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M EM ORIA M U N D I

ATALANTA

8i

i".
MATSUO BASHO
S E N D A S DE OKU

PRÓLOGO
OCTAVIO PAZ

TRADUCCIÓN
OCTAVIO PAZ Y E I K I C H I HA YA SH IYA

ATALANTA
2016
En cubierta y guardas: pinturas de Yosua Buson (1716-1783).
Cortesía M useo Itsuo.

D irección y diseño: Jacobo Siruela

Segunda edición

Cualquier forma de reproducción, distribución, comxmicación pública


o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la
autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.
Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos,
www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear
algún fragmento de esta obra.

Todos los derechos reservados.

T ítulo original: Oku-No-Hosomichi


© D e la traducción: O cta v io P az y E ikichi H ayash iya
© D e l p rólogo: O cta v io Paz
© E D IC IO N E S A TALANTA, S. L.
Mas Pou. Vilaür 17483. Girona. España
Teléfono: 972 79 58 05 Fax: 972 79 58 34
a ta la n ta w eb .co m

ISBN: 978-84-940941-8-7
Depósito Legal: GI-3-2014
ÍNDICE

N o ta introductoria
9

La tradición del haikú


ii

Advertencia a la primera edición

Vida de M atsuo Basho


35

La poesía de M atsuo Basho

Sobre Yosa B uson


55

Sendas de O ku
6i

N otas
V4

índice de los nom bres de personas y lugares


191

Plano de los principales lugares visitados


!95
Nota introductoria

La primera edición de Sendas de Oku^ traducción al


castellano de «OKU-NO-HOSOMICHI» de Matsúo Basho,
joya de la literatura japonesa del siglo XVII, fue publicada
en 1957 por la Universidad Autónoma de Mexico. Siguie­
ron las ediciones en España de Barral Editores (1970) 7
Editorial Seix Barral, S.A. (1981), y ahora presentamos una
nueva, acompañada de su texto japonés caligrafiado e ilus­
trado^ por Yosa Buson, poeta y pintor del siglo XVIII, re­
alizando así, gracias a la colaboración de La Fundación del
Japón y del Museo Itsuo, nuestro deseo, desde la primera
edición, de ilustrar la traducción con la pintura japonesa
de la época. Además, para una mayor fidelidad al original,
prescindimos ahora de la division en capítulos y de los
subtítulos puestos en las ediciones anteriores con el fin
de facilitar la lectura, usando, en cambio, un índice de
nombres geográficos y de personas, y un plano de los
principales lugares visitados por Basho en este viaje. A las
introducciones pasadas añadimos una nueva sobre Buson
y algunas notas.
O .P .

^ La presente edición ha prescindido de las ilustraciones en color de


la edición de 1992, pero conserva las caligrafías de Buson.

9
La tradición del haiku

Octavio Paz

En 1955 un amigo japonés, Eikichi Hayashiya, ante mi


admiración por alguno de los poetas de su lengua, me pro­
puso que, a pesar de mi ignorancia del idioma, empren­
diésemos juntos la traducción de Oku no Hosomichu A
principios de 1956 entregamos nuestra versión a la sección
editorial de la Universidad Nacional de México y en abril
del año siguiente apareció nuestro pequeño libro. Fue re­
cibido con la acostumbrada indiferencia, a despecho de
que, para avivar un poco la curiosidad de los críticos, ha­
bíamos subrayado en la Advertencia que nuestra traduc­
ción del famoso diario era la primera que se hacía a una
lengua de Occidente. Ahora, trece años después, repeti­
mos el gesto: la apuesta; ño para ganar comentarios, Basho
no los necesita, sino lectores. Aclaro: son los lectores,
somos nosotros -atareados, excitados, descoyuntados- los
que ganamos con su lectura; su poesía es un verdadero cal-
mante9aunque la suya sea una calma que no se parece ni al
letargo de la droga ni a la modorra de la digestión. Calma
alerta y que nos aligera: no Hosomichi es un diario de

ii
viaje que es asimismo una lección de desprendimiento. El
proverbio europeo es falso; viajar no es «morir un poco»
sino ejercitarse en el arte de despedirse para así, ya lige­
ros, aprender a recibir. Desprendimientos: aprendizajes.
Entre 1957 y 1970 han aparecido muchas traducciones
de la obrita de Basho. Cuatro han llegado a mis ojos, tres
en inglés y una en francés. Por cierto, cada una de ellas
ofrece una versión diferente del título: The Narrow Road
to the Deep North;1 Back Roads to Far Towns;2- La sente
étroite du bout-du-monde^ y The Narrow Road through
the Provinces.^ Tal diversidad de versiones me pone en la
obligación de justificar la nuestra: Sendas de Oku. En tres
de las traducciones que he citado aparece el adjetivo «es­
trecho»; nosotros lo suprimimos por antipatía a la redun­
dancia: todos los senderos son estrechos. Las versiones al
inglés dan una idea más bien realista del viaje de Basho y
de su punto de destino: norte remoto, pueblos lejanos,
provincias; la traducción francesa, aunque más literal, se
inclina hacia lo simbólico: fin del mundo. Nosotros pre­
ferimos la vía intermedia y pensamos que la palabra Okuy
por ser extraña para el lector de nuestra lengua, podría
quizá reflejar un poco la indeterminación del original.
Oku quiere decir «fondo» o «interior»; en éste caso de­
signa a la distante región del norte, en el fondo del Japón,
llamada Oou y escrita con dos caracteres, el primero de
los cuales se lee Oku. El título evoca no sólo la excursión
a los confines del país, por caminos difíciles y poco fre­
cuentados, sino también una peregrinación espiritual.
Desde las primeras líneas Basho se presenta como un poeta
anacoreta y medio monje; tanto él como su compañero de
viaje, Sora, recorren los caminos vestidos con los hábitos
de los peregrinos budistas; su viaje es casi una iniciación y
Sora, antes de ponerse en marcha, se afeita el cráneo como

12
los bonzos. Peregrinación religiosa y viaje a los lugares cé­
lebres -paisajes, templos, castillos, ruinas, curiosidades
históricas y naturales-, la expedición de Basho y de Sora es
asimismo un ejercicio poético: cada uno de ellos escribe
un diario sembrado de poemas y, en muchos de los luga­
res que visitan, los poetas locales los reciben y componen
con ellos esos poemas colectivos llamados haikai no renga.
El número de traducciones de Oku no Hosomichi es
un ejemplo más de la afición de los occidentales por el
Oriente. En la historia de las pasiones de Occidente por
las otras civilizaciones, hay dos momentos de rascinación
ante el Japón, si olvidamos el engouement de los jesuítas en
el siglo xvil y el de los filósofos en el XVIII: uno se inicia
en Francia hacia fines del siglo pasado y, después de fe­
cundar a varios pintores extraordinarios, culmina con el
imagism de los poetas angloamericanos; otro comienza en
los Estados Unidos unos años después de la Segunda Gue­
rra Mundial y aún no termina. El primer período fue ante
todo estético; el encuentro entre la sensibilidad occidental
y el arte japonés produjo varias obras notables, lo mismo
en la esfera de la pintura -el ejemplo mayor es el impre­
sionismo- que en la del lenguaje: Pound, Yeats, Claudel,
Éluard. En el segundo período la tonalidad ha sido menos
estética y más espiritual o moral; quiero decir: no sólo nos
apasionan las formas artísticas japonesas sino las corrien­
tes religiosas, filosóficas o intelectuales de que son expre­
sión, en especial el budismo. La estética japonesa -mejor
dicho: el abanico de visiones y estilos que nos ofrece esa
tradición artística y poética- no ha cesado de intrigarnos
y seducirnos pero nuestra perspectiva es distinta a la de las
generaciones anteriores. Aunque todas las artes, de la poe­
sía a la música y de la pintura a la arquitectura, se han be­
neficiado con esta nueva manera de acercarse a la cultura

13
japonesa, creo que lo que todos buscamos en ella es otro
estilo de vida, otra visión del mundo y, también, del tras­
mundo.
La diversidad y aun oposición entre el punto de vista
contemporáneo y el del primer cuarto de siglo no impide
que un puente una estos dos momentos: ni antes ni ahora
el Japón ha sido para nosotros una escuela de doctrinas,
sistemas o filosofías sino una sensibilidad. Lo contrario de •
la India: no nos ha enseñado a pensar sino a sentir. Cierto,
en este caso no debemos reducir la palabra sentir al senti­
miento o a la sensación; tampoco la segunda acepción del
vocablo (dictamen, parecer) conviene enteramente a lo
que quiero expresan Es algo que está entre el pensamiento
y la sensitcion, el sentimiento y la idea. Los japoneses usan
la palabra ^o^oro: «corazón». Pero ya en su tiempo José
Juan Tablada advertía que era una traducción engañosa:
«kokoro es más, es el corazón y la mente, la sensación y el
pensamiento y las mismas entrañas, como si a los japo­
neses no 1m.bastase sentir con sólo el corazón».s Las vaci­
laciones que experimentamos al intentar traducir ese
término, la forma en que los dos sentidos, el afectivo y el
intelectual, se funden en él sin fundirse completamen­
te, como si estuviese en perpetuo vaivén entre uno y
otro, constituyen precisamente el sentido (los sentidos) de
sentir.
En un ensayo reciente Donald Keene señala que esta
indeterminación es un rasgo constante del arte japonés e
ilustra su afirmación con el conocido haikú de Basho:

La rama seca
Un cuervo
Otoño-anochecer.

14
El original no dice si sobre la rama se ha posado un
cuervo o varios; por otra parte, la palabra anochecer puede
referirse al fin de un día de otoño o a un anochecer a fines
de otoño. Al lector le toca escoger entre las diversas posi­
bilidades que le ofrece el texto pero, y esto es esencial, su
decisión no puede ser arbitraria. La Capilla Sixtina, dice
Keene, se presenta como algo acabado y perfecto: al re­
clamar nuestra admiración, nos mantiene a distancia; el
jardín de Ryoan-ji, hecho de piedras irregulares sobre un
espacio monocromo, nos invita a rehacerlo y nos abre
las puertas de la participación. Poemas, cuadros: objetos
verbales o visuales que simultáneamente se ofrecen a la
contemplación y a la acción imaginativa del lector o del
espectador. Se ha dicho que en el arte japonés hay una
suerte de exageración de los valores estéticos que, con fre­
cuencia, degenera en esa enfermedad de la imaginación y
de los sentidos llamada «buen gusto», un implacable gusto
que colinda en un extremo con un rigor monótono y en el
otro con un alambicamiento no menos aburrido. Lo con­
trario también es cierto y los poetas y pintores japoneses
podrían decir con Yves Bonnefoy: «la imperfección es la
cima». Esa imperfección, como se ha visto, no es realmente
imperfecta: es voluntario inacabamiento. Su verdadero
nombre es conciencia de la fragilidad y precariedad ae la
existencia, conciencia de aquel que se sabe suspendido
entre un abismo y otro. El arte japonés5en sus momentos
más tensos y transparentes, nos revela esos instantes -por­
que no sólo un instante- de equilibrio entre la vida y la
muerte. Vivacidad: mortalic^ad.

El poema clásico japonés {tanka o waka) está com­


puesto de cinco versos divididos en dos estrofas, una de
tres líneas y otra de dos: 3/2. La estructura dual del tanka

15
dio origen al rengay sucesión de tankas escrita general­
mente no por un poeta sino por varios.372/3/2/3/2/3/2,..
A su vez el renga adoptó, a partir del siglo XVI, una mo­
dalidad ingeniosa, satírica y coloquial. Este género se lla­
mó haikai no renga. El primer poema de la secuencia se
llamaba hokku y cuando el renga haikai se dividió en uni­
dades sueltas -siguiendo así la ley de separación, reunión
y separación que parece regir la poesía japonesa- la nueva
unidad poética se llamó haikú, compuesto de haikai y de
hokku. El cambio del renga tradicional, regido por una es­
tética severa y aristocrática, al renga haikai, popular y hu­
morístico, se debe ante todo a los poetas Arakida Moritake
(1473-1549) y Yamazaki Sokán (1465-1553). Un ejemplo
del estilo rápido y hecho de contrastes de Moritake:

Noche de estío:
el sol alto despierto,
cierro los párpados.

Otro ejemplo de la vivacidad ingeniosa pero no exenta


de afectación del nuevo estilo es este poemita de Sokán:

Luna de estío:
si le pones un mango,
¡un abanico!6

El haikai de ^okan y Moritake opuso a la tradición cor­


tesana y exquisita del renga un saludable horror a lo su­
blime y una peligrosa inclinación por la imagen ingeniosa
y el retruécano. Además, y sobre todo significó la apari­
ción en la poesía japonesa de un elemento nuevo: el len­
guaje de la ciudad. N o el llamado «lenguaje popular»
-vaga expresión con la que se pretende designar al lenguaje

16
del campo, arcaico y tradicional™ sino sencillamente el
habla de la calle: el lenguaje de la burguesía urbana. Una
revolución poética semejante, en este sentido a las ocurri­
das en Occidente, primero en el período romántico y des­
pués en nuestros días. El habla del siglo, dina yo, para
distinguirla de las hablas sin tiempo del campesino, el clé­
rigo y el aristócrata. Irrupción del elemento histórico y3
por tanto: crítico^ en el lenguaje poético.
Matsunaga Teitoku (1571-1653) es otro eslabón de la
cadena que lleva a Basho. Teitoku intentó regresar al len­
guaje más convencionalmente poético 7 atemporal del an­
tiguo renga pero sin abandonar la inclinación de sus
antecesores por lo brillante. Más bien la exageró hasta una
insolencia briosa:

Año del tigre:


niebla de primavera
¡también rayada!

Esta manera crispada puede producir poemas menos


ingeniosos y más verdaderos, como este de Nishiyama
Soin (1605-1682), fundador de la escuela Danrin:

Lluvia de mayo:
es hoja de papel
el mundo entero.

Sin duda Basho tenía en la mente este poema cuando


dijo: «si no hubiese sido por Soin todavía estaríamos la­
miéndole los pies al viejo Teitoku». A Basho le tocó con­
vertir estos ejercicios de estética ingeniosa en experiencias
espirituales. Al leer a Teitoku, sonreímos ante la sorpren­
dente invención verbal; al leer a Basho, nuestra sonrisa es

17
dé comprensión y, no hay que tenerle miedo a la palabra,
piedad. N o la piedad cristiana sino ese sentimiento de uni­
versal simpatía con todo lo que existe, esa fraternidad en
la impermanencia con hombres, animales y plantas, que es
lo mejor que nos ha dado el budismo. Para Basho la poe­
sía es un camino hacia una suerte de beatitud instantánea
y que no excluye la ironía ni significa cerrar los ojos ante
el mundo y sus horrores. En su manera indirecta y casi
oblicua, Basho nos enfrenta a visiones terribles; muchas
veces la existencia, la humana y k animal, se revela simul­
táneamente como m u pena y una terca vohmtad de perse-
verar en esa pena:

Carranca acerba:
su gaznate hidrópico
la rata engaña.

Al expresionismo de este cuadro de la rata con la gar­


ganta reseca bebiendo el agua helada del albañal, suceden
otras visiones -n o contradictorias sino en oposición com­
plementaria- en las que la contemplación estética se re­
suelve en visión de la unidad de los contrarios. Una
experiencia que es percepción simultánea de la identidad
de la pluralidad y de su final vacuidad:

Narciso y biombo:
uno al otro ilumina,
blanco en lo blanco.
ノ .

El poeta traza en tres líneas la figura de la iluminación


y, como si fuese un copo de algodón, sopla sobre ella y
la disipa. La verdadera iluminación, parece decirnos, es la
no-iluminacion.

18
Una réplica en negro, tanto en el sentido físico de la
palabra como en el moral, del poema de Basho es este de
Oshima Ryata (1718-1787):

Noche anochecida,
oigo al carbón cayendo,
polvo, en el carbón.

Recursos de Ryata: contra lo negro, lo verde; contra la


cólera, el árbol:

Vuelvo irritado
-mas luego, en el jardín:
el joven sauce.

Rivaliza con el poema que acabo de citar un haikú de


Enamoto Kikaku (1661-1707),,uno de los mejores y más
personales discípulos de Basho. En el poema de Kikaku
hay una valiente y casi gozosa afirmación de la pobreza
como una forma de comunión con el mundo natural:

¡Ah, el mendigo!
El verano lo viste
de tierra y cielo.

En un haikú de otro discípulo de Basho, también exce­


lente poeta, Hattori Ransetsu (1654-1707), hasta la sombra
adquiere una diafanidad cristalina:

Contra la noche
la luna azules pinos
pinta de luna.

19
La noche y la luna, luz y sombra que se interpenetran,
victoria cíclica de lo oscuro seguida por el triunfo del día:

El Año Nuevo:
clarea y los gorriones
cuentan sus cuentos.

(La otra madrugada me despertaron, más temprano que


de costumbre, el alba y los pájaros. Cogí un lápiz y sobre
un pedazo de papel escribí lo siguiente:

Clarea: cuentan
sus cuentos los gorriones;
¿es Año Nuevo?)

Entre los sucesores de Basho hay uno, Kobayashi Issa


(1763-1827), que rompe la reticencia japonesa pero no
para caer en la confesión a la occidental sino para descu­
brir y subrayar una relación punzante, dolorosa, entre la
existencia humana y la suerte de animales y plantas; her­
mandad cósmica en la pena, comunidad en la condena uni-
versal, seamos hombres o insectos:

Para el mosquito
también la noche es larga,
larga y sola.

El regreso al pueblo natal^ como siempre, es una nueva


herida: へ

Mi pueblo: todo
lo que me sale al paso
se vuelve zarza.

lo
¿Quién no ha recordado, ante ciertas caras, al animal
inmundo? Pero pocos con la intensidad y naturalidad de
Issa:

En esa cara
hay algo, hay algo... ¿qué?
Ah, sí, la víbora.

Si el horror forma parte del sentimiento del mundo de


Issa, en su visión hay también humor, simpatía y una
suerte de resignación jubilosa:

Al Fuji subes
despacio — pero subes,
caracolito.

Miro en tus ojos,


caballito del diablo,
montes lejanos.

Maravilloso:
ver entre las rendijas
la Vía Láctea.

N o me refenre a la influencia de la poesía japonesa en


las de lengua inglesa y francesa: es una historia muy sabida
y ha sido contada varias veces. La historia de esa influen­
cia en la poesía de nuestro idioma, lo mismo en América
que en España, es muchísimo menos conocida y todavía
no existe un buen estudio sobre el tema. Una deficiencia,
otra más, de nuestra crítica. Aquí me limitaré a recordar
que entre los primeros en ocuparse de arte y literatura ja­
poneses se encuentran, a principios de siglo, dos poetas

21
mexicanos: Efrén Rebolledo y José Juan Tablada. Ambos
vivieron en Japón, el primero varios años y el segundo, en
1900, unos cuantos meses. Su afición nació sin duda por
contagio francés: el libro que Tablada consagró a Hiroshi-
gué -quizá el primer estudio en nuestra lengua sobre ese
pintor- está dedicado a la «venerada memoria de Ed­
mundo de Goncourt». A pesar de que Rebolledo conoció
más íntimamente el Japón que Tablada, su poesía nunca
fue más allá de la retórica «modernista»; entre k cultura ja_
ponesa y su mirada se interpuso siempre la imagen este­
reotipada de los poetas franceses de fin de siglo y su Japón
fue un exotismo parisino más que un descubrimiento his­
panoamericano. Tablada empezó como Rebolledo pero
pronto descubrió en la poesía japonesa ciertos elementos
-economía verbal, humor, lenguaje coloquial, amor por la
imagen exacta e insólita- que lo impulsaron a abandonar el
modernismo y a buscar una nueva manera.
En 1918 Tablada publicó A l sol y bajo la lunaj un libro
de poemas con un prólogo en verso por Leopoldo Lugo-
nes. En aquellos años el escritor argentino era considerado,
con razón, como el único poeta de la lengua comparable a
Darío; su poesía (ahora lo sabemos) anunciaba y preparaba
a la de vanguardia. El libro del mexicano era todavía mo­
dernista y su relativa novedad residía en la aparición de
esos elementos irónicos y coloquiales que los historiadores
de nuestra literatura han visto como constitutivos de esa
tendencia que llaman, con notoria inexactitud, postmo­
dernismo. Esa tendencia es una invención de los manuales:
e\ postmodernismo no es sino la crítica que, dentro del mo­
dernismo y sin rebasar su horizonte estético, hacen al
modernismo algunos poetas modernistas. Es la descenden­
cia, vía Lugones, del simbolista antisimbolista Laforgue.
Además de esta nota crítica, había otro elemento en el libro

22
de Tablada que anunciaba su futuro, inminente cambio: el
crecido número de poemas con asunto japonés, ent^e ellos
uno, muy celebrado en su tiempo, dedicado a Hokusai.
Al año siguiente, en 1919, Tablada publicó en Caracas un
delgado libro: Un día,.. Era casi un cuaderno y estaba
compuesto exclusivamente por haikús, los primeros que se
hayan escrito en nuestra lengua. Un año después aparece
Li-POj un volumen de poemas ideográficos en los que
Tablada sigue de cerca al Apollinaire de Calligrammes
(aunque también figuran en esa colección poemas más per­
sonales, entre ellos el inolvidable y perfecto Nocturno al­
terno). En 1922, en Nueva York: El jarro de flores^ otro
volumen de haikus. En esos años Vicente Huidobro publi­
ca Ecuatorial, Poemas Árticos y otros muchos textos poé­
ticos, en español y en francés, que inician el gran cambio
que experimentaría unos pocos años después la poesía de
lengua castellana. En la misma dirección de exploración y
descubrimiento se sitúa la poesía de Tablada. El mexicano
fue lo que se llama un «poeta menor», sobre todo si se le
compara con Huidobro, pero su obra, en su estricta y
querida limitación, fue una de las que extendieron las fron­
teras de nuestra poesía. Y la extendieron en dos sentidos: en
el espacio, hacia otros mundos y civilizaciones; en el tiem-
po, hacia el futurö: la vanguardia. Doble injusticia: el nom­
bre de Tablada no figura en casi ninguno de los estudios
sobre la vanguardia hispanoamericana ni su obra aparece
en las antologías hispanoamericanas. Es lamentable. Sus pe­
queñas y concentradas composiciones poéticas, además de
ser el primer trasplante al español del haikú, fueron real­
mente algo nuevo en su tiempo. Lo fueron a tal punto y
con tal intensidad que, todavía hoy, muchas entre ellas con­
servan intactos sus poderes de sorpresa y su frescura. ¿De
cuántas obras más presuntuosas puede decirse lo mismo?

