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EL NUEVO DERECHO
MEXICANO DEL TRABAJO
PROLOGO
A LA PRIMERA EDICIÓN
Por su origen, por su esencia y por sus fines, el derecho del trabajo es en derecho polémico: lo
es por su origen, porque fue producto de una lucha real, trágicamente aplastada entre nosotros
en las jornadas nefandas de Cananea y de Río Blanco, en todas las cuales se confirmó la frase de
Engels: el estado es ejércitos y cárceles,· porque desde sus primeros años opuso al
individualismo de la sociedad burguesa la idea de la realidad de la clase trabajadora, de su
solidaridad y de su necesaria unidad para la lucha por su mejoramiento social, económico y
cultural; porque ante la fórmula del liberalismo político del dejar-hacer y dejar pasar, exigió un
nuevo dejar-hacer y dejar pasar a la clase trabajadora en su lucha con el capital; y porque a las
doctrinas del liberalismo económico enfrentó el principio de que por encima de las leyes
económicas naturales, si es que de verdad son tales, está el mensaje de una justicia humana. Lo
es por su esencia, porque combatió un derecho civil defensor de los poseedores de la tierra y de
la riqueza con la idea de un derecho nuevo, el derecho del hombre que entrega su patrimonio
originario, que es su. energía ele trabajo, a la sociedad y a su economía, de donde adquiere el
derecho a un ingreso remunerador, suficiente y justo, o como dice Marx en la fórmula nueva de
la justicia que expresó en la Crítica al Programa de Goetha: quien entrega todas sus aptitudes a
la comunidad, adquiere el derecho a la satisfacción de todas sus necesidades; porque se
presentó en la historia con la pretensión de romper la dicotomía, dos veces milenaria, del
derecho en público y privado y demandó su reconocimiento como un tercer género, al que por
su oposición al derecho individualista de la sociedad burguesa, se ha dado el nombre de derecho
social; y porque tuvo la aspiración de quebrar la idea de un derecho regulador de un intercambio
de prestaciones patrimoniales para convertirse en el estatuto que procura dar satisfacción a las
necesidades del hombre que trabaja.
Y lo es por sus fines, porque pasó sobre la concepción filosófica del hombre como una
abstracción y se dirigió al hombre real, al que cultiva los campos o pone en acción a las máquinas
o levanta los muros de los palacetes del Pedregal; porque en el dilema: la economía como fin,
que es la tesis del capitalismo, o el hombre, el derecho del trabajo proclama el primado del
segundo y de los valores humanos, de tal suerte, que el sistema económico que no pueda dar
satisfacción a las necesidades materiales y espirituales del pueblo, y así es el caso del capitalismo
ele la América Latina, debe ser sustituido con uno que pueda cumplir su misión; y porque ante
la vieja idea aristotélica dela proporción aritmética en las conmutaciones, levantó el principio
de que la finalidad suprema de la justicia es el hombre, con su exigencia de condiciones de
trabajo que aseguren en el presente y en el futuro un nivel decoroso para la familia, para su
dignidad, para su igualdad con todos los seres humanos y para su libertad real y no meramente
formal.
La Revolución nuestra, de la que hemos dicho los mexicanos un número incontable de veces que
es la primera Revolución social del siglo, fue el producto de una fuerza incontrolable de las clases
campesina y trabajadora, más de aquélla que de ésta, que despertaron del largo sueño que
padecieron durante los años del Porfiriato . De ese torbellino que regó con su sangre los campos
y tiñó de rojo los lagos y los ríos, y del que podría decirse con Rómulo Gallegos que el choque de
sus machetes con las bayonetas de los federales iluminaba las noches de las batallas, nació
primeramente la que también hemos llamado todos los mexicanos en otro número incontable
de veces, la primera Declaración de derechos sociales de la historia plasmada en los Artículos 27
y 123 de nuestra Carta Magna, y después, la Ley del trabajo del Estado de Veracruz, de 14 de
enero de 1918, que es asimismo la primera ley integral del trabajo de nuestro Continente, y más
tarde, la Ley federal del trabajo de 18 de agosto de 1931, una de las más completas de la cuarta
década del siglo. Pero el espíritu y la idea de la Revolución y del Congreso Constituyente yacen
petrificados en el panteón del olvido, vivos únicamente en el alma de un pueblo que se halla
rodeado de todo género de instrumentos represivos. En su lugar se ha instalado la dictadura
burguesa del capital mejor organizada de nuestra historia y quizá también de los años que
vivimos.
Alguien pensará que le falta constancia a nuestro pueblo, que se conforma con el triunfo de los
principios y renuncia a imponer su aplicación efectiva, o que tal vez pesa sobre nosotros una
especie de maleficio; en el VII Congreso Nacional de Sociología a que convocó el ilustre maestro
de esa disciplina don Luicio Mendieta y Núñez, comparamos la historia de las luchas políticas de
nuestro siglo XIX con el movimiento pendular de esos hermosos relojes de pared que existieron
en las casas de los abuelos, que iba del conservadurismo al liberalismo y de éste a aquél. Largos
años dilató el péndulo para recorrer el camino que condujo a la Revolución, y otro lapso más o
menos igual hasta la entrega del poder que hizo el presidente Cárdenas al general Ávila
Camacho. Se detuvo entonces el péndulo, no precisamente en un nuevo conservadurismo, sino
en el capitalismo egoísta, utilitarista y soberbio de les nouveaux riches, y así parece que
permanecerá por no sabemos cuántos años.
La circunstancia mexicana no es una excepción, sino la consecuencia natural y normal de una
organización capitalista: si partimos del principio de que la estructura económica de un pueblo
es la base sobre la que se levanta la vida social, y si ésta, consecuentemente, se compone de
una serie no definida de superestructuras: política jurídica, educacional, cultural, religiosa, ética,
etc., se llega al hecho de que el estado como superestructura de la economía lleva no solamente
el sello de ésta, sino que, además actúa en función de ella y para ella, o expresado en una
fórmula breve: el estado es el primero y mejor servidor de la estructura económica. A este
planteamiento teórico se agregan los datos de la historia: son muchos los que han puesto de
relieve que el tránsito Cárdenas-Ávila Camacho significó el enterramiento de los ideales
revolucionarios y el nacimiento de un neocapitalismo que día a día avanza hacia un fascismo
más o menos disfrazado.
El crecimiento colosal de la industria y el consecuente reforzamiento de la clase capitalista y la
proliferación creciente de las inversiones norteamericanas, nos han ligado a un sistema
económico y político al que no podemos ni pertenecer ni imitar, porque Norteamérica forma en
la historia, juntamente con Roma y el Imperio Inglés, la tríada de los pueblos explotadores sin
ningún escrúpulo ético, y porque, según la explicación de Markusse, constituye la sociedad
opulenta de nuestros días, en tanto nosotros somos una de las naciones más cruelmente
explotadas, y porque nuestras diferencias sociales internas, que nos salen al paso diariamente
en las ciudades de México, Monterrey o Tlalnepantla, hacen de la nuestra una de las sociedades
en donde los desniveles económicos son mayores, pues en tanto una minoría poseedora de la
riqueza vive con un boato más que asiático, una clase media al servicio de aquella, de la que
recibe una gratificación importante, conduce un tren de vida impresionante, y otra minoría que
integra una aristocracia obrera que mira exclusivamente hacia ella, y que es, por su espíritu
conservador, el apoyo mejor de la burguesía, ha elevado considerablemente sus niveles de vida,
la masa anónima de los campesinos y de los trabajadores continúa padeciendo su miseria
ancestral, sin participación alguna en el progreso económico y sin poder asomarse a los
beneficios de la cultura.
En una sociedad de ese tipo, la superestructura política tiene que ser un estado burgués, un
instrumento de apoyo incondicional al capital. Pero la burguesía mexicana conoce los defectos
y los errores que provocaron la caída del régimen del general Díaz y de los científicos; y sabe
también que el tercer mundo ha despertado de su letargo y que busca una coyuntura que le
permita poner fin a la explotación del hombre por el hombre, restituir a la justicia el cetro que
le arrebataron la propiedad privada y el capital, y poner otra vez en movimiento el péndulo de
la historia. De ahí el control de las fuerzas políticas al través del partido oficial, de los
gobernadores de los estados, de los presidentes municipales y de los líderes obreros; y de ahí
también la fuerza y los privilegios del ejército y la razón del sometimiento de los poderes
legislativo y judicial al ejecutivo; circunstancias que explican la formación y la fuerza del estado
burgués y su elevación a la categoría de las dictaduras.
Un análisis de la Constitución de 1917 y de la historia de su vigencia ratifica la tesis de la
dictadura de la burguesía: la Revolución y la Asamblea Constituyente se propusieron resolver,
con indudable buena fe, el problema de los campesinos, porque era la clase social que vivía y
continúa viviendo en gran parte, en condiciones inferiores a las de las bestias de carga y de tiro,
y proclamaron la idea del derecho del trabajo como los nuevos derechos humanos; ahí se
rompieron el individualismo y liberalismo puros de la Constitución ele 1857 y por vez primera
supo un orden jurídico de la existencia de la justicia social. Pero nuestra Carta Magna no
contiene ni un pensamiento ni una solución socialista, cuestiones que no se planteó la Asamblea,
ni es tampoco un ordenamiento que abra las válvulas para una transformación fundamental de
la vida social y de la económica: la reforma agraria del Artículo 27, plena de amor por la justicia
para la gente del campo, fue un historicismo hacia el pasado, pero dadas las circunstancias del
momento revolucionario, no miró hacia el futuro, ni podía hacerlo; y por otra parte, su
parcelamiento de la tierra sin el otorgamiento de crédito y de instrumentos de trabajo
suficientes, cuyas consecuencias inmediatas han sido la perpetuación de la miseria, no permite
el cultivo intensivo ni facilita la producción colectiva industrializada, únicos procedimientos
aptos para dar satisfacción a las exigencias de una población que crece vertiginosamente.
En vista de que la nueva Constitución privaba a los hacendados de sus tierras y limitaba la
posibilidad de explotación del trabajo por el capital, los poseedores de la tierra y de la riqueza
la combatieron con sus armas mejores. Sin embargo, al darse cuenta de que los dos estatutos,
el agrario y el de trabajo, eran irreversibles, se acomodó el capital a la nueva situación: burló la
reforma agraria y creó los nuevos latifundios, cuya existencia ya no ha podido ocultarse, se volcó
sobre la industria y el comercio y muchas veces, con el apoyo de las autoridades y
frecuentemente con el de los sindicatos, violó sistemáticamente, y continúa haciéndolo, las
instituciones y normas del derecho del trabajo. Es de verdad conmovedor contemplar a la
burguesía tremolar el estandarte de la Constitución, pues sabe que una nueva revolución o una
nueva asamblea constituyente, pondría fin a su reinado. Es llegado el tiempo de afirmar que la
Constitución, la primera y más adelantada de la segunda década del siglo, se ha convertido en
el icono de los años en el baluarte de la burguesía, y lo que es aún más grave, ha devenido, en
labios de los poseedores del poder, un estatuto inmutable, cerrado a la historia y a las nuevas
exigencias delos pueblos.
En ese ambiente nació la idea de un derecho del trabajo nuevo, un testimonio de que aún hay
hombres que conservan la fe y viven en la esperanza de que algún día los decretos de Hidalgo
aboliendo la esclavitud, la de los esclavos declarados así por las leyes, a los que llamaremos los
esclavos del derecho, y la de los campesinos y trabajadores de los siglos pasados y de nuestros
días, a los que nombraremos los esclavos de los poseedores de la tierra y de la riqueza y la
conciencia de Morelos expresada en los Sentimientos de la Nación Mexicana y más tarde el
pensamiento de Ramírez en el Constituyente de 1857 y el de Victoria en el de 1917, harán brillar
otra vez a la justicia. Un derecho nuevo, porque está hecho para el hombre sintierra y sin
riqueza, y porque persigue el propósito doble de que se respeten su libertad y su dignidad y se
creen condiciones que aseguren su vida, su salud y un nivel económico decoroso. Un derecho
nuevo, cuya razón afloró desde hace ya bastante tiempo, al releer los anales del debate
memorable de aquel diciembre de mil novecientos dieciséis, porque ahí se aparece, detrás de
cada frase, una idea ardiente, la que también se presentará en el fondo de cada una de las
disposiciones de la Ley nueva a quienes sientan y amen a la justicia para el presente y más aún
para el futuro: el derecho del trabajo nuevo, en la parte que denominaremos en las páginas de
este libro el derecho individual del trabajo está lleno de una primera finalidad, de naturaleza
inmediata, que es un colocar al trabajador, en el momento actual, dentro de la fórmula de la
justicia nueva, quiere decir, al darle por su trabajo prestaciones según las necesidades de la
época que vivimos, pero no permaneció el derecho nuevo en el propósito de una vida más
humana en el presente, sino que ofreció a la clase trabajadora, en lo que será el derecho
colectivo del trabajo, una congerie de principios e instituciones que aseguran su libre
organización y su esfuerzo para realizar desde luego, claro está, la finalidad inmediata, pero que,
al mismo tiempo, la capacitan para luchar por una sociedad nueva, una finalidad mediata; que
es sin embargo una urgencia día a día más fuerte, un imperativo inaplazable para estos últimos
años del siglo, que si ha sido uno de los más crueles y turbios de la historia, dispone todavía de
suficiente tiempo para conquistar su redención.
El derecho de la Ley de 1970 no es un derecho de una sociedad y de una constitución socialista,
porque no lo son ni la sociedad nuestra ni la Carta Magna de 1917, porqué vivimos en una
sociedad de clases sociales y porque es una ley que parte del hecho de una lucha del trabajo
para arrancar al capital un tratamiento entre iguales, más humano y más justo. Pero es no
obstante la expresión de una idea nueva, porque no se propone apuntalar el sistema capitalista,
sino que, al contrario, al garantizar las libertades de sindicación y de huelga, con una amplitud
que nunca habían tenido y al ratificar la supresión dela norma que prohibía a los sindicatos
intervenir en la vida política, puso en sus manos el problema de las estructuras futuras y de un
mundo mejor.
Las normas jurídicas son una fuerza ética entregada por el pueblo a la conciencia de los hombres
para la justicia en la vida social; y su aplicación, cuando son incumplidas, corresponde a los
titulares de los derechos y a los órganos del estado, a los primeros, como el deber de exigir su
cumplimiento, porque, quien consiente en la burla de su derecho, principia a tener alma de
esclavo, y a los segundos, porque cuando tienen el deber de actuar, bien por propio impulso o
cuando se demanda su intervención para reparar la violación, son los titulares de una facultad,
de la cual, porque son también los titulares del poder estatal, pueden usar, bien para imponer
la justicia del derecho hablamos de la justicia del derecho porque la justicia humana es
inasequible en los sistemas que propician la explotación del hombre por el hombre bien para
conducir al estado, mediante el disimulo o las interpretaciones aberrantes, a la destrucción de
esa justicia del derecho. Ignoramos la suerte del derecho nuevo, pero la fuerza creciente del
capital y su dominio cada vez mayor de la vida política nacional, oscurecen el porvenir; al estado
le toca decidir entre la justicia del derecho y el poder del capital y al movimiento obrero actuaren
defensa de los valores jurídicos y humanos o entregarse cada vez más al capital. De ahí la
conveniencia y la necesidad de señalar algunos de los grandes interrogantes que o están en
espera de una solución o se encuentran listos para entrar en escena, porque su solución habrá
de indicarnos lo que podemos esperar del mañana.
Los salarios mínimos son la expresión primera de una justicia mínima, pero corre el rumor por
la República, particularmente del centro hacia el sur, de que sus montos no se respetan en los
pequeños talleres, en las fondas, en los cafés y en los restaurantes de categorías inferiores, y
concretamente en los dirigidos por extranjeros de ciertos tipos cuya falta de escrúpulos es
proverbial en la historia. Y se extiende el rumor, hasta convertirse .en un grito angustioso, al
trabajo a domicilio y a los trabajadores domésticos. Y no hablamos del salario mínimo del campo,
porque se encoge el corazón. ¿Se interesarán algún día el estado o el movimiento obrero por
estos seres humanos? ¿Vigilará algún día la Inspección del trabajo la aplicación de las normas?
Las normas legales de 1962 para la participación de los trabajadores en las utilidades de las
empresas provocaron admiración no solamente en los círculos nacionales, sino también en el
extranjero. Una euforia grande recorrió todos los centros de trabajo del país, que esperaban con
ansiedad la resolución de la Comisión nacional. Se dictó el día 13 de diciembre de 1963, e hizo
crecer la euforia, porque en ella se habla de un porcentaje obrero de un veinte por ciento sobre
la utilidad gravable. Pero la resolución fue una trampa puesta a la Constitución y a la Ley por los
ingeniosos cazadores miembros de la Comisión. Ya tendremos oportunidad de exponer las
violaciones constitucionales, incomprensiblemente patrocinadas por los representantes
gubernamentales y aprobadas por los líderes obreros. La Comisión redactora del proyecto que
sirvió de base a la Ley nueva se dio cuenta de la inconstitucionalidad. de la resolución, por lo que
reformó las disposiciones de 1962. Ahora bien, esta contradicción entre la Ley nueva y la vieja
es el fundamento para que los trabajadores soliciten la revisión del porcentaje y para que la
Secretaría del Trabajo, con esa solicitud o por impulso propio, para lo que está facultada
expresamente por la Ley, inicie el procedimiento, pero, en aplicación de una fórmula que
empleamos en un capítulo de este libro, ¿doblarán la rodilla los representantes obreros y
gubernamentales delante de los mandatos del capital? ¿Dejarán correr el tiempo? ¿Hasta
cuándo?
Muchas veces hemos dicho que la Declaración de derechos sociales de 1917 está dotada de una
fuerza expansiva poderosa y bella, lo primero, porque en ella está encerrado el torrente de la
Revolución, ylo segundo, porque está al servicio de la justicia para todos aquellos que según los
manuscritos de juventud de Marx, viven enajenados en un trabajo para otro. Son muchas las
batallas que ha librado el derecho del trabajo: la del trabajo intelectual de los médicos de los
hospitales, el de los ingenieros y químicos, y en general, el de los universitarios y técnicos. De
perfiles hermosos fue la batalla por los choferes de taxis y camiones, definitivamente resuelta
por la Ley nueva. Las instituciones de seguros usaron de todas las armas, incluida la
tergiversación de los textos legales, pero se estrellaron ante la Comisión yante los poderes
ejecutivo y legislativo. Otra gran batalla fue la de los trabajadores de la propina, pero sus frutos,
al igual que los de los salarios mínimos, no han podido extenderse a los cafés y cantinas del bajo
mundo.
No podemos recorrer la gama de las batallas, pero tenemos que mencionar una más, la de los
trabajadores bancarios, porque el derecho del trabajo llora lágrimas de sangre ante la derrota
de la justicia social y del orden jurídico positivo: el viernes catorce de junio del año en curso,
apareció un llamado pliego de peticiones presentado por los empleados de las instituciones de
crédito al Presidente de la República y al Secretario de Hacienda, publicado a plana entera de la
prensa diaria, en el que seis personas, que aparecen como empleados de otras tantas
instituciones de crédito, hacen renuncia expresa de su dignidad, porque así ocurre con quien
renuncia a exigir el cumplimiento de sus derechos como personas humanas y de los principios
dela Declaración constitucional de los derechos sociales del trabajo; no merecían esos seres
humanos que su nombre pasara a la historia delas luchas del trabajo como sinónimo de alma de
esclavos. Unos días después, el Secretario de Hacienda anunció que treinta y tres mil empleados
bancarios, en un acto democrático sin precedente, espontánea y libremente así debió ser,
porque según el Secretario de Hacienda, la amenaza del despido masivo, que ya había
principiado a ejecutarse por alguna institución bancaria de naturaleza oficial; apoyada en el
llamado Reglamento de los empleados bancarios, que además de haberse expedido con
violación de los mandamientos constitucionales y de estar derogado por, la Ley nueva, deja en
manos del Secretario de Hacienda la facultad de decidir si la negativa a firmar aquel pliego de
treinta y tres mil personas, no suprimía la espontaneidad habían ratificado la renuncia de su
libertad y de su dignidad y que únicamente pedían del Presidente de la República les otorgara
graciosamente algunos pocos beneficios. El viernes catorce de julio, aniversario de la fecha en
la que el pueblo francés recuperó su libertad y sea dueño de la Bastilla, aparecieron en el Diario
Oficial, en un nuevo olvido de la existencia de la Constitución, la increíble ratificación del
Reglamento de los empleados bancarios y las donaciones del poder ejecutivo, que enterraron
los sueños de libertad y dignidad de los trabajadores. Los acontecimientos relatados ocurrieron
cuando estaba ya concluida la impresión de este libro; todo lo que decimos en el capítulo
cuarenta y cuatro permanece intacto y nada tenemos que agregar, y no podríamos hacerlo,
porque el espíritu se niega a creer que sea verdad la ratificación de un acto para el que ya no
existen calificativos, y porque la pluma se niega a manchar la blancura de las hojas de papel y
porque éste repele lo que sobre él se intenta escribir. Solamente diremos que estos
acontecimientos revelan la exactitud dela utilización de la letrilla de don Francisco de Quevedo
y Villegas, que usamos en el citado capítulo cuarenta y cuatro: el poderoso caballero que es don
Dinero mostró que en todo tiempo es capaz de quebrantar los fueros de la justicia. No soplan
sobre las Juntas de Conciliación y Arbitraje Federal y Local del Distrito Federal, los vientos puros
y renovadores de la primavera; a) La Ley nueva, en concordancia con la de 1931, y una y otra en
aplicación del Artículo 123, concibieron a las Juntas de Conciliación y Arbitraje como tribunales
de equidad, porque así lo exigía la naturaleza del derecho del trabajo. De esta idea surgieron: la
integración de las Juntas con representantes de las clases sociales; un procedimiento ajeno a los
formalismos; la libertad para el ofrecimiento de las pruebas; el principio de que las normas de
trabajo deben interpretarse en función de su finalidad, que es la justicia social; y la norma que
previene que los laudos se dictarán a verdad sabida, entre otras ideas. Para que pudieran
convertirse en realidad la naturaleza de las Juntas y los principios del derecho procesal, la Ley
colocó al auxiliar en el centro de la actividad: dirige las audiencias, presencia la recepción de las
pruebas, aspecto de su actuar que constituye la base para su apreciación en conciencia,
apreciación que entrega a los representantes del trabajo, del capital y del gobierno, en el
dictamen que debe formular; en uno de sus párrafos, la Exposición de motivos de la Ley encarga
al auxiliar, que es la persona destinada a dirigir el proceso, la educación del dictamen o proyecto
de resolución; y así lo expresa también la Ley en alguno de sus preceptos. Pues bien, las Juntas
Federal y Local, haciendo a un lado el orden jerárquico delas normas, pasaron sobre las
disposiciones expresas de la Ley (ver art. 771) y decidieron, la primera de hecho y la segunda en
un reglamento interior, que no serían los auxiliares quienes formularían los dictámenes, sino
una llamada sección de dictaminadores, formada con un personal que no guarda relación con
las diferentes etapas del proceso. Nos encontramos en presencia de la negación más radical de
la naturaleza de las juntas, cuyo resultado ha sido convertir al proceso de trabajo en algo más
muerto y más frío que el proceso civil, porque en éste, los secretarios de los juzgados y tribunales
actúan en contacto diario con los expedientes, en tanto los dictaminadores reciben un manojo
de hojas de papel muertas: ¿cómo podrán esos señores decirla impresión que produjeron sobre
sus conciencias las declaraciones de los testigos? Estamos así ante la violación de la formalidad
central y fundamental del proceso, que abre las puertas al juicio de amparo. Para disculparse,
alguien nos dijo que el volumen de negocios era muy grande, por lo que el auxiliar no dispondría
de tiempo para formular los dictámenes; pero respondimos que el art. 611 impone a la autoridad
la obligación de que en cada Junta se establezca un número suficiente de auxiliares a fin de que
la administración de justicia sea pronta y expedita". ¿Cuál puede ser la razón para que los
gobiernos, desentendiendo el clamor de la opinión pública, no se decidan a resolver el problema
angustioso de la administración de justicia? b) Tenemos que ocuparnos de una segunda cuestión
porque su trascendencia para el futuro de las juntas es todavía imprevisible; se refiere a la
estructura de las Juntas y a la posición del presidente y de los presidentes de las juntas
especiales: la Ley recogió una división tradicional de los conflictos en colectivos e individuales y
encomendó el conocimiento y resolución de los primeros al presidente de la Junta y a los
respectivos representantes del trabajo y del capital, en tanto los segundos se encargaron a las
juntas especiales, integradas con un presidente y con dos representantes, uno del trabajo y otro
del capital.
Pues bien, las juntas especiales y su presidente, en todo lo que se relaciona con los asuntos de
su competencia, son absolutamente independientes del presidente de la Junta, quien no tiene
facultad alguna para ordenar la forma como han de tramitarse los conflictos o el sentido de las
resoluciones o laudos; a efecto de asegurar esta independencia, se determinó .en la Ley que los
presidentes serian designados cada seis años por el Secretario del Trabajo, lapso durante el cual
sólo pueden ser destituidos por las causas señaladas expresa y limitativamente en la Ley. Sin
embargo, es frecuente que el presidente de la Junta, atribuyéndose facultades de que carece y
en contradicción con los mandamientos de la Ley, considere a los presidentes de las juntas
especiales como sus subordinados y pretenda imponerles su criterio para la tramitación y fallo
de los negocios. Esa intervención degrada a los presidentes de las Juntas especiales, les hace
perder su dignidad y corrompe a la administración de justicia, porque, ¿quién garantiza que
aquél que pretende imponer su criterio a jueces independientes con violación de las normas
legales, no obedece a intereses inconfesables o a recomendaciones u órdenes superiores? ¿Es
imaginable que el Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación intentara imponer su
criterio a los ministros de las salas? ¿Puede aceptarse que el Presidente del Tribunal Superior de
Justicia adopte esa conducta respecto de los magistrados de las salas y de los jueces civiles y
penales? Queda un camino: que los presidentes de las juntas especiales hagan respetar su
investidura, pero ¿será pedirles demasiado? Y si no la hacen respetar ¿serán dignos del puesto?
El tratamiento que se otorgue al trabajo y el respeto que se tenga a su estatuto jurídico, son uno
de los grandes temas de nuestro tiempo, de nuestro país y de la humanidad. Al pensar en la
aplicación de la Ley nueva, vienen a nuestra memoria las palabras de José Martí: "Así como los
jueces debieran vivir un mes como penados en los presidios y cárceles para conocer las causas
reales y hondas del crimen, y dictar sentencias justas, así los que deseen hablar con juicio sobre
la condición de los obreros, deben apearse a ellos y conocer de cerca su miseria." La historia es
inexorable y no se ha detenido nunca; en la marcha de los siglos, los hombres, los pueblo:, y la
humanidad han encontrado siempre los caminos para superar su crisis. La que vivimos tiene una
característica especial: es la lucha del hombre contra el capital, de los sin tierra y sin riqueza en
contra de los poseedores de la tierra y de la riqueza, de la miseria contra la opulencia. El mismo
Martí pronunció la sentencia del futuro: "El trabajo, el gigante Atlas de la leyenda griega, se está
cansando de llevar a cuestas el mundo, y parece decidido a sacudírselo de los hombros, y busca
modo de andar sin tantos sudores por la vida."
PRÓLOGO
A LA SEGUNDA EDICIÓN
Desde hace varios años, el mundo occidental sufre los efectos dela más grave de las crisis que
son cíclicamente esenciales al imperialismo del sistema capitalista, y cuya causa radica en el
principio mismo del capitalismo, que es una economía de lucro en beneficio de la clase
poseedora de la tierra y de la riqueza, de una minoría titular del poder político y castrense al que
usa para imponer el mito del derecho sagrado de su propiedad privada y la consecuente
posibilidad de explotar a los sin tierra y sin riqueza. Lenin demostró en el libro: El imperialismo
(etapa superior del capitalismo) publicado en Rusia a principios de 1917, que el capitalismo
individualista y liberal se había transformado en un capitalismo nacional e imperialista, que se
fijó como meta la conquista de los mercados internacionales y la explotación de los pueblos
débiles, meta en la que debe rastrearse la razón verdadera dé la primera y de la segunda guerras,
pues el asesinato del príncipe heredero de la corona austrohúngara en 1914no fue sino un
simple pretexto. En un párrafo preciso del tomo tercero de sus apuntes (pág. 5 de la edición de
la UNAM de 1973), el ex-presidente Cárdenas señaló el peligro del imperialismo:
Desde el año de 1957 en que el general Cárdenas escribió las palabras transcritas, la crisis
mundial ha seguido una marcha ascendente, de la que nadie puede predecir su fin. Los hombres
estamos conscientes de la necesidad de un cambio del sistema, o por lo menos, de la adopción
de medidas que eviten el abatimiento de la producción delos artículos de consumo, el alza en el
costo de la vida, la disminución del poder adquisitivo del salario, la presencia del flagelo del
desempleo, y el peligro de una guerra atómica de consecuencias incalculables para la
supervivencia del hombre de nuestro planeta. Pero ningún indicio permite esperar, ya no la
sustitución del sistema capitalista por otro más racional y más justo, sino siquiera la adopción
de un mínimo de seguridad internacional y social y de la mejor distribución de los beneficios de
la economía. Una desesperanza que se funda en la consideración de que los hombres, que somos
más espíritu que fuerza material, nos hallamos desarmados ante el poder que proporciona el
acaparamiento de los elementos de la producción, y sobre todo, delante de los más poderosos
ejércitos que la humanidad hubiera podido concebir, Julio Verne pudo anunciar el vuelo a la
Cima y el recorrido submarino del Nautilus, pero no pudo imaginar la impotencia de los hombres
frente a los tanques y las bombas atómicas.
La Revolución de 1910 representó en su tiempo el pensamiento constitucional más progresista,
y durante las dos décadas siguientes produjo múltiples beneficios para los campesinos y
trabajadores, pero los historiadores y politólogos están de acuerdo en que en el año de 1940, el
Presidente Ávila Camacho inauguró la era contra revolucionaria; uno tras otro se desdibujaron
y desvirtuaron los beneficios de la lucha y del nuevo derecho creado en la Carta Magna de
Querétaro, el fracaso de la reforma agraria, que mantiene en condiciones infrahumanas a
millones de ejidatarios y campesinos y la ausencia de un propósito para poner un remedio
mediante una nueva solución, aunado a la acción de la corrompida burocracia encargada de
aplicar las leyes del campo y el nuevo latifundismo, son los elementos en los que debe verse,
como dice Felix Greene en el libro de la Editorial Siglo XXI: El enemigo, lo que todo
latinoamericano debe saber del imperialismo, uno de los aspectos más duros de la violencia del
capital contra la gente del campo. Por otra parte, la teoría empresarial y gubernamental de la
colaboración de las clases para el bien de la nación, que era la tesis del fascismo, se ha logrado
merced a la subordinación del movimiento obrero, que se manifiesta, entre otros datos, en el
abandono de la idea de una sociedad sin clases puede consultarse como típico el Estatuto del
sindicato de trabajadores petroleros de la República mexicana, lo que implica la renuncia a la
desenajenación del trabajo frente al capital y la consecuente perpetuación de la explotación del
hombre por el hombre. En la falta de una solución para el problema agrario y en la tesis de la
colaboración de las clases para provecho del capital, ha de buscarse la razón delas inquietudes,
de las protestas y de la respuesta del hombre a la violencia.
No escapó el derecho del trabajo a la acción contrarrevolucionaria, la subordinación del
movimiento obrero a que acabamos de referirnos fue el paso más grave; el segundo está
formado por las reformas a la Ley del trabajo de 1931: la mutilación del derecho de huelga, la
introducción ele los delitos de disolución social al derecho del trabajo y el encarcelamiento de
diversos líderes independientes, las decisiones de la Junta Federal de Conciliación y Arbitraje
que declararon inexistentes las huelgas inventando causales que no existían en la ley y la
jurisprudencia civilista de la Suprema Corte de Justicia de la Nación que destruyó la
interpretación genuina que votó la Sala del Trabajo de 1940. Y sin embargo, el Artículo 123
resultó ser la norma más fuerte de nuestra Constitución: en el año de 1970, después de un
proceso de elaboración que se explica en el curso de este libro, se expidió la nueva Ley Federal
del Trabajo, que regresó a los principios de la Declaración de derechos y contempló con mayor
pureza la idea de la justicia social.
Todo parecía indicar que la Ley nueva contribuiría en forma eficaz a un desenvolvimiento
ascendente del derecho del trabajo y la consecuente beneficio de la clase trabajadora. Pero llegó
a nuestras manos el Informe de labores de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, en el que
hemos leído con asombro que la Cuarta Sala no solamente ha olvidado la esencia, los principios
y las finalidades de la Declamación de derechos sociales de 1917, sino que se ha dado el lujo de
sustituir las disposiciones de la Ley nueva con las de la Ley derogada de 1931, tal el caso de las
prestaciones que integran el salario de declarar inaplicable una norma por las molestias que
ocasiona a las empresas, así la obligación impuesta al patrono de informar al trabajador de la
causa del despido, a efecto de que pueda preparar su defensa y de inventar una teoría de la
prueba en oposición a disposiciones expresas de la Ley nueva, entre otros aspectos. El análisis
detallado de las sentencias de la Cuarta Sala lo reservamos para el apéndice de esta segunda
edición.
Dos hechos, independientemente de algunas deficiencias que puedan encontrarse en ellos,
alegran no obstante la marcha ascendente del derecho del trabajo: el rock and roll de los precios,
que aún no concluye, consecuencia del fracaso general del sistema capitalista, que
necesariamente se reflejó entre nosotros, agravado por circunstancias propias, provocó una
disminución considerable en el poder adquisitivo de los salarios. El movimiento obrero, que
contó con la simpatía del gobierno, planteó la necesidad de que se acordara un aumento general
a los salarios, que compensara su devaluación y amenazó continua huelga general. Corrió la
proposición de que el Congreso federal, en uso de su facultad de dictar leyes sobre el trabajo,
como una medida de defensa del principio de que el salario debe ser remunerador, característica
que evidentemente se había perdido, decretar un aumento general, proporcionado a la
elevación en el costo de la vida; una solución que está dentro del espíritu programático y
dinámico del Artículo 123, pero el gobierno prefirió el camino de una solución negociada entre
el trabajo y el capital. El cuatro de septiembre, el Presidente de la República en una iniciativa al
Congreso, en la que propuso se autorizara a la Comisión Nacional de los Salarios Mínimos para
que fijara el porcentaje de aumento, que regiría hasta que entraran en vigor los nuevos salarios
mínimos al concluir el año. Aprobada la iniciativa por el Congreso, los representantes del trabajo
y del capital, por acuerdo unánime, acordaron el catorce del mismo mes de septiembre un
aumento del dieciocho por ciento.
El movimiento obrero y las autoridades del trabajo se dieron cuenta de que la solución era
incompleta, ya que únicamente se extendía a los salarios mínimos, por lo que era indispensable
una segunda medida que fijara un aumento general para los salarios superiores. De conformidad
con la política adoptada por el régimen, la Secretaría del Trabajo convocó a los representantes
de las organizaciones de trabajadores y patronos; la asamblea comprendió que no tenía
facultades para decretar el aumento, pero convino en que se firmara un convenio
recomendando a todos los patronos de la República aceptaran un aumento de un veinte por
ciento hasta un salario tope de cuatro mil quinientos pesos y a partir de esta cifra un aumento
único de novecientos pesos mensuales.
La segunda medida posee una trascendencia que aún no ha sido relevada suficientemente: El
30 de diciembre último, el Congreso de la Unión dictó un decreto reformatorio de diversas
disposiciones de la Ley del trabajo, cuyo principio fundamental se presentó como una adición al
art. 90.
El art. 103 de la Ley autorizó la creación, por convenio entre trabajadores y patronos de
almacenes y tiendas en los que se expenda ropa, comestibles y artículos para el hogar, y adoptó
un grupo de precauciones para evitar que estos economatos se convirtieran en nuevas tiendas
de raya, disposiciones que se comentan en el capítulo respectivo; el decreto de diciembre
precisó que esos almacenes y tiendas podrían crearse para una o varias empresas. La adición al
art. 90presupone una forma de financiamiento que haga posible su puesta en obra; así lo
entendió el Congreso federal, por lo que en el art. 103 consignó la base para la creación de un
Fondo de fomento y garantía para el consumo de los trabajadores, El ejecutivo federal
reglamentará la forma y términos en que se establecerá un Fondo de fomento y garantía para
el consumo de los trabajadores, que otorgará financiamiento para la operación de los almacenes
y tiendas a que se refiere el artículo anterior y garantizados, asimismo créditos institucionales,
baratos y oportunos, para la adquisición de bienes y el pago de servicios por parte de los
trabajadores:
Por último, las reformas a los arts. 97 y 110 aceptaron los descuentos a los salarios para el pago
de los créditos que se otorguen a los trabajadores, siempre que sean aceptados libremente y no
excedan mensualmente del diez por ciento del monto de los salarios mínimos y del veinte de los
superiores. Antes de referirnos a la trascendencia de la idea, dedicamos unas líneas a señalar lo
que consideramos sus deficiencias técnicas y su posible oposición a los mandatos de la Carta
Magna: a) La norma básica se encuentra mal colocada en el art. 90, lo que significa falta de
técnica legislativa: primeramente, porque es una medida de protección al salario y no una
disposición complementaria del concepto de salario mínimo; y en segundo, porque no se limita
a él, sino que se aplica a todos los salarios, cuestión sobre la que no puede existir duda, toda vez
que el art. 103 bis tiene un sentido general y el 110autoriza los descuentos para los salarios
superiores al mínimo; b) Nos preocupa grandemente la autorización para que operen
descuentos sobre el salario mínimo, porque la frac. VIII del apartado "A" del Artículo 123 dice
que "el salario mínimo quedará exceptuado de embargo, compensación o descuento". Es
inquietante que el poder legislativo pase tan fácilmente un vicio de inconstitucionalidad. Es
cierto que la Ley aceptó dos posibilidades, pero ambas están contenidas en el mismo Artículo
123: concierne la primera a las pensiones alimenticias en favor de la esposa, hijos, ascendientes
y nietos, la que se funda en que el salario mínimo, de conformidad con la frac. VI del precepto
constitucional, posee un carácter familiar; la segunda se relaciona con el pago de pensiones para
la adquisición de habitaciones, de conformidad con Jo dispuesto en la frac. XII del mismo
precepto. Además; las leyes de 1931 y 1970 no admitieron los descuentos ni siquiera por deudas
contraídas con la empresa por errores, pérdidas, averías o compra de artículos elaborados por
ella; y si lo autorizaron para los salarios superiores, dispusieron que el mínimo permaneciera
intocable; e) El endeudamiento de los trabajadores de salario mínimo reviste aspectos de suma
gravedad, y fue el origen y el odio hacia las tiendas de raya. El peligro crece por cuanto la reforma
no fijó un límite máximo para el monto de los créditos y porque los autoriza para el pago de
servicios, ¿de enseñanza?, ¿de médico?¿o de abogado? d) Creemos que la solución prudente
debió ir más al fondo del problema, mediante la multiplicación de almacenes y tiendas
populares, la extensión de la seguridad social a los lugares a donde aún no llega y la organización
de un servicio social de abogacía suficiente; e) La ausencia de límites al monto de los créditos es
asimismo motivo de preocupación respecto de los trabajadores de salario superior al mínimo,
porque el endeudamiento es una forma de enajenación ele los ingresos, que son, en la mayoría
de los casos, el patrimonio único del trabajador y la fuente para la vida de la familia.
La Ley de 1931 y la vigente, acabamos de decirlo, autorizaron los descuentos por
responsabilidades contraídas con las empresas o por adquisición de artículos producidos por las
mismas, pero su monto no podía ser mayor del importe del salario de un mes. Llegamos a la
cuestión fundamental: la reforma de 1973 es una complementación magnífica de la idea del
derecho del trabajo propuesta por la Ley de 1970: en el capítulo que se titula H una nueva idea
del derecho del trabajo, decimos que la Declaración de derechos sociales y la Ley nueva "ya no
pueden concebirse como normas reguladoras de un intercambio de prestaciones patrimoniales,
sino como el estatuto que la clase trabajadora impuso en la Constitución para definir su posición
frente al capital y fijar los beneficios mínimos que deben corresponderle por la prestación de
sus servicios". Pues bien, la reforma de 1973 justifica plenamente esta tesis y precisa una idea
que flotaba en la Ley de 1970, consistente en que la legislación del trabajo no se halla limitada
a las cuestiones jurídicas, sino que su propósito esencial consiste en asegurar a los trabajadores
una existencia decorosa efectiva en la vida real y no meramente formal, aseguramiento que no
se basa en la relación trabajo-capital, sino más allá, en la relación entre el salario y los precios
de los satisfactores necesarios vivienda y artículos de consumo, entre otros indispensables a la
vida del hombre, o con otras palabras, la reforma penetra en la relación productos de la industria
y su distribución por el comercio, a fin de asegurar la efectividad del salario quiere decir, la
defensa de su poder adquisitivo o todavía, convertir en realidad la idea de que el salario debe
ser suficiente para satisfacer holgadamente los requerimientos económicos de una existencia
decorosa. Los elementos principales de esta nueva acción del derecho del trabajo son: la
creación, sobre todo el territorio nacional, de economatos –ya existían en la versión original de
la Ley nueva- en los que se expendan los satisfactores a precios baratos, y el establecimiento de
instituciones financieras que proporcionen créditos a interés reducido.
Propuesto así el problema, la Ley de 1970 adquiere una dimensión doble, jurídica y económica:
la primera le sirve para determinarlos derechos mínimos de los trabajadores, susceptibles
siempre de elevación y las prestaciones y beneficios que han de recibir por su trabajo; en tanto
la segunda le servirá para actuar en la vida económica y operar la efectividad de las disposiciones
jurídicas. Esta segunda dimensión, a su vez, conduce a un enriquecimiento de la intervención
del estado sobre la realidad económica, por cuanto va a penetrar en la relación salario-precios,
a efecto de que el aumento o alza de éstos, no redunde en perjuicio de aquellos.
Por otra parte, si como lo deseamos y esperamos, la intervención pública es suficientemente
amplia, nos encontraremos en presencia de un principio de socialización del comercio: la
proliferación de los economatos, al extenderse sobre todo el territorio nacional y para todos los
trabajadores, permitirá una concentración de los productos de consumo, que habrán de
adquirirse directamente de los industriales, de los ganaderos y de los agricultores, para
venderlos al precio de costo, aumentado con el porcentaje indispensable para los gastos de
organización, transporte y distribución.
Concluimos con un apunte para una posible terminación de la danza de los precios: valiosa sin
duda la elevación de los salarios, se trata de una solución transitoria que ni ha resuelto
satisfactoriamente el problema, ni ha impedido su repetición y agravación, lo primero, porque
la elevación de los salarios fue inferior al alza de los precios, y lo segundo, porque los precios
continúan su ascenso. Pensamos, en consecuencia, que es urgente que la Secretaría del Trabajo
prepare un proyecto para llevar a la Ley, a la mayor brevedad posible, el principio de la escala
móvil de los salarios, que a la vez que restablecería permanente y automáticamente el equilibrio
entre los salarios y los precios, mostraría a los empresarios la inutilidad de una política
inflacionaria y los exhibiría como los responsables ele la perturbación de la paz social.
El año próximo pasado presenció una de las crisis económicas más aberrantes de nuestra
historia: durante muchos años, aquí y en el extranjero, se exaltó el llamado milagro mexicano,
al que se hacía consistir en el desarrollo acelerado de la economía nacional, cuyo índice de
crecimiento superaba en ocasiones al de los países más adelantados del mundo: el peso, cuya
paridad de doce cincuenta con el dólar permanecía invariable desde hada veintidós años, subió
a la categoría de las monedas fuertes, recomendadas para las transacciones del comercio
internacional; el turismo mexicano derrochaba dinero en cantidades frecuentemente mayores
de las que gastaba el que venía a nuestro país; y la zona rosa de la Ciudad de México
deslumbraba con el boato,. no siempre de buen gusto, de sus restaurantes y cafeterías y con la
brillantez y lujo de sus aparadores, pero también con el número enorme de sus hippies viciosos.
La noche del treinta de agosto, en la que el director del Banco de México, por sí y ante sí, sin
apoyo constitucional alguno, decretó la flotación de la moneda, derrumbó aquel castillo de
naipes y puso de relieve que la burguesía y las ex-burocracias irresponsables, habían creado una
tela de araña de mentiras, detrás de la cual ocultaron la más cruel explotación de las clases sin-
tierra-y-sin-riqueza. Lo único que pudo lograr. el movimiento obrero frente al aumento
acelerado del costo de la vida y la pérdida colosal del poder adquisitivo de los salarios, fue poner
un parche al desequilibrio social, consistente en un aumento mezquino de los salarios mínimos,
y en la recomendación para que se concediera un beneficio equivalente a los trabajadores de
salarios superiores. En. esas condiciones, los meses finales del año no fueron favorables al
progreso del derecho del trabajo.
Una iniciativa de los diputados obreros para suprimir el desafortunado artículo quinto
transitorio que introdujo el poder legislativo en el año de 1969 al discutir el proyecto de la nueva
ley federal del trabajo, disposición que limitó, hasta casi suprimir, los beneficios que otorgó la
prima de antigüedad, creada por la comisión redactora del proyecto en el artículo 162, iniciativa
que, además, aumentaba de doce a quince días de salario el monto anual de la prima y la
extendía a los trabajadores que se separaran voluntariamente del trabajo, cualquiera fuese su
antigüedad, aprobada por la Cámara de diputados, no pudo ser estudiada por el Senado. El
derecho del trabajo espera, no sin cierta inquietud, la reanudación del debate en septiembre de
este año.
En el mes de diciembre, un rayo de luz despertó las ilusiones de los trabajadores de salario
mínimo: la prensa anunció que la Secretaría de Hacienda se proponía exceptuar del pago del
impuesto sobre la renta a los trabajadores cuyos ingresos fueran inferiores al doble del salario
mínimo de la respectiva zona: al recibirse en la Cámara de diputados el proyecto de reformas a
la ley, se observó que la noticia era falsa. Sin embargo, sí hubo una reducción considerable en la
tasa del impuesto, lo que el derecho del trabajo no puede menos de aplaudir. Pero las graves
violaciones constitucionales que señalamos desde la primera edición de este libro en el capítulo
sobre el salario mínimo, permanecen intocadas.
En la oposición capital-trabajo se produjo desde hace varios meses un enfrentamiento violento,
cuando el primero, una vez más, usó todas sus armas para negar la universalidad del derecho
del trabajo, al desconocer la condición de los trabajadores de confianza. Quienes actúan de esta
manera, olvidaron leer la Exposición de motivos de la Ley, que dice, en su apartado segundo,
que "los trabajadores de confianza son trabajadores, según lo indica su nombre, lo que quiere,
decir que están protegidos por la legislación del trabajo, con las modalidades que impone su
naturaleza". En cumplimiento de este principio, la Ley contiene en su título sexto, trabajos
especiales,· un capítulo sobre estos trabajadores, y nada hay en él que limite los derechos de
sindicación, negociación y contratación colectivas y huelga, porque ninguna ley puede, ya no
suprimir, sino siquiera restringir los derechos constitucionales. El respeto irrestricto de nuestro
Artículo 123 contribuirá a despertar la confianza del pueblo en la idea de que en los próximos
años viviremos un régimen de derecho.
La bibliografía de nuestra disciplina se enriquece con la publicación del volumen segundo de la
obra del distinguido maestro de la Facultad de Derecho de la UNAM Néstor de Buen L., Derecho
del trabajo. ¡Qué bueno que nuestros juristas estén haciendo justicia, en forma brillante, a la
primera Declaración de derechos sociales de la historia!
CAPÍTULO II
LA SOCIEDAD INDIVIDUALISTA Y LIBERAL Y SU ORDEN POLÍTICO Y JURÍDICO
El derecho del trabajo se gestó en el siglo xx, como una consecuencia de la honda división que
produjo entre los hombres el sistema económico y de gobierno de la burguesía; de la lucha de
la clase trabajadora que en la Revolución francesa adquirió conciencia de su misión y de su deber
de reclamar la libertad, la dignidad y un nivel decoroso de vida para el trabajo; y de los esfuerzos
de los pensadores socialistas que pusieron de relieve la injusticia del mundo individualista y
liberal y la miseria y el dolor de los hombres que entregaban sus energías a los propietarios de
las fábricas. Un proceso que culminó primero en América en la Declaración de derechos sociales
de nuestra Constitución de 1917 y más tarde en Europa, en la Constitución alemana de Weimar
de 1919; en esos dos ordenamientos, el derecho del trabajo superó definitivamente el pasado y
se presentó a los hombres como un derecho de la clase trabajadora para los trabajadores.
En los siglos de la esclavitud no pudo surgir la idea del derecho del trabajo, porque implicaba
una contradicción insalvable, ya que el esclavo era una cosa que como tal no podía ser titular de
derechos; frente a ese hecho, al Mundo antiguo y concretamente a Roma, le bastaba el derecho
civil, estatuto que regulaba la compra-venta y el arrendamiento de los esclavos, de los caballos
y demás bestias de carga y de trabajo. Cuando el aumento de la población provocó una mayor
demanda de satisfactores, sin que creciera el número de los esclavos para producirlos, y se
agravó a la vez la condición de los no-propietarios, los hombres libres se dieron en
arrendamiento, a fin de que los arrendatarios pudieran usar su energía de trabajo. Pero la
célebre locatio conductio operarum de los jurisconsultos romanos no era sino el viejo contrato
para el arrendamiento de los animales y de los esclavos, que sirvió en el derecho civil del siglo
XIX, como contrato de arrendamiento de servicios, para facilitar la explotación del hombre por
el hombre y en manera alguna para procurar su beneficio. Mucho se ha especulado, y nosotros
mismos lo hicimos, sobre los collegia romanos, pero fueron instituciones que no guardan
parecido con las organizaciones sindicales de nuestros días, cuerpos éstos constituidos para el
estudio, mejoramiento, defensa y lucha por los derechos que deben corresponder al trabajo en
el proceso económico de la producción, en tanto los collegia pertenecen más bien al campo de
la mutualidad y asistencia social.
El tan injustamente menospreciado período de la historia que se conoce con el nombre de Edad
media, presenta dos caras no exentas de contradicción: por una parte, en el sistema feudal de
la servidumbre tampoco pudo nacer el derecho del trabajo, porque la servidumbre de la gleba
era una institución intermedia entre la esclavitud y el hombre libre, pues si bien el siervo
disfrutaba de algunos derechos personales, como contraer matrimonio, vivía pegado a la tierra,
sin poderla abandonar, y obligado a trabajarla y a pagar tributo al señor. En cambio, aquellos
siglos en los que nacieron las más ilustres universidades de Europa, presenciaron la lucha, que
tuvo a la corporación por escenario, entre 1os compañeros y oficiales, auténticos trabajadores
asalariados de entonces, y los maestros, propietarios de los talleres en los que se ejecutaban los
trabajos de la clientela, lucha que llevó a la creación de las asociaciones de compañeros, éstas
sí, antepasados ciertos de los sindicatos contemporáneos, y a la celebración de diversos
convenios que algo tienen que ver con nuestros contratos colectivos.
Entre 1914 y 1918 se inició la transformación de las bases de la sociedad individualista y liberal
burguesa del siglo XIX, Radbruch señalo los efectos que produjo la guerra en la economía
alemana y sus repercusiones en las instituciones jurídicas: primeramente, dice el autor de la
Introducción a la ciencia del derecho, el estado se vio obligado a intervenir en los procesos de la
producción y de la distribución a fin de obtener los elementos necesarios al sostenimiento de
los ejércitos, lo que dio nacimiento a un derecho económico activo, que puso punto final al
laisser-faire, laisser-passer de la economía liberal; además, los trabajadores se impusieron al
estado y lo obligaron a superar la legislación obrera, lo que a su vez produjo un derecho del
trabajo de nuevo cuño; los dos estatutos, que ya no eran ni derecho público ni derecho privado,
integraron lo que denominó el catedrático universitario y diputado constituyente, el derecho
social del porvenir, una fórmula profética, porque de verdad, su importancia crece
constantemente, como un preludio a un régimen social, económico y jurídico más justo. Por otra
parte, los trabajadores de los estados en guerra con los imperios centrales, lanzaron desde 1914
la idea de que en el tratado que pusiera fin a la lucha, se incluyeran las normas fundamentales
para la protección futura de los trabajadores, tendencia que culminó con la propuesta del
secretario de estado francés Justin Godard, para que se redactara una carta internacional del
trabajo. Por último, la Revolución de octubre, que estableció en Rusia el régimen comunista,
hizo ver a los pueblos y a los hombres la urgencia de encontrar sistemas que se inspiraran en los
principios de la justicia social.
Los años posteriores a la guerra presenciaron dos sucesos trascendentales para la evolución del
derecho europeo del trabajo: la creación de la Organización Internacional del Trabajo en el
Tratado de Versalles de 28 de junio de 1919 y la proclamación de la Constitución alemana de
weimar el 11 de agosto de 1919. En los dos documentos -México se había anticipado desde
1917- se operó una transformación colosal en el derecho del trabajo.
Al conocer la abdicación del Kaiser, una mayoría incontable de trabajadores se reunió frente al
palacio imperial para reclamar de los jefes de la socialdemocracia la implantación de un régimen
socialista. Pero los dirigentes del partido, que habían perdido la decisión revolucionaria,
prefirieron sacrificar a los líderes radicales Liebknecht, Rosa Luxemburgo y Kurt Eisner y pactaron
con los partidos del centro y católico un régimen híbrido que precipitó la catástrofe del
nacionalsocialismo.
La Constitución de Weimar es la primera de Europa que dedicó un capítulo a los derechos del
trabajo, los cuales -nuestra Constitución se había anticipado dos años- se elevaron por ese hecho
a la categoría de los viejos derechos del hombre, de tal forma, que según la doctrina de Carlos
Schmitt, apareció en aquella Carta Magna una nueva decisión política y jurídica fundamental;
esta nueva manera de ser del derecho del trabajo, que confirmó la tesis de Gustavo Radbruch
acerca del derecho social del porvenir, produjo corno consecuencia inmediata que los principios
y normas constitucionales del derecho del trabajo adquirieran un rango superior a las leyes del
poder legislativo. Por otra parte, la Declaración de los derechos del trabajo, cuya repercusión en
Europa fue inmensa, pues aun se la continúa estudiando en nuestros días, contiene un catálogo
amplio y bello: el derecho colectivo comprendía las libertades sindical, de negociación y
contratación colectivas y de huelga, y además, los consejos de empresa y económicos,
adoptados en varias naciones, y cuya función consiste en dar oportunidad a los trabajadores
para participar en la administración de las empresas. El de1·echo individual del trabajo recogió
todas las instituciones básicas, lo que permitió al derecho alemán de aquellos tiempos constituir
la legislación más progresista de su época. Y la seguridad social partió de la protección a la
maternidad y de la educación y preparación del niño, para llegar a la preservación de la salud y
de la vida y a la ayuda al hombre y a su familia cuando los riesgos de la actividad y de la vida
provocan la imposibilidad de trabajar.
La Organización Internacional del Trabajo dio un sentido nuevo al antiguo derecho de gentes,
pues el derecho internacional del trabajo que emana de ella ya no es únicamente el
ordenamiento destinado a la regulación de las relaciones externas entre los estados, sino que,
sin hacer a un lado esa finalidad, se ocupa también, en forma principal, del bienestar de la clase
trabajadora. Y lo cierto es que su obra, no obstante la necesaria actitud conservadora de la-
institución, ha servido para impulsar a las legislaciones nacionales de los pueblos menos
desarrollados.
Con el advenimiento de la paz regresó la tranquilidad a las conciencias y nació la esperanza, y
aun la confianza, de que nunca más se repetirían los horrores de la guerra. Durante varios años,
los pueblos creyeron y las universidades enseñaron, que el derecho del trabajo estaba llamado
a ser el estatuto del siglo, porque, actuando dentro de un mundo democrático, evitaría la
explotación del trabajo y contribuiría a asegurarle una existencia decorosa. La Constitución de
Weimar, y en general, el derecho del trabajo de aquellos años veinte, creó en Europa el principio
de la igualdad jurídica del trabajo y el capital, pues desde entonces, en forma imperativa, las
condiciones de trabajo se fijaron por acuerdos entre !os sindicatos y los empresarios.
Pronto se dieron cuenta los hombres de que la nueva circunstancia había operado un cambio de
la más alta importancia en las relaciones jurídicas, pues las condiciones conforme a las cuales
prestaría sus servicios un trabajador ya no se discutirían entre él y el empresario, sino que el
trabajador ingresaría a la empresa sujeto a, las disposiciones de los contratos colectivos. Como
una consecuencia natural, en todos los pueblos de Europa surgió un intenso fervor legislativo;
que se concretó en Francia, entre otros estados, en una recopilación a la que se dio el título de
Código del trabajo. De la misma y quizá de mayor importancia, fue el hecho de que los contratos
colectivos adquirieron la misión de superar constantemente los beneficios que las leyes
otorgaban al trabajo. La totalidad de las normas, leyes y contratos colectivos, se presentó
entonces como un derecho nuevo, y si bien se continuó discutiendo y se discute todavía si es un
ordenamiento encuadrado en el derecho privado o en el público o si constituye un tercer
género, lo cierto es que hay un acuerdo universal en el sentido de que es un derecho distinto
del civil. Y todavía, como una rama que se desprendía del derecho del trabajo, creció el derecho
preventivo de los riesgos del trabajo y se difundieron los seguros sociales.
Transcurrieron unos años, en verdad muy pocos, y otra vez se inquietaron las conciencias, y el
espectro de la guerra cabalgó nuevamente sobre los campos de Europa: la presencia de
Mussolini en la Italia fascista, la aparición de Hitler y la instauración del nacionalsocialismo en
Alemania, y la conquista del poder por Franco, una dictadura que no debe confundirse con el
absolutismo de los reyes, determinaron un nuevo viraje en la vida de Europa: por una parte, los
sistemas totalitarios quebraron la idea del derecho del trabajo como el estatuto destinado a fijar
los derechos de los trabajadores y su participación en los resultados de la producción, e hicieron
de él un ordenamiento de esclavitud, cuya finalidad se dirigía a la utilización del trabajo para la
obtención de pretendidos fines supra-humanos. Y por otra parte, la creciente tensión entre las
naciones y la inminencia de la guerra, obligaron a los gobiernos y a los juristas a volver su mirada
hacia el derecho internacional, ese estatuto que busca el equilibrio entre los pueblos para
beneficio de Heracles.
La segunda guerra destruyó los dos grandes imperios totalitarios, Alemania e Italia. Pero la paz
no ha regresado ni a los hombres ni a los pueblos: la escisión entre Occidente y Oriente y la más
reciente entre Rusia y China, la elevación de los Estados Unidos del Norte, de Rusia y de China a
las tres superpotencias de nuestro siglo, el imperialismo económico, la división de la humanidad
en pueblos ricos y explotadores y en pueblos pobres y explotados, la explotación del trabajo por
el capital mediante el uso de procedimientos cada vez más perfeccionados, la engañosa libertad
con la que se envuelve a los desposeídos y la angustia en que viven los hombres, particularmente
los jóvenes, amenazados de ser alistados en las bandas criminales disfrazadas de ejércitos, no
permiten el florecimiento del derecho ni la marcha hacia un régimen nacional y universal más
hermoso y más justo.
Y sin embargo, cada pueblo y la comunidad de naciones han reafirmado constantemente con
sus hechos y en diversos documentos, su fe y sus anhelos por un mundo mejor.
Cuando se revisan los documentos internacionales parece surgir de ellos la idea de que la
comunidad de naciones quiso enviar a los hombres y a la clase trabajadora un mensaje de
esperanza. Son particularmente bellos e importantes aquellos documentos, por la bondad de
sus expresiones y porque son el reflejo de un sentimiento universal: en su Declaración de
Filadelfia de 1944, la Organización Internacional del Trabajo expresó que "la experiencia ha
demostrado plenamente la legitimidad de la Declaración contenida en la Carta constitutiva de
la Organización, según la cual, no puede establecerse una paz duradera sino sobre la base de la
justicia social"; después de lo cual ratificó y amplió los principios de 1919. La Carta de las
Naciones Unidas, proclamada en San Francisco el 26 de junio de 1945 señaló el deber de la
Organización de promover "niveles de vida más elevados, trabajo permanente y condiciones de
progreso y desarrollo económico y social". Finalmente, la Declaración universal de los derechos
del hombre) aprobada el 10 de diciembre de 1948, recogió los principios generales
fundamentales del derecho del trabajo, los que servirían para asegurar "al trabajador y a su
familia una existencia conforme a la dignidad humana".
En los años inmediatos a la terminación de la guerra, resurgió la tendencia a la
constitucionalización del derecho del trabajo. Dos pueblos latinos, Francia e Italia, dos de los
principales hacedores de la cultura occidental, coincidieron en sus constituciones en la necesaria
defensa de los valores del trabajo. En el preámbulo de la Constitución de octubre de 1946, el
pueblo galo ratificó los principios de la Declaración de derechos de 1789 y añadió los derechos
del hombre a un trabajo libre. Y el pueblo italiano, en su Carta Magna del año siguiente, declaró
que "la República reconoce a todos los ciudadanos el derecho al trabajo y procura las
condiciones que lo hagan posible"; y en disposiciones sucesivas consignó los derechos mínir::J.os
del trabajo en materia individual, colectiva y de seguridad social.
Sir William Beveridge formuló en los años de la guerra un plan para el futuro de la comunidad
de naciones y para una vida justa en cada pueblo, cuyo lema se expresa en dos palabras:
seguridad social, Ahí se mencionan tres principios esenciales para la paz universal y para las
relaciones justas entre los hombres: "Justicia en lugar de fuerza como árbitro entre las naciones;
oportunidad razonable para desarrollar un trabajo productivo; seguridad de ingresos suficientes
para estar a cubierto de la indigencia cuando por cualquier circunstancia no se pueda trabajar".
Tres principios que podríamos reunir diciendo: seguridad a cada nación para que pueda, en un
ambiente de paz universal, conducir una vida independiente> y seguridad a cada hombre de que
encontrará en su pueblo una oportunidad para desarrollar su actividad y de que recibirá por ella
los elementos que le permitan en su presente y en su futuro conducir una existencia decorosa
en unión con su familia. La fuerza de la idea, que no es, claro está, plenamente original, pues los
anhelos de paz y de justicia laten en toda la historia humana, encontró en el Plan Beveridge una
bella concretización y se ha impuesto en todas las declaraciones internacionales y nacionales,
más aún, se ha colocado como fuente de una rama jurídica nueva al lado del derecho del trabajo;
y no es aventurado decir que tal vez se fusionen un día los dos estatutos para el mejor servicio
del hombre.
VII. LAS ENSEÑANZAS DE LA HISTORIA
En la segunda mitad del siglo xx la problemática social continúa siendo la misma que
contemplaron Marx y Engels: una división de la sociedad en clases irreconciliables y una
explotación del trabajo por el capital que detenta el poder y usa al estado como si fuera su
vasallo -¿no lo es de verdad?- Pero si se sale del esquema meramente teórico y se penetra en la
realidad de nuestros días, se observan cambios que no vieron y que no pudieron prever los
creadores del Materialismo histórico: en Inglaterra, país de la revolución industrial, los
propietarios de las fábricas, quizá con la sola excepción de Roberto Owen, explotaron
despiadadamente a los trabajadores, los que de verdad condujeron una: existencia
infrahumana. En el mudar de los siglos, particularmente después de la primera guerra, las
formas de la explotación cambiaron, pues, por una parte, las fábricas exigían que el proletariado
consumiera los productos que lanzaban a los mercados, y por otra, la burguesía quiso comprar
la paz social con un mejor nivel material de vida .para el trabajo. Marcuse tiene razón cuando
explica que en la sociedad opulenta, cuyo prototipo es los Estados Unidos de Norteamérica, los
hombres ya no viven en la miseria; y la tiene también cuando agrega que la enajenación del
trabajo no ha desaparecido, porque el trabajo del hombre continúa siendo el trabajo de otro
para este otro. La consecuencia que deduce Marcuse de este cambio, consiste en que en la
sociedad opulenta ya no se le puede hablar al proletariado de su miseria, sino que es preciso
usar un lenguaje que demuestre a los hombres que la explotación refinada de la sociedad
opulenta produce, como antaño, la pérdida de la libertad y de la dignidad humanas, pues el
hombre, en su trabajo, continúa viviendo enajenado, esto es, fuera de sí mismo. Claro está que
en los pueblos que no han alcanzado la sociedad opulenta, la realidad que viven continúa siendo
la misma que miraron los autores del Manifiesto, pues en ellos, tal el salario mínimo nuestro,
sigue siendo un salario de hambre.
El derecho del trabajo, producto de la lucha de clases y apoyado en el pensamiento socialista,
en sus capítulos sobre las condiciones de trabajo, es un esfuerzo para atemperar la miseria de
los trabajadores y elevar sus niveles materiales sobre ]a vida puramente animal, pero no es ni
puede ser una realización plena de la justicia, porque ésta no podrá existir en tanto subsistan el
régimen capitalista y su estado, la enajenación del trabajo y Ia explotación del hombre por el
hombre.
Pero tiene el derecho del trabajo una excelsa misión, porque su idea es la justicia y porque todo
lo que se entregue al trabajo será la entrega ele una parte de lo que habrá de corresponderle en
el mundo del mañana, y porque todo beneficio al trabajo es una aproximación a la justicia.
La transformación social no será una donación ele la burguesía; quien lo piense así será un
vástago lejano del socialismo utópico. La justicia tendrá que ser una conquista de quienes sufren
injusticia.
CAPÍTULO IV
EL DERECHO INTERNACIONAL DEL TRABAJO
La idea de un derecho internacional del trabajo era un sueño más del proletariado, pero era otro
imposible en la sociedad individualista y liberal y en aquel mundo de estados imperialistas que
postulaban una concepción radical de la soberanía, según la cual, la voluntad del estado no podía
quedar limitada en ninguna de las cuestiones relacionadas con su vida interna Hubo algunas
voces e intentos aislados en el siglo pasado y en el presente, pero fue la guerra de 1914 la que
habría de convertir el sueño en realidad.
Fueron los trabajadores de los Estados Unidos de Norteamérica, de Francia y de Inglaterra
quienes lucharon por la creación de un órgano internacional que auspiciara la creación de
normas internacionales para los trabajadores de todos los pueblos: en la Conferencia de Leeds
de 1916 emitieron un voto en el sentido de que el futuro tratado de paz debería poner fuera del
alcance de la competencia de todos los países "un mínimo de garantías de orden moral y
material en la organización y ejecución del trabajo". En febrero de 19l7, dos conferencias
internacionales de trabajadores concluyeron redactando la Carta de Berna, antecedente
inmediato del Tratado de Versalles. Finalmente, la fuerza de las organizaciones obreras logró
que en la sesión plenaria del 25 de enero de la Conferencia de la Paz, se designara una Comisión
de legislación del trabajo, que fue la que preparó la parte XIII
del tratado de paz.
En la conferencia que puso fin al apocalipsis de la primera guerra, flotaban las ideas de paz
universal y de justicia social, pero fueron contempladas en una vinculación íntima; porque la una
sin la otra sería una quimera: la paz universal sería la base para el reinado de la justicia social,
pero ésta, extendida sobre todos los pueblos, sería la base más firme para la paz universal. La
comprensión de esta relación dialéctica determinó la creación de la Sociedad de Naciones, cuya
misión sería la preservación de la paz universal, y bajo la presión de las clases trabajadoras, el
nacimiento de la Organización Internacional del Trabajo.
El preámbulo de la parte XIH del Tratado de Versalles presentó las tres razones que fundaron el
nacimiento de la O. I. T.: a) La Sociedad de Naciones tiene por objeto la paz universal) pero tal
paz puede únicamente basarse en la justicia social; b) Existen en el mundo condiciones de
trabajo que implican, para gran número de personas, la injusticia y la miseria, situación que pone
en peligro la paz y la armonía universales, por lo que es urgente mejorar las condiciones de
trabajo; e) La no adopción por una nación cualquiera de un régimen de trabajo realmente
humano, es un obstáculo a los esfuerzos de los pueblos deseosos de mejorar las condiciones de
vida de sus trabajadores.
La creación de la O. I. To se produjo en una de las últimas sesiones de la Conferencia de la Pazo
Su funcionamiento fue inmediato, pues su primera conferencia inició las sesiones en la ciudad
de Washington. el 29 de octubre de 1919.
La creación de la O. I. T. fue una creación hermosa de las clases trabajadoras, la primera y quizá
la única lograda en el terreno internacional, tanto más valiosa por cuanto se produjo en una
década en la que los pueblos victoriosos vivían aun plenamente los principios de la escuela
económica liberal. Aquella victoria significó la quiebra del laisser-faire, laisser-passer y el
advenimiento de la conciencia universal de que el trabajo es el valor primero de la vida social,
aquel sobre el cual todo está construido. La lucha de clases había durado un siglo, desde los
años de la edad heroica y fue ahí, en el palacio de Luis XIV, donde se decidió la creación de un
derecho internacional del trabajo que fuera una garantía para todos los trabajadores y sirviera
de estímulo y de base a las legislaciones nacionales para la adopción de condiciones de trabajo
que superaran la miseria y la injusticia.
La O. I. T. fue ante todo un medio para la realización de un fin inmediato, que es el derecho
internacional del trabajo, estatuto que a su vez se convirtió en un medio para un fin más alto: la
justicia social en las relaciones entre el trabajo y el capital. El pensamiento de aquella época fue
todavía más lejos; de ahí que se dijera en el preámbulo de la parte XIII del Tratado de Versalles
que “la justicia social es la base para la paz universal".
En el palacio del Rey-sol, el derecho internacional del trabajo adquirió una dimensión nueva y
más alta: un ordenamiento jurídico que mediante la realización de su fin supremo, que es la
justicia social, sería el instrumento mejor, más aún, la base imprescindible para alcanzar y
afianzar la paz universal; una solución que quiso otorgar un valor nuevo a la idea de la paz, la
que ya no sería, como en el pasado, un simple equilibrio entre las potencias, sino la consecuencia
del esfuerzo común de todas las naciones para que imperara la justicia en todos los rincones de
la tierra y para todos los hombres. Una idea de la convivencia futura que podría resumirse en
una fórmula: la paz universal de la justicia social una utopía más, porque en el mundo capitalista
no pueden desaparecer la explotación del hombre y la de los pueblos.
Corrieron los años, concluyó la segunda guerra y en el año de 1944 lanzó la O. I. T. la. expresión
última de sus fines, concordantes con la nueva euforia de una segunda paz: su función ya no se
limitaría a la preparación del derecho internacional del trabajo, sino que sería también de
desarrollo de un programa de acción social y de colaboración con todos los gobiernos, a fin de
contribuir, en el plano internacional, a la batalla por el mejoramiento de las condiciones de vida
de los hombres y por la paz universal de la justicia social. Pero ningún esfuerzo noble puede
triunfar ahí donde el capital es el amo y señor de los hombres y de los pueblos.
Los dos ilustres maestros a los que se atribuye la fundación del derecho internacional de la Edad
moderna, Francisco de Vitoria el primero y Hugo Grocio el segundo, apoyaron su validez
intrínseca en la idea del derecho natural. Y Bodino, que es el primer sistematizador de la doctrina
de la soberanía, creía también en la validez del derecho natural; de ahí que afirmara que la
soberanía consistía en la potestad de expedir, reformar y derogar el derecho humano, mas no
el derecho natural, porque es norma que deriva de la ley de Dios y porque no depende de la
voluntad de los hombres. La persistencia de esta creencia permitió a la Edad moderna afirmar
el valor universal del derecho internacional y su imperatividad independiente de los poderes
estatales soberanos; los siglos del absolutismo debilitaron la idea, pero no pudieron destruirla;
en cambio, en el siglo XIX la edificación del estado y la consecuente concepción imperialista de
la soberanía, condujo a la separación radical entre el derecho nacional y el internacional y a la
célebre definición de Hegel (Rechtsphilosophie, núm. 330) : "El derecho internacional es derecho
público externo para las relaciones entre estados independientes". De ahí derivaron las famosas
definiciones del profesor Triepel (V olkerrecht und Landesrecht, Leipzig, 1899, página 20) : "El
derecho internacional es el derecho aplicable a las relaciones de una pluralidad de estados
coordinados entre sí", y de Anzilotti (Curso de derecho internacional, traducción de Julio López,
Madrid, 1935, pág. 42) : "El derecho internacional es el orden jurídico de la comunidad de los
estados". Después de la segunda guerra, en el tratado de Oppenheim (International law, edición
de Lauterpacht, Inglaterra, 1963, pág. 4) se lee que "la ley de las naciones o ley internacional es
el conjunto de normas de las costumbres y de los tratados que se consideran legalmente
obligatorias entre los estados".
Fueron muchas las voces que se levantaron a la terminación de la primera guerra en contra de
la doctrina imperialista de la soberanía y de la concepción del derecho internacional como un
estatuto meramente regulador de las relaciones externas de los estados. Pero fue el derecho
del trabajo quien cambió los términos del problema y transformó su esencia, al hacer de él un
derecho para los hombres.
El procedimiento de creación de este derecho nuevo presenta una novedad trascendental en la
historia general del derecho internacional, pues por primera vez sus normas serían discutidas y
votadas, no por los estados como entidades jurídicas distintas de las naciones, sino que en su
elaboración intervendrían, por derecho propio y con absoluta independencia, los
representantes de las clases sociales. En la Conferencia de la O. I. T. encontramos así la primera
asamblea clasista de la vida internacional un triunfo hermoso de las clases trabajadoras, que se
impusieron a la Conferencia de la paz. Claro está que al lado de los representantes del trabajo y
del capital toman asiento los de los gobiernos estatales, pero es la misma condición en que se
hallan nuestras Juntas de Conciliación y Arbitraje; y así tiene que ser en los organismos de clase,
porque a falta de entendimiento entre ellas, hace falta un árbitro que decida las cuestiones
debatidas. Sin embargo, la entrada en vigor de los acuerdos de la Conferencia depende de su
ratificación por los órganos estatales señalados en la constitución de cada pueblo para la
aprobación de los tratados; los plenipotenciarios de 1919 no tuvieron el valor de llegar hasta el
fondo de la cuestión: desde 1938 sostuvimos que los convenios y recomendaciones aprobados
en la Conferencia de la O. I. T. deberían cobrar vigencia por sí mismos, porque son el resultado
de la deliberación, a nivel internacional, de las dos clases sociales a las que van a aplicarse y
porque en relación con cada estado son un producto del acuerdo de sus representantes del
trabajo y del capital. En contra de esta tesis no puede elevarse la voz de la soberanía, porque no
se trata de que alguien intervenga en la vida interna de los estados, sino de que los pueblos
cumplan los acuerdos de sus representantes del trabajo y del capital.
Queda sin embargo una solución: si los gobiernos no someten los convenios al órgano
constitucional competente o éste no los ratifica, los sindicatos obreros, en la medida en que
sean favorables al trabajo, pueden exigir de las empresas que su contenido pase a formar parte
de los contratos colectivos.
En la función de su contenido se eleva aún más la grandeza de la idea del derecho internacional
del trabajo: un derecho que ya no sería una :regulación de las relaciones externas de los estados
y del que no brotarían derechos y obligaciones de unos hacia otros, sino que se dirigiría
directamente a los trabajadores, a fin de realizar su idea, que es la exaltación del trabajo como
el valor supremo de la vida humana y social Y es que de verdad, el derecho del trabajo posee un
sentido y un ansia de universalidad, un anhelo coincidente con la idea del derecho natural: a lo
largo de la historia, el iusnaturalismo, con su sentido de universalidad, sirvió para defender a los
hombres de todos los tiempos y de todos los pueblos contra la arbitrariedad del poder público,
actitud que engendró la Declaración de los derechos del hombre de 1789; y desde el siglo XIX, y
especialmente en el xx, el derecho del trabajo, con la misma ansia de universalidad, se alzó como
el defensor del hombre en contra del capital y de los poderes organizados por la burguesía para
explotarlo mejor, esto es, el derecho del trabajo se colocó al lado de los derechos del hombre,
mejor aún, se puso en su base, porque la libertad humana tiene como exigencia primera la
supresión de la esclavitud y de la servidumbre, que es tanto como decir la libertad del trabajo.
Estas consideraciones ratifican la tesis que hemos venido sustentando de que el derecho
internacional del trabajo es un derecho nuevo: un derecho de los hombres, cualesquiera que
sean el lugar donde se encuentren, su nacionalidad, su raza, su credo o su doctrina política, un
derecho idéntico a los viejos derechos del hombre, la misma idea que se presenta en nuestra
Declaración de derechos sociales de 1917, ahí donde dice que en la fijación de los salarios no se
tomará en cuenta la nacionalidad. Por otra parte, el derecho nacional y el derecho internacional
del trabajo viven una relación dialéctica: nació primero el derecho nacional, en la lucha de los
trabajadores de cada pueblo por la justicia social, pero su idea se tornó universal, no como un
derecho internaciones, sino como un derecho de los trabajadores, y cristalizó en el derecho
internacional, pero éste, ya como derecho universal, adquirió vida propia para revertir sobre las
naciones como una fuente nueva de beneficios. De ahí que hayamos afirmado en varias
ocasiones, que en lugar del término derecho internacional del trabajo, le corresponde el de
derecho universal del trabajo, denominación tanto más adecuada si consideramos que las
Naciones Unidas no lanzaron una declaración internacional de los derechos del hombre, sino
una declaración universal.
El contenido del Derecho Internacional del Trabajo se compone de dos partes: su contenido
esencial, constituido por sus principios fundamentales, y las normas creadas en los convenios y
recomendaciones de la Conferencia de la O. l. T.
Su contenido esencial, del que nos ocuparemos en este apartado, está formado por las
declaraciones universales de los derechos del trabajo: el Tratado de Versalles, la Carta de las
Naciones Unidas, la Declaración de Filadelfia, la Declaración universal de los derechos del
hombre y las declaraciones de los pueblos americanos: la Carta de la Organización de los Estados
americanos y su consecuente Carta Internacional Americana de Garantías Sociales, y las
resoluciones adoptadas en las Conferencias Panamericanas y en las Conferencias Regionales
Americanas organizadas por la O. I. T.
l. La Declaración de derechos sociales del Tratado de Versalles: se inicia con un principio general,
formulado por vez primera, el que si bien yace en el fondo de nuestra Declaración de 1917, no
aparece en ella en forma expresa: "El principio rector del derecho internacional del trabajo
consiste en que el trabajo no debe ser considerado como mercancía o artículo de comercio".
Nos encontramos frente a una afirmación decisiva para la historia, del pensamiento jurídico, de
la que puede decirse que es una antorcha que ilumina todos los aspectos del derecho del
trabajo, un principio que sirve de punto de partida a la concepción nueva de nuestra disciplina,
a la que apartó para siempre del derecho civil. Los párrafos subsecuentes enuncian las medidas
que en aquel entonces se estimaron de más urgente adopción:
Derecho de asociación; salario que asegure un nivel conveniente de vida; jornada de ocho horas
o de cuarenta y ocho a la semana; descanso hebdomadario, de ser posible en día domingo;
supresión del trabajo de los niños; adopción de las medidas que faciliten la continuación de la
educación y el desarrollo físico de los menores de ambos sexos; salario igual, sin distinción de
sexo, para un trabajo de igual valor; tratamiento económico conveniente para los trabajadores
extranjeros; servicio de inspección del trabajo.
2. La Carta de las Naciones Unidas: el derecho del trabajo dejó de existir en los regímenes
totalitarios, porque no puede darse ahí donde falta la -libertad. La segunda guerra, dijimos en la
parte histórica, sirvió para reafirmar la conciencia de la humanidad en los derechos del hombre
y en los del trabajo. Y en la Carta de las Naciones Unidas, además de alguna disposición que ya
conocemos, el art. 55 dice que las Naciones Unidas promoverán "niveles de vida más elevados,
trabajo permanente para todos y condiciones de progreso y desarrollo económico y social".
4. La Declaración universal de los derechos del hombre: para el derecho del trabajo posee una
importancia grande, porque en ella se dio a sus principios fundamentales el mismo rango y la
base filosófica y jurídica que corresponde a los tradicionales derechos del hombre.
Por lo tanto, los iusnaturalistas podrán sostener que el derecho del trabajo, de la misma manera
que las libertades de pensamiento, de enseñanza, de conciencia, de prensa y de tránsito, para
citar algunas, derivan de la naturaleza humana; los historicistas, a su vez, están autorizados para
afirmar que juntamente con las libertades mencionadas, los derechos del trabajo son una
conquista irreversible de la historia; y los positivistas podrán declarar que son las normas
impuestas por la vida social en las declaraciones nacionales e internacionales, en las
constituciones de los pueblos y en las leyes de los parlamentos y congresos. Pero todos
coincidirán en un principio: el fundamento de las viejas declaraciones y el de las nuevas es uno
mismo) a saber, el respeto integral a la dignidad de la persona humana. Los arts. 20, 22, 23, 24
y 25 de la Declaración, se ocupan concretamente del derecho del trabajo, pero otras
disposiciones se relacionan con ellos:
Libertad de reunión y asociación; seguridad social, satisfacción de los derechos económicos,
sociales y culturales, indispensables a la dignidad y al libre desarrollo de la personalidad; derecho
al trabajo y a su libre elección; condiciones equitativas y satisfactorias de trabajo; protección
contra el desempleo; salario igual para trabajo igual, sin discriminación alguna; remuneración
equitativa y satisfactoria que asegure al trabajador y a la familia una existencia conforme a la
dignidad humana, completada, en caso necesario, por cualesquiera otros medios de protección
social; libertad sindical; derecho al descanso, al disfrute del tiempo libre, a la limitación
razonable de la jornada de trabajo y a vacaciones periódicas pagadas.
El art. 25 es una especie de resumen de una panicular hermosura, porque constituye un
programa de acción social a desarrollar en cada pueblo:
Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado, que le asegure, así como a su familia,
la salud y el bienestar, y en especial, la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica
y los servicios sociales necesarios; tiene asimismo derecho a los seguros en caso de desempleo,
enfermedad, invalidez, viudez, vejez u otros casos de pérdida de sus medios de subsistencia por
circunstancias independientes de su voluntad.
5. El derecho internacional americano del trabajo: cuando los pueblos de la América Latina
conduzcan una vida democrática y dejen de estar gobernados por gorilatos, dictaduras y
burguesías materialistas y apátrida~, revivirá el sueño, de Bolívar y reunidos otra vez en Panamá,
declararán la independencia del hombre y corno una consecuencia de ella, la de los pueblos.
No podemos penetrar en los detalles de las resoluciones adoptadas en las conferencias
panamericanas y en las convocadas por la O. 1. T. para los pueblos americanos, pero sí
recordaremos que fue en 1923, en Santiago de Chile, en l;;t quinta Conferencia Internacional
Americana, donde se trató por vez primera un tema de trabajo. Ahí se ratificó el principio de que
el trabajo humano no debe considerarse como mercadería o artículo de comercio. Saltamos a la
novena Conferencia Internacional Americana que se celebró en Bogotá en el año de 1948.
La importancia de aquella Conferencia es para México doble, porque en ella se aprobó la Carta
de la Organización de los Estados Americanos y porque la delegación nuestra, cuyo presidente
fue el canciller Jaime Torres Bodet y de la que tuvimos el honor de formar parte como embajador
para los asuntos sociales, logró que se incorporara a la Carta un capítulo de normas sociales,
cuyas ideas están recogidas en la Ley de 1970. En el año de 1967 se reformó la Carta en el
Protocolo de Buenos Aires: las normas de 1948 permanecieron intocadas, pero se agregó un
párrafo tercero, tan valioso como los anteriores; he aquí la introducción y los tres primeros
párrafos del art. 43 de 1a Carta, que son los que contienen las normas de trabajo:
Los Estados Miembros, convencidos de que el hombre sólo puede alcanzar la plena realización
de sus aspiraciones dentro de un orden social justo, acompañado de desarrollo económico y
verdadera paz, convienen en dedicar sus máximos esfuerzos a la aplicación de los siguientes
principios: a) Todos los seres humanos, sin distinción de raza, sexo, nacionalidad, credo o
condición social, tienen derecho al bienestar material y a su desarrollo espiritual, en condiciones
de libertad, dignidad, igualdad de oportunidades y seguridad económica; b) El trabajo es un
derecho y un deber social, otorga dignidad a quien lo realiza y debe prestarse en condiciones
que, incluyendo un régimen de salarios justos, aseguren la vida, la salud y un nivel decoroso para
el trabajador y su familia, tanto en sus años de trabajo, como en su vejez, o cuando cualquier
circunstancia lo prive de la posibilidad de trabajar; c) Los empleadores y los trabajadores, tanto
rurales como urbanos, tienen el derecho de asociarse libremente para la defensa y promoción
de sus intereses, incluyendo el derecho de negociación colectiva y el de huelga por parte de los
trabajadores, el reconocimiento de la personería jurídica de las asociaciones y la protección de
su libertad e independencia, todo de conformidad con la legislación respectiva.
Regresaremos al tema al hablar de las fuentes formales del derecho del trabajo, por lo que
únicamente apuntaremos las cuestiones principales: de conformidad con el art. 133 de la
Constitución, la Carta Magna, las leyes del Congreso de la Unión que emanen de ella y los
tratados que estén de acuerdo con la misma y sean aprobados por el Senado de la República,
son la ley suprema de la Nación. La fórmula "que estén de acuerdo con la Constitución", nos dice
que el derecho internacional no podrá contrariar las disposiciones del Artículo 123, lo que quiere
decir que sólo será aplicable en la medida en que otorgue beneficios mejores a los contenidos
en las normas constitucionales, La misma solución se desprende del art. 19, párrafo quinto, de
la Constitución de la O. l. T,:
En ningún caso podrá considerarse que la adopción de un convenio o de una recomendación por
la Conferencia, o la ratificación de un convenio por cualquier estado miembro, menoscabará
cualquier ley, sentencia, costumbre o acuerdo que garantice a los trabajadores condiciones más
favorables que las que figuren en el convenio o en la recomendación.
De lo expuesto se infiere que la significación del derecho internacional es doble: los convenios y
recomendaciones aprobados por el Senado de la República son derecho positivo, por lo tanto,
los trabajadores y los sindicatos pueden exigir su aplicación y cumplimiento en forma individual
o colectiva. Por otra parte y en razón de su pertenencia a la ley suprema de la Nación, son
normas imperativas, cuyos beneficios, como los de la Ley del trabajo, no podrán reducirse ni en
los contratos colectivos ni en las sentencias de las Juntas de Conciliación y Arbitraje; desde este
punto de vista, el derecho internacional del trabajo es un segundo mínimo indestructible, que
se coloca un escalón arriba de la Constitución nacional.
CAPÍTULO V
CREACIÓN DEL DERECHO MEXICANODEL TRABAJO
El Derecho mexicano del trabajo es un estatuto impuesto por la vida, un grito de los hombres
que sólo sabían de explotación y que ignoraban el significado del término: mis derechos como
ser humano.
Nació en la primera revolución social del siglo xx y encontró en la Constitución de 1917 su más
bella cristalización histórica. Antes de esos años se dieron esfuerzos en defensa de los hombres,
ocurrieron hechos y se expusieron ideas, pero no se había logrado una reglamentación que
devolviera al trabajo su libertad y su dignidad, perdidas en los siglos de la esclavitud, de la
servidumbre y del derecho civil de la burguesía, ni se había declarado la idea que ha alcanzado
un perfil universal: el derecho del trabajo son los nuevos derechos de la persona humana,
paralelos y base sin la cual no son posibles los viejos derechos del hombre.
En las Leyes de Indias España creó el monumento legislativo más humano de los tiempos
modernos. Esas Leyes, cuya inspiración se encuentra en el pensamiento de la reina Isabel la
Católica, estuvieron destinadas a proteger al indio de América, al de los antiguos imperios de
México y Perú, y a impedir la explotación despiadada que llevaban al cabo los encomenderos.
Es suficientemente sabido que en los primeros años de la Colonia se entabló una pugna
ideológica entre la ambición de oro de los conquistadores y las virtudes cristianas de los
misioneros; las Leyes de Indias son un resultado de la pugna y representan en cierta medida una
victoria de los segundos. Es en verdad asombroso y bello descubrir en las páginas de la
recopilación la presencia de numerosas disposiciones, que bien podrían quedar incluidas en una
legislación contemporánea del trabajo; en especial las que procuraron asegurar a los indios la
percepción efectiva del salario. Pero a pesar de su grandeza, las Leyes de Indias Ilev;m el sello
del conquistador orgulloso: de acuerdo con el pensamiento de fray Bartolomé de las Casas, se
reconoció a los indios su categoría de seres humanos, pero en la vida social, económica y política,
no eran los iguales de los vencedores. No existen en los cuatro tomos de que se compone la
recopilación disposiciones que tiendan a la igualdad de derechos entre el indio y el amo, sino
que son más bien medidas de misericordia, actos píos determinados por el remorder de las
conciencias, concesiones graciosas a una raza vencida que carecía de derechos políticos y que
era cruelmente explotada.
El sistema de los gremios de la Colonia fue sensiblemente distinto del régimen corporativo
europeo: en el Viejo Continente, las corporaciones disfrutaron de una gran autonomía y el
derecho que dictaban en el terreno de la economía y para regular las relaciones de trabajo de
los compañeros y aprendices valía por voluntad de ellas, sin necesidad de homologación alguna.
En la Nueva España, por lo contrario, las actividades estuvieron regidas por las Ordenanzas de
Gremios. Allá, las corporaciones fueron, por lo menos en un principio, un instrumento de
libertad; en América, las Ordenanzas y la organización gremial fueron un acto de poder de un
gobierno absolutista para controlar mejor la actividad de Jos hombres. En Alemania, en Francia
o en Italia, las corporaciones regulaban la cantidad y calidad de las mercancías y determinaban
los salarios y la disciplina de los talleres, según el juicio que se formaban los maestros de las
necesidades de los mercados. En la Nueva España, el sistema de los gremios ayudaba a restringir
la producción en beneficio de los comerciantes de la península; y por otra parte, las Ordenanzas
contenían numerosas disposiciones, si bien los maestros gozaban de una cierta autonomía para
dictar las reglamentaciones complementarias.
Los gremios de la Nueva España murieron legalmente dentro del régimen colonial: algunas
Ordenanzas del siglo XVIII hablaron de la libertad de trabajo, pero fueron las Cortes quienes les
dieron muerte.
La ley de 8 de junio de 1813 autorizó a "todos los hombres avecindados en las ciudades del reino
a establecer libremente las fábricas y oficios que estimaran conveniente, sin necesidad de
licencia o de ingresar a un gremio". El Decreto constitucional de Apatzingán, expedido por el
Congreso de Anáhuac a sugerencia del jefe de las tropas libertadoras, generalísimo don José
María Morelos y Pavón, con un hondo sentido liberal y humano, declaró en su art. 38 que
"ningún género de cultura, industria o comercio, puede ser prohibido a los ciudadanos, excepto
los que formen la subsistencia pública".
B) Un siglo de Vida mexicana
El párrafo doce de los Sentimientos de la Nación Mexicana presentados por Morelos al Congreso
de Anáhuac, reunido en la ciudad de Chilpancingo en el año 1813, expresa:
Que como la buena ley es superior a todo hombre, las que dicte nuestro Congreso deben ser
tales que obliguen a constancia y patriotismo, moderen la opulencia y la indigencia, y de tal
suerte se aumente el jornal del pobre, que mejore sus costumbres, aleje la ignorancia, la rapiña
y el hurto.
Pero a pesar de la hondura del pensamiento social de Morelos, el siglo XIX mexicano no conoció
el derecho del trabajo: en su primera mitad continuó aplicándose el viejo derecho español, las
Leyes de Indias, las Siete Partidas, la Novísima Recopilación y sus normas complementarias. Los
historiadores han hecho notar que la condición de los trabajadores no sólo no mejoró, sino que
más bien sufrió las consecuencias de la crisis política, social y económica en que se debatió la
sociedad fluctuante. La Revolución de Ayutla, la segunda de las tres grandes luchas de México
para integrar su nacionalidad y conquistar su independencia y la libertad y la justicia para sus
hombres, representa el triunfo -del pensamiento individualista y liberal, porque lo más
importante para los hombres -de entonces era poner fin a la dictadura personalista de Santa
Anna y conseguir el reconocimiento de las libertades consignadas en las viejas Declaraciones, de
derechos.
Cuando los soldados de Juan Álvarez y Comonfort arrojaron del poder al dictador, convocaron
al pueblo para que eligiera representantes a un Congreso Constituyente, que se reunió en la
ciudad de México durante los años de mil ochocientos cincuenta y seis y cincuenta y siete.
La Declaración de derechos de aquella asamblea es uno de los más bellos documentos jurídicos
del siglo XIX y posee, de acuerdo con el pensamiento de su tiempo, un hondo sentido
individualista y liberal.
De sus disposiciones, son particularmente importantes· para el tema que nos ocupa, los arts.
cuarto, quinto y noveno, relativos a las libertades de profesión, industria y trabajo, al principio
de que "nadie puede ser. obligado a prestar trabajos personales sin una justa retribución y sin
su pleno consentimiento", y a la libertad de asociación.
En dos ocasiones se propuso el Congreso la cuestión del derecho del trabajo, pero no se logró
su reconocimiento, pues el valor absoluto que los defensores del individualismo atribuían a la
propiedad privada y la influencia de la escuela económica liberal, constituyeron obstáculos
insalvables: el celebérrimo Ignacio Ramírez reprochó a la Comisión dictaminadora el olvido de
los grandes problemas sociales, puso de manifiesto la miseria y el dolor de los trabajadores,
habló del derecho del trabajo a recibir un salario justo -era la idea del art. Quinto- a participar
en los beneficios de la producción -es la primera voz histórica en favor de la participación de los
trabajadores en las utilidades de las empresas- y sugirió que la. asamblea se avocara al
conocimiento de la legislación adecuada para resolver aquellos graves problemas; pero los
diputados no adoptaron ninguna decisión. En la sesión de 8 de agosto de 1856, en torno al
debate sobre las libertades de profesión, industria y trabajo, Ignacio Vallarta leyó un discurso en
el que expuso la explotación de que eran objeto los trabajadores y la urgencia de evitarla; pero
cuando todo hada creer que propondría el reconocimiento constitucional de los derechos del
trabajo, concluyó diciendo, en armonía con el pensamiento individualista y liberal, que las
libertades de trabajo e industria no permitían la intervención de la ley.
El archiduque Maximiliano de Habsburgo resultó un espíritu más liberal que los hombres que le
ofrecieron una corona ilusoria en el castillo de Miramar. Convencido el príncipe austríaco de que
el progreso de las naciones no puede fincarse en la explotación del hombre, expidió una
legislación social que representa un esfuerzo generoso en defensa de los campesinos y de los
trabajadores: el 10 de abril de 1865 suscribió el Estatuto provisional del Imperio y en sus arts.
69 y 70, incluidos en el capítulo de "Las garantías individuales", prohibió los trabajos gratuitos y
forzados, previno que nadie podía obligar sus servidos sino temporalmente y ordenó que los
padres o tutores debían autorizar el trabajo de los menores. El primero de noviembre del mismo
año expidió la que se ha llamado Ley del trabajo del Imperio: libertad de los campesinos para
separarse en cualquier tiempo de la finca a la que prestaran sus servicios, jornada de trabajo de
sol a sol con dos horas intermedias de reposo, descanso hebdomadario, pago del salario en
efectivo, reglamentación de las deudas de los campesinos, libre acceso de los comerciantes a
los centros de trabajo, supresión de las cárceles privadas y de los castigos corporales, escuelas
en las haciendas en donde habitaran veinte o más familias, inspección del traba 9, sanciones
pecuniarias por la violación de las normas antecedentes y algunas otras disposiciones
complementarias.
La vigencia de la Constitución de mil ochocientos cincuenta y siete confirmó entre nosotros la
era de la tolerancia. Y nuestros juristas, con un sentido humano de larga tradición, al elaborar el
Código civil de mil ochocientos setenta, procuraron dignificar el trabajo declarando que la
prestación de servicios no podía ser equiparada al contrato de arrendamiento, porque el
hombre no es ni podía ser tratado como las cosas; el mandato, el ejercicio de las profesiones y
el contrato de trabajo, formaron un solo título, aplicable a todas las actividades del hombre. Sin
embargo, la condición de los trabajadores no acusa mejoras importantes en aquellos años.
El año de mil novecientos seis fue testigo de dos grandes episodios de nuestra lucha de clases:
en el mes de junio, los obreros mineros de Cananea declararon una huelga para obtener mejores
salarios y suprimir los privilegios que la empresa otorgaba a los empleados norteamericanos; es
fama que el gobernador de Sonora, Izábal, aplastó el Movimiento con ayuda de las tropas de los
Estados Unidos del Norte.
En el mes de noviembre se iniciaron las escaramuzas en la industria textil: los empresarios de
Puebla impusieron un reglamento de fábrica que destruía la libertad y lii dignidad de los
hombres; los trabajadores se declararon en huelga, pero los empresarios poblanos convencieron
a todos los dueños de fábricas para que decretaran un paro general; acudieron entonces los
obreros al presidente de la República, general Díaz, para que arbitrara el conflicto; el gobierno
tuvo su última oportunidad histórica. pero no supo aprovecharla y selló su destino; su caída era
cuestión de tiempo. Pudo el presidente señalar una ruta nueva y preparar una legislación del
trabajo que se anticipara a las urgencias de la época, pero la burguesía mexicana, heredera del
conservadurismo que venía de la Colonia, consiguió que el general Díaz diera el triunfo a los
empresarios; la única dádiva que lograron los obreros consistió en la prohibición del trabajo de
los menores de siete años.
El día primero de julio del año trágico de 1906, el Partido liberal, cuyo presidente era Ricardo
Flores Magón, publicó un manifiesto y programa, que contiene el documento pre-revolucionario
más importante en favor de un derecho del trabajo; en él están delineados claramente algunos
de los principios e instituciones de nuestra Declaración de derechos sociales. El documento
analiza la situación del país y las condiciones de las clases campesina y obrera, y concluye
proponiendo reformas trascendentales en los problemas político, agrario y de trabajo. En este
último aspecto, el Partido liberal recalcó la necesidad de crear las bases generales para una
legislación humana del trabajo: mayoría de trabajadores mexicanos en todas las empresas e
igualdad de salario para nacionales y extranjeros; prohibición del trabajo de los menores de
catorce años; jornada máxima de ocho horas; descanso hebdomadario obligatorio; fijación de
los salarios mínimos; reglamentación del trabajo a destajo; pago del salario en efectivo;
prohibición de los descuentos y multas; pago semanal de las retribuciones; prohibición de las
tiendas de raya; anulación de las deudas de los campesinos; reglamentación de la actividad de
los medieros, del servicio doméstico y del trabajo a domicilio; indemnización por los accidentes
de trabajo; higiene y seguridad en las fábricas y talleres; habitaciones higiénicas para los
trabajadores.
En la década última del régimen del general Díaz, un hombre sintió la tragedia de las víctimas de
los riesgos del trabajo: el 30 de abril de 1904, a solicitud del gobernador José Vicente Villada, la
Legislatura del Estado de México dictó una ley, en la que se declaró que en los casos de riesgos
de trabajo, debía el patrono prestar la atención médica requerida y pagar el salario de la víctima
hasta por tres meses. El gobernador Bernardo Reyes impulsó fuertemente el desarrollo
industrial de Nuevo León, y tuvo también la convicción de que era indispensable una ley de
accidentes de trabajo: inspirada en la Ley francesa de 1898, la de 9 de noviembre de 1906 definió
al accidente de trabajo, único de los riesgos considerado ·,como aquél que ocurre a los
empleados y operarios en el desempeño de su trabajo o en ocasión de él"; y fijó indemnizaciones
que llegaban al importe de dos años de salario para los casos de incapacidad permanente total.
La inquietud social y política creció a partir de 1900, hasta hacerse incontenible en 1910: según
el censo de ese año, que mantuvo su -proporción a lo largo de la década, la población rural, con
nueve millones setecientas cuarenta y cinco mil personas, frente a tres millones ochocientas
sesenta y un mil de la urbana, representaba el setenta y dos por ciento del total de los habitantes
de la República. Una población campesina que conducía una servidumbre de miseria, peor
tratada que las bestias de carga y de tiro que usaban los amos, y una condición social que
únicamente podía mantenerse por la férrea dictadura de los jefes políticos y por la acción de los
rurales-halcones. Por otra parte, la clase media se ahogaba frente a los cuadros de la burocracia,
cerrados a toda persona que no perteneciera a las clases privilegiadas.
Los hombres despertaron por tercera vez, después de la Guerra de Independencia y de la
Revolución liberal y se prepararon para la que sería la Primera revolución social del siglo XX.
Otra vez surgió el problema del Plan de Ayutla de 1854: la cuestión fundamental para los
hombres de aquellos años, la condición imperiosa para cualquier acción posterior, consistía en
poner fin a la dictadura gubernamental; que ya no era tanto del general Díaz cuanto de la
burguesía territorial y del grupo llamado de los científicos, que se había impuesto al anciano
dictador. El 5 de octubre de 1910, Francisco I. Madero expidió el Plan de San Lufs, desconociendo
al régimen porfirista y convocando al pueblo al restablecimiento de la Constitución y a la
introducción del principio de no reelección: en el punto tercero hizo una referencia expresa al
problema agrario, que sería con el tiempo el punto de partida de la transformación de la
revolución de política en social. Los historiadores discuten si en los Convenios de Ciudad Juárez
que pusieron fin al gobierno del general Díaz, se enterraron los principios sociales de la
revolución; lo cierto es que los gobiernos de De la Barra y de Madero defraudaron los anhelos y
esperanzas de los campesinos y motivaron la rebelión del caudillo sureño Emiliano Zapata,
reencarnación del alma y del pensamiento de Morelos, con la nueva bandera de la revolución:
"Tierra y libertad". En los años de mil novecientos once a trece se sucedieron los gobiernos de
Francisco León de la Barra y de Francisco I. Madero y la traición militar de Victoriano Huerta.
Una vez más se irguió el pueblo de México en defensa de su ley fundamental, del sistema federal
y de la legitimidad de sus gobernantes. El 19 de febrero de 1913, la Legislatura del Estado de
Coahuila y el gobernador Carranza negaron la legitimidad del usurpador e invitaron a las
entidades federativas a luchar por sus derechos. El Plan de Guadalupe condensó los propósitos
de la lucha por el restablecimiento de la vigencia de la Constitución violada; en él, el ejército del
pueblo se llamó constitucionalista, nombre que se aplicó después al movimiento revolucionario.
De él nacieron: la nueva Constitución de mil novecientos diecisiete, la primera Declaración de
derechos sociales de la historia y el derecho mexicano del trabajo.
Nació nuestra Declaración de derechos sociales, fuente del derecho agrario y del derecho del
trabajo, como un grito de rebeldía del hombre que sufría injusticia en el campo, en las minas,
en las fábricas y en el taller. Fue el mismo grito de la Guerra de Independencia, el que resonó
también en los campos de batalla de la Guerra de Reforma. Brotó de la tragedia y del dolor de
un pueblo y fue creación natural, genuina y propia del mexicano, del hombre que venía de
ofrendar su vida en el combate de la revolución.
Antes de esos años solamente existía el derecho civil: para que el derecho del trabajo pudiera
nacer fue preciso que la Revolución constitucionalista rompiera con el pasado, destruyera el
mito de las leyes económicas del liberalismo y derrumbara el imperio absolutista de la empresa.
Nuestro derecho del trabajo nunca ha sido una parte o un capítulo del derecho civil, tampoco
fue su continuador o su heredero, sino más bien su adversario y en cierta medida su verdugo, ni
nació a la manera del derecho mercantil, lentamente desprendido del civil.
Nadó como un derecho nuevo, creador de nuevos ideales y de nuevos valores; fue expresión de
una nueva idea de la justicia, distinta y frecuentemente opuesta a la que está en la base del
derecho civil.
En el derecho del trabajo, la justicia dejó de ser una fórmula fría, aplicada a las relaciones
externas entre los hombres, y se convirtió en la manifestación de las necesidades y de los
anhelos del hombre que entrega su energía de trabajo al reino de la economía. El derecho del
trabajo de la Revolución social mexicana quiso ser el mensajero y el heraldo de uh mundo nuevo,
de un mundo en el cual el trabajador sería elevado a la categoría de persona, no para quedar
simplemente registrado con ese título en una fórmula legal, sino para vivir como persona en la
realidad de la vida social: en el futuro, el derecho ya no sería tan sólo una forma de la
convivencia, sino una fuerza activa al servicio de la vida, un instrumento de la comunidad para
garantizar a los hombres la satisfacción de las necesidades de orden material y espiritual que
impone la dignidad de la persona humana.
El 15 de julio de 1914, el general Huerta abandonó el poder, cediendo el triunfo a la Revolución.
Casi, inmediatamente después, los jefes de las tropas constitucionalistas iniciaron la creación
del derecho del trabajo: el 8 de agosto se decretó en Aguascalientes la reducción de la jornada
de trabajo a nueve horas, se impuso el descanso semanal y se prohibió cualquier reducción en
los salarios. El 15 de septiembre se dictó en San Luis Potosí un decreto fijando los salarios
mínimos. Cuatro días más tarde, se fijaron en el Estado de Tabasco los salarios mínimos, se
redujo a ocho horas la jornada de trabajo y se cancelaron las deudas de los campesinos. Mayor
importancia tuvo el movimiento creador del derecho del trabajo en los estados de Jalisco y
Veracruz: en el primero de ellos, Manuel M. Diéguez expidió un decreto sobre jornada de
trabajo, descanso semanal y obligatorio y vacaciones; y el 7 de octubre, Aguirre Berlanga publicó
el decreto que merece el título de primera ley del trabajo de la Revolución constitucionalista,
substituido y superado por el de 28 de diciembre de 1915: jornada de trabajo de nueve horas,
prohibición del trabajo de los menores de nueve años, salarios mínimos en el campo y en la
ciudad, protección del salario, reglamentación del trabajo a destajo, aceptación de la teoría del
riesgo profesional y creación de las Juntas de Conciliación y Arbitraje. El 4 de octubre de 1914
se impuso el descanso semanal en el Estado de Veracruz y el 19 del mismo mes, Cándido Aguilar
expidió la Ley del trabajo del Estado, cuya resonancia fue muy grande en toda la República:
jornada máxima de nueve horas, descanso semanal, salario mínimo, teoría del riesgo
profesional, escuelas primarias sostenidas por los empresarios, inspección del trabajo,
reorganización de la justicia obrera. Un año después se promulgó en aquella Entidad federativa
la primera ley de asociaciones profesionales de la República. En el mismo año de 1915, el general
Salvador Alvarado se propuso reformar el orden social y económico del Estado de Yucatán, a
cuyo efecto expidió las leyes que se conocen con el nombre de Las cinco hermanas: agraria, de
hacienda, del catastro, del municipio libre y del trabajo, un intento de socialización de la vida.
La Ley del trabajo reconoció y declaró algunos de los principios básicos que más tarde integrarían
el Artículo 123 de la Constitución: el derecho del trabajo está destinado a dar satisfacción a los
derechos de una clase social; el trabajo no puede ser considerado como una mercancía; las
normas contenidas en la Ley sirven para facilitar la acción de los trabajadores organizados en su
lucha con los empresarios; las normas legales contienen únicamente los· beneficios mínimos de
que deben disfrutar los trabajadores y se desarrollarán y completarán en los contratos colectivos
y en los laudos del tribunal de arbitraje. La Ley reglamentó las instituciones colectivas:
asociaciones, contratos colectivos y huelgas. Comprende también las bases del derecho
individual del trabajo; jornada máxima, descanso semanal, salario mínimo y defensa de las
retribuciones. Se encuentran también las normas para el trabajo de las mujeres y de los menores
de edad, las reglas sobre higiene y seguridad en las fábricas y las prevenciones sobre riesgos de
trabajo. En armonía con sus principios, la Ley creó las Juntas de Conciliación y el Tribunal de
Arbitraje, encargados del conocimiento y decisión de todos los conflictos de trabajo, individuales
y colectivos, jurídicos y económicos; y facultó a aquellos organismos para imponer
autoritariamente, en determinadas condiciones en los casos de conflictos económicos, las
normas para la prestación de los servicios, y cuando se tratara de controversias jurídicas la
sentencia que les pusiera fin. Conviene todavía mencionar el Proyecto de ley del contrato de
trabajo, elaborado en el mes de abril de 1915 por una comisión que presidió el Secretario de
Gobernación Rafael Zubarán Capmany: fue un proyecto bastante completo que reguló los
contratos individual y colectivo de trabajo, el segundo de los cuales, en concordancia con un
proyecto francés de 1906 de Doumergue y Viviani, fue concebido como un contrato normativo.
