollés, J. L. «El blanqueo de capitales procedente del tráfico de dro-
gas. La recepción de la legislación internacional en el ordenamiento penal español». En: Actualidad
Penal, núm. 32 (5-11 de septiembre de 1994), p. 602.

375
Araceli Manjón-Cabeza Olmeda

de la industria criminal; la interferencia en procesos políticos. Estas conse-


cuencias que se ligan al crimen organizado y a la utilización que hace de su
dinero sucio están avaladas por muchos ejemplos: efectos nocivos que la
actuación de las Yakuzas tuvo en la economía japonesa de los años noventa2;
jefe de un cártel de la droga colombiano que ofrece a su país el pago de toda
su deuda externa a cambio de un compromiso de no extradición a EE.UU.;
financiación de guerrillas o de campañas electorales3; y, en general, compra
y corrupción de la clase política, de las policías o del estamento judicial, o
de todos ellos a la vez, lo que en algunos casos supera los meros actos de
corrupción para alcanzar a la cohabitación o a la infiltración; así, la Mafia
siciliana inició una importante evolución cuando entendió que mejor que
luchar contra el poder público, era comprarlo u ocuparlo, de ahí los años de
la cohabitación entre la Democracia Cristiana y la Mafia y del control de las
apelaciones penales con sus propios hombres colocados en la judicatura que
garantizaban las absoluciones en segunda instancia.
Realidades como las apuntadas y otras similares explicarían por qué una
actividad criminal —la del crimen organizado y, muy especialmente, el blan-
queo de capitales operado sobre sus ganancias— ha acabado convirtiéndose
en un problema político y financiero, superando lo que es la preocupación
lógica por cualquier comportamiento delictivo.

La reforma del delito de blanqueo de capitales4


Consideraciones generales

La reforma introducida en materia de blanqueo de capitales es de gran


calado, aunque rechazable casi en su totalidad5 y carente de una explicación

2 
La economía japonesa de los ochenta parecía modélica. En la década siguiente se entró en
crisis por la existencia de 800.000 millones de dolares en créditos incobrables. Parte de esos créditos
habían sido concedidos a las Jakuzas que operaban en el sector inmobiliario durante su boom; con
la caída de los precios se dejan de pagar los créditos y las sociedades de crédito inmobiliario van a
la quiebra a la que tuvo que hacer frente el Estado. Siguió la crisis de la Bolsa y la detención de la
cúpula del segundo banco del país y de la primera empresa de valores por sus relaciones y tratos de
favor con un poderoso mafioso.
3 
Ernesto Samper fue acusado de financiar su campaña a la Presidencia de Colombia con el
dinero del Cártel de Cali, a lo que contestó, «Durante largos años hemos aprendido, por miedo o por
ambición, a tolerar el tráfico de drogas. El país debe asumir la eliminación del tráfico de drogas, no
solo en la política, sino también en actividades económicas, sociales y culturales. Todo el país debe
dejar el tráfico de drogas, no solo algunas personas. La crisis es profunda…».
4 
Las consideraciones que se recogen en este epígrafe han sido presentadas con anterioridad y pu-
blicadas en Manjón-Cabeza Olmeda, A. «Blanqueo de capitales», en Álvarez García, F. J. y Gonzá-
lez Cussac, J. L. (directores), Consideraciones a propósito del Proyecto de Ley de 2009 de modificación
del Código Penal (Conclusiones del Seminario interuniversitario sobre la reforma del Código Penal ce-
lebrado en la Universidad Carlos III de Madrid), Tirant lo Blanch, 2010, págs. 273-277 y en Manjón-
Cabeza Olmeda, A. «Receptación y blanqueo de capitales». En: Álvarez García, F. J., y J. L. González
Cussac (directores). Comentarios a la reforma penal de 2010, Tirant lo Blanch, 2010, págs. 337-344.
5 
En este sentido crítico se han pronunciado ya algunos autores, refiriéndose al Anteproyecto
de Ley de 2008 y al Proyecto de Ley de 2009, así Quintero Olivares, G. «Sobre la ampliación del

376
Prevención y sanción del blanqueo de capitales

sobre su porqué; nada se dice en el Preámbulo sobre la modificación del


blanqueo, lo que llama la atención poderosamente a la vista de que la refor-
ma es profunda. La razón de este silencio podría ser el olvido, la inconscien-
cia sobre la importancia de lo que se propone o la no meditada introducción
de consideraciones ajenas al trabajo del Ministerio de Justicia (tampoco se
hacía referencia alguna a las razones en el Anteproyecto de 2008 y en las
diversas versiones del Proyecto).
Las modificaciones afectan a la redacción de los arts. 301.1 y 302 y a la
rúbrica. Se amplían las conductas típicas introduciéndose la utilización y la
posesión, volviéndose así a una situación anterior que mereció las críticas de
la doctrina; se sustituye el término «delito» por «actividad delictiva» para
referirse al ilícito del que provienen los bienes blanqueados, sin quedar clara
la finalidad perseguida; se castiga el autoblanqueo, lo que nos coloca en los
límites de lo que se puede y lo que no se puede punir; finalmente, se amplía
el número de delitos precedentes que llevan a la pena agravada del blanqueo.
En relación a la rúbrica, se sustituye la originaria de 1995 —«De la re-
ceptación y otras conductas afines»— por una más apropiada —«De la recep-
tación y el blanqueo de capitales»—. Parece correcta esta modificación toda
vez que el blanqueo de capitales tiene una naturaleza propia que lo separa de
la receptación, por más que deban reconocerse similitudes entre ambos de-
litos. Sin embargo, también ha de señalarse que tras la reforma del art. 301.1
y la tipificación de la utilización y la posesión, se desbordan los límites de
la figura de blanqueo para dar cabida a comportamientos «afines a la recep-
tación». Con todo, el nomen iuris blanqueo de capitales supone la asunción
de la denominación usual en nuestro entorno (Directivas 1991/308/CEE,
2001/97/CEE y 2005/60CE, Acción Común de 3 de diciembre de 1998 y
Decisión Marco 2001/500; por el contrario, en otros lugares se habla de «la-
vado de activos») y debe llevar a rechazar la desafortunada expresión de
«legitimación de capitales».
Ni el marco internacional (Convenciones de NU contra el Tráfico ilícito
de estupefacientes y sustancias psicotrópicas de Viena, de 20 de diciembre
de 1988 —art. 3— y contra la Delincuencia Organizada Transnacional de
Nueva York, de 15 de noviembre de 2000 —art. 6—) ni el procedente de
la UE (Directivas 1991/308/CEE, 2001/97/CEE y 2005/60CE) obligan a la
modificación del art. 301; así se entendía en la Exposición de Motivos del
Proyecto de 2007 de modificación del CP que no proponía la reforma del
art. 301. Por otro lado, la Disposición Final Sexta de la LO de modificación
del CP de 2010 —Incorporación de Derecho de la Unión Europea— avala

comiso y del blanqueo y la incidencia en la receptación civil». En: Revista Electrónica de Ciencia
Penal y Criminología 12-r2 (2010) (http://criminet.ugr.es/recpc) y Castro Moreno, A. «Reflexio-
nes críticas sobre las nuevas conductas de posesión y utilización den el delito de blanqueo de capi-
tales en la reforma del Anteproyecto de 2008». En: La Ley, núm. 7277, de 5 de noviembre de 2009.
En sentido contrario, considera que todas las modificaciones son para bien de Alfonso Laso, D.
«La modificación del delito de blanqueo de capitales». En: Quintero Olivares, G. (dir.). La reforma
penal de 2010, Cizur Menor, 2010, p. 252.

377
Araceli Manjón-Cabeza Olmeda

lo anterior al no mencionar ninguno de los textos de la UE relativos a blan-


queo de capitales.

