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Introducción
Hay tres preguntas distintas e igualmente importantes que tenemos que hacernos : 1 ¿por qué
debemos dejar atrás nuestro sistema económico actual (el capitalismo)? 2 ¿a dónde (es decir,
hacia qué tipo de sistema económico) queremos ir desde aquí? 3 ¿cómo podemos llegar allí?
Este libro trata de las últimas dos preguntas. Por lo tanto, se dirige hacia las personas que ya
están más o menos convencidas de que el capitalismo debe ser abandonado. Para aquellas
personas interesadas en esa primera pregunta, recomiendo 17 contradicciones y el fin del
capitalismo de David Harvey y la sección titulada “¿Qué tiene de malo el capitalismo?” en
Construyendo Utopías Reales de Erik Olin Wright.
A pesar de este libro no centrarse en la primera pregunta, voy a por lo menos decir lo siguiente.
Existe suficiente evidencia teórica e histórica para llegar a la conclusión de que el capitalismo
es por un lado un sistema propenso a las crisis que va a generar de forma continua el
desempleo, la pobreza y la desigualdad; y por el otro un sistema indomable y siempre en
expansión que amenaza nuestro medio ambiente de manera que literalmente pone en peligro
nuestra supervivencia como especie. Por lo tanto, trascender el capitalismo es a la vez una
urgencia moral y existencial.
Podemos llamar a lo que viene después del capitalismo cualquier nombre que queramos, pero
tiene que ser un sistema con un cierto conjunto de características que deberían ayudarnos a
estar seguros de que en realidad estamos moviéndonos hacia algo que 1 no es una nueva
forma de capitalismo, y 2 es superior al capitalismo. Históricamente, este sistema ha sido
llamado socialismo o comunismo. Sin embargo, estas palabras han llegado a tener una amplia
gama de significados, dando lugar a una enorme cantidad de confusión. La campaña
presidencial de Bernie Sanders en EEUU, por ejemplo, inició un gran debate en numerosas
plataformas sobre lo que significa el socialismo y el comunismo. Diferentes grupos presentaron
lo que creían son las definiciones "correctas". No creo que valga la pena discutir demasiado
sobre por qué una definición es "más correcta" que otras. Lo que es importante es que estemos
claros en a qué nos estamos refiriendo. Por esta razón siento que es útil aclarar que a lo que
este libro se refiere como socialismo y comunismo no es a lo que muchas personas se refieren
con estos términos. Para muchos y muchas progresistas incluso, el socialismo se refiere al
capitalismo socialdemócrata como se practica en los países nórdicos hoy día, mientras que el
comunismo se refiere al totalitarismo estalinista. Como veremos a lo largo de este libro, esas
definitivamente no son las definiciones que vamos a utilizar.
En cuanto al modelo socialdemócrata nórdico, aunque sin duda es superior en casi todos los
sentidos al capitalismo neoliberal tal como se practica en muchos países, sigue siendo una
forma particular de capitalismo. La empresa capitalista, aunque con altos impuestos y
regulaciones, sigue siendo la unidad básica en la economía. Pero quizás lo más importante es
que entendemos que el modelo nórdico no se puede mantener indefinidamente y lo más
probable es que no será capaz de replicarse o funcionar a una escala global. El capital nunca
permitiría tal cosa. Por lo tanto, mientras que el modelo socialdemócrata nórdico podría ser un
buen primer paso para muchos países, todavía tenemos que buscar más allá para soluciones
más permanentes a los problemas que el capitalismo ha creado.
Por tanto, este libro tiene dos partes: 1 ¿a dónde queremos ir? y 2 ¿cómo podemos llegar
allí? Estas partes se presentan en el orden que personalmente encuentro óptimo. Primero me
gusta saber a dónde voy antes de buscar una ruta para llegar allí. Sin embargo, soy consciente
de que hay diferentes opiniones y preferencias. Algunas personas están más interesadas en
reflexionar sobre cómo será o cómo debe ser la sociedad poscapitalista. Otras están más
interesadas en luchar y hacer camino al andar. Con esto en mente, las dos partes del libro
están escritas como ensayos independientes que pueden ser leídos solos, o en el orden que el
lector o la lectora prefiera.
Mi objetivo era escribir un libro corto y accesible que pueda ser discutido por personas que no
necesariamente sean académicas o cuadros militantes. Por tanto hay muchos aspectos que
paso por alto para optimizar espacio y accesibilidad. Para aquellas personas interesadas en
explorar estos aspectos incluyo al final del texto una bibliografía con otros trabajos que
profundizan en temas como la logística de un socialismo de mercado o planificado
democráticamente, y experiencias pasadas y corrientes como la soviética y la cubana.
