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Fichaje

Asignatura: NARRATIVA HISPANOAMERICANA: IDENTIDAD CULTURAL Y GÉNERO


Estudiante: Gustavo Anguita Contreras
Fecha: 7 de octubre
Datos Bibliográficos: Butler, Judith. 1999. 1. Sujetos de sexo/género/deseo. El género
en disputa: Feminismo y la subversión de la identidad (pp. 45-99). Barcelona: Paidós

Tema general: Feminismo / Género / Poder


Tipo de ficha: Resumen ideas centrales

Resumen Introductorio (En 200 a 300 palabras, exponga las ideas centrales del texto,
incluyendo las partes en que se desarrolla el trabajo, la tesis del/a autor/a, el modo en que
desarrolla esta tesis y, si viene al caso, el método que utiliza. En términos muy generales,
contextualice la obra indicando la fecha de producción, el impacto que tuvo en la recepción
de la época y la actual importancia de esta obra, a fin, principalmente de valorar el impacto
de la obra que estamos analizando):

El texto fichado se llama Sujetos de sexo / género / deseo, y es el primer capítulo del
libro El género en disputa: Feminismo y la subversión de la identidad, publicado
originalmente en 1990 por Judith Butler, una reconocida filósofa estadounidense. Dicho
libro se enmarca en la discusión de la tercera ola del feminismo, y el impacto que tuvo en
su contexto de recepción le otorga la consideración de ser uno de los textos fundacionales
de la teoría queer, del feminismo catalogado como postmoderno y de la teoría performativa
del género.
En esta obra, la autora busca problematizar y cuestionar la noción tradicional y
hegemónica de género, diferenciándola de la categoría de sexo. Para ello, recopila ideas de
otros estudiosos del siglo XX que reflexionaron acerca del poder y/o del género (tales como
Sigmund Freud, Simone de Beauvoir, Luce Irigaray, Monique Wittig y Michel Foucault)
analizando dichas ideas, comparándolas, criticándolas y; a su vez, sugiriendo y postulando
otras ideas propias en relación con ellas.
Algunas de las ideas principales postuladas por la filósofa en este libro son la
consideración de que la identidad de género es una construcción que se realiza de manera
performativa; y la idea de que no sólo el género es una construcción social, sino que
también el sexo, cuya noción tradicional y hegemónica lo ha impuesto a lo largo de la
historia como un elemento biológico o natural.

Profundización crítica (Desarrolle las ideas centrales de la obra fichada, comentando la


importancia de estos aportes para el desarrollo de su trabajo. No olvide incluir citas
textuales y número de páginas. La extensión del fichaje dependerá de la extensión del
texto):
1. Sujetos de sexo/género/deseo

Las mujeres como sujeto del feminismo

La autora comienza el capítulo señalando que generalmente la teoría feminista a lo


largo de la historia ha asumido que existe una cierta identidad con respecto al ‘sujeto’ a
quien representa políticamente el feminismo, entendiendo a esta entidad como “la
categoría de las mujeres” (p. 46). En este sentido, la filósofa asevera que “para la teoría
feminista, el desarrollo de un lenguaje que represente de manera adecuada y completa a
las mujeres ha sido necesario para promover su visibilidad política.” (p. 46)

Sin embargo, en tiempos recientes esta visión se ha cuestionado pues no existe un


consenso sobre lo que abarca o debiera abarcar la ‘categoría de las mujeres’. Este fenómeno
es problemático dado que pareciera ser que existen ciertos requisitos creados en los
campos de representación lingüísticos y políticos que se deben cumplir para que una
entidad sea reconocida como un ‘sujeto’. Butler, parafraseando a Foucault, señala que “los
sistemas jurídicos de poder producen a los sujetos a los que más tarde representan” (p. 47);
pero dichos sistemas de poder regulan desde lo negativo: limitando, prohibiendo,
reglamentando y controlando. Por ende, pareciera ser que el sujeto del feminismo debiera
ser legitimado por estas nociones de poder que, al mismo tiempo, tienen la función de
limitar. En este sentido, Butler señala que “la crítica feminista también debería comprender
que las mismas estructuras de poder mediante las cuales se pretende la emancipación crean
y limitan la categoría de ‘las mujeres’, sujeto del feminismo” (p. 48).

A su vez, está el problema de asumir que la noción de ‘mujeres’ supone una


identidad común, pues las características específicas de un género no abarcan todo lo que
es una persona, y porque el género se puede constituir de manera distinta dependiendo del
contexto histórico, de la raza, de la clase, de la etnia, entre otros: “es imposible separar el
género de las intersecciones políticas y culturales en las que constantemente se produce y
se mantiene” (p. 49). Esta creencia en una base universal para el feminismo suele estar
fundada en “la idea de que la opresión de las mujeres posee alguna forma específica
reconocible dentro de la estructura universal o hegemónica del patriarcado o de la
dominación masculina” (p. 49). Dicha idea ha sido recientemente criticada, pues no
considera los mecanismos en que se produce la opresión de género en sus contextos
culturales particulares, por lo que la afirmación de la existencia de un patriarcado universal
ha perdido credibilidad.

