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Aborígenes del continente americano

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 Historial

Los aborígenes Aborígenes americanos


americanos son el conjunto
de pueblos aborígenes (del
latín ab-orígine: ‘desde el
origen’, originarios) que
habitaban el continente
americano con anterioridad a
la invasión y colonización de
América. El continente
americano está habitado
por seres humanos desde
hace poco más de
25 000 años. Se cree que los
primeros seres humanos
llegaron por tierra
desde Asia y por mar
desde Oceanía. Poco a poco,
a medida que llegaban
nuevos habitantes, los
anteriores iban cambiando de
ubicación, hasta llegar a
poblar todo el continente,
desde su extremo norte hasta
el sur. Hacia el siglo XV, en América convivieron culturas muy diversas. Existían
grupos que subsistían simplemente gracias a la caza, la pesca y la recolección de
frutos. Otros llegaron a construir ciudades imponentes y lograron un desarrollo
económico, político y social de enorme importancia.

Las culturas americanas más destacadas lograron estos avances una vez que dejaron
de ser nómades gracias a la agricultura y la ganadería. Ellos fueron
los mayas, incas y aztecas.
Sumario
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 1 Origen del hombre americano


o 1.1 Antecedentes
o 1.2 Primeras migraciones
o 1.3 Primitivos habitantes
 1.3.1 Hallazgos
 2 Desarrollo de los pueblos aborígenes
o 2.1 Las sociedades aborígenes americanas
o 2.2 Las culturas mesoamericanas
 2.2.1 Rostros
 2.2.2 Armas
 2.2.3 Vestido y vivienda
 3 Demografía en el siglo XV
 4 Véase también
 5 Fuente

Origen del hombre americano


Desde los inicios de la invasión europea al llamado Nuevo Mundo surgieron las más
diversas teorías sobre el origen del hombre americano. Muchas de ellas partían de
argumentos muy ingenuos, basados en la simple observación, o en otras ocasiones
extraídos de la Biblia ―los aborígenes procedían de Noé o de algunos de sus
descendientes― y viejas leyendas, atribuyendo la presencia humana en este
continente a pueblos desaparecidos de la historia como los cananeos o los habitantes
de la mítica Atlántida o a migraciones de pueblos de la
Antigüedad: egipcios, fenicios, hebreos y otros. Incluso algunas revistieron un carácter
seudocientífico, como las tesis monogenistas esgrimidas por el paleontólogo
argentino Florentino Ameghino en la segunda mitad del siglo XIX. Según su compleja
teoría ―echada por tierra por la arqueología y la paleontología―, no solo del hombre,
sino también los mamíferos, se habían originado en el sudeste de América, desde
donde se difundieron por todo el planeta.

Antecedentes
Está comprobado que el hombre no es originario de América, pues existe una
imposibilidad filogenética basada en que los monos americanos pertenecen a una
rama muy alejada de los antropoides, lo que descarta que pudieran surgir aquí
elementos humanoides por una vía evolutiva. Aunque existen muchas teorías sobre el
origen del hombre americano, algunas de las cuales consideran incluso la posibilidad
de un poblamiento de presapiens, provenientes de las costas asiáticas del océano
Pacífico, en tiempos de la llamada glaciación Illinois, hace unos doscientos mil años.
Todas las evidencias apuntan a que llegó a este continente procedente de Asia ya
conformado como homo sapiens ―no han aparecido restos humanos pertenecientes
a estadios anteriores―, en varias oleadas remotas, aunque relativamente tardías en
comparación con el poblamiento de otras partes del planeta.

A sustentar esta tesis contribuye el hecho de que los siete restos humanos lás
antiguos encontrados en América ―entre ellos el cráneo de Punín (Ecuador), los de
Fontezuela y Arrecifes (Argentina) y los de Lagoa Santa (Brasil), así como el hombre
de Tepexpan (México)―, y que por diferentes medios de datación han sido fechados
entre 9000 y 12 000 años, exhiben todos los rasgos del hombre moderno. La inmensa
mayoría de los especialistas de este tema consideran que la llegada del hombre a
este hemisferio comenzó en tiempos del denominado glacial Wisconsin (del 70 000 al
10 000 antes del presente), dentro de un proceso que duró milenios, y que terminó por
generar un verdadero mosaico de culturas y pueblos indígenas diferenciados entre sí
y con distintos niveles de desarrollo socioeconómico.

