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ENTREVISTA A THOMAS LIGOTTI

WEIRD FICTION REVIEW


(15-10-2015)

¿Hubo algún acontecimiento concreto en su vida que impulsó su


imaginación hacia el horror?

Creo que la primera y principal fuente de horror que invadió mi


mente fueron las pesadillas. He sido un profesional de los malos
sueños toda mi vida. Hamlet no tenía nada que hacer conmigo en lo
que a eso respecta. Las pesadillas son el único reino en el que esta-
mos desvalidos y sin la menor esperanza de ser salvados de los peores
y más antinaturales destinos. Pero todo esto es muy abstracto, y no
creo que sea la respuesta que esperas de mí. Sin duda tuve algo más
que mi ración de pesadillas. Hubo otras cosas, y no estoy seguro de
poder señalar qué cosas eran o cuánto se podría culpar o atribuir a
cualquiera de ellas mi obsesión con la expresión artística del horror.
De niño a menudo estaba enfermo. Con frecuencia mis enfer-
medades iban acompañadas de fiebres y percepciones delirantes que
generaban rostros malignos en el techo de mi habitación, sombras
en las esquinas, formas que me observaban desde lugares oscuros,
ese tipo de cosas. Cuando tenía dos años, fui hospitalizado y opera-
do por una perforación abdominal. En mis lecturas sobre la vida de
autores de literatura sobrenatural, me topé con un artículo sobre
intervenciones quirúrgicas infantiles, y me impresionó una en par-
ticular que había sufrido Bram Stoker. El autor del artículo tenía

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una teoría sobre el efecto que esto pudo haber tenido en el hombre
que luego escribiría Drácula y otras historias sobre fenómenos que
no existían y que no podían existir en nuestro llamado mundo nor-
mal, el mundo real y ordenado donde se supone que se desarrolla la
parte esencial de nuestras vidas. Y por supuesto H.P. Lovecraft re-
gistró extensamente en sus cartas los viajes que hizo a un mundo sin
reglas sobre lo que debería o no debería ser. Tengo que decir que mis
destinos eran más mundanos, pero son las emociones que inducen
las pesadillas lo que más nos afecta. No tienen parangón en intensi-
dad y sugerencia en nuestras vidas diurnas. Cuando era joven, solía
pensar que si tenía un mal sueño una noche, era menos probable
que tuviera otro la siguiente. No pretendo ser único en las pesadillas
y traumas de mis primeros años de vida, ni siquiera que fueran el
origen de mi afición posterior a las películas y la literatura de terror.
Simplemente ocurrieron. Los terrores nocturnos en los que siento
que estoy despierto pero con el cuerpo totalmente paralizado han
continuado hasta el día de hoy. Estos terrores pueden explicar lo que
posiblemente sea mi peor temor: el síndrome de estar «encerrado»
en un cuerpo y no poder transmitir una señal de que soy consciente
de lo que sucede a mi alrededor. Creo que la mera existencia de un
trastorno de este tipo hace que no valga la pena el riesgo de seguir
viviendo. Muchos otros posibles sufrimientos me resultan demasia-
do horribles tan solo imaginarlos. Un libro superventas fue escrito
por alguien en esa condición. Se supone que esta especie de logro
heroico nos asegura que todos tenemos reservas de fuerza que
pueden ayudarnos a superar los más extrañas y terribles calvarios.
Esto puede ser cierto para algunas personas, pero yo no puedo evitar
temblar cuando pienso en aquellos para quienes no es así. Se cuen-
tan tantas mentiras con el fin de evitar que nos desmoronemos si
prestamos demasiada atención a las miles de pesadillas potenciales
que nos amenazan tanto de día como de noche.

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¿Podría hablar sobre tu trasfondo religioso?

