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El corazón del evangelio

¿Qué es el evangelio?
Por Ray Ortlund — 15 mayo, 2018

Nota del editor: Esta publicación es la primera parte de la serie “El corazón del evangelio“, publicada por
la Revista Tabletalk.

En cierto sentido, toda la Biblia es el evangelio. Al leerla desde Génesis hasta Apocalipsis,
vemos la vasta extensión del maravilloso mensaje de Dios para la humanidad.

Pero muchos leen toda la Biblia y su comprensión del evangelio difiere ampliamente, no
están claros, o simplemente están equivocados. Algunos hablan del evangelio en términos
del favor de Dios derramando prosperidad financiera. Otros describen una utopía política
en el nombre de Cristo. Y otros hacen hincapié en seguir a Cristo, proclamar Su reino o
buscar la santidad. Algunos de estos temas son bíblicos, pero ninguno de ellos es el
evangelio.

Afortunadamente, encontramos pasajes bíblicos que nos dicen, explícita y claramente, qué
es el evangelio. Por ejemplo, el apóstol Pablo explica lo que es “de primera importancia”
dentro del mensaje bíblico:

Ahora os hago saber, hermanos, el evangelio que os prediqué, el cual también recibisteis,
en el cual también estáis firmes, por el cual también sois salvos, si retenéis la palabra que
os prediqué, a no ser que hayáis creído en vano. Porque yo os entregué en primer lugar lo
mismo que recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; que
fue sepultado y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras (1 Cor 15:1-4).
Pablo les recuerda a los creyentes de Corinto el mensaje del evangelio y su relevancia
integral para ellos. Ellos lo recibieron; ellos están cimentados en él; ellos están siendo
salvados por él. Estos beneficios, sagrados y poderosos, fluyen en su vida diaria mientras se
aferran a la Palabra del evangelio que Pablo les dio. Los corintios no merecen tal bendición,
pero el evangelio anuncia la gracia de Dios en Cristo para los que no la merecen. El único
fracaso catastrófico de los corintios sería la incredulidad. Con tantas cosas buenas que decir
sobre el evangelio, no es de extrañar que Pablo lo califique como “de primera importancia”
en sus prioridades.

¿Qué es, entonces, el evangelio? Primeramente, el evangelio es la buena noticia de Dios:


que “Cristo murió por nuestros pecados”. La Biblia dice que Dios creó a Adán sin pecado,
apto para gobernar sobre una creación buena (Gen 1). Entonces, Adán se separó de Dios y
arrastró a toda la humanidad con él a la culpa, la miseria y la ruina eterna (capítulo 3). Pero
Dios, en Su gran amor por nosotros, unos rebeldes ahora totalmente indignos de Él, envió
un mejor Adán, que vivió la vida perfecta que nunca hemos vivido y murió la muerte
criminal que no queremos morir. “Cristo murió por nuestros pecados” en el sentido de que,
en la cruz, Él expió los crímenes que hemos cometido contra Dios, nuestro Rey. Jesucristo,
muriendo como nuestro sustituto, absorbió en Sí mismo toda la ira de Dios contra la
verdadera culpa moral de Su pueblo. No dejó deuda sin pagar. Él mismo dijo: “Consumado
es” (Jn 19:30). Y siempre diremos: “¡El Cordero que fue inmolado es digno!” (Ap 5:12).

Segundo, el evangelio dice: “Él fue sepultado”. Esto hace énfasis en que los sufrimientos y
la muerte de Jesús fueron completamente reales, extremos y definitivos. La Biblia dice: “Y
fueron y aseguraron el sepulcro; y además de poner la guardia, sellaron la piedra” (Mateo
27:66). Después de matarlo, Sus enemigos se aseguraron de que todos supieran que Jesús
estaba más muerto que una piedra. No solo la muerte de nuestro Señor fue tan definitiva
como la muerte puede ser, sino que también fue humillante: “Se dispuso con los impíos Su
sepultura” (Is 53:9). En Su asombroso amor, Jesús se identificó por completo con
pecadores enfermos como nosotros, sin omitir nada.