Primeras migraciones
Se supone que la primera migración ocurrió hace más de 50 mil años y se produjo por
el estrecho de Bering de apenas 80 kilómetros de extensión, favorecido por las
condiciones creadas para el paso del hombre con el descenso del nivel del mar, al
parecer durante el subestadio glacial altoniense (entre el 70 000 y el 28 000 antes del
presente).

A avalar esta tesis contribuyen los indicios de que durante el Wisconsin se produjo la
entrada humana a la zona comprendida entre el archipiélago japonés y la península
de Kamchatka. La proximidad geográfica de esta región con América, junto con
una vegetación y una fauna relativamente parecidas y condiciones fisiográficas
diferentes a las actuales, pudo permitir un paulatino poblamiento mediante el continuo
flujo y reflujo de grupos asentados en ambas costas del Pacífico.

A pesar de la verosimilitud de esta teoría, no se han encontrado en América restos


humanos equivalentes a los sapiens fósiles hallados del otro lado del Pacífico,
pertenecientes a cronologías similares.

Primitivos habitantes
AI parecer los primitivos habitantes de América eran hombres del paleolítico, nómadas
que vivían en cavernas y se dedicaban a la recolección, la caza y la pesca con
instrumentos de concha muy elementales, aunque se sabe muy poco del
marco ecológico que debió condicionar sus formas de existencia. Se extendieron por
el continente americano de norte a sur, hasta llegar en un lento desplazamiento
efectuado a lo largo de milenios, al extremo austral.

Hallazgos
A favor de esta hipótesis se levantan los hallazgos más antiguos por lo general
instrumentos líticos asociados a huesos de mamuts y otros animales ―como los
kiokkemoeddings hallados en Texas (Estados Unidos), donde aparecieron puntas del
tipo clovis fechadas por el carbono 14 en 37 000 años de antigüedad―, encontrados
hasta el presente en cada región americana y que indican rastros de presencia
humana: los de Alaska y Canadá tienen una antigüedad de más de 30 años;
en California de hace 27 000; en México de unos 22 000; en Venezuela de 14 000;
en Perú de hasta 18 000; 11 000 para Chile y 9 000 en la Patagonia. Estos hallazgos
indican una probable cronología de ocupación y una posible ruta de poblamiento
humano del continente. El último grupo humano que llegó por esta vía hace
aproximadamente 5000 años, fue el esquimal.

En opinión de la mayoría de los antropólogos físicos, América fue poblada


inicialmente por hombres de origen mongoloide ―llegados primero por un corredor en
el estrecho de Bering y después de la retirada del glacial par las islas Aleutinas―,
aunque a través de posteriores migraciones es factible que entraran más tarde
elementos australianos, polinesios y melanesios procedentes del Pacífico, los que al
parecer se mezclaron con el original sustrato mongoloide. Estos nuevos inmigrantes
ya conocían la navegación, probablemente se encontraban en el estadio mesolítico y,
sobre todo, neolítico pues ya eran sedentarios y conocían la agricultura (maíz, yuca) y
trabajaban la cerámica, conocimientos que se calcula se conocieron en América hace
unos 2000 años.

Desarrollo de los pueblos aborígenes


A partir de estas oleadas que arribaron en diferentes momentos históricos tal vez
entre 7000 y 2000 años cuando ya se habían producido los cambios climáticos que
generaron la flora y fauna actuales, de diversos orígenes étnicos y geográficos, y
niveles de vida, se produjo el desarrollo desigual de los pueblos aborígenes en un
proceso que se extendió por decenas de siglos. Así mediante migraciones que no
debieron ser masivas y que quedaron aisladas de sus lugares de procedencia y
sometidas a un proceso de adaptación a las nuevas condiciones naturales del medio
donde se asentaron, se fue conformando una población autóctona mediante un
crecimiento vegetativo bien diferenciado, resultado de combinaciones propicias o
adversas del clima, suelos vegetales ricos o pobres y mayor o menor conocimiento de
la agricultura. Se ha comprobado la existencia de más de un centenar de familias
lingüísticas independientes en América, que comprenden cientos de idiomas y
dialectos.

