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La tormenta, la partera

El punto de partida es la tormenta, la catástrofe.

“El mundo que conocemos actualmente va a colapsar, y su implosión va a acarrear


multitud de desgracias humanas y naturales”, repiten, una y otra vez, los zapatistas.
Si el mundo que conocemos está por colapsar debido a la tormenta que ya está y que
viene, entonces se vuelve un tema insoslayable para pensar todas las demás
cuestiones de nuestra existencia.
Pero, en primer lugar, la tormenta, tal como la ven los zapatistas, es una afirmación
que debe ponerse en cuestión y bajo crítica: ¿Estamos realmente viviendo, y vamos
a vivir todavía más, una guerra mundial en todas partes, de todas las formas y todo
el tiempo? ¿Será verdad que el incremento de la población migrante “alcanzará al
40% de la población mundial, es decir que unos tres mil millones de personas en
todo el mundo quedarán expulsadas, sin trabajo, sin tierra, sin patria, deambulando
de un lado a otro”? ¿Es verdaderamente posible que “las poblaciones, grupos,
comunidades, personas que estorben o que se encuentren desarticulados,
simplemente serán borrados” por la Hidra capitalista? 1 (SupGaleano).

No hay una sola manera de entender la tormenta.

Hay quienes consideran que la tormenta no es más que una tormenta de verano y
que, en su esencia, se trata sólo de una reestructuración al interior del sistema del
capital. Del proceso de esta crisis emergerá un nuevo ciclo capitalista, con sus
fracciones ganadoras y perdedoras. El capitalismo no es una pelota de fútbol
homogénea: hay tensiones y luchas entre capitalistas y la tormenta que nos golpea es
la expresión práctica de esas ideas e intereses dentro del sistema. Lo que vemos es
una confrontación entre aquellos sectores del capitalismo duro, neoliberales, basados
en la forma ficticia o monetaria del capital que pretenden imponerle a los Estados
nacionales planes de austeridad y recortes para beneficio de los grandes bancos y la
élite capitalista financiera mundial, frente a los capitalistas del lado opuesto, los que
constituyen la burguesía productiva de un país, aliados con los gobiernos
democráticos antineoliberales, quienes resisten el embate neoliberal e implementan
políticas de soberanía nacional y planes de ayuda social para los más necesitados de
la sociedad.

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“La genealogía de la Hidra se puede resumir en una sola palabra: guerra. La guerra no sólo está en el origen
del sistema capitalista, está en todos y cada uno de sus ‘saltos cualitativos’. La guerra es la medicina que el
capitalismo le administra al mundo, para curarlo de los males que el capitalismo le impone”. (Sup Marcos,
Sup Galeano, “La guerra mundial: en todas partes, de todas las formas, todo el tiempo”).

1
En esta manera de entender la tormenta, para nosotros, los de abajo, se trataría de
optar, en el momento las elecciones, por el capitalismo menos violento. Es decir, de
votar representantes y partidos políticos con discursos progresistas frente a las
derechas y el neoliberalismo salvaje. Y también de apoyar o acompañar aquellas
políticas de Estado de corte populista o redistribucionistas.
Este es el modo de pensar de una gran parte de los economistas, académicos,
periodistas y políticos llamados progresistas o de la izquierda moderada, y también,
de una manera menos elaborada, de una gran mayoría de la población que rechaza la
franqueza brutal de los voceros y políticos abiertamente neoliberales. Se construye
una especie de “mito keynesiano” (o desarrollista) en el cual un gobierno de tintes
progresistas, al frente del Estado nacional, enfrentaría al verdadero demonio
capitalista que es el neoliberalismo salvaje que viene, por lo general, desde afuera.
Es el kirchnerismo en la Argentina, Evo Morales en Bolivia o el socialismo
bolivariano de Venezuela, entre otros, que se presentan como la única opción
posible, tanto cuando están en el gobierno, como después de haber sido derrotados
electoralmente por políticos y partidos más declaradamente de derecha.
Pensada en estos términos, la tormenta está muy lejos de verse como una catástrofe.
Las afirmaciones de los zapatistas, en el mejor de los casos, son interpretadas como
exageradas, pesimistas y apocalípticas. Y los Sups Galeano y Moisés como extraños
enmascarados que habrán ingerido alguna seta alucinógena originaria de las
montañas del sureste mexicano en el momento de sus declaraciones.

