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INTRODUCCION AL

CONOCIMIENTO
CIENTÍFICO
RICARDO A. GUIBOURG
ALEJANDRO M. GHIGLIANI
RICARDO V. GUARINONI
/ Capítulo 1

LENGUAJE

//
1.1 ¡Que me dice! ,

¿Cómo te fue en el examen? Por toda respuesta, el inquirido cierra la


mano y señala con el pulgar hacia abajo. Nos apresuramos ¿ ofrecer condo­
lencias y hacemos, a guisa de consuelo, consideraciones sobre la neurosis
que aqueja al profesor.
Un pintor "realista" tiene frente a sí una tela en blanco en el caballete
y una mesa donde se amontonan dos naranjas, tres manzanas y una botella
de vino. El artista traslada a un plano bidímensional los objetos que percibe
en tres dimensiones. Para esto utiliza el color, la representación de las lu­
ces y de las sombras y determinadas reglas de perspectiva destinadas a
producir en quien observe el cuadro una sensación de profundidad.
Leemos una historieta. Con mueca de desprecio, el siniestro pistolero
apunta con su revólver al labriego temeroso. En la punta del arma se lee
¡BANG! Comprendemos que está disparando, aun antes de ver que el la­
briego se desploma en el cuadrito siguiente, al grito de ¡Aaargh!
Afirmamos, con cara de arrobamiento, que los ojos de nuestra ipterlo-
cutora son los más hermosos que hemos visto en nuestra vida. Ella hace un
mohín de no tomarlo en serio y un gesto de estar por encima de esas cosas,
pero su ego sufre una inevitable dilatación. ¡
Un abogado dice: "me allano a la demanda". El juez acoge entonces la
pretensión del reclamante. *
¿Qué tienen en común todas estas situaciones? Que todas ellas
muestran distintos ejemplos de lenguaje; es decir, exhiben la comunicación
de algún significado por medio de símbolos. Pero vayamos por partes. Un
símbolo es un fenómeno (es decir, algo que ocurre) que nuestra mente rela­
ciona con otro fenómeno. Así, relacionamos el pulgar hacia abajo con el
aplazo, la imagen del cuadro con la naturaleza muerta que el pintor tenía
C0?Id . disParo de un *nrta, el re-
..
gado con determinado actoqprocesalUP°ne ° mspira' las palabras del abo
U," méd,co:
alta temperatura concluyo m.P Cüandoi ^compruebo
P ™ 0 Que el paciente tiene
un símbolo que enferm.edad ¿así, la fiebre es
criterio demasiado amplio para la palabra ‘“ ímbSlo'^Ha^ Nn°’ v t0 Serfa un
ga a ser algo más precisos. P inmolo y la reflexión nos obli-

fen6meno es un
no del otoño y el paso velo7 dp un Ca/ da de ias.h°jas es un sig-
un incendio en las cercanías Tndni plt * n d° ^om^eros es signo de que hay
deliberadamente establecidos como r i°S Sp1sign10s naturales, o al menos no
dependen de u n a ( mUCh°S) sig™s ™
ñámente fijado y se usan adrpdp ^ Smo de un víncuI° arbitra-
ción del fenómeno que con a rd a clL m ,^ r nUe.tra m®nte la ■'epresenta-
cular se llaman símbolos, y s¡ volvemos aTeeHm ^ nos de f sta clase partí-
servaremos que los elementos allí ^ ° j ejemPIos del principio ob-
da representación s o n df Ca‘
más o menos dependientes de nlmim ™ artlfl.Ciales- intencionales y
un mismo grupo De símbolos así están mÍembr°S de
rumbo d^ime ^tra^nvestiVactó^ NMotr sospec*!a de l»ber equivocado el
y hemos aprendido r h a K o c u a n d n T V<1 Sabem° S qué es un '“ ^ j e ,
resa ahoraPes ,a M o g í a de la c l t i a 3" 05 PeqUeñ° S- L° qUe nos inte-

tanto se°expresa'a^ra'vés d e ^ n T e n g u a i e ^ emmciados- ? Por lo


miento científico y de los métodos con «nev? md?gaii ace.rca deI conoci-
menzar, entonces por establerer mn opeFa. la ciencia debemos co-
cuál es la relación entre e íle n m ie d e S s d t r T QUéf un len^ aÍe y
y el lenguaje científico. Si estoesJv á lid o distintas formas de comunicación
acerca de su objeto se trate de inserid P as ciencias (qup hablan
riables económicas) lo es en t r ^ o , ' plane as’ circu.itos eléctricos o va-
a su vez normalmente expresado pnT n Pa^ 35 ciendas cuy° prieto está
recho. El entomólogo estudia las hormi™^3“16’ COn?° 3 y eI de­
debe usar un lenguaje científico* pero s?las hnr ™ la VÍda de éstas
mólogo y le contaran su opinión ¿ h rp £ ^ h rm!gas hablaran con el ento­
cia debería estudiad^también d el h°mbre de den‘
doble razón para p r e c l t ’s t t n S n'
ocurre
e con el junsta, que debe describir sistemas de n o Z s que a u ^
dicen cosas {no siempre dignas de confianza) acerca de sí mismas. Extenda­
mos, pues, una carta de crédito a la ciencia del lenguaje y sigamos adelan­
te.
Decíamos que un lenguaje se compone de signos (o, mejor aún, de sím­
bolos). Pero un mero conjunto de símbolos (una sopa de letras, por ejemplo)
no es necesariamente un lenguaje. Los signos deben estar ordenados en
una estructura más o menos orgánica, y tener atribuida cierta función pro­
pia como partes del lenguaje. Así, podría definirse el concepto de lenguaje,
en una primera aproximación, como un sistema de símbolos que sirve a la
comunicación. ¡
Peroesto de la comunicación no es cosa sencilla, ya que depende de di­
versos factores (o elementos, como les llama la teojría de la información). Su­
pongamos que, teléfono en mano,' estamos explicando a un acreedor que no
podemos pagarle nuestra deuda esta tarde, pero que la semana que viene
sin falta lo harem'ós siempre que él se abstenga mientra^ tanto de pedir
nuestra quiebra. En esta situación hay: a) un emisor (nosotros); b) un recep­
tor (el enfurecido individuo que nos oye); c) un mensaje, o información trans­
mitida (que no podemos pagar, etcétera), y d) un canal o vía por cuyo medio
se transmite la información (el cable del teléfono). Pero aun la presencia de
todos estos elementos no garantiza el éxito de la comunicación (es decir,
que el mensaje llegue a conocimiento del receptor; la reacción de éste fren­
te a la información recibida es harina de otra costal). En efecto, si nuestro
interlocutor sólo entiende japonés, por ejemplo, lo que oye no le causará
más efecto que el que un boletín de la Bolsa de Johannesburgo puede pro­
ducir en un salmón de Noruega. Es preciso, pues, que la información se
emita en un código (el idioma, por ejemplo) que sea común a emisor y recep­
tor. Y, por último, la comunicación puede verse entorpecida si la línea llega
a ligarse con otra conversación de terceras personas acerca del precio del
tomate o de las perspectivas del cine nacional. Cualquier interferencia que
provoque la distorsión del mensaje o entorpezca su recepción se llama téc­
nicamente raido, y puede ser efectivamente un ruido (como la estática que
cubre a veces las emisiones radiales de onda corta) u otro tipo de factor dis­
torsionante (un cristal esmerilado que interfiere señales luminosas, el exce­
so de información desordenada que impide distinguir la que nos interesa, la
acción de los censQres cinematográficos que cortan escenas de un filme o
mutilan sus diálogos). *
Entre todos estos elementos de la comunicación, el código es el que de­
fine el lenguaje que utilizamos y establece, como ya veremos, su estructura
(ver párrafo Í.3.).
Hemos advertido desde el principio, pues, que tanto el lenguaje natural
matopéyicoocualquTS otoqueconózcam™ fien?1“31’ d p !cMrico- e l«no-
a gun proceso de comunicación humana Y en rHH ^ C0mün ser Partes de

S i n , ' f V “ " " ' 1“ »


*?’,° puede ser- vehículo transmisor de I.™ «-d0 v™1”11-0 todo acto hu’
smnes del rostro, por ejemplo, puede™ reflefar 7, gn,í,Cación': h s «pre-
r t iTT? emoc*onales. Pero lo que camcmnV(f 7 T quererIo>nuestras
cionahdad-los signos que lo componen son 7, 3 lenf u?Je es su inten-
s S t t '- « ^ « r * r e a s ¡ í & s
(.« « S 5S 3 S S 2 ; s S T ?
cado es una especie de signiffcTciór? te Ur coníusl°nes, que el signifi-
Dentro de la nomenclatura a u e ^ í ^ n L QUe corresponde a los símbolos,
relación de los signos con los fendmpn mos' Pues>SI la significación es la
relación de ios símbolos ” significado es £
puede ser natural o artificial, el significado IT , Y( -si la s e c a c i ó n
y más o menos convencional. S d siempre artificial, intencional

1.1.1, Clases de lenguajes

diversos grados de artificialidad pue-de 3 SU vez tener


“ ta w * . t a M . • * » £ 2 K ¡ 5 ? 2 s ! |.

mente medíante el uso del grupo social a travl^d S‘d° f°rmado/Paulatina-


"o deI,ber3tó ASÍ>- ^

1976, B,. A,.Coope,adora da Derecho vc¡ - „ .

temational Encyclopaed.a of Unified Science” ChicagoTT^t


el hindi o cualquier otro comúnmente hablado en algún momento y en al­
gún lugar. Esta exigencia de la falta de deliberación en la formación del
idioma no debe tomarse rígidamente, ya que algunos lenguajes que hoy se
consideran naturales (el indonesio o el hebreo moderno, por ejemplo)
fueron impulsados en algún momento por motivos políticos de identidad
nacional.
El lenguaje natural posee una gran riqueza significativa, y no sólo
transmite descripciones sino también emociones, órdenes u otros mensajes
(ver 1.5.1.). J£1 contenido metafórico, las sugerencias, la ironía o el sutil arte
de la poesí^ demuestran la capacidad del lenguaje natural para transmitir
informaciones (en el sentido lato de la palabra) en distintos planos. Esta
función no se cumple sin algunos defectos, comq 1^ vaguedad y la ambi­
güedad (imprecisión del significado, coexistencia de dos o más significa­
dos: ver 1.4.3); pero aun estas características tienen su lado positivo: la am­
bigüedad permite Cierta economía de palabras, ya que un jhismo vocablo
sirve (según el contexto en que se halle) para varios significados; y la va­
guedad se adapta generalmente al escaso nivel de precisión requerido por
las comunicaciones de la vida cotidiana. ;
Pero todos los rasgos señalados, que no obstan a la comunicación ordi­
naria (y antes bien, la facilitan), se transforman en desventajas cuando
queremos elaborar un discurso riguroso (es decir, cuando buscamos una
forma de expresión unívoca y precisa). Y, por cierto, cualquier avance de la
ciencia nos introduce en vericuetos cada vez más complejos, lo que obliga a
expresarse con el mayor rigor posible. Por esto, al lado del lenguaje natural
han surgido los lenguajes artificiales.
b) Lenguaje artificial. Los llamados lenguajes artificiales se denomi­
nan así por oposición al lenguaje natural. Cabe advertir que el uso de esta
terminología en nada prejuzga acerca de la relación entre el lenguaje y la
realidad. Hablamos de lenguaje “natural” en cuanto éste aparece como da­
do para los hablantes de una comunidad lingüística: desde que nacemos
aprendemos el lenguaje de nuestro grupo social sin que podamos, de
hecho, intervenir individualmente de modo apreciable en su conformación.
Pero no por esto dejaremos de reconocer que los símbolos son en principio
arbitrarios y que no existen significados “ naturales” de los términos (ver
1.3.2). En este último sentido, también el lenguaje natural es, a-su modo,
artificial. !
Entre los lenguajes artificiales suelen distinguirse el lenguaje técnico y
el formal1
1) Lenguaje técnico. El lenguaje técnico podría denominarse, con ma-
yor propiedad, "lenguaje natural con términos tlrnirns” a ™ ,
se otorga a determinados vnrahw ^ „ . cecnicos *Aparece cuando

se parte.'3 “

u"

& ty QUed“
P & S S íS F f'
S rH S f^ -tS K s s K
En álgebra, por ejemplo, decimos; ^
1 t r

(a + b) = (b + a) *
Esta expresión formal puede verse como un mero cálculo <¡m rar

£ S £ S £ s a » r ?5
por ejemplo, que si tenemos tres vacas y compramos cinco tendremos el
mismo número de animales que si tenemos cinco y compramos tres)3*.

1.2. Semiótica

Los conocimientos genéricos sobre el lenguaje se inscriben en el ámbi­


to de la teoría géneral de los signos, que suele adoptar el nombre de semióti­
ca*. La semiótica es la disciplina que estudia los elementos representativos
en el proceso de comunicación. Aunque el término ya aparece utilizado por
Aristóteles,/la disciplina nace en los tiempos modernos con los trabajos de
Ferdinandde Saussure (1857-1913), padre de la actual lingüística. Sostenía
este pensador que la lingüística debía ser parte de una ciencia más amplia,
que describía como "una ciencia que estudie la vida de los signos en el seno
de la vida sociar’5. Tfábajos posteriores han relacionado esta disciplina con
otras ciencias sociales, tales como la antropología (Claude L^vi-Strauss), o
la psicología (Jacques Lacan), o con sistemas sígnicos como la expresión'li-
teraria o la moda (Roland Barthés). •
Pero nuestros fines conciernen al lenguaje de la ciencia, por lo que diri­
giremos la atención en particular al lenguaje natural oral y escrito. Exami­
naremos pues, básicamente, los temas que estudia la lingüística.

1.2.1. Lingüística >

Como se ha visto, Saussure consideraba a la lingüística como una parte


de la semiótica. La lingüística es la disciplina que estudia los lenguajes na­
turales. "Está constituida —dice Saussure— en primer lugar por todas las

3 En este ejemplo se ha simplificado el proceso de abstracción para hacerlo más claro. En reali­
dad pueden distinguirse en él dos pasos y tres niveles. De la comparación entre los conjuntos de vacas
(primer nivel) se abstraen primero las ideas de ciertos números particulares: cinco, tres, ocho (segundo
nivel). De aquí se abstrae luego la idea genérica de número, que aparece indistintamente representada
en el álgebra (tercer nivel) mediante letras.
* Utilizamos aquí la terminología anglosajona, basada en la definición de Charles Morris, que a
su vez se funda en la distinción de Charles Pierce. En la doctrina europea continental la disciplina es
llamada semiología, como ya lo hiciera Saussure. Preferimos la terminología citada por dos motivos: en
primer lugar, evita la confusión con la disciplina afín pero más antigua llamada semiología médica, de­
dicada al estudio de los síntomas patológicos. En segundo lugar, en Barthés y en algunos de sus se­
guidores se invierte la relación entre la semiología y la lingüística y la primera pasa a ser un derivado de
la segunda, lo que la extrae del campo de la disciplina general que aquí reseñamos.
5 Saussure, Ferdinand de, Curso de lingüística generai, publ. por Ch. Bally y A. Sechehaye tr. A.
Alonso, Bs. As., Losada, 1945, Introducción, cap. III, 3. ’ ‘ '
nma“ ;m Sdas, ! t e K ! S * clï e .t,,fe 2e pUebIos sa'™ i- o de
cuenta, en cada período, no solamente el u í f * ° decadentes. teniendo en
ta' sino todas las formas de expreSi6n ^ COrreCto y la 1 a W“ «t>‘
miòtica, proporcfónTa ésta^metodn^n3^ 652^ 0113^ al ori8inarse la se-
ahora veremos: metodología y parte de sus teorías, segün

1.2.2. Lengua y habla’. Sincronía y diacronia

tadas por el cuerpo ,de. convenÇ'°nes necesarias, adop-


indlviduos.’’* U ^fS ’*” “30 ? edic,ha facultad ¿
como rrfHiírrt u v n f.1 . __ _ , . ' y ferma parte de las pautas sociales,
por ejemplo, c u a n d o h a b £ ” d f f a ^ i m á t i c a ^ u ' V * '3 n°S reíerimos'
nos informan también los dicciunariní^i c . a de un idioma, y sobre ella
ser
&ci comprendido por receDtore«!
recentare« HeL nn!>
„ „ l a J ! ™ ? * de----
un que quieraque quiera
men.saJe
debe cojfícario a través de la lengua que a é s t ^ S a ^ 1¡ngÜÍStÍC3
fiesta, el acto ^ e la po^Tenaccfto's! TaT* del CUi 1J,a lengua se man¡-
cualquier hablante (en la medida tn n se halla en potencia en
aceptado), sólo p u e d e de ciert0 códi^°
un mensaje, así como la suma de rnnne' ™edí° del acto mdividual dé emitir

.’ Introducción,cap.
por 'Parole", aunque no es del (odo exacta. PoT ítra^aÍte^n e ^ “le.nffUa"^P°r "bngug"y de "habla”
Chomsky de "competence" y "performance" rnnun ’ a .nT do anglosaJón se habla, a partir de
Pelicana, Harmondsworth, 1971, p. 162) ‘ contenido similar (cfr. Crystal, David, Linguistics
S a t u r e , Ferdinand de. Curso de Uu^Wicugeuom,. I „ ,A c c ió n , c lp . m
cal, empero, sería más exacto si comparáramos la lengua con una determi­
nada escala musical y con las reglas de composición aceptadas en un mo­
mento dado, y el habla con el acto de ejecución de una pieza compuesta
sobre esta base. ,
El examen de una lengua admite dos enfoques. Uno de ellos, el sincró­
nico, es el que observa la lengua desde el punto de vista estático. Consiste
en hacer un cor;te temporal, como si se tomara una fotografía, y determinar
las pautas que en ese momento componen la lengua aceptada por la comu­
nidad lingüística. Con ellas se puede confeccionar una gramática y compi­
lar un dicciqnario. El enfoque diacrònico (o dinámico), eri cambio, es el que
examina la/evolución de la lengua a través del tiempo: el modo en que se
modifican,/paulatinamente los significados de Us palabras, aparecen
nuevos vocablos y otros se tornan árcateos, la construcción gramatical va
cambiando sus reglas y aun el estilo con que se habla o se escribe se modifi­
ca a lo largo de los siglos. El enfoque diacrònico permite destacar la rela­
ción que vincula a la lengua con el habla, relación que en el enfoque sincró­
nico no se advierte. La lengua se manifiesta a través de aptos individuales
de habla, y evoluciona también a través de ellos a medida que tales actos
son cumplidos por un gran número de hablantes. Si un hablante se expresa
en una forma no prevista por la lengua, diremos que habla incorrectamen­
te. Si existe un grupo considerable que se expresa de ese modo, veremos la
variación del código como un dialecto de la lengua en cuestión. Si el grupo
llega a ser tan grande que abarca a la mayoría de la comunidad lingüística
(o de su sector de mayor prestigio cultural), se produce un cambio en la len­
gua, y lo que al principio era incorrecto pasa a ser paradigma del bien decir.
# La importancia de los conceptos de lengua y habla, de sincronía y
diacronia, excede los límites de la'semiótica, ya que pueden aplicarse analó­
gicamente en el estudio de cualquier sistema dinámico. Así, Lévi-Strauss
los utilizó en antropología para examinar las estructuras de parentesco: En
biología, a su vez, se distingue el genotipo (o tipo biológico ideal, el que po­
see las características que definen la especie) del fenotipo (cada ser biológi­
co individual), conceptos que se corresponden por analogía con los de len­
gua y habla, respectivamente; y puede hacerse para cada especie un estu­
dio sincrónico (una taxonomía, o clasificación de la especie en subespecies,
variedades o razas, con sus correspondientes descripciones para un tiempo
dado) o diacrònico (una teoría de la evolución de la especie a través del
tiempo).
1.2.3. Niveles de lenguaje *

currimos de las ballenas, y re­


abro, que salga de él una ballena r e f r i é " “ esperamos, al abrir el
agua. Nos sentiremos menos sornrpnHíri < coletazos entre chorros de
iallamos en las páginas consultadas un co n iu n t™ ^ 0 más trancluilos) si
íh ? 4 nT len^ e que conocemos que d e S n w 'enuncJ ados- ^presa-
ublcac,ón en la clasificación genera? de InfJn' 3 ÍOrma de la baIIana, su
sus costumbres. La zoología^pues no c o m l ™ 16^ S" S cara^ensticas y
ctados sobre animales. ' contiene animales: contiene enun-

be es tarea que^no f e q ^ u r e s T u e ^ m e T / Cl ^n^ nciado que la descri-


ponen mas difíciles cuando no se trata va a£°tador- Pero las cosas se
lenguaje acerca de los animales) sinn HJ t r Un. °®° (Que escribe en su
guaje sobre un lenguaje) Y más áiín cii i y in.?UISta (Que escribe en su len-
mático de su propia lengua oue P ^ . L hn^ lsta por ejemplo, un gra­
o en inglés acerca del inglés Aauí loL í 60 cas!¡ebano acerca del castellano
enunciados con los que se habla D u e ^ n ^ T ^ 03 de los que se habIa y los
labras, y así nuestroequivalente laS mismas pa-
nocerse tan fácilmente por el modofll aúe saín p bal lena ^ no Puede reco-
Seguir distinguiendo entre el obieto v r?* PÍca-. Conviene, sin embargo
como la otra consisten en expresiones h n m -rPC1ÓnÍ CUando tanto el uno
frente a dos niveles de lenguaje linguisticas, decimos que estamos