Asistí a la escuela católica del primer al tercer grado y seguí sien-


do teísta durante mi adolescencia. No puedo recordar ningún inci-
dente o lectura que me llevara a convertirme en ateo alrededor de los
diecinueve años. Por lo que recuerdo, fui consciente de mi falta de fe
mientras realizaba los deberes de historia del instituto. No fue un
hecho trascendental por decirlo de algún modo. Mirando hacia
atrás, podría afirmar que mi catolicismo, que era bastante complejo
y obsesivo para un niño, se reducía a una cuestión de observancia
del ritual y la práctica privada sin estar regido por sentimientos o
emociones espirituales. Ya en la escuela primaria me di cuenta de
que no tenía ningún sentimiento positivo o negativo hacia mi
creador. Esto no me pareció extraño. Creo que asumí que cualquiera
podría sentir lo mismo que yo, y también lo contrario. Encontré a
Jesucristo muy poco inspirador como un mesías o útil de alguna
manera para mi vida. Lo que sí sentí fue una profunda empatía por
los demás. El sonido de una sirena de ambulancia siempre inspiró
en mí una oración, aunque en algún momento de mi vida esto llegó
a convertirse en una reacción instintiva o supersticiosa. Más tarde, el
sonido de una sirena de ambulancia ya solo despertó miedo en mí.
He realizado varios viajes en un vehículo de este tipo por problemas
que van desde una pierna rota hasta una cirugía de emergencia por
diverticulitis en 2012 en las primeras horas del Día de los Santos
Inocentes. No puedes fingir estas cosas, como dicen algunos. Mien-
tras sufría un dolor aniquilador del ego justo antes de someterme a
la anestesia, experimenté una difusa conciencia de que mi muerte
durante la cirugía no sería algo tan malo. Esto se convirtió en un
pensamiento lúcido y una esperanza sin ambivalencias que me viene
a la mente cada vez que afronto una nueva cirugía para reparar mis
entrañas.

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El ensayo “Breves lecciones del profesor Nadie” se lee como un
primer intento de abordar los temas que luego exploraría en su libro
de no ficción La conspiración contra la especie humana. ¿Por qué
sintió que era necesario incluirlo en una colección de ficción?

He sido un escritor pedagógico en mayor o menor medida desde


el principio. Puede que uno se engañe cuando piensa que el mundo
simplemente debe escuchar lo que tiene que decir, pero creo que
este engaño es necesario para escribir algo, ya sea poesía, ficción o
un sermón. Entonces, la intención pedagógica es inherente a todo
esfuerzo por derramar tinta en una página. Es más una cuestión de
la forma en que la urgencia de decirle al mundo lo que piensas al
respecto se disfraza de cara al público lector. En caso de que una
obra de ficción esté mal vestida en su técnica y forma de contar, su
ropa interior quedará a la vista. Eso es lo peor que le puede pasar a
un escritor de ficción, al menos desde el punto de vista de los lec-
tores que quieren «perderse» en una narración y no en qué ideas y
emociones quiere expresar un escritor con tantas palabras. Hablan-
do personalmente, mis propias formas literarias favoritas están dis-
eñadas para expresar los pensamientos y sentimientos de sus autores.
Como lector, me he dedicado casi por completo a ensayos, poesía
lírica, historias y dramas expresionistas, aforismos, cuentos morales
y cualquier otra forma en que un escritor se encuentre en un podio o
en una tarima. En realidad, no es que prefiera las formas cortas
tanto como prefiero escuchar lo que alguien tiene que decir sobre su
experiencia de estar vivo, lo que les gusta, lo que odian, que
escucharlos contar un cuento. Me gusta sentirme más cercano al
personaje de un escritor que a un personaje inventado que maniobra
dentro de unas circunstancias que se resuelven perfectamente al
final. Es cierto que también me gustan esas cosas. Puedo perderme
en ellas tanto como cualquier colegiala que lee una novela rosa. Pero
con algunas excepciones, preferiría ver esas historias en mi televisor
o reproductor de DVD. Leerlas, especialmente cuando alcanzan la
extensión de mil páginas, es una tarea que me sobrepasa. Ha habido

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excepciones en mi vida como lector. Las novelas de detectives de
Raymond Chandler particularmente. Por otra parte, la voz en
primera persona de Philip Marlowe definitivamente se inclina hacia
lo pedagógico, y uno no puede evitar sentir que es la voz del autor
hablando a través de él. Ciertos críticos literarios y filósofos lingüís-
ticos se reirían despectivamente desde esa perspectiva, pero ¿a quién
le importa lo que piensan, excepto a sus colegas y alumnos? En lo
que a mí respecta, paso de la escuela mientras siga fluyendo sangre
por mis venas y no formaldehído.

Usted escribió sobre la naturaleza paradójica de la ficción de hor-


ror sobrenatural, cómo nos concede un respiro del verdadero horror
de la existencia al tiempo que lo afirma. ¿Puede llegar un momento
en que el horror cotidiano llegue a tal punto del absurdo que haga
irrelevante el horror sobrenatural?

Realmente no veo que ese momento vaya a llegar. Sin embargo,


no creo que haya más argumentos para apoyar esa opinión que su
antítesis. En la actualidad, sin embargo, parece que el horror sobre-
natural es realmente más relevante que nunca y el horror cotidiano
más frecuente de lo que lo haya sido con anterioridad, o al menos así
lo sienten nuestras mentes. Creo que, en definitiva, esta es mi
opinión.

