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CONOCIMIENTO
CIENTÍFICO
RICARDO A. GUIBOURG
ALEJANDRO M. GHIGLIANI
RICARDO V. GUARINONI
/ Capítulo 1
LENGUAJE
//
1.1 ¡Que me dice! ,
fen6meno es un
no del otoño y el paso velo7 dp un Ca/ da de ias.h°jas es un sig-
un incendio en las cercanías Tndni plt * n d° ^om^eros es signo de que hay
deliberadamente establecidos como r i°S Sp1sign10s naturales, o al menos no
dependen de u n a ( mUCh°S) sig™s ™
ñámente fijado y se usan adrpdp ^ Smo de un víncuI° arbitra-
ción del fenómeno que con a rd a clL m ,^ r nUe.tra m®nte la ■'epresenta-
cular se llaman símbolos, y s¡ volvemos aTeeHm ^ nos de f sta clase partí-
servaremos que los elementos allí ^ ° j ejemPIos del principio ob-
da representación s o n df Ca‘
más o menos dependientes de nlmim ™ artlfl.Ciales- intencionales y
un mismo grupo De símbolos así están mÍembr°S de
rumbo d^ime ^tra^nvestiVactó^ NMotr sospec*!a de l»ber equivocado el
y hemos aprendido r h a K o c u a n d n T V<1 Sabem° S qué es un '“ ^ j e ,
resa ahoraPes ,a M o g í a de la c l t i a 3" 05 PeqUeñ° S- L° qUe nos inte-
se parte.'3 “
u"
& ty QUed“
P & S S íS F f'
S rH S f^ -tS K s s K
En álgebra, por ejemplo, decimos; ^
1 t r
(a + b) = (b + a) *
Esta expresión formal puede verse como un mero cálculo <¡m rar
£ S £ S £ s a » r ?5
por ejemplo, que si tenemos tres vacas y compramos cinco tendremos el
mismo número de animales que si tenemos cinco y compramos tres)3*.
1.2. Semiótica
3 En este ejemplo se ha simplificado el proceso de abstracción para hacerlo más claro. En reali
dad pueden distinguirse en él dos pasos y tres niveles. De la comparación entre los conjuntos de vacas
(primer nivel) se abstraen primero las ideas de ciertos números particulares: cinco, tres, ocho (segundo
nivel). De aquí se abstrae luego la idea genérica de número, que aparece indistintamente representada
en el álgebra (tercer nivel) mediante letras.
* Utilizamos aquí la terminología anglosajona, basada en la definición de Charles Morris, que a
su vez se funda en la distinción de Charles Pierce. En la doctrina europea continental la disciplina es
llamada semiología, como ya lo hiciera Saussure. Preferimos la terminología citada por dos motivos: en
primer lugar, evita la confusión con la disciplina afín pero más antigua llamada semiología médica, de
dicada al estudio de los síntomas patológicos. En segundo lugar, en Barthés y en algunos de sus se
guidores se invierte la relación entre la semiología y la lingüística y la primera pasa a ser un derivado de
la segunda, lo que la extrae del campo de la disciplina general que aquí reseñamos.
5 Saussure, Ferdinand de, Curso de lingüística generai, publ. por Ch. Bally y A. Sechehaye tr. A.
Alonso, Bs. As., Losada, 1945, Introducción, cap. III, 3. ’ ‘ '
nma“ ;m Sdas, ! t e K ! S * clï e .t,,fe 2e pUebIos sa'™ i- o de
cuenta, en cada período, no solamente el u í f * ° decadentes. teniendo en
ta' sino todas las formas de expreSi6n ^ COrreCto y la 1 a W“ «t>‘
miòtica, proporcfónTa ésta^metodn^n3^ 652^ 0113^ al ori8inarse la se-
ahora veremos: metodología y parte de sus teorías, segün
.’ Introducción,cap.
por 'Parole", aunque no es del (odo exacta. PoT ítra^aÍte^n e ^ “le.nffUa"^P°r "bngug"y de "habla”
Chomsky de "competence" y "performance" rnnun ’ a .nT do anglosaJón se habla, a partir de
Pelicana, Harmondsworth, 1971, p. 162) ‘ contenido similar (cfr. Crystal, David, Linguistics
S a t u r e , Ferdinand de. Curso de Uu^Wicugeuom,. I „ ,A c c ió n , c lp . m
cal, empero, sería más exacto si comparáramos la lengua con una determi
nada escala musical y con las reglas de composición aceptadas en un mo
mento dado, y el habla con el acto de ejecución de una pieza compuesta
sobre esta base. ,
El examen de una lengua admite dos enfoques. Uno de ellos, el sincró
nico, es el que observa la lengua desde el punto de vista estático. Consiste
en hacer un cor;te temporal, como si se tomara una fotografía, y determinar
las pautas que en ese momento componen la lengua aceptada por la comu
nidad lingüística. Con ellas se puede confeccionar una gramática y compi
lar un dicciqnario. El enfoque diacrònico (o dinámico), eri cambio, es el que
examina la/evolución de la lengua a través del tiempo: el modo en que se
modifican,/paulatinamente los significados de Us palabras, aparecen
nuevos vocablos y otros se tornan árcateos, la construcción gramatical va
cambiando sus reglas y aun el estilo con que se habla o se escribe se modifi
ca a lo largo de los siglos. El enfoque diacrònico permite destacar la rela
ción que vincula a la lengua con el habla, relación que en el enfoque sincró
nico no se advierte. La lengua se manifiesta a través de aptos individuales
de habla, y evoluciona también a través de ellos a medida que tales actos
son cumplidos por un gran número de hablantes. Si un hablante se expresa
en una forma no prevista por la lengua, diremos que habla incorrectamen
te. Si existe un grupo considerable que se expresa de ese modo, veremos la
variación del código como un dialecto de la lengua en cuestión. Si el grupo
llega a ser tan grande que abarca a la mayoría de la comunidad lingüística
(o de su sector de mayor prestigio cultural), se produce un cambio en la len
gua, y lo que al principio era incorrecto pasa a ser paradigma del bien decir.
# La importancia de los conceptos de lengua y habla, de sincronía y
diacronia, excede los límites de la'semiótica, ya que pueden aplicarse analó
gicamente en el estudio de cualquier sistema dinámico. Así, Lévi-Strauss
los utilizó en antropología para examinar las estructuras de parentesco: En
biología, a su vez, se distingue el genotipo (o tipo biológico ideal, el que po
see las características que definen la especie) del fenotipo (cada ser biológi
co individual), conceptos que se corresponden por analogía con los de len
gua y habla, respectivamente; y puede hacerse para cada especie un estu
dio sincrónico (una taxonomía, o clasificación de la especie en subespecies,
variedades o razas, con sus correspondientes descripciones para un tiempo
dado) o diacrònico (una teoría de la evolución de la especie a través del
tiempo).
1.2.3. Niveles de lenguaje *
- '* » « '■ *— ■
P eralfd Se d S
b-en construida de, idioma c a s t e ! , ^ -T a ^ ^ ^ d ^ L T r n S
10 Bertrand Russell estableció la llamada "teoría de los tipos”, según la cual cualquier expresión
que contiene una variable aparente es de tipo más elevado que aquella variable: "Cualquier cosa que
implique el todo de un conjunto no debe ser (un objeto) del conjunto" (Russell, Bertrand y Whitehead
Alfred, Principia Mathematica, 2» ed., 1950, vol. I, p. 37, citado por Ross, AJÍ, Sobre la autorrefereneiay
un difícil problema de derecho constitucional, en "El concepto de validez y otros ensayos", Bs. As.,
Centro Editor, 1969, p. 58). La teoría de los tipos (que tiene, además, otros alcances) no es la nnir^ for
ma de resolver el problema de la inclusión de elementos de distinto nivel en los conjuntos, pero exponer
piras excedería los límites de este libro. Quien quiera profundizar el tema, podrá consultar, p. ej.,
Quine, Wiliard van Orman, Los métodos de la lógica, Barcelona, Ariel, 1967, p. 331 y siguientes. ’
I.2.3.I. Los niveles del lengu
aje normativo
Como
™ iv° pueden "dk?' *en^uaje" « un sistema
~ C°S- Las. P ip ía s normas destinadas a tmníJ2UlrSe también "¡veles
S ateS con®tituyen el lenguaje objeto -Y l P? f ° 3 prohibir c¡ertas
clases de metalenguaje referido a las n o m íl: metalenguaje? Ex¡sten dos
c ^'a 'llT d emal^ a s deU eg^lador^de lícos^jníbr1^ 3 ”0" " ® 3 Ias dis'
C o n g re s o s a n c ío ra u n l'le y q u e d ir e ^ " ° rm?s ha^ ¡«"lurísti“ ' a ' d ’
reprimido con prisidn o reclusión^ de „Pl rnejem? lol > & ■ mate a o ro s!rá
sión lingüística será una „ j™ de och? a veinticinco años” esta Z ?
- r de derecho S e p ^ e T o
labras), estará expresando un enunciad! . . vr6 0 d'Ka con las miámas pa-
Poner la ley, ya que no tiene a t r i h n JUnd,C0: él mismo «o prétende im-
expbcarnos que el legislador ha estahlp!viPara eIIo; sd¡° busca describirla
o»" independencia d Í qJ el mi “ « » ese contonMo,'
i .