Es también interesante la legislación del Estado de Coahuila de 1916, obra del gobernador
Gustavo Espinosa Mireles: un decreto del mes de septiembre creó dentro de los departamentos
gubernamentales una sección de trabajo y en el mes siguiente publicó el mismo gobernador una
ley inspirada en el Proyecto Zubarán y en la Ley de Bernardo Reyes sobre accidentes de trabajo;
su interés principal radica en las disposiciones que ordenaban que en los contratos de trabajo
se consignaran las normas sobre la participación obrera en las utilidades, tal vez la primera
norma legislativa sobre este importantísimo tema.
El gobernador Carranza, jefe de la Revolución constitucionalista comprendió que el pueblo no
se conformaría con una victoria meramente legalista y formal, que regresara a los días del
presidente Madero. pues equivaldría a prorrogar indefinidamente la injusticia social.
En el discurso de 24 de septiembre de 1913, expresó:
Espera el pueblo de México que terminada la lucha armada a que convocó el Plan de Guadalupe,
tendrá que principiar formidable y majestuosa la lucha social. La lucha de clases, opónganse las
fuerzas que se opongan, tendrá que estallar y las nuevas ideas sociales se impondrán en nuestras
masas. La cuestión no es sólo repartir tierras y las riquezas naturales, ni lograr el sufragio
efectivo, ni abrir más escuelas. Es algo más grande y más sagrado: es restablecer la justicia,
buscar la igualdad y establecer el equilibrio de la economía nacional.
Leyes agrarias que favorezcan la formación de la pequeña propiedad, disuelvan los latifundios y
restituyan a los pueblos las tierras de que fueron injustamente despojados; legislación para
mejorar la condición del trabajador rural, del obrero, del minero y, en general, de las clases
proletarias; revisión de los códigos civil, penal y de comercio.
De esa época proceden la Ley de relaciones familiares, que modernizó la familia estableciendo
la igualdad entre el hombre y la mujer e introduciendo el divorcio, y la Ley de 6 de enero de
1915, obra de Luis Cabrera, que sirvió de base a la reforma agraria. Algún tiempo después, 14
de septiembre de 1916, convocó Carranza al pueblo para que eligiera representantes a una
asamblea constituyente que determinara el contenido futuro de la constitución. En la Exposición
de motivos del decreto se dijo:
El artículo quinto debe trazar las bases fundamentales sobre las que ha de legislarse en materia
de trabajo, entre otras, las siguientes: jornada máxima, salario mínimo,. descanso semanario,
higienización de talleres, fábricas y minas, convenios industriales, creación de tribunales de
conciliación y arbitraje, prohibición del trabajo nocturno de las mujeres y niños, accidentes,
seguros, indemnizaciones, etcétera.
En varios párrafos de su discurso relató la difícil condición de los trabajadores y concluyó con las
famosas palabras que recuerdan el :reproche del Nigromante a los autores del Proyecto de
Constitución de mil ochocientos cincuenta y siete:
Cuando hace días en esta tribuna, mi diputado obrero, con un lenguaje burdo tal vez, pero con
la sinceridad que se nota. en los hombres honrados, dijo que en el Proyecto 'de constitución el
problema del trabajo no se había tocado más que superficialmente, dijo una gran verdad. Es
verdaderamente sensible que al traerse a discusión un proyecto de reformas que se dice
revolucionario, deje pasar por alto las libertades públicas, como han pasado hasta ahora las
estrellas sobre las cabezas de los proletarios: ¡allá, a lo lejos!
En el discurso de Victoria está la idea fundamental del Artículo 123: la constitución debería
señalar las bases fundamentales para que las legislaturas locales expidieran las leyes del trabajo.
Ese señalamiento era absolutamente indispensable, pues, de otra suerte, los derechos de los
trabajadores volverían a pasar como las estrellas sobre las cabezas de los proletarios. Siguiendo
los lineamientos marcados por el general Alvarado, Victoria pensaba que el derecho del trabajo
necesitaba una adecuación constante a las realidades sociales y a las necesidades de los
trabajadores; las leyes del trabajo, a su vez, deberían ser también generales, a fin de que en las
convenciones colectivas y en las resoluciones de los organismos de conciliación y arbitraje se
fijaran las condiciones concretas de trabajo para las empresas o ramas industriales.
Heriberto Jara principió el combate contra la doctrina tradicional del derecho constitucional:
para la concepción burguesa, individualista y liberal, di.jo, el contenido de las constituciones
debía limitarse al reconocimiento de los derechos individuales del hombre y a las normas
relativas a la organización y atribuciones de los poderes públicos:
Insinúo la conveniencia de que la comisión retire, si la asamblea lo aprueba, todas las cuestiones
obreras que incluyó en el art. quinto, a fin de que, con toda amplitud, presentemos un artículo
especial que será el más hermoso de nuestros trabajos; pues así como Francia, después de su
revolución, ha tenido el alto honor de consagrar en la primera de sus cartas magnas los
inmortales derechos del hombre, así la Revolución mexicana tendrá el orgullo legítimo de
mostrar al mundo que es la primera en consignar en una constitución los sagrados derechos de
los obreros.
El jefe de la Revolución tuvo noticia del debate y comprendió que la decisión de la asamblea ya
estaba adoptada. Con la visión que le corresponde al estadista, Carranza decidió adelantarse a
los oradores diputados y comisionó al licenciado José Natividad Macías para que apoyase la
adopción de un título especial sobre el trabajo. En cumplimiento del encargo, Macías,
posteriormente rector de la UNAM, pronunció un valioso discurso, en el que expuso los
principios que en su opinión deberían constituir las columnas del futuro derecho del trabajo y
leyó varias disposiciones de un proyecto de ley que había redactado por encargo del mismo
Carranza.
Al concluir el debate, Macías y Pastor Rouaix, Secretario de Fomento en el gabinete
constitucionalista, designados aparentemente para integrar la comisión que redactaría el
proyecto de nuevo título sobre el trabajo, invitaron al licenciado Lugo y al diputado De los Ríos
para que completaran el pequeño comité. Con base en los proyectos de Macías, la comisión
formuló un anteproyecto, sobre el que cambió impresiones con un grupo de diputados y del que
salió el proyecto· final que se turnó a la Comisión del Congreso encargada de presentarlo a la
asamblea. En su dictamen, la Comisión conservó la mayor parte del texto original, hizo algunos
cambios, modificó varias disposiciones, y adicionó otras y propuso algunas fracciones nuevas.
Después de una breve discusión, el Artículo 123 fue aprobado el 23 de enero de 1917.
La fracción X del art. 73 del Proyecto de constitución autorizaba al Congreso de la Unión para
legislar en toda la República en materia de trabajo. Dos consideraciones determinaron a los
constituyentes a cambiar de opinión: la convicción de que contrariaba el sistema federal y el
convencimiento de que, las necesidades de las entidades federativas eran diversas y requerían
una reglamentación diferente.
Por esas dos razones, en el párrafo introductorio del Artículo 123 dijeron:
El Congreso de la Unión y las legislaturas de los estados deberán expedir leyes sobre el trabajo,
fundadas en las necesidades de cada región, sin contravenir a las bases siguientes.
1. La legislación de las entidades federativas: los poderes legislativos estatales, con una
conciencia clara de su misión, expidieron un conjunto hermoso de leyes en el lapso que va de
mil novecientos dieciocho a mil novecientos veintiocho. El l4 de enero de 1918, el Estado de
Veracruz expidió su Ley del trabajo, que no solamente es la primera de la República, sino que,
salvo disposiciones dispersas de algunas naciones del sur, es también la primera de nuestro
Continente; se completó la Ley con la de 18 de junio de 1824 y fue un modelo para las leyes de
las restantes entidades federativas, más aún, sirvió como un precedente en la elaboración de la
Ley federal del trabajo de 1931. En un precioso primer párrafo, su Exposición de motivos señaló
las finalidades de la legislación:
Urgía remediar las graves injusticias que en épocas pasadas se cometieron y que fueron una de
las causas principales de la Revolución. De aquí que siendo el objeto de la ley remediar esas
injusticias y a fin de que no puedan repetirse, fue preciso dar a sus disposiciones el único carácter
que las pone a cubierto de las contingencias de la política: el de ser justas.
En unos renglones posteriores se hizo notar el sentido propio, nacional, para decirlo así, de la
ley, una característica que coincide con el origen y la evolución de nuestro derecho del trabajo,
que nació, según lo hemos ya apuntado, en los campos y de los hombres de la Revolución, y que
no es, ni ha querido ser, una imitación extralógica de normas de otros pueblos, por muy
bondadosas que se las considere en ellos:
Ha sido un criterio constante el hacer una ley, antes que todo, mexicana, veracruzana, es decir,
que fuese un producto de nuestro medio, una hija legítima de nuestra Revolución y de nuestras
leyes fundamentales, que respondiese fielmente a las necesidades de nuestros campos, de
nuestros ingenios azucareros, de nuestras casas particulares, de nuestras ciudades, de nuestro
sistema todo de vida individual y social ... No se quiso llenar la ley con traducciones o copias de
leyes extranjeras, aun sabias; no se quiso poner en ella ningún precepto sólo por la forma galana
o precisa con que lo formularon legisladores de otros países; se quiso, fundamentalmente,
garantizar la aplicación de la ley en nuestro medio, en nuestras condiciones sociales y políticas,
en nuestro estado actual.
La Ley del trabajo de Veracruz produjo grandes beneficios: el reconocimiento pleno de la
libertad sindical y del derecho de huelga ayudó eficazmente al desarrollo del movimiento
obrero, que es, desde entonces, uno de los más fuertes y aguerridos de la República. Y las
disposiciones sobre el salario y en general, sobre las condiciones de trabajo, aunadas a la política
de los primeros gobernadores, contribuyeron a la elevación de las formas de vida de los
hombres.
2. La legislación y los proyectos legislativos para el Distrito y territorios federales:
A) Un decreto del presidente Carranza de 1917 señaló la forma de integración de las Juntas de
Conciliación y Arbitraje y las medidas que debían adoptar en los casos de paros empresariales;
otro decreto de 1919 reglamentó el descanso semanario. En el año de 1925 es expidió la Ley
reglamentaria de la libertad de trabajo y en ella se contemplaron algunos problemas de la
huelga. Un año después, se publicó el reglamento de las Juntas de Conciliación y Arbitraje.
Finalmente, en 1927 se dictó un decreto sobre la jornada de trabajo en los establecimientos
comerciales.
B) La legislatura federal de 1918 creía preferible dictar leyes separadas para cada uno de los
temas del trabajo. De ahí los dos proyectos sobre accidentes de trabajo, el segundo de los cuales,
del diputado Octavio M. Trigo, estuvo precedido de una excelente exposición de la teoría del
riesgo profesional.
En el año de 1919, con base en los estudios de Macías, se discutió en la Cámara de diputados un
proyecto de ley, en el que se encuentran una reglamentación del derecho obrero a una
participación en las utilidades y la regulación de un sistema de cajas de ahorro. En el año de
1925 se formuló un segundo proyecto, de cuyos principios destaca la tesis de que "el trabajo
humano no podía ser considerado como una mercancía". ·
La idea del derecho del trabajo: defensa de la persona humana que entrega a la sociedad su
energía para que se construyan la civilización y la cultura, es una conquista de la historia que
tiene una pretensión de eternidad; pero sus formas y medios de realización cambian al mismo
ritmo de las transformaciones sociales y económicas. Así ocurrió con el carácter local o federal
de la legislación del trabajo La Declaración de derechos sociales fortaleció el ejército de los
trabajadores para beneficio del trabajo: el despertar obrero reafirmó su conciencia de clase y se
extendió por toda la República y creó sindicatos y federaciones y confederaciones y devino una
fuerza viva y activa al servicio del trabajo, y se convirtió en una fuente cuyas primicias fueron los
conflictos colectivos, las huelgas y los contratos colectivos. Pero no estaban satisfechos los
trabajadores y lentamente se fue formando un rumor que resonó en los campos mineros y
petroleros y en las fábricas y en los talleres: fue noble y oportuna la solución de la Asamblea de
Querétaro, decía el rumor, pero la República es un enjambre de leyes que dan a los trabajadores
tratamientos distintos, situación que implica la negación del principio democrático de la
igualdad de derechos y beneficios. Por otra parte, el gobierno federal sostenía, con justificación,
que el Artículo 27 de la Carta Magna había reivindicado para la Nación el dominio sobre los
productos del subsuelo, atribución que exigía que todos los asuntos que pudieran afectarlo se
estudiaran y resolvieran por las autoridades nacionales. Finalmente, algunos conflictos
colectivos y huelgas se extendían a dos o más entidades federativas, ninguna de las cuales podía
intervenir, porque sus decisiones carecían de eficacia fuera de sus fronteras.
En vista de la multiplicación de las dificultades, el poder revisor de la Constitución modificó en
el año de 1929 el párrafo introductorio de la Declaración y propuso una solución estrictamente
original: la ley del trabajo sería unitaria y se expediría por el Congreso federal, pero su aplicación
correspondería a las autoridades federales y a las locales mediante una distribución de
competencias incluida en la misma reforma. Así se abrió el camino para la expedición de una Ley
federal del trabajo aplicable en toda la República.
La elaboración de la nueva Ley federal del trabajo configuró un proceso democrático de estudio
y preparación de una ley social, un precedente de la mayor trascendencia para el ejercicio futuro
de la función legislativa. Precisamente porque la ley del trabajo es el punto de partida para el
desenvolvimiento de los principios de justicia social que brotan del Artículo 123, su consulta y
discusión públicas con las fuerzas activas de la vida nacional, trabajadores, patronos y sindicatos,
escuelas de derecho e institutos jurídicos y económicos, autoridades del trabajo, y en general,
con los representantes de los intereses nacionales, constituyen una auténtica consulta y un
debate con el pueblo, un procedimiento que de continuarse en ocasión de otras leyes, producirá
una legislación cada vez más próxima a la conciencia del pueblo, titular único de la soberanía y
de todos los poderes públicos.
En el año de 1960, el presidente López Mateas designó una comisión para que preparara un
anteproyecto de ley del trabajo, y la integró con el Secretario del Trabajo y Previsión Social,
licenciado Salomón González Blanco, con los presidentes de las Juntas de Conciliación y
Arbitraje, federal y local del Distrito Federal, licenciados María Cristina Salmarán de Tamayo y
Ramiro Lozano, y con el autor de este libro, para que iniciara una investigación y estudiara las
reformas que deberían hacerse a la legislación del trabajo. Durante casi dos años nos reunimos
en la casa del autor, a fin de aislarnos del bullicio de la Secretaría del Trabajo, hasta terminar un
primer proyecto. Pronto nos dimos cuenta de que su adopción exigía la previa reforma de las
fracciones II, III, VI, IX, XXII y XXXI del Apartado "A" del Artículo 123 de la Constitución, pues de
otra suerte no se podría armonizar la legislación con la conciencia universal que exige aumentar
a catorce años la edad mínima de admisión al trabajo, ni sería posible establecer un concepto
más humano y más moderno de los salarios mínimos y un procedimiento más eficaz para su
determinación, ni podría tampoco sustituirse el impracticable sistema para la fijación del
porcentaje que debe corresponder a los trabajadores en las utilidades de las empresas; por otra
parte, la Suprema Corte de Justicia había dado una interpretación equivocada a las fracciones
XXI y XXII, reguladoras de la estabilidad de los trabajadores en sus empleos, error que era
urgente corregir; finalmente, había que definir con mayor precisión la línea divisoria de la
competencia de las autoridades federales y locales del trabajo. En el mes de diciembre de 1961
se envió al Poder revisor de la constitución la iniciativa presidencial, la que quedó aprobada en
el mes de noviembre del año siguiente. En el mismo año de 1962, el Presidente de la República
ofreció al Poder legislativo la iniciativa para la reforma consecuente de la Ley del Trabajo de
1931.
Al iniciarse el año de 1967, el nuevo Presidente de la República, licenciado Gustavo Díaz Ordaz,
designó una segunda comisión, integrada con las mismas personas que mencionarnos en el
párrafo anterior y con el licenciado Alfonso López Aparicio, a fin de que preparara un segundo
proyecto. Otra vez nos reunimos diariamente en mi casa y por fin, en los primeros días de 1968,
el Secretario del Trabajo pudo informar al Presidente que el nuevo proyecto estaba concluido.
Fue entonces cuando el titular del Poder ejecutivo decidió que se enviara una copia del que se
llamó anteproyecto a todos los sectores interesados para que expresaran su opinión y
formularan las observaciones que juzgasen convenientes. Así transcurrieron los cuatro primeros
meses del año: fue muy abundante la documentación que remitió la clase trabajadora, pero, en
contraste con ella, la clase patronal se abstuvo de hacer comentarios. Después del primero de
mayo, por acuerdo del propio Presidente de la República,, se invitó a las clases sociales a que
designaran personas que se reunieran con la comisión para un cambio de impresiones que
facilitara la redacción del proyecto que se presentaría al Poder legislativo.
La clase patronal, por conducto de sus organizaciones, designó a un grupo de abogados para que
la representara en las conversaciones con la comisión. Ignoramos si los empresarios les dieron
instrucciones concretas, pero lo cierto es que su postura fue totalmente negativa, pues no sólo
hicieron una crítica inconsistente de las ideas y principios generales del anteproyecto, sino que
rechazaron todas las normas que se proponían mejorar las prestaciones de los trabajadores. Así,
a ejemplos: en el memorándum inicial que presentó el grupo de abogados, se objetó la
definición de la jornada de trabajo diciendo que "no corresponde a la realidad", lo que era cierto,
pues su propósito era corregir los abusos que se cometían, y sobre todo, evitar que en el futuro
se prolonguen las horas de trabajo para compensar interrupciones no imputables a los
trabajadores; se opusieron a la prima por trabajo en día domingo, desconociendo que esa
actividad priva al trabajador de la compañía de sus hijos, que en ese día no concurren a la
escuela; recordamos con pavor, pero también con tristeza, la defensa ardiente que hizo alguno
de los abogados patronales, de lo que llamó el indispensable doblete: en algunas negociaciones
se trabaja en dos o tres turnos y ocurre con frecuencia que al terminar uno de ellos no se
presenta el trabajador del turno siguiente, sin que se le pueda reemplazar porque ningún otro
trabajador posee los conocimientos suficientes; por lo tanto, el trabajador del primer turno debe
continuar trabajando en el turno siguiente, en suma, diez y seis horas continuas; desconocieron
en esa ocasión que una empresa bien organizada debe tener la precaución de adiestrar a un
trabajador para que sustituya al faltista por enfermedad o accidente; se opusieron al pago de
un salario doble adicional por el servicio extraordinario que se presta en el día de descanso;
rechazaron la idea de que los períodos de vacaciones coincidieran con los convenios de la
Organización Internacional del Trabajo y que se concediera a los trabajadores de una prima que
les permitiera disfrutar sus vacaciones con independencia de sus gastos diarios; desecharon la
idea de un aguinaldo anual; en el problema de las habitaciones llegaron a la conclusión de que
no debería reglamentarse la obligación constitucional, por lo que se negaron a hacer cualquier
sugerencia; y entre otras muchas cuestiones más, manifestaron que la ley del trabajo no debía
proteger las invenciones de los trabajadores. En resumen, en un documento de 8 de julio de
1968, concluyeron expresando que la proyectada reforma no debía referirse a las partes
sustantivas de la Ley de 1931, sino únicamente a los aspectos procesales.
También los representantes de los trabajadores acudieron a la comisión con sus observaciones
y propuestas. Su postura fue esencialmente distinta, lo que puede comprobarse con la lectura
de la publicación de la Confederación de Trabajadores de México titulada: Reformas y adiciones
al ante-proyecto de ley federal del trabajo, Editorial Cuauhtémoc, 1968: partieron de la tesis de
que si bien la Ley de 1931 había sido una aplicación magnífica de la idea de la justicia social a las
condiciones de la época en que se expidió, las transformaciones operadas desde entonces en la
vida nacional exigían un ordenamiento que generalizara las conquistas obreras y elevara los
niveles de vida de todos los trabajadores, otorgándoles una participación más justa en los
resultados de la producción y distribución de bienes; aceptaron que el anteproyecto satisfacía
sus aspiraciones en buena medida, pero sostuvieron que podía mejorarse. Entre las reformas
que señalaron merecen destacarse: en primer lugar, la federalización de la justicia del trabajo,
a fin de evitar la influencia política y económica de los gobiernos y de los empresarios de los
estados, la que se hacía sentir en las Juntas de Conciliación y Arbitraje, pero no podía realizarse
la reforma sin una modificación en los textos constitucionales, lo que no estaba previsto en esos
momentos; pidieron la reducción de las horas de trabajo en la semana, a cuarenta, pero se llegó
a la conclusión de que los sindicatos podían solicitar la reducción de la jornada en la contratación
colectiva, sin necesidad de reformar la Constitución. De conformidad con algunas
observaciones, el anteproyecto se modificó, entre otros aspectos, para dar una mayor garantía
a la libertad sindical, a la libre contratación colectiva y al ejercicio del derecho de huelga.
Con las observaciones de los trabajadores y los empresarios y con las sugerencias que había
recibido de otros sectores, la comisión redactó el proyecto final, al que hizo preceder de una
Exposición de motivos. En el mes de diciembre de 1968, el Presidente de la República envió a la
Cámara de diputados la Iniciativa de nueva ley federal del trabajo. Fue entonces cuando se
escenificó ante las Comisiones unidas de diputados y senadores un segundo proceso
democrático para la elaboración de las leyes: otra vez desfilaron los representantes de los
trabajadores y de los empresarios a expresar sus observaciones y sugerencias con la mayor
libertad. Convencidos tal vez los empresarios de que era ya inevitable la expedición de la ley,
presentaron un estudio ante las comisiones de las cámaras, que dividieron en tres partes:
aspectos no objetables, entre los que colocaron a los que no implicaban nuevos beneficios para
el trabajo; aspectos objetables, subdivididos en conflictivos, administrativos y económicos; y
aspectos inaceptables. En la imposibilidad de consignar todas las objeciones, mencionaremos
del grupo número dos: el nuevo concepto de intermediario, cuya finalidad fue suprimir la
vaguedad de la Ley de 1931; las normas que reconocieron el derecho de huelga en los problemas
del contrato-ley; las disposiciones sobre el llamado desistimiento tácito de la acción, una
institución que debió suprimir la comisión por ser contraria a la equidad y de una
constitucionalidad dudosa; muchas de las normas sobre las reglamentaciones especiales; el
reconocimiento que hizo la ley de la propina como parte del salario; el pago del tiempo que
exceda al de trabajo extraordinario autorizado por la Constitución con un salario mayor; la prima
por trabajo en domingo: el pago del trabajo en días de descanso con salario doble; dos nuevos
días de descanso obligatorio, el primero de enero, en el que no se trabajaba en el pasado y el
cinco de febrero, aniversario del primer reconocimiento constitucional de los derechos del
trabajo; el aumento del período de vacaciones; la prima de vacaciones; el aguinaldo; la
obligación de otorgar becas y de fomentar el deporte; la indemnización en los casos de reajuste
de trabajadores; y la creación de hospitales en empresas de personal numeroso. Entre los
aspectos inaceptables se encontraban: la interrupción de la jornada de trabajo durante media
hora, corno si fuera posible trabajar ocho horas sin una sola pausa; la norma que establece que
el salario se integra con todas las prestaciones que recibe el trabajador, para reducirlo a la suma
que se paga en efectivo, pero se les olvidó a los objetantes que la norma se tomó de un convenio
de la O. I. T., ratificado por el Senado de la República; la norma que impone a los empresarios la
obligación de preferir a los trabajadores que les hubiesen servido con anterioridad; lo que,
faltando dolosamente a la verdad, llamaron el escalafón ciego, asunto que habremos de
considerar más adelante; la prima de antigüedad; la norma que previene que únicamente serán
considerados trabajadores de confianza las personas que desempeñen funciones que tengan
carácter general, norma que tiende a impedir la proliferación de los puestos de confianza; las
normas sobre los agentes de comercio, y en especial, las relativas a los agentes de seguros; las
normas sobre el trabajo a domicilio; diversas normas procesales que tenían como finalidad dar
firmeza a los procedimientos en materia de huelgas; las nuevas normas sobre participación en
las utilidades, cuyo destino es evitar que se continúen cometiendo abusos; el capítulo sobre
habitaciones de los trabajadores; pretendieron que se introdujera en la ley el contrato a prueba
y que se restableciera el contrato medieval de aprendizaje.
Al concluir las reuniones con los representantes de los trabajadores y de los empresarios, los
diputados y senadores invitaron a la Comisión redactora del proyecto a un cambio de
impresiones. Es indudable que los miembros del poder legislativo habían estudiado
cuidadosamente la Iniciativa, así como también que nos formularon diversos interrogantes, a
los que respondimos con el propósito de poner de relieve los lineamientos generales del
proyecto y de procurar se mantuviera su unidad: la Iniciativa no sufrió ninguna modificación en
sus principios, instituciones y normas fundamentales, pero si se analizan en su conjunto las
modificaciones que introdujo el poder legislativo, se llega a la conclusión de que si bien se logró
una armonía mayor entre diversos preceptos y la precisión de algunos conceptos, así, a ejemplo,
en la definición del salario (la retribución que debe recibir el trabajador a cambio de su trabajo)
se sustituyó el término a cambio de con la fórmula por su trabajo, porque el primero podía dar
la impresión de que subsistía la idea de que el derecho nuevo aceptaba aun la tesis de que las
relaciones de trabajo se basan en un intercambio de prestaciones, siendo así que está concebido
en la Iniciativa como el estatuto que se propone satisfacer las necesidades materiales de los
trabajadores y dar realidad a los ideales de justicia social que guiaron a los creadores del Artículo
123, en cambio se observa que restringen muchos de los beneficios que la Iniciativa concedió a
los trabajadores, más aún no se encuentra en esas modificaciones ninguna que signifique un
derecho nuevo para el trabajo.
El proceso de formación de la Ley prueba que el ordenamiento nuevo no es una obra de
gabinete, ni es tampoco el resultado de un pensamiento abstracto alejado de la realidad. Sin
duda, el anteproyecto que sirvió de punto de partida a los procesos democráticos ante la
Comisión redactora y ame las cámaras legisladoras, contiene las ideas y las ansias de justicia de
un grupo de estudiosos del derecho del trabajo, pero unas y otras se confrontaron con las
realidades vivas y se propusieron a la crítica constructiva y al debate libre de todos los hombres
de buena voluntad, de quienes se proponen sincera y noblemente la erradicación de la miseria.
La Ley nueva no es, ni quiere, ni puede ser, todo el derecho del trabajo; es solamente una fuerza
viva y actuante, que debe guiar a los sindicatos en su lucha por mejorar las condiciones de
prestación de los servicios, y a los patronos para atemperar la injusticia que existe en sus
fábricas. Tampoco es una obra final, por lo que deberá modificarse en la medida en que lo exija
el proceso creciente del progreso nacional, para acoger los grupos de trabajadores aún
marginados y para superar constantemente, hasta la meta final, las condiciones de vida de los
hombres sobre cuyos cuerpos está construida la civilización.
CAPÍTULO VII
LAS REFORMAS CONSTITUCIONALES Y LEGALES POSTERIORES A 1970
Los autores de la Ley de 1970 se propusieron formular una ley nueva que respondiera a las
transformaciones sociales y económicas que se operaron en nuestro país después de 1931. Pero
tuvieron conciencia de que las mutaciones de la realidad mexicana se precipitaban con una
velocidad que necesariamente provocaría las consecuentes reformas legales y aun
constitucionales; esto es, la ley de trabajo tendría que adecuarse permanentemente a la vida, a
fin de hacer honor a la idea, tantas veces repetida, de que el derecho del trabajo es un estatuto
dinámico, en cambio permanente, y siempre inconcluso; o como diría un marxista: el derecho
del trabajo, supraestructura de la economía, tendría que seguir las mutaciones de ésta, para no
perecer.
Dentro de este orden de ideas, en el año de 1973 se reformó la Ley, con el propósito de crear
principios e instituciones defensores del poder adquisitivo del salario, lo que ha dado al derecho
del trabajo su verdadera dimensión: ya no es solamente un estatuto regulador de las relaciones
entre trabajadores y patronos, sino que penetra definitivamente en la economía nacional para
facilitar a los obreros y a sus familias la adquisición de los artículos de consumo necesarios y
convenientes a precios reducidos, mediante la creación de economatos y el otorgamiento de
créditos a interés moderado.
La influencia creciente de la mujer en la vida nacional y universal, determinó al poder ejecutivo
en el año de 1953 a dirigirse al poder revisor de la constitución proponiendo la reforma del
artículo 34 de la Carta Magna, a efecto de otorgar a las mujeres la categoría de ciudadano y el
ejercicio de los derechos políticos. Esta primera reforma culminó con la de 1974, que consignó
en el artículo cuarto de la Constitución la igualdad plena del hombre y de la mujer, y como
consecuencia de ella las modificaciones necesarias en el Código civil, en la Ley de población, en
la de Nacionalidad y naturalización y en la Ley del trabajo. Las únicas normas particulares para
el trabajo de las mujeres que subsisten en la legislación laboral se relacionan con la defensa de
la maternidad.
Finalmente, en el año de 1975 y en virtud de la trascendencia económica adquirida por algunas
ramas industriales, así el caso de la celulosa y el papel, se adicionó la fracción XXXI del apartado
"A" del artículo 123, lo que automáticamente aumentó la competencia de las autoridades
federales.
CAPÍTULO VIII
HACIA UNA NUEVA IDEA DEL DERECHO DEL TRABAJO
Una exposición más o menos completa acerca de la naturaleza y de los fines del derecho
requeriría muchos volúmenes, tal vez muchos años y probablemente varias vidas. Cedemos el
campo a los filósofos y nos limitaremos a exponer nuestra idea del derecho, pero no queremos
ocultar que fue el análisis de las realidades sociales, más aún, la contemplación de la edad
heroica del movimiento obrero y del derecho del trabajo, y esa manifestación espléndida de
nuestra Revolución social que es la Declaración de derechos sociales, lo que nos enseñó que las
doctrinas sobre el derecho y el estado se dividen en dos corrientes: una, que cuenta con una
larga y bella tradición que llega hasta Platón, pretende deducir el derecho en forma más o menos
completa de un concepto de la justicia concebida como un valor supremo, cuyo fundamento se
da en la ley de dios o en una supuesta razón universal, tesis de la que se deriva la afirmación de
que el estado es la organización política llamada a desarrollar e imponer el derecho; y otra es la
tesis que contempla al derecho y al estado como dos productos o fenómenos naturales surgidos
en la vida social, dos efectos de las relaciones que se dan entre los hombres .
Toda doctrina que no parte de la vida: la que inventa con Platón un arquetipo para matar la
realidad; la que acepta la razón universal de los estoicos como fuente del derecho; la que postula
con San Agustín y Santo Tomás la ordenación tripartita de las leyes que parte de la ley de Dios
corno la suma perfección, desciende a la ley natural que participa en alguna medida de los
caracteres de aquella y llega finalmente a la ley humana que no puede contrariar a sus
superiores la que admite las diversas corrientes del jusnaturalismo de las edades moderna y
contemporánea; todas ellas son especulaciones de los filósofos que o sirven para justificar un
régimen de injusticia como el jusnaturalismo de Locke o de Pufendorf, o son un ocultamiento
de la vida, de sus necesidades y de sus aspiraciones. Mayor es el daño que nos viene de la Escuela
de Marburgo, cuya última manifestación, la Teoría pura del derecho, ese positivismo nihilista,
esa fuga ante la vida y ante sus problemas, que conduce a la justificación de los regímenes.
totalitarios y de los gorila tos de América y de Asia, pues la invención de la norma hipotética
fundamental le sirve al antiguo maestro de la Universidad de Viena para justificar, con sus
propias palabras, la ordenación que con el nombre de constitución "impuso un usurpador o una
especie de asamblea" (Hans Kelsen: Teoría general del derecho y del estado, traducción de
Eduardo García Maynez, Imprenta Universitaria, México, 1949, pág. 118) a la vida social,
ordenación a la que corresponde "atribuir o no personalidad jurídica a los hombres, pues los hay
que como los animales carecen de personalidad" (Hans Kelsen: Allgemeine Staatslehre, Verlag
von Julius Springer, Berlín, 1925, pág. 68).
La concepción idealista del derecho y del estado encontró en el siglo xix su más fuerte aplicación
en Hegel, el maestro de Berlín y autor de las Lecciones sobre la filosofía de la historia universal:
defensor de un panteísmo idealista, el derecho y el estado son dos momentos en la evolución
dialéctica de la idea, en la inteligencia de que el en el estado, síntesis suprema en el espíritu
objetivo, donde se actualiza plenamente la idea ética; de ahí su definición: el estado es la
realidad de la idea ética; la cual, usando otras palabras del filósofo, nos lleva a la conclusión de
que "lo divino del estado es la idea, tal como existe sobre la tierra".
La segunda corriente puede mencionar a Aristóteles como su más ilustre antepasado, nos
parece, empero, que su desarrollo integral corresponde al siglo XIX, hasta ser en nuestros días
preponderante. Sus representantes proceden de campos diversos, el historicismo, el positivismo
sociológico, el realismo sociológico, cuyo creador, el maestro León Duguit, continúa ejerciendo
una influencia importante sobre el pensamiento francés, y por encima de esas posturas, la
concepción materialista de la historia, doctrina que a su explicación del devenir social añade su
poder revolucionario. y su anuncio de una sociedad nueva, en la que desaparecerán la propiedad
privada y la explotación del hombre por el hombre.
Desde hace muchos años se viene formando en nosotros la convicción de que el materialismo
histórico, tal como se desprende del conjunto de las obras de Marx, sin las estridencias y
exageraciones de exposiciones posteriores, es la explicación verdadera de los fenómenos
político y jurídico: en el transcurso de los siglos, las sociedades aparecen divididas, de una
manera general, en dos grandes clases sociales: los poseedores de la tierra y de la riqueza y los
sin tierra-y-sin-riqueza, ya esclavos, bien siervos o proletarios. De este hecho dedujo Marx que
la oposición entre los hombres determinó la gran ley de la historia, que es la lucha de clases, la
cual, a su vez, reclamó la creación de un aparato de poder, al que entre otros se le dieron los
nombres de principado, reino, imperio, república o estado, que sirviera a la clase poseedora para
asegurar su dominio y obligar a los sin-tierra-y-sin riqueza a respetar su propiedad. Si las dos
clases sociales han estado en lucha permanente, en ocasiones latente y a veces violenta, así los
casos de Espartaco o la Guerra campesina de Alemania, también se ha dado en la historia una
segunda lucha, a la que puede llamarse la de las subclases de los poseedores, cuyo más claro
ejemplo se dio en la destrucción del sistema feudal por la burguesía. En el siglo XIX se
agigantaron las explicaciones de Marx: con la destrucción del feudalismo y con la consecuente
asimilación de los terratenientes al nuevo régimen, se alcanza la unidad de los poseedores; y
por otra parte, la sinfonía sangrante de la Revolución francesa, cuyas notas resonaban
incesantemente en los oídos de los hombres, la soberbia de la burguesía y la miseria del
proletariado, despertaron las conciencias y cerraron las filas del trabajo. Desde entonces
quedaron frente a frente las dos clases sociales: el trabajo y el capital. Nunca antes se había
presentado el fenómeno en toda su fuerza, ni había llegado a ser la cuestión de todos los días y
de todas las horas, una situación que en el siglo xx se expresaría en el dualismo: capitalismo -
socialismo: quiere decir, pasado y futuro de las estructuras económicas.
La función del derecho ha tenido mucho de satánica: el derecho público representa en la historia
el punto más alto de lo satánico, porque es la estructura normativa que ha permitido a un ente,
que se reputa a sí mismo superior el sacerdote, el rey, el emperador, el caudillo o el estado
imponer su voluntad a todos los hombres; es en función de él, que Engels y Lenin forjaron su
concepción del estado como ejércitos y cárceles. La caracterización del derecho privado ofrece
algunas dificultades, porque se muestra como un estatuto que se propone realizar la justicia en
las conmutaciones entre los hombres: si bien es verdad que, según la explicación elegante de
Charles Morazé (La Francia burguesa) Editorial Lumen, Barcelona, 1967, pág. 199 y siguientes)
que puede remontarse hasta John Locke, su defensa del derecho de propiedad es la primera
limitación de la Edad moderna a la soberanía del rey, es igualmente cierto que la elevación de la
propiedad privada a un derecho natural absoluto de los propietarios, apuntaló el dominio de los
poseedores de la tierra y de la riqueza sobre los sin-tierra-y-sin-riqueza; y por otra parte, en las
relaciones de trabajo, la temía del contrato de arrendamiento de servicios, el principio de la
autonomía de la voluntad, cuyas consecuencias ya nos son conocidas, la restricción de la
responsabilidad a la culpa del autor del daño, una tesis que hubo de romper la idea del riesgo
profesional para imponer la obligación de indemnizar por los accidentes y enfermedades de
trabajo, o la condición privilegiada de la palabra jurada del patrono para probar el importe delos
salarios y su pago, fueron otras tantas invenciones del arcángel Luzbel.
La transformación del sentido del derecho cobró su primera gran manifestación en la
Declaración francesa de los derechos del hombre. Sin duda, son muchos los precedentes
doctrinales y los reconocimientos de derechos y privilegios a los hombres y a las ciudades, pero
fue en 1789 cuando la persona humana, sin distinción alguna, fue declarada por el derecho
positivo como el valor supremo del orden jurídico y de la vida social; ahí se hizo, ya no solamente
en las doctrinas de los grandes maestros de la filosofía y del derecho, sino en la realidad de la
vida política y jurídica, la aplicación universal de la idea de la justicia. En el futuro; todos los
hombres serian iguales ante la ley y la misión de las normas jurídicas consistiría en asegurar la
libertad, a fin de que el hombre estuviera en aptitud de desarrollar sus facultades materiales,
morales e intelectuales. A partir de entonces, el derecho se concibió como la garantía de la
igualdad y de la libertad, dos nociones elevadas por la Declaración a la categoría de los valores
supremos del derecho. La historia no estaba cerrada, porque la idea de la igualdad y de la
libertad, bella y noble en sí misma, resultó un principio meramente formal en el mundo
individualista y liberal, lo que hizo posible y ya hemos propuesto el tema que con la base de la
tesis de la libre contratación y de la no-intervención del estado en las relaciones sociales, el
económicamente fuerte impusiera su voluntad y su ley al débil, lo que dio por resultado que
aquel orden jurídico se convirtiera en el derecho del más fuerte. Sería el pensamiento de Marx
el que pondría de relieve que en el mundo capitalista la justicia es inasequible; y sería el derecho
del trabajo el que ayudaría a la clase trabajadora a luchar por el acercamiento a un régimen
injusto, en espera de un mañana en el que se suprima la explotación del trabajo por el capital.
Nacerá un derecho nuevo, del hombre real, del que marcha por las calles y por los campos a la
universidad, a la fábrica e a la labranza, consciente de que ya no es un explotado, un enajenado,
diría Marx, y de que puede vivir libremente y obtener, por su entrega a su pueblo y a la
humanidad, la seguridad de una existencia decorosa.
II. HACIA UNA NUEVA CLASIFICACIÓN DEL ORDEN JURÍDICO
Desde los años en que Vitoria y Grocio fundaron el derecho internacional, la doctrina se vio
obligada a establecer una clasificación entre el derecho interno o nacional y el derecho externo
o internacional. En estas páginas nos ocuparemos únicamente del primero.
A principios de siglo, dos maestros ilustres, León Duguit y Hans., Kelsen, por caminos distintos,
sostuvieron, el primero, que el orden jurídico de cada pueblo poseía un fundamento único, que
era el hecho objetivo de la solidaridad social, por lo que no podía existir ninguna diferencia
sustancial entre sus normas, y el segundo, cuyo pensamiento cruzó varias etapas, afirmó en el
último de sus libros (Reine Rechtslehre, Franz Deuticke, Viena, 1960) que pues todas las normas
encuentran su fundamento en la constitución y parten de ella, cualquier diferencia sustantiva
era un imposible, pero los dos coincidieron en que el orden jurídico podía regular la gama
inmensa de las relaciones humanas en formas diversas, lo que era un caer en el pensamiento de
Jellinek, que nunca habló de una diferencia de esencia, sino tan solo de configuraciones distintas
de las relaciones jurídicas. Desechas las objeciones, pudo la doctrina presentar la clasificación y
hacer el señalamiento de las subespecies de las dos ramas básicas (pasamos por alto el debate
en torno a la colocación del derecho procesal)
ORDEN JURIDICO NACIONAL
Derecho público Derecho privado
Derecho constitucional Derecho civil
Derecho administrativo Derecho mercantil
Derecho penal Derecho procesal?
Derecho procesal?
No somos los inventores de la idea del derecho social; de ahí que nos veamos obligados y que
lo hagamos además con agrado, a exponer las fuentes doctrinales en las que se inspiró
principalmente nuestro pensamiento. Otras muchas ideas se quedarán en el tintero, pero en la
imposibilidad de presentarlas todas, les ofrecemos nuestras disculpas.
1. Los orígenes del pensamiento: en el siglo xix, Otto von Gierke (Das deutsche
Genossenschaftsrecht, Weidmannsche Buchhandlung, Berlín, 1868) explicó que en el curso de
la historia existió, al lado del derecho del estado y del derecho privado regulador de las
relaciones entre personas determinadas, un derecho social creado por las corporaciones, cuyos
caracteres eran su autonomía y la circunstancia de que consideraba al hombre no como persona
plenamente individual, sino en sus relaciones con un cuerpo social; ordenamientos jurídicos que
desaparecieron en gran medida en la Edad moderna, pero que parecía que estaban encontrando
un campo nuevo en las corporaciones socioeconómicas del siglo XIX.
Ya en nuestro siglo encontramos un grupo numeroso de profesores de Francia: a) En el año de
1922, ese espíritu universal que fue Georges Scelle, en uno de esos ensayos que nunca
envejecen (Le droit ouvrier, Librairie Armand Colin, Paris, cap. primero), afirmó, con una
convicción inquebrantable, que el derecho del trabajo había roto el principio de la unidad del
derecho común y creado un derecho de clase) una legislación defensora del trabajo en sus
relaciones con el capital; b) Aquel gran maestro que fue Paul Pie (Législation industrielle, les lois
ouvriers, Arthur Rousseau editeur, París, 1939, página XIV), después de explicar las
transformaciones sociales y económicas que se estaban operando, hizo la hermosa afirmación
de que "el derecho obrero era una rama autónoma, muy diferente por su espíritu, puesto que
no es sino la economía social aplicada, y por sus métodos, a todas las otras ramas del derecho";
c) Georges Gurvitch, escritor de origen ruso, en dos libros extraordinarios (Le temps présent et
l'idée du droit social, Librairie philosophique J. Vrin, París, 1931 y l'idée du droit social, Librairie
du Recueil Sirey, Paris, 1932) nos obsequió una relación histórica y propuso como idea: el
derecho social es el derecho de las comunidades humanas no estatales, que dominó a la doctrina
de su época.
2. Los expositores de la idea del derecho-del-trabajo-derecho-social; creemos poder afirmar que
la vida se adelantó a la doctrina, porque en 1917 -lo hemos explicado en varias ocasiones- se
proclamó en Querétaro la primera Declaración de derechos sociales de la historia y dos años
después la de Weimar; ciertamente, la primera no mencionó los términos derecho social o
derechos sociales, pero sí la segunda, y fue en ocasión de su interpretación que descubrieron
los pensadores la unidad derecho-del-trabajo-derecho-social.
No quisiéramos afirmar que Gustavo Radbruch, diputado a la Asamblea constituyente de
Weimar, sea el primer expositor de la tesis, pero sí declaramos que no conocemos ninguna otra
exposición tan precisa y tan honda. Dos profesores de Francia, Georges Ripert y G. Levasseur,
representan un pensamiento profundamente humano, enraizado en la ética el del primero y
apoyado el segundo en el conocimiento de la vida real. Al lado de ellos, Walter Kaskel y Arthur
Nikisch en Alemania, Carlos García Ovíedo y Eugenio Pérez Botija en España, Francesco Santoro-
Passarelli en Italia y Francia otra vez con Paul Durand, entre otros maestros ilustres.
A) Las ideas de Gustavo Radbruch: el pensamiento del antiguo maestro de la Universidad· de
Heidelberg, publicado en un libro de 1929 (hemos consultado la traducción española:
Introducción a la ciencia del derecho, Librería de Victoriano Suárez, Madrid, 1930. Algunos de
los párrafos de este apartado están tomados literalmente de la obra de Radbruch), escrito en
relación con la Constitución alemana de Weimar, es una explicación de las transformaciones
sociales, económicas, políticas y jurídicas, que presenciaba el mundo europeo a la terminación
de la primera guerra. Su punto de partida es la afirmación de que el apartamiento del derecho
en público y privado no es un principio absoluto, ni tiene un valor apriorístico, ni deriva de un
pretendido derecho natural que no existe, sino que su valor es histórico y encuentra su
fundamento en el derecho positivo, el cual, a su vez, posee un valor meramente histórico.
Asistimos, escribió el maestro, al nacimiento de dos estatutos jurídicos, resultados de la quiebra
de la concepción individualista y liberal, de la participación o intervención más o menos amplias
del estado en la economía y de la fuerza creciente de la clase trabajadora: el derecho económico
son las normas que regulan la acción del estado sobre la economía y el derecho del trabajo
determina el tratamiento que debe otorgarse al hombre en la prestación de su trabajo. En el
primero de los estatutos, el estado se ha impuesto o se está imponiendo a la antigua relación
privada de producción, sin desconocer no obstante las exigencias del capital y los intereses del
empresario, a los cuales otorga su protección y ayuda; y en el segundo, la clase trabajadora,
después de algo más de un siglo de lucha, se ha impuesto a la burguesía y a su estado para
plantar un mínimo de derechos sociales. Radbruch se sintió un visionario: si el derecho
económico contempla el problema desde el mirador de la economía y del empresario, el
derecho del trabajo lo centra en la persona humana y en su energía de trabajo, de donde se
sigue que se inspiran en propósitos diversos, al grado de que frecuentemente entran en colisión;
la vida los está aproximando, pues cada vez más penetra el uno en el otro para producir una
relación nueva, que no puede ser atribuida ni al derecho público ni al privado, sino que
representa un derecho nuevo, de un tercer tipo: el derecho social del porvenir.
La separación del derecho en público y privado no pudo conocer los nuevos fenómenos sociales,
particularmente la división de la sociedad en clases, sus luchas y su organización sindical. El
reconocimiento de las clases y del sindicato pretende destruir la desigualdad: frente al
empresario es impotente el trabajador, pero, ,en cambio, resulta poderosa la organización de
los trabajadores, merced, sobre todo, a la última ratio de la huelga; de ahí que la libertad de
asociación para la conservación y fomento de las condiciones de trabajo pertenezca a la serie de
derechos fundamentales garantizados por las constituciones nuevas. Desconoce también
aquella separación la naturaleza y función de los contratos colectivos, pues en virtud de ellos
devienen ineficaces los contratos individuales de trabajo; es cierto que el contrato colectivo
ordinario rige únicamente en las empresas que lo pactaron, pero el nuevo derecho del trabajo
concede la facultad de declararlo obligatorio para una o varias ramas de la industria, con lo cual,
el contrato colectivo se apartó del derecho privado y adquirió, frente a los contratos
individuales, la categoría de las fuentes formales del derecho.
B) Dos profesores-franceses: Georges Ripert (La régle morale dans les obligations civiles,
Lihrairie Généraie de Droit et de Jurisprudence, Paris, 1927; Le régime démocratique et le droit
cipil moderne, Librairie Générale de Droit et de Jurisprudence, Paris, 1935, Aspects juridiques
du capitalísme moderne, Librairie Générale de Droit et de Jurisprudence, Paris, 1951) y G.
Levasseur (Evolución y tendencias del derecho del trabajo, traducción de Enrique Álvarez del
Castillo, Revista de la Facultad de Derecho, México, 1952) maestros de derecho civil, se dieron
cuenta de que su disciplina no podía regular los cambios sociales, por lo que dejaron correr sus
plumas de hondo sentido humano para anunciar las nuevas ideas.
a) El pensamiento de Georges Ripert: Francia, escribió el maestro, vivía en la creencia de que su
Código civil no solamente era una obra perfecta, sino, además, de que regía la vida del pueblo,
pero al celebrarse su centenario principiaron a convencerse los juristas de que el derecho estaba
en vías de transformación y de que si aún subsistía el Código era debido a que el nuevo derecho
se creaba en leyes de excepción. Es llegado el momento, agregó, de meditar cuál es el derecho
verdadero, pues las leyes de excepción son tantas, que tal vez son ellas el derecho común de
nuestros días y quizá son el anuncio de que ha nacido un derecho nuevo. Por otra parte, los
hombres no tienen confianza en el derecho secular, porque está en pugna con el pensamiento
democrático de nuestros días: "La democracia busca su derecho, porque está convencida de que
al progreso material debe corresponder un progreso moral y social" (Le régirne démocratique,
pág. 43), La revolución del siglo xviii acuñó tres palabras, libertad, igualdad, fraternidad, pero el
derecho individualista y liberal adoptó únicamente las dos primeras, en tanto el derecho que
busca la democracia recogió también la tercera, a la que interpreta como un derecho nuevo
socialmente protegido: "Si los hombres son, como hermanos, deben ser todos iguales, y si no lo
son en la realidad, el más débil debe tener el derecho de que se le proteja" (Le régime
démocratique, pág. 131).
El principio de igualdad ante la ley, postulado por 1a burguesía contra los viejos privilegios
personales de la nobleza, no puede hacerse valer contra las clases sociales, cuya presencia es la
prueba de la desigualdad social. Ahí nació el derecho profesional: "Cada profesión, cada
corporación, cada clase, obtiene lentamente un derecho que le es propio. A condición de que el
beneficio se dirija al grupo, deja de ser un privilegio. Así se ha creado el derecho de clase, no
obstante que no se discute la legitimidad del principio de igualdad civil. A la democracia ya no le
repugna la idea de un derecho de clase" (Le régime démocratique, pág. 398).
b) El pensamiento de G. Levassunr: ya no es lícito, afirma el maestro de la Universidad de Lille,
incluir al derecho del trabajo en el marco del derecho público o del privado, porque sus
caracteres no lo permiten y porque la separación es cada día menos precisa: el derecho del
trabajo ya reveló las líneas generales de una silueta propia, que consiste en la transposición
jurídica de situaciones económicas) lo que no ha de entenderse en el sentido de que la influencia
de los factores económicos conduce a la tesis de que el derecho del trabajo tiene un contenido
exclusivamente económico, pues posee también una finalidad social y ética: evitar que el trabajo
humano sea considerado como una mercancía.
Estudió Levasseur las mutaciones que ha operado el derecho del trabajo en el ordenamiento
jurídico: primeramente, el tránsito de las relaciones individuales a las colectivas, pues, "para
establecer la igualdad económica necesaria en la discusión leal de los intereses, fue
indispensable regular las relaciones en un plano superior, sometiéndolas a un debate colectivo
con agrupaciones cuya constitución y funcionamiento hubo que autorizar". Por otra parte, si
bien aún subsiste un campo de acción para la figura del contrato, las relaciones de trabajo se
configuran en su gran mayoría como una simple relación jurídica: "la jurisprudencia y la doctrina
han sistematizado la idea de que para la aplicación del derecho del trabajo es suficiente la
ejecución de un trabajo subordinado. Y aun ahí donde subsiste un acuerdo de voluntades en la
base de la relación, la técnica civilista es suplantada por una técnica propia, impuesta por
circunstancias de hecho". La nueva noción de la empresa, la substitución de patrono, la
responsabilidad por los riesgos de trabajo, entre otras soluciones, prueba la inaplicabilidad de
las técnicas civilistas. Además, este nuevo derecho reclamó organismos nuevos para su
aplicación y vigilancia: la jurisdicción del trabajo, los organismos de conciliación y arbitraje y la
inspección del trabajo.
El derecho del trabajo, concluye Levasseur, es el principio de una nueva organización de las
relaciones sociales, realidad que se manifiesta en dos direcciones: de un lado, sus principios
influyen en la vida la sociedad y del derecho: en la función de la propiedad, en la fuerza de
contrato y en la idea de la responsabilidad civil y por otra parte, su idea se expande
constantemente: el aseguramiento a la persona humana de una existencia decorosa se
universaliza y desborda sus límites en un tránsito hacia la seguridad social, que ha llegado a ser
la hermana gemela del derecho del trabajo.
La quiebra de la clasificación tradicional del orden jurídico se explica p:rincipahnente por tres
razones que vamos a analizar en los renglones subsecuentes: la primera es la ruptura de la
dicotomía derecho-público-derecho-privado, mediante la formación de la idea nueva del
derecho social; la segunda es el apartamiento de los criterios meramente formales y su
sustitución por un criterio material o sustancial nuevo; y la tercera es la concepción actual de la
función del derecho constitucional en relación con el resto del ordenamiento jurídico.
1. La ruptura de la dicotomía derecho-público-derecho-privado: la quiebra de la dicotomía es,
ante todo, una imposición de la realidad al pensamiento jurídico tradicional, cuyo resultado,
según la explicación de Radbruch, es la presencia del derecho social, subdividido en derecho
económico y en derecho del trabajo. Pero el visionario de Heidelberg soñó con un derecho
económico que subordinara la economía a las necesidades sociales, una visión del mundo del
mañana, ahí donde desaparecerá el sistema capitalista y su consecuente explotación del hombre
por el hombre, una visión que está muy lejos de darse en lo que se llama la democracia
occidental: en una sociedad dividida en clases sociales, en la que una de ellas aprovecha los
beneficios de la producción y entrega o paga al trabajador lo estrictamente necesario para que
pueda vivir, la unión del derecho de la economía y del estatuto laboral es un imposible, porque
el primero, como antaño el derecho privado, continúa siendo un derecho de y para el capital.
Sin duda uno y otro se apartan de la dicotomía y sus finalidades son distintas a las del viejo
derecho público y a las del derecho privado, pero las diferencias entre los dos son igualmente
grandes.
Conviene aclarar que la división del derecho social es más compleja de lo que venimos
presentando: colocado de un lado el derecho económico, en el otro se sitúan los estatutos del
hombre que trabaja en formas múltiples, entre las cuales sobresalen para nosotros las que
sustentan al derecho del trabajo y al derecho agrario. A estos dos estatutos se añade el derecho
de la seguridad social, todos los cuales tienen sus bases en la Constitución de 1917.
2. La sustitución de los criterios formales de clasificación por uno material o sustancial nuevo:
en ninguno de los renglones que dedicamos a la idea del derecho social se hace alusión a los
caracteres formales de las relaciones jurídicas ni a la naturaleza de las personas que intervienen
en ellas. El pensamiento de Radbruch, de Ripert y de Levasseur fue a la entraña del problema, a
la búsqueda de la naturaleza, de las raíces y de los fines de los estatutos, esto es, aquellos
maestros se sumergieron en lo que llamamos la corriente material o sustancial de la dicotomía
derecho-público-derecho-privado: en ocasiones, la formación de una relación de trabajo
presupone un acuerdo de voluntades igualmente libres, como acontece en el trabajo de los
domésticos, y en otras, si existe en el contrato colectivo, la cláusula de admisión exclusiva de
trabajadores sindicalizados, es suficiente la voluntad del trabajador para que el sindicato
imponga al patrono la formación de la relación; y sin embargo, el estatuto laboral no se escinde
para ser derecho privado o derecho público, sino que es en todo momento el mismo estatuto,
un derecho nuevo, que rio cabe en la dicotomía y al que no puede entenderse por caracteres
formales. Así se ha consumado uno de los saltos más extraordinarios de la historia: el criterio
para la clasificación del orden jurídico ha vuelto a ser la naturaleza de los intereses que tienen a
la vista las normas: la garantía de la convivencia humana en el derecho público; los intereses
particulares de cada persona en sus relaciones con los elementos en el derecho privado; la
regulación y la protección de la economía y el aseguramiento de una vida decorosa para el
hombre que entrega su energía de trabajo a la economía en el derecho social.
3. La función del derecho constitucional en la clasificación del orden jurídico nacional: desde
hace varios años quedó cerrado el debate en torno a la clasificación dual o tripartita del orden
jurídico nacional. La doctrina discute con cierta pasión la sub-clasificación de cada una de las
tres especies, una cuestión en la que no podemos entrar aquí. El cuadro más generalizado decía:
a) Derecho público: derecho constitucional, derecho administrativo, derecho procesal, para la
doctrina alemana e italiana, y otras ramas; pues varios profesores afirmaban la autonomía de
algunos estatutos, el fiscal, el militar, el marítimo, el aéreo, entre otros; b) Derecho social:
derecho económico, al que algunos consideran parte del derecho público y el derecho de los
hombres que prestan su energía de trabajo a la economía: derecho del trabajo en sentido
estricto, derecho agrario y derecho de la seguridad social; e) Derecho privado: derecho civil,
derecho mercantil y derecho procesal, para una parte de la doctrina francesa.
Desde el siglo pasado, algunos profesores se dieron cuenta de que la subdivisión del derecho
público en varias subespecies del mismo rango no correspondía a la naturaleza y a la función del
derecho constitucional, pues a menos de considerar que las declaraciones de los derechos del
hombre no son un elemento integrante de él, habría que convenir que por lo menos en ese
aspecto, el derecho constitucional es una fuente activa y una limitación para todo el orden
jurídico. Como un precursor de esta tendencia, hay que mencionar al profesor Adhemar Esmein
(Eléments de droit constitutionnel, Librairie du Recueil Sirey, Paris, 1894, pág. 1):
El derecho constitucional es la parte fundamental del derecho público; todas las otras ramas de
este derecho presuponen su existencia; y también el derecho privado, cuando se presenta en la
forma de ley escrita.
Parece ser que Santi Romano (Corso di diritto costituzionale, Cedam, Padua, 1933, pág. 11 y
sigts.) es quien primero expresó en Italia la idea. A fin de no permanecer en el campo del derecho
constitucional, Federico Cammeo (Corso di dirittó administrativo, Cedam, Padua, 1911, pág. 34
y sigts.). El sentido maestro de derecho administrativo de la Universidad de .Sevilla, Carlos Garcia
Oviedo, se expresó magníficamente (Derecho administrativo, Librería General de Victoriano
Suárez, Madrid, 1943, pág. 21):
El derecho político es unas veces tronco y otras rama: considera los principios generales que
presiden la estructura y vida del estado y las relaciones de éste con los particulares, pero
contiene además materia propia y privativa, particularmente cuando estudia las formas del
estado y sus poderes supremos. En este orden, el derecho administrativo no se ofrece, como en
el primero, en relaciones filiales, sino de hermandad.
Podríamos prolongar las citas, como la exposición excelente de Luis Legaz y Lacambra
(Introducción a la ciencia del derecho, Editorial Bosch, Barcelona, 1943, pág. 333 y sigts.), quien
dice que "por lo general, entre el derecho político y el administrativo no hay más diferencia que
la que media entre los principios generales-y su aplicación". Preferimos presentar el problema
desde el ángulo de las grandes doctrinas del derecho constitucional: dos brillantes maestros
(Maurice Hauriou, Précis de droit constitutionnel, Librarie du Recueil Sirey, París, 1923, pág. 196
y sigts.) y Carlos Schmitt (Verfassungslehre, Verlag von Duncker und Humblot, Berlín, 1928, pág.
103 y sigts.) entre otros muchos, coincidieron en la tesis de que en todo orden jurídico existe un
conjunto de principios materiales que constituyen su esencia, a los que Hauriou denominó los
principios fundamentales del Régimen político y jurídico, esto es, los principios que están en la
base del estado de las libertades contenidas en las declaraciones de derechos, y a la; el escritor
alemán nombra las decisiones políticas jurídicas fundamentales adoptadas por el titular de la
soberanía como principios rectores para la vida de la comunidad. En la democracia occidental,
explica Schmitt, aparecen como constantes absolutas las ideas de la soberanía del pueblo, de la
representación política, como principios políticos y las ideas de los derechos humanos y de la
separación de los poderes, como principios jurídicos.
Ahora bien, si partimos de la idea de que estos principios o decisiones políticos y jurídicos
fundamentales son el núcleo o esencia de la constitución y la plataforma sobre la que tiene que
levantarse todo el derecho positivo, no podemos admitir que sean una subespecie, junto con
otras, de una especie que sería el derecho público, porque esta especie está construida sobre
ellos. Santi Romano expresó espléndidamente la idea al decir que "el derecho constitucional en
aquellos principios esenciales es ante todo, el tronco del que emergen las especies del orden
jurídico", a cuya frase agregamos únicamente, que no sólo el tronco, sino también la savia que
sube desde la raíz del árbol para alimentar a todas las ramas; y acierta también Santi Romano
cuando dice que hay un derecho constitucional -al que podría llamarse secundario- que aparece
como una rama del tronco común: las normas que determinan la estructura y las funciones del
estado y las formas y limitaciones de su actuación.
Podemos formular ahora la clasificación nueva del orden jurídico, pero tenemos que advertir
que este término adquiere una connotación doble: en primer lugar, es un concepto material,
una suma de principios materiales que poseen vida propia, una fuerza activa generadora del
contenido de todas las normas, y por otra parte, significa la totalidad de las normas que
componen el derecho positivo. De los cuatro principios que señaló Schmitt: soberanía del
pueblo, representación política, derechos humanos y separación de poderes, el tercero se
compone de dos elementos: los derechos del hombre o derechos individuales y los derechos
sociales, cuyos puntos de unión y diferencias se pondrán de relieve en el apartado siguiente.
La Ley del trabajo de 1970 es la expresión de una idea nueva del derecho del trabajo, compuesta
de dos concepciones básicas.: primeramente, la ley descansa en la tesis de que los artículos 27
y 123 de la Cana Magna, que contienen la Declaración de los derechos sociales de los campesinos
y de los trabajadores, constituyen la decisión o principio jurídico fundamental nuevo, adoptado
por la Asamblea constituyente de Querétaro; y en segundo lugar y como una consecuencia
directa de la Declaración, la autonomía plena del derecho del trabajo, lo que implica que sus
raíces y su sentido y su finalidad se hallan en el Artículo 123, por lo que es de este precepto y no
del derecho público ni del privado, de donde debe extraerse la orientación para la creación e
interpretación de las normas concretas.
1. En la Constitución de 191 7, la Declaración de los derechos individuales del hombre, legado
de nuestras luchas del siglo XIX por la libertad, y la Declaración de los derechos sociales del
trabajo y del campesino, según anunciamos en el apartado anterior, poseen el mismo rango e
integran los derechos humanos reconocidos y garantizados por el pueblo en su Constitución,
derecho supraestatal, intocable para los poderes legislativo, ejecutivo y judicial, no solamente
por su origen, sino porque los poderes estatales son obra del mismo pueblo para que cuiden la
efectividad de aquellos derechos. La colocación y el rango jerárquico de las dos declaraciones y
su consecuente supremacía sobre las restantes normas del orden jurídico, nos obliga a precisar
los conceptos y a establecer las relaciones entre los dos tipos de derechos.
La doctrina de los derechos naturales del hombre, independientemente de sus antecedentes
filosóficos en la Antigüedad y en el Medioevo, se formó en el siglo XVI como un canto a las
libertades de pensamiento y de conciencia, pero en el siglo XVII, John Locke la puso al servicio
de la burguesía al sostener que el derecho a la propiedad formaba parte de las libertades
naturales, porque la propiedad, decía, lleva dentro de sí el trabajo que el hombre incorporó a la
tierra al cultivarla. La afirmación del escritor inglés se hizo el estandarte de la burguesía, y a él
se agregaron las libertades de industria y de comercio, y el consecuente lema que ya conocemos
de dejar-hacer y dejar-pasar. Pero Locke y la burguesía callaron el argumento que formuló
Ponciano Arriaga en su Voto particular sobre la Constitución de 1857: la propiedad sobre la tierra
sólo se justifica por su cultivo, de lo que se deduce que la propiedad privada no implica ni puede
implicar, el derecho a la explotación del hombre, un argumento doble que fue básico en nuestra
reforma agraria y que sirvió de apoyo a la Declaración de los derechos del campesino del Artículo
27. La Asamblea francesa de 1789, igual que la nuestra del siglo pasado, se dejó engañar por la
burguesía y elevó a la categoría de los derechos naturales del hombre los principios del sistema
económico del capitalismo. Pues bien, cuando hablamos aquí de los derechos individuales del
hombre, nos referimos exclusivamente a los primeros, esto es, a las libertades de conciencia, de
pensamiento, de aprendizaje y de enseñanza, y a las libertades inherentes a la persona física,
como la de trabajo, las procesales y las de tránsito. Solución que entre otros argumentos se
apoya en el Artículo 27, que suprimió la idea de la propiedad privada como un derecho absoluto
e hizo de ella una creación del pueblo sujeta a las modalidades que se le impriman en el futuro,
y en el art. 28 de la Constitución, que faculta al estado para intervenir en la vida económica, lo
que a su vez produce la supresión de la frase que inventó la fisiocracia.
Los derechos sociales, cuyos orígenes, contenido esencial y finalidades, nos son ya conocidos, y
a reserva de volver sobre ellos, pueden definirse como los que se proponen entregar la tierra a
quien la trabaja y asegurar a los hombres que vierten su energía de trabajo a la economía, la
salud y la vida y un ingreso, en el presente y en el futuro, que haga posible un vivir conforme
con la naturaleza, la libertad y la dignidad humanas.
Con los conceptos señalados, la unión de los derechos individuales y de los derechos sociales
resulta de las consideraciones siguientes: las declaraciones individualistas del pasado y las
declaraciones sociales de nuestro siglo tienen un fundamento y una mira únicos, que es el
hombre real, el que vive en los campos y en las ciudades, el que no puede desdoblarse en una
personalidad que entrega su energía de trabajo a la economía, ya del mundo capitalista, bien
del socialista, y en otra que use su libertad para labrar su cultura y la de la humanidad; por otra
parte, el bienestar material, del que también disfrutan los animales domésticos y los de carga,
no es ni puede ser la expresión plena del hombre, o para emplear las palabras de Marx: el
bienestar material no es idéntico a desenajenación del hombre. La unión del derecho a la
libertad, fuente de todas las restantes libertades, con el derecho al bienestar material, nos hace
soñar con una sociedad futura en la que el hombre deje de ser una cosa sujeta a la explotación
de los demás, en la que se eleve sobre las fuerzas económicas y las ponga a su servicio, y en la
que viva para la libertad. De esta manera, los derechos sociales se presentan como la base que
hará posible el goce pleno de la libertad.
No obstante la unión de los derechos individuales y de los sociales en el género de los derechos
humanos; nos encontramos con dos especies en las que existen hondas diferencias específicas:
los primeros son derechos contra el estado y en alguna medida contra la sociedad, son la esfera
de la libertad en la que no pueden penetrar los poderes públicos respetuosos del orden jurídico,
son, como afirma Jorge Jellinek, derechos públicos subjetivos, por lo tanto, derechos que
imponen al estado y a la sociedad un no hacer. Los derechos sociales comparten también esa
característica en lo que llamaremos más adelante las libertades de coalición, de sindicación, de
negociación y contratación colectivas y de huelga, actividades sobre las cuales el estado no tiene
ni intervención ni vigilancia, pero son, en segundo lugar, un derecho positivo en contra de los
empresarios, que quedan obligados, primeramente, a reconocer a los sindicatos de trabajadores
y a contratar con ellos las condiciones colectivas de trabajo, y después a respetar y aplicar en
sus empresas las normas de la Declaración, de la ley y de las que surjan de las restantes fuentes
del derecho. Es posible señalar otra diferencia, que se traduce en un hacer del estado, el que
queda obligado a proteger a los trabajadores en el ejercicio de los derechos colectivos y a vigilar,
al través de la inspección del trabajo, el cumplimiento de las normas laborales.
Antes de concluir el tema de las relaciones y diferencias entre los derechos individuales y los
sociales, es urgente decir que los segundos, y esta fue una de las razones de su aparición,
constituyen un límite al ejercicio de los derechos y libertades económicos que la: burguesía
impuso en las declaraciones de los derechos del hombre de los dos últimos siglos; una
observación que pone de relieve el error de quienes piensan que entre las dos especies de los
derechos humanos hay una contradicción insalvable, la que de verdad sólo existe con los que
fueron derechos económicos espurios.
2. La idea nueva del derecho del trabajo de la Ley de 1970 es el resultado de una larga evolución
y de una lucha contra concepciones arcaicas que se negaban a aceptar los principios que yacen
en el fondo del Artículo 123.
A) La lucha del derecho del trabajo contra el derecho civil: el derecho civil de la Edad
contemporánea se formó sobre los escombros de la sociedad esclavista que vivió hace más de
dos milenios en la Península itálica, adoptó como trasfondo uno de los aspectos aristotélicos
de la justicia y se nutrió de un acendrado individualismo y de las tesis del liberalismo económico
que gobernaron las estructuras de la sociedad capitalista.
Las relaciones de trabajo se concibieron como una forma del contrato de arrendamiento, tal
como lo habían proclamado los jurisconsultos romanos. Una de tantas distinciones diabólicas
estableció que en las relaciones de trabajo la cosa arrendada no era la persona humana corno
tal, sino su energía de trabajo; así se salvaban teóricamente la libertad y la dignidad del hombre-
trabajador y se abría la posibilidad, ya sin menoscabo de su personalidad, para que su energía
de trabajo quedara regulada por las normas que regían los contratos y las obligaciones. Según
estos razonamientos, la energía humana de trabajo quedó reducida a una cosa que en nada se
distinguía de los vehículos o de los animales. Fue entonces, sobre esta concepción esclavista de
la energía de trabajo, que hizo acto de presencia la Escuela económica liberal para sostener que
pues el trabajo era una cosa que estaba en el comercio, su precio o contraprestación debía
regirse por la ley general de la oferta y la demanda.
Los Constituyentes de 1917 le expropiaron al derecho civil las relaciones de trabajo, pero duró
más de cincuenta años la lucha del derecho nuevo para afirmarse y alcanzar el esplendor que se
eleva del título primero de la Ley de 1970: la de 1931, no obstante sus excelencias, declaró al
derecho común, entendido como derecho civil, norma supletoria del derecho del trabajo,
reprodujo muchas de sus normas y fórmulas, quedó andada en la teoría de la relación de trabajo
como un contrato sui generis y concibió al salario como la retribución que se estipule libremente,
entre otras supervivencias.
Lentamente se fue formando la doctrina nueva, y con ella, la convicción de que la primera
victoria del naciente derecho del trabajo tenía que ser la destrucción de la concepción del
trabajo mercancía.
Para lograrla, contó la doctrina con fuertes aliados internacionales: la Declaración de principios
de la Organización Internacional del Trabajo, la Declaración de Filadelfia, la Declaración de la
Quinta Conferencia Internacional Americana de Santiago de Chile y el capítulo normas sociales
de la Carta de la Organización de los Estados Americanos, aprobada en Bogotá en 1948 a
propuesta de México, contienen la afirmación rotunda de que el trabajo no es una mercancía o
artículo de comercio. Pues bien, el art. tercero de la Ley es la victoria en la batalla por la idea del
trabajo no-mercancía y el anuncio de un derecho nuevo de y para los trabajadores lo que
produce, como consecuencia magnífica, que el trabajo vuelva a ser lo que nunca debió dejar de
ser: el ejercicio de la noble profesión de trabajar, por lo tanto, nunca más se le aplicarán las
normas que se ocupan de las cosas, de tal manera, que en el futuro, las normas aplicables a las
relaciones de trabajo deberán buscarse en la Declaración de derechos y en las disposiciones que
se deduzcan de ella. Desprendiéndola de esta idea del trabajo no-mercancía, el art. tercero dice
que el trabajo "exige respeto para las libertades y dignidad de quien lo presta", disposición que
significa, por una parte, que han de respetarse en la persona del trabajador todos los derechos
y libertades que reconoce el título primero de nuestra Carta Magna, y por otra, que debe
tratarse al trabajador con el respeto y consideración que corresponden a la esencia de lo
humano.
B) El equilibrio de la justicia social en la relación trabajo-capital: nuestra Declaración de derechos
sociales, lo hemos ya expuesto varias veces, es una fuerza actuante, que tiene como propósito
remediar la injusticia que pende sobre la cabeza de los trabajadores, por lo tanto, es un
ordenamiento destinado, primeramente a modelar las relaciones futuras tal como deben ser, a
fin de que el hombre-trabajador ocupe el lugar que le corresponde en la sociedad, y en segundo
lugar, es un manojo de normas que aseguran a los trabajadores la posibilidad de remodelar
permanentemente las relaciones, o expresado con otras palabras: es un estatuto dinámico, en
el que los contratos colectivos tienen como misión elevarse constantemente sobre las nármas
de la Declaración y de la Ley para mejorar los ingresos y las condiciones de vida.
En aplicación de esas ideas, el art. segundo de la Ley expresa que "las normas de trabajo tienden
a conseguir el equilibrio y la justicia social en las relaciones entre trabajadores y patronos". El
precepto establece una distinción entre el equilibrio que necesariamente se da en los factores
de la producción como el presupuesto de toda actividad económica y la justicia social: la primera
de estas nociones está señalada en la frác. XVIII del apartado "A" del Artículo 123, pero el
equilibrio que contempla la Ley no es un status mecánico y ciego, ni el que deriva de la voluntad
y de los intereses del capital, sino que, y esta es una de las principales soluciones de la nueva
Ley, es un equilibrio que tiene por fin conseguir el imperio de la justicia social, esto es la unión
de los dos términos permite declarar que el equilibrio entre el trabajo y el capital es el equilibrio
que surge de la justicia social. De acuerdo con estas consideraciones, la justicia social deviene la
fuerza que vivifica el equilibrio, la presencia del elemento humano en la economía y el primado
de la justicia sobre lo que se ha llamado las fuerzas económicas naturales.
Otras frases del art. tercero de la Ley confirman la idea del equilibrio de la justicia social que
hemos expuesto: "el trabajo debe efectuarse en condiciones que aseguren la vida, la salud y un
nivel económico decoroso para el trabajador y su familia". Las palabras de la Ley expresan dos
principios desprendidos de la naturaleza humana que constituyen una especie de superlegalidad
que preside el conjunto de las relaciones obrero-patronales: ninguna empresa podrá funcionar
ni hacer uso de instalaciones que pongan en peligro la salud o la vida de los trabajadores. El
principio segundo envuelve la que puede nombrarse la idea fundamental del derecho del
trabajo: el alma y el fin de las normas de trabajo son el hombre-trabajador, por lo cual el orden
jurídico, desde el Artículo 123 hasta las convenciones colectivas Y aun las condiciones
particulares de las relaciones individuales de trabajo, tienen como propósito único y supremo
procurar al hombre que trabaja una existencia digna de la persona humana.
C) La idea de la justicia social: no es fácil proponer una definición, de ahí que no figure en la Ley,
pero pensamos que resulta de la combinación de los arts. segundo y tercero con la idea del
derecho social. Los términos equilibrio y justicia social aparecen también en el art. 811 como la
luz que ha de iluminar a las Juntas de Conciliación y Arbitraje en la fijación colectiva de nuevas
condiciones de trabajo; y el art. 17 habla de los principios de justicia social que derivan del
Artículo 123 como una fuente formal supletoria para la solución de los conflictos de trabajo.
En la Ética nicomaquea, el filósofo de Estagira distinguió dos aspectos en la idea de la justicia: la
distributiva y la correctiva, subdividida ésta en la justicia para los actos ilícitos y la justicia para
las transacciones o conmutaciones privadas voluntarias. Pues bien, esta última dimensión de la
justicia, a la que frecuentemente se denomina justicia conmutativa, ha regido como soberana
absoluta en las relaciones entre los hombres como la fuente y el motor de una justicia
deshumanizada: en el reino de los contratos y de las obligaciones, debe atenderse
exclusivamente a la importancia o valor de las prestaciones, procurando que se mantenga en
ellas una proporción aritmética, pero no debe considerarse a los hombres, ni sus necesidades,
ni el distinto poder y resistencia económicos de quienes intervienen en las transacciones (la idea
de la lesión en nuestro Código civil de 1884 confirma estas aseveraciones, y apenas si el art. 17
del Código de 1928 revela una tendencia tímida hacia una nueva concepción).
La idea de la justicia social es bien distinta, pues, según se deduce de las disposiciones legales,
la finalidad de las normas de trabajo no es regular la proporción aritmética del intercambio de
las prestaciones en las conmutaciones privadas, sino que está más cerca de la justicia
distributiva, ya que su finalidad, en aplicación de las frases últimas del art. tercero, es distribuir
los bienes de la producción económica de manera que el trabajo, que es el elemento humano y
consecuentemente, el valor supremo, obtenga una participación que le coloque en un nivel
económico decoroso. Este propósito de la justicia social nos lleva de la mano a otra conclusión:
el derecho del trabajo no es derecho patrimonial, porque no se refiere a cosas que estén en el
comercio, y porque no regula el tránsito de ellas de un patrimonio a otro, sino que su concepto
es más humano, la parte más humana del orden jurídico, pues su fin es asegurar la salud y la
vida del hombre-trabajador y elevarlo sobre los valores patrimoniales, quiere decir, un derecho
que se ocupa primero de la satisfacción de las necesidades materiales del hombre, para lanzarlo
después a los reinos múltiples del espíritu, ahí donde se forma la cultura personal y la de la
humanidad.
Hay una diferencia más entre la justicia individualista del derecho civil y la justicia social del
derecho del trabajo, porque ésta se plantea en cada momento y especialmente en la fijación
colectiva de las condiciones de trabajo, es el problema de una clase social, el problema de todos
los trabajadores: un deber ser que consiste en las condiciones que deben crearse y asegurarse
al hombre. En varias ocasiones, los representantes empresariales hicieron la observación de que
algunas disposiciones no correspondían a la realidad, e invariablemente respondió la Comisión
redactora del proyecto, que el fin del derecho del trabajo no es prorrogar la explotación del
hombre y la injusticia, sino extirparlas.
D) La naturaleza del derecho del trabajo: la conclusión general de lo que llevamos expuesto nos
dice que el derecho del trabajo ya no puede ser concebido como normas reguladoras de un
intercambio de prestaciones patrimoniales, sino como el estatuto que la clase trabajadora
impuso en la Constitución para definir su posición frente al capital y fijar los beneficios mínimos
que deben corresponderle por la prestación de sus servicios. Un estatuto de y para el trabajador.
E) La definición del derecho del trabajo: la definición del nuevo estatuto ya no podrá ser una
definición individualista y liberal, como "la norma que regula el intercambio de prestaciones
patrimoniales entre trabajadores y patronos", ni será tampoco una puramente formal, como "la
norma que regula las conductas externas en las relaciones obrero-patronales", sino que será
una definición que tome en consideración el fin perseguido por la Declaración de derechos
sociales y por la Ley, que es la idea de la justicia social, espíritu vivo del contenido de las normas,
una definición que pasará sobre las cenizas del formalismo y del individualismo para anunciar
que "el nuevo derecho es la norma que se propone realizar la justicia social en el equilibrio de
las relaciones entre el trabajo y el capital".
No es ni podrá ser una realización plena de la justicia, quizá ni siquiera aproximada, porque lo
justo· no puede darse en los regímenes económicos que protegen la explotación del hombre por
el hombre. Pero la meta, que por momentos se vislumbra en el horizonte y luego se aleja hasta
hacerse invisible, no podrá ser obra de una ley del trabajo, sino de las fuerzas sociales vivas que
aman a] trabajo, al hombre y a la justicia.
Los brotes primeros del futuro derecho mexicano del trabajo germinaron en los campos de
batalla, ahí donde los hombres soñaron con la libertad y la justicia social, como sueñan todavía
con ellas los pueblos de la tierra. Nuestro derecho del trabajo se separa de los ordenamientos
laborales de la Europa Occidental, en que éstos se desprendieron del derecho privado, mientras
el nuestro se forjó en la Asamblea Constituyente de Querétaro, como uno de los principios
esenciales del nuevo orden jurídico, para usar las palabras de Schmitt, como una de las
decisiones políticas fundamentales adoptadas por el pueblo en un acto de soberanía. Los
diputados de la Revolución hicieron de él uno de los elementos básicos del nuevo derecho
constitucional, los nuevos derechos de la persona humana, paralelos a los derechos del hombre
y del ciudadano de las declaraciones de los siglos xvii y xix.
No es tarea fácil fijar el pensamiento de los asambleístas respecto de las personas que habrían
de quedar protegidas por el nuevo derecho: en uno de los pasajes menos afortunados de su
discurso, Macías se refirió insistentemente a los obreros, pero nunca precisó el concepto; y en
el Proyecto de Artículo .123 Pastor Rouaix, se habló del trabajo de carácter económico. Fue la
Comisión que presidía Francisco J. Múgica la que, después de rechazar las limitaciones, extendió
la protección laboral a "los obreros, jornaleros, empleados, domésticos y de una manera general
a todo contrato de trabajo". Ignoramos si la Comisión tuvo conciencia de la trascendencia de las
palabras finales, pero ellas hicieron que el derecho del trabajo adquiriera en la Declaración de
derechos la misma fuerza expansiva del torrente revolucionario que la creó. Fue esta condición
otra de las mayores ideas de la Asamblea, pues hizo del derecho del trabajo una fuerza viva al
servicio de la democracia que ama a la persona-trabajador y que aspira a la justicia social.
La fuerza expansiva del derecho del trabajo lo llevó a enfrentarse a los dueños tradicionales de
la energía humana de trabajo: los civilistas y mercantilistas sostuvieron, con apoyo en las
palabras de Macías, que el trabajo contemplado por los constituyentes era el material, el de los
obreros y jornaleros de la industria, el de los empleados y el de los domésticos, por lo que el
derecho privado debería continuar rigiendo las actividades en las que concurrieran en forma
preponderante la iniciativa personal y la inteligencia. La postura de los maestros de derecho del
trabajo tomó como base el párrafo introductorio de la Declaración de derechos para concluir
diciendo que las palabras "y de una manera general a todo contrato de trabajo", eran la prueba
irrefutable de que se estaba en presencia de una enumeración ejemplificativa y en manera
alguna limitativa; en consecuencia, concluyeron las amantes del derecho nuevo, el trabajo, ya
sea material o intelectual, debe estar regido por el estatuto laboral cuando se reúnan los
caracteres de la relación de trabajo.
La Ley de 1931 rompió las hostilidades, y con la espada de la justicia y de la dignidad humana,
reivindicó las actividades que indebidamente retenían el derecho civil y el mercantil. En uno de
sus mejores aciertos, el legislador de 1931 arrojó ]a fuerza expansiva del estatuto laboral sobre
el art. 18, acuñando lo que hemos denominado la presunción laboral: "se presume la existencia
del contrato de trabajo entre el que presta un servicio personal y el que lo recibe".
Fue grande la importancia de la presunción, pues por vez primera en nuestra historia, el derecho
del trabajo arrinconó al derecho civil y al mercantil y les dijo que únicamente toleraría su
intervención si le demostraban en algún caso concreto que la prestación de servicios no
satisfacía los caracteres del contrato de trabajo. De este planteamiento derivó una consecuencia
segunda: la presunción laboral invirtió lo que los procesalistas conocen con el nombre de la carga
de la prueba, lo que determinó que el único deber procesal del trabajador fuera la comprobación
de la realidad de la prestación del trabajo, en tanto el empresario tendría que demostrar que no
coincidía con los caracteres del contrato de trabajo.
Sin embargo, la concepción contractualista impidió la victoria total y la expansión del derecho
del trabajo a muchas actividades que le pertenecían, porque abrió las puertas a la simulación:
una y otra vez, como en el caso de los agentes de comercio y en el de los choferes de ruleteo,
los empresarios afirmaron y aun probaron que el documento que suscribieron contenía las
cláusulas de un contrato de comisión mercantil o las de un contrato de arrendamiento.
El enterramiento del contrato y su sustitución por la idea de la relación de trabajo le hizo
producir sus mejores efectos a la presunción laboral y facilitó para el futuro la expansión del
derecho del trabajo: desde luego, la simulación de relaciones civiles o mercantiles se tornó
inoperante, porque al desligarse la relación de trabajo de su origen, ya no podrá aducirse la
existencia de un acuerdo de voluntades como elemento determinante de la naturaleza de la
relación. Pero la consecuencia más importante de las nuevas ideas es la transformación del
binomio derecho privado-derecho del trabajo, que deberá presentarse desde ahora con los
términos cambiados, esto es, derecho del trabajo-derecho privado. Hoy día puede ya aseverarse
que en el terreno del trabajo del hombre, el estatuto laboral es la regla general, o para emplear
una fórmula legendaria, el derecho común para las prestaciones de servicios, en tanto el
derecho civil y el mercantil son las normas de excepción, esto es, con el lenguaje kelseniano,
puede ya declararse el primado del derecho del trabajo.
Hasta dónde puede llegar la fuerza expansiva del derecho del trabajo es una cuestión de difícil
respuesta, porque vivimos dentro de un sistema capitalista férreo y porque para destruir sus
principios fundamentales será preciso destruir el sistema mismo. Pensamos que es posible una
primera afirmación: la finalidad del derecho del trabajo de nuestra era tiene como meta la
totalidad de la clase trabajadora, esta multitud de hombres que ocupa en el proceso económico
una posición no sólo distinta, sino opuesta a la de la burguesía, oposición que ha de entenderse
en el sentido de que la clase trabajadora quiere la destrucción del sistema capitalista, a fin de
que el capital deje de ser, sobre el pretexto de la propiedad privada, un instrumento en manos
de la burguesía para explotar al trabajo y adueñarse de los beneficios de la producción y del
comercio. Claro está que el concepto clase trabajadora es también difícil de contornear, pero si
la razón puede equivocarse fácilmente, la conciencia de los trabajadores es una fuente de
conocimiento más certera, que casi nunca yerra.
Pero la referencia a la clase trabajadora no contesta en forma plena la interrogación: ¿podrá la
clase trabajadora, dentro del sistema capitalista, romper la teoría del trabajo subordinado e
imponer su estatuto al trabajo libre? ¿representa alguna ventaja para la clase trabajadora?
¿tiene interés el trabajo libre del mundo capitalista en que se le incluya dentro de la categoría
del trabajo subordinado? Por lo pronto nos mostramos escépticos, ante todo porque la clase
trabajadora nunca ha tenido interés en asimilar grupos que no están identificados con ella, o
para expresarlo en otra forma: si el derecho del trabajo es el derecho de la clase trabajadora, no
se entiende que se extienda a quienes manifiestamente no forman parte de ella y tampoco se
ve el beneficio que pudiera reportar su extensión a la clase trabajadora. Por otra parte, no
entendemos cómo podría extenderse el derecho colectivo del trabajo a los trabajadores libres,
o lo que es igual, no concebimos que los abogados, los médicos o los contadores, que ejercen
libremente su profesión dentro de un sistema de clientela, pudieran sindicarse y exigir -cada
abogado o cada médico o el fotógrafo que ofrece sus servicios al público para las fotografías de
las bodas, los pasaportes o bautizos, o el pintor que se ofrece para hacer pinturas a los ricos- de
cada cliente o de quienes ya lo fueron o de quienes tal vez no sean jamás sus clientes, la firma
de un contrato colectivo, ni imaginamos tampoco a quién deben emplazar a huelga. Y tampoco
entendemos que pudieran aplicarse a esas personas y a otras muchas, las instituciones del
derecho individual del trabajo; así, a ejemplos: la fijación de salarios mínimos, a menos que se
piense que el señalamiento de precios mínimos de venta -¿sería posible esa fijación?- sería una
solución equivalente; o la prohibición, menos aún la vigilancia sobre un pintor para impedirle
que permanezca diez o más horas en su estudio.
En cambio, afirmamos que la seguridad social -y esta es la idea que preside su concepción actual-
no sólo puede, sino que debe extenderse a todas las personas que tengan necesidad de ella,·
pero si la previsión social de nuestro Artículo 123 y de la Ley de 1931 era parte del derecho del
trabajo como derecho de clase, la seguridad social, que constituye actualmente un estatuto
nuevo, tal vez ya no es un derecho de clase, sino el preludio del derecho del mañana, de ese
futuro en el que creemos que el derecho del trabajo se fundirá en el derecho del hombre.
Marx fue un pensador que partió de las realidades sociales y humanas, pero no fue un agorero;
por ello es que no se encuentran en sus escritos consideraciones sobre la estructura concreta
del mundo del mañana. Su idea era una tierra en la que el hombre no fuera objeto de explotación
por otro, en la que el trabajo, al desenajenarse, recuperara su libertad y se volviera humano y
en la que cada persona rindiera de acuerdo con sus aptitudes y recibiera según sus necesidades.
Creemos en un mundo en el que se cumplan esos postulados, en el que se defiendan la salud, la
vida y la energía de trabajo de los hombres, por lo que no habrá jornadas de sol a sol, en el que
cada persona conduzca una vida decorosa, en el que se respeten la libertad y la dignidad
humanas, y en el que, por lo menos, los reinos del pensamiento y del arte sean libres, el del
poeta, como Evtushenko, el del escritor, como el Gorki de La madre, el del compositor de música
y el de las bellas artes que suponen las manos, desde el artesano que crea las obras maestras de
nuestra cerámica hasta las pinturas de Orozco y de Siqueiros. Un mundo al que falte esta
libertad, quizá no valga la pena de ser vivido.
III. EL DERECHO DEL TRABAJO ES DERECHO UNITARIO COMPUESTO POR VARIAS PARTES
IV. EL DERECHO DEL TRABAJO ES LOS DERECHOS MÍNIMOS QUE EL PUEBLO Y EL PODER
LEGISLATIVO GARANTIZARON A LOS TRABAJADORES EN LA CONSTITUCIÓN Y EN LA LEY DEL
TRABAJO
La doctrina mexicana afirmó invariablemente desde 1917 que la parte nuclear de la Declaración
de derechos sociales contiene únicamente los beneficios mínimos que el pueblo aseguró en su
Constitución a los trabajadores por la prestación de sus servicios.
La afirmación nunca ha sido controvertida, pero los profesores de derecho del trabajo han
presentado diversos argumentos para su defensa: el párrafo introductorio del Artículo 123 llame
a las disposiciones de la Declaración las bases para la expedición de las leyes del trabajo, bases
que, añade, no podrán contravenirse; pero el término bases significa tan sólo el perímetro sobre
el cual puede construirse el edificio, libremente. Algunas disposiciones de la Declaración
confirman expresamente la idea: la fracción primera habla de la jornada máxima de ocho horas,
lo que implica la posibilidad de que se fije una duración menor; la cuarta dice que por cada seis
días de trabajo habrá uno de descanso, por lo menos; y la sexta contiene la idea de los salarios
mínimos. Un tercer argumento consistió en que el contenido de la Declaración no pudo ser los
beneficios máximos a que tendrían derecho los trabajadores en el futuro, porque no sólo no
habría sido una intervención del poder constituyente en favor del trabajo, sino, por lo contrario,
habría garantizado a los patronos que nunca más intervendría el estado en favor del trabajo,
esto es, habría asegurado la servidumbre de los trabajadores apoyada por la constitución. Y
finalmente, habría sido una sentencia en contra de los sindicatos, los que nunca podrían solicitar
de las Juntas de Conciliación y Arbitraje la fijación de condiciones de trabajo nuevas y armónicas
con los cambios sociales y económicos.
Una solución de ese tipo era además incompatible con la idea del devenir histórico, que nos dice
que la vida social está en una transformación perpetua que produce, como una consecuencia
inevitable, la modificación concomitante del derecho; y sería también contraria a la esencia del
derecho del trabajo, un estatuto dinámico que quiere la elevación constante de las condiciones
y niveles de existencia de los hombres. En cambio, la visión de la Declaración como los derechos
mínimos del trabajo, tradujo la grandeza de miras del ordenamiento laboral y le otorgó al poder
legislativo y a las Juntas de Conciliación y Arbitraje la misión hermosa de constituir una fuerza
viva al servicio de la historia, un estar alerta permanentemente frente a las necesidades y
anhelos de los trabajadores y salirles al paso con una ley justa y con las reformas que requiera
el tiempo; y el legislador de 1931 hizo uso de esta misión en los capítulos sobre el tiempo de
trabajo: por una parte, limitó el trabajo extraordinario, y por otra, reconoció a los trabajadores
el derecho a vacaciones pagadas, institución que no figura en las fracciones del Artículo 123.
La Declaración es la norma suprema del país, por lo que sus caracteres se transmiten a todas las
disposiciones que emerjan de ella. De ahi que la parte nuclear de la ley del trabajo sea -y
volveremos al tema al tratar las fuentes del derecho del trabajo- el mínimo que el poder
legislativo quiso asegurar a los trabajadores, un segundo mínimo, por decirlo así, elevado sobre
el mínimo constitucional, pero determinante, como lo intocable para las restantes fuentes
formales subconstitucionales. Ahora bien, si consideramos cual es la naturaleza de lo que
acabamos .de nominar la parte nuclear de la ley del trabajo -derecho individual del trabajo,
derecho regulador del trabajo de las mujeres y de los menores, y lo que sobrevive dentro de ella
de la previsión y de la seguridad sociales- observaremos que es las condiciones mínimas que
habrán de observarse en todas las prestaciones de trabajo, desde la actividad más simple, como
puede ser la de un portero hasta la más compleja, o expuesto en una fórmula que ya hemos
presentado: la parte nuclear de la ley del trabajo es el contenido mínimo de la relación de
trabajo, los derechos de cada trabajador que nadie puede arrebatarle. La tesis flotaba sobre los
tribunales y sobre la doctrina, y apareció en la ejecutoria de la Suprema Corte de Justicia de la
Nación de 19 de enero de 1938, Amparo directo 5974/37/2°, Sindicato de trabajadores de
molinos de nixtamal, pero no estaba consignada expresamente en las leyes. La de 1970 colmó
la laguna en el art. 56: "Las condiciones de trabajo en ningún caso podrán ser inferiores a las
fijadas en esta Ley."
V. EL DERECHO DEL TRABAJO ES DERECHO INCONCLUSO
La historia del derecho del trabajo puede compararse con la del Derecho romano: cuando Roma
concluyó la elaboración de su derecho civil, encontró que los hombres que no poseían el
privilegio de la ciudadanía romana carecían de un estatuto que regulara sus relaciones. Nació
así el jus gentium para una comunidad nueva, que era todos los hombres y todos los pueblos
que formaban el mundo conquistado por los legionarios. Surgió por etapas, en armonía con las
transformaciones de la sociedad; y fue un derecho inconcluso, constantemente atento a las
nuevas necesidades humanas. Así ha sido y es el derecho del trabajo: pausadamente brotaron
sus principios, normas e instituciones, pero su catálogo no está cerrado y tal vez no se cierre
nunca, y si llega a cerrarse algún día, será porque ha surgido una estructura social nueva. De ahí
que si se alcanza la que hemos llamado la finalidad mediata del movimiento obrero y del derecho
del trabajo, morirá. nuestro estatuto y nacerá un nuevo derecho y una seguridad nueva para el
hombre.
Si penetramos en el fondo de este carácter inconcluso, encontraremos que es la razón que
determinó la naturaleza de la Declaración de 1917, pues si su contenido es únicamente los
beneficios mínimos del trabajo, es porque, según lo expresamos en el apartado anterior, no
pudo ser un todo hermético. En estas condiciones, la Declaración es un efecto, pero también la
demostración de la naturaleza inconclusa del derecho del trabajo; y es además una invitación
dirigida a las fuentes formales subconstitucionales para que llenen su función con alegría y para
que nos proporcionen los principios y las instituciones nuevos que vaya mostrando el rio
incontenible de las mutaciones históricas.
Las normas jurídicas son reglas de conducta cuya observancia está garantizada por el estado. De
ahí que la doctrina más generalizada afirme que uno de los rasgos característicos del orden
jurídico sea su poder coactivo, no porque el cumplimiento de las normas requiera siempre el
uso de la coacción, toda vez que en una proporción elevada los hombres las cumplen
voluntariamente, sino porque cada violación es susceptible de ser reparada, directa o
indirectamente, mediante la intervención del poder coactivo del estado. Si esta posibilidad no
existiera, las normas jurídicas pasarían a la categoría de preceptos morales o de
convencionalismos sociales. Pero no todas las normas jurídicas poseen la misma pretensión de
imperatividad.
El artículo quinto fija los caracteres formales del derecho del trabajo: son normas de orden
público, circunstancia que les otorga el carácter de derecho imperativo, lo que excluye la
renuncia, por parte de los trabajadores, de sus derechos, beneficios y prerrogativas.
En armonía con la Exposición de motivos, el artículo quinto de la Ley nueva dice que "sus
disposiciones son de orden público, por lo que no producirá efecto legal, ni impedirá el goce y
el ejercido de los derechos, la renuncia, por parte del trabajador, de cualquiera de los derechos
o prerrogativas consignados en las normas de trabajo".
El artículo quinto sugiere varias reflexiones: a) Una de sus frases es una confirmación más de
que el derecho del trabajo es derecho de la clase trabajadora. Ahí se dice que no producirá
ningún efecto la renuncia del trabajador a las disposiciones que le beneficien, pero el precepto
no prohíbe la renuncia del patrono a los mandamientos que pudieran favorecerle, lo que es
consecuencia de que la ley del trabajo esté dirigida a la defensa de la energía de trabajo,
considerada como el valor más alto en la escala social. Esta diferencia da por resultado que el
patrono puede aceptar, a ejemplos, que la embriaguez no será causa de despido o que serán los
trabajadores quienes designarán los médicos para su atención; b) La Comisión, en concordancia
con la terminología que usó uniformemente, no habló de renuncia a las leyes o a las
disposiciones legales, sino que empleó el término normas de trabajo, que es más amplio, pues,
desde luego, comprende a la ley; lo que significa que el mandamiento constitucional se aplicará
en el futuro a la renuncia de las disposiciones contenidas en la totalidad de las fuentes formales,
incluidos, claro está, los contratos colectivos; c) La nulidad -y hemos de volver al tema-
pertenece a la especie que la doctrina reputa absoluta. A fin de suprimir cualquier duda, el
artículo dice que la renuncia "no impedirá el goce y el ejercicio de los derechos"; lo que quiere
decir que si un empresario incumple alguna forma de trabajo a pretexto de una renuncia, el
trabajador puede reclamar su aplicación y será al patrono a quien corresponderá proponer "la
excepción correspondiente. El párrafo final del artículo quinto apoya la conclusión que
antecede, pues expresa que "en todos los casos de renuncia se aplicarán la ley y demás normas
supletorias en lugar de las cláusulas nulas".
La imperatividad del derecho es una, pero se ejerce en tres direcciones: a) En primer lugar se
dirige al trabajador para recordarle que su problema es el de todos los trabajadores. Los
trabajadores pueden, con apoyo en el artículo quinto de la Constitución, negarse a constituir
una relación de trabajo o dar por concluida en cualquier tiempo la que hubiesen formado, pero
en la prestación de su trabajo tienen el deber de exigir el cumplimiento puntual de las normas,
porque la Declaración de derechos sociales fue impuesta por la clase trabajadora como cosa de
la clase y no como asunto de cada trabajador, y porque la renuncia de los derechos, atenta la
finalidad de la Declaración y del derecho del trabajo, que es asegurar a cada trabajador una
existencia digna, equivale a la entrega de la dignidad. Según estas reflexiones, la imperatividad
del derecho del trabajo, además de ser un beneficio para el trabajador, consiste en el deber
impuesto a los trabajadores de exigir el respeto de sus derechos, y es así porque quien no hace
respetar su derecho, daña a la clase a la que pertenece; b) La imperatividad se dirige, en segundo
lugar, al empresario, para decirle que es un deber constitucional, una exigencia del pueblo a la
que no puede sustraerse; c) El derecho social rompió la fórmula del dejar-hacer y dejar-pasar y
le impuso al estado una intervención activa y permanente para que vigilara e hiciera cumplir las
normas jurídicas, actividad que ha de realizar como un deber que le impuso el pueblo, lo que
origina que puede actuar de oficio, porque la pretensión de imperatividad sería un poco ilusoria
sin esa potestad, ya que bastaría la ausencia de la queja para que retornáramos a la explotación
que auspició el contrato de arrendamiento de servidos.
La imperatividad del derecho del trabajo, según se deduce del párrafo inmediato anterior,
impone al estado la función social de vigilar la aplicación de las normas a todas las prestaciones
de trabajo, de poner en conocimiento de los empresarios las violaciones que hubiese
encontrado a fin de que las corrijan, y cuando la recomendación no sea acatada, imponer las
sanciones que autorice la ley. Solamente así, decíamos, surte efectos plenos la imperatividad
del derecho del trabajo en beneficio de la clase trabajadora y de la justicia social.
La función de vigilancia se cumple principalmente por la Inspección del trabajo, cuya
organización y actividades se analizarán en un capítulo posterior. El art. 540 de la Ley dice que
la institución mencionada tiene como funciones "vigilar el cumplimiento de las normas de
trabajo y poner en conocimiento de la autoridad (que corresponda) las deficiencias y violaciones
que observe en las empresas y establecimientos". Ahora bien, comprobada la existencia de una
deficiencia o violación, y una vez puestos los hechos en conocimiento de la autoridad
competente, ésta, previo el procedimiento legal, debe proceder a la aplicación de la sanción que
corresponda. La Ley reglamentó la aplicación de las que deben llamarse sanciones de trabajo,
pero el derecho mexicano no ha contestado la pregunta acerca de si conviene tipificar delitos
en materia de trabajo y determinar las sanciones aplicables.
1. Las sanciones de trabajo: empleamos este término para designar las sanciones que la ley
impone a los empresarios por el incumplimiento de las normas de trabajo. En ensayos anteriores
usamos la denominación de sanciones administrativas, la que actualmente resulta incompatible
con la idea del derecho del trabajo que sirve de base a la Ley nueva: el derecho del trabajo es
una especie del orden jurídico distinta del derecho público y del derecho privado y sus raíces se
hunden en una Declaración de derechos que forma parte de la Constitución, por lo tanto, es de
ella de donde debe extraer el fundamento de sus principios, normas e instituciones. Por otra
parte, las sanciones de trabajo difieren esencialmente de las sanciones administrativas que
puede imponer el- estado de conformidad con el art. 21 de la Carta Magna, pues no se refieren
a las sanciones que aplica el estado en ocasión de sus relaciones con los particulares, sino que
su causa radica en el incumplimiento de las obligaciones que reportan los empresarios en sus
relaciones con los trabajadores, o bien, y regresando a los renglones primeros, unas son el
resultado de violaciones al derecho público, en tanto las segundas son consecuencia del
incumplimiento del derecho social.
Las sanciones de trabajo y su aplicación están reguladas en el título dieciséis, arts. 876 a 890,
disposiciones de las que se desprenden los principios siguientes: a) La única sanción aplicable es
la multa, cuyo monto varía con la gravedad de la violación. Conviene decir que la Ley nueva
aumentó los montos fijados en la Ley de 1931, para lo que tomó como base la diferencia en el
valor real de la moneda; b) La Ley señaló el monto de las multas para las violado es que reputó
más graves, pero en el art. 886 consignó una norma general para las hipótesis no previstas: una
multa de cien a diez mil pesos, según "la gravedad de la falta y las circunstancias del caso"; c) En
el art. 890, la Ley facultó a los trabajadores, a los patronos y sus organizaciones, para "denunciar
ante las autoridades del trabajo la violaciones de que tengan noticia". Cuando se extendió la
facultad de denuncia a los patronos, se pensó en la posibilidad, más romántica que real, de que
alguno se decidiera a denunciar los peligros de cie tas instalaciones; d) El art. 887 señaló
limitativamente las autoridades que pueden imponer las sanciones: el Secretario del Trabajo y
Previsión Social, los gobernadores de los estados y territorios y el Jefe del Departamento del
Distrito Federal: e) Respetuosa la Comisión redactora del proyecto del principio de la garantía
de audiencia, expresó en el art. 888, que siempre deberá oírse en defensa al interesado: f) Por
último, la frase final del art. 876 separó las sanciones de trabajo del incumplimiento de las
obligaciones que las hubiesen motivado; así, a ejemplo, la multa de quinientos a diez mil pesos
que impone el Art. 878, frac. H, al patrono que no pague el salario mínimo, no implica que
desaparezca la obligación del pago. Las sanciones, dice el art. 876, son "independientes de la
responsabilidad por el incumplimiento de las obligaciones".
2. el derecho penal del trabajo: el tema está abierto desde hace mucho tiempo, y nos parece
que presenta dos aspectos, uno de los cuales es su fundamentación teórica y el otro su
posibilidad de realización.
La doctrina se pregunta si dentro del orden constitucional vigente es posible un derecho penal
del trabajo que tipificara como delitos el incumplimiento de las obligaciones que derivan de las
normas de trabajo, como la prolongación de la jornada más allá de los límites legales o la no
concesión de los días de descanso y vacaciones o la falta de pago del salario mínimo o la
retención indebida del salario general o la intromisión de los empresarios en la vida sindical
obrera y todos los casos que puedan ocurrirse. Hemos escuchado muchas veces la mención del
art. 17 de la Carta Magna, según el cual, ''nadie puede ser aprisionado por deudas de carácter
puramente civil", pero no obstante la larga historia del precepto y la necesidad de preservar la
libertad del hombre, pensamos que no sólo no es aplicable, sino que más bien acude en auxilio
de la idea del derecho penal del trabajo, pues la concepción del estatuto laboral como derecho
social y la consecuente finalidad social de sus instituciones, quita al incumplimiento de las
obligaciones la característica de los problemas puramente civiles: la falta de pago de una suma
de dinero adeudada en virtud de un contrato de mutuo, afecta únicamente a dos patrimonios
privados, pero la prolongación inmoderada de la jornada de trabajo o la falta de pago del salario
mínimo crea un problema social y daña a la comunidad; dentro de este orden de ideas nos
golpean las medidas preventivas de accidentes para decirnos que si no se las usa se pondrá en
peligro la vida de centenares o miles de hombres. Si se penetra en las entrañas del problema se
observa que la diferencia esencial entre el incumplimiento de las obligaciones que tienen su
fuente en el derecho civil y el de las que derivan del derecho del trabajo, consiste en que la
primera hipótesis nos coloca frente a una controversia por intereses particulares, en tanto la
segunda plantea la violación de los derechos humanos reconocidos y, sobre todo, asegurados
por el pueblo en su Constitución, una violación del querer fundamental del titular de la
soberanía. Pensamos, como una cierta restricción a las facultades del legislador, que el delito no
se tipificará porque en una ocasión se prolongue la jornada o se deje de pagar el salario mínimo,
sino cuando se esté en presencia de una violación frecuente y afecte a un grupo de trabajadores.
El segundo de los interrogantes reclama algunas explicaciones: la Comisión se preguntó
primeramente cual era la autoridad legislativa a la que correspondía tipificar los delitos, y llegó
al convencimiento de que no eran las legislaturas estatales, no obstante que algunas de ellas
habían incluido en sus códigos penales un capítulo de delitos sociales, porque, si la Constitución
reservó al Congreso de la Unión la facultad de expedir la ley del trabajo para toda la República,
solamente él podía decidir cuáles serían las consecuencias de su incumplimiento. Aceptada esta
postura, que coincide con la que sostuvimos hace ya varios años, creyó la Comisión que la
tipificación debía efectuarse en el Código penal, porque necesariamente tendrían que aplicarse
las normas generales de esa legislación. Se dio cuenta la Comisión de que el Código penal federal
tipifica algunos delitos -así el art. 387, frac. XVII, que sanciona como autor del delito de fraude
"al que valiéndose de la ignorancia o de las malas condiciones económicas de un trabajador a su
servicio, le pague cantidades inferiores a las que realmente le corresponden por las labores que
ejecuta o le haga otorgar recibos o comprobantes de pago de cualquier clase que amparen
sumas de dinero superiores a las que efectivamente entrega pero estas disposiciones consideran
a las hipótesis. que prevén, no como delitos sociales, sino como delitos del orden común, y por
otra parte, no abarcan la totalidad de, las violaciones a la Ley del trabajo que deben ser
sancionadas. Pero no fue posible preparar un proyecto, porque era indispensable esperar la
entrada en vigor de la ley, ya que no se conocían los cambios que pudiera introducir el Congreso
de la Unión a la Iniciativa presidencial; la Ley entró en vigor el primero de mayo de 1970, pero
en ese mismo año concluía el período presidencial. Por lo tanto, el problema quedó reservado
a los siguientes titulares de los poderes ejecutivo y legislativo.