23
Tablada llamó siempre a sus poemas haikai y no, como
es ahora costumbre, baikús. En el fondo, según se verá, no
le falta razón. Sus breves composiciones, aunque dispues­
tas generalmente en secuencias temáticas, pueden consi­
derarse como poemas sueltos y en este sentido son haikús;
al mismo tiempo, por su construcción ingeniosa, su ironía
y su amor por la imagen brillante, son haikai:

Pavo real, largo fulgor:


por el gallinero demócrata
pasas como una procesión.

Tablada casi siempre está más cerca de Teitoku que de


Basho:

Insomnio:
en su pizarra negra
suma cifras de fósforo.

Por nada los gansos


tocan alarma
en sus trompetas de barro.

El poeta mexicano conserva la estructura tripartita del


haikú aunque poquísimas veces se ajusta a su esquema mé­
trico (17 sílabas: 5/7/5). Pero hay un ejemplo de perfecta
adaptación métrica y de real poesía:

Trozos de barro:
por la senda en penumbra
saltan los sapos.

Una objetividad casi fotográfica que, por su precision


misma, libera ese sentimiento indefinible que nos produce
el recordar una caminata al atardecer por un sendero mo­
jado. En sus momentos más afortunados la objetividad de
Tablada confiere a todo lo que sus ojos descubren un ca­
rácter religioso de aparición:

Tierno sauz:
casi oro, casi ámbar,
casi luz.

A la imagen visual yuxtapone con exquisita maestría la


fricción de las sílabas y los fonemas:

Peces voladores:
al golpe del oro solar
estalla en astillas el vidrio del mar.

Tablada concibe el haikú como la unión de dos realida-


des emanas cuantas pakbr马 s, poética tan cerca de Heverdy
como de sus maestros japoneses. Citaré ahora dos poemas
que son dos visiones absolutamente modernas, el primero
por la alianza de lo cotidiano y lo insólito, el segundo por
el humor y las asociaciones verbales y visuales entre la
luna y los gatos:

Juntos en la tarde tranquila


vuelan notas de Ángelus,
murciélagos y golondrinas.

Bajo mi ventana la luna en los tejados


y las sombras chinescas
y la música china de los gatos.

25
Casi nunca sentimental ni decorativo, el poeta mexi­
cano alcanza en unos cuantos de sus haikús una difícil sim­
plicidad que tal vez habría merecido la aprobación de
Basho. En ellos el humor se vuelve complicidad, comuni­
dad de destino con el mundo animal, es decir, con el
mundo:

Hormigas sobre un
grillo inerte. Recuerdo
de Gulliver en Liliput.

Mientras lo cargan
sueña el burrito axnosquilado
en paraísos de esmeralda.

El pequeño mono me mira


¡quisiera decirme
algo que se le olvida!

La obra de Tablada es breve y desigual: vivió del perio­


dismo y el periodismo acabó por devorarlo. Murió en
1945 y todavía no ha sido posible que en México se publi­
que un volumen con sus poemas y aquellos pocos textos

catar. Su último libro de poemas, La Feriay apareció en


1928. Debe haber poemas no recogidos en volumen. A mí
me tocó descubrir uno, en francés: La croix de Sud; es la
segunda parte de Offrandesyuna cantata que compuso Ed-
gard Várese en 1^22; para la primera parte Varésse se sir­
vió de un poema de Huidobro, también en francés..."'
Hasta hace poco, a más de juzgar su poesía insignificante,
se tenía a Tablada por un semiletrado ingenuo y víctima
de un orientalismo descabellado. La acostumbrada, inape-

16
lable condenación en nombre de la cultura clásica y del
humanismo grecorromano y cristiano. Una cultura en des­
composición y un humanismo que ignora que el hombre
es los hombres y la cultura las culturas. Cierto, las ideas fi­
losóficas y religiosas de Tablada eran una curiosa mixtura
de budismo real y de ocultismo irreal pero ¿qué decir en­
tonces de Yeats y de Pessoa? N o es posible dudar de su fa­
miliaridad con la cultura japonesa aunque, claro, la suya
no haya sido la familiaridad del erudito o del scholar. Su
conocimiento de la escritura japonesa debe haber sido ru­
dimentario, pero sus libros y artículos revelaron un trato
directo con la gente, el arterias costumbres, las ideas y las
tradiciones de ese país. Si es excepcional haber escrito, en
1914 y en México, un libro sobre Hiroshigué, más lo es
que en ese libro Tablada nablase también, con discreción y
gusto, del teatro N o y de Basho, de Chikamatsu y de Ta-
kizawa Bakin. Otro dato de interés: gran aficionado a las
artes plásticas, logró reunir en su casa de Coyoacán más
de mil estampas de artistas japoneses, una colección que
dispersó al abandonar el país, hacia 1315. Dicho todo esto,
repito: Tablada no es memorable por su erudición sino por
su poesía.
¿Cuáles fueron los modelos que inspiraron su adapta­
ción del haikú al español? Si hemos de creerle, su tenta­
tiva fue independiente de las que por esos años se hacían
en Francia y en lengua inglesa. Como su testimonio puede
ser tachado de parcial, vale más atenerse a los datos de la
cronología: los experimentos franceses fueron anteriores a
los de los «imaginistas» angloamericanos y a los de Ta­
blada; así pues es posible que Tablada haya seguido el
ejemplo de Francia aunque, hay que decirlo, los haikús del
mexicano me parecen más frescos y originales que los de
los poetas franceses. O sea: hubo estímulo, no influencia ni

27
imitación. Por lo que toca al imagism de Pound, Hume y
sus amigos ingleses y norteamericanos: Tablada conocía
bien el inglés pero no creo que en esos años le interesase
mucho la poesía inglesa. En cambio, por su correspon­
dencia con López Velarde sabemos que seguía muy de
cerca lo que ocurría en París. Fue uno de los primeros his­
panoamericanos que habló de Apollinaire y sus caligramas
lo entusiasmaron; nada más natural: veía en ellos lo que él
mismo se proponía hacer, la unión de la vanguardia con la
poesía y la caligrafía del Oriente. En suma, Tablada recoge
y expresa las tendencias de la época pero sería falso hablar
de imitación y aun de influencia. Las fuentes de su haiku
no fueron los escritos por poetas franceses y angloameri­
canos sino los mismos textos japoneses. En primer tér­
mino, las traducciones al inglés y al francés; enseguida, la
lectura más o menos directa de los originales con la ajoida
de amigos y consejeros japoneses.
La influencia de Tablada fue instantánea y se extendió
a toda la lengua. Se le imitó muchísimo y, como siempre
ocurre, la mayoría de esas imitaciones han ido a parar a los
inmensos basureros de la literatura no leída. Pero hubo
algo más y mejor que las imitaciones descoloridas y las
exageraciones caricaturescas: los poetas jóvenes descu­
brieron en el haikú de Tablada el humor y la imagen, dos
elementos centrales de la poesía moderna. Descubrieron
asimismo algo que habían olvidado los poetas de nuestro
idioma: la economía verbal y la objetmaad. La corres­
pondencia entre lo que dicen las palabras y lo que miran
los ojos. La práctica del haikú fue (es) una escuela de con-
centración. En k obra juvenil de muchos poetas hispano­
americanos de esa época,entre 1920 y 1925, es visible el
ejemplo de Tablada. En México la lección fue recogida por
los mejores: Pellicer, Villaurrutia, Gorostiza. Años des-

28
pues el poeta ecuatoriano Jorge Carrera Andrade redes­
cubrió por su cuenta el haikú y publicó un precioso li-
brito: Microgramas (Tokio, 1940)- En España el fenómeno
es un poco más tardío que en América: hay un momento
japonés en Juan Ramón Jiménez y otro en Antonio Ma­
chado; ambos han sido poco estudiados. Lo mismo sucede
con la poesía juvenil de García Lorca. En los tres poetas
hay una curiosa alianza de dos elementos dispares: el haikú
y la copla popular. Dispares por el espíritu, no por la mé­
trica: tanto la seguidilla como el tanka y el haikú están
compuestos por versos de cinco y siete sílabas. La dife­
rencia es que el tanka es uri poema de cinco líneas, el haikú
de tres y la seguidilla de cuatro (7/5/7/5). N o obstante, en
la segunda estrofa de una combinación menos frecuente, la
seguidilla compuesta, aparece una duplicación del haikú:
7/5/7/5:577/5. La analogía métrica no hace, por lo demás,
sino subrayar las diferencias profundas entre estas dos for­
mas: en la seguidilla la poesía se alía a la danza, es canto y
baile, en tanto que en el haikú la palabra se resuelve en si­
lenciosa contemplación, sea pictórica como en Buson o es­
piritual como en Basho. Ninguno de los tres poetas
españoles -Jiménez, Machado y García Lorca- se inspira­
ron en el haikú por su parecido métrico con la seguidilla,
aunque esta semejanza sin duda debe haberles impre­
sionado, sino porque vieron en esa forma japonesa un
modelo de concentración verbal, una construcción de
extmordiiiaria simplicidad hecha de unas cuantas líneas y
una pluralidad de reflejos y alusiones. ¿Habían leído los
poemas de Tablada? Parece imposible que los ignorasen.
Un indicio: Enrique Díez-Canedo, el primero en señalar la
influencia del haikú en las Nuevas canciones de Antonio
Machado, conocía y admiraba la poesía de Tablada. Es re­
velador, por otra parte, que el haikú haya sido para Ta-

29
blada, a la inversa de los poetas españoles, una ruptura de
la tradición y no una ocasión para regresar a ella. Actitu­
des contradictorias (complementarias) de la poesía espa­
ñola y de la hispanoamericana.
Después de la Segunda Guerra Mundial los hispano­
americanos vuelven a interesarse en ía literatura japonesa.
Citaré, entre otros muchos ejemplos, nuestra traducción
de Oku no Hosomichi^ el número consagrado por la re­
vista Sur a las letras modernas del Japón y, sobre todo, las
admirables traducciones de un traductor solitario pero que
vale por cien: Kazuya Sakai. Ya señalé que la actitud con­
temporánea difiere de la de hace cincuenta años: no sólo es
menos estética sino que también es menos etnocéntrica. El
Japón ha dejado de ser una curiosidad artística y cultural:
es (¿fue?) otra visión del mundo, distinta a la nuestra pero
no mejor ni peor; no un espejo sino una ventana que nos
muestra otra imagen del hombre, otra posibilidad de ser.
Dentro de esta perspectiva lo realmente significativo no es
quizá la traducción de textos clásicos y modernos sino la
reunión, en abril de 1969, en París, de cuatro poetas con el
objeto de componer un renga, el primero en Occidente.
Los cuatro poetas fueron el italiano Edoardo Sanguineti,
el francés Jacques Roubaud, el inglés Charles Tomlinson
y el mexicano Octavio Paz. Un poema colectivo escrito en
cuatro lenguas pero fundado en una tradición poética
común. Nuestra tentativa fue, a su manera, una verdadera
traducción: no de un texto sino de un método para com­
poner textos. N o son difíciles de adivinar las razones que 1
nos movieron a emprender esa experiencia: la practica del 1
renga coincide con las preocupaciones mayores de muchos
poetas contemporáneos, tales como la aspiración hacia una ¡
poesía colectiva, la decadencia de la noción de autor y la ;j
correlativa preeminencia del lenguaje frente al escritor (las :|

3〇
lenguas son más inteligentes que los hombres que las ha­
blan), la introducción deliberada del azar concebido como
un homólogo de la antigua inspiración, la indistinción
entre traducción y obra original.. . El haikú fue una crítica
de la explicación y la reiteración,, esas enfermedades de la
poesía; el renga es una crítica del autor y la propiedad pri­
vada intelectual, esas enfermedades de la sociedad.

Sendas de Oku aparece ahora en una versión revisada.


Comparamos nuestra traducción con las otras al inglés y
al francés pero además Eikichi Hayashiya tuvo oportuni­
dad de consultar las nuevas ediciones críticas de Oku no
Hosomichi publicadas en Japón durante los últimos años.
Al corregir las versiones de los poemas he procurado ajus­
tarme a la métrica de los originales. En todos los casos
prescindo de la rima: la poesía japonesa no la usa, a pesar
de que abunda en paronomasias, aliteraciones 7 otros jue­
gos verbales. También son nuevas las versiones de los poe­
mas que cito en La poesía de Basho. Por último: hemos
añadido muchas notas a las setenta de Eikichi Hayashiya
que contenía la primera edición. En verdad, esta edición
es otro libro... Después de estas aclaraciones debería cor­
tar este prólogo sinuoso y prolijo, pero me parecía trai­
cionar a Basho si no añado algo más: su sencillez es enga-
ñosa, leerlo es una operación que consiste en ver a través
de sus palabras. El poeta Mukai Kyorai (1651-1704), uno
de sus discípulos, explica mejor que yo el significado de la
transparencia verbal de Basho. Un día Kyorai le mostró
este haikú a su maestro:

Cima de la peña:
allí también hay otrö
huésped de la luna.

31
«¿En qué pensaba cuando lo escribió?», le preguntó Ba-
sho. Contestó Kyorai: «Una noche, mientras caminaba en
la colina bajo la luna de verano, tratando de componer un
poema, descubrí en lo alto de una roca a otro poeta, pro­
bablemente también pensando en un poema». Basho mo­
vió la cabeza: Hubiera sido mucho más interesante si las
líneas: ccallí también hay otro/huésped de la lunawse refi­
riesen no a otro sino a usted mismo». El tema de ese poe­
ma debería ser usted, lector.

Cambridge, i z de marzo de 1970

1. Introducción, traducción y notas de Yuasa Nobuyuki. Contiene


traducciones de otros cuatro relatos de viaje de Basho. Londres, 196^.
z. Traducción y notas de Cid Corman y Kamaike Susumu, Nueva
York, 1968.
3. Traducción 7 notas de René Sieffert, núm. 6 de VÉphémérey
París, 1968. -
4. Introducción, traducción y notas de Earl Miner. Es parte del libro
Japanese Poetic Diaries^ California University Press, Berkeley, ip66.
5. José Juan Tablada: Hiroshiguéy México, 1914.
6. Antonio Machado glosó este poema en Nuevas canciones (1925):

A una japonesa
le dijo Sokán:
con la luna blanca
te abanicarás,
con la luna blanca
a orillas del mar.

A pesar de que una de sus virtudes era la reticencia, en este caso


Machado no resistió a la muy hispánica e hispanoamericana tendencia
a la explicación y la reiteración. En su paráfrasis ha desaparecido la
sugestión, esa parte no dicha del poema y en la que está realmente
la poesía.
^ En 1971 se publicaron las poesías completas de Tablada (Univer­
sidad Nacional de México) pero aún falta la prosa.

32
Advertencia a la primera edición (1957)

A pesar de que los poemas de Basho han sido traduci­


dos a casi todos los idiomas europeos y han influido en
varios movimientos poéticos modernos y en algunos poe­
tas ingleses, norteamericanos y franceses (para no hablar
del mexicano José Juan Tablada, introductor del haikú en
América y España), la traducción que ahora publicamos
es la primera que da a conocer, en una lengua occidental,
el texto completo del célebre diario de viaje Oku no Ho-
somichi. Los traductores se han acercado con respeto y
amor al original, aunque sin hacerse excesivas ilusiones
sobre la posibilidad de trasplantar al español un texto que
es elusivo aun en japonés. Esperan, de todos modos,
que su versión dé una idea de la sencillez y movilidad de
Basho, que procede por alusiones y cuyo lenguaje, poseí­
do por un infinito respeto al objeto^ no se detiene nun­
ca sobre las cosas sino que se contenta con rozarlas. La
traducción de los poemas -sacrificando la música a la com­
prensión- no se ajusta a la métrica tradicional del haikú
pero en muchos casos se ha procurado encontrar equiva-

33
lentes en español de la concentración poética del verso ja­
ponés y de sus medidas silábicas.
Acompañan al texto setenta notas, que lo aclaran y dan
más de una noticia interesante o curiosa. Todas ellas son
fruto del paciente trabajo del señor Eikichi Hayashiya. El
profesor Eiji Matsuda, de la Universidad Nacional de Mé­
xico, amablemente identificó y tradujo los nombres de las
plantas y flores japonesas que se citan en el libro.
El invierno pasado,1 en Nueva York, Donald Keene
leyó nuestra traducción y me hizo algunas sugerencias que
mejoraron nuestro texto. D oy aquí las más cumplidas gra­
bas a tan generoso amigo.

O.P.

1. 1 9 9 1 .

34
Vida de Matsúo Basho

Matsúo Basho (o a la occidental: Basho Matsúo) nació


en 1644, en Ueno. Basho fue su último nombre literario;
Kinsaku fue su nombre de nacimiento. Su padre era un sa-
murái de escasos recursos al servicio de la poderosa fami­
lia Todo. A los nueve años Basho fue enviado a casa de sus
señores, como paje de Yoshitada, el heredero de los Todo;
el joven Yoshitada era apenas dos años mayor que Basho,
de modo que pronto los unió una estrecha amistad, origi­
nada y fortalecida por su común ancion a la poesía. Los
dos muchachos estudiaron el arte de la poesía con Kita-
mura Kigin (1624-1703), discípulo de Teitoku y él mismo
poeta de distinción. Se conservan poemas de esa época fir­
mados por Sengin y Sobo, nombres literarios del joven
señor y de su paje y amigo, Sengin muere en 1666 y Basho,
apenado por esta muerte prematura, pide separarse del ser­
vicio de la familia; rechazan su petición y el poeta huye a
Kioto. Nuevos estudios de poesía y caligrafía; lectura de
los clásicos chinos y japoneses; amores con Juteini, aunque
poco se sabe de este episodio y casi nada sobre ella. En

35
1672 Basho se instala en Edo (Tokio). En 1675 conoce al
poeta Soin y durante algún tiempo es miembro de su es- :
cuela poética (Danrin). Cambia su nombre literario por el j
de Tosei y su lenguaje poético por uno más fluido y menos
literario. Publica varias antologías. Ya libre de influencias, !
crea poco a poco una nueva poesía y pronto lo rodean dis- |
cípulos y admiradores. Pero la literatura es también y
sobre todo experiencia interior; intensa búsqueda, años de
meditación y aprendizaje bajo la dirección del maestro
de zen, el monje Buccho (1643-1715). Uno de sus admira­
dores, Sampu, hombre acomodado, le regala una pequeña
casa cerca del río Sumida, en 1680. Ese mismo año otro de §
sus discípulos le ofrece, como presente, una planta de ba- -:¡
nano (Basho). La planta da nombre a la ermita y luego al |
poeta mismo. Período de meditación y de lenta conquista, -|
contra angustia psíquica y males del cuerpo, de una siem- |
pre precaria serenidad. Su influencia crece, lo mismo que ]
el renombre de sus libros 7 de las antologías que publica
con sus discípulos: Kikaku, Sora, Sampu, Boncho, Kyori, |
Joso, Ransetsu... Viajes, solo o acompañado; viajes a pie ;]
como un monje pero asimismo como un extraño «sem- 2
brador de poesía». En 1683 publica su primer diario de 5
viaje; en 1687 escribe un relato de su excursión al santua- |
rio de Kashima y un poco después emprende una nueva 7
larga excursión de once meses, origen del tercer y cuarto |
diario. En 1689 se inicia la peregrinación que relata Oku |
no Hosomichi. Basho tenía cuarenta y cinco años y el viaje |
duró dos años y medio, aunque el texto tiene por materia ミ
sólo los seis primeros meses. Para darse cuenta de lo que
significó esa expedición debe señalarse que para los japo-
neses del siglo XX esa región es considerada todavía como
un país remoto y abrupto. En 1691 Basho regresa a Edo.
Nuevas ermitas: Choza de la Vision^ Cabaña de laAnoni-
midad... En 1694, otra excursión, ahora a Nara y Osaka.
En esta última ciudad cae enfermo, en el curso de una co­
mida en casa de Ono, su discípula; sus amigos lo trans­
portan a casa de un florista, donde muere, el 12 4e octubre.
Está enterrado en Otsu, a la orilla del lago Biwa.