Las sociedades aborígenes americanas


Los habitantes de América anteriores a la invasión del continente por los europeos se
encontraban en muy diversos estadios de su evolución social. A lo largo y ancho del
llamado Nuevo Mundo vivían infinidad de poblaciones aborígenes que aún se
hallaban en diversas fases de la comunidad primitiva ―se dedicaban a la caza, la
pesca, la recolección y/o una agricultura extensiva que requería ser complementada
por las tres actividades anteriores―; mientras otros pueblos, como
los aztecas, mayas e incas, conocieron una agricultura más productiva que, auxiliada
del regadío y la fertilización, satisfacía las necesidades alimentarías básicas.

Desde el punto de vista de la actividad económica fundamental de la que dependían


estos pueblos indígenas, el continente americano puede ser dividido en ocho grandes
zonas: al norte de los Grandes Lagos, desde Alaska hasta la península del
Labrador se ubicaba el área del caribú, a cuya caza se dedicaba la tribu nómada de
los atapascos que resolvía mediante este rumiante la mayor parte de sus necesidades
de alimentación y abrigo; en la costa occidental norteamericana de norte a sur, la
del salmón de cuya pesca vivían los atapascos; en los actuales estados
de California (Estados Unidos) y Baja California (México), la zona de los frutos
silvestres, cuya recolección alimentaba, entre otros pueblos, a
los yuma, apaches y yuquis que se cobijaban en grutas o cabañas transitorias; en las
praderas centrales que forman la cuenca de los ríos Misisipi y Misuri se asentaban
los sioux o dakotas que se dedicaban a la caza de bisontes mientras en la costa este
de Norteamérica, limitada al norte por los Grandes Lagos y al sur por el golfo de
México, estaba el área oriental del maíz, cuyo cultivo era realizado por
los iroqueses y hurones; al norte y centro de Suramérica, y en las Antillas, se
encontraba la zona de la mandioca, base de la alimentación
de tupís, caribes, arauacos, tainos y guaraníes, estos últimos conocedores de una
agricultura más diversificada; y en las verdes praderas del sur de esta parte de
América (Las pampas), el área del guanaco, cuya caza sostenía a los charrúas
pampas, araucanos, puelches, tehuelches y onas. La octava zona, sin duda la más
avanzada, incluía gran parte del territorio actual de México, casi toda Centroamérica y
la faja suramericana, situada desde la sierra de los Andes hasta la costa este, limitada
al sur por el río Maule, y era la que alojaba, entre otros pueblos, a
los aztecas, mayas e incas, que lograron el más alto desarrollo socioeconómico de la
América precolombina a partir del momento en que iniciaron el cultivo intensivo de la
tierra.

De los cientos de tribus indígenas que habitaban el continente americano a la llegada


de los europeos, solo unos pocos iroqueses, muiscas y guaraníes se acercaban al
nivel cultural y de organización social alcanzado por estos
habitantes mesoamericanos y de la región andina.

Este proceso, que al parecer se efectuó paralelamente, en dos o tres centros del
continente ―se calcula que comenzó entre el 7000 y el 1500―, entre ellos las zonas
altas de Mesoamérica y la costa y sierra del área andina permitió el surgimiento en
estos territorios de sociedades de clase y deslumbrantes centro de civilización.