La autora afirma que su intención es argumentar que “las limitaciones del discurso
de representación en que participa el sujeto del feminismo socavan sus supuestas
universalidad y unidad” (p. 51), pero esto no quiere decir que se deba rechazar la política
de representación; sino que la tarea es construir una “crítica de las categorías de identidad
que generan, naturalizan e inmovilizan las estructuras jurídicas actuales” (p. 52). La filósofa
plantea entonces que la labor de una genealogía feminista de la ‘categoría de las mujeres’
debiera “examinar los procedimientos políticos que originan y esconden lo que conforma
las condiciones al sujeto jurídico del feminismo” (p. 53).

El orden obligatorio de sexo/género/deseo

La diferenciación entre sexo y género es problemática: mientras que el sexo puede


ser entendido como el aspecto biológico, el género puede ser entendido como una
construcción cultural, como aquellos “significados culturales que acepta el cuerpo sexuado”
(p. 54). En este sentido, la hipótesis de un sistema binario de géneros sostiene tácitamente
“la idea de una relación mimética entre género y sexo, en la cual el género refleja al sexo o,
de lo contrario, está limitado por él” (p. 54). Vale decir, el sexo se entiende como lo natural
y el género como su interpretación cultural. Sin embargo, la autora plantea que el género
es más que eso, pues “también es el medio discursivo/cultural a través del cual la
‘naturaleza sexuada’ o un ‘sexo natural’ se forma y establece como ‘prediscursivo’, anterior
a la cultura” (p. 56). En esta línea, la dualidad del sexo también vendría siendo una
construcción cultural, solo que ha sido socialmente establecida como algo natural y previo
a la cultura y al discurso humano.

Género: las ruinas circulares del debate actual

Diversas teóricas feministas argumentan que “el género es la interpretación cultural


del sexo o que el género se construye culturalmente” (p. 56). Sin embargo, existen
desacuerdos en torno a cómo, dónde y cuándo se va realizando dicha construcción. Por
ejemplo, Simone de Beauvoir en El segundo sexo plantea que el género es construido:
“Beauvoir sostiene rotundamente que una ‘llega a ser’ mujer, pero siempre bajo la
obligación cultural de hacerlo” (p. 57). En algunas teorías feministas, el cuerpo es entendido
como un instrumento, como un medio pasivo al cual se vinculan una serie de significados
culturales. Sin embargo, plantea Butler, el cuerpo en sí también es una construcción; por
ende, “no puede afirmarse que los cuerpos posean una existencia significable antes de la
marca de su género” (p. 58).

A su vez, existe una discusión en torno al libre albedrío o al determinismo del género
o del sexo. Sobre este punto, Butler sostiene que dicha discusión funciona dentro de un
discurso hegemónico que está basado en estructuras binarias, y que, por ende, limita y
restringe lo que es establecido como el campo imaginable del género. En este sentido, la
problemática circular del cuestionamiento feminista acerca del género queda evidenciado
por la existencia de dos posiciones: “por un lado, las que afirman que el género es una
característica secundaria de las personas, y por otro, las que sostienen que la noción misma
de persona situada en el lenguaje como un ‘sujeto’ es una construcción y una prerrogativa
masculinistas que en realidad niegan la posibilidad estructural y semántica de un género
femenino” (p. 62).
La visión de lo masculino en el discurso epistemológico occidental, una tradición
filosófica que se origina con Platón y que siguen pensadores como Descartes, Husserl y
Sartre, puede ser entendida como ‘descarnada’, pues postula una dualidad mente/cuerpo,
en la que lo racional somete a lo corporal. Algunas teóricas feministas, como Beauvoir, han
concebido a lo corpóreo como una forma de entender y reivindicar lo femenino,
concibiéndolo como la otredad. Sin embargo, esta posición puede ser problemática pues
sigue funcionando dentro del discurso hegemónico al cual se está cuestionando: dice la
autora, parafraseando a Irigaray, que “ese modo falogocéntrico de significar el sexo
femenino siempre genera fantasmas de su propio deseo de ampliación” (p. 65).

