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1- La caída de la humanidad
Conocido es que los mitos que informan de la historia de civilizaciones
superiores y fantásticas, forman la fuente principal de los diversos esoterismos
y que se asocian generalmente a las doctrinas de la irremediable caída de la
Humanidad. Las tradiciones relativas a la existencia de una raza primitiva
superior, igual a los dioses o hija de los dioses, existen y se encuentran a cada
paso en las numerosas teogonías, que son, al mismo tiempo, cosmogonías.
Todas estas tradiciones nos cuentan cómo un cataclismo planetario y un
diluvio aniquiló totalmente las civilizaciones terrestres. Según todas las fuentes
podemos situar esta catástrofe hace unos 12.000 años, coincidiendo con el fin
del último periodo glacial.
Tales leyendas, nos aportan sin duda parte de verdad y están vinculadas a la
creencia de la renovación periódica de la humanidad. Así, habríamos conocido
cuatro ciclos anteriores, y el último sería el ciclo del agua, o del diluvio,
recuerdo catastrófico registrado tanto en los libros tibetanos como en los
escritos Vedas o en la biblia judía. La idea de periódicos apocalipsis,
merecidos o no por el hombre, satisface el espítitu, ya que rellena las lagunas
de la historia, al mismo tiempo que explica el sentido de la Creación en un
eterno devenir.
No obstante, la sola lectura de las leyendas que han llegado hasta nosotros es
ya rica en enseñanza. La raza de los gigantes y de los cíclopes, presentes en
la mitología griega e incluso en la Biblia (Libro de los reyes), si realmente
existió, presupone condiciones de vida muy diferentes de las que conocemos.
En efecto, para que la glándula pineal del hombre se desarrollara hasta el
punto de permitirle un crecimiento casi indefinido, habría sido preciso que la
gravedad terrestre fuera mucho menor que en nuestros días. Sin duda,
algunos no dudarán en franquear este paso y responderán que nuestros
remotos antepasados eran seres extraterrestres venidos de otro planeta,
incluso de otra galaxia. Habrían llegado de los confines del Cosmos; lo cual,
sin embargo, deja intacto el problema de la Creación. El sufrimiento del
hombre tiene su origen esencialmente en la ignorancia en que se encuentra
acerca de su origen (en el sentido metafísico del término) y de su futuro.
2- El dualismo y el "eterno retorno"..
Las grandes religiones que se disputan los favores de los seres humanos
intentan, con mayor o menor habilidad, responder a esta interrogación
fundamental.
Las antiguas leyendas germánicas, así como las sagas nórdicas, al igual que
los vedas hindúes, enseñan precisamente esto a través de una mitología que
en ocasiones nos parece embrollada.
3- Los hiperbóreos.
En contraposición a las ideas evolucionistas, la tradición aria nos habla de
"paraísos perdidos" y de un mundo sometido a procesos involutivos. El hombre
en este mundo no evolucionaría hacia la perfección, sino que involucionaría o
descendería desde naturalezas superiores o divinas hasta la situación actual
en la que nos hallaríamos. De aquí la tradición de las sucesivas razas de oro,
plata, bronce y hierro de la que nos hablan Hesiodo y la tradición aria de la
India.
Los Dioses Blancos habrían llegado hasta este mundo desde otros mundos,
otros universos, otras realidades. Puede encontrarse una alusión al reino de
los gigantes en la predicción del Wala, al comienzo del Edda islandés:
"Recuerdo los gigantes nacidos con el alba de los días, estos gigantes que me
enseñaban en otro tiempo la sabiduría". En las antiguas leyendas, los gigantes
son descritos como una "raza roja", es decir, de cabellos rojos, ya que se
vuelve a hablar de cabezas rojas. La gigantomaquia describe así los gigantes
anteriores al diluvio: atlantes, titanes, cíclopes u hombres de cabellos
bronceados. Es preciso admitir que la noción de rojo ha estado siempre ligada,
a través de toda la antigüedad, a las razas nórdicas y célticas, es decir, del
Atlántico Norte. En los frescos tibetanos que muestran "los cuatro reyes de las
cuatro direcciones del espacio", el Oeste está representado por una figura roja
que tiene en sus manos una especie de pequeño monumento funerario.