- '* » « '■ *— ■

enunciadas por el gramático, constituyen éí , 6StaS misma¿ re»laa


guaje objeto hace las veces de h a ll../, i me^a enguaje (es decir, el len
jan a la d e s e r m e , a . u f bal ena f laa reglas gramatical«,.. ’ “ í "

P eralfd Se d S
b-en construida de, idioma c a s t e ! , ^ -T a ^ ^ ^ d ^ L T r n S

Sc¡ence?Sgt ”m 9".“ % % t. en "InttnaBon., Encyclopedia of Unified


guaje. Como puede verse, el uso de las comillas hace que los signos entre­
comillados no se consideren según su referencia directa a objetos (en el ca­
so, las hormigas y sus patas) sino como parte de un lenguaje objeto (es de­
cir, se consideren en sí mismos un objeto).
Esta distinción tiene gran importancia, porque las reflexiones acerca
del lenguaje expresadas en el mismo lenguaje (las autorreferencias lingüísti­
cas) pueden conducir a paradojas.
El caso típico de dificultad provocada por ignorar este punto es la lla­
mada “parádoja del mentiroso” , que ya era conocida por los antiguos
griegos. Una forma de expresarla es ésta: "todo lo que decimos en este
libro es falso” . Como este enunciado también está dicho en este libro, se
convierte en una afirmación acerca de sí mismo, fEs verdadero o falso? Si
es falso es verdadero, y si es verdadero resulta falso. Sabemos que seme­
jante resultado es absurdo, pero ¿cómo escapar de este círculo autocontra-
dictorio? /
La noción de los niveles de lenguaje acude en nuestra ayuda, como si
desde un helicóptero nos arrojaran una cuerda cuando estamos perdidos en
un laberinto sin salida. Aceptar en el lenguaje objeto una proposición como
la señalada (que enuncia sus propias condiciones de verdad) es inadmisible,
ya que las condiciones de verdad de una proposición no corresponden al ni­
vel del lenguaje objeto sino al del metalenguaje10. Desde el metalenguaje
(en el caso del ejemplo, desde fuera de este libro) podríamos decir: "todo lo
que los autores escribieron en ese libro es falso” . Esta proposición puede a
su vez ser verdadera o falsa, pero no implica una autocontradicción como la
anterior. Y, nuevamente, las condiciones de verdad de este enunciado me-
talingüístico no pueden enunciarse en el mismo nivel, por lo que para
hablar de ellas hará falta un segundo metalenguaje de nivel superior. La ca­
dena de metalenguajes es infinita en teoría, pero en la práctica tres o cuatro
niveles suelen ser suficientes. ;

10 Bertrand Russell estableció la llamada "teoría de los tipos”, según la cual cualquier expresión
que contiene una variable aparente es de tipo más elevado que aquella variable: "Cualquier cosa que
implique el todo de un conjunto no debe ser (un objeto) del conjunto" (Russell, Bertrand y Whitehead
Alfred, Principia Mathematica, 2» ed., 1950, vol. I, p. 37, citado por Ross, AJÍ, Sobre la autorrefereneiay
un difícil problema de derecho constitucional, en "El concepto de validez y otros ensayos", Bs. As.,
Centro Editor, 1969, p. 58). La teoría de los tipos (que tiene, además, otros alcances) no es la nnir^ for­
ma de resolver el problema de la inclusión de elementos de distinto nivel en los conjuntos, pero exponer
piras excedería los límites de este libro. Quien quiera profundizar el tema, podrá consultar, p. ej.,
Quine, Wiliard van Orman, Los métodos de la lógica, Barcelona, Ariel, 1967, p. 331 y siguientes. ’
I.2.3.I. Los niveles del lengu
aje normativo
Como
™ iv° pueden "dk?' *en^uaje" « un sistema
~ C°S- Las. P ip ía s normas destinadas a tmníJ2UlrSe también "¡veles
S ateS con®tituyen el lenguaje objeto -Y l P? f ° 3 prohibir c¡ertas
clases de metalenguaje referido a las n o m íl: metalenguaje? Ex¡sten dos

mas. Un curioso ejempirdTesío se ob L ™ maS| qUe habIan 3Cerca de n»r-


Buenos Aires. Existen allí los carteles r ™ ..! ? lasrutas de le provincia de
les como ”'vdod£dM áxim a“ ^ ^ a-m ite n no™‘a “ £

superior a, de los carteles

afirmarse que 1^°normaTqué' esUbteceífmétori'g° máS polémic°) Podría


otrzs normas (las de la Constituc™que riae^ .°f, ^ CrK,r 0 modificar
«ceso, por ejemplo, o las del O v n i ^ , funcionamiento del Con­
c o n e s ) son también oorm^s^e^semindo n?v 6| rigen la S a c i a n de los
de metalenguaje prescriptivo". egundo mvel- «Presadas en una suerte

c ^'a 'llT d emal^ a s deU eg^lador^de lícos^jníbr1^ 3 ”0" " ® 3 Ias dis'
C o n g re s o s a n c ío ra u n l'le y q u e d ir e ^ " ° rm?s ha^ ¡«"lurísti“ ' a ' d ’
reprimido con prisidn o reclusión^ de „Pl rnejem? lol > & ■ mate a o ro s!rá
sión lingüística será una „ j™ de och? a veinticinco años” esta Z ?
- r de derecho S e p ^ e T o
labras), estará expresando un enunciad! . . vr6 0 d'Ka con las miámas pa-
Poner la ley, ya que no tiene a t r i h n JUnd,C0: él mismo «o prétende im-
expbcarnos que el legislador ha estahlp!viPara eIIo; sd¡° busca describirla
o»" independencia d Í qJ el mi “ « » ese contonMo,'

normas váüdas de un sistema (a t r a v é s “ S


to, tales como haber sido dictadas por cierto legislador, deducirse de otras
normas válidas, etc.), podría afirmarse que el mismo concepto de validez13
pertenece al metalenguaje. >
Esta idea permitiría hasta cierto punto trazar en el ámbito normativo
un paralelo de la paradoja del mentiroso, que podría llamarse “paradoja del
invalidante” . Supongamos que una ley cualquiera incluyese un artículo con
el siguiente texto: “La presente ley no debe considerarse válida". En tal
caso la validez de la ley traería aparejada su invalidez14.
; t

i .
1.2.3.2. l^ós niveles de lenguaje como escalera hacia el vacío

Volviendo al tema genérico del lenguaje, hemos advertido ya que quien


se refiere al lenguaje se sitúa en el plano del metalenguaje. Cada vez que al­
guien critica el modo de expresarse ajeno (porque uno no pronuncia las
eses, por ejemplo, o porque construye mal las oraciones desde el punto de
vista gramatical), esta crítica es dirigida desde el terreno metalingüístico.
Otro tanto ocurre con quien nos critica por el uso de palabrotas (o nos elo­
gia por no utilizarlas).
Del mismo modo, los enunciados que integran la semiótica o la lingüís­
tica forman parte de un metalenguaje, ya que se refieren a los lenguajes ob­
jeto. Y las proposiciones que figuran en este libro acerca de la semiótica y
de la lingüística toman a su vez como objeto esos mismos enunciados del

13 El concepto de validez tiene un puesto central en la teoría de Kelsen (Kelsen, Teoría pura del
derecho, p. 201 y ss.). Según su tesis, la validez de la norma inferior se funda en la norma superior, y la
de ésta en otra superior aún, hasta llegar a un presupuesto lógico-trascendental llamado norma funda­
mental. En este sentido, cada nivel de la jerarquía de las normas podría interpretarse como un nivel dis­
tinto de lenguaje. Hart, por su parte, imagina un sistema normativo donde una cierta regla fundada en
la práctica de órganos y de súbditos, la regla de conocimiento, contiene los criterios para decidir cuándo
una regla cualquiera pertenece al sistema. Si no fuera por la existencia de criterios delegados (de los
que da cuenta Kelsen), sería posible interpretar esta concepción bajo la forma de un lenguaje objeto, en
el que están expresadas las reglas en general, y un metalenguaje en el que se expresa la regla (o me-
tarregla) de reconocimiento (cfr. Ilart, H. L. A., E l concepto de derecho, Bs. As., Abeledo-Perrot, 1963,
p. 125 y siguientes).
” Sobre la autorreferencia normativa y las paradojas que de ella resultan pueden consultarse
Ross, Alf, Sobre el derecho y la justicia, Bs. As., Eudeba, 1963, p. 79-82 y Sobre la autorreferencia y un di­
fícil problema de derecho constitucional, en "El conceptode validez y otros ensayos", p. 49 y_ss,; Hart, H.
L. A., Selfreferring lates, en "Festskrift tillágnad Karl Olivecrona", Estocolmo,. 1964, p. 307 y ss.; Ho-
erster, Norbert, On A lf Ross s Alleged Puzzle in Constitutional Lavo, en "Mind", julio 1972, p. 422 y ss.;
Niño, Carlos S., Introducción al análisis del derecho, Bs. As., Astrea, 1980, p. 145-147: Guibourg, Ricar­
do A., La autorreferencia normativa y la continuidad constitucional, en “El lenguaje del derecho", estu­
dios en homenaje a Genaro R. Garrió, Bs. As., Abeledo-Perrot, 1982, p. 181 y ss., y Bulygin, Eugenio,
Time and Validity, en Martino, Ajitonio A., ed. "Deontic Logic, Computational Linguistics and Legal
Information Systems", Amsterdam, 1982, vol. II, p. 65.
f0rma part« de un me-
mvel (la semiótica) que habla acerca de su nronin"l metalenRl,aÍe de primer
Lo curioso del caso es que el ültimn »n„P Pá ‘«"guaje objeto,
afirma que los demás enunciados so S e 1» « ^ ° del párrafo anterior, que
talenguaje de segundo nivel se exDresa a =emiót|ca corresponden a un me­
mo r o f (PUeS!,° que habla acerca deTse¿indo) V e ? metale"guaje de ter­
ina corresponde acaso al cuarto nivel? S i Y est0 que acaba de leerse
porque tenemos ante n w S E T K ^ " * 1“ det«ngamos aqut
no vale la pena exponemos m ú lle m e al vértigo. ‘P‘* * * * M Ceníen¿ y

1*3. Sintaxis

disciplina que estudia los


habrá que convenir en que esta nifin; S ° de comiinicación (ver 1.2.) Dem
g?fy P^strusa para quien no esté familíari?roporciona una imagen algo va-
ffuística. Esto ocurre porque los a s n ^ l 3d° COn los ^ricuetos de la lin-
J*®° de COrnun3Cación son tan diverso* n,qUf P ^ í 1examinarse en el pro­
todos no puede menos que definirse de m J 3 CiepCla W los comprenda a
sámente escogidas que no dejen fuera n im n ? ^ ^ ¡0' COn palabras cuidado-
amos ver incluidas en su campo de accidifp de, as refIexi°nes que dese-
dfpn CUando se nos advierte que la s e m ió tir ^ 0 3 C°®a empieza a clarifi-

S iiS v *
recen vanas relaciones qué’pueden examf™
, ^ éj . =
i»,-
r? ' En esta s,tuación apa-
dv . o í de R o ^ , r r r : ; y " i eL,a d e F - ‘H ¿ t ocon pa
qué Fortunato lo dice de „“ i ' 0.? “ oy! <P°r qui se/àice. por
qué entiende Ronaldo y V ^ e fe c to produce qUé pretend«
do). Otra relación es la de la e x n r e s i K f la fr?se «" «‘ ánimo' de Ronab
con el hecho a que ella se refiere (soldados n" 0^ 6 habrá un désembarco''
buques). Y una tercera es la que aparece ent?e fas383* ^ 3a tierra
h“ ” desde sus
mismas palabras de For-
tunato, que resultan enlazadas de tal modo que sean capaces, en idioma
castellano, de transmitir un mensaje (mensaje que no se extrae, por
ejemplo, de las palabras “esta desembarco, habrá noche un”). ’
Pues bien, la sintaxis estudia los signos mismos con independencia de
su significado (en el caso, la construcción de la frase dentro de las reglas
del idioma). La semántica, los signos en su relación con los objetos designa­
dos (en el ejemplo, la de la expresión lingüística con el hecho mismo del de­
sembarco). Y lá pragmática, la relación entre los signos y las personas que
los usan (la acción de Fortunato y su influencia sobre Ronaldo).
Ya estarpos algo familiarizados con la palabra "sintaxis” . La conoce­
mos como ijombre de una parte de la gramática: la que enseña el modo co­
mo deben Enlazarse unas palabras con otras para formar la oración grama­
tical16. Éste es el sentido restringido.de “sintaxis” , el que se emplea en el
estudio de cada lengua particular. Pero en el ámbito de la semiótica, desti­
nada al estudio de todos los lenguajes en general, la palabra/‘sintaxis” se
usa en un sentido más amplio: en este sentido la gramática de un lenguaje
pertenece toda ella al campo sintáctico, ya que determina la forma de com­
binar los signos en secuencias (palabras, oraciones) pertenecientes al len­
guaje de que se trate.
Un lenguaje (cualquier lenguaje) está formado por tres clases de ele­
mentos:
a) Un conjunto de signos primitivos. Se llama signos primitivos a las
entidades significativas de un lenguaje dado que no requieren ser definidas
explícitamente mediante otros signos del mismo lenguaje: en una primera
aproximación —y dentro de un lenguaje natural— puede considerarse co­
mo tales a las palabras17, destinadas a enlazarse entre sí para formar las se­
cuencias portadoras de mensajes (oraciones) del modo en que un número li­
mitado de piezas de un juego de construcciones para niños permite muchas
combinaciones diferentes.

190 ^ ^ ^ Cac*em'a ^ sPaño*a' Gramática de la lengua española, Madrid, 1962, p. 152, párrafo

■ i a ^ S*r ?rimera aPr°ximación es, en realidad, una simplificación didáctica. En rigor (y según el
nivel de análisis que se adopte), los términos primitivos de un lenguaje natural no son las palabras (suje­
tas a variación según género, número o, entre los verbos, según modo, tiempo y persona), sino los mor-
jemas, considerados por la teoría lingüística contemporánea como los más pequeños elementos signifi­
cativos del habla. Así, en la expresión "Josefina y yo odiamos a nuestros hijos” pueden distinguirse do­
ce morfemas: Josefina, y, yo, odt, amos, a. nuestr, o. s, hij, o, s, sin contar la entonación de la frase que es
un decimotercer morfema (ver Ullman, Stephen, Semántica, introducción a ¡a ciencia del significado
Madrid, Aguílar, 1972, p. 30-31). Por otra parte, las palabras se definen unas por otras, como en el dic­
cionario, por lo que la identificación de un grupo de ellas como términos primitivos requeriría un previo
ordenamiento jerárquico que en los lenguajes naturales no suele practicarse.
nuestro ejemplo es predso t o S S Í 35 piezas del Juego de
unas sobre otras sin orden ni concierto o bicn “' P°rq^ u S! Ias col°¿n io s
lograremos construir más que una imawn ^ ■eq“ lllbn0 inestable, no
co internacional. De la misma™Z T L ™ ? ? ™ deI^ E terna económi-
c o m b in e s e ^ ^
mo expresión bien formada en ele lenmLTJ f T é ha.de cons¡derarse co­
es
beas“ ^En tunn|lenguaie
± , ! ? ™natural
a,d ad,e!id
i««, io
D -aS^«leiiano,
sieilan o pero
6 'el
^ PerT° ,adra" rio
ladra perro”
de vjste de la sintaxis carecen de s ig n a d o TeT !{°nmdos desde el punto

len translS fr" ufa™ S " ¿ ^ ' e" “ c“ ^ S e '¿jf*delaa™glas quaperm¡.


da HerH-°traS que se toman como punto de partid!' n l T ? 8 exP.resiones a
da del idioma castellano “Roberto behe ,7n ! ! a D ? frase blen forma-
“km- " I VaS° d? vino es bebWo p o ! t e ^ ° ^ . ' n0 p-uede obtenerse
Emi 10 tiene miedo“ y "Rafae- • “
iimilio y Rafael tienen miedo’
s r * - « » ““ „ 4 , uS S ' í x i t s s e s

I aa ^ f ™ L ql1! f n Ios ‘«"guajes formales


signos arbitrarioá; a los' ^ 0 « ^ ^ ! ? ' términos primitivos son
ver U . U Estos lenguajes p u efen , pr,nc,.P10 significado alguno
lo, sólo son susceptibles de análisis sin?3"!-0 Se?,n Vlst0s como mero cálcu-
« decir,,fcuando o o ^ a m ! v e™ “ ,0S
bitranos aparece la óptica sem án tS v c f ad0S) 3 esos símbo1“ ar-
pragmatica. Otra peculiaridad * los!!n™ !!.nsS?CUenÍemente' tamb‘én la
de formación se hacen exnhv.w , árm ales es que s ¿ retdac
‘as reglas de f o r m a c i ó n mi W ! S
cionan a través del tiempo de modíff?]^ a,turales se establecen y evolu-

deun l™g,,aie na,ura|. « i"« la


finitode reglasrirve r7™tec7ibl '''a^ameMe'SddiblM^S Ve"’en'

s s í m m m m
La sintaxis, en resumidas cuentas, abarca tanto la postulación de sig­
nos primitivos (por ejemplo, cuáles palabras pertenecen a un lenguaje y
cuáles no), como el estudio de las reglas de formación (en los lenguajes na­
turales, la gramática en general) y de derivación. Por esta última vía la sin­
taxis incluye dentro de su campo toda una ciencia con jerarquía y tradi­
ciones propias: la lógica.
Dentro de un ámbito tan amplio, pueden distinguirse aún distintas ver­
tientes o modalidades del estudio sintáctico. Así, la sintaxis descriptiva o
lingüistica examina la estructura de los lenguajes naturales, en forma espe­
cial (con referencia a un idioma determinado) o general. La sintaxis pura o
lógica estudia, en cambio, la estructura de cualquier lenguaje (incluidos, e
incluso con preferencia, los formales), y se halla más próxima a la lógica y a
la filosofía que a la lingüística. ■

1.4. Semántica /

Sabemos ya que, entre las diferentes partes de la semiótica, la Semánti­


ca es el estudio de los signos en relación con los objetos designados, o, por
decirlo de un modo más claro, es el estudio del significado.
La semántica nació ante todo como una disciplina empírica: examinaba
los distintos lenguajes naturales y estudiaba el modo en que los significados
se atribuían a las palabras, sus modificaciones a través del tiempo y aun sus
cambios por nuevos significados. Ésta —mediante una clasificación seme­
jante a la sintaxis— es la semántica descriptiva o lingüística, que también
puede ser especial (del castellano, del francés, del guaraní) o general,
descriptiva de la evolución histórica de todos los lenguajes. La lexicografía
(disciplina que busca establecer el significado de las palabras de un idioma
en un momento dado, y suele exhibir su resultado en la confección de dic­
cionarios) es, por ejemplo, una parte de la semántica descriptiva.
Pero los estudios descriptivos y la búsqueda de regularidades han lle­
vado a la ciencia empírica a preguntarse por sus propios fundamentos: ¿a
qué realidad nos referimos cuando hablamos de un significado? ¿Existen
significados naturales, que puedan aprehenderse mediante alguna clase de
observación de la realidad? La asignación de significados a las palabras,
¿está relacionada con alguna estructura de la realidad o depende exclusiva­
mente de nuestra voluntad? ¿Qué condiciones, además de las meramente
sintácticas, debe reunir una palabra o una frase para ser significativa?
¿Puede atribuirse algún significado a expresiones lingüísticas tales como
“los números primos tienen alergia”, o “el planeta que gira entre la Tierra
y la Luna está deshabitaHn”? nv»-.,
otras— al campo de la semántica burao S ^ r taS Corresponden —entre
analizar algún sistema de reglas sem ánticas^m ^''qUe trata de COnstruir y
Su^e, ya sea históricamente existente n nmr? f ]*7an Para cualquier len-
„ Esta semántica filosófica no eíu n s S ^ ^ nUGStra im^ inación.
ella examina las bases teóricas sohre pasatiempo. por el contrario,
análisis semántico particular, y resuka de f.mrh, PUe<?a, aSentars<í cualquier
ra de razonar sobre las interpretación«^ nní T " tal lmPortanda a la ho-
ca (algo que los abogados hacen d u ran ^h sd) es de una expresión lingüísti-
dicaremos, pues, lofpr“ x i m r 4 S s e bUe"a P3rte de SU VÍda)- A e«a ^