Otra manera de entender la tormenta podría ser a la manera del marxismo más
tradicional o de algunos partidos de la izquierda revolucionaria. En este caso, para
cualquier marxista ortodoxo que se precie de tal, la tormenta no es una categoría
marxista, ni siquiera un concepto de las ciencias sociales, sino que corresponde a la
meteorología. Lo que existe es una profunda crisis interna del capitalismo, en su
derrotero ineluctable hacia el derrumbe final y su reemplazo por una sociedad de
tipo socialista. Pero no es ninguna catástrofe... al menos por ahora. Lo que se debe
hacer son grandes movilizaciones para resistir, defender nuestras conquistas, y
expresar nuestros reclamos a los gobiernos realmente existentes. En última instancia
se trata de construir y fortalecer un partido político revolucionario para luchar por la
toma del poder en el Estado. La revolución anticapitalista como “el Gran
Acontecimiento futuro” (Baschet). Mientras tanto, y hasta que se haga presente la
situación revolucionaria, es preciso participar en algunos dispositivos “del enemigo”
como el Parlamento, para expresar desde allí la “voz de los de trabajadores, de la
izquierda, o de los de abajo”.
¿Sobre lo que afirman los zapatistas acerca de la tormenta? Bueno, son apocalípticos
porque no utilizan el análisis científico del materialismo histórico marxista para
comprender la relaciones de fuerza en la sociedad y la lucha de clases. En realidad,
son reformistas que desde hace ya bastante tiempo renunciaron a la toma del poder
del Estado, al Socialismo, al Partido revolucionario y a la Revolución.

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Estas son dos miradas posibles, y bastante difundidas, frente a lo que los zapatistas
han llamado “la tormenta”. Existen otras, que más o menos discurren por las mismas
sendas: “se trata de comprender sin exagerar”, “es una etapa más dentro del
capitalismo tardío”, “los pensamientos apocalípticos son negativos y
desmoralizantes”, “¡hay que estudiar los ciclos largos de Kondrátiev!”.

La tormenta de la que hablan los zapatistas no resulta fácil de vislumbrar. Se


disimula, se enmascara. A veces por la acción fetichizadora propia del capitalismo,
otras veces por nuestras propias debilidades o incapacidad para apreciarla en su
totalidad. Necesitamos los anteojos del pensamiento crítico para traspasar los velos
entre los que se oculta. Los ajenos, pero también los propios. Donde mejor la
percibimos es en lugares remotos del mundo, como Siria, Palestina o Haití. Y su
expresión allí es tan feroz que nos cuesta establecer vínculos y relaciones entre
aquellas catástrofes horrorosas y el transcurso, relativamente tranquilo, de nuestra
vida cotidiana.
Conocemos los efectos devastadores de la tormenta y la Hidra capitalista sobre la
humanidad, pero, por el momento, no padecemos directamente la tormenta en su
forma más brutal y catastrófica. No estamos en el ojo del huracán. Continuamos con
las rutinas y las relativas certezas de nuestras vidas dentro de la reproducción
material mediada por el capitalismo. Intuimos que “al levantarnos cada mañana
estará lo necesario para el desayuno, que el perro del vecino seguirá ladrándole al
camión de basura, que al abrir el grifo del lavabo saldrá agua y no un sonido de
ultratumba” (SupGaleano).
La reproducción material de nuestra vida está mediada por el capital y por su síntesis
totalizadora expresada en el dinero: trabajamos como docentes, empleados,
profesionales u obreros; cobramos salarios o jubilaciones. Dinero, con el cual nos
proveemos de todo lo necesario para vivir. Especialmente si residimos en las
grandes ciudades, donde la concentración industrial y urbana, el tiempo vertiginoso
que imponen el capital y el consumismo extremo, contribuyen al progresivo
alejamiento de algún tipo de reproducción no mediada por el dinero. Hasta no hace
muchos años, en las moradas de nuestros padres y abuelos, era muy común la
existencia de huertas, de árboles frutales y de gallineros en los fondos de las casas.
La máquina de coser era una herramienta fundamental en los hogares, donde la
madre confeccionaba y reparaba la ropa de toda la familia. Niños y adultos
afrontaban los duros inviernos con abrigos de lana tejidos con las agujas y los brazos
de las mujeres del hogar. En las ciudades de nuestro tiempo la reproducción de la
vida y de la fuerza de trabajo se realiza a través “de bienes de uso que sólo están
disponibles como mercancías” (Coriat). La sobreabundancia de mercancías y la
borrachera fetichista que genera dicha sobreabundancia, más allá de que
efectivamente podamos hacer efectivo su consumo, también forma parte del velo
que nos oculta la tormenta y sus efectos en nuestro aquí y nuestro ahora.