1.2.3.2. l^ós niveles de lenguaje como escalera hacia el vacío
13 El concepto de validez tiene un puesto central en la teoría de Kelsen (Kelsen, Teoría pura del
derecho, p. 201 y ss.). Según su tesis, la validez de la norma inferior se funda en la norma superior, y la
de ésta en otra superior aún, hasta llegar a un presupuesto lógico-trascendental llamado norma funda
mental. En este sentido, cada nivel de la jerarquía de las normas podría interpretarse como un nivel dis
tinto de lenguaje. Hart, por su parte, imagina un sistema normativo donde una cierta regla fundada en
la práctica de órganos y de súbditos, la regla de conocimiento, contiene los criterios para decidir cuándo
una regla cualquiera pertenece al sistema. Si no fuera por la existencia de criterios delegados (de los
que da cuenta Kelsen), sería posible interpretar esta concepción bajo la forma de un lenguaje objeto, en
el que están expresadas las reglas en general, y un metalenguaje en el que se expresa la regla (o me-
tarregla) de reconocimiento (cfr. Ilart, H. L. A., E l concepto de derecho, Bs. As., Abeledo-Perrot, 1963,
p. 125 y siguientes).
” Sobre la autorreferencia normativa y las paradojas que de ella resultan pueden consultarse
Ross, Alf, Sobre el derecho y la justicia, Bs. As., Eudeba, 1963, p. 79-82 y Sobre la autorreferencia y un di
fícil problema de derecho constitucional, en "El conceptode validez y otros ensayos", p. 49 y_ss,; Hart, H.
L. A., Selfreferring lates, en "Festskrift tillágnad Karl Olivecrona", Estocolmo,. 1964, p. 307 y ss.; Ho-
erster, Norbert, On A lf Ross s Alleged Puzzle in Constitutional Lavo, en "Mind", julio 1972, p. 422 y ss.;
Niño, Carlos S., Introducción al análisis del derecho, Bs. As., Astrea, 1980, p. 145-147: Guibourg, Ricar
do A., La autorreferencia normativa y la continuidad constitucional, en “El lenguaje del derecho", estu
dios en homenaje a Genaro R. Garrió, Bs. As., Abeledo-Perrot, 1982, p. 181 y ss., y Bulygin, Eugenio,
Time and Validity, en Martino, Ajitonio A., ed. "Deontic Logic, Computational Linguistics and Legal
Information Systems", Amsterdam, 1982, vol. II, p. 65.
f0rma part« de un me-
mvel (la semiótica) que habla acerca de su nronin"l metalenRl,aÍe de primer
Lo curioso del caso es que el ültimn »n„P Pá ‘«"guaje objeto,
afirma que los demás enunciados so S e 1» « ^ ° del párrafo anterior, que
talenguaje de segundo nivel se exDresa a =emiót|ca corresponden a un me
mo r o f (PUeS!,° que habla acerca deTse¿indo) V e ? metale"guaje de ter
ina corresponde acaso al cuarto nivel? S i Y est0 que acaba de leerse
porque tenemos ante n w S E T K ^ " * 1“ det«ngamos aqut
no vale la pena exponemos m ú lle m e al vértigo. ‘P‘* * * * M Ceníen¿ y
1*3. Sintaxis
S iiS v *
recen vanas relaciones qué’pueden examf™
, ^ éj . =
i»,-
r? ' En esta s,tuación apa-
dv . o í de R o ^ , r r r : ; y " i eL,a d e F - ‘H ¿ t ocon pa
qué Fortunato lo dice de „“ i ' 0.? “ oy! <P°r qui se/àice. por
qué entiende Ronaldo y V ^ e fe c to produce qUé pretend«
do). Otra relación es la de la e x n r e s i K f la fr?se «" «‘ ánimo' de Ronab
con el hecho a que ella se refiere (soldados n" 0^ 6 habrá un désembarco''
buques). Y una tercera es la que aparece ent?e fas383* ^ 3a tierra
h“ ” desde sus
mismas palabras de For-
tunato, que resultan enlazadas de tal modo que sean capaces, en idioma
castellano, de transmitir un mensaje (mensaje que no se extrae, por
ejemplo, de las palabras “esta desembarco, habrá noche un”). ’
Pues bien, la sintaxis estudia los signos mismos con independencia de
su significado (en el caso, la construcción de la frase dentro de las reglas
del idioma). La semántica, los signos en su relación con los objetos designa
dos (en el ejemplo, la de la expresión lingüística con el hecho mismo del de
sembarco). Y lá pragmática, la relación entre los signos y las personas que
los usan (la acción de Fortunato y su influencia sobre Ronaldo).
Ya estarpos algo familiarizados con la palabra "sintaxis” . La conoce
mos como ijombre de una parte de la gramática: la que enseña el modo co
mo deben Enlazarse unas palabras con otras para formar la oración grama
tical16. Éste es el sentido restringido.de “sintaxis” , el que se emplea en el
estudio de cada lengua particular. Pero en el ámbito de la semiótica, desti
nada al estudio de todos los lenguajes en general, la palabra/‘sintaxis” se
usa en un sentido más amplio: en este sentido la gramática de un lenguaje
pertenece toda ella al campo sintáctico, ya que determina la forma de com
binar los signos en secuencias (palabras, oraciones) pertenecientes al len
guaje de que se trate.
Un lenguaje (cualquier lenguaje) está formado por tres clases de ele
mentos:
a) Un conjunto de signos primitivos. Se llama signos primitivos a las
entidades significativas de un lenguaje dado que no requieren ser definidas
explícitamente mediante otros signos del mismo lenguaje: en una primera
aproximación —y dentro de un lenguaje natural— puede considerarse co
mo tales a las palabras17, destinadas a enlazarse entre sí para formar las se
cuencias portadoras de mensajes (oraciones) del modo en que un número li
mitado de piezas de un juego de construcciones para niños permite muchas
combinaciones diferentes.
190 ^ ^ ^ Cac*em'a ^ sPaño*a' Gramática de la lengua española, Madrid, 1962, p. 152, párrafo
■ i a ^ S*r ?rimera aPr°ximación es, en realidad, una simplificación didáctica. En rigor (y según el
nivel de análisis que se adopte), los términos primitivos de un lenguaje natural no son las palabras (suje
tas a variación según género, número o, entre los verbos, según modo, tiempo y persona), sino los mor-
jemas, considerados por la teoría lingüística contemporánea como los más pequeños elementos signifi
cativos del habla. Así, en la expresión "Josefina y yo odiamos a nuestros hijos” pueden distinguirse do
ce morfemas: Josefina, y, yo, odt, amos, a. nuestr, o. s, hij, o, s, sin contar la entonación de la frase que es
un decimotercer morfema (ver Ullman, Stephen, Semántica, introducción a ¡a ciencia del significado
Madrid, Aguílar, 1972, p. 30-31). Por otra parte, las palabras se definen unas por otras, como en el dic
cionario, por lo que la identificación de un grupo de ellas como términos primitivos requeriría un previo
ordenamiento jerárquico que en los lenguajes naturales no suele practicarse.
nuestro ejemplo es predso t o S S Í 35 piezas del Juego de
unas sobre otras sin orden ni concierto o bicn “' P°rq^ u S! Ias col°¿n io s
lograremos construir más que una imawn ^ ■eq“ lllbn0 inestable, no
co internacional. De la misma™Z T L ™ ? ? ™ deI^ E terna económi-
c o m b in e s e ^ ^
mo expresión bien formada en ele lenmLTJ f T é ha.de cons¡derarse co
es
beas“ ^En tunn|lenguaie
± , ! ? ™natural
a,d ad,e!id
i««, io
D -aS^«leiiano,
sieilan o pero
6 'el
^ PerT° ,adra" rio
ladra perro”
de vjste de la sintaxis carecen de s ig n a d o TeT !{°nmdos desde el punto
s s í m m m m
La sintaxis, en resumidas cuentas, abarca tanto la postulación de sig
nos primitivos (por ejemplo, cuáles palabras pertenecen a un lenguaje y
cuáles no), como el estudio de las reglas de formación (en los lenguajes na
turales, la gramática en general) y de derivación. Por esta última vía la sin
taxis incluye dentro de su campo toda una ciencia con jerarquía y tradi
ciones propias: la lógica.
Dentro de un ámbito tan amplio, pueden distinguirse aún distintas ver
tientes o modalidades del estudio sintáctico. Así, la sintaxis descriptiva o
lingüistica examina la estructura de los lenguajes naturales, en forma espe
cial (con referencia a un idioma determinado) o general. La sintaxis pura o
lógica estudia, en cambio, la estructura de cualquier lenguaje (incluidos, e
incluso con preferencia, los formales), y se halla más próxima a la lógica y a
la filosofía que a la lingüística. ■
1.4. Semántica /
bién de la
"cronch” no está necesariamente relacionado con el conjunto raíces-
tronco-copa, que forma en castellano el correlato de la palabra "árbol":
puede interesarnos sólo la copa, o el conjunto del tronco con las ramas más
bajas, o la totalidad del árbol junto con las hierbas que lo rodean. Y también
podemos prescindir del árbol como individuo, sin inventar nombre alguno
para él, y considerar todo el bosque (o una parte cualquiera del bosque) co
mo una unidad que no estamos interesados en analizar o dividir idealmente
en partes. Todo'dependerá de cómo obtengamos nuestro alimento, del te
mor que abriguemos por los peligros que puedan provenir de alguna parte
de la realidad,que nos circunda, o en definitiva del mayor o menor interés
que cada sector de esa realidad nos inspire, con fundamento en el agrado,
en el desagrado o en la simple curiosidad.