Por último, este libro se enfoca en la lucha contra el capitalismo como sistema económico, que
es solo una entre muchas luchas, como la lucha contra el patriarcado, el racismo, por la libre
determinación de los pueblos o por la sustentabilidad ambiental. Sin duda alguna todas estas
luchas están fundamentalmente entrelazadas. Su ausencia en este libro no se debe a que se
asuma que la lucha contra el capitalismo las supercede o es más importante. Es simplemente
la lucha en la que, debido a mi trasfondo, entendí podía contribuir más al diálogo inicial. Toca
tener la misma conversación (¿a dónde queremos ir? ¿cómo llegamos allí?) para cada una de
esas luchas, y además conversar sobre cómo esos vínculos entre las diversas luchas influyen
sobre las mismas.
¿A dónde queremos ir?
Marx y Engels nunca desarrollaron un análisis de cómo será o cómo llegar al socialismo. El
teórico belga Ernest Mandel (1968, 1) afirma que se trata de una abstención deliberada, porque
Marx y Engels “creían que no era su tarea formular un esquema prefabricado de la sociedad
futura, ya que esa sociedad sólo podía ser el resultado concreto de las condiciones en las que
aparecería.” Estoy de acuerdo con Mandel (1968, 1) cuando dice que “a pesar de la actitud de
Marx y Engels ser comprensible, uno no puede dejar de lamentar la misma." Hubiera sido
interesante y posiblemente útil poseer la percepción o intuición de estos pensadores en este
asunto. Este libro no tiene la intención de formular un esquema prefabricado de la sociedad
futura, o cómo llegar allí. Sin embargo, dialogar sobre cómo construir una nueva sociedad
poscapitalista no sólo es útil, sino también necesario para los movimientos que deseen aportar
a esa construcción.
Por otro lado, muchos y muchas progresistas han llegado a la conclusión de que la única cosa
en nuestra agenda debe ser sustituir el capitalismo neoliberal con el capitalismo
socialdemócrata. La construcción de una alternativa poscapitalista es relegada al futuro
distante, si no es abandonada por completo. Esta conclusión se deriva en parte de un supuesto
subyacente en relación con el socialismo como un sistema estático o fijo. Como veremos más
adelante, hay muchos modelos de socialismo propuestos como alternativas, pero la mayoría de
ellos se entienden generalmente como sistemas cerrados o fijos, es decir, con relativamente
poca atención a de dónde y cómo emergen, y en lo que se podrían transformar en el futuro. La
obvia dificultad de movernos directamente desde nuestro escenario actual a cualquiera de
estas formas socialistas promueve la conclusión pesimista de que sólo la reforma
socialdemócrata es alcanzable. Si bien la reforma socialdemócrata podría ser un primer paso
en el proceso de transición socialista, como el movimiento socialdemócrata de principios del
siglo pasado concebía, la mayoría de los defensores contemporáneos subenfatizan este
aspecto. Una manera de remediar esta conformidad pesimista con el capitalismo
socialdemócrata es volver a enfatizar que el proceso de transición socialista lo más probable
consistirá de diferentes etapas.
En una discusión con el socialista alemán Ferdinand Lassalle sobre cómo iban a ser
distribuidos en la sociedad comunista los productos del trabajo, Marx introdujo por primera vez
la idea de las etapas del comunismo. En su “Crítica al Programa de Gotha” (1875), Marx
sostiene que se debe hacer una distinción entre la sociedad comunista que ha madurado y se
ha desarrollado sobre su propia base (la fase superior) y la sociedad comunista cuando acaba
de nacer, recién saliendo del capitalismo (la primera fase), que está “económica, moral e
intelectualmente marcada por la vieja sociedad de cuya entraña procede.” En la primera fase, la
distribución sería de acuerdo al lema “a cada cual según su trabajo.” Luego, en la fase superior,
y en la abundancia que se alcanzará con el desarrollo de la tecnología y la cooperación, la
sociedad se organizaría bajo el principio "de cada cual según su capacidad, a cada cual según
su necesidad" (Marx, 1875).
Decía Lenin (1918) de esta forma de entender la transición al comunismo:
Lo que generalmente se llama socialismo fue denominado por Marx la "primera", fase o fase
inferior de la sociedad comunista. En la medida en que los medios de producción se convierten
en propiedad común, la palabra "comunismo" también es aplicable en este caso,
proporcionando no olvidemos que este no es el comunismo completo. La gran importancia de
las explicaciones de Marx es que aquí, también, constantemente se aplica la dialéctica
materialista, la teoría del desarrollo, y considera el comunismo como algo que se desarrolla a
partir del capitalismo. En lugar de escolásticamente inventando, definiciones conjeturadas y
disputas estériles sobre palabras (¿Qué es el socialismo? ¿Qué es el comunismo?), Marx da
un análisis de lo que podría llamarse las etapas de maduración económica del comunismo.
En otras palabras, el socialismo se entiende como la etapa de transición entre el capitalismo y
el comunismo. Sin embargo, concebir la transición del socialismo al comunismo simplemente
como la transición a "a cada uno según su necesidad", es sin duda insuficiente. Por otro lado,
en el presente la mayoría de los y las economistas radicales abandonaron el marco de las
“etapas del comunismo” y argumentan a favor de una de las dos principales propuestas
socialistas: el socialismo de mercado o la planificación participativa (estos modelos serán
discutidos más adelante). Sin embargo, como una alternativa a la dicotomía mercado vs
planificación, el economista David Laibman (2013) introduce la distinción entre el socialismo
precursor y el socialismo maduro dentro de un enfoque que vuelve al marco de "etapas del
comunismo."