El delito precedente como «actividad delictiva»

Esta modificación no aparecía en el Anteproyecto de 2008 y, por tanto,


nada dijo el CGPJ al respecto en su Informe. Fue propuesta en el Informe
del Consejo Fiscal al Anteproyecto de 2008 por entenderse que «se corres-
ponde mejor con la autonomía del delito de blanqueo y con la no exigencia
de una resolución judicial que se pronuncie sobre el delito antecedente con-
creto conforme a lo establecido también por la doctrina de la Sala segunda
del TS (STS 115/2007, de 22 de enero 2007)». Como nada dice el Preámbulo
sobre el particular, no sabemos si se ha asumido, sin más, lo señalado en el
Informe del Consejo Fiscal. Pero de ser así, no se termina de entender la
necesidad de la modificación, toda vez que sin ella el TS no ha encontrado
ningún obstáculo para castigar por blanqueo sin condena previa por el deli-
to subyacente; así en SSTS 1704/2001, de 29 de septiembre, 1426/2005, de 13
de diciembre y 115/2007, de 22 de enero. En esta última Sentencia —la que
el Informe del Consejo Fiscal trae en apoyatura de su propuesta— se con-
dena a un matrimonio por blanqueo de capitales provenientes del tráfico de
drogas. Respecto del marido se tienen en cuenta tres procedimientos penales
que lo vinculaban con el tráfico de drogas en los que no hubo condena, acla-
rándose que dos condenas anteriores, también por tráfico de drogas (una en
España y otra en Alemania) no se vinculan a los hechos de blanqueo por los
que se condena, pues ello supondría una vulneración del non bis in idem. A
esta cuestión volveremos después. En todo caso, y por lo que ahora interesa,
la conclusión está en que no es necesaria una condena previa por tráfico de
drogas —o por otro delito subyacente— para obtener una por blanqueo de
capitales. Respecto de la mujer, que no había sido condenada ni investigada
previamente por tráfico de drogas, su condena se fundamenta en que actuó
de común acuerdo con su marido, conociendo el origen ilícito de los fondos
que manejaba.
Desconocemos el alcance que se le quiere dar a esta modificación, es de-
cir: si el Legislador se la ha representado como una propuesta de gran calado
—incluir delitos y faltas como comportamiento antecedente del blanqueo—,
si solo es la trascripción de la expresión utilizada en las Directivas a la que
no se liga consecuencia alguna, o, finalmente, si se ha asumido la indicación
del Consejo Fiscal. Vemos estas tres hipótesis.
Primera hipótesis: delitos y faltas pueden ser el ilícito determinante o
subyacente. El juicio crítico es muy negativo, pues tratándose de faltas se
acabaría castigando con una pena leve al autor de la infracción principal y
con pena de delito al que meramente usa o adquiere o transforma el bien.
Esta hipótesis debe rechazarse de plano.
Segunda hipótesis: se ha adoptado la terminología de algunos textos
europeos que hablan de «actividad delictiva» para referirse al delito deter-

378
Prevención y sanción del blanqueo de capitales

minante. Si de esto se trata, el error es considerable. En las Directivas la


expresión «actividad delictiva», que designa al ilícito antecedente, se limita,
según los casos, a los delitos de tráfico de drogas (Directiva 1991/308/CEE
que se remite a los delitos del art. 3.1 a) de la Convención de Viena de 1988)
o a los delitos graves, que son tráfico de drogas, actividades de organizacio-
nes delictivas, casos graves de fraude, los recogidos en la DM 2002/474/JAI
sobre terrorismo, corrupción y delitos castigados con pena grave de prisión
de acuerdo con la normativa de cada Estado miembro (Directivas 2001/97/
CE y 2005/60/CE). Por otro lado, el objeto de estos textos es solo definir
las conductas de blanqueo —no los delitos de blanqueo— a los efectos de
establecer un sistema preventivo. No existen estas limitaciones a concretos
y graves delitos en el CP, que ha pasado de tener por delito antecedente
solo al tráfico de drogas, a ampliar a delitos graves y a desbordar a cualquier
delito.
Tercera hipótesis: parece que se ha asumido la propuesta del Consejo
Fiscal y, con ello, de la tesis jurisprudencial que considera innecesaria una
condena previa por el delito determinante (SSTS 198/2003, de 10 de febrero,
928/2006, de 5 de octubre y 28/2010, de 28 de enero). El sentido pleno de
esta novedad legal se alcanza relacionándola con otra de las modificaciones,
concretamente la relativa al castigo del autoblanqueo; se posibilita así cas-
tigar por blanqueo al sujeto que está en posesión o actúa sobre los bienes
objeto de un delito previo que él ha cometido, cuando no se puede probar
ese ilícito precedente pero sí el blanqueo (que ahora se conforma con la sola
posesión) acudiendo a la inferencia y a la prueba de indicios. Debe recordar-
se que la Jurisprudencia acude a la prueba indiciaria en materia de blanqueo
ante la dificultad o imposibilidad de acreditar por prueba directa el origen de
los bienes y la vinculación del sujeto activo con el delito precedente (SSTS
649/1996, de 7 de diciembre, 1293/2001, de 28 de julio, 2410/2001, de 7 de
diciembre, 1372/2009, de 28 de diciembre y 28/2010, de 28 de enero). Así,
existiendo incrementos no justificados de patrimonio, ausencia de negocios
lícitos, un historial delictivo vinculado al tráfico de drogas no acreditado en
Sentencia o respecto de actos no vinculables directamente con la operación
de blanqueo y habiéndose, por ejemplo, adquirido una costosa embarcación
semirígida, puede llegarse a una condena por blanqueo de capitales (SSTS
1698/2002, de 17 de octubre, 33/2005, 19 de enero y 137/2005, de 2 de fe-
brero).

Posesión y utilización

Las conductas de posesión y utilización, como típicas de blanqueo, se


castigaban en el art. 344 bis i) del CP 1973, tras la LO 8/1992. Esta opción
fue muy criticada por la doctrina y rechazada por el CP 1995. Volver a la
punición es un retroceso, máxime si se tiene en cuenta que en aquel art.
344 bis i) el blanqueo solo admitía como delito subyacente el de tráfico de
drogas, mientras que el actual CP considera como previo cualquier delito.

379
Araceli Manjón-Cabeza Olmeda

El CGPJ se pronuncio sobre la posibilidad de castigar estas conductas de


posesión y utilización en su Informe al Anteproyecto de 2008 en términos
duros, afirmando que tales conductas no son propiamente de blanqueo, no
suponen disimular el origen delictivo y no conllevan cambio de titularidad.
Aparte de las razones apuntadas por el CGPJ, pueden recordarse otras
que indica la inconveniencia del castigo de la posesión y utilización como
blanqueo:
1.ª Su puesta en relación con el art. 301.3 —imprudencia grave— in-
terpretado en su literalidad sin restricción a sujetos obligados (SSTS
1034/2005, de 14 de septiembre y 980/2008, de 26 de diciembre ,
lleva a castigar comportamientos que no deberían serlo en ningún
caso (se ha señalado en la doctrina el absurdo de castigar al poseedor
imprudente de un bien hurtado con pena superior que la del autor
del hurto, por entenderse vulnerado el principio de proporcionali-
dad, lo que apunta a la inconstitucionalidad de esta previsión)
2.ª La no limitación de delitos antecedente unida a la punición del uso
o posesión por parte de un tercero que conoce el origen delictivo,
puede llevar a castigar como blanqueo conductas que en ningún
caso deben ser punibles (la mujer que utiliza el coche recibido por
su marido como dádiva, la chica que consume una dosis de heroína
robada por su compañero, etc.).
3.ª La sola posesión o utilización de bienes que se saben de proceden-
cia ilícita no supone «blanquearlos», o sea disimular o esconder su
origen; si la posesión o la utilización van encaminados a la oculta-
ción o encubrimiento, entonces sobran las nuevas menciones típicas
dada la cláusula general referida a «cualquier otro acto para ocultar
o encubrir su origen ilícito».
4.ª La posesión y utilización de bienes fruto del delito por parte de
quien no ha participado en el delito, ni lo encubre u oculta —esto
ya sería blanqueo— y conoce el origen de tales bienes, es una si-
tuación similar a la participación lucrativa de los efectos del delito
—art. 122 CP—, de la que solo se separa porque en esta se desco-
noce el origen delictivo. Esta receptación civil (SSTS 298/2003, de
14 de marzo y 136/2005, de 3 de febrero) tiene algo de enrique-
cimiento sin causa —pues solo alcanza a la participación lucrati-
va, no a la onerosa— y no opera castigando penalmente al que la
protagoniza, ni declarándole responsable civil, sino obligándole a
la restitución o resarcimiento. Creo que con esta medida, más el
castigo de cualquier utilización o posesión encaminadas a la ocul-
tación o encubrimiento, más la receptación, más el encubrimiento,
más el comiso, el CP da respuesta sobrada al hecho de que alguien
se beneficie del fruto del delito ajeno.
5.ª La pena del tipo básico de blanqueo de capitales es de 6 meses a 6
años de prisión y multa del tanto al triplo. Son muchos los delitos

380
Prevención y sanción del blanqueo de capitales

previos que se castigan con penas inferiores. Al no existir una cláu-


sula de restricción de la pena en el art. 301.1 similar a la que existe
para el encubrimiento y la receptación, se podrá llegar al absurdo
de castigar con más pena al poseedor (blanqueador) que al autor del
delito principal.