Estas consideraciones nos llevan'a una nueva conclusión, más profun
da que la anterior: al inventar nombres (o al aceptar los ya inventados) tra
zamos límites en la realidad, como si la cortáramos idealmente, en trozos; y
al asignar cada nombre constituimos (es decir, identificamos, individualiza
mos, delimitamos) el trozo que, según hemos decidido, corresponderá a ese
nombre. Habitualmente no advertimos este procedimiento porque el len
guaje que hablamos (castellano, inglés, francés) no fue inventado por no
sotros ni por alguna persona que conozcamos, sino elaborádo anónimamen
te a través de una larga tradición. Por esto la realidad se nos presenta ya
cortada en trozos, como una pizza dividida en porciones, y no se nos ocurre
que nosotros podríamos haber cortado las porciones de otro tamaño o con
otra forma. No hemos sido criados por una loba sino por seres humanos
hablantes, y ellos nos han inculcado desde pequeños, insensiblemente y a
través del lenguaje, la división del universo que corresponde a ese len
guaje. -
Es preciso admitir, sin embargo, un punto en favor de esa división tra
dicional. Distintos idiomas —incluso idiomas muy diferentes unos de otros
y sin raíces comunes conocidas— parten de divisiones aproximadamente
semejantes, y esto no es obra de la casualidad. Ocurre que los hablantes de
todo el mundo y de todos los tiempos tienen algo en común: son seres hu
manos. Y el ser humano tiene, en todo tiempo y lugar, aproximadamente
las mismas necesidades físicas, las mismas percepciones sensoriales y las
mismas reacciones frente al mundo que lo rodea. Esto puede explicar que
distintos grupos humanos hayan trazado límites parecidos entre las cosas
que se mueven y las quietas, entre las que se comen y las que representan
peligro, entre lo que está sujeto a la voluntad humana y lo que la avasalla.
Esta semejanza, sin embargo, está lejos de ser absoluta. En castellano,
por ejemplo, cualquier aparato destinado a medir el tiempo se llama
Para el reloj de
cés tiene tres v o c a b l o s : ' T w r W ' f r e f o f d e V de p“ sera- Y el fran-
171esa o de pie) y "mo«t«"(de bokiMn Í a T 0 d e Pared)- "pendule" (de
cen mucho mayores cuando se^examinan'lent6^ - d¡ferencias se
rentes, como los de los indios norteamericano^ ?S ' mUy d¡fe‘
sorprenden?es?Bmger t a SdesPcrfpeto lion T n n V ^ C|eUnear Prodigios más
Suajes en los que todo podfa fÍCtÍd° S Ie"-
hemos 5? Pahbray Ia « * . -
palabras de clase, o sustantivos c o n ^ A S h T í ^ Pr°P,0S y eI de las
son bastante diferentes muñes. Ambas situaciones, sin embargo
g ^ ^ s s a s E íS S a S 1«
dos desde hace muchos siglos a inventar clasificaciones v a trabar «..H uí?
ncqcia Pero para clarificar mejor este punto habrá eme derir
Ahá vam oT5 6 deSlgnaclón’ características definitorias y definiciones.
que vemos: hablamos también de objetos cuya existencia no nos consta, y
aun de seres de los que sabemos positivamente que no existen: los cen
tauros y las hadas, Don Quijote y el pato Donald, el billete ganador de la
próxima lotería, los marcianitos verdes y escamosos y el desarme mundial
son, paradójicamente, seres que no son, aunque algunos de ellos podrían lle
gar a aparecer algún día.
Esto metió a los filósofos en un berenjenal. Un nombre con significado,
pensaban, debe significar algo. Y ese algo debe ser un ente de cierta natu
raleza, ya que de otro modo habría nombres que no significarían nada. Pero
¿cómo afirmar a la vez que las brujas existen (para poder hablar de ellas) y
que no e^sten (en homenaje a la verdad)? Podríamos, tal vez, distinguir
dos claseé de entes, o seres: los que existen (es deqjr, los que están en la re
alidad) y los que subsisten (los que no forman parte de la realidad pero
podrían llegar a existir, en algún sentido de “poder”). Así, el Aconcagua y
cierta-muchacha-qifé-yo-sé existirían, mientras que el pato Donald y la re
cuperación de las Malvinas subsistirían. Esto era muy complicado, y en es
pecial contradecía una muy razonable enseñanza del filósofo medieval
Guillermo de Occam: no debemos suponer más entidades que las estricta
mente necesarias24.
Pero, si tomamos en cuenta las precauciones ya expuestas y evitamos
cuidadosamente confundir el plano del lenguaje con el de la realidad, ad
vertiremos que esta última no tiene por qué sujetarse a los caprichos lin
güísticos o imaginativos del hombre, y que, así como el ser humano puede
describir estados de cosas que no existen (mentiras, o en lenguaje más téc
nico, proposiciones falsas), también puede nombrar entes imaginarios sin
que por ello sea preciso otorgar a éstos alguna carta de ciudadanía de la re
alidad, -
Este tema quedó muy clarificado a partir del lógico Gottlob Frege25,
24 El tema que aquí tratamos fue muy discutido en la Edad Media bajo la denominación de dispu
la de los universales. Una de las tesis allí esgrimidas, la teoría nominalista, afirma que las especies, los
géneros y —en general— los universales no son realidades anteriores a las cosas, como sostenía el pla
tonismo, ni realidades integradas a las cosas, a la manera del aristotelismo, sino simples nombres con
los que se designa a conjuntos de cosas. Esta posición filosófica, que —como se ha visto, sirve de base a
muchos de los razonamientos contenidos en este libro— es atribuida a menudo a Guillermo de Occam,
sacerdote franciscano que vivid aproximadamente entre 1298 y 1349. También suele considerarse a
Occam como participe de la tesis conceptualista (doctrina que sostiene que los conceptos tienen una
existencia propia, aunque puramente ideal). Sea como fuere, la tesis de este filósofo sobre la convenien
cia de no multiplicar innecesariamente las entidades ha sido llamada la navaja de Occam, porque
sirve para afeitar las barbas de Platón, es decir, pulir nuestro lenguaje (y nuestra ontología) y eliminar de
ellos las excrecencias imítilcs.
25 Gottlob Frege (1848-1925), matemático alemán, es uno de los grandes impulsores de la lógica
moderna al elaborar la estrecha relación de ésta con la matemática, y su obra tuvo importante influen
cia en los trabajos de Bertrand Russell. .
^Tfialabra^Sad^^0 h denotación «>
a cualquier entidad1de uña h 4 afcta°’^ f nd ^ ^ r * 86 indistintamente
ba, Neuquén, París, Barcelona Cantón Aran f 6 a^ uenos Aires, Córdo-
Jaríum y también a Sodoma Níñi™ Menfk p .1“ » 1™ , Florencia,
todos los objetos o entidades, u7 ¿h“ "í a c o n j u n t o d¿
denotación de esta palabra. 4 e a pa abra ciudad ' se llama la
i1 ri
1.4.4.1. Universales y otras intoxicaciones i
*. ;/
Hasta aquí hemos tenido que vérnoslas solamente con palabras de cla
se y con non?bres propios; es decir, con símbolos que denotando pueden de
notar) cosas/objetos, hombres, monstruos. ¿Qué diríamos, en cambio, de un
concepto como el de blancura? ¿O vidal ¿Y de un verbo, como caminar?
¿Cuál sería la denota^ón de “caminar”? ¿O la del adverbio "lentamente”?
Estas nuevas preguntas nos obligan a reflexionar atentamente acerca
de la estructura de nuestro lenguaje, para no vernos arrastrados a una
nueva disputa de los universales27. , :
Las palabras que usamos sirven para nombrar los objetos que hemos
recortado de la realidad circundante a las clases en las que hemos agrupado
esos objetos. Pero nuestro sistema de clasificaciones es muy complejo, y
las clases se superponen y entrecruzan sin respetarse unas a otras. De este
modo, el copo que acaba de caer del cielo en una tarde de invierno encaja
en la clase de la nieve (agua congelada en pequeños cristales), pero también
en las clases de (lo) frío (cualquier cosa de baja temperatura), de (lo) blanco
(cualquier cosa que refleje la luz de cierta manera) o de (lo) blando28 (cual
quier cosa con determinada consistencia). Cada una de estas palabras (frío,
blanco, blando) designa una clase; y, por tanto, denota a cada uno de los ob
jetos respectivamente fríos, blancos o blandos.
! Nuestro copo de nieve es abarcado también por la clase de (lo que) cae,
junto con la lluvia o con las piedras de un alud, de modo que la palabra
“cae” designa también una clase y denota a los objetos que caen.
Lo que ocurre es que nuestro lenguaje tiende a oscurecer esta semejan-
27
Ver nota 24, página 41, El toma que ahora planteamos es un problema central de la antigua (y
aún persistente) disputa de los.universnles, y la solución que lia de proponer es otra vez de corte nomi
nalista. ‘
En estos ejemplos la palabra "lo” , puesta entre paréntesis, es una concesión puramente lin
güistica a la tesis que criticamos, tesis que presupone cierta sustancia de la que podamos predicar las
cualidades de frío, blanco y blando. Si quisiéramos ser absolutamente rigurosos en nuestra exposición
deberíamos decir “los fríos", "los blancos" y "los blandos", sustantivizando los adjetivos; pero esta
forma de hablar, ajena al lenguaje común, podría obstaculizar la comprensión del argumento en vez de
facilitarla. Cedemos, pues, en la forríta sin que ello implique concesión en el fondo.
za entre sustantivos, adjetivos y verbos porque su estructura corresponde a
la tesis esencialista (o mejor dicho, la tesis esenciaüsta nació de llevar al
terreno ontològico las observaciones acerca de la estructura del lenguaje)29.
