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una teoría sobre el efecto que esto pudo haber tenido en el hombre
que luego escribiría Drácula y otras historias sobre fenómenos que
no existían y que no podían existir en nuestro llamado mundo nor-
mal, el mundo real y ordenado donde se supone que se desarrolla la
parte esencial de nuestras vidas. Y por supuesto H.P. Lovecraft re-
gistró extensamente en sus cartas los viajes que hizo a un mundo sin
reglas sobre lo que debería o no debería ser. Tengo que decir que mis
destinos eran más mundanos, pero son las emociones que inducen
las pesadillas lo que más nos afecta. No tienen parangón en intensi-
dad y sugerencia en nuestras vidas diurnas. Cuando era joven, solía
pensar que si tenía un mal sueño una noche, era menos probable
que tuviera otro la siguiente. No pretendo ser único en las pesadillas
y traumas de mis primeros años de vida, ni siquiera que fueran el
origen de mi afición posterior a las películas y la literatura de terror.
Simplemente ocurrieron. Los terrores nocturnos en los que siento
que estoy despierto pero con el cuerpo totalmente paralizado han
continuado hasta el día de hoy. Estos terrores pueden explicar lo que
posiblemente sea mi peor temor: el síndrome de estar «encerrado»
en un cuerpo y no poder transmitir una señal de que soy consciente
de lo que sucede a mi alrededor. Creo que la mera existencia de un
trastorno de este tipo hace que no valga la pena el riesgo de seguir
viviendo. Muchos otros posibles sufrimientos me resultan demasia-
do horribles tan solo imaginarlos. Un libro superventas fue escrito
por alguien en esa condición. Se supone que esta especie de logro
heroico nos asegura que todos tenemos reservas de fuerza que
pueden ayudarnos a superar los más extrañas y terribles calvarios.
Esto puede ser cierto para algunas personas, pero yo no puedo evitar
temblar cuando pienso en aquellos para quienes no es así. Se cuen-
tan tantas mentiras con el fin de evitar que nos desmoronemos si
prestamos demasiada atención a las miles de pesadillas potenciales
que nos amenazan tanto de día como de noche.
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¿Podría hablar sobre tu trasfondo religioso?
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El ensayo “Breves lecciones del profesor Nadie” se lee como un
primer intento de abordar los temas que luego exploraría en su libro
de no ficción La conspiración contra la especie humana. ¿Por qué
sintió que era necesario incluirlo en una colección de ficción?
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excepciones en mi vida como lector. Las novelas de detectives de
Raymond Chandler particularmente. Por otra parte, la voz en
primera persona de Philip Marlowe definitivamente se inclina hacia
lo pedagógico, y uno no puede evitar sentir que es la voz del autor
hablando a través de él. Ciertos críticos literarios y filósofos lingüís-
ticos se reirían despectivamente desde esa perspectiva, pero ¿a quién
le importa lo que piensan, excepto a sus colegas y alumnos? En lo
que a mí respecta, paso de la escuela mientras siga fluyendo sangre
por mis venas y no formaldehído.
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trabajo tardío, en realidad es la culminación de temas y pensamien-
tos que habían aparecido ya de una forma u otra a lo largo de mi
vida de escritor. Cronológicamente, en la primera historia que pensé
que valía la pena conservar, “La última fiesta de Arlequín”, retraté a
un narrador deprimido que descubre un culto de antinatalistas
sobrenaturales –avant le lettre, por supuesto, pero antinatalistas al
fin– que viven en una pequeña ciudad del medio oeste. Escribí el
primer borrador de esta historia, que era más larga y detallada que la
historia finalmente publicada, a fines de la década de 1970. La his-
toria no apareció en su forma revisada hasta diez años después, pero
en todos los aspectos temáticos era la misma historia. Simplemente
eliminé algunos detalles narrativos. Había algo más en la versión ini-
cial de “La última fiesta de Arlequín” que más tarde jugó un papel
destacado en mi supuesta carrera. En una palabra, era la Oscuridad.
No revelaré el final de “La última fiesta de Arlequín”, pero diré que
la oscuridad, que es el símbolo y el motivo principal de esta historia,
prevalece al final, como cabe esperar en todas mis historias.