í.á .l. La fuente del significado .

n u e s tro s " '^ c o ^ o S ¿ “ ur n ^ s ^ 1° SUe‘e P e t a r s e a


mos como cualquier elemento de la realidad Kn „fi°,natural que “ noce-
aprendemos el idioma del medio en En efect0’ en " “estra niñez
nombre que ha de darse a cada cosa’ v no^e ¡ ^ ? ' C° n SUS reglas sobre el
como juego indulgentemente toler-iH^ ® ocurre cambiarlas, salvo
pa” al dudoso de P eceños «amemos "pa
verdadero nombre es "comida” v acontaSenr’ ,u e g 0 se nos explica que su
table. Más tarde aprendemos a u s a r e S “ ^ COmo un hecho ¡"dubi
dero significado de palabras menos e n „ í ™ 0 para aver'guar el venda-
diar algún icjioma extranjero el esauema V ?.uando empezamos a estu-
un nombre en castellano, otro en ¡ngl& otro e f f '^ ^ miSm0 objeto tiene
averiguando sobre ese objeto datos míe decc ^ranc^s. y así nos parece ir
nombres en otros lenguajes ^conocíam os antes: a saber, sus

la,qUe “ "?'«* en con­


de advertir que si una misma cosa nucHc ten« QUe'° meditemos. hemos
idioma de que se trate (y aun varios hombres « -0S n0.m bres se2ún el
mmos) nada nos impediría imaginar í un ™tsi^ ° ldl0ma: Jos sinó-
nuevos nombres, sin que'poresoeTobieto5 1 d°nde aParcciesen
cambiase en absoluto. Cuando aprendemos H nn y tocam°s,
ces, no aprendemos algo acerca de la cosa sinn de Una cosa- ent0]>
ticas de cierto grupo o p u e b l o - e l q u e f í í * 35 c?stumbres hngüís-
corresponde a esa cosa Estas co stu m h íi !?10ma d°nde ese nombre
cambian muy a menudo a travós »
sos cambian de nombre, pero sería más riguroso decir que nosotros cam­
biamos el modo de nombrar esa cosa.
De la misma manera, afirmar que una cosa tiene nombre es una forma
habitual de hablar; pero sería más claro decir que nosotros tenemos un
nombre para esa cosa. De aquí resulta una primera conclusión: no existen
nombres verdaderos de las cosas. Apenas hay nombres comúnmente acep­
tados, nombres no aceptados y nombres menos aceptados que otros. Así,
los trozos de papel de color que extraemos de la cartera para pagar el café
que acabamos de tomar pueden designarse con nombres aceptados en cas­
tellano: dinqro, billetes, plata; otros de aceptación geográfica o socialmente
reducida: guita, parné, mosca, pan; y, por fin, otros que nadie acepta pero
que nada /ios impide imaginar: caroquín, lupón, traminera.
Esta posibilidad de inventar notnbres a nuestro gusto suele llevar, a su
vez, un nombre: libertad de estipulación. Pero, como todas las libertades, és­
ta trae consigo una responsabilidad o, si lo preferimos, un riesgo. Si estipu­
lamos libremente un nombre, nadie comprenderá nuestros mensajes que lo
contengan a menos que comuniquemos previamente esa estipulación. Si,
en cambio, seguimos la regla del uso común (es decir, usamos las palabras
con el mismo significado que comúnmente se les asigna en nuestro medio
lingüístico), nuestros interlocutores no tendrán dificultad en entender lo
que decimos. En otras palabras, podemos usar cualquier nombre que se
nos ocurra para cada cosa; pero cuanto menor sea la aceptación común de
ese significado en el medio en que nos movemos, tanto mayor será la difi­
cultad de comunicación y tanto más necesaria alguna aclaración sobre
nuestro lenguaje personal. .

1.4.2. Identificación y significado

Hasta aquí hemos relativizado bastante nuestros preconceptos sobre el


significado: la relación entre palabra y cosa es artificial, fruto de decisiones
individuales o sociales, ajena en principio a las características observables
de la cosa misma y modificable a voluntad, con sólo tomar la precaución de
hacer saber dicha modificación a quienes quieran escucharnos. Pero
—podrá decir alguien— cualquiera que sea el nombre que demos a una co­
sa, esa cosa será siempre la misma y requerirá algún nombre. El sol es el
mismo objeto para todos, ya sea que lo llamemos sun, solé o soleil. De modo
que, por encima de las divergencias lingüísticas, existe una diferenciación
natural entre los objetos que sirven de base necesaria a cualquier
lenguaje... '
que parece contenida e ñ % U r ^ r a ^ trascendencia
entender mejor esto, nos p r o p T e " £ ‘rd c o b j e t o s . Para
Supongamos que a los ñocos dfcc hI J rc[ci° úe paginación,
abandonados en un lugar aieno a tn d l ¿ nue®tr? naciimento hemos sido
mulo y Remo, hemos encontrado u n ^ T " '13 hl™ana y ^ “ ™ Ró-
más dispuesta a amamantarnos ouc á darse^n7 Z r Va 7 a*8° vegetariana.
mos de lado, por un momento las festm con nosotr°S- Deje-
implicaría para elaborar nuestro Friinn £ 1 de* q^e ,semeiante situación
nos años de análisis), y concentrémonos en T "5 ade'ante nos costará va-
desgraciado episodio, °"0S en os asPectos lingüísticos del

colores, sentimos roraív7 w * S b » ?.!,fü í“S de nuestí os sentidos: vemos


«na cosa), sino una r e a liL d c ü c u ^ a n tT líin T d ("° Sabemos ^ «
Advertimos que esa realidad se mueve ’y que riertm te “!ores,y ní¡dos-
mueven más que otros. Observamos Ti™ cl^rtos sectores de ella se
penden de nuestra voluntad v así ?-e ^S0S-movimientos de-
diT n l0S psi^ g < * > y el res“ “ i T “ '0" 1n°S° ‘rOS mís-
Algunas situaciones------- ’ - - * *'
nos desagradan (el hambr“ f f i " & "“ I"' PW * ” »*<». y
ces, ruidos y olores vinculados ron° n Perc,b,mos colores, movimientos, ro-
gunas conductas nuestras (llanto cñ to^ y co,m Probam os que al-
cambio de una s i t u a c i ó T d e ^ a mj T ,d° para P™vocar el
cierto sector dé la realidad quecos rodea -u n e: 4 dver.t.,mos <1“
ticularmente movedizo auc :1inf Un sec^or castano, cálido y par-
dables y lejqs en los desaCTadabfes^resnniíd0tr°S en ‘°S m°">entos agra­
men^, mientras que los Cernís sectores roí1 3 n“e9t[as señales y nos ali­
son insensibles a nuestros deseos Anneí *"7 ’ ?s bl-erbas’ l°s árboles)
nuestro interés, y n o s S S m o ^ " df P Icrta grandemente
lar, con a b s tr a e n de íos demáTa L r«r d T fi?,?1de Un m9do iwtfcu-.
sotros la noción de individuo es d e c i de hemosPre?do Para no­
un día queremos comunicarnos resnertode scnt,d? genérico. Si
mo, sólo nos falta ponerle un nombre- "IntJ” con "“ ea!r0 hermano Re­
nos antoja. Lo mismo harem™?on los ™ má ? " s¡ así se
desde nuestra óptica y de acuerdo rm m > 5ccdQres de la realidad que,
convenga individualizar y nombrar No e S " ” partlculares intereses, nos
tos ni por las reglas « m L S de ,m <7 , T 1,mitados por Preconcep-

bién de la
"cronch” no está necesariamente relacionado con el conjunto raíces-
tronco-copa, que forma en castellano el correlato de la palabra "árbol":
puede interesarnos sólo la copa, o el conjunto del tronco con las ramas más
bajas, o la totalidad del árbol junto con las hierbas que lo rodean. Y también
podemos prescindir del árbol como individuo, sin inventar nombre alguno
para él, y considerar todo el bosque (o una parte cualquiera del bosque) co­
mo una unidad que no estamos interesados en analizar o dividir idealmente
en partes. Todo'dependerá de cómo obtengamos nuestro alimento, del te­
mor que abriguemos por los peligros que puedan provenir de alguna parte
de la realidad,que nos circunda, o en definitiva del mayor o menor interés
que cada sector de esa realidad nos inspire, con fundamento en el agrado,
en el desagrado o en la simple curiosidad.
Estas consideraciones nos llevan'a una nueva conclusión, más profun­
da que la anterior: al inventar nombres (o al aceptar los ya inventados) tra­
zamos límites en la realidad, como si la cortáramos idealmente, en trozos; y
al asignar cada nombre constituimos (es decir, identificamos, individualiza­
mos, delimitamos) el trozo que, según hemos decidido, corresponderá a ese
nombre. Habitualmente no advertimos este procedimiento porque el len­
guaje que hablamos (castellano, inglés, francés) no fue inventado por no­
sotros ni por alguna persona que conozcamos, sino elaborádo anónimamen­
te a través de una larga tradición. Por esto la realidad se nos presenta ya
cortada en trozos, como una pizza dividida en porciones, y no se nos ocurre
que nosotros podríamos haber cortado las porciones de otro tamaño o con
otra forma. No hemos sido criados por una loba sino por seres humanos
hablantes, y ellos nos han inculcado desde pequeños, insensiblemente y a
través del lenguaje, la división del universo que corresponde a ese len­
guaje. -
Es preciso admitir, sin embargo, un punto en favor de esa división tra­
dicional. Distintos idiomas —incluso idiomas muy diferentes unos de otros
y sin raíces comunes conocidas— parten de divisiones aproximadamente
semejantes, y esto no es obra de la casualidad. Ocurre que los hablantes de
todo el mundo y de todos los tiempos tienen algo en común: son seres hu­
manos. Y el ser humano tiene, en todo tiempo y lugar, aproximadamente
las mismas necesidades físicas, las mismas percepciones sensoriales y las
mismas reacciones frente al mundo que lo rodea. Esto puede explicar que
distintos grupos humanos hayan trazado límites parecidos entre las cosas
que se mueven y las quietas, entre las que se comen y las que representan
peligro, entre lo que está sujeto a la voluntad humana y lo que la avasalla.
Esta semejanza, sin embargo, está lejos de ser absoluta. En castellano,
por ejemplo, cualquier aparato destinado a medir el tiempo se llama
Para el reloj de
cés tiene tres v o c a b l o s : ' T w r W ' f r e f o f d e V de p“ sera- Y el fran-
171esa o de pie) y "mo«t«"(de bokiMn Í a T 0 d e Pared)- "pendule" (de
cen mucho mayores cuando se^examinan'lent6^ - d¡ferencias se
rentes, como los de los indios norteamericano^ ?S ' mUy d¡fe‘
sorprenden?es?Bmger t a SdesPcrfpeto lion T n n V ^ C|eUnear Prodigios más
Suajes en los que todo podfa fÍCtÍd° S Ie"-

1.4.3. Concepto y clasifica cion

hemos 5? Pahbray Ia « * . -
palabras de clase, o sustantivos c o n ^ A S h T í ^ Pr°P,0S y eI de las
son bastante diferentes muñes. Ambas situaciones, sin embargo

denmh“ fónwdTl;faShdir:r,fr?eLr:bjetos-r stramás- - >>*


nuestra madre, el sonajero rojo este la to ^ n r w " 3 obleto,s, individuales:
asignar un nombre propio a cada uno de . . sl asi lo deseamos-
hacemos no seguimos un criterio sS e m ft“ to?Tlndm,?uos: per0 cuando lo
según los avalares d?la poíttca v é f e T t e r°¡ v™ “ "5 Cambia de nombre
característicasde la calle misma y<5¡ t„„„°S camb‘?,s nada tienen que ver las
nombre que suene bien o sea itn.nl i f T Un h‘í° ’ eleSiremos para él un
tanto querejhos^pero —sa^vo e T s L o ^ T j * 'de SU tÍ0 abue'° a <P*n
determinada por condiciones nronia. d» , stf T7 nuestra elección no es
orarlo Juan nn“ ™n‘J° QUenOS ¡ " ^ a n a Ha­
de la pura preferencia " ar°' Un nombre propio os un producto

cucarachas” briSSasdeM ertaom otócufedeh^’ ó* indiv¿du^ : hombres,


68 P0Paráee v ^ trÜe T er ^ ^ ^
duales en conjunte

Cultug Económica, 1974, p' 3 4 ^ Adam' Mí S T S E *

19S0, p. « í BOrg“ - JOr8' ^ en "Obras corapleus". Bs. As.. E ra«*


a una clase determinada cuando reúna tales o cuales condiciones: así, cual*
quier mueblé destinado a que nos sentemos sobre él será un sillón si tiene
brazos, y una silla si no los tiene. Con esto no sólo hemos creado (o acepta­
do) las palabras sillón ’ y “silla” sino también creado (o aceptado) los con­
ceptos a que esas palabras se refieren: es decir, las particulares divisiones
del universo que hemos decidido nombrar (en este caso, mediante sustanti­
vos comunes), ^Así, en distintos idiomas, las palabras “silla”, “ckaise”
i “sella” o “chair" designan aproximadamente un mismo concepto; y este con­
cepto agrupa' idealmente una multitud de objetos, reales o imaginarios, pa­
sados, presantes o futuros, de madera, de bronce o de cualquier material o
forma, siejnpre que respondan a ciertos requisitos implícitos en el propio
concepto/
La agrupación de los objetos én clases —llamada clasificación— es un
acto intelectual quefen la mayoría dé los casos cumplimos inadvertidamen­
te, pues, como ya vimos, nos es inculcado junto con el lenguaje. Todo len­
guaje, en la medida en que se halla compuesto por palabras .de clase, presu­
pone un complejo sistema de clasificaciones, y; aunque los idiomas de cul­
turas semejantes tienden a adoptar clasificaciones parecidas, cada lenguaje
tiene sus propias peculiaridades. La ya apuntada diferencia entre los con­
ceptos reloj, clock-watch y horlogc-pendule-montre es un ilustrativo ejemplo
de esto; pero pueden hallarse otros más notables: entre los esquimales exis-
i muchas palabras diferentes para designar la nieve, según una minu­
ciosa clasificación que toma en cuenta su consistencia, su textura y otras
características que para un hombre de climas templados no son tan rele­
vantes, pero para el esquimal entrañan diferencias de vida o muerte. Si­
métricamente, los aztecas usan el mismo tronco verbal para “frío”
“nieve” y “hielo”21. - ’
Estas comparaciones no tienen por finalidad inducir al lector a ninguna
clase de erudición lingüística, sino señalar un hecho fácil de aceptar ra­
cionalmente, pero muy difícil de tomar efectivamente en cuenta en la vorá­
gine de la vida diaria: que las clasificaciones, del mismo modo que la identi­
ficación de entes individuales, no son cosas que están en la naturaleza (co­
mo no sea en la naturaleza sociológica, claro está) y que, en consecuencia,
puedan conocerse mediante un adecuado estudio del universo. La clasifica­
ción es un hecho cultural y, en ocasiones, meramente individual. .No hay,
pues, clasificaciones verdaderas ni .clasificaciones falsas, tal como no exis­
ten nombres verdaderos ni falsos para cada objeto. Hay clasificaciones
aceptadas o poco conocidas, útiles o inútiles (para algún fin determinado),
21
Ver Ullman, S., Semánliaf, introducción a la ciencia del significado, p, 136.
R aS S asaS saS S
clasif.caaones coincide, de hecho, con otra. ¿Cuál de ellas S nreferib^
Esta pregunta, como es obvio, no tiene resDuesta Paria riaeíf ^ 'a *.• *

g ^ ^ s s a s E íS S a S 1«
dos desde hace muchos siglos a inventar clasificaciones v a trabar «..H uí?

de esa manera, porque su solución no depende de la realidad ni h» P


raleza sino de ciertas decisiones clasitotorias y ^ l i n S c a s

ncqcia Pero para clarificar mejor este punto habrá eme derir
Ahá vam oT5 6 deSlgnaclón’ características definitorias y definiciones.
que vemos: hablamos también de objetos cuya existencia no nos consta, y
aun de seres de los que sabemos positivamente que no existen: los cen­
tauros y las hadas, Don Quijote y el pato Donald, el billete ganador de la
próxima lotería, los marcianitos verdes y escamosos y el desarme mundial
son, paradójicamente, seres que no son, aunque algunos de ellos podrían lle­
gar a aparecer algún día.
Esto metió a los filósofos en un berenjenal. Un nombre con significado,
pensaban, debe significar algo. Y ese algo debe ser un ente de cierta natu­
raleza, ya que de otro modo habría nombres que no significarían nada. Pero
¿cómo afirmar a la vez que las brujas existen (para poder hablar de ellas) y
que no e^sten (en homenaje a la verdad)? Podríamos, tal vez, distinguir
dos claseé de entes, o seres: los que existen (es deqjr, los que están en la re­
alidad) y los que subsisten (los que no forman parte de la realidad pero
podrían llegar a existir, en algún sentido de “poder”). Así, el Aconcagua y
cierta-muchacha-qifé-yo-sé existirían, mientras que el pato Donald y la re­
cuperación de las Malvinas subsistirían. Esto era muy complicado, y en es­
pecial contradecía una muy razonable enseñanza del filósofo medieval
Guillermo de Occam: no debemos suponer más entidades que las estricta­
mente necesarias24.
Pero, si tomamos en cuenta las precauciones ya expuestas y evitamos
cuidadosamente confundir el plano del lenguaje con el de la realidad, ad­
vertiremos que esta última no tiene por qué sujetarse a los caprichos lin­
güísticos o imaginativos del hombre, y que, así como el ser humano puede
describir estados de cosas que no existen (mentiras, o en lenguaje más téc­
nico, proposiciones falsas), también puede nombrar entes imaginarios sin
que por ello sea preciso otorgar a éstos alguna carta de ciudadanía de la re­
alidad, -
Este tema quedó muy clarificado a partir del lógico Gottlob Frege25,
24 El tema que aquí tratamos fue muy discutido en la Edad Media bajo la denominación de dispu­
la de los universales. Una de las tesis allí esgrimidas, la teoría nominalista, afirma que las especies, los
géneros y —en general— los universales no son realidades anteriores a las cosas, como sostenía el pla­
tonismo, ni realidades integradas a las cosas, a la manera del aristotelismo, sino simples nombres con
los que se designa a conjuntos de cosas. Esta posición filosófica, que —como se ha visto, sirve de base a
muchos de los razonamientos contenidos en este libro— es atribuida a menudo a Guillermo de Occam,
sacerdote franciscano que vivid aproximadamente entre 1298 y 1349. También suele considerarse a
Occam como participe de la tesis conceptualista (doctrina que sostiene que los conceptos tienen una
existencia propia, aunque puramente ideal). Sea como fuere, la tesis de este filósofo sobre la convenien­
cia de no multiplicar innecesariamente las entidades ha sido llamada la navaja de Occam, porque
sirve para afeitar las barbas de Platón, es decir, pulir nuestro lenguaje (y nuestra ontología) y eliminar de
ellos las excrecencias imítilcs.
25 Gottlob Frege (1848-1925), matemático alemán, es uno de los grandes impulsores de la lógica
moderna al elaborar la estrecha relación de ésta con la matemática, y su obra tuvo importante influen­
cia en los trabajos de Bertrand Russell. .
^Tfialabra^Sad^^0 h denotación «>
a cualquier entidad1de uña h 4 afcta°’^ f nd ^ ^ r * 86 indistintamente
ba, Neuquén, París, Barcelona Cantón Aran f 6 a^ uenos Aires, Córdo-
Jaríum y también a Sodoma Níñi™ Menfk p .1“ » 1™ , Florencia,
todos los objetos o entidades, u7 ¿h“ "í a c o n j u n t o d¿
denotación de esta palabra. 4 e a pa abra ciudad ' se llama la