VII. LA IDEA DEL DERECHO DEL TRABAJO COMO DERECHO PROTECTOR DE LA CLASE
TRABAJADORA
Cuando aparecieron las primeras leyes del trabajo del siglo pasado, los maestros de derecho civil
declararon, sin que conozcamos ninguna discrepancia, que se estaba en presencia de un derecho
protector de la clase trabajadora. La afirmación se repitió continuadamente –y nosotros mismos
la hemos usado en diferentes ocasiones- nos parece, empero, que no existe una explicación
satisfactoria y que tal vez contradice la esencia del derecho del trabajo de nuestros días.
En el capítulo (La sociedad individualista y liberal y su orden político y jurídico) creemos haber
demostrado que el derecho civil y el penal del siglo XIX eran los dos instrumentos de que se valió
la burguesía para explotar mejor el trabajo, lo que explica que las leyes de aquella época
nacieran con el nombre de leyes protectoras del trabajo; y de verdad lo eran, porque eran
normas de excepción destinadas a evitar que el trabajo prematuro impidiera el desarrollo de los
niños o que las jornadas excesivas minaran la salud de los hombres; la misma ley francesa de
accidentes del trabajo de 1898 se proponía reparar los daños sufridos por las víctimas del
progreso.
El derecho colectivo del trabajo, particularmente después de su constitucionalización en la Carta
Magna de Querétaro, cambió la perspectiva, pues desde entonces quedó establecida, por
declaración del pueblo, no solamente la igualdad del trabajo y del capital para la -creación del
derecho individual del trabajo en los contratos colectivos, sino en muchos aspectos -y lo hemos
hecho notar en varias ocasiones- la supremacía del trabajo, porque los sindicatos disponen de
la huelga para luchar contra el capital sin intervención del estado, en tanto los empresarios
carecen de un derecho correlativo. El derecho colectivo del trabajo -y también aquí repetimos
una tesis- no fue una concesión de la burguesía y de su estado, sino un derecho impuesto por el
trabajo al capital.
Frente a este fenómeno, quienes quieran sostener la idea del derecho del trabajo como un
ordenamiento protector, necesitan precisar, pues, según explicamos en otra ocasión (El derecho
colectivo del trabajo, Excélsior, 12 de enero de 1971) "no quisiéramos que se interpretara en el
sentido de una inferioridad de la clase trabajadora o de que está urgida de tutela, la que de
verdad no necesita"; y no requiere de ella porque posee la fuerza suficiente para enfrentarse de
igual a igual con el capital y aún para luchar con el estado protector de la burguesía. Pensamos
-nos salimos así del campo del derecho del trabajo- que nuestro estado y el de esta era que vive
el Mundo occidental, en lo que coincidimos plenamente con el pensamiento de Marx, es un
aparato protector del capital, pues ¿no protege a las instituciones bancarias en contra de sus
trabajadores mediante la aplicación de un reglamento que es una afrenta a la Constitución y a
la justicia? La clase trabajadora debe volver a una toma de conciencia para darse cuenta de que,
al igual que en el pasado, tiene que conquistar los fines del derecho del trabajo en lucha con el
capital.
Un ejemplo concreto nos ayuda a completar la exposición: el artículo 18 de 1a Ley dispone -y
hemos de regresar al tema- que "en los casos de duda, prevalecerá la interpretación más
favorable al trabajador", pero esta fórmula no puede ser contemplada como una norma
protectora del débil contra el fuerte, porque su esencia es más bella, ya que nos dice que en la
oposición entre los valores humanos y los intereses materiales de la economía, la justicia impone
la supremacía de aquéllos. Y una consideración final: la idea de protección a la clase trabajadora
por e1 estado de la burguesía lesiona la dignidad del trabajo, porque no es ni debe ser tratado
como un niño al que debe proteger su tutor, sino como un conjunto de seres humanos que debe
imponer todo lo que fluye del Artículo 123 y de la idea de la justicia social.
CAPÍTULO X
ALGUNOS PRINCIPIOS FUNDAMENTALES
En todas las páginas de este libro se hace una referencia constante a ciertas ideas qué
constituyen, para decirlo así, el fondo filosófico, ético y jurídico de nuestra disciplina. A ellas
dedicamos estos párrafos, que ayudarán, así lo esperamos, a comprender mejor el alma de la
Ley nueva.
El derecho del hombre a la existencia tiene hoy un contenido nuevo: en el pasado, significó la
obligación del estado de respetar la vida humana y dejar al hombre en libertad para realizar por
sí mismo su destino; en el presente, el derecho del hombre a la existencia quiere decir:
obligación de la sociedad de proporcionar a los hombres la oportunidad de desarrollar sus
aptitudes.
Al concluir este apartado nos viene a la memoria, que la fórmula de nuestro art. tercero coincide
con la frase que escribió Marx en su intento de ofrecer una idea de la justicia del mañana: de
cada quien según sus aptitudes, a cada quien según sus necesidades. En esa sociedad futura, el
trabajo, entendido como el valar supremo, será un deber creador de derechos.
Los derechos humanos, en sus dos aspectos, derechos individuales del hombre y derechos
sociales del trabajador, se proponen realizar el máximo de libertad para el trabajo. Los primeros
son, para decirlo así, un presupuesto para que los segundos puedan asegurar la libertad del
trabajador durante la prestación de su trabajo, pero en alguna medida podría también decirse
que son un capítulo preliminar del derecho del trabajo.
1. A partir de la Declaración de derechos de la Constitución francesa de 1793, el mundo habla
de la libertad de trabajo como uno de los derechos del hombre. El principio fue reconocido en
nuestra Constitución de 1857 y pasó a la Carta Magna de Querétaro, la que en el artículo cuarto
lo expresó diciendo que "a ninguna persona podrá impedirse que se dedique a la profesión,
industria o comercio o trabajo que le acomode ... " Nos encontramos frente a un primer aspecto
de la libertad, que significa que cada hombre es libre para escoger el trabajo que le acomode,
esto es, puede seleccionar la profesión que le plazca por corresponder a sus aptitudes, a sus
gustos o a sus aspiraciones, una libertad que posteriormente se objetivará en una actividad
concreta: la ebanistería, la mecánica o el estudio y el ejercido de la medicina o de la arquitectura.
Por lo tanto, la persona es libre para dedicarse a una profesión o a otra, mediante una decisión
personal que no puede impedir el estado, libertad que fue preciso declarar porque, como
expresó José María Lozano (Estudio de derecho constitucional patrio en lo relativo a los
derechos del hombre, Imprenta del Comercio, de Dublán y Compañía, México, 1876, pág. 616)
"debemos recordar que en otras épocas no era lícito a todo hombre dedicarse a cualquier
profesión, pues algunas eran imposibles para quienes no venían ciertas condiciones ... ".
2. La libertad de trabajo de 1793, que acabó de romper el sistema corporativo, es un acto previo
a la relación de trabajo regulada por nuestro estatuto y aun puede no desembocar en él, porque
el hombre está en aptitud de escoger una actividad libre. Más cerca del derecho del trabajo está
el párrafo tercero del art. quinto de la Constitución, que dice que "el estado no puede permitir
que se lleve a efecto ningún contrato, pacto o convenio que tenga por objeto el menoscabo, la
pérdida o el irrevocable sacrificio de la libertad del hombre, ya sea por causa de trabajo ... ",
precepto que procede asimismo de la Constitución de 1857 y de la Declaración francesa de 1793,
en el párrafo que expresaba que si bien "el hombre podía comprometer sus servidos y su tiempo,
no podía venderse ni ser vendido, porque su persona no es una propiedad enajenable". ·
La norma posee una significación fundamental, porque la relación de trabajo no es, ni puede
ser, una enajenación de la persona, y porque no podrá tener por efecto el menoscabo, la pérdida
o el irrevocable sacrificio de la libertad del hombre, sino por lo contrario, en toda relación de
trabajo, la libertad debe continuar siendo el atributo esencial de la persona del trabajador. La
consecuencia primera que desprendió la misma Constitución consiste en que el hombre es libre
para retirarse en cualquier tiempo de la empresa a la que preste sus servicios, sin que pueda
ejercerse en ningún caso coacción sobre su persona.
3. Cruzamos ahora las puertas de la relación de trabajo y nos encontramos así en el corazón del
concepto que buscamos: la libertad del hombre no sufre ni puede sufrir restricción alguna por y
durante la prestación de su trabajo. Claro está que se encuentra obligado a entregar su energía
de trabajo en los términos y condiciones convenidos, pero su persona y su libertad son
intocables. La legislación de 1931 decía y la Ley nueva reprodujo la redacción en el art. 134, frac.
III, que "el trabajador debe desempeñar el trabajo bajo la autoridad del patrono en todo lo
concerniente al trabajo", pero nunca más allá, de manera que las instrucciones u órdenes que
se emitan sin relación con el trabajo, no tienen que ser acatadas.
Nos importa aún más destacar una circunstancia que es el resultado del profundo amor de la
Comisión por la democracia, una norma magnífica que se enlaza con la idea más pura de los
derechos del hombre. En el párrafo segundo del art. tercero de la Ley nueva se dijo que "no
podrán establecerse distinciones entre los trabajadores por motivo ... de credo religioso o
doctrina política ... " La norma perdería fuerza si intentáramos alguna explicación
complementaria.
En algunos momentos la Ley nueva parece insaciable; de ahí esa afirmación rotunda de su art.
tercero sobre el valor de la idea. En el párrafo primero se expresa que "el trabajo exige respeto
para las libertades de quien lo presta"; por lo tanto, el trabajador podrá exigir siempre el respeto
de su libertad, mejor aún, deberá hacerlo, porque quien no la reclama, principia a adquirir alma
de esclavo.
Las dos ideas de la libertad y de la igualdad marchan por los caminos del derecho del trabajo
como dos hermanas tomadas de la mano: la igualdad sin la libertad no puede existir y ésta no
florece donde falta aquélla. La idea de igualdad posee significaciones particularmente fuertes
en el derecho del trabajo, al grado de que hay momentos en los que imaginamos que al lado de
los anhelos de los trabajadores hacia una existencia decorosa, la igualdad es la idea-fuerza que
impulsó a los hombres a la batalla por nuestro estatuto y que continúa siendo uno de los factores
más poderosos para su integración.
1. Las narraciones históricas muestran que las luchas primeras de los trabajadores se dirigieron
a la conquista de las libertades de coalición, de negociación y contratación colectivas y de
huelga, pero si se penetra en sus detalles se observa -y ya lo hemos puesto de relieve que las
libertades colectivas perseguían un segundo propósito, tonto o más alto, que era la igualdad de
derechos del trabajo y del capital para la fijación colectiva de las condiciones de trabajo; y fue
así, por el camino de la igualdad, que el trabajo devino uno de los dos elementos básicos del
proceso económico. Y no es un misterio, y no estamos diciendo nada nuevo, que la contratación
colectiva, consecuencia de la igualación de las fuerzas, ha sido y es el procedimiento que lanza
al estatuto laboral hada las proximidades de la justicia social.
2. Nos parece sin embargo que la grandeza mayor del principio de igualdad se presenta en la
cuestión relativa a las condiciones de trabajo, uno de los capítulos del derecho individual del
trabajo.
La Asamblea Constituyente de Querétaro se dio cuenta del problema, pero lo vio de manera
especial en relación con el salario; de ahí que dijera en el párrafo séptimo de la Declaración que
"para trabajo igual debe corresponder salario igual. .. " La Ley de 1931 reprodujo la disposición
en su art. 86. La Comisión redactora del proyecto de la ley nueva entendió la trascendencia del
principio y decidió elevarlo al plano superior que le pertenece y hacer de él uno de los motores
ardientes del derecho del trabajo, que puede enunciarse como el principio de la igualdad de
tratamiento para todos los trabajadores en lo que concierne al trabajo; tal es la explicación del
párrafo segundo del ya citado art. tercero de la Ley, en el que se lee: "No podrán establecerse
distinciones entre los trabajadores por motivo de raza, sexo, edad, credo religioso, doctrina
política o condición social". No se conformó la Comisión con esa primera declaración, sino que
en el art. 56, sobre el que habremos de volver, se refirió, ya no solamente a la cuestión del
salario, sino de una manera general a la totalidad de las condiciones de trabajo: "Deberán ser
iguales para trabajo igual."
Pues bien, el efecto que desde hace tiempo dedujeron la jurisprudencia y la doctrina de este
principio de la igualdad de tratamiento, y únicamente apuntamos aquí la consecuencia que
desarrollaremos en detalle al analizar las condiciones de trabajo, es que constituye una fuerza
viva al servicio del trabajo, ya que, en virtud de él, los beneficios, cualquiera que sea su
naturaleza, que se concedan a un trabajador, deben extenderse a quienes cumplan un trabajo
igual; de ahí la acción procesal llamada de nivelación de condiciones de trabajo.
Queremos hacer notar, antes de concluir este apartado, que la idea de la igualdad de las razas
humanas flota en la conciencia universal, pero no se practica en todos los pueblos. México, que
tiene el orgullo de su mestizaje, no podía pasar sobre su esencia y quiso dejar un testimonio
escrito de su amor por la igualdad.
El multicitado párrafo primero del art. tercero de la Ley dice en otra de sus frases, que "el trabajo
exige respeto para la dignidad de, quien lo presta". En un libro hermoso (Statisches und
dynamisches Naturrecht. Verlag Rombach, Freiburg, 1971, pág. 85 y sigts.) el conocido maestro
de la Universidad de Viena Alfred Verdross, hace un relato histórico magnífico que remonta
hasta el Génesis, pero revela que el término dignidad humana apareció primeramente en la
Patrística, para reaparecer siglos después en las escuelas del derecho natural post-renacentistas,
particularmente en Pufendorf. Hegel acuñó una frase a la que bien poco podría agregarse: se
persona y considera a los demás como personas. Superado el desprecio de la Antigüedad por el
trabajo manual, la dignidad humana consiste en los atributos que corresponden al hombre por
solo el hecho de ser hombre, el primero de todos de que es un ser idéntico a los demás, de tal
suerte que el trabajador tiene el indiscutible derecho de que se le trate con la misma
consideración que pretenda el empresario se le guarde. Sin duda, las dos personas guardan
posiciones distintas en el proceso de la producción, pero su naturaleza como seres humanos es
idéntica en los dos y sus atributos son también los mismos.
Una aplicación de esta idea se presenta en el art. 132, frac. VI, precepto que impone a los
patronos la obligación de "guardar a los trabajadores la debida consideración".
La doctrina de la responsabilidad es otro de los monopolios dos veces milenario del derecho
civil, pero no podemos menos que admirar la fuerza de las ideas y la belleza de las exposiciones
de los maestros de Francia y de los nuestros. Por fortuna para la historia y para la vida humana,
el río heraclitiano es incontenible y nada es eterno en el universo. No tiene pues que llamarnos
la atención que las enseñanzas de Planiol y de Borja Soriano pertenezcan a un pasado que fue
ciertamente muy largo y muy brillante y que tal vez subsistan en el derecho civil de nuestros
días, pero que para el derecho del trabajo ya no son sino pasado que no puede ser presente,
porque, dado su destino, que es la regulación del tránsito de las cosas que están en el comercio
de un patrimonio a otro, se halla, y ya lo hemos expresado varias veces, en abierta contradicción
con el estatuto cuyo destino es asegurar al trabajo una existencia decorosa.
Son actualmente muchos, y muy hondos y muy bellos, los tratados, manuales y ensayos que se
han escrito en todos los pueblos del orbe sobre nuestra disciplina, pero en ellos encontramos
una especie de temor :reverencial hacia determinados principios y doctrinas de derecho civil,
entre los que colocamos el problema de la responsabilidad; parece como si los maestros y
escritores no se hubiesen dado cuenta de que entre el ordenamiento que se ocupa de los
negocios jurídicos que pueden hacerse con las cosas y el estatuto que trata de resolver el
problema de la existencia decorosa de una clase social, las relaciones sólo pueden darse en la
forma de las normas, mas no en el contenido. Al recorrer lo escrito sobre el derecho del trabajo,
apenas si en Georges Ripert hallamos algunos lineamientos generales para una doctrina propia
sobre la responsabilidad, pero aún ahí se observa la presencia de la tradición civilista; sin duda,
hay páginas imborrables sobre la historia del problema de los riesgos de trabajo, pero también
en ellas está oculta la concepción civilista.
Pensamos, en conclusión, que es llegado el momento de elevarse sobre las ideas de otros
tiempos y sumergirnos en el derecho del trabajo para deducir de él los principios de la
responsabilidad que correspondan a su naturaleza y a las exigencias de la justicia social.
La Ley de 1931 -y ya hemos citado el párrafo de la Exposición de motivos que lo reconoce- cubrió
con honor y con éxito una etapa de la historia de nuestro derecho del trabajo, pero a casi
cuarenta años de su expedición, pudieron observarse sus inconvenientes y ponerse de relieve
las soluciones que ya habían sido superadas, entre ellas, la falta de unidad en la doctrina de la
responsabilidad, más aún, la carencia de una idea propia en un asunto de tanta importancia. La
regulación de los riesgos de trabajo, que según el pensamiento de aquellos años debía formar
parte del estatuto laboral, alcanzó una grandeza que difícilmente se daba en otras legislaciones.
Pero si se penetra hasta lo más íntimo de su esencia, se descubre que no pudieron los autores
de la Ley desprenderse de la tradición civilista: aquella idea de la indemnización forfaitaire, que
no ha tenido el valor de superar la Ley del seguro social, superación que si se logró en la Ley de
la seguridad social para los trabajadores del estado, es el producto de una transacción entre los
creadores franceses de la teoría del riesgo profesional y los clásicos del derecho civil, que
expusieron que si el empresario debía responder por los accidentes en los casos de culpa del
trabajador, era consecuente que se redujeran las indemnizaciones en todas las hipótesis, a
efecto de que lo que tuvieran que pagar los empresarios por aquel concepto, ya reducido, se
compensara con las reducciones en los casos de culpa de su parte o cuando se presentara un
caso fortuito.
Preocupada la Comisión con ese problema, vino a su memoria el art. 111, frac. XVI, de la Ley
vieja, que expresa, que el patrono está obligado a "pagar al trabajador el salario correspondiente
al tiempo que pierda, cuando se vea imposibilitado de trabajar por culpa del patrono". Pareció
indudable a la Comisión que el significado y el alcance del precepto eran un reflejo claro de la
doctrina de la responsabilidad por culpa del derecho civil, pues la consecuencia inmediata de
esa norma, incompatible con los principios fundamentales del derecho del trabajo, consistía en
que todas las interrupciones en la actividad de una fábrica o taller, cuya causa no fuera la culpa
del patrono, eran reportadas por el trabajo, o lo que es igual, los riesgos inherentes a la actividad
de las fábricas y talleres recaerían sobre los trabajadores, solución que implica la negación de
las exigencias de la realidad y de la justicia. Por otra parte, aquel precepto, que apareció por vez
primera en el Proyecto de código federal del trabajo presentado por la Secretaría de
Gobernación en el año de 1928 a una convención obrero-patronal, era una disposición
engañosa, porque la obligación de pagar los daños por los actos culposos no necesitaba ser
declarada, ya que era uno de los principios básicos del derecho civil, supletorio en aquel
entonces de la Ley de 1931. Los miembros de la Comisión, sin discrepancia alguna y sin ningún
titubeo, decidieron suprimir la norma, pues, manifestaron unánimemente, las empresas están
obligadas a pagar a los trabajadores los salarios que les correspondan por el tiempo que están
obligados a poner su energía de trabajo a disposición de ellas, obligación que únicamente puede
cancelarse en los casos y previo el cumplimiento de los requisitos previstos por las leyes.
Las dos cuestiones contempladas no eran las únicas, sino que había otras muchas en las cuales
tendría también que decidirse que el empresario reporta las consecuencias de los riesgos que
implica la actividad económica. Al comprender la magnitud del problema, la Comisión,
consciente de que la ley nueva debía contener los principios que armonizaran la doctrina de la
responsabilidad con la idea del derecho del trabajo y con las exigencias de la justicia social,
recorrió las normas e instituciones del proyecto y llegó a la conclusión de que en todas ellas latía
una concepción nueva, distinta y aun opuesta al individualismo y subjetivismo del viejo derecho
civil, a la que bien podía denominar: la responsabilidad de la economía representada en el
sistema capitalista por la empresa, o en la fórmula breve que se usó en la Exposición de motivos:
el riesgo de la empresa es fuente de responsabilidad.
La Comisión expuso su idea en el parágrafo cuarenta de la Exposición de motivos, que se ocupa
de los riesgos de trabajo, pero no la limitó a esa única cuestión, sino que la presentó en forma
general:
La teoría del riesgo profesional se inició en el siglo pasado y tuvo por objeto poner a cargo del
empresario la responsabilidad por los accidentes y enfermedades que sufrieran los trabajadores
con motivo de la profesión que desempeñaran. De aquella época a nuestros días se han
transformado radicalmente las ideas: la doctrina y la jurisprudencia pasaron ele la idea del riesgo
profesional a la de riesgo de autoridad, para concluir en lo que se llama actualmente riesgo de
la empresa. De acuerdo con esta doctrina, la empresa debe cubrir a los trabajadores sus salarios,
salvo los casos expresamente previstos en las leyes, y además, está obligada a reparar los daños
que el trabajo, cualesquiera que sean su naturaleza y las circunstancias en que se realiza,
produzca en el trabajador.
En una glosa del párrafo transcrito y de algunos otros de la Exposición de motivos (Los riesgos
del trabajo, Excélsior, 8 de diciembre de 1970), expresamos:
Georges Ripert dijo alguna vez que "la democracia moderna no puede poner el riesgo a cargo
de quien no interviene en su creación ni recibe los beneficios que la producción concede al
creador de él". La Ley nueva mira hacia la idea de la justicia social: la economía de cada pueblo
debe asegurar el presente y el futuro de los hombres que le entregan· su patrimonio, que es su
energía de trabajo. En un mundo socialista, la sociedad, titular única de las fuentes económicas,
asumirá ese deber, pero en el sistema capitalista, la empresa, pública o privada, cotitular de la
riqueza y de los beneficios de la producción y a la que el hombre entrega su patrimonio, es la
fuente que debe asegurar la existencia de quienes le sirven. Abandonar a las víctimas de los
riesgos de la actividad económica es dañar a la justicia, que reclama, por encima de la economía,
la solución del problema de los trabajadores.
El Art. 106 ratifica el principio general de la responsabilidad objetiva en las relaciones obrero-
patronales: los riesgos de la producción deben ser a cargo del patrono, por lo que tiene éste la
obligación de cubrir el salario siempre que de conformidad con la definición que se dio de
jornada de trabajo, el trabajador ponga a su disposición su energía de trabajo. Esta obligación
no tiene más excepciones que las consignadas en la Ley para la suspensión de los efectos de las
relaciones de trabajo.
Por jornada de trabajo se entiende el tiempo durante el cual el trabajador está a disposición del
patrono para la prestación de su servicio. Esta definición que se propone se apoya en las
consideraciones siguientes: el trabajador se obliga a poner su energía de trabajo a disposición
del patrono durante un número determinado de horas, por lo que cualquier interrupción que
sobrevenga en el trabajo no puede implicar la prolongación de la jornada; idea que descansa en
el principio de que los riesgos de la producción son a cargo del patrono y nunca del trabajador.
En otra glosa de este párrafo (El tiempo de trabajo; Excélsior, 1° de septiembre de 1970)
expusimos:
La nueva idea de la jornada, que hasta donde llegan nuestros conocimientos, es la primera vez
que se consigna en una ley, es la consecuencia de la aplicación de una de las doctrinas
fundamentales del nuevo derecho del trabajo. Una vez más, la Comisión se apartó de las
nociones tradicionales del derecho civil y frente a sus viejos principios de la responsabilidad
levantó el principio de la responsabilidad objetiva por el riesgo de la empresa: en el sistema
capitalista, la empresa, creadora de los riesgos de toda índole inherentes a su actividad y
beneficiaria de la producción, tiene que asumir la responsabilidad de todas las consecuencias
que se produzcan, y tiene que ser de esa manera, porque sería monstruoso que se hiciera
responsable a otro de los riesgos ajenos.
c) Mencionamos ahora, entre otras, una última cuestión, de la que nos ocuparemos
detenidamente en un capítulo posterior: la ciencia y la técnica de nuestros días exigen una
preparación cada vez mayor en todas las personas que se ocupen del manejo de las máquinas,
de donde resulta indispensable la capacitación profesional de los trabajadores. Fueron muchas
las soluciones que se ofrecieron, pero se aceptó la que concordaba con los principios que se
habían adoptado en la elaboración de la ley: la empresa del sistema capitalista debe reportar las
cargas de la tecnificación, entre las que se encuentra la capacitación profesional de los
trabajadores, porque su falta hace imposible el funcionamiento correcto de las máquinas. Los
empresarios sostuvieron que cada trabajador debe capacitarse él mismo o que el estado debe
crear los centros de capacitación necesarios, pero lo primero es un imposible, porque los
trabajadores no disponen de elementos para llevar a cabo su capacitación, y lo segundo
equivalía a desligar a la economía de una carga sin la cual su progreso sería otro imposible. Por
lo tanto, puesto que la capacitación profesional del trabajo es una condición inevitable para el
funcionamiento de las máquinas y consecuentemente de las empresas, capacitación que, por
otra parte, se traducirá en un beneficio creciente para las mismas negociaciones, se llegó a la
conclusión de que eran ellas, las creadoras del problema, las que debían sufragar los gastos
requeridos para su resolución. Así se creó el art. 132, frac. XV, en el que se dispuso que las
empresas están obligadas a "organizar cursos o enseñanzas de capacitación profesional o de
adiestramiento para sus trabajadores".
Una idea nueva de la responsabilidad, fundada sobre la naturaleza de la sociedad; sobre los
derechos sociales de la persona humana y sobre los postulados de la justicia del trabajo. Un
principio de responsabilidad objetiva; distinto y opuesto a la idea de la responsabilidad
individualista, subjetivista y patrimonial del derecho civil; una doctrina que está contenida en la
frase del art. tercero de la Ley que señala como meta del derecho del trabajo -y por supuesto
también de la seguridad social- el brindar a los trabajadores una existencia decorosa; un
principio para el presente y para el futuro, pues cualquiera que sea el sistema económico del
mañana, ahí se encontrará la fórmula de Marx: dar a cada quien según sus necesidades.
CAPÍTULO XI
LAS FUENTES Y LA INTERPRETACIÓN DEL DERECHO DEL TRABAJO
Al iniciarse la tercera década del siglo, los estudiantes de la entonces Escuela Nacional de
Jurisprudencia leíamos con avidez ese libro extraordinario de Francisco Geny: Méthode
d'ínterpretation et sources en droit privé positif. Nos dimos cuenta en aquel entonces de que el
problema de las fuentes presentaba numerosas aristas y de que los profesores de derecho
privado habían escalado un lugar privilegiado en los estudios. Esa posición era fácilmente
explicable, pues en la era del individualismo y liberalismo, el derecho civil defendía su condición
de ordenamiento jurídico fundamental, y consideraba a los otros como instrumentos a su
servicio. Con un diáfano lenguaje, Geny resumió las tendencias nuevas y fortaleció la idea de un
derecho que está más allá de las leyes dictadas por el estado. Fue necesario que se rompiera el
mito mágico del primado del derecho civil y de la ley escrita y que naciera el derecho del trabajo,
el más auténticamente humano de la historia, el único ordenamiento cuya mira exclusiva es
asegurar al hombre real una existencia decorosa, para que comprendieran los juristas que en
los problemas generales del derecho de nuestra época y en el particular que analizaremos en
este capítulo, se requiere un pensamiento nuevo, distinto de las doctrinas del pasado.
Envuelta por esta actitud renovadora y convencida de que la experiencia de los años corridos
desde 1931 mostraba la formación de ese pensamiento nuevo que tanto inquietó a los
estudiantes de aquella vieja generación, la Comisión que preparó el proyecto de la Ley vigente,
se propuso presentar en forma sencilla, por una parte, la autonomía plena de las fuentes y de la
interpretación del derecho del trabajo, y por otra; una enumeración y la jerarquía de las fuentes
formales del derecho del trabajo, juntamente con los principios básicos para la interpretación
de las normas. Un párrafo magnífico de la Exposición de motivos de la ley es la fuente en la que
se inspiran los renglones antecedentes:
El art. 17 señala cuáles son las fuentes formales del derecho del trabajo: el derecho del trabajo
del siglo pasado era un capítulo del derecho privado, pero el nuestro, desde el año en que se
promulgó la Constitución vigente, conquistó su autonomía como una rama jurídica
independiente. Por otra parte, nuestro derecho del trabajo tiene su fuente en el Artículo 123
constitucional, lo que le da el rango de un ordenamiento reglamentario de la Constitución.
Partiendo de estas ideas, se reconocen como fuentes del derecho del trabajo ...
1. FUENTES MATERIALES O SUSTANCIALES Y FUENTES FORMALES
Dos ilustres maestros de Francia, Francisco Geny (Science et technique en droit privé positif,
Librairie du Recueil Sirey, París, 1914; y Méthode d'interpretation et sources en droit privé
positif, Librairie Générale de Droit et de Jurisprudence, París, 1919) y Julien Bonnecase
(lntroduction a l'étude du droit, París, 1931) propusieron la división más general de las fuentes
del derecho: explicó el primero que el jurista oscila entre dos planos, uno de los cuales es una
actividad científica de conocimiento, de adquisición de los datos de toda índole, materiales e
ideales, que revela la vida del hombre y de la sociedad, pasada y presente, elemento al que llama
lo dado (le donné), un conocimiento del que habrán de deducirse las normas para la conducta
jurídica de los seres humanos; el segundo plano, en el que el jurista partirá de lo dado, será una
actividad técnica, al través de la cual, modelará y adaptará a la realidad social el resultado de la
investigación, con cuya actividad, a la que a su vez denomina lo construido (le construit),
obtendrá las normas para el futuro derecho positivo; de esta distinción de las actividades surgió
el título del libro: Ciencia y técnica en el derecho. Algunos años después, Bonnecase precisó y
difundió la terminología fuentes reales} a las que preferimos nombrar fuentes materiales o
sustanciales y fuentes formales: si se quiere analizar una norma jurídica, dice, es imprescindible
distinguir la sustancia de que está hecha y la forma que reviste; las fuentes reales proporcionan
la sustancia, en tanto la misión de las fuentes formales, como su nombre lo indica, es otorgar a
la sustancia una expresión adecuada, esto es, la fórmula que la identifique y la eleve a la
categoría de una norma viva del derecho positivo.
Geny completó su pensamiento en el segundo de sus libros, pues la misión del jurista es más
amplia de lo que se nos había explicado: la parte inicial de su actividad es de conocimiento de lo
dado por la vida humana y social y de creación de las normas jurídicas, lo que la doctrina
constitucional llama la función legislativa, pero tan pronto concluye la actividad creadora se
inicia la etapa de interpretación y aplicación de las normas que integraron el derecho positivo,
nueva actividad a la que la misma doctrina constitucional denomina la función jurisdiccional. La
primera de estas actividades gira en torno de las fuentes materiales, mientras la segunda, parte
de las fuentes formales, pero no olvidará aquéllas, pues según expondremos más adelante,
la interpretación necesita tomarlas como base para determinar el significado de las normas.
Ahora bien, la creación del derecho cobra perfiles propios en el derecho del trabajo, pues la
mutación constante que se da en él, determina que la función creadora del orden jurídico se
cumpla no sólo por el poder legislativo, sino también por los sindicatos obreros en los contratos
colectivos y por las Juntas de Conciliación y Arbitraje al resolver los conflictos económicos
dirigidos a la implantación en las empresas o ramas de la industria, de nuevas condiciones de
trabajo.
Resumiendo las ideas expuestas podemos definir a las fuentes materiales o sustanciales
diciendo que son los distintos elementos o datos, sociológicos, económicos, históricos,
culturales e ideales, y otros que pueda entregar la "Vida humana y social, que determinan la
sustancia de las normas jurídicas; son los elementos o datos creadores de los mandamientos
para la conducta de los hombres, de los cuales saldrán las normas para el derecho positivo. Las
fuentes formales son las formas o maneras de ser que deben adoptar los mandamientos sociales
para. convertirse en elementos integrantes del orden jurídico positivo, o con una fórmula breve:
son las formas a través de las cuales se manifiesta el derecho, o como dice Claude du Pasquier
(Introduction a la théorie générale et a la philosophie du droit, Librairie du Recueil Sirey, París,
1937, pág. 34): "el término fuente es una metáfora acertada, pues remontarse a la fuente de un
río es buscar el lugar en donde sus aguas salen de la tiena; por lo tanto, preguntar por las fuentes
del derecho ,es averiguar el punto por donde salieron las normas de las profundidades de la
vida· social para aparecer en la superficie del derecho".
"Nada de lo humano me es ajeno", dijo el esclavo de la escena a.."1tigua, y también las fuentes
materiales podrían declarar: "nada del trabajo nos es ajeno". En consecuencia, el creador del
derecho del trabajo debe, según la frase de Claude du Pasquier, sumergirse en las profundidades
de la vida social y en los misterios de la economía para sacar a la luz los datos materiales que
puedan servirle como uno de los pilares del edificio y ha de procurar penetrar en el alma de los
trabajadores para captar los ideales de los hombres.
Una ley del trabajo no puede, ni debe ser, un derecho abstracto desprendido de principios
teóricos mediante deducciones lógicas, como dicen que obtuvo Christian Wolff en el siglo XVII d
catálogo de las normas para el derecho civil, sino que, pues su finalidad es darles satisfacción,
ha de brotar del análisis de las realidades nacionales, de las condiciones de trabajo en las fábricas
y talleres y de las necesidades materiales, educacionales y culturales del trabajador y de su
familia. No se hizo, sin embargo, gala de un chauvinismo pasado de moda, sino que se estudiaron
las instituciones y el derecho de otros pueblos, pero conviene y es justo decirlo, que ninguna de
las normas de la Ley deberá contemplarse como un trasplante de soluciones extranjeras y que
los parecidos que se encuentren serán la consecuencia de una similitud de situaciones.
Los hacedores de las leyes de Veracruz y de las entidades federativas, de la de 1931 y de ]a Ley
nueva, tuvieron una primera fuente magnífica en la Declaración de derechos de 1917 y de ella
partió la Comisión. Pero el Artículo 123 es únicamente el punto de partida, los derechos mínimos
sin los cuales la vida se torna infrahumana. Nada fue ajeno a la Comisión: la vida de los centros
de trabajo, las condiciones de existencia de los hombres, sus carencias y las de sus hijos. Se pudo
comprobar que ahí donde el movimiento sindical ha cobrado fuerza, el derecho individual del
trabajo había superado a la ley en los contratos colectivos. Se tuvieron también a la vista las
decisiones de las Juntas de Conciliación y Arbitraje y la jurisprudencia de la Suprema Corte de
Justicia de la Nación; y se revisaron los convenios y las recomendaciones de la Organización
Internacional del Trabajo, porque estamos obligados por mandato del art. 133 de la Constitución
a incorporarlos a nuestro derecho positivo, y porque en su redacción y aprobación participaron
los representantes de nuestros trabajadores y de los empresarios.
Las leyes sociales poseen una característica especial y propia: durante su formación lanzaron su
mirada hacia el pasado y se adueñaron después del presente, pero su fin supremo no pertenece
a esos momentos, sino al futuro, porque su problema no es asegurar los mezquinos niveles de
vida de los hombres, sino superarlos: la Ley nueva se lanzó por ese camino, a cuyo efecto
introdujo principios e instituciones nuevos y creó beneficios que si en ocasiones se habían
alcanzado ya en los contratos colectivos, frecuentemente fueron ideas nuevas, como el
reconocimiento de los derechos de los trabajadores inventores o la reglamentación del trabajo
de los agentes de comercio o de los choferes de servicio público. De ahí que los forjadores del
derecho del trabajo deban ser siempre los artífices de un futuro mejor, con la vista fija en la
finalidad inmediata del estatuto laboral y en la justicia social: una vida humana cada vez más
elevada.
La presencia de las fuentes sustanciales se hace sentir en todo acto creador de derecho objetivo:
la ley, los contratos colectivos, los conveníos de la O. I. T. y la sentencia colectiva, cuando las
Juntas, según ya lo explicamos y habremos de considerar una vez más, resuelven los conflictos
económicos entre el trabajo y el capital, en suma, las fuentes sustanciales se presentan como el
antecedente obligado para la justificación de las fuentes formales, bien cuando se trate de una
creación originaria, o de reformas al derecho vigente: en los instantes primeros del trabajo de
la Comisión se creyó que su misión consistiría en introducir en la Ley de 1931 las reformas
reclamadas por el tiempo, pero fueron tantos los principios y las instituciones nuevos, que
pronto se dieron cuenta sus miembros de que habían redactado el proyecto de una ley nueva.
Pero también hacen acto de presencia las fuentes materiales en las controversias jurídicas,
porque las normas de trabajo no pueden interpretarse con frialdad, ya que no valen por si
mismas, sino como instrumentos para un mañana y como los adelantados de la justicia social.
Algunas de las doctrinas actuales del derecho privado han sido el resultado de controversias de
verdad hermosas; una de ellas giró en torno de las fuentes formales del derecho y en especial
en contra del dogma de la omnipotencia de la ley y consecuentemente, en favor de la existencia
de un derecho autónomo que no proviniera de ella. Pero fue el derecho del trabajo quien
presentó un conjunto de normas nuevas, creadas por procedimientos que se desenvolvían al
margen y aun en contra de la voluntad del estado, normas que eran la secuela de la lucha de las
clases sociales por el establecimiento y la modificación permanentes de las condiciones de
trabajo en las empresas o ramas de la industria. Así nacieron fuentes nuevas para el derecho,
como fuentes jurídicas de clase.
El art. 17 no menciona al derecho común) en primer lugar, porque este término es ambigüo, y
en segundo, porque cuando contenga principios generales se aplicará en la vida del derecho del
trabajo de conformidad con la fórmula del art. 14 de la Constitución.
El método de interpretación de la, Escuela de los comentaristas del Código de Napoleón fue hijo
de su siglo, pues tuvo como base y produjo como resultado la defensa del derecho civil de la
sociedad burguesa, esto es, fue un defensor de la inmutabilidad del Código, o expresado con
otras palabras: el método de interpretación sirvió para asegurar la estaticidad del derecho civil,
y con ella, la preservación del sistema jurídico contra cualquier cambio en· los actos de aplicación
de las normas. La teoría se apoyó en los mitos que nos son ya conocidos: de un lado, la
afirmación de que el derecho civil, heredero de la tradición romana, representaba, como antaño,
la ratio escrita en el terreno del derecho civil; del otro lado se colocó la tesis de la omnipotencia
y autosuficiencia de la ley. Para dar cumplimiento puntual a esos mitos, los creadores del nuevo
método inventaron el mito de la voluntad del legislador: si la interpretación gramatical no es
suficiente para determinar el significado de las normas, de be indagarse cual fue el pensamiento
del legislador, a cuyo fin, el juez ha de acudir a los trabajos preparatorios, a las doctrinas de los
autores de los proyectos, a las exposiciones de motivos que acompañan a las iniciativas de leyes
y a los debates sostenidos en los cuerpos legislativos.
La Escuela histórica, que reivindicó el principio de que el derecho, ordenamiento de la vida
social, sigue necesariamente las transformaciones de la sociedad, el Manifiesto de Hermann
Kantorowícz y los estudios posteriores de Geny y de Bonnecase, pusieron fin al reinado del
método de los comentaristas y descubrieron que si la teoría de la separación de los poderes
había independizado al juez del poder ejecutivo, el dogma de la omnipotencia de la ley y el
método de su interpretación, le convirtieron en el siervo de la voluntad subjetiva del legislador,
un fantasma al que nunca podía encontrarse. Las nuevas tendencias se lanzaron a la conquista
de la independencia del juez para devolver a su misión, que es servir al derecho, todo su
esplendor: el método viejo, expresaron sus críticos, desconoce el fundamento social del derecho
y su esencia, pues hace de él una manifestación de voluntad subjetiva que pretende imponerse
a la verdad de las realidades sociales, lo cual, a su vez, da por resultado, que el derecho se
convierta en un ordenamiento estático, apartado de la vida a la que pretende regir.
Vale la pena recordar en este acto que los autores de la Exposición de motivos de nuestro Código
civil de 1870 reconocieron expresamente la insuficiencia de la ley y la consecuente
inoperabilidad del dogma de su omnipotencia, pues, dijeron, "es una verdad incuestionable que
no siendo posible un código que comprenda todos los actos humanos el juez tiene la indeclinable
necesidad de obrar frecuentemente fuera de la letra de la ley"; así como también que afirmaron
la inconveniencia de incluir en el código principios fijos para la interpretación del derecho -pues
ellos, a su .. vez, tendrían que ser interpretados por cuyas razones dijeron que "dejaban a la
.ciencia y conciencia de los jueces la manera de suplir el defecto de la ley".
Al método de los comentaristas, la Escuela del derecho libre opuso otro que concedió a la
conciencia jurídica del juez una libertad tal vez exagerada: recordó Kantorowicz la creación del
derecho por el pretor romano y apoyado en ese ejemplo y como una reacción contra el
dogmatismo dominante en el derecho civil, aceptó la posibilidad del fallo en contra de la ley si
el juez llega a la conclusión de que el legislador, delante de las nuevas circunstancias sociales,
habría dictado una norma distinta a la de la ley vieja. La Escuela histórica sostuvo una tesis
paralela al afirmar que el derecho era una expresión del espíritu del pueblo que variaba con él,
y que la ley, simple forma de manifestación del derecho y en última instancia del espíritu del
pueblo, poseía un contenido variable, dependiente de las transformaciones sociales de cada
momento histórico. Hans Reichel (La ley y la sentencia, traducción de Emilio Miñana Villagrasa,
Madrid, 1921) sustentó los mismos principios: el juez está obligado a separarse
conscientemente del precepto legal, cuando éste se halle de tal manera en contradicción con el
sentimiento moral de la colectividad que, si se mantuviera, correría mucho más peligro la
autoridad del derecho y de la ley que con la inobservancia del precepto.
La doctrina se movió entre los dos polos: aceptó la crítica al método de los comentaristas, pero
se opuso, de una manera general, a la posibilidad del fallo contra legem, porque entra en
oposición con la teoría del estado de derecho y porque conduce al subjetivismo judicial y a la
incertidumbre de los derechos. Son innumerables las ideas que se han inventado para la
interpretación del derecho, pero no podríamos siquiera mencionarlas. Las consideraciones
siguientes se refieren exclusivamente a la solución adoptada en la Ley nueva.
Hemos escuchado muchas veces que todo el derecho tiende a la realización de la justicia, lo que
sólo es parcialmente cierto, porque en una sociedad dividida en clases y en la que impera la
explotación del hombre por el capital, el derecho y el estado tienden, más que a la justicia para
todos, a la defensa de los intereses de la clase dominante. Fue el derecho del trabajo, con la idea
nueva de la justicia social, quien planteó el problema en su dimensión verdadera: al
ordenamiento impuesto por el capital, la clase trabajadora impuso en la Constitución de 1917
un estatuto nuevo y distinto, cuya finalidad inmediata consiste en atemperar en el presente la
explotación del hombre y la mediata en un abrir las puertas a los trabajadores para que puedan
luchar por una sociedad en la que desaparezcan la explotación y la enajenación del trabajo. Por
estas razones, la Comisión se decidió por una interpretación finalista, armónica con la naturaleza
y los fines del derecho del trabajo. Por lo tanto, las Juntas de Conciliación y Arbitraje y el
intérprete en general, deben procurar que sus interpretaciones coadyuven a la realización de
las finalidades de las normas. Para lograr este resultado, es preciso, ante todo, que el intérprete
se aparte del formalismo que aísla al derecho de la realidad que le dio vida y se sumerja en los
datos que proporcionaron al legislador las fuentes materiales, pues solamente entonces podrá
aprehender el sentido auténtico de las normas y su consecuente finalidad.
Por otra parte y esta es una nota esencial para la vida futura de la Ley nueva- no deberá perder
de vista el intérprete que el derecho nuevo no está formado por normas teóricas salidas de leyes
o libros extraños, sino por normas que expresan las necesidades y anhelos de la clase
trabajadora mexicana. De estas consideraciones, a las que ya nos referimos en los párrafos en
que hablamos de las fuentes materiales o substanciales del derecho del trabajo, se infiere que
la interpretación de la Ley no deberá hacerse con apoyo en las enseñanzas de los maestros
extranjeros, porque ellas están referidas a otras realidades y a otras normas.
El art. 18 es el futuro de las anteriores reflexiones, las que se hallan expresadas en un párrafo
de la Exposición de motivos:
El Proyecto consagra como norma general de interpretación la realización de las finalidades del
derecho del trabajo, que son: la justicia social, la idea de la igualdad, libertad y dignidad de los
trabajadores y el propósito de asegurar a los hombres un nivel decoroso de vida.
El párrafo último del art. 18 contiene un principió largamente esperado por los trabajadores: en
casos de duda, prevalecerá la interpretación más favorable al trabajador. El mandamiento es
una aplicación de la tesis de que la interpretación debe tender a la justicia social, pues si el
propósito de nuestro estatuto es el trabajador, la solución contraria constituiría un beneficio al
capital, lo que no está ni puede estar en las finalidades del derecho del trabajo, sería, puesto
que existe una duda que equivale a una igualdad de posibilidades o de circunstancias, otorgar
una preferencia injustificable al capital.
CAPÍTULO XII
LA APLICACIÓN DE LAS NORMAS DE TRABAJO POR RAZÓN DE LA MATERIA,
DEL ESPACIO Y DEL TIEMPO
En un capítulo anterior (Creación del Derecho mexicano del trabajo) explicamos el proceso de
federalización de la expedición de la ley del trabajo y la consecuente distribución de las
competencias entre las autoridades federales y las locales, pero nos faltan algunas
determinaciones complementarias. Por otra parte, existen algunas cuestiones relacionadas con
la aplicación de las normas de trabajo en función del espacio y del tiempo.
La versión original del párrafo introductorio del Artículo 123 facultaba al Congreso de la Unión y
a las legislaturas locales para expedir las leyes del trabajo del Distrito Federal y territorios y de
los estados; pero la reforma constitucional de 1929 modificó el párrafo, federalizando la
expedición de la ley, y en el art. 73, frac. X de la Constitución, fijó la competencia de la autoridad
federal: la industria ferrocarrilera y demás empresas de transportes amparadas por concesión
federal, minería e hidrocarburos, y trabajos ejecutados en el mar y en las zonas marítimas.
En repetidas ocasiones se amplió la competencia federal mediante adiciones al art. 73, frac. X,
hasta la reforma constitucional de 5 de noviembre de 1942 que restringió la redacción de la
fracción citada a la sola facultad de expedir la ley del trabajo, y para suplir la norma, adicionó el
Artículo 123 con la fracción treinta y uno, en la que consignó la competencia federal. Las
reformas no se detuvieron, pues en el año de 1962 se efectuó- la federalización de los principios
para la fijación de los salarios mínimos y de la participación de los trabajadores en las utilidades
de las empresas, al mismo tiempo que se ampliaba una vez más la competencia federal.
Las ampliaciones a la competencia de las autoridades federales han dado por resultado que las
industrias más importantes del país caigan actualmente dentro de su competencia. El proceso
se presenta con carácter de irreversible, pero reservamos nuestra opinión para el capítulo en
que hablemos de la justicia del trabajo, pues es en torno de ella donde se centra la corriente a
la federalización integral de la aplicación del derecho del trabajo.
Las cuestiones que integran la competencia federal no son una masa caótica, sino que obedecen,
en su fijación originaria y en sus aplicaciones, a tres criterios generales, por lo menos:
a) Competencia en razón de la materia, subdividida en competencia en razón de los derechos
de la Nación mexicana -minería e hidrocarburos, entre otros renglones- y competencia derivada
de la naturaleza del estado federal conflictos y contratos colectivos que se extiendan a dos o
más entidades federativas, condición en que se encuentran los ferrocarriles, entre otras
hipótesis- b) Competencia en razón de la importancia de las industrias -así ocurrió con la
industria cinematográfica c) Competencia en razón del territorio -trabajos ejecutados en el mar
y en las zonas marítimas.
Finalmente, no debe olvidarse la disposición contenida en el art. 124 de la Carta Magna, según
el cual, "las facultades que no están expresamente concedidas a los funcionarios federales se
entienden reservadas a los estados", lo que quiere decir que la competencia de origen
corresponde a las entidades federativas, en tanto las autoridades federales tienen únicamente
una competencia de excepción) la que, por serlo, debe interpretarse restrictivamente.
El derecho mexicano rige todas las relaciones de trabajo que existan sobre el territorio nacional,
de mexicanos o de extranjeros, independientemente del acto o causa que les dio origen, o
expuesto con otras palabras: toda, elación de trabajo subordinado que se cumpla dentro de los
límites territoriales de la República, queda regida por las normas de trabajo.
La afirmación anterior se apoya en consideraciones diversas: nuestro derecho del trabajo, al que
hemos construido como una pirámide invertida, porque su vértice, que es la Declaración de
derechos sociales, está sumergido en el alma soberana de la Nación, de donde irradia hacia la
totalidad de la clase trabajadora, forma parte de los derechos de la persona humana, por lo que
se extiende a todo prestador de trabajo, independientemente de su nacionalidad. Pero si alguien
dudara de esta conclusión, habría que recomendarle que leyera el artículo primero de la Carta
Magna, que dice que "en los Estados Unidos Mexicanos todo individuo gozará de las garantías
que otorga esta Constitución, las cuales no podrán restringirse, ni suspenderse, sino en los casos
y con las condiciones que ella misma establece"; y no le valdría argumentar que ese precepto se
refiere únicamente a los derechos individuales del hombre, porque en él se dice, con claridad
diáfana, que Joda persona "gozará de las garantías que otorga la Constitución", esto; es, no sólo
de las llamadas garantías individuales, sino de todas, y porque en un capítulo anterior (Hacia una
nueva idea del derecho del trabajo) afirmamos que los viejos derechos del hombre y los nuevos
derechos sociales del trabajo se unen en el rubro superior de los derechos humanos. La Ley
nueva captó plenamente la doctrina, de ahí que en su art. primero diga que "es de observancia
general en toda la República y rige las relaciones de trabajo comprendidas en el Artículo 123,
apartado "A", de la Constitución".
No obstante la generalidad de la fórmula presentada, es preciso analizar algunas cuestiones que
se han suscitado.
l. Derechos y limitaciones en el trabajo de los extranjeros: la aplicación del principio general a
los extranjeros está condicionada por algunas circunstancias y por ciertas disposiciones de la
Constitución y de las leyes del país.
A) Todos los que habitan el territorio nacional están amparados por el principio de la libertad de
trabajo, pero esta libertad, según el artículo cuarto de la Carta Magna, puede vedarse cuando
"se ataquen los derechos de la sociedad". Frente a esta disposición, el trabajo de los extranjeros
depende de que su ingreso al país se efectúe con la calidad correspondiente, de conformidad
con las leyes migratorias. Por lo tanto, si una persona ingresa al país como turista, las
autoridades migratorias pueden., en cualquier momento, prohibirle el trabajo que estuviere
prestando y aun obligarle a abandonar el país. La cuestión planteada, sin embargo, no afecta la
fórmula propuesta, porque la limitación deriva de otras disposiciones constitucionales y legales,
cuya misión consiste en la defensa de la Nación contra maleantes o aventureros de otras
naciones.
B) Algunos juristas, y nosotros mismos, se preguntaron en el pasado por la condición de los
menores extranjeros que en su país podían prestar su trabajo, pero que no alcanzan la edad
mínima señalada en nuestro derecho del trabajo. Ratificamos la respuesta que dimos en el
pasado en el sentido de que no es posible su utilización, porque la Declaración y la Ley no lo
permiten; una prohibición, por lo demás, que se propone evitar los daños que pueden advenir
a la niñez por trabajos prematuros. Pero tampoco estamos en presencia de una limitación
impuesta a los extranjeros, porque el principio se aplica igualmente a los menores nacionales.
C) Colocados en la concepción contractualista, los profesores de derecho del trabajo se
preguntaron en el pasado por el valor de los contratos celebrados en el extranjero. Nos parece
que el problema ha desaparecido, porque la Ley nueva no exige ningún género de formalidades,
de tal suerte que bastará el hecho real de la prestación del trabajo para que se genere una
relación plenamente válida. El mismo argumento de la no exigencia de formalidades permite
concluir que las estipulaciones, aun carentes de la formalidad exigida en el extranjero, que en
alguna medida favorezcan al trabajador, tendrán que aplicarse. Agregaremos todavía que si no
se ha iniciado la prestación del trabajo, la persona afectada podrá intentar las acciones
tendientes, bien a que se le proporcione, bien a que se le indemnice de conformidad con nuestra
legislación.
D) Existen dos tipos de limitaciones en el trabajo de los extranjeros, que derivan, una de la
Constitución y otras de la Ley del trabajo.
a) El art. 32 de la Carta Magna previene que "todo el personal que tripule cualquier embarcación
o aeronave que se ampare con la bandera o insignia mercante mexicana" deberá ser mexicano'
por nacimiento, norma cuya finalidad es contribuir a la seguridad nacional.
La Ley nueva ratificó el principio en sus arts. 189 y 216.
b) En los contratos colectivos ferrocarrileros se impuso a la empresa el deber de utilizar
trabajadores mexicanos, sin distinguir entre nacional es por nacimiento o por naturalización. La
Ley de 1931 recogió el principio pero consignó una excepción en el art. 175: "En los puestos de
dirección podrán (las empresas) emplear el personal extranjero que necesiten, y en los puestos
técnicos o administrativos sólo podrán emplear personal extranjero, cuando no haya personal
mexicano disponible". La Ley nueva suprimió la excepción, al decir en su art. 246, que "los
trabajadores ferrocarrileros deberán ser mexicanos"; para efectuar el cambio, la Comisión
consideró que los Ferrocarriles Nacionales de México son un organismo público descentralizado
y que en las empresas ferrocarrileras que aún subsisten, la mayor parte del capital pertenece al
estado, por lo tanto, el estado podía declarar que únicamente admitiría personal mexicano; la
Comisión consideró la posible objeción de inconstitucionalidad del precepto, pero la desechó
porque el problema es el mimo de la cláusula de ingreso exclusivo en favor de los sindicalizados
la Constitución no garantiza a ninguna persona que se le asigne un puesto en la empresa que
señale, y porque ninguna norma prohíbe a un empresario declarar que únicamente admitirá a
trabajadores determinados.
c) Lo expuesto en el párrafo anterior nos dice que los contratos colectivos y la legislación del
trabajo marcharon por el sendero de la mexicanización del personal.. Otro paso fue dado por el
decreto de 15 de enero de 1925, que reformó el art .. 33 de la Ley del trabajo de Veracruz, en el
que se previno que "todas las empresas deberían preferir, en igualdad de circunstancias, a los
trabajadores mexicanos por nacimiento, y que en todo caso deberían utilizar, por lo menos, un
ochenta por ciento de personal nacional". La disputa llegó hasta la Suprema Corte de Justicia, la
que aceptó la constitucionalidad de la reforma, a cuyo efecto sostuvo (ejecutoria de 24 de enero
de 1935, Jesús Remetería y Coagraviados) que la protección a lo nacional poseía dos
dimensiones, una en la industria y el comercio, y otra en el trabajo, por lo cual, si se admitía la
primera, tenía que aceptarse la segunda; se mencionó también en la ejecutoria al derecho
internacional del trabajo (Recomendación de la O. I. T. de 1919 sobre reciprocidad de trato) en
el párrafo que recomienda "se garantice a los trabajadores extranjeros, sobre una base de
reciprocidad, el beneficio de las leyes y reglamentos de protección obrera", reciprocidad que no
se había acreditado.
En su art. noveno, la Ley de 1931 aumentó el porcentaje al noventa por ciento "para cada una
de las categorías de técnicos y de nocalificados terminología que por abarcar a todos los
trabajadores resultaba innecesaria e incluyó una excepción en la que facultó a la Junta de
Conciliación y Arbitraje para que autorizara a las empresas a "reducir temporalmente el
porcentaje en los casos de personal técnico". La Ley nueva ratificó el porcentaje de 1931, pero
modificó el sentido de la excepción: a) Estableció como principio general en el art. séptimo, que
el noventa por ciento de los trabajadores debería ser mexicano, por lo menos; b) Decretó
también como principio general que en las categorías de técnicos y profesionales, todo el
personal debería ser mexicano, para lo que tuvo a la vista el hecho indubitable de que de
nuestras universidades y escuelas técnicas egresa un personal tan bien, o mejor capacitado que
el extranjero; b) Consciente de las necesidades de la economía, admitió la excepción con
carácter temporal para técnicos y profesionales, pero la sujetó a los requisitos siguientes:
primeramente, el porcentaje no podrá ser mayor del diez por ciento; en segundo lugar, deberá
acreditarse que no existe personal mexicano capacitado en la especialidad de que se trate; en
tercer término, la especialidad para la que se solicite personal extranjero en ningún caso podrá
referirse a los médicos de las empresas; finalmente, el patrono y los trabajadores extranjeros
"tendrán la obligación solidaria de capacitar a trabajadores mexicanos en la especialidad de que
se trate".
2. Protección a los trabajadores mexicanos que van a prestar servicios en el extranjero:
indicamos en un capítulo anterior (Creación del Derecho mexicano del trabajo) que la frac. XXVI
del Artículo 123 contiene algunas disposiciones en favor de los trabajadores mexicanos que van
a prestar servicios en el extranjero. El mandato constitucional fue desarrollado en el art. 29 de
la Ley de 1931, pero en vista de la experiencia adquirida en los últimos años, se estimó oportuno
precisar y completar en el art. 28 de la Ley nueva, las medidas protectoras: a) Las condiciones
de trabajo se redactarán por escrito y deberán contener las estipulaciones siguientes; las mismas
que se requieren en las relaciones individuales de trabajo; los gastos de transporte, repatriación,
traslado hasta el lugar de origen y alimentación, y los que se originen por el ingreso al país de
destino, serán por cuenta del patrono; el trabajador tendrá derecho a las prestaciones de
seguridad y previsión social que se otorguen a los extranjeros, y en todo caso, a ser indemnizado
por los riesgos de trabajo con una cantidad igual a la que señale la ley mexicana, por lo menos;
b) El domicilio del patrono para todos los efectos legales; c) El escrito será sometido a la
aprobación de la Junta de Conciliación y Arbitraje, la que determinará el monto de la fianza o
depósito que estime suficiente para garantizar el cumplimiento de las obligaciones; d) El escrito
será visado por el cónsul de la nación a donde vayan a prestarse los servicios; e) Una vez
comprobado el complimiento de las obligaciones, la Junta de Conciliación y Arbitraje ordenará
la cancelación de la fianza o la devolución del depósito.
El problema dejó de ser una cuestión individual y se transformó en una cuestión social general,
porque son varios los miles de trabajadores que van a prestar anualmente sus servicios a otro
país. El gobierno federal y los de los estados han intervenido constantemente a fin de procurar
que se otorgue a los trabajadores un tratamiento humano. Pero el camino está en la erradicación
de la miseria y en la creación de nuevas fuentes de trabajo; solamente entonces se pondrá fin a
una tragedia nacional.
El hombre es la célula cuya existencia y vida de relación con otros, constituye la substancia de
las comunidades humanas. Es de él y para él de donde nace el derecho. De estas dos frases se
infiere que el hombre, por su sola cualidad de hombre, es el titular originario y natural de los
derechos y obligaciones que brotan de las normas jurídicas, o de acuerdo con la terminología
jurídica: el hombre, por su sola cualidad de hombre, es persona.
No siempre se reconoció esa verdad: en un párrafo trágico, Aristóteles arrojó sobre la filosofía
griega la mancha de la justificación de la esclavitud. Ciertamente, el cristianismo proclamó la
igualdad de todos los seres humanos por ser hijos de un mismo dios, y los jurisconsultos romanos
expresaron en la Instituta que "la esclavitud es una institución del derecho de gentes que en
contradicción con la naturaleza coloca a un hombre bajo el dominio de otro"; pero fue necesario
el transcurso de los siglos hasta los años de la Ilustración para que, bajo la influencia de las
escuelas del derecho natural, se· convenciera la humanidad: de que el hombre, por ser la fuente
creadora y el fin supremo del derecho es persona por S'IJ, sola cualidad de hombre. Solamente
el formalismo kelseniano (Allgemeine Staatslehre, Verlag von Julius Springer, Berlín, 1925, pág.
68) ha podido sostener que "el derecho puede atribuir o no personalidad jurídica a los hombres,
por lo que hay hombres que como los animales carecen de personalidad... "
La Iniciativa presidencial empleó el término persona física para designar al hombre-trabajador,
denominación que pasó a la Ley. Pero al lado del hombre existen las personas creadas por el
orden jurídico, a las que la doctrina denomina personas jurídicas y en ocasiones morales; la
iniciativa hablaba de personas jurídicas, en oposición al de personas físicas, que se reservó para
el hombre, y desechó el término personas morales porque es una aberración, pero la Cámara
de Diputados se empeñó en la segunda denominación. De estas consideraciones concluimos que
la persona, física o jurídica, es el sujeto titular de derechos y obligaciones.
El derecho del trabajo conoce una clasificación que tiene por base la distinta manera de ser de
las relaciones de trabajo, de tal manera que las personas se diferencian según que participen en
relaciones individuales o colectivas, esto es, según que entre únicamente en juego el interés
particular de uno o varios trabajadores o que haga acto de presencia el interés de la comunidad
obrera. Ahora bien, el trabajador interviene exclusivamente en las relaciones individuales, pues
como persona física no puede ser titular de intereses y derechos colectivos; e inversamente, los
sindicatos sólo intervienen en las relaciones colectivas, porque su misión consiste, de
conformidad con la definición del art. 356 de la Ley, en "el estudio, mejoramiento y defens:1 de
los intereses de la comunidad obrera". Sin duda, los sindicatos pueden actuar en representación
de los trabajadores ante las autoridades y ante el patrono, pero en esta hipótesis no obran como
titulares de derechos; y pueden también entrar en relaciones individuales si utilizan los servicios
de algún trabajador, pero entonces actúan como patronos y no en ejercicio de sus funciones.
Por último, los patronos no sólo pueden, sino que tienen que concurrir en los dos tipos de
relaciones, pues son el otro sujeto sin el cual no es posible ni la formación ni la vida de las
relaciones jurídicas.
Los sujetos de las relaciones individuales de trabajo son los trabajadores y los patronos; pero
bien como parte de ellos o como auxiliares de los patronos, figuran algunos conceptos que es
indispensable precisar.
A) El concepto trabajador
Las normas de la Declaración de derechos sociales reposan, entre otros varios, en el principio de
la igualdad de todas las personas que entregan su energía de trabajo a otro, por lo que no existe
ni puede existir diferencia alguna, como ocurre en otras legislaciones, entre trabajador, obrero
o empleado. Por esta razón, la Comisión uniformó la terminología, a cuyo efecto empleó en la
Ley, exclusivamente, el término trabajador, para designar al sujeto primario de las relaciones de
trabajo. Sin embargo, en una sola ocasión utilizó la palabra obrero, pero lo hizo en el art. quinto,
frac. VII, para hacer posible la aplicación de la frac. XXVII, inciso "e" de la Declaración, que se
ocupa de los plazos para el pago del salario, cuestión que analizaremos más adelante.
l. El derecho del trabajo nació para proteger la actividad del hombre, por lo que todas sus normas
e instituciones presuponen la presencia de la persona humana: la limitación de la jornada, los
días de descanso y las vacaciones, el salario, cuya finalidad, más que constituir una
contraprestación por el trabajo, se propone asegurar al hombre una existencia decorosa, o la
protección contra los riesgos de trabajo, son principios que no se conciben sino en función de la
persona física; de ahí que dijéramos en una ocasión que el hombre-trabajador es el eje en torno
del cual gira el estatuto laboral.
Por esas consideraciones, la Ley clausuró un debate que sostuvo nuestra doctrina en torno a una
extranjera, acerca de las personas jurídicas como sujetos de una prestación de trabajo. La Ley
de 1931 no resolvió la duda, pues su art. tercero decía que "trabajador es toda persona que
preste a otra un servicio material, intelectual o de ambos géneros, en virtud de un contrato de
trabajo"; de cuya redacción se quiso deducir que los sindicatos o una asociación podían ser
trabajadores cuando celebraban el llamado contrato de equipo, esto es, la Ley vieja no precisó
si sólo la persona física o también. la jurídica, podían ser sujetos de relaciones de trabajo. En
cambio, la Ley nueva dice en su art. octavo que "trabajador es la persona física que presta a otra,
física o jurídica, un trabajo personal subordinado", cambio que implica que únicamente la
persona física, esto es, el hombre, puede ser sujeto de una relación de trabajo, solución que
sirvió, entre otros objetivos, para que el contrato de equipo, que era una fuente de explotación
de los trabajadores, quedara al margen de la ley.
2. No todas las personas físicas son trabajadores. De ahí que el derecho del trabajo tuviera que
señalar los requisitos que deben satisfacerse para que se adquiera aquella categoría, quiere
decir, fue indispensable que la ley definiera el concepto. La definición está contenida en los arts.
tercero de la Ley de 1931 y octavo de la de 1971, preceptos ambos que ya transcribimos. La
legislación nueva se apartó de su precedesora en tres aspectos, que corresponden a otras tantas
ideas de las normas vigentes: a) El precepto de 1931 exigía que la prestación de servicios se
efectuara en virtud de un contrato de trabajo, lo que era consecuencia de la concepción
contractualista que privaba en aquella legislación. En cambio, para la Ley nueva, es suficiente el
hecho de la prestación del trabajo) para que se aplique automática e imperativamente el
estatuto laboral. Como un simple anticipo a la exposición de la doctrina de la relación de trabajo
diremos que la Ley de 1970 está construida sobre el principio de que el solo hecho de la
prestación de un trabajo subordinado forma una relación jurídica entre el trabajador y la
empresa, que es independiente del acto o causa que dio origen a la prestación del trabajo. Una
teoría que expusimos por vez primera en el Continente Americano en el año de 1938 y cuya
consecuencia es la formación de una situación jurídica objetiva, para cuyo origen y persistencia
se exige únicamente la voluntad del trabajador; b) En segundo lugar, la Ley vieja habló de una
prestación de servicios bajo la dirección y dependencia del patrono, dos términos que dieron
lugar a enconados debates que habremos de relatar. La Ley de 1970 se refiere a un trabajo
subordinado, término éste que también propusimos desde 1938 y cuya finalidad consiste en
evitar la polémica de los años pasados, pero también tendremos que regresar a él; e)
Finalmente, y dentro del profundo respeto a la dignidad humana, la Ley se apartó de la idea
tradicional según la cual, la persona presta el trabajo bajo la dirección y dependencia del
empresario, y la substituyó por el pensamiento nuevo, armónico con la teoría de la relación de
trabajo, que consiste en que no es el trabajador quien se subordina al patrono, sino que, en la
pluralidad: de las formas de prestación de trabajo, la Ley se ocupó solamente del trabajo
subordinado, lo que no significa que la ley no deba ocuparse de las restantes formas de la
actividad humana, más aún, en un futuro próximo deberán expedirse las leyes apropiadas, hasta
integrar una legislación unitaria para el trabajo del hombre; d) Ahora bien, y también a manera
de anticipo diremos que el concepto de trabajo subordinado sirve, no para designar un status
del hombre, sino exclusivamente para distinguir dos formas de trabajo: en la que el hombre
actúa libremente haciendo uso de sus conocimientos y de los principios científicos y técnicos
que juzgue aplicables, y la que debe realizarse siguiendo las normas e instrucciones vigentes en
la empresa. Así, a ejemplos: el médico que se sometiera a las instrucciones de su paciente
faltaría al cumplimiento de su deber, por lo que acertadamente se dice de él que ejecuta su
trabajo libremente; pero el médico de hospital tiene que prestar su trabajo de conformidad con
las normas e instrucciones vigentes en el centro de salud. Por lo tanto, la diferencia de estas dos
formas de trabajo consiste en que en la primera el médico es responsable del éxito o fracaso del
tratamiento, en tanto en la segunda, lo es el hospital. Diferencia que, volveremos a decirlo, no
es obstáculo para que se dicte una ley protectora del trabajo médico.
La Ley de 1931 empleó la fórmula empleado de confianza, la que fue substituida en la Ley nueva
por el término trabajador de confianza. Las razones del cambio, no expresadas en la Exposición
de motivos por haberse considerado que no constituían un tema que exigiera una consideración
especial, consistieron en que la legislación del trabajo es unitaria y no admite ninguna diferencia
entre los prestadores de trabajo. La Ley nueva parte del principio de que no existen dos
categorías de personas: trabajadores y empleados, sino una sola, a la que se aplican sus
disposiciones en armonía con las características de las distintas actividades.
l. La Ley de 1931 no contenía ni definición ni concepto alguno que permitiera determinar lo que
debería entenderse por empleado de confianza; se ocupó de ellos en sus arts. 48 y 126, frac. X,
pero lo hizo en términos imprecisos: el primero de esos preceptos parece se refería a ellos como
personas distintas de las que desempeñaban puestos de dirección o de inspección de las labores,
y serían las personas que ejecutan trabajos personales del patrono dentro de la empresa; en
cambio, la primera parte de la frac. X del art. 126 parece identificar a los empleados de confianza
con las personas que desempeñen puestos de dirección, fiscalización o vigilancia.
La falta de precisión de las disposiciones legales produjo una cierta vaguedad en las decisiones
de la Suprema Corte de Justicia de la Nación; sin embargo, en el Apéndice al Semanario judicial
de la Federación aparece una ejecutoria (tesis 62, Loaysa y Manuel) en la que se lee que los
empleados de confianza son "los que intervienen en la dirección y vigilancia de una negociación
y que, en cierto modo, substituyen al patrono en algunas de las funciones propias de éste".
La doctrina buscó la interpretación de las normas legales en los precedentes extranjeros: algunas
fórmulas salidas de los debates de la Conferencia de Washington del año 1919 y en las
disposiciones de la doctrina belga. Con el propósito de buscar una solución, y después de
considerar las ejecutorias principales de· nuestra jurisprudencia y las ideas expuestas por los
tratadistas nacionales y extranjeros, propusimos la fórmula siguiente (Derecho mexicano del
trabajo, pág. 424): "Debe hablarse de empleados de confianza cuando están en juego la
existencia· de la empresa, sus intereses fundamentales, su éxito, su prosperidad, la seguridad
de sus establecimientos o el orden esencial que debe reinar entre sus trabajadores."
2. La Comisión recogió la experiencia de los años posteriores a 1931 y analizó las tesis
jurisprudenciales y doctrinales, así como los contratos colectivos, en algunos de los cuales se
enumeraron los trabajos que serían de confianza. Y fiel a la norma que se impuso, busco la
solución en nuestras realidades.
A) La categoría de trabajador de confianza no está contemplada en la Declaración de derechos
sociales, pero no creemos que su aceptación en la ley del trabajo viole las normas
constitucionales, porque los trabajadores de confianza son trabajadores que disfrutan de todos
los beneficios del Artículo 123, con las modalidades, que no destruyen aquellos beneficios,
derivadas de la naturaleza de sus funciones. Esta consideración explica que se trate de una
categoría de excepción, que solamente se justifica en razón de la naturaleza de las funciones;
por lo cual, en todos los problemas que surjan en materia de interpretación, existirá la
presunción juris tantum de que la función no es de confianza, en forma tal que será
indispensable probar que, de conformidad con la naturaleza de las funciones, se dan los
caracteres de la excepción.
La consecuencia inmediata de este enfoque del carácter excepcional de la categoría, hace nacer
una acción del trabajador al que se le atribuyó, destinada a obtener de la Junta de Conciliación
y Arbitraje la decisión sobre si fue correcta la condición en que se le colocó, o si, por lo contrario,
debe entrar en la posición general de simple trabajador.
B) Como un efecto de la tesis sustentada en el apartado anterior, resulta que los trabajadores
de confianza son trabajadores que constituyen uno de los trabajos especiales que se contemplan
en el título sexto de la Ley. Así se desprende de los arts. noveno y 182 a 186. Por lo tanto, y de
conformidad con el art. 181, se rigen por sus disposiciones especiales y por las generales de la
Ley en cuanto no contraríen a aquellas.
C) En el art. octavo del anteproyecto que se entregó para su estudio a los trabajadores y a los
empresarios, que pasó a ser el noveno de la Ley, se dijo que "la categoría de trabajador de
confianza depende de la naturaleza de las funciones desempeñadas y no de la designación que
se le dé al puesto".
Las razones que tuvo la Comisión para adoptar esa solución, son las siguientes: ya explicamos
que nos encontramos frente a una excepción al principio básico de una concepción democrática
del derecho del trabajo, de que la ley es igual para todos; y por otra parte, el derecho del trabajo
es derecho imperativo derivado de una decisión de la voluntad soberana del pueblo, tomada
para asegurar al trabajador su dignidad y una existencia decorosa. De estas dos consideraciones
se infiere, por una parte, que pues se trata de una excepción que flexiona el principio de la
igualdad ante la ley, su legitimación puede únicamente derivar de una necesidad, que no puede
ser otra que la naturaleza de las funciones que se desempeñan, y por otra, que la determinación
del alcance de la excepción no puede depender del arbitrio de los trabajadores y de los
empresarios. Todo lo cual es una justificación más de la legitimidad de las acciones de los
trabajadores afectados.
D) La declaración del art. noveno planteó a la Comisión la necesidad de establecer cuando una
función es de confianza por su naturaleza. En el análisis del problema se encontraron dos
caminos para resolverlo, que consisten, el primero en el señalamiento de las funciones de
confianza típicas y en la inclusión de una frase final que permitiera extender la categoría a otras
que tuvieran características semejantes, y el segundo en la presentación de un concepto
general, que posteriormente se individualizaría, ya por acuerdos entre los trabajadores y los
empresarios, bien por las ]untas de Conciliación y Arbitraje.
A fin de conocer la opinión de los trabajadores y de los empresarios, la Comisión propuso en el
anteproyecto el primero de los sistemas: la idea no fue rechazada, pero, según se relata en la
Exposición de motivos, en las pláticas que se celebraron se observó "que los trabajadores,
además de reducir la enumeración de las funciones, rechazaban la presencia de una fracción
que permitiera una aplicación analógica, en tanto los empresarios querían que se ampliara la
lista".
Después del cambio de impresiones, la Comisión estimó que era preferible suprimir el sistema,
pues, continúa explicando la Exposición de motivos, "una enumeración limitativa podría dejar
fuera de ella situaciones que debieran considerarse, así como también que era imposible prever
las nuevas situaciones que se presentaran; y una enumeración ejemplificativa podría abrir las
puertas a una extensión inconveniente de la categoría",
Volvió entonces los ojos la Comisión al segundo de los caminos que había descubierto y redactó
el párrafo segundo del art. Noveno en los términos siguientes:
Son funciones de confianza las de dirección, inspección, vigilancia y fiscalización, cuando tengan
carácter general, y las que se relacionen con trabajos personales del patrono dentro de la
empresa o establecimiento.
Hacemos notar, ante todo, que la norma legal no se refiere a trabajadores de confianza, pues
en concordancia con los renglones primeros del precepto y con las explicaciones que hemos
dado, no es la persona quien determina que su función sea de confianza, sino que es la
naturaleza de la función lo que produce la condición del trabajador. La distinción es importante,
porque cuando tenga que decidirse una controversia, la discusión versará sobre una cuestión
objetiva; sin duda, el término confianza sugiere un aspecto subjetivo, pero éste se relaciona con
las cualidades que debe poseer la persona a la que se va a confiar la función, o expresado en
otros términos; si una función es de particular importancia para la vida de una empresa, ésta
podrá elegir a la persona que en su concepto reúna los requisitos de honestidad, discreción y
lealtad, que se requieran para su buena ejecución. De ahí, y habremos de regresar al tema, que
el problema principal de los trabajadores de confianza se concrete a su designación y a la
disolución de sus respectivas relaciones de trabajo.
Llegó el momento en que la Comisión tuvo que presentar su idea de las funciones de confianza:
"Una fórmula bastante difundida", se lee en la Exposición de motivos, "expresa que los
trabajadores de confianza son aquellos cuya actividad se relacione en forma inmediata y directa
con la vida misma de las empresas, con sus intereses, con la realización de sus fines y con su
dirección, administración y vigilancia generales". Para redactar la norma y fijar en ella de manera
concreta cuales serían las funciones de confianza, se trajeron nuevamente a la vista las
disposiciones de la Ley de 1931 y se repitió el análisis de las tesis jurisprudenciales y doctrinales
y de los contratos colectivos; y con base en esos elementos, se ratificó la redacción transcrita.
El precepto comprende dos situaciones: la primera está constituida por las funciones que se
relacionan inmediata y directamente con la vida misma de las empresas, funciones de dirección,
inspección, vigilancia y fiscalización, en tanto la segunda se refiere a los trabajos personales del
patrono dentro de la empresa.
Respecto de la situación primera conviene recordar que los términos usados provienen de los
arts. 48 y 126, frac. X, de la Ley de 1931; la Comisión no quiso ni ampliarlos ni cambiarlos, porque,
según dice la Exposición de motivos, "se han mostrado satisfactorios" y porque el uso de otras
palabras habría dado un motivo suficiente para que especularan los intérpretes sobre si se tuvo
la intención de extender o restringir la categoría; por estas razones no aceptó, como propusieron
los empresarios, que se agregara el término funciones de administración, y porque habría sido
una fuente de confusiones, ya que no es fácil ni útil distinguir la dirección y la administración de
una empresa. Por otra parte, debe tenerse en cuenta que los términos de dirección, inspección,
vigilancia y fiscalización se usaron en su acepción natural.
Tuvo todavía que resolver la Comisión una cuestión que preocupó constantemente a las
organizaciones obreras: en la necesaria jerarquía de los puestos, casi todos los trabajadores
ejercen una cierta dirección, inspección, vigilancia y fiscalización, lo que era aprovechado por las
empresas para sostener que un gran número de ellos tenían que ser considerados trabajadores
de confianza. Esta posición, que implicaba una destrucción parcial de los principios
fundamentales del Artículo 123, hizo que la Comisión precisara que esas funciones serían
consideradas de confianza cuando tuvieran carácter general. Para determinar el significado de
este término, carácter general, debe tomarse en cuenta que la categoría de trabajador de
confianza constituye una excepción al principio de la igualdad de todos los prestadores de
trabajo ante la ley; por lo tanto, su interpretación ha de ser restrictiva, en concordancia con la
fórmula mencionada en la Exposición de motivos: la función ha de referirse en forma inmediata
y directa a la vida misma de la empresa, a sus intereses y fines generales; y en armonía también
con la tesis expuesta en la ejecutoria de Loaysa y Manuel, quiere decir, cuando se trate de
funciones que se realizan en substitución del patrono.
Acerca de la situación segunda diremos que posee también un sentido restringido, pero creemos
se le ha de entender con cierta flexibilidad: son las personas que están en contacto inmediato y
directo con el patrono, que saben de sus problemas y de sus preocupaciones, que conocen
diariamente los secretos de la empresa y que escuchan las conversaciones más íntimas.
C) El concepto patrono
El art. cuarto de la Ley vieja decía que "patrono es toda persona física o jurídica que emplee el
servicio de otra, en virtud de un contrato de trabajo", una norma que era otra consecuencia de
la concepción contractualista. En cambio, la Ley de 1970 expresa en su art. 10 que "patrono es
la persona física o jurídica que utiliza los servicios de uno o varios trabajadores", definición que
ratifica la tesis de que comprobada la prestación de un trabajo subordinado se aplica
automáticamente la legislación del trabajo.
E) El concepto intermediario
La intermediación ha sido una de las actividades más innobles de la historia, porque es la acción
del comerciante cuya mercancía es el trabajo del hombre, para no decir que el hombre mismo,
el mercader que compra la mercadería a bajo precio y la vende en una cantidad mayor, el
traficante que sin inversión alguna obtiene una fácil y elevada plus valía.
Estudió la Comisión la conveniencia de suprimir la figura, pero le asaltó el temor de que, por
falta de reglamentación, pudieran los intermediarios ostentarse en el futuro como patronos a
fin de liberar de responsabilidad a los empresarios beneficiarios.
La Ley de 1931 contenía una definición que está en el fondo del art. 12 de la legislación nueva:
"Intermediario es la persona que contrata o interviene en la contratación de otra u otras para
que presten servicios a un patrono". En el texto transcrito aparece el término contrato, lo que
no tiene por qué llamar la atención, pues la intermediación es un acto anterior a la formación
de la relación de trabajo: en efecto, la intermediación es la actividad de una persona que entra
en contacto con otra u otras para convenir con ellas en que se presenten en la empresa o
establecimiento a prestar un trabajo, esto es, el intermediario es un mandatario o gestor o
agente de negocios, que obra por cuenta de otra persona.
Pero la Ley vieja se quedó en la simple definición, en tanto la nueva considera el inicio de la
prestación del trabajo como el punto de partida para la aplicación de las normas vigentes en la
empresa a la situación jurídica objetiva que se creó. De ahí la razón del art. 14, del que brotan
los principios fundamentales siguientes: a) En su parte introductoria establece, y esta es una de
las finalidades esenciales de la reglamentación, que las personas que se valgan de intermediarios
serán . responsables ante los trabajadores, por "las obligaciones que deriven de la Ley y de los
servicios prestados"; b) La frac. I del precepto contiene la misma fuerza que la introducción y es
ella la que determina la aplicación imperativa de las normas de trabajo: los trabajadores que
llegan a la empresa al través de un intermediario, "prestarán sus servicios en las mismas
condiciones de trabajo y tendrán los mismos derechos que corresponden a los trabajadores que
ejecuten trabajos similares en la empresa o establecimiento", norma destinada a evitar la
desigualdad de tratamiento, por lo tanto, los prestadores de trabajo tienen derecho a que se les
apliquen íntegramente el contrato colectivo y demás principios vigentes en la empresa; c) La
frac. II, que dice que "los intermediarios no podrán recibir ninguna retribución o comisión con
cargo a los salarios de los trabajadores", es una aplicación del mandato constitucional que
previene que "el servicio para la colocación de los trabajadores será gratuito para éstos".
Las relaciones colectivas de trabajo, según ya explicamos y como lo indica su nombre, se dan
entre una colectividad obrera y una o varias empresas, y su contenido consiste. en el conjunto
de condiciones de trabajo que habrán de aplicarse a los trabajadores, presentes y futuros, de la
negociación o negociaciones interesadas. En nuestro derecho, la colectividad obrera tiene que
estar representada por un sindicato, lo que da por resultado que sean las organizaciones de
trabajadores los titulares primarios y necesarios de las relaciones colectivas.
Del lado de los patronos, el sujeto primario de las relaciones es el empresario, persona física o
jurídica. Es cierto que puede intervenir en la relación un sindicato de patronos, pero la realidad
es que obra coma simple representante, pues cada patrono puede separarse~ libremente del
sindicato en cualquier tiempo y convertirse en el sujeto de la relación; por otra parte, nos parece
que el art. 412 de la Ley confirma este punto de vista
CAPÍTULO XIV
EL CONCEPTO DE TRABAJO
En un capítulo anterior (Los caracteres del derecho del trabajo, apartado segundo: Su fuerza
expansiva) hicimos· referencia a los debates en la Asamblea Constituyente: el diputado Macías
usó repetidamente el término obreros, quizá porque en aquellos años se hablaba todavía de
derecho obrero, denominación que aparece aún en el año de 1922 como título de la obra del
maestro Georges Scelle; y en el Proyecto Pastor Rouaix, que sirvió de base al que se presentó a
la Asamblea como Artículo 123, se mencionó el trabajo de carácter económico. Fue la Comisión
que presidió el general Múgica la que suprimió esas referencias y redactó el párrafo
introductorio de la Declaración como le conocemos. La Ley de 1931 decidió que todo el trabajo
humano, ya se tratara de energía física o espiritual, a cuyo fin empleó la denominación de
trabajo material e intelectual, quedaba comprendido en sus disposiciones. La Comisión
redactora del proyecto de la Ley nueva incluyó la idea en el párrafo segundo del art. octavo, con
sólo el agregado que hace referencia al grado de preparación técnica:
Se entiende por trabajo toda actividad humana, intelectual o material, independientemente del
grado de preparación técnica requerido por cada profesión u oficio.
La naturaleza y los fines del estatuto laboral no permiten distinción alguna en el trabajo; si se
hiciera, no solamente se violaría el espíritu de la Declaración, sino que se quebrantaría· la unidad
del estatuto y se rompería el principio de igualdad. Si el nuevo derecho del trabajo está
concebido como un conjunto de normas destinadas a asegurar una existencia decorosa al
hombre que entrega su energía de trabajo a otra persona, el predominio de la energía física
sobre la intelectual, o viceversa, no puede justificar un régimen distinto, si bien habrá diferencias
en cuanto a los salarios.
Por otra parte, la supresión que hizo la Comisión presidida por el general Múgica de la mención
que aparecía en el Proyecto Pastor Rouaix al trabajo de carácter económico fue una
consecuencia no solamente de la naturaleza y de los fines del derecho del trabajo, sino, además,
de que era un contrasentido, pues la energía humana de trabajo no es ni económica ni no-
económica en sí misma, ya que el término económico puede únicamente referirse a los fines
que pretenda alcanzar la persona que la reciba y utilice. En este mismo orden de ideas agrega
más un argumento más: el derecho del trabajo es derecho de la clase trabajadora, la que no
conoce ni podría aceptar diferencias entre sus miembros.
Se detuvo algún tiempo la Comisión en el análisis de los términos intelectual o material y de la
frase independientemente del grado de preparación técnica requerido por cada profesión u
oficio. Estábamos por decidir la doble supresión, pues la fórmula que restaba: trabajo es toda
actividad humana parecía suficiente, cuando alguien hizo notar que el Código civil dedica un
capítulo al contrato de prestación de servicios profesionales, y agregó que fue necesaria una
lucha larga y difícil la que tuvo que librar la doctrina antes de que la Suprema Corte de Justicia
de la Nación aceptara que el predominio de la actividad intelectual sobre la material no era una
razón que justificara la exclusión de la relación de trabajo. Y nació el temor de que se reviviera
el debate, pues la supresión podría interpretarse como un indicio de que se cedía el campo al
derecho civil.
En conclusión, nuestro estatuto extiende sus alas sobre todo el trabajo humano que se preste a
otro en relación de subordinación, un límite cuyas razones expusimos en otro capítulo (Las
personas y el orden jurídico) y sobre las cuales volveremos más adelante.
CAPÍTULO XV
LA EMPRESA Y EL DERECHO DEL TRABAJO
Los libros de historia, los de la ciencia de la naturaleza y los de ciencia económica, usan el
término empresa con el mismo significado, que es la conquista de algo: los primeros lo refieren
a las expediciones militares de conquista de un territorio o de un pueblo, a cuyo efecto citan las
hazañas de Alejandro o de César, y contemplan también la acción de una nación para
reconquistar su libertad, como la reconquista de España contra los musulmanes o las luchas de
Bolívar, de Hidalgo y de Morelos; los segundos recuerdan el viaje legendario de Cristóbal Colón
o los de los cosmonautas de nuestro siglo; y los libros de ciencia económica, particularmente
después de la revolución industrial, relatan el devenir de la empresa como la pieza maestra del
sistema capitalista en la lucha por el dominio de los mercados nacionales y universales.
Es posible que puedan mencionarse antepasados, pero es en el sistema capitalista donde
adquirió la empresa, por decirlo así, una fisonomía y una personalidad propias, y donde se elevó
a la categoría de acción conquistadora; fue ahí donde realizó las grandes acciones de Krupp o de
Ford. En' un precioso libro (Le bourgeois conquérant, París, 1958) , Charles Morazé ve en la
empresa la hazaña del burgués conquistador, el instrumento para la conquista económica de los
mercados y de los territorios, para la lucha por la destrucción de otras empresas, o corno hacen
los pueblos vencedores, para la anexión de las empresas vencidas o su conversión en satélites.
En suma, la empresa es la aventura de la producción o circulación de bienes para la conquista
de los gustos de los hombres y de los mercados.
Para el sistema capitalista que vivimos, una empresa es primero una idea que bulle en la mente
de un hombre, y luego, como producto del genio y de la voluntad de su creador, aparece como
una unidad económica lanzada a la ejecución de la idea:. Su estructura material resulta de la
combinación de los elementos indispensables para la realización del fin, por lo tanto, de la
esclavitud, de la servidumbre o de la subordinación del trabajo, y de la utilización del capital.
Una idea, los elementos para la acción, la técnica de la unidad, la voluntad y el genio del
empresario, son los primeros caracteres de la empresa: su combinación producen la vida y la
acción conquistadora.
Meditando sobre la historia de la empresa, imaginamos hace muchos años un dualismo, que se
puede tal vez expresar con los términos grandeza y tragedia: su grandeza está en la idea que la
inspira, en su estructuración y en sus realizaciones, en la excelencia de sus productos y en el
dominio de los mercados. Y su tragedia está en la enajenación del trabajo, causa de la pérdida
de la libertad y aun de la dignidad humanas, pues; como dice Marx (Okonomisch-philosophische
Manuskripte, Edición de Berlín Oriental, pág. 514) "la enajenación del trabajo consiste, ante
todo, en que el trabajo se hace exterior al hombre, esto es, deja de pertenecer a la esencia del
hombre, porque el hombre no se afirma en su trabajo, sino que se niega en él y porque no
desarrolla una energía física y espiritual libre, sino que macera su naturaleza y arruina su espíritu.
El trabajador se siente dentro de sí mismo cuando está fuera del trabajo, en tanto en el trabajo
se siente fuera de sí mismo, está en su casa cuando no trabaja y cuando trabaja no está en su
casa. De ahí que el trabajo del hombre sea un trabajo exterior, porque su trabajo no es su
trabajo, sino el trabajo de otro, porque no le pertenece y porque en él no se pertenece a sí
mismo, sino a otro. Por eso, porque la actividad del trabajador no es su propia actividad, sino
que es la actividad de otro, en el trabajo el trabajador se pierde a sí mismo".
Con una cierta inspiración en las fórmulas de Paul Durand, la Comisión redactó el art. 16 en los
términos siguientes:
Para los efectos de las normas de trabajo, se entiende por empresa la unidad económica de
producción o distribución de bienes o servicios y por establecimiento la unidad técnica que como
sucursal, agencia u otra forma semejante, sea parte integrante y contribuya a la realización de
los fines de la empresa.
La Comisión se propuso, ante todo, poner fin a la ambigüedad de la terminología, primero de la
Declaración de derechos sociales, que usó indistintamente los términos empresa y negociación,
y después de la Ley de 1931, la que además de usar esos mismos términos. añadió la palabra
establecimiento. A ese efecto, en la Ley nueva aparecen únicamente los términos empresa y
establecimiento, cada uno con un sentido específico: la primera es la encarnación de la idea
general, de la que surgió en la mente del empresario; es la unidad que lo comprende todo, la
reunión del conjunto de elementos de orden material, humano y espiritual, esto es, el capital,
el trabajo y la voluntad y el genio del empresario, en tanto el establecimiento es la unidad
técnica, completa en sí misma e independiente de otros posibles establecimientos, con todos
los cuales convivirá dentro de la empresa y con los que concurrirá a la consecución del fin
general. Cuando la empresa es una sola unidad de acción, se podría decir que los conceptos se
con funden, pero si hay varios establecimientos, la distinción es esencial, porque cada uno de
ellos nace, entra en acción, suspende sus actividades y muere sin que se afecte la vida y la acción
de los restantes.
El art. 16 del Proyecto que se entregó a los trabajadores y a los empresarios para su estudio, no
contenía la frase "que como sucursal, agencia u otra forma semejante ... " La Comisión la incluyó,
después de algunas conversaciones, como una simple ejemplificación, por lo cual, las palabras
forma semejante, deben entenderse de manera amplísima, en concordancia con el crecimiento
de las empresas y con las nuevas organizaciones que cree el empresario.
De acuerdo con todo lo expuesto, la distinción posee una influencia grande en las relaciones de
trabajo: los establecimientos pueden estar situados en distintas regiones geográficas, donde los
elementos de trabajo y los costos de vida sean diferentes, tal es el caso de los fundos mineros
de una misma empresa; es asimismo posible que en algún establecimiento surja un conflicto
que origine una huelga, la que no necesariamente afectará a los demás; en los términos de la
Ley nueva, es posible la celebración de contratos colectivos de establecimiento, lo que se explica
por la distinta ubicación y por la diferencia de elementos de trabajo y de los costos de la vida;
de la misma manera, y estamos únicamente ejemplificando, el art. 158 distingue la antigüedad
de los trabajadores según que ]a empresa sea una sola unidad o comprenda varios
establecimientos.
Conocemos la división general del derecho del trabajo por un capítulo anterior (Los caracteres
del derecho del trabajo) en una parte nuclear, subdividida en derecho individual del trabajo,
derecho regulador del trabajo de las mujeres y de los menores y previsión social, esta última en
los aspectos que aún no se integran en la seguridad social, y en una envoltura protectora, a su
vez subdividida en el derecho colectivo del trabajo, las autoridades del trabajo y el derecho
procesal del trabajo. Completamos ahora la idea que propusimos del derecho individual del
trabajo y lo definimos como la suma de principios, normas e instituciones que regulan el
nacimiento, la vida y la extinción de las relaciones individuales de trabajo, determinan las
condiciones generales para la prestación del trabajo; fijan los derechos y las obligaciones de los
trabajadores y de los patronos y señalan las normas particulares para algunas formas de
prestación del trabajo.
El derecho individual del trabajo está contenido en la Declaración de derechos sociales de 1917
y en las fuentes formales subconstitucionales, de manera especial en la Ley, en los tratados
internacionales y en los contratos colectivos y contratos-ley. Pero es preciso distinguir los dos
planos que se dan entre estas fuentes formales: de un lado la Declaración, la Ley y los tratados,
y después, en un segundo plano, los contratos colectivos y los contratos-ley, pues en tanto las
condiciones de trabajo contenidas en el primero de los planos constituyen el mínimo de
beneficios que el constituyente y el poder legislativo garantizaron a los trabajadores, las del
segundo son los beneficios que cada trabajador puede exigir de la empresa a la que presta sus
servicios.
Esta diversa significación de los ordenamientos ha producido una diferencia de gran
importancia, pues las condiciones de trabajo, particularmente ahí donde existe un sindicalismo
fuerte, viven en los contratos colectivos y en los contratos-ley, según lo apuntamos en el capítulo
sobre el proceso de elaboración de la ley. Claro está que siempre es posible obtener beneficios
nuevos al través de la modificación del contenido de las varias fuentes formales, pero la ventaja
de los contratos colectivos y de los contratos-ley radica en que la reforma de la Ley, de los
tratados y sobre todo de la Declaración de derechos, implica un procedimiento difícil y dilatado,
en tanto los contratos colectivos y los contratos-ley se transforman en lapsos relativamente
breves.
Es muy amplio el contenido del derecho individual del trabajo y lo encontraremos en los
capítulos siguientes y es la parte más noble del estatuto laboral, porque comprende la
protección directa del derecho del hombre a la existencia. Alguna vez dijimos que el derecho
individual del trabajo, y concretamente su capítulo de condiciones generales de trabajo, es los
nuevos derechos naturales del trabajador, una idea que no guarda relación con las viejas
escuelas jusnaturalistas, ni concibe al trabajador como un ente abstracto, pues quiere solamente
decir que el trabajador tiene derecho, por el hecho simple de su existencia, a que la economía,
cualquiera que sea su forma, respete y asegure su salud, su vida, su libertad, su igualdad frente
a todos los hombres, su dignidad y una existencia decorosa en el presente y en el futuro, o
expresado en una fórmula breve: son derechos que nacen de las exigencias de la vida del
trabajador.
CAPÍTULO XVII
LA RELACIÓN DE TRABAJO
Los maestros de derecho civil sintieron el peso de la norma de los códigos que establecía y aun
consigna, que sólo las cosas que están en el comercio pueden ser objeto de contratación.
Quienes siguieron al Código civil de Francia vivían en la cárcel del contrato de arrendamiento de
servicios, pero fueron varios los escritores a los que repugnó la idea de que el hombre y las
bestias de carga y de tiro estuvieran regidos por las mismas disposiciones: en un ensayo que
posteriormente rectificó, Francesco Carnelutti lanzó la idea de que la relación de trabajo era un
contrato de compra-venta, semejante a] contrato para el suministro de energía eléctrica, pues
en virtud de él, los trabajadores vendían su energía de trabajo al empresario, quien. Podía
utilizarla en .. la. forma que estimara conveniente; Chatelain y Valverde sostuvieron que debería
considerarse a la relación como un contrato de sociedad, lo que tendría la. ventaja de salvar la
dignidad humana, pues en él, los trabajadores aportaban su energía de trabajo y el empresario
el capital, a fin de compartir las utilidades, de donde resultaba que el salario era la participación
que correspondía al trabajo; y no faltó quien dijera que era una especie de mandato que el
patrono otorgaba al trabajador para la ejecución de ciertas actividades. Los autores de nuestro
Código civil de 1870, según apuntamos en un capítulo anterior (La creación del derecho
mexicano del trabajo) afirmaron en la Exposición de motivos que
sea cual fuere la esfera social en que el hombre se halle colocado, no puede ser comparado con
los seres irracionales y menos aún con las cosas inanimadas, pues parece un atentado contra la
dignidad humana llamar alquiler a la prestación de servicios personales. Más semejanza tiene
con el mandato, porque en ambos contratos, el mandante encarga a otro la ejecución de ciertos
actos... La aptitud será más intelectual en uno y más material en otro,' pero en ambos supone
una cualidad moral; porque nadie puede prestar un servicio, sea el que fuere, sin emplear su
libre voluntad y poner en ejercicio alguna de las facultades peculiares del hombre.
Pero ninguna de estas tentativas, ni siquiera la nuestra de 1870, que es la única que tuvo un
sentido humano, pudo romper las rejas de la disposición base del derecho de las obligaciones y
de los contratos; de ahí que el trabajo no hubiera recibido, ni podido recibir beneficio alguno,
pues continuaba siendo contemplado como una cosa en el comercio.
Con la aparición del libro Derecho mexicano del trabajo, se inició en los pueblos de habla
española y portuguesa, la batalla en contra del contractualismo que prevalecía entre los
profesores y escritores de los diferentes países, una batalla que representa uno de los episodios
más intensos en la lucha del derecho del trabajo por afirmar su individualidad y con ella su
autonomía y por transformarse en el derecho general de las relaciones de trabajo.
El derecho civil, que había contemplado sin inmutarse la aparición de las leyes de excepción
protectoras del trabajo, comprendió que en esa batalla estaban en juego la esencia misma del
Contractualismo individualista y subjetiva tradicional, y la integración misma del derecho civil y
por encima de ella la del derecho privado; entendió asimismo que la victoria de la idea nueva
implicaría que el derecho regulador de uno de los aspectos más extenso e importante de las
relaciones humanas pasaba sobre el principio de que el contrato, basado en la autonomía de la
voluntad era la fuente creadora de los derechos y obligaciones en las relaciones entre los
hombres, tesis que sería sustituida por la doctrina que atribuía al hecho simple d la presentación
de un trabajo la fuerza suficiente para crear aun en contra de la voluntad de los empresarios,
derechos y obligaciones; una doctrina que, además, postulaba la aparición de un derecho nuevo,
que declaraba constituir un tercer género dentro de la milenaria clasificación del orden jurídico
interno en derecho público y derecho privado.
La defensa de la teoría de la relación de trabajo como una situación jurídica objetiva
independiente de su origen partió de la circunstancia de que nuestro derecho del trabajo nació
en la Asamblea constituyente sin conexión alguna con el viejo derecho civil, sino al contrario,
como un derecho cuyas bases se encontraban en una decisión fundamental del pueblo y cuya
misión consistía en superar, en beneficio del hombre, una concepción jurídica que hundía sus
raíces en la historia hasta llegar a la solución esclavista de la locatio conductio operarum de los
jurisconsultos romanos.
La disputa duró muchos años, pero aún quedan opositores: desde luego, los profesores de
derecho civil, que no se resignan a la pérdida de todo un sector de las relaciones humanas;· y
además de ellos, un grupo de personas que no han entendido o que tal vez no quieren entender
el pensamiento nuevo, lo que las conduce a posiciones ambiguas y contradictorias.
Sería una afirmación intolerable la que expresara que la doctrina de la relación de trabajo, fuente
de los derechos del trabajador e independiente del acto o causa que le dio origen. carece de
antecedentes en otras doctrinas o en otros pensadores, o bien que la Ley de 1970 la inventó en
todas sus partes. Por lo contrario, declaramos con alegría y con reconocimiento, que entre otras
varias, fueron dos las ideas que nos sirvieron para forjar la estructura de la concepción de 1938,
la que a su vez está en la base de la Ley de 1970: una es la de aquel maravilloso jurista que fue
Georges Scelle, y otra la del insigne maestro Erich Molitor, uno ele los representantes del
derecho del trabajo socialdemócrata salido de la Constitución alemana de Weimar de 1919.
Í.1 El pensamiento de Georges Scelle: en el Derecho obrero, ese libro visionario de 1922, el
maestro francés escribió un párrafo inolvidable: "Se puede dar en arrendamiento una cosa o un
animal, pero no se puede alquilar un trabajador, porque se opone a la dignidad humana; y
tampoco puede alquilarse una facultad del hombre, porque no se la puede separar ele la
persona física". Y cubierto con la gracia de la cultura francesa, añadió "que aplicar la idea del
contrato al trabajo, es explicar las cosas a la manera del médico de Moliere".
El magnífico jurista de Francia tuvo conciencia de que la liberación del trabajo no se lograría en
tanto estuviese aherrojado en la idea del contrato. De ahí su anuncio de que en el mundo de la
libertad habrá un tránsito del subjetivismo contractualista que hace depender los derechos de
un acuerdo de voluntades, al objetivismo de los hechos reales, que fundará los derechos del
trabajo en su voluntad libre, ya que a nadie se puede obligar a prestar un trabajo personal sin
su pleno consentimiento, y en el hecho real de la prestación de su energía de trabajo. El nuevo
derecho romperá el hechizo dos veces milenario del derecho civil, y en lugar de proteger un
acuerdo de voluntades, que nunca tuvo realidad, porque fue siempre la voluntad del empresario
la que se impuso, protegerá al trabajo. En consecuencia, la relación de trabajo dejará de ser una
relación intersubjetiva y se convertirá en una objetiva, que tendrá como base la voluntad libre
del trabajador y como meta la protección plena del trabajo mediante las declaraciones de
derechos sociales, de las leyes y de los contratos colectivos.
Todavía apuntó aquel enamorado de la libertad y de la justicia un dato más: en el origen de la
relación de trabajo de la organización industrial de nuestros días, ya no se encuentra un
contrato, sino un acto condición, ya que, por el simple hecho del ingreso del trabajador a la
empresa, se le aplica un estatuto objetivo, integrado por las leyes y los contratos colectivos; un
estatuto, ahí donde existen contratos colectivos, en cuya formación no participa cada trabajador
y que se modela, no en atención al interés de uno o varios trabajadores, sino en atención al
interés de todos los actuales y de los futuros, en suma, en contemplación del interés de la clase
trabajadora.
2. El pensamiento de Erich Molitor (Der Arbeitsvertrag. J. Bensheimer, Berlín, 1925, pág. 37 y
sigts.) : la escuela alemana de aquellos años se interesó particularmente por la determinación
del momento en que principia a aplicarse el derecho del trabajo, un estatuto imperativo que por
proponerse preservar la salud y la vida del trabajador y asegurar condiciones decorosas para la
prestación del trabajo, no puede dejar de aplicarse. Para determinar ese momento, decía
Molitor, es preciso distinguir el contrato de la relación de trabajo: el primero es un acuerdo de
voluntades para la presentación de un trabajo futuro, mientras la segunda: es la prestación
efectiva de un trabajo. La aplicación del derecho del trabajo pricipia en el momento en que el
trabajador ingresa a la empresa, quiere decir, la iniciación del trabajo es el presupuesto
indispensable y el hecho que impone imperativamente la aplicación del ordenamiento laboral
El contrato, concluía el maestro alemán, vive dentro del derecho civil, la relación de trabajo es
el principio y la finalidad del nuevo derecho. De lo que se deduce que iniciado el trabajo, y dado
que se trata de un trabajo subordinado, nada ni nadie puede impedir la aplicación del derecho
del trabajo, o lo que es igual, el acuerdo de voluntades sirve para obligar a que se preste el
trabajo, pero es la prestación efectiva de éste lo que determina la aplicación imperativa del
estatuto laboral.
3. Fascismo y nacional-socialismo: llegaron a Europa los sistemas trágicos de Italia y Alemania, y
retornaron a esos pueblos los siglos de la esclavitud. En el régimen alemán, algunos escritores
hablaron de la relación jurídica de trabajo, porque los hombres prestaban un trabajo a otro, pero
esas relaciones no estaban regidas por un estatuto jurídico, porque eran una fuente de
esclavitud, pues el empresario disfrutaba en la empresa de los mismos poderes y recibía el
mismo título que el Führer del estado: él forjaba las condiciones de trabajo y decidía, en unión
con el partido nazi, el ingreso y el despido de los trabajadores.
Lo que en esos sistemas fue sustituido fue el orden jurídico, pero lo fue por el imperio del poder
sobre el trabajo; por lo que resulta estéril y equivaldría a desconocer la realidad, tratar de definir
la naturaleza de las relaciones en que participaba un prestador de trabajo.
Ciertamente desapareció la idea del contrato, porque presupone la existencia de dos voluntades
libres y porque la voluntad del trabajador no sólo no era libre, sino que nunca se la tomó en
consideración.
Por lo tanto, su desaparición no fue causada por la aparición de otra figura jurídica, porque no
es posible esa aparición donde el derecho no funciona. La idea del contrato fue sustituida por
un régimen de esclavitud, en el cual, la relación se daba entre el propietario de los esclavos y
todos los demás hombres que debían respetar su propiedad.
4. Consideraciones complementarias: en los pueblos de Occidente, la doctrina de la autonomía
de la relación de trabajo frente al contractualismo del derecho civil, continúa su marcha
ascendente, pero en parte alguna ha alcanzado los perfiles que le dio nuestra legislación, la que
hizo de ella y la usa como el instrumento más eficaz para la liberación y protección del trabajo.
Estamos convencidos de que el retraso de la doctrina europea está motivado por el hecho de
que el derecho del trabajo de aquellos pueblos procede del derecho civil, del que nunca ha
podido desprenderse. En un capítulo anterior (Hacia una nueva idea del deTecho del tmbajo)
pusimos de relieve que si bien son muchos los maestros ilustres, Paul Durand en Francia, Eugenio
Pérez Botija en España y Francesco Santoro-Passarelli en Italia, que sostienen la autonomía del
estatuto laboral, todos ellos convienen en que en el nuevo estatuto se da una cierta reunión de
los caracteres del derecho público y del privado, razón por la cual se mantienen, en proporción
más o menos amplia, dentro de la concepción contractualista; a este respecto conviene recordar
que el Código del trabajo de Francia, que no define al contrato de trabajo, dice en su art. 19 que
"está sometido a las reglas del derecho común".
A diferencia de la doctrina extranjera, en la que no queremos detenernos, el derecho mexicano
del trabajo nació -lo hemos expresado repetidamente- como una decisión política y jurídica
fundamental en la. Constitución de 1917, como los nuevos derechos sociales de los
trabajadores, por lo que no podía ser derecho privado. Pesaba fuertemente la tradición civilista,
de la que no pudo desprenderse la Ley de 1931. Fue larga y difícil la lucha, pero la Ley de 1970
dio la solución que está en la Declaración de derechos, de la que nunca debió apartarse nuestra
legislación: la aplicación del derecho del trabajo es un imperativo donde quiera que existe el
trabajo humano subordinado.
Il. LA TEORÍA DE LA RELACIÓN DE TRABAJO Y EL NUEVO DERECHO MEXICANO DEL TRABAJO
El esfuerzo por la implantación de la teoría de la relación de trabajo como punto de partida para
la aplicación del estatuto laboral, cualquiera que hubiese sido el acto o la causa que le dio origen,
constituye, según todo lo expuesto, otro de los aspectos centrales, tal vez el más hondo, de la
batalla por la autonomía del derecho del trabajo.
Son muchos, y ya los conocemos, los maestros que admitieron la aparición de una rama jurídica
que no era ni derecho público ni derecho privado, pero la inclusión de una especie nueva en la
clasificación no destruía por sí sola la subordinación del derecho del trabajo al privado, ya que
podía quedar viva la idea del contrato como el acto jurídico infranqueable para la creación de
derechos y obligaciones por los hombres. Georges Scelle es el primero que se dio cuenta del
problema: si el derecho del trabajo ha de ser el estatuto de los hombres que entregan su energía
física e intelectual a la economía, es preciso que extienda su manto protector sobre el trabajo,
considerándolo en sí mismo, en su realidad objetiva, como una fuerza que requiere un estatuto
jurídico que asegure su salud y su vida y le proporcione una existencia decorosa, por el solo
hecho de su prestación, esto es, porque el trabajo no varía su esencia por la distinta naturaleza
del acto o de la causa que dio origen. Por estas razones, la batalla por la relación de trabajo tuvo
como propósito elevar al trabajo a la categoría de un valor en sí mismo, independiente, y
repetimos la fórmula, del acto o causa que determinó al hombre a prestarlo.
