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Historias clandestinas.

Comentarios sobre el libro de


Adolfo Gilly
Mauricio Márquez Murrieta
Profesor de la Facultad de Antropología de la UV

Personalmente, siempre me ha resultado engorroso y hasta incómodo hacer comentarios


sobre cualquier libro, por la casi ineludible posibilidad de pervertir el sentido de sus
palabras, de decir lo evidente o de terminar diciendo lo que no dice, más aún cuando su
autor se encuentra a mi lado y se antoja preferible escucharlo a él.

En el caso de un libro como el de “Historias clandestinas”, esta inquietud resulta


multiplicada, ya que desde sus primeros párrafos las ideas están tan clara y nítidamente
expresadas que todo comentario se antojo superfluo o destinado a la inevitable
tergiversación y pérdida de claridad.

Ello me llevo a preguntarme sobre el sentido de los comentarios que pudiera hacer aquí
y del objetivo que deben perseguir, llegando a la conclusión nada convencida, de
intentar expresar al menos la miríada de imágenes, sensaciones y agudezas que del
conjunto de textos presentes en el libro y agrupados bajo la imagen de la clandestinidad
extraje.

Así, lo primero que me saltó – o más bien golpeo – de su lectura fueron su contundencia
y su abierta franqueza, la agudeza y claridad con que son expresadas. Ninguna otra
impresión se puede tener, creo yo, de frases tan lapidarias y concisas como:

Qué no nos vengan con que es tiempo de la esperanza. Es ahora el tiempo de la


ira y de la rabia. La esperanza invita a esperar; la ira a organizar (…). Hay un
tiempo para la esperanza y hay un tiempo para la ira. Éste es el tiempo de la ira.
Después viene la esperanza.

Nada de lo que se lea a continuación puede ignorar estas palabras y la fuerza con que
están escritas.
Y, efectivamente, resultan fiel preámbulo a lo que viene, puesto que es la ira que
subyace a los sujetos de los sucesos narrados, sujetos subalternos que, como el mismo
Gilly escribe magistralmente, responden con la violencia de sus cuerpos y su acción a la
violencia anónima y desalmada que sistemática e históricamente la estructura social,
política y económica de los dominadores les ha infligido.

Llama la atención la maestría con la que Adolfo Gilly entrelaza y anuda diversos
tiempos y acontecimientos tejidos bajo la urdimbre de procesos sistémicos y de larga
duración que, cual densa niebla, recubren las acciones y los rostros de individuos y
pueblos que tienen en común el estar sometidos, bajo diversos rostros, a una misma
opresión sistémica.

Tal es el caso de los movimientos deliciosamente descritos de Bolivia, el tirante y


crispado enfrentamiento entre las potencias que tuvo a Cuba como foco de tensión y a
su pueblo como protagonista soterrado; el papel de los actores subalternos, campesinos
y obreros, en la conformación del espíritu nacional y nacionalista de pueblos
latinoamericanos como los de la misma Bolivia y México; y en el movimiento indígena
de Chiapas; así como las intercomunicaciones e interrelaciones entre personajes y
procesos históricos como Mariátegui y la Revolución Mexicana. Sin olvidar los
entrelazamientos de larga duración en el tiempo y el espacio que señala y dibuja entre
las épocas de la conquista, la de la colonia, de las emancipaciones nacionales
latinoamericanas y la “revolución pasiva” pero extremadamente violenta del
neoliberalismo actual, ahora sí, inocultablemente inviable.

Todos estos tienen como notas comunes la subalternidad de sus principales


protagonistas, aquellos actores clandestinos, negados por la historia oficial de los
dominadores, y la espectral y abrumadora presencia de una violencia sustentada en una
pretendidamente disimulada discriminación racial y en el imperativo económico de la
lógica de la acumulación ampliada del capital, sobre cualquier otro principio o razón.

Adolfo Gilly pone frente a nosotros historias clandestinas de seres negados, ocultos a
los ojos de las clases dominantes, que en auténticos momentos de revolución salieron de
esa clandestinidad a la que están cotidianamente obligados por grupos que pretenden
sustentar su posición explotadora en una insostenible superioridad que no tiene más que
la violencia física, política, social y económica, como sustento, intentando así ocultar lo
que a todas luces es una impostura para aquellos individuos que en momentos
“sublimes” deciden, como Los Alteños de Bolivia, decir ya basta.

No es necesario añadir mucho más que invitar a la lectura de la serie de textos


provocadores, preclaros e incitantes que Adolfo Gilly pone a nuestro alcance, salvo tal
vez retomar el tono de su primer texto y sumarse a su llamado explícito a la acción.

La andanada neoliberal ha provocado tiempos en los que la angustia se multiplica y en


la que se exhiben los antagonismos subyacentes sobre los que toda sociedad se erige,
exponiendo sus contradicciones encubiertas y soslayadas. Ellos llevan implícitos, junto
a la violencia explosiva e incontrolable que les subyace, un enorme potencial subversivo
que promete la realización liberadora de posibilidades emancipatorias frustradas en el
transcurso de luchas pasadas.
Las historias clandestinas de Gilly son muestras históricas de ello y evidencia de su
inquietante paralelismo con nuestro presente, en el que la otrora vida de los sujetos
clandestinos vuelve a reivindicar su existencia y a constituirse en aquel sujeto
intempestivo que hace de las revoluciones las mediadoras evanescentes de transiciones
sistémicas cuyos posibles desenlaces apenas podemos imaginar.

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