Suponemos que hay cosas (sustancias, en la nomenclatura aristotélica),
cualidades y acciones. Las cosas (nombradas por los sustantivos) tienen
cualidades indicadas por los adjetivos) y realizan acciones (expresadas por
los verbos). Nuestro lenguaje es, pues, como un sistema planetario en el
que el sustantivo ocupa el lugar del sol, en cuyo derredor giran los dfemás
vocablos; e imaginamos (no sin cierta ingenuidad) que la realidad debe tener
cierta estructura que corresponda exactamente a ese modo de hablar. De es
ta suposición nacen las esencias y otros conceptos metafísicos que pueden
luego encorsetar nuestro razonamiento. Pero el papel que asignemos a las
distintas partes de nuestro lenguaje es contingente y eventualmente inter
cambiable (recordemos la cita de Borges en 1.4.2), de modo que lo que hoy
se dice con un verbo (dirige) podría decirse mañana con un sustantivo (di
rector)30, y lo que se expresa con un adjetivo (amarillo) podría a su vez ser
contenido de un verbo (amarillea).
Sustantivos comunes, adjetivos y verbos (y también adverbios, que son
como adjetivos de verbos) pueden, pues, pensarse como nombres de cla
ses: cuando decimos que Eugenio es rubio31, por ejemplo, afirmamos que
cierta persona con ese nombre pertenece a la clase de los rubios; si sostene
mos que los correntinos son valientes queremos decir que todo individuo
perteneciente a la clase de los correntinos pertenece a la vez a la clase de
29 Se Harpa comúnmente ontología a la parte de la filosofía que elu d ía el ser, los entes, las esen
cias, o, coma dice un lógico moderno, lo que hay (cfr. Quíne, Willard van Orinan, Acerca de loque hay, en
Desde un punto de vísta lógico, Barcelona, Ariel, 1962). Esta transposición de la estructura real del len
guaje hacia una supuesta estructura trascendente del universo puede observarse claramente en las Ca
tegorías de Aristóteles; pero 146 ideas de Platón también pudieron nacer de un procedimiento similar.
Conviene aclarar aquí que estas afirmaciones, como tantas otras que aparecen en/el presente libro,
se hallan sujetas a polémica y están lejos de ser unánimemente aceptadas. Sobre e^esencialismo, ver
nota 27 en página 43.
30 Según el Diccionario de la Real Academia Española, el vocablo "director"/es un adjetivo... que
se usa también como sustantivo; versatilidad funcional que no deja de abonar la Jesis que aquf se sos
tiene. ’
31 En este ejemplo, como en algunos de los que siguen, un espíritu agudo podría encontrar cierta
perplejidad: al decir "E ugenio« rubio” utilizamos un verbo cuya referencia a una clase no es fácil elu
cidar. ¿Queremos decir que Eugenio pertenece a la clase de (lo que)«? Tal sería la clase universal, la
del Ser, y por esta vía volveríamos a las disquisiciones ontológicas. Pero podemos tranquilizamos: en
este uso, el verbo « no pretende designar categorías metafísicas sino, simplemente, indicar una rela
ción entre clases o entre un individuo y una clase. Si quisiéramos pensar en una clase designada por
dicho verbo, podríamos decir que se trata de la clase de los individuos o clases que pertenecen, a su
vez, a alguna otra clase. Pero esta reflexión es, en verdad, una consecuencia de la estructura de nuestro
idioma: en ruso, por ejemplo, el atributo se une al sujeto sin interposición del verbo copulativo. ,
los valientes, y si proclamamos que muchos ausentes regresan ahora esta
mos indicando que muchos individuos de la clase de los ausentes pertene
cen también a la clase de los que regresan ahora (que son, a su vez, una
subclase de los que simplemente regresan y una subclase de los que hacen
algo ahora).
Claro está que la maraña a desenredar no termina ahí. Sobre la base de
estas palabras de clase el hombre ha construido otras, de un mayor nivel de
abstracción, que parecen abandonar la referencia a los objetos (aun agrupa
dos en clases) para apuntar directamente a los criterios de clasificación. De
este modo, copinar es lo que tienen en común todos los individuos de la cla
se de los que caminan; vida es lo que tienen en común los individuos vivos;
blancura es/ío que tienen en común los individuos blancos. Pero esta abs
tracción no puede hacemos perder de vista la realidad de la que proviene y
en la que se sustenta: si alguien nos pregunta dónde está la vida, sólo podre
mos mostrarle individuos vivos, del mismo modo que la blancura está en
las cosas blancas y el caminar se manifiesta en lo que camina.'
Con estas reflexiones quedamos capacitados para regresar, a nuestro
punto de partida. Una palabra abstracta, como “blancura’*no tiene una de
notación tan fácilmente determinable como “pájaro” . Podemos ver pája
ros, pero no vemos la blancura: sólo vemos cosas blancas. Esta dificultad
puede llevarnos por complicados caminos, tal como el que conduce a supo
ner denotaciones ideales y realidades supraempíricas32. Pero no estamos
obligados a recorrerlos: podemos advertir que la blancura es un concepto
abstracto que se refiere mediatamente a la clase de los objetos blancos, y
que, por lo tanto, su denotación se encuentra distribuida entre todos los ob
jetos pertenecientes a esta clase.
Hemos visto que los requisitos exigidos para llamar a un objeto con
cierto nombre (palabra de clase) son ciertas características eventualmente
presentes en el mismo objeto: tener cuatro caras iguales un poco conver
1.4.6. Vaguedad
Como puede observarse, la tesis aristotélica descuelga las ideas del cielo y las trac a la tierra, pero
no las pone a nuestro alcance sino de un modo ilusorio, ya que las mantiene en el plano objetivo, exter
no al observador. Y, por mucho que examinemos uu objeto, difícilmente aprehenderemos sobre su
esencia algún conocimiento que no esté implícito en el concepto que previamente teníamos de la clase
en que lo hemos situado, de acuerdo con las estructuras del lenguaje que un día nos enseñaron. Si tal
ocurre, obramos como el prestidigitador que extrae de su galera el mismo conejo que antes introdujo en
ella. Y si no partimos de un concepto previo, al hablar sobre la esencia o la naturaleza de cierto objeto
no hacemos más que proponer una.clasificación de nuestro gusto, con la apariencia de afirmar un hecho
trascendente
sos en los que, puestos a decidir si cierto objeto concreto debe incluirse en
determinada clase, dudaríamos. Supongamos que nuestro amigo, el verdu
lero, sólo una vez, allá por su juventud, escribió un poema, y que este po
ema, bastante malo, no es conocido más que por nosotros y por él mismo,
¿Seguiríamos dispuestos a llamarlo poeta? Podemos decidir que sí, funda
dos en que un solo poema, con prescindencia de su valor literario, es sufi
ciente para asignar ese nombre; o bien decidir lo contrario, sobre la base de
exigir habitualidad, o un mínimo de talento, o aun cierto reconocimiento
público. La resolución que adoptemos —conviene advertirlo— no nos es im
puesta por el diccionario ni por autoridad lingüística alguna, ya que en
nuestro idioma el significado de la palabra “poeta” no es tan preciso.
Esta falta de precisión en el significado (designación) de una palabra se
llama vaguedad: una palabra es vaga en la medida en que hay casos (reales o
imaginarios, poco importa) en los que su aplicabilidad es dudosa; o, por de
cirlo en términos lógico-matemáticos, no es decidible sobre la base de los da
tos preexistentes, y sólo puede resolverse a partir de una decisión lingüísti
ca adicional (como la de exigir o no exigir habitualidad, valor literario o re
conocimiento público en el ejemplo de nuestro verdulero con veleidades li
terarias).
SÍ nos proponemos hacer una lista de palabras vagas, probablemente
tardaremos mucho: como la piedra de toque de la vaguedad consiste en
imaginar algún caso dudoso y la imaginación es inagotable, veremos que
prácticamente todas las palabras son vagas en alguna medida. Tomemos
como ejemplo una palabra bien conocida, como "libro” , que se refiere (más
o menos, y aquí está la dificultad) a un conjunto de njuchas hojas impresas,
encuadernadas juntas y con cubierta. Y empecemos a imaginar problemas:
a) ¿Muchas hojas? ¿Cuántas? Un conjunto de dos hojas no sería llamado
libro, pero, claro estacóos hojas no son muchas. ¿Cinco hojas( entonces?