Tercero, el evangelio dice: “Él fue resucitado al tercer día”. Hace años, escuché a S. Lewis
Johnson decirlo de esta manera: “La resurrección es el ‘¡Amén!’ de Dios al ‘¡Consumado
es!’ de Cristo. Jesús fue “resucitado para nuestra justificación” (Rom 4:25). Su obra en la
cruz logró expiar nuestros pecados, de manera obvia. Además, por Su resurrección, Cristo
“fue declarado Hijo de Dios con poder”, es decir, nuestro Mesías triunfante que reinará para
siempre (Rom. 1: 4). Solo el Cristo resucitado puede decirnos: “No temas, Yo soy el
primero y el último, y el que vive, y estuve muerto; y he aquí, estoy vivo por los siglos de
los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del Hades” (Ap 1:17-18). Aquel que vive
conquistó la muerte y ahora está preparando un lugar para nosotros: un cielo nuevo y una
tierra nueva, donde todo Su pueblo vivirá gozosamente con Él para siempre.

Este es el evangelio de la inmensa gracia de Dios hacia pecadores como nosotros.


Cualquier otra cosa que se pudiese decir, solamente nos diría más sobre la poderosa obra de
Jesucristo. Permanezcamos firmes en la Palabra que se nos predicó. Si creemos en este
evangelio, no creeremos en vano.
¿Quién es Dios?
Por Dave Kenyon — 16 mayo, 2018

Nota del editor: Esta publicación es la segunda parte de la serie “El corazón del evangelio“, publicada por
la Revista Tabletalk.

Moisés le dijo al Señor: “Te ruego que me muestres Tu gloria” (Éx 33:18). En efecto, él
preguntó: “¿Quién eres, Dios?” Dios respondió con estas palabras: “Yo haré pasar toda mi
bondad delante de ti, y proclamaré el nombre del SEÑOR delante de ti; y tendré
misericordia del que tendré misericordia, y tendré compasión de quien tendré compasión”
(v. 19). Él prometió revelarse a Sí mismo.

Pero ningún hombre puede ver a Dios y vivir. Eso es demasiado para cualquier hombre,
especialmente para un pecador. Dios le pidió a Moisés que se parara en la roca y entonces
le dijo: “…y sucederá que al pasar mi gloria, te pondré en una hendidura de la peña y te
cubriré con mi mano hasta que Yo haya pasado. Después apartaré mi mano y verás mis
espaldas; pero no se verá mi rostro” (v. 22-23). Moisés hizo bien en preguntarle a Dios
quién Él es, en vez de decirle a Dios quién él quería que fuese. Por esta razón, Dios decidió
revelarse en parte a Moisés. Él iba a pasarle cerca, protegerlo con Su propia mano y
proclamar Su propio nombre. Esto significaba mucho más que simplemente pronunciar el
nombre de Yahweh— “SEÑOR” o “Jehová” en nuestras traducciones al español—al oído
de Moisés. Dios iba a proclamar Su naturaleza:

Entonces pasó el Señor por delante de él y proclamó: El SEÑOR, el SEÑOR, Dios


compasivo y clemente, lento para la ira y abundante en misericordia y fidelidad; el que
guarda misericordia a millares, el que perdona la iniquidad, la transgresión y el pecado, y
que no tendrá por inocente al culpable; el que castiga la iniquidad de los padres sobre los
hijos y sobre los hijos de los hijos hasta la tercera y cuarta generación” (34:6-7).

“El SEÑOR, el SEÑOR”: allí Dios se reveló a Moisés por Su nombre personal, Yahweh. Él
es el gran Yo Soy. Él es el Dios que existe por Sí mismo, inmutable, y a través de quien
todas las cosas existen; y Él es misericordioso, clemente, paciente, lleno de bondad y
verdad.

El perdón aquí es tan importante que es expresado usando tres términos similares: “…el
que perdona la iniquidad, la transgresión y el pecado”. El Señor está lleno de perdón y
misericordia. Pero nuestro Dios, de acuerdo con Su autorrevelación, también es justo.
Nuestro texto establece que Él no simplemente limpiará al culpable. Sería contrario a Su
naturaleza el simplemente pasar por alto el pecado. La justicia debe hacerse de acuerdo a lo
que Dios es. Nuestro Dios debe ser fiel a Su carácter. Pero, ¿cómo puede ser Dios
misericordioso y justo al mismo tiempo? ¿Cómo puede actuar de una manera consistente
con estos dos atributos? Si Él solo muestra misericordia, la justicia queda anulada. Si solo
se hace justicia, no hay misericordia.

