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EL OTRO CRISTIANISMO: HEREJES Y GUERRILLEROS

No soy del Opus Dei. Tampoco testigo de Jehová (ni de nada, fuck chivatos), y no quiero gastarte el timbre
de casa. Ni venderte agua bendita del grifo o pedirte tu número de cuenta bancaria por la gracia de Dios.
Pero sí vengo a hablar del cristianismo, del que nos contaron y del que no, del lujo del Vaticano y de las
oscuras catacumbas en las que se escondían los primeros creyentes. También de la revolución. Antes de
nada, despojémonos de ideas preconcebidas. El guerrillero sandinista te encañona y te manda tirar al suelo
todos tus prejuicios.

``Cristo Rojo a ti te respetamos por ser de los nuestros´´. Ochobre del 34.

Bakunin solía decir que ``basta un amo en el cielo para que haya mil en la Tierra´´. Hablemos de Dios,
Osiris o Zeus, las élites siempre han usado la religión para justificar su opresión sobre el pueblo. La vida del
explotado no parece tan mala si le prometen algo mejor en el más allá. El paraíso de ultratumba le hace
olvidarse de la desigualdad y la injusticia de su día a día. Pero no tenemos por qué quedarnos aquí. No
sabemos lo que hay ahí arriba, pero sí lo que hay sobre el suelo que pisamos: el cristianismo es una creación
humana, y como tal, no es invariable. Es una idea que ha ido cambiando con el paso del tiempo y los
distintos contextos históricos. De hecho, no hay un único cristianismo. Tenemos el católico (la religión del
feudalismo), el protestante (la religión de la burguesía), el ortodoxo (la religión del Estado oriental)...Y
también, el primer cristianismo, el de los pobres.

Además, hay que distinguir la Iglesia del propio cristianismo, distinguir la institución de las altas esferas de
un movimiento y una idea que recorren toda la humanidad, también sus cuartos más humildes. Confundirlos
sería como creer que el PCE y el comunismo son lo mismo: no es un fallo de aproximación, es mezclar cosas
que no tienen nada que ver. Hay que ir más allá de las autodescripciones y la propaganda, hay que ver los
hechos. El PCE es un partido socialdemócrata que vende a los trabajadores aunque se vista con ropas
revolucionarias. Y la Iglesia (católica, protestante u ortodoxa) es una mafia que oprime y hace dinero con las
ideas de justicia y solidaridad que predicaba Jesús. De hecho, podemos considerar al de Nazaret como un
revolucionario, que luchó contra la forma que había adoptado el sistema en su época, Roma, un imperio
brutal sostenido sobre la esclavitud y el saqueo. Le tendió la mano a una prostituta (María Magdalena),
expulsó a los mercaderes del templo y desafió la autoridad de los rabinos. El amor que predicaba era pura
solidaridad: ``amaos todos como hermanos así como yo os he amado´´. Pensar que todos los hombres son
hermanos era atacar al esclavismo, sobre el que se sostenía toda la economía romana. Y es que estas ideas
igualitarias también llegaban a lo económico, a través de las comunas en las que vivían los primeros
cristianos: ``No había entre ellos ningún encesitado, porque todos los que poseían heredades, las vendías
(...), y se repartía a cada uno según su necesidad´´. Una forma de comunismo primitivo. El pacifismo
cristiano podía ser inútil ante las espadas de las legiones, pero en una época en la que la vida no valía nada, y
se esclavizaba y mataba sin miramientos, era toda una declaración de intenciones. Tan peligrosas eran las
ideas y las prácticas de Jesús para el sistema, que así murió en la cruz, el símbolo del aparato represivo
romano en el que habían muerto tantos otros rebeldes antes, como Espartaco. Los cristianos adoptaron como
suya la cruz, igual que los revolucionarios de Ochobre del 34 cogieron las siglas UHP de las máquinas con
las que trabajaban.