De acuerdo con Laibman, el socialismo precursor abarca tanto la planificación central y el
"socialismo de mercado" como opciones viables en las etapas más tempranas de la transición
socialista. Laibman explica, "Tanto la planificación central de arriba hacia abajo, y la
coexistencia a largo plazo con las fuerzas del mercado, es probable que estén presentes, en la
mayoría de las situaciones, hasta que las condiciones para su trascendencia estén”(Laibman,
2013, 502503).
Basándonos en estos conceptos, podemos proporcionar algunas definiciones que pueden
servir como puntos de partida para el diálogo. El socialismo se entiende como la etapa de
transición entre el capitalismo y el comunismo. En esta transición hay conflicto, o un período en
el que coexisten procesos contradictorios que se asocian tanto con el viejo y el nuevo sistema.
El comunismo se define como una forma económica, donde los recursos económicos que
utilizamos para producir bienes y servicios (los medios de producción) pertenecen a la sociedad
en su conjunto; la riqueza producida por la clase trabajadora no es apropiada por otra clase (es
decir, no hay explotación), y las decisiones relativas a la distribución de esta riqueza a través
de toda la sociedad incluyen la participación democrática de toda la ciudadanía.
El comunismo se concibe como un sistema en el que las instituciones políticas y económicas
han madurado y se obtiene un alto grado de estabilidad y legitimidad, y el Estado ya no tiene
que desempeñar un papel directo en la creación o reproducción de instituciones. Por otro lado,
en el socialismo será necesaria la participación activa del Estado en el diseño e
implementación de, y la experimentación en general, con nuevas instituciones políticas y
económicas. Una economía en la que ya no hay una clase que se apropia de la riqueza
producida por la clase trabajadora (i.e. en la que ya no existe explotación) puede considerarse
una economía socialista. Lo que distingue a una economía socialista del comunismo es el
grado de madurez, estabilidad y legitimidad de sus instituciones.
Partiendo de Laibman, "socialismo temprano" se entiende como la primera subetapa dentro de
la etapa socialista, que ocurre inmediatamente después de la transición política del capitalismo,
y en la que 1) el control democráticoparticipativo de los medios de producción y los
mecanismos para toma de decisiones sobre el uso y la distribución de la riqueza en la sociedad
se pueden caracterizar por instituciones rudimentarias o ineficientes, 2) todavía pueden persistir
algunos tipos de propiedad privada sobre los medios de producción, 3) las fuerzas del mercado
pueden todavía ser utilizadas como un mecanismo de asignación de recursos, y 4) el sistema
sería dependiente del Estado para asegurar su supervivencia (es decir, para evitar un retorno al
capitalismo). El requisito de ausencia de explotación implica que la propiedad privada sobre
medios de producción en el socialismo temprano consistiría de pequeños negocios propios o
cooperativas de trabajo. Socialismo maduro es la subetapa en la que la mayoría de las
ineficiencias se han atendido, alguna forma de planificación democrática se ha convertido en el
principal mecanismo de asignación de recursos, y el sistema puede empezar a depender
relativamente menos del Estado hasta la finalización de la transición al comunismo.
En otras palabras, no se hacen suposiciones o argumentos en relación con cuáles deben ser
las instituciones utilizadas en el socialismo temprano. La transición a la planificación
participativa se llevaría a cabo dentro de la transición del socialismo temprano al socialismo
maduro. Sin embargo, esta transición en teoría podría ser en un futuro muy lejano, ya que
ciertas condiciones pueden favorecer el uso de las fuerzas del mercado durante un período
prolongado de tiempo durante la transición del capitalismo al socialismo (es decir, en la
subetapa de socialismo temprano). Lo opuesto es igual de cierto. Ciertas condiciones pueden
favorecer la rápida abolición de las fuerzas del mercado. La tarea de los y las socialistas dentro
de cada experiencia revolucionaria es analizar estas condiciones con el fin de identificar el
arreglo institucional particular que mejor se adapte al proceso de transición.
Una idea clave es que no podemos determinar de antemano los arreglos institucionales
particulares que se adoptarán durante toda la transición socialista. Estos deben depender de
las condiciones particulares que enfrentan los movimientos socialistas en todo el mundo. Sin
embargo, como se indicó anteriormente, esto no implica que debemos esperar hasta que la
revolución esté en marcha para empezar a teorizar sobre los posibles modelos económicos.
Por otra parte, debemos incorporar la amplia gama de modelos socialistas propuestos por
diversos pensadores y pensadoras, no como modelos rivales o excluyentes, sino como parte
de las posibilidades que pueden o no ser estratégicos para los movimientos socialistas en
diferentes partes del mundo. El objetivo debe ser iniciar la discusión sobre cómo los diferentes
modelos que se encuentran en la literatura se pueden emplear o combinar.
