Sei sulla pagina 1di 10

RESUMEN DEL DERECHO NATURAL

Noción y Definición del Derecho Natural

En el sentido más formal se define al Derecho natural como una doctrina ética y
jurídica que postula la existencia de derechos determinados en la naturaleza
humana, una doctrina que defiende la idea de que existe un conjunto de
derechos universales, anteriores, superiores e independientes al derecho escrito
y al derecho consuetudinario.

El rótulo de derecho natural suele ir asociado, de hecho, a la afirmación, o a la


negación, de unas supuestas normas de justicia que se consideran inmutables y
eternas. Cuando se dice: una ordenación “natural”, se piensa en una ordenación
no basada en la voluntad humana, insuficiente por serlo; no creada
“arbitrariamente”, sino dada “por sí misma”, y en algún modo objetiva, es decir,
no producido originariamente por el entendimiento humano o la voluntad
humana, pero susceptible de ser reproducido por ellos. Ese hecho objetivo, ese
principio fundamental, es la “naturaleza” o (en su expresión religioso-
personificativa) Dios”.

También el Derecho Positivo es una ordenación de la conducta humana; pero se


distingue del “natural” en que es solo “artificial”, esto es, creado por el hombre.
En tanto que procede de la insuficiente voluntad humana, se presenta siempre,
respecto del “natural”, como más o menos “arbitrario”. Y, por eso, en contraste
con aquel, no es necesariamente justo, sino también injusto en alguna medida.
En la ordenación “natural” encuentra la ordenación “artificial” positiva la medida
de su valor o desvalor. Según el grado de su coincidencia o contradicción con el
Derecho Natural, el Derecho Positivo es (contemplado desde el punto de vista
del Derecho Natural) un derecho bueno o malo, justo o injusto.

Una vez establecida la noción del Derecho Natural, la primera cuestión que debe
ocuparnos es la de su existencia. ¿En qué se funda la existencia del Derecho
Natural? Lo que nos interesa por el momento es ver si existen por naturaleza
“cosas justas”, o sea “derechos naturales”, en el sentido realista con el que
venimos usando en estas páginas el término derecho: lo justo. En otras palabras,
el tema que vamos a tratar es el de si hay cosas que están atribuidas a la persona
humana por naturaleza (y por lo tanto le son debidas por título de naturaleza)

Existencia de Títulos Naturales

La existencia de cosas propias del hombre (derechos o iura), que le


corresponden por título de naturaleza, se deduce de modo inmediato del hecho
mismo de que el hombre es persona, que es un ser dueño de sí.

La nota distintiva de la persona es la posesión de su ser y la incapacidad


ontológica de ser pertenencia ajena. Por lo tanto, todos los bienes inherentes a
su propio ser son objeto de su dominio, son suyos en el sentido más propio y
estricto, que los demás no pueden interferir y de las que no pueden apropiarse
más que por vía de fuerza y violencia, que lesionaría el estatuto ontológico de la
persona; son, pues, derechos de la persona, derechos que la persona tiene en
virtud de su naturaleza. Se trata de derechos naturales del hombre en el sentido
más riguroso y estricto de la palabra. Estos derechos o bienes, que pertenecen
a la persona por ser integrantes de su engendran en los demás el deber de
respeto y, en caso de daño o lesión injustos, el deber de restitución (la reparación
de la buena fama) y, de no ser posible, el de compensación.

Clases de Derechos Naturales


Derechos originarios y derechos subsiguientes: Llamamos derechos naturales
originarios a aquellos que proceden de la naturaleza humana considerada en sí
misma y, por lo tanto, son propios de todos los hombres en cualquier estadio de
la historia humana. En cambio, son derechos naturales subsiguientes aquellos
que dimanan de la naturaleza humana en relación a situaciones creadas por el
hombre. Por ejemplo, tanto el derecho a la vida como su derivado el derecho de
medicarse para conservarla, son derechos originarios; la legítima defensa, en
cambio, es una manifestación subsiguiente, pues aparece la defensa como
manifestación subsiguiente del derecho a la vida.