La represión se seguirá cebando con los cristianos durante mucho tiempo: hubo más cruces, cárceles y
leones. Pero cada vez eran más. El cristianismo representaba el anhelo de los esclavos y los pobres, la
promesa de un mundo nuevo. Roma tomó nota y cambió su estrategia: si no puedes con tu enemigo, únete a
él. Constantino legalizó el culto y después, Teodosio lo convirtió en la religión oficial del imperio. El sistema
había absorbido al cristianismo, como también hará en nuestra era con los sindicatos, el rock and roll y tantas
otras cosas. El cristianismo fue enguillido y vomitado como algo inofensivo para el orden establecido.
Legalizado el culto, ya no había que rezar escondidos en catacumbas, pero los templos romanos eran
demasiado pequeños para tantos fieles. Así, se reconvirtieron las antiguas basílicas (tribunales) en edificios
religiosos: aquí se selló el matrimonio entre Roma y la Iglesia. Les fue muy bien durante algún tiempo. La
Iglesia incluso llegó a justificar la esclavitud, distinguiendo a los que tenían la gracia de Dios de los que no.
Pero el Imperio Romano se tambaleaba entre las invasiones bárbaras y sus problemas internos. La Iglesia, sin
embargo, sabrá adaptarse a la nueva situación. Mientras los bárbaros saquean ciudades enteras, sus templos
permanecen intactos. Religión significa unión, y la fe cristiana logrará juntar a bárbaros y romanos. También
dará discurso al naciente feudalismo. Y es que las relaciones de producción habían cambiado. La mano de
obra esclava ya no era viable, tanto por el caos como porque había que alimentarlos. Pero a los siervos
simplemente los sueltas en tu tierra para que la trabajen. El Dios de obispos y curas justificará esta nueva
sociedad donde una minoría tiene todos los privilegios y explota a los extenuados campesinos. La Iglesia
siempre ha sido pragmática. Aunque sólo sea una sombra de lo que fue, en 2018 aún reúne a millones de
fieles y grandes riquezas. Su fin parece cercano pero nunca llega, son los Rolling Stones del Poder, y llevan
más de 1000 años logrando ponerse siempre del lado del ganador. Lo vimos con el Vaticano coronando a
Carlomagno y Napoleón, o apoyando la Italia Fascista de Mussolini, incluso con Juan Pablo II
desestabilizando Polonia para los intereses de EE.UU en la Guerra Fría.

A lo largo de la Historia, explotados y explotadores han librado una lucha, una lucha de clases, con distintos
nombres y trajes, y en diferentes contextos. Durante la Edad Media el pueblo estaba sometido a un control
total. Pero dos no discuten si uno no quiere: incluso en aquella época tan oscura, ya había quien desobedecía
y se rebelaba. Tampoco eran los primeros. Igual que los poderosos escriben su linaje, nosotros podemos
trazar un hilo que va desde Espartaco a Jesús, que recorre las revueltas campesinas y que llega hasta el
movimiento obrero de nuestros días. Es un hilo de represión, de derrotas y finales trágicos, pero también de
esperanza, pues el hilo sigue tejiéndose y aún nadie ha podido cortarlo. Sus diferentes actores no se conocen
entre sí, pero comparten una lucha y un enemigo, a través de las épocas. Ni Marx ni Bakunin sacaron sus
ideas de la nada, simplemente teorizaron sobre algo que ya estaba ahí, entre los trabajadores de las fábricas.
Toda una cultura de resistencia y solidaridad que habían aprendido de sus abuelos campesinos, y así
sucesivamente. Es la intuición de clase que dirá Lenin. La cultura de resistencia va cambiando al mismo
tiempo que las tácticas de control de los explotadores, corriendo una carrera que, aunque solamos ir por
detrás, aún no ha acabado.

En la Edad Media el pueblo expresaba esta cultura de resistencia a través del cristianismo. Igual que hay una
religión del poder, también hay una del pueblo. En un mundo dominado por la fe, todo pasa por el filtro del
cristianismo, sea para defender el sistema o destruirlo, pues Dios había penetrado en todos los estratos
sociales, desde el mendigo hasta el rey. Las guerras imperialistas eran cruzadas para recuperar Tierra Santa,
pero en las revueltas de los pobres también se invocaba a Dios. La Iglesia había desvirtuado el cristianismo
original, pero no tenía su monopolio. La obsesión de papas y obispos por acaparar la biblia y ser sus únicos
intérpretes, demuestra, precisamente, una realidad de sectas y profetas que se salían del discurso oficial. Se
les señalaba como herejes, lo cual no es sólo religioso: ser un hereje es un acto político. Los rabinos también
habían llamado así a Jesús, por creerse el hijo de Yavé. Cuestionar la religión oficial era cuestionar el
feudalismo que había detrás, cuestionar que el campesino fuera explotado por la Iglesia y los nobles. Como
la bruja, el hereje es un peligro para el sistema, que en otros tiempos le dará otros nombres: radical,
terrorista, antisistema...Aunque al menos la Inquisición no detenía a los trovadores, querida Audiencia
Nazional.
Poniéndonos filosóficos, la religión popular jugaba con algunas ventajas, que ya vemos en el primer
cristianismo. Los dioses de la Antigüedad no daban al oprimido muchas esperanzas para rebelarse. La única
vida mejor era la que habría en el más allá, pero estaba fuera del tiempo histórico. Llegabas a ella al morir,
como individuo, pero como sociedad siempre sería inalcanzable. Tampoco había una intervención divina que
te salvara en tu día a día, tenías que tirar con lo que te había tocado. Es un tiempo cíclico, que se repite, sin
una meta hacia la que ir. Este horizonte tan cerrado impedía cualquier forma de salvación. Pero en el
cristianismo si será posible, y el oprimido levantará la cabeza con ilusión. Ahora el tiempo es lineal, y no va
dando palos de ciego, sigue una dirección, un destino: el reino de Dios, que se aplicará sobre la vida terrenal
de toda la gente, no en el lecho de muerte de cada uno. El hombre antiguo mira al pasado, a lo que conoce,
porque su tiempo es cíclico. Pero el cristiano mira al futuro, a lo que está por venir. Aunque distorsionada, su
fe en Dios es fe en un mundo mejor. Esto hace posible una idea de progreso, e incluso, de revolución. El
pueblo encontraría aquí un lenguaje perfecto para su cultura de resistencia.