Por ejemplo, el sociólogo Erik Olin Wright sostiene que existen varios marcos institucionales
que contribuyen a la transición al socialismo. Wright delinea varios de estos marcos. Sin
embargo, tres de sus categorías son particularmente relevantes: el socialismo estatista, la
economía de mercado cooperativista, y el socialismo participativo. Una "economía de mercado
cooperativista" se refiere a un sistema en el que cooperativas privadas, autogestionadas y
propiedad de los trabajadores y las trabajadoras son la unidad económica básica. Sería
parecida a la economía como la conocemos pero todas las empresas en las que trabajamos o
vamos de compras serían cooperativas de trabajo asociado o corporaciones propiedad de
trabajadores/as. Este es un tipo de socialismo de mercado que podría entenderse como una
posible forma de socialismo temprano.
"Socialismo estatista" se refiere al socialismo tal como se practicó en países como la URSS y
Cuba entre los 1970s y 1990s. Se caracteriza por la propiedad pública de los medios de
producción y la planificación central. Este tipo de economía también se entendería como una
posible forma de socialismo temprano. Por último, el concepto de "socialismo participativo" de
Wright tiene la intención de abarcar las características generales de los distintos modelos de
planificación participativa propuestos por economistas como Pat Devine, y Albert & Hahnel.
Wright lo resume como un sistema en el que el Estado y la sociedad civil desempeñan
conjuntamente un papel directo en la organización y producción de la actividad económica y en
el que el poder social, definido como la capacidad de movilizar a las personas para acciones
colectivas voluntarias de varios tipos, juega un papel mayor directamente dentro de las
actividades productivas respecto al socialismo estatista (Wright, 2010, 131143). Este tipo de
economía coincidiría con la etapa del socialismo maduro.
Otro modelo interesante es el “socialismo viable” de Alec Nove (1991). Con el socialismo viable
Nove se refiere a una sociedad que podría existir en alguna parte del mundo desarrollado en el
curso de la vida de un niño o niña ya concebido(a), sin que tengamos que hacer supuestos
inverosímiles sobre la sociedad, los seres humanos o la economía (Nove, 1991, 209). Su idea
de socialismo viable se puede describir brevemente como una sociedad donde la mayoría de
las empresas son empresas estatales, empresas estatales bajo control obrero (lo que llama
empresas socializadas), o cooperativas de trabajo, pero donde también persisten empresas
privadas, sujetas a límites tales como el número de personas empleadas o el valor de los
bienes de capital. El socialismo viable estaría caracterizado por competencia de mercado, pero
con la intervención del Estado en las políticas de ingresos, recaudación de impuestos,
restringiendo el poder de monopolio, y el establecimiento de las reglas de juego para la
competencia. Tal vez sería más útil referirse al modelo de Nove como una "economía de
mercado regulado de empresas nocapitalistas." Este es también un tipo de socialismo de
mercado que podría entenderse como una posible forma de socialismo temprano.
Muchos otros marcos institucionales socialistas podrían incluirse. Además, en la práctica
podrían haber diversas combinaciones que atraviesan muchos de estos marcos. Por ejemplo,
una economía de mercado regulado de empresas nocapitalistas combinaría elementos de
todas las formas discutidas. Del mismo modo, Wright (2010, 140) plantea que economías de
mercado cooperativistas podrían consistir de empresas unidas a través de una gran asociación
de cooperativas. Este tipo de modelo sería distinto del caso en el que las cooperativas son
entendidas como unidades independientes que compiten entre sí. También hay que señalar
que se han propuesto diversos modelos de socialismo de mercado, tales como el "socialismo
accionista" de Roemer (1996).
Al distinguir entre "socialismo temprano" y "socialismo maduro", rechazamos la idea de que en
la etapa inmediatamente después de la transición del capitalismo 1) la propiedad sobre medios
de producción tenga que ser privada o pública, 2) la coordinación económica tenga que ser a
través de mercados, planes centrales, o planes participativos y 3) que la autogestión o el
control obrero tenga que estar presente en toda la economía. En otras palabras, los países en
esta etapa inicial del socialismo podrían caracterizarse por tener diversas combinaciones de
competencia en el mercado o planificación estatal; planificación estatal tradicional o
planificación democrática participativa; propiedad privada o pública; empresas con estructuras
de dirección de arriba hacia abajo o empresas bajo control obrero; etc. Para calificar como
socialismo temprano que está avanzando hacia el socialismo maduro, instituciones y procesos
que profundizan la transición socialista tendrían que ser continuamente fortalecidos, mientras
que aquellos que podrían fomentar un retorno al capitalismo tendrían que ser contínuamente
socavados.