〇• R

37
La poesía de M atsúo Basho

Tras una larga serie de guerras intestinas, durante las


cuales la antigua capital,Kioto, es casi destruida, Japón co­
noce un largó período de paz. Al iniciarse el siglo XVII la
familia Tokugawa asume la dirección del Estado, que no
dejará hasta la restauración del poder imperial,a media-

bernantes supremos, frente al poder puramente simbólico


de los emperadores) se traslada a Edo (la actual Tokio). El
Japón cierra sus puertas al mundo exterior y vive dentro
de las normas de una rígida disciplina política, social y
económica que a veces hace pensar en las modernas socie­
dades totalitarias o en el Estado que fundaron los jesuítas
en Paraguay. Pero desde mediados del siglo XVII una nueva
clase urbana empieza a surgir en Edo, Osaka y Kioto. Son
los mercaderes, los chonin u hombres del común, que si
no destruyen la supremacía feudal de los militares, sí mo­
difican profundamente la atmósfera de las grandes ciuda­
des. Esta clase se convierte en patrona de las artes y la vida
social. Un nuevo estilo de vida, más libre y espontáneo,
menos formal y aristocrático, llega a imponerse. Por opo-
sicion a la cultura tradicional japonesa -siempre de corte
y cerrado círculo, aristocrática o religiosa- la nueva socie­
dad es abierta. Se vive en la calle y se multiplican los tea­
tros, los restaurantes, las casas de placer, los baños
públicos atendidos por muchachas, los espectáculos de lu­
chadores. Una burguesía próspera y refinada protege y fo­
menta los placeres del cuerpo y del espíritu. El barrio
alegre de Edo no sólo es un lugar de libertinaje elegante
en donde reinan las cortesanas y los actores sino que, a
diferencia de lo que pasa en nuestras abyectas ciudades
modernas, también es un centro de creación artística. Gen-
roku -tal es el nombre del período- se distingue por una
vitalidad y un desenfado ausentes en el arte de épocas an­
teriores. Este mundo brillante y popular, compuesto por
nuevos ricos y mujeres hermosas, por grandes actores y
juglares, se llama Ukiyo^ es decir, el «Mundo que flota»
y que pasa como las nubes de un día de verano. El grabado
en madera -Ukiyoe: imágenes del mundo fugitivo- se ini­
cia en esta época. Arte gemelo del Ukiyoe, nace la novela
picaresca y pornográfica: Ukiyo-SoshL Las obras licencio­
sas -llamadas con elíptico ingenio Libros de Primavera-
se vuelven tan populares como la literatura libertina de
fines del siglo XVIII europeo. El teatro Kabuki^ que com­
bina el drama con el ballet, alcanza su mediodía y el gran
poeta Chikamatsu escribe para el teatro de muñecos obras
que maravillaron a sus contemporáneos y que hirieron la
imaginación de hombres como Yeats y Claudel. La poesía
japonesa, gracias sobre todo a Matsúo Basho, alcanza una
libertad y una frescura ignoradas hasta entonces. Y, asi­
mismo, se convierte en una réplica al tumulto mundano.
Ante ese mundo vertiginoso y lleno de colorido, el haikú
de Basho es un círculo de silencio y recogimiento: ma­
nantial, pozo de agua oscura y secreta.

39
Basho no rompe con la tradición sino que la continúa
de una manera inesperada; o como él mismo dice: «No sigo
el camino de los antiguos: busco lo que ellos buscaron».
Basho aspira a expresar, con medios nuevos, el mismo sen­
timiento concentrado de la gran poesía clásica. Así, trans­
forma las formas populares de su época (el haikai no renga)
en vehículos de la más alta poesía. Esto requiere una breve
explicación. La poesía japonesa no conoce la rima ni la ver­
sificación acentual y su recurso principal, como en la fran­
cesa, es la medida silábica. Esta limitación no es pobreza,
pues es rica en onomatopeyas, aliteraciones y juegos de pa-
labras que son también combiimciones insólitas de sonido
y sentido. Todo poema japonés está compuesto por versos
de siete y cinco sílabas; la forma clásica consiste en un
poema corto -w aka o tanka- de treinta y una sílabas, di­
vidido en dos estrofas: la primera de tres versos (cinco, siete
y cinco sílabas) y la segunda de dos (ambos siete sílabas).
La estructura misma del poema permitió, desde el princi­
pio, que dos poetas participasen en la creación de un poe­
ma: uno escribía las tres primeras líneas y el otro las dos
últimas. Escribir poesía se convirtió en un juego poético
parecido al «cadáver exquisito» de los surrealistas; pronto,
en lugar de un solo poema, se empezaron a escribir series
enteras, ligadas tenuemente por el tema de la estación. Estas
series de poemas en cadena se llamaron renga. El género
ligero, cómico o epigramático, se llamó renga haikai y el
poema inicial hokku. Basho practicó con sus discípulos y
amigos -dándole nuevo sentido- el arte del renga haikai o
cadena de poemas, adelantándose así a la profecía de Lau-
tréamont y a una de las tentativas del surrealismo: la crea­
ción poética colectiva.
Cualquiera que haya practicado el juego del «cadáver
exquisito», el de las «cartas rusas» o algún otro que exija

40
la participación de un grupo de personas en la elaboración
de una frase o de un poema podrá darse cuenta de los ries­
gos: las fronteras entre la comunión poética y el simple pa­
satiempo mundano son muy frágiles. Pero si, gracias a la
intervención de ese magnetismo o poesía objetiva que
obliga a rimar una cosa con otra, se logra realmente la co­
municación poética y se establece una corriente de simpa­
tía creadora entre los participantes, los resultados son
sorprendentes: lo inesperado brota como un pez o un cho­
rro de agua. Lo más extraño es que esta súbita irrupción
parece natural y, más que nada, fatal, necesaria, Libertad y
necesidad coinciden en un punto de intersección incan­
descente. Los poemas escritos por Basho y sus amigos son
memorables y la complicación de las reglas a que debían
someterse no hace sino subrayar la naturalidad y la felici­
dad de los hallazgos. Cito, en pobre traducción, un frag­
mento de uno de esos poemas colectivos:

El aguacero invernal,
incapaz de esconder la luna,
la deja escaparse de su puño.
Tokoku

Mientras camino sobre el hielo


piso relámpagos: la luz de mi linterna.
Jugo

Al alba los cazadores


atan a sus flechas
blancas hojas de heléchos.
Yasui °

41
Abriendo de par en par
la puerta norte del Palacio:
¡la Primavera!
Basho

Entre los rastrillos


y el estiércol de los caballos
humea, cálido, el aire.
Kakei1

El poema se inicia con la lluvia, el invierno y la noche.


Lä imagen de la caminata nocturna sobre el hielo convoca
a la del alba fría. Luego, como en la realidad, hay un salto
e irrumpe, sin previo aviso, la primavera- El realismo de la
última estrofa modera el excesivo lirismo de líi anterior.
El poema suelto, desprendido del renga haikai, empezó
a llamarse haikú, palabra compuesta de haikai y hokku.
Un haikú es un poema de diecisiete sílabas y tres ver­
sos: cinco, siete y cinco sílabas.2 Basho no inventó estas
formas; tampoco las alteró: simplemente transformó su
sentido. Cuando empezó a escribir, la poesía se había con­
vertido en un pasatiempo: poema quería decir poesía có­
mica, epigrama o juego de sociedad. Basho recoge este
nuevo lenguaje coloquial, libre y desenfadado, y con él
busca lo mismo que los antiguos: el instante poético. El
haikú se transforau y se convierte en la anotación rápida
-verdadera recreación- de un momento privilegiado: ex­
clamación poética, caligrafía, pintura y meditación, todo
junto. El haikú de Basho es ejercicio espiritual. Discípulo
del monje Buccho - y él mismo medio ermitaño que al­
terna la poesía con la meditación-, acaso no sea imperti­
nente detenerse en la significación del budismo zen en su
obra y en su vida.

42
Tanto en su forma primera (Hinayana) como en la tar­
día (Mabayana)^ el budismo sostiene que la única manera
de detener la rueda sin fin del nacer y del morir y, por con­
siguiente, del dolor, es acabar con el origen del mal. Filo­
sofía antes que religión, el budismo postula como primera
condición de una vida recta la desaparición de la ignoran­
cia acerca de nuestra verdadera naturaleza. Sólo si nos
damos cuenta de la irrealidad del mundo fenomenal pode­
mos abrazar la buena vía y escapar del ciclo de las reen­
carnaciones, alimentado por el fuego del deseo y el error.
El yo se revela ilusorio: es una entidad sin realidad pro­
pia, compuesta por agregados o factores mentales. El co­
nocimiento consiste ante todo en percibir la irrealidad del
yo, causa principal del deseo y de nuestro apego al mundo.
Así, la meditación no es otra cosa que la gradual destruc­
ción del yo y de las ilusiones que engendra; ella nos des­
pierta del sueño o mentira que somos y vivimos. Este
despertar es la iluminación (Sambodbi en sánscrito y Satori
en japonés). La iluminación nos lleva a la liberación defi­
nitiva (Nirvana). Aunque las buenas obras, la compasión
y otras virtudes forman parte de la ética budista, lo esen­
cial consiste en los ejercicios de meditación y contempla­
ción. El estado satori implica no tanto un saber la verdad
como un estar en ella y, en los casos supremos, un ser la
verdad. Algunas sectas buscan la iluminación por medio
del estudio de los libros canónicos (Sutras); otras por la
vía de la devoción (ciertas corrientes de la tendencia Ma-
hayana); otras más por la magia ritual y sexual (tantrismo);
algunas por la oración y aun por la repetición de la fór­
mula Namu Amida Butsu (Gloria al Buda Amida). To­
dos estos caminos y prácticas se enlazan a la vía central: la
meditación. La doctrina zen - y esto la opone a las demás
tendencias budistas- afirma que las fórmulas, los libros

43
canónicos, las enseñanzas de los grandes teólogos y aun la
palabra misma de Buda son innecesarios. Zen predica
la iluminación súbita. Los demás budistas creen que el
Nirvana sólo puede alcanzarse después de pasar por mu­
chas reencarnaciones; Gautama mismo logró la ilumina­
ción cuando ya era un hombre maduro y después de haber
pasado por miles de existencias previas que la leyenda bu­
dista ha recogido con gran poesía (jatakas). Zen afirma que
el estado satori es aquí y ahora mismo, un instante que es
todos los instantes, momento de revelación en que el uni­
verso entero - y con él la corriente de temporalidad que lo
sostiene- se derrumba. Este instante niega al tiempo y nos
enfrenta a la verdad.
Por su misma naturaleza el momento de iluminación es
indecible. Como el taoísmo, a quien sin duda debe mucho,
zen es una «doctrina sin palabras». Para provocar dentro
del discípulo el estado propicio a la iluminación, los maes­
tros acuden a las paradojas, al absurdo, al contrasentido y,
en suma, a todas aquellas formas que tienden a destruir
nuestra lógica y la perspectiva normal y limitada de las
cosas. Pero la destrucción de la lógica no tiene por objeto
remitirnos al caos y al absurdo sino, a través de la expe­
riencia de lo sin sentido, descubrir un nuevo sentido. Sólo
que este sentido es incomunicable por las palabras. Apenas
el humor, la poesía o la imagen pueden hacemos vislum­
brar en qué consiste la nueva vision. El carácter incomu­
nicable de ia experiencia zen se revela en esta anécdota: un
maestro cae en un precipicio pero puede asir con los dien­
tes la rama de un árbol; en este instante llega uno de sus
discípulos y le pregunta: ¿en qué consiste zen, maestro?
Evidentemente, no hay respuesta posible: enunciar la doc­
trina implica abandonar el estado satori y volver a caer en
el mundo de los contrarios relativos, en el «esto» y el

44
«aquello». Ahora bien, zen no es ni «esto» ni «aquello»
sino, más bien, «esto y aquello». Así, para emplear la co­
nocida frase de Zhuang Zi: «el verdadero sabio predica la
doctrina sin palabras». La actitud zen ante los problemas
filosóficos puede ejemplificarse también con un diálogo
que hace tiempo me refino el doctor Erich Fromm. Pa­
rece que el profesor Suzuki -e l gran expositor de zen-
visitó hace años a Martin Heidegger. El filósofo alemán
mostró interés por saber cuál era la posición del budismo
zen frente al problema del Ser. Suzuki repuso que no podía
darle ninguna contestación categórica pero que le contaría
una anécdota que respondería a su interrogación: un dis­
cípulo se acerca a un maestro y, antes de hablarle, le hace
una reverencia. En lugar de contestar al saludo, el maestro
lo golpea con su bastón. «Pero ¿por qué me pegas si aún
no he hablado?» A lo que el monje responde: «No era ne­
cesario esperar a que lo hicieses». Para zen no sólo salen
sobrando las respuestas sino también las preguntas... Y
no obstante, hay una indudable y extraña analogía entre
el budismo zen y las meditaciones de Heidegger sobre el
tiempo y la nada.
Desde el período Muromachi (1333-1600) la cultura ja­
ponesa se impregna de zen. Para los samurais^ zen era el
otro platillo de la balanza. En un extremo, el estilo de vida
bushido, es decir, el estilo del guerrero vertido hacia el ex­
terior; en el otro, la Ceremonia del té, la decoración floral,
el Teatro N o y, sustento al mismo tiempo que cima de toda
esta vida estética, cara al interior, la meditación zen. Según
Issotei Nishikawa esta vertiente estética se W^m^furyu o
sea «diversión elegante»^ Las palabras «diversión» 7 «ele­
gante» tienen aquí un sentido peculiar y no denotan dis­
tracción mundana y lujosa sino recogimiento, soledad,
intimidad 7 renuncia. El símbolo de furyu sería la decora-

45
ción floral (ikebana) cuyo arquetipo no es el adorno si­
métrico occidental, ni la suntuosidad o la riqueza de colo­
rido sino la pobreza, la simplicidad y la irregularidad. Los
objetos imperfectos y frágiles -una piedra rodada, una
rama torcida, un paisaje no muy interesante por sí mismo
pero dueño de cierta belleza secreta- poseen una calidad
furyu. Bushido y furyu fueron los dos polos de la vida ja­
ponesa. Economía vital y psíquica que nos deja entrever
el verdadero sentido de muchas actitudes que de otra ma­
nera nos parecerían contradictorias.
Gracias al budismo zen la religiosidad japonesa se
ahonda y tiene conciencia de sí misma. Se acentúa el lado
interior de las cosas: el refinamiento es simplicidad; la sim­
plicidad, comunión con la naturaleza. Las almas se afinan
y templan. El culto al mundo natural, presente desde la
época más remota, se transforma en una suerte de mística.
El octavo Shogun Ashikaga (Yoshimasa) introduce la Ce­
remonia del Té, regida por los mismos principios: simpli­
cidad, serenidad, desinterés. En una palabra: quietismo.
Pero nada más lejos del quietismo furibundo y contraído
de los místicos occidentales, desgarrados por la oposición
inconciliable entre este mundo y el otro, entre el creador
y la criatura, que el de los adeptos de zen. La ausencia de
la noción de un Dios creador, por una parte, y la de la idea
cristiana de una naturaleza caída, por la otra, explican la
diferencia de actitudes. Buda dijo que todos, hasta los ár­
boles y las yerbas, algún día alcanzarían el Nirvana. El
estado búdico es un trascender la naturaleza pero tam­
bién un volver a ella. El culto a lo irregular y a la armonía
asimétrica brota de esta idea de la naturaleza como ar­
quetipo de todo lo existente. Los jardineros japoneses
no pretenden someter el paisaje a una armonía racional,
como ocurre con el arte francés de Le Notre, sino al con-

46
trario: hácen del jardín un microcosmos de la inmensidad
natural.
La actitud zen ha influido en todas las artes, desde la
pintura y la poesía hasta el teatro y la música. Zen es alu­
sivo y elusivo, Chikamatsu nos ha dejado una excelente
definición de esta estética: «El arte vive en las delgadas
fronteras que separan lo real de lo irreal». Y en otra parte
expresa: «El poeta no dice: esto es triste sino que hace que
el objeto mismo sea triste, sin necesidad de subrayarlo».
El artista muestra; el propagandista y el moralista de­
muestran. También las reflexiones críticas de Zeami -el
gran autor del teatro N o - están impregnadas del espíritu
zen. En un pasaje nos habla de que hay tres clases de ac­
tuación teatral: una es para los ojos, otra para los oídos y
la última para el espíritu. En la primera sobresalen la
danza, los trajes y los gestos de los actores; en la segunda,
la música, la palabra y el ritmo de la acción; en la tercera,
se apela al espíritu: «Un maestro del arte no moverá el co­
razón de su auditorio sino cuando ha eliminado todo:
danza, canto, gesticulaciones y las palabras mismas. En­
tonces, la emoción brota de la quietud. Esto se llama: la
¿伽 2这 Y agrega: «Este estilo místico, aunque
se llama N o que habla al entendimiento, también podía
llamarse: N o sin entendimiento». La conciencia se ha di-
suelto en la quietud. Zeami muestra la transición de los es­
tados de ammo del espectador, verdadera escala del éxtasis,
de este modo: «El libro de la crítica dice: olvida el espec­
táculo y mira al N6; olvida el N 6 y mira al actor; olvida al
actor y mira la idea; olvida la idea y comprenderás el No».4
El arte es una forma del conocimiento. Y este conocer, con
todas nuestras potencias y sentidos, sí, pero también sin
ellos, suspendidos en arrobo inmóvil y vertiginoso, cul­
mina en un instante de comunión: ya no hay nada que

47
contemplar porque nosotros mismos nos hemos fundido
con aquello que contemplamos. Sólo que la contemplación
que nos propone Zeami posee un carácter distinto del éx­
tasis occidental; la diferencia es capital porque para la es­
tética del N o, el arte no convoca a una presencia sino, más
bien, a una ausencia. La cima del instante contemplativo es
un estado paradójico: es un no ser en el que, de alguna ma­
nera, se da el pleno sen Plenitud del vacío.
Un sucesor de Basho, el poeta Oshima Ryota (1718-
1787), alude a esta suspensión del ánimo en un poema ad­
mirable:

N o hablan palabra
el anfitrión, el huésped
y el crisantemo.

Yosa Buson (1716-1783), pintor, calígrafo y poeta, uno


de los cuatro maestros del haikú (los otros son Basho, Issa
y Shiki), expresa la misma intuición aunque con una iro­
nía ausente en el poema de Ryota y que es una de las gran­
des contribuciones del haikai:

Llovizna: plática
de la capa de paja
y la sombrilla.

A lo que responde Masaoka Shiki (1867-1902):

Ah, si me vuelvo
ese pasante ya
no es sino bruma.

Desde un punto de vista formal el haikú se divide en


dos partes: una de la condición general y la ubicación tem­
poral o espacial del poema (otoño o primavera, mediodía
o atardecer, un árbol o una roca, la luna, un ruiseñor); la
otra, relampagueante, debe contener un elemento activo.
Una es descriptiva y casi enunciativa; la otra, inesperada.
La percepción poética surge del choque entre ambas. La
índole misma del haikú es favorable a un humor seco, nada
sentimental, y a los juegos de palabras, onomatopeyas y
aliteraciones, recursos constantes de Basho, Buson e Issa.
Arte no intelectual, siempre concreto y antiliterario, el
haikú es una pequeña cápsula cargada de poesía capaz
de hacer saltar la realidad aparente.5 Un poema de Basho
-que ha resistido, es cierto, a todas las traducciones y
que doy aquí en una inepta versión- quizá ilumine lo que
quiero decir:

Un viejo estanque:
salta una rana ¡zas!
chapaleteo.

N os enfrentamos a una casi prosaica enunciación de he­


chos: el estanque, el salto de la rana, el chasquido del agua.
Nada menos «poético»: palabras comunes y un hecho in­
significante. Basho nos ha dado simples apuntes, como si
nos mostrase con el dedo dos o tres realidades inconexas
que, de algún modo, tienen un «sentido» que nos toca a
nosotros descubrir. El lector debe recrear el poema. En la
primera línea encontramos el elemento pasivo: el viejo es­
tanque y su silencio. En la segunda, la sorpresa del salto de
la rana que rompe la quietud. Del encuentro de estos dos
elementos debe brotar la iluminación poética. Y esta ilu­
minación consiste en volver al silencio del que partió el
poema, sólo que ahora cargado de significación. A la ma-

49
ñera del agua que se extiende en círculos concéntricos,
nuestra conciencia debe extenderse en oleadas sucesivas de
asociaciones. El pequeño haikú es un mundo de resonan-
cias, ecos y correspondencias:

Tregua de vidrio:
el son de la cigarra
taladra las rocas.

El paisaje no puede ser más nmdo. Mediodía en un


lugar desierto: el sol y las rocas. Lo único vivo en el aire
seco es el canto de las cigarras. Hay un gran silencio. Tbdo
calla y nos enfrenta a algo que no podemos nombrar: la
naturaleza se nos presenta como algo concreto al mismo
tiempo, inasible, que rechaza toda comprensión. El canto
de las cigarras se funde al callar de las rocas. Y nosotros
también quedamos paralizados y, literalmente, petrifica­
dos. El haikú es satori:

El mar ya oscuro:
los gritos de los patos
apenas blancos.

Aquí predomina la imagen visual: lo blanco brilla dé­


bilmente sobre el dorso oscuro del mar. Pero no es el plu­
maje de los patos ni la cresta de las olas sino los gritos de
los pájaros lo que, extrañamente, es blanco para el pöeta.
En general, Basho prefiere alusiones más sutiles y con­
trastes más velados:

Este camino
nadie ya lo recorre,
salvo el crepúsculo.
La melancolía no excluye una buena, humilde y sana
alegría ante el hecho sorprendente de estar vivos y ser
hombres:

Bajo las abiertas campánulas


comemos nuestra comida,
nosotros que sólo somos hombres.

Un poema de Issa contiene el mismo sentimiento, sólo


que teñido de una suerte de simpatía cósmica:

Luna montañesa:
también iluminas
al ladrón de flores.

El haikú no sólo es poesía escrita - o 5más exactamente,


dibujada- sino poesía vivida, experiencia poética recreada.
Con inmensa cortesía, Basho no nos dice todo: se limita a
entregarnos unos cuantos elementos, los suficientes para
encender la chispa. Es una invitación al viaje pero a un
viaje que debemos hacer con nuestras propias piernas;
como él mismo dice: «No hay que viajar a lomos de otro.
Piensa en el que te sirve como si fuese otra y más débil
pierna tuya». Y en otro pasaje agrega: «No duermas dos
veces en el mismo sitio; desea siempre una estera que no
hayas calentado aún» _
Los diarios son un género muy antiguo y popular en la
literatura japonesa. Zeami escribió uno -E l libro de la Isla
de O ro- en el que entrevera pensamientos sueltos, poemas
y descripciones. Basho escribió cinco diarios de viaje, ver­
daderos cuadernos de bocetos, impresiones y apuntes.
Estos diarios son ejemplos perfectos de un género en boga

51
en la época de Basho y del cual él es uno de los grandes
maestros: el haibun^ texto en prosa que rodea, como si fue­
sen islotes, a un grupo de haikús. Poemas y pasajes en
prosa se completan y recíprocamente se iluminan. El me­
jor de esos cinco diarios de viaje es, según la opinión ge­
neral, Oku no HosomocbL En ese breve cuaderno hecho
de veloces dibujos verbales y súbitas alusiones -signos de
inteligencia que el autor cambia con el lector- la poesía se
mezcla a la reflexión, el humor a la melancolía, la anécdota
a la contemplación. Es difícil leer un libro - y más aún
cuando casi todo su aroma se ha perdido en la traducción-
que no nos ofrece asidero alguno y que se despliega ante
nuestros ojos como una sucesión de paisajes. Quizá haya
que leerlo como se mira al campo: sin prestar mucha aten­
ción al principio, recorriendo con mirada distraída la co­
lina, los árboles, el cielo y su rincón de nubes, las rocas...
De pronto nos detenemos ante una piedra cualquiera de
la que no podemos apartar la vista y entonces conversa­
mos, por un instante sin medida, con las cosas que nos ro­
dean. En este libro de Basho no pasa nada, salvo el sol, la
lluvia, las nubes, unas cortesanas, una niña, otros peregri­
nos. N o pasa nada, excepto la vida y la muerte:

Es primavera:
la colina sin nombre
e n tr e la niebla.