El milenarismo llevará esto aún más lejos, a partir de los escritos del abad Joaquín de Fiore, en el siglo XII.
De Fiore entiende la santa trinidad no sólo como tres figuras, sino también como tres edades: ``la primera
época fue la de la obediencia servil, la segunda la de la servidumbre filial, la tercerá será la de la libertad...
En la primera reinó el temor, en la segunda la fe y en la tercera lo hará el amor: la primera fue la era de los
esclavos, la segunda es la de los hijos, la tercera será la de los amigos´´. El sufrimiento del hoy acabará y
llegará el bienestar para todos; no hay mal que por bien no venga. El reino de Dios llegará a la Tierra, pero
no hay que esperar de brazos cruzados, sino participar activamente. Como decía antes, el tiempo lineal del
cristianismo da alas a las ansias populares de rebelión, permite creer en un futuro que se puede alcanzar en
vida. De ahí al anarquismo y al comunismo hay un paso. Lo quieran o no, ambos beben del milenarismo,
entendiéndolo más como un anhelo del pueblo por liberarse que como una religión en sí misma. Pero la
huella está ahí. La redención es la misma, por un mundo nuevo que compense las penas del viejo. Este
mundo nuevo puede ser el Reino de Dios o la sociedad sin clases, pero con un deseo idéntico de igualdad y
justicia. Ambos implican también una destrucción creadora, sea el apocalipsis o la revolución, sea con el
fuego divino o con el de las barricadas.

En el siglo XVI, el milenarismo dejó de ser una simple idea, convirtiéndose en realidad. Los escritos de
Joaquín de Fiore escapaban de las bibliotecas, a medida que más sectores populares (bachilleres, viajeros,
maestros) aprendían a leer, accediendo así a un saber religioso aún acaparado por la Iglesia. El milenarismo
se encontraba con las masas y sus preocupaciones, y se vuelve social. Cada clase leía la Biblia según sus
intereses. Entre las páginas sagradas, el obispo buscaba sus privilegios, y el pueblo sus reivindicaciones. El
milenarismo será una forma de expresarlas y defenderlas. ¿Y qué quiere el pueblo? La libre elección de sus
pastores, la bajada de impuestos, la libertad de caza y pesca, la vuelta de los derechos comunales sobre
pastos y bosques... Todo ello en un contexto de pobreza y explotación que sólo parece ir a más. La sociedad
de entonces era muy distinta a la actual. Hoy tratamos el dolor individualmente, buscando un psicólogo o un
camello. La sociedad medieval era colectivista, todo se compartía: el pueblo dormía hacinado y la familia era
una institución que abarcaba hasta primos muy lejanos...El mal de uno era el mal de todos. El dolor que
causaba la opresión, como cualquier otro, se expresaba de forma colectiva.