Teorizar lo binario, lo unitario y más allá

Butler argumenta que “la crítica feminista debe explicar las afirmaciones
totalizadoras de una economía significante masculinista, pero también debe ser autocrítica
respecto de las acciones totalizadoras del feminismo” (p. 66), debido a que considera que
el empeño de ciertas autoras de teoría feminista, como Irigaray, por incluir exaltadamente
a culturas de la otredad que son marginadas por el ‘falogocentrismo global’ puede terminar
repitiendo el gesto falogocéntrico de autoexaltarse y, por ende, imitando la estrategia
dominadora. El hecho de que dicha estrategia sea eficiente tanto en contextos feministas
como antifeministas demuestra que no es en sí masculinista, sino que “puede crear distintas
relaciones de subordinación racial, de clase y heterosexista, entre muchas otras” (p. 66).
Existe una problemática con respecto a si puede existir una esencia universal que
englobe la identidad feminista. Aquellas posiciones universalistas que lo afirman están
basadas en aspectos transculturales como la maternidad, la feminidad y la sexualidad. Sin
embargo, no dejan de ser excluyentes. La filósofa plantea que delimitar una base acerca de
la identidad feminista puede ser problemático, pues “el género es una complejidad cuya
totalidad se posterga de manera permanente, nunca aparece completa en una determinada
coyuntura en el tiempo” (p. 70).

Identidad, sexo y la metafísica de la sustancia

La visión convencional acerca de la identidad de una persona postula que existe una
esencia personal, no afectada por aspectos externos como la cultura o el género. Sin
embargo, Butler plantea que no puede existir una identidad personal previa al género, pues
“la identidad se preserva mediante los conceptos estabilizadores de sexo, género y
sexualidad” (p. 71). En esta misma línea, la visión filosófica tradicional acerca de una
identidad personal que es coherente y continua entre el sexo y el género es debilitada por
la aparición en la cultura de personas cuya identidad posee una ‘discontinuidad’ entre lo
que se concibe como el sexo biológico, el género, la práctica y el deseo sexual: “La
heterosexualización del deseo exige e instaura la producción de oposiciones discretas y
asimétricas entre ‘femenino’ y ‘masculino’, entendidos estos conceptos como atributos que
designan ‘hombre’ y ‘mujer’” (p. 72). Las identidades de seres, entonces, que no presentan
una continuidad en cuanto a las normas de género tradicionales, son vistos como defectos
o anomalías en la cultura tradicional dominante.
En el campo de las teorías feminista y postestructuralista francesas, se piensa que
diversas estructuras de poder “crean los conceptos de identidad del sexo” (p. 73). Pero
existen visiones diferentes dentro de dichas teorías: Irigaray, por ejemplo, considera que en
los sistemas de representación actual sólo existiría el sexo masculino, cuya evolución se
desarrolla a través de la producción del ‘Otro’, por lo que bajo estas condiciones, las mujeres
no podrían ser definidas de acuerdo al modelo de un ‘sujeto’; Foucault postula que “la
categoría de sexo, ya sea masculino o femenino, es la producción de una economía difusa
que regula la sexualidad” (p. 73); Wittig argumenta que “la categoría de sexo, en las
condiciones de heterosexualidad obligatoria, siempre es femenina (mientras que la
masculina no está marcada y, por tanto, es sinónimo de lo ‘universal’)” (p. 74).
Sin embargo, para todas estas posturas es fundamental “la idea de que el sexo surge
dentro del lenguaje hegemónico como una sustancia, como un ser idéntico a sí mismo, en
términos metafísicos” (p. 74). Esta apariencia se lleva a cabo a través de un giro
performativo del lenguaje que “esconde el hecho de que ‘ser’ de un sexo o un género es
básicamente imposible” (p. 75). En este sentido, algunos teóricos como Irigaray y Foucault
han señalado que la gramática sustantiva del género supone una relación binaria que es
artificial y arbitraria, y que esconde el discurso dominante de lo masculino.
La autora, además, describe ciertas ideas de Wittig: por ejemplo, que “la restricción
binaria del sexo está supeditada a los objetivos reproductivos de un sistema de
heterosexualidad obligatoria” (p. 75), por lo que el derrumbe de dicha restricción dará paso
a un verdadero humanismo, libre de las ataduras que posee la noción de sexo. También,
Wittig posee la consideración de que la difusión de un erotismo no falocéntrico puede hacer
desaparecer las ilusiones de sexo, género e identidad, o que la aparición de ‘la lesbiana’ -
entendida como un tercer ‘sujeto’- trasciende la restricción binaria hegemónica. A su vez,
junto a Beavoir, considera que identificar a las mujeres con el ‘sexo’ es vincular la categoría
de mujeres con sus características corporales que tradicionalmente han sido sexualizadas
por la estructura de poder hegemónico; por lo tanto, es rechazar darles libertad a las
mujeres. Por ende, plantea destruir la categoría de sexo “para que las mujeres puedan
aceptar la posición de un sujeto universal” (p. 76).
La concepción tradicional del género parte desde el supuesto de que existe una
relación causal entre sexo, género y deseo; estos tres elementos serían simultáneos y se
expresarían en una heterosexualidad binaria entre los dos sexos opuestos. Esta concepción
esconde la propuesta de que el sexo, entonces, vendría a ser la ‘causa’ de la conducta y el
deseo sexuales, pero “el cuestionamiento genealógico de Foucault [en La historia de la
sexualidad] muestra que esta supuesta ‘causa’ es ‘un efecto’, la producción de un régimen
dado de sexualidad, que intenta regular la experiencia sexual” (p. 82). El texto ejemplifica
la arbitrariedad de la supuesta relación simultánea que se piensa tradicionalmente entre
sexo, género y deseo con un caso que Foucault analizó: el de Herculine Barbin, una persona
considerada hermafrodita en la Francia del siglo XIX, pues “ella/él origina una convergencia
y la desarticulación de las normas que rigen sexo/género/deseo” (p. 82).
La filósofa argumenta que el género no posee una característica metafísica que sea
sustancial, debido a que ”el efecto sustantivo del género se produce performativamente y
es impuesto por las prácticas reguladoras de la coherencia de género” (p. 84); y concluye
esta sección con una sentencia bastante abarcadora: “no existe una identidad de género
detrás de las expresiones de género; esa identidad se construye performativamente por las
mismas ‘expresiones’ que, al parecer, son resultado de ésta” (p. 85).

Lenguaje, poder y estrategias de desplazamiento

La autora expone que en diversos estudios feministas se plantea que habría de haber
una causa o un ‘hacedor’ detrás de la concepción tradicional y hegemónica del género.
Wittig considera que aquello que se suele considerar como la causa de la opresión, en
realidad es su marca, pero no su origen: “Wittig hace referencia al ‘sexo’ como una marca
que de alguna forma se refiere a la heterosexualidad institucionalizada” (p. 86). Ella
considera que el lenguaje es una herramienta que no es misógina en sus estructuras, sino
en sus utilizaciones. Irigaray piensa que “la posibilidad de otro lenguaje o economía
significante es la única forma de evitar la ‘marca’ del género que, para lo femenino, no es
sino la eliminación falogocéntrica de su sexo” (p. 86).

Para Lacan, “el ‘sujeto’ masculino es una construcción ficticia elaborada por la ley
que prohíbe el incesto y dictamina un desplazamiento infinito de un deseo
heterosexualizador” (p. 89); mientras que lo femenino vendría a ser la significación de la
falta. En esta línea, él considera que el tabú del incesto es una ley aplicada ‘en el nombre
del Padre’ que aleja al hijo de la madre; y, a su vez, la norma que rechaza el deseo de una
hija por sus padres demanda que la hija acepte la maternidad y resguarde las reglas de
parentesco. Por ende, para Lacan -y esto es algo que comparte Irigaray- “tanto la posición
masculina como la femenina se establecen por medio de leyes prohibitivas” (p. 89).

La autora afirma que “el movimiento a favor de la sexualidad dentro de la teoría y la


práctica feministas ha sostenido que la sexualidad siempre se construye dentro de lo que
determinan el discurso y el poder, […] en función de convenciones culturales
heterosexuales y fálicas” (p. 93). Butler postula que, si es que la sexualidad es construida
culturalmente dentro de relaciones de poder,
entonces la pretensión de una sexualidad normativa que esté ‘antes’, ‘fuera’ o ‘más allá’
del poder es una imposibilidad cultural y un deseo políticamente impracticable, que
posterga la tarea concreta y contemporánea de proponer alternativas subversivas de la
sexualidad y la identidad dentro de los términos del poder en sí (p. 94).

Para la autora, entonces, “la hipótesis aquí es que el ‘ser’ del género es un efecto” (p.
97), vale decir, que el concepto de género es construido por factores políticos y culturales;
y aclara que esto no significa que sea ilusorio, sino que ciertas ‘configuraciones culturales’
del género han ocupado el atributo de ‘lo real’ debido a ser hegemónicas. Pero, a pesar del
aparente ‘congelamiento’ del género en las formas tradicionales, Butler considera
importante recalcar que el género es una práctica discursiva, y que; por ello, puede ser
abierta a intervenciones y resignificaciones.
La filósofa concluye el capítulo hablando en términos generales sobre el tema del
capítulo siguiente, señalando que el libro “continúa esforzándose por reflexionar sobre si
es posible alterar y desplazar las nociones de género naturalizadas y reificadas que
sustentan la hegemonía masculina y el poder heterosexista” (p. 99), para cuestionar y
problematizar la noción de género no a través de lo idealista o utópico, sino mediante la
movilización y la confusión subversiva de las categorías discursivas que intentan preservar
la noción de género hegemónica.

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