Autoblanqueo

La conducta de autoblanqueo supone el castigo de cualquiera de los


comportamientos descritos en el art. 301.1 realizados por el que ha cometi-
do el delito previo; es una conducta ajena a la estructura típica de los delitos
de blanqueo y receptación, que se refieren a un delito antecedente cometido
por otra persona. Son razones que indican la inconveniencia de tipificarlo
las siguientes:
1.ª Tratándose de autoblanqueo, es lógico pensar que el autor de la in-
fracción precedente entrará en posesión de los bienes frutos que de
la misma provienen, y el doble castigo entra en contradicción con el
non bis in idem (así se ha señalado en los Informes del CGPJ y del
Consejo General de la Abogacía).
2.ª El autoblanqueo supone castigar al autor de un delito dos veces:
una por consumarlo y otra por agotarlo (o ni eso cuando se trata
de posesión), pues el agotamiento dejara de ser un acto copenado
para integrar el tipo de blanqueo; en definitiva, todo el que consu-
me un delito que genere bienes, comete automáticamente un delito
de blanqueo de capitales al entrar en contacto –poseerlos- con tales
bienes.
3.ª El elemento subjetivo propio del blanqueo de conocer que los bie-
nes tienen origen delictivo, carece de sentido en el caso del auto-
blanqueo.

Algunas resoluciones del TS —dividido en esta materia— ajenas a es-


tas consideraciones, han afirmado con la legislación anterior la punición
del autoblanqueo (SSTS 1293/2001, de 28 de julio y 449/2006, de 17 de
abril). En contra, la STS 986/2006, de 19 de junio, consideró que solo
puede ser autor o participe de blanqueo el sujeto que es ajeno a la acción
ilegal de la que provienen los bienes. En el mismo sentido, la ya citada S
115/2007, de 22 de enero, dice que «para que alguien pueda ser reputado
autor o partícipe del delito previsto en el art. 301.1 CP (o 546 bis f) en
relación con ciertos bienes, es necesario que, siendo ajeno a la acción de pre-
cedencia calificada de ilegal, opere con aquellos de alguna de las maneras
descritas en el art. 301 —sentencias de 10.2.2003 y 30.9.2005—, pues otra
cosa implicaría la vulneración del principio «non bis in idem», que ha de
entenderse comprendido en el art. 25.1 CE cual íntimamente ligado al de
legalidad penal».

381
Araceli Manjón-Cabeza Olmeda

Una vez más el TS nos venía ofertando dos tesis contradictorias, con-
vivientes en el tiempo, sobre una misma cuestión. La reforma ahora incor-
porada al CP da cobertura legal a la tesis de la punición del autoblanqueo.
La tipicidad del autoblanqueo tiene consecuencias importantes en lo
que se refiere a la compatibilidad de la responsabilidad por blanqueo y por
el delito previo. La STS 1597/2005, de 21 de diciembre, afirmó que «Si se
produce la coincidencia de autores en actividades de generación y blanqueo
nos encontraremos ante un evidente concurso real y no ante un modalidad
de absorción ya que las conductas adquieren relevancia penal y criminoló-
gica autónoma y permiten su aplicación conjunta como suma de actividades
delictivas de distinto carácter y con bienes jurídicos de distinta naturaleza
afectados. En consecuencia estimamos que no existe duplicidad sancionadora
y que la decisión adoptada respecto de la participación e incriminación doble
de los delitos contra la salud pública y blanqueo de dinero está ajustada a
la más estricta legalidad». Acogiendo esta tesis, el TS acordó en Pleno no
Jurisdiccional del 18 de julio de 2006 que «El artículo 301 del Código Penal
no excluye, en todo caso, el concurso real con el delito antecedente. Para el
conocimiento de estos supuestos, la Sala Segunda, se constituirá siempre con
un mínimo de cinco Magistrados». Naturalmente la posibilidad de concurso
real tiene como presupuesto imprescindible la posibilidad de castigar el au-
toblanqueo. No se esclarece por completo la cuestión en este Acuerdo, pues
se afirma que en algunos casos, aunque no en todos, cabrá el concurso real,
pero sin especificarse unos y otros; sin embargo sorprende la previsión de
que en esta materia habrán de actuar Salas de cinco o más Magistrados; la
única explicación está en querer evitar ciertas mayorías (2-1) que pudiesen
revitalizar la tesis de la impunidad del autoblanqueo y, en consecuencia, la
inviabilidad del concurso real (ver STS ya citada 986/2006 y posteriores al
Acuerdo, SSTS 1260/2006, de 1 de diciembre y 115/2007, analizada). Por
otro lado, no deja de ser llamativo que en el mismo Pleno se adoptase un
segundo Acuerdo, de pretendido alcance general, con el siguiente contenido
«Los Acuerdos de la Sala General (Pleno no Jurisdiccional) son vinculantes».
Al tipificarse ahora expresamente el autoblanqueo, el riesgo de negar la
posibilidad de castigo (y con ello de concurso con el delito subyacente) pa-
rece conjurado. La inviabilidad del castigo solo podrá alcanzarse desde una
recta aplicación del non bis in idem.

Tipos agravados

La modificación relativa a la ampliación de los supuestos agravados es


de última hora, no estaba en el texto que entra en las Cortes y aparece en el
texto que la Comisión de Justicia eleva al Presidente del Congreso (BOCG
de 28 de abril de 2010). La agravación, que supone aplicar la pena del tipo
básico en su mitad superior, procede en razón de cuál sea el delito prece-
dente que genera los bienes luego blanqueados. Se mantiene la agravación
para los delitos de tráfico de drogas y de precursores de los arts. 368 a 372,

382
Prevención y sanción del blanqueo de capitales

así como la aplicación en este caso de las penas contempladas en el art. 374
(que proyecta su ámbito de aplicación expresamente a los delitos del art.
301.1). La novedad está en que se prevé la aplicación de la pena en su mitad
superior para otros delitos subyacentes, a saber, cohecho, tráfico de influen-
cias, malversación, fraudes y exacciones ilegales, negociaciones y actividades
prohibidas a los funcionarios y abusos en el ejercicio de su función, co-
rrupción en transacciones comerciales internacionales (Capítulos V, VI, VII,
VIII, IX y X del Título XIX, con importantes modificaciones respecto de la
regulación anterior) o en alguno de los delitos relativos a la ordenación del
territorio y el urbanismo (Capítulo I del Título XVI, también modificado).
Fácilmente se comprende que el ámbito de aplicación del tipo básico se re-
duce considerablemente a favor de la agravación, dado que, con excepción
del tráfico de drogas y de precursores ya agravados en la redacción anterior,
son precisamente las conductas ahora añadidas al subtipo agravado las que
de ordinario generaran bienes ilícitos que blanquear. Con todo no puede
olvidarse que ahora el tipo básico crece considerablemente al castigarse el
autoblanqueo y la posesión o utilización (o sea, lo que en puridad no debe-
ría ser blanqueo). La selección de nuevos delitos subyacentes que generan
la agravación parece indicar un mayor rigor en el castigo del blanqueo de
bienes provenientes de actividades de corrupción en la vida pública. Estos
supuestos ahora agravados ya eran delictivos en la redacción anterior con-
forme al tipo básico por lo que llama la atención que la grandísima mayoría
de condenas por blanqueo de capitales haya sido hasta ahora por conductas
relacionadas con el tráfico de drogas.
En materia de blanqueo de capitales ha de tenerse en cuenta el nuevo
art. 576 bis CP6, añadido en la reforma de 2010. En este precepto se castiga

6 
Art. 576 bis «1. El que por cualquier medio, directa o indirectamente, provea o recolecte fon-
dos con la intención de que se utilicen, o a sabiendas de que serán utilizados, en todo o en parte,
para cometer cualquiera de los delitos comprendidos en este Capítulo o para hacerlos llegar a una
organización o grupo terroristas, será castigado con penas de prisión de cinco a diez años y multa de
dieciocho a veinticuatro meses.
1.  Si los fondos llegaran a ser empleados para la ejecución de actos terroristas concretos, el hecho
se castigará como coautoría o complicidad, según los casos, siempre que le correspondiera una
pena mayor.
2.  El que estando específicamente sujeto por la ley a colaborar con la autoridad en la preven-
ción de las actividades de financiación del terrorismo dé lugar, por imprudencia grave en el
cumplimiento de dichas obligaciones, a que no sea detectada o impedida cualquiera de las
conductas descritas en el apartado primero de este artículo, será castigado con la pena inferior
en uno o dos grados a la prevista en él.
3.  Cuando de acuerdo con lo establecido en el artículo 31 bis de este Código una persona jurídica
sea responsable de los delitos recogidos en este artículo, se le impondrán las siguientes penas:
a)  Multa de dos a cinco años, si el delito cometido por la persona física tiene prevista una pena
de prisión de más de cinco años.
b)  Multa de uno a tres años, si el delito cometido por la persona física tiene prevista una pena
de más de dos años de privación de libertad no incluida en el anterior inciso.
Atendidas las reglas establecidas en el artículo 66 bis de este Código, los jueces y tribunales
podrán asimismo imponer las penas recogidas en las letras b) a g) del apartado 7 del artículo 33».