Ya no es sólo el milenarismo, son los milenaristas, que no no se resignan a una vida de miseria, ni esperan
algo mejor en el más allá. Lo quieren aquí y ahora. quieren traer el Reino de Dios a la Tierra, matar a todos
los señores feudales e instaurar el orden justo del primer cristianismo mediante las armas: un nun llores
llucha medieval. ¿El resultado? Una auténtica rebelión social, como fue la Guerra de los Campesinos
Alemanes. Uno de sus líderes será Thomas Müntzer, un humilde predicador expulsado de muchas ciudades y
parroquias por sus ideas radicales contra las élites. Müntzer les avisa de que ``la espada les será quitada´´.
Con su clandestina Liga de los Elegidos se une a los campesinos en la lucha contra los príncipes alemanes,
saqueando castillos y monasterios, rebelándose contra toda autoridad. Rebelión social de Tijuana in Blue
podría ser una buena banda sonora. A Lutero, también de esa época, se le cae la máscara y pide mano dura
contra los rebeldes. La luterana es una religión renovadora, pero sólo para la burguesía que quiere ocupar el
puesto de la nobleza. Müntez dice que hará una Reforma de verdad, una Reforma para los pobres.
Finalmente los milenaristas serán derrotados, pero los asustados príncipes alemanes tendrán que movilizar a
miles de hombres y muchas piezas de artillería, que ya desde entonces va a jugar a favor de la represión y en
contra del pueblo: para ningún rebelde es lo mismo apropiarse de unas cuantas lanzas o espadas que de un
cañón.
Müntzer y sus compañeros serán decapitados, pero la religión popular no acaba aquí. La vemos incluso
dentro de los límites de lo oficial. Si, viendo el parné, entendemos la Iglesia como una empresa, habrá que
atender tambiéna su jerarquía cuando pedimos responsabilidades. ¿No sería absurdo echarle la culpa de la
contaminación de Avilés o Xixón a un trabajador de Arcelor? La Iglesia también tiene sus asalariados y sus
élites. En los monasterios medievales, los hermanos legos, de orígenes humildes, cocinaban y trabajaban la
tierra, mientras los monjes de coro se dedicaban a orar y leer, como buenos hijos de la aristocracia. Hoy, por
mucho que en el Vaticano suene acento argentino, seguimos viendo grandes diferencias. En la base tenemos
a gente como Enrique de Castro, ``el cura rojo´´. Se hizo un nombre como sacerdote en la Vallecas del
franquismo, implicándose en los problemas del barrio, recibiendo la visita de algunos secretas en sus misas,
e incluso siendo detenido. Junto a otros curas llegaría a hacer una huelga de misas. En los 80 se unió a las
Madres contra la Droga para afrontar el problema de la heroína. Muchos curas de base han seguido su
legado, sin mirar al pueblo por encima del hombro, integrándose como uno más. ¿Qué tienen ellos que ver
con Rouco Varela y esa élite entregada al lavado de dinero, la pederastia, el negocio de la caridad y el
discurso ultraconservador?

El movimiento obrero siempre contó con el apoyo de muchos clérigos, incapaces de mirar para otro lado ante
las injusticias del sistema capitalista. El V Congreso de los revolucionarios rusos (1907), que permitió a
Lenin y los bolcheviques ganarles la partida a los mencheviques, se celebró en una iglesia de socialistas
cristianos, en White Chapel, barrio obrero de Londres. También en Inglaterra, tenemos a Conrad Noel, ``el
vicario rojo de Thaxted´´, donde montó su pequeño feudo de socialismo cristiano. En la torre de la iglesia
local, junto a la tradicional bandera de San Jorge, izó la bandera roja y la de los republicanos irlandeses, con
la inscripción ``por su sangre ha reunido a todas las naciones´´, lo que le llevó a los tribunales. Creó una
organización llamada... Cruzada Católica. ¿Pero a que suena mejor si te digo que apoyaban la revolución
rusa y la liberación de Irlanda?

Anarquistas y comunistas eran muy conscientes de esta jerarquía que cruzaba a la Iglesia, de quiénes eran
sus amigos y quiénes sus enemigos. Los Solidarios mataron en 1923 al arzobispo de Zaragoza, un oligarca
relacionado con el terrorismo patronal. En 1936, cuando la clase trabajadora tomó las calles, ajustó cuentas
con los (muchísimos) clérigos que llevaban tanto tiempo oprimiéndolos. No fue el caso del cura Jesús Arnal,
absuelto en un juicio popular por su buena reputación. Durruti, antiguo miembro de los Soldiarios, lo acogió
entre sus filas y lo nombró secretario. Miguel Bosé interpretó su papel en una película, pero él no tiene la
culpa de eso. Tras la guerra, en el punto de mira de la Guardia Civil, intentó quitarle importancia a su etapa
de miliciano, pero se le vio cerca de los Pirineos con algún que otro maqui...

Encontramos ejemplos más militantes en la Teología de la Liberación, el cristianismo de los pobres


latinoamericanos, que apoyó los distintos procesos de emancipación de campesinos y trabajadores, durante la
oleada revolucionaria que sacudió al continente en los 60 y 70. La Teología era un milenarismo en el Tercer
Mundo, influenciado por el marxismo, los estudios sociológicos y el movimiento afroamericano por los
derechos civiles. Se formalizó en 1965, en Roma, con el Pacto de las Catacumbas, firmado en un agujero
como el que los primeros cristianos usaban de escondite. Los clérigos de la liberación juraron vivir como y
junto al pueblo, sin oro ni cuentas bancarias.