C) La presunción laboral
La Ley de 1931, lo hemos repetido más de una vez, no supo salvar el escollo del contractualismo,
pero sus autores se dieron tal vez cuenta de lo escarpado del camino que tendría que recorrer
el trabajo sometido al régimen de m. contrato como base única de sus derechos, y quizá
comprendieron que la prueba de la existencia del contrato y delas condiciones de trabajo, era
otra de las invenciones satánicas del derecho civil. A fin de remediar el inconveniente,
consignaron en el artículo 18 la presunción laboral, a la que nos referimos brevemente en el
capítulo Los caracteres del derecho del trabajo:
Se presume la existencia del contrato de trabajo entre el que presta un servicio personal y el
que lo recibe. A falta de estipulaciones expresas de este contrato, la prestación de servicios se
entenderá regida por esta Ley y por las normas que le son supletorias.
El efecto de la presunción fue hacer producir consecuencias jurídicas al hecho puro de la
prestación de un servicio personal, las que consistieron en la creación de una presunción juris
tantum en favor del trabajador, a quien le bastaba la prueba de la existencia del servicio personal
para arrojar sobre el empresario la carga de la prueba de la inexistencia del contrato de trabajo
previo o de la existencia de un contrato distinto de prestación de servicios. Esta solución quedó
reforzada en el art. 31, según el cual "la falta del contrato escrito no privaría al trabajador de sus
derechos, pues se imputaría al patrono la falta de la formalidad".
La Ley nueva recogió la idea de la presunción laboral en su art. 21, en el que se lee que "se
presume la existencia de la relación y del contrato de trabajo entre el que presta un trabajo
personal y el que lo recibe". Los efectos de las normas de las dos leyes aparentemente son los
mismos, pero existe la diferencia que se da entre la idea simple de la relación de trabajo y la
concepción contractualista: la Ley nueva crea una Presunción juris tantum de que toda
prestación personal de servicios, independientemente del acto que le hubiera dado origen, es
una relación de trabajo regida por nuestro estatuto, lo que implica que el patrono, para evitar
la aplicación de esa consecuencia, tendría que probar que la prestación de trabajo, considerada
en sí misma e independientemente del acto que le dio origen, no satisface los requisitos de la
definición del art. 20.
Lo trágico en la solución de 1931 aparece en el párrafo segundo del precepto transcrito, pues
según él, probada la prestación del servicio personal y a falta de objeción acreditada del
empresario, tenían que aplicarse las condiciones de trabajo consignadas en la Ley, las cuales, ya
lo sabemos, constituyen un mínimo legal. Alguna vez escuchamos de labios de un litigante, que
aquella norma era un castigo al trabajador por no haber tenido la precaución de exigir se
redactara por escrito el contrato. Pero de esta cuestión nos ocuparemos al analizar el problema
de la forma en la relación de trabajo.
F) Consideraciones complementarias
La doctrina de la relación de trabajo se ha convertido en una de las expresiones más vigorosas
de la idea nueva del derecho del trabajo. Sus beneficios se descubrirán en la lectura de los
artículos de la Ley y aparecerán otros en la vida real que enriquecerán la doctrina.
Dentro del mar de posibilidades que están abiertas, nos proponemos destacar algunas, sin
afirmar siquiera que sean las más importantes.
l. La primera consecuencia que deseamos presentar, no obstante que ya nos referimos a ella,
consiste en que la relación de trabajo, una vez iniciado el servicio, se desprende del acto que le
dio origen y adquiere una vida independiente. Sin duda, subsistirán los acuerdos o cláusulas que
otorguen al trabajador beneficios superiores a los mínimos legales, pero la vida, la evolución y
la muerte de la relación, quedarán ·sometidas incondicionalmente a las disposiciones legales y
a sus normas complementarias; así, a ejemplo: el pacto que determine que el trabajador es de
confianza, carecerá de eficacia, pues, de conformidad con las ideas de la Ley, todo prestador de
trabajo debe ser considerado incluido en la categoría general de trabajador, y será el patrono
quien deberá demostrar que las funciones desempeñadas son de confianza, solución que deriva
del mandato legal contenido en el artículo noveno, según el cual, la "categoría de confianza
depende de la naturaleza de las funciones y no de la designación que se dé al puesto", prueba
que no podrá consistir en la exhibición del documento. De la misma manera, y no obstante lo
pactado, podrá el trabajador, apoyado en el art. 85, reclamar que el salario no es remunerador
y que debe aumentarse.
2. Una característica que complementa la anterior, estriba en que el convenio celebrado no es
óbice para que el trabajador sostenga que la realidad de su prestación configura un trabajo
subordinado por lo que, si originariamente se quiso, aceptando que hubo buena fe, formar una
prestación de servicios libres dependiente del Código civil, si la realidad es otra, debe ésta
imponerse, porque el derecho del trabajo, lo hemos expresado más de una vez, no protege los
acuerdos de voluntades como tales, sino la energía de trabajo del hombre.
En el año de 1938, con el fin de permanecer en la terminología de la Ley de 19 31, mencionamos
la idea de un contrato que se convertía en un hecho real, y usamos la expresión contrato-
realidad. Hoy podemos decir que la relación de trabajo es una, realidad viva, que consiste en el
hecho real de la prestación de un trabajo personal subordinado, prestación diaria que reafirma
todos los días la independencia de la relación respecto del acto o causa que le dio origen; o
expresado en i,
una fórmula más simple: una relación jurídica, expresión de una realidad. Esta condición, a su
vez, confirma la característica primera porque la realidad de la prestación de un trabajo no
puede ni destruirse ni aherrojarse por un acuerdo de voluntades lejano, pues la realidad no se
niega por una declaración.
Las anteriores ideas habrán de aplicarse en forma individual cada vez que una persona afirme
que la realidad de la prestación de su trabajo implica la existencia de una relación de trabajo a
la que no puede continuar aplicándose un viejo y caduco acuerdo de voluntades, pero la Ley
hizo una aplicación general inmediata de la doctrina expuesta a dos grupos de trabajadores
cuyas actividades estaban sometidas a contratos de derecho civil contrarios a la realidad: los
choferes de autotransportes de servicio público, a los que se imponía un contrato de
arrendamiento del vehículo, y los deportistas y artistas, que prestaban su trabajo sujetos a un
contrato de prestación de servicios profesionales; Los dos ejemplos son la demostración mejor
de que la teoría de la relación de trabajo es una consecuencia y al mismo tiempo, un elemento
vivo de la fuerza expansiva del derecho del trabajo, pues únicamente ella es capaz de romper la
concepción contractualista y realizar la idea de nuestro estatuto, que es extenderse a todos los
miembros de la clase trabajadora.
3. La tercera característica la enunciamos también en 1938 al explicar que a diferencia del
contrato que pretende ser estático, la teoría de la relación de trabajo crea una relación jurídica
dinámica, consecuente con la naturaleza jurídica del estatuto que la rige. Esta su manera de ser
es lo que la impulsa a transformarse constantemente a fin de adaptar los beneficios del
trabajador a las nuevas posibilidades y exigencias de la vida social, de donde podemos decir,
particularmente en relación con los contratos colectivos, que si el derecho del trabajo es una
adecuación constante de las normas generales a la necesidad de la clase trabajadora, la relación
de trabajo lo es a la necesidad concreta de cada trabajador. Dentro de este espíritu debe
entenderse el párrafo primero del art. 57 de la Ley:
El art. segundo de la Ley de 1931 dispuso que "las relaciones entre el estado y sus servidores se
regirían por las leyes del servicio civil que se expidieran".
La burocracia sintió en su cuerpo la injusticia del sistema, por la falta de un mínimo de derechos
por la prestación de su trabajo y porque cada vez que cambiaba el titular de una dependencia
gubernamental se producía un cese colectivo o muy general. Las protestas y la intranquilidad de
los trabajadores del estado, indujeron al presidente Rodríguez a expedir en el año de 1934 un
Acuerdo sobre organización y funcionamiento del servicio civil, que rigió hasta el treinta de
noviembre siguiente. En el año de 1938, el Congreso federal, a propuesta del presidente
Cárdenas, aprobó una ley que se conoce con el nombre de Estatuto de los trabajadores al
servicio de los poderes de la Unión. En el año de 1944, durante la presidencia del general Ávila
Camacho, se introdujeron importantes reformas al Estatuto, pero aun así, los trabajadores
públicos carecían de una protección constitucional. Finalmente, en el año de 1959, el presidente
López Mateos envió una iniciativa de adiciones a la Constitución, en la que sugería se adicionara
al Artículo 123 un apartado "B", que contuviera la Declaración de derechos sociales de los
trabajadores al servicio de los poderes de la Unión y de los gobiernos del Distrito y territorios
federales. La adición quedó aprobada en el año de 1960 y tres años después se promulgó la Ley
federal de los trabajadores al servicio del estado.
La Declaración, que al igual que la de 1917 es la primera de su género en la historia, es uno de
los más bellos efectos de la fuerza expansiva del derecho del trabajo, pues en virtud de ella se
sustrajo del derecho administrativo el capítulo de las relaciones entre el estado y sus
trabajadores.
Ahora bien, los opositores al pensamiento nuevo no han captado el hecho de que la doctrina de
la relación vive desde el año 1960 primero en la Declaración y después en la Ley de 1963; en
esas normas constitucionales y legales ya no se hizo referencia al contrato como la figura jurídica
base para la prestación del trabajo y sí, en cambio, en el art. segundo de la Ley se consigna
expresamente la teoría de la relación jurídica de trabajo.
Los elementos de una relación de trabajo son los datos que la componen, sus partes integrantes,
para decirlo así, sin las cuales no puede existir. Admitido este punto de vista, si analizamos la
definición del art. 20, encontramos que en ella se hace referencia a cuatro nociones: a) Dos
personas, una de las cuales tiene el carácter de trabajador y la otra el de patrono, dos conceptos
que ya nos son conocidos; b) Una prestación de trabajo, término que también conocemos; c) La
característica que acompaña a la prestación de trabajo, a la que la Ley ha dado el nombre de
subordinación; d) El salario, que según el art. 82, es "la retribución que debe pagar el patrono al
trabajador por su trabajo".
Si no existen el primero de los elementos, esto es, la presencia de un trabajador y un patrono, y
el segundo, o sea, la prestación de trabajo, no puede darse la relación laboral, pues ésta consiste
en la prestación de trabajo que realiza una persona para otra. Los otros dos requisitos, a los que
accidentalmente nos hemos referido, requieren algunas explicaciones complementarias.
I. EL CONCEPTO DE SUBORDINACIÓN
En el siglo XIX y en una buena parte del xx, el derecho civil rigió todas las formas de prestación
de trabajo. Por motivos que hemos mencionado (capítulos: Los caracteres del derecho del
trabajo, apartado segundo: Su fuerza expansiva, y El concepto de trabajo), no toda actividad del
hombre para otro está regida por el estatuto laboral. De donde nace la necesidad de señalar
cuál o cuáles son los caracteres que nos permitan establecer si una prestación de trabajo está
regida por nuestro estatuto o si permanece dentro de los marcos del derecho privado.
Algunos criterios diferenciales están definitivamente descartados: la tesis que buscó en la
naturaleza del trabajo prestado, intelectual o material, y la que declaró que en la relación de
trabajo la prestación se efectúa en beneficio de otro, esta última porque las prestaciones de
servicios regidas por el derecho privado, poseen la misma característica. La Ley se refirió a la
condición de trabajo subordinado que ha de satisfacer la prestación; pero existe otra idea que
posee una fuerza considerable, pues proviene de une de los caracteres fundamentales del
derecho del trabajo: nuestro estatuto es un derecho de clase.
A) El criterio de la pertenencia a la clase trabajadora
Si se acepta la división de la sociedad en dos clases sociales, representadas por los términos
trabajo y capital, parece imponerse con pleno rigor lógico la conclusión de que siempre que un
miembro de la clase trabajadora preste su trabajo al capital, debe aplicarse el estatuto laboral,
o explicado con otras palabras: todo prestador de trabajo al capital forma parte de la clase
trabajadora y es un objeto de explotación, razón por la cual debe aplicarse el ordenamiento
jurídico que se propone atemperar, en lo posible, la magnitud de la explotación.
La idea es altamente sugestiva y no existe inconveniente en declarar que es teóricamente
correcta, pero esta declaración no permite desconocer que nuestro derecho, que vive dentro de
un sistema capitalista, no adoptó la idea en la Ley. Propuesta así la cuestión, vale la pena que
indaguemos las razones que tuvo la Comisión para no adoptar el principio: podemos decir ahora
que la idea no le era desconocida, por lo contrario, meditó sobre ella en alguna ocasión, y la vio
con simpatía; pero partió del ya apuntado hecho de que el derecho mexicano del trabajo vivía
dentro de las normas del capitalismo de nuestra Constitución, por lo que una solución de ese
tipo no tenía ninguna probabilidad de ser aceptada por los poderes estatales, lo que, por una
parte, daría por resultado que permaneciera nuestro derecho dentro de la Ley de 1931, y por
otra, equivaldría a dar satisfacción a los deseos de los representantes de los empresarios,
manifiestamente opuestos a la expedición de una ley nueva; todo lo cual llevaría a respaldar el
divorcio que era ya evidente entre la realidad de las relaciones y condiciones de trabajo y las
disposiciones de la Ley vieja.
Además de esa razón, y por los motivos que expusimos al explicar la fuerza expansiva del
derecho del trabajo, no era posible que el ejercicio libre de ciertas profesiones, como la
arquitectura y la abogacía; que son también prestaciones de trabajo para otro, quedaran
sometidas a las disposiciones del derecho laboral, por lo que resultaba indispensable fijar el
criterio diferencial, ya que de otra manera tendría que dejarse al derecho civil que lo hiciera, o
en última instancia a la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
A pesar de lo expuesto, la idea no deja de estar presente en la Ley y ya tendrán oportunidad de
usarla las autoridades del trabajo: cuando se colocan dos instituciones jurídicas la una frente a
la otra, saltan de repente esas situaciones a las que la doctrina llama los casos de frontera, cuya
característica consiste en que sus perfiles no están bien definidos, casos en los cuales la posición
social de quienes prestan el trabajo, sus relaciones con la clase trabajadora y con sus miembros,
la circunstancia de que dediquen su actividad en forma exclusiva o principal a una persona y de
que sus ingresos provengan de ella, esto es, la existencia de lo que en una época se denominó
una cierta dependencia económica, serán indicios suficientes para inclinar la balanza de la
justicia en favor del trabajador; y debe todavía decirse que de conformidad con el art. 18 de la
Ley nueva y por presentar los casos de frontera una duda, debe resolverse el problema en favor
del trabajador.
Fue esa la posición que declaró la Comisión, y citamos únicamente uno de los casos, en el trabajo
de autotransportes de servicio público, pues no obstante algunos caracteres inciertos, se
consideró que la pertenencia indudable de los choferes a la clase trabajadora y la duda que
existía acerca de la naturaleza de la relación, conducían a su inclusión en los principios del
derecho del trabajo.
Sabemos que la relación jurídica nace por el hecho de la prestación de trabajo personal
subordinado; por lo tanto, para su existencia es suficiente la presencia de un trabajador y un
patrono, y el inicio de la prestación de un trabajo, aunque no se hayan determinado el monto y
la forma de pago del salario. De lo que deducimos que el salario, si bien en el campo de la teoría
es un elemento constitutivo de la relación, en la vida de ella aparece a posteriori, como una
consecuencia de la prestación del trabajo. Agregaremos solamente que la Declaración y la Ley
señalan los plazos para el pago del salario, de manera que al vencer el primero, si no está fijado
su monto y no llegan a un acuerdo el trabajador y el patrono, tendrá que decidir la Junta de
Conciliación y Arbitraje.
CAPÍTULO XIX
REQUISITOS DE FORMACIÓN Y VALIDEZ DE LA RELACIÓN DE TRABAJO
Al leer los tratados, manuales y monografías sobre la inexistencia y la nulidad, así ocurre también
en el área de la responsabilidad, asombra el genio de sus autores y se admira la grandeza y
profundidad de los razonamientos. Solamente las sumas de los grandes teólogos alcanzaron
cimas semejantes. Nos cuesta trabajo detener los impulsos, pero nada podemos decir aquí sobre
el tema, porque sería pequeño y pobre frente a aquel esplendor, por lo tanto, remitimos a los
lectores a los libros que les recomienden sus maestros en la cátedra de derecho civil; nos
limitamos a presentar las ideas expuestas por nuestro maestro, don Manuel Borja Soriano, en
sus lecciones en aquella inolvidable Escuela Nacional de Jurisprudencia de los años veinte.
Siguiendo a Aubry et Rau nos dijo que el acto inexistente "es el que no reúne los elementos de
hecho que supone su naturaleza o su objeto, y en ausencia de los cuales es lógicamente
imposible concebir su existencia", o con los otros términos que empleó: "el acto inexistente es
aquel que no ha podido formarse en razón de la ausencia de un elemento esencial para su
existencia". Y continuando con Aubry et Rau y apoyándose además en Planiol y en Colín et
Capitant, expresó que la nulidad "ataca los actos que se ejecutan materialmente en
contravención a un mandato o a una ley imperativa o prohibitiva, o protege a personas
determinadas". Si bien expuestas por los maestros de derecho civil, estas nociones pertenecen
a la lógica y al significado de las palabras, pero su aplicación al derecho del trabajo se rige por
principios particulares.
Al pergeñar estos renglones, consideramos la posibilidad de una exposición de conjunto, que
abarcara el derecho individual y el colectivo, pero llegamos a la conclusión de que era
indispensable exponer previamente las nociones básicas de cada una de esas dos partes del
derecho del trabajo y analizar después las cuestiones que en cada una de ellas provoca la
doctrina de la inexistencia y de la nulidad.
Las disposiciones constitucionales y legales exigen la separación entre las cuestiones que afectan
la formación de la relación y del contrato de trabajo y las que puedan suscitarse en ocasión de
las cláusulas que contengan las condiciones de trabajo; este apartamiento es necesario porque
si bien no existen disposiciones precisas sobre el primero de los problemas, la cuestión relativa
a las condiciones de trabajo está resuelta en la Constitución y en la Ley: muchas veces hemos
dicho que la finalidad suprema de todo el derecho del trabajo, individual y colectivo, es las
condiciones de trabajo, porque son ellas las que se dirigen en forma inmediata y directa al
aseguramiento de una existencia decorosa para cada trabajador; sabemos asimismo que las
condiciones de trabajo constitucionales y legales son los beneficios mínimos para cada relación
de trabajo y que las normas que las contienen son derecho imperativo. De estas ideas brotaron
los principios que ya también conocemos del art. quinto de la Ley nueva: la renuncia de las
disposiciones constitucionales y legales sob1·e las condiciones de trabajo no produce ningún
efecto legal, principio del que han deducido la doctrina y la jurisprudencia que es suficiente que
alguna cláusula reduzca los beneficios constitucionales y legales, para que automáticamente
deje de producir efectos. El segundo principio consiste en que la nulidad de una cláusula no
produce la nulidad de la relación o del contrato de trabajo; en su párrafo final, el art. quinto
expresa que "en substitución de las cláusulas nulas regirán la Ley y sus normas supletorias''.
El art. 2226 del Código civil previene que "cuando se pronuncie por el juez la nulidad, los efectos
que se hubiesen producido serán destruidos retroactivamente"; así, a ejemplo, si se pronuncia
la nulidad de un contrato de compraventa, el comprador devolverá el bien y el comprador el
precio, dos cosas que salieron de un patrimonio, entraron en otro al que no pertenecían, para
regresar finalmente a su lugar de origen.
Esa solución no podría aplicarse al derecho del trabajo, pues la decisión que pronuncie la nulidad
de una relación laboral por no haber alcanzado el menor la edad mínima de admisión al trabajo
o por no haber obtenido el patrono el consentimiento del padre o tutor, si bien podría impedir
que se continúe prestando el trabajo, no puede lograr que se restituya al trabajador la energía
de trabajo que entregó al patrono, de donde resultaría absurdo ya no que se obligara, sino
simplemente que se planteara la devolución de los salarios que recibió. En estas condiciones,
desaparece toda posibilidad de destruir retroactivamente los efectos que se hubiesen producido
por la aplicación de las leyes laborales a la prestación del trabajo; por lo contrario, su aplicación
debe ser total, lo que quiere decir que el trabajador deberá recibir todos los beneficios que
correspondan al trabajo que hubiese prestado: salarios, primas o una indemnización en el caso
infortunado de que resulte víctima de un riesgo de trabajo.
Al analizar la razón de la naturaleza de la relación de trabajo expusimos los motivos que llevaron
a la Comisión a aceptar la supervivencia del contrato de trabajo, cuya misión consiste en crear
un vínculo jurídico, en virtud del cual, el trabajador se obliga a prestar un trabajo a partir de la
fecha que se estipule y el patrono a pagar el salario desde el día en que se inicie la prestación
del trabajo. Los efectos de este contrato son los mismos que produce cualquiera otro, pero su
celebración nos obliga a formular dos observaciones: antes de que se inicie la relación de
trabajo, sí resulta posible demandar la nulidad del acto jurídico que se celebró, a fin de liberarse
de la obligación de prestar o de recibir el trabajo; sin embargo, la práctica constante es esperar
que se ofrezca o se exija el trabajo para convertir la acción en una excepción de nulidad del
contrato. Y si principia la prestación del trabajo, la situación jurídica se modifica
automáticamente, pues la relación jurídica se independiza del contrato, por lo que se rige por
las disposiciones generales de los párrafos anteriores.
En los albores del siglo XIX comprendieron los hombres de buena voluntad que era indispensable
prohibir el trabajo de los niños, forma inhumana de obtener beneficios, porque se corría el
riesgo de impedir su desarrollo físico y provocar la degeneración de la población, y porque no
permitía su concurrencia a las escuelas. Fueron muchas las leyes que se dictaron en ese sentido.
La mezquindad del régimen del presidente Díaz se mostró en el célebre laudo arbitral de 7 de
enero de 1907, en el que determinó que "no se admitirían los menores de siete años en las
fábricas para trabajar", párrafo que es mejor no comentar. Los diputados constituyentes de la
Revolución conocieron los acontecimientos trágicos que acompañaron el laudo del general Díaz
y en el párrafo tercero de la Declaración prohibieron el trabajo de los niños menores de doce
años. El límite, sin duda alguna generoso en su tiempo, fue pronto sobrepasado: en la primera
reunión de la O. l. T., que tuvo lugar en la ciudad de Washington en 1919, se fijó en catorce años
la edad mínima de admisión. En los centros de trabajo se hizo sentir la necesidad de igualar el
convenio internacional, por lo menos; y los médicos y los maestros pusieron de relieve que el
trabajo de los niños de doce años producía las consecuencias que se anunciaron en el siglo xix.
En la iniciativa de reforma constitucional del presidente López Mateos de diciembre de 1961, se
propuso se elevara el límite a catorce años, a fin de "asegurar a los menores la plenitud del
desarrollo de sus facultades físicas y mentales y la posibilidad de la conclusión normal de los
estudios primarios". La reforma, aprobada en noviembre de 1962, expresa en la nueva frac. III
de la Declaración, que "queda prohibida la utilización del trabajo de los menores de catorce
años". El art. 22 de la Ley nueva reprodujo la norma constitucional.
La Comisión se dio cuenta de que uno de los grandes problemas nacionales consiste en la
deserción de los menores de las escuelas, originado prematuramente por la falta de recursos de
los padres y por la necesidad vital en que se ven de llamar a sus hijos a que les ayuden en sus
talleres o de hacerlos ingresar en una empresa. La propia Comisión comprendió las dos caras del
problema, por lo que si en el art. 22 dijo que "no podrá utilizarse el trabajo de los menores de
dieciséis años que no hubiesen terminado su educación obligatoria, salvo los casos de excepción
que apruebe la autoridad correspondiente en que a su juicio haya compatibilidad entre los
estudios y el trabajo", le dio a la disposición un valor más romántico que real, porque la
necesidad de vivir es más fuerte en los hombres que la de adquirir conocimientos y porque son
muchos los menores de esa edad que viven en la orfandad, razones por las cuales no impuso
ninguna sanción; pero deberá imponerse en el futuro, en ese mañana que no sabemos cuándo
llegue, pues apenas ahora principia el Seguro Social a preocuparse por el clamor, satisfecho en
todos los pueblos que aman la justicia social, que pide un sistema de asignaciones familiares que
facilite la educación obligatoria de los hijos de familia y de los huérfanos.
Como derecho imperativo, el estatuto laboral se impone a los trabajadores y a los patronos, por
lo tanto, el empresario que tenga conocimiento de la edad del menor, debe separarlo del
trabajo. También la Inspección del trabajo, según lo dispone el art. 541, frac. 1, está obligada a
vigilar el cumplimiento del mandato constitucional. Vale la pena resaltar que esta causa de
disolución de la relación de trabajo desaparece tan pronto como el menor alcanza la edad de
catorce años.
III. LA CAPACIDAD DE TRABAJADORES Y PATRONOS
La capacidad de las personas que intervienen en una relación de trabajo suscita problemas
diversos según se considere la condición de los trabajadores o la de los patronos. Por otra parte,
la Ley nueva, igual que la de 1931, se ocupa únicamente de la de los primeros.
La prohibición impuesta para la no utilización del trabajo de los menores de catorce años no
plantea una cuestión de incapacidad, sino que es una medida de protección a la niñez a efecto
de que se alcancen las finalidades que apuntamos en el apartado anterior, y tampoco lo es y por
las mismas razones, la prohibición que se impone a los menores de dieciséis años que no han
terminado la educación obligatoria.
1. El art. 23 dice que los mayores de catorce años y menores de dieciséis "necesitan autorización
de sus padres o tutores y a falta de ellos del sindicato a que pertenezcan, de la Junta de
Conciliación y Arbitraje, del Inspector del Trabajo o de la autoridad política". La norma tiene por
objeto, primeramente, contribuir a que los menores de dieciséis años concluyan su educación
obligatoria, y en segundo lugar, evitar que los empresarios abusen de su inexperiencia.
2. El mismo artículo declara en su primer párrafo que "los mayores de dieciséis años pueden
prestar libremente sus servicios, con las limitaciones establecidas en la Ley", disposición esta
última que tampoco plantea un problema de incapacidad, pues las limitaciones a que se refiere
son medidas diversas que se ocupan de trabajos que podrían dañar gravemente el desarrollo
físico de los menores o su moralidad, como los trabajos subterráneos o en los expendios de
bebidas embriagantes.
3. El párrafo final del precepto en cuestión dice que "los menores trabajadores pueden percibir
el pago de sus salarios y ejercitar las acciones que les correspondan". La norma resolvió en forma
definitiva la condición de estos trabajadores: el precepto comprende a todos, a los mayores de
catorce años y a los de dieciséis, por lo que, si los menores de dieciséis necesitan autorización
para prestar su trabajo, pueden, igual que los mayores de esa edad, recibir sus salarios y ejercitar
las acciones de trabajo, sin intervención del padre o tutor. Lo que da por resultado que el art.
100, que dice que "el salario se pagará directamente al trabajador y que el hecho en
contravención a ese mandamiento no libera de responsabilidad al patrono", es de aplicación
imperativa.
4. La Ley no señala una forma especial para otorgar al menor de dieciséis años la autorización
para el trabajo, por lo que será suficiente una constancia escrita o una manifestación verbal o
aun la autorización tácita que resulte de tener conocimiento de la prestación de trabajo y no
oponerse a ella; la cuestión es importante porque creemos que otorgada la autorización, no
puede revocarse. Claro está que si la autorización no existe, podrá solicitarse que no se reciba
al trabajador en la empresa.
En cambio, el patrono, aun con conocimiento de la menor edad, no podrá separar al trabajador,
porque ninguna disposición legal lo faculta. Una solución distinta .a la que propusimos para los
casos de utilización de los menores de catorce años, porque en ellos entra en juego un
mandamiento imperativo.
La teoría de los vicios del consentimiento cumple una función importante en el contractualismo
del derecho civil, lo que explica que la Ley de 1931, que puso en su base la idea de un contrato
de trabajo, la hubiera acogido en sus disposiciones. La doctrina laboral de aquellos años,
obligada a remitirse al derecho común en virtud de su art. 16, permaneció envuelta por un haz
de normas extrañas de escasa aplicación en la vida diaria. También en este capítulo rompió la
Ley nueva la concepción contractualista y si conservó alguna disposición de la Ley vieja, lo hizo
porque coincide con el principio de honestidad y buena fe que debe imperar en las relaciones
entre los hombres.
1. La Ley de 1931 contenía dos disposiciones particulares para los casos de maniobras dolosas
de una de las partes al momento de iniciarse la prestación del trabajo o de celebrarse un
contrato para un trabajo futuro, art. 121, frac. I (122, frac. I, después de la reforma de 1962) y
123, frac. 11 (125-A, frac. 1 después de la reforma citada), incluidas en el capítulo sobre la
rescisión de las relaciones de trabajo, y una disposición general en el art. 329, frac. I, del título
La prescripción.
Las dos primeras disposiciones se referían al engaño causado por la presentación de certificados
o referencias falsos en los que se atribuyan al trabajador capacidad, aptitudes o facultades de
que carezca, o por afirmaciones falsas sobre las condiciones de trabajo. Las dos normas, según
indicamos en los renglones iniciales, pertenecen al principio de honestidad y buena fe en las
relaciones entre los hombres. El art. 329 decía que "prescribirían en un mes las acciones para
pedir la nulidad del contrato celebrado por error, dolo o intimidación".
2. La Comisión conservó en los arts. 4 7, frac. I y 51, frac. I, las dos normas que autorizan la
rescisión de las relaciones de trabajo por el dolo del trabajador o del patrono que indujo al
engaño. Comprendió la Comisión que de conformidad con la doctrina de derecho civil, la
hipótesis contemplada no sería un caso de rescisión, sino de nulidad y observó la contradicción
en que incurrió la Ley de 1931, pues el citado art. 329, frac. I, hablaba de una acción de nulidad,
pero ratificó la solución por las razones siguientes: descartada la idea de la declaración de
nulidad de una relación de trabajo, la Comisión se encontró ante el hecho de que el estatuto
laboral conoce una forma única de disolución de las relaciones de trabajo, que tiene que
comprender lo mismo el dolo que el incumplimiento de las obligaciones inherentes a una
prestación de trabajo, ya del trabajador, bien del patrono, forma que se subdivide en dos
caminos paralelos: la terminación y la rescisión. La diferencia entre estos dos caminos radica en
la circunstancia de que en la terminación interviene una causa ajena a la voluntad del trabajador
y del patrono, en tanto la rescisión tiene su fuente en el incumplimiento de una obligación; y si
es cierto que no se incumple la obligación de prestar el trabajo y de pagar el salario, también lo
es que en los casos de dolo se falta a un deber ético-jurídico, pues quien engaña lo hace, bien
para ingresar en una empresa, bien para pagar salarios inferiores.
Al analizar el art. 329, frac. I, de la Ley vieja, la Comisión decidió su supresión: el dolo del
trabajador o del patrono estaba ya previsto; el error en que incurra alguna de las partes, sin que
la otra lo provoque, es una exageración del principio de la autonomía de la voluntad, según lo
han reconocido varios civilistas ilustres y tiene el inconveniente de arrojar el daño sobre quien
cumplió puntualmente sus deberes y carece de toda culpa; y la violencia, de la que no tenemos
noticia de que se haya operado sobre algún empresario, cuando exista, implicará la comisión de
un delito que producirá la disolución de la relación de trabajo.
También en este problema se encerró la Ley de 1931 dentro de los principios de la teoría de las
formalidades del derecho civil, lo que condujo a graves injusticias. La Ley nueva no solamente
pasó sobre la construcción de su antecesora, sino que descartó la exigencia de una formalidad
que otorgará validez al hecho simple de la prestación de un trabajo y plantó así las bases para
que el intérprete pudiera hacer brillar en toda su intensidad las finalidades humanas del estatuto
laboral.
1. Las disposiciones de la Ley de 1931, su interpretación y la jurisprudencia de la Suprema Corte
de Justicia de la Nación: el art. 23 decía que "todo contrato de trabajo debía constar
precisamente por escrito", salvo algunos casos de contratos verbales, como el trabajo doméstico
y los accidentales; el 24 mencionó el contenido o clausulado obligatorio del contrato; y el 27
añadía que "el contrato escrito se probaría con el documento respectivo, y en caso de extravío
por los medios generales de prueba", y en lo que concierne al contrato verbal, se dijo en el
mismo art. 27 que "podría probarse con el dicho de dos testigos, que podrían ser trabajadores
al servicio del patrono". Otra disposición de la Ley de 1931, que ya nos es conocida en un capítulo
anterior (La relación de trabajo: La presunción laboral), declaraba que "a falta de estipulaciones
expresas del contrato, la prestación de servicios se entendería regida por la Ley y por las normas
que le son supletorias". Finalmente, el art. 31 decretó que "la falta de contrato escrito o de
alguno de los requisitos que debía contener, no privaba al trabajador de los derechos que le
conceden la Ley y el contrato, pues se imputará al patrono la falta de la formalidad".
La doctrina de aquellos años señaló las consecuencias que se inferían de las disposiciones
citadas: a) El contrato de trabajo pertenece a la especie que se llama los contratos consensuales,
porque la forma escrita no era un requisito de existencia o validez, sino una formalidad ad
probationem; b) La exigencia legal de que los contratos de trabajo se redactaran por escrito, se
proponía asegurar los derechos de los trabajadores y facilitar el ejercicio de las acciones que les
correspondieran, pues el trabajador tendría en el contrato escrito la prueba de las condiciones
de trabajo; c) La falta del contrato escrito no privaría al trabajador de sus derechos ni le impediría
el ejercicio de las acciones que le correspondieran, conservación de derechos y acciones que se
apoyó en la tesis de que se imputaría al patrono la falta de la formalidad; d) El art. 18 decía que
"a falta de estipulaciones expresas se aplicarían las disposiciones legales y sus normas
supletorias".
Un día del año 1935 se presentó ante la Cuarta Sala de la Suprema Corte de Justicia una
importante cuestión: Conrado Contreras prestó su trabajo a una empresa, pero no se redactó
por escrito el contrato, por lo que faltaba la constancia auténtica de las condiciones de trabajo;
en su demanda, Contreras señaló el monto del salario, el que fue negado por la empresa, sin
que se hubiera rendido prueba alguna por ninguna de las partes. En la brillante ejecutoria de
veintisiete de febrero, la Cuarta Sala resolvió que "puesto que la empresa no acreditó la
existencia del contrato escrito, falta que le era imputable, y por no existir ese contrato no
justificó que el trabajador obtuviese un salario menor del que expresó que percibía, de ello
resulta que procede declarar que debe aceptarse como salario de dicho trabajador, el que dijo
que percibía". Lentamente fue cambiando la Corte aquel primer punto de vista, hasta la
ejecutoria de 19 de noviembre de 1941 (Amparo directo 4680/41/2a., Camilo /barra Martínez)
en la que decidió que "si bien es cierto que la Ley establece la presunción de la existencia del
contrato de trabajo y que la falta por escrito del mismo es imputable al patrono, esta
circunstancia no exime al trabajador de aportar las pruebas necesarias para demostrar las
condiciones que afirma existían en el contrato de hecho, y si no lo hizo así durante el
procedimiento respectivo, la Junta no incurre en violación alguna de garantías al absolver al
patrono"; una resolución que equivale a decir: probada la existencia de una prestación de
trabajo y no obstante que la falta de contrato escrito es imputable al patrono, la prueba de las
condiciones de trabajo, satánicamente difícil para el trabajador, le incumbe en su totalidad, por
lo que si no la efectúa, debe absolverse al patrono.
2. Las disposiciones de la Ley nueva: la ejecutoria de Camilo Ibarra Martínez, una auténtica
denegación de justicia, transformó una presunción en favor del trabajador en otra en beneficio
del patrono, pues si el trabajador no comprobaba el monto del salario debía absolverse al
patrono; una denegación de justicia que violaba lo mandado en el párrafo segundo del art. 18,
según el cual, a falta de estipulaciones expresas se aplicarían las normas legales, por lo tanto,
cualesquiera que fuesen las circunstancias; tendría que pagarse, por lo menos, el salario mínimo;
la Corte olvidó ese precepto y de ahí su conclusión: se comprobó la prestación del trabajo, pero
como el trabajador no probó el monto del salario, no se le debe pagar cantidad alguna por su
trabajo. Es otra de las soluciones de la época del contractualismo y del procedimiento civil que
no amerita comentario.
Es ya un estribillo el decir que la teoría de la relación de trabajo se propone atemperar la
injusticia y que lo ha logrado en muchos aspectos de la vida obrera. En un capítulo anterior (La
relación de trabajo) nos referimos a la presunción laboral del art. 21, de la Ley nueva, cuya misión
consiste en crear la presunción juris tantum de que probada la existencia de una prestación de
trabajo, se presupone que es un trabajo subordinado; pero ese precepto ya no rige la exigencia
de una forma escrita para la determinación de las condiciones de trabajo, a cuyo efecto, se
suprimió el párrafo segundo del art. 18 de la Ley de 1931, que decía que "a falta de
estipulaciones expresas, se aplicarían la Ley y sus normas supletorias".
El art. 24 de la Ley nueva dice que "las condiciones de trabajo deben hacerse constar por escrito
cuando no existan contratos colectivos", pues si éstos están celebrados, en virtud de su
minuciosidad, cuestión de la que nos ocuparemos en otra ocasión, ahí está la totalidad de las
condiciones de trabajo. De esta disposición se desprende que la forma escrita ya no es un
requisito exigido por la Ley para el inicio de la prestación del trabajo, una consecuencia que ya
conocemos de la superación del contractualismo; sino que se relaciona únicamente con la
determinación de las condiciones de trabajo, para lo cual, ha de redactarse con las
especificaciones del art. 25. Para confirmar esta diferencia, el art. 26 expresa:
La falta del escrito a que se refieren los arts. 24 y 25 no priva al trabajador de los derechos que
deriven de las normas de trabajo y de los servicios prestados, pues se imputará al patrono la
falta de esa formalidad.
La colocación y redacción nuevas de los preceptos citados tuvieron por objeto distinguir
claramente la presunción laboral de la fijación por escrito de las condiciones de trabajo, dos
cuestiones que no solamente no deben confundirse, pues la primera no es una presunción que
nazca por la falta de una formalidad, sino de un hecho real, en tanto la segunda es la ausencia
de un documento cuya finalidad consiste en precisar las condiciones de trabajo y evitar
controversias futuras. La distinción permite fijar el sentido del párrafo segundo del art. 26: la
falta del documento en el que debían constar las condiciones de trabajo es imputable al patrono,
proposición que tiene por objeto, primeramente, que el trabajador, no obstante la falta del
documento de condiciones de trabajo, disfrute de todos los derechos que derivan, por una
parte, de las normas de trabajo, y por otra, de los servicios prestados; y en segundo lugar, que
puede ejercitar las acciones que de ahí surjan.
Las explicaciones precedentes nos colocan ante una cuestión de gran importancia para el
desarrollo del proceso del trabajo, que consiste en determinar, puesto que no existe la prueba
preestablecida de las condiciones de trabajo, a quién corresponde la demostración de las que
se hubiesen fijado: a) Anticipamos una solución del derecho procesal nuevo -una de las mejores
realizaciones de la Ley en ese terreno- según la cual, se sustituyó la norma tradicional de que
quien afirma está obligado a probar su afirmación, con la fórmula del art. 763 de la. Ley: "Las
partes están obligadas a aportar todos los elementos probatorios de que dispongan, que puedan
contribuir a la comprobación de los hechos o al esclarecimiento de la verdad"; b) Si relacionamos
esta norma con la declaración legal de imputabilidad al patrono de la falta del documento de
condiciones de trabajo y observamos que el patrono posee todos los elementos para comprobar
el monto de los salarios -listas de raya, recibos y declaraciones ante el Instituto del Seguro Social,
entre otros- se tiene que llegar a la conclusión de aquella magnífica ejecutoria de Conrado
Contreras, por lo tanto, a aseverar que le corresponde !a carga de la prueba, por lo que faltando
la demostración, deberán aceptarse las peticiones del trabajador; c) Desde 1938 hicimos notar
un cierto peligro, pues los trabajadores podrían señalar peticiones imposibles. Pero también
apuntamos que la defensa del patrono consiste en la aportación de todos los elementos que
permitan a la Junta de Conciliación y Arbitraje fijar, en su carácter de tribunal de equidad, la
medida de la exageración de las peticiones y determinar lo que resulte razonable dentro de la
idea de condiciones de trabajo decorosas y de un salario remunerador y justo. Una solución que
salva la denegación de justicia de la ejecutoria de Camilo Ibarra Martínez y da satisfacción a los
postulados de la justicia social.
La idea de la estabilidad en el trabajo es una creación de la Asamblea Magna de 1917, sin ningún
precedente en otras legislaciones, ni siquiera en la doctrina de algún escritor o jurista. Nació en
Querétaro, sin que pueda decirse quién fue su autor, como una idea-fuerza destinada a dar
seguridad a la vida obrera y a escalar la meta tan bellamente expresada por Máximo Dursi en su
cuento Bertoldo en la Corte: "vivir sin temor es el destino del hombre".
Las palabras finales del precepto se refieren expresamente a la naturaleza de las cosas como la
condición para flexionar el principio de la duración indeterminada de las relaciones de trabajo,
solución que es un respaldo más al principio de estabilidad en el trabajo, pues si, a ejemplo, la
ejecución de ciertas obras es una actividad permanente de una empresa, las relaciones no
podrán celebrarse para obra determinada, pues el fenómeno que ahí se produce consiste en
que la energía de trabajo se destina, en forma permanente, a una obra determinada, que es la
construcción o elaboración de ciertas obras u objetos.
El ejemplo que se ofrece con mayor frecuencia se da en la industria de la construcción: una
persona proyecta la construcción de una casa habitación, a cuyo fin utiliza el personal necesario,
albañiles, plomeros, mosaiqueros, carpinteros, etc., por el tiempo que a cada grupo
corresponda, por lo tanto, se trata de una relación para obra determinada que satisface el
requisito del art. 36, porque la naturaleza de la obra proyectada no admite las relaciones por
tiempo indeterminado. Pero, en cambio, no puede quedar incluido en esta excepción el trabajo
a domicilio, al que no podría estructurarse como una serie de relaciones independientes por
cada pieza confeccionada, sino que es una relación ordinaria por tiempo indeterminado.
B) La relación de trabajo por tiempo determinado: el art. 37 comprende tres hipótesis, de las
cuales, la primera es una confirmación de los principios generales.
Se dice en la fracción primera que el señalamiento de un tiempo determinado sólo es permitido
cuando lo exija la naturaleza del trabajo que se va a prestar. Por lo tanto, no sería suficiente la
estipulación de un tiempo determinado, unos meses o unos años, sino que será indispensable,
en caso de controversia, probar que así lo exigía la naturaleza del trabajo por prestar; y por otra
parte, si al vencer el término fijado subsiste la materia del trabajo, la relación se prorrogará
automáticamente. Mencionamos un ejemplo derivado de la obligación de las empresas de
organizar cursos de capacitación para los trabajadores, los que pueden ser temporales y no estar
necesariamente sujetos a una repetición previsible.
De las otras dos excepciones, la segunda, sustitución temporal de un trabajador, no requiere
comentario; y la tercera tiene por objeto facilitar al mismo legislador la consideración de algún
caso particular en relación con la reglamentación de trabajos especiales; así, a ejemplo, el art.
195, frac .. IV, autoriza la relación de trabajo de los marinos para uno o varios viajes, pues es
frecuente que un buque no preste un servido constante.
C) La relación de trabajo para la explotación y restauración de minas: el art. 38 de la Ley se ocupa
de la explotación de minas que carezcan de minerales costeables o para la restauración de minas
abandonadas o paralizadas, y permite que las relaciones de trabajo sean por tiempo u obra
determinado o por una modalidad propia de estos trabajos, que es la inversión de capital
determinado. También aquí estamos en presencia de la naturaleza de las cosas, pues esos
trabajos tienen un indudable carácter aleatorio.
III. LOS TRABAJOS DE PLANTA, CONTINUOS Y DE TEMPORADA Y LOS TRABAJOS EVENTUALES
Cuando se expidió la Ley de 1931 no se tenía una experiencia suficiente ni existía una tradición
importante, lo que explica la falta de precisión en sus normas. Sin embargo, los contratos
colectivos, las resoluciones de las Juntas de Conciliación y Arbitraje y la jurisprudencia de la
Suprema Corte de Justicia de la Nación, afinaron lentamente los conceptos, lo que facilitó
grandemente la redacción de la Ley nueva.
1. Las disposiciones de la Ley de 1931 y su interpretación: los arts. 26, frac. III y 28, mencionaron
los trabajos accidentales o temporales que no excedieran de sesenta días, y dispusieron que no
sería necesaria en esos casos la forma escrita. La doctrina y la práctica se orientaron en el sentido
de que esos preceptos se referían a un solo grupo de trabajos, a los que siguiendo una
terminología general, principió a llamarse trabajo eventual, una excepción más al principio de la
duración indeterminada de las relaciones de trabajo, que se opuso al grupo denominado trabajo
de planta. Pronto se observó que existe una tercera especie de actividades, a la que se da el
nombre de trabajo de temporada, con lo cual se completó una trilogía de conceptos.
En una brillante ejecutoria, la Cuarta Sala de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (Sindicato
de trabajadores ferrocarrileros, Toca 2903/36/1a., 3 de septiembre de 1936) fijó el sentido de
los conceptos trabajo de planta y eventual: Para la existencia de un trabajo de planta se requiere,
únicamente, que el servicio desempeñado constituya una necesidad permanente de la empresa,
esto es, que no se trate de un servicio meramente accidental, cuya repetición sólo podrá ser
consecuencia de que concurran circunstancias especiales, o lo que es lo mismo, que el servicio
no forme parte de las actividades normales, constantes y uniformes de la empresa. De lo
expuesto se desprende que la existencia de un empleo de planta no depende de que el
trabajador preste el servicio todos los días, sino de que dicho servicio se preste de manera
uniforme, en períodos de tiempo fijos; así a ejemplo, el servicio que presta una persona dos
veces por semana a una empresa, constituye un trabajo de planta, pero no lo será si sólo por
una circunstancia accidental, descompostura de una máquina, se llama a un mecánico especial,
y concluido ese trabajo, queda desligado el trabajador, sin que se sepa si volverán o no a ser
utilizados sus servicios.
Fueron muchas las resoluciones que se dictaron en el mismo sentido (Consúltese: selección de
ejecutorias, por María Cristina Salmorán de Tamayo, Secretaría del Trabajo y Previsión Social,
México, 1956, t. V).
Partiendo de las ideas de la ejecutoria transcrita y con apoyo en los precedentes de las Juntas
de Conciliación y Arbitraje y en los contratos colectivos, la doctrina precisó los conceptos: a) Los
trabajos de planta son todos aquellos cuyo conjunto constituye la actividad normal y necesaria
de la empresa o establecimiento, aquellos cuya falta haría imposible su funcionamiento, los que
son indispensables para la obtención de los productos o servicios proyectados, por lo tanto,
aquellos sin cuya ejecución no podrían alcanzarse los fines de la negociación; b) La doctrina
marcó una segunda característica: los trabajos de planta son permanentes, lo que quiere decir
que son los trabajos que constituyen la vida de la empresa o del establecimiento y cuya falta
provocaría la paralización o la muerte; c) Los trabajos eventuales son aquellos a los cuales faltan
las características apuntadas; d) Los trabajos de temporada provocaron fuertes polémicas:
algunas actividades, la zafra en los ingenios azucareros, la afluencia de turistas a los balnearios,
y otros aspectos que podrían citarse, se efectúan únicamente en meses determinados de cada
año, circunstancia que llevó a los empresarios a la tesis de que eran trabajos temporales, con lo
que quería decirse eventuales. El movimiento obrero luchó fuertemente contra esa
interpretación, hasta lograr una distinción que se generalizó en todos los contratos colectivos
(puede consultarse como típico el contrato-ley de la industria azucarera, en vigor desde 1970):
en él se dividieron los trabajos en trabajos de planta continuos, trabajos de planta temporales o
de temporada y trabajos eventuales. Argumentaron los trabajadores que los trabajos de
temporada son una necesidad permanente de ciertas empresas, más aún, son frecuentemente,
como en la hipótesis de los ingenios azucareros, la forma normal, única e irreemplazable de
trabajar, sin otra diferencia con los trabajos de planta continuos que ser una actividad cíclica.
2. Las disposiciones de la Ley nueva: la Comisión se encontró frente a una doctrina plenamente
elaborada, de la que debe decirse que es otro producto puro de nuestras realidades: los trabajos
se dividen en trabajos de planta y eventuales; y los primeros, a su vez, en trabajos de planta
continuos, a los que frecuentemente se denomina trabajos de planta permanentes y en trabajos
de planta de temporada.
A) El término trabajo de planta fue recogido en el art. 158 de la Ley, como base para la
determinación de la antigüedad de los trabajadores, sin hacer entre éstos ninguna distinción,
por lo tanto, el precepto rige para los trabajos continuos y para los de temporada. La norma es
una ratificación y una aplicación del principio de la igualdad de tratamiento para todos los
trabajadores; así, a ejemplo la regla de la estabilidad en el trabajo cubre a los trabajadores de
temporada, lo que implica que disfrutan del derecho de presentarse anualmente en la empresa
y que su no aceptación será una separación injustificada; asimismo, la antigüedad de cada
trabajador de temporada se determinará en relación con los restantes trabajadores de
temporada en la misma forma en que se compute la de los trabajadores continuos. Claro está
que el principio de igualdad se aplicará en concordancia con las modalidades impuestas por el
distinto volumen de trabajo: el período de vacaciones o la prima de antigüedad tendrá que
reducirse en proporción al trabajo prestado, pero esta reducción se aplica también a los
trabajadores continuos, pues quien trabaja únicamente dos o tres veces por semana, disfrutará
de un día de descanso con goce de salario después de seis de trabajo.
B) La nueva concepción de la Ley se manifestó en el campo de los trabajadores eventuales y
produjo un cambio importante, primeramente, porque desapareció la distinción entre contratos
escritos y verbales, y en segundo lugar, porque el principio de que las condiciones de trabajo
deben estipularse por escrito, vale para todos los trabajadores, y en tercer término, y éste es el
cambio fundamental, consecuencia de los dos postulados anteriores, los trabajadores
eventuales pasaron a la categoría de las relaciones de trabajo por tiempo u obra determinado,
por lo que únicamente podrán ser considerados eventuales los trabajadores cuando lo exija la
naturaleza de la obra o del trabajo; en consecuencia, en el escrito de condiciones de trabajo
deberá precisarse la causa de la eventualidad del trabajo, y si no se hace el trabajo deberá
considerarse por tiempo indeterminado.
La definición de trabajo eventual se formula generalmente en forma negativa, diciendo que es
el que no satisface los requisitos del trabajo de planta, pero puede agregarse que son los que
cumplen actividades ocasionales, aquéllas que no constituyen una necesidad permanente de la
empresa como la instalación o reparación de alguna maquinaria o la sustitución temporal de
algún trabajador de planta.
Antes de concluir diremos que la Ley dedicó tres artículos a los trabajadores eventuales: 49, frac.
V, 127, frac. VII y 156. De ellos, el primero se ocupa de la acción por separación injustificada del
trabajo; el segundo de su posible derecho a compartir el porcentaje de utilidades de los
trabajadores en la empresa; y el tercero del derecho a ser readmitidos en la empresa a la que
hubieren prestado su trabajo, asuntos que tendremos que analizar en su oportunidad.
Las personas que puedan ser afectadas por la resolución que se dé a un conflicto, están
facultadas para intervenir en él, comprobando su interés en el mismo. La Junta (de Conciliación
y Arbitraje), a solicitud de cualquiera de las partes, podrá llamar al juicio a las personas a que se
refiere el párrafo anterior, siempre que de las actuaciones se desprenda su interés en él.
La suspensión de las relaciones individuales de trabajo es una institución que tiene por objeto
conservar la vida de las relaciones, suspendiendo la producción de sus efectos, sin
responsabilidad para el trabajador y el patrono, cuando adviene alguna circunstancia, distinta
de los riesgos de trabajo, que impide al trabajador la prestación de su trabajo.
La institución es otra de las demostraciones mejores de la naturaleza del derecho del trabajo,
pues las normas que la desenvuelven contemplan el problema desde el ángulo y en beneficio
del trabajador, para establecer que cuando exista alguna circunstancia justificativa que le impide
prestar su trabajo, el patrono no podrá disolver la relación y quedará obligado a respetar todos
los derechos del trabajador y a reinstalarlo en su trabajo al desaparecer la causa que le había
impedido desempeñarlo, o expresado con otra fórmula: es una institución que conserva la vida
de las relaciones de trabajo, no obstante la no prestación del servicio. Estas reflexiones nos
transportan a la declaración de que nos hallamos frente a un derecho de los trabajadores, por
lo tanto, ante una institución que ratifica la idea del derecho del trabajo como el estatuto de y
para la clase trabajadora.
Si consideramos que el estatuto laboral se propone realizar el derecho del hombre a una
existencia decorosa en el presente y en el mañana, podemos concluir que se trata de una
institución necesaria, pues siempre surgirán circunstancias que impidan al hombre la prestación
de su trabajo; cuando presenten un carácter temporal entrará en juego la idea de la suspensión,
a fin de defender la estabilidad y evitar la disolución de las relaciones de trabajo. Sería injusto y
contrario al principio de estabilidad, decretar que una enfermedad transitoria, como ocurría
dentro del régimen del derecho civil, disolvería la relación, pero tampoco era posible ignorar la
falta de la prestación del trabajador e imponer, salvo casos particulares, como los riesgos de
trabajo, la obligación de pagar el salario. Esta doble meditación es la justificación de la
suspensión de los efectos de las relaciones de trabajo.
Según estos apuntamientos, la suspensión se distingue de la disolución por su carácter temporal,
lo que quiere decir que su aplicación está condicionada a la presencia de una circunstancia que
no permita que el trabajador desarrolle su actividad durante algún tiempo, transcurrido el cual
se reanudará la prestación de trabajo; en tanto la disolución indica que no podrá reanudarse la
actividad. El ejemplo más notorio se da entre la enfermedad y la muerte.
Del concepto general que presentamos y de su razón, se desprenden los caracteres de la
institución: a) La suspensión no solamente no produce la disolución de la relación de trabajo,
sino al contrario, su finalidad es mantenerla viva, en estado latente o estático, para decirlo así,
dentro del propósito de que recupere su funcionamiento tan pronto desaparezca la causa que
la produjo y pueda surtir nuevamente todos sus efectos; b) Su función consiste, según el art. 42,
en la suspensión, del lado del trabajador, de la prestación del trabajo, y del patrono, de la
obligación de pagar el salario, esto es, el efecto fundamental es la suspensión de la prestación
del trabajo y como consecuencia de ella, el pago del salario; c) La suspensión tiene un carácter
temporal: el uso de este término parece redundante, pero la Comisión prefirió conservarlo
porque es de empleo constante entre los trabajadores y en las Juntas de Conciliación y Arbitraje,
y porque tuvo temor de que su supresión pudiera dar origen a una interpretación equivocada;
d) El carácter temporal de la suspensión provoca una cuarta consideración: al concluir la causa
que le dio origen, se reanudan los efectos de la relación, por lo tanto, el trabajador volverá a
prestar el trabajo y el patrono pagará el salario.
II. LAS CAUSAS JUSTIFICADAS DE LA SUSPENSIÓN DE LAS RELACIONES DE TRABAJO
El art. 42 de la Ley dice que "son causas de suspensión temporal de las obligaciones de prestar
el trabajo y pagar el salario, sin responsabilidad para el trabajador y el patrono: ... " De esta
disposición y del señalamiento de las causas, extraemos su definición: las causas justificadas de
suspensión de las relaciones individuales de trabajo son las circunstancias que impiden al
trabajador prestar su trabajo y lo liberan de responsabilidad.
De la definición se desprenden los caracteres: a) Las causas justificadas de suspensión pueden
únicamente provenir de la persona del trabajador; b) Esta primera característica conduce a la
segunda, que es la ratificación de la idea ya expuesta de que la institución que analizamos es un
derecho de los trabajadores confirmatorio del propósito de la Ley de reforzar el principio de la
estabilidad; c) La suspensión afecta únicamente al trabajador que da origen a ella, pero no
repercute sobre los demás, ni en su beneficio ni en su perjuicio; d) La no-prestación del trabajo
no produce responsabilidad para el trabajador.
En los estudios que realizamos sobre la Ley de 1931, externamos la tesis de que las causas
justificadas de suspensión se clasifican en dos grupos: en el primero se colocan las que están
señaladas expresamente en la Ley, en tanto el segundo engloba causas indeterminadas,
producto de circunstancias imprevistas, por lo que la Ley deja en libertad a la Junta de
Conciliación y Arbitraje para aceptar o desechar la justificación de la no-concurrencia del
trabajador a la empresa; distinción que implica que la enumeración del art. 42 no es exhaustiva.
La existencia del segundo grupo deriva del art. 47, frac. X, que dispone que es causa de rescisión
de las relaciones de trabajo "tener el trabajador más de tres faltas de asistencia en un período
de treinta días, sin permiso del patrono o sin causa justificada". Las palabras finales son la base
del segundo grupo, pues si la intención del legislador hubiese sido distinta, habría dicho: por las
causas enumeradas en el artículo 42.
B) Las causas expresas de suspensión de las relaciones de trabajo
Las causas expresas de suspensión provienen, unas de la Ley de 1931, y otras de la práctica
constante de las relaciones de trabajo. Son pocos los problemas que ha suscitado su aplicación,
por lo que nos limitaremos a algunos breves apuntamientos.
1. La enfermedad contagiosa del trabajador: es posible que en ocasiones, no obstante el
padecimiento, pueda el trabajador prestar su trabajo, pero el peligro del contagio y aun de una
epidemia, justifican el mandamiento legal.
2. Accidentes y enfermedades: la fracción segunda señala esta causa de suspensión, pero
excluye los padecimientos provocados por un riesgo de trabajo, por estar sujetos a un régimen
especial.
3. El arresto del trabajador: es una situación de hecho que impide la prestación del trabajo. La
Ley de 1931 autorizaba a la Junta de Conciliación y Arbitraje para que declarara disuelta la
relación de trabajo, pero la Comisión redactora, en atención al gran número de reclamaciones
de los trabajadores, después de considerar que una facultad incontrolada no se justifica,
suprimió la autorización.
4. La prisión preventiva seguida de sentencia absolutoria: toda persona debe ser tenida por
inocente en tanto no cause ejecutoria la sentencia en el proceso penal, pero si se declara la
culpabilidad, se producirá la disolución automática de la relación de trabajo.
En las discusiones previas a la elaboración del proyecto final, la Comisión recogió una justa
observación de los trabajadores: es frecuente que un trabajador actúe en defensa de la persona
o de los intereses del patrono y que transcurran algunos meses o años para que la justicia
reconozca esa excluyente. La Comisión reconoció que en esa hipótesis, el patrono debe cubrir
al trabajador los salarios que dejó de percibir, porque se trata de un riesgo de la empresa.
5. Desempeño de servicios y cargos: las fracciones quinta y sexta se ocupan de los servicios que
la Constitución impone a los ciudadanos y de la integración de los organismos de trabajo, como
las Juntas de Conciliación y Arbitraje o las Comisiones del Salario Mínimo, entre otros. La simple
lectura de esas normas prueba su justificación.
6. Falta de los documentos necesarios para la prestación del trabajo: en uno de los días de
estudio, se presentó ante la Comisión la idea de la responsabilidad que se había ya adoptado en
el proyecto, a preguntar la razón por la cual se la tenía en olvido: cuando las leyes exigen
determinados documentos para la prestación de algunos trabajos, certificados de salud,
pasaportes o licencias de manejar, entre otros, la actividad no puede realizarse sin ellos: es
suficientemente sabido que las autoridades no despachan con la celeridad debida los
documentos que se les solicitan, hecho que no es imputable a los trabajadores, sino que
constituye un riesgo de la empresa; y sin embargo, los empresarios, apoyándose en la tesis de
que los trabajadores deben gestionar esos documentos, sostienen su irresponsabilidad, por lo
que, cuando tal cosa ocurre, dejan de pagar los salarios; una solución que responde a los
principios clásicos de la responsabilidad en el derecho civil. Convencida la Comisión del valor de
la argumentación, colocó en el art. 42; frac. VII, una solución nueva:· la suspensión podrá
únicamente decretarse si la falta de los documentos es imputable al trabajador; en el caso
contrario, el empresario pagará los salarios, no obstante la no-prestación del trabajo, hasta que
la autoridad cumpla su deber. Los pilotos aviadores insistieron vivamente en esta solución y aun
cuando no era necesaria una disposición especial, la Comisión aceptó incluirla en el capítulo
sobre el trabajo aeronáutico.
La Comisión se esforzó en poner fin a las disputas doctrinales que se dieron en el pasado en
torno a los efectos de la suspensión de las relaciones de trabajo, al decir en el art. 42 que
consisten en "la suspensión de la obligación de prestar el trabajo y de pagar el salario".
1. La suspensión opera, normalmente, a indicación del trabajador, pero en la hipótesis de la
enfermedad contagiosa puede y debe decretarla el patrono, a fin de evitar daños a los demás
trabajadores y a él mismo; y si tiene conocimiento del hecho y no decreta la suspensión, podrían
los trabajadores negarse a prestar su trabajo por incumplimiento de las normas sobre higiene
en los centros de trabajo. También el trabajador está obligado a dar aviso al patrono del
padecimiento, tal como lo ordena el art. 134, frac. XI; y si no da el aviso y continúa concurriendo
al trabajo, podría el patrono, en lugar de suspender, rescindir la relación de trabajo por
incumplimiento del citado art. 134, frac. XI, en concordancia con el 47, frac. XV.
2. El art. 43 de la Ley nueva, que no existía en la de 1931, señaló el momento a partir del cual
surte efecto la suspensión; sus disposiciones son precisas y sencillas y no reclaman ninguna
explicación. En ellas se resolvió el doble problema de la existencia, en todos los casos, de la
obligación del trabajador de dar aviso a la empresa de la causa de la suspensión y de las
consecuencias de su falta o de su tardanza: en el análisis de la Ley de 1931 afirmamos la
existencia de la obligación y agregamos que si no se da el aviso, podría el patrono rescindir la
relación de trabajo por faltas de asistencia del trabajador, pues, indicamos todavía, no es
admisible que después de una prisión preventiva de seis u ocho meses, pudiera presentarse el
trabajador a exigir se le admitiera en el trabajo. La solución cobró fuerza dentro de la Ley nueva,
pues el art. 134, frac. V dice que "son obligaciones del trabajador dar aviso inmediato al patrono,
salvo caso fortuito o fuerza mayor, de las causas justificadas que le impidan concurrir a su
trabajo".
3. El art. 45 decidió una controversia que duró varios años: superada la causa de la suspensión
¿disponía el trabajador de algunos días para regresar al trabajo? Las dos fracciones de precepto
fijaron los términos según la causa que hubiere motivado la suspensión, los que deben
entenderse en el sentido de que si el trabajador no regresa al trabajo dentro de ellos, el patrono
podrá rescindir la relación.
CAPÍTULO XXII
LA DISOLUCIÓN DE LA RELACIÓN DE TRABAJO
Los principios del nuevo Derecho mexicano del trabajo acerca de la disolución de las relaciones
individuales de trabajo surgieron en la Asamblea Constituyente de Querétaro como una
aplicación de la estabilidad en el trabajo, permanecieron dormidos durante varios años, tuvieron
una explosión brillante en la ejecutoria de la Cuarta Sala de la Suprema Corte de Justicia de la
Nación Gustavo Adolfo de la Selva, Toca 6841/35/1a., de 29 de julio de 1936, fueron
tergiversados por el mismo tribunal en la ejecutoria de Óscar Cué, Amparo directo 4271/40/1a.,
de 29 de febrero de 1941, y fueron ratificados en la reforma constitucional de 1962 y en las
consecuentes modificaciones a la Ley de 1931 del mismo año de 1962.
El principio fundamental es doble, según se le considere del lado del trabajador o del patrono:
en su primer aspecto, el principio, al que ya nos hemos referido, está enunciado en el art. quinto
de la Constitución:
Nadie podrá ser obligado a prestar trabajos personales sin su pleno consentimiento. El contrato
de trabajo sólo obligará a prestar el servicio convenido por el tiempo que fije la Ley, sin poder
exceder de un año en perjuicio del trabajador. La falta de cumplimiento de dicho contrato, por
lo que respecta al trabajador, sólo obligará a la correspondiente responsabilidad civil, sin que en
ningún caso pueda hacerse coacción sobre su persona.
Del precepto transcrito se infiere que el trabajador puede disolver la relación de trabajo en
cualquier tiempo, pues nunca podrá ejercerse coacción sobre su persona, una expresión
magnifica de las ideas de libertad y dignidad humanas. La norma proviene de la Carta Magna de
1857, y sin ella, el derecho del trabajo no sería posible.
En su segundo aspecto, el Derecho mexicano del trabajo representa uno de los postulados más
bellos para el servicio del hombre y para la seguridad de su futuro: la disolución de las relaciones
individuales de trabajo puede únicamente decretarse por el patrono si existe una causa
justificada; en ausencia de ella, el patrono que hubiere disuelto la relación, "estará obligado, a
elección del trabajador, a cumplir la relación o a indemnizarlo con el importe de tres meses de
salario".
El art. 46 previene que "el trabajador o el patrono podrá rescindir en cualquier tiempo la relación
de trabajo, por causa justificada, sin incurrir en responsabilidad". De ahí brota el principio de
que cualquiera de los sujetos de la relación puede decidir la rescisión, ya que uno u otro pueden
incumplir sus obligaciones. La Ley consideró en preceptos separados las causas, ya en el
trabajador, bien en el patrono; y no es necesario insistir en que las causas, o son de naturaleza
distinta o están expresadas en forma diferente.
Las causas de rescisión están sujetas a un régimen doble: las señaladas expresamente en la Ley
y las análogas que estime la Junta de Conciliación y Arbitraje de la misma gravedad. Las primeras
se sub-dividen en causas generales, aplicables a todos los trabajadores y patronos y en causas
específicas para cada uno de los trabajos especiales reglamentados en la Ley, de las que nos
ocuparemos en estudios posteriores.
El sistema legal quiso ser armónico con los principios fundamentales del derecho del trabajo y,
a la vez, satisfacer las exigencias de la institución: es, ante todo, un sistema rígido; por cuanto,
en oposición con la norma civilista de la autonomía de la voluntad, no admite sino las causas
expresamente previstas y las reconocidas por las Juntas de Conciliación y Arbitraje en las
condiciones apuntadas, lo que da por resultado que el señalamiento que hicieran el trabajador
y el patrono de causas nuevas no producirá ningún efecto. Pero al mismo tiempo posee una
cierta flexibilidad, que se manifiesta de dos maneras: primeramente, porque los hechos
constitutivos de las causas expresas exigen frecuentemente que las Juntas de Conciliación y
Arbitraje determinen si de verdad son constitutivos de la causa alegada, esto es, si, a ejemplo,
integran una auténtica falta de probidad; y en segundo lugar, por la facultad de las Juntas de
reconocer causas análogas.
En la enumeración de las causas expresas de rescisión, la Ley nueva siguió las normas de la
legislación anterior, pero introdujo dos variantes, una en el problema de las injurias. y malos
tratamientos del trabajador al patrono y otra en el capítulo del uso de algún narcótico o droga
enervante, y suprimió la fracción quince, que se refería a la facultad concedida a la Junta para
declarar rescindida la relación de trabajo en los casos de arresto, por las razones expuestas al
hablar de la suspensión.
Como todas las normas jurídicas, las disposiciones sobre la rescisión tienen que ser
interpretadas, pero será una interpretación restrictiva y siempre en beneficio del trabajador,
por las razones siguientes: la rescisión es una medida de excepción, pues su efecto consiste en
disolver las relaciones de trabajo, lo que si bien no se encuentra en oposición radical con el
principio de estabilidad, porque no sería posible dejar al arbitrio del trabajador el cumplimiento
de sus obligaciones, sí lo suprime en los casos concretos a los que se aplica. Dentro de este
mismo orden de ideas, el carácter excepcional de la institución surge de la existencia de causas
expresas de rescisión y de causas análogas igualmente graves, pues unas y otras constituyen la
prueba de la intención de la Ley de no permitir la rescisión sino en casos inevitables, para no
repetir excepcionales, punto de vista que ya expresamos en un párrafo anterior. Finalmente, si
en el proceso interpretativo aparece alguna duda, deberá aplicarse el pasaje final del art. 18:
"en caso de duda, prevalecerá la interpretación más favorable al trabajador". En los renglones
subsecuentes consideraremos algunas de las cuestiones más discutidas en la doctrina y en la
jurisprudencia.
1. Faltas de probidad: la causa de rescisión está consignada en la fracción segunda: "incurrir el
trabajador, durante sus labores, en faltas de probidad u honradez". De esta norma se
desprenden dos elementos: en primer término, la existencia de la falta, y en segundo lugar, que
la misma ocurra durante las labores, esto es, durante las horas de trabajo. La misma dualidad se
presenta en la fracción tercera, cuando la falta se comete contra algún trabajador. Por último,
la fracción cuarta se refiere a la falta cometida fuera de las horas de trabajo, pero agrega un
elemento nuevo: "que haga imposible el cumplimiento de la relación de trabajo", por lo tanto,
que revista una especial gravedad.
No es fácil definir el concepto faltas de probidad: el Diccionario de la Academia se refiere a
"bondad, rectitud de ánimo, hombría de bien, integridad y honradez en el obrar", y a propósito
del hombre íntegro menciona al recto, probo, intachable. La Corte Suprema de Justicia ha
dictado diversas ejecutorias que no solamente no ofrecen un criterio más o menos firme, sino
que en ellas se descubren frecuentes incongruencias; así, a ejemplo: en la ejecutoria de 22 de
octubre de 1954, Amparo directo 3571/48/1a., Cástulo Castillo, se dice que "se cometen faltas
de probidad cuando se sigue una conducta torpe, apartada de la realidad y del cumplimiento
del deber"; pero la conducta torpe no constituye en sí misma una falta de probidad, pues sólo
lo será si es intencionada; es más correcta la fórmula usada en la ejecutoria de 22 de octubre de
1944, Amparo directo 3721/44/1a., Fabrica de jabones La espuma, en la que se lee que la falta
de probidad se caracteriza "por un manejo en el desempeño de las labores, mediante actos
carentes de honradez". En un aspecto negativo, la Corte ha sostenido invariablemente, en la
ejecutoria de la Fabrica La espuma y en la de 14 de mayo de 1943, Amparo directo 9856/42/2a.,
Manuel de la Rosa Vera, entre otras, que "no es necesario que los hechos imputados al
trabajador constituyan delitos previstos y sancionados en la Ley penal", tesis que nos parece
inobjetable.
Nos encontramos ante un problema de naturaleza ética, porque la idea de probidad plantea la
rectitud de ánimo y la honradez en el obrar. De ahí que la única solución armónica con la
naturaleza del derecho del trabajo y con la estructura y funcionamiento de las Juntas de
Conciliación y Arbitraje, sea partir del Diccionario de la Academia y considerar los hechos
imputados al trabajador y las circunstancias concurrentes en cada caso concreto dentro de la
idea de que el estatuto laboral no mira hacia los intereses materiales del capital, sino hacia los
humanos, hacia los del hombre cuya energía de trabajo es explotada y aprovechada por aquél.
En estas condiciones son de aplicación estricta, en primer término, el art. 775 de la Ley nueva,
que dice que las Juntas deben apreciar los hechos "según sus miembros lo crean debido en
conciencia", y en segundo término, siempre con rango supremo, el ya citado art. 18, que obliga
a decidir las dudas en beneficio del trabajador. Pensamos, a fin de completar la idea de la función
de las autoridades jurisdiccionales, que la Corte no puede suplantar el criterio de las Juntas, no
obstante lo cual puede y debe cuidar de que no se tergiversen los hechos ni se inventen
circunstancias o se falseen los datos del expediente; en este aspecto del problema, creemos que
la Corte ha incurrido en exageraciones frecuentes y que ha olvidado los fines del derecho del
trabajo; sus resoluciones en el supuesto deber ele no-concurrencia. lo ponen de relieve, pero de
él nos ocuparemos al analizar las obligaciones del trabajador.
2. Injurias: las mismas fracciones reconocen las injurias como una causa de rescisión. La
Comisión encontró que su definición es tanto o más difícil que la del concepto faltas de probidad
entre otras razones, porque la injuria no se tipifica con sólo las palabras pronunciadas, sino que
requiere la intención de denostar. De ahí que decidiera dejar el problema en las manos de las
Juntas de Conciliación y Arbitraje; serán ellas, apreciando los hechos en conciencia y
considerando las circunstancias de cada caso, las que establecerán si las palabras pronunciadas
llevan la intención de injuriar.
3. Actos de violencia} amagos y malos tratamientos: las fracciones del art. 47 que venimos
comentando se ocupan también de estos actos. Las disposiciones proceden de la Ley de 1931,
pero la Comisión introdujo una variante: la fracción segunda considera que los actos
mencionados son causa justificada de rescisión, "salvo que medie provocación o que obre el
trabajador en defensa propia", una salvedad que se aceptó, primeramente, porque es frecuente
que los capataces o jefes de grupo traten despectivamente o injurien o intenten golpear a los
trabajadores, y en segundo lugar y principalmente, porque si el patrono o su personal directivo
provocan al trabajador o si éste obra en legítima defensa, no se le puede imputar ningún acto
culposo, sino a la inversa, el responsable de los sucesos será el provocador. En respuesta a una
pregunta dijimos que la salvedad consignada en la fracción segunda rige también las fracciones
tercera y cuarta, porque éstas, al referirse a los actos señalados en la fracción segunda, los
considera tal como ésta los contempla, esto es, cuando hay culpa del trabajador y porque sería
opuesto a la idea de la justicia juzgar actos idénticos en forma distinta.
La aplicación de estas fracciones sigue los principios expuestos en el inciso uno: los actos
imputados a los trabajadores no necesitan ser constitutivos de un delito y deberán ser
apreciados por las Juntas de Conciliación y Arbitraje en concordancia con las circunstancias
concurrentes.
4. Actos intencionales e imprudencia grave: las fracciones quinta, sexta y séptima marcan como
causas de rescisión ocasionar intencionalmente perjuicios materiales o con negligencia tal que
ella sea "la causa única del perjuicio" y que éste sea grave, así como comprometer el trabajador
"por su imprudencia o descuido inexcusable, la seguridad del establecimiento o de las personas
que se encuentren en él". La Comisión pensó en la conveniencia de sustituir el término perjuicio,
por el de daño, pero desistió ante la resistencia de los sectores interesados a los cambios
meramente terminológicos.
La justificación de estas normas, que vienen de la Ley ele 1931, no reclama largos comentarios,
pues la intención de causar perjuicios es prueba de bajeza de alma, y la imprudencia grave,
especialmente si pone en peligro la seguridad del establecimiento o la vida de las personas, debe
suprimirse en beneficio, más que del empresario, de la comunidad obrera. Por otra parte, la
causa de rescisión que analizamos encuentra un apoyo legal en el art. 135, frac. 1 de la Ley
nueva, que prohíbe a los trabajadores "ejecutar cualquier acto que pueda poner en peligro la
seguridad de las personas o de los establecimientos en los que se preste el trabajo".
5. Actos inmorales: la fracción octava habla de "los cometidos por el trabajador en el
establecimiento o lugar de trabajo", norma que se complementa con la obligación impuesta por
el art. 134, frac. VII, de "observar buenas costumbres durante el trabajo". Una enumeración de
los actos inmorales era imposible y en todo caso habría afeado a la Ley, por lo que una vez más
pasó el problema a la jurisprudencia de las Juntas de Conciliación y Arbitraje.
6. Revelación de secretos: el art. 134, frac. XIII, obliga a los trabajadores a "guardar
escrupulosamente los secretos técnicos comerciales y de fabricación de los productos de que
tengan conocimiento por razón del trabajo que desempeñen y de los asuntos administrativos
reservados, cuya divulgación pueda causar perjuicios a la empresa".
En concordancia con ese precepto, la frac. novena declara causa de rescisión el "revelar el
trabajador los secretos de fabricación o dar a conocer asuntos de carácter reservado, con
perjuicio de la empresa".
De estas disposiciones fluyen los elementos de la causal de rescisión: la revelación de los datos
y el perjuicio. El art. 134 expresa con claridad el significado del segundo de los elementos, al
decir, que la revelación pueda causar perjuicios, esto es, la norma prevé la posibilidad del
perjuicio y no precisamente que ya se haya realizado.
La fracción que comentamos está emparentada con la idea de faltas de probidad, por lo que la
justificación que se expuso para éstas, vale también para cualquier acto ilícito de revelación de
datos.
7. Faltas de asistencia al trabajo: la fracción original del Art. 122 de la Ley de 1931 decía que era
causa de rescisión "tener el trabajador más de tres faltas de asistencia en un mes, sin permiso
del patrono o sin causa justificada". Durante varios años se discutió ardientemente en torno a
lo que debía entenderse por un mes, una disputa que muestra que la interpretación gramatical
es poco menos que inútil: algún trabajador faltó seis días consecutivos, los tres últimos de un
mes y los tres primeros del siguiente. La Sala del Trabajo sentó jurisprudencia firme en el sentido
de que "debe entenderse por un mes un plazo cualquiera de treinta días, contado a partir de la
primera falta" (Apéndice al Semanario Judicial de la Federación, 1965, quinta parte, pág. 88). Las
reformas de 1962 recogieron esa tesis, a cuyo fin sustituyeron el término de un mes por la
fórmula, que pasó a la frac. 1 del art. 47 de la Ley nueva: faltas de asistencia en un período de
treinta días.
Al igual que en el problema de la suspensión, la fracción novena incluyó como excluyente, la
existencia de una causa justificada para faltar al trabajo. Como el fenómeno es el mismo, las
explicaciones que propusimos para la suspensión de las relaciones son válidas para la hipótesis
de la rescisión, por lo tanto, las Juntas de Conciliación y Arbitraje deben apreciar las razones
expuestas por el trabajador para decidir lo que juzguen conveniente.
La Suprema Corte de Justicia ha establecido jurisprudencia firme (Apéndice al Semanario Judicial
de la Federación, 1965, quinta parte, pág. 85) que es importante conocer:
Para que las faltas al trabajo en que incurra un trabajador no den lugar al despido, debe dar
aviso al patrono de la causa de las mismas y acreditar, cuando vuelva al trabajo, que
efectivamente se vio imposibilitado para laborar, pues de no hacerlo, la rescisión que del
contrato de trabajo haga el patrono será justificada. Así pues, carecer de eficacia la
comprobación posterior de tales faltas ante la junta de Conciliación y Arbitraje.
El patrono que despida a un obrero sin causa justificada o por haber ingresado a una asociación
o sindicato o por haber tomado parte en una huelga lícita, estará obligado, a elección del
trabajador, a cumplir el contrato de trabajo o a indemnizarlo con el importe de tres meses de
salario. . . Igualmente tendrá la obligación de indemnizar al trabajador con el importe de tres
meses de salario, cuando se retire del servicio por falta de probidad del patrono o por recibir de
él malos tratamientos.
De la norma constitucional fluye la tesis de que el despido y la separación del trabajo son actos
previos al ejercicio de los derechos.
La solución está expresada claramente. por lo que toca al despido, en el art. 48 de la Ley nueva:
El trabajador podrá solicitar ante la Junta de Conciliación y Arbitraje, a su elección, que se le
reinstale en el trabajo que desempeñaba, o que se le indemnice con el importe de tres meses
de salario, si en el juicio correspondiente no comprueba el patrono la causa de la rescisión ...
No era posible desconocer el derecho de los trabajadores a que se les reinstalara en su trabajo,
no obstante lo cual, los empresarios se negaron sistemáticamente a cumplir los laudos de las
Juntas. Fueron dos sus argumentos principales: la fracción veintiuno y los arts. 601 y 602 de la
Ley (de 1931), autorizan al patrono a no someterse al arbitraje de la Junta o a no aceptar el laudo
que dicte, negativas cuyas consecuencias únicas son la terminación de las relaciones de trabajo
y el pago de los daños y perjuicios que se causen. El segundo argumento se hizo consistir en que
la reinstalación de un trabajador en su trabajo era una obligación de hacer, pero como no se
puede ejercer coacción sobre las personas para que realicen un hacer, la solución única era
sustituir la obligación directa con el pago de los daños y perjuicios causados.
Las Juntas de Conciliación y Arbitraje y la Suprema Corte de Justicia aceptaron la argumentación
de los patronos, pero al crearse la Cuarta sala del tribunal, sus integrantes conmovieron a la
Nación con una de las más ,brillantes y mejor fundadas ejecutorias, la ya citada de Gustavo
Adolfo de la Selva, digna compañera de las famosas sentencias del inolvidable Ignacio Vallarta.
Los argumentos de la Cuarta Sala se convirtieron en el estandarte de la doctrina para la defensa
de la imperatividad de los derechos del trabajo: la frac. XXII del Artículo 123 concede a los
trabajadores dos derechos, la reinstalación o el pago de una indemnización. La frac. XXI de la
misma norma constitucional no puede tener aplicación cuando el trabajador intenta la acción
de cumplimiento de las obligaciones derivadas de la relación de trabajo, en primer lugar, porque
el estado tiene la obligación de resolver los conflictos jurídicos que surjan entre los particulares,
por lo que es inadmisible la negativa de una de las partes a someterse al arbitraje del órgano
competente del estado o a aceptar el laudo que dicte; y en segundo lugar, porque su aplicación
haría inoperante a la fracción veintidós, disposición que concede a los trabajadores dos
derechos, entre los que libremente puede elegir, pero si el patrono pudiera negarse a cumplir la
sentencia de reinstalación, la elección, en realidad, pertenecería al empresario, pues la
efectividad de los derechos dependería de su arbitrio. Por otra parte, si se aplicara la fracción
veintiuno, se desnaturalizaría el sentido de la veintidós; esta fracción diría: el trabajador tiene
dos derechos, el de pago de. una indemnización de tres meses de salario y otro que consistiría,
a elección del patrono, en la reinstalación en el trabajo o en el pago de aquella indemnización a
la que se agregaría una cantidad adicional por concepto de daños y perjuicios, una solución
contradictoria con la finalidad de la fracción veintidós. Finalmente, los principios del derecho
mexicano se derrumbarían: la estabilidad en el trabajo dependería de la voluntad del patrono y
los derechos adquiridos por el trabajador en la empresa perderían su base de sustentación.
La también citada ejecutoria de Óscar Cué modificó la jurisprudencia y regresó a la tesis de la no
imperatividad -no obligatoriedad de la reinstalación, dijeron los defensores de la tesis- del laudo
que decreta la reinstalación. En el Derecho mexicano del trabajo hicimos una exposición
minuciosa de la polémica, en la inteligencia de que siempre defendimos con pasión la
obligatoriedad de la reinstalación. Haremos solamente un apunte sobre el argumento de que la
reinstalación es una obligación de hacer, una tergiversación del fenómeno, pues la reinstalación
en el trabajo, lo dijimos en el párrafo anterior, no es una operación física, un tomar al trabajador
en los brazos y colocarlo en su lugar de trabajo, sino un acto jurídico, la restauración del
trabajador en sus derechos, de los que no puede ser despojado: el trabajador cumple su
obligación al poner su energía de trabajo a disposición del patrono, pero si éste no la utiliza o
impide su prestación, no puede alegar estos hechos para dejar de pagar el salario.
Veintiún años duró la batalla de la reinstalación, la antigua mayoría de edad de los jóvenes. Una
y otra vez se estrellaron los alegatos de los defensores del principio de la estabilidad en el
trabajo, hasta que la Comisión que preparaba un primer proyecto de nueva Ley del trabajo por
encargo del presidente López Mateas, comprendió la necesidad de romper el baluarte de la
fracción veintiuna, a cuyo fin sugirió su reforma. El 26 de diciembre de 1961, el mismo Presidente
de la República envió a la Cámara de Senadores la consecuente iniciativa, con una hermosa
justificación de la estabilidad.
La estabilidad de los trabajadores en sus empleos es una de las medidas esenciales para la
efectividad del derecho del trabajo y va unida a la idea de la seguridad social, uno de los
principios _contemporáneos orientadores de las relaciones entre los hombres y los pueblos.
Resulta paradójico que los trabajadores disfruten de seguridad al través del seguro social,
cuando ya no son aptos para el trabajo y que, en cambio, mientras entregan su energía física y
sus aptitudes al servicio de otro, estén expuestos a ser despedidos arbitrariamente. La
injustificadamente, no compensa todos los daños que sufre.
La fracción veintiuno se adicionó con la frase siguiente: "Esta disposición no será aplicable en los
casos de las acciones consignadas en la fracción siguiente."
3. Las excepciones a la imperatividad de la reinstalación: las reformas de 1962 añadieron
también una frase a la frac. XXII del Artículo 123, colocada inmediatamente después del párrafo
que habla de los derechos de reinstalación o pago de una indemnización: "La Ley determinará
los casos en que el patrono podrá ser eximido de la obligación de cumplir el contrato, mediante
el pago de una indemnización".
En un capítulo previo (La estabilidad en d trabajo, apartado: Idea, razón y caracteres de la
estabilidad) describimos las dos maneras de ser de la estabilidad, absoluta y relativa, y dijimos
que no obstante la existencia de algunas excepciones, la estabilidad nuestra es absoluta, porque
esas excepciones derivan de la naturaleza de las cosas o tienden a evitar la negación de ciertos
derechos humanos que exigen el mismo respeto que los derechos sociales. Antes de analizar las
excepciones deseamos precisar que la enumeración contenida en el art. 49 de la Ley es
limitativa, lo que quiere( decir que no podrá hacerse ninguna extensión analógica; y por otra
parte, hay que señalar que la interpretación de las excepciones debe ser restrictiva, de tal suerte
que únicamente aquellas hipótesis que encajen fácil y plenamente en la excepción, podrán ser
admitidas.
A) Trabajadores con una antigüedad menor de un año: la fracción primera menciona esta
excepción (la versión de 1962 en el artículo correlativo de la Ley de 1931 fijó dos años). La
Comisión estudió las observaciones de los trabajadores, pero estimó que la estabilidad impone
a la empresa una obligación permanente y definitiva, por lo que no era aconsejable decretarla
al minuto siguiente a la iniciación del trabajo. Suprimido el llamado término o contrato a prueba
pareció conveniente dar una oportunidad al empresario para que se diera cuenta si el trabajador
podía marchar al ritmo de su fábrica y al superamiento, siempre deseable, de las técnicas
industriales.
B) Trabajadores de contacto directo e inmediato con el patrono: algunos trabajadores, por los
caracteres de sus funciones, están en contacto directo e inmediato con el patrono, la enfermera
que ayuda al médico en su consultorio, situación que es constante en los pequeños talleres. No
era posible obligar a los patronos a convivir con ellos, porque, como alguien nos dijo con cierta
gracia, el derecho civil admite el divorcio. La Comisión actuó no obstante con prudencia y no
entregó la solución del caso a los patronos, sino que en la fracción segunda dijo que corresponde
a la Junta estimar, "tomando en consideración las circunstancias del caso, si es o no posible el
desarrollo normal de la relación de trabajo".
C) Trabajadores de confianza: la fracción tercera los menciona expresamente. Su fundamento
está en la naturaleza de las funciones, pues no se puede imponer a una persona que continúe
depositando su confianza en un trabajador cuando la ha perdido. En este problema se dan dos
situaciones: según el art. 185, el patrono "puede rescindir la relación de trabajo si existe un
motivo razonable de pérdida de la confianza", en cuyo caso, no incurre en responsabilidad, pero
la hipótesis que contempla el art. 50 es diferente, pues aun cuando no exista motivo razonable
de rescisión, el patrono puede, mediante el pago de una indemnización, negarse a reinstalar al
trabajador.
D) Trabajadores domésticos: la naturaleza de la relación de trabajo, tal como se expresó en el
inciso "B", justifica la excepción de la fracción cuarta.
E) Trabajadores eventuales: es la quinta y última de las excepciones del art. 49. Su aplicación
será limitada, porque en un número importante de casos, el empresario, en lugar de exponerse
a las resultas de un juicio, liquidará al trabajador los días que le falten para concluir su trabajo,
pero puede ser importante cuando se trate de suplencias por un período largo. Su Justificación
es un efecto de la ausencia de la categoría del trabajador de planta.
F) Indemnizaciones por incumplimiento del laudo que ordenó la reinstalación: en los casos de
las excepciones que hemos comentado, el trabajador fue despedido de su trabajo sin causa
justificada, pero la Junta de Conciliación y Arbitraje dictó laudo declarando que debía ser
restaurado en sus derechos; ello no obstante, el patrono, fundado en alguna de las excepciones,
se negó a cumplir el laudo, y tal como lo hicieron los empresarios en el pasado, se acogió al
beneficio de la substitución del cumplimiento directo por el pago de una indemnización.
Para esta hipótesis, la frac. XXI del Artículo 123 habla de una indemnización de tres meses de
salario, "además de la responsabilidad que le resulte del conflicto".
El art. 602 de la Ley vieja determinó esa responsabilidad, según que la relación de trabajo fuese
por tiempo determinado o indeterminado. La Ley nueva recogió los montos de las
indemnizaciones en el art. 50, cuya claridad evita los comentarios. En . consecuencia, el
trabajador tiene derecho a percibir una indemnización compuesta de dos partidas: tres meses
de salario fijo y una cantidad variable, según la forma de duración de la relación y su antigüedad
en el trabajo. Si se pregunta la razón de esta doble indemnización responderemos que así lo
ordena la fracción veintiuno, pero a fin de justificar esta disposición agregaremos que la segunda
parte de ella es la compensación por el incumplimiento directo de un laudo.
En varios párrafos hemos explicado la razón de este segundo derecho, cuya finalidad esencial
consiste en salvaguardar la dignidad del trabajador al que repugne regresar a una empresa en
la que fue injuriado o vejado.
La Comisión suprimió la frase final del art. 125-B de la Ley de 1931, que decía que la
indemnización se concedía al trabajador "sin perjuicio de cualquiera otra prestación que le
corresponda", primero, porque el capítulo que analizamos se ocupa únicamente de las
cuestiones relacionadas con los derechos de los trabajadores en ocasión de los despidos y
separaciones del trabajo por causa justificada, y además, porque esa declaración era inútil, ya
que los derechos no se extinguen sino en los casos especificados en las leyes.
La fracción veintidós faculta al trabajador para separarse de la empresa por motivo imputable
al patrono y le otorga una indemnización de tres meses de salario.
La Comisión recibió otra vez la visita de algunos de los principios fundamentales de la Ley nueva,
encabezados por el derecho de antigüedad de los trabajadores, quien nos dijo: en los casos de
despido, el trabajador puede optar por su reinstalación o por el pago de una indemnización,
pero ·en la separación por motivo imputable al patrono carece de esa opción; la norma,
constitucional y la Ley vieja concedieron una indemnización por el hecho puro de la separación,
pero la Ley de 1931 no declaró el derecho de antigüedad, por lo que no pudo tenerlo a la vista
para determinar la indemnización justa que debería recibir el trabajador. Pero puesto que la Ley
nueva ya reconoció el derecho, es preciso meditar las consecuencias de una pérdida que es
resultado de las injurias o los malos tratamientos del patrono hacia el trabajador; la situación es
paralela al incumplimiento directo de los laudos que decretan la reinstalación de los
trabajadores, porque en las dos hipótesis, la causa determinante de la pérdida del derecho de
antigüedad y de sus beneficios, es un acto arbitrario del empresario.
Los miembros de la Comisión aplaudieron la exposición y recordaron que la Declaración de
derechos sociales es únicamente los mínimos que el pueblo aseguró a los trabajadores, los que
pueden y deben superarse cuando lo imponga así alguna circunstancia nueva o una
manifestación también nueva de la idea de la justicia social. De ahí el art. 52 de la Ley, que
recurrió a la indemnización consignada en el art. 50, precepto que ya no es conocido.
Se conoce con el nombre de salarios vencidos o caídos, los que debió recibir el trabajador si se
hubiese desarrollado normalmente la relación de trabajo, desde la fecha en que fue despedido
o desde la en que se separó del trabajo por causa imputable al patrono, hasta que se
complemente el laudo que ordenó la reinstalación o el pago de las indemnizaciones.
Como en otros muchos problemas, también aquí nos sale al paso otra polémica del pasado; el
debate sobre las hipótesis en las que procedía condenar al patrono al pago de los salarios caídos
(empleamos este término por ser el de uso corriente en las Juntas de Conciliación y Arbitraje),
se desenvolvió en varias etapas, que condujeron a reformas sucesivas de la Ley de 1931, las que
se resumieron en la de 1956, la cual, a su vez, sirvió de fuente de inspiración a la Ley nueva. La
Comisión la plasmó en los arts. 48, 50, frac. III y 52, en los que se encuentra el principio de que
siempre que la Junta declara la injustificación del despido o la razón que tuvo el trabajador para
separarse del trabajo y condena a la reinstalación o al pago de una indemnización, tiene el
patrono el deber de pagar los salarios caídos en los términos propuestos en el párrafo anterior,
obligación que se extiende a los posteriores a la fecha en que se presenta la negativa a cumplir
con el laudo de reinstalación.
IX. Los PROBLEMAS DE LA PRUEBA EN LOS CASOS DE DESPIDO Y SEPARACIÓN POR MOTIVO
IMPUTABLE AL PATRONO
La prueba de los hechos que fundan un derecho es otra de las cuestiones satánicas del derecho
procesal civil, que se hizo sentir en los conflictos suscitados por la disolución de las relaciones
de trabajo con el principio el que afirma está obligado a probar, por lo tanto, el demandante
debe probar los hechos constitutivos de su acción y el demandado los de sus excepciones. Fue
en aplicación de él, que la primera jurisprudencia de la Suprema Corte de Justicia decía que el
trabajador debía probar la existencia del contrato de trabajo, el acto del despido o los hechos
imputados al patrono, en virtud de los cuales se separaba del trabajo; en su turno, el empresario
tenía que probar los hechos constitutivos de las causas que le llevaron a decidir la disolución de
la relación de trabajo o los que destruían los que se le imputaban.
Durante varios años, los trabajadores se estrellaron frente al derecho civil, pero al iniciar sus
sesiones la Cuarta Sala de la Suprema Corte de Justicia, se apartó de los principios tradicionales,
se sumergió en el sentido humano del derecho del trabajo, y el 24 de agosto de 1935 dictó la
ejecutoria de Eusebio Pérez Cortinas, Toca 2914/35/2a., hermana gemela de la célebre
ejecutoria Gustavo Adolfo de la Selva, y a la que sucedieron otras muchas hasta formar
jurisprudencia firme. La Comisión redactora de la Ley nueva tuvo a la vista esa jurisprudencia y
creyó conveniente reformarla con su nueva idea de la carga de la prueba.
1. La prueba y el despido: la Cuarta Sala se dio cuenta de que la prueba del despido era un
imposible en la inmensa mayoría de los casos, porque, según expresó en la ejecutoria de Eusebio
Pérez Cortinas:
El obrero, muy frecuentemente, se encuentra incapacitado para probar su separación, pues sólo
en casos excepcionales, en los que el patrono obra en forma irreflexiva y violenta, el despido se
efectúa delante de algunas personas que pueden testificar, en forma cierta, la separación. Esta
nueva tesis es justa para la clase patronal, pues ésta se encuentra ampliamente capacitada, en
el caso de que un obrero no asista a su trabajo, para dar inmediato aviso a las autoridades de la
falta del trabajador, y si su ausencia se prolonga por más de tres días, promover la rescisión del
contrato de trabajo.
En los conflictos originados por el despido de un trabajador, toca a éste probar la existencia del
contrato de trabajo y el hecho de no estar ya laborando, cuando esas circunstancias sean
negadas por el patrono, mientras que a éste último corresponde demostrar el abandono, o bien
los hechos que invoque como causa justificada de rescisión del contrato de trabajo.
En el fondo de la jurisprudencia, desprendida de los principios del proceso civil, se halla lo que
la doctrina denomina la inversión de la carga de la prueba. Pero los patronos no cedieron tan
fácilmente el campo, sino que, en muchas ocasiones, al contestar la demanda, negaron el
despido y manifestaron que el trabajo estaba a disposición del trabajador. Así se resolvía el
problema si el trabajador había intentado su reinstalación, pues la respuesta satisfacía su deseo,
pero si optó por el pago de una indemnización, se frustraba su intención. La Cuarta Sala resolvió
que si el trabajador insistía en no regresar al trabajo, se operaba una nueva inversión de la carga
de la prueba (Apéndice al Semanario Judicial de la Federación, 1965, quinta parte, página 64): ·
Entendemos por condiciones de trabajo las normas que fijan los requisitos para la defensa de la
salud y la vida de los trabajadores en los establecimientos y lugares de trabajo y las que
determinan las prestaciones que deben percibir los hombres por su trabajo.
Las normas sobre las condiciones de trabajo, uno de los elementos de lo que denominamos el
núcleo del estatuto laboral, son la parte esencial del derecho del trabajo, su base y su fin, el
espíritu que da vida y sentido a nuestro ordenamiento jurídico, porque son las normas que según
su definición, aseguran de manera inmediata y directa la salud y la vida del trabajador y le
proporcionan un ingreso decoroso. Si se indaga acerca de sus fuentes y de sus fines, se observará
que brotan de las exigencias de la vida y que su misión consiste en elevar la condición del hombre
sobre la simple existencia animal y colocarlo en el plano donde puede moverse el espíritu y
aspirar a la cultura.
1. Clasificación de las condiciones de trabajo: el ordenamiento de ellas se hace en consideración
a las funciones y finalidades de las normas que las contienen.
Una primera categoría -que es de la que nos ocuparemos en esta parte del libro- es de naturaleza
individual, pues se forma con las normas sobre las condiciones que deben aplicarse a cada
trabajador, muchas de las cuales se dirigen a la preservación de la salud y la vida, como las reglas
de la jornada máxima, pero tienen como finalidad suprema el aseguramiento de un ingreso que
permita un nivel económico decoroso. La segunda categoría es de naturaleza colectiva, y tiene
como objetivo la adopción de medidas preventivas de la salud y la vida de los hombres. Y la
tercera, que es también de naturaleza colectiva, comprende las prestaciones llamadas sociales,
que se disfrutan en forma conjunta, como un centro de recreo o asistencial o una biblioteca.
2. La idea de condiciones mínimas de trabajo: en diversas ocasiones nos hemos referido al
derecho del trabajo como los derechos mínimos de la clase trabajadora y de sus miembros. Pues
bien, la idea tiene aplicación especial en este capítulo de las condiciones de trabajo. En un
capítulo anterior (Los caracteres del derecho del trabajo, apartado: el derecho del trabajo es
derechos mínimos) explicamos cómo el art. 56 de la Ley nueva precisó definitivamente la
doctrina.
3. Las condiciones de trabajo, catálogo siempre inconcluso: todos los libros generosos afirman
que el derecho del trabajo es un estatuto inconcluso, en una complementación y transformación
permanentes. La afirmación es correcta, y hay que referirla, como ya lo hicimos en el párrafo
anterior, a este capítulo de condiciones de trabajo, porque pertenece a su esencia seguir el curso
de las exigencias y de los anhelos humanos y de los cambios sociales, y completarse o
transformarse a fin de ser siempre la expresión de la justicia. Así concebidas, las condiciones de
trabajo, en todo momento y en todas partes, lo mismo en la Declaración de derechos sociales
que en las leyes o en los contratos colectivos, se convierten, en armonía con la naturaleza del
derecho del trabajo, en un principio dinámico, una invitación al movimiento obrero para que
exija en la celebración y en la revisión de los contratos colectivos, la adecuación de las normas
a la vida y la sustitución de las periclitadas por principios e instituciones nuevos; y son también
una invitación al legislador para que cuando la Ley ya no corresponda a las necesidades y anhelos
humanos y sociales, la modifique o substituya, en una cadena de la que las normas actuales sean
sólo un eslabón y cuyo fin no llegará sino hasta el día en que cese la explotación del hombre por
el hombre.
4. La idea de condiciones de trabajo justas: un catálogo inconcluso de condiciones de trabajo
mínimas, es la caracterización mejor que hemos encontrado para este capítulo del estatuto
laboral; ella nos lleva a la idea de condiciones de trabajo justas, porque la justicia es la meta más
alta de las normas jurídicas, una tesis que constituye el legado de la Declaración de derechos
sociales al mañana, lo eterno del derecho del trabajo, porque su ideal es que nunca más,
cualquiera que sea el sistema que prevalezca, se impongan jornadas de diez o más horas o se
regrese a los salarios de hambre.
Dentro de esta idea, el art. 56 resaltó una vez más el principio de igualdad, al declarar que las
condiciones de trabajo "deberán ser iguales,
para trabajos iguales, sin que puedan. establecerse .diferencias por
motivo de raza, nacionalidad, sexo, edad, credo religioso o doctrina
política".
5. Las formas .de fijación de las condiciones de trabajo: en la jerarquía de las normas laborales,
la Declaración de derechos sociales, la Ley y los tratados internacionales, representan las
condiciones estatales e internacionales mínimas sobre las que deben determinarse las
condiciones de trabajo concretas para cada trabajador, empresa o establecimiento. De ahí el
problema que plantea el rubro de este párrafo.
Existen en nuestro derecho tres sistemas básicos: a) Uno es la fijación especial, por acuerdo
entre el trabajador y el patrono, para cada relación individual de trabajo. Es ahí donde aparece
una especie de contrato en el origen de la relación, pero desaparece inmediatamente, pues
iniciada la prestación del trabajo, la relación adquiere un carácter objetivo, independiente del
acto que le dio origen, y queda sujeta a las complementaciones y transformaciones del derecho
del trabajo. Esta forma de fijación vive en la pequeña y en la mediana industria, y en algunas
actividades especiales, como el servicio doméstico, que es el terreno donde se impone todavía
la voluntad del patrono, por falta de organismos sindicales; b) La segunda forma se da en los
contratos colectivos, donde se igualan las fuerzas del trabajo y del capital. De ella puede decirse
que es una expresión del espíritu del Artículo 123, porque es el procedimiento para. igualar en
la empresa y en la industria y superar constantemente las condiciones de trabajo; e) El derecho
mexicano conoce una tercera forma, que constituye un arma más en las manos de los
trabajadores: cuando la huelga no termina victoriosamente o si no conviene a los trabajadores
suspender las labores a fin de no perder la percepción de sus salarios, pueden solicitar de la
Junta de Conciliación y Arbitraje que fije imperativamente las condiciones de trabajo futuras. El
proceso concluye con la llamada sentencia colectiva., que produce los mismos efectos de los
contratos colectivos.
El Artículo 123 y la Ley nueva aman la libertad, y por ello, cuando se trata de la fijación de las
condiciones de trabajo, y en forma preponderante de los salarios y de las prestaciones que lo
integran, la entregan a la decisión de los trabajadores y del patrono. Pero el derecho del trabajo
no admite la idea de una igualdad puramente formal, quiere decir, no tolera la enajenación del
trabajo a pretexto de la libertad. Para evitar la falsedad del liberalismo económico, la Ley
sustenta una tesis nueva: las condiciones de trabajo deben satisfacer determinados requisitos
mínimos, por lo que es sobre ellos que entra en juego la libertad. El principio fundamental de la
tesis está en el Artículo 123, Lac. XXVII, inciso "b", que habla del salario remunerador. La Ley
reprodujo el principio en su art. 86, pero le dio un valor y una prestancia nuevos en el art.
tercero, en la frase que establece que "el trabajo debe efectuarse en condiciones que aseguren
... un nivel económico decoroso para el trabajador y su familia"; y en el art. 56 agregó la Comisión
que "las condiciones de trabajo deben ser proporcionadas a la importancia de los servicios".
Conviene todavía decir que estas disposiciones no son meras declaraciones, ya que, por una
parte, el Artículo 123 decreta la nulidad de la cláusula que contraríe el principio, y por otra, el
art. 57 de la Ley concede al trabajador una acción ante la Junta de Conciliación y Arbitraje para
la modificación correspondiente.
Los principios y normas sobre las condiciones de trabajo autorizan una conclusión final: el
derecho del trabajo, en todas sus partes, tiene como base y se propone siempre como fin, el
bienestar material y espiritual del trabajador, como la esencia de la justicia social y como la meta
que marcó el pueblo en la Declaración de derechos sociales de 1917.
6. La. modificación de las condiciones de trabajo: aparentemente sencillo y claro este rubro, en
su interior laten los grandes temas del derecho del trabajo. En muchos de los capítulos
anteriores y en éste, se afirma que el derecho del trabajo· está en una evolución permanente,
en una transformación que sirve los fines del estatuto: el mejoramiento constante de los niveles
de vida del trabajador, por lo tanto, las condiciones de trabajo no sólo pueden, sino que deben
superarse permanentemente para beneficio de los hombres, porque siempre crecerán las
necesidades y las aspiraciones humanas.
La realización de esta idea se alcanza por varios caminos: la modificación operada por el
empresario en beneficio de los trabajadores, lo que ocurre por actos cada vez más raros de
filantropía; la modificación de los contratos colectivos, ya por acuerdo de los sindicatos con los
patronos, bien por laudo de la Junta de Conciliación y Arbitraje; finalmente, por acuerdo entre
el trabajador y' el patrono, y si no es posible, por resolución de la Junta, previo el juicio
correspondiente, posibilidad esta última que se halla reconocida en el párrafo primero del art.
57 de la Ley, que dice que "el trabajador podrá solicitar de la Junta de Conciliación y Arbitraje la
modificación de las condiciones de trabajo, cuando el salario no sea remunerador o sea excesiva
la jornada de trabajo o concurran circunstancias económicas que la justifiquen".
Pero la cuestión que tenemos que plantear ahora es justamente la opuesta, queremos decir:
¿pueden modificarse las condiciones de trabajo con perjuicio del trabajador? La Comisión
deseaba contestar que no, pero se agolparon frente a sus ojos las crisis permanentes del mundo
capitalista y tuvo que escuchar los dichos de la empresa privada que expresaban que no siempre
podía sobrevivir con un costo elevado de la mano de obra, y si bien se dio cuenta de que entraba
en contradicción con la idea pura del derecho del trabajo, aceptó la posibilidad de la
modificación, en la inteligencia, claro. está, de que el abatimiento de las condiciones de trabajo
no podrá ir más allá de los límites reconocidos en la Declaración de derechos y en 1a Ley: la
primera posibilidad ocurre mediante la modificación de los contratos colectivos acordada por la
Junta de Conciliación y Arbitraje; y la segunda se ofrece en la modificación de las condiciones de
la relación individual de trabajo, de conformidad con el párrafo segundo del citado artículo 57:
"El patrono podrá solicitar la modificación (ante la Junta de Conciliación y Arbitraje), cuando
concurran circunstancias económicas que la justifiquen".
El problema es aún más hondo, pues llega al corazón mismo del derecho del trabajo: ¿puede
pactar el trabajador con el patrono el abatimiento de las condiciones de trabajo? ¿puede aceptar
la reducción de sus salarios? La respuesta nos dice que el convenio en que se pacte la reducción
es nulo, de conformidad con el art. quinto, por lo que no impide el goce y el ejercicio de los
derechos. Dentro de la concepción contractualista de 1931, la solución pudo ser distinta, pero
la idea de la relación de trabajo como una relación jurídica objetiva creadora de un haz de
derechos del trabajador de los que no puede despojarse, porque son esenciales para la
conservación de la dignidad humana y de los que no puede ser despojado por las maniobras de
quien económicamente es más fuerte, impone el principio de que el abatimiento de las
condiciones de vida de los trabajadores sólo podrá realizarse en las hipótesis y previo el
cumplimiento de los requisitos señalados en la Ley. En estas ideas está inspirado el art. 99 de la
Ley; "El derecho a percibir el salario es irrenunciable", disposición que vale para la totalidad o
para una parte de él, por pequeña que sea.