La idea del viaje -un viaje desde las nubes de esta exis- 丨
tencia hacia las nubes ae la otrá- está presente en toda la
obra de Basho. Viajero fantasma, un día antes de morir es- !
cribe este poema:
Caído en el viaje:
mis sueños en el llano
dan vueltas y vueltas.

En una forma voluntariamente antiheroica la poesía de


Basho nos llama a una aventura de veras importante: la
de perdernos en lo cotidiano para encontrar lo maravillo­
so. Viaje inmóvil, al término del cual nos encontramos con
nosotros mismos: lo maravilloso es nuestra verdad hu­
mana. En tres versos el poeta insinúa el sentido de este
encuentro:

Un relámpago
y el grito de la garza,
hondo en lo oscuro.

El grito del pájaro se funde al relámpago y ambos de­


saparecen en la noche. ¿Un símbolo de la muerte? La po­
esía de Basho no es simbólica: la noche es la noche y nada
más. Al mismo tiempo, sí es algo más pero es un algo que,
rebelde a la definición, se rehúsa a ser nombrado. Si el
poeta lo nombrase, se evaporaría. N o es la cara escondida
de la realidad; al contrario, es su cara de todos los días...
y es aquello que no está en cara alguna. El haikú es una
crítica de la realidad: en toda realidad hay algo más de lo
que llamamos realidad^ simultáneamente, es una crítica del
lenguaje:

Admirable
aquel que ante el relámpago
no dice: la vida huye...

Crítica del lugar común pero también crítica a nuestra

53
pretensión de identificar, significar y decir. El lenguaje
tiende a dar sentido a todo lo que decimos y una de las mi­
siones del poeta es hacer la crítica del sentido. Si decimos
que la vida es corta como el relámpago no sólo repetimos
un lugar común sino que atentamos contra la originalidad
de la vida, contra aquello que efectivamente la hace única.
La verdad original de la vida es su vivacidad y esa vivaci­
dad es consecuencia de ser vida mortal, finita: la vida está
tejida de muerte. Pero al decirlo convertimos en dos con­
ceptos, vida y muerte, la vivaz y fúnebre unidad vida-
muerte. ¿Hay un lenguaje que diga, sin decirla, esa unidad?
Sí, el haikú: una palabra que es la crítica de la realidad, un
lenguaje que es la burla oblicua de la significación. El haikú
de Basho nos abre las puertas de satori: el sentido y la fal­
ta de sentido, vida y muerte, coexisten. N o es tanto la anu­
lación de los contrarios ni su fusión como una suspensión
de ¿mimo. Instante de la exclamación o de la sonrisa: la po­
esía ya no se distingue de la vida, la realidad reabsorbe a la
significación. La vida no es ni larga ni corta sino que es
como el relámpago de Basho. Ese relámpago no nos avisa
de nuestra mortalidad; su misma intensidad de luz, seme­
jante a la intensidad verbal del poema, nos dice que el
hombre no es únicamente el esclavo del tiempo y de la
muerte sino que, dentro de sí, lleva a otro tiempo. Y la vi­
sión instantánea de ese otro tiempo se llama poesía: crítica
del lenguaje y de la realidad: crítica del tiempo. La sub­
versión del sentido produce una reversión del tiempo: el
instante del haikú es inconmensurable. La poesía de
Basho, ese hombre frugal y pobre que escribió ya entrado
en años y que vagabundeó por todo el Japón durmiendo
en ermitas y posadas populares; ese reconcentrado que
contemplaba largamente un árbol y un cuervo sobre el
árbol, el brillo de la luz sobre una piedra; ese poeta que

54
después de remendarse las ropas raídas leía a los clásicos
chinos; ese silencioso que hablaba en los caminos con los
labradores y las prostitutas, los monjes y los ñiños, es algo
más que una obra literaria: es una invitación a vivir de
veras la vida y la poesía. Dos realidades unidas, insepara­
bles y que, no obstante, jamás se funden enteramente: el
grito del pájaro y la luz del relámpago.

O.P.
Mexico, 1954

!• U tiliz o para m i traducción la versión inglesa de D o n a ld K eene


^Japanese Literature: An Introduction fo r Western Readers^ Londres,
1953).
2. El haiku n o se co n stitu y e co m o una form a prop iam ente au tó­
nom a hasta principios d el siglo x ix .
3. Floral art o f Japan^ T ok io, 1936.
4. C itado por A rthu r W aley en The N o plays o f Japany Londres,

I95〇 _
5. Sobre el haikú, su técnica y sus fuentes espirituales, léase la obra
q ue, en cuatro volú m en es, ha ded icad o R . f i . B ly th d tema: //¿«fe«,
H ok u seid o, T okio, 1951.

55
Sobre Yosa Buson

Su vida

Yosa Buson nació, según se cree, en Kema (provin­


cia de Settsu), barrio actual de la ciudad de Osaka, el año
1716. N o se sabe mucho de sus padres, acerca de los cua­
les Buson no aejo nada escrito.
Parece haber sido hijo ilegítimo del alcalde del lugar,
quien acaso lo haya tenido de una sirvienta o concubina
proveniente de Yosa (actualmente en la prefectura de
Kioto). Así se explica su apellido adoptivo Yosa; el real es
Taniguchi.
Hacia k edad de veinte años5Buson, ya huérfano y des—
pués de haber gastado alguna fortuna que le había dejado
su padre, se dirige a Edo, la actual Tokio, que por enton­
ces empezaba a cobrar creciente importancia como sede
del Gobierno del Shogún Tokugawa.
Joven de gran inclinación poética y artística, ingresa en
el grupo de discípulos del renombrado poeta Hayano
Hajin (1676-1742), quien se conocía con el seudónimo
Soka 7 reunía en «Yahantei», como llamaba a su casa, a va­
rios poetas. Soka fue discípulo de Enomoto Kikaku y de
Hattori Ransetsu, primeros seguidores de Matsúo Basho.
Yosa Buson de veintitrés años se hace pupilo de Ya-
hantei, y comienza a componer y pintar bajo el seudónimo
Saicho y la influencia del maestro Soka, hombre de vasta
cultura y de conducta intachable.
Buson parece haber perdido el deseo de vivir en Edo a
la muerte de su venerado maestro Soka, ocurrida en 1742.
Abandona, pues, Edo para emprender una vida errante de
diez años, viajando sin cesar por sus alrededores y por
aquellos lugares del norte del Japón que Basho había re­
corrido más de cincuenta años atrás.
En 1751, a los treinta y seis años de edad, Buson -ya
comenzaba a usar este seudónimo- se traslada a Kioto, en
donde se abre camino, con la amistosa acogida de Mochi-
zuki Sooku (1688-1766), discípulo también del maestro
Soka, logrando dedicarse a sus poesías.
Su vida sosegada y bastante holgada en Kioto le per­
mite visitar lugares históricos y literarios y mantener di­
versos contactos con los poetas de la ciudad.
Pasa algunos años en Miyazu, ciudad costera del mar
del Japón, cuyo ambiente y exuberantes paisajes parecen
haberlo llevado a dedicar más tiempo a la pintura que a la
poesía.
Su estilo, hasta entonces cercano al de la escuela Tosa o
Kano, pasa a otro más personal de líneas sencillas y suel­
tas, y en él dejo varias obras importantes, tales como
biombos de paisajes chinescos en combinación de tinta
negra con suave o tenue colorido, que le han dado tanta
fama.
En 1770, Buson traslada a Kioto la Yahantei, fundada
en Edo por su maestro Soka, y se entrega de nuevo a la ac­
tividad poética sin dejar la pintura.
Como poeta de haikai, reacciona contra la tenden­
cia -entonces generalizada- de vulgarizar el estilo de Ba-

57
sho, promueve su recuperación, y junto con sus seguido­
res publica obras como hAkegarasu (1773). Su dedicación
a Basho fue tanta que llegó a decir que le parecía que la
boca se le llenaba de espinas si pasaba tres días sin recitar
los poemas de Basho. Además, en diversas obras alegaba la
importancia y necesidad de seguir sus líneas de sabi o ele­
gancia sosegada.
En 1775 reconstruye la Choza Basho en el recinto del
templo Kompuku-ji de Kioto, y despliega diversas activi­
dades literarias y pictóricas.
En la pintura también, llega a la madurez a partir de
sus sesenta años, y deja varias obras de paisajes sobre las
cuatro estaciones del año, entre otras que firma con el seu­
dónimo Shain. Son obras ricas en expresiones, llenas de
sentimiento poético y de hermoso colorido.
También de la misma época son las pinturas del género
Haiga a las que pertenecen los renombrados rollos de
Oku-no-Hosomichi.
En 1783 enferma, 7 fallece a los sesenta y ocho años de
edad. Sus restos mortales descansan en Kompuku-ji de
Kioto.

Su Oku-No-Hosomichi

El Oku-no-Hosomichi ác Buson que reproducimos en


esta edición es el texto íntegro de los dos rollos que se con-
servan en el Museo Itsuo de la ciudad de Ikeda, prefectura
de Osaka, como colección privada del conocido empresa­
rio y amante de las artes Kobayashi Ichizo (1873-1957).
Estos rollos tienen ambos 28 cm. de ancho; uno mide 117
cm. de largo, y 121,5 el otro. El texto va de derecha a iz­
quierda, e intercala catorce pinturas.
Buson, como gran admirador de Basho, visitó los lu­
gares donde éste había estado. Mostró interés especial en
caligrafiar e ilustrar sus crónicas de viaje, entre ellas su pre­
dilecto Oku-no~Hosomichi.
Buson parece haber caligrafiado por encargo entre 1778
y 1779 unos diez ejemplares de Oku-no~Hosomicbiy tres
de los cuales se conservan todavía: uno en biombo en el
Museo de Yamagata, y los otros dos en rollos. De estos
rollos, uno es el de Itsuo 7 el otro se halla en el Museo Na­
cional de Kioto.
El Museo Itsuo guarda también unas setenta obras de
Buson de diferentes épocas. A esta colección pertenece el
retrato de Buson que utilizamos en la presente edición.
Los tres ejemplares existentes son similares aunque las
pinturas que intercalan tienen leves diferencias, y no todos
intercalan el mismo número de pinturas.
En la caligrafía del texto se notarán cambios de estilo en
sus letras del texto, pudiendo considerarse en él cuatro es­
tilos. Esto se atribuye a la costumbre practicada desde el
siglo XII de cambiar de estilo caligráfico en textos largos
de rollo. En todo caso, Buson sin duda cambió de estilo
para destacar la parte que más le atraía, y con el mismo ob­
jeto escribió los poemas en letras un poco más grandes.
En los últimos años de la vida de Buson, cuando éste
había alcanzado una perfecta combinación de la poesía y la
pintura, se intensifica aún más su devoción a Basho, re­
cuerda con añoranza sus días juveniles de continuos viajes,
y desea más que nunca antes la vuelta del mundo poético
del haikai al estilo Basho. Es entonces cuando crea esta
obra, que es sin duda una de las que mejor representan su
género de pintura haiga.
Eikichi Hayashiya
Tokio, octubre de 1992

59
Sendas de Oku
Los meses y los días son viajeros de la eternidad. El año.
que se va y el que viene también son viajeros. Para aque­
llos que dejan flotar sus vidas a bordo de los barcos o en­
vejecen conduciendo caballos, todos los días son viaje y
su casa misma es viaje. Entre los antiguos, muchos murie­
ron en plena ruta. A mí mismo, desde hace mucho, como
girón de nube arrastrado por el viento, me turbaban
pensamientos de vagabundeo. Después de haber recorrido
la costa durante el otoño pasado, volví a mi choza a ori­
llas del río y barrí sus telarañas. Allí me sorprendió el tér­
mino del año; entonces me nacieron las ganas de cruzar el
paso Shirakawa y llegar a Oku cuando la niebla cubre cielo
y campos. Todo lo que veía me invitaba al viaje; tan poseí­
do estaba por los dioses que no podía dominar mis pen­
samientos; los espíritus del camino me hacían señas y no
podía fijar mi mente ni ocuparme en nada. Remendé mis
pantalones rotos, cambié las cintas a mi sombrero de paja
y unté moxa quemada en mis piernas, para fortalecerlas.
La idea de la luna en la isla de Matsushima llenaba todas
mis horas. Cedí mi cabaña y me fui a la casa de Sampu,1
para esperar ahí el día de la salida. En uno de los pilares de
mi choza colgué un poema de ocho estrofas.2 La primera
decía así:

Otros ahora
en mi choza -mañana
casa de muñecas.5

62
Salimos el veintisiete del Tercer Mes. El cielo del alba
envuelto en vapores; la luna en menguante y ya sin brillo;
se veía vagamente el monte Fuji. La imagen de los ramos
dé los cerezos en flor de Ueno y Yanaka me entristeció y
me pregunté si alguna vez volvería a verlos. Desde la
noche anterior mis amigos se habían reunido en casa de
Sampu, para acompañarme el corto trecho del viaje que
haría por agua. Cuando desembarcamos en el lugar lla­
mado Senju, pensé en los tres mil ri de viaje que me aguar­
daban y se me encogió el corazón.4 Mientras veía el
camino que acaso iba a separarnos para siempre en esta
existencia irreal, lloré lágrimas de adiós:

Se vä la primavera,
quejas de pájaros, lágrimas
en los ojos de los peces.

Este poema fue el primero de mi viaje. Me pareció que


no avanzaba al caminar; tampoco la gente que había ido a
despedirme se marchaba, como si no hubieran querido
moverse hasta no verme desaparecer.
Sin muchas cavilaciones decidí, en el segundo año de la
era de Genroku (1689), emprender mi larga peregrinación
por tierras de Oou. Me amedrentaba pensar que, por las
penalidades del viaje, mis canas se multiplicarían en luga­
res tan lejanos y tan conocidos de oídas, aunque nunca vis­
tos; pero la violencia misma del deseo de verlos disipaba
esa idea y me decía: ¡he de regresar vivo! Ese día llegué a
la posada de Soka. Me dolían los huesos, molidos por el
peso de la carga que soportaban. Para viajar debería bas­
tarnos sólo con nuestro cuerpo; pero las noches reclaman
un abrigo; la lluvia, una capa; el baño, un traje limpio; el
pensamiento, tinta y pinceles. Y los regalos que no se pue­
dan rehusar... Las dádivas estorban a los viajeros.
Visitamos el santuario de Muro-no-Yashima. Sora,5mi
compañero, me dijo que la diosa de este santuario se llama
Konohana Sakuyahime (Señora de los Árboles Floridos) y
que es la misma del monte Fuji. Es la madre del príncipe
Hikohohodemino-Mikoto.6 Para dar a luz se encerró en
esa casa tapiada y se prendió fuego. Por eso el santuario
se llama Muro-no-Yashima, que quiere decir «Horno de
Yashima». Así se explica la costumbre de mencionar al
humo en los poemas que tiénen por tema este lugar. Tam­
bién se conserva una tradición que prohíbe comer los
peces llamados konoshiroJ
El día treinta nos hospedamos en una posada situada
en la falda del monte Nikko. El dueño de la posada me dijo
que se llamaba Gozaemon y que, por su rectitud, la gente
lo nombraba Gozaemon del Buda. «Reposen sosegados
esta noche», nos dijo,《 aunque su almohada sea un manojo
de hierbas.» Preguntándome qué Buda había reencarnado
en este mundo de polvo y yerros para ayudar a tan pobres
peregrinos como nosotros, me aeaiqué a observar la con­
ducta del posadero. Aunque ignorante y tosco, era de
ánimo abierto. Uno de esos a los que se aplica el «Fuerte,
resuelto, genuino: un hombre así, está cerca de la virtud».8
En verdad, su hombría de bien era admirable.
El día primero del Cuarto Mes oramos en el templo de
la montaña sagrada. Antiguamente la montaña se llamaba
Putara, pero el gran maestfo ICukai' al fundar d templo,
cambio su nombre por el de Nikko, que quiere decir «Luz
del Sol». El gran sacerdote adivinó lo que ocurriría mil
años después, pues ahora la luz de esta montaña resplan­
dece en el cielo, sus beneficios descienden sobre todos los
horizontes y los cuatro estados10viven pacíficamente bajo
su esplendor. La discreción me hace dejar el tema.11

Mirar, admirar
hojas verdes, hojas nacientes
entre la luz solar.

7〇
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La niebla envolvía al monte Cabellera Negra y la nieve
no perdía aún su blancura. Sora escribió este poema:

Rapado llego
a ti, Cabellos Negros:
mudanza de hábito.12

Sora es de la familia Kawai y su nombre de nacimiento


es Sogoro. Vive ahora cerca de mi casa, bajo las hojas de
Basho,13 y me ayuda en los quehaceres diarios. Deseando
ver los panoramas de Matsushima y Kisagata, decidió
acompañarme y así prestarme auxilio en las dificultades
del viaje. En la madrugada del día de la partida afeitó su
cráneo, cambió su ropa por la negra de los peregrinos bu­
distas y cambio la escritura de su nombre por otra de ca­
racteres religiosos.14 Estos detalles explican el significado
de su poema. Las palabras con que alude a su mudanza de
hábito dicen mucho sobre su temple.
En la montaña, a más de veinte cho de altura, hay una
cascada. Desde el pico de una cueva se despeña y cae en
un abismo verde de mil rocas. Penetré en la cueva y desde
atrás la vi precipitarse en el vacío. Comprendí por qué la
llaman «Cascada vista de espaldas».

Cascada - ermita:
devociones de estío
por un instante.IS

73
Tengo un conocido en un sitio llamado Kurobane, en
Nasu. Por buscarlo, atravesé en línea recta los campos
en lugar de ir por los senderos. A lo lejos se veía un pue­
blo pero de pronto empezó a llover y se vino encima la
noche; me detuve en casa de un campesino, que me dio
alojamiento. Al día siguiente crucé de nuevo los campos.
Encontré un caballo suelto y a un hombre que cortaba
yerbas, a quien pedí auxilio. Aunque rústico, era persona
de buen natural y me dijo: «Es difícil encontrar el camino
porque los senderos se dividen con frecuencia; un foras­
tero racilmente se perdería. N o quisiera que esto le ocu­
rriese. Lo mejor que puede hacer es tomar este caballo y
dejarse conducir por él hasta que se detenga; después, de­
vuélvamelo». Monté el caballo y continué mi camino. Dos
niños me siguieron corriendo durante todo el trayecto.
Uno era una muchacha llamada Kasane: nombre extraño
pero elegante.

¿Kasane, dices? 1
El nombre debe ser '‘
del clavel doble.16 |

A poco llegué al pueblo. En la silla de montar puse una


gratificación y devolví el caballo. 1

74
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〇’
' ' ^ が 忘 V^j
Visitamos al administrador del señorío de Kurobane,
un tal Jyoboji. N o nos esperaba y esto pareció redoblar la
alegría con que nos recibió. Pegamos la hebra y pasamos
charlando días y noches. Su hermano Tohsui también nos
visitó con frecuencia, nos llevó a su casa y nos presentó a
su familia. Todos nos hacían invitaciones. Al cabo de unos
días de descanso, recorrimos los alrededores y visitamos el
lugar en donde se ejercitaban en la cacería de perros.17 En
el llano de bambúes de Nasu visité la tumba de la señora
Tamamo18 y el santuario de Hachiman. Me enteré de que
Yoichi,19 cuando flechó el ábanico, invocó especialmente
a Hachiman, patrón de su país. El dios de este santuario es
precisamente aquel al que pidió ayuda Yoichi. Todo esto
me conmovió. Al ponerse el sol, regresé a casa de Tohsui.
Cerca hay un monasterio Shugen, llamado Komyo-ji.
Nos llevaron allí y en la ermita de Gyojya, ante sus san­
dalias gigantescas, compuse lo siguiente:

Sandalias santas:
me inclino: a mí me aguardan
verano y montes.20

En esta región, atrás del Ungan-ji, templo del Risco


entre las Nubes, perdida en la montaña, se encuentra la er­
mita del Venerable Buccho.21 Una vez él me dijo que había
escrito sobre la roca, con carbón de pino, esto:

Mi choza de paja:
ancho y largo
menos de cinco shaku.22
¡Qué carga poseerla!
Pero la lluvia...