En estas áreas medulares la sociedad se caracterizó, desde algunos cientos de años


antes de nuestra era ―cuando se vertebraron las primeras culturas americanas de
cierta complejidad como los olmecas del golfo de México y las de Chavín y
Tiahuanaco en la región andina―, por la existencia de comunidades aldeanas,
organizadas en torno a la propiedad común del suelo y el trabajo colectivo, aunque
sometidas a un grupo humano (teocracia) apartado de la agricultura, que impuso al
resto de la población fuertes tributos en productos y trabajo. Radicado en ciudades-
estado, a la teocracia indígena le correspondió un papel determinante en los terrenos
político, social y económico al ofrecer al pueblo la ayuda espiritual y la protección de
los dioses en cuyo nombre hablaban y actuaban. Ese poder despótico centralizado,
que ejercía funciones de utilidad social ―defensa, irrigación, construcción
de templos y otras obras ceremoniales, caminos, puentes, almacenes, etc.―, dirigía
las labores agrícolas y preservaba el status que en sociedades clasistas estratificadas
de alto nivel de desarrollo relativo, se fundamentaba en el extraordinario peso
alcanzado por la religión ―festividades, ritual, organización social, la guerra, en
la arquitectura monumental, en las artes, en la legitimización del poder dinástico y en
el conjunto de la organización política― y fueron otros rasgos comunes de todas las
grandes civilizaciones americanas.

Este sistema sociopolítico puede identificarse con lo que Carlos Marx denominó
"modo de producción asiático" o esclavitud generalizada un régimen de transición de
la comunidad primitiva a la sociedad de clases en el cual coexisten formas antiguas
de organización comunitaria ―ayllú entre los incas y calpulli para los aztecas― con
un estado jerarquizado dominado por una teocracia.

La dinámica de estas ciudades-estado les permitió expandirse hacia los territorios


colindantes, a las que irradiaron su influencia y marcaron con una misma tradición
social, cultural, religiosa y científica. A estos rasgos comunes a todas las grandes
civilizaciones americanas, habría que añadir la existencia de otros elementos
similares: cultivo del maíz y fríjol, instrumentos de trabajo (coa o taclla) técnicas
agrícolas, el riego, las construcciones de piedra y barro algunos tipos de cerámica y
de textiles, los sacrificios humanos y otros.

Se supone que los núcleos más importantes de estas civilizaciones clasistas


alcanzaron su primer apogeo entre los años 200 y 900, cuando desarrollaron una
serie de patrones culturales y de civilización considerados clásicos.

Aproximadamente entre los años 700 y 1000, estas complejas sociedades americanas
sufrieron una serie de sacudidas y crisis que pusieron fin a este llamado período
clásico y propiciaron el florecimiento de nuevas culturas, entre ellas la azteca y la inca,
que alcanzaron junto a los mayas el punto más alto de desarrollo político y
socioeconómico de los pueblos indígenas antes de la llegada de los europeos.
Inclusive la última etapa del expansionismo azteca e inca fue casi coincidente, a fines
del siglo XV y primeras décadas del XVI.

Entre las características de estos dos grandes focos americanos de civilización, esto
es, mesoamérica y el área andina, se destaca el absoluto aislamiento existente entre
ambos, lo que no solo determinó apreciables diferencias sociales, económicas y
culturales, sino también limitó mayores posibilidades de desarrollo. Sin duda a ello
también contribuyó el restringido proceso de domesticación de animales ―limitado
al pavo, el perro, el pato y, en los Andes, además al cuy, alpaca y llama― y la
ausencia en América de importantes especies para la alimentación, el tiro y la cargo
―el burro, el caballo, la vaca y el cerdo―, el desconocimiento de la rueda y de la
metalurgia del hierro, que los privó de instrumentos de trabajo como el arado. A esto
hay que agregar la existencia de economías de excelentes exiguos, en las que el
hombre era casi exclusivamente la única fuerza de trabajo.