Nuevamente resonó en nuestros oídos la palabra de Leroy-Beaulieu: ¿por qué no ha de poder
hacer uso el trabajador de su libertad para aceptar la reducción de su salario? El tema lo hemos
abordado muchas veces: el trabajador puede arrojarse a los pies de su amo, como Viernes a los
de Robinson Crusoe y reconocerse su siervo, pero la Ley no le otorga al acto ningún efecto
jurídico. El derecho del trabajo ama la libertad del trabajador frente al patrono y llora cuando el
hombre no hace uso de ella: la libertad es para la lucha, para hacer triunfar la dignidad personal
y para servirse a sí mismo, a la familia y a la sociedad. Y cuando exista una causa justificada para
modificar las condiciones de trabajo, el patrono tiene a su disposición el párrafo segundo del
art. 57.
CAPÍTULO XXIV
LA JORNADA DE TRABAJO
Los temas del derecho del trabajo están llenos de pasión, porque en cada uno de ellos está la
historia de la clase trabajadora de los últimos dos siglos y porque constituyen los elementos que
han permitido al hombre mejorar sus condiciones de vida y compartir el hogar con la familia,
dos ideas-fuerza, especialmente la segunda, que movieron a la Comisión a procurar el mayor
tiempo libre para los trabajadores. De todo ello tendremos que hablar, pero en su orden, para
lo cual dividimos el capítulo en tres apartados, uno para la jornada ordinaria, otro para los
trabajos de emergencia y el tercero para la jornada extraordinaria.
Muchas veces hemos recordado la trama hermética del contrato de arrendamiento de servicios
que bordaron el liberalismo económico y los juristas hacedores del derecho civil, lo que permitió
a los empresarios imponer, a pretexto de la libertad de contratación y de la autonomía de la
voluntad, las jornadas largas:" mayores que el tiempo que media entre la salida y la puesta del
sol. El principio de la libre contratación, explicó Leroy Beaulieu, deja a la voluntad del trabajador
del patrono la fijación del tiempo durante el cual podrá el segundo utilizar el trabajo del hombre.
Interferir en el acuerdo de voluntades es contrariar las leyes económicas; pero además, ¿por
qué ha de prohibirse al trabajador que desarrolle todo su esfuerzo si ello le parece conveniente
y le proporciona un mayor ingreso?
Bajo su refinada apariencia, la tesis aseguraba una cruel e impune explotación: la Ley de la oferta
y la demanda de trabajo, de cuyos términos predominaba generalmente la oferta, producía
como consecuencia que el salario fuera únicamente la suma de dinero indispensable para que
el trabajador pudiera vivir: y recuperar sus energías, suma que era la misma si la actividad era
de ocho, diez, doce o catorce horas, por lo que, aumentar el tiempo de la jornada significaba
pagar el mismo salario y recibir mayor trabajo.
Fueron muchas y muy fuertes las razones de índole biológica, social, familiar y cultural que
apoyaron la reducción de la jornada: sostuvieron los médicos que las jornadas largas envejecían
prematuramente al hombre y degeneraban la raza. Los sociólogos hicieron notar que los
trabajadores gastaban el día en la fábrica, en el trayecto al trabajo, en comidas precipitadas y
en dormir, de tal suerte, que la vida social y familiar era imposible. Y los educadores y los
maestros explicaron que las jornadas largas condenaban a los hombres a una vida animal,
porque nunca disponían de tiempo para asomarse al saber.
En la historia de nuestro derecho del trabajo, la Declaración de derechos de 1917 resolvió
definitivamente el problema en sus fracciones primera y segunda: la duración de la jornada
máxima será de ocho horas en el día y de siete en la noche. Ahí brilla en plenitud la tesis de que
el Artículo 123 es únicamente el mínimo de beneficios que debe respetarse en las relaciones de
trabajo: la norma no habla de jornada obligatoria de ocho horas, ni siquiera de jornada de ocho
horas, sino de jornada máxima, por lo que nada impide que la Ley o los contratos y sentencias
colectivos establezcan jornadas más reducidas. El art. 59 de la Ley nueva confirmó esta
interpretación, pues dice que "el trabajador y el patrono fijarán la duración de la jornada de
trabajo, sin que pueda exceder de los máximos legales", esto es, ahí se dice que puede fijarse
una menor: y el art. 811, que reproduce al 576 de la Ley vieja, ratifica esa solución para las
sentencias colectivas, al decir que "la Junta podrá aumentar o disminuir ... la jornada o la semana
de trabajo ... " Por eso hemos sostenido repetidamente que sin necesidad de una reforma
constitucional, los sindicatos pueden exigir y obtener la implantación de la jornada de cuarenta
horas a la semana.
La Comisión recibió una montaña de observaciones y de quejas, en las que se le hacía notar que
las normas sobre la jornada de trabajo venían del pasado, de la época en que privaban en Europa
los principios del derecho civil. La lectura de aquellos documentos la convenció de que era
verdad que las normas de 1931 coincidían con el viejo derecho de otros pueblos y de que
parecían inspiradas, más que en un propósito de satisfacer las necesidades humanas, en el de
servir los intereses de las empresas. Surgió entonces en su mente la urgencia de estructurar un
sistema que asegurara al trabajador todo el tiempo que excediera de ocho horas o del número
que se hubiere estipulado, porque los fines de la limitación de la jornada giraban en torno de
una libertad de dieciséis horas, pues solamente así podría convivir con su familia y penetrar en
la vida social.
Mucho tiempo meditaron los miembros de la Comisión, hasta que una voz que vino de no sé
dónde ni cuándo, nos dijo, que en las disposiciones de la Ley vieja había una transmutación de
los conceptos, pues para la legislación, la doctrina y la jurisprudencia, jornada de trabajo
significaba, no un número determinado de horas, sino la prestación de trabajo por el número de
horas que se hubiere estipulado, y a falta de estipulación, por el máximo legal, quiere decir, la
jornada de trabajo es la prestación efectiva de siete u ocho horas de trabajo. La solución se
presentó bajo el rubro de principio del trabajo efectivo.
El concepto era otra aplicación de la concepción contractualista: el contrato de trabajo, como
todos los contratos regulados por el derecho civil, descansaba en la doctrina aristotélica de la
justicia conmutativa (consúltese el capítulo: Hacia una nueva idea del derecho del trabajo),
según la cual, en las conmutaciones privadas debe atenderse a la proporcionalidad de las
prestaciones; para realizar esta finalidad, las partes deben fijar en el contrato la prestación del
trabajador y la del patrono, pero como el simple transcurso del tiempo no es una prestación del
hombre, la del trabajador no podía ser sino una cantidad determinada de energía de trabajo, la
que podía desarrollarse en siete u ocho horas, por lo tanto, mientras no se preste un trabajo
efectivo durante ese número de horas, no podrá decirse que el trabajador cumplió su
prestación.
La postura arcaica de la Ley de 1931 irrumpió en su art. 111, fracción XVI, que expresaba que el
patrono está obligado a "pagar al trabajador el salario correspondiente al tiempo que pierda,
cuando se vea imposibilitado de trabajar por culpa del patrono", norma de la que se dedujo que
aun cuando no exista culpa del trabajador, si no puede determinarse la del patrono, el riesgo de
la producción, que es el riesgo de la empresa, recae, no sobre el creador del riesgo y- receptor
de los beneficios de la actividad de la empresa, sino sobre quien nada tiene que ver ni con la
creación del riesgo ni con los beneficios.
La Comisión adoptó una solución plenamente nueva, resultado de una confrontación de la idea
de la justicia social y de las razones que condujeron al Constituyente a la limitación de la jornada,
con los requerimientos de un trabajo cada vez más técnico y agobiador y de una vida social que
crece de día en día en complejidad. La nueva solución consiste en la substitución del principio
del trabajo efectivo por el principio del tiempo durante el cual el trabajador está a disposición
del patrono.
La nueva tesis fue objeto de una larga discusión: en el memorándum inicial de los abogados
representantes de los empresarios, se insistió en el principio del trabajo efectivo y se propuso
que el art. 58 dijera que "la jornada de trabajo es el tiempo durante el cual el trabajador presta
el servicio". La Comisión sostuvo su pensamiento, porque es la traducción de la idea nueva del
derecho del trabajo y de sus principios, y ofreció la redacción siguiente, misma que se adoptó
definitivamente en la Ley nueva: jornada de trabajo es el tiempo durante el cual el trabajador
está a disposición del patrono para prestar el trabajo.
Los primeros argumentos de la nueva tesis son las mismas ideas usadas en la Asamblea de 1917,
ampliadas en el sentido de que la técnica industrial de nuestros días reclama del trabajador una
preparación y una atención esmeradas, si se quiere, según la fórmula que divulgan los hombres
de ciencia, elevarse sobre el nivel de perfección de las máquinas, elevación que si no implica un
mayor desgaste de energía física, sí provoca una tensión psíquica casi siempre más grave. Por
otra parte, el hombre de nuestros días está rodeado por un mar de exigencias familiares, sociales
y culturales, a las que debe dedicar un tiempo más largo que en el pasado, pues si no las
satisface, abate su condición de ser humano y se acerca al animal.
Al lado de las razones viejas, la nueva idea de la jornada, según explicación detallada que hicimos
en otro capítulo (Algunos principios fundamentales, apartado: La doctrina de la responsabilidad
y el derecho del trabajo) es una aplicación ineludible de la también idea nueva de la
responsabilidad, expresada en la fórmula: la responsabilidad objetiva por el riesgo de la
empresa, pero es al mismo tiempo uno de los pilares que sostienen a la nueva doctrina de la
responsabilidad, porque su propósito verdadero consiste en poner los riesgos de la actividad
económica a cargo de la empresa. Desde este mirador, la idea nueva de la jornada de trabajo se
desenvuelve en torno a las consideraciones siguientes: el deber único del trabajador -y hemos
de regresar al tema- consiste en poner su energía de trabajo a disposición de la empresa por el
número de horas que se hubiese determinado, por lo tanto, la no utilización de la energía de
trabajo es un riesgo de la empresa; en consecuencia, si se produce una interrupción de las
labores, algún desperfecto en la planta eléctrica del Infiernillo, la prolongación de las horas de
trabajo para recuperar el tiempo perdido, equivale a arrojar sobre los hombros del trabajador
un riesgo ajeno. Estas razones explican la supresión de la ya citada fracción XVI del art. 111.
Parecía concluido el debate, pero alguno de los miembros de la Comisión ofreció un argumento
más: si partimos de la tesis de, que el nuevo derecho del trabajo ya no es un estatuto regulador
de un intercambio de prestaciones, sino un ordenamiento que se propone asegurar al hombre
una existencia armónica con la dignidad de la persona humana, tendremos que aceptar que la
dignidad del hombre sufre si se le obliga a que repare con su trabajo un riesgo de la empresa.
Las disposiciones de esta Ley son de orden público, por lo que no producirá efecto legal, ni
impedirá el goce y el ejercicio de los derechos, sea escrita o verbal, la estipulación que
establezca: ... III: Una jornada inhumana por lo notoriamente excesiva, dada la índole del trabajo,
a juicio de la Junta de Conciliación y Arbitraje.
Al estudiar el problema, la Comisión comprendió que no era posible definir el concepto jornada
notoriamente excesiva dada la índole del trabajo, ni podía tampoco introducirse una
enumeración siquiera enunciativa, por lo que decidió dejar a las Juntas de Conciliación y
Arbitraje la decisión de los casos concretos que se les presenten. La resolución no será arbitraria,
porque faltarían las Juntas a su función y violarían las normas constitucionales y legales; por Jo
contrario, habrán de considerar las circunstancias que concurran, tales como el peligro para la
salud y la vida, el exceso de energía requerida en comparación con otros trabajos, la tensión
nerviosa a que se encuentre sometido el trabajador, y otras semejantes; algunas bases
importantes son los reglamentos de trabajos peligrosos, las recomendaciones de la medicina del
trabajo y las legislaciones de otros pueblos, porque el problema es principalmente científico.
D) El campo de aplicación de la Ley
Todas las fracciones del Artículo 123 están regidas por su párrafo introductorio,
consecuentemente, se aplican a todos los trabajadores, cualquiera que sea el trabajo que
desempeñen y a todas las empresas. El principio de la jornada máxima no es una excepción.
El art. 69 de la Ley vieja decía que el principio de la jornada máxima "no era aplicable a las
personas que desempeñen servicios domésticos". La Comisión suprimió esa norma, porque era
contraria a las disposiciones del Artículo 123, y porque los trabajadores domésticos tienen la
misma categoría que corresponde a los restantes trabajadores: son seres que poseen la misma
dignidad.
El derecho del trabajo, decíamos en un capítulo anterior (Los caracteres del derecho del trabajo,
apartado: Derecho imperativo) es un ordenamiento imperativo.
Esta característica explica, en primer término, el mandato del art. 59 de la Ley, según el cual, el
trabajador y el patrono deben fijar la duración de la jornada, sin que pueda exceder de los
máximos legales. En segundo lugar, la misma característica sirve de base al art. 68, norma que,
previene que "los trabajadores no están obligados a prestar sus servicios por un tiempo mayor
del permitido por la Ley"; la disposición no era necesaria, pero servirá para que cuando los
trabajadores la lean, recuerden la existencia de su derecho.
Los trabajadores están obligados a poner su energía de trabajo a disposición del patrono durante
el número de horas estipulado. Pero la aplicación correcta del principio colocó a la Comisión
delante de dos problemas.
1. La distribución de las horas de trabajo: en los escritos de medicina del trabajo se repite
insistentemente que el trabajo continuo durante ocho horas no solamente es perjudicial para la
salud del trabajador, sino que el cansancio natural aumenta el peligro de los accidentes de
trabajo. Esta consideración que concluye en medidas de preservación de la salud y de
prevención de riesgos, sirve de fondo al art. 63, que no existía en la Ley de 1931: "Durante la
jornada continua de trabajo, se concederá al trabajador un descanso de media hora, por lo
menos'', del que puede decirse que es el descanso mínimo obligatorio durante la jornada.
En varias ocasiones se nos ha preguntado si ese descanso queda incluido en las horas de la
jornada. La respuesta es afirmativa, porque no es un descanso caprichoso, sino uno que deriva
de las exigencias de la naturaleza humana, y porque si no se le computara, se reduciría en media
hora el tiempo libre de los trabajadores, lo que estaría en oposición con la idea nueva de la
jornada de trabajo. En el diálogo, se nos citó el art. 64, que procede del 7 3 de la Ley de 1931:
Cuando el trabajador no pueda salir del lugar donde presta sus servicios durante las horas de
reposo o de comidas, el tiempo correspondiente le será computado como tiempo efectivo de la
jornada de trabajo.
Se argumentó que el art. 63 caía dentro de lo dispuesto en el 64, por lo tanto, únicamente en el
supuesto de que el trabajador no pudiera salir del centro de trabajo, el tiempo de los reposos y
comidas se computaría como parte de la jornada, pero se olvidó que los dos preceptos
contemplan hipótesis distinta- las jornadas continua y discontinua.
2. La llamada semana inglesa: esta vieja idea proclamaba la conveniencia de distribuir las horas
de trabajo de tal suerte que se formara un descanso continuo de una tarde y un día completo.
El párrafo segundo del art. 69 de la Ley de 1931 se inspiró en esa idea, pero al reconocerla se
olvidó que en Inglaterra no existe la rigidez constitucional de nuestra jornada de trabajo. La
Comisión no quiso dificultar un mayor descanso semanal a los trabajadores; de ahí el también
párrafo segundo del art. 59, que ya no habla de jornada de cuarenta y ocho horas, lo que quiere
decir que el tiempo de trabajo puede ordenarse de tal suerte que en el día sábado concluya al
medio día, a cuyo efecto podría adelantarse la hora de ingreso al trabajo.
Las fracs. I y II del Artículo 123 distinguieron entre jornada diurna de ocho horas y nocturna de
siete, pero no determinaron ni el principio ni el fin de cada una, lo que ha permitido cierta
flexibilidad y la creación de la jornada mixta. El tiempo de duración de esta última se fijó en el
art. 61 en siete horas y media y su creación brotó de una necesidad en todas aquellas empresas
de trabajo continuo, porque entre los turnos de la mañana y de la noche tiene que colocarse un
turno, al que también se le denomina turno mixto. Con la creación de esta jornada, la Ley de
1931 quiso evitar que a pretexto de que el turno principiaba dentro de las horas de la jornada
diurna, se le aplicara la regla de una jornada máxima de ocho horas.
El art. 60 de la Ley nueva, que reprodujo las disposiciones de la legislación de 1931, fija el horario
de cada una de las jornadas: a) La jornada diurna es la comprendida entre las seis y las veinte
horas; b) La nocturna corre de las veinte a las seis horas; e) La jornada mixta es "la que
comprende períodos de tiempo de las jornadas diurna y nocturna, siempre que el período
nocturno sea menor de tres horas y media, pues si comprende tres y media o más se reputará
jornada nocturna".
Recordamos que el debate se enconaba cada vez más, pues los representantes de los
empresarios defendían el doblete que describimos al exponer el proceso de elaboración de la
Ley, y en una especie de transacción que provoca cierta pena, se aceptó que pues la Ley
autorizaba nueve horas de trabajo extraordinario en la semana, el doscientos por ciento se
aplicara cuando se excediera ese límite. De ahí el párrafo segundo del art. 68:
La prolongación del tiempo extraordinario que exceda de nueve horas a la semana, obliga al
patrono a pagar al trabajador el tiempo excedente con un doscientos por ciento más del salario
que corresponde a las horas de la jornada, sin perjuicio de las sanciones establecidas en esta
Ley.
6. La obligación de prestar el servicio extraordinario: la imperatividad del derecho del trabajo
expresa por sí sola que los trabajadores no están obligados a prestar su trabajo más allá de los
límites permitidos por la Constitución y la Ley; sin embargo, la Comisión estimó conveniente
hacer una declaración expresa, a fin, sobre todo, de recordar a los trabajadores sus derechos. El
art. 68 dice que "los trabajadores no están obligados a prestar sus servicios por un tiempo mayor
del permitido en este capítulo (la jornada de trabajo)". Por lo tanto, el problema que plantea el
rubro de este apartado se reduce al trabajo que puede prestarse dentro de los límites de la
Constitución y la Ley.
En una ejecutoria de 5 de abril de 1943, Amparo directo 7937/42/1a., Cía. Mexicana de
Explosivos, S. A., que no titubeamos en calificar de otra denegación de justicia por ausencia de
una fundamentación jurídica, la Corte Suprema de Justicia afirmó:
La prestación de servicios en horas extraordinarias queda sujeta a la determinación del mismo
patrono, dentro de las necesidades propias de su negocio, porque a él corresponde la dirección
en la mejor realización del trabajo, y porque implica un desembolso mayor de salarios que, sin
duda, sólo podrá aceptarlo por necesidades imprescindibles, que son precisamente las
circunstancias extraordinarias.
Nos apartamos de viejas ideas, porque son incompatibles con el pensamiento del derecho
nuevo: la limitación de la jornada persigue un propósito supremo, que es asegurar a cada ser
humano dieciséis horas de tiempo libre para reponer las energías gastadas, para convivir con su
familia y para dar rienda suelta a su espíritu. Con base en este principio y porque las obligaciones
solamente existen por voluntad del obligado o por disposición de la Ley, rechazamos la decisión
de la Corte, porque de verdad no existe ninguna norma legal que obligue a los trabajadores a
prestar el trabajo extraordinario. Por lo tanto, la Corte ha inventado una obligación de los
trabajadores, con grave violación de los principios fundamentales del derecho constitucional y
del estatuto laboral. Más aún, la ausencia de esa obligación se desprende de las consideraciones
siguientes: a) En el art. 134 que citamos en el apartado anterior, el legislador impuso a los
trabajadores la obligación de prestar los trabajos de emergencia y lo hizo porque, ya lo dijimos,
los trabajos de emergencia constituyen un deber ético. Si el legislador hubiera querido decretar
la obligación del trabajo extraordinario, lo habría expresado en el mismo precepto; b) La Corte
olvidó que de conformidad con el art. quinto de la Carta Magna a nadie se puede obligar a
prestar un trabajo sin su pleno consentimiento. La Corte colocó a los trabajadores ante el dilema:
o prestas el trabajo que te ordena el patrono o te expones a las consecuencias del
incumplimiento de una obligación que ninguna disposición legal te ha impuesto; c) La Corte se
olvidó también del art. 25, frac. III, de la Ley nueva, que proviene del 24, frac. II de la Ley vieja,
que exige que al fijar .las condiciones de trabajo "se determinen con la mayor precisión posible
el servicio o servicios que deban prestarse", de donde se infiere que no puede exigirse ningún
trabajo que no se encuentre previsto; d) La tesis de la ejecutoria de la Cía. Mexicana de
Explosivos, S . .A., pasa sobre los principios del derecho del trabajo y regresa al siglo de la
omnipotencia de la voluntad del empresario: la Constitución autoriza la prolongación de la
jornada cuando existan circunstancias extraordinarias, pero esta disposición no puede
sustituirse por la voluntad del patrono, porque si éste hubiera sido el pensamiento del
Constituyente, habría dicho: El patrono podrá aumentar las horas de la jornada hasta por tres
horas . .. ; e) Apenas si vale la pena detenerse en la cita que alguien pudiera hacer del art. 31 de
la Ley que dispone que "los contratos y relaciones ele trabajo obligan a lo expresamente pactado
y a las consecuencias que sean conformes a las normas de trabajo, a la buena fe y a la equidad",
porque ésta, que es quizá la única reminiscencia al derecho civil, no puede usarse para imponer
una obligación nueva, y porque es contrario a la buena fe y a la equidad obligar a un trabajo sin
la voluntad de quien va a prestarlo, un trabajo que reduce en una quinta parte el tiempo libre
de los trabajadores.
No podemos concluir diciendo que la frac. XI del Artículo 123 carece de aplicación o que ésta
depende de la voluntad del o de los trabajadores: hay una realidad, ciertamente dolorosa, que
consiste en que los trabajadores mexicanos nos encontramos aquí con una prueba más de la
insuficiencia de los salarios- ven con agrado que se les llame a prestar el trabajo extraordinario
por el aumento que produce en sus ingresos, de donde resulta que el problema es menos grave
de lo que a primera vista parece. En segundo lugar, en el reglamento interior de trabajo, que
debe formar una comisión ele trabajadores y de representantes del patrono, pueden incluirse
las normas que estimen convenientes para regular la jornada extraordinaria, y si no llegan a un
acuerdo, someter las diferencias a la decisión de la Junta de Conciliación y Arbitraje. Finalmente,
también pueden fijarse las normas adecuadas en los contratos colectivos; a este respecto,
mencionamos el Contrato colectivo celebrado entre el Sindicato Mexicano de Electricistas y la
Cía. Mexicana de Luz y Fuerza del Centro, S. A.: la cláusula cuarenta y seis divide a los
trabajadores en los que trabajan en turnos continuos (categoría "A") y todos los demás
(categoría "B") , en la inteligencia de que la cláusula cuarenta y nueve impone únicamente a los
trabajadores "A" la obligación de prestar el trabajo extraordinario, en tanto los demás
trabajadores "no estarán obligados a prestarlo".
7. La prueba de las horas extras trabajadas: la Corte Suprema de Justicia de la Nación, sin tomar
en consideración que las Juntas de Conciliación y Arbitraje son tribunales de equidad, sentó
jurisprudencia (Apéndice al Semanario Judicial de la Federación, 1965, quinta parte, pág. 96)
que constituye otra aberración jurídica:
Cuando se reclama el pago de horas extraordinarias trabajadas, es el reclamante el que está
obligado a probar que las trabajó, precisamente el número diario de ellas, pues no basta
demostrar en forma vaga y general que se realizó trabajo fuera de la labor ordinaria, sino que
deben precisarse de momento a momento, esto es, a qué hora comenzaba la labor
extraordinaria y cuándo concluía, a fin de que se pueda computar su monto, pues como ha de
pagarse por horas y a salario doble, es necesario que el juzgador precise esto en forma que no
lesione intereses, y cuando ello no ocurre, ha de absolverse por falta de base para precisarla.
La Corte hizo la más rigurosa aplicación que conocemos del principio: quien afirma está obligado
a probar, pues declara que no es suficiente la prueba de que se prestó trabajo extraordinario,
sino que las horas extras deben probarse de momento a momento, esto es, a qué hora
comenzaba la labor extraordinaria y cuando concluía: ¿cómo podrían probarse esos datos si la
mayoría de los trabajadores carecen de reloj?, ¿es posible que los compañeros ele trabajo
anoten día por día el minuto exacto en que cada uno de sus compañeros principió y terminó el
trabajo extraordinario? La Corte aceptó (consúltese el capítulo: (La disolución de la elación de
trabajo, apartado: Los problemas de la prueba) que la prueba del despido es un imposible para
el trabajador, pero ¿creerá que es posible la de las horas extras sujetas a los requisitos que
impone?
La Ley nueva, ya lo hemos apuntado varias veces, estableció en el artículo 763 que "las partes
están obligadas a aportar todos los elementos probatorios de que dispongan, que puedan
contribuir a la comprobación de los hechos o al esclarecimiento ele la verdad". Pensamos, en
consecuencia, que la jurisprudencia de la Suprema Corte de Justicia, fundada en una ley que
perdió su vigencia y que respondía a principios que también perdieron su fuerza, no puede
continuar aplicándose, por lo que las Juntas de Conciliación y Arbitraje deben buscar una
solución armónica con el sentido humano del derecho del trabajo y reasumir su naturaleza ele
tribunales de equidad. En la hipótesis de la ejecutoria de la Corte, si se probó la existencia del
trabajo extraordinario, aun en forma vaga y general y pensamos con el criterio de la Corte en
materia ele despido- será al patrono a quien corresponda probar que las horas extras trabajadas
fueron menos, prueba fácil, porque tiene los elementos para demostrar que su empresa no
excedió las horas de la jornada ordinaria.
CAPÍTULO XXV
DÍAS DE DESCANSO Y VACACIONES
El derecho mexicano recogió dos instituciones: los días de descanso y las vacaciones, cuyas
finalidades son defender mejor la salud de los hombres, contribuir a la convivencia familiar y
conmemorar determinados acontecimientos o fiestas tradicionales.
A) El descanso semanal
La fracción cuarta de la Declaración de derechos sociales dice que "por cada seis días de trabajo
deberá disfrutar el trabajador de un día de descanso, cuando menos". La norma, en sus palabras
finales, es una más de las manifestaciones expresas de que las bases de trabajo del Artículo 123
son únicamente un haz de mínimos constitucionales.
El movimiento obrero tiene en sus manos la llave para la semana de cinco días.
l. Las finalidades del descanso: la primera, a la que podemos llamar inmediata, es de carácter
fisiológico, pues el cuerpo humano necesita periódicamente un descanso para reponer la fatiga
del trabajo diario; la segunda es de orden familiar, porque permite la convivencia en el hogar; y
la tercera es de naturaleza social y cultural, pues el descanso hace posible la relación con otras
familias, asomarse a algún espectáculo o dedicarse a la lectura.
2. El campo de aplicación del descanso: no era indispensable este epígrafe, pero conviene
recalcar en todo momento que las disposiciones de la Declaración de derechos se derraman
sobre todos los trabajadores; y ésta es una de las que no consienten excepciones ni flexión
alguna, justamente porque se refiere primordialmente a la salud de las personas.
3. La determinación del día de descanso: no era conveniente consignar una disposición rígida,
porque la vida económica tal vez no la soportaría. La Ley señaló dos normas que parecieron
suficientes: a) El artículo 7l contiene la regla general, al decir que en los reglamentos de la ley se
"procurará que el día de descanso semanal sea el domingo", una disposición que deriva de una
vieja tradición que viene del cristianismo; b) La segunda regla regula los problemas del descanso
en los trabajos continuos, a cuyo fin establece el art. 70 que "los trabajadores y el patrono fijarán
de común acuerdo los días en que los primeros deben disfrutar del descanso".
4. El salario del día de descanso: la norma constitucional que creó el descanso semanal no dice
si debe ser o no pagado; tampoco la versión original de la Ley de 1931 decidió la alternativa. El
debate fue sumamente violento, pero en el año de 1935 el presidente Cárdenas propuso al
Congreso federal que determinara en el art. 78 de la Ley, reproducción literal de la norma
constitucional, la obligación de pagar a los trabajadores el importe de. un día de salario en el de
descanso. La Ley nueva transcribió la disposición de la reforma de 1935.
Durante la vigencia de la Ley anterior se suscitaron varias dudas que se resolvieron
atinadamente por la doctrina y la jurisprudencia: a) En los casos de salario que se fija por mes,
debe considerarse que en él está incluido el de los días de descanso; b) Si el salario era por
unidad de obra, se aplicaba la regla del art. 93, por lo que debía promediarse el salario del último
mes para determinar el salario diario y pagar así el del día de descanso, misma regla que adoptó
la Ley nueva en su art. 89; e) Si el trabajador no prestaba sus servicios todos los días de la
semana, porque así se había convenido o porque faltó a su trabajo uno o más días, y cuando
prestaba trabajo a varios patronos, la jurisprudencia se fue afinando y de ella salió el art. 72 de
la Ley nueva que dice que "cada trabajador tendrá derecho a que se le pague la parte
proporcional del salario de los días de descanso, calculada sobre el salario de los días en que
hubiese trabajado o sobre el que hubiese percibido de cada patrono".
5. La prima por trabajo en día domingo: el párrafo segundo del art. 71 concede a los trabajadores
que presten sus servicios en día domingo, una prima de veinticinco por ciento, por lo menos, del
salario de los días ordinarios. La Comisión estimó que el domingo es el día de descanso en todas
las escuelas del país, pero. si el trabajador presta su trabajo en ese día, pierde la oportunidad de
convivir con sus hijos, pérdida moral y familiar que exige una compensación.
6. El trabajador no está obligado a trabajar en sus días de descanso: la prohibición es expresa y
no valen contra ella las necesidades de las empresas, porque éstas tienen el deber jurídico y
técnico de organizar su trabajo, distribuyéndolo adecuadamente o utilizando los trabajadores
adicionales que requieran.
Muchos años se discutió, y con cierta pasión, las consecuencias del quebrantamiento de la
prohibición: nadie se atrevió a sostener que no se pagara el trabajo. En la ejecutoria de 25 de
noviembre de 1936, Amparo directo 5254/36/2a., Jesús Hernández, la Suprema Corte de Justicia
resolvió que el trabajador debía percibir el salario del día de descanso, que era un salario
devengado por los seis días de trabajo en la semana, y otra cantidad igual por el nuevo trabajo;
en la misma ejecutoria negó, creemos correctamente dentro de la vigencia de la Ley de 1931,
que el trabajo en los días de descanso fuera trabajo extraordinario. Sin embargo, el movimiento
obrero luchó y obtuvo en numerosos contratos colectivos que se reputara ese trabajo como
extraordinario y se pagara con salario doble, además del salario ya devengado. Al analizar el
problema, la Comisión vio al principio de igualdad, de pie junto a la mesa de estudio, esperando
la decisión: así nació el párrafo segundo del art. 73, en el que se recogió la lucha de los
trabajadores organizados.
B) El descanso obligatorio
El descanso obligatorio difiere del semanal, porque en tanto la finalidad de éste es reparar el
desgaste de energías, aquél se propone conceder a los trabajadores la oportunidad de
conmemorar determinados acontecimientos de significación nacional o para la clase
trabajadora.
l. La Comisión aumentó la lista de la Ley de 1931 con dos fechas: el primero de enero y el cinco
de febrero. En el memorándum de 31 de marzo de 1969, la Confederación de Cámaras
Industriales propuso al Congreso de la Unión que se suprimiera de la lista el cinco de febrero. En
el memorándum que presentó la Comisión al Congreso para refutar el de la CONCAMIN, expresó
los fundamentos de la iniciativa:
Las razones que se tuvieron para considerar el cinco de febrero como día de descanso
obligatorio consisten en que fue en esa fecha cuando México expidió la primera Declaración de
derechos sociales de la historia, un conjunto de disposiciones que se adelantaron al mundo y
que constituyen hoy una base inconmovible para el bienestar de los trabajadores. El cinco de
febrero es la fecha más importante dentro de nuestra historia de la legislación del trabajo.
2. La no obligatoriedad de la prestación del trabajo en los días de descanso sufre una variante
en los casos del descanso obligatorio, determinada por las exigencias técnicas de las empresas.
Dispone el artículo 7 5 que los trabajadores y los patronos determinarán el número de
trabajadores que deban prestar su trabajo, en la inteligencia de que si no se llega a un acuerdo,
resolverá la Junta competente. El párrafo segundo ordena que los trabajadores "quedarán
obligados a prestar los servicios"; creemos que el incumplimiento de la obligación puede
conducir a la rescisión de la relación de trabajo, salvo causa justificada.
El mismo párrafo segundo dispone que los trabajadores "independientemente del salario que
les corresponda por el descanso obligatorio, percibirán un salario doble". Esta misma regla debe
aplicarse si los trabajadores, aun sin la existencia de un acuerdo general, aceptan prestar sus
servicios.
3. Ocurre frecuentemente, que el día de descanso obligatorio coincide con el de descanso
semanal. Los trabajadores han sostenido que en esa hipótesis debe pagarse un salario doble,
esto es, el de cada uno de los días. La Corte rechazó ese punto de vista en ejecutorias que forman
jurisprudencia firme (Apéndice al Semanario judicial de la Federación, México, 1965, pág. 138) :
Aun cuando con un día de descanso semanal coincida uno de descanso obligatorio, de los
consignados en la Ley, o uno que tenga ese carácter por disposición contractual, es
improcedente el pago de salario doble, ya que lo que la Ley se propuso al establecer que en los
días de descanso obligatorio se pague íntegro el salario al trabajador que descansó, es que éste
pueda subsistir, aun cuando no trabaje, y si tal requisito se realiza en aquel día en que son
coincidentes un descanso ordinario y otro obligatorio, no existe razón legal alguna que pueda
tomarse como base para decretar un doble pago en favor del trabajador.
Ciertamente son varios los contratos colectivos en los que se consignó la cláusula de pago doble,
pero la Comisión consideró, por una parte, que en la hipótesis no se da un trabajo que exceda
al que normalmente debe prestar el trabajador, y por otra y en forma principal, que la cláusula
no está suficientemente generalizada, razón esta última que la inclinó a dejar el problema en
manos de los sindicatos.
l. EL CONCEPTO DE SALARIO
En la lucha por un nuevo derecho del trabajo que respondiera mejor a los principios de la justicia
social, la batalla por el concepto del salario fue una de las que dejaron una más honda huella en
la conciencia de quienes participaron en ella, porque sin un ingreso remunerador y justo, todo
se habría perdido.
En los arts. 82 y 84, propuso la Comisión el concepto nuevo del salario y señaló los elementos
que lo integran: "Es la retribución que debe pagar el patrono al trabajador por su trabajo; y se
integra con los pagos hechos por cuota diaria) gratificaciones, percepciones, habitación, primas,
comisiones, p1·estaciones en especie y cualquiera otra cantidad o prestación que se entregue al
trabajador por su trabajo". Las nuevas disposiciones se apartaron de los preceptos de la Ley de
1931, en primer lugar, porque también en este problema se superó la concepción
contractualista, al suprimir en el nuevo art. 82 la referencia a "la retribución que se debe pagar
por virtud del contrato de trabajo"; y en segundo lugar, porque se extendió el salario a la
totalidad del trabajo prestado, suprimiéndose la frase que lo limitaba a "la labor ordinaria".
l. Las observaciones de la clase patronal: los representantes de los empresarios primero y más
tarde la CONCAMIN, usaron sus armas mejores en contra del concepto propuesto por la
Comisión. En el memorándum de 31 de marzo de 1969, las organizaciones patronales precisaron
dos observaciones.
A). Sostuvieron primeramente que el concepto de salario debe dividirse en dos partes: la
primera se referiría al concepto verdadero del salario, al que. se definiría como "la retribución
que el patrono debe pagar en efectivo al trabajador a cambio de su trabajo ordinario" (pág. 18
del memorándum); en tanto la segunda hablaría de las prestaciones complementarias: "Además
del pago en efectivo podrán pactarse como complemento del salario, las gratificaciones ... "
(ibídem).
Y en un arranque que juzgaron generoso dijeron que esas percepciones complementarias "se
tomarían en consideración para el pago de las indemnizaciones". Para fundamentar la tesis
citaron la frac. X del Artículo 123:
El salario deberá pagarse precisamente en moneda de curso legal, no siendo permitido hacerlo
efectivo con mercancías, ni con vales, fi· chas o cualquier otro signo representativo con que se
pretenda sustituir la moneda.
La proposición de los empresarios contenía una mutilación horrible del salario e implicaba un
retroceso de cuarenta años en la evolución de las ideas, al revivir una tendencia que había sido
desechada en los debates sobre la Ley de 1931. Rápidamente se mostró el propósito que se
perseguía: las prestaciones complementarias no se considerarían para el pago de las cuotas del
seguro social, de las pensiones de jubilación y de la prima de antigüedad.
En el memorándum-respuesta presentado a la Cámara de Diputados, la Comisión hizo notar la
perfidia de la objeción y su falsedad histórica y doctrinal: a) La cita de la frac. X es engañosa,
porque no guarda relación alguna con el problema, ya que esa norma no se ocupa de la
determinación del concepto de salario, sino que su función consiste en la prohibición del truck-
system y de la tienda de raya, dos procedimientos-explotación usados por los empresarios.
Además, si se la quisiera aplicar literalmente, habría que llegar a la conclusión de que las
prestaciones en especie estaban proscritas; y por otra parte, si las llamadas prestaciones
complementarias no formaban parte del salario, no se las podría considerar para la fijación de
los salarios remuneradores y justos; b) En el Proyecto de código federal del trabajo presentado
por la Secretaría de Gobernación a una convención obreropatronal en noviembre de 1928, se
hallaba el siguiente art. 88: "Se entiende por salario, para los efectos de este código, la
retribución pecuniaria que debe pagar el patrono al trabajador por los servicios prestados". En
el Proyecto no existía disposición alguna sobre las prestaciones en especie, pero el art. 23
reproducía la frac. X del Artículo
123; c) El Proyecto Portes Gil agravó la condición de los trabajadores al definir el salario como
"la retribución pecuniaria que debe pagar el patrono al trabajador por virtud del contrato de
trabajo". Y de la misma manera que su antecesor, no hacía mención de las prestaciones en
especie, pero sí reproducía el texto constitucional; d) Rechazado el Proyecto Portes Gil} la
Secretaría de Industria formuló uno nuevo, pero al definir al salario en el Art. 91, suprimió la
idea de retribución pecuniaria: "Salario es la retribución que debe pagar el patrono al trabajador
por virtud del contrato de trabajo~', no obstante lo cual, mantuvo intacta la frac. X del Artículo
123; e) Para perfeccionar el concepto, el Congreso de la Unión, al discutir el Proyecto de la
Secretaría de Industria, agregó el párrafo segundo del art. 86, en el que se dijo que en el salario
se comprenden "tanto los pagos hechos por cuota diaria, como las gratificaciones, percepciones,
habitación y cualquiera otra cantidad que sea entregada a un trabajador a cambio de su labor
ordinaria"; y de la misma manera que sus antepasados, conservó íntegra la repetida frac. X del
Artículo 123; f) La Comisión hizo notar finalmente, que la Suprema Corte de Justicia de la Nación,
en jurisprudencia firme (Apéndice al Semanario judicial de la Federación, México, 1965, quinta
parte, pág. 143) afirmó: De los términos del art. 85 de la Ley Federal del Trabajo se desprende
claramente que el salario no consiste únicamente en la cantidad de dinero que en forma
periódica y regular pa.ga el patrono al trabajador, sino que además de esa prestación principal,
están comprendidas en el mismo, todas las ventajas económicas establecidas en el contato, en
favor del trabajador.
La tesis de la CONCAMIN, y repetimos lo ya expuesto, equivalía a sancionar una solución que fue
desechada en la Ley de 1931. Y lo fue, porque la mutilación del concepto de salario era contraria
a la verdad objetiva y pasaba por alto que puesto que la energía de trabajo de un hombre es una
sola, toda vez que procede de una fuente indivisible, su retribución tiene que ser también una
unidad indisoluble, ya que, si se escinde la retribución, ¿no se escinde al mismo tiempo la energía
de trabajo? Y dentro de la hipótesis de la escisión ¿cuál sería la parte de la energía de trabajo
que se pagaría en efectivo y cuál la que se retribuiría en especie?
La consecuencia general que se desprende de la réplica de la Comisión, que habrá de repercutir
favorablemente en el futuro de los trabajadores, consiste en que por ser el salario una
retribución unitaria e inescindible, la determinación del salario diario deberá hacerse siempre
tomando en cuenta el conjunto de las prestaciones y dividiendo su importe entre el número de
días que corresponda. B) La segunda mutilación propuesta por los empresarios a los principios
del proyecto de la Ley nueva) planteaba la limitación del concepto de salario a la retribución
"que se debe pagar al trabajador por su trabajo ordinario", punto de vista que se apoyaba en el
art. 86 de la Ley de 1931, que efectivamente restringía el concepto de salario a la retribución en
efectivo y en especie "a cambio de la labor ordinaria''.
La Comisión analizó detenidamente el problema y llegó a la conclusión de que también aquí se
encontraba con la negación de la verdad objetiva y ante una escisión del concepto tanto o quizá
más grave que la primera, porque, si el salario es únicamente la retribución por el trabajo
ordinario, ¿qué es la retribución por el trabajo extraordinario? A fin de mostrar las
consecuencias de esa postura, señalamos una de las más graves: si la retribución por el trabajo
extraordinario no es salario, ¿cómo podrían aplicársele los beneficios derivados de las normas
defensoras y de los privilegios del salario?
La distinción del trabajo en ordinario y extraordinario, no se refiere a la categoría trabajo)
porque es una sola, sino, exclusivamente, al tiempo en que el trabajo se presta, por lo tanto, la
forma correcta de plantear la distinción es como sigue: el trabajo) categoría única, se presta en
las horas de la jornada y en las en que se prolonga por circunstancias extraordinarias.
Una y otra vez reflexionó la Comisión y después de medir sus argumentos con los de los
representantes empresariales, decidió confirmar la concepción unitaria del salario para lo cual,
y como una razón última, la vio como un reflejo de la concepción también unitaria del concepto
de trabajo plasmada en el art. octavo de la Ley; definió entonces al salario como "la retribución
que debe pagar el patrono al trabajador por su trabajo", definición que reprodujo en las palabras
finales del art. 84.
Parecía terminado el debate cuando alguien descubrió el propósito oculto de la insistencia de
los empresarios: la limitación del salario a la retribución por el trabajo ordinario, producía el
efecto de que la percepción por las horas extras no se computara en el pago del salario del día
de descanso. La concepción unitaria del salario conduce a la solución opuesta, pero hubimos de
preguntarnos cómo debe fijarse el salario de ese día; la respuesta tiene que considerar que el
número de horas extras trabajadas en la semana es variable y que en ocasiones falta: si ocurre
esto último, el salario del día de descanso será el de todos los días, pero si se presta el trabajo
extraordinario, deben sumarse las horas trabajadas en la semana y agregar su retribución al
salario diario, para dividir el total entre el número de días trabajados; la operación deberá
repetirse en cada semana en que se presente trabajo extraordinario.
2. Consideraciones complementarias: podemos resumir ahora los principios de la legislación
nueva.
a) La Ley, en concordancia con la doctrina de la relación de trabajo como una situación jurídica
objetiva nacida de una prestación de trabajo, superó la concepción contractualista del salario
que yacía en el fondo de la Ley de 1931, y según la cual "el salario era la cantidad que debía
pagar el patrono al trabajador por virtud del contrato de trabajo"; y la sustituyó con la idea de
que el salario es toda retribución) cualquiera que sea su forma e independientemente de la
fuente de que proceda, acuerdo del trabajador y el patrono, contratos colectivos y contratos-
ley, o la ley misma, por el trapajo; b) La Ley nueva confirmó en los arts. 82 y 84 la solución de
1931 y la jurisprudencia de la Suprema Corte de Justicia en el sentido de que toda cantidad o
prestación en especie o en servicios que se entregue al trabajador por su trabajo, es parte
integrante del salario; c) En cambio, en los mismos artículos se apartó de la Ley vieja en otro
aspecto del problema y declaró que el término salario abarca tanto la retribución por las horas
de la jornada ordinaria como las extraordinarias. En el discurrir de estas reflexiones hemos
creído descubrir que la definición de la Ley, la que tal vez no pudo ser de otra manera por ser la
base de una reglamentación legal, es un poco formalista, pues no expresa los fines supremos
del derecho del trabajo, quiere decir, no es análoga a la definición del estatuto laboral. En
consecuencia, sin pretender ninguna exactitud, nos permitimos concluir este apartado diciendo
que el salario es la retribución que debe percibir el trabajador por su trabajo, a fin de que pueda
conducir una existencia que corresponda a la dignidad de la persona humana, o bien una
retribución que asegure al trabajador y a su familia una existencia decorosa.
III. Los CONCEPTOS DE SALARIO MÍNIMO, SALARIO MÍ,NIMO GENERAL Y SALARIO MÍNIMO
PROFESIONAL
Las reformas constitucionales y legales de 1962 son el producto de un hondo sentido humano,
del retorno a las ideas de la Declaración de derechos sociales y del propósito de llevar a los
trabajadores de salario mínimo, tan necesitados de protección, los beneficios de la justicia social.
De este conjunto de preocupaciones nació el concepto nuevo del salario mínimo, que se
desenvuelve en dos grados: los salarios mínimos generales y los salarios mínimos profesionales,
cada uno de los cuales son salario mínimo, diferenciados únicamente por cuanto los salarios
mínimos generales son la base, mientras los salarios mínimos profesionales, como dice la
Exposición de motivos de la reforma de 1962, se elevan sobre el salario mínimo general para
cubrir la capacidad y destreza que exige cada profesión, pero sin perder su característica de
salario mínimo, por lo que las normas de la Constitución y de la Ley se aplican por igual a las dos
formas, una conclusión que fluye de la circunstancia de que la Declaración, cuando se ocupa de
las normas defensoras habla de salario mínimo, sin consignar ninguna diferencia, más aún, al
hacerse Ja reforma de 1962, no se quiso tocar la fracción octava, sino que se dejó en ella la
fórmula simple de salario mínimo.
De estas ideas emerge la definición primaria de salario mínimo: la retribución menor que debe
pagarse a los trabajadores en general y a los de las profesiones) oficios o trabajos especiales.
Ahora bien, si los salarios mínimos generales son la retribución menor que debe pagarse a un
trabajador, lo que implica que expresan en forma inmediata y directa la idea pura de salario
mínimo, si según dijimos líneas antes son el grado primero, y si los salarios mínimos
profesionales, como grado segundo, se elevan sobre ellos para buscar el salario mínimo de cada
profesión, resulta que los salarios mínimos generales tienen que contener las ideas
fundamentales, lo que a su vez implica que los salarios mínimos profesionales sean salario
mínimo general más ...
Esta especie de confusión equivalente a la que aparentemente puede darse entre una especie y
su género, ha sido la causa de las incomprensiones que se han manifestado en algunas ocasiones
en diversos escritos y artículos.
1. Los salarios mínimos generales: la reforma constitucional devolvió a los salarios mínimos el
espíritu de la Declaración de derechos sociales y los lanzó a la batalla por la erradicación de la
miseria: "Deberán ser suficientes para satisfacer las necesidades normales de un jefe de familia
en el orden material, social y cultural y para proveer a la educación obligatoria de los hijos". Al
suprimirse la mezquindad de la frase que hablaba de las necesidades mínimas, se quitó a los
salarios aquella característica de mínimo vital estricto. Sin duda, continúa siendo un mínimo
vital, pero no el puramente biológico, sino uno que asegure una vida material, social y cultural
conveniente y los elementos adecuados para proveer a la educación obligatoria de los hijos.
La Ley reivindicó el espíritu de la Asamblea Constituyente y al consignar los datos que deben
investigar las comisiones para la fijación de los salarios, desenvolvió magníficamente la idea,
logrando en el art. 562 una reglamentación constitutiva de una norma programática para una
política de salarios altos. Ahí se explica que los salarios mínimos generales deben dar satisfacción
a las necesidades siguientes: en el orden material, la habitación, el menaje de casa, la
alimentación, el vestido y el transporte; en los aspectos social y cultural, la concurrencia a
espectáculos, la práctica de los deportes y la asistencia a escuelas de capacitación, bibliotecas y
otros centros de cultura; y por último, la educación obligatoria de los hijos.
Fácilmente se observa que la enumeración de la Ley se ciñe a los rubros constitucionales:
necesidades materiales, sociales y culturales y educación de los hijos, pero en cada uno de los
tres primeros, al usar el término entre otras necesidades) que se colocó ahí con toda intención,
abrió una gama inmensa de posibilidades, presentes y futuras, que esperamos se usen
generosamente por las Comisiones.
Las reformas y adiciones a la Ley de 1931, consecuencia de la reforma constitucional de 1962,
mismas que pasaron íntegramente a la Ley nueva, se hicieron dentro del pensamiento que ya se
había formado la Comisión para la elaboración del proyecto para una nueva ley del trabajo. Así
se explica que las disposiciones sobre los salarios mínimos sean una expresión y concuerden con
los principios del derecho nuevo; por lo tanto, la idea que hemos venido exponiendo es otra
expresión de la naturaleza del derecho del trabajo, pues su propósito ya no es, como antaño, la
regulación de un intercambio de prestaciones patrimoniales nacidas de un contrato, sino que su
fin es más alto, tal como brota de la teoría de la relación de trabajo: el aseguramiento de una
forma de vida digna de ser conducida por la persona humana, esto es, un ingreso, de acuerdo
con la fórmula del art. tercero de la Ley nueva, que facilite un nivel económico decoroso.
Los salarios mínimos generales, según se desprende de su denominación, son la cantidad menor
que puede pagarse a un trabajador por su trabajo en una jornada, lo que significa, y ya hemos
encontrado el fenómeno, que entre la jornada y el salario se da una interpenetración, al extremo
de que alguna vez nos hemos preguntado por qué no decir que la una y el otro son las dos caras
de una medalla. De estas consideraciones se deduce que los salarios mínimos generales son los
que corresponden a los trabajos más simples, pues si se aplicaran a trabajos de una categoría
superior, se retribuiría en forma igual a trabajos de calidades distintas, lo que produce a su vez
la consecuencia de que los trabajadores que se encuentren en esa hipótesis pueden y deben
reclamar de las Juntas de Conciliación y Arbitraje la fijación de un salario remunerador.
2. Los salarios mínimos profesionales: cuando se preparaban las reformas de 1962, la Comisión
se alarmó por la presencia de hombres de diversas profesiones y oficios, cuya retribución, en el
mejor de los supuestos, apenas si llegaba al salario mínimo. De todas las regiones del país
llegaban quejas de los trabajadores de la aguja, en las que se mencionaban las cantidades
irrisorias que percibían las mujeres por los manteles bordados que adornaban las casas de los
hombres ricos. Frente a éste y otros muchos ejemplos, la Comisión pensó en los salarios mínimos
profesionales, pero encontró, del lado de los empresarios, la objeción eterna de que si la fijación
de los salarios mínimos generales era una barrera al desarrollo libre de las fuerzas económicas,
la de unos salarios mínimos profesionales carecía de toda justificación, pues no era el estado a
quien incumbía esa tarea, sino a los contratos colectivos. Notó también la Comisión una
oposición sorda de los dirigentes obreros, porque temían que la intervención del estado les
restara poder sobre los trabajadores; su actitud era sin embargo incongruente, porque desde
hacía muchos años no se ocupaban de los miles de trabajadores que eran explotados por el
capital, justamente por el olvido de aquellos a los que sólo importaba lo que el mundo llama la
crema egoísta del movimiento obrero, situación a la que el pueblo de México tenía el derecho y
el deber de poner remedio.
Convencida de la necesidad de la institución, la adoptó en la fracción VI del Artículo 123 y los
concibió como un salario que se elevaría sobre los elementos de los salarios mínimos generales
para considerar "las condiciones de -las distintas actividades industriales y comerciales".
Nuevamente nos encontramos ante el hecho magnífico de que las instituciones del derecho del
trabajo nuevo son ideas-fuerza lanzadas a la conquista de un mejor bienestar para los hombres:
los salarios mínimos generales son una de ellas, pero vivieron dormidos muchos años, hasta que
los despertó el grito alegre de los nuevos salarios mínimos profesionales, de los que debe decirse
que son la cantidad menor que puede pagarse por un trabajo que requiere capacitación y
destreza en una rama determinada de la industria, del campo o del comercio, o en profesiones,
oficios o trabajos especiales; y cuya misión, según lo expuesto, es elevarse sobre los salarios
mínimos generales para constituir el mínimo remunerador de la profesión. Y en lo sucesivo, una
vez fijados, serán una idea-fuerza nueva, porque su misión, además del mejoramiento inmediato
de los salarios de estos trabajadores, consiste en obligar a los contratos colectivos para que, en
su momento, se eleven sobre ellos y se aproximen a la idea de un salario justo.
Respetuosa la Comisión de los derechos y de la función sindical, no se olvidó de la oposición
sorda de los dirigentes obreros y con el propósito de evitar un reproche en el mañana, precisó
en la Exposición de motivos del proyecto de reformas a la Ley de 1931, que "conforme a los
criterios adoptados por la Oficina Internacional del Trabajo, el art. 100-F, actualmente 95,
dispone que los salarios mínimos profesionales se fijarán cuando no existan contratos colectivos
aplicables a la mayoría de los trabajadores de determinadas profesiones u oficios o no existan
procedimientos legales para su fijación". Añadió la Exposición de motivos, que entre esos casos
se encuentran "el trabajo en hoteles, restaurantes y otros establecimientos análogos, en el
trabajo a domicilio ... "
Es doloroso darse cuenta de que es el poder público, por conducto de la Secretaría de Hacienda,
quien ha desvirtuado el significado y el valor de los salarios mínimos profesionales. El debate
está fincado en torno a la interpretación que debe darse a la frac. VIII del Artículo 123, según la
cual, "el salario mínimo quedará exceptuado de embargo, compensación o descuento": el art.
50, frac. II, inciso "a" de la Ley del Impuesto sobre la renta, dice que "quedan exceptuados del
impuesto sobre productos del trabajo: el salario mínimo general . .. ", lo que significa que los
salarios mínimos profesionales están sujetos al impuesto y, consecuentemente, que los
patronos deban descontar las sumas- de dinero necesarias para cubrirlo. La tesis se quiere
justificar diciendo que el término salario mínimo, usado en la fracción octava, se refiere
exclusivamente a los salarios mínimos generales, afirmación que permitió a la Secretaría de
Hacienda dictar la norma bárbara del art. 50, Este punto de vista, que representa la tendencia
de la Secretaría a extraer de los salarios los máximos posibles, no sólo contradice la idea del
derecho del trabajo, sino que desconoce la significación gramatical y humana de los textos
constitucionales: la reforma de la frac. VI del Artículo 123, creadora de los salarios mínimos
profesionales, no se extendió a la octava, porque nunca estuvo en la mente de la Comisión que
los salarios mínimos profesionales no eran salario mínimo,· convencida la Comisión de la tesis
contraria, redactó la fracción sexta diciendo que "los salarios mínimos serán generales o
profesionales", norma de la que no es posible deducir que los salarios mínimos profesionales no
son salario mínimo, sino inversamente, se trata de dos ideas unidas en una idea suprema.
Además, si los salarios mínimos profesionales no están protegidos por la fracción octava y si,
consecuentemente, los patronos van a poder efectuar descuentos sobre ellos, tal como ocurre
con el salario que ya no es mínimo, ¿por qué y para qué se les llamó salario mínimo?
La tesis hacendada nos haría regresar a la doctrina del salario mínimo vital en sentido estricto,
lo que implicaría la destrucción de los propósitos de la reforma de 1962 y daría la razón a las
empresas, ya que, ¿por qué habría de fijar un organismo público salarios que no son salario
mínimo? Por último, la Secretaría de Hacienda cree que le es lícito agregar palabras a los textos
constitucionales y ahí donde dice "salario mínimo" leer salario mínimo general.
Por otra parte, los salarios mínimos profesionales poseen una justificación más: las necesidades
de los hombres crecen a medida que se eleva su condición social: los trabajadores de salario
mínimo general son, ya lo hemos dicho, los que desempeñan los trabajos de menor categoría,
de donde se sigue que son los que tienen necesidades menores en algunos renglones, como
puede ser el caso del vestido o la asistencia a escuelas de capacitación, situaciones que difieren
en los trabajadores de salario mínimo profesional, y fueron estas mayores necesidades las que
quiso proteger la fracción sexta. Finalmente, si los salarios mínimos profesionales no existieran,
los empresarios, como ocurre ahí donde no se han fijado todavía, les pagarían el salario mínimo
general, con lo cual, trabajos de categorías distintas se pagarían con la misma retribución, con
daño grave de la justicia.
3. Los salarios mínimos del campo: la ya citada fracción sexta expresa en su párrafo tercero que
"los trabajadores del campo disfrutarán de un salario mínimo adecuado a sus necesidades". La
interpretación del precepto suscita dos cuestiones principales.
La primera es la pregunta sobre lo que debe entenderse por necesidades del trabajador del
campo: pensamos, de una manera general, que son las mismas de los demás trabajadores,
porque poseen las mismas calidades humanas, y porque los salarios mínimos generales, que si
ya no son, según dijimos líneas arriba, un salario mínimo vital estricto, sí se proponen satisfacer
las necesidades vitales del hombre y de su familia, constituyen el ingreso menor, abajo del cual
la vida devendría infrahumana. Por lo tanto, las comisiones encargadas de la fijación de los
salarios mínimos del campo, deberán analizar cuidadosamente cuales de los renglones pueden
satisfacerse con un ingreso menor y en qué medida proporciona el campo elementos que
aligeren el costo de la vida; y solamente entonces podrán fijar un salario mínimo que satisfaga
las exigencias del derecho del trabajo nuevo y de la justicia social, cuyo manto todavía no se
extiende en la proporción adecuada a estos trabajadores.
La segunda cuestión se relaciona con el concepto de trabajador del campo: la controversia
doctrinal que se desarrolló en el pasado quedó resuelta en el párrafo segundo del art. 279 de la
Ley nueva, que dice que "los trabajadores en las explotaciones industriales forestales se regirán
por las disposiciones generales de la Ley". Por lo tanto, los trabajadores del campo son
únicamente, en concordancia con el párrafo primero del mismo precepto, "los que ejecutan los
trabajos propios y habituales de la agricultura, de la ganadería y forestales".
La Ley de 1931 dispuso que las comisiones" de los salarios mínimos se reunirían cada dos años,
de donde derivó ese término de vigencia. Las reformas de 1962 precisaron en el art. 428-D que
"los salarios mínimos se fijarían cada dos años", disposición que pasó al art. 570 de la Ley nueva.
El proceso inflacionario del año 1973 decidió al Congreso de la Unión a expedir el 4 de
septiembre un decreto que autorizó a la Comisión nacional de los salarios mínimos para
determinar los aumentos convenientes en los salarios mínimos, a fin de restituirles su poder
adquisitivo. Como el proceso inflacionario continuar el mismo Congreso federal expidió un
segundo decreto (Diario Oficial de 20 de septiembre de 1974) en el que reformó el art. 579 de
la Ley y dispuso que los salarios mínimos se fijen anualmente.
Una medida paralela se adoptó para los contratos colectivos y los contratos-ley: la revisión de
unos y otros podrá hacerse anualmente y no sólo al concluir su vigencia, pero únicamente en lo
que concierne a los salarios en efectivo por cuota diaria. Todas las otras cláusulas de los
contratos conservan su vigencia hasta que concluya el término de duración.
En diferentes controversias tuvo que resolver la Suprema Corte de Justicia la condición de los
trabajadores de salario mínimo que prestan trabajo a un patrono durante tres, cuatro o cinco
horas, Tuvo que determinar la Corte si era lícito dividir el salario entre ocho y pagar la cantidad
que resultara según el número de horas trabajadas. En la ejecutoria de 27 de agosto de 1937,
Amparo directo 3000/37/2a., ratificada en otras sentencias, decidió la Corte que la proporción
era correcta, porque no podía obligarse a los patronos al pago del salario mínimo por un trabajo
de una o dos horas.
VII. LA DEFENSA DE LOS SALARIOS MÍNIMOS
La Declaración de derechos sociales otorgó a los salarios mínimos en su fracción octava una
protección absoluta, porque son la fuente de una vida humana para el trabajador y su familia,
un principio respetado siempre por las leyes y las autoridades del trabajo: "El salario mínimo
quedará exceptuado de embargo compensación o descuento."
1. Otra vez encontramos que la Secretaría de Hacienda se desentiende de los mandamientos
que inscribió el pueblo en su Constitución y de los principios fundamentales del derecho del
trabajo: teóricamente declara al salario mínimo exento del pago del impuesto, pero tan pronto
es mayor el salario, carga el impuesto no sobre el excedente del salario mínimo, sino sobre la
percepción total; así, a ejemplo, si el salario mínimo es de mil ochocientos pesos mensuales,
pero el trabajador percibe mil ochocientos cincuenta, la Secretaría de Hacienda cobra el
impuesto no sobre el excedente del salario mínimo, sino sobre los mil ochocientos cincuenta
pesos. En estas condiciones, los trabajadores de salario mínimo que prestan cuatro o cinco horas
de trabajo extraordinario al mes, se encuentran con que han prestado sus servicios para que se
enriquezca el Fisco. Esta solución, notoriamente inconstitucional, descansa en una carencia de
sentido humano en el impuesto, que es un gran devorador de los humildes, en lugar de gravar
a las grandes fortunas y a las utilidades verdaderas; lo cierto es que nos encontramos ante una
auténtica expoliación.
Es pues, preciso, volver al texto constitucional, a cuyo fin, la tasa del impuesto debe correr a
partir del primer peso que exceda al salario mínimo. Por lo tanto, si el salario mínimo es de
cincuenta pesos diarios y de mil quinientos mensuales, las dos cantidades deben quedar
exceptuadas, por lo cual, si un trabajador recibe una retribución mayor, cualquiera que ésta sea,
la tasa del impuesto sólo deberá gravar a partir del peso cincuenta y uno o del mil quinientos
uno. Será entonces cuando se dé cumplimiento al principio declarado por la Asamblea
Constituyente.
2. Regresamos al tema de la interpretación de la frac. VI del Artículo 123 y de los descuentos a
los salarios mínimos: de los apartados anteriores se desprende que el concepto de salario
mínimo es unitario y que se compone de dos grados: los salarios mínimos generales y los
profesionales. Esta idea está presente en el art. 97 de la Ley, que prohíbe la compensación, el
descuento o la reducción de los salarios mínimos, sin hacer distinción alguna entre las dos
formas mencionadas, tesis que se confirma en las palabras finales del párrafo introductorio:
salvo en los casos siguientes.
Las excepciones consignadas actualmente en el citado art. 97 son cuatro: a) La primera
comprende el pago de pensiones alimenticias decretadas por la autoridad competente en favor
de la esposa, hijos, ascendientes y nietos, norma de la que se infiere que las pensiones acordadas
a otros parientes no pueden ejecutarse sobre los salarios mínimos, ni generales ni profesionales.
La Comisión juzgó que la norma tiene plena justificación: primeramente, consideró que la
finalidad del salario mínimo es satisfacer las necesidades del hombre y de su familia, por lo que
si aquél incumple las obligaciones familiares, la ley no puede protegerlo. Pero el salario mínimo
es la cantidad de dinero menor para alcanzar una vida decorosa, por lo que no era posible
distraerlo en beneficio de familiares lejanos; serán el trabajador y su familia quienes resuelvan
si incorporan a la persona a su hogar o le prestan alguna ayuda; b) La segunda excepción,
después de las reformas de 1972, se aplica a los casos en que las empresas, independientemente
de su obligación de contribuir al fondo de la vivienda, proporcionan habitaciones a sus
trabajadores con cobro de renta, la que no podrá exceder del medio por ciento mensual del
valor catastral de la finca. De conformidad con el art. 97, frac. II, el monto del descuento no
podrá exceder del diez por ciento del salario mínimo; e) La excepción tercera. Incluida asimismo
en las reformas de 1972 se refiere "al pago de abonos para cubrir préstamos provenientes del
fondo de la vivienda, libremente aceptado por el trabajador, sin que pueda exceder del veinte
por ciento del salario"; d) La excepción última deriva del decreto de 30 de diciembre de 1973
que adicionó el art. 90 de la Ley, al que ya nos referimos en el prólogo a la segunda edición de
este libro: "Pago de abonos para cubrir créditos destinados a la adquisición de bienes de
consumo duradero o al pago de servicios." Los descuentos deberán ser aceptados libremente
por los trabajadores y no podrán exceder del diez por ciento del salario. En el mismo prólogo a
la segunda edición consideramos lo que nos parece una inconstitucionalidad indudable de esta
deducción.
Los grandes temas del derecho del trabajo recibieron un aluvión de observaciones y
comentarios, al que no pudo evadir el tema de la posibilidad de los descuentos a los salarios
mínimos para el pago de cuotas sindicales. La Comisión se detuvo largamente en la meditación
de las razones contenidas en los escritos de las carpetas que se formaron con ellos, pues
comprendió que estaban en juego las exigencias mínimas de la vida humana y las pretensiones
de los líderes sindicales y se decidió en favor de aquéllas, ·porque la finalidad suprema del
estatuto laboral es la satisfacción de las necesidades humanas materiales y espirituales. La
decisión se basó en un argumento fundamental: si el pueblo de México ha liberado a los
trabajadores de salario mínimo de la obligación que impone el art. 31 de la Carta Magna a los
hombres de "contribuir para los gastos públicos, de la Federación, de los estados y de los
municipios", ¿cuál puede ser la razón para que se les obligue a contribuir a los dispendios de las
directivas sindicales? Y se rechazó el argumento de que los sindicatos contribuyen al
mejoramiento de las condiciones de vida, porque ¿cómo puede hablarse de mejoramiento, si
en ningún supuesto pueden recibir una retribución menor?
La Ley nueva regula en los arts. 90 a 97 todas las cuestiones sustantivas que se relacionan con
los salarios mínimos; y en el último de ellos se ocupó de· las excepciones únicas a la prohibición
de los descuentos. Según la exposición del apartado anterior, esas excepciones tienen por objeto
pasar una pensión alimenticia a la familia del trabajador y facilitarle, bien el arrendamiento de
una habitación, bien su adquisición, por lo tanto, los descuentos son salario que no sale del
patrimonio del trabajador, puesto que se entrega a su familia para alimentos o a él mismo en
forma de la habitación dentro de la que va a vivir. Pero ninguna excepción más es permitida:
ciertamente, los descuentos para cuotas sindicales pueden hacerse sobre los salarios superiores,
pero esa autorización no puede extenderse a los salarios mínimos sin violar los textos legales.
Nuestra legislación se elevó en 1962 a un alto grado de perfección técnica. Pero las leyes son
simples medios que requieren en su aplicación el mismo amor por la justicia que yace, como dijo
Morelos en Los sentimientos de la Nación mexicana, en la buena Ley. La del trabajo no escapa a
este sino, por lo que será letra muerta si se continúan fijando salarios mínimos que no cubran
las necesidades normales de los trabajadores y si no se impone su respeto a todos los que se
relacionen con ellos.
CAPÍTULO XXVIII
LA PARTICIPACIÓN OBRERA EN LAS UTILIDADES DE LAS EMPRESAS
En la Asamblea Constituyente de 1857, Ignacio Ramírez definió al salario como la suma de dinero
que se entrega al trabajador para su manutención y recuperación, una inversión análoga a la
que se efectúa en la reparación y substitución de las máquinas, lo que significa que el trabajo,
como factor de la economía, no recibe nada, a diferencia del capital, que lo recibe todo. De ahí
que aquel formidable ariete de un nuevo sistema de ideas, como le llamó una vez Antonio Caso,
se anticipara a la historia y afirmara que la única respuesta a la cuestión social era la partición
de las utilidades entre los dos factores de la producción.
No sabemos que se hubiese elevado ninguna otra voz, ni en el siglo xix ni en las dos décadas
finales del Porfiriato, lo que no es de extrañar, porque aquella sociedad de dueños de haciendas
carecía de sensibilidad para la justicia social.
El Nigromante; que inventó la idea, y los diputados Constituyentes de Querétaro, que revivieron
e impusieron la institución, escenificaron dos momentos románticos, pero el primero esbozó el
fundamento y los segundos positivaron la idea. Uno y otro están inscritos en el libro de oro de
la historia de nuestro derecho del trabajo.
En otro capítulo (Creación del Derecho mexicano del trabajo, apartado: La Declaración de
derechos sociales de 1917) relatamos la formación del título de la Carta Magna: El trabajo y la
previsión social. En la sesión del 27 de diciembre de 1916, el diputado obrero veracruzano Carlos
L. Gracidas, despertó de su letargo al pensamiento de Ramírez:
Estimamos que la justa retribución será aquella que se base en los beneficios que obtenga el
capitalista. Soy partidario de que al trabajador, por precepto constitucional, se le otorgue el
derecho de obtener una participación en los beneficios del que lo explota.
Concluido el debate, la Asamblea decidió se formara una comisión para que redactara las bases
para el derecho del trabajo del futuro, las que una vez aprobadas se incluirían en un título
especial de la Constitución. Tomaron la iniciativa Pastor Rouaix y José Natividad Macías y se
completó con los Constituyentes: Lugo, De los Ríos, Góngora y Calderón, entre otros más. El
proyecto se firmó el 13 de enero de 1917 por numerosos constituyentes, pero no se reflejó en
él el pensamiento de Ramírez y Gracidas, por lo tanto, nada se dijo sobre la participación obrera
en las utilidades de las empresas. Días después se turnó a la Primera Comisión de Constitución
de la Asamblea, compuesta de los diputados Múgica, Recio, Colunga, Román y Monzón, quienes,
en su dictamen de veintitrés del mismo mes de enero, incluyeron un bello párrafo:
Creernos equitativo que los trabajadores tengan una participación en las utilidades de toda
empresa en la que presten sus servicios. A primera vista parecerá ésta una concesión exagerada
y ruinosa para los empresarios; pero estudiándola con detenimiento se tendrá que convenir que
es provechosa para ambas partes. El trabajador desempeñará sus labores con más eficacia
teniendo un interés personal en la prosperidad de la empresa; y el capitalista podrá disminuir el
rigor de la vigilancia y desaparecerán los conflictos entre uno y otro con motivo de la cuantía del
salario.
Según el testimonio del ingeniero Pastor Rouaix, fue el general Múgica quien insistió en que se
reconociera la institución, lo que se llevó al cabo en la frac. VI del Artículo 123: "En toda empresa
agrícola, comercial, fabril o minera, los trabajadores tendrán derecho a una participación en las
utilidades, que será regulada como indica la fracción novena."
El Congreso Constituyente amaba intensamente el federalismo y tenía una fe absoluta en la
aptitud del municipio para gobernarse a sí mismo, lo que explica que en la fracción novena, igual
que en el problema de los salarios mínimos, previera la formación de comisiones municipales,
que quedarían subordinadas a la Junta central de conciliación que debería establecerse en cada
estado.
Los textos constitucionales requerían una ley reglamentaria, la que salvo algunas disposiciones
en las leyes de los estados, nunca pudo lograrse en el derecho federal. La lucha, con diversas
alternativas, se prolongó hasta 1962, fecha que clausuró un gran debate histórico, mediante una
reforma constitucional, que hizo posible el sistema que actualmente rige en nuestro derecho
del trabajo.
La participación obrera en las utilidades de las empresas fue otra de las manifestaciones
magníficas de la idea del derecho del trabajo nuevo y de la justicia social: en el capitalismo
individualista y liberal, la empresa era una propiedad hermética, por lo que no existía sobre ella
más derecho que el del propietario; el nuevo derecho del trabajo rompió sus muros y obligó al
capital y a su estado a que reconocieran los derechos del trabajo: el proceso económico es una
combinación de sus dos factores primarios, ninguno de los cuales puede faltar, un proceso que
en el sistema capitalista. se desenvuelve por los carriles de la empresa, la que es, lo hemos
explicado varias veces, la representante de la economía. De esta concepción fluye la tesis de que
el trabajo y el capital deben disfrutar de derechos en ella, entre los que se coloca la participación
obrera en las utilidades: otorgar todos los beneficios al capital equivale, como habría dicho
Ramírez, a sumir a los trabajadores en la categoría de las máquinas; y entregarlos al trabajo es
el sueño de un mundo nuevo, en el que los trabajadores, al destruir al capitalismo explotador,
salten la fórmula hobbesiana de que el hombre es el lobo del hombre.
1· La iniciación de la batalla por la participación obrera en las utilidades de las empresas: fue
otra vez la legislatura de esa linda ciudad que es Jalapa la que rompió las hostilidades al reformar
el 5 de julio de 1921 su Ley del trabajo: se entiende por utilidades la ganancia liquida obtenida
por la empresa, después de descontar el interés y la amortización del capital invertido; el tanto
por ciento que correspondería al trabajo nunca sería menor del diez; las utilidades se repartirían
en proporción a los salarios percibidos por cada trabajador.
Después, las autoridades federales se batieron en retirada: el Proyecto Portes Gil estableció que
una parte de las utilidades de los trabajadores se destinaría a cubrir su aportación en el seguro
social, de conformidad con la ley que se expidiera; y añadió que los trabajadores percibirían
además un cinco por ciento calculado sobre el salario devengado. El Proyecto de la Secretaría
de Industria consumó el enterramiento provisional de la institución.
En el Congreso de derecho industrial de 1934, frente a la tesis empresarial que pretendía que la
aportación de los patronos al Seguro Social se limitara a la participación obrera en las utilidades,
Vicente Lombardo Toledano conmovió a la opinión pública al afirmar que el seguro social debía
financiarse íntegramente por las empresas, porque se refería a la seguridad de la vida futura de
los trabajadores, en tanto la participación en las utilidades era una percepción anual para vivir
mejor en el presente. En un nuevo Congreso de derecho del trabajo, organizado por la Secretaría
del ramo en 1949, las centrales obreras sostuvieron que había llegado el momento de expedir
la ley de participación de utilidades.
2. Las pugnas doctrinales: continuando la negatividad del Proyecto de la Secretaría de Industria,
la Ley de 1931 nada dijo sobre el derecho de los trabajadores a las utilidades. En esas
condiciones, la batalla se localizó en torno al tema de la reglamentación de las normas
constitucionales.
Hábilmente esgrimieron los teóricos de los empresarios algunos argumentos: La experiencia de
los pueblos que se atrevieron a recorrer el camino de la participación en las utilidades es
negativa. El sistema será un motivo más de fricciones entre los trabajadores y los empresarios,
pues aquellos creerán siempre que los segundos ocultan o escamotean las utilidades -dos
términos que efectivamente expresan lo que ocurre en este país, con perjuicio de los
trabajadores y del fisco-. La participación en los beneficios presupone la intervención de los
trabajadores en la administración, o por lo menos, la revisión de las contabilidades de las
empresas, lo que es inadmisible dentro del sistema de producción del mundo capitalista, que
reclama una plena libertad de acción del empresario. El porcentaje de utilidades que se conceda
tiene que ser reducido, pues, si fuese elevado, perdería todo aliciente la iniciativa privada, ya
que resultaría difícil o imposible la reinversión de capitales, indispensable para el progreso
económico; en esas condiciones, al repartir la cantidad que resulte entre todos los trabajadores
de la empresa, ocurrirá que la participación de cada uno de ellos será insignificante.
Lentamente se fue formando una fuerte corriente en contra de los detractores de la institución:
ninguna de las razones expuestas, se dijo, constituye un argumento suficiente para incumplir un
mandato que el pueblo escribió en su constitución. La argumentación es vieja y es la misma que
se ha usado cada vez que un pueblo lucha por un derecho más justo. Además, con excepción de
Australia y Nueva Zelandia, ningún pueblo había impuesto en 1917 los salarios mínimos
generales obligatorios, y nunca se había elevado la huelga a un derecho de las mayorías obreras,
ni se había impuesto a las empresas el deber de sostener escuelas en beneficio de los hijos de
los trabajadores, ni, finalmente, se habían declarado, como derechos sociales protegidos por las
constituciones, principios semejantes a los del Artículo 123, y sin embargo, esas instituciones
funcionaban normalmente entre nosotros.
Una porción del movimiento obrero miró a la institución con desconfianza, pues creyó que la
participación obrera en las utilidades conducía a una especie de asociación con el capital, lo cual,
a su vez, podría solidarizar a los trabajadores con el éxito de la empresa y matar su espíritu de
lucha. Pero la desconfianza desapareció bien pronto, porque se precisó la naturaleza del
derecho y su diferencia con la idea de asociación, y porque se record& que el movimiento obrero
perseguía una finalidad doble, cada uno de cuyos términos debe recibir una satisfacción
adecuada: la primera finalidad es inmediata y consiste en la elevación de los niveles de vida y en
la creación de condiciones humanas para la prestación del trabajo, mientras que la segunda es
mediata y tiende a facilitar, mediante la libertad y la acción sindical, un régimen social más justo
en el futuro, finalidad esta segunda que no puede ni debe estorbar la realización de la primera,
porque no se puede condenar a los hombres a la miseria a pretexto de incitarlos a precipitarse
a la lucha.
La tendencia a la modificación del sistema de los salarios mínimos, apareció de pronto como la
ocasión para reformar al mismo tiempo las normas constitucionales sobre el reparto de
utilidades, que era un imposible al través de comisiones municipales. La doble reforma de 1962
clausuró el debate y abrió una nueva etapa en la historia del problema.
La iniciativa del presidente López Mateas del año 1961, justificó en un párrafo de la Exposición
de motivos la necesidad de la reforma constitucional:
Para facilitar la explicación de la nueva frac. IX del Artículo 123, consideramos indispensable su
transcripción: Los trabajadores tendrán derecho a una participación en las utilidades de las
empresas, regulada de conformidad con las normas siguientes:
a) Una Comisión nacional, integrada con representantes de los trabajadores, de los patronos y
del gobierno, fijará el porcentaje de utilidades que deba repartirse entre los trabajadores.
b) La Comisión nacional practicará las investigaciones y realizará los estudios necesarios y
apropiados para conocer las condicione:; generales de la economía nacional. Tomará asimismo
en consideración la necesidad de fomentar el desarrollo industrial del país, el interés razonable
que debe percibir el capital y la necesaria reinversión de capitales.
c) La misma Comisión podrá revisar el porcentaje fijado cuando existan nuevos estudios e
investigaciones que lo justifiquen.
d) La ley podrá exceptuar de la obligación de repartir utilidades a las empresas de nueva creación
durante un número determinado y limitado de años, a los trabajos de exploración y a otras
actividades, cuando lo justifique su naturaleza y condiciones particulares.
e) Para determinar el monto de las utilidades de cada empresa se tomará como base la renta
gravable de conformidad con las disposiciones de la Ley del impuesto sobre la renta. Los
trabajadores podrán formular ante la oficina correspondiente de la Secretaría de Hacienda y
Crédito Público, las objeciones que juzguen conveniente, ajustándose al procedimiento que
determine la ley.
f) El derecho de los trabajadores a participar en las utilidades no implica la facultad de intervenir
en la dirección o administración de las empresas.
Las dos instituciones, rodeadas por los principios fundamentales del derecho del trabajo,
poseen, sin embargo, fundamentos y finalidades propios, que delimitan su posición frente a los
trabajadores.
El salario es la retribución por el trabajo, prestado, y según hemos expuesto, se manifiesta en
tres grados: el salario mínimo, el salario remunerador y el salario justo, y en esos tres aspectos,
con la totalidad de las prestaciones que lo integran, se propone realizar la finalidad suprema del
derecho del trabajo, que es asegurar al hombre una existencia decorosa. En cambio, la
participación en las utilidades hace partícipe al trabajo de los resultados del proceso económico,
si bien, claro está, su finalidad última y también principal, es contribuir a la elevación de los
niveles de vida.
Las dos instituciones no pueden ni deben confundirse, ni podría la participación en las utilidades
sustituir, ni siquiera parcialmente, al salario, porque, por una parte, asociaría al trabajador en
los riesgos de la producción, y por otra, se correría el riesgo de que en los años de utilidad
reducida o nula, se abatiera la condición de los trabajadores.
Las diferencias apuntadas y la insustituibilidad del salario, explican el art. 129 de la Ley, según el
cual, "la participación en las utilidades no se computa como parte del salario para los efectos de
las indemnizaciones que deban pagarse a los trabajadores".
D) El campo de aplicación de la institución
La disposición originaria del Artículo 123 decía que "en toda empresa agrícola, comercial, fabril
o minera, los trabajadores tendrían derecho a ... ". El párrafo introductorio de la norma nueva
usa únicamente la palabra empresa, porque es más general que cualquier otra enumeración.
Por lo tanto, puede afirmarse que en la reforma constitucional se procuró la mayor dilatación
posible de la institución.
Cuando se estudiaba la reforma constitucional de 1962, la Comisión trajo a la vista el principio
de la extensión de las normas de trabajo a todos los trabajadores y a todas las empresas, pero
no pudo ignorar la existencia de ciertas situaciones que tal vez ameritaban alguna modalidad.
Así nació el inciso "d" de la nueva frac. IX del Artículo 123, del que debe decirse que no es una
norma imperativa para el legislador ordinario, sino una facultad que se le otorga a fin de que, si
lo juzga conveniente, pueda exceptuar a determinadas empresas de la obligación de hacer a los
trabajadores partícipes en las utilidades, solución que brota de las palabras iniciales del inciso:
"La ley podrá exceptuar ... ". Antes de proponer el inciso, la Comisión meditó largamente y llegó
a la conclusión de que, de la misma manera que en el problema de la estabilidad en el trabajo,
se justificaba por la naturaleza de las cosas, según esperamos demostrar en los renglones
subsecuentes.
El legislador ordinario hizo uso de la facultad para plasmar el art. 100-F de la Ley de 1931,
modificado en el 126 de la Ley nueva, al que vamos a referimos en los renglones siguientes; un
precepto que es una enumeración limitativa de los casos que juzgó oportuno el legislador
colocar dentro de la norma constitucional, por lo tanto, ninguna autoridad podrá aceptar
excepciones que no estén contenidas en la enumeración. Por otra parte, como ocurre siempre
con las excepciones, su interpretación debe ser restrictiva.
La enumeración comprende varias fracciones: a) La primera menciona a las empresas de nueva
creación, excepción que se justificó en la Exposición de motivos de la reforma legal de 1962
diciendo que era prudente esperar se normalizara su funcionamiento. En aquella reforma se
extendió la excepción a dos años, lapso que la Ley nueva redujo a uno. En consecuencia, es una
excepción limitada en el tiempo; b) La segunda, vinculada con la anterior, se ocupa de "las
empresas de nueva creación, dedicadas a la elaboración de un producto nuevo". La reforma de
1962 concedió un plazo de cinco años que la Ley nueva redujo a dos. La ya citada Exposición de
motivos de 1962 expresa que "la introducción de un producto nuevo contribuye a fomentar el
progreso general del país e implica un riesgo que amerita una cierta consideración; c) Las
reformas de 1962 pusieron en el tercer lugar a "las empresas dedicadas a la industria extractiva
durante el período de exploración", medida que se justificó en la circunstancia de que la frac. IX
del Artículo 123 mencionó a esas empresas a título de ejemplo; se consideró, además, que la
Ley autoriza la formación de relaciones de trabajo para obra o tiempo o capital determinado,
cuando se trata de esos trabajos. La Ley nueva limitó la excepción a "las empresas de nueva
creación", porque la industria extractiva tiene necesidad de realizar trabajos permanentes de
exploración, y sería injusto que el personal de la empresa destinada a esos trabajos quedara al
margen de la distribución de las utilidades; d) La cuarta de las excepciones comprende a "las
instituciones de asistencia privada que con bienes de propiedad particular ejecutan actos con
fines humanitarios sin propósito de lucro"; pensamos que es un ejemplo claro de la imposición
de la naturaleza de las cosas (léase finalidades) al orden jurídico; e) La excepción siguiente
abarca al Instituto Mexicano del Seguro Social, porque, dice la Exposición de motivos, "no se
comprende que los ingresos que pagan los trabajadores y los patronos para la seguridad social
se consideren como utilidades de la institución". Comprende también la fracción a "las
instituciones públicas descentralizadas con fines culturales, asistenciales o de beneficencia",
pues, según la misma Exposición de motivos, "sus ingresos tienen un destino nacional o sirven
para la preparación de los jóvenes y para el progreso de la cultura"; f) Finalmente, la Ley
consideró a la pequeña industria, pero no quiso la Comisión proponer una definición, sino que
dejó al criterio de la Secretaría del Trabajo, previa consulta con la Secretaría de Industria y
Comercio, la determinación del concepto, que podría modificarse cuando concurran nuevas
circunstancias que propicien el cambio. La Comisión pensó que podría destruirse a estas
empresas con una obligación rígida.
En el capítulo relativo al problema habitacional analizaremos la reforma de 9 de febrero de 1972
a la frac. XII del Artículo 123, que sustituyó la obligación de las empresas de proporcionar
habitaciones a los trabajadores, con una aportación periódica a un fondo nacional de la vivienda.
El 22 de abril del mismo año se expidió la Ley reglamentaria del Instituto del fondo nacional de
la vivienda para los trabajadores, cuyo art. 63 creó una excepción más a la obligación de repartir
utilidades:
Los remanentes que obtenga el Instituto en sus operaciones, no estarán sujetos al impuesto
sobre la renta ni a la participación de los trabajad9res en las utilidades de las empresas.
E) Las bases para la fijación del porcentaje obrero.
Dentro de este rubro incluimos algunas cuestiones fundamentales, cuya trascendencia obligó a
la Comisión redactora de la Ley nueva a precisar varias de las disposiciones de la reglamentación
de 1962.
1. El concepto de utilidades de la empresa: la Comisión encargada de las reformas
constitucionales y legales de 1962 vio dos caminos para la determinación del concepto: uno era
el acuerdo entre los trabajadores y los patronos y en caso de disidencia someter el conflicto a la
decisión de las Juntas de Conciliación y Arbitraje, en tanto el otro consistía en tomar como base
la renta gravable, de conformidad con las disposiciones de la Ley del impuesto sobre la renta. El
primer sistema presentaba dos defectos: la falta de preparación y la carencia de elementos
técnicos de los trabajadores, daría por resultado que en un alto porcentaje se impusieran los
puntos de vista del empresario; y por otra parte, los juicios ante las Juntas, que podrían
multiplicarse en proporciones alarmantes, serían extraordinariamente difíciles para la causa de
los trabajadores, pues mientras los patronos disponen de medios suficientes de prueba para
ocultar la realidad de sus utilidades, los trabajadores no poseen datos para comprobar sus
afirmaciones. En la Exposición de motivos de las reformas a la Ley de 1931, se justificó la razón
que condujo al segundo sistema: "La Secretaría de Hacienda y Crédito Público es el organismo
más capacitado para determinar las utilidades de cada empresa", un argumento que será cierto
el día en que la Secretaria se resuelva a vigilar y a comprobar la veracidad de las declaraciones
de las empresas.
2. La idea de un porcentaje único aplicable a todas las empresas en beneficio de todos los
trabajadores: el inciso "a" de la frac. IX del Artículo 123 previene que "la Comisión fijará el
porcentaje de utilidades que deba repartirse entre los trabajadores"; y el art. 100-G de la Ley
vieja decía que "los trabajadores participarán en las utilidades de las empresas, de conformidad
con el porcentaje que determine la Comisión nacional". Los dos preceptos hablan del porcentaje
de utilidades, lo que conduce a la idea de un porcentaje único aplicable en todas las empresas.
3. El significado de los elementos que debe considerar la Comisión nacional para la
determinación del porcentaje obrero en las utilidades: el párrafo segundo del inciso "b" de la
frac. IX del Artículo 123 expresa que "la Comisión tomará en consideración la necesidad de
fomentar el desarrollo industrial del país, el interés razonable que debe percibir el capital y la
necesaria reinversión de capitales".
En el curso de las sesiones de 1962 en la Secretaría del Trabajo, los representantes de los
empresarios sostuvieron que el párrafo transcrito constituía una garantía para el capital, por lo
cual, antes de determinar el porcentaje obrero, debía aplicarse la utilidad a cubrir un interés
razonable al capital invertido y a formar una reserva para fomentar el desarrollo industrial del
país y la necesaria reinversión de capitales, garantías que debían consignarse en la
reglamentación que se proyectaba. Se vieron apoyados en sus puntos de vista por algunos
escritos que con el propósito de criticar la reforma, defendieron aquella tesis.
Los representantes de la Secretaría replicaron que la tesis empresarial era el producto de la
conversión del verbo considerar en garantizar, siendo así que el primero significa, según el
Diccionario de la Academia, "pensar, meditar, reflexionar una cosa con atención y cuidado", en
tanto garantizar quiere decir "dar garantía, que es acción y efecto de afianzar lo estipulado". Por
lo tanto .. la Comisión debía pensar, meditar y reflexionar sobre aquellos elementos, y fijar
entonces un porcentaje que no sea de tal manera elevado que haga imposible el desarrollo de
la empresa, la obtención de un interés razonable para el capital y la necesaria reinversión de
capitales. O expresado con otras frases: el porcentaje obrero debe ser un tanto por ciento que
otorgue al trabajo una participación justa en los beneficios de la producción, porque los fines
del derecho del trabajo, de sus principios, normas e instituciones, son una aproximación cada
vez mayor a la idea de la justicia social; pero ha de ser un porcentaje que, al mismo tiempo,
permita la vida de la empresa y su crecimiento. Teóricamente puede pensarse que el porcentaje
oscile entre el uno y el noventa y nueve por ciento, pero y a fin de entrar en armonía con algunas
reflexiones del apartado segundo de este capítulo, el uno por ciento sería una burla al trabajo y
el noventa y nueve la muerte de la empresa privada.
Nos encontramos todavía en las sesiones de 1962, porque en ocasión de ellas y dados los
términos de la Ley del impuesto sobre la renta, tal como entonces regía, los representantes
empresariales propusieron que para determinar la renta gravable de las personas jurídicas no
se atendiera a las cédulas primera y segunda, que gravaban las utilidades de las personas físicas
o jurídicas que se dedican al comercio o a la industria, sino a la séptima, que a propósito de las
personas jurídicas determina que "tienen obligación de contribuir en esta cédula, quienes
perciban habitual o accidentalmente ingresos procedentes de las ganancias que distribuyan o
deban distribuir toda clase de sociedades".
Los miembros de la Comisión se dieron cuenta de la maniobra, por lo que se negaron a consignar
en la Ley la pretensión empresarial, a cuyo efecto replicaron: primeramente, que la relación de
trabajo se da entre el trabajador y el patrono y que en el caso de las personas jurídicas, el
patrono era la sociedad; en segundo lugar, que la Constitución, consecuente con el principio
enunciado, decía que "los trabajadores tendrán derecho a una participación en las utilidades de
las empresas", por lo tanto, de sus patronos; y en tercer término, que las dos razones expuestas
eran suficientes para desechar la propuesta de los representantes de los patronos, porque la
cédula séptima no se refería a las utilidades del patrono de los trabajadores, sino a los ingresos
de personas propietarias de acciones o partes sociales de una sociedad, esto es, a ingresos de
personas (los socios) que ninguna relación guardan con los trabajadores.
La Comisión que preparó las reformas constitucionales y legales de 1962 recibió el encargo de
redactar un proyecto de ley que sustituyera a la de 1931. Así se llegó a la Ley vigente, cuyo
proceso de formación describimos en un capítulo anterior. Entre otras cuestiones, analizó la
Comisión los resultados obtenidos en este problema de la participación obrera en las utilidades
y llegó a la conclusión de que era necesario modificar diversas disposiciones, a efecto de
asegurar la realidad de los mandamientos constitucionales.
1: Las excepciones a la obligación de las empresas de repartir utilidades: la reforma
constitucional de 1962 facultó al poder legislativo para exceptuar de la obligación de repartir
utilidades a determinadas empresas. En el apartado cuarto, inciso "D", de este capítulo,
describimos el uso que hizo el Congreso de la Unión de dicha facultad. La experiencia probó que
era conveniente efectuar algunos cambios, que señalamos en el pasaje citado.
2. Las correcciones a la resolución de la CNU de 12 de diciembre de 1963: en la Exposición de
motivos de la Ley de 1970, se encuentra un párrafo preciso, tal vez demasiado cortés,
justificativo de la reforma cuya finalidad consistió en cerrar la puerta a nuevas violaciones a la
Constitución:
La modificación tiene por objeto evitar las dudas que han surgido en la interpretación de la frac.
IX, inciso "b", del apartado "A" del Artículo 123 Constitucional: el nuevo precepto establece que
la Co-Comisión debe fijar el porcentaje aplicable a todas las empresas, pero no autoriza que se
hagan deducciones sobre el porcentaje fijado o se establezcan diferencias entre las empresas.
Ahí se clausuró un segundo debate en este problema de la participación obrera en las utilidades:
el porcentaje será único, aplicable a todas las empresas; y no podrán autorizarse ni deducciones
ni diferencias entre· las negociaciones. La reforma quedó plasmada en el art. 586, frac. V, .un
triunfo de la justicia social contra una insana resolución:
3. Otras reformas: las tres últimas modificaciones introducidas por la Ley nueva se relacionan
con los empleados de confianza, con los procedimientos para la defensa de los derechos de los
trabajadores ante la Secretaría de Hacienda y con la facultad que se otorgó a la Secretaría del
Trabajo para promover directamente la revisión de la resolución que dicte la Comisión nacional
de las utilidades. Los analizaremos en los apartados correspondientes.
VII. LA REVISIÓN DEL PORCENTAJE OBRERO
Sabemos que la reforma constitucional de 1962 facultó a la Comisión nacional de las utilidades
para revisar el porcentaje que hubiese fijado. De esa disposición y de las reglamentaciones de
ese mismo año de 1962 y de la Ley de 1970, se desprende la existencia de dos tipos de requisitos,
sustanciales y procesales, para la procedencia de la revisión.
1. Los requisitos sustanciales: la frac. IX, inciso "e" del Articulo 123, expresa que la revisión será
procedente "cuando existan nuevos estudios o investigaciones que lo justifiquen". En relación
con esta norma, el art. 587, frac. II de la Ley nueva ordena que la solicitud de revisión "contenga
una exposición de las causas y fundamentos que la justifiquen y que vaya acompañada de los
estudios y documentos correspondientes"; por lo tanto, la revisión tiene como punto de partida
la existencia de estudios que acrediten la necesidad o conveniencia de modificar e1 porcentaje.
En su turno, la Comisión nacional de las utilidades debe practicar las investigaciones que juzgue
adecuadas para resolver justificadamente el problema.
2. Los requisitos procesales: existen algunas diferencias importantes entre las reglamentaciones
de 1962 y 1970.
A) Se refiere la primera a los titulares de la acción de revisión: la reglamentación de 1962 (art.
428-V de la Ley de 1931) indicaba que la solicitud podía presentarse a la Secretaría del Trabajo
por los trabajadores o por los empresarios, por lo tanto, no era una solicitud conjunta,
consecuencia de que cada uno de los sectores de la economía representa un interés distinto. En
alguna de las sesiones de la Comisión ·se escuchó un murmullo que apuntaba al futuro y decía
que la Secretaría del Trabajo tendría que devenir en poco tiempo un cuerpo técnico destinado
al servicio del derecho laboral y de su progreso, un espíritu renovador que promoviera
constantemente la modificación de las normas y la superación de los beneficios del trabajo; la
Comisión escuchó el murmullo y decidió satisfacerlo, a cuyo efecto dispuso en el art. 587 que,
además de la revisión solicitada por los trabajadores o los empresarios, se procedería a ella "por
convocatoria expedida por la Secretaria del Trabajo", cuando existieran estudios e
investigaciones que lo justificaran. Y se cumplió la predicción, porque fue precisamente la
Secretaría, por iniciativa propia, la que promovió la revisión de la tantas veces mencionada
resolución de 12 de diciembre de 1963.
B) La acción de revisión presupone la existencia de una resolución, de donde nace el problema
de la oportunidad para iniciarla: la reforma de 1962 se ocupó únicamente de la acción de los
trabajadores o de los empresarios, mientras la Ley nueva tuvo que considerar también la
revisión propuesta por la Secretaría del Trabajo.
Los arts. 428-X de la Ley de 1931 y 589 de la Ley nueva, previenen que la solicitud de los
trabajadores o de los empresarios puede presentarse en cualquier tiempo, pero una vez que ha
sido desechada o resuelta, cualquiera sea su sentido, la parte que la presentó no podrá solicitar
una nueva revisión, "sino después de transcurridos diez -años".
La frac. 1 del art. 587 de la Ley nueva se limita a decir que "la Comisión se reunirá por
convocatoria expedida por el Secretario del Trabajo, cuando existan estudios o investigaciones
que lo justifiquen", pero no extiende la limitación de diez años que existe para los trabajadores
y empresarios; en consecuencia, la Secretaría puede, en cualquier tiempo, lanzar una nueva
convocatoria. Para adoptar este principio, la Comisión relatora del proyecto consideró que la
Secretaría tiene organismos permanentes de investigación y estudio que pueden hacerle ver la
conveniencia de una nueva revisión.
La Secretaría del Trabajo, en ejercicio de la facultad que le otorgó la Ley de 1970, convocó
directamente a la Comisión Nacional de las utilidades a fin de que revisara el porcentaje de 1963.
El 11 de octubre de 1973 se dictó la nueva resolución. En el considerando segundo, la Comisión
explicó una vez más la razón y los fines de la institución:
Que ese derecho (la participación en las utilidades), inspirado en los principios de justicia social
plasmados en nuestra Ley Suprema, constituye un valioso instrumento para alcanzar el
equilibrio entre los factores de la producción, y el reconocimiento a la contribución de la fuerza
de trabajo en los rendimientos que obtienen las empresas.
Que la participación que obtienen los trabajadores en las utilidades de las empresas queda
comprendida dentro del marco general de las remuneraciones al trabajo personal subordinado,
y amerita las mismas protecciones que el salario, pero tiene un fundamento esencialmente
distinto al de éste, ya que obedece a un mandato constitucional que tiene su origen en la
contribución que los trabajadores realizan en una combinación de esfuerzos dentro de las
empresas, para alcanzar una prosperidad común.
En tal virtud, esta participación en las utilidades no incide en los gastos ni en los costos de las
empresas, ni debe afectar los precios de los artículos elaborados o de los servicios prestados, ni
motivar un alza de ellos, pues de lo contrario se desvirtuaría la institución misma y el principio
de equidad y justicia social que le dio origen.
La resolución posee un aspecto sumamente valioso, pero produjo un gran desencanto al fijar en
un ocho por ciento el porcentaje obrero.
Una vez más se demostraron el hondo sentido jurídico de la Ley de 1970 y la razón de las
reformas a la reglamentación de 1962: primeramente, la Comisión, en contraste con la de 1963,
adoptó la interpretación que propuso la Comisión que preparó el proyecto de 1970, en el sentido
de que las referencias contenidas en el párrafo segundo del inciso "b" de la frac. IX del Artículo
123 -tomar en consideración la necesidad de fomentar el desarrollo industrial del país, el interés
razonable que debe percibir el capital y la necesaria reinversión de capitales- son circunstancias
que deben considerarse para fijar el porcentaje obrero y en manera alguna garantías del capital
en virtud de las cuales debían fijarse porcentajes a deducir de la utilidad gravable, en beneficio
de la empresa, misma tesis que defendimos desde la primera edición de este libro. En segundo
lugar, y en armonía con nuestras interpretaciones, se fijó un porcentaje único, aplicable a todas
las empresas. Finalmente, en aplicación del art. 586, frac. V de la Ley nueva, precisó la Comisión
que no podrían establecerse diferencias entre las empresas ni efectuar deducciones sobre la
renta gravable; así se dice expresamente en el artículo primero de la resolución:
El porcentaje de participación se aplicará sobre la renta gravable sin hacer ninguna deducción ni
establecer diferencias entre las empresas, como lo dispone la frac. V del art. 586 de la propia
Ley federal del trabajo.
Cuando todos esperábamos que la Comisión mantuviera el porcentaje del veinte por ciento de
la resolución de 1963, lo que habría multiplicado entre dos y media y tres veces la utilidad que
venían recibiendo los trabajadores, nos sentimos congelados al leer el artículo primero, que fijó
el porcentaje en ocho por ciento. Otra gran victoria de los patronos: de conformidad con los
temibles datos estadísticos, el porcentaje real que percibieron los trabajadores al amparo de la
resolución de 1963, una vez efectuadas las deducciones acordadas sobre la utilidad, era de un
siete por ciento. Esto quiere decir que el único beneficio efectivo que obtuvieron los
trabajadores, fue de un uno por ciento .. Así se hundió una vez más el esfuerzo de la Comisión
que preparó la Ley de 1970. Por fortuna, no será necesario esperar otros diez años para que la
Secretaría del Trabajo lance una nueva convocatoria.
En relación con el problema de las deducciones a la utilidad de las empresas, queremos destacar
una bella solución de la Secretaría de Hacienda, que afecta particularmente a las instituciones
bancarias: se sabe que los bancos realizan grandes inversiones en otras sociedades, que les
producen dividendos anuales. Estos dividendos, que son utilidades, no se acumulan al interés
global de las instituciones bancarias, porque están gravados directamente por la Ley del
impuesto sobre la renta, consecuentemente, se causaría un doble impuesto. Sin embargo, la
Secretaría de Hacienda, considerando que la cuestión impositiva es diferente de la participación
obrera en las utilidades, y que la Constitución y la Ley del trabajo no autorizan ninguna
deducción en la utilidad gravable, decidió que los dividendos que provengan de inversiones en
otra. sociedad, forman parte de la utilidad sobre la que debe recaer el porcentaje del trabajo.
El patrono, dentro de un término de diez días, entregará a los trabajadores una copia de su
declaración y de los anexos que deba presentar de conformidad con las disposiciones fiscales.
La disposición adicionaba el artículo correlativo de las reformas de 1962, con la obligación
impuesta al patrono de "entregar a los trabajadores una copia de su declaración y de los anexos
... " Pues bien, en la sesión destinada al cambio de impresiones sobre los temas de la
participación obrera en las utilidades, estalló una tempestad más, que puso de relieve la
oposición entre la idea del derecho del trabajo deducida de la Declaración de derechos de
Querétaro y la concepción semifeudal de una empresa elevada a la categoría de una fortaleza
hermética dentro de la cual el único personaje con derechos es el capital.
Los representantes de los empresarios, en su memorándum inicial, y la CONCAMIN en el de 31
de marzo de 1969 opusieron los argumentos siguientes: que la adición desvirtuaba lo dispuesto
en el inciso "f" de la fracción IX del Artículo 123, porque implicaba una intromisión en la dirección
o administración de las empresas; que exponía a las empresas al riesgo de la divulgación de su
estado financiero, lo que podría utilizarse por empresas competidoras; que diversas normas
constitucionales y del Código de comercio protegían a los particulares contra cualquier intento
para conocer sus libros y documentos; finalmente, que la adición era innecesaria, porque la
Secretaría de Hacienda disponía de todos los elementos para juzgar la veracidad de las
declaraciones.
El pensamiento de la Comisión, que yace en el fondo de la Ley nueva, ha sido expuesto muchas
veces: la Declaración de derechos sociales concedió a los trabajadores un mínimo de beneficios,
parte integrante de los derechos humanos, que deben realizarse y cumplirse hasta alcanzar su
desarrollo integral y la meta que se propuso el pueblo al inscribirlos en su Constitución en un
acto de su soberanía, por lo tanto, ninguna disposición ni interés alguno puede oponerse al
empleo de los procedimientos indispensables para lograr su pleno disfrute por los trabajadores.
Los derechos que no pueden hacerse valer ni defenderse valen menos que las columnas de
humo que se pierden en el espacio; por consiguiente, si la fracción novena otorgó a los
trabajadores la facultad de defender su derecho y de formular objeciones a las afirmaciones del
patrono, el paso primero para el ejercido del derecho consiste en el conocimiento de los
elementos que sirven de apoyo al empresario para formular su declaración, porque no se puede
objetar lo que se desconoce y porque constituiría una burla cruel interpretar la fracción novena
en el sentido de que se pueden formular objeciones sin saber sobre qué van a versar. En vano
se cita, agregó la Comisión, el art. 16 de la Carta Magna, porque este precepto protege a la
persona y a sus bienes contra las arbitrariedades del poder público, pero nada tiene que hacer
en las relaciones entre el trabajo y el capital; para reforzar este argumento, hizo notar la
Comisión que la tesis expuesta encuentra una segunda aplicación en los procedimientos para la
tramitación y resolución de los conflictos colectivos de naturaleza económica, pues el art. 800,
frac. II dice que los peritos encargados de la investigación están facultados para "practicar toda
clase de inspecciones en la empresa o establecimiento y revisar sus libros y documentos"; así a
ejemplo, si una empresa solicita la reducción de los salarios, ignoramos cómo podría justificar
su petición si al mismo tiempo sostiene que no se pueden revisar sus libros y documentos. Por
otra parte, la afirmación de que el conocimiento de los datos de la declaración por los
trabajadores implicaba una intervención en la dirección o administración de las empresas,
carecía de seriedad y si se le pudiera dar esa interpretación, habría que concluir que sería
igualmente aplicable a la hipótesis señalada de los conflictos colectivos. Congruente con estas
ideas, la Comisión rechazó la tesis empresarial y manifestó en la Exposición de motivos:
A efecto de que los trabajadores puedan formular las objeciones que juzguen convenientes a la
declaración anual que debe presentarse a la Secretaría de Hacienda para el pago del impuesto
sobre la renta, el patrono deberá entregarles, junto con la copia de su declaración, una copia de
los anexos que la acompañen. Para dictar esta disposición, se tomaron en cuenta las
consideraciones siguientes: se consultó con técnicos especializados en esta materia, entre ellos
los de dependencias gubernamentales, y se llegó a la doble conclusión de que los anexos de: la
declaración son necesarios para poder estudiarla y presentar las observaciones que se estimen
adecuadas, así como que dichos anexos no contienen datos secretos que no puedan ponerse en
conocimiento de los trabajadores.
Esta fórmula se basa en que, de acuerdo con las leyes hacendadas los datos de la declaración de
los causantes del impuesto sobre la renta son confidenciales, por lo que no se considera
conveniente que copias de esos anexos circulen libremente. La reforma que se sugiere, sin violar
el carácter estrictamente confidencial de esos documentos, permite que solamente los
trabajadores conozcan de ellos cuando se trate de la defensa de sus derechos en el reparto de
utilidades.
Algún miembro de la Cámara de diputados dijo en uno de sus discursos, que la Ley aprobada por
el Congreso era menos favorable a los trabajadores que la Iniciativa presidencial; la afirmación
era exacta: teóricamente, la modificación carecería de importancia, porque si los trabajadores
tuvieran el propósito de divulgar los datos, les sería suficiente consultar los anexos, tomar las
notas convenientes y entregarlas a la publicidad. Pero la reforma, que fue la última trinchera de
los empresarios, provocó una consecuencia grave, porque es más fácil estudiar esos
documentos cuando se les tiene en las manos y con ayuda de un técnico, en lugar de tener que
acudir a las oficinas de la empresa, que nunca estarán abiertas a los trabajadores o a la Secretaría
de Hacienda. Al clausurarse en la Asamblea Constituyente de 1857 el debate sobre la libertad
de cultos, Francisco Zarco comentó: "¡Cuestión de tiempo: tarde o temprano se ha de
conquistar!" Esperarnos que una próxima legislatura, en la que los diputados obreros defiendan
los intereses de su clase, retorne a la fórmula de la Iniciativa.
B) El procedimiento ante la Secretaría de Hacienda: el mismo art. 121 señala las formas
procesales, cuya finalidad es dar oportunidad a los trabajadores para que defiendan su derecho
y formulen las observaciones que puedan conducir a un incremento de la utilidad: a) De la
fracción segunda se desprende que la facultad de formular observaciones corresponde al
sindicato titular del contrato colectivo, y si, falta, a la mayoría de trabajadores, lo cual, en caso
de ocurrir, equivaldría a un ejercicio del derecho de coalición; b) el patrono debe entregar a los
trabajadores la copia de su declaración dentro de los diez días siguientes a la fecha de su
presentación ante la Secretaría de Hacienda. En tanto no se cumpla esta obligación, no corren
los términos a que nos referiremos en los párrafos subsecuentes; c) Los trabajadores disponen
de un término de treinta días, llamado término de estudio, para analizar la declaración y sus
anexos; d) De conformidad con la fracción segunda, los mismos trabajadores disponen de otros
treinta días, término de objeciones, contados a partir del siguiente al en que venció el término
de estudio, para presentar, sus observaciones; e) Si bien la fracción segunda que comentamos
no lo dice expresamente, la facultad de formular objeciones lleva consigo la potestad de
presentar los elementos que las justifiquen, porque el poder probatorio es una de las
formalidades esenciales del procedimiento a que se refiere el art. 14 de la Constitución; f) La
Secretaría de Hacienda tiene el deber dé considerar las observaciones presentadas
oportunamente, cuando proceda a revisar la declaración.