Montreal y a Salufpe"“ í o a t Edid M e Í t Í ¡ '=si, P e a m o s “ciudad" a


nuestra conducta no es caprichosa sino a 'Sla de Ios Estados,
ciertas razones, más o menos uniformes ñor 1« i ° ■ d e,Un criterio- Existen
una ciase o lo excluimos de ella Estas razón« fn“ lncl“,nl.os un objeto en
la palabra de clase, y tal criterio es la piedra de 6 mterÍ0 de us0 de
el concepto de mosca cuando e sta m o s^ k n n ^ t qUe del c.oncePto} tenemos
llamar mosca (o mouche, o fly) a los objetos a u e ^ a ^ f Ciert° criterio parz
mar con ese vocablo a las cosas oup n i c? Cf 0 satlsfa£an- y para no lla­
n t o de estos requisitos o ra zo n ese l ¿ 1 * ^ ? sus retiuisitps. El con­
labra de clase (determinante y demóstrativoídel rT ten! de uso de una Pa‘
se llama designación de esa palabra** ratiV° ^ Conce^ correspondiente)
entre otros? ^de^uénosAjres »“ «ación,
en tanto su designación coniste en se r ^ n 'n d f y al,de Luxor en París,
iguales un poco convergentes v terminadnP muy a t0’ de c“atrocaras
achatada, el cúal sirve de adorno en lugares públtóos”“ "‘a piramidal muy
ro un cfclope?No, pe-

notación o extensión. Para decirlo de orín m«3 i paiaDra carece de de


significado (ya que tiene al me™“ d ^ n a d ^ “^ n° mbre "CÍdoPe " tiene
*
re-
Pue°deqohPUeda llamarse con ese ifombre
n,, “ de,;í,S.!r
existe _. VarSe ahora Que las palabras
configuran, en cuanto a denotación i d “ ^ Se/ eíi?ren a lo que no
mbres Dronint; cjahonno-------- • Y Sl£naciónpel caso ínversn dp

gun animal que reóna esas c a r a X S T n

" tódennehwlabra'Ue“sro' ' elD¡“ ¡“ “ ™ ^ « - , Acad™!lEs|rafloIaiei , 970


mente a quién llamar José de San Martín, pero no lo hacemos en virtud de
ninguna característica del prócer; es decir, carecemos de un criterio para el
uso de tal nombre. Puede afirmarse, pues, que “unicornio” tiene designa­
ción pero no denotación, en tanto “José de San Martín” tiene (o tuvo) deno­
tación pero carece de designación. ¡

i1 ri
1.4.4.1. Universales y otras intoxicaciones i
*. ;/
Hasta aquí hemos tenido que vérnoslas solamente con palabras de cla­
se y con non?bres propios; es decir, con símbolos que denotando pueden de­
notar) cosas/objetos, hombres, monstruos. ¿Qué diríamos, en cambio, de un
concepto como el de blancura? ¿O vidal ¿Y de un verbo, como caminar?
¿Cuál sería la denota^ón de “caminar”? ¿O la del adverbio "lentamente”?
Estas nuevas preguntas nos obligan a reflexionar atentamente acerca
de la estructura de nuestro lenguaje, para no vernos arrastrados a una
nueva disputa de los universales27. , :
Las palabras que usamos sirven para nombrar los objetos que hemos
recortado de la realidad circundante a las clases en las que hemos agrupado
esos objetos. Pero nuestro sistema de clasificaciones es muy complejo, y
las clases se superponen y entrecruzan sin respetarse unas a otras. De este
modo, el copo que acaba de caer del cielo en una tarde de invierno encaja
en la clase de la nieve (agua congelada en pequeños cristales), pero también
en las clases de (lo) frío (cualquier cosa de baja temperatura), de (lo) blanco
(cualquier cosa que refleje la luz de cierta manera) o de (lo) blando28 (cual­
quier cosa con determinada consistencia). Cada una de estas palabras (frío,
blanco, blando) designa una clase; y, por tanto, denota a cada uno de los ob­
jetos respectivamente fríos, blancos o blandos.
! Nuestro copo de nieve es abarcado también por la clase de (lo que) cae,
junto con la lluvia o con las piedras de un alud, de modo que la palabra
“cae” designa también una clase y denota a los objetos que caen.
Lo que ocurre es que nuestro lenguaje tiende a oscurecer esta semejan-
27
Ver nota 24, página 41, El toma que ahora planteamos es un problema central de la antigua (y
aún persistente) disputa de los.universnles, y la solución que lia de proponer es otra vez de corte nomi­
nalista. ‘
En estos ejemplos la palabra "lo” , puesta entre paréntesis, es una concesión puramente lin­
güistica a la tesis que criticamos, tesis que presupone cierta sustancia de la que podamos predicar las
cualidades de frío, blanco y blando. Si quisiéramos ser absolutamente rigurosos en nuestra exposición
deberíamos decir “los fríos", "los blancos" y "los blandos", sustantivizando los adjetivos; pero esta
forma de hablar, ajena al lenguaje común, podría obstaculizar la comprensión del argumento en vez de
facilitarla. Cedemos, pues, en la forríta sin que ello implique concesión en el fondo.
za entre sustantivos, adjetivos y verbos porque su estructura corresponde a
la tesis esencialista (o mejor dicho, la tesis esenciaüsta nació de llevar al
terreno ontològico las observaciones acerca de la estructura del lenguaje)29.
Suponemos que hay cosas (sustancias, en la nomenclatura aristotélica),
cualidades y acciones. Las cosas (nombradas por los sustantivos) tienen
cualidades indicadas por los adjetivos) y realizan acciones (expresadas por
los verbos). Nuestro lenguaje es, pues, como un sistema planetario en el
que el sustantivo ocupa el lugar del sol, en cuyo derredor giran los dfemás
vocablos; e imaginamos (no sin cierta ingenuidad) que la realidad debe tener
cierta estructura que corresponda exactamente a ese modo de hablar. De es­
ta suposición nacen las esencias y otros conceptos metafísicos que pueden
luego encorsetar nuestro razonamiento. Pero el papel que asignemos a las
distintas partes de nuestro lenguaje es contingente y eventualmente inter­
cambiable (recordemos la cita de Borges en 1.4.2), de modo que lo que hoy
se dice con un verbo (dirige) podría decirse mañana con un sustantivo (di­
rector)30, y lo que se expresa con un adjetivo (amarillo) podría a su vez ser
contenido de un verbo (amarillea).
Sustantivos comunes, adjetivos y verbos (y también adverbios, que son
como adjetivos de verbos) pueden, pues, pensarse como nombres de cla­
ses: cuando decimos que Eugenio es rubio31, por ejemplo, afirmamos que
cierta persona con ese nombre pertenece a la clase de los rubios; si sostene­
mos que los correntinos son valientes queremos decir que todo individuo
perteneciente a la clase de los correntinos pertenece a la vez a la clase de

29 Se Harpa comúnmente ontología a la parte de la filosofía que elu d ía el ser, los entes, las esen­
cias, o, coma dice un lógico moderno, lo que hay (cfr. Quíne, Willard van Orinan, Acerca de loque hay, en
Desde un punto de vísta lógico, Barcelona, Ariel, 1962). Esta transposición de la estructura real del len­
guaje hacia una supuesta estructura trascendente del universo puede observarse claramente en las Ca­
tegorías de Aristóteles; pero 146 ideas de Platón también pudieron nacer de un procedimiento similar.
Conviene aclarar aquí que estas afirmaciones, como tantas otras que aparecen en/el presente libro,
se hallan sujetas a polémica y están lejos de ser unánimemente aceptadas. Sobre e^esencialismo, ver
nota 27 en página 43.
30 Según el Diccionario de la Real Academia Española, el vocablo "director"/es un adjetivo... que
se usa también como sustantivo; versatilidad funcional que no deja de abonar la Jesis que aquf se sos­
tiene. ’
31 En este ejemplo, como en algunos de los que siguen, un espíritu agudo podría encontrar cierta
perplejidad: al decir "E ugenio« rubio” utilizamos un verbo cuya referencia a una clase no es fácil elu­
cidar. ¿Queremos decir que Eugenio pertenece a la clase de (lo que)«? Tal sería la clase universal, la
del Ser, y por esta vía volveríamos a las disquisiciones ontológicas. Pero podemos tranquilizamos: en
este uso, el verbo « no pretende designar categorías metafísicas sino, simplemente, indicar una rela­
ción entre clases o entre un individuo y una clase. Si quisiéramos pensar en una clase designada por
dicho verbo, podríamos decir que se trata de la clase de los individuos o clases que pertenecen, a su
vez, a alguna otra clase. Pero esta reflexión es, en verdad, una consecuencia de la estructura de nuestro
idioma: en ruso, por ejemplo, el atributo se une al sujeto sin interposición del verbo copulativo. ,
los valientes, y si proclamamos que muchos ausentes regresan ahora esta­
mos indicando que muchos individuos de la clase de los ausentes pertene­
cen también a la clase de los que regresan ahora (que son, a su vez, una
subclase de los que simplemente regresan y una subclase de los que hacen
algo ahora).
Claro está que la maraña a desenredar no termina ahí. Sobre la base de
estas palabras de clase el hombre ha construido otras, de un mayor nivel de
abstracción, que parecen abandonar la referencia a los objetos (aun agrupa­
dos en clases) para apuntar directamente a los criterios de clasificación. De
este modo, copinar es lo que tienen en común todos los individuos de la cla­
se de los que caminan; vida es lo que tienen en común los individuos vivos;
blancura es/ío que tienen en común los individuos blancos. Pero esta abs­
tracción no puede hacemos perder de vista la realidad de la que proviene y
en la que se sustenta: si alguien nos pregunta dónde está la vida, sólo podre­
mos mostrarle individuos vivos, del mismo modo que la blancura está en
las cosas blancas y el caminar se manifiesta en lo que camina.'
Con estas reflexiones quedamos capacitados para regresar, a nuestro
punto de partida. Una palabra abstracta, como “blancura’*no tiene una de­
notación tan fácilmente determinable como “pájaro” . Podemos ver pája­
ros, pero no vemos la blancura: sólo vemos cosas blancas. Esta dificultad
puede llevarnos por complicados caminos, tal como el que conduce a supo­
ner denotaciones ideales y realidades supraempíricas32. Pero no estamos
obligados a recorrerlos: podemos advertir que la blancura es un concepto
abstracto que se refiere mediatamente a la clase de los objetos blancos, y
que, por lo tanto, su denotación se encuentra distribuida entre todos los ob­
jetos pertenecientes a esta clase.

1.4.5. Características definitorias

Hemos visto que los requisitos exigidos para llamar a un objeto con
cierto nombre (palabra de clase) son ciertas características eventualmente
presentes en el mismo objeto: tener cuatro caras iguales un poco conver­

Una realidad supraenflpfrica es aquella inaccesible a la experiencia; y la parte de la filosofía


que postula y estudia tales realidades es la metafísica. B) camino de suponer realidades supraempíricas
fue seguido por Platón: puesto que la blancura no está en el mundo sensible, y sin embargo existe, su lu­
gar debe estar en otro mundo, inaccesible a los sentidos y al que sólo puede llegarse por medio del inte­
lecto (el mundo inteligible): desde allí rige la realidad que vemos, y se manifiesta en las cosas blancas.
Otro tanto puede decirse del bien, de la justicia y de otros conceptos (ideas). Algo más sobre este tema
puede verse en la nota N° 27, página 43.
SUvez integran1efcriterio^usodeU or h f de®fripción de m objeto que a
torios de la palabra en cuesdón0 dd V°Cabl° 56 Haman ^ ra^risticas°d^fbtl

objetcffornian part^dd Criterio presentes en cada


ra. Los obeliscos formaron parte del estilo arni.L lx am°S de Clerta mane’
lisco de Luxor que está en la Plaza de la eí>ipcio’ y el obe-
fruido por los egipcios y se halla cubierto íL d f-rUe efect‘vamente cons-
nsticas no son definitorias de “obelisco” vaJm2? - w S: peroestas caracte-
dispuestos a llamar así al monumento c o n s t o i' 1pfueran no estan'amos
sin intervención de súbditos faraónim<i e” Buenos Alres en 1936
Estas características cuva nr^P -m inscnPclones egipcias. ’
sulta irrelevante para que le asirnemn^ 3 t° CU^a ausencia en el objeto re­
rae teráticas c o n L i l ^ t j T ^ S J n°mbre- 86 lla™ " »
De modo, pues oi.p pnfrt i ® pecto de ese nombre,
describirse en cada objetodeíunívlsfTremeTracteráticas que pueden
tmguiremos algunas como definitorias EI re,^ . ^ 3 nombre P°s¡ble dis­
Esta distinción es a menudo descrióte ^ St son,conc<>mitantes. ,
características definitorias - s e d ice- Son iL Z ^ P°C° cuidados°: las
cosa y no otra; por ejemplo, que sea un £ i W hacen que al«° » » una
comitentes son las que pueden estar o no Üy no pn cuadrado; las con-
interpretación despreocupada no sólo es °bjeto' Esta
analizamos; lleva además al pensamiento en nn»V P<í t0 de la tesis <lue
distinta. / p m ent0 en una dirección completamente

menudo como/esencia de^sa^osa °pSor opos^vf Yn° ° tra” es desíSnado a


concepción hoy llamada eseKciaiist^ c o n ^ o ñ ^ ^ accí dente^ 1 esta
idealismo platónico elaborado por A r t e S I verslón atenuada del
nencia cotidiana”. Supoifer que cada C o s S n e i-n aP.r°x"narla a la expe-
implica pensar que tales e s e V i a s t ^ S ^ c S b ^ f e ¡
33
* * no
a K Zt trrá c ta
‘ a uino-e S «T(que
¿ e '«sonC
O rmeras
± ¡aparienc
-d“i ' . i rb°1'ni"‘ ^boí-ea-al, taarbolt
:^ ;;rrf-viont:ircn«ci**"***
aprchensores de la realidad ^ en'Sf' ]*
alKlad abstracta),. sino en un
un mundo
mundo aparte
i flotes uranmi en noso.tros (simples
•n el ,u.r^ A ' y ' T s uran°s), una especie de cielo en
por el ",0",ar « «
al intelecto
intelecto a, través de T al.n," nd‘>■» ftab » at alcance de nuestros , L , i d »
* iravfis Je un método^no ex™ t o de
ixento X rero¡C"H<''i “c "ues[ros
.. sentidos, y solo
. nitDOS, Y sól era accesible
. 6te es mongerd considerablemente esta 2 S ¡í¡deS' que,IIamaba ¿wtéclica.
o aparte sino en el nuestro en la<¡ ‘í 81.8' .S ostuvoque |a idea (esencial nne
forma de iluminación dialéctica en Platón, mediante la intuición intelectual
en el aristotelismo), y no simples decisiones clasificatorias contenidas en el
lenguaje. Esta tesis lleva a suponer que hay clasificaciones verdaderas (las
que responden a las esencias reales), y por lo tanto a admitir como válidas
aquellas discusiones sobre, por ejemplo, si los animales tienen en realidad
inteligencia, controversias insolubles por su erróneo planteo (ver 1.4.3.).
Dentro de la concepción que estamos siguiendo, pues, conviene tener
presente que las características definitorias no son las que hacen que algo
sea una cosa 'y no otra, sino las que, de hallarse presentes en un objeto, nos
mueven a llamarlo con cierto nombre según la clasificación que hemos esco­
gido o aceitado. Y las concomitantes no son las que pueden estar o no estar
presentes1en un objeto (todo objeto tiene infinitas -características concomi­
tantes), no son las que pueden estar o no estar presentes en un objeto (todo
objeto tiene infinitas características concomitantes), sino aquellas que no­
sotros no tomamos en cuenta para la clasificación del objetó. ¡
¿Cómo hemos de descubrir, entonces, si una determinada característi­
ca es definitoria o concomitante? Ante todo, mediante la comprensión de
que una característica no es definitoria por sí misma, en forma absoluta o
abstracta, sino en relación con cierto nombre. Y luego, a través de la intros­
pección, ya que las clasificaciones están dentro de nosotros y no en el obje­
to mismo. Supongamos que un amigo nuestro se gana la vida, vendiendo
verduras, pero en sus ratos libres escribe versos. Para llamarlo verdulero,
la primera característica será definitoria y la segunda concomitante; para
denominarlo poeta ocurrirá exactamente a la inversa, y para clasificarlo co­
mo hombre ninguna de las dos será definitoria, pues lo llamaríamos hombre
aun cuando no mercase cebollas ni escribiese poemas.,

1.4.6. Vaguedad

Ocurre a menudo, sin embargo, que el fruto de la introspección no se


obtiene de un modo tan sencillo como en el ejemplo que antecede. Hay ca-

Como puede observarse, la tesis aristotélica descuelga las ideas del cielo y las trac a la tierra, pero
no las pone a nuestro alcance sino de un modo ilusorio, ya que las mantiene en el plano objetivo, exter­
no al observador. Y, por mucho que examinemos uu objeto, difícilmente aprehenderemos sobre su
esencia algún conocimiento que no esté implícito en el concepto que previamente teníamos de la clase
en que lo hemos situado, de acuerdo con las estructuras del lenguaje que un día nos enseñaron. Si tal
ocurre, obramos como el prestidigitador que extrae de su galera el mismo conejo que antes introdujo en
ella. Y si no partimos de un concepto previo, al hablar sobre la esencia o la naturaleza de cierto objeto
no hacemos más que proponer una.clasificación de nuestro gusto, con la apariencia de afirmar un hecho
trascendente
sos en los que, puestos a decidir si cierto objeto concreto debe incluirse en
determinada clase, dudaríamos. Supongamos que nuestro amigo, el verdu­
lero, sólo una vez, allá por su juventud, escribió un poema, y que este po­
ema, bastante malo, no es conocido más que por nosotros y por él mismo,
¿Seguiríamos dispuestos a llamarlo poeta? Podemos decidir que sí, funda­
dos en que un solo poema, con prescindencia de su valor literario, es sufi­
ciente para asignar ese nombre; o bien decidir lo contrario, sobre la base de
exigir habitualidad, o un mínimo de talento, o aun cierto reconocimiento
público. La resolución que adoptemos —conviene advertirlo— no nos es im­
puesta por el diccionario ni por autoridad lingüística alguna, ya que en
nuestro idioma el significado de la palabra “poeta” no es tan preciso.
Esta falta de precisión en el significado (designación) de una palabra se
llama vaguedad: una palabra es vaga en la medida en que hay casos (reales o
imaginarios, poco importa) en los que su aplicabilidad es dudosa; o, por de­
cirlo en términos lógico-matemáticos, no es decidible sobre la base de los da­
tos preexistentes, y sólo puede resolverse a partir de una decisión lingüísti­
ca adicional (como la de exigir o no exigir habitualidad, valor literario o re­
conocimiento público en el ejemplo de nuestro verdulero con veleidades li­
terarias).
SÍ nos proponemos hacer una lista de palabras vagas, probablemente
tardaremos mucho: como la piedra de toque de la vaguedad consiste en
imaginar algún caso dudoso y la imaginación es inagotable, veremos que
prácticamente todas las palabras son vagas en alguna medida. Tomemos
como ejemplo una palabra bien conocida, como "libro” , que se refiere (más
o menos, y aquí está la dificultad) a un conjunto de njuchas hojas impresas,
encuadernadas juntas y con cubierta. Y empecemos a imaginar problemas:
a) ¿Muchas hojas? ¿Cuántas? Un conjunto de dos hojas no sería llamado
libro, pero, claro estacóos hojas no son muchas. ¿Cinco hojas( entonces?
¿Diez? Doscientas hojas pueden hacer un libro. ¿Y ciento cincuenta, ochen­
ta, sesenta? Un conjunto de cincuenta hojas ¿es un libro o un/folleto? Si es
un folleto, ¿qué tal si suponemos cincuenta y cinco? Aquí llegaremos inexo­
rablemente a algún número que nos parezca dudoso34,
b) ¿Impresas? En la Edad Media había libros escritos a mano. Claro que
ésta también es una forma de imprimir, en sentido amplio. ¿Y si es perfora-

34 Esta es la llamada paradoja del continuo: ¿cuántos cabellos puede tener un calvo sin dejar por eso de
ser calvo? ¿Cuál es el límite entre frío y tibio, o entre tibio y caliente? ¿Cómo distinguiré! libro más breve del
folleto más extenso? Las palabras que implican ün concepto cuantitativo pero impreciso, como "mucho”,
"apenas", “largo", "suave" e infinidad de otras, expresan cierta parte de una continuidad donde cualquier
límite tajante resulta arbitrario.
do en sistema Braille para ciegos? ¿O si no todas las hojas están escritas, si­
no sólo la mitad? Además, ¿no existen también libros en blanco, donde las
hojas están dispuestas para ser llenadas por su dueño con un diario perso­
nal, por ejemplo?
c) ¿Encuadernadas? Esto no quiere decir necesariamente cosidas: hay
libros en los que las hojas van unidas con ganchos. Un conjunto de trescien­
tas hojas con una perforación en la esquina y unidas por un simple alambre
¿sería un libro? ¿Y si las hojas estuviesen sueltas, pero debidamente nume­
radas y conténidas en un estuche de cuero con el nombre de la obra en la
cubierta? /
d) El requisito de llevar cubierta da lugar para reflexiones semejantes,
que dejaremos al lector imaginar por su cuenta. .*
El significado de las palabras, bues, suele presentarse —según una clá­
sica comparación— con una luz proyectada sobre una superficie35. Habrá
una parte claramente iluminada en el centro, y en torno seguirá reinando la
oscuridad. Pero entre claridad y oscuridad habrá un cono de penumbra, en
cuyo ámbito el objeto iluminado será visible, aunque no con la misma facili­
dad. Del mismo modo, y para cada palabra, existe un conjunto central de
casos en los que el nombre resulta aplicable: encajan sin dificultad en los
criterios usuales, y estamos habituados a aplicar el vocablo a tales si­
tuaciones. Habrá un número infinito de casos (el entorno) a los que no apli­
caríamos la palabra en modo alguno. Pero existe también un cono de va­
guedad, donde nuestros criterios resultan insuficientes y los casos no
pueden resolverse sin criterios adicionales más precisos.