77
Para ver lo que quedase de la cabaña me dirigí al templo.
Algunas gentes, la mayoría jóvenes, vinieron a ofrecerse
como guías. Conversando animadamente y sin darnos
cuenta llegamos a la falda de la montaña. La espesura era
impenetrable y sólo se veían a lo lejos los distintos sende­
ros del valle; pinos y cedros negros; el musgo goteaba agua
y estaba frío aún en el cielo del Cuarto Mes. Tras de con­
templar los Ríos Panoramas,23 cruzamos el puente y pasa­
mos el Pórtico... pero ¿dónde estaban las ruinas de la
ermita de Buccho? Al fin, trepando la montaña por detrás
del templo, descubrimos frente a una cueva una pequeña
choza colgada sobre la roca. Sentí como si me encontrase
en presencia de la Puerta de la M uerte del Gran Bonzo
Myo o de la Celda de Piedra del Maestro H oun.24
Escribí estos versos allí mismo y los deje pegados en
uno de los pilares de la ermita:

Ni tú la tocarás
pájaro carpintero:
oquedal en verano.
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Cerca de Kurobane se encuentra la Piedra-que-mata.25
Como decidiese ir a verla, el administrador del señorío me
prestó un caballo y un palafrenero. Durante el trayecto
aquel hombre de ruda apariencia me rogó que compusiese
un poema. Me sorprendió tanta finura y escribí lo si­
guiente:

A caballo en el campo,
y de pronto, detente:
¡el ruiseñor!

Detrás de la montaña, junto al manantial de aguas ter­


males, se halla la Piedra-que-mata. El veneno que destila
sigue siendo de tal modo activo que no se puede distinguir
el color de las arenas en que se asienta, tan espesa es la capa
formada por las abejas y mariposas que caen muertas ape­
nas lo rozan.
En el pueblo de Ashino están los «sauces temblando en
el agua clara».26 Se les ve entre los senderillos que dividen
un arrozal de otro. Koho, el alcalde de este lugar, nos había
prometido muchas veces que un día nos lo mostraría.
Ahora por fin podía contemplarlos. Pasé un largo rato
frente a un sauce:

Quedó plantado
el arrozal cuando le dije
adiós al sauce.

81
Había estado varios días inquieto pero mi ansiedad
errante se apaciguó cuando llegamos al Paso de Shirakawa.
Cuánta razón tenía aquel poeta que al llegar a este lugar
dijo: «¡Si sólo pudiera darles un vislumbre de esto a los de
la capital!».^ El Paso de Shírakawa es uno de los tres más
famosos del Japón y es el más amado por los poetas. En
mis oídos soplaba «el viento del otoño»/8 en mi imagina­
ción brillaban «sus hojas rojeantes»,^ pero ante mis ojos,
delicia de la vista, manchas reales de verdor se extendían
aquí y allá. Blancas como lino las flores de U^° y no menos
blancos los espinos en flor -era como si caminásemos
sobre un campo de nieve. Kiyosuke cuenta que hace mu­
chos años, al atravesar este paraje, un viajero se vistió con
su traje de corte y se colocó en la cabeza el sombrero de
ceremonia.31Aludiendo a este episodio, Sora escribió estos
versos:

La flor U en mi sombrero.
Para cruzar Shirakawa
no hay mejor atavío.

82
Con animo indiferente pasamos el río Abukuma. A la
izquierda, las cimas de Aizu; a la derecha, los caseríos de
Iwaki, Soma y Miharu; a lo lejos, las cadenas de montañas
que dividen Hitacm de Shimo-tsuke. Bordeamos la La­
guna de los Reflejos: como el día estaba nublado, nada se
reflejaba en ella.32 En la posada del río Suga visitamos a
cierto Tokyu, que nos detuvo cuatro o cinco días. Lo pri­
mero que hizo al verme fue preguntarme: «¿Cómo atra­
vesó el paso de Shirakawa?». En verdad, desasosegado por
viaje tan largo y el cuerpo tan cansado como el espíritu;
además, la riqueza del paisaje y tantos recuerdos del pa­
sado me turbaron e impidieron la paz necesaria a la con­
centración. Y no obstante:

Al plantar el arroz
cantan: primer encuentro
con la poesía.

Al decirle estos versos, agregué a guisa de comentario:


«Imposible pasar por ahí sin que fuese tocada mi alma». Mi
poema le gustó a Tokyu, quien escribió a continuación un
segundo, Sora añadió otro y así.compusieron una tríada.
Al lado de la posada había un gran castaño, a cuya som­
bra vivía un solitario. Recordé a aquel que había vivido de
las bellotas que encontraba y anoté la siguiente reflexión:
«El ideograma de castaño está compuesto por el signo de
oeste y el signo de árbol, de modo que alude a la Región
Pura de Occidente.33 Por eso el cayado y los pilares de la
ermita del bonzo Gyoki34 eran de madera de castaño».

Sobre el tejado:
flores de castaño.
El vulgo las ignora.
Aproximadamente a cinco ri de la casa de Tokyu está la
posada de Hiwada y cerca de ella, bordeado por el camino,
el monte Asaka. Abundan las lagunas. Se aproximaba la
época de la cosecha de katsumi, por lo que pregunté a
la gente: «¿Cuál es la planta que llaman hanakatsumi?».35
Nadie lo sabía. La busqué a la orilla de las lagunas, volví a
preguntar a los nativos y así anduve indagando por kat-
sumi y katsumi. Mientras tanto, el sol rozaba la cresta de
la montaña. Torciendo a la derecha desde Nihonmatsu,
fuimos a echar un vistazo a la cueva de Kurozuka.30 Nos
hospedamos en Fukushima.
Al amanecer salimos rumbo a Shinobu, para contem­
plar la piedra con que imprimen los dibujos en las telas.37
La encontramos, medio cubierta de tierra, en un pueblo
en la falda de la montaña. Los muchachos del lugar se acer­
caron y nos dijeron: «Antes estaba en la punta del cerro
pero las gentes que pasaban por aquí cortaban las plantas
de cebada, que luego machacaban con la piedra. Los cam­
pesinos se enojaron y la echaron al valle. Por eso la piedra
está boca abajo».

Manos que hoy plantan el arroz:


ayer, diestras, dibujos
imprimían con una piedra.

86

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Después de haber atravesado el vado de Tsukinowa lle­
gamos a la posada de Senoue. Cerca de la montaña, a ri y
medio a la izquierda, se hallan las ruinas de la mansión de
Sato Shoji.38 Como nos dijeron que estaban en Sabano
de Iizuka, nos echamos a andar y preguntando por los ca­
minos llegamos hasta Maruyama: ahí está el antiguo casti­
llo de Shoji. Nos enseñaron lo que quedaba de la Gran
Puerta en la falda del monte y los ojos se me humedecie­
ron. En un viejo monasterio cercano se conservan todavía
las estelas de la familia entera. Me conmovieron sobre todo
los epitafios de las dos nueras. El llanto mojaba mis man­
gas mientras pensaba cómo estas dos mujeres, no obstante
su sexo, habían inscrito sus nombres en los anales del
valoré? La estela que contemplaba merecía llamarse como
aquella de la antigua China: «Lápida grabada con lágri­
mas».40 Entré en el templo y pedí una taza de té. Ahí en­
señan como tesoros la espada de Yoshitsune y el morral
de Benkei.41

Espada y morral:
Fiesta de Muchachos,
banderas de papel...

H oy es el primero del Q uinto Mes.42


Esa noche nos hospedamos en Iizuka; allí nos bañamos
en las aguas termales. La casa en donde nos dieron posada
era miserable y su piso era de tierra. Como no había si­
quiera una lámpara, arreglé mis alforjas al resplandor del
fuego del hogar y extendí sobre el suelo mi estera. Apenas
cayó la noche se desató la tormenta y empezó a llover a
cántaros. El agua se colaba por los agujeros del techo y me
empapaba; además, las pulgas y los mosquitos me martiri­
zaban sin que me dejasen cerrar los ojos. Entonces mi vieja
enfermedad se despertó, volvió a atacarme y sufrí tales có­
licos que creí morir. Pero las noches de esta época son cor­
tas y poco a poco el cielo comenzó a aclararse. Partimos
con la primera luz. N o me sentía bien y el dolor no me de­
jaba. Alquilamos caballos y nos dirigimos hacia Koori.
Con un viaje aún largo en perspectiva, mi estado me de­
sasosegaba aunque el andar de peregrino por lugares per­
didos, me decía, es como haber dejado ya el mundo y re-
signarse a su impermanencia: si muero en el camino, será
por voluntad del cielo. Estos pensamientos me dieron áni­
mos y zigzagueando de aquí para allá por las veredas de­
jamos atrás la Gran-Puerta-de-M adera4J de Date.

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Pasamos por el pueblo de Abumizuri y el castillo de
Shiroishi y llegamos al departamento de Kasajima. Pre­
guntamos a la gente por la tumba de Toh-no-Chujyo Sa-
nekata.44N os indicaron que «allá lejos, a la derecha, al pie
de la montaña, entre dos lugares llamados Minowa y Ka­
sajima, existen aún el Santuario del Dios de los Caminos y
los Juncos del Recuerdo».4S Las lluvias de mayo habían
deshecho los senderos y estábamos muy fatigados, de
modo que nos contentamos con ver desde lejos aquellos
sitios. Mientras caminaba se me ocurrió que Minowa
(capa) y Kasajima (sombrero) eran nombres que tenían in­
dudable relación con las lluvias del mes:

El Quinto Mes,
sus caminos de lluvia:
¿dónde estará Kasajima?

N os hospedamos en Iwanuma.

93
Al ver el pino de Takekuma, de veras sentí como si des­
pertara. Desde la raíz el árbol se divide en dos troncos;
según nos dijeron, la forma de ahora es la misma que tenía
hace siglos. Recordé al maestro Noin.46 Hace mucho pasó
por este lugar un señor que iba a tomar posesión de la
gubernatura de Mutsu y cortó el árbol, para usarlo como
pilar del puente del río Natori; y a esto alude la poesía de
Noin: «no hay ya ni restos del famoso pino». Una gene­
ración lo corta y otra lo vuelve a plantar; ahora, crecido
de nuevo, parece como si tuviese mil años de edad- Real­
mente es hermoso:

Ya que no vuestras flores,


mostradle, cerezos tardíos,
el pino de Takekuma. )

Un discípulo llamado Kyohaku me dedicó, al despe­


dirme, este poema. Así le respondí:

De los cerezos en flor


al pino, de dos troncos:
tres meses ya.
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Cruzamos el río Natori y llegamos a Sendai. Era el día
en que adornan los tejados con hojas de lirios cárdenos.47
Encontramos una posada y allí nos alojamos cuatro o
cinco días. En esta villa vive un pintor llamado Kaemon.
N os habían dicho que era un hombre sensible; lo busqué
y nos hicimos amigos. El pintor me dijo que se ocupaba en
localizar los lugares famosos que mencionan los antiguos
poetas y que, por el paso de los años, ya nadie sabe dónde
se encuentran. U n día me llevó a visitar algunos: en Miya-
gino los campos estaban cubiertos de hagi^%e imaginé su
hermosura en otoño; en Tamada, Yokono y Tsutsuji-ga-
oka (colina de azaleas), florecía el asebia penetré en un
bosque de pinos adonde no llegaba ni una brizna de sol,
paraje que llaman «Penumbra de árboles», tan húmedo
por el rocío de la arboleda que dio lugar a aquella poesía
que comienza: «¡Ea, los guardias! ¡Su sombrero!».
Después de orar en el templo de Yakushi-do y en el
santuario de Tenjin, contemplamos la puesta de sol. El
pintor me regaló pinturas de paisajes de Matsushima y
también, como despedida, dos pares de sandalias de cor­
dones azules. Su gusto era perfecto y en esto se reveló tal
cual era:

Pétalos de lirios
atarán mis pies:
¡correas de mis sandalias!

97
Siguiendo el trazado del mapa que nos había hecho
aquel pintor, llegamos al sendero de Oku. A un lado del
sendero, cerca de la montaña, se hallan los juncos de Tofu.
N os contaron que los lugareños, todos los años, todavía
tejen una estera y se la ofrecen como homenaje al gober­
nadora1
La estela de Tsubo está en el castillo de Taga, en el valle
de Ichikawa. Mide un poco más de seis shaku de largo y
cerca de tres de ancho. A través del musgo que la cubre
se distingue apenas una inscripción. Primero indica las
distancias que hay desde este sitio hasta todas las fronte­
ras y después dice: «Este castillo fue edificado en el pri­
mer año de Jinki (724) por el inspector y capitán general
Ohno Azumahito y fue reconstruido en el sexto año de
Tempyo-Hohji (762) por el consejero de la corte, visita­
dor y capitán general Emi Asakari. Primer día deja de-
cimosegunda luna». Pertenece a la época del emperador
Shomu.
Al visitar muchos lugares cantados en viejos poemas,
casi siempre uno se encuentra con que las colinas se han
achatado, los ríos han cambiado su curso, los caminos
se desvían por otros parajes, las piedras están medio ente­
rradas y se ven pimpollos en lugar de los árboles aquellos
antiguos y venerables. El tiempo pasa y pasan las genera­
ciones y nada, ni sus huellas, dura y es cierto. Pero aquí
los ojos contemplan con certeza recuerdos de mil años y
llegaba hasta nosotros el pensamiento de los hombres de
entonces. Premios de las peregrinaciones... El placer
de vivir me hizo olvidar el cansancio del viaje y casi me
hizo llorar.
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Después visitamos el río Tama de N oda y la roca de
Oki.s3 En Sue-no-Matsuyama hay un monasterio llamado
Masshozan. Entre los pinos hay muchas tumbas. Ver que
en esto terminan todos esos juramentos y promesas de
vivir «como el pájaro de dos cabezas» o «los árboles de ra­
mas unidas»54 aumentó mi tristeza. Cuando llegamos a la
bahía de Shiogama, tañían las campanas del crepúsculo re­
pitiéndonos que nada permanece. El cielo lluvioso del
Q uinto Mes se aclaró levemente y la luna del atardecer se
mostró pálida. La isla de Magaki parecía al alcance de la
mano: tan cerca se veía. Los pescadores remaban en sus
barquitas, todas formadas en hilera y se oían las voces de
los que repartían los peces. Recordé el verso: «atados con
sogas».55 Comprendí al poeta y me conmoví.
Esa noche oí a un bonzo ciego cantar en el estilo del
norte llamado O ku-Johruri, acompañado por el instru­
mento biw aJ6 Su estilo no era el usual del acompaña­
miento de las baladas guerreras o de los cantos para
danzar. El son era rústico y como tocaban cerca de donde
reposaba me pareció demasiado ruidoso. Pero era admi­
rable que en tierras tan lejanas no se hubiese olvidado la
tradición y se cantasen esos viejos romances.

103
En la madrugada fui al santuario de Shiogama. Re­
construido por el actual gobernador, sus columnas son
suntuosas y pesadas; las vigas de la techumbre relucen pin­
tadas de colores brillantes y los peldaños de su escalera de
piedra se repiten hasta perderse de vista. El sol temprano
chisporroteaba sobre las balaustradas de laca roja. Me im­
presionó que en rincones tan apartados de este mundo
manchado, la devoción a los dioses estuviese tan viva. Esto
es algo muy de la tradición de mi país. Frente al santua­
rio hay una antigua linterna con una pequeña puerta de
hierro que dice: «Ofrenda de Izumi Saburo^7 año tercero
de Bunji» (1187). Cómo sería todo esto hace quinientos
años... Este Izumi fue un guerrero valiente, fiel y leal; su
nombre aún es venerado y todo el mundo lo recuerda con
amor. La verdad de los clásicos resplandece: «Leal a tu ley
y a tu palabra: la fama te seguirá». Cerca ya del mediodía,
tomamos un barco que nos condujo a Matsushima, que
está a unos dos ri de distancia, y desembarcamos en la
playa de Ojima.

104
Ya es un lugar común decirlo: el paisaje de Matsushima
es el más hermoso del Japón. N o es inferior a los de Do-
teiko y Seiko,ss en China. El mar, desde el sureste, entra
en una bahía de aproximadamente tres ri, desbordante
como el río Sekkoh59 de China. Es imposible contar el nú­
mero de las islas: una se levanta como un índice que señala
al cielo; otra se tiende boca abajo sobre las olas; aquélla
parece desdoblarse en otra; la de más allá se vuelve triple;
algunas, vistas desde la derecha, semejan ser una sola y vis-
tas del lado contrario se multiplican. Hay unas que pare­
cen llevar un niño a la espalda; otras como si io llevaran
en el pecho; algunas parecen mujeres acariciando a su hijo.
El verde de los pinos es sombrío y el viento salado tuerce
sin cesar sus ramas de modo que sus líneas curvas parecen
obra de un jardinero. La escena tiene la fascinación dis­
tante de un rostro hermoso. Dicen que este paisaje fue
creado en la época de los dioses impetuosos, las divinida-
des de las montañas.60 N i pincel de pintor ni pluma de
poeta pueden copiar las maravillas del demiurgo.
Ojima es una estrecha lengua de tierra que penetra en el
mar. Todavía hay vestigios de la ermita del bonzo Ungo y
aún puede verse la roca sobre la cual meditaba. Se entrevén
algunos devotos que viven a la sombra de los pinos, reti­
rados de la vida mundana. Habitan apaciblemente en cho­
zas de paja, de las que sale continuamente el humo de los
conos de pino y hojas secas que queman. Aunque no sabía .
qué clase de gente realmente era aquélla, sentí unas extra-
ñas ganas de conocerlos, pero cuando me acercaba a una
de sus chozas me detuvo el reflejo de la luna sobre el mar:61
el paisaje de Matsushima se bañaba ahora en una luz dife­
rente a la del día anterior. Regresé a la playa y me hospedé
en su parador. Mi cuarto estaba en el segundo piso y tenía
grandes ventanas. Dormir viajando entre nubes, mecido
por el viento. Extraña, deliciosa sensación.

En Matsushima
¡sus alas plata pídele,
tordo, a la grulla!62
Sora

Me acosté sin componer poesía pero no pude dormir.1


Recordé el poema chino sobre Matsushima que Sodo me
regaló al abandonar mi choza. También Hara Anteki
me había dedicado un tanka con el mismo tema. Abrí mi
alforja e hice de esos dos poemas los compañeros de
mi insomnio. Había también los haikús de Sampu y Jyo-
kushi•幻
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108
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El día once practicamos nuestras devociones en el tem­
plo de Zuigan-ji. El trigésimo segundo patriarca, Heishiro
de Makabe, a su regreso de China, fundó este templo. Des­
pués, gracias al maestro de zen, el bonzo Ungo, se her­
mosearon los edificios principales, resplandecieron sus
oros y azules y el templo se convirtió en una construcción
que parece la réplica del Paraíso. ¿Cuál sería, entre todas
estas construcciones, la de aquel santo Kembutsu?64
Día doce. Deseábamos ir a Hiraizumi y en el camino
preguntamos por el pino de Aneha y el puente de Odae,6^
a los que tantos poemas se refieren. Como apenas si pasa
gente por esos senderos, veredas para cazadores y leñado­
res, nos extraviamos, confundimos el camino y sin que­
rerlo llegamos al puerto de Ishinomaki. Desde allí se ve, al
otro lado del mar, el monte Kinkazan, del que un antiguo
poeta dijo: «el monte donde florece el o ro ...» /6 Cientos
de barcos se apiñan en la bahía丨 las casas se apeñuscan unas
contra otras y el humo de sus chimeneas enturbia el cielo.
Me dije: yo no quería venir a este lugar... Buscamos po­
sada para pasar la noche pero nos rechazaron en todas par­
tes. Al fin logramos albergue en una cabaña miserable y al
día siguiente continuamos nuestro camino, sin saber a
ciencia cierta qué dirección deberíamos tomar. Camina­
mos por los bordes del río y, sin detenernos, echamos un
vistazo al vado de Sode, la dehesa de Obuchi y el cañave­
ral de Mano. Más tarde, con el corazón en un puno, reco-
rrimos las orillas de un inmenso pantano. Pasamos una
noche en Toima y llegamos al fin a Hiraizumi. Creo que
caminamos más de veinte ri.
El esplendor de tres generaciones de Fujiwara duró el
sueño de una noche. Los restos de la entrada principal de
la mansión están a la distancia de un ri del conjunto de las
ruinas. El palacio de Hidehira67 es un erial y sólo queda en
pie el monte Gallo de Oro. Subí a las ruinas del palacio
Takadate. Desde allí se ve el Kitakami, gran río que viene
del sur; el río Koromo, tras de ceñir al castillo de Izumi, se
le une bajo el palacio Takadate; las ruinas del castillo de
Yasuhira, con el paso de Koromo, que está más adelante,
guardan la entrada del sur y constituyen una defensa con­
tra toda invasión. Aquí se encerraron los fieles elegidos.68
De sus hazañas nada queda sino estas hierbas. Recuerdo
el antiguo poema: «Las patrias se derrumban, ríos y mon­
tañas permanecen; sobre las ruinas del castillo verdea la
hierba, es primavera».69 Me siento sobre mi sombrero y
lloro, sin darme cuenta del paso del tiempo:

Hierba de estío:
combates de los héroes,
menos que un sueño.

Sora escribe otro poema:

Flores de U:
¡Ah, canas del héroe
Kanefusa!7。
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任ふ今 >>々 未 暫^ 皤 ^ ぞ
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Me habían encomiado mucho las dos famosas capillas.
Ambas estaban abiertas; en la de los Sutras están las es­
tatuas de los tres capitanes y en la de la Luz71 yacen tres
ataúdes, tres Budas velan. Los Siete Tesoros72 se han dis­
persado, el viento ha roto las puertas incrustadas de perlas
y las columnas doradas se pudren bajo la escarcha y la nie­
bla. Hace tiempo que todo se habría derrumbado, agrie­
tado por el abandono y comido por las plantas salvajes,
pero han levantado nuevos muros y han construido un
techo contra el agua y el viento. Estos monumentos, vie­
jos de mil años, todavía afrontarán al tiempo:

Terco esplendor:
frente a la lluvia, erguido
templo de luz.7;
Mientras a lo lejos se veía el camino de Nambu, llega­
mos al pueblo de Iwade, en donde pernoctamos. Reco­
rrimos después Ogurosaki y las islas de Mizu; tras de pasar
por las fuentes termales de Narugo, intentamos penetrar
en la provincia de Dewa por el paso de Shitomae. Como
por ese camino son pocos los viajeros los guardias nos ob­
servaron con desconfianza y nos detuvieron bastante
tiempo. Ya había oscurecido cuando nos acercamos al
monte Ohyama, de modo que, pasando cerca de la casa de
un guardia, nos aproximamos y le pedimos albergue por la
noche. Se desató un temporal y durante tres días nos
vimos obligados a quedarnos en esas ariscas soledades.

