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¿Por qué España no suma?

Roberto Muñoz Bolaños


Doctor en Historia Contemporánea

El gran ideólogo conservador británico Edmund Burke afirmo que “lo único que
se necesita para que triunfe el mal es que los hombres buenos no hagan nada”. Esta
máxima se puede aplicar a la dinámica que ha caracterizado los últimos años de la vida
política española. Ese Mal, representado por los partidos independentistas catalanes y
vascos y la mayoría de los nacionalistas del arco parlamentario, y cuyo objetivo último
la destrucción del orden constitucional y la convivencia en nuestra Nación, avanza
irreversiblemente ante la pasividad de los llamados partidos constitucionales, incapaces
de ponerse de acuerdo para frenarlo. Las elecciones del 28 de abril ofrecieron una
oportunidad para hacerlo. Un pacto de legislatura entre PSOE y Ciudadanos hubiera
dado como resultado un ejecutivo estable apoyado sobre 180 escaños, capaz de hacer las
reformas que el país necesita y de frenar los objetivos de los
independentistas/nacionalistas, ya que su colaboración no hubiera sido necesaria para
asegurar la gobernabilidad. Sin embargo, el veto de Alberto Rivera a pactar con los
socialistas y la poca predisposición de Pedro Sánchez a hacerlo, malograron esa
posibilidad.
Las recientes elecciones del 10 de noviembre ofrecieron una nueva posibilidad
de hacer frente a ese Mal. En Cataluña y en el País Vasco, como ocurre en Navarra, la
formula de Navarra Suma podría haber sido un éxito. Así, en la primera de esas
comunidades autónomas, si el PP, Ciudadanos y VOX hubieran concurrido bajo una
sola marca electoral, hubieran obtenido 745.701 votos, equivalentes al 19,5% del
electorado. Este montante de sufragios le hubiera permitido convertirse en la tercera
fuerza electoral de la región; asegurándose once escaños –frente a los seis actuales,
todos por Barcelona–, con diputados en las cuatro provincias –dos en Tarragona, uno en
Gerona y en Lérida, y otro más por Barcelona–. Se podría argumentar en contra de esta
posición que esos tres partidos no pueden presentarse juntos porque sus programas son
distintos. Pero, frente a esa afirmación, defendemos que en Cataluña la clave de las
elecciones en la actualidad no radica en bajar el IRPF un punto o disminuir las tasas
universitarias, sino en asegurar el orden constitucional y defender el Estado frente a la
ofensiva separatista. Y, precisamente, estos aspectos se deben situar por encima de
cualquier otra consideración. Algo similar ocurre en la segunda de estas comunidades.
En las recientes elecciones, ni PP, ni Ciudadanos ni VOX han obtenido un solo escaño.
Sin embargo, la suma conjunta de sus votos arroja la cifra de 145.538, que equivalen al
12,44% de los sufragios totales. Estas cifras conjuntas les hubieran permitido arrebatar
un diputado a Bildu en Alava, impidiendo así que pudiera tener grupo propio en el
Congreso de los Diputados, y otro al PNV en Vizcaya. Por tanto, tanto en Cataluña
como en el País Vasco, una candidatura conjunta hubiera disminuido la presencia
independentista/nacionalista en el Parlamento y hubiera reforzado notablemente la
presencia de los partidos nacionales en ambas regiones, coadyuvando así a frenar al
Mal. Sin embargo, no se optó por esta posibilidad.
Tras las recientes elecciones, nos encontramos ante la misma encrucijada que ya
se vislumbró en abril: gobierno de progreso con separatistas/nacionalistas para
desarrollar una política social o gobierno constitucionalista. La primera opción,
defendida por amplios sectores de la izquierda, se apoya en la gran falacia que
constituye el programa electoral de Podemos: la defensa de la Constitución de 1978 a
través de sus artículos sociales. Definimos como falacia o mentira este planteamiento
porque partimos de una verdad indiscutible: no existe política social, no existe política
de ningún tipo, sino hay un Estado que la sustente. De ahí que frente a la defensa del
artículo 45 –medio ambiente– o 47 –vivienda digna– que esgrime Pablo Iglesias para
presentar su organización política como “constitucionalista”, nosotros defendemos la
primacía del artículo 1, que afirma el carácter soberano del pueblo español en su
conjunto y el 2 que establece la “indisoluble unidad de la Nación Española”. En esta
posición coincidimos con los Padres de la Carta Magna que denominaron al conjunto de
sus diez primeros artículos como “Título Preliminar” y le dieron especial protección
jurídica.
La segunda opción pasaría por un gobierno de Gran Coalición de PP y PSOE,
apoyado por Ciudadanos. Este ejecutivo debería acordar un programa estable como el
que en Alemania desarrollan los cristianodemócratas y socialdemócratas, centrado en
dos objetivos básicos. Por un lado, hacer frente al problema del secesionismo catalán,
aplicando una solución legal y duradera que frenase el Mal para siempre o al menos lo
atemperase, evitando así que volviera a ser un peligro para la supervivencia del Estado.
Por otro, tomar las decisiones oportunas para que la desaceleración económica que se
vislumbre incidiera lo menos posible en las clases sociales más desfavorecidas
económicamente y en los servicios públicos. Además, desde Ciudadanos y el PP se
debería advertir a VOX que su apoyo al PSOE es un sacrificio por el bien de España.
Por tanto, una oposición dura por su parte al nuevo gobierno no sería bien entendida por
la ciudadanía. Es más. Podrían apelar al patriotismo del que siempre hacen gala los
líderes de esta formación para exigirles una actitud responsable.
El tiempo se acaba… España no sumó tras las elecciones del 28 de abril. Pero,
ahora, tras los nuevos comicios, puede hacerlo. Para ello es preciso que Pedro Sánchez,
Pablo Casado, la ejecutiva de Ciudadanos encabezada por José Manuel Villegas y
Santiago Abascal actúen como estadistas y no como líderes de partido. Si lo hacen,
podría paliar todos los errores cometidos por los partidos nacionales en los últimos
tiempos, contribuyendo definitivamente a frenar al Mal… Serían así “hombres buenos”.

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