1.4.7. Ambigüedad ’

Si la designación de las palabras suele resultar insuficiente en gran nú­


mero de casos, la situación se complica cuando una palabra tiene dos o más
designaciones.
La condición de una palabra con más de un significado se llama polise­
mia o, más comúnmente ambigüedad. “Vela”, por ejemplo, puede desig­
nar un cilindro de cera con un pabilo en su interior que sirve para iluminar,
un lienzo que se ata al mástil de una nave para aprovechar la fuerza del
viento, o bien la actitud de alguien que cuida a una persona o cosá durante
la noche. :
Desde luego, la ambigüedad de una palabra no constituye una vacuna
35 Carrió, Genaro R., Notas sobre derecha y lenguaje, Bs. As., Abelcdo-Perrot, 1965, p. 31-32.
Z™ * ambigua

s¡ un cirioPhabTda cüenfa ¿ Z ^ Z ' Z l T 0™ ? 3 ba!sa' es una ^ la fo


corresponde decir que pasó la n o S e en T Z ^°’^ Uede ^er Ilamado vela; o si
sa a las nueve de la mañana bornrhn v m JuerS^ista que llega a su ca­
de un bolsillo. ' 3Ch0 y Con una media de mujer colgando

d i v e ^ a s S l % 2 Z o 7 á? ™ J T de 'a(etónS lá" de »» nombre a


llamamos corte al acto de“ Í n d USo á blo de if ilí''' Asb P°r « “■
cortamos. Otras veces la n o li« ™ ;,!? j herramienta con la que
palabras a en la e™lucldn de las
acabamos de señalar provienen del vefhbla^ acePcl0nes de "corte” que
de "corte” como séquitoTel rev o como rih" pero eI «unificado
latín cors, cortis, o colote cohorte Cad^nno a ! de ,u5t!c,a' Proviene del
su modo en el idioma castdÍT o v nmh"
ma corte.
6 .eatos vocablos solucionó a
castellano y ambos coincidieron finalmente en la for-

bigúedades a través del le n ^ a J e ^ W a * 'A s f ’^ ’d6'’ *3 Producción de am­


mano sin
........... ■

J S S S S S S s tía S S R
una cosa para que se entipnHa ^ ugura que parece decir
fugaz vinculo,de significado a la ve¿ m e í f l ® l “"6 ambas Un sutil y acaso
esía está repíeta de ejemplos de esialí™ '116’^ * vagas semejanzas. La po-
deliberada: J P de esta técnica ,,neu>stíca de la ambigüedad

Las piquetas de los gallos


cavan buscando la aurora,
cuando por el monte oscuro
baja Soledad Montoya.
Cobre amarillo su carne,
huele a caballo y a sombra.
Yunques ahumados sus pechos,
ífunen canciones redondas^®.

1966.” F' deriC'>' R v m m a * 41 nesm. en- "Romancero g . w , B*. A ,., U m d ,


Podríamos traducir los dos primeros vei-sos como “los gallos cantan al
alba ; pero, si lo hiciéramos, el fantasma de Federico no nos daría tregua.
No porque tal traducción fuese incorrecta, sino porque la gracia del len­
guaje poético reside aquí en la metáfora, que, a la vez que implica que los
gallos cantan al alba, nos permite comparar su canto con el golpe de una pi­
queta sobre la tierra y sugerir que el gallo busca deliberadamente el día me­
i diante el canto, como quien cava en busca de un tesoro escondido. Un análi-
■sis semejante'de los demás versos puede quedar librado a la discreción del
lector. / :

/ ■
1.4.8. ¿Entonces? . ,#

Acabamos de advertir que todas las palabras son vagas y muchas son
, ambiguas (todas, al menos potencialmente ambiguas). Esta/comprobación
puede desatar en nosotros una comprensible rebeldía. Hasta hoy creíamos
llamar a las cosas por su nombre, y venimos a saber que,ía relación entre
nombre y cosa es asunto subjetivo y bastante vidrioso. BÍen, podemos pa­
sar este trago amargo. Pero que además no podamos estar seguros de qué
es lo que nosotros mismos queremos significar con cada palabra, ya es el col­
mo. Al fin de cuentas, ¿para qué sirve un lenguaje si no es para hablar de
las cosas? Y ¿cómo podremos hablar de ellas si los nombres que usamos ca­
recen de designación precisa, y además cualquiera puede utilizarlos para
referirse a cosas completamente distintas? ¿Cómo pudimos, entonces, ser
tan ilusos de creer que podíamos comunicarnos con un instrumento tan en­
deble como el lenguaje? : ,
La reacción es saludable, pero antes de llegar al punto en que hagamos
una fogata de diccionarios convendrá que nos detengamos y reflexionemos
más serenamente. La vaguedad y la ambigüedad no anulan por sí solas to­
da la utilidad del idioma que hablamos, y la prueba está en que veníamos
hablándolo sin percatarnos de tales dificultades. Además, los inconvenien­
tes, °!ás ^ aves Para la comunicación entre los hombres no son tanto lin­
güísticos como valorativos (tema del que nos ocuparemos más adelante).
La ambigüedad, para empezar, es fácilmente evitable en la mayoría de
los casos. Si estarnos navegando y nos piden izar una vela, seguramente no
ataremos al mástil un cilindro de estearina, y si una madre nos pide que en­
señemos algún juego a sus hijos de siete y ocho años, no es probable que les
enseñemos el póquer ni el pase inglés37; y menos aún que les mostremos un
37 El ejemplo no es casual. Etfilósoío austríaco Ludwig Wittgenstein (1889-1951) ha usado la pa-
güísticocomPo ' f á c t i ^ el «»“alio (tanto lin-
la acepción que el haWante ^ r d a r í e " 6 * ,r' terprctar la Palabra en

defecto
un amigodenCT^aje/o^^na'deíus^irtúdes^S6^ " ^ 36 ^ que^ citamos
en la esquina de Suioacln v Tur, s-,Supon6amos de a
las cuatro esquinas nos referimos Ala rucumarJ : / nos pregunta a cuál de
quina sorprendidos, aclaramos: “en la es­
tendemos por esquina, y nos explica oue Ha!fS son,Ios,Iimites de lo que en­
son redondeados, la proyección L actP dP lP nM p ?S ?ngulos de Ias aceras
Intersección con l a ^ S S S d d S d S H Í - ? * '* “ era de SuiPacha
calzada. Señalamos que puede esDerarnnc m k f ^ ucuman queda sobre la
distancia del centro de u 6 '5 acera- e ins¡=te: “¿A qué

amigo resultaba ¡ntolerablemMt“ , S T "i'65'™


contrarse en una esquina no hace Cuando se trata de en­
el lugar de la cita, ya qué dentro de un r.v™ P P P " mmuc¡osidad
podrá ver y En ^ ^ ampH° Cada uno
cuál de las cuatro esquinas será la &’ ^ u 161"3 es necesario precisar
das muy anchas o c o n P S a s - es n n V* T T 3*1™ en aveni-
tos a cualquier otro. En casos así nnp* ^ erS*e de cuaIquiera de esos pun-
algo impreciso. ’ P ’ s mejor que nuestro lenguaje sea

q u eL b T am ottSsid o r n C
s lT d o flfn T « iv feÍ E" todos- El
decir, de las necesidades de n ls t r i v ^ ^ í “T*™ * “ E d a d e s fes
porque tales necesidades no lo reauierinVc?í‘d,ana>• y n0 es más preciso
dad no sólo sería superfina nte- .Una iW or clari-
superfiua, sino que probablemente introduciría una emba-

o b f c S 'r ,« í?.Tlfa" «lúe


de pelota, de ingenio) carecen por completo i ntamníT diegos de mesa, de a r ü s
í ñ J S ' C'V'°i Vlncul“ « " « * » snSfases ole a so ^ " ,S,'Ca <,ue « “ mli" • 'odos

£ ^ 7 * ¡ & E iE S ¡ E | jIESF
razosa complicación. Piénsese en el derroche que sería decir, en vez de
"esta mañana vi salir el sol” , algo como: “hoy a las siete horas, cuatro mi­
nutos, veintitrés segundos, seis décimos, dos millones quinientos sesenta y
ocho mil cuatrocientos treinta y dos nanosegundos, hora argentina, vi una
proporción del sol equivalente a 0,578925 de su tamaño, mientras el resto
quedaba oculto a mi vista por el horizonte” . j
Sin embargo, es bueno que hayamos dudado por un momento de la uti­
lidad del lenguáje. El lenguaje es la herramienta de la ciencia, y, en no po­
cos casos (lingüística, literatura, derecho, informática) integra también, to­
tal o parcialmente, su objeto. Es provechoso, pues, que tomemos concien­
cia de las limitaciones del instrumento que usamos, de modo que sepamos
manejarlo/eficazmente y, sobre todo, que no nos déjemos manejar por él.
Hay ocasiones, por cierto, en que la precisión del lenguaje natural no
resulta suficiente, porque deseamos profundizar algún aspecto de la reali­
dad que va más allá de lo cotidiano. Esto es lo que ocurre normalmente con
las ciencias, y por eso ellas dan nacimiento a los otros tipos de lenguaje a
los que nos hemos referido en el párrafo 1.1.1.: el lenguaje-técnico, y el for­
mal. Allí donde la ambigüedad y la vaguedad se convierten en escollos para
el grado de precisión que un conocimiento especializado requiere, se hace
necesario introducir vocablos o expresiones (o símbolos, en el caso del len­
guaje formal) cuya agudeza semántica se asemeje más al filo del bisturí
que al del hacha. Las palabras que usemos pueden ser totalmente nuevas, o
bien algunas de las antiguas convenientemente afiladas. Tanto la introduc­
ción de un nuevo vocablo como el afilado de uno ya conocido, requieren un
procedimiento intelectual de la mayor importancia: la definición.

1.4.9. Definición

Definir una palabra es indicar su significado. El más conocido reperto­


rio de definiciones es el diccionario, donde encontramos expresiones como
ésta:

"Esquí: especie de patín muy largo, de madera, que se usa para deslizarse sobre la
nieve” .38 ' ■

Aquí vemos una proposición cuyo sujeto es "esquí” (no el esquí mismo, si­
no el nombre "esquí”), el verbo ("significa”) está sobreentendido y el resto
38 Real Academia Española, biccionario de la lengua española, Madrid, 1970.
"i ­

la eficacia de la definición depende de a u o r ^ dC pabn"' )* Naturalmente


palabras que integran el defimcns va n u e X ? “ 3™0? 61 s« nifícad<>de las
-supuestamente ignorado- del dlíinTndJm p ,n* cará? <=>significado
el defmiendum no forme parte a su vez dpl l r CSt° suele exi«irse que
leyéramos, por ejemplo: ’ ’ de def intens■si en un diccionario

"Esquí: esquí"

N° p o r q u e ,a definidón
verá); pero no sirve como definición Doranp ci dCra’ C°m° ntas acíeiante se
ficado
ncaao de
ae “esouí” Hp poco v a ld rá n„P
'esquí”, de -,.P „ ¿que'
T S1 queremos averiguar el sígni-
si
P ^ S i ^ q“ i ° l respondan 4uc
nificado de ‘‘esquí”. Perncmillrv queeses idéntico
^éntico al sig-
. H e m o s c o m ¿ n z a d o S d r ^ aut°r de diccionarios
nificado. Esto implica una toma de nod/.v;^ U°a pa, ab,ra es enunciar su sig-
de las definiciones. respecto de cierta clasificación
nominales y reales: las nominales son las oue riSÍ? tiene que hay definiciones
las que definen una cosa. Esto de definir*™ «!‘nen un. nombre y las reales
el concepto de esencia, o naturaleza^ T ^ relacionada con
de las características definitorias de uE r n t i r p ? e" ^ ndemos el conjunto
mismo que definir el nombre de la cosa v £ T f \ de.ímir Ia cosa será lo
Por el contrario, si por esencia entendí™ ! dlstmc¡dn carecerá de utilidad,
sa, que no depende del Jentmaip <1™ a ■ -ur!a r?aHdad intrínseca de la co-
ción real se convierte en unproblem a^P taf'^ t,P° de intuici(írYla defini-
que estamos desarrollando39. metafisico, ajeno al tipo ¿le estudio

tenderemos d X ic ló n d e ^ h b r l j ’iode staboí’nhab'em°S de ^ ' c i d n en­


observan, se describen. S ™ « l S K gen' r,l!-l a ! c “ “ «
hombres son animales racionales" e s tn v X ' S , dlg0’ Por,ejemplo, "los
K l T o ^ ^
ciado podría simplemente traducirse por'"!^ palabra 'hombre’ sfm^La'ani-
mal racional” (o, por lo menos, “ ...incluye entre sus características defini-
torias la de animal racional”).
Eliminadas, pues, de nuestro panorama las definiciones reales (sin per­
juicio de su validez en otros sistemas filosóficos, ya que —como sabemos—
en materia de clasificaciones "nada es verdad ni es mentira” , según diría
Campoamor), trataremos de trazar una clasificación de las definiciones que
satisfaga las necesidades de nuestro estudio.

1.4.9.1. Definiciones ostensivas y definiciones verbales


, / . . . .
Las definiciones más comunes (las que encontramos en los diccionarios
por ejemplo) son verbales: comunican el significado de una palabra a través
de otras palabras. Pero existe otro modo de definir una palabra. Cierta tira
cómica mostraba uná' vez un jugoso diálogo entre la profesora de filosofía y
una alumna: // '
Profesora: La filosofía no tiene por objeto proporcionar respuestas' sino enseñar a for­
mular buenas preguntas. ,
Alumna: ¿Qué es una buena pregunta? ¡
Profesora: Ésa es una buena pregunta. '

Dejando de lado la gracia bastante sutil del chiste, la profesora no expli­


có cuáles son las características que hacen que califiquemos una pregunta
como buena, sino que señaló un ejemplo de lo que podía entenderse por
"buena pregunta” . Ésta es una definición ostensiva (del latín ostendere,
mostrar). En efecto, este tipo de definición tiende a mostrar ejemplos, de
modo que generalmente requiere algún tipo de gesto (señalar con el índice,
por ejemplo).
Se trata de un caso especial de lo que alguna vez se ha llamado función
explicativa del ejemplo40. La persona a quien el ejemplo va dirigido aísla,
mediante una operación intelectual propia, las características definitorias
del caso propuesto, a la vez que desecha toda cualidad ajena al concepto ge­
nérico principal. Con el fin de facilitar esta operación, sp proponen a veces
varios ejemplos cuyas características concomitantes difieren. Así, si quere­
mos proporcionar una definición ostensiva de la palabra “papel”, podemos
señalar los siguientes ejemplos:

40 Ver Guibourg, Ricardo A., Naturaleza y Junciones del ejemplo en el razonamiento jurídico, en
"Notas de filosofía del derecho”, Bs. As., 1965, n° III, p. 57. 1
la página de un libro
un pliego de papel de seda

nes las cuaIidades <l“e no son comu-

tamaño
forma
rayado
escritura
resistencia
transparencia

buen senado deT oy^tete'^prehenstón de SOl° ejemp,° y se deia librada al


en la confianza de que podrá llevar a cahn taSUS car^ ter^s^ cas definitorias,
propuesto con la expresión a definir a u r lt °peraciót; relacionando el caso
comprendida de antemano. ’Q pone al menos Parcialmente

deaplicarlaspofanalog^a “ condiciones
cTroSestámn r Pa,Pe' al 1e diari0 al Verb¡gracia-
cisión comparable V d ^ l a defhiTc'ió^vefbal.6 Losnií:i'5n' n0 tiene “ a pre-
deUmítadón de i T s ^ c t e n S s ' d e ^ loa “ í c e p ^ ? porqulTá
nos aIeatorio/de quien í X ía de S f " P -nde í * 1 iuid° ^
aprehendidoel As}- el Que hubiese
arriba puede llamar papel a una lám inadf c n tu v i ejempl°s “ otados más
rilinacidn al papel de ,d.c celuloide, o excluir de tal deno-
propusieron como ejemplos Esta í l í í “ ?°lor que aquel1^ <1“ se le
tan a llamar definición n¿ * “ “ 13 hace que m ud|os se resls-
de juzgar, tal controversia no versa sSbre l f r e a Z a d \ ?m°S “ condiciones
caciones (concretamente sobre la d efin irá sino aceí‘ca de clasifi-
tanto, una cuestión de mma preferencia de def"1‘cid“ *'). 7 es, por !„■

a 'aa definiciones
ocurre que también las defínTdoñ?s v e ^ s tienen s •’ P°r CÍ?rto; «*«>

paiabra, tenemos abora tres. H o r n o s « S & ¡¡£ g £ ¿ Z


camos "oso” : "mamífero carnicero plantígrado”. Ya son seis palabras. A
medida que requiramos definiciones de cada una de las palabras que halla­
mos en cada definición, encontraremos más palabras y nuestro problema
no hará más que multiplicarse. Si tenemos la paciencia de seguir el juego
indefinidamente veremos que las palabras empiezan a repetirse y que, en
resumidas cuentas, las definiciones del diccionario dependen unas de otras
de manera circular.
Resulta de aquí que, si tenemos que habérnosla con un individuo que
no conoce una sola palabra de castellano, será inútil proporcionarle un dic­
cionario: las vinculaciones entre unas definiciones y otras formarán un blin­
daje que su jgnorancia no podrá penetrar. Nosotros sí podemos, porque co­
nocemos de antemano una buena cantidad de las palabras con que el dic­
cionario define las demás. Pero ¿cómo llegamos a conocer el significado de
esas palabras?
A través de definiciones ostensivas. La educación que hefúos recibido
desde el momento mismo de nuestro nacimiento está repleta de defini­
ciones ostensivas, no siempre deliberadas, que vamos extrayendo de las
conversaciones de nuestros mayores. Un ejemplo muy claró de este proce­
dimiento aparece en un clásico de la cinematografía infantil: la película
Bambi, de Walt Disney. En ella el conejo Tambor epseña a hablar al pe­
queño Bambi; le muestra una mariposa, y luego una flor, a la vez que pro­
nuncia sus nombres. Pero el cervatillo no capta rápidamente los límites de
cada concepto, y así llama flor a un simpático zorrino, que termina adoptan­
do "Flor” como nombre propio.
Las definiciones ostensivas, en resumen, resultan indispensables para
aprender un lenguaje sin tomar otro lenguaje como punto de apoyo; pero
salvada esta etapa es preferible, cuando se puede41, acudir a las defini­
ciones verbales.

1.4.9.2. Definiciones denotativas y definiciones intensionales

Sabemos ya que definir una palabra es indicar su significado. Pero tam­


bién recordamos que el significado comprende dos factores: denotación o
extensión y designación o intensión. ¿Cuál de ellos hemos de enunciar para
expresar una definición?