383
Araceli Manjón-Cabeza Olmeda

a quienes estando obligados a colaborar en la prevención de la financia-


ción del terrorismo, den lugar, por imprudencia grave, a la no detección
o impedimento de las conductas de financiación de delitos de terrorismo
o de organizaciones o grupos terroristas. La tipificación de este supuesto
de «blanqueo imprudente relativo a la financiación del terrorismo» ha sido
criticada en la doctrina7.

Responsabilidad penal de las personas jurídicas

El art. 302.2 CP se ha modificado para introducir las penas que corres-


ponden a las personas jurídicas que resulten responsables por delito de blan-
queo. Se establece la pena de multa de dos a cinco años, si el delito cometido
por la persona física se castiga con pena de prisión superior a cinco años;
la multa será de seis meses a dos años en los demás casos. Además, se con-
templa la posibilidad de aplicar las penas previstas en las letras b) a g) del
apartado 7 del art. 33, con sujeción a las reglas del art. 66 bis. La posibilidad
de declarar penalmente responsable a una persona jurídica tendrá una indu-
dable relevancia cuando se trata de delito de blanqueo de capitales.

La Ley 10/2010, de 28 de abril, de prevención del blanqueo


de capitales y de la financiación del terrorismo

La estrategia en materia de prevención del blanqueo de capitales se


impone desde la Unión Europea a los Estados miembros a través de las
Directivas 1991/308/CEE, 2001/97/CEE, 2005/60/CE desarrollada por la
directiva 2006/70/CE. A esa estrategia respondían las Leyes 19/1993, de 28
de diciembre, sobre determinadas medidas de prevención del blanqueo de
capitales y 12/2003 de 21 de mayo, de prevención y bloqueo de la financia-
ción del terrorismo y responde ahora la Ley 10/2010 que viene a trasponer
la Directiva 2005/60/CE —desarrollada por la Directiva 2006/70/CE—. La
2005/60 es conocida como la «Tercera Directiva»; en ella se asumen las re-
comendaciones del GAFI, revisadas en 2003 y se presenta como una nor-
ma de mínimos que requiere ser traspuesta y desarrollada por los Estados
miembros. Analizamos a continuación los aspectos más relevantes de la
nueva normativa.
El plazo señalado para la trasposición era el 15 de diciembre de 2007,
lo que supone que España se ha retrasado considerablemente en esta opera-
ción, de ahí las condenas del tribunal de justicia de las Comunidades Euro-
peas a nuestro país en la Sentencia de 24 de septiembre de 2009.
7 
Así, Cancio Melía considera que no debería ubicarse entre los delitos de terrorismo, sino en-
tre los de blanqueo de capitales («Delitos de terrorismo». En: Álvarez García, F. J., y J. L. González
Cussac (dirs.), Comentarios a la reforma penal de 2010, ob. cit., pp. 528-529); de la misma opinión
es García Albero, R. «La reforma de los delitos de terrorismo». En: Quintero Olivares, G. (Dir.).
La reforma penal de 2010, ob. cit., pp. 374-375.

384
Prevención y sanción del blanqueo de capitales

Con la nueva Ley 10/2010 se pretende dar tratamiento conjunto a la


prevención del blanqueo de capitales y a la prevención de la financiación del
terrorismo, lo que hasta ahora se contemplaba en las dos leyes anteriores. Se
mantiene en vigor, con modificaciones, la Ley 12/2003, en lo que se refiere
al bloqueo de la financiación del terrorismo y se deroga la Ley 19/1993.
El régimen establecido en la nueva Ley es más estricto que el precedente
en lo que se refiere a sujetos obligados (art. 2 que requiere de casi todas las
letras del alfabeto —desde la a hasta la y— para enumerar a esos sujetos, a
lo que se añade unas cláusulas generales que amplían el ámbito de los sujetos
obligados) y a conductas que se exigen que, en ocasiones, pueden resultar
excesivamente costosas para los sujetos. Mención especial merecen los Abo-
gados que quedan exentos de determinadas obligaciones de comunicar los
indicios o certezas de blanqueo o prevención del terrorismo o de colaborar
con la Comisión de Prevención del Blanqueo de Capitales e Infracciones
Monetarias, cuando actúan en la determinación la posición jurídica a favor
de su cliente o defendiéndole, lo que incluye el asesorarle sobre la forma de
evitar el proceso (arts. 2, ñ), 7.3, 18, 21 y 22). Además se mantiene la obli-
gación de los abogados de guardar secreto profesional de forma compatible
con las obligaciones previstas en esta Ley. En la Directiva 2005/60 se esta-
blece que el secreto cede cuando el abogado está implicado en el blanqueo o
en la financiación del terrorismo o cuando conoce que el asesoramiento que
se le reclama va encaminado a tales actividades.
Destaca la inclusión del autoblanqueo en el concepto de blanqueo de ca-
pitales, sobre todo porque no aparece en la Directiva 2005/60, y la enumera-
ción de conductas que integran el blanqueo, que alcanzan a la utilización y a
la posesión (art. 1), lo que se ha llevado al Código Penal con un mimetismo
que ya se ha criticado y que en absoluto era obligado pues la Ley adminis-
trativa especifica que su definición de blanqueo lo es solo «a los efectos de
la presente Ley».
Se incluye entre los bienes procedentes de una actividad delictiva «la
cuota defraudada en el caso de los delitos contra la Hacienda Pública» (art.
1), lo que choca con la opinión doctrinal sólida y que aquí se comparte de
que la cuota defraudada no puede dar lugar a un delito de blanqueo, dado
que esa cuota no procede de un delito, la procedencia puede ser totalmente
lícita —rendimientos del trabajo— y no requiere ser blanqueada para eludir
su tributación. Y en la hipótesis de que se tratase de dinero de origen ilíci-
to —el cobro de un rescate—, entonces el mismo no está sujeto a tributa-
ción, luego puede ser blanqueado, pero no ha de tributarse por el mismo.
Blanqueo y delito fiscal, en relación a un mismo bien, son incompatibles.
Además hay que recordar que la Directiva 2005/60 no incluye la mención a
la cuota defraudada.
A la vista de todo o dicho hasta ahora sobre la nueva legislación españo-
la administrativa y penal —preventiva y represiva—, puede afirmarse que lo
más criticable, en conjunto, es que el legislador español haya decidido ir más
allá de lo que se le exigía desde instancias internacionales o comunitarias, in-

385
Araceli Manjón-Cabeza Olmeda

troduciendo en nuestro Derecho regulaciones ampliamente rechazadas por


la doctrina y, se insiste, no obligadas, que nos alejan en exceso de la origina-
ria concepción del delito de blanqueo de capitales y del interés que con el se
quería proteger, para llegar al castigo de comportamientos que nada tienen
que ver con el blanqueo. Por otro lado, no se justifica el mimetismo entre
la nueva normativa penal y la nueva normativa administrativa al definir el
blanqueo.

386
Bibliografía de la tercera parte8

Agamben, G. (2004). Ausnahmezustand. Frankfurt. Suhrkamp.