¿Diez? Doscientas hojas pueden hacer un libro. ¿Y ciento cincuenta, ochen
ta, sesenta? Un conjunto de cincuenta hojas ¿es un libro o un/folleto? Si es
un folleto, ¿qué tal si suponemos cincuenta y cinco? Aquí llegaremos inexo
rablemente a algún número que nos parezca dudoso34,
b) ¿Impresas? En la Edad Media había libros escritos a mano. Claro que
ésta también es una forma de imprimir, en sentido amplio. ¿Y si es perfora-
34 Esta es la llamada paradoja del continuo: ¿cuántos cabellos puede tener un calvo sin dejar por eso de
ser calvo? ¿Cuál es el límite entre frío y tibio, o entre tibio y caliente? ¿Cómo distinguiré! libro más breve del
folleto más extenso? Las palabras que implican ün concepto cuantitativo pero impreciso, como "mucho”,
"apenas", “largo", "suave" e infinidad de otras, expresan cierta parte de una continuidad donde cualquier
límite tajante resulta arbitrario.
do en sistema Braille para ciegos? ¿O si no todas las hojas están escritas, si
no sólo la mitad? Además, ¿no existen también libros en blanco, donde las
hojas están dispuestas para ser llenadas por su dueño con un diario perso
nal, por ejemplo?
c) ¿Encuadernadas? Esto no quiere decir necesariamente cosidas: hay
libros en los que las hojas van unidas con ganchos. Un conjunto de trescien
tas hojas con una perforación en la esquina y unidas por un simple alambre
¿sería un libro? ¿Y si las hojas estuviesen sueltas, pero debidamente nume
radas y conténidas en un estuche de cuero con el nombre de la obra en la
cubierta? /
d) El requisito de llevar cubierta da lugar para reflexiones semejantes,
que dejaremos al lector imaginar por su cuenta. .*
El significado de las palabras, bues, suele presentarse —según una clá
sica comparación— con una luz proyectada sobre una superficie35. Habrá
una parte claramente iluminada en el centro, y en torno seguirá reinando la
oscuridad. Pero entre claridad y oscuridad habrá un cono de penumbra, en
cuyo ámbito el objeto iluminado será visible, aunque no con la misma facili
dad. Del mismo modo, y para cada palabra, existe un conjunto central de
casos en los que el nombre resulta aplicable: encajan sin dificultad en los
criterios usuales, y estamos habituados a aplicar el vocablo a tales si
tuaciones. Habrá un número infinito de casos (el entorno) a los que no apli
caríamos la palabra en modo alguno. Pero existe también un cono de va
guedad, donde nuestros criterios resultan insuficientes y los casos no
pueden resolverse sin criterios adicionales más precisos.
1.4.7. Ambigüedad ’
J S S S S S S s tía S S R
una cosa para que se entipnHa ^ ugura que parece decir
fugaz vinculo,de significado a la ve¿ m e í f l ® l “"6 ambas Un sutil y acaso
esía está repíeta de ejemplos de esialí™ '116’^ * vagas semejanzas. La po-
deliberada: J P de esta técnica ,,neu>stíca de la ambigüedad
/ ■
1.4.8. ¿Entonces? . ,#
Acabamos de advertir que todas las palabras son vagas y muchas son
, ambiguas (todas, al menos potencialmente ambiguas). Esta/comprobación
puede desatar en nosotros una comprensible rebeldía. Hasta hoy creíamos
llamar a las cosas por su nombre, y venimos a saber que,ía relación entre
nombre y cosa es asunto subjetivo y bastante vidrioso. BÍen, podemos pa
sar este trago amargo. Pero que además no podamos estar seguros de qué
es lo que nosotros mismos queremos significar con cada palabra, ya es el col
mo. Al fin de cuentas, ¿para qué sirve un lenguaje si no es para hablar de
las cosas? Y ¿cómo podremos hablar de ellas si los nombres que usamos ca
recen de designación precisa, y además cualquiera puede utilizarlos para
referirse a cosas completamente distintas? ¿Cómo pudimos, entonces, ser
tan ilusos de creer que podíamos comunicarnos con un instrumento tan en
deble como el lenguaje? : ,
La reacción es saludable, pero antes de llegar al punto en que hagamos
una fogata de diccionarios convendrá que nos detengamos y reflexionemos
más serenamente. La vaguedad y la ambigüedad no anulan por sí solas to
da la utilidad del idioma que hablamos, y la prueba está en que veníamos
hablándolo sin percatarnos de tales dificultades. Además, los inconvenien
tes, °!ás ^ aves Para la comunicación entre los hombres no son tanto lin
güísticos como valorativos (tema del que nos ocuparemos más adelante).
La ambigüedad, para empezar, es fácilmente evitable en la mayoría de
los casos. Si estarnos navegando y nos piden izar una vela, seguramente no
ataremos al mástil un cilindro de estearina, y si una madre nos pide que en
señemos algún juego a sus hijos de siete y ocho años, no es probable que les
enseñemos el póquer ni el pase inglés37; y menos aún que les mostremos un
37 El ejemplo no es casual. Etfilósoío austríaco Ludwig Wittgenstein (1889-1951) ha usado la pa-
güísticocomPo ' f á c t i ^ el «»“alio (tanto lin-
la acepción que el haWante ^ r d a r í e " 6 * ,r' terprctar la Palabra en
defecto
un amigodenCT^aje/o^^na'deíus^irtúdes^S6^ " ^ 36 ^ que^ citamos
en la esquina de Suioacln v Tur, s-,Supon6amos de a
las cuatro esquinas nos referimos Ala rucumarJ : / nos pregunta a cuál de
quina sorprendidos, aclaramos: “en la es
tendemos por esquina, y nos explica oue Ha!fS son,Ios,Iimites de lo que en
son redondeados, la proyección L actP dP lP nM p ?S ?ngulos de Ias aceras
Intersección con l a ^ S S S d d S d S H Í - ? * '* “ era de SuiPacha
calzada. Señalamos que puede esDerarnnc m k f ^ ucuman queda sobre la
distancia del centro de u 6 '5 acera- e ins¡=te: “¿A qué
q u eL b T am ottSsid o r n C
s lT d o flfn T « iv feÍ E" todos- El
decir, de las necesidades de n ls t r i v ^ ^ í “T*™ * “ E d a d e s fes
porque tales necesidades no lo reauierinVc?í‘d,ana>• y n0 es más preciso
dad no sólo sería superfina nte- .Una iW or clari-
superfiua, sino que probablemente introduciría una emba-
£ ^ 7 * ¡ & E iE S ¡ E | jIESF
razosa complicación. Piénsese en el derroche que sería decir, en vez de
"esta mañana vi salir el sol” , algo como: “hoy a las siete horas, cuatro mi
nutos, veintitrés segundos, seis décimos, dos millones quinientos sesenta y
ocho mil cuatrocientos treinta y dos nanosegundos, hora argentina, vi una
proporción del sol equivalente a 0,578925 de su tamaño, mientras el resto
quedaba oculto a mi vista por el horizonte” . j
Sin embargo, es bueno que hayamos dudado por un momento de la uti
lidad del lenguáje. El lenguaje es la herramienta de la ciencia, y, en no po
cos casos (lingüística, literatura, derecho, informática) integra también, to
tal o parcialmente, su objeto. Es provechoso, pues, que tomemos concien
cia de las limitaciones del instrumento que usamos, de modo que sepamos
manejarlo/eficazmente y, sobre todo, que no nos déjemos manejar por él.
Hay ocasiones, por cierto, en que la precisión del lenguaje natural no
resulta suficiente, porque deseamos profundizar algún aspecto de la reali
dad que va más allá de lo cotidiano. Esto es lo que ocurre normalmente con
las ciencias, y por eso ellas dan nacimiento a los otros tipos de lenguaje a
los que nos hemos referido en el párrafo 1.1.1.: el lenguaje-técnico, y el for
mal. Allí donde la ambigüedad y la vaguedad se convierten en escollos para
el grado de precisión que un conocimiento especializado requiere, se hace
necesario introducir vocablos o expresiones (o símbolos, en el caso del len
guaje formal) cuya agudeza semántica se asemeje más al filo del bisturí
que al del hacha. Las palabras que usemos pueden ser totalmente nuevas, o
bien algunas de las antiguas convenientemente afiladas. Tanto la introduc
ción de un nuevo vocablo como el afilado de uno ya conocido, requieren un
procedimiento intelectual de la mayor importancia: la definición.
1.4.9. Definición
"Esquí: especie de patín muy largo, de madera, que se usa para deslizarse sobre la