¿Cómo ha cambiado / evolucionado su estilo a lo largo de los


años? ¿Qué ha explorado recientemente que no hiciera al principio
de su carrera, si es que hay algo?

Para retomar el tema de mi vena didáctica, creo que he evolu-


cionado más en esa dirección que en cualquier otra. Por supuesto,
esta tendencia es más notoria en mi libro de no ficción La conspi-
ración contra la especie humana. Sin embargo, aunque esta obra es un

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trabajo tardío, en realidad es la culminación de temas y pensamien-
tos que habían aparecido ya de una forma u otra a lo largo de mi
vida de escritor. Cronológicamente, en la primera historia que pensé
que valía la pena conservar, “La última fiesta de Arlequín”, retraté a
un narrador deprimido que descubre un culto de antinatalistas
sobrenaturales –avant le lettre, por supuesto, pero antinatalistas al
fin– que viven en una pequeña ciudad del medio oeste. Escribí el
primer borrador de esta historia, que era más larga y detallada que la
historia finalmente publicada, a fines de la década de 1970. La his-
toria no apareció en su forma revisada hasta diez años después, pero
en todos los aspectos temáticos era la misma historia. Simplemente
eliminé algunos detalles narrativos. Había algo más en la versión ini-
cial de “La última fiesta de Arlequín” que más tarde jugó un papel
destacado en mi supuesta carrera. En una palabra, era la Oscuridad.
No revelaré el final de “La última fiesta de Arlequín”, pero diré que
la oscuridad, que es el símbolo y el motivo principal de esta historia,
prevalece al final, como cabe esperar en todas mis historias.
Continué con este uso de la oscuridad como un dispositivo, y
prácticamente un personaje, de varias de las historias que he escrito.
Ahora, entre el énfasis en el pesimismo de “Breves lecciones del pro-
fesor Nadie sobre el horror sobrenatural” y el protagonismo de la
depresión, la oscuridad y lo demás de “La última fiesta de Arlequín”,
que es seguramente mi historia más conocida, podrías pensar que
los lectores me tomarían en serio en estos asuntos. Sin embargo, ese
no parece haber sido el caso hasta que escribí La conspiración contra
la especie humana. Era como si no pudieran creerse del todo que la
naturaleza oscura de mi ficción reflejaba una actitud mental y un
conjunto de sentimientos de su autor. Pero allí estaba, tan grande y
feo como la vida. Y parece haber estado allí desde el principio. Sim-
plemente no era tan didáctico en aquellos días.

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¿Qué diferencias encuentras entre tu trabajo y el de Lovecraft?

Podría responder a esta pregunta de diferentes formas. Una de


ellas es que en las historias más personales de Lovecraft, es decir en
trabajos tardíos como “La sombra de otro tiempo” y “En las mon-
tañas de la locura”, hay una sensación de aventura. En sus cartas,
Lovecraft a menudo hablaba sobre experimentar momentos de lo
que él llamó «expectativa aventurera», con lo que se refería a sentirse
al borde de alguna revelación extraña y muy emocionante que siem-
pre se mantiene en suspensión y nunca se conoce en sus detalles.
Esta es evidentemente una percepción estética de la existencia.
Borges describió un sentimiento similar de la inminencia de una
revelación que nunca ocurre como la experiencia estética definitiva.
En el trabajo de Lovecraft, a diferencia del de Borges, el origen de su
sentimiento de expectativa aventurera deriva de algo terrible que
está asociado con la inconcevible naturaleza espacial y temporal del
universo físico. Creo que muchas personas experimentan esto
mismo en sus vidas. Yo mismo lo experimento. Pero nunca se me
ocurrió expresar este sentimiento como fuente de aventura en mis
historias.
Mi enfoque ha sido bastante consistente en lo que he imaginado
como un «paraíso infernal», un reino donde uno se revuelca en algo
pútrido y corrosivo que yace más allá de la percepción exacta. En sus
historias, la expectativa aventurera de Lovecraft tiene su origen en
algo terrible, y no en el país de las maravillas de los libros ilustrados
que encuentras en la obra de muchos escritores de ficción fantástica.
Pero sigue siendo emocionante a su manera. No es puramente infer-
nal, como es el caso de mis historias. Lovecraft era un aficionado a la
astronomía cuando era niño, por lo que este sentimiento probable-
mente surgió en esa época. Yo era un católico patológico cuando era
niño, y sobre esa base se podría establecer una conexión entre mi
vida temprana y mis escritos posteriores. En última instancia, la
diferencia que estoy tratando de articular entre la expectativa aven-
turera de Lovecraft y mi paraíso infernal puede parecer superficial.