Piojos y pulgas;
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cerca de mi almohada,
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El dueño de la posada nos advirtió que el camino hacia
la provincia de Dewa no era muy seguro, pues había que
cruzar el monte Ohyama, y nos recomendó que contratá­
semos un guía. Como asintiésemos, él mismo se encargó
de conseguirlo y al poco tiempo se presentó con un rollizo
joven, daga curva al cinto y en la diestra un grueso bastón
de roble. El mocetón marchaba delante de nosotros. Mien­
tras trotaba a su zaga, me decía: «ahora sí de seguro nos
acecha un percance». Según lo había anunciado el posa­
dero, la montaña era abrupta y hostil. N i el grito de un pá­
jaro atravesaba el silencio ominoso; al caminar bajo los
árboles la espesura del follaje era tal que de veras andába­
mos entre tinieblas; a veces parecía caer tierra desde las
nubes.74 Hollamos matas de bambú enano, vadeamos ria­
chuelos, tropezamos con peñascos y, con el sudor helado
en el cuerpo, culebreamos sin parar hasta llegar a la villa de
Mogami. Al despedirse, el guía nos dijo sonriendo: «en
este camino siempre suceden cosas inesperadas y ha sido
una fortuna traerlos hasta aquí sin contratiempos». Aún
me dan frío sus palabras.

119
En Obanazawa visitamos a un tal Seifu.75 Hombre nada
vulgar, a pesar de su riqueza. Como de vez en cuando sus
negocios lo llevaban hasta la capital, comprendía las nece­
sidades de los viajeros y las penalidades que sufren en sus
viajes. Nos dejó su casa por unos días y, no satisfecho con
dar reposo a nuestros quebrantados cuerpos, nos ofreció
muchos entretenimientos.

En la frescura
me tiendo y sesteo
como en mi lecho.

Sal, no te escondas
-bajo la Kaiya76 en sombra
vocea el sapo.

Flor carmín,77 cardo


que recuerda al pincel
para las cejas.

しrían gusanos de seda


pero en sus ropas:
aroma de antigua inocencia.78

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En el señorío de Yamagata hay un templo en la mon­
taña llamado Ryushaku-ji. lo fundó el gran maestro Ji-
kaku^ y es un lugar famoso por su silencio. Como me
recomendaron que fuésemos a verlo, tuvimos que regresar
a Obanazawa y caminar cerca de siete ri. El sol no se ocul­
taba aún y pedimos hospitalidad en uno de los asilos para
los peregrinos que se encuentran en las estribaciones del
monte. Después subimos al santuario, que está en la cum-
bre. La montaña es un hacinamiento de rocas y peñas,
entre las que crecen pinos y robles envejecidos; la tierra y
las piedras estaban cubiertas por un musgo suave y todo
parecía antiquísimo. El templo está construido sobre la
roca; sus puertas estaban cerradas y no se oía ningún
ruido. Di la vuelta por un risco, trepé por los peñascos y
llegué al santuario. Frente a la hermosura tranquila del pai­
saje, mi corazón se aquietó:

Tregua de vidrio:
el son de la cigarra
taladra rocas.8。
Habíamos planeado hacer la travesía en barca por el río
Mogami y en el lugar llamado Ohishida hicimos alto en
espera de que el tiempo mejorase. Allí me dijeron: «Las
semillas de la vieja escuela de haikai cayeron hace mucho
en esta tierra; los días de su florecimiento no han sido ol­
vidados y todavía conmueve a la soledad en que viven los
poetas de Ohishida el sonido de las flautas mongólicas...
Queremos marchar juntos por el camino de la poesía; va­
cilamos entre el nuevo y el viejo estilo porque no tenemos
a nadie que nos guíe: ¿quiere ayudarnos?». N o pude re­
husarme y me uní a ellos para componer juntos una serie
de poemas. De todas las reuniones poéticas de mi viaje,
ésta fue la que dio mejores frutos.81

124
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El río Mogami sale del señorío de Michinoku, deja atrás
Yamagata y bordeando el costado norte del monte Itajiki
desemboca en el mar de Sakata. En su trayecto fluye entre
gargantas angostas y erizadas, como Goten y Hayabusa. A
la izquierda y a la derecha las montañas parecían juntarse
sobre nuestras cabezas, mientras el barco se deslizaba bajo
la espesura ae los árboles que crecen a sus flancos. A bar­
cos como el nuestro los llamaban «barcos de arroz».82
Vimos despeñarse a la cascada de Shiraito entre el verde
follaje y a la orilla, colgado de un farallón, al Templo del
Ermitaño. Por la crecida, la navegación era ardua:

Junta las lluvias


del Quinto Mes el río-
y al mar las lanza.85

El tercer día del Sexto Mes subimos al monte Haguro.


Preguntamos por uno que se llama Zushi Sakichi, poeta
en haikai. Él nos llevó ante el abad Egaku, prior del mo­
nasterio, quien después de recibirnos ordenó que se nos
hospedase en uno de los templos dependientes de Mina-
midani. Allí fuimos atendidos con exquisita cortesía. El
día cuatro, en el templo principal, celebramos una reunión
de renga-haikai. Mi estrofa inicial:

¡Qué cortesía!
Hasta la nieve es fragante
en Minamidani.

127
El día cinco oramos en el gran Santuario. N o se sabe en
qué época vivió su fundador, el sacerdote Nohjyo. En los
Ritos de Erigid aparece como el Santuario de Ushu-sato-
yama; el nombre original debe haber sido Ushu-kuroyama
y, abreviándolo, lo convirtieron en Haguro-yama (monte
Haguro). La razón de que esta provincia se llame Dewa
(rica en plumas) es que, según dice la crónica, fue aquí
donde se hizo la ofrenda de las plumas de ave a la Casa
Imperial.85 El paraje se llama Tres Montes, aludiendo a
Haguro, Gassen y Yudono. Actualmente el santuario está
bajo la jurisdicción del templo de Kan-ei-ji, en Edo.
En este monasterio la doctrina del budismo Tendai -«la
negación conduce al conocimiento»- brilla como una luna
límpida y su prédica de la conquista de la serenidad por
medio de la identidad (de los contrarios) es como una lám-
parä que no se apaga nunca. Las celdas no están apartadas
sino juntas y los monjes peregrinos que pasan por aquí ri­
valizan en rigor ascético con los que viven en permanen­
cia. Todo lo que se ve és prueba del milagroso poder de
este lugar santo y mueve a la piedad. La montaña, admi­
rada y venerada por todos, difunde su poder sagrado en
toda la región.

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El día octavo escale el monte Gassan. Llevaba una bu­
fanda de algodón en los hombros y una capucha blanca en
la cabeza; conducido por el guía caminé ocho ri sobre nie­
ves, bajo nubes y entre nieblas. Era como andar por esos
pasos de bruma en las rutas del sol y de la luna. Al llegar
a la cumbre, el cuerpo helado y la respiración cortada, el
sol se ponía y la luna se asomaba, me tendí y esperé a que
amaneciera. Cuando las sombras se abrieron y el sol apa­
reció, me incorporé e inicie mi marcha hacia Yudono.
En un rincón del valle se encuentra la «cabaña de los
forjadores». En esta provincia los forjadores usan agua sa­
grada del valle para sus ritos de purificación y sólo des­
pués de cumplirlos baten sus espadas, a las que estampan
la marca Gassan, de gran renombre en su tiempo. Segura­
mente siguen el ejemplo de aquellos chinos que cinglaban
sus espadas en la fuente del Dragón; la devoción de estos
herreros por su oficio los ha llevado a forjar sables dignos
de ios más famosos, como Kansyo y Bakuya.86
Me senté sobre una roca y mientras descansaba descu­
bría un árbol de cerezo de tres shaku de altura, ¡sus capu­
llos estaban entreabiertos! Maravillosa lección la de ese
cerezo tardío que rio olvidaba ä la primavera ni aun sepul­
tado bajo la nieve. Flores y hielo me recordaron a aquellas
flores de ciruelo bajo un cielo incandescente de que habla
una poesía china; y también me hicieron pensar en el
poema del maestro Gyoson - y aún con mayor intensidad.87
Según las leyes de los peregrinos budistas, está prohi­
bido dar pormenores de lo que ven los ojos en este monte;
obedezco y me callo... Regresé al templo que nos servía de
posada y a petición del prior escribí los siguientes poemas
sobre nuestra peregrinación a los tres montes:

¡Ah, la frescura!
La luna, arco apenas
sobre el Ala Negra.88

Picos de nubes
sobre el monte lunar:
hechos, deshechos.89

Sobre Yudono
ni una palabra: mira
mis mangas mojadas.9。

Sora escribió este poema:

Yudono: piso
la senda de monedas
corren mis lágrimas, 1

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Salimos de Haguro y llegamos al pueblo que está al pie
del castillo de Tsurugaoka. Paramos en casa de un samurái,
Nagayama Shigeyuki. Allí compusimos un renga haikai.
Hasta aquí nos acompaño aquel Zushi Sakichi. En barco
fuimos al puerto de Sakata y nos alojamos en casa de un
médico llamado Enan Fugyoku.

Rueda del monte


al mar, de Atsumi a Fuko,
la tarde fresca.92

Río Mogami:
tomas al sol y al mar
lo precipitas.

135
Ríos o montes, playas o valles: había visto muchos y
admirables pero ahora la idea de ver a Kisagata me atena­
zaba. Desde el puerto de Sakata caminamos y caminamos,
subiendo y bajando colinas, hollando sableras, bordeando
litorales y no habíamos avanzado más de unos diez ri
cuando, el sol ya a ras del horizonte, el viento de alta mar
amotinó las arenas y empezó a llover... así vimos esfu­
marse el perfil del monte Chokai. Me dijo que si el paisaje
con lluvia era hermoso -como ver algo en la penumbra- lo
sería también sin ella. Con esta idea pernoctamos en la
choza de un pescador, esperando que cesase de llover.
Al día siguiente por la mañana el cielo estaba despejado
y la luz del sol matinal lucía radiante. N os embarcamos en
la bahía de Kisagata. Primero nos acercamos a la isla de
N oin y visitamos el lugar en donde el Maestro estuvo re­
cluido durante tres años;93 después desembarcamos en la
orilla opuesta: allí todavía está un viejo árbol de cerezo,
sobre el cual el Maestro Saigyo escribió el poema «Re­
man sobre las flores».94 Muy cerca, a la orilla del agua, se
encuentra un mausoleo que dicen es de la emperatriz
Jingu.?5El monasterio vecino se llama Kanmanju-ji; nunca
he oído que la emperatriz hubiese visitado ese lugar. ¿No
es extraño?... En la celda del prior del templo me siento y
corro la cortina de bambú: la bahía entra por mis ojos. Al
sur, el monte Chokai sostiene al cielo y la imagen de su
mole flota sobre las aguas; al oeste, la barrera de Muya-
muya cierra el paso a la ruta; al este hay un dique y, más
allá, se ve el camino hacia Akita, que se adelgaza hasta des­
vanecerse; la mar se tiende al norte y el paraje golpeado
por las olas se llama Shiogoshi. La bahía tiene un ri apro-

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ximadamente de ancho y de largo. Se parece a Matsushima
y es distinta. Matsushima se ríe y Kisagata frunce el en­
trecejo; a la serenidad une la melancolía y la quietud del
paisaje pesa sobre el alma:

Bahía Kisa:
Seishi duerme en la lluvia,
mimosas húmedas.96

Mojan las olas


Shiogoshi
Las patas de las grullas
¡Qué fresco el mar!97

Sobre el festival, Sora escribió este poema:

En esta Kisa
¿Qué guisos comerán,
el día del Festival?98

Un comerciante de la provincia de Mino, Teiji, escribió


este otro:

Frente a su choza,
sobre la tabla echado:
sobre el frescor."

Sora halló un nido de pájaros misago y compuso lo si­


guiente:

Nido del águila:


amores que no alcanzan
los oleajes.1。0

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Se nos hacía imposible irnos de Sakata y en ese embe­
leso se pasaron unos días. Al fin, me despertó la idea de
los caminos del norte cubiertos de nubarrones y me opri­
mió el pecho calcular la distancia que aún nos faltaba para
recorrer: había más de ciento treinta ri, nos dijeron, hasta
la capital de la provincia de Kaga,
Transpuesto el paso de Nezu, entramos en tierras de
Echigo; luego de nueve días llegamos al paso de Ichiburi,
en la provincia de Etchu; el calor y la humedad me marti­
rizaban y la enfermedad de siempre volvió a atacarme. N o
escribí nada, excepto estos poemas:

Séptima luna:
la noche del seis no es
como las otras.101

Tendido fluye
del mar bravo a la isla:
río de estrellas.
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Después de atravesar los lugares más abruptos del país
del norte -esos con nombres como Hijo que Reniega del
Padre, Huérfano Abandonado, Vuelta del Perro, Regreso
del Potro- me sentí agotado y me acosté en seguida. En la
habitación contigua se oían voces que parecían ser de dos
mujeres; después se les unió la de un anciano. Al escu­
charlas, adiviné que se trataba de cortesanas de Niigata; se
dirigían al santuario de Ise y el viejo las había acompañado
hasta Ichiburi; al día siguiente regresaría aquel hombre a
su tierra y ellas escribían recados y le daban pequeños en­
cargos. Casi dormido seguía oyendo sus conversaciones:
somos hijas de pobres pescadores, esas que llaman «blan­
cas olas que corren a su ruina al caer sobre la playa», cada
noche una unión distinta y ninguna duradera, no hay pro­
mesas ciertas, malhaya sea nuestra suerte, ¿qué hicimos en

143
nuestras vidas pasadas para merecer esto?... A la mañana
del otro día, al salir de nuestro albergue, nos dijeron llo­
rando: «No conocemos el camino y nos da miedo el largo
viaje; quisiéramos seguirlos, aunque sea a distancia; sean
benévolos, llevan ropas de monjes peregrinos, ayúdenos a
encontrar la senda del Buda». Sentí piedad pero las deja­
mos diciendoles: «Nos da mucha pena: tenemos que visi­
tar muchos lugares y sería mejor que ustedes se uniesen a
otros viajeros. Anden tranquilas, los dioses las protegen y
las harán llegar sanas y salvas a su destino». Y al despe­
dirlas con estas palabras apenas podía contener mi com­
pasión. Dije a Sora este poema y él lo escrioio en su libro:

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Dicen que el río Kurobe tiene cuarenta y ocho rabiones
y yo creo que los cruzamos todos y otros más, hasta que
al fin fuimos a dar a una rada que nombran Nago. Aunque
había pasado la primavera, nos dijimos que las célebres gli­
cinas de Tako bien merecían que las contemplásemos en el
otoño temprano. Indagamos con la gente y nos contesta­
ron: «Desde aquí son unos cinco ri. Hay que pasar por la
playa y en la falda de la montaña las encontrarán; pero
como no hay sino unas cuantas chozas de pescadores, será
muy difícil que puedan hallar un lugar en donde pasar la
noche». Me asusté y decidí seguir hasta la provincia de
Kaga:

Penetro en el aroma
del arrozal temprano.
El mar de Ariso late, a mi derecha.104

147
Cruzamos los montes de Uno-Hanayama y el valle de
Kurikara y llegamos a Kanazawa el día quince del Séptimo
Mes. Un comerciante que venía de Osaka, de nombre
Kasho, se alojó en la misma posada que nosotros. Era
poeta también. Vivía en esta ciudad un señor llamado Is-
shoh; su afición a la poesía le había dado cierto renombre
entre los entendidos pero había muerto el invierno pasado.
Su hermano organizó una reunión para recordarlo. He
aquí uno de mis poemas:

Muévete, tumba,
oye en mis quejas
al viento de otoño.

Al visitar una ermita:

Frescor de otoño.
Melón y berenjena
a cada huésped.

En el camino compuse otro:

Arde el sol, arde


sin piedad - mas el viento
es del otoño.

En un lugar llamado Komatsu, que quiere decir pino


enano:

El nombre es leve:
viento entre pinos, tréboles,
viento entre juncos.

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Visitamos el santuario de Tada, que guarda el yelmo y
parte de la armadura de Sanemori.10^Dicen que fue un re­
galo de Minamoto Yoshitomo, cuando Sanemori pertene­
cía al clan de Minamoto. En efecto, no son armas de un
simple samurái. En la visera y las partes laterales del yelmo
está grabada una guirnalda de crisantemos de oro; el frente
ostenta una cabeza de dragón, junto con dos cuernos sa­
lientes en forma de arado. Se cuenta que, muerto Sane­
mori, las dos reliquias fueron enviadas al santuario, con
una carta suplicatoria, por el mismo que lo mató, Kiso
Yoshinaka. Su secuaz, Higuchi-no-Jiro, fue el mensa­
jero.106

¡Qué irrisión!
Bajo el yelmo
canta un grillo
Mientras nos dirigíamos a la fuente termal de Yama-
naka contemplamos el monte Shirane, que dejábamos atrás
de nosotros. A la izquierda, a la orilla de la montaña, se
levanta un templo dedicado a Kannon.107 El emperador y
monje Kazan,108 después de hacer una peregrinación por
los treinta y tres lugares santos,109 colocó la estatua de la
Piedad en este templo y lo llamó Nata. Formó el nombre
uniendo las sílabas iniciales de dos lugares: Ñachi y Tani-
gumi. En estos parajes hay rocas de formas extrañas y vie­
jos pinos. Una pequeña ermita con tejado de yerbas secas
se yergue sobre una roca. Un sitio memorable:

Viento de otoño:
más blanco que tus piedras,
Monte de Rocas.

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Me bane en la fuente termal. Dicen que su eficacia sólo
le cede a la de Arima:

Aroma de aguas.
Inútil ya cortar
un crisantemo.110

El dueño de la posada se llamaba Kumenosuke y aún


era un muchacho. Su padre había sido un aficionado del
estilo haikai 7 se cuenta que cuando Teishitsu de Kioto,
aún joven, visitó este lugar, tuvo una disputa con él y el
posadero-poeta le mostró cuán ignorante era.111 Después
de su regreso a Kioto, Teishitsu se afilió a la escuela de Tei-
toku y se hizo un nombre. Ya célebre, no quiso nunca
aceptar los honorarios de la gente de este lugar, a quienes
corregía los poemas. Tbdo esto ya se volvió anécdota…

155
A Sora se le ocurrió enfermarse del vientre. Tiene un
pariente en Nagashima, en la provincia de Ise, y decidió
adelantarse. Al partir me dejó este poema:

Ando y ando.
Si he de caer, que sea
entre los tréboles.

La pena del que ya se va y la tristeza del que se queda


son como la pareja de gaviotas que, separadas, se pierden
en la altura. Yo también escribí un poema:

H oy el rocío
borrará lo escrito
en mi sombrero.112

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Me hospedé en el suburbio de Daishoji5 en un monas­
terio llamado Zensho-ji. ¿ste sitio pertenece todavía a la
provincia de Kaga. Sora también se había hospedado en
ese templo la noche anterior y había dejado este poema:

Viento de otoño:
lo oí toda la noche
en la montaña.

Nos separaba la distancia de unas horas pero me pare­


ció que entre nosotros había ya más de mil ri. Yo tamoien,
escuchando el viento otoñal, me acosté en el dormitorio
destinado a los novicios. Al romper el alba se oyeron
rezos, sonó la campana y me apresuré a entrar en el refec­
torio. «¡Ahora a Echizen!», me dije con brío y salí a toda
prisa del templo, mientras unos jóvenes bonzos me perse­
guían con papel y pinceles hasta el pie de la escalera. En ese
momento caían las hojas de los sauces en el jardín. Al po­
nerme las sandalias, y aparentando más prisa de la que
tenía, tracé estas líneas:

Antes de irme
¿barro el jardín hojoso,
sauces pelados?
En la frontera de Echizen me embarqué para visitar la
ensenada de Yoshizaki y ver los pinos de Shiogoshi.113 El
maestro Saigyo compuso un poema sobre este lugar:

Toda la noche
amotina las olas
el viento en cólera.
Y los pinos chorrean
húmeda luz de luna.

El poema dice todo sobre este paisaje. Si añado algo


más sería como añadir otro dedo a la mano.

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Visité al gran bonzo de Tenryu-ji de Maruoka, viejo
amigo mío. Un tal Hokushi de Kanazawa quiso caminar
conmigo un trecho y al fin me acompañó hasta allí. Du-
rante el trayecto me enseñó lugares pintorescos, añadiendo
de vez en cuando alguna ingeniosa improvisación en verso.
Al decirle adiós improvisé, a mi vez, un poema:

Este abanico
hay que tirarlo - pero -
mis garabatos...

Después de caminar cincuenta cho me interné en la co­


lina y cumplí con mis devociones en Eihei-ji, en el mo­
nasterio fundado por el maestro de zen, el monje Dohgen.
Dicen que un día huyó a mil ri de la capital y se refugió en
estas montañas, en busca de la serenidad anónima. N o
obstante, al fundar, por motivos admirables, este templo,
dejó huellas de su paso en este mundo.114
La distancia que me separaba de Fukui era sólo de tres
ri, de modo que después de la cena me puse en camino. La
caminata en el crepúsculo fue lenta. En Fukui vive un an­
ciano ermitaño llamado Tosai. Hace ya mucho, tal vez
unos diez años, fue a Edo a visitarme. Aunque temía que
estuviese muy viejo o que hubiese muerto ya, pregunté
por él a la gente. Me enseñaron el lugar donde aún vivía.
Su morada se hallaba situada en las afueras de la ciudad;
era una casita extraña, cubierta de enredaderas de flores de
yugao y hechima. Las ramas de keito y hahakigi115 cubrían
la puerta. «Aquí debe ser», pensé. Llamé y salió una mujer
de humilde apariencia, que me dijo: «¿De dónde viene
usted, reverendo? Mi dueño fue a casa de un señor que
vive cerca. Si quiere verlo, búsquelo allá». Parecía una de
esas figuras de los cuentos antiguos y presumí que era su
esposa. Busqué a mi amigo, lo encontré y pasé dos noches
en su casa. Al despedirme, le dije que deseaba ver la luna
llena en el puerto de Tsuruga. Por toda respuesta Tosai
dobló la falda de su kimono y, muy contento de ser mi
guía, se fue conmigo.