Albrecht, P. A. (2008). In Treue gegen die Untreue. En: R. Michalke, et al. (eds.).
Festschrift für Rainer Hamm. Berlin: De Guyter.
Arnold, J. et al. (eds.) (2005). Menschengerechtes Strafrecht. Festschrift für Albin
Eser zum 70. Geburtstag. Munich: Beck.
Ashworth, A. y L. Zedner (2011). «Just Prevention: Preventive rationales and the li-
mits of the criminal law». En: R. A. Duff, y S. Green (eds.). Philosophical Foun-
dations of the Criminal Law, Oxford: Oxford University Press: 279-304.
Assmussen, J. (2006). «Verbriefungen aus Sicht des Bundesfinanzministeriums». En:
Zeitschrift für das gesamte Kreditwesen, 19: 1016-1018.
Bauman, Z. (1995). Moderne und Ambivalenz. Das Ende der Eindeutigkeit.
Frankfurt am Main: Fischer.
— (1999). In Search of Politics. Oxford: Polity Press.
Beulke, W. (2009). «Wirtschaftslenkung im Zeichen des Untreuetatbestands». En:
E. Henning et al. (eds.). Festschrift für Ulrich Eisenberg zum 70. Geburtstag.
Munich: Beck Verlag.
Bindig, K. (1902). Lehrbuch des Gemeinen Deutschen Strafrechts. Besonderer Teil.
Tomo I. Leipzig.
Böhm, Laura. (2012). «El ente insecuritas y la inseguridad del derecho penal: re-
flexiones a partir del Caso Alemán». En: Revista de Derecho Penal y Crimino-
logía, 2 (3): 156-180.
— (2007). «Políticas Criminales Complementarias. Una perspectiva biopolítica».
En: Cuadernos de Doctrina y Jurisprudencia Penal. Colección Criminología,
teoría y praxis (Ad Hoc), 4: 69-106.
—  (2008). «Transformaciones en el Estado de(l) Derecho». En: Cuadernos de Doc-
trina y Jurisprudencia Penal. Colección Criminología, teoría y praxis, 5/6 (Ad-
Hoc): 15-33.
— (2011). Der‚ Gefährder‘ und das‚ Gefährdungsrecht‘: Eine rechtssoziologische
Analyse am Beispiel der Urteile des Bundesverfassungsgericht über die nach-
trägliche Sicherungsverwahrung und die akustische Wohnraumüberwachung.
Göttingen: Göttingen Universitätsverlag

8 
La bibliografía correspondiente al artículo de A. Manjón-Cabeza figura en notas a pie de
página dentro del propio artículo artículo de dicha autora (nota del editor).

387
Bibliografía de la tercera parte

—  (2011a). «Endanger Law: War on Risks in German Criminal Law». En: Duttge,
Gunnar (ed.). The Law in the Information and Risk Society. Göttingen: Göttin-
gen Universitätsverlag: 145-163.
— (2013). «Securitización». En: Revista Penal, 32: 72-90
—  y M. H. Gutiérrez (2007). «Introducción». En: Böhm y Gutiérrez (comp.). Polí-
¡¡¡¡OJO!!!! LA CORRECCIÓN ESTÁ CORTADA. VIENE EN LA PÁG. 330

ticas de Seguridad. Buenos Aires: Editores del Puerto: V-XXXI.


—  Xxxxxxx LA NOTA EN LA CORRECCIÓN ESTÁ COR-
TADA.
Bosch, N. y W. Lange (2009). «Unternehmerischer Handlungsspielraum des Vors-
tandes zwischen zivilrechtlicher Verantwortung und strafrechtlicher Sanktion».
En: Juristenzeitung, 5: 255-236.
Brüning, J. y E. Samson (2009). «Bankenkrise und strafrechtliche Haftung wegen
Untreue gem. § 266 StGB». En: Zeitschrift für Wirtschaftsrecht: 1089 -1094.
Campbell, J. L. (2010). «Neoliberalism’s penal and debtor states. A rejoinder to
Loïc Wacquant». En: Theoretical Criminology, 14(1): 59-73.
Christie, N. (1986). «Suitable Enemy». En: Bianchi y Swaaningen van (ed.). Aboli-
tionism: Towards a Non-reppresive Approach to Crime. Amsterdam: Free Uni-
versity Press, 42-54.
—  y K. Bruun (1991). Der Nuetzliche Feind: Die Drogenpolitik und ihre Nutznies-
ser. Bielefeld: AJZ Verlag.
Crawford, A. (2000). «Situational Crime Prevention, Urban Governance and Trust
Relations». En: Hirsch von; Garland y Wakefield (eds.). Ethical and Social Pers-
pectives on Situational Crime Prevention. Oxford and Oregon: Hart Publishing:
193-213.
De Marinis, P. (1998). «La espacialidad del Ojo Miope (del Poder) (Dos Ejercicios
DE LAS CORRECCIONES.

de Cartografía Postsocial)». En: Archipiélago. Cuadernos de Crítica de la Cul-


tura, 34-35 (dic.): 32-39.
Dean, M. (2001). «Demonic Societies: Liberialism, Biopolitics and Sovereignty». En:
Hansen y Stepputat (eds.). States of Imagination. Durham, N.C: Duke Univer-
sity Press: 41-64.
Deleuze, G. (1995): Post-scriptum sobre las sociedades de control. En: id., Conver-
saciones 1972-1990. Valencia: Pre-Textos: 277-286
Dierlamm, A. et al. (eds.) (2006). Münchener Kommentar zum Strafgesetzbuch.
München: Beck (MüKo): 4 (266).
Díez Ripollés, J. L. (1994). «El blanqueo de capitales procedente del tráfico de dro-
gas. La recepción de la legislación internacional en el ordenamiento penal espa-
ñol». En: Actualidad Penal (32): 602.
Dreher, E.; H. Maassen; K. Lackner y K. Kühl (2011). StGB Strafgesetzbuch. Kom-
mentar. Munich: Beck.
Durkheim, É. (1992). Über soziale Arbeitsteilung. Studie über die Organisation
höherer Gesellschaften. Frankfurt a. M.: Suhrkamp.
Fernández Steinko, A. (2008). Las pistas falsas del crimen organizado. Finanzas pa-
ralelas y orden internacional. Madrid: Catarata.

388
Bibliografía de la tercera parte

Foucault, M. (1977). Überwachen und Strafen. Frankfurt a.M.: Suhrkamp.


— (1977a). Sexualität und Wahrheit. Der Wille zum Wissen. Frankfurt a.M.: Su-
hrkamp.
—  (1987). «Das Subjekt und die Macht». En: Dreyfus y Rabinow (ed.). Jenseits von
Strukturalismus und Hermeneutik. Frankfurt a.M.: athenäum: 241-261.
—  (1991). «Nuevo Orden interior y Control Social». En: id., Saber y Verdad, Ma-
drid: La Piqueta: 163-166 (Participación en la Universidad de Vincennes, publi-
cado originalmente en El Viejo Topo (1978), extra n.º 7: pp. 5-7).
— (1995). La Verdad y las Formas Jurídicas, Barcelona: Gedisa.
— (1999). In Verteidigung der Gesellschaft: Vorlesungen am Collège de France
(1975-1976). Frankfurt a.M.: Suhrkamp.
— (2001). «Omnes et singulatim: Towards a Criticism of Political Reason». En:
Dits et Écrits II, 1976-1988. Paris: Gallimard (orig. fr. 1981).
— (2002). La voluntad de saber. En: Historia de la sexualidad, Tomo 1. México:
Siglo XXI.
— (2003). Die Wahrheit und die juristischen Formen. Frankfurt a.M.: Suhrkamp.
— (2004). Geschichte der Gouvernementalität I. Sicherheit, Territorium, Be-
völkerung. (Vorlesung am Collége de France 1977/1978). Frankfurt a.M.: Su-
hrkamp.
— (2004a). Geschichte der Gouvernementalität II. Die Geburt der Biopolitik.
Frankfurt a.M.: Suhrkamp.
— (2005). Die Maschen der Macht. En: id.: Analytik der Macht. Frankfurt a.M.:
Suhrkamp: 220-239.
Franke, G. y J. P. Krahnen (2008). The Future of Securization Center for Financial
Studies. Working Paper (3) 2008 (en línea). http://papers.ssrn.com/sol3/papers.
cfm?abstract_id=1284989.
Gallandi, V. (2009). «Strafrechtliche Aspekte der Asset Backed Securities». En:
Zeitschrift für Wirtschafts-und Steuerrecht, 2: 41-46.
Gamble, A. (1994). The Free Economy and the Strong State: The Politics of That-
cherism, Basingstoke.
Garland, D. (1996). «The Limits of the Sovereign State: Strategies of Crime Control
in Contemporary Society». En: British Journal of Criminology, 36 (4): 445-471.
—  (1997). «“Governmentality” and the problem of crime: Foucault, criminology,
sociology». En: Theoretical Criminology, 1 (2): 173-214.
—  (2003). «Die Kultur der ‘High-Crimes Societies’. Voraussetzungen einer neuen
Politik von “Law and Order”». En: Soziologie der Kriminalität. Kölner Zeits-
chrift für Soziologie und Sozialpsychologie, Sonderheft 43/2003: 36-68.
— (2005). La cultura del control. Crimen y orden social en la sociedad contemporá-
nea. Barcelona: Gedisa.
Goffman, E. (1968). Stigma: Notes on the Management of Spoiled Identity. Har-
mondsworth: Penguin.
Gómez-Jara Díez, C.; G. Jakobs y B. Schünemann (eds.) (2008). La administración
desleal de los órganos societarios. Barcelona: Atelier.