■ 41 No siempre je puede recurrir a definiciones verbales, ya que existen conceptos simples éuyo
hombre no puede definirse eficazmente en términos de otras palabras. Tratemos de definir verbalmen­
te vocablos como “áspero”, "dulzón», ‘‘violáceo” o “chirriante” , y lo veremos. :
ta de defkicidn.^sÚpongarn^s^ú^iSsn0*^3111?5, usaremos una clase distin-
neta” y contestamos: Mercurio, V e n u s ^ la ^ i^ /jíí e’ sigP.ifí.c adode "pía-
Urano, Neptuno y Plutón Hahrpmr» rra, Marte, Júpiter, Saturno,
“Planeta”; por lo menos la ¿ o n o r i £ Y , J n T ' ad° la denotac¡ón d¿ .
definición denotativa o exiensional de riíehs. SÍ í'?bre,?os Proporcionado una :
respondemos que "pla“ ta'' s¡m f t ^ „ Palabra' Supongamos ahora que
por la luz refleja del a ír e t e ^ d el^uaM et“ ! 6' °pac\ S ue sál° brilla
miento propio y periódico Hahrpmne a a ^escn^e una órbita con movi-
sional o por designación, ya que nuestra respuesta^0 d^ finición inten~
cas definitorias que el idioma castellano nt, P CSta e1nuncia caracterfsti-
S í 1™ * “ ^ ¡ S ^ J S S T ifS S íS S ^ í ■
definición “ 1 4 -9 1 ” a"a
mente incompleta), pero no toda definición ^*fini<'lón f xtensionaI (general-
se observa en el caso de “planeta” va usado es.ostensiva- Según
extensional puede ser también voril? US?d ejemPl0- una definición
¡os objetos contenidos e n T e x te n s to I T r d e '“ bre? prapi°a de
hagan las veces de nombres Es más* la exfPntsVw!1311^ descnPciones que
tar formada por clases con lo qup la Hpf?Xt^ íS Ón de Un concePto puede es-
curtirsemiótica"
nir necesariamente
como ela estudia
enumeracionesTndfvidualef
individuales. T ,? ' podríamos
Así, “V ' ^ “ “ídefi­
re'
la pragmática. La denotación d e"sem iS k a Í J > SintaXÍli ,a* semántica y
ejem plo- a la,semántica, que es lú d ase de’ t, ‘ “ presada' ’"cluye - p o r
iteren al estudio de los signos en relación ™ »1 pr°poslc.,on?? Que se re­
modo semejante es posible caracterizar la «intf •objef° s|gnificado. Y de
clases de proposiciones P era?, s,tn tm s / a Pragmática como
sional permanece incólume- ella enumera M¡tlP‘,Ca de 3 definicidn exten-
agrupamiento en clases) los obietns n„» f1 (dlrecta™ente 0 P°r ™gdio de su
pero no indica las c a S í a f l i r " denotación deyla palabra,
esos mismos objetos bajo la denominTriól HaT n°? dete™ raan a agrupar
cer esto Ultimo deberíamos, por el contrario L1„Pa!abra a def‘.ni.r-,Para ha-
sional. Y esto es lo que habitualmentp ' recVrrir a uaa definición inten•
nición
mción intensional, en especial la fnrm J ~ i í • ’hasta
intención! ____ • . .. e nacemos, asta tal
taI punto
punto aue
^ue la defi­
ia <
eren-

e t '- h ^ í . t ^ S a “s ^ i,,s“tidoe"h tónnulade­


hombre como "anima] n C» r . El c .„ « p „ dc „„I™ ,
modelo en que pensamos cuando nos preguntamos por el significado de
una palabra. i 1
: Semejante preferencia por la definición intensional sobre la exten-
sional no carece de fundamento. En efecto, ella está abonada por un par de
buenas razones.
Una de ellas consiste en que hay clases muy numerosas (los hombres,
las bacterias, las plantas) o aun infinitas (los números naturales, los puntos
del espacio, las cualidades), cuya enumeración completa es imposible. Una
definición exténsional completa sólo es enunciable respecto de palabras
que nombran clases con pocos elementos (cosas o subclases). En este senti­
do cabe recordar que la definición ostensiva es extensional, pero no
completa: ella depende, para su eficacia, de cierta operación mental del re­
ceptor que la complete por su cuenta o, más probablemente, la traduzca a
términos intensionales inferidos de los ejemplos que se le muestran.
Pero, aun en los casos en que logramos una definición extensional
completa, ella resulta incómodamente rígida. Volvamos a nuestro ejemplo
de “planeta". Los planetas conocidos son efectivamente Mercurio, Venus,
la Tierra, Júpiter, Saturno, Urano, Neptuno y Plutón; pero, si mañana se
descubriese otro cuerpo celeste que gira alrededor del Sol más allá de la ór­
bita de Plutón, querríamos llamarlo también planeta. Y lo mismo ocurriría
con cualquier cuerpo celeste sin luz propia que revoloteara en torno de
cualquier estrella del Universo. La definición extensional, sin embargo, nos
ataría a la enumeración primitiva, y tendríamos que cambiarla una y otra
vez por nuevas enumeraciones a medida que quisiésemos incluir nuevos
planetas (entre ellos, los imaginados por autores de ficción científica).
La diferencia, pues, se asemeja a la mencionada por aquel proverbio
chino: “si quieres calmar el hambre de una persona por un día, dale un pes­
cado; si quieres calmarla para siempre, enséñale a pescar” . La definición

pede de los hombres; y la cualidad de ser racional constituye la diferencia que permite distinguir la es­
pecie de los hombres de las demás especies animales. El ejemplo en sí mismo no está exento de perple­
jidades, ya que una definición más o menos precisa del término "racional" nos llevarla a admitir cierto
grado variable de racionalidad en diversas especies animales distintas de la humana (para no hablar, en
algún otro significado posible, de la escasa racionalidad que algunos hombres demuestran). Pero, por
encima de esta crítica contingente es posible admitir que la definición pergenia et differenliam constitu­
ye un modo ordenado y claro de enunciar el significado de una palabra. Desde luego, no es'el único; y
tampoco es seguro que pueda recurrírse a ¿Len todos los casos, aun dentro del ámbito de aplicación de
las definiciones intensionales. La vida es sueño, de Calderón de ia Barca, ¿es un drama en verso o un po­
ema dramático? La identificación de géneros y especies es un problema de clasificación, y ya sabemos
que las clasificaciones son convencionales y utilitarias. Claro está que la situación cambiaría si admi­
tiéramos esencias trascendentes, ya que esta idea conlleva la admisión de ciertas clasificaciones tam­
bién objetivas o verdaderas, en una fuerte de sacralización de las clasificaciones tradicionales.
enumeración de los objetos a q u e d S t a ^ abr r ° haCe) mediante ^
mctón mtensional nos “e n s e ñ a a en ^ b defi-
í PrS ent,e )a través de los c r i t e r i o s d e u s o í í u (y CuaI^uier otro que
te modo el significado queda abierto h-,' Ja W^bra en cuestión. De es-
en general: gracias a hada Io de™ d o
sabremos ejercer por nuestra S a S decMón ri°%et° qUe “ Entremos
no mclu.rlo en la denotación de la palabraTc que s^rate0™ 6 ÍndUÍrI° °

“ ■ V ; Def“ Íd0nM informativas y dcflalcloa« estipula,ivas

tan: "es elfugo ^ ^ u v a ferm enta^?’0 n .es el vin0?” Y nos contes-


porcionado una información. ¿Sobre uué^Aoe lnte.r,0?utor nos habrá pro­
puesto que nos han dicho qué cosa com es'Jrí* de aesencia del vino,
Malftico por el contrario, señalaría Queta m o l esenc,alista- Un filósofo
ta han sido formuladas sin mayor cuidad? lo o ^J > tr-e^ nta c'°™ la respues-
emdo. Nosotros no pretendíamos saber w tlC?de a coníundir su con­
no es otra que sí misma. Nuestro objetivo / r a l ? ** ya <lue « d a cosa
el significado de la palabra “vino” r , a aIg0 más modesto: averiguar
así: palabra ' v i S * s i ^ i f ™ d e b e n n e n t e n d í
mación no es irrestrictamente v e r d a d e íT tin o lf UVa, : P ero« to afir-
no (o para algúq otro que coincida con el para el ldl°ma castella-
italiano). En inglés, por ejemplo no evU ifiSte en este P“nto, como el
que pnos referimos e^--------
s d e n ounnef
Z ado “ h palabra „vino ’ y el objeto ' al!

refiere a un hecho^in^ticofeT deít" ¿btenida cpn nuestra pregunta se


hechos sociales); a s a b f r ^ q u e l i s ‘S * , * “ ^ p e c i e de los
nominar
F<5h> vino
mn al jugo de la.* u
uvav a meneado.
S S ? ' hablan castel,ano Z l e n de-
Rsra ^ ¡
t ei cogrdf i canporqut Í escriP‘™ o
tica de cierta comunidad), porque describ- el h S ¡« ° 2 cos[u7lbre hngüís-
porque definiciones de este tino *nn • í ho sobre eI Que informa y
nos. El carácter info™a«vode il definic?ón ^ léxÍC0S 0 dí™
tible de tener un valor de verdad T-p rW * a reve a en í3ue e^a es suscep-
verdadera --------* .. vemad- La definición contenida nn «i ___ t- f.
w aem porque describe una costumbre ’ o-d ejemPl0 es

tor es un tambero inescrupuloso, que


los usos lingüísticos castellanos intenta alejamos de las delicias de Baco.
Pero no siempre ocurre que una definición nos proporcione informa­
ción (verdadera o falsa). Supongamos, por ejemplo, que asistimos a una
conferencia sobre filosofía jurídica y que el orador comienza por decir: “En
el curso de esta charla llamaré derecho exclusivamente al conjunto de los
principios trascendentes, asequibles a la razón humana, que permiten dis­
tinguir una conducta justa de otra injusta". Probablemente nosotros no es­
temos habituadbs a esta manera de hablar, y prefiramos llamar derecho a
las normas dictadas por la autoridad gubernamental competente. Tal vez
consideremos también que la posición del conferenciante es excesivamente
restrictiva, aun respecto de la posición genéricamente iusnaturalista. Pero
¿acaso tendríamos por ello motivo para levantamos,y decirle: “usted está
equivocado” , la palabra ‘derecho’ significa otra cosa”? Nótese que el ora­
dor no Ha pretehdidcv,afirmar que la comunidad hispanoparlante coincida
con su propia definición de “derecho” , de modo que no podríamos refu­
tarlo acudiendo al diccionario ni a la opinión de terceros, por autorizada que
ésta fuese. El conferenciante no ha pretendido, en verdad, proporcionar in­
formación alguna, sino establecer (estipular) el significado que éi daría a la
palabra “derecho” en el curso de los minutos siguientes. Nos ha comunica­
do su propia y personal decisión semántica sobre el punto, y no está en
nuestras manos refutarla ni aceptarla: simplemente, ahora que sabemos lo
que él entiende por "derecho” , cada vez que el orador mencione esta pa­
labra la sustituiremos mentalmente por esa definición. Este método nos
permitirá comprender lo que él diga, y sólo después de haberlo comprendi:
do podremos advertir si compartimos o no su tesis. Si el orador hablase en
francés, por ejemplo, correspondería que nosotros pusiéramos en juego
nuestros conocimientos de ese idioma para entender sus palabras, y no se­
ría razonable que lo impugnásemos desde el principio por no hablar correc­
to castellano. Del mismo modo, pues, cuando el que habla hace uso de la li­
bertad de estipulación (ver 1.4.1.) y se.toma la molestia de comunicamos su
“idioma personal” , no nos queda otro recurso que tomar nota de él, cual­
quiera que sea nuestra propia preferencia idiomàtica.
El tema de la estipulación lingüística resulta semejante al fenómeno de
la legislación. Si un profesor de derecho penal argentino nos dice que el
hurto se castiga con la pena de muerte, lo miraremos con asombro: sabe­
mos que el Código Penal dice otra cosa. Pero si el propio legislador declara
que el hurto se castiga con pena de muerte, ya no podremos decir que mien­
te, ya que él está legislando en ese mismo momento. Podremos estar en de­
sacuerdo con su decisión, pero debemos tomarla como una decisión y no co­
mo una información susceptible de verdad o falsedad. ,
Una definición estipulativa puede ser introducida por mero capricho
pero en muchos casos presta importantes servicios. En el párrafo 1.4.8. di­
jimos ya que la ambigüedad y la vaguedad del lenguaje, cuando resultan in­
convenientes para las necesidades de un estudio más preciso de la realidad
pueden evitarse mediante la definición. Pues bien, el tipo de definición qué
permite introducir nuevos términos científicos o precisar los límites de los
términos ya conocidos es precisamente el de la definición estipulativa.
Cuando los hombres de ciencia descubrieron el modo de generar haces de
luz coherente por medio de la emisión estimulada de radiación, le llamaron
láser, palabra inventada a partir de ciertas siglas del idioma inglés {lightac-
tivatum by sttmulated emission of radiations). La relación de significado
entre dicha palabra y el método descubierto se estableció, pues, mediante
estipulación. Pero esta decisión fue luego aceptada y compartida por el
mundo entero, por lo que la palabreja aparece hoy incluida en los dicciona­
rios. La estipulación influyó así en la costumbre lingüística, y por lo tanto
hoy, si alguien pretendiese que “ láser" tiene otro significado, estaría faltan­
do a la verdad. Muchas definiciones que hoy son informativas fueron en su
origen introducidas estipulativamente.
Pero esta evolución pacífica y colectiva desde la decisión hacia la cos­
tumbre lingüística es algo muy diferente de la deliberada confusión entre
los dos modos de definir, que a veces llama a engaño a los hombres. Por es­
to es punto de la mayor importancia distinguir entre una definición estipu-
lativa y otra informativa. .
Generalmente no se las distingue por su forma, que puede ser idéntica:
lo que las diferencia es la intención con que se las enuncia, lo que se advier­
te por su contexto. Esto es precisamente lo que faclfita las confusiones; pe­
ro éstas pueden descubrirse con sólo prestar alguna atención.
Supongamos, a modo de ejemplo, que cierto energúmeno de los que
nunca faltan nos dice que todos los políticos son ladrones. Nosotros
comprendemos esta afirmación sobre la base de definiciones informativas
de cada una de las palabras empleadas: “político" significa para nosotros
ser humano dedicado a la política, y “ladrón" (en sentido lato) es el nombre
que damos a quien se apodera de lo ajeno. Intentamos entonces rebatir la
afirmación mediante un ejemplo: "Humberto —señalamos— es político y
no es ladrón". Como la honestidad de Humberto es demasiado conocida,
nuestro interlocutor no se atreve a discutirla; pero logra salir del aprieto (ó
cree lograrlo) diciendo: “Humberto es honrado, y por eso no es un verdadero
político” . El argumento no nos convence, pero al menos nos deja perplejos
el tiempo suficiente para que el energúmeno cambie de tema y empiece a
explicamos cómo el pueblo debe ser conducido a puntapiés hacia sus altos
destinos. La estratagema dio resultado, al menos desde el punto de vista
retórico.
- Pero ¿en qué consistió la estratagema? Simplemente, en blindar su ar­
gumento mediante una estipulación implícita. Nosotros habíamos entendi­
do las palabras “político” y “ladrón” en su significado vulgar; y bajo este su­
puesto la afirmación era incontestablemente falsa, Pero su autor no quiso
dar el brazo a torcer y, no pudiendo eludir esta conclusión, optó por cam­
biar el supuesto. í*ara ello estipuló un nuevo significado para la palabra “po­
lítico” , significado en el que incluyó, como característica definitoria, la de
ser ladrón. Bajo este nuevo supuesto la afirmación resulta verdadera, ya que
si nadie puede ser político (en esa personal acepción de la palabra) sin ser
ladrón, tiene^ue ser verdad que todos los políticos soij ladrones. Pero esta
verdad, puramente formal, no afecta el honor de las personas que en gene­
ral se dedican a la política, pues ella depende de cierta clasificación que di;
vide a tales personas en dos subclases: a) la de los ladronesca quienes
nuestro interlocutor quiere llamar “verdaderos políticos” , y tb) la de los
honrados, para quienes dicho individuo no ha inventado aún una denomina­
ción (pero ya se le ocurrirá alguna). En otras palabras, lo que pareció empe­
zar como una crítica general contra los políticos acaba como un simple (y
estéril) ejercicio de clasificación; la acusación que se lanzó sin advertencias
semánticas previas (lo que nos autorizaba a suponer que las palabras usa­
das respondían a sus definiciones informativas verdaderas, fundadas en el
uso común) da una voltereta en el aire, como un panqueque, y aterriza co­
mo una inatacable (pero arbitraria) definición estipulativa. Este modo de
blindar un argumento constituye una falacia (es decir, un golpe bajo del ra­
zonamiento, una trampa en el juego retórico), y el modo de precaverse
contra él consiste en saber distinguir información de estipulación.
, El juego falaz con las definiciones estipulativas ha dado lugar a una su­
bespecie de éstas, la de la definición persuasiva o emotiva; pero este nuevo
tema requiere ciertas explicaciones previas, por lo que sólo será abordado
en el párrafo 1.5.3.

1.4.10. Oraciones, proposiciones y estados de cosas


\ ■ ■ .
\ Hemos examinado hasta ahora la relación entre el lenguaje y la'reali­
dad de un modo ciertamente elemental: consideramos al lenguaje como
compuesto por palabras y a la realidad como dividida en cosas (o en clases
de cosas), y describimos el vínculo entre ambos planos diciendo que las pa­
labras significan cosas. *
hacer más que andar poTeí0mmd™señahndoecnSte m0d°' "° podrfamos
nombres: algo así como el idioma do t S « ,cosas Y Pronunciando sus
tal. Las palabras no ™ usan ^ m retardado ™ n-
significativas. Y no es cuestión ?° comblnadas en secuencias
ñera:,existen reglL sintácticas n " ? , ” ^ laS palabras de s i q u i e r Z
modo que no es lo mismo decir "¿í sol s a ^ n o r e f e s íí^ 8 Sl£mflcativas. de
el por” . Pero, aun cuando » ! , ?°.r el este due "este el sale sol
taiccián castellana, un cambio de ord en 'p üedeT evt a H7 BhStde la cons-
dos: no es lo mismo “este ministro puf. e .evar a diferentes resulta-

de aquellas palabras combinadas em/e tí d ^ r t o “™ «? loa.si? nifi« dos


de una oración puede ser c a ra c te riz o o dC 5 erto m°do. El significado
remos decir con ella. Y u- „ ;nn¿
bien.
bien, ¿qué
° ----- auüb>" »-umu
queremos decir cuando
iv
m que
? o emitimos
o Que Que'
oración? " ’‘ una

« is Ä t s a t ü ? ? . - ■r es la especialidad
¿para
un
Brahmanntrav r> enostar*. váyase usted a visitai
visitar el
Brahmaputra’/. O saludar: "Güeñas y santas tatita"n »
de ánimo: "¡Recúrcholis!”. Más a d e la S e ( v « lZ t '° expresar un “ tado
talle estos usos del lenguaje Por ahora has arl í ' 1, ) f lnaremos en de-
cbses de oraciones, c a T l a ' d e t S Ä
consiguiente, un tipo distinto de sTgni5ractól7ep e ^ e Cñrre0t X y/t¡f ne’ P° r
hay uno pnvdegiado: la información. La gran mavorfa H^ l l ! ! / 6 3 US0S

cíones d te S r “ í S

idiomas“? s i S m a s denTro de'un mP? bra} <Pr0™nientes de distintos


un mismo
es más alto
que Santiago” y “Santiago es más bajo que Federico”, servirán como
ejemplos de este fenómeno.
De dos palabras de clase que tienen el mismo significado decimos que
nombran el mismo concepto. Pues bien, de modo semejante, dos oraciones
que describen un mismo estado de cosas expresan una misma proposición.
La proposición es, pues, el significado de la oración una vez abstraído de las
palabras concretes con que se lo indica. Una misma proposición puede ex­
presarse de muóhas formas (es decir, con muchas oraciones distintas). Y a
la vez, una misma oración (la misma secuencia de palabras) puede signifi­
car distintas proposiciones: según quién la dijera y dónde y cuándo se la dije­
ra, la oracióp “yo estoy aquí” puede indicar que el conde-duque de Olivares
estaba en Madrid el 20 de diciembre de 1642 o que Mario Benjamín Me-
riéndez estaba en las islas Malvinas, el 13 de junio áe 1982,
i
t /
1.5. Pragmática '
r .
Al hablar sobre la semántica nos hemos extendido bastante sobre el
concepto de significado: el significado de las palabras, el significado de las
oraciones. Y, al hacerlo, nos hemos habituado en alguna medida a ver el
significado como una relación entre los signos y la realidad. Es preciso aho­
ra que recordemos que el examen del lenguaje no se agote en ese vínculo, y
que este mismo vínculo no es objetivo ni permanente,’ya que depende ente­
ramente de las complejas relaciones entre los hombres. En efecto, si una
expresión lingüística significa algo, lo significa siempre para alguien y por­
que alguien más quiso significarlo: el significado no es más que uno de los
elementos del lenguaje, y el lenguaje es, ante todo, una herramienta para la
comunicación entre los hombres. Al examinar este aspecto de la comunica­
ción, nos adentramos en la dimensión pragmática del signo.
; La pragmática ha sido definida como la disciplina que estudia el discur­
so (es decir, el habla, el acto de hablar o de escribir) como un acto humano
que se dirige a la producción de ciertos efectos43; pero su campo de interés
es más amplio que el mero análisis del discurso: puede decirse que la prag­
mática es la parte de la semiótica que trata del origen de los signos, de sus
usos y de los efectos que ellos producen en la conducta dentro de la cual
aparecen44. ' .
43 Cfr. Ross, Alf, La lógica de ¡as normas, Madrid, Tecnos, 1971, p. 15, donde se cita la opinión de
Martin en Towards a Systemalic Pramatics. ,
. 44 Morris, Charles, Signo, lenguaje y conducía, Bs. As,, Losada, 1962, Conviene aclarar que esta
definición no implica que el lenguaje haya de examinarse desde una posición conductista, ni que toda
m iáfcfse encuentran es^chtmTnt0 r " 3 “ * í dÍSt¡ntas Pa rte * la se­
to de partida de u S S S S S ™ ™» 'lgadas>en1tre *• La sintaxis es el pun­
ción y sus problemas es preciso ádmif./n estudlar.las formas de significa-
cuales haya de atribuirseMuella shmifir lr iZ ,6™ CiertÜs e.xPre.siones a las
siones aceptables (bien formadas! H?bc • ^n\ yJ?arí ^IstinSu*r las expre*
cesarlo conocer . £ ' eVlafn? ^ 8 (T ‘ *?"“ * “ >es ™'
mántica es una base necesaria if8 .5 formacl6n- A su vez, la se-
del lenguaje presupone el manejo de los quf.el.uso<lue se hace
que se empleen45. unificados atribuidos a los signos

se«, como ejemplos delíwetü^acfoíS^^ mencionar-


cesos fisiológicos del acto de hahlar looP, I? 1?1 ca?’ ?s relativas a los pro­
sociológicos comparativos entre los hihif11 í-SIS Patológicos, etnológicos y
ñas o grupos de disti.ntas P «*¿
registrar el resultado de sus exoerimento« sputdlzacios P°r Ios científicos al
teresan, bastará examtaar s„m er/™ f tOS- Per0’ Para Ios fines que nos in-
que están o deberían es™ expr“ t o d ^ S * ' * 0* ^ ' * * * « el

1.5.1. Para qué .irve el lenguaje, y cómo ,e 1. u.a

sitos^íi™efecto,rtal^ pueden servir much°s propó-


sirve el hombre para diversos fines r ,,,nHnenSUaje’ lnst™mento del que se
go (emite un P61*3.0" 3 (el em¡sor) dice al­

- - Z ^ Z ír s lZ u S T Z X p S .