nieve” .38 ' ■
Aquí vemos una proposición cuyo sujeto es "esquí” (no el esquí mismo, si
no el nombre "esquí”), el verbo ("significa”) está sobreentendido y el resto
38 Real Academia Española, biccionario de la lengua española, Madrid, 1970.
"i
"Esquí: esquí"
N° p o r q u e ,a definidón
verá); pero no sirve como definición Doranp ci dCra’ C°m° ntas acíeiante se
ficado
ncaao de
ae “esouí” Hp poco v a ld rá n„P
'esquí”, de -,.P „ ¿que'
T S1 queremos averiguar el sígni-
si
P ^ S i ^ q“ i ° l respondan 4uc
nificado de ‘‘esquí”. Perncmillrv queeses idéntico
^éntico al sig-
. H e m o s c o m ¿ n z a d o S d r ^ aut°r de diccionarios
nificado. Esto implica una toma de nod/.v;^ U°a pa, ab,ra es enunciar su sig-
de las definiciones. respecto de cierta clasificación
nominales y reales: las nominales son las oue riSÍ? tiene que hay definiciones
las que definen una cosa. Esto de definir*™ «!‘nen un. nombre y las reales
el concepto de esencia, o naturaleza^ T ^ relacionada con
de las características definitorias de uE r n t i r p ? e" ^ ndemos el conjunto
mismo que definir el nombre de la cosa v £ T f \ de.ímir Ia cosa será lo
Por el contrario, si por esencia entendí™ ! dlstmc¡dn carecerá de utilidad,
sa, que no depende del Jentmaip <1™ a ■ -ur!a r?aHdad intrínseca de la co-
ción real se convierte en unproblem a^P taf'^ t,P° de intuici(írYla defini-
que estamos desarrollando39. metafisico, ajeno al tipo ¿le estudio
40 Ver Guibourg, Ricardo A., Naturaleza y Junciones del ejemplo en el razonamiento jurídico, en
"Notas de filosofía del derecho”, Bs. As., 1965, n° III, p. 57. 1
la página de un libro
un pliego de papel de seda
tamaño
forma
rayado
escritura
resistencia
transparencia
deaplicarlaspofanalog^a “ condiciones
cTroSestámn r Pa,Pe' al 1e diari0 al Verb¡gracia-
cisión comparable V d ^ l a defhiTc'ió^vefbal.6 Losnií:i'5n' n0 tiene “ a pre-
deUmítadón de i T s ^ c t e n S s ' d e ^ loa “ í c e p ^ ? porqulTá
nos aIeatorio/de quien í X ía de S f " P -nde í * 1 iuid° ^
aprehendidoel As}- el Que hubiese
arriba puede llamar papel a una lám inadf c n tu v i ejempl°s “ otados más
rilinacidn al papel de ,d.c celuloide, o excluir de tal deno-
propusieron como ejemplos Esta í l í í “ ?°lor que aquel1^ <1“ se le
tan a llamar definición n¿ * “ “ 13 hace que m ud|os se resls-
de juzgar, tal controversia no versa sSbre l f r e a Z a d \ ?m°S “ condiciones
caciones (concretamente sobre la d efin irá sino aceí‘ca de clasifi-
tanto, una cuestión de mma preferencia de def"1‘cid“ *'). 7 es, por !„■
a 'aa definiciones
ocurre que también las defínTdoñ?s v e ^ s tienen s •’ P°r CÍ?rto; «*«>
■ 41 No siempre je puede recurrir a definiciones verbales, ya que existen conceptos simples éuyo
hombre no puede definirse eficazmente en términos de otras palabras. Tratemos de definir verbalmen
te vocablos como “áspero”, "dulzón», ‘‘violáceo” o “chirriante” , y lo veremos. :
ta de defkicidn.^sÚpongarn^s^ú^iSsn0*^3111?5, usaremos una clase distin-
neta” y contestamos: Mercurio, V e n u s ^ la ^ i^ /jíí e’ sigP.ifí.c adode "pía-
Urano, Neptuno y Plutón Hahrpmr» rra, Marte, Júpiter, Saturno,
“Planeta”; por lo menos la ¿ o n o r i £ Y , J n T ' ad° la denotac¡ón d¿ .
definición denotativa o exiensional de riíehs. SÍ í'?bre,?os Proporcionado una :
respondemos que "pla“ ta'' s¡m f t ^ „ Palabra' Supongamos ahora que
por la luz refleja del a ír e t e ^ d el^uaM et“ ! 6' °pac\ S ue sál° brilla
miento propio y periódico Hahrpmne a a ^escn^e una órbita con movi-
sional o por designación, ya que nuestra respuesta^0 d^ finición inten~
cas definitorias que el idioma castellano nt, P CSta e1nuncia caracterfsti-
S í 1™ * “ ^ ¡ S ^ J S S T ifS S íS S ^ í ■
definición “ 1 4 -9 1 ” a"a
mente incompleta), pero no toda definición ^*fini<'lón f xtensionaI (general-
se observa en el caso de “planeta” va usado es.ostensiva- Según
extensional puede ser también voril? US?d ejemPl0- una definición
¡os objetos contenidos e n T e x te n s to I T r d e '“ bre? prapi°a de
hagan las veces de nombres Es más* la exfPntsVw!1311^ descnPciones que
tar formada por clases con lo qup la Hpf?Xt^ íS Ón de Un concePto puede es-
curtirsemiótica"
nir necesariamente
como ela estudia
enumeracionesTndfvidualef
individuales. T ,? ' podríamos
Así, “V ' ^ “ “ídefi
re'
la pragmática. La denotación d e"sem iS k a Í J > SintaXÍli ,a* semántica y
ejem plo- a la,semántica, que es lú d ase de’ t, ‘ “ presada' ’"cluye - p o r
iteren al estudio de los signos en relación ™ »1 pr°poslc.,on?? Que se re
modo semejante es posible caracterizar la «intf •objef° s|gnificado. Y de
clases de proposiciones P era?, s,tn tm s / a Pragmática como
sional permanece incólume- ella enumera M¡tlP‘,Ca de 3 definicidn exten-
agrupamiento en clases) los obietns n„» f1 (dlrecta™ente 0 P°r ™gdio de su
pero no indica las c a S í a f l i r " denotación deyla palabra,
esos mismos objetos bajo la denominTriól HaT n°? dete™ raan a agrupar
cer esto Ultimo deberíamos, por el contrario L1„Pa!abra a def‘.ni.r-,Para ha-
sional. Y esto es lo que habitualmentp ' recVrrir a uaa definición inten•
nición
mción intensional, en especial la fnrm J ~ i í • ’hasta
intención! ____ • . .. e nacemos, asta tal
taI punto
punto aue
^ue la defi
ia <
eren-
pede de los hombres; y la cualidad de ser racional constituye la diferencia que permite distinguir la es
pecie de los hombres de las demás especies animales. El ejemplo en sí mismo no está exento de perple
jidades, ya que una definición más o menos precisa del término "racional" nos llevarla a admitir cierto
grado variable de racionalidad en diversas especies animales distintas de la humana (para no hablar, en
algún otro significado posible, de la escasa racionalidad que algunos hombres demuestran). Pero, por
encima de esta crítica contingente es posible admitir que la definición pergenia et differenliam constitu
ye un modo ordenado y claro de enunciar el significado de una palabra. Desde luego, no es'el único; y
tampoco es seguro que pueda recurrírse a ¿Len todos los casos, aun dentro del ámbito de aplicación de
las definiciones intensionales. La vida es sueño, de Calderón de ia Barca, ¿es un drama en verso o un po
ema dramático? La identificación de géneros y especies es un problema de clasificación, y ya sabemos
que las clasificaciones son convencionales y utilitarias. Claro está que la situación cambiaría si admi
tiéramos esencias trascendentes, ya que esta idea conlleva la admisión de ciertas clasificaciones tam
bién objetivas o verdaderas, en una fuerte de sacralización de las clasificaciones tradicionales.
enumeración de los objetos a q u e d S t a ^ abr r ° haCe) mediante ^
mctón mtensional nos “e n s e ñ a a en ^ b defi-
í PrS ent,e )a través de los c r i t e r i o s d e u s o í í u (y CuaI^uier otro que
te modo el significado queda abierto h-,' Ja W^bra en cuestión. De es-
en general: gracias a hada Io de™ d o
sabremos ejercer por nuestra S a S decMón ri°%et° qUe “ Entremos
no mclu.rlo en la denotación de la palabraTc que s^rate0™ 6 ÍndUÍrI° °
« is Ä t s a t ü ? ? . - ■r es la especialidad
¿para
un
Brahmanntrav r> enostar*. váyase usted a visitai
visitar el
Brahmaputra’/. O saludar: "Güeñas y santas tatita"n »
de ánimo: "¡Recúrcholis!”. Más a d e la S e ( v « lZ t '° expresar un “ tado
talle estos usos del lenguaje Por ahora has arl í ' 1, ) f lnaremos en de-
cbses de oraciones, c a T l a ' d e t S Ä
consiguiente, un tipo distinto de sTgni5ractól7ep e ^ e Cñrre0t X y/t¡f ne’ P° r
hay uno pnvdegiado: la información. La gran mavorfa H^ l l ! ! / 6 3 US0S
cíones d te S r “ í S
- - Z ^ Z ír s lZ u S T Z X p S .
« Ca^ap, Redolí, ¿ « a t a „ ^ ^ ^ ^^
¿Consigue influir? A veces sí y a veces no; esto depende de factores tales
como que el mensaje llegue a destino (no sea dicho a un sordo, o remitido
por una carta que se pierda en el camino) y que el receptor comparta con el
emisor un mismo código lingüístico (por ejemplo, que ambos hablen el mis
mo idioma). Pero ¿qué clase de influencia se busca con el mensaje?
í Hay muchas formas de influir en el otro, y a todas ellas sirve el len
guaje: el emisor puede tratar de informar, de preguntar, de pedir, de insul
tar, de persuadir, de dominar, de halagar, de ordenar, de despreciar, de en
ganar, de entretener. Existe una variada gama de relaciones de comunica
ción que pueden presentarse entre dos o más personas (diálogo, reunión so
cial), e mcjüso entre una o algunas personas y una masa indeterminada de
ellas (el novelista y su público, los legisladores y stís gobernados)47.
Toda esta variedad de funciones, sin embargo, puede clasificarse en
grandes grupos y reducirse así a unas pocas funciones primarias. Como en
toda clasificación, el modo de imaginar tal agolpamiento es materia opi
nable; pero hay funciones sobre las que existe cierto consenso:
de "referencia"
a) Función descriptiva. Un primer grupo puede englobarse dentro de
la función descriptiva, que es la usada para llevar a la mente del receptor
una determinada proposición. Esta función (o uso) del lenguaje suele lla
marse también informativa; pero el uso común del término "informar” su
giere la intención, por parte del emisor, de producir en el receptor una mo
dificación de creencias a través del aporte de nuevos datos. Y no siempre
que usamos el lenguaje en su función descriptiva deseamos realmente in
formar sobre lo que decimos. Si durante un examen de historia se nos in
terroga sobre la caída del Imperio Romano, trataremos de describirla (en la
medida de nuestras posibilidades); pero probablemente no estaremos tan
seguros de la originalidad de nuestra respuesta como para que tengamos la
intención de aportar nuevos datos y acrecentar o modificar con ellos los co
nocimientos del profesor, A través de nuestra descripción (de los hechos
que culminaron con el fin del Imperio Romano de Occidente) el profesor
obtiene sm embargo una información acerca de la extensión y la profundi
dad de nuestros conocimientos, que no es lo mismo que estábamos descri
biendo. Claro está que, pese a esta diferencia entre información y descrip-
En jornia esquemática, podría decirse que las acciones humanas voluntarias dependen del co
nocimiento del estado de cosas real (la creencia) y de la aprobación o de la desaprobación que tal estado
de cosas suscite (la actitud). Uno puede pretender una modificación en las creencias de otro, para lo que
usará un lenguaje descriptivo; o tratar de cambiar sus actitudes, mediante formas expresivas o directi
vas. bn cualquier caso se habrá producido una influencia apta para modificar, en algiin sentido, el cbm-
portamiento del interlocutor (cfr. Slevenson, Charles L., Ética y lenguaje, Bs. As., Paidós, 1971).