Esta comprensión de la transición facilita un análisis crítico de anteriores intentos de construir el
socialismo que reconoce la importancia de la etapa particular dentro de la transición socialista
en la que se encontraban. Por ejemplo, el socialismo estatista como se practicó en la URSS o
Cuba no debe evaluarse como un modelo fijo basado en una lista dada de atributos deseables
que estamos buscando. Debe evaluarse como un modelo socialista que estaba en transición, y
reconociendo el contexto en el que surge. Las deficiencias y errores dentro de la experiencia
soviética o cubana se conciben como lecciones útiles con respecto a los obstáculos que
pueden surgir en la transición del capitalismo al socialismo.
Otra pregunta clave es: en las condiciones particulares que nos enfrentamos en la mayoría de
nuestros países en la actualidad, ¿qué tipo de socialismo temprano podría ser estratégico?
Esta discusión debe ocurrir en la praxis, al interior de los movimientos que luchan por superar
el capitalismo. Sin embargo, me gustaría compartir algunas impresiones. Dos aspectos deben
tenerse en cuenta: la viabilidad política y la viabilidad técnica. Aunque podría ser técnicamente
viable arrancar de inmediato al capitalismo y en su lugar ir directamente a experimentar con la
planificación participativa, puede que no sea políticamente viable. Probablemente sería más
fácil no sólo para construir, sino también para convencer a nuestros vecinos y vecinas, o
compañeros y compañeras de trabajo, si nuestro objetivo inicial es una economía de mercado
regulado de empresas nocapitalistas.
No es difícil imaginar una sociedad socialdemócrata parecida a la que existe actualmente en
los países nórdicos, pero en vez de colaborar con corporaciones capitalistas, trabajamos y
vamos de compras en cooperativas de trabajadores(as) y / o empresas públicas administradas
democráticamente. No se debe pasar por alto que tanto las empresas públicas como las
cooperativas de trabajo ya existen en prácticamente todos los países, y la implementación de
una estructura de gestión democrática en las empresas públicas no es una propuesta
descabellada.
Por otra parte, en la medida en que logremos defender y expandir las cooperativas de trabajo y
/ o las empresas públicas (y profundizar la democracia en todo el sector público) en el presente,
estamos contribuyendo activamente a la hora de demostrar la superioridad de este tipo de
empresas en relación a las corporaciones capitalistas, y si estas empresas consistentemente
comienzan a desempeñar un papel más importante en la economía, estaríamos moviéndonos
en dirección hacia el socialismo. Este tipo de economía, como hemos discutido, representaría
una economía socialista temprana. Con el tiempo, cuando ese socialismo temprano se ha
desarrollado sobre su propia base, pueden haber condiciones para tomar más pasos, y pasos
más profundos, hacia el socialismo maduro y la planificación participativa de toda la economía.
Por lo tanto, una economía de mercado regulado de empresas nocapitalistas podría ser a
donde queremos movernos inicialmente. Pero todavía tenemos que discutir cómo podemos
llegar allí.
¿Cómo llegar a donde queremos ir?
Se han llevado a cabo muchos análisis de alternativas viables al capitalismo, y cómo podría
funcionar un mundo nocapitalista o poscapitalista. Sin embargo, ¿cómo llegamos de aquí a
allá? El objetivo principal de este capítulo es realizar una revisión crítica de las diferentes
instituciones e iniciativas que se proponen dentro de las fuerzas progresistas como
herramientas en la transición al poscapitalismo, centrándose en sus fortalezas y debilidades, y
su viabilidad.
El sociólogo Erik Olin Wright (2010) sostiene que hay tres estrategias comunes propuestas
para lograr transformación socioeconómica: 1 tomar el gobierno (a la fuerza o via elecciones)
para romper con lo existente de forma rápida y abrupta y construir rápidamente la nueva
sociedad; 2 ignorar el gobierno y lograr cambio poco a poco al construir alternativas fuera de la
política tradicional; 3 lograr cambio poco a poco utilizando o colaborando con el gobierno.
Estas estrategias corresponden, respectivamente, a 1la tradición socialista ortodoxa, 2la
tradición anarquista y la tradición socialista utópica, y 3la tradición socialdemócrata. Lo
fundamental, como Wright explica, es que "ninguna de estas estrategias es sencilla y sin
problemas. Todas contienen dilemas, riesgos y limitaciones, y ninguna garantiza el éxito. En
diferentes momentos y lugares, uno u otro de estos modos de transformación puede ser el más
efectivo, pero a menudo todos ellos son relevantes ... Un proyecto político a largo plazo de
transformación emancipadora ... tiene que lidiar con el complejo problema de combinar
diferentes elementos de estas estrategias" (2010: 307). Es posible que la mayoría de los y
las progresistas estarían de acuerdo en que estos tres tipos de estrategias deben ser
combinados de acuerdo al contexto, y pocas personas argumentarían a favor de adherirse
estrictamente a una sola estrategia. Sin embargo, analizarlas individualmente promueve una
mejor comprensión de cómo y cuándo podrían ser combinadas.