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Yo mismo también lo diría. Pero me parece que lo que cautiva el
interés de un lector en el trabajo de un escritor y no en el de otro se
basa a menudo en aspectos superficiales, incluso cuando hay
afinidades más profundas. Cualquiera puede pensar en ejemplos
entre escritores populares y literarios. Las obras más características
de Lovecraft retratan una variedad de monstruos. Las mías rara vez
lo hacen. ¿Cuál es la diferencia? No tanta en el nivel más profundo.
Pero los monstruos son un gran gancho literario y necesariamente
hay una aventura superficial al hablar sobre ellos. Si se pide a un lec-
tor que cite la imagen definitiva en Lovecraft, podría decir que son
los tentáculos que se agitan en el cuerpo de un monstruo. En mi
caso probablemente serían títeres, maniquíes y cosas parecidas a
payasos, a pesar de que a menudo se trata más bien de algo metafóri-
co que de la presencia literal de algo monstruoso. Sin embargo, si los
monstruos tentaculares de Lovecraft y mis títeres y demás pelearan
entre sí, creo que los monstruos ganarían.

¿Cómo se sintió cuando La conspiración contra la especie


humana comenzó a atraer cada vez más lectores y compradores el año
pasado? ¿Le preocupa que algunos lectores que no estén familiarizados
con su trabajo solo lo conozcan como el autor de La conspiración?

He dicho muchas veces que he tenido más suerte con la publi-


cación de esta obra de la que podía esperar razonablemente. Creo
que esto puede ser un ejemplo de aquello. De cualquier manera me
lo tomaré como siempre lo he hecho. No sé si importa si finalmente
soy más conocido por mis historias o por este infame breviario de
nihilismo. Por extraño que parezca, siempre he pensado en La cons-
piración contra la especie humana como una especie de libro inspi-
rador, casi de autoayuda. Lo digo en serio. Y me resulta doloroso ver
que algunos lectores y críticos han afirmado alegremente que,
después de haber escrito La conspiración contra la especie humana, yo
sería un hipócrita y un falso si no me quito la vida. Algo similar se

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dijo sobre J.-K. Huysmans después de publicar su novela A rebours.
Creo que fue Jules Barbey d’Aurevilly quien, en una reseña periodís-
tica de A rebours, escribió que Huysmans tenía solo dos opciones
después de publicar ese libro: el cañón de una pistola o el pie de la
cruz. Huysmans elige el pie de la cruz, pero solo después de publicar
una novela centrada en el satanismo. Barbey d’Aurevilly escribió lo
mismo sobre Baudelaire en un ensayo anterior, pero el autor de Les
fleurs du mal no adoptó una postura en ningún sentido. Por descon-
tado, muchos críticos y biógrafos llegaron a afirmar que Baudelaire
abrazó la fe católica en el lecho de muerte. Sabían que nadie podía
demostrar que eso era falso, por supuesto. En la Francia del siglo
XIX, a los escritores católicos se les otorgó una considerable libertad
en la exploración de lo que de no serlo podría haberse interpretado
como incursiones en un tema bastante degenerado. Eran católicos,
después de todo, así que tenían licencia para describir los estragos de
los pecados más excitantes. De todos los católicos franceses, admiro
al escritor de terror Petrus Borel, también conocido como El Licán-
tropo, quien dijo que era papista porque no podía ser un caníbal. No
estoy seguro de si aquellos que dijeron que, como autor de La cons-
piración, yo debería haberme suicidado conocían esta declaración,
famosa desde hace mucho tiempo. Yo sí conocía esta broma, por lo
que estas opiniones o exigencias no logran impresionarme.

¿Cuál fue su reacción al descubrir que se había unido a un selecto


grupo de solo diez autores vivos incluidos en el catálogo de Penguin
Classics en EE. UU.?

No conocía esta circunstancia. Ahora que lo sé, no puedo evitar


pensar en Steven Millhauser, cuyo trabajo admiro mucho por su
extraña imaginación y escritura exquisita en la que escucho ecos de
voces familiares, incluidas las de Vladimir Nabokov y Bruno Schulz,
que impulsaron tantas de mis propias historias en la deriva que
adoptaron. Recuerdo haber leído que el día en que le dieron la noticia

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de que su novela Martin Dressler había recibido el Premio Pulitzer se
encontraba en medio de una clase. La anécdota concluye con que le
dijo a sus alumnos que sin duda se trataba de un terrible error y que
necesitaba disculparse para dejar las cosas en su sitio. Estoy bastante
seguro de que no tengo ni la razón ni el derecho de estar tan perplejo
como Millhauser estaba aquel día.

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