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Las nubes cubrieron al Monte Blanco pero del otro
lado apareció el monte de Hiña; cruzamos el puente de
Asamutsu y llegamos a Tamae; las cañas de Tamae ya os­
tentaban henchidas espigas; atravesamos el Paso del Rui­
señor y el de la montaña de Yunoo y llegamos al castillo
de Hiuchi; en el monte Kaeru oímos los primeros gritos de
los gansos salvajes y en el puerto de Tsuruga, la tarde del
día catorce del Octavo Mes, encontramos alojamiento. Esa
noche la luna lucía extraordinariamente clara. Le dije al
dueño de la posada: «Ojalá aparezca tan clara la de ma­
ñana, que es la luna llena». Me contestó: «En estas tierras
del norte no se sabe nunca cómo será la luna de mañana»,
y nos sirvió sake. Más tarde fui a visitar el santuario de
Kei-no-Myo-jin, que fue del emperador Chuai.116 Es im­
ponente. La luz de la luna atravesaba los pinos y caía sobre
las blancas arenas, frente al santuario. Era como si hubiese
caído una helada. El posadero me contó que el segundo

167
bonzo Yugyo, hace mucho, había hecho el voto de arre­
glar la senda y él mismo había cortado las yerbas y apiso­
nado las piedras y la tierra. Desde entonces los bonzos de
este templo siguen su ejemplo, llevan arena al santua­
rio, -E sto se llama Porta arena de Yugyo- y hoy los visi­
tantes encuentran un camino sin asperezas:

Sobre la arena
esparcida por Yugyo
luna clarísima.

El día quince, como había anunciado el dueño de la po­


sada, llovió.

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Promesas y perjurios,
norte cambiante.

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El día dieciséis se aclaró el cielo. Quise recoger C o n ­
chitas rojas en la ribera y fui en barco hasta la playa de
Iro.117 N o hay más de siete ri por mar. Un señor llamado
Tenya preparó la comida y botellas de sake e hizo que nos
acompañase mucha servidumbre. El barco llegó en un ins­
tante a la playa, gracias al viento favorable. Ahí no había
más que unas cuantas chozas de pescadores; tomamos el té
y calentamos el sake en un pobre monasterio de Hokke. El
triste atardecer penetró en nuestros corazones:

Melancolía
más punzante que en Suma,
playa de otoño.118

La ola se retira:
tréboles en pedazos,
conchas rojas, despojos.

Rogué a Tosai que escribiese los pormenores de esta


tarde y dejamos en el libro del templo nuestras impresio­
nes escritas.
Rotsu vino a buscarme hasta ese puerto y me acompaño
a la provincia de Mino. A caballo entramos en el pueblo de
Ohgaki. Sora vino desde Ise; Etsujin, también a caballo,
se reunió con nosotros y todos nos encontramos en la casa
de Jokoh. Día y tarde me visitaban Zensenshi, Keiko, su
hijo y los otros íntimos. Su regocijo al verme era como el
de aquellos que se encuentran en presencia de un resuci­
tado.1^ Llegó el seis del Noveno Mes y aunque todavía no
me recuperaba del cansancio del viaje, como quería estar
en Ise para presenciar el traslado del Gran Santuario,120me
embarqué otra vez:

De la almeja
se separan las valvas,
hacia Futami voy
con el otoño.1 1

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Notas

1. Sugiyama Sampu (1648-1733). Comerciante acomodado


de Edo (Tokio), protector de Basho y discípulo suyo. Fue poeta
de cierta distinción.
2. Más exactamente: una serie de ocho poemas (renga hai-
kai). Basho cita solamente el poema inicial (hokku). Era cos­
tumbre colgar en un pilar de la casa el renga.
3. Las familias con niñas celebran la Fiesta de las Muñecas el
día tercero del Tercer Mes de cada año. En esa fecha se colocan
las muñecas tradicionales, que se conservan de generación en ge­
neración, en el salón principal de la casa, adornado con flores.
Basho piensa en la metamorfosis de su choza, hasta entonces ha­
bitada por un poeta que hacía vida de ermitaño.
4. Senju era la primera posada en el camino del norte. Ri:
medida antigua de longitud; cada ri estaba compuesto de 36 cho;
un cho equivale a 109 metros y un ri a 3,92 km. Tanto en la poe-
sía china como en la japonesa, k expresión «tres mil ri» equi­
vale a «gran distancia».
5. Iwanami (después: Kawai) Sora (1649-1710), discípulo de
Basho. Lo acompañó en este viaje y en otro anterior (Una visita
al santuario de Kashima).
6. Hohodemi-no-Mikoto es el nombre del Primer Empera­
dor (Jinmu), antes de su ascensión al trono. Según el relato mi­
tológico (Nibon-Sbokiy primera cronología de Japón), la gran
diosa-sol, Amaterasu, envía a su nieto, el príncipe Ninigi, a go­
bernar las islas japonesas. Ninigi contrae matrimonio con la
princesa Konohana-Sakuya y ésta concibe la misma noche de
la boda. El príncipe duda de la legitimidad de su hijo; la princesa
se encierra en una cueva tapiada y se prende fuego; si el ser que
va a nacer no es hijo de Ninigi, se incendiará; si lo es, ni el fuego
podrá hacerle daño. Así nació el príncipe Hohodemi («Nacido
del Fuego» o «Visible por el Fuego»).
7. En el siglo Vil, al ser descubierta una conspiración contra
el emperador, se destierra al príncipe Arana, a Shimotsuke. Allí
se enamora de la hija de un rico, prometida ya al gobernador del

174
lugar; el príncipe visita con frecuencia a la joven, hasta el día en
que se descubre que la muchacha está encinta. Mientras tanto, el
gobernador apremia al padre para que se lleve a cabo el matri­
monio. El rico no encuentra otra excusa que decir al prometido
que la joven ha muerto repentinamente. Para consumar el en­
gaño colocan en el ataúd, en lugar del cuerpo de la muchacha, un
pescado que al quemarse despide un olor parecido al que se des­
prende del cuerpo humano al ser incinerado. Desde entonces a
esta clase de pescados se les llama konoshiro, que quiere decir
«en lugar del niño».
8. Cita de las Analectas de Confucio.
s 9. Kukai (774-835), más conocido por su nombre postumo:
Kobo Daishi. Fue el fundador de la secta Shingon y es uno de los
grandes santos del budismo japonés.
10. Los cuatro estados o clases del Japón en la época medie­
val: los samurái o guerreros, campesinos, artesanos y comer­
ciantes.
"^11. En este monte, hoy santuario Toshogu, se venera al pri­
mer shogún de la familia Tokugawa, Ieyasu. Dice el poeta que
«la discreción le hace dejar el tema» por tratarse de un antepa­
sado de la familia del shogún reinante.
12. Antes del viaje Sora se afeita el cráneo, a la manera de los
bonzos budistas. Los dos viajeros llegan al monte Kuro Kami,
que quiere decir Cabello Negro, justamente en la época de cam­
biar el hábito de primavera por el de verano.
13. Juego de palabras: Sora vive cerca de la casa del poeta y
bajo su protección; Basho, seudónimo del poeta, también es el
nombre de un árbol parecido al banano.
14. Transformado en peregrino, Sora escribe su nombre con
signos distintos y que poseen una significación religiosa aunque
la pronunciación sea la misma.
15. La segunda línea alude a la época en que dan comienzo
los ejercicios espirituales de verano de los bonzos, período de
encierro total.
16. Kasane: quiere decir doblar o doble.
17. Era un deporte marcial en que competían los guerreros
en la equitación y la habilidad del manejo de arcos, durante los
siglos XII al XIV.

175
18. Tamamo-no~mae era la amante del emperador Konoe
(1142-1155). Una noche la tierra tembló y se apagaron todas las
luces del palacio; en la oscuridad se vio brotar un relámpago del
cuerpo de la muchacha y desde esa noche enfermó gravemente
el emperador. El adivinador imperial declaró que la culpable era
Tamamo-no-mae; descubierta, la joven se convirtió en una zorra
de pelo color de oro con nueve rabos y huyó a Nasu. Miura-no-
suke-Yoshiaki fue nombrado capitán de cacerías y logró matar
a la zorra color de oro, pero el espíritu de la hechicera se con­
virtió en una piedra dotada de una extraña propiedad: los insec­
tos que la rozaban, morían.
19. Nasu-no-Yoichi fue un guerrero oriundo de ese lugar,
contemporáneo de las luchas entre los clanes Taira y Minamoto
(1156-1192). Yoichí pertenecía al ejército mandado por el famoso
Minamoto-no-Yoshitsune. En la batalla naval de Yashima se des­
tacó de la escuadra de los Taira un barco en cuyo mástil se había
atado un abanico, decorado con un dibujo del sol. En el barco
iban sólo un remero y una mujer, lujosamente ataviada, en señal
de burla y menosprecio. Yoshitsune ordenó a Yoichi tirar contra
el abanico y derribarlo. Yoichi lo consiguió con un tiro, obte­
niendo la fama de ser un gran arquero. Los Taira fueron derro­
tados y así se inicio una nueva época de la historia japonesa.
20. El fundador de la secta Shugen, el asceta En-no-Gyoya,
recorrió el país a pie, predicando la doctrina y calzado con san­
dalias de madera (g u eta s). La estatua de Gyoya, objeto del haiku
de Basho y de su plegaria, está calzada de inmensas guetas.
21. Buccho-Osho (1643-1715), monje y maestro zen. Fue di­
rector espiritual de Basho durante algunos años.
22. Un shaku equivale a 30,3cm.
23. Diez Panoramas famosos del templo Ungan-jí.
24. La Puerta de la Muerte del Gran Bonzo Myo es la cueva
donde meditó durante quince años Yuen-Miau (Myo en japo­
nés), monje budista chino de la época Sung; la Celda de Piedra
del Maestro Houn es la celda de Fa-yun (Houn en japonés),
monje chino del período Liang.
25. Véase nota 18.
26. En la colección S h i n k o k i n (antología de poemas waka,
recopilada por orden imperial en el año de 1205), hay un poema

176
del bonzo Saigyo (i 118-1190) que dice:

El sauce tiembla
en el agua corriente.
Bajo su sombra
-rumores y reflejos-
un momento reposo.

27. Alude al poema de Taira no Kanemori (?-99 ), poeta del


período Heian, quien quedó muy impresionado al llegar a este


paso de Shirakawa.
28. Alude al poema del maestro Noin:

Dejé la capital
con niebla de primavera;
el viento del otoño
sopla ahora aquí,
en el paso de Shirakawa.

29. Alude al poema de Minamoto Yorimasa (1104-1180):

En la capital
vi los arces verdes;
hoy veo caer
rojeantes sus hojas:
paso de Shirakawa.

30. Flor U: Deutzia scabra Thunb. Se da también en México


y es una planta parecida a la hortensia blanca.
31. Fujiwara no Kiyosuke (1104-1177), poeta y erudito. El
viajero se viste de gala en homenaje al maestro Noin y a su poe­
ma sobre este lugar (véase nota 27).
32. La Laguna de los Reflejos está a 25 kilómetros del paso
de Shirakawa. A principios del siglo xm destierran a este lugar
a un cortesano. Su mujer emprende el viaje desde la capital para
unirse a él pero al llegar encuentra que lo han ejecutado y en­
tonces se arroja al agua. Los reflejos de la laguna son los del es­
pejo que llevaba en el pecho la suicida.

177
33* El paraíso de Buda?que se creía existir en dirección oeste.
34. Gyoki, gran bonzo de k época de Nara (668-749) fa­ ,

moso por las diversas obras civiles que emprendió con sus fie-
les. Fue encargado por el emperador Shomu de la colecta para la
erección del gran Buda de Nara.
35. Zizania latifolia, especie de avena local. Basho confunde,
según René Sieffert, esta planta con una variedad de iris que tam­
bién se llama katsumL Es palabra que aparece con frecuencia en
los poemas clásicos.
36. En la cueva de Kurozuka vivía un demonio legendario
llamado Adachigahara.
37. En Shinobu se fabricaban ciertos tejidos; para teñirlos se
colocaban yerbas silvestres sobre una piedra y sobre ellas la tela;
después, con otra piedra, se hacía presión hasta machacar las
yerbas y lograr que los relieves quedasen impresos en la tela,
formando desordenados y extraños dibujos. El método no es
distinto úfrottage de los pintores surrealistas, especialmente de
Max Ernst. En la antigua poesía japonesa con frecuencia se com­
para el sentimiento del amor perdido -corazón destrozado- con
el dibujo obtenido por las piedras impresoras, hecho de líneas
rojas.
38. Consumada la derrota de los Taira, renace la discordia
entre los dos hermanos Minamoto: Yoritomo y Yoshitsune. Yo-
ritomo duda de la lealtad de su hermano menor; Yoshitsune huye
y se hace fuerte en la tierra de Sato Shoji, su partidario y amigo,
cuyos dos hijos habían dado la vida combatiendo por su señor.
Sato Shoji también muere trágicamente, mostrando su lealtad.
39. Para consolar a su suegra -que se lamentaba de haber
perdido si sus dos hijos y de no poder así contribuir la causa de
Yoshitsune- las viudas de Tsugunobu 7 Tadanobu se ponen los
yelmos de sus maridos, ya fallecidos, y le muestran que ellas
pueden sustituirlos en los combates.
40. En China había una estela de piedra que conmemoraba
las virtudes de Yang Hu (221-278), conocida como el Monu­
mento de las Lágrimas.
41- Bonzo legendario famoso por su gran valor y su fidelidad
a Yoshitsune, a quien desde joven siguió hasta morir. Ha sido
protagonista en varias obras musicales y teatrales.

178
42. El día cinco del Quinto Mes es la Fiesta de los Varones.
Las familias con niños tienen la costumbre de colocar muñecos
vestidos de guerreros, yelmos y otros arreos bélicos en el salón
principal de la casa, adornado con astas de banderas y grandes
carpas de tela. La carpa, que nada contra la corriente, es símbolo
del valor.
43* En japonés Ohkido, puertas de control construidas en
las entradas de ciudades o señoríos en la época de Edo. Ésta es
la entrada del señorío de Date, cuya gente tenía fama de ser ex­
travagante o teatral en su atavío y modales.
44, Toh-no-Chujyo Sanekata (?~998), poeta de la época del
emperador Ichijyo y comandante de la Guardia Imperial. Un
día, encontrándose en el palacio, Sanekata discute sobre temas
de poesía con el famoso poeta Fujiwara Kohsei; la discusión
llega a mayores y Sanekata comete actos de violencia. El empe­
rador lo destituye y lo destierra en Mutsu, la tierra de que tanto
hablaban los poetas. La leyenda quiere que el poeta pase sin de­
tenerse ante el templo del Dios de los Caminos; la divinidad, en
castigo, lo fulmina.
4j. El bonzo Saigyo (P-upo), a quien tantas veces alude
Basho y por el que sentía veneración, al pasar por estas tierras
había visitado también la tumba de Toh-no-Chujyo Sanekata.
Al ver unos juncos secos junto a la tumba, compuso este poema:

Todavía erguidos,
aunque de juncos
sólo guarden el nombre,
guardan el suyo:
juncos del recuerdo.

46. Noin-Hoshi (988-?), religioso y poeta del período Heian.


Su poesía ejerció influencia sobre la de Saigyo, que, a su vez, in­
fluyó en Basho. En dos ocasiones Noin visitó Takekuma y en
su segunda visita, al no ver el célebre pino (pasaba por vivir mil
años), escribió este poema:

Del pino aquel


ahora, en Takekuma,

179
ni una traza.
¿Desde que vine habrán
pasado ya mil años?

47. El día cinco de mayo, en la fiesta a que se alude en la nota


42, también se acostumbra adornar con hojas de lirio los teja-
dos. Sus hojas tienen la virtud de alejar a los demonios. Por la
noche la gente se baña en el agua en que se sumerge a las hojas.
La costumbre perdura todavía.
48. Hagi: Lespedeza bicolor Turez. Es una planta con flores
purpúreas; florece en el otoño.
49. Asebi: Pieris japónica D. Don. Arbusto que da flores
blancas y es parecido al madroño del Valle de México.
jo. Poema anónimo de la antología Kokinshu:

¡Ea, los guardias!


Decidle al amo
que se ponga el sombrero:
rocío en Miyagino,
¡chubasco y no rocío!

51. En una laguna que está en Tofu crecen unos juncos es­
peciales. Los habitantes de este lugar tenían por costumbre
tejer una estera con la que obsequiaban todos los años al señor
de la región.
52. Buson, además de dibujar la estela, transcribe una expli­
cación sobre ella, que no existe en el original de Basho. Los
datos pueden haberse sacado de una antología de la época.
53. Ambos lugares son renombrados en poesía. La Roca de
Oki surgía de una charca cercarisi a ks ruinas del castillo de Tagíi.
54. Alude a un poema del famoso poeta chino Po-chu-i (772-
846) que habla del amor entre el emperador Hsuan-Tsung y
Yang Kuei-fei:

Desearon ser, en el cielo,


como el pájaro de dos cabezas;
y en la tierra,
como dos árboles que juntan sus ramas.

180
55- Alude a un viejo poema de autor desconocido:

En Michino Oku
todos los paisajes son hermosos,
pero ninguno como el de Shiogama:
en filas los barcos
atados con sogas.

56. Biwa\ instrumento musical de cuatro cuerdas, parecido a


la guitarra. Oku-Johruri: suerte de cantar de juglares que cantan
los bonzos en el norte.
57. Izumi Saburo, tercer hijo de Fujiwara Hidehira, murió
de veintitrés años en batalla contra su hermano Yasuhira, cuando
éste atacaba a Minamoto Yoshitsune.
58. Doteiko, en chino Dong-Ting-Hu, está en Hunan-Sheng.
Seiko, en chino Xihu, está en Zhejiang-Sheng. Ambos son lagos
mencionados con frecuencia en poesías chinas.
59. Sekkoh, en chino Zhejiang, actual Qiantang-Jiang, río fa­
moso por la marea en su desembocadura.
60. Dios de Oyamazumi: hijo de los dioses Izanami e Iza-
nagi, y mitológico creador de las montañas.
61* Versión de la primera edición: «Aunque no sabía qué
clase de gente realmente era aquélla, sentí afecto por ellos y entré
en una de las chozas. Mientras tanto, la luna se reflejaba en el
mar y el paisaje cambió».
62. Versión de la primera edición:

En Matsushima
pídele su plumaje a la grulla,
¡oh ruiseñor!

Los nombres japoneses de los pájaros referidos son Tsuru y


Hototogüu. Tsuru corresponde a grulla.玉1 Hototogisu (Cuculus
poliocephalus), o cuco chino, es muy popular en el Oriente y lo
mencionan con frecuencia los poetas. Por su parecido al ruise-
ñor (X 鉍 puede llamarse «ruiseñor japonés».
63. Yamaguchi Sodo (1647-1716), poeta en haikai; riara An-
teki (se ignoran las fechas de su nacimiento y muerte), poeta en

181
tanka; Sampu (véase nota i); Nakagawa Jyokushi (tampoco se
saben las fechas de su nacimiento y muerte), poeta y discípulo de
Basho.
64. Kembutsu: asceta de la época del emperador Toba (1107-
1158) que vivió mucho tiempo en Ojima.
65. El pino de Aneha es muy famoso por su hermosura y
desde la antigüedad muchos poetas lo celebraron. Estaba cerca
de la carretera de Oou. El pequeño puente de Odae era de ma-
dera arqueado, y también fue tema poético.

66. Ohtomo Yakamochi (718-745), que felicita eñ su poema


al emperador Shomu (720-749), con motivo del primer hallazgo
de oro en ese lugar:

Para honrar
la Era Imperial,
en el este,
en un monte de Michinoku,
florece el oro.

Kinkazan quiere decir «Monte de las Flores de Oro».


67. Hidehira, penúltimo de los cuatro patriarcas de la fami­
lia Fujiwara que reinó sobre esa parte del Japón (Michino Oku)
a mediados del siglo XII. La sede de los Fujiwara estaba en Hi-
raizumi, ciudad que pudo mantener su prosperidad -muchas
veces comparada con la de Kioto- por haber guardado cierta
neutralidad durante la lucha entre los Taira y los Minamoto.
Cuando triunfan los últimos y estalla la pelea entre los dos her­
manos, Yoshitsune, el menor, se refugia cerca de Yasuhira (1155-
1189), el cuarto de la familia Fujiwara, que se había mostrado
su amigo y partidario. Yasuhira, al ver que la suerte se inclinaba
a favor de Yoritomo, traiciona a Yoshitsune y le da muerte en el
castillo de Koromogawa, esperando así obtener la protección
del vencedor. Yoritomo se limitó a comentar la traición con esta
frase: «demasiado tarde». Sus hombres arrasaron Hiraizumi,
dando término a una grandeza que había durado siglos.
«El esplendor de tres generaciones» se refiere a los tres pri­
meros señores de la familia Fujiwara: Kiyohira, Motohira e Hi-
dehira.

182
68. Alude a los que lucharon con Yoshitsune contra las fuer­
zas de Yasuhira.
69. Basho parafrasea un conocido poema del poeta chino Tu
Fu (712-770).
70. Kanefusa era un fiel servidor de Yosmtsune que, a pesar
de su avanzada edad y de su cabello cano, luchó hasta el último
momento. Al ver el fin de Yoshitsune, Kanefusa y su hermano
se lanzan contra el enemigo y mueren.
71. Hikarido es el edificio principal del templo Chuson-ji y
quiere decir «Templo de la Luz». Se le dio este nombre por sus
muros decorados con oro.
72. Los libros budistas hablan de siete tesoros: oro, plata,
nácar, ágata, esmeralda, perla 7 lapizlázuli.
73. Versión de la primera edición:

Las lluvias de mayo


no te atacan ya,
Templo de Oro.