C) La fuerza ejecutoria de la solución: la frac. III del art. 121 previene que "la resolución definitiva
dictada por la Secretaría de Hacienda no podrá ser recurrida por los trabajadores". La Comisión
se preguntó si esta disposición contrariaba el mandato constitucional que ordena que los
conflictos entre el trabajo y el capital deben someterse a la decisión de las Juntas de Conciliación
y Arbitraje, pues si así fuese, podrían los trabajadores recurrir la resolución ante los tribunales
de trabajo. Nos parece que en esta hipótesis no se presenta un conflicto entre el trabajo y el
capital, sino, en todo caso, entre aquél y la Secretaría de Hacienda; pero ésta es el único órgano
que puede determinar cuál es la renta gravable, de conformidad con la Ley del impuesto sobre
la renta. Las Juntas de Conciliación y Arbitraje tienen por misión conocer y resolver los conflictos
entre el trabajo y el capital, pero no les compete aceptar recursos contra las resoluciones de una
secretaría de estado.
Sin embargo, al revisar la norma, se nos presentó con fuerza creciente el juicio de amparo, para
decirnos que la Constitución lo reconoció a fin de que reparara todo acto de autoridad que viole
las garantías individuales, entre las que se encuentra el principio de legalidad. Lo cierto es que
no encontramos respuesta que oponerle: supuestas las hipótesis de que la Secretaría de
Hacienda no analizara las objeciones de los trabajadores o que resolviera en contradicción con
una prueba plena, ¿podría el poder judicial desechar la demanda de amparo?
La inconstitucionalidad de la norma resalta aún más si se considera que en la hipótesis de que
la Secretaría de Hacienda reconociera que, en efecto, hubo una ocultación de utilidades, el
empresario tiene la facultad de recurrir la resolución ante el Tribunal Fiscal de la Federación y si
la sentencia le es adversa, ante la Suprema Corte de Justicia de la Nación: ¿es posible aceptar
una desigualdad de esa magnitud en perjuicio de los trabajadores?
Al discutirse las reformas de 1962, se escuchó una voz que preguntaba si el derecho del trabajo
era en verdad un derecho de clase, porque si bien los directores, administradores y gerentes
generales, figuraban entre los trabajadores de confianza de conformidad con la jurisprudencia
de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, la clase trabajadora no los consideraba como
miembros de ella; aquel toque de atención fue la fuente que condujo a su exclusión en la frac. I
del art. 127, pues se llegó a la conclusión de que sus honorarios no guardan proporción con los
de los trabajadores, así como también que reciben anualmente una alta compensación o
gratificación. La segunda exclusión está contenida en la frac. VI y se refiere a los trabajadores
domésticos, porque en el hogar no puede hablarse de utilidades, ya que ahí hay egresos, pero
no se dan ingresos.
Fue necesario, sin embargo, considerar algunas modalidades para ciertos trabajadores, pero no
consideramos necesario hacer ninguna consideración sobre ellas, porque las disposiciones del
art. 127 son precisas y sencillas.
B) El salario de base para el pago de las participaciones individuales.
Según el art. 124, para los efectos de la participación de cada trabajador, debe tomarse como
salario "la cantidad que perciba cada trabajador en efectivo por cuota diaria"; por lo tanto, no
se computan, sigue diciendo el precepto, las restantes prestaciones mencionadas en el Art. 84,
ni "las sumas que perciba el trabajador por concepto de trabajo extraordinario". La Exposición
de motivos justificó esta variante en la computación del salario:
El mismo art. 124 dispone que en los casos de salario por unidad de obra y cuando la retribución
sea variable, "se tomará como salario diario el promedio de las percepciones obtenidas en el
año". Esta disposición varía también la regla del art. 89, que considera los salarios de los treinta
días anteriores al en que nazca el derecho -a una indemnización- cambio que se justifica porque
la utilidad corresponde al trabajo de un año.
La Comisión de 1962 sesionó un día a puertas cerradas, pues uno de sus miembros manifestó
en la reunión, que había soñado con un debate cuyos interlocutores defendían con pasión las
ideas que sustentaban: el primero de ellos sostenía que cada trabajador había aportado
determinada cantidad de energía de trabajo a la empresa, por lo cual, de la misma manera que
para fijar el salario había que tomar en cuenta esa energía, así también debía distribuirse la
utilidad común en proporción a los salarios de cada trabajador. Se mostraba impaciente el
segundo interlocutor y cuando llegó su turno se atropellaron sus ideas: aquella tesis era una
manifestación más de un individualismo radical, incompatible con la unidad y solidaridad de la
clase trabajadora; es tiempo de concebir a la participación en las utilidades como un principio
nuevo, que resplandecerá en el mundo del mañana, cuando todos los resultados de la
producción constituyan un patrimonio de todos los hombres, formado, según las palabras de
Marx, con las aptitudes de cada persona, y cuya finalidad será, seguimos la fórmula de la Carta
a Brake, dar a cada quien según sus necesidades, por lo tanto, la utilidad debe repartirse en una
cantidad igual para cada trabajador; además, continuaba diciendo el segundo interlocutor con
vehemencia creciente, los de abajo son los que necesitan una ayuda mayor. No parecía tener fin
la controversia, pero de pronto se dibujó el templo de Apolo Liceo y surgió a un lado de él la
figura del estagirita, que los invitaba a no exagerar los extremos. Se unieron entonces los
interlocutores en un justo medio y redactaron el art. 123, cuya claridad no requiere
explicaciones:
La utilidad repartible se dividirá en dos partes iguales: la primera se repartirá por igual entre
todos los trabajadores, tomando en consideración el número de días trabajado por cada uno en
el año, 'independientemente del monto de los salarios. La segunda se repartirá en proporción al
monto de los salarios devengados por el trabajo prestado durante el año.
La Comisión se dio cuenta de que debía crearse un procedimiento sencillo y rápido para la
determinación de la utilidad de cada trabajador y lo plasmó en el art. 125: a) Una comisión
integrada por un número igual de representantes de los trabajadores y del patrono debe
formular un cuadro que determine la participación de cada trabajador; b) El patrono debe poner
a disposición de la comisión las listas de raya y demás elementos de que disponga; c) Si la
comisión no llega a un acuerdo, decide el Inspector del trabajo; d) El cuadro debe fijarse en un
lugar visible del establecimiento; e) Los trabajadores pueden hacer observaciones dentro de un
término de quince días; f) Las observaciones deben resolverse dentro de los quince días
siguientes por la misma Comisión.
La Ley nueva contiene algunas disposiciones destinadas a asegurar la percepción efectiva de las
utilidades.
1. Término dentro del que debe efectuarse el reparto: el art. 122 ordena que el reparto se
efectúe dentro de los sesenta días siguientes a la fecha en que deba pagarse el impuesto; por lo
tanto, el patrono deberá hacer la entrega de las utilidades bien en el acto de pagar el salario o
en uno por separado. El mismo precepto dispone que si la Secretaría de Hacienda "aumenta
posteriormente el monto de utilidad gravable, se hará un reparto adicional".
2. Protección de las utilidades: la Ley contiene dos disposiciones, una de carácter general, según
la cual, la utilidad de los trabajadores disfruta de la misma protección que se otorga al salario, y
otra de carácter específico, derivada del art. 128, que dice que "no se harán compensaciones de
los años de pérdida con los de ganancia", disposición ésta que posee un doble alcance:
primeramente prohíbe que se exija de los trabajadores restituyan al patrono las utilidades ya
percibidas para cubrir las pérdidas de un año posterior; y en segundo lugar, que se pretenda
aplicar la utilidad de un año a la pérdida sufrida en el año anterior.
3. Destino de las utilidades no cobradas: la Comisión recibió algunas instancias en las que se
decía que eran muchos los trabajadores que no cobraban su participación, de donde resultaba
un beneficio para la empresa que no se justificaba. Después del análisis del problema, estimó la
Comisión que tenían razón los peticionarios, por lo que decidió que si se presentaba la hipótesis
propuesta, la utilidad no cobrada debía beneficiar a los trabajadores, para lo cual expresó en el
párrafo final del art. 122 que "el importe de las utilidades no reclamadas en el año en que eran
exigibles, se agregaría a la utilidad repartible del año siguiente".
La Secretaría comprendió que los trabajadores, al defender su derecho, serían el auxiliar mejor
en la lucha contra la evasión fiscal, entre otras razones porque tienen un conocimiento bastante
preciso del volumen de la producción y de las materias primas que se usan.
Por estas razones se dijo en el considerando tercero que "es de interés social el fortalecimiento
de los órganos idóneos que fomenten la colaboración del sector obrero en la lucha contra la
evasión fiscal".
El artículo tercero del acuerdo pone a cargo del nuevo organismo la coordinación de las
actividades que corresponden a la Secretaria en materia de participación de utilidades, la
tramitación expedita de los expedientes, la resolución de los casos en que proceda un reparto
adicional, el asesoramiento a los trabajadores y la coordinación con todas las autoridades
federales y locales para vigilar el cumplimiento de los derechos del trabajo.
La nueva dependencia fiscal y su reglamentación traducen bellamente uno de los ideales del
derecho del trabajo. Para el mejor cumplimiento de su misión, el poder ejecutivo expidió el
primero de mayo el reglamento que detalla las funciones y las formas del procedimiento.
2. La Secretaría del trabajo: en el reglamento de 28 de mayo de 1975, que se refiere a la
estructura y actividades de la Procuraduría de la defensa del trabajo, saltó sobre )a simple
intervención en los conflictos obrero-patronales y lanzó a la Procuraduría a la defensa y auxilio
de los trabajadores, a cuyo efecto se dice en el artículo primero, fracción primera del
reglamento, que tiene por función "representar y asesorar a los trabajadores y a los sindicatos
formados por los mismos, ante cualquier autoridad, resolver sus consultas jurídicas y
representarlos en todos los conflictos que se relacionen con la aplicación de normas de trabajo
o se deriven de las mismas relaciones".
Función importante y difícil en el futuro la de la procuraduría si acepta la defensa del trabajo en
este problema de las utilidades y se coordina con la Subdirección de participación de utilidades
de la Secretaría de Hacienda. Creemos que además del cuerpo jurídico que la integra, será
preciso un grupo auxiliar de técnicos, entre ellos contadores públicos.
CAPÍTULO XXIX
LA DEFENSA DEL SALARIO
En alguna ocasión declaramos que el patrimonio originario del trabajador es su energía de
trabajo, lo único que de verdad posee al iniciarse la relación obrero-patronal. En cambio, el
salado es un patrimonio construido sobre aquél, porque es la suma de las retribuciones que
recibe el hombre por la entrega diaria de un trozo de su patrimonio humano, y es también el
patrimonio mate-rial que le permitirá vivir en compañía de su familia, por lo tanto, es un
patrimonio económico.
El término defensa o protección del salario tiene un sentido amplio y uno estricto: el primero se
define diciendo que es los principios, normas e instituciones que se proponen asegurar a cada
trabajador la percepción efectiva de un salario que responda a los objetivos del estatuto laboral;
su sentido segundo se limita a la parte primera de la proposición anterior: la percepción efectiva
del salario, cualquiera que éste sea.
La Ley de 1931 puso en vigor un número importante de normas defensoras del salario, pero
faltaba su sistematización, y por otra parte, a medida que transcurren, los años van mostrando
la necesidad de introducir cambios para corregir las deficiencias e introducir principios e
instituciones nuevos, en armonía con la idea del derecho del trabajo nuevo.
Seguimos el orden de exposición del Derecho mexicano del trabajo, con un apartado previo
dedicado al sentido amplio de la defensa del salario, al que hemos denominado: Los principios
generales del derecho del trabajo y la defensa del salario. Los rubros siguientes son los mismos
del pasado: La defensa del salario contra el patrono; La defensa del salario contra los acreedores
del trabajador; La defensa del salario contra los acreedores del patrono; La defensa de la familia
del trabajador. La separación entre los apartados dos y tres no es absoluta, pues algunas de las
medidas concretas pudieron analizarse en un lugar distinto, a ejemplo, la obligación de pagar
directamente el salario al trabajador.
L. LOS PRINCIPIOS GENEIT!I .. LES DEL DF.RECHO DEL TRALLAJO Y LA DEFENSA DEL SALARIO
La concepción de la defensa o protección del salario en su sentido amplio se volcó en la Ley
nueva para cristalizar un sistema cuyos lineamientos giran en torno de los principios mismos del
derecho del trabajo: la igualdad, la libertad y la dignidad del trabajador, un sistema que tiende
a una elevación constante de los niveles de vida, que sale del salario mínimo en busca de los
salarios remunerador y justo: son muchas las disposiciones de la Ley que se ocupan de la
igualdad de las condiciones de trabajo en las empresas o ramas industriales en beneficio de
todos los trabajadores, pero nos hemos ocupado de ellas en capítulos anteriores. Se ha asimismo
comentado la norma del artículo quinto de la Constitución, que exige el pleno consentimiento
del trabajador para la prestación de un trabajo y otorga la potestad de no trabajar si el salario
no responde a la idea de la justicia. También explicamos que en la estipulación de los salarios se
requiere la voluntad del trabajador o la intervención sindical en la contratación colectiva. Y por
último, la idea de la dignidad humana comparte la finalidad de los salarios remunerador y justo,
pues solamente al través de ellos se alcanza una existencia económica decorosa.
Es posible que estos principios hubiesen sido suficientes, pero la Comisión pensó que era
importante iniciar el capítulo sobre las normas protectoras y los privilegios del salario con
algunas disposiciones que podrían denominarse complementarias, pero que bien analizadas
aparecen como expresiones concretizadas de los principios generales del derecho del trabajo.
l. La libre disposición de los salarios: el principio está enunciado expresamente en el art. 98 de
la Ley nueva, norma que no se quedó en una simple declaración teórica, pues agrega, "que
cualquier disposición o medida que desvirtúe este derecho será nula". El mandamiento, si bien
con una redacción distinta, forma parte del Convenio 95 de la Organización Internacional del
Trabajo, ratificado por nuestro país, por lo que era derecho positivo: "Se deberá prohibir que
los empleadores limiten en forma alguna la libertad del trabajador de disponer de su salario".
El parentesco de estas disposiciones con el principio de libertad de los trabajadores es fácil de
descubrir, por lo que creemos innecesarias nuevas consideraciones.
2. La irrenunciabilidad del derecho al salario: los partidarios de las interpretaciones meramente
formales, originaron una disputa que no encontró una solución adecuada dentro de la vigencia
de la Ley de 1931.
El párrafo introductorio de la frac. XXVII del Artículo 123 dice que "serán. condiciones nulas y no
obligarán a los contrayentes, aunque se expresen en el contrato ... ": principio que se reprodujo
en el art. 22 de la Ley vieja. Partiendo de estas dos normas, los intérpretes formalistas
sostuvieron que era efectivamente nula y no producía ningún efecto, la estipulación contenida
en un contrato que implicara la renuncia del trabajador a percibir su salario por su trabajo, pero
añadían que, cumplida la prestación, nada impedía la renuncia o la transacción sobre los salarios
ya devengados.
La Comisión comprendió el problema y se dio cuenta de que la interpretación formalista,
derivada de la significación gramatical de las palabras contrato y contrayente) abría el camino
para que los trabajadores, cada semana, al recibir su salario, renunciaran o transigieran sobre
una parte de él, lo que evidentemente desvirtuaba la naturaleza y los fines del estatuto laboral
y concretamente del derecho a la percepción del salario, por cuya razón, modificó la redacción
del art. 22, que pasó a ser parte del quinto de la Ley nueva, diciendo que "no producirá efecto
legal, ni impedirá el goce y el ejercicio de los derechos, sea escrita o verbal, la estipulación que
establezca ... ":
Y a fin de evitar cualquier disputa nueva, consignó en el art. 33 el principio según el cual "es nula
la renuncia que los trabajadores hagan de los salarios devengados, de las indemnizaciones y
demás prestaciones que deriven de los servicios prestados, cualquiera que sea la forma o
denominación que se le dé". Hay ocasiones en las que se puede pensar que los miembros de la
Comisión eran unos insaciables permanentes, pues repitieron la idea en el art. 99, si bien la
refirieron exclusivamente al salario: "El derecho a percibir el salario es irrenunciable Lo es
igualmente el derecho a percibir los salarios devengados.
Si se medita sobre ese viejo debate se observará que en su fondo yace otra vez la pugna entre
la concepción contractualista y el principio de la autonomía de la voluntad, que conducen a la
legitimación de las transacciones celebradas bajo el signo de una igualdad formal, y la idea del
derecho nuevo, cuyo propósito es asegurar a cada trabajador la percepción efectiva de su
salario, a fin de que se alcancen los ideales del derecho del trabajo a una existencia decorosa.
3. El riesgo de la empresa y el salario: en un capítulo anterior (Algunos principios fundamentales,
apartado: La doctrina de la responsabilidad y el derecho del trabajo) explicamos el tránsito de
las corrientes civilistas de la responsabilidad al principio del riesgo de la economía, representada
en el mundo capitalista por la empresa, principio cuya consecuencia, que consiste en que son a
cargo del empresario todos los riesgos que impidan al ·trabajador prestar su trabajo, con la sola
excepción de los casos previstos expresamente en la Ley, en los que se autorice la suspensión
de los efectos de las relaciones de trabajo, fue recogida expresamente en la legislación de 1970.
De esta concepción nueva surgió el art. 106, que dice que "la obligación del patrono de pagar el
salario no se suspende, salvo en los casos y con los requisitos establecidos en la Ley", disposición
sobre cuya importancia y significación en la vida del derecho individual del trabajo no
insistiremos aquí
C) Los economatos
Marx explicó que el salario es el precio que paga el empresario por la energía de trabajo que
recibe, precio que se determina por la ley de la oferta y la demanda, pero que toma como base
la cantidad de dinero que necesita recibir el trabajador para adquirir los bienes sin los cuales no
podría subsistir. Entre los dos términos, la ley de la oferta y la demanda ejerce un papel
preponderante, porque al crecer la población crece la oferta de trabajo, lo que da por resultado,
ante el hecho verdadero de que el costo de la vida aumenta día por día, que la diferencia entre
el salario nominal, que es el que percibe el trabajador, y el salario real, que es su poder
adquisitivo, se ahonde constantemente.
El aumento en el costo de la vida y el consecuente abatimiento de los salarios reales,
determinaron a los sindicatos de trabajadores a plantear a los empresarios la organización de
Almacenes y tiendas, cuyo término técnico es economatos, en los que se vendieran a los
trabajadores los bienes de consumo necesario y de uso frecuente, con rebajas considerables en
relación con los precios del mercado general; citamos un ejemplo al azar, el cont11,ato colectivo
de la Asarco Mexicana, S. A., Planta de Nueva Rosita, cuya cláusula 281 impone a la empresa la
obligación de proporcionar a la cooperativa de consumo, a precio de costo, los artículos de
primera necesidad señalados en una lista. La Comisión escuchó el clamor, por lo que aceptó la
institución, a cuyo efecto expresó en la Exposición de motivos:
El Artículo 123 prohíbe el establecimiento de lo que se llamó en el pasado las tiendas de raya.
Sin embargo, la época moderna conoce una nueva institución, que tiene por objeto, mediante
la intervención del patrono y del sindicato de trabajadores, vender artículos de consumo a precio
reducido. Este sistema se ha generalizado .entre los trabajadores públicos y funciona con éxito
en numerosos centros de trabajo. El art. 103 aceptó la institución, pero la sometió a un conjunto
de disposiciones para impedir que en el futuro se convierta en una fuente de abusos.
Las prevenciones del art. 103 se resumen en algunas proposiciones: a) La institución tiene por
objeto la venta de ropa, comestibles y artículos para el hogar, a precio reducido; b) La
organización del almacén o tienda -se usó la terminología corriente en los centros de trabajo-
puede únicamente llevarse al cabo previo convenio entre los trabajadores y los patronos; c) La
organización es bipartita, por lo que en el convenio debe determinarse "la participación que
corresponda a los trabajadores en la administración y vigilancia del economato"; d) La fracción
primera ratifica el principio de la libre disposición del salario, que se expresó diciendo que "la
adquisición de las mercancías será libre, sin que pueda ejercerse coacción sobre los
trabajadores". De esta norma desprendemos la consecuencia, que ya nos es conocida, de que
su violación produce la· inexistencia del pago; e) En relación con los precios de venta de los
productos, se consignaron los principios siguientes: deben fijarse "por convenio entre los
trabajadores y los patronos". Nunca podrán ser superiores a los precios oficiales y en defecto de
éstos, a los corrientes en el mercado. Las modificaciones en los precios deben ajustarse a los
principios que rigen su fijación.
F) La prohibición de la compensación.
Nuestra vieja conocida, la frac. VIII del Artículo 123, prohíbe también la compensación entre las
deudas del trabajador y del patrono que involucren al salario mínimo. La Ley de 1931 no resolvió
el problema con suficiente claridad cuando se trate de salarios superiores al mínimo. La
Comisión decidió las dudas· en el art. 105, que dice que "el salario de los trabajadores no será
objeto de compensación alguna". Por lo tanto, si el trabajador contrae alguna deuda con el
patrono, deberá éste pagar puntualmente el salario y seguir el procedimiento que señala la Ley
para la recuperación de su crédito mediante los descuentos autorizados sobre los salarios.
G) La prohibición de reducir los salarios
Al desarrollar el tema general de las condiciones de trabajo, afirmamos la tesis de que el patrono
no puede modificarlas con perjuicio del trabajador, así como también que el convenio que las
abata no produce ningún efecto legal. Solamente añadiremos, de conformidad con el art. 51,
frac. IV de la Ley, que la reducción del salario es causa de rescisión de la relación de trabajo. Por
lo tanto, el trabajador tiene a su disposición dos acciones: la de pago de su salario completo y la
de rescisión por causa imputable al patrono, con el consecuente pago de las indemnizaciones y
primas correspondientes.
V. LA DEFENSA DE LA FAMILIA
Los Constituyentes de Querétaro conocían las difíciles condiciones de vida de la familia mexicana
en el campo y en las ciudades, por lo que dictaron algunas disposiciones, cuyo parentesco con
el derecho del trabajo es un poco lejano, no obstante Jo cual merecen ser conocidas, porque
revelan la idea de una Declaración de derechos que quería asegurar a los hombres una existencia
decorosa.
l. La cancelación de las deudas de los trabajadores: horrible engendro feudal aquella práctica de
crear deudas imaginarias que nunca se pagaban, porque los ingresos de los campesinos jamás
lo permitían, pero que, y esto era un segundo engendro, pasaban a la esposa, a los hijos y a los
nietos, quienes de esa manera quedaban más fuertemente encadenados a la tierra que labraban
para el amo, sin esperanza de alcanzar la libertad. Este breve apuntamiento explica el art. 13
transitorio de la Carta :Magna, que declaró "extinguidas de pleno derecho las deudas contraídas
con los patronos, sus familiares o intermediarios," y la frac. XXIV del Artículo 123, que prohibió
la transmisión de las deudas.
2. La transmisión de los derechos y acciones del trabajador fallecido: las Juntas de Conciliación
y Arbitraje confrontaron un problema de difícil solución dentro de un sistema jurídico que no
contenía ninguna norma aplicable, suscitado por la posición de los herederos de un trabajador
fallecido frente a los salarios e indemnizaciones aún no pagados y delante de los juicios
pendientes ante los tribunales del trabajo. La doctrina y la jurisprudencia sostuvieron durante
bastante tiempo, en aplicación del derecho civil, que debían pasar a formar parte del caudal
hereditario, lo que casi siempre equivalía a la pérdida de los derechos. En otra ejecutoria
brillante, de 5 de junio de 1948, Amparo directo 2119/47/1a., Petróleos Mexicanos, la Cuarta
Sala sostuvo que los beneficiarios o dependientes económicos de un trabajador fallecido, tenían
derecho a cobrar directamente los salarios e indemnizaciones, en virtud de que esas
prestaciones tenían un carácter alimenticio y eran indispensables para la subsistencia inmediata
de la familia. Con apoyo en esa ejecutoria, y con el propósito de clausurar otro debate, se incluyó
en la Ley nueva el art. 115, que excluyó la exigencia del juicio sucesorio.
3. El patrimonio de familia: la frac. XXVIII del artículo 123 dice que "las leyes determinarán los
bienes que constituyan el patrimonio de la familia," institución cuya finalidad consiste en el
aseguramiento del hogar, de la esposa y de los hijos. Sus caracteres, señalados en la norma
constitucional, son: los bienes del patrimonio son inalienables y no son susceptibles de
gravámenes reales; no son embargables; y se transmiten por herencia, "con simplificación de las
formalidades de los juicios sucesorios". Se reglamentó en los arts. 723 y siguientes del C()digo
civil, pero sus resultados han sido precarios.
VI. UNA NUEVA DIMENSIÓN DEL DERECHO DEL TRABAJO Y LA DEFENSA DEL PODER
ADQUISITIVO DEL SALARIO
En el prólogo a la segunda edición de este libro mencionamos el decreto de 30 de diciembre de
197 3, que dio al derecho del trabajo una dimensión y una finalidad nuevas: la defensa del salario
no debe limitarse a su sola protección jurídica, según se desprende de los apartados anteriores,
sino también a la defensa de su poder adquisitivo, porque la finalidad suprema del derecho del
trabajo es la garantía de un nivel decoroso de vida.
Mediante esta tesis, el estatuto laboral salió del campo estrictamente jurídico y penetr6 en los
terrenos de la economía: su finalidad primera será, claro está, la realización de la justicia social
en las relaciones obrero patronales, pero la limitación a las cuestiones meramente jurídicas da
por resultado que tan pronto recibe el trabajador su salario, el estatuto laboral lo abandona a
su suerte, sin preocuparse por la creación y organización de principios y sistemas que, sin
restringir el principio de la libre disposición del salario, consignado en el art. 98 de la Ley y al que
nos referimos en la introducción de este capítulo, permitan al trabajador adquirir los bienes de
consumo que desee o le convengan, a un precio reducido, y obtener un crédito a un interés
menor al del mercado cuando no pueda cubrir su importe de contado. En estas dimensión y
finalidades nuevas, el derecho del trabajo salió de sí mismo e intervino en la relación salario-
precios, en defensa del poder adquisitivo de los salarios.
Una primera disposición modificó el párrafo introductorio del art. 103 de la Ley, que no era
suficientemente preciso, a fin de establecer que los economatos podrían crearse no sólo para
cada empresa, según decía la versi6n original, sino en varias. Por otra parte, se añadió un art.
103-bis que impuso al poder ejecutivo la obligación de organizar el Fondo de fomento y garantía
para el consumo de los trabajadores, que deberá cumplir dos propósitos fundamentales:
primeramente, otorgar financiamiento para la creación de los economatos, y en segundo lugar,
conceder créditos institucionales, baratos y oportunos a los trabajadores, para la adquisición de
bienes o pago de servicios.
Por último, y a efecto de que pudiera funcionar la institución y sus sistemas de crédito, se agregó
una fracción VII al art. 110, que permite los descuentos, de los salarios, en proporción no mayor
al veinte por ciento, siempre que sean aceptados previamente por los trabajadores.
CAPITULO XXX
LA TRANSACCIÓN, LOS CONVENIOS INDIVIDUALES Y COLECTIVOS,
LAS LIQUIDACIONES Y LA CONCILIACIÓN
Principiamos con una aclaración acerca del rubro de este capítulo, pues el uso del "término
convenios colectivos podría parecer extraño: con gran frecuencia, y debemos decir que las
empresas defienden con pasión la posibilidad, se celebran convenios entre el sindicato obrero
y el empresario, en los que se afectan los derechos de los trabajadores, ya por el abatimiento de
las condiciones de trabajo, bien por un reajuste de personal, por una suspensión total o parcial
de las actividades de una empresa, o por alguna otra circunstancia. Podríamos dejar el problema
para los capítulos sobre las relaciones colectivas, pero quedaría incompleto el estudio sobre la
defensa de los derechos de cada trabajador.
Tenemos ahora que recordar dos principios fundamentales del derecho del trabajo y de la Ley
nueva: en el capítulo Los caracteres del derecho del trabajo, apartado: El derecho del trabajo es
derecho imperativo, y en muchos pasajes de este libro, se ha sustentado la tesis de la
imperatividad de las normas de la Declaración de derechos sociales, de la Ley y de las restantes
fuentes formales del estatuto laboral.
Por otra parte, en el capítulo La defensa del salario, apartado: La irrenunciabilidad del derecho
el trabajo, pusimos de relieve, que de conformidad con los principios de la Declaración y con el
contenido de los arts. 33 y 99 de la Ley nueva, la prohibición de la renuncia de los derechos de
los trabajadores comprende dos partes: en primer término, la renuncia a exigir el cumplimiento
de las normas de trabajo, así a ejemplos, la renuncia a percibir su salario o a la limitación de la
jornada, y en segundo lugar, la renuncia a reclamar el pago de las prestaciones devengadas. Esta
dualidad de la prohibición se expresó en los dos preceptos citados, el segundo de los cuales dice
que "el derecho a percibir el salario es irrenunciable. "Lo es igualmente el derecho a percibir los
salarios devengados". En un párrafo de la Exposición de motivos de la Ley, del que diremos que
es redondo en su contenido, se explica el pensamiento del derecho nuevo; lo transcribimos aquí
porque conviene tenerlo presente al analizar los apartados de este capítulo:
La doctrina y la jurisprudencia reconocen uniformemente que en las relaciones de trabajo no
puede incluirse ninguna cláusula que implique una renuncia de las normas que favorecen a los
trabajadores, pero, en cambio, no existe un criterio firme respecto de la renuncia que puedan
hacer los trabajadores de las prestaciones devengadas; tales como salarios por trabajos
prestados o indemnizaciones por riesgos realizados. El Art. 33 decreta la nulidad, cualquiera que
sea la forma o denominación que se les dé, pues las mismas han sido uno de los procedimientos
que permiten burlar los fines de la legislación del trabajo: si un trabajador pudiera renunciar
cada semana a percibir parte del salario devengado, la legislación del trabajo resultaría inútil.
l. LA TRANSACCIÓN
Según el Diccionario de la Academia, el verbo transigir quiere decir: "Consentir en parte con lo
que no se cree justo, razonable o verdadero, a fin de llegar a un ajuste o concordia, evitar algún
mal, o por mero espíritu de condescendencia", y también "ajustar algún punto dudoso o
litigioso, conviniendo las partes voluntariamente en algún medio que componga y parta la
diferencia de la disputa". Con apoyo en esos conceptos, principalmente en el segundo, el art.
2944 del Código civil dice que "la transacción es un contrato por el cual las partes, haciéndose
recíprocas concesiones, terminan una controversia presente o previenen una futura". Dentro
del derecho civil, la transacción es una manifestación más del principio de la autonomía de la
voluntad aplicado a una controversia sobre derechos patrimoniales.
La idea de la transacción entró en conflicto con el principio de la irrenunciabilidad de los
derechos de los trabajadores, pues, según su definición, es un contrato en el que cada parte
háce una concesión a la otra) pero este hacer una concesión sobre el monto de los salarios, para
poner un ejemplo, es equivalente a hacer una renuncia de parte del salario. Conviene observar
que una transacción no es el reconocimiento de que no se tiene el derecho reclamado o el de
que no se le tiene en la proporción propuesta, una idea totalmente distinta a la de hacer una
concesión a cambio de otra.
La Corte no llegó a establecer una jurisprudencia· firme, más bien podría decirse que sus
resoluciones están en oposición unas con otras, pues si la Cuarta Sala de la era cardenista no
aceptó ningún convenio, acuerdo o transacción que implicara una renuncia total o parcial del
derecho a percibir el salario y demás prestaciones devengadas por el trabajo realizado, a partir
del año 1941, en el que cambió la integración de la Sala, se inclinó por la posibilidad de la
transacción; así, a ejemplo, en la ejecutoria de 23 de febrero de 1942, Toca 7853/40/1a.,
Productos de Maíz, S. A., dijo que "cuando se trate de prestaciones adeudadas, puede el
trabajador transigir en la forma que mejor convenga a sus intereses".
La Comisión leyó varias veces el art. 98 de la Ley de 1931, revisó las ejecutorias de la Suprema
Corte de Justicia de la Nación y se dio cuenta de pronto de que todos los principios
fundamentales del derecho del trabajo esperaban ansiosos su decisión. Razonó entonces de la
manera siguiente: en la vida del derecho del trabajo, la transacción versa casi siempre sobre los
derechos de los trabajadores, salarios devengados, prestaciones en especie o monto de las
indemnizaciones: no te adeudo lo que pides, sino bastante menos, por lo que te propongo una
transacción, lo que quiere decir, que son los derechos del trabajo los que entran en juego. La
solución brotó en forma espontánea de la naturaleza del derecho del trabajo: si en el derecho
civil la transacción es posible porque quienes se enfrentan son los intereses patrimoniales de
dos personas, en el derecho del trabajo los interlocutores son, de un lado, lo que hemos llamado
el patrimonio humano, que es la energía de trabajo del hombre, y del otro, un interés
patrimonial, esto es, los interlocutores no son de la misma naturaleza, porque la energía, de
trabajo, lo dijo Georges Scelle hace muchos años, es un fluido que sale del cuerpo del hombre
en busca de un patrimonio material que le permita vivir, en cambio, lo que el empresario tendrá
que pagar, son cosas que están en su patrimonio, pero que nada tienen que ver con su ser. Y
nos ocurrió que esta diferenciación puede constituir la última ratio de la irrenunciabilidad del
derecho a las prestaciones devengadas por el trabajo.
Nada tuvo que escribirse, porque la sentencia se escribió por sí sola: en la norma que substituya,
al art. 98 de la Ley de 1931 se suprimirá la referencia a la transacción, porque esta institución es
contraria al principio de la irrenunciabilidad de los derechos del trabajo.
Nadie puede decir y quizá no se sepa nunca, cuantas decenas o centenas de convenios y
liquidaciones se celebran diariamente en la República, en los que se oculta la renuncia que los
trabajadores hacen de sus derechos. Deben haber sido muchas las meditaciones de la Comisión
y es probable que pensara más de una vez en torno al contenido de las normas que convendría
consignar en la ley futura, para una solución que en la medida de lo posible defendiera los
principios de nuestro estatuto. En un párrafo amargo, porque parte de un hecho que parece
inevitable, la Exposición de motivos propuso la razón que la obligó a aceptar la posibilidad de
los dos actos jurídicos:
La nulidad (de la renuncia de los derechos de los trabajadores) no puede llevar al extremo de
prohibir los convenios y liquidaciones con los patronos, porque, si se llegara a esa solución,
resultaría que en todos los casos de divergencia sería indispensable acudir a las Juntas de
Conciliación y Arbitraje para que decidieran la controversia.
De ahí que el segundo párrafo del art. 33 admita la validez de los convenios y liquidaciones, pero
sujetos estos actos a dos requisitos: deberán hacerse por escrito, contener una relación
circunstanciada de los hechos que motivaron el convenio o liquidación y de los derechos que
quedan comprendidos en él, y en segundo lugar, deberán ratificarse ante la Junta de Conciliación
y Arbitraje, a la que corresponderá cuidar que el acto no contenga renuncia de los derechos de
los trabajadores.
El párrafo segundo del art. 33 precisó los requisitos que deben satisfacerse para que los
convenios y liquidaciones adquieran validez: a) Deben hacerse constar por escrito, sin cuyo
requisito, para hablar con la terminología tradicional, serán inexistentes; b) La primera exigencia
fundamental es que contengan una relación circunstanciada de los hechos que motiven el
convenio o la liquidación y de los derechos que constituyan su objeto. La exigencia tiene como
fin que exista una constancia precisa y completa de los hechos, de los derechos que derivan de
ellos y de las razones que condujeron al convenio o liquidación; c) Deberá ser ratificado ante la
Junta de Conciliación y Arbitraje; d) La frase última del precepto expresa que la Junta "lo
aprobará siempre que no contenga renuncia de los derechos de los trabajadores". Es de hacerse
notar que no se trata de una simple ratificación del documento, sino que se requiere, además,
que la Junta lo analice y lo apruebe o rechace. La Ley no lo dice, pero, para cumplir su misión,
los miembros de la Junta deberán solicitar del trabajador y del patrono las explicaciones y
aclaraciones que estimen convenientes.
La disposición final es de una importancia capital, porque es una consecuencia de la naturaleza
de las Juntas de Conciliación y Arbitraje tribunales de equidad al servicio de la justicia del trabajo-
y porque definen una de las funciones en las que se revela mejor su naturaleza: les corresponde
la defensa del trabajo contra todo acto de despojo que se pretenda realizar aprovechando la
falta de preparación escolar y el desconocimiento de los derechos. Nos ha ocurrido pensar que
de la misma manera que la Secretaría de Educación reparte gratuitamente entre los niños los
libros de texto, tal vez pudiera el estado, ya directamente, bien obligando a las empresas y aun
a los sindicatos, entregar a cada trabajador y señaladamente a los de nuevo ingreso, un ejemplar
de la Ley del Trabajo. ¿Estará dispuesto el personal de las Juntas a cumplir su cometido? Tal vez
habría que encomendar esta misión a hombres con un hondo sentido ético y de amor por la
justicia.
En jurisprudencia firme (Apéndice al .Semanario judicial de la Federación, quinta parte, México,
1965, pág. 190) la Suprema Corte de Justicia de la Nación argumentó como un maestro clásico
del derecho civil, para sostener que el documento que suscribe un trabajador para dar por
terminada una relación de trabajo, con anuencia del patrono, es plenamente válido:
La renuncia de derechos a_ que se refieren la frac. XXVII del Artículo 123 constitucional y el art.
15 de la Ley Federal del Trabajo, son aquellas que pueden pactarse por un trabajador en el
contrato de trabajo y que tienen como consecuencia la de que el obrero se comprometa a no
exigir las prestaciones que en su favor establece la Ley laboral; pero no puede hablarse de
renuncia de derechos en tratándose de la terminación voluntaria del contrato por parte del
trabajador y con anuencia del patrono, pues en este caso se ejercita un derecho, como lo es el
establecido por la frac. I del art. 126 de la Ley de la materia (actualmente 53, frac. I) .
No analizaremos esa tesis a la luz de la Ley de 1931, pero si diremos que ha perdido su eficacia,
porque la irrenunciabilidad de los derechos comprende, según las explicaciones contenidas en
el apartado anterior, tanto el derecho a exigir el cumplimiento de las normas de trabajo, cuanto
el de reclamar el pago de las prestaciones devengadas.
Por otra parte, en el problema propuesto por la Corte, se está en presencia de un contenido que
debe ajustarse a los requisitos del art. 33, ya que ninguna disposición lo excluye, por ,lo cual,
cuando no estén satisfechos, la separación del trabajo que se consume en ese documento, debe
reputarse un despido injustificado, que abre en favor del trabajador las acciones que ya nos son
conocidas.
La frac. XX del Artículo 123 creó las Juntas de Conciliación y Arbitraje como el órgano estatal al
que correspondería la impartición de la justicia del trabajo. El nombre de la institución indica
que en la solución de los conflictos, individuales y colectivos, jurídicos y económicos, se
desarrolla un procedimiento en dos etapas: de conciliación la primera y de arbitraje la segunda.
La conciliación, como etapa primera del proceso, puede mirarse desde dos ángulos distintos:
vista del lado de las partes, tiene por objeto ayudarlas a que encuentren la solución justa de sus
diferencias, y considerada del lado del conciliador es la actividad que sirve para ayudar a los
contendientes a encontrar el derecho que regula o debe regular en el futuro sus relaciones
jurídicas. Este breve apuntamiento permite poner de relieve que en la conciliación todos los
elementos que intervienen poseen una fuerza propia, quiere decir, son elementos activos, papel
que es necesario recalcar a propósito del conciliador, porque, por la naturaleza y por los fines
del derecho del trabajo, su misión, que es noble y bella, consiste en buscar esforzadamente la
realización de la justicia social, que es tanto como decir la justicia para el trabajo, que es quien
ha sufrido y sufre injusticia, en armonía, claro está, con las normaciones del orden jurídico.
Conviene precisar, a fin de completar la caracterización, que la opinión de los conciliadores no
constituye un imperativo, quiere decir, no posee fuerza obligatoria: es la opinión de un juez, al
que se supone sabio y justo, formada con base en la experiencia de la vida diaria y en el
conocimiento de los seres humanos, en la visión que proporciona el tratamiento de una serie
larga de controversias semejantes, un punto intermedio, más o menos inclinado de uno u otro
lado, de acuerdo con los datos y exposiciones que se le presenten.
La Constitución y la Ley reconocieron a la conciliación como un procedimiento válido para poner
fin a los conflictos, esto es, el orden jurídico otorgó validez a los convenios a que lleguen las
partes, y lo hizo porque colocó entre ellas una cuña: el conciliador, comisionado para vigilar el
respeto a la justicia.
Las ideas expuestas se inspiraron en la ejecutoria de la Suprema Corte de Justicia, que es modelo
de precisión, de 25 de noviembre de 1936, Toca 2206/36/2a., Cía. Minera Dos Carlos, S. A.
El tema tendrá que desarrollarse en toda su amplitud en los capítulos destinados a las relaciones
colectivas, por lo que nos limitaremos aquí a la exposición de los principios fundamentales, a fin
de poder ofrecer "la interpretación del art. 34 de la Ley. Diremos también que nos vamos a
encontrar con un problema propio de la vida mexicana, consecuencia de que los dirigentes
sindicales o no han entendido su función o la han entregado a los empresarios con perjuicio de
los trabajadores.
1. Conceptos y principios generales: ni la doctrina ni la jurisprudencia se han preocupado por la
determinación del o de los significados del término convenios colectivos y de su relación con los
contratos colectivos de trabajo.
El término convenio colectivo posee una significación amplia, a la que puede caracterizarse
como un acuerdo entre un sindicato de trabajadores y un patrono para regular en forma
colectiva las relaciones entre el trabajo y el capital. Siguiendo esta caracterización, podemos
decir que los contratos colectivos y los convenios colectivos en sentido restringido o estricto son
las dos especies del género, pero no se colocan en el mismo plano, porque los contratos
colectivos son la especie mayor y jerárquicamente superior, en tanto los convenios colectivos
son la especie menor y subordinada.
De conformidad con ideas que hemos expuesto varias veces y que habremos de desarrollar más
ampliamente, el contrato colectivo es el capital del derecho colectivo del trabajo, el recipiente
en el que el movimiento obrero vierte las condiciones de trabajo que arranca periódicamente al
patrono, condiciones de trabajo que son, a su vez, la esencia de lo que repetidamente hemos
denominado la finalidad inmediata del derecho del trabajo y del movimiento obrero. Y es
también en un mundo democrático el medio más eficaz y el que de verdad llena la misión
suprema de superar constantemente los mínimos constitucionales y legales en beneficio de los
trabajadores; y todavía más, tan pronto cobra vida, usurpa la función de la Declaración de
derechos sociales y de la Ley y se convierte en la primera fuente formal autónoma de derecho
objetivo que planta dentro de cada empresa o rama de la industria, el mínimo de condiciones
de trabajo sobre el que deberán elevarse todas las otras fuentes autónomas.
Precisaremos ahora los conceptos de contrato colectivo y de convenio colectivo en sentido
restringido: el primero, cuyo concepto es una versión técnica de las ideas expuestas, aparece en
el art. 386 de la Ley, en el que se lee que es "el convenio celebrado entre un sindicato de
trabajadores y un patrono, con objeto de establecer las condiciones según las cuales debe
prestarse el trabajo en una empresa o establecimiento".
El concepto de convenio colectivo, que deducimos de los caracteres del contrato colectivo y de
la relación que guarda aquél con éste, se expresa diciendo que es "los acuerdos celebrados entre
los sindicatos de trabajadores y los patronos para reglamentar la aplicación de los contratos
colectivos, regular cuestiones que no se consideraron en los contratos colectivos, superar las
condiciones de trabajo en beneficio de los trabajadores y poner fin, en el procedimiento
conciliatorio, a los conflictos colectivos que se promuevan ante las ]untas de Conciliación y
Arbitraje".
La descripción de los convenios colectivos impone algunos comentarios: se refiere el primero a
que los convenios colectivos pueden mejorar los beneficios de los trabajadores, pero no pueden
abatir las condiciones de trabajo. Lo primero es consecuencia de la naturaleza dinámica del
derecho de trabajo y de su finalidad suprema, que es, precisamente, ese mejoramiento, dos
ideas que sirven de base a la utilización de cualquier procedimiento que conduzca a la realización
de los fines del estatuto. La segunda afirmación que proviene de una disposición de 1931, tiene
su apoyo en las consideraciones siguientes: a) Lo que acabamos de llamar la finalidad suprema
es la primera justificación de la tesis, porque el abatimiento de las condiciones de trabajo entra
en contradicción con ella; b) En el capítulo (Las fuentes y la interpretación del derecho del
trabajo, apartado: La jerarquía de las fuentes formales en el derecho del trabajo) colocamos el
párrafo siguiente:
Estas dos ideas permiten concluir que la jerarquía adquiere una significación especial, porque se
realiza hacia abajo, quiere decir, su valor consiste en que la creación de derecho que reduzca los
beneficios del trabajo no produce ningún efecto. Solamente una fuente puede efectuar una
reducción y es la sentencia colectiva, pero es en razón de su naturaleza de acto decisorio de un
conflicto económico concreto, y sin que pueda ir más abajo de los mínimos contenidos en la Ley.
Se discute la. posibilidad de que los sindicatos obreros puedan consentir en el abatimiento de
las condiciones de trabajo, pero el art. 391 cierra esa posibilidad.
Expresamos ahora como la razón de ese párrafo, que las condiciones de trabajo no pueden
abatirse sino en los casos de necesidad previstos en la Ley y previo el cumplimiento de los
requisitos procesales; una solución -regresaremos al tema al analizar las relaciones colectivas de
trabajo- que justificó la Exposición de motivos en el apartado XXXVI: El Art. 426 otorga a los
trabajadores y a los patronos el derecho de solicitar de las Juntas de Conciliación y Arbitraje, al
través del procedimiento para conflictos colectivos de naturaleza económica, la modificación de
las condiciones de trabajo. Esta solución tiene por objeto permitir a los trabajadores y a los
patronos en los casos determinados en la Ley, que están contenidos en las fracs. l y II del art.
426, obtener de las Juntas de Conciliación y Arbitraje la modificación de las condiciones de
trabajo. Se trata de una acción que puede ejercitarse ante las Juntas y que es independiente de
la posibilidad de que los trabajadores y los patronos celebren convenios sobre los mismos temas,
los cuáles serán válidos a condición de que no lesionen los derechos de los trabajadores.
Las consideraciones que anteceden, constituyen la raíz del art. 394, el que si bien se refiere a los
contratos colectivos, es de aplicación inevitable a los convenios, porque sería contrario a la razón
que la Ley dijera que "el contrato colectivo no podrá concertarse en condiciones menos
favorables para los trabajadores que las contenidas en contratos vigentes en la empresa o
establecimiento" y que permitiera que veinticuatro horas después pudiera un sindicato abatir
las condiciones de trabajo, no sólo las del nuevo contrato colectivo, sino también las vigentes
con anterioridad a él; c) Otra vez asomaron las orejas el liberalismo económico y el principio de
la autonomía de la voluntad, pues ¿por qué no han de dar gusto los sindicatos a los patronos
abatiendo, sin razón alguna, las condiciones de trabajo? Una tesis que ya no es necesario rebatir;
d) Sin duda, se presentarán circunstancias que exijan el abatimiento, nunca más allá de los
límites legales y constitucionales, y la Ley lo acepta, pero previa comprobación de la existencia
real de las exigencias que impone la realidad. Y lo cierto es que nos resistíamos a decirlo, pero
la voz del pueblo dice que son, nadie sabe cuántos, los convenios en que de verdad se ha dado
gusto a los empresarios, por el placer de hacerlo; e) Hallamos todavía otro argumento: según la
definición del art. 356 de la Ley, los sindicatos son organizaciones de trabajadores constituidas
"para el estudio, mejoramiento y defensa de sus respectivos intereses", de donde inferimos que
es opuesto a su misión consentir libremente en el abatimiento de las condiciones de trabajo.
Como una comprobación de este argumento citamos, de los Estatutos generales del Sindicato
de trabajadores petroleros (edición de 1968), el párrafo segundo de la Declaración de principios:
El sindicato combatirá toda reducción de personal y de salarios y al mismo tiempo pugnará por
la mejoría constante de los mismos, para que los trabajadores económicamente fortalecidos,
puedan solventar las necesidades de sus hogares, elevar su standard de vida y estar preparados
con una economía familiar honesta, contra las contingencias del futuro.
La misma idea aparece en los Estatutos del Sindicato Mexicano de Electricistas, art. sexto.
Objetivo del Sindicato: "Defender, hacer efectivos y procurar ampliar los derechos y
prerrogativas que la Ley y el Contrato colectivo de trabajo conceden a sus agremiados"; f)
Llegamos a un argumento final, la estabilidad en el trabajo y el derecho a percibir las
prestaciones que correspondan a su trabajo, constituyen derechos propios de cada trabajador,
de los que no puede ser despojado arbitrariamente; y nada puede justificar que se prohíba al
patrono el desconocimiento de esos derechos y que sin embargo se le permitió llevarlo al cabo
con la conformidad de un sindicato. Hemos oído muchas veces que el interés individual debe
ceder ante el interés colectivo, pero en el abatimiento de las condiciones de trabajo nada tiene
que ver ese adagio, y cuando se trate de la reducción de los trabajos de una empresa, su
procedencia, repetiremos la tesis, no puede depender de la voluntad caprichosa de un sindicato,
sino de la comprobación de las causas que lo imponen.
En la descripción de los objetivos de los convenios colectivos se lee que en ellos puede ponerse
fin, en el procedimiento conciliatorio, a los conflictos colectivos; las notas del apartado anterior
acerca de la razón de esa etapa procesal, son también aplicables aquí.
2. La interpretación del art. 34: conviene transcribir el texto, a efecto de facilitar su exégesis:
En los convenios celebrados entre los sindicatos y los patronos que puedan afectar derechos de
los trabajadores, se observarán las normas siguientes:
l. Regirán únicamente para el futuro, por lo que no podrán afectar las prestaciones ya
devengadas;
II. No podrán referirse a trabajadores individualmente determinados; y
III. Cuando se trate de reducción de los trabajos, el reajuste se efectuará de conformidad con lo
dispuesto en el art. 437 (escalafón de los trabajadores, a fin de que se separe del trabajo a los
de menor antigüedad).
La exposición de motivos, que coincide con lo que hemos comentado, explica las razones que
apoyan la disposición legal:
El art. 34 se propone evitar el peligro que significa la posibilidad de que en los convenios que se
celebren entre los sindicatos y los patronos durante la vigencia de los contratos colectivos, se
afecten los derechos individuales de cada uno de los trabajadores. Para evitar ese peligro se
adoptan en el precepto citado los principios generales siguientes: en primer lugar, con base en
el principio de la irretroactividad de las normas que rigen las relaciones jurídicas, se determina
que los convenios que se celebren regirán únicamente para el futuro, por lo que en ningún caso
podrán afectarse las prestaciones devengadas por los trabajadores; en segundo lugar, puesto
que el contrato colectivo de trabajo es fuente ele derecho para la empresa, los convenios no
podrán referirse a trabajadores individualmente determinados, sino que habrán de tener
carácter general, y en tercer lugar, cuando los convenios impliquen una reducción de los trabajos
de la empresa, el reajuste deberá efectuarse de conformidad con las normas que rigen los
derechos de antigüedad de los trabajadores.
No hemos recibido ninguna observación relacionada con las dos primeras fracciones, pero en
alguna reunión se nos preguntó por el significado general de las palabras finales del párrafo de
la Exposición de motivos: los primeros renglones de dicho párrafo expresan suficientemente los
fines de la Comisión y del precepto, a saber, evitar el peligro que significa la posibilidad de que
los convenios colectivos afecten los derechos individuales de cada uno de los trabajadores, por
consiguiente, ninguna de las frases de la Exposición de motivos, menos aún alguna fracción del
art. 34, puede interpretarse en forma que traicione esa intención o que la haga inoperante; el
verbo implicar, que según el Diccionario de la Academia posee diversos significados, que se halla
al final de la Exposición de motivos, o la frac. III del art. 34, no puede interpretarse como si dijera
que los sindicatos de trabajadores pueden convenir libremente una reducción del personal -ni
aun en el supuesto de que fueran los titulares de los derechos individuales de sus miembros,
podrían renunciar a ellos- más allá de los casos consignados limitativamente en la Ley y sin
cumplir los procedimientos legales. Y lo cierto es que existe una excepción, la cual como si se
hubiera previsto la pregunta, confirma esa vieja sentencia de que la excepción confirma el
principio, referida a la implantación de maquinaria o de procedimientos nuevos: la Ley aceptó
expresamente la posibilidad de los convenios para facilitar el progreso de la economía nacional;
el detalle de las razones que se tuvieron para aceptar la excepción, serán expuestas, en armonía
con otro párrafo de la Exposición de motivos, en los capítulos sobre las relaciones colectivas de
trabajo.
CAPITULO XXXI
LAS OBLIGACIONES DE LOS TRABAJADORES Y DE LOS PATRONOS
Si tomamos como base la definición de la relación de trabajo del art. 20 de la Ley, encontramos
dos elementos: la prestación de un trabajo y el pago de un salario; y son en efecto las dos
obligaciones de base, las que configuran la relación, una del trabajador y otra del patrono,
generadoras de otros tantos derechos correlativos: recibir la energía de trabajo y el salario Pero
este esquema simple no nos enseña el panorama total de la relación trabajador-patrono: si
penetramos en su interior nos damos cuenta de que el cumplimiento de aquellas obligaciones
sería un imposible sin un conjunto de presupuestos y de elementos que lo acompañan, de todos
los cuales puede decirse que son otras tantas obligaciones. Más aún: si consideramos la
prestación del trabajo y el pago del salario, nos damos cuenta inmediata que todo el derecho
individual del trabajo es un ramillete de normas que está presente y acompaña a aquellas dos
prestaciones en forma constante e imperativa. De todo lo cual puede concluirse que al lado de
las obligaciones básicas existen otras, a las que en una ocasión llamamos obligaciones
accesorias, denominación que nos parece ahora inadecuada, porque causa la impresión de que
son obligaciones distintas y de importancia secundaria, por lo que preferimos nombrarlas
obligaciones inherentes o derivadas directa y necesariamente de las obligaciones básicas.
.
CAPÍTULO XXXIX
LOS TRABAJADORES DE LOS BUQUES
Para la redacción de este capítulo se tuvieron a la vista las disposiciones de la Ley de 1931, las
normas contenidas en los convenios y recomendaciones de la Organización Internacional del
Trabajo, los reglamentos de trabajo, las leyes que se ocupan del tráfico marítimo y fluvial, la
experiencia de los años transcurridos desde la expedición de la Ley, las observaciones de los
representantes de los trabajadores y de los empresarios, y en forma especial, la opinión de las
Secretarías de Comunicaciones y Transportes y de Marina. Vale la pena destacar la importancia
de los convenios y recomendaciones de la O. I. T., porque encierran el conocimiento, la técnica
y la experiencia universales; y la de los contratos colectivos, porque es ahí donde viven,
particularmente en éste y en algunos otros trabajos, las condiciones de prestación de los
servicios.
l. Las cuestiones terminológicas: la Ley de 1931 denominó al capítulo trabajo en el mar y vías
navegables. La Ley nueva usó la fórmula trabajadores de los buques, porque es en ellos donde
se presta el trabajo.
En el art. 132, la Ley vieja habló de embarcaciones y demás cue1·pos flotantes. En la Exposición
de motivos de la Ley nueva se dice que "se empleó el término buques como denominación
general, que abarca los diversos cuerpos flotantes". Lo cierto es que se sometieron a una especie
de plebiscito de todos los sectores interesados diversas denominaciones: embarcación, nave,
cuerpo flotante, barco y buque. Algún gracioso hizo notar que según el Diccionario de la
Academia, embarcación quiere decir, como acepción tal vez principal, "acción de embarcar
personas o de embarcarse"; otro expresó que la palabra nave olía a antigüedad; y un tercero
recordó que en las épocas de revoluciones y de guerras es frecuente ver cuerpos humanos
flotantes. El plebiscito se redujo así a las palabras barco y buque, pero como alguno de los
presentes leyó el Código de la gente del Mar de la O. l. T., en
el que invariablemente se emplea la palabra buque en la edición española, el plebiscito se
decidió por un margen amplísimo. Después de esta decisión y a fin de evitar interpretaciones
restringidas, se tomó el acuerdo de que la palabra buque constituirá el termino genérico razón
por la cual se dice en el mismo art. 187 que “dentro de esa denominación se comprende
cualquier clase de barco o embarcación…”
el art. 188 que indica quienes son trabajadores y patronos, fue obra de los términos con la ley
de 1931. Con solo dos variantes, de las que nos ocuparemos más adelante.
2. las finalidades de las normas para los trabajadores de los buques con este capítulo se inicia
una serie de trabajos de los calificados especialmente penosos, quizá en el que resalta más esa
característica, por el esfuerzo y destreza que exige su desempeño, por los lapsos más o menos
largos, en que vive esta gente apartada de la tierra firme y de la familia, y por lo que se llama los
riesgos del mar.
De esas características brotan las finalidades de estas normas, cuya reglamentación amerito que
la O.I.T., según ya expresamos, elaborara un código especial para ellos: una defensa cuidadosa
de la persona. Limitaciones en los trabajos de los menores, aseguramientos de los descansos y
vacaciones y alimentación y alojamientos adecuados. Pero al lado de estas medidas, que son un
acomodamiento de las normas generales del estatuto laboral. Se vislumbra la idea de que la
gente de mar debe tener una adiestramiento esmerado para evitar el peligro, en beneficio de
los pasajeros, de los mismos trabajadores y del buque y de su carga, todo lo cual indica la
presencia de una finalidad que se agrega a las del derecho del trabajador, de la que puede
decirse que es una garantía de eficiencia contra riesgos grandes en un servicio público
indispensable.
3. el campo de aplicación de la ley: el problema que propone este rubro se compone de dos
partes: los buques que quedan comprendidos en él y las personas a las que se aplica.
A) El art. 189 del proyecto, equivalente al 18~ de la Ley, se refería a los buques nacionales, pero
en las conversaciones con las Secretarías de Comunicaciones y Transportes y de Marina, se
comprobó que no coincidía con la realidad, porque hay muchas embarcaciones pequeñas,
lanchas, cayucos, balsas y otras semejantes, dedicadas al proporcionar distracción a los turistas
o a usos particulares, que aun siendo nacionales no están sujetas a las leyes sobre
comunicaciones por agua. Por esta consideración, y a efecto de armonizar la legislación laboral
con las leyes antes citadas, se prefiero el término buques que ostenten bandera mexicana, pues
son ellos los que están sujetos a la vigilancia de las autoridades, lo que da por resultado que el
capítulo se extienda a las personas que prestan su trabajo en los buques sujetos a las leyes sobre
comunicaciones por agua.
B) ) El art. 188 determina las personas que tienen la categoría de trabajador o de patrono en las
actividades de que se ocupa el capítulo que analizamos.
a) El art. 133 de la Ley de 1931 hizo una enumeración de los trabajadores y la concluyó con la
frase “y en general los que desempeñen a bordo algún trabajo”. Frecuentemente se pregunta si
esa frase hacia innecesaria la enumeración, pero se responde diciendo que su objeto es evitar
cualquier duda respecto de la categoría de las personas incluidas en ella, por lo tanto, los
trabajadores son las personas enumeradas y las que presten un trabajo a bordo en virtud de una
relación de trabajo.
El art. 188 de la Ley nueva agregó un término a la enumeración: “los que sean considerados
cómo trabajadores por las leyes y disposiciones sobre comunicaciones por agua”, con lo cual se
logra una segunda armonización con las leyes ya citadas.
b) De conformidad con el art. 133 de la Ley de 1931, la relación de trabajo se formaba entre los
trabajadores y el dueño o armador de la embarcación. Pero se presentaron otras
denominaciones, la de naviero y fletador, en la inteligencia de que estas dos y la de armador se
usaban en la terminología de las relaciones de trabajo como si fueran sinónimas.
La diferencia entre los términos no es precisa: según el Diccionario de la Academia, armador es
"el que por su cuenta arma o avía una embarcación"; naviero quiere decir "dueño de un navío u
otra embarcación capaz de navegar en alta mar"; y fletador es “el que fleta”, esto es, el que
toma en arrendamiento una nave. En cambio, el Código de comercio define en su art. 666 al
naviero como “la persona encargadas de avituallar o representar al buque en el puerto en que
se halle”. La Comisión consultó con los técnicos oficiales y con los especialistas y llegó al
convencimiento de que, para una mayor garantía de los trabajadores y a fin de evitar que el uso
de una denominación no incluida en la Ley pudiera conducir a confusiones, decidió colocar las
tres denominaciones. Por lo tanto, cualquiera que ,sea la denominación que se utilice, el patrono
de los trabajadores será la persona que explote el buque, independientemente de que sea o no
propietario de él.
La anterior definición, considerada aislada, podría llevar a la creencia de que resulta fácil para
los propietarios de los buques valerse de un testaferro para eludir su responsabilidad, pero las
garantías del salario, que expondremos en unos instantes, suprimirán ese temor.
4. El capitán del buque representante del patrono: el art. 190 expresa que “los capitanes
entendiéndose como tales a quienes ejercen el mando directo tienen con respecto a los demás
trabajadores la calidad de representantes del patrono”. El precepto no ha de entenderse en el
sentido de que quienes satisfagan en el buque los requisitos que asigna el art. 11 a las personas
que “ejerzan funciones de dirección o administración” no sean representantes del patrono, sino
únicamente, que el capitán tiene ese carácter por ley, consecuentemente, no puede ser privado
de él.
5. El principio de la exclusividad de trabajadores mexicanos por nacimiento: en su versión
original, el art. 32, párrafo segundo de la Carta Magna, decía que se requería la calidad de
mexicano por nacimiento en los "capitanes, pilotos, patrones y primeros maquinistas de los
buques mercantes mexicanos, debiendo tenerla, además, los que compongan las dos terceras
partes de la tripulación"; en esas condiciones, los legisladores de 1931, que exigieron un noventa
por ciento de trabajadores mexicanos en cada empresa, no creyeron necesario incluir una
norma especial para los trabajadores de los buques. Pero la reforma constitucional de 1934
introdujo el principio de la. Exclusividad de trabajadores mexicanos "para todo el personal que
tripule cualquier embarcación que se ampare con la bandera o insignia mercante
mexicana". Ahí está la explicación y justificación del art. 189 de la Ley nueva: "Los trabajadores
de los buques deberán tener la calidad de mexicanos por nacimiento".
6. La defensa de los menores: en un capítulo (El trabajo de los menores) explicamos que la
ciencia médica afirmaba uniformemente, que el trabajo en los buques es especialmente penoso
para los jóvenes en vías de desarrollo) afirmación que justifica las prohibiciones del artículo 191
para los menores de quince años y para los de dieciocho en calidad de pañoleros o fogoneros.
Alguna persona que parecía no haber captado el sentido y el espíritu del derecho del trabajo
preguntó a la Comisión si esas prohibiciones, especialmente la segunda, no violaban la libertad
de trabajo reconocida a todos los hombres en el art. cuarto de la Constitución. Pero alguno de
sus miembros contestó que no era así, porque no se pretendía impedir a una persona el
desempeño de un trabajo, sino que era una medida transitoria a fin de que la persona pudiera
desarrollar su cuerpo y sus aptitudes normalmente, en beneficio de ella misma, del trabajo en
los buques que exige hombres dotados de plena capacidad física y de la sociedad, una defensa
que tenía por objeto el fortalecimiento del menor, una condición para adquirir las aptitudes
indispensables a ese tipo de trabajo, esto es, un presupuesto para que, si lo deseaba la persona,
pudiera desempeñar eficazmente en el futuro ese tipo de actividades. Y en última instancia, el
trabajo de los menores en calidad de pañoleros o fogoneros, ofende el derecho de la sociedad
a cuidar el crecimiento de su juventud, un derecho que no puede ser anulado con el pretexto de
que se impide al menor sacrificar su salud y su vida en aras de satisfacer un capricho irracional.
7. Problemas en torno a la relación de trabajo: la formación de la relación de trabajo y los
requisitos para su realización, son un producto de viejas costumbres. La Ley de 1931 procuró
resolver las cuestiones conflictivas, pero la experiencia de los últimos años enseñó la
conveniencia de precisar y completar aquellas disposiciones.
A) Hipótesis ciertas y dudosas de relaciones de trabajo: vamos a encontrar algunas situaciones
a las que la Ley reconoce el carácter de relaciones de trabajo y otras, en las que, por lo contrario,
las declara no relaciones de trabajo.
a) El art. 193, que viene de los arts. 168 y 169 de la Ley de 1931, considera dos hipótesis que
ocurren con alguna frecuencia y cuya naturaleza como relación de trabajo, así como su sujeción
a las disposiciones del trabajo en los buques fue controvertida en el pasado: a) El párrafo
primero se ocupa de las personas que prestan su trabajo a bordo "por el tiempo en que el buque
se encuentre en puerto", personal de reparación, de aseo, de pintura y otros semejantes. La Ley
aceptó la naturaleza de la relación y declaró que esas personas quedaban sujetas a las normas
del trabajo en los buques, pero únicamente en lo que fuesen aplicables, pues no debe perderse
de vista que el capítulo en estudio está dictado en función de un trabajo que se realza, en sus
aspectos fundamentales, durante la travesía de los buques; b) El párrafo segundo plantea la
hipótesis, de verdad curiosa y trágica, de aquellas personas que están trabajando en el buque
mientras se encuentra en puerto, sin propósito y sin pertenecer al personal que realizará el viaje,
que se ven de pronto ante el hecho de que el buque se hizo a la mar. El párrafo dice que "serán
considerados trabajadores hasta que se les restituya a su lugar de origen". La Comisión quiso
suprimir el precepto y decretar se les proporcionara alojamiento y alimentación y se les pagara
una indemnización por los daños y perjuicios que sufrieran, pero se encontró con una oposición
que no pudo vencer. Lo cierto es que esta solución viola los principios fundamentales del
derecho nuevo, pues hacerse a la mar sin las precauciones debidas no es únicamente un riesgo
de la empresa sino un acto culposo que puede causar perjuicio al trabajador; y por otra parte,
no sabemos corno se les pueda obligar a trabajar sin violar el art. quinto de la Constitución.
b) En sentido inverso, el art. 192 resuelve dos cuestiones negando la formación de relaciones de
trabajo: a) En su párrafo primero, cuyo antecedente es el art. 135 de la Ley de 1931, analiza la
condición de las personas que se introducen al buque sin pasaje y a las que se descubre después.
de la iniciación del viaje. El precepto dispone que el convenio que se celebre para que el intruso
"devengue con servicios personales el pasaje", no constituye una relación de trabajo; creemos
que es una especie de contrato de transportación con pago del importe del pasaje con trabajo
personal. El polizón será desembarcado tan pronto llegue el buque a su lugar de destino; b)
Continuamente se encuentran en el extranjero mexicanos que acuden al consulado solicitando
ayuda para -repatriarse. Frente a ese hecho, la Comisión agregó un párrafo segundo al art. 192,
en el que dijo que tampoco debe considerarse como relación de trabajo "el convenio que se
celebre a solicitud del cónsul para que la persona interesada. pague con trabajo el importe del
pasaje".
B) La exigencia de la forma escrita: el art. 194, cuyo antecedente es el 137 de la Ley de 1931,
previene que las condiciones de trabajo deben hacerse constar por escrito y por cuadruplicado,
un ejemplar para el trabajador, otro para el patrono, un tercero para la Capitanía del puerto y
el último para la Inspección federal del trabajo. La doctrina justifica esta exigencia por diversas
razones, de estadística, de control del personal por sus frecuentes viajes al extranjero y por los
riesgos del mar, pues cualquiera de las autoridades debe estar en aptitud de informar a los
familiares.
C) Modalidades del principio de la duración indeterminada de las relaciones de trabajo: el art.
195, frac. IV, expresa que las relaciones de trabajo pueden ser por tiempo determinado o
indeterminado, por viaje o viajes.
Donde existan empresas dedicadas ·permanente y regularmente a las comunicaciones por agua,
la duración indeterminada de las relaciones será la regla. Pero se consideró necesario abrir
algunas posibilidades, particularmente la relación por' viaje o viajes.
El art. 196 contiene un grupo de medidas en defensa de los trabajadores cuando se produce la
terminación de las relaciones: a) Si son por tiempo determinado o indeterminado, debe fijarse
el puerto al que habrá de ser restituido el trabajador, pero si no se hace, de acuerdo con la
terminología usual, "se tendrá por señalado el del lugar donde se le tomó"; b) La relación de
trabajo por viaje, sujeta a la regla anterior, comprende el término contado desde el embarque
del trabajador hasta que concluya la descarga del buque o el desembarque de los pasajeros en
el puerto que se hubiese señalado. De estas reglas se desprende que la demora en la salida del
buque o en su arribo al puerto de destino, es un riesgo de la empresa, cuyos efectos se hacen
sentir en el monto de los salarios.
8. Modalidades en tomo al principio de la estabilidad en el trabajo: romperemos en estos
renglones el propósito de tratar separadamente los problemas de las relaciones individuales de
trabajo y de las colectivas, porque creemos preferible agotar en este capítulo las normas
particulares para los trabajadores de los buques.
A) Modalidades de la suspensión de las relaciones de trabajo: en las reuniones que tuvo la
Comisión con los representantes de los trabajadores, de los empresarios y de las dependencias
gubernamentales, se habló de las disposiciones que convendría preparar para los. Casos de
amarre temporal de un buque y de las reparaciones a que tuviera que ser sometido. Después de
varios cambios de impresiones, se llegó a la conclusión de que se trataba de dos nociones
diferentes: el amarre del buque es su retiro temporal del servicio, situación que puede
presentarse por causas diversas, en tanto las reparaciones son medidas de conservación para el
mejor funcionamiento del buque y para evitar 1·iesgos graves, reparación que tiene que
efectuarse en todas las fábricas y maquinarias.
En el art. 207 se resolvieron las dos situaciones: a) En su párrafo primero se consignó la tesis de
que el amarre temporal de un buque no es causa de terminación, sino de "suspensión de los
efectos de las relaciones de trabajo hasta que el buque vuelva al servicio". Pero en ese párrafo
se dice que debe ser autorizado por la Junta de Conciliación y Arbitraje, la cual no podrá resolver
favorablemente sino cuando concurra alguna de las causas reconocidas por la Ley como
exclusivas en el art. 427; por lo tanto, un amarre no autorizado por la Junta engendra
responsabilidad y deja abierto el derecho de los trabajadores a exigir el cumplimiento de las
obligaciones, pago del salario y demás prestaciones, o la rescisión de las relaciones de trabajo y
el consecuente pago de la indemnización correspondiente a un despido injustificado; b) El
párrafo segundo del precepto dispone que "las reparaciones de los buques no se considerarán
como amarre temporal solución que adoptó la Comisión como una consecuencia más de la
doctrina nueva de la responsabilidad por el riesgo de la empresa.
B) Modalidades de la rescisión: el trabajo en los buques, lo hemos repetido varias veces, implica
un riesgo grande para las personas, pasajeros y tripulación, que navegan en él, circunstancia que
explica las causas especiales que permiten al capitán, como representante del patrono, rescindir
la relación de trabajo. La claridad del art. 208 es su mejor justificación, pero creemos que
resultaría interesante mencionar las más características: a) El uso de narcóticos o drogas
enervantes durante la permanencia a bordo sin prescripción médica, en cuyo caso debe el
trabajador poner el hecho en conocimiento del capitán y presentarle la prescripción suscrita por
el médico; b) La cancelación o la revocación definitiva de los certificados de aptitud o de las
libretas de mar exigidos por las leyes y reglamentos, causal de rescisión que es una especie de
sanción al incumplimiento de la obligación de asistir a los cursos de capacitación para el trabajo
en el mar; c) Por desgracia, la práctica del contrabando es una tarea frecuente entre los
trabajadores que viajan al extranjero. Tal es la explicación de la fracción sexta, que menciona "la
violación de las leyes en materia de importación o exportación de mercancías en el desempeño
de sus servicios"; d) La última de las fracciones robustece la idea de un trabajo cuidadoso, pues
cualquier negligencia, ya no digamos actos intencionales, puede poner en peligro la seguridad
del buque:
La ejecución, en el desempeño del trabajo por parte del trabajador, de cualquier acto o la
omisión intencional o negligencia que pueda poner en peligro su seguridad o la de los demás
trabajadores, de los pasajeros o de terceras personas, o que dañe, perjudique o ponga en peligro
los bienes del patrono o de terceros.
C) Modalidades de la terminación: el art. 209 considera dos tipos de modalidades, unas
individuales y otras colectivas.
a) A fin de captar mejor el sentido de las modalidades individuales que vamos a exponer,
recordamos los principios generales que rigen la terminación de las relaciones de trabajo: el
patrono no puede darlas por terminadas por decisión unilateral, y si lo hace, puede el trabajador
exigir su reinstalación o el pago de una indemnización. Por su parte, el trabajador puede
separarse del trabajo sin incurrir en responsabilidad, cuando la relación es por tiempo
indeterminado, y si es para obra o tiempo determinado, después de un año de trabajo; si viola
esta última regla, de conformidad con el art. quinto de la Constitución, incurre en
responsabilidad civil, pero en ningún caso podrá ejercerse coacción sobre su persona.
Las modalidades de las cuatro primeras fracciones del art. 209 son otras tantas limitaciones a la
facultad de los trabajadores de dar por terminadas las relaciones cuando concurran
determinadas hipótesis: a) Si la relación es por tiempo determinado y faltan diez días o menos
para su vencimiento y se pretende hacer un viaje nuevo que exceda ese lapso, deben avisar los
trabajadores con tres días de anticipación al de la salida del buque; y si no lo hacen y se separan
del trabajo, incurren en responsabilidad. La prevención tiene por objeto evitar que falte
intempestivamente parte de la tripulación; b) Una relación de trabajo no puede darse por
terminada si el buque está en el mar, porque el trabajador no puede salir de él y porque su
sustitución es imposible; tampoco puede darse por terminada la relación, expresa la misma
fracción segunda, si estando el buque en puerto se pretende hacerlo dentro de las veinticuatro
horas anteriores a la salida, por la misma razón expuesta en el apartado anterior. Sin embargo,
continúa diciendo la fracción citada, el trabajador podrá dar por terminada la relación "si se
cambia el destino final del buque", lo que se justifica porque el cambio puede implicar algún
riesgo que el trabajador no está obligado a correr; e) La tercera modalidad es una defensa contra
daños o riesgos: la terminación no puede decretarse si el buque está en el extranjero o en
lugares despoblados, porque la sustitución no puede hacerse con trabajadores extranjeros,
menos aún donde no existe ninguno; ni puede tampoco darse por terminada en puerto "si se
expone al buque a cualquier riesgo por mal tiempo u otra circunstancia"; d) Finalmente, si la
relación de trabajo es por tiempo indeterminado, el trabajador debe dar aviso de terminación
con setenta y dos horas de anticipación, exigencia que se propone ofrecer una oportunidad al
patrono para conseguir sustituto.
Si el trabajador incumple estas obligaciones, incurrirá en responsabilidad, pero no podrá
ejercerse coacción sobre él.
b) Las dos últimas fracciones del art 209 contemplan dos hipótesis de terminación colectiva de
las relaciones de trabajo, la primera de las cuales encuentra una complementación en el art.
210.
La primera se da "si el buque se pierde por apresamiento o siniestro". La Comisión pensó en la
supresión de la palabra apresamiento, porque le pareció una especie de homenaje a la época
de los Corsarios de Salgari, pero se le dijo que las guerras y la piratería no habían terminado en
el mundo, por lo cual, aunque remota, era una posibilidad cuya mención, por otra parte, no
causaba daño. Las consecuencias que se producen, son las siguientes: el patrono está obligado
a repatriar a los trabajadores y a pagar los salarios, con todas las prestaciones que lo integran,
hasta llegar al puerto de destino o al que se hubiese convenido. La misma fracción añade que
los trabajadores y el patrono pueden convenir, antes de decretar la terminación, que el segundo
proporcionará a los primeros un trabajo de la misma categoría en otro buque de su propiedad,
pero si no se logra un convenio, "tendrán derecho los trabajadores a que se les indemnice con
el importe de tres meses de salario", independientemente de cualquiera otra prestación que les
corresponda, tal el caso de la prima de antigüedad.
El art. 210, complementario, según ya dijimos, de la disposición comentada, fija las modalidades
para la hipótesis de que los trabajadores convengan efectuar trabajos encaminados a la
recuperación de los restos del buque o de la carga: con el importe de los bienes rescatados
deben pagarse los salarios correspondientes a su trabajo normal, pero "si el valor de los objetos
salvados excede del importe de los salarios, tendrán derecho los trabajadores a una bonificación
adicional", cuyo monto se determinará "en proporción a los esfuerzos desarrollados y a los
peligros arrostrados", por convenio o por decisión de la Junta de Conciliación y Arbitraje, la cual,
según el mismo precepto, "oirá previamente el parecer de la autoridad marítima", una especie
de peritaje que servirá como un elemento para formar el criterio final.
La segunda causa es el cambio de nacionalidad del buque mexicano: la fracción última del art.
209 faculta a los trabajadores para dar por terminadas las relaciones. La Comisión resolvió que
no podía obligarse a los trabajadores a que continuaran prestando su trabajo y fijó sus derechos
y las obligaciones del patrono: deben ser repatriados y tienen derecho a percibir su salario, con
todas las prestaciones que lo integren, hasta llegar al puerto de destino. De la misma manera
que en la hipótesis anterior, pueden convenir los trabajadores y el patrono que se proporcione
a aquéllos "un trabajo de la misma categoría en otro buque del patrono", pero a falta de
convenio tienen derecho a una indemnización de tres meses de salario y a veinte días por cada
año de servicios, si la relación de trabajo es por tiempo indeterminado o a la proporción que
señala el art. 50 para las relaciones por obra o tiempo determinado.
9. Las condiciones de trabajo: los trabajadores de los buques disfrutan de todos los derechos
generales, pues las modalidades del capítulo respectivo sirven para darles efectividad,
particularmente durante los períodos de viaje.
A) La determinación escrita de las condiciones de trabajo: en un párrafo anterior mencionamos
la exigencia de la forma escrita para las condiciones de trabajo y su razón. Y nos atrevemos a
decir que no puede faltar, porque las autoridades marítimas deben conocer la lista de los
tripulantes y las condiciones para el trabajo de cada uno de ellos. Los buques no pueden hacerse
a la mar sin cumplir esos requisitos. El art. 195 señala los elementos que deben hacerse constar
por escrito; algunos de ellos coinciden con la ordenación general del art. 25, por lo que limitamos
la exposición a las modalidades especiales.
La fracción tercera exige la mención del buque o buques a bordo de los cuales se prestará el
trabajo, lo que sirve para determinar en cualquier momento el lugar en que se encuentra el
trabajador, o precisar en caso de siniestro los trabajadores perdidos. La fracción cuarta se refiere
a la distinción entre relaciones de trabajo por tiempo indeterminado o determinado, por viaje o
viajes, especificación que acepta una excepción más, la relación de trabajo por viaje o viajes, al
principio de la duración indeterminada de las relaciones, excepción que obedece al hecho de
que la relación por viaje es constante entre la gente del mar. La fracción sexta habla de "la
distribución de las horas de trabajo", una regulación esencial porque estos trabajadores viven
en el buque. Mencionamos finalmente la fracción XI: "El porcentaje que recibirán los
trabajadores cuando se trate de dar salvamento a otro buque", un trabajo diferente del
contemplado en los arts. 209. fracción V, y 210, ya que la hipótesis de estos dos preceptos es el
salvamento de los restos del buque en que se prestaba el trabajo.
B) La jornada, los días de descanso y las vacaciones: la Ley nueva no imprimió ninguna modalidad
a los principios de la jornada, pues únicamente aparece la ya señalada obligación de precisar la
distribución de las horas ele trabajo. Claro está que el tiempo que exceda a las horas de la
jornada, será trabajo extraordinario.
a) El descanso semanal: de conformidad con lo dispuesto en el art. 198, cuando el buque esté
en puerto, debe concederse el descanso semanal, a fin de que el trabajador pueda ir ·a tierra
firme, pero "si está en el mar y la naturaleza del trabajo no permite el descanso", se pagará,
además del salario que corresponda a ese día, un salario adicional doble.
b) Las vacaciones: el art. 199, apartándose de la Ley de 1931, duplicó el período de vacaciones:
principia con doce días laborables y aumenta en dos días por cada año subsecuente de trabajo,
hasta negar a veinticuatro y con posterioridad en otros dos días por cada cinco años de trabajo.
La razón de ese aumento radica en la naturaleza del trabajo, que transcurre la mayor parte del
tiempo en el mar, apartado el trabajador de la familia y de las amistades. De ahí que se disponga
que las vacaciones deben disfrutarse en tierra, si bien, según la frase final del precepto, pueden
fraccionarse, pero únicamente "cuando lo exija la continuidad del trabajo", como en el caso de
la salida rítmica de los buques a intervalos breves.
C) Los salarios: la naturaleza del trabajo en el mar planteó varias cuestiones en relación con los
salarios de estos trabajadores y con sus privilegios sobre los bienes del patrono.
a) Modalidades del principio de la igualdad de salario: recordaremos la frac. VII del Artículo 123:
"Para trabajo igual debe corresponder salario igual, sin tomar en cuenta ... " El art. 200,
reproducción del 142 de la Ley de 1931, dispone que "no es violatoria del principio de igualdad
de salario la disposición que estipule salarios distintos para trabajo igual, si se presta en buques
de diversa categoría". La Comisión analizó la objeción que se le formuló en el sentido de que esa
prevención violaba el principio constitucional: encontró la misma disposición para trabajos
similares, el aeronáutico, art. 234 y el ferrocarrilero, art. 253, por lo que decidió analizar el
problema desde un punto de vista general.
La modalidad no se refiere al salario dentro de una misma unidad de trabajo, sino para trabajo
en unidades distintas, o para usar los términos de la Ley, en establecimientos diversos. Ahora
bien, no siempre es posible igualar en ellos las condiciones de trabajo, de la misma manera que
ocurre con el salario mínimo de las zonas económicas: la divergencia en el costo de la vida, la
variedad de resultados que pueden obtenerse por las variantes en la calidad de las tierras o en
las vetas de las minas o en la calidad de pescados y mariscos o por otros factores, pueden exigir
diferencias más o menos grandes en las condiciones de trabajo. Por otra parte, y ésta es quizá
la razón más honda, el art. 200 habla de buques de distinta categoría, una fórmula que podría
traducirse por trabajo de distinta calidad, pues, en efector existe una separación real entre el
trabajo en buques, aviones, ramales ferroviarios, hoteles y otros establecimientos análogos, de
lujo, primera o segunda clase, por exigencias en el vestir, en el tratamiento a la clientela o en la
celeridad en el servicio.
b) La pe¡·misión de pagar el salario en moneda extranjera: conocemos el principio constitucional
según el cual, el salario en efectivo debe pagarse en moneda de curso legal. Pues bien, el art.
201 previene que, a elección del trabajador, cuando el buque se encuentre en puerto extranjero,
"los salarios podrán pagarse en el equivalente en moneda extranjera", pero deberá hacerse "al
.tipo oficial de cambio que rija en la fecha en que se efectúe el pago"; norma cuyo origen se
encuentra en el hecho de que la moneda nacional no era aceptada en cambio en el extranjero,
o lo era en condiciones sumamente desfavorables, lo que causaba un grave daño a los
trabajadores que iban a tierra. Es cierto que aquella razón principia a desaparecer, pues nuestra
moneda tiene actualmente una aceptación general, pero la Comisión prefirió mantener el
principio a fin de prevenir cualquier eventualidad.
c) Aumento y no-reducción del salario por prolongación o disminución del tiempo de viaje: el
doble principio está declarado en el art. 202. Su parte primera se justifica en virtud del principio
del riesgo de la empresa, porque si bien es posible que el salario se fije por viaje, para determinar
su monto tiene que considerarse la duración del mismo y porque la prolongación implica que el
trabajo diario continúa. Y la segunda, porque los salarios convenidos no son susceptibles de
reducción y porque el trabajador, al regresar a tierra, se encontraría frecuentemente sin trabajo
durante varios días.
d) Los privilegios del salario y de las indemnizaciones: las normas generales de la Ley se aplican'
íntegramente a estos trabajadores, defensa contra el patrono, contra los acreedores del patrono
y contra los del trabajador. La Ley de 1931 consignó un privilegio absoluto sobre el buque,
declarándolo afecto "a la responsabilidad de los salarios devengados por la tripulación ajustada
a sueldo o por viaje, debiéndose hacer la liquidación y el pago en el intermedio de una
expedición a otra", pero se agregaba que iniciada una nueva expedición "perderían la·
preferencia los procedentes de la anterior"; la preferencia parecía una transposición del art. 646,
frac. V del viejo Código de comercio, que otorgaba un privilegio a "los sueldos que se deban al
capitán y salarios de la tripulación de la nave en su último viaje".
La Comisión recibió muchas observaciones y sugerencias y comprendió que la preferencia debía
corresponder a la idea del derecho nuevo; de ahí que consignara en el art. 203 las tres reglas
básicas siguientes: a) En primer lugar, los salarios devengados en el último año y las
indemnizaciones, disfrutarían de una preferencia absoluta sobre el buque, sus máquinas,
aparejos y fletes, respecto de cualquier otro crédito, incluidos los que disfrutaran de garantía
real, los fisca)es y los a favor del Instituto Mexicano del Seguro Social; b) A ese efecto, "el
propietario del buque es solidariamente responsable con el patrono" por los salarios a que se
refiere la regla anterior; e) El tercer principio se ocupa de la concurrencia de créditos de trabajo:
"Disfrutan de preferencia los créditos del último viaje".
10. Las obligaciones especiales de los trabajadores y de los patronos: una y otra vez nos hará
frente la naturaleza del trabajo de la gente del mar como la razón de la adecuación de las normas
generales a las condiciones particulares de esta actividad.
A) Las obligaciones de los trabajadores: en el art. 205, la Ley impuso una sola obligación, que ya
mencionamos en el párrafo titulado: las finalidades de las normas para los trabajadores de los
buques.
El precepto se compone de dos partes: en la primera se dice que "los trabajadores están
especialmente obligados ... ", esto es, se trata de una obligación especialmente importante, que
consiste en "respetar y realizar las instrucciones y prácticas destinadas a prevenir los riesgos del
mar". La parte segunda, a su vez, se integra con dos elementos: se dispone, primeramente, que
las instrucciones y prácticas "se efectuarán en los términos que determinen las leyes y
disposiciones sobre comunicaciones por agua", lo que significa que no son instrucciones y
prácticas derivadas de las leyes del trabajo, sino de leyes cuya finalidad
es la seguridad de los buques; y a renglón seguido se advierte que "los capitanes y oficiales
obrarán como representantes de la autoridad y no como representantes de los patronos".
La circunstancia de que las instrucciones y prácticas desborden los fines específicos del derecho
del trabajo y de que resulten inobjetables en su propósito de defender la vida de quienes viajan
en los buques, justifica plenamente la frac. IV del art. 208 de la Ley, que declar~
que es causa especial de rescisión "la desobediencia a las órdenes del
capitán del buque en su carácter de autoridad".
B) Las obligaciones de los patronos: el art. 204 fue destinado a su señalamiento. No creemos
necesario reproducir sus diez fracciones; y por otra parte, su claridad nos releva de comentarios
que tendrían que limitarse a una reproducción con palabras distintas, lo que presumiblemente
induciría a confusiones. Consideramos, sin embargo, que vale la pena poner énfasis en los
esfuerzos que se realizaron para imponer obligaciones que contribuyeran a hacer agradable,
hasta donde es posible, la permanencia a bordo: los trabajadores tienen derecho a alojamientos
cómodos e higiénicos, a alimentación sana, abundante y nutritiva, a alojamiento y alimentos, sin
costo alguno, cuando el buque sea llevado para reparaciones a un puerto extranjero o a uno
distinto del lugar donde se tomó al trabajador, y a alojamiento, alimentación y tratamiento
médico y medicamentos, cualquiera que sea la naturaleza de la enfermedad, derecho que va
acompañado de la obligación de llevar a bordo el personal y material de curación "que
establezcan las leyes y disposiciones sobre comunicaciones por agua".
C) La prohibición de las bebidas alcohólicas y de las drogas enervantes: el art. 206 es otra de las
medidas de seguridad contra los riesgos del mar: está prohibido proporcionar a los trabajadores
a bordo bebidas embriagantes sin permiso del capitán, así como que los tripulantes las
introduzcan a los buques. Les está igualmente prohibido introducir drogas enervantes, salvo el
ya mencionado caso de la existencia de una prescripción médica.
11. Las autoridades que concurren en el trabajo en los buques: ya mencionamos la categoría de
autoridad que adquieren el capitán· y los oficiales en el adiestramiento de los trabajadores.
Las atribuciones de la Capitanía de puerto están determinadas en las leyes sobre
comunicaciones ·por agua, por lo que no corresponde a este libro su tratamiento. La Ley del
trabajo la hace intervenir en algunos actos: de, conformidad con el art. 204, frac. X, el patrono
está obligado a informarle, dentro de las veinticuatro horas de haber sido declarado el buque a
libre plática, de los accidentes de trabajo ocurridos a bordo; y los arts. 194, que ya conocemos,
y 211, exigen que se depositen ante ella un ejemplar del escrito de condiciones de trabajo y uno
del reglamento interior de trabajo.
El art. 212 determina que corresponde a la Inspección del trabajo "vigilar el cumplimiento de las
leyes y demás normas de trabajo cuando los buques estén en puerto", pero deberán "atender a
las leyes y disposiciones sobre comunicaciones por agua".
12. Las modalidades para el tráfico interior y fluvial: los comentarios de los párrafos que
anteceden están referidos al trabajo en el mar. El art. 213 contiene algunas reglas sencillas para
el tráfico interior o fluvial: si la relación de trabajo es por viaje, se considerará terminada
veinticuatro horas después de que el buque fondee o atraque, aunque no haya concluido la-
descarga; la permanencia obligada a bordo se considerará como tiempo de trabajo, "a menos
que el período de descanso sea de cuatro horas o más; que exista imposibilidad material de
abandonar el buque o que éste se encuentre en algún lugar despoblado"; el descanso semanal
será forzosamente en tierra; finalmente, los trabajadores tienen derecho a alimentación si se
proporciona a bordo a los pasajeros, si el viaje dura más <le seis horas y cuando se suspenda la
navegación en lugares despoblados.
CAPÍTULO XL
EL TRABAJO DE LAS TRIPULACIONES AERONÁUTICAS
La aparición de este capítulo en la Ley de 1931 fue una imposición de los pilotos aviadores:
durante muchos años, las empresas. de aviación consideraron a la tripulación de las aeronaves
como personal de confianza, por lo que desconocieron a las asociaciones de pilotos y les negaron
el derecho a la contratación colectiva. En el año de 1959 se produjo un conflicto entre los pilotos
aviadores y las empresas, que provocó la paralización de las líneas aéreas nacionales. Fueron
inútiles los esfuerzos para encontrar personal que substituyera a los pilotos, porque quienes
tenían certificados de capacidad se negaron a prestar su trabajo. En esas condiciones tuvo que
aceptarse el derecho a la sindicación y a la negociación y contratación colectivas. La Secretaría
del Trabajo entendió la trascendencia del problema y preparó una iniciativa de adición a la Ley,
la que fue aprobada por el Congreso de la Unión y promulgada, como capítulo quince-bis, art;
132-bis a 159-bis, en el mes de diciembre de 1959. Fue un primer intento, sin duda valioso, que
dio entrada en la Ley a un trabajo altamente técnico, una gran conquista de la fuerza expansiva
del derecho del trabajo, pero han transcurrido pocos, y sin embargo, muchos años desde
entonces. Los contratos colectivos han sobrepasado a la Ley, circunstancia que impuso la
necesidad de remozar las normas legales.
Fueron de verdad hermosas las sesiones de la Comisión dedicadas al estudio del capítulo para
el trabajo de las tripulaciones aeronáuticas. El joven piloto representante de sus compañeros
puso de relieve un amor por la profesión y el propósito de cristalizar en un haz de normas las
finalidades de la reglamentación y la necesidad de cuidar especialmente los tiempos de trabajo
y el adiestramiento de los. pilotos, para seguridad de los pasajeros, de ellos mismos y de las
aeronaves. Sus exposiciones fueron las más precisas, técnicas y brillantes que recordamos.
l. Las finalidades de las normas para el trabajo de las estipulaciones aeronáuticas: el art. 132-bis
de la Ley de 1931 formuló el principio básico de este capítulo diciendo que "las disposiciones
para el trabajo de las tripulaciones de las aeronaves son irrenunciables para patronos y
tripulantes por cuanto garantizan los intereses y seguridad del público usuario”. La norma
contenía la referencia expresa a la finalidad específica de la reglamentación, pero en aquellas
inolvidable sesiones se hizo notar que la nobleza del propósito nuevo no debía ·perder de vista
la finalidad general del derecho del trabajo, razón por la cual se dijo en el art. 215, que las
disposiciones del capítulo, además de proponerse el equilibrio y la justicia social ·entre
trabajadores y patronos, tienen como misión garantizar la seguridad de las operaciones
aeronáuticas, por lo que eran irrenunciables en la medida en que correspondieran a ese
propósito.
La declaración del art. 215 quiso ser una armonía de fines, pues si el derecho del trabajo persigue
como finalidad suprema la justicia social, la reglamentación especial se dirige a la seguridad de
las operaciones aeronáuticas, una armonía que integra una síntesis, pues si la justicia social
faltara, la seguridad para los viajeros sería precaria, porque no se puede esperar un máximo de
aquel a quien se trata con injusticia, pero si no se tomara en consideración la seguridad de los
demás, no podría brillar la justicia social, porque su función no es otorgar beneficios sin
responsabilidad, sino dar un tratamiento decoroso a seres humanos, a cuya esencia pertenece
la responsabilidad en el trabajo, en bien de la comunidad y de ellos mismos.
2. El campo de aplicación de las normas: aquellas sesiones de la Comisión pusieron de manifiesto
que si bien la Ley de 1931 cumplió una misión relevante en la época de su expedición, sus normas
ya no correspondían a la evolución de las relaciones de trabajo y de los contratos colectivos.
A) El campo geográfico de aplicación: las aeronaves cruzan diariamente las fronteras de México,
por lo que las tripulaciones tienen que prestar su trabajo en los aeropuertos nacionales y en los
extranjeros. Las normas particulares de este capítulo y los contratos colectivos poseen un alto
grado de desarrollo y contienen condiciones de trabajo justas, una consideración que explica el
art. 217, según el cual, "las relaciones de trabajo se regirán por las-leyes mexicanas,
independientemente del lugar en donde vayan a prestarse los servicios". De conformidad con
esta disposición, las tripulaciones aeronáuticas están amparadas por el derecho mexicano y
podrán presentar sus reclamaciones ante las Juntas de Conciliación y Arbitraje, aunque el
trabajo se haya prestado en el extranjero.
B) El campo de aplicación de las normas y las aeronaves: la Ley de 1931 mencionó en el art. 132-
bis las aeronaves civiles comerciales, en tanto el art. 215 de la Ley nueva se refiere a las
aeronaves civiles que ostenten matrícula mexicana. La supresión del término comerciales tuvo
por objeto extender la ordenación legal a todas las aeronaves y no únicamente como se hacía
en el pasado a las que se dedican al transporte de pasajeros, correo y carga, pues, según se dice
en la Exposición de motivos, "se estimó que en el trabajo aeronáutico deben respetarse las
disposiciones sobre seguridad en todas las aeronaves".
C) El campo personal de aplicación de las normas: la Ley no se ocupó de la determinación del
concepto patrono, por lo que éstos pueden ser las personas físicas o jurídicas que utilicen en
aeronaves el trabajo de uno o varios tripulantes. En cambio, la determinación de quienes son
trabajadores presentó dos aristas.
a) El art. 215, primero del capítulo, dice que se aplica a las tripulaciones de las aeronaves, por lo
tanto, no es todo el personal que presta su trabajo a las empresas de aviación, sino un grupo
especial, precisamente al que se da el nombre de tripulación, que son los trabajadores que van
en la aeronave durante el vuelo, bien dirigiéndola, ya prestando sus servicios a los pasajeros,
bien cooperando en las maniobras que tengan que efectuarse durante el vuelo.
b) El concepto de tripulación no es abierto, quiere decir, los tripulantes son únicamente las
personas enumeradas en la Ley. A solicitud de los trabajadores y con la anuencia de la Secretaría
de Comunicaciones, la Ley nueva modificó en su art. 218 la enumeración y las denominaciones
de la Ley vieja, las cuales, según se dice en la Exposición de motivos, son las que corresponden
a la terminología más reciente: el piloto al mando de la aeronave, que se denomina comandante
o capitán; los oficiales, que desempeñan labores análogas; el navegante; y los sobrecargos.
3. Los conceptos representante del patrono y trabajador de confianza: el art. 11 de la Ley nueva,
que es conocido nuestro, determina, apartándose de los principios del derecho civil, quiénes
son las personas que deben ser consideradas representantes del patrono para todas las
cuestiones que surjan con motivo de la aplicación de las normas que rigen la actividad de las
tripulaciones; la solución del problema ofrece algunas características que vamos a considerar.
Por otra parte, ya explicamos que antes de 1959, las tripulaciones aeronáuticas eran
considerados trabajadores de confianza; nadie pensó en un retorno al pasado, pero sí se creyó
conveniente determinar quiénes reunían los caracteres de ese personal.
En su párrafo primero, el art. 219, en concordancia con las disposiciones generales de la Ley,
enuncia que son representantes del patrono, "por la naturaleza de las funciones que
desempeñan, los gerentes de operación o superintendentes de vuelo, jefes de adiestramiento,
jefes de pilotos, pilotos instructores o asesores, y cualesquiera otros funcionarios que aun
cuando tengan diversas denominaciones de cargos, realicen funciones análogas". En el párrafo
segundo, sin que conste expresamente, se atribuye a esas mismas personas el carácter de
trabajadores de confianza> pues los titulares de las categorías citadas serán designados por el
patrono. En consecuencia, puede decirse que las dos categorías coinciden, lo que significa que
las tripulaciones no están sometidas a la dirección de personas que no pertenezcan al grupo
contenido en el artículo que se comenta.
Como se desprende de la lectura, la enumeración no es estrictamente limitativa, pero tampoco
es plenamente enunciativa, porque la extensión tiene que hacerse para funcionarios que
realicen funciones, por su naturaleza, análogas a las enumeradas.
Entre las dos categorías se da una igualdad jurídica en lo que concierne al trabajo de los
miembros de las tripulaciones: los trabajadores de confianza y representantes del patrono
pueden, dice el párrafo, "figurar como pilotos al mando", esto es, como comandante o capitán
de la aeronave, siempre y cuando satisfagan, claro está, los requisitos exigidos por la Ley de vías
generales de comunicación, pero, se agrega, "sin perjuicio de los derechos correspondientes de
los pilotos de planta", lo que quiere decir que tendría que determinarse a quien corresponde el
cargo, de acuerdo con los requisitos para los ascensos.
4. Las funciones del piloto al mando) comandante o capitán: de lo que llevamos expuesto se
deduce que el trabajo de las tripulaciones aeronáuticas reclama un gran sentido de
responsabilidad y un poder grande en la unidad del mando. Un puesto de esa fuerza personal y
jurídica tiene que ser hermoso, pero, a la vez, exige que la economía de cada pueblo ofrezca a
esos hombres, que cuidan minuto a minuto la vida de los pasajeros y la suya propia, una
compensación que los estimule a una superación técnica constante.
El art. 220 se compone de dos partes: la primera enuncia las funciones que corresponden a los
pilotos al mando, pero para recalcar la naturaleza de su trabajo no emplea la palabra función
sino que dice que "son responsables de la conducción y seguridad de la aeronave durante el
tiempo efectivo de vuelo, y tienen a su cargo la dirección, el cuidado, el orden y la seguridad de
la tripulación, de los pasajeros, del equipaje y de la carga o correo que se transporte", funciones
de serenidad y de facultad de mando. La parte segunda ratifica, con todo el valor de un
mandamiento jurídico supremo, la finalidad específica de la reglamentación, una garantía de
seguridad de las operaciones aeronáuticas: "Las responsabilidades y atribuciones que confiere
a los comandantes la Ley de vías generales de comunicación y sus reglamentos, no podrán ser
reducidas ni modificadas por el ejercicio de los derechos y obligaciones que les corresponden
conforme a las normas de trabajo".
A fin de redondear la personalidad del piloto al mando, anticipamos la explicación de
disposiciones que corresponden al apartado de las obligaciones de los tripulantes: el art. 237,
frac. XI, les impone las obligaciones de "anotar en la bitácora, con exactitud y bajo su
responsabilidad, los datos exigidos por las disposiciones legales relativas" y de "hacer, cuando
proceda, la· distribución del tiempo de servicio de los demás miembros de la tripulación".
5. El principio de la exclusividad de "trabajadores mexicanos por nacimiento: ya explicamos que
la versión original del párrafo IV del art. 32 de la Constitución exigía la calidad de mexicano por
nacimiento para un determinado porcentaje de trabajadores de los buques, pero nada decía de
las tripulaciones aeronáuticas. De ahí que la Ley de vías generales de comunicación de 1932
admitiera la posibilidad de que en las aeronaves pudieran entrar como tripulantes algunos
extranjeros. La reforma constitucional de 1934 tampoco se ocupó de las tripulaciones
aeronáuticas, lo que permitió la subsistencia de aquella posibilidad en la Ley de 1940. Una
segunda reforma a la Carta Magna de 1944 impuso la nacionalidad mexicana por nacimiento a
"todo el personal que tripule cualquier aeronave que se ampare con la bandera o insignia
mercante nacional", mandamiento que dejó sin efecto la posibilidad de aceptar extranjeros en
las tripulaciones aeronáuticas. Así se explica el art. 216 de la Ley, que dice que "los tripulantes
deben tener la calidad de mexicanos por nacimiento".
6. La formación de las relaciones de trabajo: la Ley del trabajo no contiene ninguna exigencia
especial sobre el tema de este rubro, por lo que rigen las disposiciones generales. En cambio, la
Ley de vías generales de comunicación dispone en su art. 319, párrafo segundo, que "para actuar
como miembro del personal técnico aeronáutico se requiere ser titular de una licencia válida
para ejercer las funciones correspondientes, que le haya otorgado o reconocido la Secretaría de
Comunicaciones". El mismo precepto establece en su párrafo tercero que "los requisitos de
edad, nacionalidad y conducta exigidos para obtener licencias aeronáuticas, las condiciones de
capacidad, aptitud física, exámenes, experiencia y pericia necesarios para obtenerlas, serán
determinados en los reglamentos respectivos ... " En su art. 237, frac. 11, la Ley nueva impuso a
la tripulación la obligación de "conservar en vigor sus licencias, visas y documentos que se
requieran legalmente para el desempeño de sus trabajos".
7. Modalidades en torno al principio de la estabilidad en el trabajo: en los temas que vamos a
tratar nos salen al paso tres ideas rectoras del trabajo de las tripulaciones aeronáuticas, que se
combinan para lograr una armonía esencial en esta forma de transportación: la idea de la justicia
social, representada por las normas sobre la estabilidad en el trabajo; la exigencia de la precisión
técnica en las acciones de los pilotos; y la necesidad de procurar el máximo de seguridad para la
nave, concepto éste que lleva envuelto el de seguridad del pasaje y de la carga. La Comisión
escuchó las opiniones del representante de los pilotos, de las empresas de aviación y de la
Secretaría de Comunicaciones, y después de meditar sobre ellas, se esforzó porque las normas
de la Ley futura se ajustaran a las tres ideas.
A) Modalidades de la suspensión de las relaciones de trabajo: la Ley cuida escrupulosamente en
este capítulo el principio. del riesgo de la empresa, de lo que se deduce que el tiempo requerido
para la reparación de una aeronave que no es sustituida de inmediato, es un riesgo a su cargo
que engendra su responsabilidad hacia los trabajadores.
La única hipótesis de suspensión que considera la Ley en su artículo 243, se relaciona con el
trabajador; pero antes de presentarla diremos que los trabajadores defendieron con elegancia
y maestría la excepción a la causal de suspensión que aceptó la Comisión en el capítulo sobre la
suspensión de las relaciones de trabajo:
Es causa especial de suspensión de las relaciones de trabajo, sin responsabilidad para el patrono,
la suspensión transitoria de las licencias respectivas, de los pasaportes, visas y demás
documentos exigidos por las leyes nacionales y extranjeras cuando sea imputable al trabajador.
Las razones que expusieron nos son conocidas: las dilaciones para la tramitación y revalidación
de las licencias, expedición de pasaportes y obtención de visas, son un riesgo de la empresa,
porque se trata de un fenómeno permanente, una de tantas deficiencias de la administración
pública, un riesgo cuya ocasión es la organización de una empresa para cuya actividad son
necesarios aquellos documentos. Fue inútil la observación de que la empresa era ajena a la culpa
de los funcionarios encargados de expedir, revalidar o visar los documentos, porque se
respondió que los daños causados por un tercero no podían recaer sobre el trabajo, sino sobre
la empresa creadora del riesgo.
B) Modalidades en torno a la rescisión y terminación de las relaciones de trabajo: continuamos
dentro de la trilogía de finalidades que se proponen las normas especiales para las tripulaciones
aeronáuticas.
El art. 244 comprende únicamente causas individuales de rescisión o terminación, por lo cual,
·la terminación colectiva de las relaciones de trabajo queda gobernada por las disposiciones
generales de la Ley. Pero la enumeración contenida en ese precepto es bastante severa,
justamente en función de las finalidades de las normas: a) La Ley de vías generales de
comunicación no permite que tripulen las aeronaves quienes no tienen en regla sus
documentos, porque, si falta la licencia para volar o existe una revocación o cancelación
definitiva, estaríamos en presencia de una ausencia o de la pérdida de la capacidad,
conocimientos y aptitudes, y si no se disponen ni pueden obtenerse los pasaportes y visas, el
paso al extranjero sería imposible; b) La Ley quiere que bs condiciones fisiológicas y mentales
de las tripulaciones sean óptimas, por lo que declara causal de rescisión "encontrarse el
trabajador en estado de embriaguez, dentro de las veinticuatro horas anteriores a la iniciación
del vuelo o durante el transcurso del mismo", esto es, prohíbe la embriaguez fuera de las horas
de trabajo para la mayor seguridad de la aeronave; e) La prohibición del uso de drogas
enervantes es todavía más severa, pues es suficiente que el tripulante se encuentre en cualquier
tiempo bajo su influencia, salvo el caso de prescripción médica, para que proceda la rescisión;
d) Se repite, por las mismas razones que se usaron en el caso de los trabajadores de los buques,
la causal de rescisión consistente en la violación de las leyes "en materia de importación o
exportación de mercancías en el desarrollo de sus servicios". Cuando alguien preguntó por la
consecuencia de la violación de dichas leyes fuera del servicio, se respondió diciendo que el
problema se regía por la disposición general sobre sentencias ejecutoriadas que impongan una
pena de prisión; e) En el capítulo sobre la jornada de trabajo mencionamos el art. 134, fracción
VIII, que impone a los trabajadores la obligación de prolongarla para realizar lo que llamamos
los trabajos de emergencia y dijimos que· si su negativa no 'está considerada expresamente
como causal de rescisión, el incumplimiento de la obligación podía ser considerado como una
causa justificada, con apoyo en la norma que habla de causas análogas a las definidas en el art.
47. En el caso de las tripulaciones aeronáuticas, la obligación de prestar los auxilios está
abundantemente ratificada: en primer lugar, el art. 359 de la Ley de vías generales de
comunicación declara a "la búsqueda y salvamento de interés público", e impone la obligación
"de participar en la esfera de sus posibilidades", aun a los particulares; en segundo lugar, el art.