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Pero vienen los zapatistas y nos dicen que “catástrofe” significa que estamos o
vamos a estar en el ojo de la tormenta. Que seremos considerados, si lo no somos ya,
“población excedente”. Que no vamos a poder seguir viviendo de la misma manera
que hasta este momento, y que “ahora ya nadie se salva de la tormenta de la hidra
capitalista que destruirá nuestras vidas” (SupGaleano). La catástrofe ya está aquí y
va a empeorar. “Está cabrón”, como afirman ellos. La tormenta es la guerra del
capitalismo contra la humanidad. Una guerra que puede o no tomar la forma de
guerra entre Estados, pero que en todo caso significa no sólo la violencia creciente
del sistema, sino que tiene como objetivo eliminar excedentes de capital, de trabajo,
de fuerzas productivas y, sobre todo, eliminar excedentes humanos. También de
exterminar las manifestaciones de autonomía o rebelión anticapitalista. Y el Estado,
como expresión pervertida de las relaciones sociales capitalistas, es desnudado como
un movimiento de la Hidra para suprimir el impulso hacia la autodeterminación
social (Holloway).

Si aceptamos como válida la tesis de los zapatistas, entonces encontramos que no


hay una sola actitud posible ante tormenta.

1) Una primera manera es sentirla y pensarla como derrota. La lógica de la


derrota cierra la posibilidad de una sociedad diferente. Es la captura de
nuestras esperanzas por parte de la Hidra. La derrota es un dispositivo de la
Hidra (Tischler). La tormenta trae tiempos difíciles, oleadas de sufrimiento y
de dolor. Es poco lo que podemos hacer frente a ella. A lo más podemos urdir
acuerdos y estrategias para que la derrota no sea total y absoluta.
Comprendemos y denunciamos la catástrofe, sí, pero como estamos
derrotados, por la mañana somos rebeldes y tal vez por la tarde buscamos
acuerdos con el capital o el Estado.

2) Otra posibilidad ante la tormenta la construcción de un refugio donde


atrincherarnos hasta que la tormenta escampe. Se trata de pensar únicamente
cómo sobrevivir, que los rayos de la tormenta no nos caigan directamente
encima, que no nos destruyan definitivamente. Somos sus víctimas y lo más
que podemos hacer es “fugarnos” de la tormenta en la medida que nos sea
posible. Sostener algún islote de sobrevivencia o de resistencia, individual o
colectivo, ante el vendaval capitalista.

3) Otra posibilidad, que nos parece un verdadero desafío para pensar y afrontar
la tormenta, es pensarla como “partera” posible de una otra sociedad
(Holloway). Aceptamos con los zapatistas que ya existe, o que se viene una
tormenta, y que la cosa va de mal para peor. Pero al mismo tiempo tratamos
de pensar cómo dentro de la tormenta podemos encontrar la esperanza. No

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sólo como refugio o trinchera, también como posibilidad ciertas de un cambio
radical de la sociedad. Claro que como posibilidad, no como certeza.

En esta posibilidad, en lugar de sentirnos derrotados o víctimas de la omnipotencia


de la tormenta, pensamos que su ferocidad es, también, expresión de su fragilidad.
Si el sueño capitalista es lograr la subsunción completa del hacer humano concreto
en la forma de trabajo abstracto, la tormenta viene a ser la expresión más horrorosa
de su imposibilidad de lograrlo. 2 Lo que quiere decir, al mismo tiempo, que es
expresión de nuestra rebeldía, que no le permite realizar su sueño (o pesadilla) al
capital. La tormenta no es algo monolítico que simplemente nos aplasta o nos va a
aplastar, sino que también nos abre la posibilidad de crear maneras y espacios de
rupturas con el capital.

Dos rupturas.

Los zapatistas llevan más de treinta años construyendo su autonomía en el campo,


sus trabajos colectivos y su milpa, su gobierno autónomo. No sólo han resistido a los
continuos ataques militares y no militares de parte del Estado mexicano, a
hostigamientos, calumnias y silencios cómplices, sino que han mejorado
significativamente en la prevención y atención de su salud autónoma, en su
alimentación a base de trabajos individuales y colectivos y en su educación primaria
según su propio modo, no capitalista, como consecuencia de su manera de organizar
y desarrollar las prácticas alternativas de autogobierno (Informe de febrero de 2016).
En otra geografía, los kurdos y las kurdas de Rojava fueron construyendo y, sobre
todo, organizando, el germen de su autonomía durante muchos años. Cuando la
tormenta vino a castigarlos, con las sanguinarias cabezas de la Hidra del Estado
Islámico, del Estado turco y los Estados de Occidente, la población de Rojava, sobre
todo las mujeres kurdas, se hizo visible al mundo no sólo por la defensa armada
ante de la los embates de la Hidra, sino también por su prácticas autónomas, su
sistema asambleario, la democracia directa, sus cooperativas de producción
alternativas a la producción capitalista, su revolución-mujer.

