El azar y los tiempos de Ciudad de los Césares determinaron que este número estuviera listo para ir a
la imprenta en el momento de la grave convulsión que ha sacudido a Chile, impidiendo otorgar
mayor atención a la misma. Cierto que esta no es una revista “de actualidad”, sino de permanencia; con todo, se esperará sin duda que algo diga ella sobre el delicado tema. Desde luego, revueltas de masas como la que hemos visto y tal vez sigamos viendo son recurrentes en las sociedades humanas; las sociedades arcaicas, sin los medios técnicos, policiales y militares de los Estados modernos, las temieron más; pero contaban en cambio con una base de valores firmes y un sentimiento de comunidad que en nuestros días se han difuminado. Revueltas tales han solido comenzar por minucias, como observaba Aristóteles; pero su desarrollo, sus alcances, sus efectos, son inconmensurables con las causas aparentes. Y no son necesarios para que acontezcan un malestar extremo, una opresión insoportable de la población; al contrario, puede esta objetivamente vivir mejor que en otras sociedades o épocas. Pero los factores ideales de la política, si ausentes, se echan de menos. A la hora de analizar las causas, el “mito de las revueltas espontáneas” debe también tomarse en cuenta. La esperanza –que es también nostalgia- por el Día de Yahvé, el Día de la Ira de Dios y de la restauración gozosa del estado paradisíaco, presente en forma secularizada en las sociedades modernas, alimenta sin duda estos trastornos. Y bien, proceden ellos según cierta mecánica de las crisis: después de alcanzar un paroxismo amainan casi por si solos –a veces, bastan concesiones oportunas-, o el orden es restaurado con la fuerza que suele ser necesaria, o desembocan en una crisis mayor, eventualmente en la guerra civil: las llamadas “primaveras árabes” han suministrado ejemplos recientes en más de un sentido. En el caso de Chile, ¿cómo no pensar que se está frente a algo así como una crisis anunciada? – testimonio de ello son muchas páginas de Ciudad de los Césares. Tantas veces se recordó aquí el dictum de Portales –que el orden público se mantenía en Chile por el peso de la noche; pero no siempre iba ser así. Frente al optimismo del mejor de los mundos, tantas veces se advirtió sobre las causas profundas de malestar, y se llamó la atención sobre el divorcio entre el país legal y el país real. Populismo era eso, sin duda; ilegitimado en el amplio abanico de la clase política. Seguramente el estallido podría haberse producido en cualquier momento en los últimos diez años al menos; mas, frente a la crisis desatada, evidentemente hacía falta un gobierno: ni la gestión de los negocios ni la gobernanza en el mundo de los puros derechos conocen de decisiones políticas. No deja de tener sentido simbólico que, en 2010, la administración progresista se mostrara paralizada ante un hecho de la naturaleza, en tanto la administración de derecha se ha mostrado hoy paralizada ante un hecho social: la izquierda tiende a desconocer la naturaleza, la derecha, a ignorar la sociedad, en su sentido más propio. En lo que sigue, mientras todo el mundo se sube alegremente al carro de los aparentes vencedores – que son todos y nadie a la vez-, se echará en falta más que nunca un gobierno y una clase política dignos de ese nombre. Pues he aquí la burla: el país legal, que había perdido sustento y legitimidad, pretende retomar el control de la situación; se sentirá de nuevo la tentación de asambleas constituyentes, de plebiscitos, de intentos refundacionales que habían sido rechazados por el cuerpo ciudadano –si es que las elecciones regulares algo significan. Reconstruir ciudades devastadas será sin duda trabajoso; reconstruir una convivencia nacional lo es mucho más. Post scriptum: la hipótesis no probada de la intervención de la inteligencia venezolana en la crisis chilena no invalida ni es invalidada por lo sostenido en este número sobre la actitud del gobierno de Chile frente al de Venezuela.