Documenti di Didattica
Documenti di Professioni
Documenti di Cultura
Read in English
Tengo muchos más libros de los que podría leer durante el
resto de mi vida. Sin embargo, cada mes agrego decenas más a
mis estantes. Durante años, me sentí culpable de esta situación,
hasta que leí un artículo de Jessica Stillman en el sitio web de la
revista Inc. titulado “Why You Should Surround Yourself With
More Books Than You’ll Ever Have Time to Read” (Por qué debes
rodearte de más libros de los que tengas tiempo para leer).
Stillman argumenta que una biblioteca personal demasiado
grande como para leerla en una vida “no es una señal de fracaso
ni ignorancia”, sino más bien “una medalla de honor”. Su
argumento era una variación del tema que propuso Nassim
Nicholas Taleb en su exitoso libro The Black Swan (2007), acerca
del impacto desmesurado de los sucesos importantes e
impredecibles en nuestras vidas. Básicamente, Taleb afirma que
aunque solemos valorar más las cosas conocidas que las
desconocidas, lo que ignoramos y, por lo tanto, no podemos ver
venir, tiende a transformar nuestro mundo de manera más
drástica.
La biblioteca de una persona a menudo es una representación
simbólica de su mente. Alguien que ha dejado de expandir su
biblioteca personal podría llegar a creer que sabe todo lo
necesario y que las cosas que no conoce no pueden lastimarlo.
No desea seguir creciendo intelectualmente. Quien siempre está
expandiendo su biblioteca entiende la importancia de seguir
sintiendo curiosidad y de estar abierto a voces e ideas nuevas.
Taleb argumenta que una biblioteca personal “debe tener
tanta información desconocida como lo permitan tus finanzas,
las tasas hipotecarias y el actual estado tan limitado del mercado
de bienes raíces. Acumularás más conocimiento y más libros
conforme envejezcas y, desde los estantes, el número creciente
de libros que no has leído te parecerá amenazador. En efecto,
cuanto más sepas, más grandes serán las filas de libros no
abiertos. Digamos que esa colección de libros sin leer es una
antibiblioteca”.
No me encanta ese último término que usa Taleb. Una
biblioteca es una colección de libros, muchos de los cuales
permanecen sin leerse durante largos periodos. No veo por qué
eso es algo distinto de una antibiblioteca. Una mejor palabra para
definirlo podría ser tsundoku, que en japonés significa “pila de
libros que has comprado pero todavía no has leído”. Casi el diez
por ciento de mi biblioteca personal se compone de libros que he
leído; el otro noventa por ciento es tsundoku. Quizá tengo cerca
de tres mil libros, pero muchos son antologías o compilaciones
que contienen varias obras. Tengo muchos volúmenes de Library
of America, una serie que publica en un solo tomo las novelas
completas de autores como Dashiell Hammett y Nathanael West.
Cuando termino un libro, a menudo lo regalo o lo intercambio en
una tienda de libros usados. Como resultado, mi tsundoku
siempre se está expandiendo mientras el número de libros que
he leído sigue constante, de unos cuantos cientos.
Sin embargo, a decir verdad, tsundoku no puede describir
gran parte de mi biblioteca. Tengo muchas colecciones de
cuentos, antologías de poemas y libros de ensayos que compré
sabiendo que quizá no leería todas las páginas. Autores como
Taleb, Stillman y quien haya acuñado la palabra tsundoku
parecen reconocer solo dos categorías de libros: los leídos y los
no leídos. No obstante, todos los amantes de los libros saben que
hay una tercera categoría que está en algún punto medio: los
libros parcialmente leídos. Casi todos los títulos de la sección de
Referencia que hay en los estantes de los amantes de los libros,
por ejemplo, entra en esta categoría. Nadie lee el American
Heritage Dictionary ni el Tesauro de Roget de cabo a rabo.
Uno de mis libros favoritos es The Stanford Companion to
Victorian Fiction de John Sutherland. Se trata de un análisis
fascinante, sesudo, ingenioso y muy obstinado de las novelas y
los novelistas de la Inglaterra victoriana, desde los famosos
(Dickens, Trollope, Thackeray) hasta los justificablemente
olvidados (Sutherland describe las novelas de Tom Gallon como
“ficción subdickensiana sobre los sentimientos y la chusma en
Londres, generalmente escrita de manera elíptica y sin gracia”).
He tenido el libro durante veinte años y me ha dado mucho
placer, pero dudo que logre leer todas las palabras que contienen
ese o decenas de otros libros de referencia en mis estantes.
Generalmente tampoco leo las biografías completas, porque
los biógrafos suelen incluir toda la información que puedan en
sus libros. En realidad, no me importan las cifras que obtuvo
Ogden Nash en su boleta de calificaciones del tercer grado ni
cuántos baúles llenos de ropa hizo transportar Edith Wharton a
través del Atlántico cuando se mudó a Francia. Quizá hay cientos
de biografías en mi biblioteca personal. He leído partes de la
mayoría, pero muy pocas por completo. Lo mismo sucede con
las colecciones de cartas. Cuando termino de leer una obra de
ficción de Willa Cather, digamos, quizá me sienta inspirado a
sacar el enorme tomo de Las cartas selectas de Willa Cather e
intentar saber cómo era la autora cuando “no estaba
trabajando”.
Esos no pueden contarse como libros que he leído, y tampoco
pueden etiquetarse como tsundoku. Al igual que gran parte de
mi biblioteca, viven en la zona intermedia de los parcialmente
leídos. Taleb argumenta que “los libros leídos son mucho menos
valiosos que los no leídos” porque los que no has leído pueden
enseñarte cosas que aún no sabes. En realidad no estoy de
acuerdo con él. Creo que es buena idea que en tus estantes haya
libros leídos y no leídos, pero es igual de importante esa tercera
categoría de libros: los que no has leído por completo y quizá
jamás termines.
Ver un libro que ya leíste puede recordarte las muchas cosas
que has aprendido. Ver un libro que no has leído puede
recordarte que hay muchas cosas que aún debes aprender. Por
último, ver un libro parcialmente leído puede recordarte que leer
es una actividad que esperas que nunca termine.
Quizá hay una palabra en japonés para describir eso.
By Jessica Stillman
By Jessica Stillman
If you're looking for reasons to make time in your busy
schedule to keep learning, there's no shortage of possibilities.
First and foremost, perhaps, is that you'll be in great company.
Bill Gates, Warren Buffett, and Oprah Winfrey all set aside
dedicated time to learn new things each week. Look how far the
practice has taken them.
But if you're looking for more scientific explanations of why
the end of school shouldn't mean the end of learning, writer John
Coleman is probably your man. He writes regularly for the HBR
blogs on the subject of lifelong learning and its many benefits.
One of his recent posts is a must read for those who suspect they
should make more time in their lives to nourish their brains, but
still need a bit of a kick in the pants.