La respuesta es la encarnación y la cruz. El Padre, porque es a la vez misericordioso y justo,


envió al Hijo para representar a todos los que el Padre le había dado (Jn 17:18-23; Ef 5:25-
32). Sin dejar de ser Dios, el Hijo tomó para Sí una naturaleza humana, y habiendo sido
concebido del Espíritu Santo y nacido de la Virgen María, Él vivió perfectamente bajo la
ley de Dios, manteniendo la ley que Adán quebró. Él voluntariamente fue a la cruz,
tomando a Sus elegidos, como su cabeza federal (representante), para ser uno con Él,
incluyendo nuestro pecado. Luego soportó la ira del Padre, pagando la deuda que nosotros
no podemos pagar.

Pablo dice en 2da Corintios 5:21: “Al que no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros,
para que fuéramos hechos justicia de Dios en Él”. Al hacernos uno con Jesús, el Padre
pudo derramar Su ira sobre el Hijo. Se hizo justicia y nuestra culpa fue eliminada. En la
cruz de Jesús, nosotros hoy podemos encontrar en plena exhibición tanto la asombrosa
misericordia como la perfecta justicia de Dios.

Volvamos a Moisés. Él sabía que ningún hombre podía ver a Dios y vivir, pero Dios dijo
que mientras Su gloria pasaba, pondría a Moisés en una hendidura de la roca y cubriría al
profeta con Su mano. David conocía muy bien esta metáfora cuando dijo: “El SEÑOR es
mi roca, mi baluarte y mi libertador; mi Dios, mi roca en quien me refugio; mi escudo y el
cuerno de mi salvación, mi altura inexpugnable” (Sal 18:2). Y Pablo deja en claro que la
Roca de nuestra salvación es Jesús (1 Cor 10:1-4). Nuestro Dios hace por aquellos que
confían en Cristo lo que Él hizo por Moisés. Él nos esconde en la hendidura de la Roca. Él
nos esconde en Jesús. En Él, nuestros pecados son perdonados. En Él, somos salvos de la
ira de Dios. En Él, conocemos la justicia y la misericordia.

Publicado originalmente en la Revista Tabletalk.


¿Qué es el hombre?
Por Greg D. Gilbert — 17 mayo, 2018

Nota del editor: Esta publicación es la tercera parte de la serie “El corazón del evangelio“, publicada por
la Revista Tabletalk.

Cada tarde, después del trabajo, me siento para pasar unos minutos poniéndome al día con
las noticias diarias. Aunque son unos minutos de descanso para mi cuerpo y mente, tengo
que admitir que no encuentro en esos momentos mucho descanso para mi corazón. Eso es
porque lo que veo en los titulares me recuerda una realidad profundamente arraigada: algo
está mal con nuestro mundo, e incluso con nosotros mismos como seres humanos. ¿Pero,
qué es esto?

La gente ha dado diferentes respuestas a esa pregunta. Algunos dicen que los problemas
son principalmente económicos, otros que son sociales, y otros que son psicológicos.
Ciertamente, estas respuestas pueden darnos una idea de algunos de los síntomas de nuestra
aflicción, pero la Biblia enseña que esta condición crítica es causada por algo mucho más
profundo y significativo. En una palabra, el problema es el pecado: nuestra rebelión contra
el Dios que nos creó.

El libro de Génesis relata cómo Dios creó el mundo por el poder de Su Palabra, y según
Génesis 1:26-28, el acto de coronación de la obra de Dios fue la creación de seres humanos.
Únicos entre todas las criaturas del universo, los seres humanos están hechos “a Su propia
imagen”. Ser creados a la imagen de Dios significa muchas cosas. Nosotros, los seres
humanos, reflejamos el carácter y la naturaleza de Dios en nuestra racionalidad, nuestra
creatividad e incluso nuestra capacidad de relacionarnos con Dios y con los demás. Pero la
imagen de Dios no se refiere simplemente a lo que somos; también se refiere a lo que Dios
nos creó para hacer.

Además de vivir en comunión con Dios, a Adán y Eva se les dio el trabajo de administrar y
cuidar de Su creación como Sus vicegobernadores. Por lo tanto, Dios les dijo que debían
“sojuzgar” la tierra y “tener dominio” sobre ella, no abusándola y tiranizándola, sino
“cultivándola y cuidándola” (Gén 2:15). Al hacer esto, ellos comunicarán a toda la creación
el amor, el poder y la bondad del Creador. Quizás más fundamentalmente, esto es lo que
significa ser la imagen de Dios en el mundo: así como un antiguo rey del Cercano Oriente
podría establecer una “imagen” de sí mismo en una montaña como un recordatorio a su
pueblo de quién estaba en el trono, Adán representaba la autoridad de Dios para el mundo
sobre el cual se le dio el dominio.