Tomar el gobierno y rápidamente romper/construir
La principal crítica de Wright hacia la visión de cambio rápido y abrupto está relacionada con lo
que él llama "valles de transición" (2010: 311). Para Wright, cualquier ruptura abrupta con el
sistema económico implicaría necesariamente perturbación económica significativa, donde
habrá una disminución significativa en la producción y el nivel de vida de la población (2010:
315). Debemos enfatizar que la lógica de ruptura del socialismo ortodoxo no sólo implica una
abrupta transición a otras instituciones distintas a las actuales, sino a instituciones totalmente
nuevas y experimentales con las que probablemente se tendrá poquísima experiencia. Es
razonable concluir que este tipo de transición muy posiblemente reduzca el nivel de vida de la
población en el corto y mediano plazo. Según Wright, esto probablemente conduciría a los y las
socialistas a perder el apoyo de la población, y por tanto posiblemente volver de nuevo al
capitalismo. La única alternativa sería que el liderato socialista continúe con la transición sin el
apoyo de la población, pero esto socavará de manera permanente el carácter democrático de
la transición al socialismo (2010: 318). No obstante, se debe destacar que en los países en vías
de desarrollo, donde gran parte de la población vive en pobreza absoluta mientras la mayoría
de la riqueza está acumulada en las manos de unos pocos, es posible que la redistribución de
la riqueza amortigüe el valle de transición (ej. Cuba durante los primeros años de la revolución).
Esto a su vez, tampoco cancela el enorme reto que implicaría poner a correr un sistema
alternativo totalmente nuevo de manera abrupta.
Por otro lado, como explica Wright, la lógica de la transformación de rupturas abruptas no tiene
por qué limitarse a rupturas totales en los sistemas sociales enteros (2010: 309). Transición al
socialismo podría consistir en ruptura en términos de ciertas instituciones, y de evolución
gradual en otras.
Construir alternativas al margen del gobierno
Wright explica que el adjetivo "intersticial" se refiere a los diferentes procesos que se producen
en los espacios y grietas de una estructura social. Una estrategia intersticial se refiere al
"desarrollo deliberado de actividades intersticiales con el propósito de transformar
fundamentalmente el sistema en su conjunto" (2010: 324). Algunos ejemplos de actividades
que podrían desempeñar un papel en la transición, según Wright, son: cooperativas de trabajo
o de consumo, fideicomisos de tierras controlados por la comunidad, estrategias basadas en
Internet que subvierten la propiedad intelectual capitalista, o proyectos de software y tecnología
de código abierto. Uno de los teóricos más destacados de esta tradición es John Holloway. El
título de uno de sus libros, “Cambiar el mundo sin tomar el poder”, ilustra claramente la idea
principal detrás de esta visión. Holloway (2012: 203) sostiene que el movimiento anticapitalista
ya no se centra en el Estado, y la ilusión del Estado como una alternativa se ha debilitado
enormemente. Sostiene que el movimiento contra el capitalismo ahora toma la forma de "la
creación de espacios intersticiales, espacios o momentos en los cuales se crean formas
experimentales de cohesión social sobre una base diferente, de manera consciente siguiendo
una lógica diferente." Estos espacios "pueden ser vistos como grietas en el tejido de la
dominación capitalista, grietas en el dominio del dinero, momentos o espacios que empujan
contraymás allá de la sociedad existente.” Como posibles estrategias intersticiales
transformadoras incluye ocupaciones de casas o terrenos, huertos o jardines comunitarios,
estaciones de radio alternativas, movimientos de software opensource, ocupaciones de
fábricas, etc. Sostiene que la única esperanza para la transición poscapitalista es la creación,
ampliación, multiplicación y confluencia de estas actividades intersticiales (2012: 204).
Esta estrategia tanto anarquista como socialista utópica ha recibido una amplia variedad de
crítica. Wright (2010: 335) sostiene que es difícil ver cómo las estrategias intersticiales serán,
por sí mismas, capaces de erosionar el poder estructural del capitalismo. En otras palabras, la
principal crítica de Wright es que no debemos ignorar el Estado. Al contrario, se podría utilizar
para fortalecer esos proyectos.
Mimmo Porcaro (2012) también ha analizado críticamente esta teoría de "cambiar el mundo sin
tomar el poder". Porcaro está de acuerdo en que debemos desarrollar instituciones
intersticiales; especialmente las formas de autoorganización y de democracia participativa; pero
éstas deben ir acompañadas de "una acción coordinada, articulada en pasos y fases, destinada
a la conquista y la redeterminación del poder del Estado" (2012: 87). Sin el poder estatal, no
tendríamos los "recursos políticos, jurídicos y económicos que permitan instituciones populares
para construir un nuevo orden social." Porcaro reconoce que tomar el Estado no basta. Sin
embargo, afirma que “sin análisis de clase (y lucha de clases) y sin el Estado, es imposible ir a
ninguna parte" (2012: 88).
Para David Harvey (2012: 122), actividades intersticiales como cooperativas de trabajo,
proyectos de propiedad comunitaria, los sistemas de comercio económico local o el trueque,
"hasta ahora no han demostrado ser plantillas viables para soluciones globales anticapitalistas.”