231 de la Ley laboral prescribe que "las tripulaciones están obligadas a prolongar su jornada de
trabajo en los vuelos de auxilio, búsqueda o salvamento"; en tercer lugar, el art. 237, frac. X, de
la misma Ley laboral, confirma la obligación de "efectuar vuelos de
auxilio, búsqueda o salvamento, en cualquier tiempo y lugar que se requiera", a cargo de las
tripulaciones; finalmente, el art. 244, frac. V, precisa que el incumplimiento de ese deber es
causa de rescisión de las relaciones de trabajo; f) Una de las normas técnicas del tráfico
internacional es buscar el máximo de precisión en la salida y en la llegada de los aviones, una
regla que explica Ja disposición de la ya citada frac. V del art. 244, que decreta la rescisión de las
relaciones de trabajo por "la negativa iniciar o proseguir el servicio de vuelo que le haya sido
asignado"; g) La fracción sexta se relaciona con el problema de la capacitación de las
tripulaciones, por lo que la reservamos para un párrafo posterior; h) La fracción séptima es
idéntica a la norma que conocimos en el capítulo para los trabajadores de los buques: la
ejecución de cualquier acto o la omisión intencional o negligencia susceptible de poner en
peligro la seguridad de la aeronave o de los pasajeros; i) La fracción última consigna como causa
de rescisión "el incumplimiento de las obligaciones especiales que impone a las tripulaciones el
art. 237", cuestión de la que nos ocuparemos más adelante, y la violación de la prohibición de
"usar narcóticos o drogas enervantes dentro o fuera de sus horas de trabajo", una ratificación
más, en razón de su peligrosidad, de una causal de rescisión que ya consideramos.
8. Las condiciones de trabajo: no hubo en realidad debates, pero sí un hermoso derroche de
técnica, particularmente en torno a la jornada de trabajo, pues la naturaleza de las operaciones
aeronáuticas condujo a la aceptación de algunos principios y a la búsqueda de la
precisión de otras disposiciones.
A) La jornada de trabajo: los principios sobre el tiempo de trabajo, volveremos a decirlo, giran
en torno de la idea de un máximo de seguridad para la aeronave y de preservación de
condiciones fisiológicas óptimas en las tripulaciones.
a) Las jornadas diurna, nocturna y mixta!: el art. 223 del proyecto, por una parte, señalaba como
jornada diurna dentro del territorio nacional la comprendida entre las siete y las diecinueve
horas, y por otra, establecía que para fijar los horarios se atendería al tiempo del lugar de la base
de residencia. Pero se hizo notar que esa norma vieja era inaplicable no sólo en los vuelos
internacionales, sino también en los nacionales, porque los horarios cambian durante los vuelos,
por cuya razón, e independientemente de la supresión de la modalidad en
las horas de la jornada diurna, se dijo en el art. 221 que "para la determinación de las jornadas
de trabajo, se considerarán las tablas de salida y puesta del sol, con relación al lugar más cercano
al que se encuentre la aeronave en vuelo", una solución que es la norma internacional
aplicable a todos los vuelos.
b) La iniciación de las jornadas y el principio de las exigencias del servicio: el art. 226 expresa
que "las jornadas de los tripulantes se ajustarán a las necesidades del servicio y podrán principiar
a cualquier hora del día o de la noche", una norma que fue aceptada por los representantes de
los trabajadores, no obstante que subordinaba ciertos principios a las necesidades del servicio,
entre otras razones, porque la fijación de los horarios de salida y llegada de las aeronaves se
hacen en atención a las necesidades del servicio y dependen muchas veces del estado del
tiempo: "Las jornadas de los tripulantes se ajustarán a las necesidades del servicio y podrán
principiar a cualquiera hora del día o de la noche".
c) El concepto tiempo efectivo de vuelo: la conducción de una aeronave supone una enorme
tensión física y mental, pues cualquier descuido o equivocación puede acarrear una catástrofe.
Esta consideración explica las diversas disposiciones que existen en la Ley dentro del rubro
propuesto.
El art. 137-bis de la Ley de 1931 decía que "tiempo efectivo de vuelo significa el lapso
comprendido desde que una aeronave comienza a moverse por su propio impulso para tomar
posición de despegue hasta que se detiene al terminar el vuelo". Rápidamente se objetó que es
frecuente que las aeronaves sean -remolcadas para tomar posición de despegue, lo que exige
en la tripulación la misma atención que en los casos de propio impulso)· aceptada la objeción,
se incluyeron en el artículo 222 de la Ley nueva las dos hipótesis.
Una vez definido el concepto de tiempo efectivo, la Ley se ocupa de determinar su duración en
tres normas, en las cuales, aun sin que se diga expresamente, se descubren los propósitos
fundamentales de la reglamentación: a) El art. 224 dispone que "el tiempo efectivo de vuelo en
el mes se fijará <"n los contratos de trabajo", en la inteligencia de que ese término se refiere
principalmente a los contratos colectivos, lo que no impide, si éstos faltan, que se determine
mediante acuerdos entre el trabajador y la empresa, lo que explica que hablara únicamente de
contratos de trabajo. El mismo precepto añade que no podrá exceder de noventa horas, pues
más allá de ese límite pueden disminuir las aptitudes físicas de los tripulantes. Todavía se da
otra prevención en el precepto a estudio: para fijar el tiempo efectivo de vuelo, bien el máximo,
ya uno menor, deben tomarse en consideración "las características del equipo que se utilice",
disposición que se explica porque la tensión física y mental varía necesariamente con los tipos
de aeronaves; b) Después de la fijación del tiempo efectivo de vuelo mensual, faltaba determinar
el tiempo máximo de vuelo al día: el art. 225 adoptó la norma general de la Ley, por lo tanto,
ocho horas en la jornada diurna, siete en la nocturna y siete y media en la mixta. Sin embargo,
ante la presentación de las exigencias del servicio y en vista de la aceptación del trabajo, se
conservó la excepción que venía ele la Ley de 1931: "salvo que se les conceda un período de
descanso horizontal antes de cumplir o al cumplir dichas jornadas, igual al tiempo volado"; e) La
prevención del art. 225 es de tal manera importante para la seguridad del vuelo, que el art. 228
determina, en su párrafo segundo, que "el patrono está obligado a utilizar tripulaciones
reforzadas en los vuelos cuyos horarios e itinerarios, aprobados por la Secretaría de
Comunicaciones, impliquen más de diez horas de tiempo efectivo de vuelo". La misma norma,
en complemento de una disposición que ya encontramos, establece que "el comandante de la
nave vigilará que los tripulantes tengan a bordo los descansos que les correspondan, de acuerdo
con la distribución del tiempo que al respecto prepare".
d) El concepto tiempo total de servicios: el tiempo efectivo de vuelo> si bien parte principal, no
es el único trabajo que desempeñan las tripulaciones, sino que, además, deben prestar lo que
se llama servicios de ruta y de reserva) los primeros como trabajos complementarios en tierra y
los segundos para el empleo de tripulantes en los casos de emergencia. El art. 223, paralelo al
224 que ya consideramos, dice que "el tiempo total de servicios que deben prestar los
tripulantes, considerando el equipo que se utilice, se fijará en el contrato de trabajo y
comprenderá solamente el tiempo efectivo de vuelo> el de ruta y el de servicio de reserva> sin
que pueda exceder de ciento ochenta horas mensuales", por lo tanto, el doble del tiempo
efectivo de vuelo.
La Ley contiene otras dos disposiciones relacionadas con el tiempo total de servicios: el art. 229
prevé la posibilidad de que se reduzca "cuando se use equipo a reacción", en razón también de
que ese trabajo exige un mayor desgaste de energía. Y el art. 227 ordena que "si las necesidades
del servicio o las características de las rutas en operación lo requieren, el tiempo total de
servicios de los tripulantes será repartido en forma convencional durante la jornada
correspondiente".
B) La jornada extraordinaria: la Ley comprende dos tipos de disposiciones, una que impone su
obligatoriedad si concurren circunstancias determinadas y otras que se refieren a la fijación de
lo que ha de entenderse por tiempo extraordinario. Es interesante anotar que en el mundo de
la aviación se usa constantemente el término tiempo excedente y que sólo accidentalmente se
emplea la fórmula común de horas extras.
El art. 228 se funda en la naturaleza de las cosas: su párrafo primero se inicia prohibiendo a los
tripulantes "interrumpir un servicio de vuelo durante su trayecto por vencimiento de la jornada
de trabajo", disposición que se justifica con sólo su lectura. En la frase inmediata posterior,
impone a la tripulación la obligación, en el caso de que se alcance el límite de su jornada
"durante el vuelo o en un aeropuerto que no sea el de destino final", de continuarlo, por razones
obvias en la primera hipótesis y en la segunda en consideración al tiempo que perdería el pasaje
y a la posible obligación de la empresa de tener que pagar una indemnización. Pero consigna
una excepción: "si no requiere más de tres horas"; de tal manera que si la aeronave está en
vuelo, debe la tripulación suspenderlo en el aeropuerto más próximo del trayecto, y si se halla
en tierra, los tripulantes deben ser relevados, excepción que es otra confirmación de la exigencia
ele evitar el cansancio físico o mental de los trabajadores.
El art. · 225 reputa tiempo excedente, por lo tanto, jornada extraordinaria, el que sobrepase los
límites de la jornada ordinaria, aun cuando no se dé un excedente en relación con el tiempo
total de servicios, solución correcta, porque esas horas extras de vuelo implican un despliegue
de energía superior al que se requiere en los llamados servicios de ruta o de reserva. El art. 230
estima c1ue el excedente al tiempo total de servicios es también jornada extraordinaria. Una
práctica vieja, según explicación de la reforma de 1959 a la Ley de 1931, daba por resultado que
al pagarse quincenalmente el tiempo excedente, con posterioridad, al hacer el cómputo del
excedente del tiempo total de vuelo, se hiciera un doble pago; la Comisión creyó oportuna la
supresión de la reforma de 1959, considerando que había sido su
perada aquella situación, pero los sectores interesados defendieron la subsistencia del párrafo
final del art. 230: "El tiempo excedente, calculado y pagado en los términos de este artículo, no
será objeto de nuevo pago".
C) Los trabajos de emergencia: en los renglones sobre la rescisión de las relaciones de trabajo
mencionamos la obligación de las tripulaciones aeronáuticas de prolongar su jornada de trabajo
"en los vuelos de auxilio, búsqueda o salvamento". El art. 231, en concordancia con los principios
generales de la Ley, señala como retribución "una cantidad igual a la que corresponda a cada
una de las horas de la jornada". Haremos notar únicamente que el tiempo empleado en los
trabajos de emergencia no se computa en el tiempo total de vuelo, por lo que si éste no llega al
máximo legal o al convenido, aquella retribución debe pagarse por corresponder a un trabajo
independiente y de naturaleza distinta.
D) Modalidades en los días de descanso obligatorio: el servicio público de aviación es continuo,
por lo que necesariamente ocurrirá que tenía que trabajarse en los días de descanso obligatorio.
El art. 232 declara, en armonía con la idea general de la Ley, que la retribución será el
equivalente a un día de salario y dos tantos más por el servicio prestado. En sus párrafos
siguientes, el precepto reconoce dos modalidades: primeramente, que no se reputará trabajo
en día de descanso obligatorio,. por lo tanto, no habrá lugar al pago de salario triple, "la
terminación de un servicio que no exceda de la primera hora y media de dichos días"; y en
segundo lugar, se modifica la regla para la fijación de los horarios de las jornadas diurna,
nocturna y mixta, a cuyo fin se decreta que "los días se iniciarán a las cero horas y terminarán a
las veinticuatro, tiempo oficial del lugar de la base de residencia".
E) Las vacaciones: de conformidad con el art. 233 de la Ley, el período anual de vacaciones se
inicia con treinta días de calendario y aumenta en un día por cada año de servicios, sin que pueda
exceder de sesenta días de calendario. Esta disposición produce una doble modalidad: por una
parte, un aumento considerable en el número de días, justificado por la naturaleza del trabajo,
y por otra, una modificación a la regla de que las vacaciones deben ser días laborables, variante
que se compensa con el número de días con que se inicia el período. Las vacaciones, continúa
diciendo el art. 233, no son acumulables, esto es, no pueden unirse las de dos años. La misma
norma agrega que el período vacacional podrá disfrutarse semestralmente en forma
proporcional
F) Los salarios: las disposiciones sobre los salarios se encuentran reunidas en los arts. 234 y 235.
El primero reproduce la regla que encontramos para los trabajadores de los buques en el sentido
de que pueden establecerse salarios distintos no obstante que los trabajos sean iguales, si se
prestan en aeronaves de distinta categoría, pero se añade el caso de Tutas diferentes". lo que
se explica en razón de la variabilidad de los ingresos por concepto de pasajes y carga.
El art. 235 autoriza que el pago de los salarios se haga los días quince y último de cada mes y
permite, además, que "las percepciones por concepto de tiempo de vuelo nocturno y de tiempo
extraordinario, se paguen en la primera quincena del mes siguiente al en que se hayan realizado;
y el importe de los días de descanso obligatorio, en la quincena inmediata a aquella en que se
hayan trabajado". La norma comentada previene en su párrafo final que "los salarios se pagarán
en moneda nacional y en el lugar de residencia del tripulante, salvo pacto en contrario", frase
esta última que se explica porque es frecuente que algunos tripulantes tengan su residencia en
el extranjero y necesiten moneda de ese país.
G) Una modificación de las condiciones de trabajo: el art. 241 señala un caso de modificación
obligatoria, para decirlo así, de las condiciones de trabajo: cuando vaya a operarse con un equipo
de características distintas del que se venía utilizando. "El tripulante y el patrono", dice el
precepto, "fijarán las condiciones de trabajo". No se ¡dice así, pero en la hipótesis de que no se
llegue a un acuerdo, como todos los conflictos entre el trabajo y el capital, puede solicitarse
de la Junta de Conciliación y Arbitraje la fijación de las condiciones.
H) Las obligaciones de los patronos: las tripulaciones aeronáuticas poseen un alto nivel de
cultura y conducen un nivel de vida decoroso, dos circunstancias que aclaran su empeño por
precisar en el art. 236 algunas obligaciones especiales de los patronos: a) La fracción primera se
ocupa de la alimentación, alojamiento y transporte, sin costo para los trabajadores, por todo el
tiempo que permanezcan fuera de su base por razones de servicio; los dos incisos enumeran los
detales de la obligación; [¡) La fracción segunda consigna la obligación de pagar a los tripulantes
los gastos de traslado de los familiares, del menaje de casa y de los efectos personales, cuando
sean cambiados de su hace de residencia, gastos que se fijarán de común acuerdo. Creemos que
en tanto se formaliza el convenio, el tripulante no está obligado a aceptar el cambio de su
residencia; e) La fracción tercera recoge una disposición que ya encontramos para los
trabajadores de los buques: "repatriar o trasladar al lugar convenido a los tripulantes cuya
aeronave se destruya o inutilice, pagándoles sus salarios y los gastos de viaje"; d) por último, la
fracción cuarta ratifica la obligación de conceder permisos para el ejercicio del voto, cumplir los
servicios públicos que demanda la Constitución y desempeñar comisiones accidentales o
permanentes del estado o de los sindicatos, pero "siempre que no se ponga en peligro la
seguridad de la aeronave o se imposibilite su salida en la fecha y hora previamente señaladas".
I) Las obligaciones de los trabajadores: parece como si en una penúltima ocasión, se hubiesen
presentado los principios enumerados en el art. 215: además de las finalidades generales de las
normas de trabajo, las disposiciones especiales de este capítulo tienen como propósito
"garantizar la seguridad de las operaciones aeronáuticas", para exigir que se cumpliera
escrupulosamente la idea, respetando, claro está, los mandamientos básicos del derecho del
trabajo y la dignidad de los trabajadores.
Es probable que la Comisión meditara larga y cuidadosamente, a fin de elaborar un manojo de
obligaciones ponderadas, severas, justas e indispensables; al lado de ellas se encuentran otras,
referidas a la conducta de los tripulantes en el desempeño de su trabajo. Vamos a considerarlas
dentro del orden del art. 237: a) Cuidar que no se transporten pasajeros o efectos sin el
cumplimiento de los requisitos correspondientes, ni artículos prohibidos por la ley; b) Renglones
anteriores nos salió al paso el deber de "conservar en vigor sus licencias, pasaportes, visas y
documentos que se requieran legalmente para el desempeño de su trabajo"; e) La fracción
tercera impone el deber de presentarse a cubrir los servicios con la anticipación requerida, pero
el representante de las tripulaciones ante la Comisión redactora del proyecto, cuidadoso
extraordinariamente de los .derechos de los trabajadores, peleó gallardamente por las tres
palabras finales: salvo causa justificada; d) En la fracción cuarta aparece nuevamente, con
máxima claridad, la idea de la seguridad de la aeronave: "Someterse, cuando menos dos veces
al año, a los exámenes médicos periódicos" previstos en las normas ele trabajo; e) De la fracción
quinta, que se ocupa del adiestramiento de las tripulaciones, nos ocuparemos en el apartado
siguiente; f) La fracción sexta tiene una importancia grande, pues impone a las tripulaciones el
deber de "planear, preparar y realizar cada vuelo, con e-stricto apego a las leyes y reglamentos
y a las disposiciones de la Secretaría de Comunicaciones y del patrono"; g) La fracción séptima
es una medida más de seguridad y supone un gran sentido de responsabilidad en las
tripulaciones: deben "cerciorarse, antes de iniciar un viaje, de que la aeronave satisface los
requisitos legales y reglamentarios, las condiciones necesarias de seguridad, y que ha sido
debidamente equipada, aprovisionada y avitualada"; h) La fracción octava persigue el mismo
propósito de seguridad que la anterior: "Observar las indicaciones técnicas de seguridad de
tránsito", dictadas por el patrono o por las autoridades de los aeropuertos; i) La novena apunta
hacia medidas de salvamento: dar aviso al patrono y a las autoridades competentes, por el
medio de comunicación más rápido, de cualquier emergencia durante el vuelo o de algún
accidente; j) La fracción décima, vuelos de auxilio, búsqueda o salvamento, fue analizada
anteriormente; k) También consideramos líneas antes las obligaciones de los pilotos al mando
de la aeronave; l) La fracción doce obliga a rendir los informes, formular las declaraciones y
firmar la documentación, de conformidad con las leyes, reglamentos y demás normas aplicables;
m) Finalmente, la fracción trece es una medida de prevención: está obligada la tripulación a
poner en conocimiento del patrono, después de cada vuelo, los defectos mecánicos o técnicos
que advierta o presuma en la aeronave.
Las obligaciones que hemos descrito constituyen un hacer, que sirve para preparar o efectuar el
trabajo, por lo que puede nombrárseles obligaciones positivas, cuya violación es causa de
rescisión de las relaciones de trabajo. Al lado de ellas existen otras, las que a su vez constituyen
un no hacer, un grupo de prohibiciones enumeradas en el art. 242; de ellas debe decirse que se
dirigen a la conservación del vigor físico y mental de las tripulaciones: la prohibición de ingerir
bebidas alcohólicas; la de usar narcóticos o drogas enervantes sin prescripción médica, la de que
en todo caso deberá presentarse al patrono antes de la iniciación del trabajo; por último, la de
"ejecutar como tripulante algún vuelo que disminuya sus posibilidades físicas y lega les de
realizar vuelos al servicio de la empresa".
J) Las normas sobre capacitación profesional: en dos capítulos anteriores (Las obligaciones de
los trabajadores y de los patronos, apartado: Las obligaciones educacionales de los segundos; y
Los derechos de antigüedad, de preferencia y de ascenso) recordamos el reto de la ciencia y de
la teórica al derecho del trabajo, al que le dijeron que sin una honda capacitación profesional,
no podrían los trabajadores manejar las máquinas, cada día más técnicas. Y otra vez se
presentaron durante la elaboración de las normas para las tripulaciones aeronáuticas, pero se
les dijo amablemente que su presencia no era indispensable, tanto porque todos estaban de
acuerdo en que la capacitación profesional era una especie de los imperativos de nuestra era,
cuanto porque ya debían saber la ciencia y la técnica que el derecho del trabajo consideraba a
la capacitación como la exigencia primera de la reglamentación específica del trabajo
aeronáutico, a saber, la seguridad de la aeronave y de los pasajeros. Tal vez pudiera decirse que
la feacción V del art. 237 fue aceptada por aclamación:
Los tripulantes tienen las obligaciones especiales siguientes: someterse a los adiestramientos
que establezca el patrono, según las necesidades del servicio, a fin de conservar o acrecentar su
eficiencia para ascensos o utilización de equipo con nuevas características técnicas y operar éste
al obtener la capacitación requerida.
La norma expresa un propósito triple: ante todo, conservar la eficiencia, que según el Diccionario
de la Academia, concepto que ya citamos en otra ocasión, es "la virtud y facultad para lograr un
efecto determinado"; en segundo lugar, incrementarla para tener derecho a los ascensos;
finalmente, estar preparado para maniobrar equipo con características nuevas.
Una medida complementaria del art. 238 insiste en el tema de la máxima seguridad de la
aeronave, al obligar a los tripulantes que por cualquier circunstancia hubiesen dejado de volar
durante veintiún días o más, a someterse al adiestramiento adecuado y a comprobar que poseen
la capacidad técnica y práctica requerida para reanudar su trabajo.
K) El escalafón y los ascensos: el art. 239, que abraza los dos problemas, es un efecto del amor
por la profesión, de buena fe y del convencimiento de que la preservación de la vida de los
pasajeros está por encima de. cualquier otra consideración. Pero el cambio que se' observa en
el precepto, esto es, una inversión en los términos antigüedad y capacitación, que no es tan
radical como a primera vista parece, es consecuencia, por una parte, de que el trabajo del
tripulante presupone, no sólo la aptitud física y mental y la preparación técnica y profesional,
sino, además, un estado anímico que constituye la garantía de la eficiencia técnica, y por otra,
de la existencia efectiva, vigilada por las autoridades, de sistemas de capacitación. Estas
proposiciones forman la base del art. 239, según el cual, el escalafón de los tripulantes se integra
de conformidad con las reglas siguientes: la capacidad técnica, física y mental del interesado; la
experiencia previa, determinada por las horas de vuelo registradas o por las instrucciones y
prácticas de los tripulantes que no tengan obligación de registrarlas; en igualdad de condiciones,
la antigüedad.
Para la aplicación de estos principios, el art. 240 prescribe el procedimiento a seguir en los casos
de ascensos: el tripulante interesado debe sustentar y aprobar el programa de adiestramiento
respectivo y obtener la licencia requerida para la especialidad.
L) Las autoridades que intervienen en el trabajo de las tripulaciones aeronáuticas: de lo expuesto
en los apartados anteriores se infiere que en el trabajo de las tripulaciones aeronáuticas
intervienen las autoridades del trabajo y la Secretaría de Comunicaciones, en lo
que podría llamarse una colaboración para la mejor realización de los fines generales del
estatuto laboral y de los específicos de esta reglamentación especial. La última muestra de esta
colaboración se da en el art. 245, que dispone, a propósito del reglamento interior de trabajo)
que debe recabarse la opinión) que naturalmente no es decisiva, de la Secretaría de
Comunicaciones, "a fin de que se observen las disposiciones de la Ley de vías generales de
comunicaciones y de sus reglamentos".
CAPÍTULO XLI
EL TRABAJO FERROCARRILERO
Los trabajadores ferrocarrileros, al igual que los de otros muchos gremios, mineros, petroleros,
electricistas, alijadores y estibadores, textiles, para mencionar solamente algunos, deben a ellos
mismos y al pueblo de México, una historia de sus organizaciones sindicales, de sus luchas, de
sus derrotas y de sus victorias, a fin de que pueda aquilatarse lo que cada uno de ellos, y de
verdad es mucho, aportó al progreso de la clase trabajadora y al mejoramiento del derecho del
trabajo.
El capítulo de la Ley de 1931, y el nuevo conservó la misma característica, se componía de pocas
normas, en contraste con la reglamentación, relativamente prolífica, para el trabajo en los
buques: algunas de esas disposiciones, aún desaliñadas en su presentación, una mejor defensa
del principio de la estabilidad en el trabajo y el reconocimiento de los derechos de ascenso y
escalafón, constituyeron una aportación sumamente valiosa, que fue recogida en la Ley nueva;
otras parecían normas circunstanciales, motivadas por las consecuencias de las luchas entre las
diversas facciones que dividían a las fuerzas armadas.
La brevedad del capítulo se explica porque el derecho para el trabajo ferrocarrilero, aun antes
de la expedición de la Ley de 1931, vivía en el reglamento que se expidió al nacionalizarse la
industria y en los posteriores contratos colectivos; a ellos debe acudir la persona que desee
conocer las condiciones de trabajo de este numeroso grupo de trabajadores. La jurisprudencia
de la Junta Federal de Conciliación y Arbitraje y de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, es
otra fuente fundamental de conocimiento. Delante de esta realidad y de los principios del
derecho nuevo, el capítulo resultaba prácticamente inútil, y en algún momento se pensó en su
supresión, pero los representantes de los trabajadores sostuvieron, con cierta justificación, que
sería un mínimo legal que no podría desconocerse; por lo tanto, se conservó en la Ley nueva,
pero fue necesario suprimir determinadas normas, contrarias a las ideas nuevas, y remozar
algunas otras.
l. El principio de exclusividad de trabajadores mexicanos: el art. 32 de la Constitución no contiene
ninguna prevención sobre los trabajadores ferrocarrileros, ni en su versión original ni en sus
reformas. En cambio, la Ley de 1931 ordenó en su art. 175 que las empresas ferrocarrileras
debían emplear "en su totalidad trabajadores mexicanos", si bien no pudo decretar, como en
los casos de los marinos y de las tripulaciones aeronáuticas, que fueran mexicanos por
nacimiento, porque ese mandamiento habría violado el art. 32 constitucional, que no consiente
esa discriminación para los mexicanos por naturalización. Dadas las circunstancias de la época,
en su párrafo segundo permitió el empleo de trabajadores extranjeros en los puestos de
dirección, y lo aceptó además para los puestos técnicos y administrativos "cuando no hubiera
personal mexicano disponible".
La Ley nueva mantuvo en su art. 246 el principio de que los trabajadores fuesen mexicanos, pero
delante de circunstancias nuevas, suprimió las excepciones, la de los puestos de dirección
porque resultaba obsoleta después de la nacionalización de los ferrocarriles, y la de los puestos
técnicos y administrativos porque nuestras Universidades e Institutos técnicos los preparan en
cantidad suficiente.
Si se inquiere por la razón de la mexicanización de los trabajadores, creemos poder contestar
que los ferrocarriles son un servicio público de la más alta trascendencia, un patrimonio del
pueblo; además, el art. 32 de la Constitución, en su párrafo primero dice que "los mexicanos
serán preferidos a los extranjeros, en igualdad de circunstancias, en todos los empleos del
gobierno", igualdad y aun supremacía, que se da en la preparación de nuestros técnicos y
universitarios. 2. Trabajadores de confianza: la determinación de los puestos de confianza en las
empresas ferrocarrileras suscitó fuertes controversias, por lo que a fin de evitarlas, los sindicatos
exigieron su enumeración en los contratos colectivos.
El art. 174 de la Ley de 1931 aceptó la solución, pero las normas generales de entonces no
ofrecían ningún criterio para su determinación. De ahí que el art. 247 de la Ley nueva diga que
"en los contratos colectivos se podrá determinar el personal de confianza, tomando en
consideración lo dispuesto en el art. noveno". Por lo tanto, la enumeración ya no será arbitraria,
sino que tendrá que tomar como base la naturaleza de las funciones, de donde se deduce que
los trabajadores de confianza, según explicamos en otro capítulo (Las-personas
y el orden jurídico, apartado: El concepto trabajador de confianza) podrán cuestionar ante las
Juntas de Conciliación y Arbitraje si el trabajo que desempeñan es o no de confianza por su
naturaleza.
3. La relación de trabajo de los trenistas por viaje o viajes: la modalidad procede asimismo de la
Ley de 1931 y quedó consignada en el art. 248: "Los trabajadores trenistas pueden prestar sus
servicios sobre la base de viajes en una sola o en dos direcciones". Como en el caso de las
tripulaciones aeronáuticas, son trabajadores de planta, pues el alcance de la variante consiste
en que, una vez aceptada, el trabajador trenista prestará su trabajo durante un viaje en una o
dos direcciones, para estipular descansos y viajes sucesivos.
4. Modalidades en torno al principio de la estabilidad en el trabajo: la Ley de 1931 consumó un
esfuerzo considerable a fin de reforzar las ideas generales sobre la estabilidad, principios que
pasaron a la Ley nueva. Por otra parte, la misma Ley señaló a los trabajadores algunas
prohibiciones y mencionó las causas especiales de rescisión.
A) La defensa de la estabilidad: la Ley de 1931 impuso dos modalidades que quisiéramos llamar
de fondo y permanentes, y una circunstancial, cuya aplicación no parece ya posible.
a) La primera defensa: en un capítulo (Los derechos de antigüedad, apartado: La antigüedad y
la estabilidad en el trabajo) mencionamos el art. 161, del que dijimos que la Ley nueva lo tomó
del trabajo ferrocarrilero para extenderlo a todos los trabajadores. Es posible que alguien piense
que en esas condiciones, la norma general era suficiente, pero los trabajadores ferrocarrileros
explicaron gallardamente, que dicha norma estaba reglamentada en los contratos colectivos en
forma que juzgaban más favorable, por cuya razón mantuvo la Comisión el precepto en los
términos siguientes: Cuando algún trabajador esté próximo a cumplir los términos de jubilación
determinados en los contratos colectivos, la relación de trabajo no podrá rescindirse sino por
causas particularmente graves que hagan imposible su continuación, de conformidad con las
disposiciones contenidas en los contratos colectivos. A falta de disposiciones expresas, se estará
a lo dispuesto en el art. 161.
b) La segunda defensa: desde 1931 aceptó la Ley la posibilidad de una reducción de personal
cuando advinieran circunstancias que lo justificaran. Pues bien, el art. 251 de la Ley nueva, igual
a su antepasado, decidió que aun cuando hubieran recibido las indemnizaciones
correspondientes, conservarían "el derecho para regresar a sus puestos si estos volvieran a
crearse y para que se les llame al servicio en el ramo de trabajo de donde salieron", pero en
homenaje al Sindicato ferrocarrilero conservó la condición consistente en que "continúen
perteneciendo a los sindicatos que celebraron los contratos colectivos".
c) La tercera defensa: el art. 250, otra transcripción de la Ley de J 931, dice que "no es causa de
rescisión de las relaciones de trabajo ni de pérdida de los. derechos, la circunstancia de que los
trabajadores, por fuerza mayor, queden aislados de sus jefes, si continúan en sus puestos. Si en
las mismas condiciones los abandonan, volverán a ocuparlos al desaparecer las causas que los
motivaron".
Quien conozca las luchas entre las facciones políticas y militares que se disputaron el poder
después de 1917, notará sin dificultad que la frase por fuerza mayor, tenía por objeto garantizar
la condición de los trabajadores que sufrían las consecuencias de los asaltos a los convoyes. De
ahí que llamáramos a esta defensa circunstancial. La Comisión la conservó por la insistencia de
los trabajadores, que tal vez pensaron, ante la evidente injusticia social que nos rodea, que es
posible que el pueblo, encerrado dentro de los muros del sistema oligárquico burgués que
impera en el país, rompa las cadenas y retorne a los asaltos a los ferrocarriles, pero si eso ocurre,
el mundo que nazca sabrá resolver los problemas.
La parte final del precepto contiene un procedimiento para determinar si existe alguna
responsabilidad en la hipótesis del abandono de los puestos.
B) Las prohibiciones: el consumo de bebidas embriagantes y su tráfico durante el desempeño de
sus labores, por cuenta ajena a la empresa; el consumo de narcóticos o drogas enervantes, salvo
que exista prescripción médica que se muestre al patrono antes· de la iniciación del trabajo; y el
tráfico de drogas enervantes. Las prohibiciones, cuya justificación no necesita comentario
alguno, coinciden con los principios generales de la Ley.
C) Las causas especiales de rescisión: el art. 255, una disposición más tomada de 1931, consigna
dos causas: a) La recepción de carga o pasaje fuera de los lugares señalados por la empresa,
norma que se propone evitar la anarquía y la posible comisión de fraudes; b) La fracción segunda
habla de "la negativa a efectuar el viaje o su interrupción sin causa justificada", disposición que
también coincide con los principios generales de la Ley.
5. Las condiciones de trabajo: encontramos únicamente dos modalidades dentro del rubro de
este apartado, una en la jornada de trabajo y otra en el salario.
A) La jornada de trabajo: el art. 252 contiene un principio que hallamos en el trabajo de las
tripulaciones aeronáuticas, según el cual, "las jornadas se ajustarán a las necesidades del servicio
y podrán principiar en cualquier hora del día o de la noche", cuya justificación en la misma que
expusimos en el capítulo anterior.
B) La modalidad del principio de la igualdad de salario: de la misma manera que en los casos de
los trabajadores de los buques y de las tripulaciones aeronáuticas, y por las mismas razones, el
art. 253 reconoce que "no es violatorio del principio de igualdad de salario la fijación de salarios
distintos para trabajo igual, si éste se presta en líneas o ramales de diversa importancia". La frase
subrayada es una variante terminológica, que se conservó porque los trabajadores manifestaron
que tenía más de un siglo de uso.
6. Los derechos de ascenso y de jubilación: la Ley de 1931 no contenía una reglamentación de
estos derechos, pero sí hay una referencia para cada uno de ellos. Al través de ellas supo el país
que era posible conquistar esos derechos en los contratos colectivos: a) El art. 177 expresaba
que "los ascensos de los trabajadores que no desempeñen puestos de confianza, se otorgarán
tomando en cuenta la capacidad física, la eficiencia y la antigüedad, en los términos que
establezcan los contratos de trabajo". Los contratos colectivos impusieron lentamente el
principio de antigüedad, por cuya razón y porque la Ley nueva adoptó un sistema mixto,
favorable a los trabajadores y a las empresas, se- suprimió la disposición; b) La referencia a la
jubilación se presenta en las disposiciones que citamos al hablar de la segunda defensa de la
estabilidad, un principio que pasó a la Ley nueva.
CAPITULO XLII
EL TRABAJO DE LOS AUTOTRANSPORTISTAS DE SERVICIO PÚBLICO
Los trabajadores del volante en servicio público plantearon a la Comisión redactora del proyecto
de nueva Ley federal del trabajo, una cuestión hondamente humana: el chofer, a quien Bernard
Shaw dedicó su comedia Hombre y superhombre, y de quien se han ocupado el Conde de
Keyserling en El mundo que nace y Ortega en La rebelión de las masas, a veces sin entender la
tragedia de una vida entregada al servicio del público, pero olvidada por las leyes y por los
jueces, es uno de los grupos sociales a los que se refirió Victoria en la Asamblea Constituyente,
en su frase citada y conocida: miran pasar la justicia a la misma distancia que los separa de las
estrellas.
El servicio público de transportes constituye el haz de canales que conduce a los niños, a los
jóvenes y a los hombres, a la escuela, a la universidad y a la fábrica. De esta manera, el chofer
es nuestro primer auxiliar en la vida diaria y el que frecuentemente nos devuelve a nuestra casa.
Y sin embargo, no conocemos ninguna otra figura de servidores del público que haya sido
juzgada con tanta severidad: Keyserling pensó que era la negación de la cultura, y tal vez, la que
sirvió de modelo a las pandillas que ejecutan toda clase de desmanes e insolencias. Quizá no
hemos reflexionado en el hecho de que las condiciones en que las leyes, los reglamentos y los
jueces le obligaban a prestar sus servicios, son la causa determinante de su conducta, pues
cuando toma el volante durante jornadas inhumanas, notoriamente excesivas dada la índole del
trabajo, en medio del intenso y desordenado tráfico que padecemos y frente a los agentes de
tránsito, prestos a levantar infracciones o a ... , se ve forzado a ejecutar toda suerte de
malabarismos para cumplir el número de vueltas al circuito que se le exige, o a transportar con
premura los pasajeros y las mercancías, o a obtener la suma de dinero que ha de entregar
diariamente al propietario del automóvil. El día en que las condiciones de trabajo respondan a
los principios de la justicia social, se establezcan escuelas de educación y capacitación y los
agentes de tránsito dejen de ser una de las mayores vergüenzas nacionales, solamente entonces
podremos exigir del chofer que preste el servicio en condiciones de eficiencia, de educación y
de sentido humano.
l. LA FORMACIÓN DE LAS NORMAS DE LA LEY NUEVA
La batalla de los trabajadores del volante y la victoria lograda en la reglamentación de la Ley
nueva, es otra de las manifestaciones magníficas de la fuerza expansiva del derecho del trabajo.
Era injusta la condición de todos, pero tal vez porque vivimos en la ciudad de México, pudo la
Comisión darse cuenta de que los choferes de ruleteo eran los que prestaban sus servicios en
situación de inferioridad, pues los de camiones y los materialistas habían conseguido desde
hacía varios años se les reconociera su calidad de trabajadores, y si bien es
cierto que las jornadas y los salarios eran y continúan siendo despiadadamente crueles, la
responsabilidad le corresponde al movimiento obrero, que no ha sabido o no ha querido
defenderlos. En cambio, los choferes de ruleteo se enfrentaron al problema, pero fueron
vencidos por un enjambre de molinos de viento: el derecho civil, el principio de la autonomía de
la voluntad, la idea de la libertad de contratación y la incomprensión de la Suprema Corte de
Justicia, fuerzas que se unieron para librar una batalla injusta en defensa de los contratos
de arrendamiento simulados.
Relata Urbano Farías Hernández en la brillante tesis profesional que escribió sobre la Ley nueva,
que los choferes de ruleteo, cansados de la explotación de que eran objeto, declararon una
huelga a principios de 1935 y plantearon la conveniencia de socializar el servicio. El 14 de
febrero, el presidente Cárdenas dictó una resolución en la que estableció que los propietarios
de los vehículos debían celebrar un contrato de trabajo con los choferes que utilizaran, y la fundó
en la concepción clasista del derecho del trabajo: "La clase trabajadora está constituida por
aquellos que, mediante su esfuerzo, en una u otra forma, hacen producir al capital de otro,
capital que por sí solo de nada serviría". El 20 del mismo febrero se reformó el Reglamento de
tránsito para imponer a los propietarios la obligación de exhibir el contrato de trabajo que
debían celebrar con los choferes. Finalmente, el 24 de marzo de 1936, la Suprema Corte de
Justicia dictó la ejecutoria Luis Romero Real, en la que dijo que "el automóvil es una máquina
destinada a una actividad productiva, para la que necesita emplear una actividad humana, que
es el trabajo".
Poco tiempo después, los permisionarios inventaron el fantasma del contrato de arrendamiento
de una cosa mueble, en virtud del cual, el chofer se obligaba a pagar una renta diaria a cambio
del derecho de usar el automóvil durante determinado número de horas. El 9 de mayo de 1957,
la ejecutoria de la Suprema Corte de Justicia R. Hernández Luna sirvió de base a la jurisprudencia
firme (Apéndice al Semanario Judicial de la Federación, México, 1965, quinta parte, página 60):
Si el chofer de un automóvil de alquiler usa el vehículo libremente durante cierto número de
horas cada día en el servicio público de transporte de pasajeros, a cambio de una renta
convenida con el dueño, quedando a favor de aquél las utilidades obtenidas al prestar el servicio,
las relaciones existentes entre las partes con tal motivo no pueden considerarse de trabajo sino
de arrendamiento, toda vez que para que existiera contrato de trabajo sería preciso que el
chofer prestara sus servicios al dueño bajo la dirección y dependencia de éste, ya que, por lo
contrario, es el chofer quien paga por el uso del vehículo.
Cuando la Comisión encargada de preparar el proyecto de nueva ley del trabajo,
inmediatamente después de su formación, lanzó al principiar el año de 1967 una invitación
pública para que se le enviaran estudios y sugerencias, observó que los trabajadores del volante
despertaban después de la derrota de 1957 para plantear el retorno a la solución cardenista de
1935. Nunca tuvo dudas la Comisión: sabía que la fuerza expansiva del derecho del trabajo era
incontenible y que era llegado el momento de volcarlo sobre la totalidad de la clase trabajadora.
Dentro de ese espíritu, redactó el art. 258, que pasó a ser el 256 de la Ley nueva:
Las relaciones entre los choferes, conductores, operadores, cobradores, y demás trabajadores
que prestan servicio a bordo de autotransportes de servicio público, de pasajeros, de carga o
mixtos, foráneos o urbanos, tales como autobuses, camiones, camionetas o automóviles, y los
propietarios o permisionarios de los vehículos, son relaciones de trabajo y quedan sujetas a las
disposiciones de este capítulo.
En las sesiones de la Comisión, y posteriormente ante el poder legislativo, los representantes
empresariales, en su memorándum inicial y en el de 31 de marzo de 1969, volvieron a luchar
por el primado del derecho civil: la doctrina de la autonomía de la voluntad y la consecuente
tesis de la libre determinación de la naturaleza de las relaciones jurídicas, facultan al propietario
del vehículo y al chofer a celebrar contratos de arrendamiento en un acto libre de sus
voluntades, plenamente lícitos y regidos por el derecho civil. Por otra parte, añadieron, la
relación jurídica no puede configurarse como un contrato de trabajo, porque no existe ni puede
existir el vínculo de subordinación, ya que el chofer puede hacer uso del automóvil para
prestar el servicio de transportación de personas o para sus fines personales, libertad ésta que
explica que el chofer no reciba ningún género de instrucciones para el uso del vehículo, cuestión
que, por lo demás, no interesa al propietario. Finalmente, el chofer no tiene un horario del
trabajo, sino que usa el automóvil discrecionalmente durante el número de horas fijado en el
contrato de arrendamiento.
La Comisión se encontró delante de una argumentación sofisticada, a la que respondió con los
principios del derecho nuevo: en la oposición entre derecho del trabajo y derecho civil, el
primero es preferente, porque sus normas fundamentales son parte de la Ley Suprema de la
Nación. Respecto del argumento básico de los propietarios, consistente en que el chofer tomaba
en arrendamiento el automóvil para hacer de él el uso que le conviniera, se replicó que era falso,
porque, de conformidad con el Reglamento de tránsito, el permisionario estaba obligado a
prestar el servicio, por lo que si no lo prestaba, provocaba la cancelación del permiso: en
consecuencia no podía darlo en arrendamiento para una finalidad cualquiera. En
lo que concierne a que el chofer no tenía un horario fijo, puso la Comisión de relieve su falsedad,
porque ese horario es, precisamente, el número de horas que se conviene con el permisionario
para la prestación del servicio.
Desbordando los argumentos un poco formales, entró a la liza la idea del derecho del trabajo
como un derecho de clase: el chofer no tiene más patrimonio que su energía de trabajo, y la
presta, como explicó el presidente Cárdenas, para hacer producir el capital de otro, por lo tanto,
la usa en beneficio de otro y obtiene un ingreso por el trabajo que desarrolla, ingreso que
constituye, lo hemos repetido varias veces, su patrimonio económico. Con apoyo en estas ideas,
irrumpió una vez más la doctrina de la relación de trabajo: la existencia de un contrato simulado
no puede detener la aplicación del estatuto laboral. En la realidad social, el chofer y el automóvil
integran la unión del trabajo y del capital para la realización de un fin económico; en esa unidad,
el chofer pone su energía de trabajo, ese que es su patrimonio humano, al servicio del capital,
en una subordinación que se manifiesta en la prestación de un servicio público dentro de un
horario fijo y de conformidad con las normas del Reglamento de tránsito y las instrucciones
complementarias del patrono.
II. UNA APLICACIÓN NUEVA DE LA IMPERATIVIDAD DEL DERECHO DEL TRABAJO
Son varias las oportunidades en las que hemos reconocido y afirmado que las normas laborales
son derecho imperativo. Y sin embargo, volaba de un punto a otro del salón de sesiones de la
Comisión el temor de que en el futuro pudiera encontrar el derecho civil o el comercial una
brecha para desvirtuar los propósitos de la reglamentación. Como ocurrió en otros muchos
problemas, surgió de pronto la idea de buscar una aplicación nueva del principio de la
imperatividad de las normas, que sirviera para evitar cualquier maniobra dirigida a descartarlo,
una especie de garantía de efectividad del principio de imperatividad, que se extendiera a
contratos, convenios, pactos o actos simulados, por lo tanto, que negara validez jurídica a todo
acto que desvirtuara los propósitos de la Ley, cualquiera que fuese su naturaleza. De donde
brotó el art. 256: "La estipulación que en cualquier forma desvirtúe lo dispuesto en el párrafo
anterior, no produce ningún efecto legal ni impide el ejercicio de los derechos que deriven de
los servicios prestados". Claro está que la carencia de validez se halla emparentada con el art.
quinto de la Ley, pero es no obstante diferente:, porque esta norma se refiere a la nulidad de
las estipulaciones que formen parte de una relación de trabajo, en tanto el art. 256 apunta a los
actos que tienden a suplantar la existencia de la relación.
III. LAS MODALIDADES DEL TRABAJO DE AUTOTRANSPORTE Y SU REGLAMENTACIÓN
Una vez que se impuso ]a fuerza expansiva del derecho del trabajo, los estudios, observaciones
y sugerencias que recibió la Comisión, descubrieron que era urgente y necesario meditar, en la
calma de las sesiones posteriores, sobre las modalidades que presentaba el trabajo de los
autotransportistas, máxime que no se contaba, sobre todo en el caso de los choferes de ruleteo,
con una experiencia suficiente. Varios asuntos tuvieron que decidirse: la cuestión de los salarios,
a fin de que, a la vez que se asegurara a los trabajadores la percepción del salario mínimo, por
lo menos, se incluyera algún principio que garantizara la productividad del capital, representado
en el vehículo; las obligaciones del trabajador y del patrono, dirigidas a la efectividad del servicio
público de autotransportación, adecuadas a las modalidades de esta actividad; y las causas
especiales de rescisión.
l. Modalidades de la rescisión de las relaciones de trabajo: el art. 264 reconoció dos causas de
rescisión: a) La fracción primera coincide con una causal que analizamos en los tres capítulos
anteriores: la negativa a efectuar el viaje contratado o su interrupción, pero se encontró la
apostilla sin causa justificada que abraza los dos términos, efectuar e interrumpir, en la
inteligencia de que siempre será considerada como tal, "la circunstancia de que el vehículo no
reúna las condiciones de seguridad indispensables para garantizar la vida de los trabajadores,
usuarios y_ público en general", una norma de seguridad en todo género de viajes; b) La fracción
segunda es una consecuencia de las condiciones en que se desarrolla el servicio público de
autotransportes, principalmente el de los choferes de ruleteo y el del personal de los autobuses
urbanos: ocurre que los ingresos que entrega algún chofer disminuyen en proporción
importante, al extremo de hacer incosteable 1a operación del vehículo. La disminución puede
originarse en causas ajenas al trabajador, pero si no es sí y los choferes de otros vehículos
obtienen ingresos normales y mayores, la Ley autoriza la rescisión, suponiendo que hay culpa
del trabajador: "La disminución importante y reiterada del volumen de ingresos, salvo que
concurran circunstancias justificadas".
2. Los salarios: la Ley no contiene disposiciones especiales sobre las jomadas, días de descanso
y vacaciones, pero sí contiene un número importante de principios sobre el salario, lo que
explica el rubro que utilizamos en este apartado.
A) Modalidades del principio de la igualdad de salario: también ahí encontramos, y por las
mismas razones, la norma que se da en las transportaciones marítimas, aéreas y ferrocarrileras:
salarios distintos para trabajo igual si se presta en líneas o servicios de diversa categoría, de
conformidad con la autorización del art. 257, párrafo quinto.
B) Modalidades en las formas del salario: el párrafo primero del art. 257 señaló dos modalidades
para la fijación de los salarios: a) Primeramente, recogió todas las formas conocidas del salario
en esta clase de actividades: por día, que es el salario por unidad de tiempo; por viaje, México-
Guadalajara; por número de boletos vendidos, usado especialmente en viajes foráneos si se
toma pasaje en poblaciones o lugares intermedios; por circuito recorrido, frecuente en los
camiones de la ciudad de México, lo que da por resultado que el salario varíe en función del
número de veces qué se recorra diariamente el circuito; o por los kilómetros recorridos,
preferido en los casos en que tienen que cambiarse las tripulaciones durante el trayecto, pues
es posible que los cambios operen en distancias distintas; b) En un párrafo inmediato posterior
se dice que el salario puede consistir en una cantidad fija, en una prima sobre los ingresos, o en
la cantidad que exceda a un ingreso determinado, forma esta última que se ha venido
empleando en el servicio de ruleteo; e) Una primera observación consiste en que las diversas
formas no se excluyen, pues la frase final del párrafo. que comentamos expresa que pueden
tomarse dos o más de las modalidades consideradas; d) Una segunda observación se refiere a
que la selección de la forma de la segunda modalidad dependerá de la que se adopte de la
primera.
C) La garantía del salario mínimo: si el salario se fija por día, no puede eludirse el pago del salario
mínimo, pero en las otras formas que presentamos no se hacía en el pasado ninguna referencia
a él, un prob1ema particularmente agudo en el trabajo de los choferes de ruleteo, cuyo salario
consiste en "la cantidad que exceda a un ingreso determinado". Ante estas consideraciones, en
la frase final del párrafo primero del art. 257 se garantiza que el salario que se convenga "en
ningún caso puede ser inferior al mínimo", lo que implica, en la hipótesis mencionada de los
choferes de ruleteo, que si se comprueba que la cantidad excedente a un ingreso determinado
no puede alcanzar el monto del salario mínimo, deberán hacerse los ajustes necesarios para
respetar el mandamiento constitucional y legal.
D) Aumento y no-reducción del salario por prolongación y disminución del tiempo de viaje: el
doble principio, consignado en los párrafos segundo y tercero del multicitado art. 257, es una
aplicación de la norma idéntica que se creó para los trabajadores de los buques en la Ley de
1931, por lo que nos remitimos al capítulo respectivo para su justificación.
E) Las interrupciones del servicio: el párrafo cuarto del tantas veces mencionado art. 257 ratica
expresamente que "en los transportes urbanos o de circuito, los trabajadores tienen derecho a
que se les pague el salario en los casos de interrupción del servicio, por causas que no les sean
imputables". La norma era innecesaria, porque es una manifestación pura, si bien magnífica, de
la doctrina general del derecho nuevo que denominamos el riesgo de la empresa: los
desperfectos en el motor o en el chasis de un vehículo son a cargo del creador del riesgo, pues,
con palabras que ya hemos usado, sería monstruoso que se hiciera responsable a otro de los
riesgos ajenos.
F) El salario de los días de descanso: si el trabajador presta su trabajo los seis días de la semana
y percibe un salario por unidad de tiempo, el salario de los días de descanso queda determinado
automáticamente, pero cuando es variable, tiene que buscarse un promedio. Se encargó la
fórmula a los matemáticos, que dijeron que el salario del día de descanso es el equivalente al
dieciséis sesenta y seis por ciento de lo que se percibe en la semana, fórmula que ha sido
aceptada por las Juntas de Conciliación y Arbitraje. La Ley la adoptó en el art. 258.
G) El salario de las vacaciones e indemnizaciones: el art. 259 remite a la regla general de la Ley,
consignada en el art. 89, según el cual, se toma como base el promedio de las percepciones
obtenidas en los treinta días anteriores a la fecha de nacimiento del derecho, y si hubo un
aumento a los salarios dentro de ese lapso, es considerado el promedio de los salarios a partir
de la fecha del aumento.
H) Una defensa del salario: los caminos para burlar los derechos del trabajo son incontables; uno
de ellos consistía en crear dos personas, el propietario del vehículo y el permisionario, a efecto
de que el segundo fuese el único que entrara en relaciones con el chofer, lo que permitía, si
surgía algún conflicto de trabajo, que el vehículo, propiedad de un tercero ajeno a la relación,
no pudiera ser afectado. Para evitar esta burla, el art. 260 previene que "el propietario del
vehículo y el concesionario o permisionario son solidariamente responsables de las obligaciones
derivadas de las relaciones de trabajo y de la ley".
3. Las obligaciones especiales de los patronos: las que impone el art. 263 son de dos especies,
pues unas se relacionan con la persona del trabajador en forma directa, en tanto otras atienden
,a la seguridad. del vehículo, ele los usuarios y del público en general.
A) La fracción primera es, una vez más, una aplicación de la doctrina del riesgo de la empresa,
pues en los transportes foráneos la prolongación o el retardo en el viaje, que no sea imputable
a los trabajadores, según ya lo expresarnos a propósito del salario, es un riesgo a cargo .de la
empresa; así, a ejemplo, una obstrucción en una carretera. Se justifica así la obligación
empresarial de cubrir los gastos de hospedaje y alimentación.
B) El segundo grupo se enlaza con las disposiciones que encontramos, sobre todo, en el trabajo
de las tripulaciones aeronáuticas. Todo servicio público de transportación tiene que operar de
conformidad con las normas de seguridad y las complementarias de comodidad para los
usuarios, cuestiones sobre las que sería ocioso insistir. El art. 263 contiene las prevenciones
siguientes: a) La fracción segunda es, para decirlo así, la norma básica: "El patrono está obligado
a hacer las reparaciones para garantizar el buen funcionamiento del vehículo y la seguridad de
los trabajadores, usuarios y público en general." El incumplimiento de esta obligación sería una
causa justificada para no efectuar el viaje y exigir el pago de los salarios correspondientes; b) La
fracción tercera habla de la dotación de las herramientas y refacciones indispensables para las
reparaciones de emergencia, lo que se propone evitar demoras innecesarias y molestias para el
pasaje. El incumplimiento de esta obligación sería asimismo causa justificada para no efectuar
el viaje y exigir el pago de los salarios; e) La última de las fracciones se refiere al cumplimiento
de las "disposiciones de los reglamentos de tránsito sobre condiciones de funcionamiento y
seguridad de los vehículos".
4. Las obligaciones y prohibiciones de los trabajadores: el principio que apuntala las
disposiciones de los arts. 261 y 262 es la misma idea de la seguridad en las transportaciones, si
bien se agrega una prohibición para evitar fraudes a la empresa y una obligación de cortesía
hacia el pasaje.
A) Las prohibiciones: el primero de los preceptos citados señala dos tipos de prohibiciones, las
de seguridad del vehículo, de los pasajeros y de la carga, no uso de bebidas alcohólicas durante
el tiempo de trabajo y en las doce horas anteriores a la iniciación del viaje, ni de narcóticos o
drogas enervantes, dentro o fuera de las horas de trabajo, salvo prescripción médica, la que en
todo caso deberá mostrarse al patrono antes de la iniciación del viaje; y las de defensa de los
intereses de la empresa, "no recibir carga o pasaje fuera de los lugares señalados por la empresa
para esos fines".
B) Las obligaciones: la fracción primera del art. 262 exige de los trabajadores "tratar al pasaje
con cortesía y esmero y a la carga con precaución". Las fracciones siguientes consideran las
normas de seguridad: someterse a los exámenes médicos periódicos que prevengan las leyes y
demás normas de trabajo; cuidar el buen funcionamiento de los vehículos e informar al patrono
de cualquier desperfecto que observen; hacer durante el viaje las reparaciones de emergencia
que permitan sus conocimientos y los útiles de que dispongan o, si es posible, .conducir el
vehículo·· al poblado más próximo o a un centro de reparaciones; finalmente, observar los
reglamentos de tránsito y las indicaciones técnicas que dicten las autoridades o el patrono.
CAPÍTULO XLIII
EL TRABAJO DE LOS MANIOBRISTAS DE SERVICIO PÚBLICO
El estado y los trabajadores veracruzanos tienen un sitio de honor en la historia del movimiento
obrero y en la formación de nuestro derecho del trabajo. Los datos principales los expusimos en
otro capítulo (Creación del Derecho mexicano del trabajo), no obstante, presentamos un
brevísimo esquema de conjunto: en ocasión del conflicto textil de 1906/7, los trabajadores
veracruzanos condujeron la lucha contra la explotación en la fábrica y en la tienda de raya y
derramaron su sangre en defensa de un mínimo de justicia que no llegó. Ciertamente, las leyes
del trabajo de Veracruz de Aguilar y Millán de 1914 y 1915 no fueron las primeras de la
República, porque las precedieron por pocos días las de Jalisco, pero sí son las que reconocieron
antes que ninguna otra a las asociaciones sindicales y su libertad para luchar por mejores
condiciones de trabajo y de vida. Fueron asimismo los representantes de Veracruz, junto con los
de Yucatán, los, primeros que formularon proposiciones a la Asamblea Constituyente para la
protección constitucional del trabajo. Pero la obra maestra de Veracruz, y a ella nos referimos
ampliamente en el capítulo citado, fue la Ley de 14 de enero de 1918, primera de la América
Latina que reglamentó en forma completa las relaciones de trabajo; esa Ley fue, además, y en
ello radica su importancia fundamental, la base para la elaboración de la Ley federal del trabajo
de 1931.
Veracruz y Tampico, los dos puertos principales de la República, vieron nacer un fuerte
movimiento sindical de los trabajadores maniobristas de carga y descarga de los buques que
llegaban de Europa y los Estados Unidos. del Norte con mercancía para nuestro país o a llevarse
los productos nacionales. Y si bien el grupo de los alijadores el puerto tamaulipeco tiene fama
de ser uno de los más fuertes y mejor organizados entre todos los sindicatos portuarios, fueron
otra vez los trabajadores de Veracruz quienes inspiraron a su lucha sindical
un sentido revolucionario más agudo. Y fueron también ellos los que trastrocaron el problema,
al perder su característica de organizaciones de lucha contra el capital y convertirse en
concesionarios del poder público, en empresas maniobristas encargadas de efectuar la carga
descarga de los buques, maniobra que no llevaban al cabo los viejos trabajadores como tales,
sino como patronos, mediante la contratación de trabajadores ajenos a la organización,
conocidos en la República con el nombre de cuijes} cuyo salario, fijado y pagado arbitrariamente
por los nuevos patronos, era siempre inferior al que les correspondería, procedimiento al través
del cual se consumó la más infamante explotación del trabajo por quienes un día fueron
trabajadores y luchadores sindicales, convertidos por el peso de los años en los explotadores de
los cuijes} esos trabajadores verdaderos, cuya condición no era mejor de 1a que tuvieron los
hombres que perecieron en el conflicto de Río Blanco.
Es trágico y doloroso darse cuenta de que no siempre conservan los hombres en la edad madura,
menos aún en la vejez, la generosidad y el amor por la justicia de que hicieron gala en la
juventud: los viejos luchadores, muchos de ellos con un bello historial, obtuvieron, con apoyo
en el art. 124 de la Ley de vías generales de comunicación, que la Secretaría de Gobernación
otorgara a los sindicatos los permisos para efectuar las maniobras de carga y descarga de los
buques en puerto, de conformidad con las tarifas expedidas por la propia Secretaría. En esas
condiciones, los sindicatos reciben el pago de la totalidad de los salarios que corresponde a la
maniobra que ejecutan, pero para realizarla, lo dijimos líneas arriba, contratan trabajadores que,
de acuerdo con lo dicho, no son miembros de los sindicatos, y a los que pagan una cantidad
menor de la que reciben de conformidad con las tarifas expedidas por la Secretaría de
Comunicaciones. La diferencia que retienen los sindicatos constituye su plus-valía} la cual, como
lo explicó Marx, es el resultado de la explotación del trabajo.
l. LA FORMACIÓN DE LAS NORMAS DE LA LEY NUEVA
Hemos relatado suficientemente el hecho de que la Iniciativa enviada por el presidente Díaz
Ordaz al Congreso de la Unión, fue el fruto de un trabajo de varios años de una comisión de
juristas, así como también que su redacción final tomó en consideración los estudios,
observaciones y sugerencias, y especialmente, los cambios de impresiones que tuvo la Comisión
con los representantes del trabajo y del capital. Pues bien, ni ante la Comisión, ni posteriormente
ante el Congreso de la Unión, objetaron los trabajadores o los empresarios las .disposiciones
fundamentales de este capítulo sobre los trabajadores portuarios; ciertamente se formularon
observaciones a diferentes preceptos del proyecto, algunas de las cuales fueron incorporadas al
texto definitivo. Por .Jo que se refiere a los trabajadores, se desprende así, entre otros
documentos, de la publicación de la Confederación de trabajadores de México, titulada:
Reformas y adiciones al anteproyecto de ley federal del trabajo} Editorial Cuauhtémoc, México,
1968; y en lo que concierne a los representantes de las empresas, del rnemorándum de 31 de
marzo de 1969, presentado por la CONCAMIN a la Cámara de diputados. En el memorándum
que presentó la Comisión al mismo poder legislativo para responder al de la CONCAMIN, se hizo
una explicación del significado y alcance de las nuevas disposiciones. De todos estos documentos
hablaremos más adelante.
Diremos, para concluir este apartado, que creemos poder afirmar que todos los hombres de
buena voluntad comprendieron la tragedia de los cuijes y la urgencia de poner remedio a una
situación que constituye una mancha en el movimiento obrero y que daña a las autoridades
federales que auspician y protegen la explotación del trabajo.
II. LAS FINALIDADES DE LA REGLAMENTACIÓN
Todo el derecho del trabajo se apoya y tiende a la idea de la justicia social la verdad es que vive
y se alimenta de ella para ella. Pero junto a las finalidades supremas del estatuto laboral se
colocan las finalidades específicas de los trabajos especiales, de las que debe decirse que son la
razón de ellos. Ahora bien, las finalidades específicas de los trabajos especiales fueron
enunciadas en el capítulo Consideraciones generales de la parte tercera de este libro: existen
actividades envueltas en su desarrollo por algunas características particulares que reclaman
normas adecuadas para su mejor desenvolvimiento, por lo tanto, podemos decir aquí que son
normas técnicas para la mejor ejecución de los trabajos. Pero en el capítulo que estamos
considerando, se da, para expresarlo así, una especie de salto hacia la idea de la justicia porque
lo que en él se intenta es la defensa del trabajo contra una estructura que rompe los principios
del Artículo 123 y de la Ley del trabajo> o expuesto en una fórmula distinta: las disposiciones
para el trabajo de los maniobristas se proponen> por sobre la ordenación técnica
de una actividad> poner fin a la explotación del trabajo y restituir la vigencia del derecho, o
todavía, en una ordenación jerárquica: lograr la adecuación de las normas generales a las
peculiaridades de esta forma de trabajo> poner fin a la explotación de los trabajadores cuijes
por los organismos que aún se llaman sindicales no obstante que ya dejaron de serlo, y
restablecer el imperio del derecho a fin de que el estatuto laboral llene su misión y brille
nuevamente la justicia social sobre los hombres.
III. LAS MODAUDADES DEL TRABAJO DE LOS MANIOBRISTAS
Además de los estudios, observaciones, sugerencias y cambios de impresiones con los
representantes del trabajo y del capital, la Comisión tuvo a la vista los convenios de la
Organización internacional del Trabajo, tanto porque México forma parte de la institución,
cuanto porque reflejan la opinión y la experiencia universales; pero dejamos una vez más
constancia de que fueron la vida real y las condiciones efectivas de trabajo, las que sirven de
cimentación a las disposiciones legales. Por otra parte, y de conformidad .con la terminología de
la Ley y por ser el término que usan estos trabajadores y quienes se refieren a ellos, por lo menos
entre nosotros, les llamaremos trabajadores maniobristas.
l. El campo de aplicación de las normas: en el proyecto que se entregó a los representante~ del
trabajo y del capital, el capítulo que analizamos llevaba como título: Trabajo de carga, descarga,
estiba, desestiba y complementario en los puertos, un rubro armónico con el art. 267 del
proyecto:
Las disposiciones de este capítulo se aplican al trabajo de carga, descarga, estiba, desestiba,
alijo, acarreo, almacenaje y transbordo de carga y equipaje de los buques a tierra firme o al local
de destino en los puertos de embarque o desembarque y viceversa, y a los trabajos
complementarios o conexos.
Los representantes de los trabajadores, en el estudio de la C. T. M. que ya mencionamos,
propusieron la redacción siguiente:
Las disposiciones de este capítulo se aplican al trabajo de carga, descarga, estiba, desestiba,
alijo, chequeo, atraque, amarre, trámites aduanales, recibo de carga del costado de
embarcaciones o cuerpos flotantes a tierra firme o al local de destino en el puerto de embarque
o desembarque o viceversa, acarreo, almacenaje y transbordo de carga y equipaje de toda clase
y a los trabajos complementarios o conexos. También en esta ocasión se alegró la Comisión de
escuchar un debate técnico de alta calidad, que permitió la inteligencia de los términos que
convenía usar en el art. 265, número que corresponde al citado art. 267 del proyecto:
Las disposiciones de este capítulo se aplican al trabajo de maniobras de servicio público de carga,
descarga, estiba, desestiba, alijo, chequeo, atraque, amarre, acarreo, almacenaje y transbordo
de carga y equipaje, que se efectúe a bordo de buques o en tierra, en los puertos, vías
navegables, estaciones de ferrocarril y demás zonas bajo jurisdicción federal, al que se desarrolle
en lanchas para prácticos, y a los trabajos complementarios o conexos.
A) La limitación a las maniobras de servicio público: ni en el proyecto ni en las proposiciones de
la C. T. M. aparece el concepto maniobras de servicio público; fue en las sesiones de !a Comisión
donde se hizo sentir la necesidad de la limitación, porque también existen transportes privados
de carga, cuyas formas de trabajo y finalidades son distintas de las contempladas en este
capítulo.
B) La limitación a las zonas bajo jurisdicción federal: tampoco aparece este concepto en los
precedentes del art. 265; surgió en los cambios de impresiones que tuvo la Comisión con los
miembros del poder legislativo. Para su cabal comprensión convienen algunas aclaraciones: el
precepto habla primeramente de maniobras que se efectúen en los puertos, vías navegables y
estaciones de ferrocarril, y solamente después añade y demás zonas de jurisdicción federal lo
que quiere decir que los términos enumerados están incluidos en el término general; esta
solución, que parece redundante, se hizo conscientemente. a fin de que no quedara duda de la
condición de las maniobras que se efectúan en esos lugares. Por otra parte, el término puerto
se usa en su acepción más amplia, intento de mar y puerto fronterizo en tierra. Finalmente, se
adoptó la fórmula zona bajo jurisdicción federal, porque el término zonas federales posee una
connotación distinta y más restringida.
C) . Las maniobras comprendidas en la reglamentación: el art. 265 contiene una serie de
denominaciones de uso corriente entre los trabajadores, los empresarios y las autoridades
nacionales, por lo que su significación tiene que buscarse en ese ambiente; así, a ejemplo, uno
de los sindicatos más importantes del puerto de Veracruz emplea la palabra estibadores,
mientras los trabajadores de Tampico prefieren hablar de alijadores. Recordamos que fue a
sugerencia de la Secretaría de Comunicaciones que se incluyó el trabajo lm lanchas para
prácticos, cuyo objeto es dirigir la entrada de los buques a puerto hasta su atraque y amarre en
el muelle. Por último, la experiencia de los hombres dedicados a esta actividad puso de relieve
que continuamente deben efectuarse algunas maniobras o trabajos complementarios o
conexos, que habría sido inconsecuente separar y someter a una reglamentación diferente.
2. La división de las maniobras entre los distintos sindicatos: no sabemos de esfuerzos
importantes para unificar a los trabajadores maniobristas, pero es lo cierto que se hallan
divididos en sindicatos distintos y aun opuestos, celoso cada uno de la parte que le corresponde
en la maniobra. Tal es la razón del art. 266, según el cual, "en los contratos colectivos se
determinarán las maniobras objeto de los mismos, distinguiéndose de las que correspondan a
otros trabajadores".
3. El concepto de patrono: el art. 268 de la Ley proviene del 260 del proyecto, al que únicamente
se agregó la palabra fletador:
Son patronos las empresas navieras y las de maniobras, los armadores y fletadores, los
consignatarios, los agentes aduanales, y demás personas. que ordenen los trabajos.
La norma transcrita se complementa con el art. 269, en el que se decreta la solidaridad de los
patronos que "en forma conjunta ordenen los trabajos... por los salarios e indemnizaciones que
correspondan a los trabajadores por los trabajos realizados".
A) En el estudio de la C. T. M. Reformas y adiciones al anteproyecto.. . se propuso la supresión
del término empresas navieras y de maniobras, lo que no pudo aceptarse porque,
independientemente de que su formación está prescrita en la Ley de vías generales de
comunicación, es una de las formas de organización futura de los sistemas, que probablemente
serviría para poner fin a la anarquía reinante y abatir los costos de las maniobras. Por otra parte,
era manifiesta la intención de los sindicatos de continuar indefinidamente la explotación del
trabajo que practican.
B) En el memorándum inicial y en el de 31 de marzo de 1969 de la CONCAMIN, los
representantes empresariales atacaron con pasión, pero sin razón alguna, tal vez sin haberlo
entendido, el concepto de patrono del art. 268:
Este precepto pretende al parecer, establecer en concordancia con el siguiente, una pluralidad
patronal que no existe, ni puede existir, pues da el carácter de patrono, tanto al dueño del barco,
como a la empresa o personal que lo operan en el comercio marítimo, a las empresas
de maniobras que en la práctica no existen, pues los sindicatos actúan como tales; a los
consignatarios, que sólo actúan como comisionistas mercantiles de los navieros en los términos
del art. 251 de la Ley de navegación y comercio marítimos; a los agentes aduanales, que sólo
actúan como intermediarios a nombre de los propietarios de la carga para la realización de
ciertas maniobras, etc. Por tanto, no se precisa quién es el patrono y este artículo resulta
contradictorio con el concepto general de "patrono" que establece el mismo proyecto de ley.
Además, este precepto resulta anticonstitucional, porque se da el carácter de patrono a quien
no puede tenerlo, pues, entre las personas que se enumeran y los trabajadores maniobristas no
existen, ni pueden existir, los elementos de dirección y dependencia que son presupuesto para
la existencia de la relación laboral y se les está atribuyendo una actividad determinada, en contra
de su voluntad. Cabe aclarar que
quienes generalmente ordenan las maniobras son los agentes consignatarios o los aduanales,
pero lo hacen por cuenta de sus representados, que son quienes las pagan.
Transcribimos el párrafo contra nuestra voluntad, pero valía la pena revelar que se funda en lo
que parece, para emplear la misma palabra del memorándum, una falta de lectura del precepto,
o por lo menos en no haberla concluido, porque la frase final de la norma dice y demás personas
que ordenen los trabajos, por lo tanto, para que las personas mencionadas adquieran el carácter
de patronos, es preciso que ordenen los trabajos, en forma tal que cuando falte esa ordenación,
no se les podrá imputar la categoría. Parece que tampoco leyeron los autores del galimatías el
art. 20 de la Ley, que define la relación y el contrato de trabajo, pues hablan de dirección y
dependencia, dos nociones de la Ley de 1931 que se desecharon en el derecho nuevo. En las
frases finales parece que se pretende imputar a los propietarios de los bultos o paquetes
transportados en el buque la responsabilidad por los salarios e indemnizaciones de los
trabajadores, una observación que no merece ser contestada.
En el memorándum-respuesta de la Comisión al de la CONCAMIN se explicó que si "el art. 268
determina qué personas son patronos, no establece que en cada operación concreta todas y
cada una de ellas sea patrono del trabajador, sino que lo será la que utilice los servicios".
El único dato en el que acertó el memorándum de la CONCAMIN es el que menciona que los
sindicatos de trabajadores actúan como empresas maniobristas, pero es una cuestión que no
fue descubierta por los autores del memorándum.
C) En la enumeración del art. 268 no están colocados los sindicatos, lo que significa que cuando
utilicen trabajadores para efectuar una maniobra, deben ser considerados intermediarios y que
los cuijes son trabajadores de las personas que ordenan los trabajos. Sin duda, los sindicatos
podrían caber en la frase final del precepto, pero sería necesario, de conformidad con el art. 13
de la Ley, que actuaran como empresas maniobristas establecidas, y que dispusieran de
"elementos propios suficientes para cumplir las obligaciones que deriven
de las relaciones con sus trabajadores".
4. La solidaridad de patronos: los informes que se proporcionaron a la Comisión indicaron que
no siempre es posible determinar la parte de la maniobra de carga, descarga, estiba o desestiba,
alijo, acarreo o transbordo de carga o equipaje, ordenada por cada patrono en cada caso, por
cuya razón se decretó en el art. 269 la solidaridad de los patronos que "en forma conjunta
ordenen los trabajos", una medida de protección a los salarios e indemnizaciones de los
trabajadores. En el citado memorándum-respuesta de la Comisión se explicó que en el precepto
"se precisa que la solidaridad sólo existirá cuando dos o más personas de las enumeradas en el
art. 268 ordenen en forma conjunta los trabajos comprendidos en el capítulo. Por lo tanto, si
una sola de las personas que pueden ser consideradas como patronos
es la que ordena los trabajos, ella será el único patrono y el único responsable".
5. La prestación personal del trabajo: la figura del cuije-explotado no se apartó ni un instante de
la~ sesiones de la Comisión, en espera de que se crearan las normas destinadas a poner fin a su
explotación; y se alegró cuando escuchó la lectura de los arts. 274 y 275, que son la parte primera
de las normas cuya finalidad específica consiste en poner fin a la explotación del trabajo por los
sindicatos y restablecer el imperio del derecho.
El primero de esos preceptos impone a los sindicatos, a los presentes y a los futuros, la obligación
de "proporcionar a los patronos una lista pormenorizada que contenga el nombre y la categoría
de los trabajadores que deben realizar las maniobras, en cada "caso", esto es, no
es una lista de los miembros del sindicato, sino de las personas que efectuarán concretamente
la maniobra de este buque o de aquel otro; un mandamiento que tiene por objeto conocer
anticipadamente los nombres de los trabajadores, repetimos, que efectuarán la maniobra, como
un prólogo necesario para la aplicación efectiva del art. 275, que previene que "los trabajadores
no pueden hacerse sustituir en la prestación del trabajo", de tal manera que los patronos deben
cerciorarse de que los trabajadores que efectúan la maniobra son los que figuran en la lista. Esta
prevención modifica lo aceptado en el art. 10, según el cual "si el trabajador, conforme a lo
pactado o a la costumbre, utiliza los servicios de otros trabajadores, el patrono de aquél lo será
también de éstos", modificación que consiste en que esa sustitución está prohibida, ya que el
propósito de la Ley es impedir que se siga practicando una costumbre que ha sido la base de la
explotación de los cuijes.
No estaba todavía conforme la Comisión, y en el art. 275 consignó las consecuencias de la
violación de la norma: "Si se quebranta la prohibición, el sustituto tiene derecho a que se le
pague la totalidad del salario que corresponda al trabajo desempeñado y a que el pago se haga
de conformidad con lo dispuesto en el art. 100", esto es, directamente al trabajador que de
hecho ejecutó la maniobra. En relación con este mandamiento debe decirse que el patrono no
podrá alegar que hizo el pago al trabajador cuyo nombre venía en la lista, porque, lo acabamos
de decir, debe hacer el pago en forma directa a quien ejecutó la maniobra.
6. La defensa de los menores de dieciséis años: el art. 267 contiene la prohibición de utilizar el
trabajo de esos menores en las actividades comprendidas en este capítulo. Fue una
recomendación de la ciencia médica, que acogió la Comisión apoyada en el mandato
constitucional que prohíbe el trabajo para los menores de esa edad en labores peligrosas y en
su reglamentación por el art. 17 5, frac. I, inciso "f" de la Ley, que dice que "queda prohibido el
trabajo de los menores de dieciséis años en trabajos que puedan impedir o retardar su desarrollo
físico normal".
'7. Las salarios: las disposiciones sobre los salarios, particularmente el art. 271, son la parte
segunda de las normas cuya finalidad especie consiste en poner fin a la explotación del trabajo
por los sindicatos y restablecer el imperio del derecho.
A) Modalidades de la forma del salario: el art. 270 reproduce las formas tradicionales del salario,
por unidad de tiempo y por unidad de obra, pero agrega una de las formas más usuales en esta
clase de trabajos, el salario por peso de los bultos, y dice, además, para evitar que la
enumeración se juzgue limitativa, que el salario puede fijarse de cualquiera otra manera.
B) Modalidades para el pago del salario: el mismo art. 270 y el siguiente enuncian algunas
decisiones fundamentales, en una de las cuales aparece la segunda defensa de los cuijes-
explotados.
a) Constantemente ocurre que el peso de los bultos o alguna otra maniobra requiere la
intervención de varios trabajadores, y en ocasiones, que alguno de ello$ actúe corno jefe o
director. Para resolver este problema, el párrafo segundo del art. 270 dispone que "si
intervienen varios trabajadores e:n una maniobra, el salario se distribuirá entre ellos de
conformidad con sus categorías y en la proporción en que participen". Es pertinente aclarar que
el pago debe hacerse directamente a cada uno de ellos.
b) El art. 271 se integra con dos párrafos: el primero, que ya conocemos, ordena el pago directo
del salario al trabajador, en tanto el segundo es una defensa de los cuijes-explotados y está
dirigido especialmente a los sindicatos:
El pago hecho a organizaciones, cualquiera que sea su naturaleza, o a intermediarios, para que
a su vez hagan el pago a los trabajadores, no libera de responsabilidad a los patronos.
La Exposición de motivos explicó con máxima claridad la razón del precepto; de ella puede
decirse que es algo así como un canto hermoso a la majestad del derecho del trabajo y en
defensa de los hombres explotados por sindicatos que lo fueron, antes de convertirse en
explotadores:
El art. 271 ratifica un principio general: se juzgó necesario hacer esta ratificación porque, con
mucha frecuencia, algún organismo y aun los sindicatos, perciben los salarios que corresponden
por el conjunto de las maniobras y los distribuyen a su arbitrio; el precepto ordena que el pago
se haga directamente al trabajador, y previene, además, que el pago hecho a un organismo,
cualquiera que sea su naturaleza, o a intermediarios, para que a su vez hagan el pago a los
trabajadores, no libera de responsabilidad a los patronos.
La medida no es completamente nueva: desde la Ley de 1931, el Derecho mexicano del trabajo
negó validez al contrato llamado de equipo, en el que se pactaba un salario global para un grupo
de trabajadores, que posteriormente repartía el jefe del equipo, una situación que también
permitía la explotación de los trabajadores por el jefe.
c) Conviene desprender ahora la consecuencia principal de la violación de las prohibiciones y de
la declaración de que el pago que las contravenga no libera de responsabilidad al patrono. En
otro capítulo (La defensa del salario, apartado: La obligación de pagar el salario directamente al
trabajador) analizamos la obligación de pago directo al trabajador declarada en el art. 100, del
que las normas que comentamos son una aplicación particular, y sostuvimos que el efecto de la
inexistencia del pago es el derecho del trabajador de reclamar su salario
ante la Junta de Conciliación y Arbitraje. Si a esa solución se añade el carácter imperativo del
derecho del trabajo y el propósito específico de las normas que ahora comentamos, no puede
quedar duda de la subsistencia del derecho y de la consecuente obligación.
C) El salario de los días de descanso y de las vacaciones: el trabajo de los maniobristas es
intermitente, particularmente en los puertos marítimos, pues acontece que de pronto, en un
solo día o semana, arriban varios buques y en cambio, en los días siguientes no entra ninguno a
puerto. Este fenómeno, que se presenta en otras actividades, exigió una norma adecuada: pudo
decretarse que se esperara a que el trabajador cumpliera seis días de trabajo para pagarle uno
más, o trescientos sesenta y cinco, quizá tres o cuatro años, para que se le pagara el salario de
vacaciones. La cuestión del salario de los días de descanso se resolvió para el trabajo de los
autotransportistas, por lo que en el párrafo primero del art. 272 se adoptó la misma solución:
un dieciséis sesenta y seis por ciento de aumento sobre el salario que se pague al trabajador por
cada maniobra. Por lo que se refiere a las vacaciones, el mismo precepto dispone en su párrafo
segundo que debe aumentarse el salario en la proporción que corresponda; no pudo señalarse
un porcentaje fijo porque el período de vacaciones aumenta con los años de trabajo y varía
también en los contratos colectivos.
8. La antigüedad de los trabajadores: los trabajadores maniobristas disfrutan de todos los
derechos reconocidos por la Constitución y por la Ley, entre ellos el que es motivo de este rubro.
En consecuencia, y de conformidad con el art. 158, tienen derecho a que se determine su
antigüedad. Otra vez se presentó la figura de los cuijes para decirnos que desde que se inició su
explotación fueron considerados trabajadores eventuales, pues los sindicatos los llamaban
libremente para cada maniobra, pero concluida ésta y al presentarse una nueva, el sindicato
explotador volvía a llamarlos si no encontraba otros a los que pudiera pagar salarios todavía más
reducidos.
A) Las normas para la determinación de la antigüedad: el art. 273 contiene dos reglas básicas: a)
La fracción primera dice que la antigüedad "se computará a partir de la fecha en que principió
el trabajador a prestar sus servicios al patrono", norma cuya finalidad específica consiste en que
cada trabajador, en relación con cada uno de los diferentes patronos, pueda reclamar la
antigüedad que le corresponda; b) La fracción segunda es en principio una concesión a los
sindicatos, pues se dice en ella que la antigüedad de los trabajadores puede determinarse en los
contratos colectivos. La Comisión tuvo no obstante conciencia de que la disposición será
inoperante, porque los sindicatos no han celebrado los contratos y no parecen estar dispuestos
a celebrarlos con los trabajadores a los que explotan: ¿podrán sindicarse alguna vez los cuijes
para exigir de los sindicatos la celebración de los contratos colectivos? ¿no serán aplastados por
las centrales obreras con el apoyo del gobierno?, ¿no serán acusados de agitadores y de
enemigos de los intereses de los líderes, o tal vez de comunistas? Delante de esta situación, la
Comisión planteó dos reglas más en la misma fracción segunda: el trabajador inconforme con la
antigüedad que se le hubiese asignado en el contrato colectivo puede acudir a la Junta de
Conciliación y Arbitraje; y por otra parte, a falta de decisiones sindicales, la antigüedad debe
fijarse de conformidad con lo establecido en el art. 158, esto es, al través de una comisión mixta
que debe formarse para cada patrono, pero si tampoco da resultado este procedimiento, el
único camino es el recurso ante la Junta de Conciliación y Arbitraje.
B) La antigüedad y la distribución del trabajo: explicamos en unos renglones antecedentes que
el trabajo de los maniobristas es intermitente, de donde resulta que es preciso distribuir el
trabajo, pues es posible, cuando el tráfico de buques sea grande, que todos los trabajadores
sean llamados diariamente a las maniobras, si no es así, la directiva sindical podría incluir en la
lista requerida por el art. 274, a la que ya nos referimos, a las personas de su predilección o
siempre a las mismas. A fin de evitar esta posible arbitrariedad, la fracción tercera del art. 273
determina que "la distribución del trabajo se hará de conformidad con la antigüedad que
corresponda a cada trabajador", en la inteligencia de que en esa misma fracción se agrega que
"en los contratos colectivos se determinarán las modalidades que se estime conveniente para la
distribución del trabajo". Se dio también cuenta la Comisión de que esta norma no tendría
aplicación, porque faltan los contratos colectivos entre los sindicatos y los cuijes, pero quizá
algún día, cuando las autoridades lo resuelvan, se restablecerá el imperio del derecho.
9. Los riesgos de trabajo: la Comisión sabía que la legislación laboral no es camino para resolver
la cuestión de los riesgos de trabajo; y así lo manifestó ante la Cámara de diputados en su
memorándum- respuesta al de la CONCAMIN:
Se acepta que corresponde al Instituto Mexicano del Seguro Social resolver en definitiva el
problema de esto5 trabajadores. En consecuencia, las normas contenidas en la Iniciativa
presidencial sobre riesgos de trabajo son meramente transitorias. En la Exposición de motivos,
párrafo primero, Est1·uct-ura general del proyecto, se dice: "Es indudable que la reglamentación
de los riesgos de trabajo pertenece actualmente al derecho de la seguridad social, pero se le
incluyó en el proyecto tomando en consideración, por una parte, que la Ley del Seguro Social
aún no se extiende a todos los trabajadores y, por otra, que dicha. Ley se remite expresamente
a la Ley federal del trabajo (para la determinación de los conceptos generales) . Debe no
obstante entenderse que las disposiciones relativas tienen un carácter provisional y que, en el
futuro, la Ley del Seguro Social deberá extenderse a todos los trabajadores y contener la
totalidad de sus principios."
Es cierto que el Instituto Mexicano del Seguro Social se ha preocupado par la extensión de sus
servicios a los maniobristas, pero el esfuerzo se ha limitado a los miembros de los sindicatos,
que ya no son los trabajadores verdaderos, en tanto los cuijes-explotados por los sindicatos,
continúan olvidados. Frente a esta situación y ante la impotencia de las autoridades o a su falta
de decisión para poner fin a la explotación, convencida además de que tampoco esta norma
habría de cumplirse, dejó una especie de testigo, que está ahí presente para recordar que
siempre será tiempo de luchar por la justicia.
Son varias las disposiciones, repetiremos que son provisionales, del art. 276: a) La fracción
primera se refiere a que en los casos de incapacidad, la indemnización se pagará directamente
al trabajado, salvo el caso de incapacidad mental; b) La segunda ratifica la regla general de que
"el patrono bajo cuya autoridad se prestó el trabajo, será responsable de los accidentes"; e) En
lo que concierne a las enfermedades de trabajo, la fracción tercera ordena que "cada patrono
que hubiese utilizado los servicios del trabajador durante noventa días, por lo menos, en los tres
años anteriores a la fecha en que se determine el grado de incapacidad, contribuirá en la
proporción en que hubiese utilizado los servicios". El término de tres años se fijó previa consulta
a la medicina del trabajo: se considera que después de ese lapso puede presumirse que la
enfermedad se contrajo al servicio del patrono; d) Sería sumamente difícil para el trabajador
demandar de cada persona a la que prestó trabajo, el pago de la parte de la indemnización que
le corresponda cubrir, por cuya razón se redactó el párrafo último del precepto:
El trabajador podrá ejercitar la acción de pago de la indemnización contra cualquiera de los
patronos a que se refiere el párrafo anterior, pero el demandado podrá llamar a juicio a los
demás o repetir contra ellos.
10. El fondo de pensiones de jubilación y de invalidez: le cerraban el paso los cuijes a la Comisión
tan pronto quería salir del campo de la seguridad social, por lo que tuvo que enfrentarse a los
problemas, si bien dijo a sus guardianes que las normas serían también provisionales. Volvió los
ojos a la solución apuntada para las enfermedades de trabajo, pues no era posible que cada
trabajador demandara de todos los patronos a los que prestó trabajo, una parte de la
indemnización.
El párrafo primero del art. 277 enuncia dos principios básicos: dispone primeramente que "en
los contratos colectivos podrá estipularse que los patronos cubran un porcentaje sobre los
salarios, a fin de que se constituya un fondo de pensiones de jubilación o de invalidez que no
sean consecuencia de un riesgo de trabajo". La. Segunda regla consiste en la decisión de que sea
en los estatutos del sindicato o en un reglamento especial aprobado por la asamblea, donde
deben determinarse "los requisitos para el otorgamiento de las pensiones".
No quiso la Comisión dejar en manos de los sindicatos la distribución del fondo, por lo que en el
párrafo segundo· dispuso que "las cantidades correspondientes se entregarán por los patronos
al Instituto Mexicano del Seguro Social, y en caso de que éste no acepte, a la institución bancaria
que se señale en el contrato colectivo"; y a fin de facilitar la función de la institución
seleccionada, en la frase final se dijo que "las pensiones se cubrirán previa aprobación de la
Junta de Conciliación y Arbitraje".
ll. El fondo para pérdidas y averías: la consulta de las estadísticas resultó dolorosa, pues el
porcentaje de bultos perdidos o averiados es demasiado alto; esa fue la razón de este fondo,
una institución única en el derecho del trabajo, consecuencia de hechos también únicos: en las
maniobras portuarias concesionadas a los sindicatos, éstos resultarían responsables ante los
consignatarios, agentes aduanales o propietarios de los bultos; frente a esa realidad y en
defensa de los sindicatos, y en razón, además, de que ya estaba aceptado el sistema, el art. 278
autoriza la creación de un fondo afecto al pago de las responsabilidades, que no necesita
formarse con aportaciones de los trabajadores: la cantidad recogida debe entregarse a una
institución nacional designada en el contrato colectivo, la que cubrirá los daños previo acuerdo
entre el sindicato y el patrono o mediante decisión de la Junta de Conciliación y Arbitraje.
CAPÍTULO XLIV
LOS TRABAJADORES DEL CAMPO
El grito tierra y libertad resonó estruendoso en todos los campos de batalla, fue el alma y el
motor de la Revolución. Los campesinos, la clase revolucionaria de 1910 a 1917, son los únicos
que no han obtenido ningún beneficio de la sangre que derramaron abundantemente sus
antepasados. Es verdad que en la Asamblea Constituyente se analizó primero el problema del
derecho del trabajo y que fue en ocasión de ese debate que nació la idea de los nuevos derechos
de la persona humana pero también lo es que la cuestión de la tierra representaba todo nuestro
pasado, y era nuestro presente inmediato, y es también nuestro futuro inaplazable, porque
ningún pueblo puede hablar de dignidad humana si su población campesina vive en condiciones
inferiores a las de los animales que mira engordar en los pastizales cuya propiedad es de otro.
En la conciencia nacional, el Artículo 27 y el 123 son los hermanos gemelos que viven en la Carta
Magna los dos aspectos inseparables de la Declaración de derechos sociales. Por eso se justifica
la frase inicial de la Exposición de motivos de la Ley nueva: "El problema de los campesinos debe
resolverse, principalmente, mediante la aplicación del artículo 27 ." Ello no obstante, la misma
Exposición de motivos acepta que "la legislación del trabajo es importante, porque siempre será
necesario que algunas personas cooperen prestando su trabajo, en el desarrollo de las labores
agrícolas", afirmación correcta, porque cuando se socialicen la tierra y su explotación, las
personas cooperarán> una palabra que parece haber sido puesta intencionadamente, porque
en la sociedad futura, los hombres cooperarán, pero no trabajarán para otro, pues en esa
cooperación de todos brillará esplendorosa la idea eterna del derecho del trabajo: jamás se
podrá exigir de los hombres una jornada inhumana, ni entregarles retribuciones de hambre,
principio que coincide con la definición de la justicia de Marx: de cada quien según sus aptitudes
y a cada quien según sus necesidades, norma fundamental para la vida y la actividad futura de
los hombres.
l. Una aplicación del principio de la igualdad de todos los trabajadores ante la ley: un párrafo
sencillo de la Exposición ele motivos es de una belleza auténtica y revela una concepción
profunda del principio de igualdad: "El proyecto se esforzó en la equiparación de los
trabajadores del campo con los de la ciudad, a cuyo efecto, y como primera medida, emplea el
término trabajadores del campo". En aplicación de esta idea se suprimieron en la Ley nueva las
normaciones de la Ley de 1931 que causaban la impresión de que los trabajadores del campo
vivían una especie de inferioridad social. Desde 1970 disfrutan de los mismos derechos y gozan
de los mismos beneficios, pero, a la vez, poseen idénticas obligaciones, una posición ratificada
por el art. 282, al decir, que "las condiciones de trabajo se redactarán por escrito, observándose
lo dispuesto en el art. 25 y siguientes", esto es, en nada se distinguen los caracteres y el
contenido de sus relaciones de trabajo.
2. El concepto de trabajador del campo: el art. 190 de la Ley de 1931, decía:
Las disposiciones de este capítulo regirán el contrato de trabajo de los peones de campo,
entendiéndose por tales las personas de uno u otro sexo que ejecuten a jornal o a destajo los
trabajos propios y habituales de una empresa agrícola, ganadera o forestal.
A) Otra vez el cambio de terminología: según el Diccionario de la Academia, peón quiere decir
"jornalero que trabaja en cosas materiales que no requieren arte ni habilidad". La sola lectura
de este concepto causó pavor a la Comisión, porque el trabajo no es nunca igual al de las bestias,
cualquiera que sea su naturaleza, una consideración que condujo al cambio de la definición:
Trabajadores del campo son los que ejecutan los trabajos propios y habituales de la agricultura,
de la ganadería y forestales, al servicio de un patrono.
En una ocasión pensamos que las cinco palabras finales: al servicio de un patrono, debieron ser:
en una relación de trabajo, pero no todo resulta siempre perfecto.
B) Los trabajadores de las explotaciones industriales forestales: un bello debate en la Cámara de
Senadores introdujo el párrafo segundo del precepto: "Los trabajadores en las explotaciones
industriales forestales se regirán por las disposiciones generales de la Ley", pues
de verdad, es distinto el simple cuidado de los bosques que el trabajo industrial mecanizado en
las explotaciones forestales, ya que éste en nada se diferencia del que se presta en una fábrica;
no sabemos, sin embargo, si en el futuro será así, porque la atención de los bosques es una
cuestión cada vez más técnica.
C) El concepto de trabajadores de planta: el art. 280 se propuso resolver la condición de muchos
trabajadores a los que se consideraba como eventuales:
Los trabajadores que tengan una permanencia continua de tres meses o más al servicio de un
patrono, tienen a su favor la presunción de ser trabajadores de planta.
En su memorándum inicial, los abogados de los empresarios, y éstos en el de la CONCAMIN de
31 de marzo de 1969, presentado al poder legislativo, se opusieron a la prevención:
En lo que se refiere al art. 280, el plazo de tres meses que ahí se fija implica un desconocimiento
de los términos y condiciones de trabajo en el campo, puesto que la regla absoluta de tres meses
de permanencia en un trabajo no puede tomarse como índice imperativo para que sean
trabajadores de planta.
Lo cierto es que los memoranda de los empresarios sí implican un desconocimiento absoluto del
concepto trabajador de planta (Capítulo: La estabilidad en el trabajo, apartado: El principio de
la duración indeterminada de las relaciones de trabajo y sus excepciones), concepto que quiere
decir, según la jurisprudencia firme de la Suprema Corte de Justicia: "el trabajo que constituya
una necesidad permanente de la empresa".
El precepto necesita entenderse claramente, porque las normas sobre la estabilidad eh el
trabajo deben aplicarse sin ninguna variante a los trabajadores del campo, lo que conduce a los
resultados siguientes: toda relación de trabajo es por tiempo indeterminado, salvo las
excepciones admitidas por la Ley y a condición de que se declaren expresamente al iniciarse la
relación, solución consignada en los texto legales: en el ya citado art. 282 se ordena que las
condiciones de trabajo se hagan constar por escrito, en el 35 se previene que "a falta de
estipulaciones expresas, la relación será por tiempo indeterminado", los arts. 36 y 37 mencionan
los casos únicos de relaciones por tiempo u obra determinados, y finalmente, el art. 26 dispone
que la falta de documento escrito es imputable al patrono, por lo que, si falta,
la relación de trabajo será reputada por -tiempo indeterminado. De estas consideraciones
desprendemos que iniciada una prestación de trabajo en el campo, salvo declaración escrita y
fundada expresamente, la relación será por tiempo indeterminado; y cuando exista la
declaración, adquirirá la presunción de que ha llegado a esa condición después de tres meses
de iniciado el trabajo, si hubo una permanencia continua al servicio del patrono.
3. Una defensa contra formas arcaicas de explotación de los trabajadores
del campo: la exposición de motivos, con una prudencia recomendable en ese tipo de
documentos, pero con absoluta firmeza, dice que "los sistemas de aparcería y del arrendamiento
agrícolas se usaron frecuentemente para burlar la aplicación de la ley del trabajo". Todos los
seres humanos que se han asomado a esos sistemas, han reflejado en sus rostros el horror de la
explotación que encubren, y sin embargo, los representantes de los empresarios, en un párrafo
de sus memoranda que destila carencia del sentido de lo justo y en el que los viejos contratos
del derecho civil emergen una vez más como fantasmas sagrados, dijeron que el art. 282 "va en
contra de la naturaleza misma de los contratos de aparcería y arrendamiento y extiende a
terceros ajenos al contrato de trabajo la responsabilidad en que puede haber incurrido un
patrono, violando las garantías individuales". En el memorándum-respuesta de la Comisión al
de la CONCAMIN, se lee:
La aparcería y el arrendamiento son formas de explotación usadas constantemente por los
propietarios de fincas rústicas. Los trabajadores utilizados por los aparceros o arrendatarios
entregan su energía de trabajo al campo, por lo que es justo y necesario que la tierra que
trabajan responda por sus salarios y demás prestaciones e indemnizaciones a que tengan
derecho. En el fondo, los propietarios de las tierras pretenden mantener una situación que
durante siglos ha sido una de las fuentes de explotación de los trabajadores del campo, a
pretexto de que celebran un contrato de aparcería o de arrendamiento con quien en realidad
no es sino un simple intermediario. La persona que pretenda dar su predio en arrendamiento o
aparcería debe cerciorarse de que el aparcero o arrendatario dispone de elementos suficientes
para cumplir con las obligaciones que contraiga con los trabajadores que utilice.
Es innecesario volver a repetir que las instituciones del derecho civil no pueden detener la
marcha de la justicia del trabajo; y a quien desee comprobar la realidad de ]a explotación de los
trabajadores, solamente le diremos que se decida a recorrer nuestros campos.
El art. 282 del proyecto que se entregó a las observaciones de los trabajadores y de los patronos,
decía que "la empresa agrícola o ganadera es solidariamente responsable con el aparcero
arrendatario por las obligaciones de trabajo contraídas por éstos", pero en el curso de las
sesiones, con un espíritu conciliador, sin modificar ni su esencia ni su contenido, se introdujo
una adición a fin de ponerlo en armonía con el art. 13; a su vez, el poder legislativo decidió
sustituir el término empresa, "por poco conocido en el campo", según su dictamen de la Cámara
de Diputados, por el de patrono:
Cuando existan contratos de arrendamiento, el propietario del predio es solidariamente
responsable con el arrendatario, si éste no dispone de elementos propios suficientes para
cumplir las obligaciones que deriven de las relaciones con sus trabajadores. Si existen contratos
de aparcería, el propietario del predio y el aparcero serán solidariamente responsables.
Nos alegramos del cambio en la parte relativa al contrato de arrendamiento, que resultó un
cumplido para el arrendamiento auténtico, pues si dispone de elementos propios suficientes)
podrá darse el gusto de llamarse patrono único.
4. Obligaciones especiales y prohibiciones a los patronos: los trabajadores del campo viven
alejados de las poblaciones, en ocasiones a grandes distancias, y sin medios de comunicación,
pero si los hay, tal vez no podrían pagar los pasajes. Su vida discurre diariamente en el trabajo,
de sol a sol, y apenas si les sobra tiempo para mal comer y dormir. Las obligaciones especiales
de los patronos y las prohibiciones que impone la Ley a los mismos patronos, tienen como
propósito aligerar la vida y otorgar a los trabajadores algunos elementos sin los cuales la
existencia humana sería imposible.
Las obligaciones impuestas por el art. 283 son: a) pagar el salario en los .lugares donde se preste
el trabajo y en períodos de tiempo no mayores de una semana; b) Suministrar gratuitamente a
los trabajadores habitaciones adecuadas e higiénicas y un terreno contiguo para la cría de
animales· de corral. Suponemos) después del despojo de que fueron víctimas los trabajadores
al reformarse la frac. XII del Articulo 123 y suprimir su derecho a exigir de los patronos les
proporcionaran habitaciones) que esta obligación en favor de los trabajadores del
campo ha quedado también sin efecto; e) Quedará también sin efecto la obligación que imponía
la fracción tercera de "mantener las habitaciones en buen estado, haciendo en su . caso las
reparaciones necesarias y convenientes"; d) Las fracciones cuarta, quinta y sexta obligan a tener
medicamentos disponibles para todo género de enfermedades. entre ellas las tropicales, las
endémicas y las propias de la región, a tener personal adiestrado para primeros auxilios, a
proporcionar asistencia médica o· a trasladar al paciente a los servicios médicos más
próximos y a pagar una parte de los salarios hasta por noventa días, independientemente de las
obligaciones por riesgos de trabajo; e) La fracción séptima comprende tres tipos de obligaciones:
el primero tiende a permitir el aprovechamiento de los recursos naturales, el uso del agua que
necesiten de los depósitos acuíferos, la caza y la pesca para usos propios y el libre tránsito por
los caminos y veredas. El segundo consiste en la obligación de fomentar la creación de
cooperativas de consumo, a fin de abatir el costo de los productos de primera necesidad. El
tercero es de tipo social y educacional: permitir la celebración de las fiestas regionales y
fomentar la alfabetización entre los trabajadores y sus familiares.
Por último, el art. 284 señala a los patronos tres prohibiciones: permitir la entrada a la finca a
vendedores de bebidas embriagantes; impedir la entrada a los vendedores de mercancías o
cobrarles alguna cuota; e impedir a los trabajadores la cría de animales de corral en el predio
contiguo a su habitación, una prohibición que será inoperante al desaparecer la obligación
principal.
5. Consideraciones complementarias: ratificamos nuestra convicción de que las leyes del trabajo
no pueden resolver el problema de los trabajadores del campo.
¿Se habrá preocupado alguna autoridad porque se les pague el salario mínimo? ¿Habrá cuidado
alguien de que, por lo menos una vez en la historia, se les repartiera alguna cantidad a cuenta
de las utilidades que les corresponda? ¿Sabrán las autoridades si se les proporciona, ya no
atención médica, sino siquiera medicamentos baratos? ¿Se conoce alguna demanda de
reinstalación y pago de salarios caídos? ¿Se habrá presentado alguna vez un inspector del
trabajo en el latifundio de un terrateniente revolucionario? Para qué seguir: ¿Sabrán los
trabajadores del campo que hay un capítulo especial para ellos en la Ley del trabajo?
CAPÍTULO XL V
LOS TRABAJADORES BANCARIOS
En el siglo XVII, don Francisco de Quevedo y Villegas escribió esa maravilla de Letrilla satírica, en
uno de cuyos versos se lee: "Pues quebranta cualquier fuero, poderoso caballero es don Dinero."
Tal vez tuvo a la vista el autor de la Vida del Buscón la lucha política entre el rey de Francia y la
Casa de Habsburgo en torno a la corona imperial, cuando Jacobo Fúcar, el banquero más
poderoso de su tiempo, lanzó a la banca a la aventura imperialista de ganar para Carlos la
corona, a cambio de apropiarse, en su calidad de banquero, el verso de la letrilla. Si pudiera
volver a la faz de la tierra y contemplara a la banca mexicana quebrantar el fuero constitucional
del trabajo, con la ayuda valiosa de la Secretaría de Hacienda, autoridad encargada de aplicar el
reglamento, misión que cumple con el celo más escrupuloso, antes de descender nuevamente
a su tumba sonreiría satisfecho de su ingenio, pero se iría con la tristeza de quien contempla a
la justicia pisoteada por don Dinero.
De manera inesperada, sin que existiera conflicto alguno aparente entre el trabajo y la banca, el
20 de noviembre de 1937 se publicó un llamado Reglamento del trabajo de las instituciones de
crédito y auxiliares, en el que se dice que quedan sujetas a sus disposiciones "las personas que
tuviesen un contrato individual de trabajo con las instituciones", con excepción de "los
corresponsales y agentes y de las personas que desempeñen funciones similares a éstos", en
virtud, se dijo, de que esas actividades debían regirse por las leyes mercantiles. El reglamento
fue sustituido por el de 22 de diciembre de 1953, pero en él se conservaron la estructura y las
normas fundamentales del primero. Suscritos por los presidentes de la República, los
reglamentos están refrendados por los Secretarios de Hacienda y de Trabajo.
No sólo desconocieron los reglamentos presidenciales los principios de la Declaración de
derechos sociales plasmados por la Asamblea Constituyente en el Artículo 123, quiere decir, no
solamente negaron a un grupo de trabajadores los derechos y beneficios de una de las dos
grandes realizaciones de la Revolución, sino que, además, pisotearon las disposiciones, ya de
por sí bastante mezquinas, de los códigos civiles y mercantiles del siglo xxx, con lo que sumieron
a los hombres en la condición de los siervos.
Aparentemente, los reglamentos adhirieron a la teoría del contrato, pero si bien puede decirse
que existe un acuerdo de voluntades para el ingreso del trabajador a la institución bancaria, el
contenido del contrato, esto es, la determinación de las condiciones de trabajo depende
exclusivamente de la voluntad del patrono. Así, a ejemplo, en el problema de los salarios, el art.
noveno del reglamento de 1953 dice que "los sueldos de los empleados se fijarán y regularán
por medio de tabuladores que serán formulados por las instituciones de acuerdo con sus
necesidades". Ciertamente, se añade, que los tabuladores se someterán a la aprobación de la
Secretaría de Hacienda, pero tampoco se concede a los trabajadores la garantía de audiencia
ante la dependencia gubernativa. No encontramos ningún calificativo que pudiera aplicarse a
esta norma: la determinación de los salarios, no únicamente de los que se usen para el ingreso
del trabajador a la institución, sino también los aumentos o reducciones posteriores, se harán
por el patrono de acuerdo con sus necesidades, sin intervención alguna de los trabajadores; esta
disposición, que niega al trabajador el derecho mínimo de opinar, y que sustituye el concepto
civilista del salario como la retribución convenida a cambio del servicio que se recibe, con la
concepción empresarial del salario como la retribución fijada por el patrono de acuerdo con sus
necesidades, no encuentra equivalente en ningún sistema democrático y sí, en cambio, es la
fuente de un poder dictatorial y de la servidumbre del trabajo. Ni siquiera en la Italia fascista se
dio una solución de ese tipo; hemos encontrado únicamente un parecido con los poderes
concedidos al Betriebsfüftrer (dirigente de empresa) por las leyes del trabajo de la
Alemania nacionalsocialista de los años de Hitler.
También en el problema de la jornada se pasó sobre el principio de la igualdad de las partes en
la contratación, pues los trabajadores carecen del derecho de intervenir en su determinación.
Los reglamentos señalaron como una ventaja importante para los empleados, el
establecimiento de la jornada máxima de cuarenta y dos horas a la semana, pero esa jornada
era la que imperaba desde tiempo inmemorial; y tampoco era un beneficio que no se trabajara
los sábados por la tarde, porque nunca han abierto sus puertas esas tardes.
Los banqueros deben haber recordado que en la Declaración de derechos existía una norma
sobre la participación en las utilidades, y a fin de evitar que pudiera aplicárseles la
reglamentación futura, consiguieron se incluyera una disposición que la transformó en una
gratificación de un mes de salario.
En la misma condición se hallan las restantes condiciones de trabajo, pero vale la pena dedicar
unos renglones a la cuestión de la estabilidad de los trabajadores: los reglamentos autorizaron
el despido libre mediante el pago de una indemnización. El precepto continuó aplicándose no
obstante la reforma a la constitución de 1962, que ordenó la estabilidad absoluta, salvo la
existencia de alguna causa justificada de separación. De esa manera, los reglamentos bancarios
quebraron una vez más el fuero constitucional del trabajo y se colocaron por encima de la Carta
Magna, de acuerdo con las necesidades del poderoso caballero. También en el problema de las
causas justificadas de separación se rompieron los principios del derecho del trabajo, porque en
lugar de enumerarlas, se usó una fórmula vaga: faltas graves evidentes, cuya determinación
corresponde a la Comisión Nacional Bancaria como instancia resolutoria.
Los reglamentos desconocieron la existencia del derecho colectivo, pues si bien no aparece su
negación en forma expresa, si se deduce de diversas disposiciones: teóricamente era posible la
formación de sindicatos, porque ninguna norma los prohíbe, pero las instituciones de crédito no
estaban obligadas a tratar con ellos. El contrato colectivo era un imposible, pero a fin de reforzar
esa postura, los reglamentos reconocieron únicamente la legitimidad de los contratos
individuales de trabajo. Más notorio era aún el caso de la huelga, porque el artículo 19 del
reglamento de 1953 dice que "las labores nunca podrán suspenderse sino en las fechas que
autorice la Comisión nacional bancaria", en la inteligencia de que "cualquiera otra suspensión
de labores causará la terminación de los contratos de trabajo de quienes la realicen". Así renació
el empresario del capitalismo clásico, el señor de horca y cuchillo, para quien no existía más
voluntad que la suya, y para quien los hombres eran cosas que manejaba a su arbitrio.
El capítulo final perfeccionó el quebrantamiento del fuero del trabajo, al ordenar que todos los
conflictos individuales, únicos posibles según se infiere del párrafo anterior, se sometieran a la
decisión de la Comisión nacional bancaria. Es verdad que se autorizó a las partes para que
recurrieran la resolución ante la Junta de Conciliación y Arbitraje, pero, caso insólito en el
·derecho universal, el órgano hacendario debla ser llamado al juicio a fin de que defendiera su
decisión. La consecuencia inmediata de los reglamentos fue el quebrantamiento del orden
jurídico creado en la Constitución y de la destrucción de las dos ideas que aman más los
hombres, porque son parte de su ser y porque constituyen la fuente de toda vida social que se
orienta hacia la justicia: la igualdad de todas las personas, principio que se desquebrajó al
segregar a un grupo de seres humanos de la clase social a la que pertenece y al negar la
aplicación de las normas generales de la Declaración de derechos a quienes están amparados
por ella; y la libertad del hombre frente al estado y frente al hombre, noción desconocida al
colocar los grilletes de los reglamentos a un grupo de trabajadores en beneficio de las
necesidades de los señores banqueros.