389
Bibliografía de la tercera parte

Gueler, L. (2009). «El fracaso de las teorías keynesianas y del “Estado de bienes-
tar”». En: Política y Teoría, 68 (101): 59-67 (en línea). http://www.pcr.org.ar/
file/PyT/068/68-keynes.pdf).
Habermas, J. (1963). «Naturrecht und Revolution». En: id. Theorie und Praxis. So-
zialphilosophischen Studien. Darmstadt: Luchterhand: 52-88.
Harcourt, B. E. (2010). «Neoliberal penalty. A brief genealogy». En: Theoretical
Criminology, 14(1): 74-92.
Hefedehl, R. (2006). «§ 263». En: Münchener Kommentar zum Strafgestzbuch. Mu-
nich: Beck, marg. 288 (MüKo).
Herzinger, R. (1999). «Postmoderne ohne Ende». En: Die Zeit. Literatur. 17/1999
(en línea). http://zeus.zeit.de/text/archiv/1999/17/199917.s-postmoderne_xml.
Hobbes, T. (1996). Leviathan. Hamburg: Meiner.
Hüffner, U. (2008). Aktiengesetz. Munich: Beck.
Isensee, J. (1983). Das Grundrecht auf Sicherheit. Zu den Schutzpflichten des frei-
heitlichen Verfassungsstaates. Berlin/New York: Walter de Gruyter.
Jakobs, G. (2000). «Das Selbstverständnis der Strafrechtswissenschaft vor den He-
rausforderungen der Gegenwart». En: Eser; Hassemer, y Burkhardt (Hrsg.). Die
deutsche Strafrechtswissenschaft vor der Jahrtausendwende-Rückbesinnung und
Ausblick, Beck: 47-56.
—  (2005). Carta de G. Jakobs del 7 de febrero de 2005 dirigida a los participantes
del Seminario «Sicherheit und Freiheit IV. Staat und Gesellschaft. Feindstrafre-
cht und Kriminologie», bajo la dirección del Prof. Dr. Fritz Sack y del Dr. Jür-
gen Kühling, en el marco del Aufbaustudiums Kriminologie de la Universidad
de Hamburgo.
Kant, I. (1977). Die Metaphysik der Sitten. Frankfurt a.M.: Suhrkamp (Tomo VII).
— (1995). Zum ewigen Frieden, Berlin: Akademie Verlag.
Kasiske, P. (2010). «Aufarbeitung der Finanzkrise durch das Strafrecht? Zur Un-
treuestrafbarkeit durch Portfolioinvestments in Collateralized Debt Obligations
via Zweckgesellschaften». En: B. Schünemann (ed.). Die sogenannte Finanzkri-
se – Systemversagen oder global organisierte Kriminalität. Berlin: Berliner Wis-
senschaftsverlag.
Kempf, E.; K. Lüderssen y K. Volk (2009). Die Handlungsfreiheit des Unterne-
hmers – wirtschaftliche Perspektiven, strafrechtliche und ethische Schranken.
Institute for Law and Finance Series. Berlin: De Gruyter.
Kempf, E.; K. Lüderssen y K. Volk (2010). Die Finanzkrise, das Wirtschaftsstrafre-
cht und die Moral. Berlin: De Gruyter.
Kersting, W. (1994). Die politische Philosophie des Gesellschaftsvertrags. Darmstadt:
Wissenschaftliche Buchgesellschaft.
Kindhäuser, U, (2010). Nomos Kommentar zum StG. Diferentes apartados. Munich:
Nomos.
Kleinknecht, T. y L. Meyer-Gossner (2009). Strafprozessordnung. Munich: Beck.
Krasmann, S. (1999). «Regieren über Freiheit. Zur Analyse der Kontrollgesellschaft in
foucaultscher Perspektive». En: Kriminologisches Journal, 31 (Jg., H.2): 107-121.

390
Bibliografía de la tercera parte

— (2003). Die Kriminalität der Gesellschaft. Zur Gouvernementalität der Gegen-


wart. Konstanz: UVK Verlagsgesellschaft mbH.
Kühne, H. H. y K. Miyazawa (eds.) (2000). Strafrechtsstrukturen und neue gesellschaft-
liche Herausforderungen in Japan und Deutschland. Berlín: Duncker & Humbold.
Kumpan, Ch. (2009). «Conflict of Interests in Securitization: Adjusting Incentives».
En: Journal of Corporate Law Studies, 9.
Laclau, E. (1996). Emancipation(s). Londres/Nueva York: Verso.
Lemke, T. (3.a ed. 2002). Eine Kritik der politischen Vernunft. Göttingen: Argument.
Locke, J. (1988). Two Treatises of Government. Cambridge; Nueva York [u.a.]:
Cambridge University Press.
Lüderssen, K. (2009). «Finanzmarktkrise, Risikomanagement und Strafrecht». En:
Strafverteidiger: 486-494.
Lutter, M. (2009b). «Zur Rechtmäßigkeit von internationalen Risikogeschäften durch
Banken der öffentlichen Hand». En: Betriebsberater, 64: 786-791.
Lutter, W. (2009). «Bankenkrise und Organhaftung». En: Zeitschrift für Wirts-
chaftsrech, 197: 197-201.
Marx, K. (1962). Die Debatten über d Arnold, J. et al. eds. (2005). Menschengere-
chtes Strafrecht. Festschrift für Albin Eser zum 70. Geburtstag. Munich: Beck. as
Holzdiebstahlsgesetz. En: K. Marx: Frühe Schriften I. Munich: Cotta.
Mayo Calderón (2005). La tutela de un bien jurídico colectivo por el delito societario
de administración fraudulenta. Granada: Comares.
Mock, M. y R. Kappius (2009). Verlauf der Finanzkrise. Wissenschaftliche Dienste
des Deutschen Bundestags (4-3000-075/09).
MüKo (Münchener Kommentar zum Strafgesetzbuch) (2006). Strafgesetzbuch 4. §§
263 - 358 StGB. Tomo 4. Munich: Beck Verlag.
Nogala, D. (1995). «Was ist eigentlich so privat an der Privatisierung sozialer Kon-
trolle?». En: Sack (Hrsg.). Privatisierung staatlicher Kontrolle: Befunde, Kon-
zepte, Tendenzen. Baden-Baden: Nomos: 234-260.
Ojakangas, M. (2005). «Impossible Dialogue on Bio-power. Agamben und Fou-
cault». En: Foucault Studies, 2 (mai): 5-28.
Perron, W. (2009). «Probleme und Perspektiven des Untreuetatbestandes». En:
Goltdammer’s Archiv für Strafrecht: 219-234.
Ransiek, A. (2004). «Risiko, Pflichtwidrigkeit und Vermögensnachteil bei der Un-
treue». En: Zeitschrift für die gesamte Strafrechtswissenschaft, 116: 634-679.
Regino, G. (2003). «Globalización, neoliberalismo y control social. ¿Hacia dónde se
dirige el derecho penal en México?». En: Nómadas, n.º 0 (en línea). http://www.
ucm.es/info/nomadas/0/gregino.htm).
Richter, M. (2008). Die Verwendung von Ratings zur Regulierung des Kapital-
markts. Berlin: Peter Lang.
Rönnau, T. (2010). Globale Finanzkrise - Quellen möglicher Strafbarkeitsrisiken.
En: B. Schünemann (ed.). Die sogenannte Finanzkrise – Systemversagen oder
global organisierte Kriminalität. Berlin: Berliner Wissenschaftsverlag.