Derechos primarios y derechos derivados


Los derechos originarios se dividen en primarios y derivados. Llamamos
derechos naturales primarios a aquellos derechos que representan los bienes
fundamentales de la naturaleza humana y los que corresponden a sus
tendencias básicas; damos la denominación de derechos naturales derivados a
aquellos que son manifestaciones y derivaciones de un derecho primario. Por
ejemplo, el derecho a la vida es un derecho primario, del cual derivan el derecho
a alimentarse, el derecho a medicarse, etc.

El Iusnaturalismo

La palabra iusnaturalismo deriva del latín ius, que significa “derecho”, naturalis,
que se refiere a “naturaleza”, y del sufijo ismo, que significa “doctrina”. Por tanto,
el iusnaturalismo es una doctrina filosófica cuya teoría parte de la existencia de
una serie de derechos que son propios e intrínsecos a la naturaleza humana, y
que son anteriores a los derechos humanos y los derechos naturales
establecidos como parte de un orden social.

Asimismo, el iusnaturalismo afirma que las leyes positivas, aquellas que rigen
las normas de un Estado, también están relacionadas con el derecho natural
que, de una u otra manera, busca imponer el orden de la existencia humana y la
justicia de manera coherente. Es decir, el iusnaturalismo se rige por los principios
que parten del carácter universal que tienen los derechos universales, es racional
y busca el bienestar general de la sociedad. Contradecir estos derechos sería
ilegal y una injusticia.

El Derecho Natural y su relación con la Revolución Francesa

Efectivamente, muchas cosas importantes tuvieron que ocurrir para que una
construcción tan abstracta como la que alumbró al derecho natural racionalista
se convirtiera en la base teórica que inspiró y estimuló las revoluciones
burguesas. El símbolo de ellas, la bandera bajo la cual los revolucionarios
lograron cambiar muchos ámbitos de la realidad social, fue una derivación de
aquella teoría iusnaturalista fundamentada en la razón humana, los derechos
naturales del hombre, tan evidentes y universales como la propia razón. Las
necesidades de seguridad, autonomía, libertad e igualdad de un importante y
numeroso sector de la población humana convergieron, ¡admirablemente!, con
las construcciones teóricas de un renombrado grupo de filósofos, juristas y
pensadores sociales en general. ¿Cómo fue ello posible? Pero inmediatamente
habrá que pararse en el intento por comprender el porqué, y en la línea de lo
señalado por (Habermas, 1963): La apelación al derecho natural clásico no era
revolucionaria”, mientras que “la apelación al moderno ha llegado a serlo”. Creo
que su sola consideración como derecho de la razón ya llevaba en sí el germen
de algo nuevo e innovador.

La teoría del derecho natural racionalista no sólo es la filosofía de los derechos


naturales y la bandera de las revoluciones burguesas, sino también una nueva
manera de acercarse al estudio de la sociedad y de sus construcciones morales,
políticas y jurídicas.

El Iusnaturalismo Racionalista y la escuela de Derecho Natural

El iusnaturalismo racionalista representa, en el ámbito de la historia del


pensamiento filosófico-jurídico, la consecución de un hito muy importante dentro
del amplio, complejo y nada homogéneo movimiento de secularización del
mundo moderno. Dicho proceso de secularización se delimita aquí a una nueva
concepción del antiguo problema de la ley natural.

Si se quiere encontrar un concepto unitario de Derecho natural, aceptado por


todos los hombres, sean cuales fueren sus ideas religiosas, se hace preciso
independizar aquél de éstas. En el nuevo clima de incipiente racionalismo (siglos
XVI y XVII) de afirmación de la autonomía e independencia de la razón humana
frente a la razón teológica, se piensa que la base y el fundamento de ese
Derecho Natural no puede ser ya, decimos, la ley eterna, sino la misma
naturaleza racional del hombre, que corresponde y pertenece por igual a todo el
género humano: la razón, se dice, es lo común a todo hombre. Sobre ella se
puede construir un auténtico y nuevo Derecho Natural”.

El Derecho Natural, por tanto, se ha secularizado. La naturaleza humana y social


será, a partir de ahora, el fundamento ético (y los contenidos) de un Derecho
Natural que, como la razón humana, es universal y de validez imperecedera.
Otra prueba del carácter secularizador del Derecho natural racionalista nos la
aporta el hecho de que sus creadores, expositores y defensores son filósofos y
juristas, no teólogos.