Continué con este uso de la oscuridad como un dispositivo, y
prácticamente un personaje, de varias de las historias que he escrito.
Ahora, entre el énfasis en el pesimismo de “Breves lecciones del pro-
fesor Nadie sobre el horror sobrenatural” y el protagonismo de la
depresión, la oscuridad y lo demás de “La última fiesta de Arlequín”,
que es seguramente mi historia más conocida, podrías pensar que
los lectores me tomarían en serio en estos asuntos. Sin embargo, ese
no parece haber sido el caso hasta que escribí La conspiración contra
la especie humana. Era como si no pudieran creerse del todo que la
naturaleza oscura de mi ficción reflejaba una actitud mental y un
conjunto de sentimientos de su autor. Pero allí estaba, tan grande y
feo como la vida. Y parece haber estado allí desde el principio. Sim-
plemente no era tan didáctico en aquellos días.
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¿Qué diferencias encuentras entre tu trabajo y el de Lovecraft?
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Yo mismo también lo diría. Pero me parece que lo que cautiva el
interés de un lector en el trabajo de un escritor y no en el de otro se
basa a menudo en aspectos superficiales, incluso cuando hay
afinidades más profundas. Cualquiera puede pensar en ejemplos
entre escritores populares y literarios. Las obras más características
de Lovecraft retratan una variedad de monstruos. Las mías rara vez
lo hacen. ¿Cuál es la diferencia? No tanta en el nivel más profundo.
Pero los monstruos son un gran gancho literario y necesariamente
hay una aventura superficial al hablar sobre ellos. Si se pide a un lec-
tor que cite la imagen definitiva en Lovecraft, podría decir que son
los tentáculos que se agitan en el cuerpo de un monstruo. En mi
caso probablemente serían títeres, maniquíes y cosas parecidas a
payasos, a pesar de que a menudo se trata más bien de algo metafóri-
co que de la presencia literal de algo monstruoso. Sin embargo, si los
monstruos tentaculares de Lovecraft y mis títeres y demás pelearan
entre sí, creo que los monstruos ganarían.
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dijo sobre J.-K. Huysmans después de publicar su novela A rebours.
Creo que fue Jules Barbey d’Aurevilly quien, en una reseña periodís-
tica de A rebours, escribió que Huysmans tenía solo dos opciones
después de publicar ese libro: el cañón de una pistola o el pie de la
cruz. Huysmans elige el pie de la cruz, pero solo después de publicar
una novela centrada en el satanismo. Barbey d’Aurevilly escribió lo
mismo sobre Baudelaire en un ensayo anterior, pero el autor de Les
fleurs du mal no adoptó una postura en ningún sentido. Por descon-
tado, muchos críticos y biógrafos llegaron a afirmar que Baudelaire
abrazó la fe católica en el lecho de muerte. Sabían que nadie podía
demostrar que eso era falso, por supuesto. En la Francia del siglo
XIX, a los escritores católicos se les otorgó una considerable libertad
en la exploración de lo que de no serlo podría haberse interpretado
como incursiones en un tema bastante degenerado. Eran católicos,
después de todo, así que tenían licencia para describir los estragos de
los pecados más excitantes. De todos los católicos franceses, admiro
al escritor de terror Petrus Borel, también conocido como El Licán-
tropo, quien dijo que era papista porque no podía ser un caníbal. No
estoy seguro de si aquellos que dijeron que, como autor de La cons-
piración, yo debería haberme suicidado conocían esta declaración,
famosa desde hace mucho tiempo. Yo sí conocía esta broma, por lo
que estas opiniones o exigencias no logran impresionarme.
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de que su novela Martin Dressler había recibido el Premio Pulitzer se
encontraba en medio de una clase. La anécdota concluye con que le
dijo a sus alumnos que sin duda se trataba de un terrible error y que
necesitaba disculparse para dejar las cosas en su sitio. Estoy bastante
seguro de que no tengo ni la razón ni el derecho de estar tan perplejo
como Millhauser estaba aquel día.
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