"emoci6n" ° ‘l— - . « wmas


se distorsión.,,. , ,u „ para
discurso metafísico carece de significado (cfr. Caman Rurini/V81^ auíores har) sostenido qUe todo
luis lógico del lenguaje. México, Unam, 1961)- pero a^n ^ suí>craaón & & metafísica por el and-
S Í Í p tní°nUnCI® oraí iones metafísicas cree al ran os utilizar opinión debe admitir que

« Ca^ap, Redolí, ¿ « a t a „ ^ ^ ^ ^^
¿Consigue influir? A veces sí y a veces no; esto depende de factores tales
como que el mensaje llegue a destino (no sea dicho a un sordo, o remitido
por una carta que se pierda en el camino) y que el receptor comparta con el
emisor un mismo código lingüístico (por ejemplo, que ambos hablen el mis­
mo idioma). Pero ¿qué clase de influencia se busca con el mensaje?
í Hay muchas formas de influir en el otro, y a todas ellas sirve el len­
guaje: el emisor puede tratar de informar, de preguntar, de pedir, de insul­
tar, de persuadir, de dominar, de halagar, de ordenar, de despreciar, de en­
ganar, de entretener. Existe una variada gama de relaciones de comunica­
ción que pueden presentarse entre dos o más personas (diálogo, reunión so­
cial), e mcjüso entre una o algunas personas y una masa indeterminada de
ellas (el novelista y su público, los legisladores y stís gobernados)47.
Toda esta variedad de funciones, sin embargo, puede clasificarse en
grandes grupos y reducirse así a unas pocas funciones primarias. Como en
toda clasificación, el modo de imaginar tal agolpamiento es materia opi­
nable; pero hay funciones sobre las que existe cierto consenso:
de "referencia"
a) Función descriptiva. Un primer grupo puede englobarse dentro de
la función descriptiva, que es la usada para llevar a la mente del receptor
una determinada proposición. Esta función (o uso) del lenguaje suele lla­
marse también informativa; pero el uso común del término "informar” su­
giere la intención, por parte del emisor, de producir en el receptor una mo­
dificación de creencias a través del aporte de nuevos datos. Y no siempre
que usamos el lenguaje en su función descriptiva deseamos realmente in­
formar sobre lo que decimos. Si durante un examen de historia se nos in­
terroga sobre la caída del Imperio Romano, trataremos de describirla (en la
medida de nuestras posibilidades); pero probablemente no estaremos tan
seguros de la originalidad de nuestra respuesta como para que tengamos la
intención de aportar nuevos datos y acrecentar o modificar con ellos los co­
nocimientos del profesor, A través de nuestra descripción (de los hechos
que culminaron con el fin del Imperio Romano de Occidente) el profesor
obtiene sm embargo una información acerca de la extensión y la profundi­
dad de nuestros conocimientos, que no es lo mismo que estábamos descri­
biendo. Claro está que, pese a esta diferencia entre información y descrip-

En jornia esquemática, podría decirse que las acciones humanas voluntarias dependen del co­
nocimiento del estado de cosas real (la creencia) y de la aprobación o de la desaprobación que tal estado
de cosas suscite (la actitud). Uno puede pretender una modificación en las creencias de otro, para lo que
usará un lenguaje descriptivo; o tratar de cambiar sus actitudes, mediante formas expresivas o directi­
vas. bn cualquier caso se habrá producido una influencia apta para modificar, en algiin sentido, el cbm-
portamiento del interlocutor (cfr. Slevenson, Charles L., Ética y lenguaje, Bs. As., Paidós, 1971).
ción, en la mayona de los casos las descripciones están destinadas a infor-

mos y razonamos acerca del mundo "auenos'""^1™’ PUeS' cuando discurrí-


mos observado— el lenpitaíí» /';» rodea, y por ello —como ya he-
del lenguaje. Pero corresponde récor°darrannre 3 estí?,división de los usos
lingüística de descriptiva no importa nreút™ quekcal,í,car “ a expresión
tanto puede describirse lo exístimte cuaTn ?,?• sobres“ veracidad, ya que
afirmación veraz como otra errónea oinrine lrreal: tal descriptiva es una
y con plena conciencia ' “S° Una aserción fab*ada adrede
consiste en relacionar
sujetos y éstos se supinen po™dores d ^ S S f ’" ^ * atribuyen a los
mi tía Etelvina son mortales** "el nerrn A» qu.élIas; & decimos "Sócrates y
<5n Pepi se casó con su hermana" E nii vecino es violeta** o "el fara-
filósofo, a la tía, a l p e r r o f a n ó n a?r‘bu4yen^° respectivamente al
color y haber practicado el tradicional incesto d í f 8 de SCr m?rtales, tener
do una proposición es examinada hsm n^esj ° ?e los reyes egipcios. Cuan-
falsa según que efsu!et“ ¿ s e X f p e ^ c ' 13 r6SUltf ve,rdadera 0
que gozan (o sufren) de la propiedad en cuestiónr j "° j-3 Cklse de los

^ s e r “enfermedad contagiosa”,

que cumplen una función directiva 8«PO de expresiones es el de las

E r a r pro^ aren °t7a ^ S s s s s : s


la norma^fÁ0 retaguarcb™ c lT e “ * «* 13 “^ n . ,¿1 mandat0-
reclusión de uno a cinco años e ínhahn-f Á repnmid° con prisión o
funcionario que d ^ S S S d o „ „ Í S S 3* 1eSpedaI por doble tiempo... el
jación contra las S " o l e s c u a l q u i e r ve­
trata sólo de las órdeneS u n D e d lH o ^ 1 P>emi0S ,le2ales “ • Pero no se
restaurante de su propiedad”)^ un niego r'na.fJ puef ° ,de cocinero en el
vor") tienen también por objeto lograr oue otrt ^ chimichurri, por fa­
ga de actuar) de cierta manera. ^ 3 persona actue (° se absten-
«
Art. 144 bis, ine. 2 o del Código Penal Argentino.
1 Incluso puede considerarse que una pregunta también integra el grupo
de las expresiones directivas, porque constituye un pedido de respuesta, el
reclamo de una conducta consistente en proporcionar una información49.
Así, la expresión "¿qué hora es?" podría traducirse por "dígame usted la
hora, por favor". ;
;■ De cualquier manera, es preciso tener siempre presente que la función
directiva, a diferencia de la descriptiva, no guarda relación con los valores
de verdad. Supongamos que el jefe de una oficina indica al empleado: "Pre­
pare esta planilla", y el empleado le contesta: "¡Mentira! Lo que usted dice
es falso”. M£s que desobedecido, el jefe se sentirá perplejo. Esto se debe a
que las propiedades de "ser falso" o “ser verdadero" no pueden atribuirse
a las expresiones directivas, así como la calidad de mamífero no puede pre­
dicarse de la belleza ni la de ser un' número racional puede afirmarse del
cerro Aconcagua. De una directiva ptiede afirmarse que es justa o injusta,
razonable o irrazonable, eficaz o ineficaz respecto del comportamiento qué
pretende; pero no es posible calificarla ni de verdadera ni de falsa.
' ^ c) Función expresiva. El tercer grupo es el de las combinaciones lin­
güísticas que cumplen una.función expresiva; esto es, que sirven para mani­
festar sentimientos o emociones. Esta exteriorización puede tener varías fi­
nalidades, de las que al menos tres son fácilmente distinguibles:
"¡Pardiez!", "¡Voto a Satanás!" o las variadas expresiones que proferimos
cuando nos golpeamos un dedo con un martillo generalmente se limitan a
facilitar nuestro desahogo o se agotan en manifestar el sentimiento que ex­
perimentamos sin que nadie (podemos incluso hallarnos solos) sea el desti­
natario de nuestra expresión. Diferente es el caso en que pretendemos co­
municar a otro nuestros sentimientos, transmitirle una emoción o una acti­
tud: “ ¡Amor mío!”, o "¡Pedazo de estúpido!” . Y, por último, la expresión
puede emitirse con la intención de provocar o generar en otro cierta emo­
ción o cierto sentimiento: "¿Acaso vamos a permitir que el desorden y el li­
bertinaje sigan carcomiendo las bases de nuestra sociedad y que cualquier
hijo de inmigrante piense lo que se le dé la gana?" ,i:
Claro está que estas finalidades expresivas suelen superponerse en el
uso diario, de tal modo que lo que decimos puede tener más de una50. Así,
, 49 Copi, Irving, M., Introducción a la lógica, Bs. As.. Eudeba, 1967, p. 36. Hay que aclarar sin
embargo, que si bien una pregunta es normalmente un pedido de información, hay casos en los que
cumple una función diferente. Tal es el supuesto de las preguntas retóricas. Cuando Cicerón exclamaba
ante el Senado ¿Hasta cuándo, Catilina, abusarás de nuestra paciencia?", no lo hacía para que Catilina
le respondiera "espero poder abusar de ella unos tres o cuatro años más” , sino para enardecer ios áni­
mos de quienes lo escuchaban,
; 50 Cuando hablamos de finalidad nos referimos simplemente a la intención de la persona que usa
fes ta s f irahdades a*qu^ims r e f e r f a m o ™ e ? dUe puede cumPl*r
en nuestro espíritu nos hizo e*srrih£TS' P ^ qUC hemos sentido bullir
mos celosamente 3"í "*3 °
sar un sentimiento, o incluso (tal es el puede también expre*
enamorados) despertar o fortalecer en el r^ ?S P°em^s que se dirigen los
del poeta51. tortalecer en el receptor emociones análogas a las

se l á c e t e U f a S d ! 1 ^ ° P“ede" predic^

finalidad o determinado efertñ n ,» V, • ' s “ m, 105 Para >ara obtener cier-


cier­
nan» operativa porque en ella el Esta fundón
V ~ e,‘V " " Yé52, Esta función
sino que realiza u oñera
oóera d¡rer.tammf»
d i r e c t i t » n ÍTT ¿J „ "o
u : describe,
. C? be> e.expresa ordena,
x ? resa ni ordena.
que el oficial JSS-?,nb” 5 la realidad- La «rm ula
meraria pareja que ha acudido a é!, e.

suasíón (cfr. Morr¡?1 Sfgno, lengua* y e r u c t a ) ^ SG traduce en ,a de p e n ;

presupone el c o S m ié n t o d e q w j “?8 ?moa6n 0 un sentimiento?Esta pregunta


código para descifrar ei literalmente, esto e ' s ^ e d
cográficos, pues el poeta se vale genuí na mente á ¡ l ros ° repertorio de significados lexi-'
juegos de significado que difieran del habla cotidiana^ Podr^ mejanza> troP°s . metáforas y otros
constituido por el significado de las palabras Tde ¡as fra s« nn.P ^ t0n,Ces que J > to »1 código:
haya comunicación tiene que ser común al emisor y al receolnrl j“83™03 03 días ^ que Para Que,
o una frase se enlaza normalmente a una emociAn i a Mn “ p|? ).hay 0,tr0 códl8° por el chal una palabra
sea común a emisor y receptor, debe haber existido alRün^V™ S 0 V*" “ *? CaS0, que el c(WiS°
esa palabra, ya sea como fenómeno social o al menos cSno h?ru l PeVenCia emof ,onal r« p ecto de
queda abierto el tema de los lenguajes de las artes enVenTral í • 3 uno y á otro>- De ser así,
gos y su significación. Suzanne Langer, por el coSrario o n ií ' „e’ nier!saje1mus,caI, o E s tic o , sua códi-^
nómenos de signo no lo son de lenguaje poroueí£ ¡ £ ¡ 1 h™ 2 f S! bien la mÜ51ca y la Pin^ra son fe-'
labra "lenguaje" y lo reserva tan sólo paralquellos^istem atde s¡™°' C° n !° QUe 1¡mita el uso de Ia Pa*;
enlazar un cuerpo de signos con un conjunto de significaciones ( H ? 1 T P° | een un códig0 <*P« d e:
m f f ^ ^ nd0n-New York. Pelican Pooks, 1948 c!t L Mom5s Sa**n m <Phi¡oso» in a '
52 Camó, Notas sobre derecho y lenguaje p 17 C o o ^ w ^ v f , y cond^ ) -
función ceremonial de 1 lenguaje; pero prefieíe conside^í f í n ^ ^ * h ^ ca- P- 39) llama a esto la
usos expresivo y directivo, S dC Ü uso ccremoniaI como un compuesto de los
” El salud», como las demás expresiones de cortesfa, constituye d e m p .¡™ „ ,„ d eciertasnor.
absuelvo” del discurso religioso, son ejemplos de esta función. Cuando de­
cimos buenos días no describimos el real estado del tiempo (empleamos
esta expresión incluso cuando llueve); no exteriorizamos emoción alguna
(a menudo lo decimos maquinalmente) ni pretendemos provocar una con­
ducta de nuestro interlocutor: estamos saludando. Una vez pronunciadas
las palabras operativas, como a través de un mágico abracadabra, la perso­
na con la que nos encontramos queda saludada, los contrayentes quedan ca­
sados, el penitente queda absuelto. Hemos hecho lo que nos proponíamos ha­
cer; y aquí también quedaría fuera de lugar que alguien calificase lo que he­
mos dicho de verdadero o de falso.
; e) Los físos mixtos. A menudo las funciones del lengiiaje guardan cierta
correspondencia con alguna característica gramatical que le es peculiar.
‘Así, el modo indicativo resulta especialmente apropiado para la función
descriptiva, el modQ.imperativo cuadra perfectamente a órdenes o ruegos,
la interrogación a las preguntas (como especie de la función directiva), y los
signos de admiración (o, en idiomas como el latín, el caso vocativo) sirven
los fines del lenguaje expresivo. ,
Sin embargo, el habla de una comunidad lingüística es mucho más
complicada que todo eso, y así las características gramaticales que en prin­
cipio corresponden a cierta función resultan a menudo utilizadas para otra.
: Formas gramaticalmente descriptivas sirven para inducir la conducta
de otros: ‘‘el que matare a otro será reprimido con prisión”; “soldado, sus
botas están sucias”; “me sentiría feliz si usted retirara su pie de encima del
mío” . Una pregunta no siempre requiere una respuesta directa: a veces
reclama una conducta diferente. Por ejemplo, si decimos a alguien "¿tiene
hora? o “¿podría tomar un café?”, no nos conformaremos con que nos res­
ponda simplemente “sí”. El modo imperativo puede traducir una función
puramente expresiva: “ ¡Vaya, vaya!” . Y otro tanto puede lograrse con el
modo indicativo: “Galopa la noche en su yegua sombría/desparramando es­
pigas azules sobre el campo”54, A su vez, las formas expresivas pueden es­
conder una función directiva: si exclamamos “ ¡Ay, cuánta sed tengo!” , tal
vez estemos procurando que quien nos oye nos sirva nuestra quinta copa de
champán.

mas que, si bien no están escritas, se consideran obligatorias; hasta tal punto que su transgresión es en
general sancionada con diversas formas de rechazo o de segregación social. En distintas épocas y me­
dios sociales, normas de este tipo llegaron a tener gran fuerza: siglos atrás la cortesía no era otra cosa
que el conjunto de las normas de protocolo de la corte real, mucho más numerosas, minuciosas preci­
sas y exigentes que las de hoy. '
; Neruda, Pablo, 20 poemas de amor y una canción desesperada, poema 7, "Inclinado en las
tardes... , Bs. As„ Losada, 1966, p. 38. .
e una determinada
lizada. Por lo general, para interoretór cuíT« ^ 6 ! \ forn?a írramatical uti-
cumr al contexto v a la«; nVr.m J ? • Cuá eS esa mtenci<5n habrá que re­
je en cuestión“ Y circunsta™ as Que rodearon la emisión del mensa-

«jue -s e a
se nos muestran en forma pura Una n r ^ /n f deJ len?uaJe rara vez
una conducta, pero a la vez nos Dmnnrr1nn,PretÍnde ?btener de nosotros
preferencias de quien la emite y es fa?d r h ^ L C,= KÍnÍ0rmnCÍÓn sobre las
de cierta actitud emotiva: el deseo dd em isor n^ b‘é n ifn eUa h “ Presión

c ^ e dolo/y, é n d ^ ^

la expresiva. No s i e m p r e d T s o i b l m o s ^ ^ünf 6n descriPtiva con


una proposición matemática: "los triángulos ?on la asepsia de
los agudos”. A veces lo harPmnV í . á ^ s e<JulIáteros tienen tres ángu-
no están involucrados en la descripción- ° T ¡ ! ? r?S mtereses o emociones
Osaka”. Pero en cuanto nos sentimos aférioa 10 ^ie,ne m'*s habitantes que
ffcü que mantengamos la imparciaHdad- v ^ f t a ^ ° q“e relatamos- es di-i
mas tan cercanos a nuestros interpele ^ esí° 0Cur7e normalmente en te-
que “los partidos X d S “ " - V el derecho' Decir
un programa conuín de gobierno"
programa £omún __ ,,suPerar sus diferencias para
rr* “ coincidir
vu,i,uun en
en
otrosentido) que afirma? que "otra vez lo s ^ f c n ^ H a y” ' “v ! y n0 lo “ 'en
ideales para tramar un contubernio” De Y traici0nan sus
a nuestro alrededor, y las opiniones^

55 /
totalidad, en los sig r^ e x p líd to T que c o m u n í S ^ T e m i ^ a T c o n t e n i d a , en su
en un ducionano; por ejemplo, en dos columnas una de las n l f r ! ' , Estos V*?™ pueden exponerse
í? ‘nformación que dicho signo transmite Por comparación rrüT e sl?no a utllizar y la otra
llamarse rórfigo digital. Pero el lenguaje transmite muíha tet>^ de la '"formación, a esto suele
código digital; gran parte de ella está contenida en líS d i J ^ w ^ 00 8 qU€ pUede resultar del
je. la entonación de la voz, la sonrisa (la clase de sonrisa) o el qu* rode,an emisión del mensa­
gar y el tiempo en que se emite el mensaie la fnrma «n « C,edo *ri,ncido del emisor, los gestos el lu-
S ° ; ^ étera- TOdaS eSUS ^ c u n S i ¿ L n T reftX d 5: ^ 2 2 ? * ? * * * * * í I ™ ¡
o*/«go analógico por cuanto no existe en ellas u i ^ e s ^ c i c o V ^ ^ A 6^ han me.recido el nombre de
El código analógico es muy vago y e sc u r r id iz o J S rTesp° ndencIa entre signos y significados
aprC?derse mediante el estudio. Yla interpretación c a b a í d r ^ " 6^ ' 3- SOC'aI’ per0 diffcilmente
to y el empleo simultáneo de ambos códigos: 5 d í £ ^ c u S ^ c a menSaJ6 reqU¡ere 61 COnocimien*

72
; Afluidas por el modo en que los acontecimientos les son relatados por otras
personas o por la prensa. Aun cuando las descripciones sean verdaderas, la
; función expresiva entremezclada en ellas constituye una poderosa arma pa*
i dominio de las voluntades. Si queremos, pues, ganar para nosotros eS­
ta parcela de libertad; si, interesados en la política, en el derecho o en las
ciencias sociales en general, queremos manejar por nosotros mismos la
: herramienta lingüística en lugar de ser conducidos por ella, es imprescin­
dible que conozcamos los efectos emotivos del lenguaje y estemos así en
condiciones de prevenir los lazos que ellos nos tienden a cada paso. Allá va¿
f mos. /
; . / . . :
/ ■ - j :.
1.5.2. Efectos emotivos del lenguaje , i