La razón principal es que todas las empresas alternativas que operan en una economía
capitalista están sujetas a las leyes coercitivas de la competencia. Empresas cooperativas o
comunitarias tienden en algún momento a imitar sus competidores capitalistas para poder
sobrevivir en la competencia del mercado, y cuanto más lo hacen, menos potencial
transformador tienen sus prácticas. Se debe añadir que aquellas que no imiten a sus
competidores capitalistas tenderán a dos destinos probables: desaparecer por completo o
permanecer como un proyecto aislado que solo sirve como objeto para ser romantizado por
activistas y académicos(as).
Harvey además hace la analogía de que la estrategia intersticial es una especie de “estrategia
termita.” Se asume que las cooperativas, los huertos comunitarios, las áreas ocupadas, etc,
pueden comerse los soportes institucionales y materiales del capitalismo hasta que colapse. El
problema, para Harvey, "no es la falta de eficacia potencial; es que, tan pronto el daño sea
demasiado evidente y amenazante, entonces el capital está más que capaz y dispuestos a
llamar a los exterminadores (el poder del Estado) para tratar el asunto" (2012: 12425). Esto
resuena con Wright y la crítica de Porcaro, y es quizás la crítica fundamental de la estrategia
intersticial. De hecho, esta ha sido la crítica principal desde las etapas más tempranas del
marxismo. Engels (1970) desestimó los experimentos cooperativistas de Robert Owen como
destinados al fracaso, a pesar de admitir que al menos sirven de alguna utilidad política por ser
ejemplos concretos de cómo los capitalistas son socialmente innecesarios.
Sin embargo, la mayoría de los críticos de la transición intersticial, desde Engels a Harvey,
reconocen que las instituciones intersticiales tienen utilidad política y potencial transformador.
Por lo tanto, es probable que haya consenso en que los proyectos y movimientos que trabajan
para construir y ampliar estas instituciones o proyectos alternativos valen la pena. Sin embargo,
como argumenta Porcaro, el desarrollo de estas actividades intersticiales debe ir acompañado
de "una acción coordinada, articulada en pasos y fases, destinada a la conquista y la
redeterminación del poder del Estado" (2012: 87).
Cambio gradual utilizando/colaborando con el gobierno
La idea central de la visión socialdemócrata contemporánea es que podemos alcanzar algún
tipo de acuerdo o compromiso de clase estable entre los grandes capitalistas y la clase
trabajadora. De acuerdo con esta visión, podemos llegar a un punto óptimo de cooperación
entre capital y trabajo para beneficio mutuo.
La pregunta inmediata que surge, como Wright mismo se pregunta, es "¿por qué deberíamos
creer que esto también tiene el potencial de transformar de forma acumulativa el sistema en su
conjunto?" Asumiendo que ese punto óptimo de colaboración entre capital y trabajo es
alcanzable (un supuesto cuestionable que discutiremos adelante), nada asegura que lo que le
seguirá a ese punto es la gradual destrucción del capitalismo. De hecho, la evidencia histórica
apunta a que lo que normalmente le sigue a períodos de capitalismo socialdemócrata son
retornos a capitalismo salvaje. No obstante, en teoría no tiene que ser así. Gobiernos
socialdemócratas potencialmente podrían abrir espacios para la expansión y el fortalecimiento
de proyectos alternativos intersticiales como las cooperativas o las empresas comunitarias, y
propiciar la ruptura (en pasos y fases) con algunas instituciones capitalistas.
Lamentablemente, el movimiento socialdemócrata contemporáneo se comporta de una manera
muy distinta. Leo Panitch, Greg Albo, y Vivek Chibber (2012) consideran que el movimiento
socialdemócrata contemporáneo ha dejado de tener alguna conexión con el anticapitalismo.
Los partidos socialdemócratas, según estos autores, han tenido una larga trayectoria de pasar
de una orientación de aspirar a trascender el capitalismo, a una de aspirar a mejor
administración del capitalismo. Aunque en un pasado por lo menos hablaban sobre la transición
al socialismo, hoy la socialdemocracia promociona sus credenciales como guardiana de la
competividad y la disciplina social. En toda Europa, los partidos socialdemócratas no tienen una
visión a excepción que la de un retorno a algún tipo de capitalismo guiado o regulado.