Las culturas mesoamericanas


Esta región, conformada en parte de los actuales territorios de México
y Centroamérica, fue en tiempos precolombinos el asiento de una de las dos grandes
áreas de desarrollo de las civilizaciones indígenas en este continente, a la cual los
arqueólogos han convenido en denominarla mesoamérica. Aquí florecieron
formidables culturas como la olmeca, maya, tolteca y azteca, por solo mencionar las
más conocidas. Se le considera una zona de civilización, basada en una agricultura
relativamente avanzada, que cobijó un conjunto de culturas pertenecientes a una
variedad de pueblos que mantuvieron entre sí estrechas relaciones y compartieron un
mismo escenario natural y muchos elementos y características semejantes: cultivos
del cacao y el maguey uso de la chinampas, el complejo nixtamal-tortilla, la espada
con hojas de obsidiana y la camisa protectora de algodón, el calendario de 18 meses
de 20 días, la semana de 13 días, el calendario ritual de 260 días, el ciclo de 52 años,
la existencia de fiestas fijas y movibles, los días fastos y nefastos, arquitectura de
falsa bóveda y columnas serpentiformes, pirámides escalonadas, uso de papel de
amate en códices y mapas y la escritura jeroglífica, entre otros elementos. A ello debe
añadirse una serie de divinidades comunes como el dios de la lluvia
―Tláloc en idioma náhuatl― o una misma deidad civilizadora representada por la
serpiente emplumado ―Quetzalcóatl (en náhuatl) o Kukulcán (en maya)―.

Rostros
Los componentes de algunas tribus se desfiguraban el rostro por medio de pinturas y
tatuajes; se perforaban la nariz, las orejas y los labios para introducirse en ellos
objetos de formas variadas, y se adornaban con plumas de diversos y
vistosos colores. Los caribes de las Antillas Menores y de Venezuela, indios crueles y
sanguinarios, terror de los conquistadores y de los demás indígenas, tenían aspecto
horroroso por sus caras pintarrajeadas, sus largos cabellos y su cráneo deformado
por achatamiento de la frente, que producían artificialmente aplicando a los niños
ligaduras compresoras desde los primeros días de su nacimiento.

Armas
Las armas de los aborígenes americanos eran, con pocas variantes, el arco,
la flecha y la macana. La lanza era menos común, y las boleadoras las usaban
preferentemente las tribus del [Sur]], tales como querandíes, charrúas y pampas, que
tanta resistencia opusieron al establecimiento de los conquistadores. Para hacer
mortales las heridas provocadas por sus armas, aunque estas no fueran graves,
algunas tribus solían untarlas con sustancias venenosas (.

Vestido y vivienda
En cuanto al vestido y la vivienda, nada puede decirse en general que a todos cuadre,
pues variaban enormemente de acuerdo con las
características geográficas y climáticas de cada zona, en forma tal que, mientras
algunas tribus de la zona tropical andaban completamente desnudas, otras, las de las
zonas frías, cubrían sus cuerpos con pieles de animales. Unas carecían de vivienda
permanente; otras construían sus habitaciones con ramas, hojas y troncos, con
cueros o con barro y paja, y algunas vivían en cuevas.

Demografía en el siglo XV
Se calcula que en el momento de los primeros contactos con los europeos, el
continente americano estaba habitado por más de 90 millones de personas:
 unos 10 millones en el actual territorio de Estados Unidos y Canadá,
 unos 30 millones en México,
 unos 11 millones en Centroamérica,
 unos 0,445 millones en las islas del Caribe,
 unos 30 millones en la región de la cordillera de los Andes y
 unos 9 millones en el resto de Sudamérica.

Cuando los europeos empezaron a realizar las primeras estimaciones demográficas,


la población indígena ya se había visto diezmada por las guerras, el hambre, los
trabajos forzosos y las epidemias de enfermedades introducidas por los europeos.

Véase también
 América
 Explicación de la palabra «indio»

Fuente
 Ministerio de Educación Superior (2006): América y sus antiguos pobladores, en
CD. Carrera de Humanidades, Cuba, 2006.
 Junqueira, Carmen (1984): Los indios y la antropología en América Latina. Buenos
Aires: Búsqueda-Yurchan, 1984.
 Kopper, Philip (1986): The Smithsonian book of North American indians. Nueva
York: Smithsonian Institution Press, 1986.
 Metraux, Alfred (1982): Les indiens de l'Amerique du Sud. París: A. M. Métaille,
1982.
 Varios autores (1992): Handbook of American indians. Austin (Texas): University
of Texas Press, 1964-1992.

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