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¿De dónde viene la Biblia?

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Philip Kosloski | Jul 19, 2017

Una cosa es segura: no cayó del cielo

El cristianismo sin la Biblia es difícil de imaginar. Pero en realidad,


durante los primeros 300 años de la Iglesia, la Biblia (como
compilación única que contiene todos los textos sagrados para el
cristianismo) no existía.

La creación de la Biblia fue un largo proceso. Los líderes de la Iglesia


primitiva cribaron numerosos manuscritos y discernieron, bajo la guía
del Espíritu Santo, qué libros guardar y cuáles reservar.

El proceso de establecer un canon de la Escritura difería para el


Antiguo y el Nuevo Testamento.

Formación del Antiguo Testamento

El Antiguo Testamento es básicamente una antigua compilación de las


Sagradas Escrituras judías. Estos textos sagrados se desarrollaron con
el tiempo y fueron transmitidos oralmente de generación en generación
hasta que finalmente fueron escritos y conservados.

Alrededor de 200 años antes del nacimiento de Jesús surgió una


traducción griega de los textos hebreos que fue ampliamente aceptada
como una traducción legítima (incluso inspirada).

La tradición relata cómo el rey Ptolomeo II de Egipto ordenó una


traducción e invitó a ancianos judíos de Jerusalén a preparar el texto
griego. Setenta y dos ancianos, seis de cada una de las 12 tribus,
llegaron a Egipto para cumplir la petición.

Otra tradición relata cómo los traductores fueron puestos en


habitaciones separadas y se les pidió que produjeran cada uno su
propio texto. Cuando la tarea fue completada, los traductores los
compararon todos y se descubrió que cada uno era milagrosamente
idéntico a los demás.

El resultado se hizo conocido como la Septuaginta (de la palabra


griega para 70) y fue especialmente popular entre los judíos de habla
griega. Esto llevó a la Septuaginta a convertirse en una fuente primaria
para los escritores del Evangelio y muchos otros primeros cristianos.

Al formular el canon oficial de la Escritura, la Iglesia miró a los Setenta


para discernir qué libros conservar. El canon católico del Antiguo
Testamento también incluye algunos textos y adiciones a libros (por
ejemplo, los Libros de Judit y Tobit, Sabiduría y Sirach) originalmente
escritos en griego, no en hebreo, y por lo tanto no se consideran parte
de las Escrituras judías, aunque son respetadas y leídas por los judíos.

Formación del Nuevo Testamento

Inspirados por el Espíritu Santo, varios escritores anotaron en los años


siguientes a la muerte de Jesús las muchas historias que circulaban
sobre el Mesías. Estos escritores eran apóstoles, o amigos de
apóstoles que conocían muy bien a Jesús.
Ellos fueron testigos de los acontecimientos o entrevistaron a personas
que lo fueron, y trataron de preservar la vida auténtica de Jesucristo y
sus muchas enseñanzas.

A medida que avanzaba el tiempo se difundieron copias de


estas obras y varias comunidades cristianas las
reunieron para ser leídas durante la celebración dominical de la
Misa. Copias de las cartas de san Pablo también fueron difundidas y
consideradas por las comunidades como inspiradas por el Espíritu
Santo.

Ya en el tiempo de san Ireneo (año 130 a 202) se menciona el


Evangelio “cuadriforme”, que se refiere a los cuatro Evangelios de
Mateo, Marcos, Lucas y Juan.

Durante el siglo IV surgió la necesidad de codificar


oficialmente la Biblia, que ya estaba empezando a
unirse. Algunos historiadores creen que parte de la motivación para
producir un canon oficial vino del emperador Constantino que
comisionó 50 copias de las Sagradas Escrituras para el obispo de
Constantinopla.

La aprobación de los libros a incluir comenzó con el Concilio de


Laodicea en 363, se continuó cuando el papa Dámaso I encargó a san
Jerónimo que tradujera las Escrituras al latín en 382, y se estableció
definitivamente durante los sínodos de Hipona (393) y Cartago (397).

El objetivo era desechar todas las obras erróneas que circulaban en ese
momento e instruir a las Iglesias locales sobre qué libros se podían leer
en la misa.

La Iglesia siempre ha creído que este largo proceso fue guiado por el
Espíritu Santo. Como explica el Catecismo, “la santa madre Iglesia,
según la fe de los Apóstoles, reconoce que todos los libros del Antiguo y
del Nuevo Testamento, con todas sus partes, son sagrados y canónicos,
en cuanto que, escritos por inspiración del Espíritu Santo, tienen a
Dios como autor, y como tales han sido confiados a la Iglesia”.

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