Quizás la última estrategia de transición socialdemócrata con una visión genuina de
transformación anticapitalista fue la del economista Rudolf Meidner en Suecia durante la
década de 1970. Meidner, junto con el economista sueco Gösta Rehn, desarrolló el modelo
RehnMeidner de política macroeconómica, el cual fue exitoso en permitir que la economía
sueca creciera y se desarrollara durante el período de la posguerra en un punto muy cercano a
ese óptimo de cooperación y transigencia entre capital y trabajo (Meidner 1993). En la década
de 1970, la lucha de clases, finalmente, se intensificó. Específicamente, varios sectores de la
clase obrera protestaron contra la creciente desigualdad entre la clase trabajadora y la clase
capitalista, y al interior de la clase trabajadora. La solución propuesta por Meidner fue que las
grandes corporaciones emitieran acciones para sus trabajadores(as), con el objetivo de otorgar
el control mayoritario a los(as) trabajadores(as) dentro de 20 años. El ambiente político de
transigencia y cooperación fue alterado, y el equilibrio de poder se inclinó a favor de los
capitalistas. Meidner mismo llegó a la conclusión, "el sistema sueco, basado en equilibrar la
propiedad privada y el control social, se ha roto porque el poder real se ha movido de la clase
trabajadora hacia los dueños del capital” (1993: 225). En el presente, todos los logros de la
socialdemocracia sueca del S.XX están amenazados por la incapacidad de la socialdemocracia
contemporánea de detener el avance neoliberal.
El fracaso de la socialdemocracia, según Toscano (2012: 187), se deriva del hecho de que ese
punto de compromiso, colaboración y transigencia entre capital y trabajo sólo puede
mantenerse, de manera temporal, a través de una conjunción afortunada de la relación de
fuerzas, el ciclo de acumulación capitalista, y las estrategias políticas específicas tanto de los
movimientos de los(as) trabajadores(as) como de los estados capitalistas. Para Toscano, el
reconocimiento de que el capitalismo nunca puede ser totalmente domesticado es doloroso e
importante. Él concluye, "las condiciones históricas de la socialdemocracia están ausentes"
(2012: 187).
En fin, la socialdemocracia concebida como la administración de un capitalismo más humano y
sustentable, basada en colaboración entre capital y trabajo, es deficiente porque ese punto de
colaboración no solo es sumamente difícil de obtener sino que además es sumamente
inestable, consistentemente cayendo en retornos al capitalismo salvaje. Sin embargo, la
socialdemocracia no siempre se concibió de esta forma. Es posible concebir un movimiento
social que aspire a utilizar el gobierno para cambio gradual hacia el socialismo, basándose en
abrir espacios para proyectos alternativos como el cooperativismo y en contínuamente
identificar instituciones capitalistas con las que podamos ir rompiendo gradualmente.
Similarmente, Toscano (2012: 1889) discute la noción introducida originalmente por André
Gorz de la reforma estructural, o la reforma revolucionaria noreformista, que busca reformas
que consistan de logros o avances sociales que a su vez abran espacios para más lucha. Esto
es muy similar a la idea de Wright de utilizar el Estado con el fin de abrir espacios para las
estrategias intersticiales y para futuras rupturas con instituciones capitalistas.
El objetivo de la discusión hasta el momento ha sido entender estas estrategias individualmente
para poder profundizar en cómo combinarlas. Individualmente, el socialismo ortodoxo, el
socialismo utópico y el socialismo reformista son insuficientes, pero si combinamos las
fortalezas de cada una de estas tradiciones, podemos acercarnos a un socialismo
revolucionario.
Estrategias combinadas críticas
Las deficiencias de las estrategias intersticiales y socialdemócratas nos llevan a la conclusión
de que son incapaces por sí mismas de tener éxito en la transición al socialismo. En el caso de
las estrategias intersticiales, como se discutió anteriormente, es poco probable que serán
capaces de crecer de forma continua y/o de tal manera como para representar una verdadera
amenaza al capitalismo. Del mismo modo, las estrategias socialdemócratas se han mostrado
incapaces de moverse de puntos de colaboración entre trabajo y capital, hacia la transición al
socialismo. En cambio, han recaído constantemente hacia el capitalismo salvaje. Sin embargo,
mediante la combinación de las estrategias socialdemócratas e intersticiales, el carácter
transformador de estos procesos puede ser preservado. A través del Estado, los movimientos
sociales pueden lograr que proyectos intersticiales, como el cooperativismo o empresas
comunitarias, puedan expandir lo suficiente como para representar una verdadera amenaza
para el capitalismo.
Por otro lado, en los países donde el movimiento socialista no ha obtenido el poder estatal,
proyectos intersticiales pueden servir como focos de educación, agitación y organización para
crear condiciones para la obtención del poder estatal. Además, debido a las deficiencias de las
estrategias intersticiales y socialdemócratas, es crucial que también se combinen con rupturas
estratégicas con algunas instituciones capitalistas, aspirando siempre a progreso cuantitativo y
cualitativo en el alcance de esas rupturas. En otras palabras, las iniciativas intersticiales y
socialdemócratas tienen que incluir el objetivo de obtener o asegurar el poder del Estado, a fin
de iniciar las fases de ruptura con el capitalismo.
Si vemos la transición como una receta de cocinar, no necesariamente tiene que ser ⅓
rupturas, ⅓ proyectos intersticiales, y ⅓ colaboración socialdemócrata. Sin duda alguna no hay
tal cosa como una receta aplicable a todos los espacios y todos los tiempos. Le toca a cada
movimiento en la praxis encontrar la combinación óptima de estos elementos de acuerdo a su
contexto.
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