391
Bibliografía de la tercera parte

Rose, N. (1997). «El gobierno en las democracias liberales “avanzadas”: del libera-
lismo al neoliberalismo». En: Archipiélago, 29: 25-40.
— (2000). «Tod des Sozialen? Eine Neubestimmung der Grenzen des Regie-
rens». En: Bröckling; Krasmann y Lemke. Gouvernementalität der Gegenwart,
Frankfurt: Suhrkamp: 72-10.
—  y P. Miller (1992). «Political power beyond the State: problematics of govern-
ment». En: British Journal of Sociology, 43 (2): 173-205.
Rousseau, J. J. (1953). Der Gesellschaftsvertrag oder Grundlagen des Staatsrechts.
Rudolstadt: Greifenverlag.
Rousseau, S. (2009). Regulating Credit Rating Agencies after the Financial Crisis:
The Long and Winding Road Toward Accountability. Capital Market Institute
Research Paper. Université de Montréal (http://ssrn.com/abstract=1456708).
Roxin, C. (1997). Derecho Penal Parte General, Tomo I: Fundamentos, la estructura
de la teoría del delito. Madrid: Civitas.
—  y B. Schünemann (2009). Strafverfahrensrecht. Ein Studienbuch. Munich: Beck.
Sack, F. (1998). «Conflicts and convergences in criminology: bringing politics
and economy back in». En: Ruggiero; South y Taylor (eds.). The New Eu-
ropean Criminology. Crime and Social Order in Europe. Londres/Nueva
York: 37-51.
—  (2003). «Von der Nachfrage- zur Angebotspolitik auf dem Feld der Inneren Si-
cherheit». En: Dahme; Otto; Trube y Wohlfahrt (Hrsg.). Soziale Arbeit für den
aktivierenden Staat. Opladen: Leske und Budrich: 249-276.
—  (2004). «Strukturwandel und Kriminalpolitik, Vortrag im Institut für Konflikt-
forschung. Verein Deutscher Strafverteidiger: XXXIII.». Symposion «Neue Lust
auf Strafen», 27/28. März.
Sánchez-Vera Gómez-Trelles, J. (2004). «Administración desleal y apropiación in-
debida: consecuencias de la distinción jurisprudencial». En: José Miguel Zugal-
día Espinar y Jacobo López Barja de Quiroga (coords.). Dogmática y ley penal:
libro homenaje a Enrique Bacigalupo, Vol. 2 Madrid: Marcial Pons.
Satzger, H.; B. Schmitt y S. Widmaier (2009). Strafgesetzbuch: StGB. Kommentar.
Munich: Beck Verlag.
Schlösser, J. y R. Dörfler (2007). «Strafrechtliche Folgen eines Verstoßes gegen den
Deutschen Corporate Governance Kodex». En: Zeitschrift für Wirtschafts- und
Steuerstrafrecht: 326ss.
Schmitt, C. (1922). Politische Theologie. Vier Kapitel zur Lehre von der Souveräni-
tät. München und Leipzig: Duncker & Humblot.
—  (1934). «Der Führer schützt das Recht». En: Deutsche-Juristen-Zeitung, 39: 945-950.
—  (1935). «Die Verfassung der Freiheit». En: Deutsche-Juristen-Zeitung, 40: 1133-1135.
— (1963). Der Begriff des Politischen. Duncker & Humblot: Berlin.
Schünemann, B. (1994). «Die strafrechtliche Verantwortung der Unternehmenslei-
tung im Bereich von Umweltschutz und technischer Sicherheit». En: Breuer, R.
et. al. (eds.). Umweltschutz und technische Sicherheit im Unternehmen. Heidel-
berg: Von Decker: 137-177.

392
Bibliografía de la tercera parte

— (2004). Organuntreue: Das Mannesmann-Verfahren als Exempel?. Berlin: Wis-


senschaftsverlag.
— (2005). «“Die, gravierende Pflichtverletzung” bei der Untreue: dogmatischer
Zauberhut oder taube Nuss?». En: Neue Zeitschrift für Strafrecht, (9): 473-482
(NZfS).
—  (2005). «Zur Quadratur des Kreises in der Dogmatik des Gefährdungsschadens».
En: Neue Zeitschrift für Strafrecht, (9): 430-434 (NZS).
—  (2006). «Kommentierung von § 266 StGB (Untreue)». En: Jähnke; Laufhütte y
Odersky (Hrsg.). Leipziger Kommentar zum StGB. Berlín y Nueva York: 1998:
154s.
— (2006). «Der Bundesgerichtshof im Gestrüpp des Untreuetatbestandes». En:
Neue Zeitschrift für Strafrecht, (4): 196-202 (NZS).
— (2008). «Strafrechtliche Sanktionen gegen Wirtschaftsunternehmen?». En: U.
Sieber et al. (eds.): Strafrecht und Wirtschaftsstrafrecht-Festschrift für Tiede-
mann. Munich: Carl Heymanns Verlag.
—  (2008b). «Kommentierung von §§ 288 – 290 StGB (Strafbarer Eigennutz)». En:
Laufhütte, H.-W.; K. Rissing-van Saan y K. Tiedemann (eds.). Leipziger Kom-
mentar zum StGB. Berlin: De Guyter (LK).
—  (2008c). «Strafrechtliche Sanktionen gegen Wirtschaftsunternehmen?». En: Sie-
ber, U., et al. (eds). Strafrecht und Wirtschaftsstrafrecht: Dogmatik, Rechtsver-
gleich, Rechtstatsachen; Festschrift für Klaus Tiedemann zum 70. Geburtstag.
Colonia y Muchich: Heymann: 429-448.
Seier, J. (2008). «Untreue». En: Achenbach, H. y A. Ransiek (eds.). Handbuch
Wirtschaftsstrafrecht. Berlin: Müller Verlag.
Silva Sernaqué, S. A. (1998). «El neoliberalismo y el Derecho Penal en las sociedades
democráticas». En: Barco de Papel, II (2): 41-59.
Simon, J. (1997). «Governing Through Crime». En: Fischer y Friedman (eds.). The
Crime Conundrum. Essays on Criminal Justice, Nueva York: Westview Press:
171-190.
Sinn, H.-W. (2010). Kasino Kapitalismus. Wie es zur Finanzkrise kam, und was jetzt
zu tun ist. Berlin: Ullstein, (B. Schünemann cita la versión de 2009 cuya pagina-
ción es ligeramente distinta).
Sofsky, W. (2005). Sicherheit, Schriftenreihe der Vontobel-Stiftung (Nr. 1700).
Zürich: Vontobel-Stiftung.
Stenson, K. (1998). «Beyond histories of the present». En: Economy and Society, 27:
333-352.
—  (2005). «Sovereignty, biopolitics and the local government of crime in Britain».
En: Theoretical Criminology, 9 (3): 265-287.
StGB. Strafgesetzbuch (Código Penal Alemán,) (2010). 57.ª edic. Frankfurt/M: Fischer.
Stolle, P. (2008). «Die aktuellen Terrorismus-Verfahren und ihre Folgen». En: Kri-
minologisches Journal, 40. (Jg., H. 2): 123-136.
Theile, H. (2010). Wirtschaftskriminalität und Strafverfahren: Systemtheoretische
Überlegungen zum Regulierungspotential des Strafrechts. Tübingen: Mohr-Siebek.

393
Bibliografía de la tercera parte

Universidad del Comahue, AA.VV. (2011). Estado e Infancia: Más Derechos, menos
castigo - Por un régimen penal de niños sin bajar la edad de punibilidad. Neu-
quén: Editorial de la Universidad Nacional del Comahue
Villaverde, M. J. (1993). «Estudio Preliminar». En: Rousseau, Jean-Jacques: El con-
trato social. Barcelona: Altaya.
Volk, K. (2009). «Discurso inaugural». En: Kempf, E.; K. Lüderssen y K. Volk
(2009). Handlungsfreiheit des Unternehmers - wirtschaftliche Perspektiven, stra-
frechtliche und ethische Schranken. Institute for Law and Finance Series. Berlin:
De Gruyter).
Wacquant, L. (2000). Las cárceles de la miseria. Buenos Aires: Manantial.
Wacquant, L. (2001). «The Penalisation of Poverty and the Rise of Neo-Libera-
lism». En: European Journal on Criminal Policy and Research, 9: 401-412.
Western, B. y K. Beckett (1999). «How Unregulated is the U.S. Labor Market? The
Penal System as a Labor market Institution». En: American Journal of Sociology,
104 (4): 1030-1060.
Zaffaroni, E. R. (2006). El enemigo en el derecho penal. Buenos Aires: Ediar.
Zedner, L. (2007). «Pre-crime and post-criminology?». En: Theoretical Criminolo-
gy, 11 (2): 261-281.

