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La profusa ola de fábricas, armadurías, licenciatarias e importadoras que ocupó la escena motociclística
nacional desde 1954 y a lo largo de una docena de desordenados años, se nutrió fundamentalmente de
antecedentes italianos inmediatos. Fue, como consecuencia directa, una explosión de las bajas cilindradas
y de un uso que apuntaba más bien al movimiento diario utilitario urbano y suburbano, en contraposición
al empleo más espaciado y ceremonioso de las grandes máquinas americanas de entreguerra y de las
inglesas importadas masivamente entre 1946 y 1949. En ese reformulado parque motociclístico de la
segunda mitad de la década del ´50, casi desentonó la aparición de la primera tanda de Gilera 300, una
bicilíndrica de aspecto lanzado y agresivo que visualmente opacaba prácticamente todo lo visto hasta
entonces en el ambiente local. La reaparición de las «chanchas» en el mercado sucedió casi una década
más tarde. Para entonces Gilera de Argentina -todavía filial de la italiana- era la más importante de las
escasísimas fábricas remanentes del desaparecido «boom» y decidió reforzar su oferta con una versión
modernizada de lo que hasta y desde entonces fue la moto nacional de mayor cubicaje.
Hacia 1950 estaba claro para Giuseppe Gilera que su «Nettuno» -una 250 que en definitiva no era otra
cosa que una Saturno con cilindro y tapa achicados- no daba para más. Durante 1951 se barajó la idea de
una mono nueva de cuarto de litro basada en las líneas generales de la 125 de válvulas arriba entretanto
aparecida. Era una ocurrencia coherente: la fábrica de Arcore estaba creando una nueva línea de máqui-
nas de diseño moderno (la 125 se transformaría en 150 poco después, y posteriormente se agregarían una
175 y una nueva 125) y el formato de esa generación de baja/media cilindrada perfectamente podía
extenderse hasta los 250cc. Por otra parte, era evidente que la «Nettuno» -anticuada, voluminosa, hasta
desproporcionada para los criterios de postguerra- no podía salvarse con ningún «tratamiento de belleza».
El éxito comercial de la 125 animó a una variante audaz para la Italia de 1952: una bicilíndrica que reuniera
los elementos básicos de la entretanto devenida 150, para llegar a 305 cc.. Y así fue presentada, a fines de
ese año, el «motociclo B300».
La B 300 «Extra» no tardó
mucho en aparecer, acom-
pañando con su aspecto
más deportivo -gracias al
tanque grande, al asiento
corrido, al guardabarros
más delgado y al más vo-
luminoso freno delantero-
los 2HP ganados en las
entrañas del motor. Aún así,
con 50 HP/litro, esta máqui-
na se mantenía dentro de
los límites de una «touring»
de la época, que la fábrica
nunca intentó cruzar. En
definitiva la B 300 «Extra»
arañaba ya la performance
de una Saturno Turismo.
Así como buena parte del éxito de la Triumph «Speed Twin» de 1937 había consistido en concebir una
bicilíndrica dentro de los volúmenes de una «mono», la B 300 ofrecía la sofisticación de dos cilindros en -
casi- el envase de una 150: era apenas 3,5 cm. más larga de entreeje (y 4 cm. en total) e igual de alta; era,
eso sí, considerablemente más pesada, pero eso no se notaba visualmente en los primeros ejemplares de
asiento cantilever y tanque chico.
Un testeo -algo tardío: 1956- de la re-
vista francesa «Moto Revue» entregaba
para aquella primera versión algunos da-
tos valederos: 55 km/h de máxima en 1a.
(6500 rpm); 72 km/h en 2a. (6250 rpm);
97 km/h en 3a. (6000 rpm); 111 km/h en
4a. (5800 rpm). Con el piloto en posición
«racing»; la máxima se elevaba a 118,5
km/h (6200 rpm).