Los Derechos Humanos y su relación con el Derecho Natural


El jurista argentino (Andorno, 1998) sostiene que el debate en torno a la
universalidad de los derechos humanos no es nuevo, sino que está ligado al
antiquísimo interrogante acerca de la existencia de principios jurídicos comunes
a todos los pueblos, es decir, a la existencia de un derecho natural. Lo que ocurre
es que el debate se presenta ahora en términos diferentes al propio de otras
épocas: en lugar de la perspectiva de "derecho objetivo" se prefiere hoy la de los
"derechos subjetivos", más accesible para la mentalidad moderna. Pero el fondo
de la cuestión sigue siendo el mismo. Podría decirse en este sentido que los
derechos humanos no son más que el nuevo nombre que recibe el derecho
natural. Modernamente, es la noción de persona (y la dignidad que le es
inherente) la que sirve de base para la reflexión acerca de la existencia de una
justicia natural. En este sentido, es inevitable la referencia a Aristóteles, quien
distinguía en el interior del derecho dos especies de justicia: una natural y otra
legal: Para Aristóteles las normas jurídicas poseen una parte de justicia natural
que es invariable, y otra parte, que es el fruto de las convenciones humanas y
depende de las circunstancias históricas. El derecho natural forma parte del
derecho positivo; más aún, constituye su núcleo mismo.

Existe un núcleo de derechos fundamentales que corresponden al hombre por el


sólo hecho de ser hombre, y que, por tanto, son universales en su más alto grado.
Estos derechos son universales porque los bienes hacia los que tienden -la vida,
la libertad física, la no sumisión a la tortura, etc., son debidos a todo hombre en
razón de su dignidad. El punto de partida de "lo justo natural" es, en este caso,
el reconocimiento de todo ser humano como "persona", es decir, como ser digno,
como ser que siempre debe ser tratado como un fin en sí y nunca como un simple
medio.

Cabe citar en este sentido el artículo 6 de la Declaración Universal de Derechos


Humanos, según el cual "todo ser humano tiene derecho, en todas partes, al
reconocimiento de su personalidad jurídica". Este artículo se vincula
directamente con nuestro tema, porque "ser persona" equivale a "ser digno"; la
dignidad es inherente a la personalidad.
La diferencia kantiana entre el Derecho Natural y el Derecho

Positivo

Esta distinción afecta al modo como el derecho y la moralidad abordan el


tratamiento de la libertad. La diferencia fundamental estriba en que la ley moral
de la razón remite al imperativo categórico que legisla la libertad interna de los
individuos, mientras que el derecho y su principio trascendental legislan sobre la
libertad externa de los hombres.

Pues bien, el tratamiento del derecho natural amplía el campo de cuestiones


abordadas en la Metafísica de las Costumbres, porque traza una importante
diferencia en el interior de la “Doctrina del derecho” entre el derecho positivo y el
derecho natural que es el término con el que Kant hace referencia, a lo que
podemos denominar: el derecho racional. Se trata, pues, de una distinción
interna a la propia legislación jurídica de la razón pura práctica, en virtud de la
cual se puede hablar de la legalidad y la legitimidad de las leyes. La idea
fundamental del derecho natural en Kant es que el origen de la legitimidad de las
leyes no procede del arbitrio de los autores de una constitución, ni de los
legisladores de las mismas, sino única y exclusivamente de la propia razón.
Ahora bien, antes de adentrarnos propiamente en esta cuestión, conviene
responder ¿qué es el derecho como tal? Kant formula una hipótesis al comienzo
de la “Doctrina del derecho” de la Metafísica de las Costumbres: a la mencionada
pregunta un jurista podría responder lo siguiente: no tengo necesidad alguna de
recurrir a la razón para explicar el derecho, ya que para ello sólo me tengo que
fijar en el funcionamiento del derecho positivo en un determinado lugar y en un
determinado tiempo. Sin embargo, esta respuesta del jurista, solapa dos
cuestiones bien distintas desde el punto de vista de la filosofía jurídica de Kant,
a saber, que la legalidad de las leyes no constituye la legitimidad de las mismas,
de modo que la legalidad fáctica de una determinada ley no puede nunca dar
cuenta nunca de su legitimidad es decir, “aquello que dicen o han dicho las leyes
en un determinado lugar y en un determinado tiempo” no puede dar razón de lo
que dictamine el derecho desde un punto de vista racional. A la pregunta de ¿qué
es el derecho? no puede responder ningún código penal positivo, sino única y
exclusivamente la razón.
En lo que insiste Kant es en la necesidad de plantear la pregunta acerca de ¿qué
es el derecho? en un plano distinto al del derecho positivo; y esto es así, porque
la respuesta a dicha pregunta sólo la puede ofrecer la razón, que es la única
instancia que puede dar cuenta de los “principios inmutables de toda legislación
positiva”. Estos principios no descasan, para Kant, en el dogma empírico de las
costumbres y las leyes particulares de un determinado pueblo o nación, sino en
la propia gramática jurídica de la razón pura práctica que es a su vez sobre lo
que reposa su noción de derecho natural.