Sin embargo, la autoridad de Adán sobre la creación no era absoluta. Esta autoridad era
delegada y circunscrita por Dios mismo. La gente a menudo se pregunta por qué Dios puso
el Árbol del Conocimiento del Bien y el Mal en el jardín. La razón es que ese árbol les
recordaba a Adán y Eva que su autoridad para gobernar y sojuzgar la tierra no era absoluta.
Es por eso que el Adán y Eva comer la fruta fue un pecado tan trágico. Al comer la fruta,
Adán y Eva estaban tratando de hacer precisamente lo que la serpiente les dijo falsamente
que podían hacer: estaban tratando de “llegar a ser como Dios” (Gen 3:5). Estaban
buscando más poder y autoridad de lo que Dios les había dado, y por lo tanto, apostaron al
trono supremo.

Las consecuencias del pecado de Adán fueron catastróficas. Dios había prometido que si
los humanos comían del árbol prohibido, seguramente morirían. Lo que Él quiso decir no
fue solo muerte física, sino también, y más horriblemente, muerte espiritual. Este fue un
castigo justo y correcto. No solo porque un Dios perfectamente santo y justo nunca podría
tolerar tal maldad y pecado en Su presencia, sino también porque, al declarar su
independencia de Dios, Adán y Eva se despegaron a sí mismos de la fuente de toda vida y
bondad. Ellos merecían la ira de Dios por su rebelión contra Él, y la paga de su pecado era
nada menos que la muerte, el juicio y el infierno eternos.

Peor aún, cuando Adán pecó, él lo hizo como representante de cada ser humano. Es por eso
que Pablo les escribió a los Romanos: “por la transgresión de uno murieron los muchos”
(Rom 5:15). Por lo tanto, con nuestro propio pecado, cada uno de nosotros ratifica una y
otra vez el acto de rebelión de Adán contra Dios. Nosotros también anhelamos ser libres de
la autoridad y el gobierno de Dios, y por eso nos entregamos a la búsqueda del placer y la
alegría en las cosas creadas como meta suprema. En el proceso, declaramos que Dios no es
digno de nuestra adoración, y así demostramos que somos dignos de la maldición de la
muerte espiritual que Dios pronunció al principio.

Si la historia de la Biblia terminara allí, con seres humanos bajo la ira de Dios sin
posibilidad de escape, viviríamos en una realidad sin esperanza. Pero alabado sea Dios que
la historia no termina ahí. En lugar de dejarnos morir en nuestro pecado, Dios actúa para
salvar. A través de la encarnación, la muerte y la resurrección de Su Hijo, Jesús, Él salva a
Su pueblo de sus pecados y hace todo perfecto de una vez y por todas, finalmente y para
siempre
¿Quién es Cristo?
Por Michael Haykin — 18 mayo, 2018

Nota del editor: Esta publicación es la cuarta parte de la serie “El corazón del evangelio“, publicada por la
Revista Tabletalk.

El 16 de diciembre de 1739, George Whitefield predicó un sermón sobre Mateo 22:42 en la


Bruton Parish Church en Williamsburg, Virginia, en el que le preguntó a su audiencia la
misma pregunta que Jesús le había hecho a sus oyentes 1,700 años antes: “¿Qué piensas de
Cristo?”

El idioma que Whitefield hablaba era diferente al de su Señor, pero las consecuencias
eternas de la respuesta fueron las mismas. Algunas de las respuestas en los días de Jesús—
que Él era Juan el Bautista resucitado de los muertos, o uno de los profetas, o Elías (véase
Mc 8:27-28)—fueron similares a las respuestas dadas en los días de Whitefield. Los deístas
como Benjamín Franklin, un buen amigo de Whitefield, consideraban a Jesús como un
maestro sin igual, pero nunca llegaron a confesar Su deidad. Otros consideraban a Jesús
como divino, pero de tal manera que Su deidad es menor que la del Padre. Whitefield, fiel
al testimonio de la Escritura, no se avergonzó de decirle a la gente que Jesucristo es
verdaderamente Dios y que “si Jesucristo no fuera Dios verdadero de Dios verdadero,
nunca más predicaría el evangelio de Cristo”. Porque no sería evangelio; sería solo un
sistema de ética moral”.