No era -nunca lo fue- una máquina
deportiva: a 6000 rpm y gracias a las me-
didas internas supercuadradas, la veloci-
dad media de los pistones era de apenas
10,5 m/seg; lo que se completaba con
cámaras de combustión planas y válvulas
paralelas, levas tranquilas, un cigüeñal de
robustos volantes, y un carburador peque-
ño (20 mm. de difusor). Todo favorecía el
torque y la longevidad mecánica, propo-
niendo una «tourer» que -convengamos-
era un lujo en la todavía muy difícil Italia
de aquellos primeros años ‘50. En aquel
modelo inicial, las campanas de freno eran
«Explosivo» del motor original
250/300. El sistema de varillaje de
las válvulas pasa por delante de
los cilindros; la admisión utiliza las
válvulas interiores y el escape las
externas; y las bujías atacan des-
de la parte trasera de las tapas.
todavía heredadas de las 125/150 (con 150 mm. de diámetro, por 30 mm. de faja). La B 300 se detenía
desde 111 km/h en 51,8 mts. usando ambos frenos, en 78,7 mts. usando sólo el delantero, y en 92,8 mts.
usando sólo el trasero. A 75 km/h las cifras respectivas eran 28,9 - 48,1 y 53 mts.
La B 300, que empezó a entregarse en Italia en 1953, fue rápidamente acompañada por una versión
«Extra» -más moderna y lanzada- y por la B 250 «Export» (que respetaba la idea original de los 250cc.,
tomando elementos de la 125 de 1950/51; sin embargo, era tan cara como la 300 y no tuvo el mismo
éxito).
En la Argentina, la filial de Gilera -que ofrecía la monocilíndrica 150 Sport desde mayo de 1954, y la
variante Super Sport desde febrero de 1956, anunció en septiembre de ese año su propósito de comer-
cializar la bicilíndrica. Y en marzo de 1957 se hizo efectiva la presentación -en versión 300 Extra-, a lo que
siguió una continuada campaña publicitaria. Ciertamente se vendieron máquinas ese año, pero en la me-
moria popular es 1958 el año de las «chanchas» (mote local originado por el rodado 18 y «gordo» en vez
de 2.50 x 19 de las 150, y por el voluminoso tanque combinado con el asiento corrido.
Aquellas máquinas, que progresivamente fueron incorporando componentes nacionales, según las le-
yes de «integración» vigentes entonces, eran negras con tanque bermellón liso y una calcomanía dorada a
cada lado con la sola palabra «Gilera» en el antiguo formato «ojo». Las primeras llevaron el silenciador
negro «cola de pescado» de las locales, pero pronto se reemplazaron por los clásicos de aluminio fundido,
asunto que con el tiempo se trasladó a las 150 Sport y Super Sport nacionales.
Las ‘57/58 fueron máquinas interesantes para la época y el mercado local, y su carácter bicilíndrico
agregaba prestigio a una cilindrada ya de por si apartada de los límites considerados «utilitarios», sin
embargo no fue éxito de ventas por dos razones: un alto precio y la fuerte competencia que representaban
las NSU Max que comenzaban a ensamblarse aquí. La importación de «chanchas» se fue desdibujando y
se congeló hacia 1961, con unos pocos -muy pocos- centenares de máquinas vendidas. Las devaluaciones
de nuestra moneda ocurridas por entonces, «ayudaron» a esa dilución. A fines de 1966, Gilera de Argen-
tina volvió a lanzar la B 300. No era, ciertamente, la misma máquina de 1958 aunque lo pareciera bajo un
primer y desprevenido vistazo. El primer ejemplar -se armaban aquí, con muchos componentes locales- le
fue entregada a Germán Pesce el 5 de diciembre del ‘66, y ya mostraba las nuevas tapas de cilindro
introducidas en Italia en 1960, un faro delantero de mayor diámetro, guanteras más amplias, un cubrecadenas
abierto, largos silenciadores de chapa cromada y un faro trasero más estructurado y complejo, luces de
Despiece del carburador Amal Concentric MK I modelo
R 622/2, que equipó algunas de las últimas 300
nacionales. Su aspecto externo curiosamente anticua-
do, a pesar de que su aparición en Inglaterra -como gran
novedad Amal y eclipsando a los entonces vigentes
«Monobloc»- databa de 1967.