ción, en la mayona de los casos las descripciones están destinadas a infor-
^ s e r “enfermedad contagiosa”,
se l á c e t e U f a S d ! 1 ^ ° P“ede" predic^
mas que, si bien no están escritas, se consideran obligatorias; hasta tal punto que su transgresión es en
general sancionada con diversas formas de rechazo o de segregación social. En distintas épocas y me
dios sociales, normas de este tipo llegaron a tener gran fuerza: siglos atrás la cortesía no era otra cosa
que el conjunto de las normas de protocolo de la corte real, mucho más numerosas, minuciosas preci
sas y exigentes que las de hoy. '
; Neruda, Pablo, 20 poemas de amor y una canción desesperada, poema 7, "Inclinado en las
tardes... , Bs. As„ Losada, 1966, p. 38. .
e una determinada
lizada. Por lo general, para interoretór cuíT« ^ 6 ! \ forn?a írramatical uti-
cumr al contexto v a la«; nVr.m J ? • Cuá eS esa mtenci<5n habrá que re
je en cuestión“ Y circunsta™ as Que rodearon la emisión del mensa-
«jue -s e a
se nos muestran en forma pura Una n r ^ /n f deJ len?uaJe rara vez
una conducta, pero a la vez nos Dmnnrr1nn,PretÍnde ?btener de nosotros
preferencias de quien la emite y es fa?d r h ^ L C,= KÍnÍ0rmnCÍÓn sobre las
de cierta actitud emotiva: el deseo dd em isor n^ b‘é n ifn eUa h “ Presión
c ^ e dolo/y, é n d ^ ^
55 /
totalidad, en los sig r^ e x p líd to T que c o m u n í S ^ T e m i ^ a T c o n t e n i d a , en su
en un ducionano; por ejemplo, en dos columnas una de las n l f r ! ' , Estos V*?™ pueden exponerse
í? ‘nformación que dicho signo transmite Por comparación rrüT e sl?no a utllizar y la otra
llamarse rórfigo digital. Pero el lenguaje transmite muíha tet>^ de la '"formación, a esto suele
código digital; gran parte de ella está contenida en líS d i J ^ w ^ 00 8 qU€ pUede resultar del
je. la entonación de la voz, la sonrisa (la clase de sonrisa) o el qu* rode,an emisión del mensa
gar y el tiempo en que se emite el mensaie la fnrma «n « C,edo *ri,ncido del emisor, los gestos el lu-
S ° ; ^ étera- TOdaS eSUS ^ c u n S i ¿ L n T reftX d 5: ^ 2 2 ? * ? * * * * * í I ™ ¡
o*/«go analógico por cuanto no existe en ellas u i ^ e s ^ c i c o V ^ ^ A 6^ han me.recido el nombre de
El código analógico es muy vago y e sc u r r id iz o J S rTesp° ndencIa entre signos y significados
aprC?derse mediante el estudio. Yla interpretación c a b a í d r ^ " 6^ ' 3- SOC'aI’ per0 diffcilmente
to y el empleo simultáneo de ambos códigos: 5 d í £ ^ c u S ^ c a menSaJ6 reqU¡ere 61 COnocimien*
72
; Afluidas por el modo en que los acontecimientos les son relatados por otras
personas o por la prensa. Aun cuando las descripciones sean verdaderas, la
; función expresiva entremezclada en ellas constituye una poderosa arma pa*
i dominio de las voluntades. Si queremos, pues, ganar para nosotros eS
ta parcela de libertad; si, interesados en la política, en el derecho o en las
ciencias sociales en general, queremos manejar por nosotros mismos la
: herramienta lingüística en lugar de ser conducidos por ella, es imprescin
dible que conozcamos los efectos emotivos del lenguaje y estemos así en
condiciones de prevenir los lazos que ellos nos tienden a cada paso. Allá va¿
f mos. /
; . / . . :
/ ■ - j :.
1.5.2. Efectos emotivos del lenguaje , i
Bien dicen que el gato escaldado huye del agua fría. Esto significa que
si alguien ha sufrido una fuerte conmoción, es probable que durante mucho
tiempo cualquier circunstancia que le recuerde aquella oportunidad le pro
duzca reacciones favorables o desfavorables. Cualquiera.de nosotros ha ex
perimentado esto con algún aroma o con alguna melodía que, más allá de
sus cualidades olfativas o armónicas, nos recuerdan una época o un aconte
cimiento de nuestra vida, agradable o desagradable. Lo mismo ocurre —y
con frecuencia mucho mayor— con las palabras.
Supongarnos que alguien ha estado preso y que, durante ese lapso, ha
sufrido experiencias muy penosas. Puede ocurrir que desde entonces, al oír
la palabra “comisaría”, sufra un sobresalto o se le ponga la piel de gallina.
Este efecto, que incide en las actitudes del oyente más que en sus creen
cias, no debe confundirse con la-representación figurativa o pictórica que
acompaña a menudo a los términos. El sujeto de nuestro ejemplo compren
de, igual que cualquier otra persona, una oración que incluya la palabra
“comisaría” ; y este vocablo despierta en su mente la imagen de cierta de
pendencia policial; pero, además de esto, la palabra lo perturba emocional
mente. |
Este fenómeno, consistente en que una palabra se presente asociada
con determinada reacción emotiva, no sólo puede resultar de un condi
cionamiento individual, como en el caso del ejemplo: a menudo es también
un fenómeno social. Es común observar que en determinada comunidad
ciertas palabras van generalmente acompañadas por reacciones favorables
o desfavorables, de tal modo que la relación entre palabra y efecto emotivo
es tan habitual entre los habitantes como el vínculo entre la palabra y su
significado. Por esto, la capacidad de una palabra de provocar ciertas reac-
nificado em otíiffipa“ drferMchrirdefiíha'rd^ den0mÍnada a veces «£-
vo. de relación d e b a p a la S s c o n l a °
siones, llamaremos al primero efecto emnih>n í ^ quf: para evit*r confu-
nombre de significado para el segundo co m ín l[£n£uaje y reservaremos el
Cuando el efecto emotivo e s tf Ee n % S ^ hech° hasta ahora-
do normalmente la palabra en cuestión nrm s°cialmente, esto es, cuan-
mumdad el mismo efecto emocional tales vocal?1 °S mie^ bros de una co
uso: para referirse al objeto que denota™ ?Cablos s?n obJeto de un doble
las emociones del auditorio El le 3 mf m° tiempo- para influir en
ofrece a menudo un repertorio de S ¿ s d° bIe uso V
emotivo, para que escojamos la que mejor con v en ^t0S matflces de efecto
del momento. Así Dalahrao 4 c . eJ . con venga a nuestros intereses
significado no resultan en absolum^nnb-"?"3:’ deSde el punt0 de vista del
emotivo: abogado y p i c L S m S alentes en relaci6n con “ efecto
hombre, individuo y sujeto- virtuoso v san^rrA3*353003' ca,ba^ero> señor,
multiplicarse a voluntad: ún m ism o^blere^f,»^0!1ejemp 08 que podrtan
cionalmente neutro y otros favorables o Hpcf ^ ^ener un non>bre emo*
Pero aquí conviene formufcm , na“l ? hvor?bles. m diversos grados” ,
que confundir el significado con el efecto' aSI COm° n0 haV
dirse este efecto con el significado de cfert« n ^ V tomp0C° Jdebe confun
ciones. La palabra “miedo” que denotan em°-
ejemplo, frente a una mesa examinador»)* ™ “ lón ( a 9ue sent'mos, por
inspire menosprecio, al menos a a o u e E > » P ,nsp" a miedo- Tal ves
de de valentía; pero u n d o s a es lo n l iS que siempre lacen alar-
emotivo que provoca. q e gniflca y oirf distinta el efecto
Por esto
minando tS S X tZ S S É .“* * - “
connotación' -— £S S o^ s k s
57
qiñera reson an d a^ feíoríbl«^ n° ex¡8^ n- y una misma palabra ad-
ta” í «bw de distinta manera en el Kremlin y en U CIa" ™ ? » P^ ef mpl°*el adjetivo "comunis-
sigmfícado. ium y en la U A, aunque en ambos lugares so le asigne el mismo
nuestras actitudes y las de nuestro interlocutor interfieran en la comunica
ción y en la comprensión de nuestras respectivas creencias.
Pero lo común es que hablemos sobre lo que nos interesa', y de este mo
do, cuando describimos los acontecimientos que nos incumben, lo hacemos
de tal modo que nuestro interlocutor sea empujado emocionalmente en la
dirección que, preferimos, Bertrand Russell, con el buen humor que lo ca
racterizaba, proponía la “conjugación de verbos irregulares” , como el si
guiente: / . .
! Yo soy firme:
/ tú eres obstinado;
^ él es un tonto cabeza dura.