Se quebrantó el orden jurídico, porque los autores de los reglamentos olvidaron el art. 133 de
la Constitución, según el cual, "la Carta Magna y las leyes del Congreso que emanen de ella, son
la Ley Suprema de toda la Unión"; no es preciso insistir aquí en la tesis, de sobra conocida, de
que todo acto de los poderes públicos que viole la Constitución carece de validez, por lo cual, de
conformidad con las palabras finales del mandamiento constitucional, los jueces no deben
obedecerlo. Olvidaron también los autores de los reglamentos el párrafo introductorio del
Artículo 123, que otorga al poder legislativo la facultad exclusiva de dictar las leyes del trabajo,
por lo que el poder ejecutivo carece de competencia para reglamentar las relaciones trabajo-
capital.
Indebidamente citaron los autores de los reglamentos la frac. Primera del art. 89 de la
Constitución, porque !a facultad reglamentaria del poder ejecutivo, si es que de verdad está ahí
consagrada, se refiere a la reglamentación de las leyes, y los reglamentos bancarios no
reglamentan a ninguna, y si intentaron hacerlo, lo que no se dice en ellos, son tantas las
violaciones a las normas de la Ley de 1931, y al Artículo 123, que por este quebrantamiento de
la jerarquía de las normas, resultan inconstitucionales desde su principio hasta su fin.
Fue dolorosa y trágica la expedición de los reglamentos, y lo es todavía más el empeño del
gobierno federal de continuar aplicándolos, pero diremos, con alegría y en honor de los juristas,
que no sabemos de ninguno que haya asegurado bajo su firma que los reglamentos bancarios
son actos conformes a la Constitución. Nunca debieron expedirse y jamás debieron aplicarse. La
Ley nueva brindó una oportunidad decorosa a las autoridades para que cesaran en su empeño:
su artículo primero declara que 1'es de observancia general en toda la República y que rige las
relaciones de trabajo comprendidas en el apartado "A" del Artículo 123", con cuya disposición
abrogó todas las normas que venían aplicándose; en consecuencia, todas las relaciones de
trabajo, incluidas, claro está, las de las instituciones bancarias, quedaron regidas por la Ley
nueva y solamente por ella. Pero no quisieron restablecer el imperio del derecho, o tal vez no
pudieron, porque quizá les resultó demasiado poderoso el caballero de la letrilla de Quevedo.
CAPÍTULO XLVI
LOS AGENTES DE COMERCIO
Hemos explicado muchas veces que el Derecho mexicano del trabajo tuvo que ser y continúa
siendo, un derecho polémico, porque nació frente a un sistema jurídico que tenía dos milenios
de existencia y que había sido declarado la razón jurídica universal. Para afirmarse, tuvo que
romper los muros de aquel sistema e invadir y adueñarse de los campos en los que aún se
consideraba al trabajo del hombre como una mercadería y en los que no se permitía la entrada
al pensamiento nuevo. Impulsado por la Declaración de derechos, por la fuerza expansiva que
forma parte de su esencia y por la convicción de que el trabajo debe ser respetado y defendido
haciendo caso omiso de las formas arcaicas que han servido para aherrojado, inició desde el año
1931, época en que se publicó la primera Ley Federal del Trabajo, la batalla por la figura jurídica
de los agentes de comercio. Pero el derecho mercantil no se rinde fácilmente, por el contrario,
defiende palmo a palmo la libra de carne que el mercader de Venecia le ofreció
a Shylock.
l. EL CONCEPTO AGENTE DE COMERCIO
El término agentes de comercio no poseía una connotación precisa, pero la ha ido adquiriendo
poco a poco, a tal punto que salvo algunas disquisiciones que todavía se escuchan y que sería
fatigoso relatar, se le considera como un concepto genérico, que configura una forma de
actividad de que se valen las empresas para el ofrecimiento, la venta o la colocación de toda
clase de mercancías, valores o pólizas de seguros, en la inteligencia de que mencionamos
expresamente a estas últimas, porque ahí se concentró el esfuerzo final del derecho mercantil
para evitar la reglamentación laboral. De acuerdo con esta breve explicación, podemos decir
que los agentes de comercio son las personas que de manera permanente y actuando de
conformidad con las instrucciones y lineamientos que les imponen las empresas, se dedican a
ofrecer al público mercancías, valores o pólizas de seguros, por cuyo trabajo perciben una prima
calculada sobre el ingreso de las operaciones en que intervienen, a la que se da el nombre de
salario a, comisión.
Son una figura económica y jurídica que apareció tiempo después de la promulgación de los
códigos de comercio de Europa y América, un resultado de las transformaciones económicas del
siglo xx, pues la lucha por la conquista de los mercados obligó a las empresas a una enorme
campaña publicitaria y a ofrecer sus productos de puerta en puerta mediante un enjambre de
vendedores. El trabajo de estas personas devino así una necesidad vital de las empresas, una
condición de funcionamiento, a tal grado que la que no utilice ese sistema de venta o colocación
de mercancías, será presa fácil de sus competidores.
II. LA BATALLA DE LOS AGENTES DE COMERCIO
La batalla por los agentes de comercio fue un bello episodio en la lucha del derecho del trabajo
por liberar a los hombres cuyo trabajo, en aplicación de las leyes mercantiles, continuaba
sometido a las normas que lo consideraban como una cosa en el comercio. La polémica fue dura
y aun violenta en las sesiones de la Comisión redactora del proyecto de la Ley nueva, a las que
concurrieron los representantes de los empresarios, pues tuvo que resistir y vencer los embates
de dos sectores que sentían amenazado su poder soberano, de un lado el comercio que vende
sus productos con un interés del veinticuatro por ciento, y del otro las instituciones de seguros,
detrás de las cuales, lamentamos volver a mencionar el tema, se alineaba el poderoso caballero
que encontramos en el capítulo anterior.
l. La formación de la jurisprudencia de la Suprema Corte de Justicia de la Nación: aun antes de
la expedición de la Ley de 1931, una ejecutoria célebre de 2 de junio de 1928, Gómez Ochoa y
Cía., publicada en el Semanario judicial de la Federación, quinta época, t. XXIII, página 233,
desquebrajó dos de los muros del derecho mercantil: Los factores y dependientes -primero de
los muros- que también son mandatarios mercantiles, por su carácter de asalariados están
comprendidos bajo la protección del Artículo 123 constitucional, y en consecuencia, los
conflictos que surjan entre ellos y sus patronos, por razón del trabajo, deben ser resueltos por
las Juntas de Conciliación y Arbitraje.
No todo contrato de comisión mercantil -segundo de los muros deja de ser contrato de trabajo,
sino sólo el que expresamente reglamenta el Código de comercio, porque en dicho caso no se
trata de trabajo asalariado, ni de ningún trabajo ejecutado por uno bajo la dependencia
económica de otro, sino de un acto libremente ejecutado en el desempeño de un trabajo
particular, independiente de quien lo solicita; a veces la comisión mercantil no tiene estas
características, y entonces está protegida por el Artículo 123 constitucional, como sucede
cuando se trata de factores.
Ya para el año de 1936, la Corte había establecido jurisprudencia firme (Apéndice al Semanario
Judicial de la Federación, México, 1938, página 812) :
Cuando en el contrato celebrado por una empresa mercantil y uno de sus empleados se
establece, como base para la remuneración, un tanto por ciento determinado sobre las
operaciones que ese empleado realice, y se estatuye que la persona debe emplear todo su
tiempo en atender los intereses del patrono con quien contrata y se le prohíben otra clase de
actividades, es incuestionable que el contrato reviste las características de un verdadero
contrato de trabajo, máxime si al mismo se le da una duración o plazo fijo.
En el mismo año de 1936, en la ejecutoria Cía. Petróleos de México, S. A., publicada en el
Semanario judicial de la Federación, quinta época, t. L, pág. 982, la Cuarta Sala se esforzó en el
señalamiento de las diferencias entre la comisión mercantil y la relación de trabajo:
Debe tenerse en cuenta que los contratos de comisión mercantil tienen caracteres especiales,
inconfundibles, y que el art. 273 del Código de comercio, al referirse a ellos, los define como
mandatos aplicados a actos concretos de comercio, definición de la cual se pueden desprender
tres características que a la vez que individualizan, distinguen el contrato de comisión mercantil:
1°) Que el cumplimiento del contrato se manifiesta mediante un acto o una serie de actos, que
solamente de manera accidental crean dependencia entre el comitente y el comisionista, lo que
quiere decir que los contratos de comisión se celebran para llevar al cabo una operación precisa
y determinada, realizada la cual, concluye el convenio; 2°) Que la duración está limitada al
tiempo que es necesario emplear para la ejecución de los actos, y 3°) Que los actos verificados
por el comisionista deben ser precisamente actos de comercio.
Finalmente, la última jurisprudencia firme (Apéndice al Semanario Judicial de la Federación,
quinta parte, México, 1965, pág. 192), sostiene:
La comisión mercantil tiene una marcada diferencia con el contrato de trabajo, pues en tanto
que aquella se manifiesta por un acto o una serie de actos, que sólo accidentalmente crean
dependencia entre comisionistas y comitente, que duran sólo el tiempo necesario para la
ejecución de esos actos, en el contrato de trabajo esa dependencia es permanente, su duración
es indefinida o por tiempo determinado, pero independiente del necesario para realizar el acto
materia del contrato, siendo la característica esencial de este último contrato la dependencia
económica que existe entre la empresa y el trabajador. De modo que si el comisionista sólo
puede ocuparse de los asuntos del comitente, sin poder prácticamente ocuparse de otros, se
encuentra en una sujeción y dependencia que dan a su contrato las características de un
contrato de trabajo.
2. El pensamiento originario y más íntimo de la Comisión: ya explicamos que el presidente López
Mateos designó una Comisión que estuvo integrada por las mismas personas que formaron más
tarde la nombrada por el presidente Díaz Ordaz; aquella primera Comisión elaboró un proyecto
y redactó su exposición de motivos, de donde salieron las reformas constitucionales de 1962
sobre trabajo de las mujeres y de los menores, salarios mínimos, participación obrera en las
utilidades y estabilidad en el trabajo. Pues bien, en la Exposición de motivos de aquel proyecto,
que se encuentra en la Secretaría de la Presidencia y en la Secretaría del Trabajo, y del que
poseemos un ejemplar, la Comisión expresó su pensamiento originario y más íntimo:
Desde hace aproximadamente treinta años, los conceptos de comisión mercantil y agente de
comercio, han sufrido una transformación fundamental, consistente en el proceso que
generalmente se conoce con el nombre de proletarización del trabajo. En el siglo pasado y en
los primeros años de éste, los comisionistas se asimilaban a las llamadas profesiones liberales,
pero en el curso de los últimos años nació una situación nueva: algunas personas se dedican, de
manera principal o exclusiva, sujetas a instrucciones precisas, a la venta de productos o efectos
de comercio por cuenta de alguna empresa. En estas condiciones, la equiparación de estas
personas con los profesionistas liberales ya no podía hacerse, pues la relación jurídica se había
transformado, constituyendo una relación de trabajo. No debe olvidarse que el derecho del
trabajo tiene como misión proteger el trabajo humano; de ahí su fuerza expansiva, que rompió
límites originarios, extendiéndose de la industria al comercio y a los empleados; su evolución no
está concluida, pero en el momento en que se presenten nuevas relaciones jurídicas, idénticas
o análogas a las protegidas por la Ley, se hace indispensable extender la legislación.
3. Las discusiones en el seno de la Comisión y ante el poder legislativo: pensamos que el derecho
del trabajo miró con simpatía el capítulo sobre los agentes de comercio, cuyo primer artículo
decía en la versión original:
Los agentes de comercio, de seguros, los vendedores, viajantes, propagandistas o impulsores de
ventas y otros semejantes, serán considera dos trabajadores de la empresa o empresas a las que
presten sus servicios, salvo que no ejecuten personalmente el trabajo o que únicamente
intervengan en operaciones aisladas o que tengan establecida una empresa para ,prestar
servicios al público.
Ninguna observación de los representantes del trabajo; en cambio, los abogados de las
empresas, en su memorándum inicial, y los empresarios en el de la CONCAMIN ante el poder
legislativo, lanzaron todo el peso del derecho mercantil y aun de los tratadistas mexicanos, en
defensa de una causa injusta. Nuevamente tuvo que enfrentarse el derecho del trabajo al
mercantil, pero en tanto éste usó todas las argucias sofisticadas de quien defiende la explotación
cruel de lm, humanos, al derecho del trabajo le bastó acudir a la vida y mostrar la efigie de la
justicia. Las observaciones fueron de dos especies: generales, para las distintas actividades y
especiales para los agentes de seguros.
A) Las observaciones generales: en el memorándum inicial, los representantes de los
empresarios afirmaron que el texto era vagó, porque no precisaba los requisitos para que los
agentes de comercio pudieran ser considerados trabajadores y cuándo se regirían sus relaciones
por el Código de comercio:
Para este efecto es necesario que el texto legal establezca que son trabajadores cuando están
sujetos a la dirección o dependencia económica y cuando cumplan los términos del art. 20, o
sea, que presten un servicio personal subordinado, lo que implica por una parte la dirección y la
dependencia económica y por otro lado que sus fuerzas de trabajo quedan subordinadas a los
fines de una empresa.
Después de los renglones transcritos, dijeron que dos profesores de derecho mercantil sostenían
que los agentes de comercio eran comisionistas regidos por el derecho mercantil, por lo que no
había razón para declararlos trabajadores.
La respuesta de la Comisión, cuyos aspectos principales se exhibieron ante el poder legislativo
en el memorándum-respuesta al de la CONCAMIN, se resume en un ramillete de argumentos:
a) Los profesores de derecho mercantil estudiaron el problema a la luz de los códigos del siglo
pasado, derivados de un derecho tradicional, que no previeron ni podían prever la
transformación colosal, que ya apuntamos, de las formas de actuación de las empresas; si se
hubieran asomado a la vida se habrían dado cuenta de que la figura del comisionista del siglo
pasado, con una agencia de negocios abierta al público, semejante al bufete de un abogado o al
consultorio de un médico, corresponde a una situación esencialmente distinta a la de los
hombres que ponen su energía de trabajo al servicio de una necesidad vital de una empresa.
Nadie duda de la subsistencia del comisionista independiente, sentado en un confortable,
discutiendo los negocios por teléfono, con varios pasantes y alguna secretaria bilingüe, pero el
derecho del trabajo no se ocupa de ellos, ni de sus agencias, sino de los que forman parte del
engranaje de la empresa, de ese personal del que puede decirse que desempeña funciones
análogas a las del empleado de mostrador; b) Los representantes de los empresarios y los
profesores de derecho mercantil se sumergieron en el pasado para postular que la vida social
tiene que permanecer indefinidamente estática, porque es así como se favorecen los intereses
de los mercaderes, que no los de los hombres, una estructura intransformable, cuyas normas
jurídicas deben ser intocables. Olvidaron los críticos del proyecto que éste era una ordenación
para el futuro, para resolver una cuestión social, un orden nuevo que pusiera fin a una
explotación sin freno, que regulara las relaciones de los hombres, no en función de los intereses
de ganancia de unos pocos, sino respetando el derecho fundamental del hombre a que su
trabajo no sea considerado como una cosa o artículo de comercio, o en una fórmula breve: la
ley futura puede regular las relaciones entre los hombres en concordancia con los imperativos
de la justicia, sin que valga el argumento de que un código obsoleto las reglamentó en forma
distinta doscientos o más años antes; e) En apoyo de esa argumentación se hizo notar que según
el párrafo introductorio del Artículo 123, corresponde al Congreso .de la Unión, en ejercicio de
la función legislativa de la que es depositario, determinar cuáles de las relaciones jurídicas deben
reputarse laborales, sin que la existencia de un código de derecho privado sea una muralla
impasable; d) Los profesores de derecho mercantil, que conocen espléndidamente la doctrina
extranjera de su disciplina, no tuvieron la precaución de leer algún tratado sobre el derecho del
trabajo, pero si hubieran descendido de su soberbia, se habrían dado cuenta de que el
movimiento en favor del pensamiento que defendía la Comisión era universal y que eran muchas
las leyes que lo habían recogido; e) Se sublevó la conciencia cuando escuchó que se insistía en
la idea de la dependencia económica: en el capítulo Los caracteres de la relación de trabajo,
apartado: El concepto de subordinación, relatamos que desde el año de 1944, en el que la
Suprema Corte de Justicia de la Nación dictó la ejecutoria famosa de Ignacio Reynoso, quedó
fijada la interpretación del art. 17 de la Ley de 1931; y la doctrina precisó que la idea de la
dependencia económica implicaba un abatimiento de los valores éticos, que quedarían
subordinados a los económicos, una posición contraria al principio de la dignidad humana, cuya
aplicación nos regresaría a los siglos de la servidumbre; f) Al igual que en el caso de los
trabajadores del volante, se mostraba impaciente la idea del derecho del trabajo como un
derecho de clase: los agentes de comercio viven de su trabajo, según la fórmula del presidente
Cárdenas son parte de aquellos que mediante su esfuerzo, en una u otra forma, hacen producir
el capital de otro, capital que por sí solo de nada serviría, son hombres que hacen producir el
capital de otro, porque, lo expresamos líneas arriba, la conquista de los gustos de los hombres
y de los mercados es una condición de subsistencia de la empresa de nuestros días; g) Los
argumentos se sucedían unos a otros, y no sabemos cuántos se quedarán en el bolígrafo o en la
máquina de escribir. La doctrina de la relación de trabajo reclamó su puesto en la defensa de la
justicia laboral: todos mis elementos están reunidos, nos dijo, una prestación de trabajo, una
remuneración y una relación de subordinación, esto último porque los agentes tienen que
ofrecer la mercancía en las zonas que se les señalen y a los precios y condiciones que determine
la empresa; ciertamente no hay una vigilancia minuto a minuto, pero tampoco la hay en los
choferes de ruleteo, ni en el trabajo a domicilio, ni existe sobre los encargados de repartir
correspondencia o paquetes, ni se da sobre el capitán de un buque o sobre el piloto al mando
de un avión. Pero es un grave error la confusión entre el concepto de subordinación y la
vigilancia o dirección minuto a minuto, pues esto último es una cuestión de hecho, en tanto
aquel concepto implica la potestad jurídica de determinar cómo debe realizarse el trabajo,
dentro de los límites, claro está, contenidos en las normas laborales.
Hubo que considerar algunas otras cuestiones: la prestación del trabajo debe ser personal, por
lo que, si el llamado agente recibe mercancía que distribuye entre varios trabajadores, podrá
ser una empresa si dispone de elementos propios suficientes para cumplir las obligaciones que
deriven de las relaciones con sus trabajadores, de conformidad con la fórmula del art. 13, o un
intermediario en caso de que no sea así. En segundo lugar, y como una deferencia a la Suprema
Corte de Justicia por su esfuerzo para expandir el derecho del trabajo, se aceptó su fórmula: la
actividad del agente al servicio de la empresa debe ser pe1·manente, por lo tanto, la relación no
ha de ser para una o varias relaciones aisladas. En tercer término, la Comisión suprimió la
excepción que figurar la en el proyecto: que el trabajador tuviera una empresa establecida para
prestar servicios al público, pues recibió informes en el sentido de que los patronos estaban
exigiendo de sus agentes que instalaran una oficina y la presentaran como una agencia de
servicios al público.
Derivado de las reflexiones contenidas en los dos párrafos anteriores, el art. 285 quedó
definitivamente redactado:
Los agentes de comercio, de seguros, los vendedores, viajantes, propagandistas o impulsores de
ventas y otros semejantes, son trabajadores de la empresa o empresas a las que presten sus
servicios, cuando su actividad sea permanente, salvo que no ejecuten personalmente el trabajo
o que únicamente intervengan en operaciones aisladas.
B) Las observaciones de las instituciones de seguros: la escaramuza final y más fuerte se libró
con el representante especial de las empresas aseguradoras. Fue una larga exposición en la que
se repitieron las doctrinas de los profesores de derecho mercantil, se citaron insistentemente el
Código de comercio, la Ley general de instituciones de seguros y la Ley del contrato de seguro,
y se concluyó pidiendo que se suprimiera del art. 285 la mención de los agentes de seguros,
porque se trataba de comisionistas regidos por el derecho mercantil y por
las leyes de seguros. Quizá pensó el expositor que los miembros de la Comisión habían
descuidado la consulta de las leyes que citó, pero la verdad estaba en el lado opuesto. Esas leyes
fueron consultadas y estudiadas atentamente, más aún, confesamos que recibimos la grata
sorpresa de que en el debate eran nuestro mejor punto de apoyo.
La contestación, que se resumió posteriormente en el memorándum respuesta al de la
CONCAMIN puede resumirse: a) Los agentes de seguros y este argumento es extensivo a todos
los agentes de comercio no pueden ser comisionistas, porque el art. 273 del Código de comercio
dice que "la comisión es el mandato aplicado a actos de comercio" y porque el art. 2546 del
Código civil define al mandato diciendo que es el contrato en el que "una persona se obliga a
ejecutar los actos jurídicos que le encarga su mandante". Ahora bien, los agentes de seguros -y
esta es la misma condición en que se encuentran la inmensa mayoría de los agentes de
comercio- según el artículo primero del Reglamento de los agentes de las instituciones de
seguros, son "las personas físicas que gestionan seguros a nombre de una institución
autorizada". Gestionar es distinto a ejecutar actos jurídicos: el agente gestiona seguros, pero
quien formaliza las operaciones y realiza los consecuentes actos jurídicos, es la institución de
seguros, esto es, el agente gestiona con los particulares que adquieran un seguro y propone la
operación a la institución aseguradora, la cual resuelve, de conformidad con sus reglamentos, si
acepta la proposición; b) Pero aún hay más, pues el art. 54 de la Ley de instituciones de seguros
habla de "los contratos de prestación de servicios que las instituciones de seguros celebren con
sus agentes ... " y la prestación de servicios, que es poner a disposición de una persona la energía
de trabajo, es una figura distinta e inconfundible con la comisión mercantil;
c) Entró en ese momento en apoyo de la Comisión, el art. 18 de la Ley de 1931 que creó la
presunción de la existencia de la relación de trabajo entre el que presta un servicio personal y
el que lo recibe, lo que puso a las instituciones de seguros contra la pared, porque debían
demostrar que esa prestación de servicios no satisfacía los requisitos de la relación de trabajo;
di) Llegó el instante supremo del debate, pues ante el argumento de que los agentes de seguros
obraban libremente, se leyó el art. 57 de la misma Ley de instituciones de seguros, en el que se
mencionan "las instrucciones de carácter general que las instituciones den a sus agentes ... ", lo
que es una expresión clara de la existencia de un trabajo subordinado; d) Todavía_ esgrimieron
las instituciones de seguros un último argumento: la designación de los
agentes y las instrucciones que se les dan exigen la intervención de la Comisión nacional de
Seguros; pero se contestó diciendo que la intervención de esa comisión no podía transformar el
hecho real de la existencia de un trabajo subordinado, ni podía excluir la aplicación del Artículo
123, que es la Ley Suprema de la República.
La Constitución nuestra y h idea de la justicia social que está en la base de la Declaración de
derechos sociales, no admiten la existencia de instituciones privilegiadas; ni siquiera el estado
lo es, porque las relaciones con sus trabajadores están regidas por el Artículo 123. Y sin embargo,
las normas laborales no se cumplen: ¿será verdad como explican los historiadores, que no
hemos podido desterrar los vicios del pasado, queremos decir, que la autoridad a la que
corresponde cuidar de la aplicación de la Ley, conserva viva la fórmula de los virreyes cuando
recibían las ordenanzas del soberano, entonces el rey, ahora teóricamente el pueblo:
obedézcase, pero no se cumpla?
En el libro XI, capítulo VI, del Espíritu de las leyes, el barón de la Brede et de Montesquieu
escribió que "la libertad de un ciudadano consiste en la tranquilidad de espíritu que proviene de
la confianza que tiene cada uno de su seguridad". Al comentar esta sentencia, que es tanto como
decir que corresponde al poder judicial asegurar a los hombres en el goce de los derechos que
les otorgan las leyes, en una conferencia dictada en nuestra Facultad de Derecho en el año de
su IV Centenario, el poeta del derecho procesal Piero Calamandrei gravó la frase que hemos
repetido muchas veces: la obra de arte más perfecta de los hombres es un tribunal, dónde el
juez sea sabio y justo, y el litigante honesto.
Si reunimos el contenido de las dos máximas, encontraremos que la libertad de los hombres
dentro del marco del orden jurídico, se funda en la tranquilidad del espíritu que deriva de la
confianza en la honestidad y en la sabiduría del juez. Pero cuando esa confianza falta, cuando
los hombres temen la violación de sus derechos mediante las maquinaciones milenarias que se
usan para hacer decir a las leyes lo que no dicen o para ocultar o negar lo que dicen, cuando
prefieren conformarse con las migajas que les ofrece el poderoso por renunciar o abandonar su
derecho, o cuando no reclaman el daño que les causa el delincuente por temor a las policías y a
los tribunales, entonces, no pueden los hombres adquirir la tranquilidad de su espíritu. Por ello,
la misión primera de un tribunal, para convertirse en la obra de arte con la que soñó el poeta,
es lograr que los hombres depositen en él su confianza.
México está esperando, para usar otra frase de Calamandrei, que el pueblo pueda hacer el elogio
de sus jueces.
l. LA ESTABILIDAD EN EL TRABAJO
Releyendo a aquél gran sociólogo del derecho que fue Alfred Fouillée, llegamos un día a la
conclusión de que la estabilidad en el trabajo encierra las ideas-fuerza del derecho del trabajo y
del de la seguridad social, del primero, porque si falta, todas sus normas e instituciones se
derrumban de un día a otro según la voluntad caprichosa de quien está facultado para despedir
libremente al trabajador, y del segundo, porque el futuro no podrá alcanzarse si se carece del
presente: la estabilidad en el trabajo, parece decir el maestro francés, es la casa del presente
con una ventana abierta al porvenir, al otro lado de la cual nos espera la seguridad social. Esta
unión entre el derecho del trabajo y la seguridad social es un principio reconocido en nuestro
derecho:, en la iniciativa presidencial de reforma constitucional de 1961 para reafirmar la
reinstalación obligatoria del trabajador despedido sin causa justificada, que transcribimos en la
página 256, se concretó la unión en palabras tan bellas como precisas.
Burlar la estabilidad en el trabajo, negar el valor y la fuerza vinculante de las normas legales que
la aseguran, o interpretarlas, no con el propósito de reforzar la permanencia del trabajador en
la empresa, sino, por lo contrario, en forma que facilite la quiebra de la estabilidad, constituye
un delito intelectual contra el espíritu y las finalidades de la Declaración de derechos sociales.
1. La rescisión de las relaciones de trabajo por causa imputable al trabajador: nos encontramos
ante una medida extrema que la Ley aceptó únicamente por faltas graves cometidas por el
trabajador, quiere decir, por faltas que hagan difícil, para no decir imposible, la continuidad de
la relación o pongan en peligro la vida de las personas o la seguridad del centro de trabajo. La
Ley consignó en el art. 47 las causas que permiten al patrono rescindir la relación, las cuales, por
constituir excepciones extremas, deben interpretarse en forma restringida.
Así, a ejemplo, en la ejecutoria de 20 de septiembre (A. D. 2866/73/pág. 38 del informe) la Sala
hizo una aplicación correcta del art. 261, que prohíbe a los auto transportistas" el uso de bebidas
alcohólicas en las doce horas anteriores a la iniciación del servicio", pues la violación de la norma
pone en peligro al vehículo, a la carga y a los pasajeros. En cambio, en el problema de las faltas
de asistencia al trabajo con causa justificada, la Sala del Trabajo no analizó suficientemente las
cuestiones que se le plantearon, lo que la condujo a una interpretación equivocada de la Ley,
cuya consecuencia es una agravación indebida de la condición del trabajador; en la ejecutoria
de 18 de junio (A. D. 381/73, pág. 31 del Informe) dijo la Sala:
El documento en el que se haga constar que el trabajador fue citado por una autoridad los días
en que faltó al trabajo, no es suficiente para justificar la inasistencia a sus labores, pues sólo se
demuestra ese hecho,, pero no que compareció ante tal autoridad ni que, por haberlo hecho, se
hubiera visto imposibilitado para asistir a su trabajo.
La Sala cambia las palabras, pues el art. 11 de la Ley habla de funciones de dirección y
administración, pero no emplea el de funciones de representación, y no podía emplearlo,
porque si lo hubiese usado habría incurrido, como sucede en la ejecutoria de la Sala, en una
petición de principio, ya que habría definido un término con el mismo término por definir. Por
otra parte, y esto es de la misma o mayor gravedad, la Sala restringe indebidamente el concepto
al suprimir de él a las personas que ejercen funciones de administración. Ignoramos si la Sala
tuvo el propósito de efectuar la supresión o si fue más bien un descuido, pero si es esto último,
tendríamos que lamentar que el más alto tribunal de justicia no vigilara la redacción de sus
ejecutorias, porque un descuido de esa naturaleza puede producir la pérdida del trabajo de un
ser humano.
Una observación más: la ejecutoria es ambigua porque no expresa la amplitud del concepto,
dentro del que queda incluido, a ejemplo, el jefe de una cuadrilla de trabajadores
3. Obligación del patrono de dar al trabajador aviso escrito de la rescisión y de la causa o causas
que la justifican: llegamos ahora a una de las sentencias de la Cuarta Sala en la que se marca
claramente la tendencia a detener la marcha del derecho del trabajo, a nulificar uno de los
preceptos innovadores de la Ley nueva y a declarar que una norma aprobada por el poder
legislativo no tendrá aplicación, con lo cual se retorna al pasado y se conserva la posición
privilegiada del patrono en los casos de acciones entabladas ante las Juntas de Conciliación y
Arbitraje por despidos injustificados. El párrafo final del art. 47, que no existía en la Ley de 1931,
dice:
El patrono deberá dar al trabajador aviso escrito de la fecha y causa o causas de la rescisión.
Como se aprecia del último párrafo del art. 47 de la Ley Federal del Trabajo, resulta que es
obligación del patrono el hacer saber por escrito al trabajador la fecha y las causas por las cuales
se rescinde el contrato de trabajo, pues dicho párrafo del precepto invocado, textualmente dice:
"El patrono deberá dar al trabajador aviso escrito de la fecha y causa o causas de la rescisión."
Como en el caso a estudio, de todo lo actuado en el expediente laboral de donde deriva el acto
reclamado, no aparece demostrado en forma alguna que el demandado hubiese dado el aviso
por escrito a que se refiere el precepto legal invocado, es claro entonces que el incumplimiento
de esa disposición trae como consecuencia que las excepciones hechas valer en la contestación
de la demanda basadas precisamente en el fundamento de que se rescindió el contrato de
trabajo por causas imputables al trabajador, y sin responsabilidad para el patrono resultan
inoperantes legalmente por falta de ese aviso escrito, pues de lo contrario, el demandado se
escudaría en el incumplimiento de un precepto imperativo, para originarle al trabajador
desventajas en el juicio laboral de acuerdo con el principio que rige en los juicios de esa
naturaleza.
La segunda interpretación fue sustentada por el Tribunal Colegiado del Primer Circuito en
Materia de Trabajo (A. D. 536/71, pág. 7 de su informe ):
Si bien es verdad que de acuerdo con el art. 47 de la Ley Federal del Trabajo vigente, el acto del
despido debe comunicarse por escrito al trabajador, haciendo de su conocimiento la fecha de la
decisión del patrono y la causa o causas que lo originan, cuando esto no se cumple y el despido
se hace verbalmente, el incumplimiento de esta norma no le acarrea ninguna consecuencia al
patrono, en cuanto a la validez o licitud de la rescisión del contrato individual del trabajo, ni
menos aún le impide exponer los hechos y oponer las excepciones pertinentes cuando es
llamado a juicio, ya que no teniendo señalada ninguna sanción específica lo que preceptúa el
mencionado dispositivo. En última instancia la omisión del patrono sólo podrá acarrear la
imposición de una multa con base en el art. 866 de la propia Ley, que determina que las
violaciones a las normas de trabajo no previstas en el Título decimosexto, que se refiere a las
responsabilidades y sanciones, o en alguna otra disposición de esta Ley, se sancionarán con
multa de cien a diez mil pesos, tomando en consideración la gravedad de la causa y la
circunstancia del caso.
Finalmente, la Cuarta Sala sostiene (A. D. 1748/73, pág. 33 del Informe) que la omisión del aviso
no produce ningún efecto:
La falta de cumplimiento que al patrono impone el art. 47 de la Ley Federal del Trabajo, de dar
a conocer en el aviso de rescisión de contrato de trabaja la causa o causas de tal rescisión, no
produce la consecuencia de que la Junta deba estimar injustificado el despido del trabajador. En
primer lugar, porque la Ley de la materia no castiga con esa sanción al patrono incumplido
atento a lo dispuesto por el art. 48 ele dicha Ley (quizá la Sala quiso referirse al art. 47, porque
el 48 nada tiene que ver con el problema); en segundo lugar, porque en materia laboral subsiste
el principio general de derecho de que el actor en el juicio está obligado a exponer y probar los
hechos fundamento de su acción, y el demandado a hacer lo mismo con sus excepciones y
defensas atento a lo establecido en los arts. 752 y 753, frac. V de la Ley invocada; o sea, que de
conformidad con tales preceptos, en el juicio laboral la parte demandada está obligada a oponer
sus excepciones y defensas precisamente en la audiencia de demanda y excepciones, en el caso
de que no hubiera llegado a un arreglo conciliatorio atento a lo previsto por la frac. III del
precitado art. 753; y, en tercer lugar, porque la justificación o injustificación del despido no
dependen del aviso o falta del mismo, sino de que los hechos que lo originaron sean o no
constitutivos de alguna o algunas de las causales señaladas por el mencionado art. 47, a virtud
de las cuales puede el patrono rescindir el contrato o relación de trabajo, sin responsabilidad.
Sería difícil encontrar en la historia de la Cuarta Sala otra ejecutoria en la que, como en la que
hemos transcrito y en una más que encontraremos en torno a las prestaciones que integran el
salario, se haya realizado un malabarismo jurídico tan cruel para destruir algunos de los
principios fundamentales del derecho del trabajo, para pasar sobre disposiciones expresas de la
Ley nueva y para negarse a aplicar un precepto cuya finalidad consiste en hacer posible la
defensa del derecho a la estabilidad en contra de la arbitrariedad de los empresarios.
La doctrina expuesta en el capítulo respectivo de este libro, coincide con la jurisprudencia del
Tribunal Colegiado del Séptimo Circuito, pero a efecto de poder efectuar un análisis global de la
cuestión propuesta por el párrafo último del art. 47, presentamos algunas observaciones en
relación con el texto de las ejecutorias de la Cuarta Sala y del Tribunal Colegiado del Primer
Circuito: a) Afirma la Sala que de conformidad con los arts. 752 y 753, frac. V de la Ley, el actor
está obligado a probar los hechos fundamento de su acción y el demandado los de sus
excepciones. Los preceptos citados no dicen lo que la Sala les imputa; en cambio, los arts., 762
y 763 -nos referiremos nuevamente a ellos al exponer la teoría de la prueba de la Ley nueva
previenen que "son admisibles todos los medios de prueba y que las partes están obligadas a
aportar todos los elementos probatorios de que dispongan, que puedan contribuir a la
comprobación de los hechos o al esclarecimiento de la verdad". Pero en ésta, y en alguna
ejecutoria que encontraremos más adelante, la Sala inventa párrafos que no están en las normas
legales; b) Nadie ha pretendido, ni podría pretenderse, que la justificación o injustificación del
despido, dependan del aviso del patrono, pues lo único que se sostiene, así el Tribunal Colegiado
del Séptimo Circuito, es que su falta incapacita procesalmente al patrono para oponer
excepciones justificativas, esto es, el aviso es un requisito para conservar el derecho a oponer
excepciones; c) El tercer argumento será analizado en los renglones posteriores; d) La solución
del Tribunal Colegiado del Primer Circuito es una perogrullada, porque el problema del art. 47
no radica en la posibilidad de una multa a quien lo incumple, sino en si debe aplicarse para
facilitar la defensa de los derechos de los trabajadores; el Tribunal se olvidó del art. 876 de la
Ley, según el cual, "las violaciones a las normas de trabajo se sancionarán de conformidad con
las disposiciones contenidas en este título XVI, independientemente de la responsabilidad por
el incumplimiento de las obligaciones".
A fin de poner de relieve el abismo que se ha creado entre la ejecutoria de la Cuarta Sala y la
justicia social, es necesario descubrir la condición privilegiada, consecuencia de circunstancias
históricas, que guardan los patronos en las controversias sobre disolución de las relaciones de
trabajo: la fracción XXI del apartado "A" del Artículo 123, que dice que "el patrono que despida
a un trabajador sin causa justificada estará obligado, a elección del trabajador, a cumplir el
contrato o a indemnizarlo con el importe de tres meses de salario", fue en su momento el
derecho más avanzado, porque ninguna otra legislación otorgaba al trabajo el derecho de
reclamar contra el despido, pues los contratos de arrendamiento de servicios sancionaban la
disolución de la relación por decisión unilateral de cualquiera de las partes. Con base en la frase
el patrono que despida a un trabajador estará obligado . . . el legislador organizó el sistema que
prevalece todavía en nuestro derecho, y según el cual, cuando el patrono cree que existe una
causa justificada de disolución de la relación de trabajo, despide al trabajador y espera que éste,
si no está conforme, acuda a la Junta de Conciliación y Arbitraje a demandar su reinstalación o
el pago de una indemnización. La sistematización del legislador produjo un cambio fundamental
respecto del derecho civil, para el solo caso de las relaciones de trabajo, pues en tanto en éstas,
una de las partes disuelve en forma autoritaria la relación, si bien sujeta, ante el reclamo del
trabajador, a la posible declaración de ilicitud de acto y al consecuente mandamiento para que
se le reinstale en su trabajo, en el contrato de arrendamiento debe solicitarse la rescisión ante
el juez. De ahí que hayamos señalado en las ocasiones en que hemos analizado el tema, que en
el derecho del trabajo la acción de rescisión se convierte en excepción.
Este cambio de acciones en excepciones y de excepciones en acciones, que produce una quiebra,
aunque. provisional y relativa, del principio de que nadie puede hacerse justicia por sí mismo,
implica un privilegio procesal que contradice el principio de igualdad: a) Ante todo, porque
arroja sobre el trabajador la iniciativa procesal, lo que si en los casos de trabajadores miembros
de sindicatos o de altos salarios puede no ser particularmente grave, sí lo es en el número
inmenso de los trabajadores de salario mínimo o en donde no hay sindicatos fuertes; b) En
segundo lugar, el legislador de 1931 fijó un plazo de un mes para el ejercicio de la acción,
aumentado a dos en la Ley nueva, pero, de todas maneras, el término de prescripción más corto
que registra el derecho universal; una circunstancia que es asimismo de suma gravedad, porque
a clase trabajadora desamparada ni conoce la Ley ni sabe lo que es prescripción, y porque
difícilmente encontrará en las poblaciones pequeñas persona que lo patrocine; c) Y en tercer
lugar, porque, de conformidad con la Ley de 1931, actuaba a ciegas, pues no conocía la razón
del despido, lo que a su vez originaba que no pudiera preparar su demanda; d) Finalmente, la
lectura de la Ley, si se efectúa dentro del espíritu del Artículo 123, según esperamos se deduzca
de los párrafos subsecuentes, muestra el esfuerzo por atemperar la injusticia histórica que
arrastra nuestro derecho del trabajo.
El párrafo final del art. 47 es la primera de las medidas incluidas en la Ley nueva para la defensa
de la estabilidad en el trabajo: a) Si meditamos con sentido humano sobre este mandamiento,
nos daremos cuenta de que se propone imponer el respeto a la dignidad humana, pues el
hombre no es una cosa ni un simple semoviente al que pueda arrojarse del lugar en que se
encuentra sin indicarle la causa; b) El derecho del trabajo es derecho imperativo, jus cogens
decían los romanos. Esta afirmación se funda, entre otras varias normas que podrían citarse, en
el artículo quinto de la Ley, que dice que sus disposiciones son de orden público; por
consiguiente, cuando la Ley laboral impone un deber tiene que cumplirse, de lo que
desprendemos que toda maniobra para autorizar su incumplimiento, y la interpretación judicial
que lo autoriza cae dentro de ese rubro, constituye una violación a una norma legal y contraría
la esencia del derecho del trabajo; c) La declaración de la Sala de que, puesto que el precepto
no consigna una sanción específica, el patrono no está obligado a cumplirlo, implica la invención
de un principio que no existe en nuestro derecho y que no hemos encontrado en ninguna
legislación; una invención consecuencia de que la Sala no distingue la sanción por la comisión
de un delito y la responsabilidad por el incumplimiento de los deberes que contraemos o que
nos impone la ley en favor de otra persona: en la hipótesis del derecho penal sí existe el principio
ni crimen ni pena sin ley, pero este adagio se refiere a la defensa de la libertad humana contra
la arbitrariedad del poder público; en contraste con esta situación y en todas las ramas del
derecho y en todos los tiempos, existe el principio de que quien incumple un debe, jurídico
incurre en responsabilidad, por lo que está obligado a reparar el daño que causa, un principio
que el Código civil enuncia en su art. 1910 diciendo que "el que obrando ilícitamente cause daño
a otro, está obligado a repararlo", en la inteligencia de que el acto ilícito es el contrario a la ley.
Este principio adquiere un valor máximo en el derecho del trabajo, porque el daño no se causa
únicamente al trabajador, sino a la sociedad, que ve incumplida una norma que pertenece a su
orden jurídico y que deriva directamente de su constitución. Por lo tanto, la diferencia entre los
dos sistemas es clara: en un caso se trata del derecho del hombre a la libertad frente al estado,
y en el otro se contemplan las relaciones entre particulares y el deber de cada quien de no dañar
a los demás. De consumarse la supresión de este principio, tal como lo intenta la Sala,
tendríamos que regresar al estado hobbesiano de naturaleza, en el que cada quien se hace
justicia por su propia mano; d) En el caso a estudio, el acto ilícito consiste, de un lado, en arrojar
a un hombre de un puesto al que tiene derecho en tanto no se decrete judicialmente su pérdida,
según lo dispone el artículo cuarto de la Ley, sin respetar los requisitos o formalidades legales,
y del otro, en no dar a conocer la causa o causas del despido y hacer de esa manera difícil y aun
imposible la preparación de la defensa de su derecho. Además, si el daño no se repara, y como
lo expresa magníficamente el Tribunal Colegiado del Séptimo Circuito en una frase que debiera
gravarse la Sala, el incumplimiento de un deber impuesto expresamente por una norma de
orden p1íblico beneficiaría a quien lo realiza y perjudicaría a aquél en cuyo beneficio se impuso;
e) Al indagar la naturaleza jurídica de la norma se observa efectivamente que impone un
requisito para que el despido pueda efectuarse, una exigencia de la Ley que se da en una gran
diversidad de actos. Partiendo de esta idea, podemos definir al despido para el futuro como la
manifestación de voluntad del patrono de que da por rescindida la relación de trabajo y hace
saber la causa o causas que la justifican, de cuya definición deducimos que el simple arrojar a
un trabajador a la calle no es un acto reconocido por la ley como despido, o en todo caso que
carece de eficacia, por ser contrario a una disposición de orden público; f) En una consideración
general diremos que la Sala olvidó la existencia del art. 18 de la Ley, que dice que "en la
interpretación de las normas de trabajo se tomarán en consideración sus finalidades señaladas
en los artículos segundo y tercero", el primero de los cuales expresa que "las normas de trabajo
tienden a conseguir el equilibrio y la justicia social en las relaciones entre trabajadores y
patronos", y el segundo que "el trabajo exige respeto para la dignidad de quien lo presta". Ahora
bien, no coincide con estas prevenciones la decisión que niega aplicación a un precepto que
procura el respeto a la dignidad humana y un equilibrio procesal entre el trabajo y el capital,
fijando los derechos y los deberes de éste. Y no citamos el párrafo último del art. 18: en caso de
duda prevalecerá la interpretación más favorable al trabajador, porque la cita es innecesaria, ya
que en el prob1ema presente no existe duda alguna.
La Cuarta Sala parece sentirse a gusto dentro de las incongruencias, pues en la ejecutoria de 8
de marzo (A. D. 5877/72, pág. 51 del Informe) sentenció:
No procede la excepción de prescripción opuesta por la empresa demandada, si no demuestra
la fecha en que hizo del conocimiento del trabajador la rescisión de su contrato, pues no existe
base para computar el término relativo.
Una sola pregunta doble: ¿cómo es posible que no proceda la excepción de prescripción por
falta del aviso de despido, si el patrono no está obligado a dar ese aviso? Esto es, ¿la ejecutoria
de la Sala no implica que el simple echar a la calle no es un despido válido?, lo que a su vez es
índice de la obligatoriedad del aviso.
Finalmente, en el libro Derecho del trabajo del profesor Néstor de Buen, obra que saludamos
con la mayor alegría, por su valor jurídico y porque es indispensable que los jóvenes, y aun los
viejos, dejen por escrito la expresión de su pensamiento acerca de un derecho vivo que requiere
de los hombres de buena voluntad, pues en la confrontación de las ideas se descubrirá
finalmente la verdad, se afirma la misma tesis que venirnos defendiendo (Editorial Porrúa S: A.
México, 1974, pág. 544):
Acto formal: la nueva Ley, en el párrafo filial del art. 47 señala que ... Ha sido objeto de múltiples
controversias y, particularmente, respecto de cuáles pueden ser las consecuencias de su
omisión, ya que la ley no las precisa: por una parte se ha mantenido que sólo podrá traer consigo
consecuencias económicas, esto es, la imposición de una multa. Hay quienes afirman que
ninguna consecuencia produce, debiéndose destacar por último el sabio consejo patronal de
Breña Garduño y Cavazos Flores quienes, advirtiendo que no existe sanción por la violación de
esa norma, mencionan que "la prudencia aconseja cumplir con esta modalidad para evitarse
dificultades posteriores durante el juicio respectivo" (Nueva Ley federal del trabajo comentada
y concordada, t. I, pág. 157) Mario de la Cueva da, en nuestro concepto, el alcance debido al
precepto al mencionar que si el patrono no da el aviso escrito, "no podrá alegar en su defensa
ninguna causa justificada de rescisión, lo que dará por resultado que una vez comprobado el
hecho del despido, debe decretarse la reinstalación o el pago de la indemnización procedente,
a elección del trabajador" (pág. 250). En rigor, y abordando el problema desde el punto de vista
de la técnica jurídica, el omitir la forma determina la nulidad del acto y, por lo tanto, excluye la
posibilidad de que el despido sea justificado. Por otra parte, se produce un efecto secundario de
preclusión en los casos en que sólo se mencionan algunas de las causas del despido; si existen
otras, no podrían invocarse posteriormente en juicio.
La Ley consignó otras dos medidas, de naturaleza procesal, de las que nos ocuparemos con cierto
detalle en el torno segundo de esta obra, para facilitar el ejercicio de las acciones de los
trabajadores, dos normas que contribuyen a afirmar el principio de la estabilidad en el trabajo:
la primera, expuesta en el art. 686, exime a los trabajadores del deber de mencionar en sus
demandas, con absoluta precisión, el nombre o la denominación o razón social del patrono, pues
es suficiente la nota de la ubicación de la empresa, establecimiento, oficina o lugar donde se
prestó el trabajo y la actividad a la que se dedica el patrono; y la segunda aparece en el art. 687:
cuando haya desaparecido el patrono, la notificación de la demanda podrá hacerse en el
domicilio que hubiese señalado en el escrito en que consten las condiciones de trabajo, y
faltando esa designación, en el último local o lugar de trabajo. Estas disposiciones rompieron
una vez más las formalidades, casi siempre imposibles de cumplir por los trabajadores, del
derecho procesal civil, con lo cual se adecuó el problema de las notificaciones a la realidad que
se vive en los centros de trabajo. Esperamos que estas modalidades, que no solamente protegen
la estabilidad en el trabajo, sino la totalidad de los derechos del trabajador, no sean
desvirtuadas.
II. EL SALARIO
En varias páginas de este libro se sostiene que el único patrimonio que pertenece al hombre en
cuanto ser vivo, es su energía de trabajo, razón por la cual lo llamarnos el patrimonio humano
del trabajador. El trabajo es el hombre mismo en acción, corno dice Marx, cuando el hombre
trabaje para él mismo, el trabajar será un hacerse el hombre a sí mismo, pero cuando trabaja
para otro, cuando, corno continúa explicando Marx, hace el trabajo de otro, entonces recibe,
por este trabajar para otro, un salario, al que, a su vez, hemos denominado el patrimonio
económico del trabajador. Esta distinción nos permite introducir una nueva clasificación en el
capítulo del derecho individual del trabajo al que la Ley nueva tituló condiciones de trabajo: unas
son las normas defensoras del patrimonio humano, jornadas ordinaria y extraordinaria, días de
descanso y vacaciones, y otras las que se ocupan del salario, que son las defensoras del
patrimonio económico. Una distinción que no sólo no impide, sino que más bien clarifica la
unidad del derecho del trabajo para alcanzar una finalidad suprema, que es la satisfacción del
derecho humano a una existencia decorosa; unidad que resulta del hecho de que el patrimonio
económico, esto es, el salario, está al servicio del hombre. Los dos grupos de normas poseen el
mismo valor, pero para el mundo capitalista, el debilitamiento de la defensa del salario es un
camino para el aumento de los beneficios del capital, e inversamente, la facilidad para reducir
las prestaciones por el trabajo recibido, abate los niveles de vida de la familia obrera.
El párrafo anterior es una justificación, con palabras distintas, del principio que la Ley,
derivándolo del Artículo 123, consignó en los artículos segundo y 17: la fuente y la finalidad más
alta del derecho del trabajo es la justicia social. En el mundo capitalista dentro del cual vivimos,
y cuya esencia consiste en la explotación del hombre por el capital, la justicia social, que se
propone atemperar la explotación, ya que no puede suprimirla, exige que las normas que
protegen los patrimonios humano y económico del trabajador, no se interpreten nunca en
forma tal, que la interpretación permita al patrono extraer la mayor cantidad posible de energía
de trabajo y pagar la menor cantidad posible de salario, sino a la inversa, el derecho del trabajo
se propone garantizar la reducción a un mínimo de la energía de trabajo exigible y la entrega de
un máximo de salario. De estas fórmulas deducimos que la primera interpretación, la que hace
del derecho del trabajo una garantía para el capital, constituye un delito contra los patrimonios
humano y económico, en tanto la que mira hacia la justicia social traduce los ideales que inspiran
a las declaraciones de derechos sociales.
Después de leer, no sin asombro, el conjunto de las ejecutorias que publicó la Cuarta Sala sobre
el salario, consideramos necesarias las reflexiones antecedentes, porque en dichas ejecutorias
se excede la Sala en su interpretación capitalista, llegando al extremo de agregar una frase al
art. 84 de la Ley nueva, que si figuraba en el art. 86 de la Ley de 1931, fue expresamente
derogada, con lo cual suprimió de una plumada una de las más bellas conquistas de la legislación
de 1970, por la que se había luchado desde el mismo año de 1931, y cuya expresión es la
siguiente: el salario es toda prestación, cualquiera sea su naturaleza, su forma y su época de
pago, que se deba entregar a un hombre por su trabajo ordinario o extraordinario.
1. El concepto unitario de salario: a fin de precisar el abismo al que se arrojó la Cuarta Sala,
transcribimos los arts. 86 de la Ley de 1931 y 82 y 84 de la Ley nueva:
Art. 86 de la Ley de 1931: para fijar el importe del salario en cada clase de trabajo, se tendrán
en cuenta la cantidad y calidad del mismo, entendiéndose que para trabajo igual, desempeñado
en puesto, jornada y condiciones de eficiencia también iguales, debe corresponder salario igual,
comprendiendo en este tanto los pagos hechos por cuota diaria, como las gratificaciones,
percepciones, habitación y cualquier otra cantidad que sea entregada a un trabajador a cambio
de su labor ordinaria.
Art. 82 de la Ley nueva: salario es la retribución que debe pagar el patrono al trabajador por su
trabajo.
Art. 84 de la Ley nueva: el salario se integra con los pagos hechos en efectivo por cuota diaria,
gratificaciones, percepciones, habitación, primas, comisiones, prestaciones en especie y
cualquiera otra cantidad o prestación que se entregue al trabajador por su trabajo.
Conviene todavía decir que el término trabajo, de conformidad con la definición del artículo
octavo de la Ley nueva, es toda actividad humana.
Los preceptos transcritos de la Ley nueva están tomados literalmente del proyecto que elaboró
la Comisión designada por el presidente López Mateos. Pues bien, en la Exposición de motivos
de aquél proyecto, se lee:
El art. 84 resuelve una cuestión que ha sido largamente controvertida: el salario es la retribución
que se paga al trabajador por su trabajo. En consecuencia, el término salario abarca la
retribución por el servicio ordinario y por el extraordinario, así como también el que se paga
cuando se prolonga la jornada ele trabajo en los casos de siniestro o peligro grave para la
empresa.
En el Cap. XXV, apartado I, El concepto de salario, referimos el debate que tuvo lugar ante la
Comisión que formuló el Proyecto de la Ley nueva, acerca de las prestaciones que integran el
salario: los representantes de los empresarios propusieron dos objeciones; una de las cuales
pretendía se distinguiera entre salario, que sería únicamente la cantidad que se paga en efectivo
y prestaciones complementarias, en tanto la otra quería que, cualquiera que fuese la solución
de la primera, se redujera el concepto de salario a "las prestaciones que se deben pagar al
trabajador por su labor ordinaria". En un documento de abril de 1969, Comentarios sintéticos
en tomo a la iniciativa de nueva ley federal del trabajo, estudio preparado conjuntamente por
la Confederación de Cámaras Nacionales de Comercio, por la Confederación de Cámaras
industriales, por la Confederación patronal de la República Mexicana y por la Asociación
Mexicana de Instituciones de Seguros (pág. 65), las organizaciones empresariales objetaron
nuevamente la modificación introducida en el concepto de salario, en los términos siguientes:
III. Aspectos inaceptables: arts. 84 y 82, relativos a la integración del salario y su concepto: el art.
84 establece que el salario se integra con todos los pagos que se hacen en efectivo por cuota
diaria, gratificaciones, percepciones, habitaciones, primas, comisiones, prestaciones en especie
y cualquiera otra cantidad que se entregue al trabajador. Se estima que dicha integración debe
de circunscribirse, únicamente, a los casos de indemnizaciones, ya que, de otra forma, para
calcular, por ejemplo, una hora extra, tendría que tomarse en consideración no solamente el
salario por día, sino además la parte proporcional de las demás prestaciones. El art. 82, por su
parte, previene que el salario es "la retribución que debe pagar el patrono al trabajador, a
cambio de su trabajo". Es decir, se transforma el concepto de que el salario se integra con todas
las prestaciones que recibe el trabajador a cambio de su labor ORDINARIA, por lo que el pago de
horas extras, según la iniciativa, formarla parte del salario.
Recordamos en este acto una frase que no usaremos en su versión original, pero que
parafraseamos diciendo que quien interprete el art. 84 en forma contraria a como lo
entendieron los representantes de los empresarios, resultará más capitalista que los capitalistas.
Pero aunque parezca imposible, esta es, sin embargo, la posición de la Cuarta Sala en la
ejecutoria de 26 de abril (A. D. 4571/72, pág. 44 del Informe):
Conforme a los arts. 82, 84 y 85 de la Ley Federal del Trabajo vigente, el salario es la retribución
que debe pagar el patrono al trabajador; a trabajo igual, desempeñado en puesto, jornada y
condiciones de eficiencia también iguales, debe corresponder salario igual; y éste se integra con
los pagos hechos en efectivo por cuota diaria, gratificaciones, percepciones, habitaciones,
primas, comisiones, prestaciones en especie y cualquiera otra cantidad o prestación que se
entregue al trabajador por su trabajo, es decir, a cambio de su labor ordinaria. Por otra parte las
horas extras que autoriza el apartado "A", frac. XI del Artículo 123 Constitucional obedecen a
circunstancias extraordinarias, fuera de lo normal, y a la labor que durante ellas se realiza se le
asigna una retribución también extraordinaria de un ciento por ciento más del fijado para las
horas normales. En consecuencia, la citada remuneración por horas extras no forma parte del
salario, en virtud de que éstas tienen su origen en circunstancias y razones distintas de las que
son la fuente del propio salario y de que el concepto y tratamiento constitucional de sus
retribuciones son también distintos.
Para llegar a esta conclusión aberrante, la Sala colocó al final del art. 84 las palabras que
subrayamos: es decir, a cambio de su labor ordinaria. El es decir de la Sala enrojecería de
vergüenza a cualquier alumno de lógica de una escuela secundaria y solamente puede
concebirse en labios de quien nunca leyó un manual elemental de lógica. Las palabras que
siguen: de su labor ordinaria, fueron suprimidas por la Ley nueva, pues figuraban en la de 1931
y constituyen una contradicción con la majestad de la justicia. Conviene recordar, entre otras
varias, una de las razones principales que tuvo a la vista la Comisión redactora del proyecto de
ley nueva: el trabajo humano, cualquiera sea la circunstancia en que se preste, es energía
humana, siempre idéntica a sí misma y debe ser remunerado, remuneración a la que la Ley
nueva da el nombre de salario; en el párrafo VIII de la Exposición de motivos, puede leerse: "El
art. 82 define al salario como la retribución que debe pagar el patrono al trabajador, por su
trabajo. Esta definición uniforma la terminología, por lo que el término salario es el único que
se usa en el proyecto para determinar la retribución al trabajo." En consecuencia, la retribución
del trabajo, de todo trabajo, es salario; si la retribución del trabajo extraordinario no es salario,
sería una nada jurídica, lo que daría por resultado, entre otros, que las normas protectoras y los
privilegios del salario no le fueran aplicables.
Pero no somos nosotros quienes estamos afirmando la falsedad de la ejecutoria, sino que es el
mismo ponente que la redactó, Lic. Euquerio Guerrero López, actual presidente de la Suprema
Corte de Justicia de la Nación, quien se encargó de proclamar, en su libro: Manual de derecho
del trabajo (Editorial Porrúa, S. A., México, 1970, pág. 137) que la tesis que propuso en la
ejecutoria es absolutamente contraria al texto de la Ley nueva:
Una cuestión muy importante es la de definir qué elementos integran el salario, ya que son
usuales, además de la cuota fija o salario de base, cierta suma de dinero o servicios o bienes
valuables en dinero, como gratificaciones periódicas en Navidad o fin de año u otras semejantes,
pago por tiempo extraordinario laborado, gastos de viaje, viáticos, casahabitación, combustible,
etc. El art. 84 de la Ley actual establece que "el salario se integra con los pagos hechos en efectivo
por cuota diaria, gratificaciones, percepciones, habitación, primas, comisiones, prestaciones en
especie y cualquier otra cantidad o prestación que se entregue al trabajador por su trabajo". La
Ley anterior se refería a las prestaciones entregadas a cambio de la labor ordinaria. La reforma
es trascendental porque ahora los pagos hechos por tiempo extraordinario deben computarse
como formando parte del salario, la cual crea muchas complicaciones y por repercusiones
sucesivas aumentará seriamente los costos por mano de obra.
Constituye salario no sólo la remuneración fija u ordinaria, sino todo lo que recibe el trabajador
en dinero o en especie y que implique retribución de servicios, sea cualquiera la forma o
denominación que se adopte, como las primas, sobresueldos, bonificaciones habituales, valor
del trabajo complementario o de las horas extras, valor de trabajo en días de descanso
obligatorio, porcentaje sobre ventas, comisiones o participación de utilidades.
2. El aguinaldo: el día 13 de abril, la Cuarta Sala dictó una ejecutoria (A. D. 5942/72, pág. 29 del
informe), cuyos alcances son difíciles de precisar, pero que, aplicada literalmente, puede
conducir al desconocimiento de algunos principios básicos del derecho del trabajo:
En la ejecutoria de 22 de noviembre (A. D. 3219/73, pág. 51 del Informe) volvió la Cuarta Sala a
inventar una limitación a un derecho de los trabajadores, que está en contra de las disposiciones
legales y que conduce a un auténtico despojo:
En los casos en los que los trabajadores sean separados de sus labores, o que se separen con
causa justificada, dentro del año siguiente a la fecha en que entró en vigor la ley, tendrán
derecho a que se les paguen doce días de salarios, conforme a lo establecido en la frac. V del
artículo quinto transitorio de la nueva Ley Federal del Trabajo; y cumplido ese año recibirán el
importe de la suma que les corresponda por los años que hubieren transcurrido a partir de la
vigencia de la Ley. Empero, para la procedencia del pago de la prima a estos trabajadores, es
indispensable que hayan cumplido quince años de servicios, cuando menos, pues dada la
naturaleza transitoria del citado artículo, es necesario coordinarlo con lo dispuesto en la frac. III
del art. 162, al señalar que: asimismo recibirán el pago los que se separen por causa justificada
y los que sean separados de su empleo, independiente de la justificación o injustificación del
despido, al contener en esa segunda parte, el adverbio de modo asimismo, que relacionado con
la primera parte comprende evidentemente a estos trabajadores, siempre que hubieren
cumplido el tiempo de servicios señalados anteriormente.
A fin de presentar los argumentos que comprueban esta nueva invención de la Sala,
transcribimos la frac. III del art. 162 de la Ley:
Conviene presentar un dato complementario, no obstante su irrelevancia: la frac. III del art. 162,
en la versión de la Iniciativa presidencial enviada a la Cámara de diputados, no contenía la
palabra asimismo, sino que decía en la parte conducente: " ... hayan cumplido quince años de
servicios, por lo menos, a los que se separen ... ". El cambio se hizo en la Cámara de diputados,
sin que ni en el dictamen ni en los debates se hubiera dado alguna explicación, lo que implica
que fue una simple cuestión de estilo, pues la Cámara fue muy cuidadosa en el dictamen con el
que explicó todos los cambios que hizo en las cuestiones de fondo. Pero en todo caso, las dos
fórmulas dicen lo mismo.
En su ejecutoria, la Sala pretende hacer una interpretación que no nos atrevemos a llamar
gramatical, sino meramente verbalista, que no se caracteriza por su congruencia gramatical,
pues el adverbio de modo asimismo hace únicamente referencia a que la prima debe pagarse
también a los trabajadores que son separados o se separan con causa justificada, pero en
manera alguna puede desprenderse de él que el pago se haga con una limitación que se apoya
en razones específicas para la hipótesis del retiro voluntario.
En ninguna de las ejecutorias que hemos leído en el Informe, se observa que la Sala haya acudido
al art. 18 de la Ley, pero si lo hubiese hecho -y su categoría de Tribunal supremo no significa que
pueda colocarse encima de las leyes y romper el método de interpretación que las mismas
señalen- habría tenido que hacer una interpretación finalista que, teniendo a la vista las
circunstancias que rodearon la elaboración de la Ley y las finalidades que se propuso realizar, se
orientara hacia la justicia social, en lugar de argumentar incongruentemente y con
desconocimiento de las instituciones, para autorizar un despojo.
Si hubiera actuado la Sala dentro del espíritu del derecho del trabajo, se habría dado cuenta de
que la frac. III del art. 162 contempla dos hipótesis esencialmente diferentes: en el retiro
voluntario, el trabajador podría continuar prestando su trabajo a la empresa y aumentar así su
antigüedad, pero si se retira es porque, presumiblemente, tiene a la vista mejores
oportunidades de ingresos o un trabajo más cómodo; en cambio, en el despido y en la
separación con causa justificada, la permanencia del trabajador en la empresa es imposible. Esta
diferencia y la limitación de la modalidad de los quince años de trabajo a los trabajadores que
se retiren voluntariamente de su empleo, y quizá hemos estado argumentando
innecesariamente, está expresamente declarada en uno de los párrafos más claros de la
Exposición de motivos de la Ley:
El art. 162 acoge una práctica que está adoptada en diversos contratos colectivos y que
constituye una aspiración de los trabajadores: la permanencia en la empresa debe ser fuente de
un ingreso anual, al que se da el nombre le prima de antigüedad, cuyo monto será el equivalente
a doce días de salario por cada año de servicios. La prima deberá pagarse cuando el trabajador
se retire voluntariamente del servicio o cuando sea separado o se separe con causa justificada.
Sin embargo, en los casos de retiro voluntario de los trabajadores se estableció una modalidad,
consistente en que la prima sólo se pagará si el trabajador se retira después de quince años de
servicio, modalidad que tiene por objeto evitar, en la medida de lo posible, lo que se conoce con
el nombre de deserción de los trabajadores. Por lo tanto, los trabajadores que se retiren antes
de cumplir quince años no tendrán derecho a percibir la prima de antigüedad.
Lamentamos tener que hablar una vez más de un delito intelectual en contra de los principios
jurídicos fundamentales, pero la Sala del Trabajo no disfruta de la potestad omnipotente de
extender una norma prevista expresamente para una hipótesis, a otra que es esencialmente
diferente, menos aún si con ello consuma el despojo de un derecho claramente consignado en
favor de los trabajadores.
Una de las grandes batallas del derecho del trabajo para afirmar su existencia, ya no solamente
como un derecho autónomo, sino inclusive como el derecho común o general para regular el
trabajo humano para otro, y con un rango superior al derecho privado, por cuanto es uno de los
elementos esenciales del derecho constitucional de nuestro tiempo, hubo de librarse en contra
del derecho civil, pues los maestros de esta disciplina se negaban y se niegan todavía, a ceder
un área, cada día más extensa, de las relaciones jurídicas. El derecho del trabajo tuvo como arma
principal el principio, reconocido uniformemente en las declaraciones nacionales e
internacionales de derechos, que afirma que el trabajo humano no es una mercancía, del que
dedujo, que no se le podía aplicar el derecho civil de las obligaciones y de los contratos, cuya
base consiste en que sus normas presuponen que las cosas a las que van a aplicarse están en el
comercio. No regresaremos al debate, pero sí les diremos a quienes sostienen que la separación
de los estatutos es una muestra de ingratitud, porque, dicen, el derecho del trabajo salió del
derecho civil, que si esa afirmación puede ser cierta para el derecho de muchos pueblos de
Europa y de América, que vivieron una evolución pacífica de su orden jurídico, no lo es para
nosotros, porque, lo decimos en varios capítulos de este libro, antes de 1917 existió un derecho
civil regulador de las prestaciones de servicios, pero no existió un derecho del trabajo. En nuestra
historia, el derecho del trabajo fue el producto de una revolución violenta que impuso al estado
y al capital la idea de los derechos sociales del hombre, paralelos a los viejos derechos
individuales. Nuestro derecho del trabajo no es un ordenamiento regulador de un intercambio
de prestaciones en relación aritmética, sino uno que se propone realizar el derecho del hombre
que pone su energía de trabajo al servicio de la empresa, pública o privada, o de la economía, a
que la sociedad le asegure una existencia decorosa en el presente y en el futuro. La razón de la
oposición es clara, pues el derecho civil, desde los tiempos de Roma, ha sido el defensor del
capital, del propietario de esclavos, del amo de los siervos y del patrono, primero del contrato
de arrendamiento de servicios, y más tarde del contrato de trabajo-mercancía; y resulta más
simple tratar al trabajo como una cosa en el comercio y someterlo a las leyes de la economía,
que respetarlo como la actividad de un ser humano.
Fue en 1970 cuando se alcanzó la victoria, al suprimir la Ley nueva al derecho común de las
fuentes supletorias del estatuto laboral. Pero ocurre que el derecho del trabajo ha encontrado
que casi todos los juristas se educaron dentro de las doctrinas del derecho civil y que las
enseñanzas de la juventud no les permiten elevarse a las cumbres de la justicia social, además,
claro está, de que el porcentaje más alto está al servicio del capital. Se explica así que una y otra
vez se tope el lector con comentarios y sentencias en los que el sentido humano del derecho del
trabajo se borra ante la argumentación fría del derecho civil; y algunas de las ejecutorias
comentadas son una demostración manifiesta.
De la misma, y en ocasiones de mayor gravedad, es el problema del proceso, porque en él se
decide definitivamente sobre la existencia o inexistencia de los derechos; de donde resulta
necesario insistir constantemente en la distinta natural del proceso civil y del de trabajo. En el
Congreso Industrial -en aquél entonces se nombraba al derecho del trabajo derecho industrial-
de 1934, en una época en la que todavía se insistía en la tesis Bassols, quien propuso se
destinaran las Juntas de Conciliación y Arbitraje al conocimiento y decisión de los conflictos
colectivos, particularmente de los económicos, y se crearan tribunales de trabajo, alguien que
amaba la justicia del trabajo, después de mencionar que en la Asamblea Constituyente de
Querétaro, Macías expresó que la justicia del trabajo no correspondería a tribunales, declaró
que los procesos laborales no regresarían al Palacio de Cordobanes. Y es que, de verdad, entre
el proceso civil y el de trabajo existen hondas diferencias, resultantes del mismo principio de
que el trabajo no es una mercancía, pues mientras el proceso civil es un torneo de formalismos,
rigideces y argucias para vencer al contrario con o sin razón, y determinar así quien se quedará
con un bien material, el proceso de trabajo quiere que los jueces sean, como habría dicho
Próspero, el de Rodó, antes que luchadores eruditos y conocedores de todos los rincones del
Código de procedimientos civiles, hombres que amen auténticamente la verdad y la justicia, o
expresado con otras palabras, en tanto el proceso civil se desenvuelve dentro de normas rígidas,
el de trabajo atiende a la equidad, que es la justicia concreta para el hombre que sigue
padeciendo injusticia, por lo que plantea como principio fundamental que la finalidad del
proceso no consiste en que alguien triunfe, sino en que se descubra la verdad para proclamar la
justicia. Son muchas las normas, algunas de las cuales proceden de 1931, que acusan la
diferencia entre los procesos, pero tal vez el principio cimero está en el art. 775, en la parte que
dice que "los laudos se dictarán a verdad sabida". No podemos hacer en este comentario una
exposición detallada del problema, la que intentaremos en un segundo libro, por lo cual, y en
atención al Informe de la Sala, nos limitáremos aquí a los lineamientos generales de la teoría de
la prueba, la que comprende varias cuestiones fundamentales, cada una de las cuales
comprueba que el proceso del trabajo tiene una misión más humana y más justa de sus
finalidades.
La primera se relaciona con los medios de prueba: el Código de procedimientos civiles del
Distrito y Territorios Federales de 1884, continuando la doctrina española clásica, enumeraba
taxativamente en el art. 375 los medios de prueba. En cambio, el de 1932, que lo sustituyó, dice
en el art. 278 que "para conocer la verdad sobre los puntos controvertidos, puede el juzgador
valerse de cualquier persona, sea parte o tercero, sin más limitación que la de que las pruebas
no estén prohibidas por la ley ni sean contrarias a la moral"; y al enumerar los medios
probatorios, colocó al final del art. 289 una frac. X, que hace referencia a "los demás medios que
produzcan convicción en el juzgador": ello no obstante, el art. 298 agregó nuevas limitaciones:
pruebas contra derecho, sobre hechos no controvertidos por las partes, y sobre hechos
imposibles o notoriamente inverosímiles. El Código federal de 1942 restringió aún más la
amplitud del citado Código del D. F., el exigir, en su art. 79, que "las pruebas estén reconocidas
por la ley y tengan relación inmediata con los hechos controvertidos".
La Ley del trabajo de 1931 no contenía ninguna disposición, pero la supletoriedad del derecho
procesal civil hacía aplicable la norma del Código federal. La historia del actual art. 762, que dice
lisa y llanamente que "son admisibles todos los medios de prueba", posee una hermosa
trayectoria: el art. 755 del Proyecto que se redactó por acuerdo del presidente López Mateas,
suscrito por el Secretario del Trabajo Salomón González Blanco, por los entonces presidentes de
las Juntas de Conciliación y Arbitraje, María Cristina Salmarán de Tamayo y Ramiro Lozano, y por
el autor de este libro, decía que "son admisibles todos los medios de prueba que no sean
contrarios a la moral o a las buenas costumbres"; cuando se revisó aquél proyecto durante la
presidencia de Díaz Ordaz, llegó una noche la Comisión, a la que se había agregado Alfonso López
Aparicio, a la norma transcrita, e iba a pasarla, cuando resonaron en el despacho pequeño en
que nos reuníamos, la voz del Nigromante, quien, al discutir el principio de la libertad de
imprenta en el Constituyente de 1857, decía: "La comisión, como los planetas que giran
·alrededor del sol, deja siempre la mitad de las cosas en tinieblas, y no puede hablar de un
principio sin notificarlo a fuerza de restricciones"; y la de Zarco, que hemos mencionado alguna
vez: "Si se proclama un principio ¿para qué cortar al águila sus alas cuando va a remontarse a
las nubes? ¿para qué empeñarse en detener el relámpago del rayo? ¿para qué poner al lado de
cada principio una especie de alguacil que lo vigila, lo espíe y lo martirice? Emocionada con
aquellas palabras, la Comisión suprimió al alguacil, quiere decir, la limitación de la moral y las
buenas costumbres, comprendió el peligro que encerraba en manos de jueces chapados a la
antigua, y lo entregó a un 'tribunal de equidad, que debería integrarse con jueces hondamente
humanos, los más humanos de todos los tiempos. Pero, ¿no estaremos ya en el reino de la
utopía"?
Una segunda medida se refiere al impulso probatorio, cuestión que subdividimos en dos
apartados: a) El código de procedimientos de 1884 otorgaba a las partes el impulso probatorio
y únicamente autorizaba las llamadas diligencias para mejor proveer: traer a la vista
documentos, entre ellos actuaciones judiciales, y ordenar reconocimientos y avalúos; el Código
del D. F. de 1932 abrió las puertas a la iniciativa del juez en su art. 279, que dice que "los
tribunales podrán decretar en todo tiempo, sea cual fuere la naturaleza del negocio, la práctica
o ampliación de cualquiera diligencia probatoria, siempre que sea conducente para el
conocimiento de la verdad sobre los puntos cuestionados", disposición que con algunas
variantes de estilo fue recogida en el art. 80 del Código federal. La Ley de 1931 se concretó a
señalar que pasado el período de alegatos, la Junta podría ordenar la práctica de diligencias para
mejor proveer. La Comisión redactora de la Ley nueva comprendió la importancia del problema,
la que deriva de la circunstancia de la integración tripartita de las Juntas, pues tanto el
representante del trabajo como el del capital pueden proponer y obtener por mayoría de votos,
la práctica de las diligencias que juzguen conveniente para el esclarecimiento de la verdad,
posibilidad que puede presentarse en dos momentos: la primera se da durante la recepción de
las pruebas, y según el art. 765 no está sujeta a limitación alguna, en tanto la segunda se
presenta al iniciarse la audiencia de discusión del dictamen del auxiliar, debiendo hacerse notar
que, de conformidad con el art. 774, las pruebas en esta segunda posibilidad deben encontrarse
en relación con las rendidas por las partes, diferencia que se explica porque, en la última de las
hipótesis, ya quedó concluida la posibilidad de los litigantes para ofrecer pruebas nuevas; b) La
segunda parte de esta medida concierne a las facultades del juez durante la recepción de las
pruebas: el Código de 1884 apenas si le concedió la facultad de hacer preguntas a los testigos y
peritos, relacionadas con las que hubieren propuesto las partes y la de pedir a los segundos la
práctica de nuevas diligencias; el Código de 1932, en su art. 366, autorizó al juez para hacer a los
testigos y a las partes "las preguntas que estime conducentes a la investigación de la verdad
respecto a los puntos controvertidos", misma prevención que aparece en el Código federal. La
Ley de 1931 cambió los principios en su art. 626, que sirvió de antecedente al 765 de la Ley
nueva:
El presidente o auxiliar y los representantes de los trabajadores y los patronos, podrán también
interrogar libremente a las personas que intervengan en la audiencia de recepción de pruebas,
carear a las partes entre sí y con los testigos, y a éstos unos con otros.
La norma es la prueba de que el proceso de trabajo tiene una naturaleza y unos caracteres
propios: el juez ha dejado de ser el simple conductor de la contienda entre dos enemigos, y se
ha convertido en el investigador jurídico de la verdad para la justicia de la cuestión
controvertida. Pero tenemos que plantear nuevamente la pregunta: ¿habrán comprendido los
jueces del trabajo su nueva misión? y en todo caso, ¿la habrán practicado alguna vez? ¿podrán
los trabajadores y aun los patronos hacer el elogio de los jueces del trabajo? Lo que si resulta
cierto es que aquí, como en otras muchas cuestiones, el proceso laboral se aparta radicalmente
del civil.
La tercera de las cuestiones es otra ruptura de las relaciones entre el proceso civil y el de trabajo,
que consiste en el diverso principio para la valuación de las pruebas: el proceso civil clásico, y
esa era todavía la condición del Código de 1884, contenía una tabla absolutamente rígida de la
que no podía apartarse el juez; en cambio, el Código de 1932 y el federal, trataron de atenuar la
rigidez, particularmente en la prueba testimonial. En oposición a ese sistema, la Ley de 1931
decidió en su art. 550, que las Juntas "no están sujetas a reglas sobre valuación de las pruebas",
por lo que "apreciarán los hechos según los miembros de la Junta lo crean debido en conciencia",
disposición que pasó literalmente a la Ley de 1970. Sobre este tema -lo expresamos en el prólogo
a la primera edición y volveremos a él en el tomo segundo- tenemos que repetir que las Juntas
de Conciliación y Arbitraje del D. F. y la Federal, no han querido entender el esfuerzo de b Ley
nueva para aproximar el proceso a lo que se llama el principio de inmediato:., a cuyo efecto
dispuso que sea el auxiliar, que es quien presencia la recepción de las pruebas, el hacedor del
dictamen base para la discusión del proceso; la práctica viciosa de la organización de un cuerpo
de dictaminadores que reciben expedientes para formular los dictámenes en su oficina, sin
haber concurrido ni una sola vez a presenciar las diligencias probatorias, impide que se cumpla
el principio de la valuación de las pruebas en conciencia, pues, ¿cómo podrán expresar la
impresión que les causaron los peritos o los testigos?
Llegamos ahora al problema que ha suscitado la Sala con su afirmación de que la Ley, en sus
arts. 752 y 753, consigna la obligación del actor de probar los hechos de su acción y el
demandado los de sus excepciones, asunto que mencionamos en este apéndice al hablar de la
omisión del aviso escrito de despido, por lo que principiamos repitiendo ]o que ahí dijimos, a
saber, que ni esos preceptos, ni otros algunos, dicen lo que la Sala les imputa; y no podrían
decirlo, porque la teoría de la prueba de la Ley nueva consignó por vez primera en una ley
procesal, una doctrina propia que consiste en la sustitución del principio de que quién afirma
está obligado a probar sus afirmaciones, por lo cual, el actor, así lo dice todavía el art. 281 del
Código del D. F., "debe probar los hechos constitutivos de su acción y el reo los de sus
excepciones", norma reproducida en el art. 81 del Código federal de procedimientos civiles, por
un principio nuevo: bien es cierto que la Ley de 1931 no contenía una disposición propia, por lo
que se aplicaba supletoriamente la norma del proceso civil, pero la Comisión redactora del
proyecto propuso una teoría nueva, que dedujo de los caracteres que describimos en los
párrafos anteriores y que está contenida en el art. 763: "Las partes están obligadas a aportar
todos los elementos probatorios de que dispongan que puedan contribuir a la comprobación de
los hechos o al esclarecimiento de la verdad."
Las consideraciones en las que se apoyó la Comisión para aprobar la tesis nueva, son las
siguientes: a) Partió ante todo del principio tantas veces expuesto de la distinta naturaleza de
los procesos; b) En segundo lugar, la teoría civilista de la prueba era la consecuencia obligada de
que el impulso probatorio correspondía exclusivamente a los litigantes, por lo que el juez se
encontraba rígidamente limitado a lo que cada uno probara. Pero al suprimir la Ley nueva la
exclusividad del impulso probatorio y al facultar al juez para que practicara todas las diligencias
que juzgue convenientes para el esclarecimiento de la verdad, puede ocurrir que con ellas se
pruebe algo distinto de lo que hubiera probado alguno de los litigantes; c) En tercer término, la
teoría de la apreciación de las pruebas en conciencia, que excluye la aplicación de reglas fijas y
rígidas para su valuación, no se compagina con el principio de que quien afirma está obligado a
probar, pues es posible que frente a la uniformidad de varios testigos, la Junta aprecie que el
testigo al que mandó llamar, es quien dijo la verdad; d) En cuarto lugar, y este podría ser
argumento básico, el impulso probatorio que corresponde al juez para el esclarecimiento de la
verdad, está en contradicción con la imposición de un principio que no permite el desarrollo
libre de la doctrina nueva de la Ley; e) Finalmente, la Comisión redactora encontró que la Cuarta
Sala, en jurisprudencia firme (Apéndice de jurisprudencia de 1917 a 1965 del Semanario judicial
de la Federación, tesis 162), que no parece haber sido derogada antes de una ejecutoria a la que
vamos a referirnos en los renglones próximos, apuntaba hacia la idea nueva:
Corresponde al patrono la obligación de probar que han sido cubiertas las prestaciones que
establece la ley en favor de los trabajadores, ya que aquél es quien tiene en su poder los recibos
o documentos que acreditan los pagos efectuados.
Justificado así el cambio de orientación procesal en el problema de la prueba, nos faltan ciertas
consideraciones para analizar sucintamente algunas ejecutorias de la Sala: en un plano general
diremos que la Sala, en lugar de apoyarse en un principio que no existe en la Ley, debe basarse
necesariamente en la norma que impone a las partes la obligación de llevar al proceso todos los
elementos de que dispongan para alcanzar la verdad, siguiendo la trayectoria que marcó en su
jurisprudencia firme; a lo que agregamos, que aun en la hipótesis de que nos colocáramos
dentro del derecho procesal civil, la Sala ha ido tan lejos que es posible que los códigos
procesales se sintieran incómodos.
Un trabajador, con fundamento en el art. 51, frac. V de la Ley vigente, que dice que son causas
de rescisión de la relación de trabajo "no recibir el salario correspondiente en la fecha o lugar
convenidos o acostumbrados", presentó una demanda ante la Junta en la que reclamó la
indemnización por separación injustificada. Otra vez nos asombró la Sala con la ejecutoria de 7
de junio (A. D. 5469/72) pág. 62 del informe):
La acción de rescisión por falta de pago de salarios procede cuando el trabajador demuestra: 1.
Que se presentó a cobrar su salario; y 2. Que el patrono se negó a pagarle dicho salario; toda
vez que la negativa del patrono en pagar el salario al trabajador es precisamente la que lo coloca
en un plano de ilicitud, el cual constituye el elemento esencial para la configuración de la causal
a que se refiere la frac. V del art. 51 de la Ley Federal del Trabajo.
Si el patrono no paga al trabajador el salario que le había asignado por sus servicios, es evidente
que este último pudo rescindir su contrato de trabajo, aduciendo falta de probidad de parte de
aquél, y tiene derecho a reclamar la indemnización legal correspondiente.
La modificación de la jurisprudencia es tanto más inadmisible, por cuanto fue establecida
durante la vigencia de la Ley de 1931 y de la supletoriedad del derecho procesal civil; no
podemos entender que la Sala, dentro de las ideas renovadoras de la Ley nueva, haya hecho
más gravosa la condición del trabajo en el ya de por sí difícil problema de la prueba. Más grave
aún es la alteración que hizo la Sala otra vez en perjuicio del trabajo, de la frac. V del art. 51: el
precepto dice que la rescisión de la relación de trabajo por causa imputable al patrono procede
por "no recibir el salario ... ", en tanto la Sala decreta que "el elemento esencial para configurar
la causal es la negativa del patrono en pagar el salario ... "; esta alteración de los términos del
art. 51, lo que en realidad constituye la invención de una causal nueva y la derogación de la
causal legal, coloca al trabajador ante una prueba satánica, según la frase que se utilizó cuando
se exigía la prueba de la culpa del patrono para que procediera la indemnización por riesgo de
trabajo. Y lo cierto es que el simple conocimiento gramatical del significado de las palabras nos
dice que no son sinónimos los términos "no recibir" y "demostrar que el patrono se negó a
pagar".
La crueldad de la ejecutoria de la Sala contra el patrimonio económico del trabajador, nacido de
la entrega que hace a la empresa de su energía, que es su patrimonio humano, contrasta
vivamente con la jurisprudencia en el problema de la prueba en los casos de despido (Apéndice
de jurisprudencia, tesis 49):
En los conflictos originados por el despido de un trabajador, toca a éste probar la existencia del
contrato de trabajo y el hecho de no estar ya laborando, cuando esas circunstancias son negadas
por el patrono, mientras que a este último corresponde demostrar el abandono, o bien los
hechos que invoque como causa justificada de rescisión del contrato de trabajo.
La tesis que deja a cargo del patrono la prueba de la justificación del despido, se ha fundado en
el hecho de que los obreros, en la gran mayoría de los casos, se encuentran materialmente
incapacitados para probar su separación, ya que es lógico suponer que los patronos se cuidan
de que ésta no se efectúe con la intervención o ante la presencia de otras personas, que en su
caso puedan testificar sobre la separación en forma cierta ...
Entre las dos tesis jurisprudenciales hay una incongruencia total: en los casos de despido, basta
probar la existencia de la relación de trabajo y que no se está prestando el servicio; si se hubiera
seguido el mismo criterio, habría sido suficiente la prueba de que no se ha recibido el salario,
solución que, de conformidad con lo expuesto, es una consecuencia obligada, porque, según la
frac. V del art. 51, este no recibir el salario es la causal de rescisión.
Para concluir estos comentarios en torno a la teoría de la prueba, recordamos que en el capítulo
La jornada de trabajo, principios de la jornada extraordinaria, hicimos la crítica de la
jurisprudencia de la Sala respecto de la prueba del número de horas extras trabajado. La
ejecutoria de 16 de enero de 1973 (A. D. 3155172. pág. 44 del Informe) la ratificó:
Para que la acción referente a horas extras sea procedente, el actor, como lo ordena el art. 685
de la Ley Federal del Trabajo, debe precisar los puntos petitorios de su reclamación e indicar sus
fundamentos y por tanto, debe expresar cuántas horas laboró y de qué momento a qué
momento.
Una vez más nos encontramos, lo que parece se está haciendo costumbre, con una frase: y por
tanto, debe expresar cuántas horas laboró y de qué momento a qué momento, que no existe en
el art. 685. Queremos suponer que la Sala pretendió interpretar dicho precepto, pero si es así,
se olvidó del art. 17, que dice que "a falta de disposición expresa ... se tomarán en consideración
sus disposiciones que regulan casos semejantes". Si hubiera recordado esa norma, habría
acudido al art. 753, frac. IV, según el cual, "siempre que se demande el pago de salarios o
indemnizaciones, deberá indicarse el monto del salario diario o las bases para fijarlo". Ante una
violación de los principios esenciales del derecho del trabajo, tenemos que preguntarnos: ¿por
qué exigir del trabajo obligaciones que no sólo no les impone la Ley, sino que están en contra de
preceptos claros y del espíritu de justicia social que la anima? Y además, si las razones expuestas
por la Sala en la ejecutoria que resolvió la cuestión de la prueba en los casos de abandono del
trabajo son correctas, ¿no son igualmente válidas para este problema de la prueba de las horas
extras trabajadas? ¿creerá la Sala que cuando se ordenan las horas extras, el patrono lo anuncia
con una fanfarria para que se den cuenta todos los trabajadores de que ha emitido una orden?,
¿piensa la Sala que esa fanfarria sirve para decir cuántas horas trabajará cada persona y de qué
momento a qué momento? Y por otra parte, ¿no está materialmente imposibilitado el
trabajador para rendir esta nueva prueba satánica?
V. CONSIDERACIONES FINALES
El punto de partida de este libro es que el derecho del trabajo es un derecho polémico; de ahí
que el análisis de la jurisprudencia de la Sala del Trabajo sea también un apéndice polémico; y
así serán también las conclusiones.
En su Introducción a la ciencia del derecho (traducción de Luis Recaséns Siches, Librería General
de Victoriano Suárez, Madrid, 1930, pág. 121). Gustavo Radbruch escribió que en los tribunales
paritarios del trabajo, la misión de los representantes obreros consiste en "hacer patente al juez
profesional, en todo momento, la magna contienda social, de la cual es sólo una pequeña
manifestación singular el pleito que tiene que decidir". Éste hacer patente al juez la contienda
falta cuando todos los jueces son profesionales, a lo que hay que agregar que estos jueces
profesionales, salidos en su inmensa mayoría de las clases altas de la sociedad, clases de los
profesionistas, media y burguesía, con las que conviven en las relaciones sociales y sólo
accidentalmente con la clase obrera, difícilmente pueden sustraerse a su influjo; al fin y al cabo,
lo que la sociedad y la moral burguesas exigen es que quien convive con ellas, obre de acuerdo
con sus normas para la protección de los intereses del capital.
Frecuentemente nos ha asaltado una duda: la Revolución, siguiendo una aspiración de los
trabajadores, sustrajo la justicia obrera de los tribunales civiles y creó las juntas de Conciliación
y Arbitraje como el tribunal único para la solución de todos los conflictos entre el trabajo y el
capital. La Cuarta Sala y antes la Suprema Corte de Justicia de la Nación, ¿no nos han regresado
al pasado?, ¿no estamos contrariando la idea de que la justicia obrera no debe estar en manos
de un poder judicial integrado por jueces profesionales? Y en conclusión, ¿no ha llegado el
momento de revisar los sistemas y organizar a la Sala del Trabajo o a un tribunal independiente
con representantes del trabajo y del capital, dos de cada uno y un juez profesional?, ¿no será
más fácil para el juez profesional adoptar una decisión en el debate público con el trabajo y el
capital, en lugar de dialogar con otros jueces profesionales que como él, no guardan relación
alguna con los trabajadores?
APÉNDICE II
APÉNDICE CRÍTICO DE LA JURISPRUDENCIA DE 1974 Y DE ALGUNAS
EJECUTORIAS DE 1975 DEL PODER JUDICIAL DE LA FEDERACIÓN
Es posible que la Cuarta Sala de la Suprema Corte de Justicia haya contemplado el abismo al que
la estaban arrastrando los fallos contra el espíritu del derecho del trabajo, contra la idea de la
justicia social y contra el texto expreso de la ley. Lo cierto. es que en oposición al informe de
labores de 1973, el de 1974 y algunas ejecutorias de 1975 del Poder Judicial de la Federación,
anuncian un principio de autorredención de la Sala. Infortunadamente en alguna otra subsisten
el viejo sabor civilista y la nostalgia de la Ley de 1931.
Resulta sumamente difícil cerrar el libro de los recuerdos, lo que tal vez explica, que no es lo
mismo que justificar, la ejecutoria de la Cuarta Sala de 28 de enero de 1974 (Informe de labores
de 1974, página 50):
La sola circunstancia de que un profesionista preste servicios a una empresa y reciba una
remuneración, no entraña necesariamente que entre ambos exista una relación laboral, pues
para que surja ese vínculo contractual es necesaria una subordinación jurídica "dirección y
dependencia", que son las que lo distinguen de otro tipo de contratos. Consecuentemente, los
profesionistas que desarrollan una actividad, para lo cual tienen un mandato de la empresa y
que reciben honorarios y viáticos por cada asunto que atienden no son trabajadores.
La República Argentina expidió en el año de 1974 una nueva Ley sobre contrato de trabajo, en
cuyo art. 264 se lee:
El despido por justa causa dispuesto por el empleador deberá comunicarse por escrito al
trabajador, haciéndose constar la fecha y los hechos que lo motivan. No se admitirá a la
demanda que promoviere el trabajador, la invocación de otros motivos de oposición que los
consignados en la comunicación a que se ha hecho referencia.
Al comentar esta disposición (Ley de contrato de trabajo, Víctor P. de Zavalia, editor, Buenos
Aires, 1974, pág. 742), el distinguido maestro Juan A. Ensinck dice:
El art. dispone que, cuando el empleador despida a un trabajador invocando justa causa, deberá
hacerlo por escrito y haciendo constar la fecha y los hechos que motivan la medida. No obstante,
la Exposición de motivos aclara que la omisión de dichas circunstancias no aparejarán la
consecuencia de que el acto se tenga por inexistente o no sucedido, pese a lo dispuesto por el
art. 53. La segunda parte asume fundamental importancia, pues prohíbe que a la demanda
interpuesta en su momento por el trabajador, se opongan otros motivos de cesantía que los que
consten en la comunicación antedicha. Es decir, que si el empleador invoca, para cesantear,
ausencias reiteradas y sin motivo al trabajo, no podrá luego, al contestar la demanda, invocar
irrespetuosidad del empleado para con sus superiores. Esta solución ya había sido, en general,
consagrada por la jurisprudencia, y tiende a evitar la posibilidad de que el trabajador quede en
estado de indefensión, por no haber tenido en cuenta, al preparar su demanda -y aun la prueba-
circunstancias que no habían sido esgrimidas al cesantearlo. No cabe duda que esta norma
contribuirá, asimismo, al mantenimiento de la buena fe y de la claridad y seriedad en las
relaciones obrero-patronales.
El párrafo subrayado indica que la solución legal "ya había sido, en general, consagrada por la
jurisprudencia". Ante esta explicación, rogamos al doctor Ensinck nos indicara cuáles eran las
sentencias de los tribunales argentinos de las que desprendía su afirmación. En respuesta a la
consulta, se sirvió señalar las sentencias siguientes:
Corresponde dejar sin efecto el fallo que ha excedido los términos en que se trabó la relación
procesal al convalidar el despido por una causa invocada, con evidente violación del derecho de
defensa del trabajador (Corte Suprema Nacional, Revista Derecho del Trabajo, 1969, pág. 169).
Si una causal no fue alegada como motivo de despido, no puede ser invocada posteriormente
(Superior Tribunal de Santa Fe, Sala del Trabajo, Revista Juris, t. 11, pág. 248) .
No habiéndose invocado en ocasión de la ruptura de la relación de trabajo una causal de
despido, no es procedente su alegación judicial (Cámara del Trabajo de Rosario, Revista Juris, t.
6, pág. 408).
Si un hecho no fue invocado como causal de despido, no se puede luego, una vez trabada la litis,
hacer lugar al mismo para fundar un despido que no tuvo en cuenta tal hecho (Cámara del
Trabajo de Rosario, Revista Juris, t. 3, pág. 310).
La alegación como causa de despido de graves irregularidades que sólo se precisan en el curso
del juicio, no cumple con los objetivos de lealtad entre partes que es imprescindible para la
debida igualdad de los litigantes y la no restricción de la defensa (Cámara 11 del Trabajo de
Córdoba, Revista Derecho del Trabajo, 1969, pág. 246).
El art. 87 de la Ley Federal del Trabajo establece que los trabajadores tendrán derecho a un
aguinaldo anual, que deberá pagarse antes del día veinte de diciembre, equivalente a quince
días, de salario por lo menos; y que los que no hayan cumplido el año tendrán derecho a que se
les pague en proporción del tiempo trabajado. Luego, si el citado artículo no hace distinción
alguna sobre si el trabajador se encuentra laborando en la fecha máxima que señala el Código
laboral para el cumplimiento de esta prestación, debe entenderse que el trabajador tiene
derecho a que se le pague la parte proporcional de la misma, sin importar la fecha en que deje
de laborar al servicio del patrono.
Si la Junta responsable, para el pago de la prima de antigüedad a que se refiere la frac. V del art.
162 de la Ley Federal del Trabajo de 1970, toma en consideración todos los años de servicios del
trabajador que murió estando vigente la citada Ley, no aplica retroactivamente el invocado
precepto, ni, por ende, viola lo establecido por el art. 14 constitucional, pues, además de que la
antigüedad no es un hecho que pueda fraccionarse, el artículo quinto de la citada ley laboral
establece que las disposiciones que de ella misma emanan son de orden público, esto es, ele
aplicación inmediata, lo cual significa que deben aplicarse en sus términos, a todas las
situaciones jurídicas que surgen a partir de la entrada en vigor de la ley.
Transcurridos tres años a partir de la fecha en que entró en vigor la nueva Ley laboral, es decir,
a partir del primero de mayo de mil novecientos setenta, si se trata de un trabajador de planta
con antigüedad mayor a quince años, que se separe voluntariamente de su empleo, debe estarse
a lo dispuesto en el art. 162 de dicho ordenamiento y, en consecuencia, deben computarse todos
los años efectivamente laborados por el trabajador, por virtud de la remisión prescrita en la frac.
IV del artículo quinto transitorio del mismo ordenamiento.
La Sala no justificó su conclusión, por lo que, en apoyo de ella, reproducimos el argumento
contenido en la ejecutoria de los casos de muerte: la antigüedad es un hecho que no puede
fragmentarse.
2. La prueba de la antigüedad: en el apéndice número uno citamos y comentamos las ejecutorias
en las que la Cuarta Sala pasó sobre el art. 763 de la Ley nueva, que dice que "las partes están
obligadas a aportar todos los elementos probatorios de que dispongan, que puedan contribuir
a la comprobación de los hechos o al esclarecimiento de la verdad", y tal como lo ha hecho con
otras normas que superan los principios del derecho privado, lo privó de todo efecto jurídico, a
cambio ele lo cual ratificó la vieja doctrina civilista, según la cual cada parte está obligada a
probar sus afirmaciones. En el año de 1974 mantuvo la misma postura, que continúa su curso
en este de 1975.
De pronto, como si se diera cuenta del repudio general y de la privación de los derechos obreros,
al exigirles, a ejemplo, que prueben no sólo el número de horas extras trabajadas, sino los
momentos precisos en que principió el trabajo de cada una de ellas y en el que concluyó, al
encontrarse con la cuestión de la prueba de la antigüedad, para no reconocer la violación que
viene cometiendo a la norma expresa del art. 763, recurrió al expediente de declarar que la
negación de un hecho equivale a la afirmación de otro, procedimiento mediante el cual salvó la
aplicabilidad del viejo principio procesal civil de la carga de la prueba (Boletín del Semanario
Judicial de la Federación, año II, núm. 18, junio de 1975, pág. 65) :
La admisión que un patrono hace de la existencia de la relación laboral que le vincula con un
trabajador, lógicamente implica que le reconozca una antigüedad determinada (un día o varios
años), por lo que si se ejercitan acciones reclamando prestaciones económicas derivadas de la
antigüedad del trabajador, el patrono demandado, si no está conforme con la antigüedad que
la parte actora señala, debe decir cuál es la correcta y está obligado a probarlo. Igual
razonamiento debe hacer si el patrono, reconocida la relación laboral con el trabajador, se limita
a negar la antigüedad señalada por el reclamante, toda vez que su negativa lleva implícita la
afirmación de que la antigüedad es otra diversa.
En el capítulo cuarenta presentamos los años de lucha de los choferes a fin de lograr se les
reconociera su condición de sujetos de relaciones de trabajo y se evitara así la explotación de
que eran objeto mediante la simulación de contratos de arrendamiento de los automóviles y
camiones. Al promulgarse la Ley nueva, varios propietarios de vehículos acudieron en demanda
de amparo, sosteniendo que se les privaba del derecho legítimo a la celebración de contratos
civiles o mercantiles. El Pleno de la Suprema Corte de Justicia ratificó la constitucionalidad de la
reglamentación de la Ley, a cuyo efecto aceptó las consideraciones de la Exposición de motivos
en el sentido de que en la actividad de los choferes se satisfacían los requisitos legales para la
existencia de la relación ele trabajo (Amparo en revisión 4571/70, Unión de permisionarios de
automóviles de alquiler, A. C.) :
En la Exposición de motivos dice el legislador que observó que la existencia de una verdadera
relación obrero-patronal se ha ocultado, mediante la celebración de contratos de
arrendamiento, en virtud de los cuales, una persona arrendador, da en arrendamiento a otra,
que es el chofer, el vehículo, mediante el pago que hace éste de una cantidad diaria, semanal o
quincenal. Pero es indudable que en tal caso se está en presencia de relaciones de trabajo, pues
el supuesto arrendatario está sujeto a un horario fijo, tiene que seguir las instrucciones que le
da el arrendador y desarrolla una actividad en beneficio del propietario: además, el supuesto
objeto arrendado, como es el vehículo, no es más que un instrumento de trabajo que el
propietario o permisionario da al chofer para que desempeñe el servicio público de transporte;
por otra parte, el servicio, que por ser público, no queda en opción del propietario o
permisionario el que se preste o no, por el contrario, tiene obligación de prestarlo y para ello
solicita los servicios de un chofer cuando decide no prestarlo personalmente.
El juez del mañana ya no será el siervo de la ley, sino la sangre y la carne del derecho; en el juego
de la vida social será el contrincante de la fuerza, el guardián del poder ejecutivo; y cuidará el
orden constitucional y los valores materiales de la justicia contra las instancias del poder
legislativo. O con las palabras de Theodor Heus: "defenderá al hombre contra el estado, al
estado contra los hombres y a éstos contra los demás hombres". Será la garantía de la libertad
civil.
¿Estaremos soñando una vez más? Pero, ¿no será este soñar el último refugio que nos queda en
este mundo a quienes amamos la igualdad, la libertad y la dignidad humanas y la justicia social
para todos? ¡Qué hermoso será el día en que los poderes judiciales, federal y locales, cuenten
con la gratitud del pueblo y esperen tranquilos la bendición de la historia!
Cuando algún trabajador incurre en alguna o algunas de las causales de rescisión previstas por
el art. 47 de la Ley federal del trabajo, el patrono tiene derecho a rescindirle, sin responsabilidad
alguna, el contrato de trabajo que los une y, por tanto, derecho a separarlo justificadamente del
puesto que desempeñe; derecho que si no se ejercita en la forma prevista por la ley, esto es,
mediante la separación del obrero, no puede ejercitarse mediante otra diversa. En
consecuencia, si la empresa, en lugar de separar al obrero si consideraba que había dado
motivos para despedirlo justificadamente, ocurrió ante la Junta responsable, para demandarle
la rescisión de su contrato de trabajo, la acción intentada por tal motivo, resultó legalmente
inexistente.
Creemos haber demostrado en el capítulo XXVI que el salario es un concepto unitario, al que
caracterizamos como el conjunto de prestaciones, en efectivo o en especie, cualquiera sea su
fuente –acuerdo entre el trabajador y el patrono, contrato colectivo, contrato-ley, u otra
cualquiera- que se entrega al trabajador por su trabajo –ordinario o extraordinario-. En el
Apéndice crítico de la jurisprudencia de 1973 analizamos la aberrante ejecutoria de 26 de abril
de ese año.
No tenemos el propósito de repetir la exposición, por lo contrario, diremos ahora, con auténtica
alegría, que la Cuarta Sala parece principia a otorgar al concepto prestaciones que comprende
el salario, un sentido amplio, al aceptar que la prestación por concepto de renta de casa forma
parte de ellas (Amparo directo 1507 /76/Ángel Parra Carrillo, pág. 21 del Informe de 1976):
En los términos del art. 84 de la Ley federal del trabajo, el porcentaje de renta de casa sí queda
comprendido dentro del salario, por establecer tal precepto que se integra por los pagos hechos
en efectivo por cuota diaria, así como por las gratificaciones, percepciones, habitación, primas
y, en general, cualquier otra cantidad o prestación entregada al obrero por razón de su trabajo.
En tales circunstancias, si la empresa no tomó en cuenta el porcentaje de renta de casa para fijar
la indemnización a que tenía derecho el trabajador, se impone concluir la procedencia de la
acción laboral ejercitada y al no establecerlo así la Junta responsable, infringió en perjuicio del
trabajador tanto el precepto antes mencionado, por falta de aplicación, como los arts. 775 y 776
de la ley laboral.
Como una observación marginal, pues no conocemos cual haya sido la intención de la Sala, vale
la pena poner de relieve que para determinar qué prestaciones forman parte del salario, la
ejecutoria ya no contiene las palabras trabajo ordinario, sino que simplemente habla de trabajo.
¿O continuará tal vez pensando que el trabajo extraordinario no es trabajo?
Una felicitación a la Cuarta Sala por haber rectificado lo que llamamos un delito intelectual, que
consistió en la tesis (pág. 51 del Informe de la Sala de 1973) de que el término de quince años,
necesario para que los trabajadores que se retiren voluntariamente de la empresa adquieran el
derecho al pago de la prima, debía extenderse a los trabajadores que sean despedidos o se
separen del trabajo con causa justificada. No tenemos razón para afirmar que la Sala se inspiró
en la crítica que hicimos de aquella tesis, pero es lo cierto que se ha formado jurisprudencia
obligatoria que rectifica la ejecutoria de 1973 (pág. 6 del Informe de 1976) :
La frac. III del art. 162 de la Ley federal del trabajo, establece que los años de servicios del
trabajador, en caso de retiro voluntario, deben ser más de quince para tener derecho al pago de
la prima de antigüedad, pero tal requisito no es exigible en los casos en que al trabajador se le
rescinda su trabajo, con justificación o sin ella y para los casos en que se separe del empleo por
causa justificada.
Tenemos no obstante que dejar constancia de que no es exacto que la frac. III del art. 162 diga
que "los años de servicios deben ser más de quince, sino que dice únicamente "que se hayan
cumplido quince años, por lo menos". La frase inventada por la Sala, "más de quince años de
servicios", induce la conclusión de que deben cumplirse uno más de quince para adquirir el
derecho, lo cual, volveremos a decirlo, no es exacto.
En varias ocasiones hemos explicado el cambio que operó la ley nueva en el problema de la
carga de la prueba. Pero creemos, con honda tristeza, que será necesario esperar que los jueces
se decidan a entender que el derecho del trabajo no está ni puede estar regido por los principios
rígidos de los códigos de procedimientos civiles, porque su destino no es la solución de las
controversias patrimoniales que se susciten entre personas determinadas. Su misión es distinta:
el aseguramiento, en condiciones decorosas, del derecho a la existencia de los hombres que
entregan a la economía su energía de trabajo, único patrimonio con el que vienen a este mundo.
Por estas consideraciones, el nuevo derecho del trabajo concibió a las Juntas de Conciliación y
Arbitraje como tribunales de equidad, cuya función no puede estar subordinada al principio
quien afirma está obligado a probar su afirmación, un producto del individualismo jurídico, que
estructuró al proceso como un torneo en el que cada uno de los contrincantes luchaba por hacer
triunfar sus pretensiones, sin consideración a los valores humanos de su contraparte.
Por su naturaleza y por sus fines, las Juntas de Conciliación y Arbitraje tienen como fin buscar,
con ayuda de las partes, la verdad y la justicia del problema que se les propone. Son varios los
aspectos, ligados los unos con los otros, en que la Ley de 1970 modificó los sistemas procesales
tradicionales, si bien cabe agregar que algunos de los aspectos y principios nuevos ya se
encontraban parcialmente en la Ley de 1931: a) En primer lugar, el impulso procesal que dejó
de ser facultad exclusiva de las partes, para corresponder también a los miembros del tribunal;
a este respecto, el art. 765, dice:
El presidente o auxiliar y los representantes de los trabajadores y los patronos, podrán también
interrogar libremente a las personas que intervengan en la audiencia de recepción de pruebas,
carear a las partes entre sí o con los testigos, y a éstos unos con otros. La Junta podrá ordenar
el examen de documentos, objetos y lugares, su reconocimiento por peritos y, en general,
practicar las diligencias que juzgue conveniente para el esclarecimiento de la verdad.
De la misma manera, el art. 774, frac. II, expresa:
La Junta, a petición de cualquiera de sus miembros, podrá acordar que se practiquen las
diligencias que juzgue conveniente para el esclarecimiento de la verdad, siempre que se
relacionen con las pruebas rendidas por las partes.
Las dos normas son incompatibles con las del proceso civil tradicional, si bien debe decirse que
el Código federal, no obstante mantener el principio quien afirma está obligado a probar,
constituye un bello esfuerzo en el camino de la transformación del proceso. b) La Ley de 1931
señaló al derecho común como fuente formal supletoria del derecho del trabajo, lo que permitió
a las Juntas de Conciliación y Arbitraje postular el viejo dogma de la carga de la prueba,
consignado expresamente en los arts. 281 del Código de procedimientos civiles del Distrito
Federal y 81 del Código federal. Pues bien, a efecto de suprimir cualquier duda, la comisión no
sólo excluyó la aplicación del derecho común, sino que en el art. 763 consignó el principio,
armónico con las nuevas funciones de los juzgadores y con la naturaleza de los tribunales de
equidad, de que "las partes están obligadas a aportar todos los elementos probatorios de que
dispongan, que puedan contribuir a la comprobación de los hechos o al esclarecimiento de la
verdad". e) Por último, recordamos el art. 775, que proviene de la Ley de 1931:
Los laudos se dictarán a verdad sabida, sin necesidad de sujetarse a reglas sobre estimación de
las pruebas, sino apreciando los hechos según los miembros de la Junta lo crean debido en
conciencia.
En la sentencia de 18 de marzo de 1976 (pág. 24 del Informe), la Cuarta Sala ratificó sus viejas
ideas: