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Razones para creer en Jesucristo La garantía de la historia

de sorprender a primera vista: ¿ Qué viene a hacer esta lato, durante el imperio de Tiberio. Dios sabe, sin
alusión al gobernador romano en el enunciado del conte­ embargo, que Tácito no tenía especiales razones para in­
nido esencial. de la fe cristiana y por qué los cristianos teresarse por la oscura aventura de un profeta judío en
de los primeros siglos experimentaron la necesidad de un rincón perdido del imperio. Si menciona el nombre
introducir esta triste figura en la formulación de este de ese Christus se debe únicamente a que el relato de la
antiquísimo credo? En una contribución consagrada a vida de Nerón lo lleva a hablar de los cristianos en rela­
este artículo del Símbolo de los apóstoles, el teólogo ale­ ción con el incendio de Roma del año 64. Pero el nombre
mán Karl Lehmann nota con humor que, en su lengua, queda citado.
cuando alguien se ve metido en un asunto de forma ines­ Está claro que la mayoría de las informaciones con­
perada o a contrapelo, se dice a veces: «Aparece como cernientes a la personalidad y la vida de Jesús nos vie­
Poncio Pilato en el credo»2. Pero, si se reflexiona, esta nen por el Nuevo Testamento. Ahora bien, esta circuns­
mención del procurador romano nos es extremadamen­ tancia suscita inmediatamente en nuestra mente una
te preciosa, porque con ella se subraya el corazón mis­ objeción: los Evangelios son escritos comprometidos,
mo de un credo sumamente sobrio, el enraizamiento son un testimonio de fe dirigido a creyentes actuales o
esencial de la salvación cristiana en la historia y, consi­ potenciales, y por tanto no son históricamente fiables.
guientemente, la historicidad constitutiva de la revela­ Esta conclusión es abusiva, porque precisamente el
ción cristiana. Estamos, pues, muy lejos del mito. compromiso de la fe en relación con Jesús es lo que im­
Una exposición detallada de las cuestiones relativas pele a los Evangelios a relatar los hechos con los que se
a la vida de Jesús y a la historicidad de lo que de la mis­ vincula esta fe, y el testimonio que se dé no podría tener
ma nos cuenta el Nuevo Testamento desbordaría los lí­ el afecto apetecido si no se apoyara en hechos reales. La
mites de este libro. El lector encontrará la información exégesis contemporánea ha matizado considerablemen­
necesaria sobre estos temas en obras de iniciación a la te las exageraciones a las que había conducido el impor­
Biblia3 • Contentémonos aquí con las observaciones si­ tante descubrimiento de una tradición oral y de una vida
guientes. comunitaria cristiana anteriores a una redacción de los
Evangelios y que explican la formación y punto de vista
de estos escritos. Al principio, los representantes de esta
La historicidad de los Evangelios nueva escuela (la célebre Formgeschichte), acertadamen­
te preocupados por fundamentar los textos bíblicos en
Solamente algunos escritores estrafalarios intentan . su ambiente original (el famoso Sitz im Leben), sacaron
aún, de vez en cuando, hacerse notar con la teoría de que a veces la conclusión excesiva de que los Evangelios
Jesús no ha existido. El historiador romano Tácito men­ eran, en lo esencial, una creación de las comunidades
ciona de pasada en sus Annales (XV, 44) la condena al su­ cristianas. Esto era infravalorar el carácter muy estruc­
plicio de un cierto Christus por el procurador Poncio Pi­ <turado de esas comunidades, en las que la 'autoridad de
los apóstoles y el sentido típicamente judío de la tradi­
2. Cf. le eruis. Explica/ivn du Symbule des Al'o/res, lcthiellcux, París 1978. p. 48.
ción excluían las innovaciones fantasiosas. Actualmente
3. Cr.. X. léon-Du[our, l.os Evangelios y la hisIVria. en A. George y P. Grelot (dirs.). se corrigen estos excesos y no son pocos los exegetas
IWrvdl/cciáll critica al Nuevo Tes/amento l. Herder. Barcelona 1983. 429-450. que, a la par que reconocen la gran originalidad litera­
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Razones para creer en Jesucristo
La garantía de la historia
ria, subrayan la historicidad real del mismo cuarto que quedará entonces será el conocimiento (¡muy poco
Evangelio, tan rico en detalles topográficos y culturales, sabroso!) de una cereza que no es ni ácida, ni blanda, ni
confirmados por la arqueología y por nuestro 'conoci­ roja, sino que se reduce a un conglomerado de sustan­
miento del medio judío en tiempos de Jesús. cias químicas y, en resumidas cuentas, de partículas físi­
La cuestión de fondo de esta materia es saber qué sig­ cas, según los criterios de la ciencia contemporánea. Si
nifica realmente el conocimiento del «acontecimiento»
se lleva todavía más lejos la exigencia crítica -es la se­
de Jesús, o incluso, más fundamentalmente aún, saber
gunda solución-, se caerá en la cuenta de que los áto­
en qué consiste a fin de cuentas este «acontecimiento» mos, los neutrones, los protones, etc., más que «bolitas»
en el caso de Jesús. infinitesimales realmente existentes son modelos con­
o ceptuales que el hombre utiliza para representarse la
realidad y actuar sobre ella; y se llegará fácilmente a la
Aventuras intelectuales de un plato de cerezas
conclusión, llena de escepticismo, de que, en definitiva,
en el conocimiento de una cereza lo que alcanzamos a
Para comprender el alcance de la primera cuestión,
conocer no es tanto la cereza en sí misma (que continúa
partamos de un ejemplo. Imaginemos un plato de cere~ siendo para nosotros una X misteriosa) cuanto los con­
zas sobre la mesa. ¿ Cuál es el conocimiento objetivo de
ceptos y procedimientos de nuestro conocimiento y de
la «realidad» de estos frutos? El realismo ingenuo del
nuestra mente.
sentido común imaginará de buen grado que las diver­
sas propiedades de estas cerezas «dependen» inmediata­
mente de su substancia, con independencia de nuestros
Peripecias de nuestro conocimiento de Jesús
sentidos: se opinará que la piel es en sí roja, el jugo obje­
tivamente ácido, la carne blanda, etc. Pero, al reflexio­
Algo semejante sucede con la cuestión, bastante más
nar, surgen los problemas: sin duda, en las cerezas debe
sutil, de nuestro conocimiento histórico del, aconteci­
de haber un fundamento objetivo de las cualidades que
miento «Jesús» a través del NuevO' Testamento. Aquí
percibimos en ellas; sin embargo, ¿ho habría que reco­
también, el realismo ingenuo empezará por imaginarse
nocer que son rojas, blandas o ácidas con relación a
que los Evangelios nos ofrecen u;n reportaje sobre Jesús,
nuestros ojos, a nuestro tacto y a nuestro paladar, pero
un calco de su vida, una película d~ los acontecimientos;
que pueden parecer de otro modo a seres con diferente
al igual que los testigos de Jehová o que los fundamenta­
constitución? Sería algo parecido a lo que todos nos­
listas americanos, se tomarán los relatos evangélicos al
otros experimentamos cuando estamos enfermos: nues­
pie de la letra, sin tener en cuenta ni su génesis ni su
tro gusto y nuestro olfato desaparecen o quedan altera­
perspectiva. Esta posición simplista se hace insostenible
dos. Cuando se entra en esta problemática que opone la
"a partir del momento en que se cae en. la c1,lenta d~ las
objetiVidad de ·Ias cosas y la subje~ividad de nuestro ca!
divergencias de puntos existentes entre relatos paralé:
nacimiento son posibles dos soluciones. Si se espera ob­
o

tener un residuo objetivo sólido y resistente -un nú­ los, del enraizamiento de los textos en un ambiente de­
cleo, en suma- se han de sustraer de la cereza que terminado, etc. Del realismo ingenuo se pasa entonces al
~espíritu crítico. Pero, como en el caso de las cerezas, la
percibimos todos los factores ligados a la percepción; lo
actitud crítica adopta a menudo globalmente -es decir,
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