394
Notas biográficas
Notas biográficas

María-Laura Böhm
maria-laura.boehm@jura.uni-goettingen.de

Abogada por la Universidad de Buenos Aires, Magister en Criminología en


la Universidad Nacional de Lomas de Zamora (Buenos Aires), Diplomada en
Criminología y Doctora en Ciencias Sociales por la Universidad de Hambur-
go. Actualmente es investigadora postdoctoral en la Georg-August-Universität
Göttingen en calidad de becaria de la Fundación Alexander von Humboldt.
Miembro cofundadora del Centro de Estudios en Política Criminal y Derechos
Humanos (CEPOC, Buenos Aires), miembro cofundadora y coordinadora del
Grupo Latinoamericano de Investigación Penal Göttingen (GLIPGö, Göttin-
gen), y miembro del Grupo de Estudios en Derecho Penal Internacional (KAS/
Göttingen). Tiene numerosas publicaciones sobre derecho penal y criminología.

Juan Díez-Nicolás
100613.2721@compuserve.com jdieznic@asep-sa.com

Licenciado y Doctor en Ciencias Políticas por la U. Complutense de Ma-


drid, y Master en Sociología por la U. de Michigan en Ann Arbor. Obtuvo su
primera cátedra en 1971 en la U. de Málaga, y desde 1975 hasta 2008 ha sido
catedrático en la U. Complutense, y desde esa fecha es Catedrático Emérito.
Fue cofundador del Instituto de la Opinión Pública en 1963, y último director
de dicha institución y fundador-Director General del CIS en 1977. Entre 1973
y 1982 participó activamente en la transición política a la democracia en los
gobiernos de Adolfo Suárez. Actualmente es Asesor para Investigación en la
U. Europea de Madrid, académico de la Europea de Ciencias y Artes, miem-
bro del Colegio Libre de Eméritos y del Foro de la Sociedad Civil, Presidente
de ASEP y de FADDIS, miembro del Comité Asesor Científico de la Encues-
ta Mundial de Valores, e investigador principal para España en varios otros
proyectos internacionales de investigación comparada como el ISSP, CSES,
Arab Trans, etc. A través de su instituto de investigaciones, ASEP, aparte de
muchas otras investigaciones ha llevado a cabo un estudio mensual con mues-
tra nacional sobre La Opinión Pública de los Españoles desde octubre de 1986
hasta el presente (25 años y alrededor de 250 estudios mensuales). Es autor de
32 libros y alrededor de 255 capítulos de libros y artículos en revistas profesio-
nales, accesibles en formato pdf en http:/www.jdsurvey.net/bibliografia

397
Notas biográficas

Armando Fernández Steinko


asteinko@ucm.es

Estudió sociología, economía y literatura en Alemania Federal y Canadá


doctorándose en la Universidad Complutense de Madrid con premio nacio-
nal, donde ejerce como Profesor Titular en la actualidad. Ha sido profesor
visitante en las universidades de Marburgo (Alemania), Externado (Colom-
bia) y San Carlos (Guatemala), así como investigador visitante en varios cen-
tros de investigación europeos. Ha participado y dirigido varios proyectos
de investigación de ámbito nacional y europeo sobre temas relacionados con
la organización industrial moderna, las tendencias en la evolución del tra-
bajo moderno y las nuevas formas de criminalidad, el último lleva el título
«Estructuras del blanqueo de capitales en España». Es autor de numerosas
monografías y varias decenas de artículos publicados en revistas españolas y
extranjeras. En la actualidad imparte cursos de especialización y postgrado
sobre blanqueo de capitales y crimen organizado en varios países.

Aranceli Manjón-Cabezas
amanjonc@der.ucm.es

Profesora Titular de Derecho Penal de la Universidad Complutense de


Madrid cursos de doctorado y monográficos sobre criminalidad y droga.
Autora de monografías y de numerosos artículos, destacando los relativos
a tráfico de drogas, blanqueo de capitales, jurisdicción universal y violencia
de género. Ha ocupado los cargos de Magistrado Suplente de la Sala de lo
Penal de la Audiencia Nacional, Directora del Gabinete del Plan Nacional
sobre Drogas y asesora de organismos internacionales en materia de drogas
y blanqueo de capitales. Asistente, en representación del Gobierno español,
a reuniones de Naciones Unidas (Asamblea General y Comisión de Estu-
pefacientes) y a otras bilaterales con Portugal, Alemania, Francia y EE UU,
todas ellas referidas a delitos de tráfico de drogas. La experiencia adquirida
en el desempeño de las tareas judiciales, políticas y de asesoramiento le ha
permitido desarrollar su línea de investigación principal en materia de trá-
fico de droga. Su última monografía es «La solución. La legalización de las
drogas» (Editorial Debate, 2012).

Fernando Moreno de Mesa


fer23860@gmail.com

Ingresó en el Cuerpo Superior de Policía en 1982 como inspector de ter-


cera clase; ascendió a inspector-jefe del actual Cuerpo Nacional de Policía
en 1999 y a comisario en 2005. Además, es Licenciado en Ciencias Políticas
y Sociología por la Universidad Pontificia de Salamanca. Desarrolló tareas
operativas como inspector en seguridad ciudadana, investigación antiterro-

398
Notas biográficas

rista, investigación del crimen organizado y análisis y tratamiento de la in-


formación. Como inspector jefe, fue Jefe de Grupo y Sección en el Gabinete
de Evaluación del Plan Nacional sobre Drogas, y Jefe de Sección y Servicio
en el Gabinete de Análisis y Prospectiva sobre Drogas de la Secretaría de
Estado de Seguridad. Durante tres años fue comisario Jefe del Área de In-
teligencia del Centro de Inteligencia contra el Crimen Organizado CICO.
Entre 2010 y 2012 ha sido Consejero de Interior en la Embajada de España
en Nueva Delhi, India y actualmente se encuentra en segunda actividad.

Letizia Paoli
Letizia.Paoli@law.kuleuven.be

Letizia Paoli es catedrática de criminología en la Facultad de Derecho


de la Universidad de Lovaina (Bélgica). Italiana de nacimiento, obtuvo su
doctorado en Ciencas Sociales y Políticas en el Instituto Universitario de
Florencia. Entre 1998 y 2006 ha sido investigadora senior en el Instituto
Max Planck de Derecho Penal Internacional de Friburgo, Alemania. Ha
sido consultora del Ministerio Italino de Interior y Justicia, de la Oficina
de Naciones Unidas para el Control de Drogas y la Prevención del Crimen
(UNODCCP, ahora UNODC), así como para el Instituto de Investigación
de Naciones Unidas para el Crimen Interregional y la Justicia (UNICRI).
Desde principios de los años 1990 viene publicando numerosos textos cien-
tíficos sobre la Mafia Italiana, la criminalidad organizada, las drogas y las
políticas de control policial.

Bernd Schünemann
bernd.schuenemann@jura.uni-muenchen.de

Cursó estudios de Ciencias Jurídicas en las Universidades de Gotinga,


Berlin y Hamburgo superando el primer examen jurídico oficial del Estado
con la máxima calificación y doctorándose con el Profesor Claus Roxin. Ha
sido catedrático en las Universidades de Bonn, Mannheim y Friburgo de
Brisgovia, así como Decano de la Universidad de Mannheim. En la actuali-
dad ostenta la Cátedra de Derecho penal, Derecho procesal penal, Filosofía
del Derecho y Sociología del Derecho de la Universidad de Munich, y dirige
el Instituto para las Ciencias Penales Completas y el Instituto para Aboga-
dos de la Universidad de Munich del que ha sido fundador. Ha sido distin-
guido con varios honores en diversos lugares del mundo (Doctor honoris
causa por las Universidades de Mongolia en Ulan Bator y de Zaragoza en
España) y es miembro de honor de varias instituciones y entidades científi-
cas, como la Sociedad Japonesa de Ciencias penales y la Academia Mexicana
de Ciencias penales. Además ha sido Profesor Visitante de la Universidad
japonesa de Chuo (Tokio) y Profesor honorario del Instituto de Ciencias
penales de la Universidad Normal de Pekín en China. Ha sido consultor de

399
Notas biográficas

Derecho penal en el Congreso de Jurisconsultos alemán, en el Parlamento


alemán y forma parte de la Comisión de selección de la Fundación Alexan-
der von Humboldt. Su obra científica ha sido publicada en varios idiomas.
Abarca 36 monografías y más de doscientos artículos especializados. El úl-
timo proyecto de investigación dirigido lleva el nombre de «Un concepto
total para la administración de justicia europea» en el que han participado
penalistas y procesalistas de varios Estados miembros de la Unión Europea.

400

Potrebbero piacerti anche