Realización del Derecho Natural y posible inadecuación con el

Derecho Positivo

Kant es consciente de que el mencionado principio trascendental del derecho


tiene que ganar su realidad efectiva bajo una cierta forma estatal. Es así que por
medio del Estado se reúnen un conjunto de hombres bajo un determinado
sistema de leyes, y en virtud de ello los hombres salen del “estado de naturaleza
jurídico” del que trata Kant en La religión dentro de los límites de la mera razón.
Allí se caracteriza el mencionado “estado de naturaleza jurídico” como una
situación donde los conflictos se solucionan a partir de la fuerza particular de
cada uno de los contendientes, esto es, sin la intervención de la “fuerza pública”
del Estado. Si se da un conflicto en el mencionado “estado de naturaleza jurídico”
“cada uno es su propio juez”, ya que falta la “autoridad pública” del Estado, como
instancia que debe integrar y articular por medio de leyes públicas el equilibrio
exigido en el mencionado principio trascendental del derecho por lo que respecta
a la interacción recíproca de las distintas esferas de libertad individuales.

Pues bien, “en la medida en que dicho orden jurídico debe tener lugar a partir del
punto de vista de la razón práctica, se puede decir que el Estado debe existir”.
Pero su funcionalidad es doble, pues, por un lado, tiene que dar realidad legal a
la ley universal del derecho y, por otro, es la condición indispensable para salir
del mencionado “estado de naturaleza jurídico”. Ahora bien, esto último, a saber,
la instauración de un código penal positivo provisto de una “autoridad pública” no
implica que se esté respetando con ello la mencionada ley universal del derecho,
que permite la coexistencia de todas las libertades con arreglo a una misma
proporcionalidad, y ello implica, como mínimo, la posibilidad de un desajuste
entre el derecho positivo y el derecho natural, y cuya inadecuación no es fácil de
dirimir. La complejidad del problema reside en que, por un lado, la ley universal
del derecho debe ser respetada por todo derecho positivo y en que, por otro,
puede darse el caso de que no sea de hecho así. Esto dibuja, ciertamente, dos
problemáticas distintas pero que pueden, sin lugar a dudas, confluir, a saber, el
problema de si una determinada acción es legal o ilegal por lo que respecta a un
determinado sistema positivo de leyes, y la pregunta acerca de si dichas leyes
son en sí mismas legítimas desde el punto de vista de la razón.

Abstracción y concreción de los Derechos Naturales

No sin cierta frecuencia se ha afirmado que los derechos naturales son derechos
abstractos, en el sentido de constituir algo así como ideales genéricos de justicia
o simplemente principios o valores de justica. Frente a esta idea debe advertirse
que cuando hablamos de derechos naturales no nos referimos a un enunciado
abstracto, sino a lo justo natural, o sea, a aquellas cosas reales y concretas que
están verdaderamente atribuidas a una persona a título de naturaleza humana.
Así, por ejemplo, el derecho a la vida no tiene nada de abstracto; la vida de cada
hombre es tan real y concreta como real y concreto es cada hombre. El atentado
homicida no ataca a una abstracción, sino a una realidad concreta.