Bien dicen que el gato escaldado huye del agua fría. Esto significa que
si alguien ha sufrido una fuerte conmoción, es probable que durante mucho
tiempo cualquier circunstancia que le recuerde aquella oportunidad le pro­
duzca reacciones favorables o desfavorables. Cualquiera.de nosotros ha ex­
perimentado esto con algún aroma o con alguna melodía que, más allá de
sus cualidades olfativas o armónicas, nos recuerdan una época o un aconte­
cimiento de nuestra vida, agradable o desagradable. Lo mismo ocurre —y
con frecuencia mucho mayor— con las palabras.
Supongarnos que alguien ha estado preso y que, durante ese lapso, ha
sufrido experiencias muy penosas. Puede ocurrir que desde entonces, al oír
la palabra “comisaría”, sufra un sobresalto o se le ponga la piel de gallina.
Este efecto, que incide en las actitudes del oyente más que en sus creen­
cias, no debe confundirse con la-representación figurativa o pictórica que
acompaña a menudo a los términos. El sujeto de nuestro ejemplo compren­
de, igual que cualquier otra persona, una oración que incluya la palabra
“comisaría” ; y este vocablo despierta en su mente la imagen de cierta de­
pendencia policial; pero, además de esto, la palabra lo perturba emocional­
mente. |
Este fenómeno, consistente en que una palabra se presente asociada
con determinada reacción emotiva, no sólo puede resultar de un condi­
cionamiento individual, como en el caso del ejemplo: a menudo es también
un fenómeno social. Es común observar que en determinada comunidad
ciertas palabras van generalmente acompañadas por reacciones favorables
o desfavorables, de tal modo que la relación entre palabra y efecto emotivo
es tan habitual entre los habitantes como el vínculo entre la palabra y su
significado. Por esto, la capacidad de una palabra de provocar ciertas reac-
nificado em otíiffipa“ drferMchrirdefiíha'rd^ den0mÍnada a veces «£-
vo. de relación d e b a p a la S s c o n l a °
siones, llamaremos al primero efecto emnih>n í ^ quf: para evit*r confu-
nombre de significado para el segundo co m ín l[£n£uaje y reservaremos el
Cuando el efecto emotivo e s tf Ee n % S ^ hech° hasta ahora-
do normalmente la palabra en cuestión nrm s°cialmente, esto es, cuan-
mumdad el mismo efecto emocional tales vocal?1 °S mie^ bros de una co­
uso: para referirse al objeto que denota™ ?Cablos s?n obJeto de un doble
las emociones del auditorio El le 3 mf m° tiempo- para influir en
ofrece a menudo un repertorio de S ¿ s d° bIe uso V
emotivo, para que escojamos la que mejor con v en ^t0S matflces de efecto
del momento. Así Dalahrao 4 c . eJ . con venga a nuestros intereses
significado no resultan en absolum^nnb-"?"3:’ deSde el punt0 de vista del
emotivo: abogado y p i c L S m S alentes en relaci6n con “ efecto
hombre, individuo y sujeto- virtuoso v san^rrA3*353003' ca,ba^ero> señor,
multiplicarse a voluntad: ún m ism o^blere^f,»^0!1ejemp 08 que podrtan
cionalmente neutro y otros favorables o Hpcf ^ ^ener un non>bre emo*
Pero aquí conviene formufcm , na“l ? hvor?bles. m diversos grados” ,
que confundir el significado con el efecto' aSI COm° n0 haV
dirse este efecto con el significado de cfert« n ^ V tomp0C° Jdebe confun­
ciones. La palabra “miedo” que denotan em°-
ejemplo, frente a una mesa examinador»)* ™ “ lón ( a 9ue sent'mos, por
inspire menosprecio, al menos a a o u e E > » P ,nsp" a miedo- Tal ves
de de valentía; pero u n d o s a es lo n l iS que siempre lacen alar-
emotivo que provoca. q e gniflca y oirf distinta el efecto

p r a ^ i c ^ A sf'ín "h3"®“ de pos¡bilidades


Clones; pero cuando d e s d a m o s u n » “ ^ . P alla!”ras. que eneren emo-
leccionar los términos de menor

Cfr- Stevenson, Ética y lenguaje, p. 46


*> (Hospers, J o h n , " ■ - -
Introducción al filosófico M ^ r id ^ A jíi? 6 Í qtr^0 ?onnot?ciíSn * «" «nwi-
parte
.. esta ..propuesta
... — ta (Eco, Umberto. U S S S o'“ " ? : I97,5' *• >■P- « y es.); Eco com-

Por esto
minando tS S X tZ S S É .“* * - “
connotación' -— £S S o^ s k s
57
qiñera reson an d a^ feíoríbl«^ n° ex¡8^ n- y una misma palabra ad-
ta” í «bw de distinta manera en el Kremlin y en U CIa" ™ ? » P^ ef mpl°*el adjetivo "comunis-
sigmfícado. ium y en la U A, aunque en ambos lugares so le asigne el mismo
nuestras actitudes y las de nuestro interlocutor interfieran en la comunica­
ción y en la comprensión de nuestras respectivas creencias.
Pero lo común es que hablemos sobre lo que nos interesa', y de este mo­
do, cuando describimos los acontecimientos que nos incumben, lo hacemos
de tal modo que nuestro interlocutor sea empujado emocionalmente en la
dirección que, preferimos, Bertrand Russell, con el buen humor que lo ca­
racterizaba, proponía la “conjugación de verbos irregulares” , como el si­
guiente: / . .

! Yo soy firme:
/ tú eres obstinado;
^ él es un tonto cabeza dura.

Y sobre este modelo se han imaginado otras “conjugaciones” :


{
i
Yo lo be reconsiderado; /
tú has cambiado de opinión; , ,
él ha retirado su palabra. '
Yo soy exigente; '
tú eres melindroso; ' '
él es una vieja maniática58.

Otro ejemplo divertido —y sumamente ilustrativo del modo en que se


emplea el efecto emotivo del lenguaje— es el ya clásico de Carrió59:

Los abogados piden la actualización de su arancel de honorarios.


Los auxiliares de la justicia estiman que la compensación de sus servicios
profesionales no está de acuerdo con la jerarquía de los mismos.
Los avenegras pretenden ganar todavía más.

No se trata, por cierto, de combatir este modo de describir opinando; sería


una lucha infructuosa, ya que esta modalidad se halla profundamente
arraigada en los hábitos lingüísticos del mundo entero. Por otra parte, el
uso descriptivo-emotivo de las palabras hace más sabrosa la comunicación,
le otorga implícitamente contenidos que de otro modo deberían explicitarse
en más palabras y, en definitiva, sirve uno de los fines fundamentales del
hombre: influir en las actitudes de los demás para lograr que se conformen
a las propias.

58 Ejemplos citados por Cbpi, Introducción a ¡a lógica, p. 48.


59 Carrió. Notas sobre derecha y lenguaje, p. 21. t
va t e ? n i t r o s f c S S ! S S S e, d ^ de la “ « c i ó n emoti-
camos lnfluir en los demás g.^m os parte de la humanidad, y también bus-
inferioridad de condiciones en medio de una ? eSj e "!edl0>quedaríamos en
Se trata, en cambio de to m a r r™,.- Una!ucha sln c a rte l. ,
va, para evitar, en lo posible ser ;nfi -j 1812 da esta herramienta persuasi- !
miento. Y, al mismo tiem po^am s™ ° c “ 5* í “ - * nuestro « t í -
dentro del lenguaje c ie n tífic o qufse presenta a Í 'stl.ngu¡r- especialmente :
dónde termina la descripción (suscentihlr a j a misIT10 como científico, i
dad o su falsedad) y dónde em pieza^ v L m ^ m?StraC10nes sobre su ver-,
có n - e n caso de admitirse su exfs enc^ n i a í UyaS VÍas de demostra-
primeras y mucho menos las

1.5.3. Definición persuasiva

también de >a comunicación-


de guerra Cuando advertfmos d p tie r oue dorninio- arma
comienza la lucha por ellas CaHaPjn j lny,ecta su efecto emotivo :
Para usar las favorables hacia efnmnfnV 6 apoderarse de las palabras’
modo de obuses semánticos hacia el cam'nn0/ / ™ * ^ - 138 desfavorables, a
mocraca” suscita sentimientosTvorab|e ? en l J Sj T - r ¿La paIabra "«fe-
costa de presentamos como demócratas v tiMa te' Tratarem°s a toda
quienes no comulgan con nuestrasídeas - t v .(l daremos de totalitarios a
'libertad” ? “EÍ trabajo libera” d e j l L e0 lTe 0t™ !?nto con la palabra ;
campo de concentración nazi Hace años i j , T PP,1<5n ín la entrada de un
pueblos amantes de la paz” - eran ¡os r t j u / v .ba de-moda hablar de “los
sus oponentes) a una desenfrenada cam ra mm=S rn°V1r Í?a' lanzad9s (como

™ *>i- “ - r s í , t i í ; . 3 s .
significadM?eñitte^uertemente^ee^ o t r y n d>7 CO™Pbcado Sistema de

60 / 1

~ -i» * :

76
prestar irreflexiva aprobación a lo que se presenta bajo la forma de la ley y
a desaprobar lo que se nos muestra como fuera de la ley. En conocimiento
de esto, cuando una organización terrorista mata a alguien no dice que ló
asesinó, sino que lo ejecutó; cuando se apropia de lo ajeno no proclama que
robó, sino que expropió. Es que la ejecución y la expropiación son formas le­
gales de matar y de apoderarse de lo ajeno, de modo que el uso de estas pa­
labras sugiere a quien las oiga una imagen más favorable. Del mismo modo,
los autores de'un golpe de Estado no dicen que han usurpado el poder, ni
que han cométido delito de rebelión: perifonean que han asumido el gobier­
no del Estado; en otras palabras, que se han apropiado del lenguaje jurídico
y que en adelante el modo de entenderse será llamar leyes a lo que ellos ha­
gan y subversión a la oposición que puedan hacerla quienes ayer eran go-
biemo. 1
i En ocasiones, este uso del lenguaje en función de su efecto emotivo no
se queda en mera práctica, sino que incursiona en lo teóricó: esto ocurre
cuando quien utiliza una palabra para designar algo distinto de lo que la
gente comúnmente entiende por tal se siente en el caso de explicar su acti­
tud. Aparecen así las definiciones retóricas o persuasivas, falaces volteretas
semánticas que buscan cambiar el significado de las palabras para apode­
rarse de su contenido emotivo. Supongamos que un sector minoritario, que
gobierna un país por la fuerza, desea llamarse a sí mismo democrático. Algu­
no de sus ideólogos nos explicará que la democracia no depende, en reali­
dad, del acceso al poder por mayoría electoral, sino del modo en que ese po­
' der se ejerza; y que el modo democrático de ejercer el poder consiste, ante
‘todo, en el respeto por el derecho de las minorías. Imaginemos que un mo­
derno émulo de Torquemada desea apropiarse de la palabra “libertad". Di­
rá que la verdadera libertad no consiste en hacer lo que se quiere, sino en
poder hacer ló que se debe; y que el resto es puro libertinaje.

En este contexto, puede observarse que el empeño en vincular el derecho con la justicia introduce en la
definición de “derecho” una característica harto polémica, cuya identificación o delimitación es por lo
menos muy difícil y, por otra parte, nos deja sin esquemas conceptuales para manejar el fenómeno de la
ley injusta, que abarca una sensible proporción de lo que en el mundo suele llamarse derecho. La tesis
positivista, en cambio, permite abarcar en un mismo esquema conceptual fenómenos sociales que en la
práctica tratamos con un mismo método, y nos deja libres para reclamar, no desde el derecho sino desde
la ética, que las leyes tengan contenidos que consideremos justos, Claro está que esta concepción choca
con el efecto emotivo del lenguaje jurídico, y de este modo da pie a que quienes no logran emanciparse
de este condicionamiento acusen p los positivistas de renunciar a toda exigencia ética y de justificar
cualquier régimen de fuerza. 1,
1.5.4. Función ideológica del lenguaje *

plamo linguistico inus ual es, utf fi zan S » 1*0


# tas palabras sugieren que la relación pntrA f ]rdadero 0 en realidad". Es-
plano realidad
cidn (o más rigurosamente, ^ T lP ° deí¡nÍdo y su defin¡-
realidad que el autor de la definición y defm,ens) es ™ dato de la
fiado y nos comunica generosamente. Es m á í - X d T 't™S’ ha desentra'
vas no suele utilizarse entre comillas la nalr»K debnici0nes persuasi-
profundizar el contenido dd eoimepto mostrar^oitó/tn « í’ ya qUe Se busca
y ’ noscrar aQuello en que consiste la co-

la r e l a c T d S S d t l I n 0 * S definiciones «ales al aceptar que


aquí es donde6 S u e s t m h DeSde lue* ™
sofláme*¿y mund°’ <lue permite explicarsu tenaz perristmmU en la fikH

do: lo limita, lo extiende ^ ircam b ia íisTv sobre el significa-


su autor por utilizar la palabra en cierto ínrítA ^ T?e¿ según el mterés de
def persuasiva
estipular un significado!^ Pero si sostu^ém m Z*0’ Est° ’ natura]mente, es
=> gran parte del efecto persuasivo d ^ b 1 p f ?SxqUe estamos estipulando,
esencialismo pues, afirmar que el se P i e r i a . Conviene,
que, de algún mpdo, estaba allí para ser rip^n? C- 1? venci<5n nuestra, sino
sible a ciertas evidencias de una realidad' P°Tr quiei? f.uese sen" ;
suasiva, por tanto, encaja a las mil man» *n ascendente- La definición per- :
necesite estrictamente de él: la creencia eift*611 ^ .es^nci?bsmo*aunque no
ahdad y, por tanto, en definiciones reate f a c ilS Í ^ a r ^ f 111^ 1’6? ^ a Ia re‘ !
aón persuasiva al proteger a ésta conS, nnL ? v aceptaci?n de la definí-
derecho civil61: . P ’ guante párrafo tomado de ur/texto de

Renárd^en^torná^J1 S « - es George
raleza jurídica de la familia. Hauriou £ m ó ¿ T y cl?ra la ^rdadera na tu-
vinculaciones jurídicas no se explican s a t i s f a r i n ^ ^ S° bre, eI. hecho de Que ciertas ■
la simple norma objetiva. Son í L w t e S S S f f h P° ^ ldea del contrato 0 ^
mitades individuales de sus integrantes y^ue b Z Í " 3' no depende de vo-
lo a d a s entre los individuos y el Estado si^ en in t e r T Z . 00 PUCde C o n o c e r ; co- ,
propia, una organización y Una autoridad al s e r v i r á ? dJ. grup^s; tienen una vida
asociaciones. . «nuao ai servicio de sus fines. Ejemplo típico, Ias !
ai
BlAs^peiTot
Para designarlas se ha elegido la palabra institución, de acepción indudablemente
multívoca, pero que expresa bastante bien la idea de que esas entidades se encuentran
por encima de la voluntad de sus miembros y aun de la propia ley, que no puede des­
conocerlas sin grave violación del derecho natural.
Por institución, pues, debe entenderse ’una colectividad humana organizada, en
! el seno de la cual las diversas actividades individuales compenetradas de una idea di­
; rectora, se encuentran sometidas para la realización de ésta a una autoridad y reglas
i sociales.’ *
| La familia'es, por tanto, una institución típica, y sin duda la más importante de to­
das.” ; ,
' En este fragmento se observa el modo en que se da por sentado que
ciertos estudios de base no empírica pudieron poner en evidencia la verda­
dero naturaléza jurídica de la familiae2. La familia tiene$ pues, una naturaleza
(en otras palabras, el vocablo “ familia” tiene cierto significado, y la reali­
dad social a que dicho vocablo alude puede insertarse en cierta clasifica­
ción); pero entre las 'distintas “ naturalezas” que puedan atribuírsele hay
una que es la verdadera (no sólo la más conveniente o fructífera desde el
punto de vista deí clasificador). Se clasifica a la familia, pues, como
miembro del género de las instituciones. Se reconoce que la'palabra “insti­
tución” es multívoca (es decir, ambigua), pero se la elige porque expresa la
idea de hallarse por encima de la propia ley (esto es, porque su contenido
emotivo la hace más respetable, por ejemplo, que la palabra “contrato”), lo
que facilita el enfoque iusnaturalista del tema. A continuación se estipula
una definición para aquella multívoca palabreja, con el objeto de atribuirle
un significado preciso; pero este significado no se plantea como una pro­
puesta estipulativa sino como lo que debe entenderse. Por último, la inclu­
sión de la familia entre las instituciones no se presenta como una decisión
clasificatoria sino como una averiguación de su esencia (su naturaleza ju­
rídica”), demostrada (tal es el sentido de las palabras “por tanto”) mediante
las consideraciones anteriores. ■■ .
De este modo se ha completado el panorama de la definición persuasi
va: 1) la palabra “institución”, de contenido emotivo favorable e inspirador
de respeto, tiene un solo significado verdadero; 2) ese significado incluye la
característica de hallarse fundada en el derecho natural, y por encima de
las leyes, así como de la voluntad individual de sus propios integrantes, 3)
las diferencias de la .familia con las características de la mayoría de los
contratos indican que la palabra "familia” tiene un significado verdadero (y
sólo uno), que la incluye dentro de la clase de las instituciones. Más adelan­
te será fácil deducir de este razonamiento diversas conclusiones; entre
62 Ver Bulyein, Naturaleza jurídica de ¡a letra de cambio, sobre el tema de la "naturaleza jurídica” .
cío vincular sena contraria a la naturaíeza e írrita f síabIeciese el d*vor-
Claro está que el divorcio vincular el plano trascendente,
tos de política social; por eiemnlo P°^na atacarse mediante argumen-
cacidn de los hijos b r i d a d yfa e d i­
ción del divorcio alentaría a las pareias n <j[ad famihar>y Que la instaura-
tad. Pero argumentos de esta naturaleza dehT?* anb? la primera dificup
mentos semejantes, aunque de sentido b9 ,an enfrentar otros argu-
hallarse sujetos a cierto grado de v erlfiraH ^"101 V. todo caso- Podrían
tas y estadísticas sociológicas, por e j¿ m \ ? %e}mpinca (mediante encues-
en cambio, no corre estos riesgos- presenta ¿«s razonamiento en examen,

capacitadle análisis^ ^aunsin^ue^su propio^ ^ (.P°jr encima de nuestra

pero en las partes que mejor se Drestan a i, ngu stlca de cada comunidad;
menudo objeto de ella por los más d versos '“ "'pulac"5" ideológica son a
suficiente poder de difusión (la propaganda) o n r« t?: •y ?lgmen dotad° de
tes en una sociedad) puede lograr aue?stas e s tn ? , fi'° ígrUpos P™m¡nen-
esclerosen a tremés del u s ¿ d X ^ i e “ v * f ™ CtU,3S,de p“ ^ n to
puntos de vvista. Z?L ™EÍTl.
i s i r Sobre e l t n í 1^ 6 y sirvan-
s!7 an- en ad<en
ada'a"te, a sus propios
lenguajes oficiales n a c i o n a l s o c i a i i S S r t Í S S 6! como
Lrse ejemplos los
C,°mo ejemPlos lo
o patria”), o comunista (recorte i d e o l S / í ^ í d 1palabras
Pa'3bras como
c°mo "raza*
"raza’
contenido del vocablo “burgués”). E n t r e Pa abra ‘‘lmPerialismo”
tenido emotivo S a l r e b l e q u e el
cer política”, efecto que va S o a T i l T aS'K"a ? la «PW ddn “ha-
son bs otros los que hacen política m i m i r n ! re, afirmar quq'siempre
nos trabajamos pur
por ia
la grandeza de ¡a Nac ón £ S f . . í!0beP,amos uo ai
la Nación al me-
yiMStU?CtUrado Provier>e de la ficción (a mennHn f e .eje¡np.I°. m4s completo
alidad). George OnvelF imaginó un idioma oficia?'1^° clf r]vld^nte de la re-
Mmisteno de la Paz se ocupaba de l a } f « f^n g u a , en el que el
rustrar la pobreza y el del Amor era 6 j 6 a Abundancia de admi-
labra "libertad” se había la Jí fa‘ura de P°fcia. Además, la pa-
podía usarse para decir que un campo eTtabalfbre^6 dV al m°d° que sól°
referirse a una de las más caras
caras aambiciones
m W r ^ « de los hombres.
“ f 1**“8»pero ™ P^ra
63
O™ '"' Geor*e- 1 » . Ne» York, Signet Books. 1950. p. 227.

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