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Desde poco más o menos a mitad del siglo XV, hasta finales del XIX se lleva a cabo una
acción “atroz” de tráfico de esclavos denominada “Trata de negros”, la cual desarraiga
físicamente a millones de hombres y mujeres del continente africano conduciéndolos hasta
nuevas geografías y lejanas latitudes.
Los seres esclavizados obligados a convivir ruralmente debían convivir, también con sus
culturas naturales africanas, al igual que su lengua, religión, bailes, cantos y con la impuesta
cultura cristiana, para dar como resultado lo anteriormente expuesto. El africano afirmó su
supervivencia en su habla y su cultura, mientras se adecuaba a su nuevo ambiente atándose a
su religión como refugio y más cercano regreso a sus tierras y familias.
Entre los aportes decisivos, escribe Feijóo (1980) está su fabulación ardiente, sus músicas y
bailes, su magia religiosa, los artísticos ritos sincréticos, su literatura oral, de la más bella entre
los pueblos ágrafos. Su música utilizada en los las liturgias en un placer de lo sagrado y lo
profano. Esa música y la danza que conquistó verdaderamente la América.
Partiendo de esta apreciación, sobre la diáspora Bantú, los grupos étnicos africanos que
más contribuyeron a la estructuración de la cultura afrovenezolana procedían de las actuales
regiones del Congo, Zaire y Angola, es decir, de los antiguos reinos de Loango, Kongo Día
Ntotela y Ndongo. Estos grupos participaron en rebeliones y cimarronajes que a la larga
acumularían descontentos para la desestabilización del régimen español en Venezuela.
Hay algo importante en tomar en cuenta, África siempre ha sido un continente enorme en el
cual convergieron diversidades de pueblos y, por ende, diversidad de culturas, entre la cual se
acentúa debido a su importancia histórica, la egipcia, la cultura del Nilo. Teniendo en cuenta esta
peculiaridad podríamos diferenciar entre la región del norte del Sahara, identificada por el
preeminencia de la lengua y la cultura árabes y la religión musulmana, y la zona vamboriana, el
“África Negra”. Ya de por sí la cultura africana pasó por una diversificación cultural para dar
nacimiento a la propia.
Cierto es que las civilizaciones africanas lograron resguardar o re-delinear e instaurar
propuestas religiosas por medio de un proceso de nueva cultura, con todo y el rapto “histórico”,
provocado por la ambición de poder de los europeos. Temario que no se agota en la historia,
sino que la trasciende. En Morin (1999) lo biológico aparece como uno de los elementos que
unifica a la especie humana en una identidad común, pero a su vez pone de manifiesto la
interdependencia de lo individual y lo social mediado por la cultura, en la constitución de la
identidad. “La idea de construcción supone el devenir, el cambio, la temporalidad, es decir, la
identidad no como sujeción o determinismo sino como posibilidad de auto-creación”, (Arfuch,
1995:67).
El patrimonio cultural heredado está inscrito en primer lugar en la memoria de los individuos
(cultura oral), después está escrito en las leyes, el derecho, los textos sagrados, la literatura,
las artes. Adquirida en cada generación, la cultura es regenerada continuamente. Constituye el
equivalente de un Génos sociológico, es decir, de un engrama-programa que asegura la
regeneración permanente de la complejidad social. (Morin, 2006:184)
El ser humano, en todo sitio y tiempo cimenta su individuación dentro de un contexto, sea
ecológico, social, cultural e histórico determinado. Así halla una intención en el ser. Solicita
descubrir quién es, reconocer sus raíces, su historia y sus angustias, o sea trascender, darse
cuenta de su relación con su entorno y los demás. La identidad hay que buscarla en nuestra
historia; es evidente que las manifestaciones culturales son los mejores exponentes de nuestra
individualidad y de nuestra personalidad como pueblo, manifestaciones que son expresión de
creencias populares, de tradiciones que se conservan en el tiempo como lo más genuino del
alma de los pueblos y es fundamento indiscutible de nuestra cultura. Las identidades no son
objetos fijos que luego se expresan a través de diferentes prácticas simbólicas; ellas cambian, se
transforman y se reconfiguran. Las prácticas expresivas forman parte de ese proceso de
constante transformación.
Es importante recalcar que los cultos y religiones, en especial, como fuente arquetípica,
permiten la vivencia de nuestra complejidad. El acercamiento a esta forma sensible de relacionar
los aspectos del ser puede servir como orientación para el fraguado de un pensamiento complejo
que comprenda la totalidad. "… la vida de los seres de espíritu se regenera sin cesar. Los dioses
se regeneran mediante el culto, el rito, la fe, el amor" (Morin, 1992:129).
Inscriben Mayz, Cruz & Ramírez, Evis (2013:149) que “la complejidad del hombre, así como,
la complejidad del pensamiento que la puede comprender, solo será posible abrogando los
espacios y transformando los conocimientos elaborados para el estudio de los diversos
fragmentos del ser, estudiados durante la modernidad”. Sería el arrojo por anudar la
segmentación y conocimientos del ser. Y palabras de Morin (2002:24), “…viaje en busca de un
modo de pensamiento que respete la multidimensionalidad, la riqueza, el misterio de lo real y
que sepa que las determinaciones cerebral, cultural, social, histórica que experimenta todo
pensamiento co-determinan siempre el objeto de conocimiento”.
Aunque se puede aseverar que existen elementos que permiten hablar de la presencia
recurrente de elementos de orden étnico en la narrativa venezolana, los cuales,
lamentablemente no han sido objeto de estudio perseverante por parte de la crítica literaria como
sí ha sido el caso en algunas de las literaturas nacionales que conforman los sistemas caribeños,
pero de la amalgama, el ingrediente más definidor, por no decir “picante”, (Megenney, 1986) es
el africano, que le ha dado un sabor muy especial a muchos aspectos de la Costa Atlántica.
Alejo Carpentier (1949) en el prólogo del “Reino de este mundo”, al igual que la novela
venezolana “Cumboto” de Díaz Sánchez coquetea con la conformación étnica de un territorio
aunado a la mescolanza confusa de elementos sociales, culturales, rituales, individuales que
participan en la noción humana del Continente.
Por tanto “Se trata de convertir la especie en una humanidad, el planeta en una casa común
para la diversidad humana». De este modo: «La sociedad/comunidad planetaria sería la propia
realización de la unidad/diversidad humana» (Morin 1993: 149).
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