Una consecuencia que de esto se deduce es que la negación de estos derechos


o el ataque a ellos conlleva una real y propia razón de injusticia. Respetar y
satisfacer esos derechos no es cuestión, simplemente, de un libre juego de
opciones políticas, o de una lucha social de intereses, sino de injusticia en el
sentido propio del término. La desposesión y la marginación constituyen
injusticia.

La Ley Natural y la Libertad

Para calibrar en toda su exactitud la relación entre libertad y ley natural hay que
partir de la afirmación: la ley natural se refiere al actuar libre del hombre, cuya
característica esencial es que son obra de la libertad. Por lo tanto, no caben
respuestas apresuradas, viendo en la ley natural una limitación de la libertad,
porque si la ley natural es ley del acto libre, la libertad ha de desarrollarse
plenamente y sin limitación, pues de lo contrario el acto dejaría de ser, al menos
parcialmente, obra de la libertad.

Lo que ocurre es que frecuentemente caemos en el error de imaginar una libertad


en el vacío, una libertad omnímoda y arbitraria. Pensar una libertad en el vacío
es un error, porque la libertad es dimensión de un ser, en otras palabras, quien
es libre es un ser, dotado de un estatuto ontológico concreto. De ahí que una
libertad omnímoda y arbitraria sea una libertad irreal, imaginable pero imposible.
Si la libertad es dimensión de un ser, la única libertad posible y real es aquella
que es expresión del dinamismo del ser.

Hablar de expresión del dinamismo del ser supone, en el caso de la libertad, dos
cosas. Primeramente, implica que se trata de un ser que posee y domina el
propio ser, de modo que la causa o principio del obrar no es una fuerza que
imprime extrínsecamente y por necesidad el movimiento, sino que es un principio
intrínseco y espontáneo, y además bajo el dominio del ser: el obrar libre es un
automovimiento dominado por el ser. En segundo lugar, supone que el obrar es
expansión, reflejo o, si se quiere, expresión del propio ser; todo ser obra según
su ontología.

Ninguna incompatibilidad existe entre ley natural y libertad. La ley natural es ley
del acto libre y expresa la perfección de la libertad; es la expresión racional del
orden de la naturaleza humana, de la que la libertad es automovimiento. Si se
tiene en cuenta cuanto hemos dicho, se ve con claridad que la máxima libertad
consiste en asumir conscientemente el propio ser, de donde aparece con no
menor claridad, que la raíz de la verdadera libertad consiste en asumir
consciente y espontáneamente la ley natural.

Naturaleza e historicidad en los preceptos de la Ley Natural

Una característica básica de la ley natural es su derivación de la naturaleza


humana, no de la dimensión histórica de la persona humana. La ley de la
dimensión histórica es la ley positiva, la historicidad es el campo propio de la ley
humana; en cambio, la ley natural es la ley de la naturaleza del hombre. De ahí
surge una conclusión no menos clara, la naturaleza humana es, por definición,
inmutable; luego la ley natural es inmutable. Sin embargo, supuesto este
principio, no hay que pensar tampoco que la historicidad no tenga ninguna
influencia en la aplicación de la ley natural. Los preceptos de la ley natural son
dictados de la razón práctica en el caso particular; y los casos reales y concretos,
particulares, no se dan fuera de la historia sino inmersos en ella. En relación con
esto, puede suceder:

a) Que nuestros enunciados abstractos y generales no sean universales,


dando entonces lugar a una apariencia de mutación o cambio, que en
realidad no se produce. Por ejemplo, existe el precepto «no te apoderarás
de los bienes ajenos», pero también es cierto que en caso de extrema
necesidad es lícito hacerlo; en extrema necesidad no hay ninguna
mutación de la ley natural, simplemente nuestro enunciado del precepto
no es universal y no abarca todos los casos posibles.
b) Que se trate de preceptos contingentes, cuya eficacia puede suspenderse
por ley positiva según hemos visto; o de preceptos subsiguientes, los
cuales dependen de la situación histórica, de modo que, variada la
situación, varía el precepto.

Grupo 8, alumnos: Quispe Sabino, Paul Omar

Sandoval Reátegui, Julio Jeanpiero

Soto Mamani, Bryan

Tello Cachay, José Guillermo

Ciclo: II Grupo: C

Potrebbero piacerti anche