Lo explica muy bien Carlos Mejía Godoy, cantautor nicaragüense y sandinista, en su canción El Cristo de
Palacagüina: ``María sueña que el hijo, igual que el tata, sea carpintero, pero el chiquillo piensa, ¡mañana
quiero ser guerrillero! El Cristo de Palacagüina es el Cristo de los que luchan. A él rezaba Camilo Torres, un
cura colombiano que renunció a los lujos y la universidad para unirse a la guerrilla del ELN, muriendo en
combate y alcanzando en el país una fama comparable a la del Che Guevara. En 1980 la Teología de la
Liberación ya aparece en los documentos de la CIA como un problema para la seguridad nacional y el
imperialismo estadounidense. Además de apoyar a dictadores, narcos y paramilitares, se financia a sectas
evangélicas para hacerle la contra a estos curas rojos, reconduciendo la fe del pueblo latinoamericano hacia
terrenos inofensivos para EE.UU
Camilo Torres (abajo derecha) con sus compañeros de armas, 1965.

Por otra parte, es verdad aquello de que no se puede combatir la alienación bajo formas alienadas. Que de
poco sirve liberar nuestros cuerpos de una opresión económica y política, si nuestras mentes siguen bajo el
yugo de un dios. Que entre el júbilo de la victoria nos olvidaremos de que seguimos llevando un trocito del
sistema con nosotros, como en peículas de terror en las que, en el último minuto antes de los créditos, vemos
que un huevo del mundo ha sobrevivido. Y ese huevo puede eclosionar en cualquier momento. Las grandes
muchedumbres religiosas siempre tienen algo de irracional, y los mesías son muy peligrosos. Acordémonos
del ayatolá Jomeini, que logró desbaratar y reconducir una rebelión social hacia la teocracia que hoy es Irán.

Sí compas, hay que ser críticos, pero eso no significa ser exquisitos. Junto a los falsos profetas de la
contrarrevolución y los fanáticos, hubo un sinfín de curas y creyentes que lucharon por un mundo más justo,
con una convicción que muchas veces les costó la vida. Si la Iglesia les llamó herejes y les excomulgó,
¿cómo no vamos a reconocerles como de nuestro bando, aunque sea a título póstumo? Las cosas no van a ir
siempre por donde nosotros queramos. Si los caminos del Señor son inescrutables, los de la revolución más
aún, están llenos de barro. No va a caer ninguna insurreción proletaria del cielo, hay que trabajar con lo que
tenemos, como los milenaristas, que no quisieron esperar al paraíso, y se lanzaron ellos mismos a
conquistarlo. Eso implica estar al loro con la realidad, no encerrarnos en nosotros mismos. Contradecirse
siempre será preferible a dejar que las ideas se pudran en un cajón, y una lucha imperfecta siempre va a ser
mejor que quedarse en casa. Hay que tener claro que, cuando las cosas estallen, el resto del pueblo va a hacer
su revolución, con o sin nosotros. Puede que ni siquiera sepan que existimos. No somos los únicos herederos
de esa milenaria cultura de resistencia. Mentalicémonos, si no queremos que vuelva a pasar lo del 15-M, que
nos quedemos a dos velas mientras la izquierda reformista y apagafuegos se lleva a la chica. O peor aún, ese
fascismo que sigue creciendo en toda Europa.

Por último, comparemos la religión cristiana con ese culto al consumismo y la tecnología que ha ocupado su
espacio en los rincones más estúpidos de nuestras almas. El cristianismo, al menos teóricamente, nos
reconocía a todos como hermanos. La sociedad de consumo sólo nos reconoce como clientes, cada uno en la
soledad de su habitación. ¿Por qué nos reímos delos cristianos o de los revolucionarios que creían en un
futuro mejor, si ahora nos conformamos con un presente inmediato que se esfuma como esa raya?

Nosotros lo tenemos claro. Preferimos soñar con un mundo más justo que quedarnos pasmados a ante una
pantalla a oscuras. Porque lo utópico no es luchar por la revolución, es creer que en este sistema
hay cabida para el bienestar y la felicidad. ¡Antes milenaristas que millenials!
Juan Pablo II increpando a Ernesto Cardenal, clérigo sandinista. Nicaragua, 1983.

La Batalla de Frankenhausen en la que los milenaristas fueron finalmente derrotados. Alemania,


1525.
Honecker y otros dirigentes junto al cuadro anterior, pintado por Werner Tübke, RDA 1982

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