La tormenta, entonces, puede ser vista también como partera de la posibilidad otros
mundos. Pero el antagonismo que da lugar a la esperanza, no está ubicado por fuera
de la tormenta ni es consecuencia de ella. Es constitutivo de las relaciones sociales
capitalistas y se expresa en el rechazo a permitir que el sistema nos determine por
completo la existencia. El antagonismo es anterior al parto. El zapatismo y los
kurdos de Rojava gestaron y desarrollaron durante largo tiempo su organización y
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“El trabajo abstracto es la sustancia del lazo social que es el dinero. En otras palabras, el hecho de que
intercambiemos nuestros productos como mercancías abstractas respecto de nosotros nos aparta, ejerce
control sobre nuestras propias actividades. El trabajo abstracto (y, por lo tanto, el dinero) es el núcleo de la
negación de la autodeterminación social y, por lo tanto, cualquier lucha por la autodeterminación social es una
lucha contra el trabajo abstracto (y el dinero).” (Holloway)

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sus prácticas autónomas de autogobierno, abriendo así la posibilidad de una
perspectiva, de un más-allá de la tormenta.

¿Y nosotros?

Los que vivimos en las grandes ciudades no tenemos las prácticas ancestrales de los
pueblos chiapanecos ni la perseverante organización de las mujeres kurdas de
Rojava. Dependemos casi por completo de la circulación mercantil de la producción
capitalista para nuestra existencia. Cualquier fisura más o menos seria en ese
circuito puede convertirse en una catástrofe para la vida de millones de personas.
Es verdad que hemos creado y desarrollado una gran cantidad prácticas alternativas
a la prepotencia del capital a lo largo de los últimos quince o veinte años. Casi
siempre con grandes esfuerzos. Prácticas y espacios que han resistido o resisten
todavía, obstinadamente, los embates de la Hidra. No son pocos las y los que se
organizan para enfrentar a las pasteras contaminantes, a la explotación sojera, a la
megaminería, al despojo de la tierra para la explotación extractivista, a la imposición
de la muerte como consecuencia del uso masivo de los agrotóxicos. Los y las que
cultivan una huerta orgánica colectiva en un pequeño lote de tierra ubicado entre dos
edificios gigantescos o mantienen con sus haceres un espacio de recreación y
discusión en un edificio tomado y recuperado, resistiendo a la imposición absurda de
la gentrificación mercantil. Los y las que hemos participado y aprendido, años atrás,
en las asambleas barriales y los piquetes, hoy jirones en la memoria. Todas éstas, y
muchas otras más, han sido y son manifestaciones de nuestro hacer antagónico, que
no acepta someterse a la imposición capitalista. Ese ha sido y es nuestro
antagonismo con la lógica del trabajo abstracto.
Pero también es cierto que hemos visto, no pocas veces, cómo ésas prácticas y esos
espacios languidecían, cómo retrocedían y se vaciaban. Y también cómo, desde el
Estado, algunos de aquellos gobiernos llamados progresistas, populares y
antineoliberales, implementaron políticas para desarticularlas, seduciéndonos,
cooptándonos, desmoralizándonos, reprimiéndonos.

Insistimos porque mantenemos la esperanza; porque no aceptamos, sino que


rechazamos, la lógica destructiva y reproductiva del capital.

Para los zapatistas la tormenta es explotación, represión, despojo, desprecio. Y


también las otras múltiples cabezas de la Hidra que no dejan a nadie a resguardo del
temporal. Pero si además de estas catástrofes podemos entender a la tormenta como
partera de la esperanza, entonces nuestro pensar no estará meramente orientado
hacia cómo nos resignamos, cómo nos protegemos, cómo nos atrincheramos, cómo
nos preparamos para hacer grandes marchas y manifestaciones y protestas callejeras,
o cómo vamos a negociar reivindicaciones con el Estado o el gobierno capitalista de
turno. Por el contrario, al comprender que la tormenta es catástrofe y, al mismo

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tiempo, posibilidad de esperanza, aceptamos el reto insumiso de imaginar y de hacer
una sociedad no capitalista, aquí y ahora.

Esto comienza, entre otras cosas, por el desafío de preguntarse y preguntarnos cómo
vamos a hacer para sostener, todavía más, nuestras prácticas alternativas; las que ya
estamos desarrollando, las que necesitamos crear.
De preguntarse y preguntarnos, también, cómo vamos a hacer para que resuenen
más, cómo las organizamos, cómo nos organizamos más y mejor, como dicen los
zapatistas.
Cómo creamos y desplegamos otras nuevas, desde aquellas que nos permitan
organizarnos para sustentar una manera colectiva de producir nuestros alimentos a
otras que nos ayuden a desarrollar una mayor cantidad de espacios de libertad o de
alegría compartida.
Cómo las multiplicamos.
Cómo nos organizamos más y mejor para vivir dentro de, y contra y, sobre todo,
más-allá de la tormenta.

Son muchas preguntas.


Se suele afirmar que no es bueno cerrar un texto con preguntas. Tal vez esté bueno,
si preguntando caminamos.

Juana Del Pozo 3, marzo de 2016


juanadelpozo2001@gmail.com

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Colectivo de reflexión cuyos integrantes son adherentes de movimientos sociales.

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