Dios verdadero de Dios verdadero

La evidencia de la completa deidad del Señor Jesús se encuentra en todo el Nuevo


Testamento. Jesús es explícitamente llamado “nuestro gran Dios y Salvador” (Tito 2:13).
La plenitud de la Deidad mora en Él (Col 1:19; 2:9). Él lleva los títulos y nombres dados a
Yahweh en el Antiguo Testamento (compara, por ejemplo, Is 44:6 y Ap 1:17). Él es
presentado como el objeto de adoración (Heb 1: 6) y se le ora directamente (Hch 7: 59-60,
1 Cor 16:22, 2 Cor 12:8). Él hace cosas que solo Dios puede hacer, como crear el universo
(Jn 1: 3; Col 1:16), perdonar pecados (Mc 2:5-10; Col 3:13) y juzgarnos en el día final (Hch
10:42; 17:31; 2 Cor 5:10). Él posee atributos divinos, tales como la omnipresencia (Heb
1:3, Ef 4:10), la omnisciencia (Ap 2:23), la omnipotencia (Mt 28:18) y la inmutabilidad
(Heb 13:8). La completa deidad de Cristo es parte integral del evangelio. Cualquier otra
posición distorsiona el Nuevo Testamento.

Quién se encarnó

El Nuevo Testamento también da testimonio de la otra verdad acerca de la identidad de


Cristo: Su completa humanidad. Como lo dice el apóstol Pablo, Él es “Cristo Jesús
hombre” (1 Tim 2:5; cursiva añadida). Él fue criado en circunstancias humildes (Mt 13:55).
Él experimentó los dolores del hambre (4:2). Él conoció el cansancio y la sed (Jn 4: 6-7).
Lloró lágrimas de dolor genuinas (11:35). Sin embargo, mientras Su humanidad es como la
nuestra en todos estos aspectos, hay una manera en que es totalmente diferente a la nuestra:
es sin pecado. Cuando miramos la vida de Cristo, no hay un incidente al que podamos
señalar y decir: “Mira, un pecado”. Negar la humanidad de Cristo es socavar el evangelio
(ver 1 Jn 4:1-3; 2 Jn 7-9).

Por nuestra salvación … crucificado

Después de toda una vida haciendo el bien, sanando a los enfermos y predicando el
evangelio, Jesús fue arrestado por las autoridades judías y romanas. Aquel que es la Verdad
y un perfecto amante de Dios fue acusado de ser un blasfemo. Sufrió vergonzosamente a
manos de guardias judíos y soldados romanos, siendo azotado y burlado. Lo despojaron de
todas Sus ropas y lo mataron sin nada para cubrir Su desnudez (Jn 19:23-24; Mc 15:24). Su
muerte fue la muerte más vergonzosa y dolorosa que los romanos conocían: la crucifixión
(Heb 12:2, Jn 19:16-18). El Autor de la vida, que había resucitado a los muertos, fue
enterrado en una tumba. Lo más horrible de todo, sin embargo, fue la sensación de
abandono de parte de Dios que inundó el alma de Jesús cuando murió (Mt 27:46; Mc
15:34), porque en Su muerte Él llevó y experimentó por los pecadores la ira infernal que
estos merecían (1 Cor 15:3; 2 Cor 5:21; Heb 9:11-14, 28). Su muerte fue nada menos que
una muerte vicaria y propiciatoria. Negar esto es negar el evangelio.

Pero la muerte no pudo mantener a Jesús en la tumba, porque ni la muerte ni Satanás tenían
ningún derecho sobre Él (Sal 16:10, Hch 2:24-31). Entonces, Dios el Padre, por el Espíritu
Santo, resucitó a Jesús de entre los muertos al tercer día (Mt 28:6-7, Hch 2:32, Rom 8:11),
y Él fue visto en varias ocasiones por Sus Apóstoles y testigos selectos (Hch 1:3-8, 1 Cor
15:4-8). Rechazar la resurrección corporal corta nuestra esperanza de salvación.

Este es el evangelio que el Nuevo Testamento enseña, que Whitefield predicó, y que
todavía predicamos: Cristo, completamente Dios, se hizo hombre por nuestra salvación,
murió por nuestros pecados y resucitó de los muertos. Cree esto y serás salvo.

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