74. Alusión a un poema de Tu Fu.


75. Mercader de flores de carmín, de nombre Shimodaya Ha-
chiemon. Poeta.
76. criadero de gusanos de seda.
77. Flor carmín (beni): planta de cuya flor se sacaba el colo­
rete para las mujeres.
78. Las mujeres que se dedican a la crianza de los gusanos de
seda no se arreglan el cabello ni se pintan los labios y visten
ropas ordinarias. Al poeta le parece que esta sencillez o acaso el
estilo de su ropa es semejante a la de los antiguos.
79. Jikaku, patriarca de la secta Tendai (P-864).
80. Mi traducción es tal vez demasiado libre. Antes había tra­
ducido así:

Quietud:
los cantos de la cigarra
penetran en las rocas.

La de Donald Keene:

183
Such stillness
The cries of the cicadas
Sink into the rocks.

La de Geoffrey Bowxias y Anthony Thwaite:

Silent and still: then


Even sinking into the rocks,
The cicada's screech,

La de René Sieffert:

Ah le silence
et vrillant le roc
le cri des cigales

La de Earl Miner:

In seclusion^ silence.
Shrilling into the mountain boulder
The cicada's rasp.

La de Yuasa Nobuyuki:

In the utter silence


of a tempiも
a cicada、 voice alone
penetrates the rocks.

Procuraré justificar ahora mi versión. Basho opone, sin opo­


nerlos expresamente, lo material y lo inmaterial, lo silencioso 7
lo sonoro, lo visible y lo invisible, la quietud del campo frente a
la agitación humana, la extrema dureza de la piedra y la fragili­
dad del canto de las cigarras. Doble movimiento: la conciencia
intranquila del poeta se sosiega y aligera al fundirse en la inmo­
vilidad del paisaje; el berbiquí sonoro de la cigarra penetra en la
roca muda; lo agitado se calma y lo pétreo se abre; lo sonoro in­
visible (el chirriar del insecto) atraviesa lo visible silencioso (la

184
roca). Todas estas oposiciones se resuelven, se funden,0en una
suerte de fijeza instantánea que dura lo que duran las diecisiete
sílabas del poema y que se disipa como se disipan la cigarra, la
roca, el paisaje y el poeta que escribe... Se me ocurrió que lapa-
labra tregua -en lugar de quietud^ sosiego, calma- acentúa el ca­
rácter instantáneo de la experiencia que evoca Basho: momento
de suspensión y armisticio lo mismo en el mundo natural que
en la conciencia del poeta. Ese momento es silencioso y ese si­
lencio es transparente: el chirrido de la cigarra se vuelve visible
y* traspasa a la roca. Así, la tregua es «de vidrio», una materia
que es el homólogo visual del silencio: las imágenes atraviesan la
transparencia del vidrio como el sonido atraviesa al silencio.
Creo que las dos otras líneas de mi versión se defienden solas...
81. He aquí la serie de poemas (renga) a que se refiere Basho,
traducidos de la versión inglesa de Donald Keene:

Äpacentado
aguas del Quinto Mes
hacia el mar, el Mogami.
Basho

Los botecitos de los pescadores anudan


sus luces de luciérnaga a la ribera.
Ichiei

Los campos de melones


aguardan a la luna
titubeante en el cielo.
Sora

A la salida del pueblo:


un sendero entre las zarzamoras.
Sensui

82. Alude a un viejo poema anónimo que figura en la anto­


logía clásica Kokinsbu:

Por el río Mogami

- 185
suben y bajan
las barcas de arroz:
no lo tomes por desdén,
sólo que este mes...

El poema gira sobre un juego de palabras, arroz y desdén,


intraducibie.
83. Versión de la primera edición:

Junta todas las lluvias de mayo


y se lanza rápido
el río Mogami.

84. Los Ritos de Engi es una obra en 50 volúmenes -escrita


o fechada el año 967, época del emperador Daigo- en la que se
consignan las ceremonias de la corte y se mencionan los santua­
rios del país.
85. El nombre de Dewa se escribe con dos caracteres: uno
significa «salir» y el otro, «pluma». En el santuario del monte
Haguro se venera desde antiquísimos tiempos a una divinidad
(gongen) de la religión shinto. Los budistas la han transformado
en una encarnación de un bodisatva.
86. En todo este párrafo, loa de la habilidad de los herreros
japoneses tanto como de su piedad religiosa, Basho los compara
con los chinos. La Fuente del Dragón: Lung ShJüan (en japonés
Ryusen). Kansyo y Bakuya (Kan Chiang y Mo Yeh): pareja de
forjadores chinos de la dinastía Wu.
87. La poesía de Gyoson (1057-1135) a que se refiere figura
en la colección Kinyoh (1127). Cuando el bonzo Gyoson se en­
tregaba a sus ejercicios religiosos, en las profundidades del
monte Yoshino, escribió este poema:

Haz como yo
y compréndeme,
cerezo silvestre:
nadie me conozca,
salvo tus flores.

186
88. Ala Negra: el monte Haguro.
89. Monte Gassan: Monte de la Luna. Una versión anterior:

Entre los derrumbados


picos de las nubes:
el Monte de la Luna.

90. «Mangas mojadas»: se sobrentiende «con mis lágrimas».


91. En el camino al monte Yudono los peregrinos dejan caer
monedas como ofrendas, y nadie las recoge. El poeta las pisa y
se emociona.
92. íiay im juego de palabras entre “ 忒 鉍calor», y /
, 《 紅 左 如 ,

«sopla» (el viento).


93. Se dice que el bonzo Noin estuvo encerrado en esta isla
durante tres años, entregado a la práctica de ejercicios espiri­
tuales.
94. El poema:

Bahía Kisa:
los cerezos en flor
cubren las olas.
Sobre las flores reman
los barquitos pesqueros.

95. Emperatriz legendaria. Según las crónicas, esposa del em­


perador Chuai del siglo III y madre del emperador Oojin. Do­
minó con su esposo la rebeuon de Kumaso; y, muerto su esposo,
dirigió clk misma la expedición japonesa a Gorca,
96. El poeta Su Tung-Po (1036-1101) comparaba el paisaje
del lago m Hu con la belleza de una mujer de la época, Hsi-tzé
(Seishi). Basho, al contemplar la bahía de Kisagata, imagina el
paisaje del lago Si Hu y recuerda el poema chino y a Seishi.
97. El nombre de Shiogoshi se escribe con dos caracteres:
uno quiere decir pasar; otro, olas.
98. Sora se pregunta qué podrán comer las gentes el día del
Festival, en lugar tan pobre y aislado.
99. En las casas de los pueblos se usan tablas corredizas en
lugar de puertas. Los pescadores toman el fresco sentados o ten-

187
didos sobre esas tablas, que quitan de su lugar y colocan en el
suelo.
100. Se refiere a las águilas de mar. Otra versión:

Nido del águila:


juraron no mojarlo
los oleajes.

101. El día siete del Séptimo Mes es la Fiesta de las Estrellas.


Según la leyenda, en este día se juntan dos estrellas enamoradas
que se sitúan en ambas orillas del Río del Cielo (Vía Láctea).
102. La isla es la de Sado. Versión de la primera edición:

Mar brava. ■ ■'


Hacia la isla de Sado
se tiende la Vía Láctea.

103• La luna simboliza al poeta-monje y el ramo de trébo­


les a las cortesanas. Otra versión:

Monje y rameras
alberga el mismo techo:
trébol y luna.

104. Aviso Umii el mar furioso. Ofrezco otras tres versio-


nes, otras tres aproximaciones:

Entró en el aroma
precoz del arrozal.
Axiso al lado.
. . . . . . . . . .. . . . . . .

Ando entre el precoz


aroma del arrozal
y el mar colérico.

Entre el aroma
precoz del arrozal
y el mar colérico...

188
〇i 5* Saito Sanemori fue un guerrero del clan Minamoto. Al
ser derrotado Minamoto Yoshitomo por Taira Munemori, pasó
al, clan Taira. Al comenzar la lucha contra Minamoto Yoshi-
naka, Sanemori, que entonces contaba setenta y tres años de
edad, luchó bajo las órdenes de Taira Koremori. Para él este
combate, librado en las cercanías de Kanazawa, sería el último.
Los guerreros de Minamoto vieron, extrañados, que el caaaver
teñía cabello negro y no las canas que lucía en vida. Para ase­
gurarse de que realmente era el cadáver de Sanemori, lavaron
la cabeza y descubrieron que se había teñido el pelo: el viejo
soldado encontraba indecoroso morir tardíamente y con el
cabello blanco. Los guerreros de esta época frecuentemente per­
fumaban su yelmo, para impedir o atenuar el hedor que despe-
dirían sus cadáveres. Mostraban así que no pensaban regresar
con vida.
106. Higuchi Jiro, uno de los cuatro generales de Minamoto
Yoshinaka, fue el que mató a Sanemori.
107. Bodisatva de la misericordia, concebido popular 7 ge­
neralmente en forma femenina. En chino: Kuan Ying.
108. Emperador Kazan (968-1008). A los dos años de rei­
nado, se hizo monje budista. Hombre de letras 7 poeta. Hizo
varias peregrinaciones.
109. Peregrinación a los treinta y tres templos del oeste de­
dicados a Kannon. Es aún hoy día popular junto con la peregri­
nación a los ochenta y ocho templos de Shikoku, Se cree que
comenzó en la época de Heian (siglo XII).
no. En Oriente el crisantemo ha sido siempre símbolo de
larga vida y en China se bebía un licor de crisantemos el día
nueve de septiembre.
n i . Teishitsu de Kioto (1571-1653): discípulo de Matsu-
naga Teitaku 7 poeta de nombradía.
112. Los peregrinos budistas llevaban ropas blancas y som­
breros de paja. En el sombrero, una inscripción decía: «Somos
dos», alusión al acompañante imaginario que es el Santo Kobo
Daishi (véase nota 9).
Versión de la primera edición:

Desde hoy el rocío

189
borrará tu nombre
de mi sombrero.

113. En el cabo de Hamasaka, orilla opuesta de Yoshizaki ,

había unas decenas de pinos. Por su hermosura ha servido varias


veces de tema poético.
114. El bonzo Dohgen (1200-1253), hijo de un gran noble,
tomó las órdenes a los catorce años; a los veinticuatro salió para
China y a su regreso fundó ese templo. Dicen que escogió un
lugar parecido a aquel en donde hizo sus estudios 7 por éso el
santuario se encuentra tan alejado de la capital*
115. Yugao: Lagenaria vulgaris Ser; tiene una flor parecida
a la que en México llaman campanera. Hechima: Luffa cylindrica
Roem\ en México: estropajo. Keito: Celosía cristata L; en Mé­
xico: manto. Hahatetgi: Kocbia Seoparia Schrad^ sus tallos se
usaban como escobas.
n6. Según las crónicas, decimocuarto emperador (192-200),
esposo de la emperatriz Jingu.
117. La playa se llamaba, por sus famosas conchas de color,
Iro no hama («playa de los colores»). Hay un poema de Saigyo
sobre ellas.
118. Suma es un pasaje cercano a Kobe, citado en la litera­
tura antigua como un lugar triste.
119. Todos los nombres que aparecen en este párrafo son de
discípulos de Basho.
120. Desde el siglo IX ha existido la costumbre de recons-
truir cada veinte aüo$ los Cuatro Santuarios más importantes
del Japón, siendo I$e el principal de ellos.
121. El original del poema es como sigue:

Hamagurino
Futamim wakare
Yuku akizo.

quiere decir «de k almeja»* ; ば «dos par­


tes o sea «dos valvas». Pero Futami es asimismo el nombre de
»,

la bahía a que Basho se dirige.

190
índice de los nombres de personas y lugares

Abukuma, 85 Enan Fugyoku, 135


Abumizuri, 93 Etchu, 140
Aizu, 85 Etsujin, 172
Akita, 136
Aneha, m , 182 Fuji, 2i, 65, 69
Arima, 155 Fujiwara, 112, 182
Ariso, 147, 188 Fuko, 135
Asaka, 86 Fukui, 164
Asamutsu, 167 Fukushima, 86
Ashino, 81 Futami, 172, 190
Atsumi, 135 Futara, 70

Bakuya, 131, 186 Gassan, 131, 186


Benkei, 89 Goten, 126
Buccho, 36, 42, 77, 78,177 Gozaemon, 70
Gyojya, 77
Chokai, 136 Gyoki, 85, 178
Chuai, 167, 187 Gyoson, 132, 186

Daishoji, 159 Hachiman, 77


Date, 90, 179 Haguro, 126, 128, 135, 186
Dewa, 116, 118, 128, 1S6 Haguro-yama, 128
Dohgen 163, 189
, Hara Anteki,108, 182
Doteiko, 107, 181 Hayabusa, 126
Heishiro, n i
Echizen, 159, 160 Hidehira, 112, 182
Edo, 36, 38, 39, 56, 57, i Higuchi-no-jiro, 151
164, 179 Hiwada, 86
Egaku, 126 Hiña, 167
Eihei-ji, 163 Hiraizumi, n i , 182
Emi Asakari, 98 Hitachi, 85

191
Hiuchi, 167 Kawai, 73, 174
Hohodemi-no-Mikoto, 69, Kazan, 152,189
174 Keiko, 172
Hokke, 171 Kei-no-Myo-jin, 167
Hokushi, 163 Kembutsu, u i , 182
Houn, 78, 177 Kinkazan, u i , 182
Kioto, 35, 38, 57, 58, 155, 189
Ichiburi, 140, 143 Kisa, 139, 187
Ichikawa, 98 Kisagata 73, 136 139, 187
, ,

Iizuka, 89, 90 Kiso Yoshinaka, 151


Iro, 171, 189 Kitakami, 112
Ise, 143, 156, 172, 190 Kiyosuke, 82^ 178
Ishinomaki, i n Koho, 81
Isshoh, 148 Komatsu, 148 '
Itajiki, 126 Komyo-ji, 77
Iwaki, 85 Konohana Sakuyahime, 69
Iwanuma, 93 Koori, 90
Iwade, 116 Koromo, 112
Izumi, 112 Kukai 70, 175

Izumi Sab-uro, 104,181 Kumenosuke, 155


Kurikara, 148
Jikaku, 123, 183 Kurobane, 74, 77, 81
Jokoh, 172 Kurobe, 147
Jyoboji, 77 Kurozuka, 86, 178
Jyokushi, 108, 182 Kyohaku, 94

Kaemon, 97 Magaki, 103


Kaga, 140, 147, 159 Makabe, i i i .
Kaeru, 167 Mano, i n
Kanazawa, 148, 163, 188 Maruoka, 163
Kanefusa, 112, 183 Maruyama, 89,
Kan-ei-ji, 128 Masshozan, 103
Kanmanju-ji, 136 Matsushima, 62, 97, 104, 107,
Kannon, 152, 189 108, 136, 139, 181
Kansyo, 131 Michinoku, 126, 182
Kasajima, 93 Miharu, 85
Kasane, 74, 176 Minamidani, 126
Kasho, 148 Minamoto, 151, 176

192
Minamoto Yoshitomo, 151, Ohyama, n 6 y 119
188 0 jima 104, 108, 182

Mino, 17z Oki, 103, 180


Minowa, 93 Oou, 12, 66, 182
Miyagino, 97 180 ; Osaka, 37, 38, 56,148
Mizu, 116
Mogami, up, 124, 126, 135, Rotsu, 172
185, 186 Ryushaku-ji, 123
Muro-no-Yashima, 69
Mutsu 94, 179
, Saigyo, 136, 160, 177
Muyamuya, 136 Sabano,89
Myo, 78 Sakata, 126, 135, 136, 140
Sampu, 36, 6z, 65, 108 174,

Ñachi, 152 182


Nagäshima, 156 Sanemori 151, 188

Nagayama Shigeyuki, 135 Sato Shoji, 89, 178


Nago, 147 Seifu, 120
Narugo, 116 Seiko, 107, 181
Nasu 74, 77, 176
, Seishi, 139, 187
Nambu, 116 Sekkoh 107 ,181

Nata, 152 Sendai, 97


Natori, 94, 97 Senju 65, 174

Nezu, 140 Senoue, 89


Nihonmatsu, 86 Shimo-tsuke, 85,
^Niigata, 143 Shinobu, 86, 178
Nikko, 7 。 Shiogama 103, 104, 181

Noda, 103 Shiogoshi, 136, 139, 160, 187


Nohjyo, 128 Shiraishi, 93
Noin 94, 136, 177, 178, 180
, , Shiraito, 126
186 Shirakawa, 62, 82, 85,177,178

Obanazawa, 120, 123 Shirane, 152


Obuchi, i l l Shitomae, 116
Odae, 65, 182 Shoji, 89
Ogurosaki, 116 Shomu, 98, 178, 182
Ohgaki, 172 Sode, i l l
Ohishida, 124 Sodo, 108, 182
Ohno Azumahito, 98 Sogoro, 73

193
Soka, 66 Tsukinowa, 89
Soma, 85 Tsuruga, 164, 167
Sora,12, 13, 36, 69, 73, 82, 85, Tsurugaoka, 135
ip8 ,112,12 132 139,
。, , Tsutsuji-ga-oka, 97
144,156,” 9 172 174,
, ,

175,ヮ6, i8 5, i 87 Uno-Hanayama, 148


Sue-no-Matsuyama? 103 Ueno, 35, 65
Suga, 85 Ungan-ji, 77, 177
Suma, 171, 190 Ungo, io8? i n '
Ushu-kuroyama, 128
Tada, 151 Ushu-satoyama, 128
Taga, 98, 180
Takadate, 112 Yakushi-do, 97
Takekuma, 94, 180 Yamagata, 123, 127
Tako, 147 Yamanaka, 152
Tama, 103 Yanaka, 65
Tamada 7,タ Yashima, 176
Tamae, 167 Yasuhira, 112, 181, 182, 183
Tamamo, 77, 176
Tanigumi, 152 Yoichi, 77,176
Teiji, 139 Yokono, 97
Teishitsu, 155, 189 Yoshitsune, 89, 176, 178, 179,
Teitoku 17, 24, 35, 155
, 181 182,183 , ,

Tenjm, 97 Yoshizaki, 160, 189


Tenryu-ji, 163 Yudono, 128, 131 132,186 ,

Tenya, 171 Yugyo, 168


Tofu, 98 Yunoo, 167
Toh-no-Chujyo Sanekata, 93,
179 Zensenshi, 172
Tohsui, 77 Zensho-ji, 159
Tokyu, 85, 86 Zuigan-ji, i n
Tosai, 164,171 Zushi Sakichi, 127, 135
Tsubo, 98

194
Plano de los principales lugares visitados
ESTA S E G U N D A E D IC IÓ N D E S E N D A S D E O K U ,
D E M A TSÚO B A SH O , SE ACABÓ D E IM P R IM IR
Y E N C U A D E R N A R E N B A R C E L O N A E N LA IM PR EN TA

R O T O C A Y F O (IM P R E S IA I B É R I C A )

E N JU N IO DE
2016
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45. El fuego secreto de los filósofos. Patrick Harpur. 4a ed.
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57. Cuaderno de noche. Inka Martí
58. Aventuras en Venecia. Giacomo Casanova
59. Vidas de Pitagoras. David Hernández de la Fuente. 2a ed.
60. Socotra, la isla de los genios. Jordi Esteva. 2a ed.
61. Jin Ping Mei IL El Erudito de las Carcajadas
62. Mientras los dioses juegan. Alam Daniélou
63. La noche, Francisco Tario
64. Consciencia más allá de la vida. Pim van Lommel.4a ed.
65. Decadencia y caída del Imperio Romano L E. Gibbon. 3a ed.
66. El mundo en el que vivo. Helen Keller
67. Rudolf Steiner. Gary Lachman
68. La casa inundada, Felisberto Hernandez
69. Imagen del mito. Joseph Campbell.aa ed.
70. Decadencia y caída del Imperio Romano II. E. Gibbon. 3aed.
71. Cuentos de hadas. George MacDonald
72. El Palacio de Liria. W . AA.
73- La pérdida del reino. José Bianco
74. La tradición oculta del alma. Patrick Harpur. 2a ed.
75, Los últimos años de Casanova. Joseph Le Gras & Raoul Véze
76. OcÄö e似 沈 ;yos W¿//¿在 ;w Kathleen Raine
77. Las extensiones interiores del espado exterior. J. Campbell
7^. Una historia secreta de la consciencia. Gary hachim^in
7分• Antología universal del relato fantástico. YV. A k f eá.
80. Libros prof éticos L William Blake
81. Sendas de Oku. Matsúo Basho. 2a ed.
82. Manual de filosofía portátil, Juan Arnau. 3a ed.
83. La senda de las nubes blancas. Lama Anagarika Govinda
84. Libros prof éticos IL William Blake
8j. Filosofía para desencantados, Leonardo da Jandra. 2a ed.
86. Itinerario poético. Octavio Paz
87, Fantastes. George MacDonald
88. Las mil y una noches L Anommo
89. Las mil y und noches IL Anónimo
90, Las mil y una noches IIL Anónimo
91, Mercurius. Patrick Harpur
92, Salvar las apariencias. Owen Barfield
93. El arte de morir. Peter y Elizabeth Fenwick
94, Capturar la luz. Arthur Zajonc
95. Diosas. ]oseph Campbell
96* Libros, secretos. Jacobo Siruela
97. Cinco llaves del mundo secreto de Remedios Varo. W . AA.
98. El Palacio de las Dueñas. Vicente Lleó / Luis Asín
99. Bhagavadgita. adición de Juan Arnau
100. Obra completa bilingüe. Arthur Rimbaud
101. La invención de la libertad, Juan Arnau
102* Lluvia y otros cuentos. W. Somerset Maugham
103. Las casas de los rusos. Robert Aickman

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