™ *>i- “ - r s í , t i í ; . 3 s .
significadM?eñitte^uertemente^ee^ o t r y n d>7 CO™Pbcado Sistema de
60 / 1
~ -i» * :
76
prestar irreflexiva aprobación a lo que se presenta bajo la forma de la ley y
a desaprobar lo que se nos muestra como fuera de la ley. En conocimiento
de esto, cuando una organización terrorista mata a alguien no dice que ló
asesinó, sino que lo ejecutó; cuando se apropia de lo ajeno no proclama que
robó, sino que expropió. Es que la ejecución y la expropiación son formas le
gales de matar y de apoderarse de lo ajeno, de modo que el uso de estas pa
labras sugiere a quien las oiga una imagen más favorable. Del mismo modo,
los autores de'un golpe de Estado no dicen que han usurpado el poder, ni
que han cométido delito de rebelión: perifonean que han asumido el gobier
no del Estado; en otras palabras, que se han apropiado del lenguaje jurídico
y que en adelante el modo de entenderse será llamar leyes a lo que ellos ha
gan y subversión a la oposición que puedan hacerla quienes ayer eran go-
biemo. 1
i En ocasiones, este uso del lenguaje en función de su efecto emotivo no
se queda en mera práctica, sino que incursiona en lo teóricó: esto ocurre
cuando quien utiliza una palabra para designar algo distinto de lo que la
gente comúnmente entiende por tal se siente en el caso de explicar su acti
tud. Aparecen así las definiciones retóricas o persuasivas, falaces volteretas
semánticas que buscan cambiar el significado de las palabras para apode
rarse de su contenido emotivo. Supongamos que un sector minoritario, que
gobierna un país por la fuerza, desea llamarse a sí mismo democrático. Algu
no de sus ideólogos nos explicará que la democracia no depende, en reali
dad, del acceso al poder por mayoría electoral, sino del modo en que ese po
' der se ejerza; y que el modo democrático de ejercer el poder consiste, ante
‘todo, en el respeto por el derecho de las minorías. Imaginemos que un mo
derno émulo de Torquemada desea apropiarse de la palabra “libertad". Di
rá que la verdadera libertad no consiste en hacer lo que se quiere, sino en
poder hacer ló que se debe; y que el resto es puro libertinaje.
En este contexto, puede observarse que el empeño en vincular el derecho con la justicia introduce en la
definición de “derecho” una característica harto polémica, cuya identificación o delimitación es por lo
menos muy difícil y, por otra parte, nos deja sin esquemas conceptuales para manejar el fenómeno de la
ley injusta, que abarca una sensible proporción de lo que en el mundo suele llamarse derecho. La tesis
positivista, en cambio, permite abarcar en un mismo esquema conceptual fenómenos sociales que en la
práctica tratamos con un mismo método, y nos deja libres para reclamar, no desde el derecho sino desde
la ética, que las leyes tengan contenidos que consideremos justos, Claro está que esta concepción choca
con el efecto emotivo del lenguaje jurídico, y de este modo da pie a que quienes no logran emanciparse
de este condicionamiento acusen p los positivistas de renunciar a toda exigencia ética y de justificar
cualquier régimen de fuerza. 1,
1.5.4. Función ideológica del lenguaje *
Renárd^en^torná^J1 S « - es George
raleza jurídica de la familia. Hauriou £ m ó ¿ T y cl?ra la ^rdadera na tu-
vinculaciones jurídicas no se explican s a t i s f a r i n ^ ^ S° bre, eI. hecho de Que ciertas ■
la simple norma objetiva. Son í L w t e S S S f f h P° ^ ldea del contrato 0 ^
mitades individuales de sus integrantes y^ue b Z Í " 3' no depende de vo-
lo a d a s entre los individuos y el Estado si^ en in t e r T Z . 00 PUCde C o n o c e r ; co- ,
propia, una organización y Una autoridad al s e r v i r á ? dJ. grup^s; tienen una vida
asociaciones. . «nuao ai servicio de sus fines. Ejemplo típico, Ias !
ai
BlAs^peiTot
Para designarlas se ha elegido la palabra institución, de acepción indudablemente
multívoca, pero que expresa bastante bien la idea de que esas entidades se encuentran
por encima de la voluntad de sus miembros y aun de la propia ley, que no puede des
conocerlas sin grave violación del derecho natural.
Por institución, pues, debe entenderse ’una colectividad humana organizada, en
! el seno de la cual las diversas actividades individuales compenetradas de una idea di
; rectora, se encuentran sometidas para la realización de ésta a una autoridad y reglas
i sociales.’ *
| La familia'es, por tanto, una institución típica, y sin duda la más importante de to
das.” ; ,
' En este fragmento se observa el modo en que se da por sentado que
ciertos estudios de base no empírica pudieron poner en evidencia la verda
dero naturaléza jurídica de la familiae2. La familia tiene$ pues, una naturaleza
(en otras palabras, el vocablo “ familia” tiene cierto significado, y la reali
dad social a que dicho vocablo alude puede insertarse en cierta clasifica
ción); pero entre las 'distintas “ naturalezas” que puedan atribuírsele hay
una que es la verdadera (no sólo la más conveniente o fructífera desde el
punto de vista deí clasificador). Se clasifica a la familia, pues, como
miembro del género de las instituciones. Se reconoce que la'palabra “insti
tución” es multívoca (es decir, ambigua), pero se la elige porque expresa la
idea de hallarse por encima de la propia ley (esto es, porque su contenido
emotivo la hace más respetable, por ejemplo, que la palabra “contrato”), lo
que facilita el enfoque iusnaturalista del tema. A continuación se estipula
una definición para aquella multívoca palabreja, con el objeto de atribuirle
un significado preciso; pero este significado no se plantea como una pro
puesta estipulativa sino como lo que debe entenderse. Por último, la inclu
sión de la familia entre las instituciones no se presenta como una decisión
clasificatoria sino como una averiguación de su esencia (su naturaleza ju
rídica”), demostrada (tal es el sentido de las palabras “por tanto”) mediante
las consideraciones anteriores. ■■ .
De este modo se ha completado el panorama de la definición persuasi
va: 1) la palabra “institución”, de contenido emotivo favorable e inspirador
de respeto, tiene un solo significado verdadero; 2) ese significado incluye la
característica de hallarse fundada en el derecho natural, y por encima de
las leyes, así como de la voluntad individual de sus propios integrantes, 3)
las diferencias de la .familia con las características de la mayoría de los
contratos indican que la palabra "familia” tiene un significado verdadero (y
sólo uno), que la incluye dentro de la clase de las instituciones. Más adelan
te será fácil deducir de este razonamiento diversas conclusiones; entre
62 Ver Bulyein, Naturaleza jurídica de ¡a letra de cambio, sobre el tema de la "naturaleza jurídica” .
cío vincular sena contraria a la naturaíeza e írrita f síabIeciese el d*vor-
Claro está que el divorcio vincular el plano trascendente,
tos de política social; por eiemnlo P°^na atacarse mediante argumen-
cacidn de los hijos b r i d a d yfa e d i
ción del divorcio alentaría a las pareias n <j[ad famihar>y Que la instaura-
tad. Pero argumentos de esta naturaleza dehT?* anb? la primera dificup
mentos semejantes, aunque de sentido b9 ,an enfrentar otros argu-
hallarse sujetos a cierto grado de v erlfiraH ^"101 V. todo caso- Podrían
tas y estadísticas sociológicas, por e j¿ m \ ? %e}mpinca (mediante encues-
en cambio, no corre estos riesgos- presenta ¿«s razonamiento en examen,
pero en las partes que mejor se Drestan a i, ngu stlca de cada comunidad;
menudo objeto de ella por los más d versos '“ "'pulac"5" ideológica son a
suficiente poder de difusión (la propaganda) o n r« t?: •y ?lgmen dotad° de
tes en una sociedad) puede lograr aue?stas e s tn ? , fi'° ígrUpos P™m¡nen-
esclerosen a tremés del u s ¿ d X ^ i e “ v * f ™ CtU,3S,de p“ ^ n to
puntos de vvista. Z?L ™EÍTl.
i s i r Sobre e l t n í 1^ 6 y sirvan-
s!7 an- en ad<en
ada'a"te, a sus propios
lenguajes oficiales n a c i o n a l s o c i a i i S S r t Í S S 6! como
Lrse ejemplos los
C,°mo ejemPlos lo
o patria”), o comunista (recorte i d e o l S / í ^ í d 1palabras
Pa'3bras como
c°mo "raza*
"raza’
contenido del vocablo “burgués”). E n t r e Pa abra ‘‘lmPerialismo”
tenido emotivo S a l r e b l e q u e el
cer política”, efecto que va S o a T i l T aS'K"a ? la «PW ddn “ha-
son bs otros los que hacen política m i m i r n ! re, afirmar quq'siempre
nos trabajamos pur
por ia
la grandeza de ¡a Nac ón £ S f . . í!0beP,amos uo ai
la Nación al me-
yiMStU?CtUrado Provier>e de la ficción (a mennHn f e .eje¡np.I°. m4s completo
alidad). George OnvelF imaginó un idioma oficia?'1^° clf r]vld^nte de la re-
Mmisteno de la Paz se ocupaba de l a } f « f^n g u a , en el que el
rustrar la pobreza y el del Amor era 6 j 6 a Abundancia de admi-
labra "libertad” se había la Jí fa‘ura de P°fcia. Además, la pa-
podía usarse para decir que un campo eTtabalfbre^6 dV al m°d° que sól°
referirse a una de las más caras
caras aambiciones
m W r ^ « de los hombres.
“ f 1**“8»pero ™ P^ra
63
O™ '"' Geor*e- 1 » . Ne» York, Signet Books. 1950. p. 227.