Tal vez los antiguos griegos consiguieran percibir atisbos de la gloria de esos
seres en sus dioses, sus estátuas marmóreas y su ideal de perfección. En
algunos individuos y razas actuales podríamos hallar retazos de ese ser
superior, aunque ya mezclado, involucionado, decaído, ofuscado y torpe.
La biblia judía parece estar hablando del mismo tema cuando nos habla de los
"nephelin" que engendraron hijos en mujeres de la tierra para crear una raza
de gigantes, "héroes famosos de la antigüedad". También el demiurgo Jehová
condena a Adán y Eva y los expulsa del Paraíso impidiéndoles que coman del
árbol de la vida "no sea que coman de él y vengan a ser como uno de
nosotros".
Muchos han buscado a los hiperbóreos, la raza divina vestida por trajes de
aire, allá en la Patria Nórdica Polar donde los hombres dioses celebran sus
fiestas. Pitheas de Marsella, en el siglo III antes de Cristo, llegó hasta la actual
Islandia buscando Thule. Es una nostalgia y un recuerdo de ese Paraíso que
llama a los peregrinos por la "memoria de la sangre", la sangre de los
ancestros hiperbóreos.
Los dioses estuvieron el la tierra y de su pasado dejaron recuerdos y señales
por todo el planeta, por todos los continentes. Restos de edificaciones
ciclópeas que jamás pudieran haber sido construidas por hombres miserables
que nisiquiera conocían ¡el sencillo mecanismo de la rueda o de la polea!.
-la influencia del sabio Hans Horbigger y la doctrina de "La lucha eterna del
fuego y del hielo";
-las analogías con las órdenes teutonas, los templarios, maniqueos, gnósticos,
cátaros, esenios… etc.
Puede decirse que el fenómeno nacional socialista fue el cruce súbito entre
antiguas y viejas tradiciones esotéricas y pagano-hiperbóricas y provinientes
no sólo de Europa, sino de todo el mundo. El mismo Adolf Hitler se
circunscribe desde su propio nacimiento a una serie de sucesos de orden
esotérico y hermético. Nace en un mes de Venus, en abril de 1889, día 20, a
las 6 y media de la tarde, en Braunau, en la frontera austro-alemana, lugar
famoso por ser una localidad poblada entonces por una gran cantidad de
mediums y espiritistas reconocidos, como los hermanos Schneider.
La Leyenda Venusina nos dice que "antes que todo existiera, en el cielo se
enfrentaron las fuerzas del Príncipe Lucifer contra las del impostor Jehová
en una contienda cósmica. Lucifer será desde entonces el "ángel caído",
refugiándose en el polo norte, que hoy es el polo sur o antártico por la
inversión de la tierra en tiempos remotos. Ahí vivirá "atrapado" en el Mundo
Interior, en el "infierno" y con él marcharán sus leales huestes y
desencadenará una recurrencia cósmica que se repetirá en las rondas del
Eterno Retorno hasta que vuelva a recuperar el trono que por su naturaleza le
pertenece, expulsando al Impostor. Desde la extraordinaria guerra del libro
Maharbarata hindú, hasta la Segunda Guerra Mundial, los ecos de esta guerra
primigenia se repiten en la historia, en donde las fuerzas impostoras triunfan
momentáneamente, convirtiendo ante el mundo a los leales en seres oscuros
y condenándolos a las sombras; haciéndolos "demonios", llevándolos al
mismo tormento de Wotan en Iggdrasil o Irmisul, la Encina Dorada, el "Árbol
del Espanto" de los Sternsteine, destruido por Carlomagno".