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Si vive en Europa, es usted indecente

Así lo ha dicho el sociólogo Stephan Lessenich ante medios españoles, poco después de publicar su
ensayo “La sociedad de la externalización”. ¿Tiene razón?

Hásel-Paris Álvarez

"Ser ciudadano de este país te priva de la oportunidad de ser una persona decente", ha afirmado
Lessenich en una entrevista, argumentando que todos nosotros (españoles, alemanes, europeos) habitamos
un modelo occidental en que cualquier acción 'externaliza' sus consecuencias al extranjero (África, Asia,
Hispanoamérica...): lo que aquí consumimos barato ha sido externamente producido a un alto coste, lo que
usemos en nuestro entorno acaba contaminando el otro lado del mundo, el crecimiento de nuestras
empresas en el mercado global extiende salarios de miseria... Estas dinámicas son innegables, si bien la
causalidad y el enfoque de Lessenich son discutibles.

Su libro, 'La sociedad de la externalización', propone que "quienes ejercen esta externalización no
son grandes consorcios y gobernantes, ni élites económicas o políticos poderosos; sino que es ejercida con la
aprobación y la participación activa de amplias mayorías sociales: 'nosotros', los ciudadanos del mundo
occidental". La 'externalización' se trataría, según Lessenich, de un proceso que “de algún modo somos
todos, que tiene que ver con la actividad cotidiana totalmente normal de los hombres medios”; en definitiva,
“somos sobre todo nosotros mismos quienes mantenemos en marcha la sociedad de la externalización”.
Es una premisa fundamentada, pero ¿no resulta injusto -además de contraproducente- culpabilizar al total
de los ciudadanos, desde el banquero al panadero?

Mea máxima culpa

Lo que Lessenich propone a Europa es una “autoinculpación consciente de su culpa”. Como el


predicador de un nuevo moralismo, sermonea: “nosotros, los privilegiados de la sociedad de la
externalización, debemos ver la viga en el ojo propio y revisar nuestra contribución personal al
mantenimiento de nuestro estatuto de privilegiados; esta crítica moral tendría que convertirse en la crítica
estructural del sistema”.
Cree que "nuestro pasado colonial sigue siendo actual", y que las tierras africanas son aún
arrebatadas por “los sospechosos habituales en Occidente, es decir, nosotros mismos”. La única identidad de
Europa sería “la colonización de América, la conquista de la India oriental y China”; incluyendo entre los
responsables a países sin pasado colonial -como Dinamarca- o casi sin presentes importaciones -como
Moldavia-. El capitalismo no sería (como afirmaba Costanzo Preve) un sistema desarraigado que destruyó
los bienes comunes europeos tanto como destruye los bienes africanos y asiáticos: el capitalismo es
llanamente “la influencia del europeo”.

Ya que el pasado esclavista es difícilmente imputable al occidental de clase media -los poseedores
de esclavos fueron siempre élites minoritarias detestadas por el pueblo- y al europeo contemporáneo
-siendo Europa pionera en abolir toda servidumbre (desde el ateniense Solón o el romano Petelio en la
Antigüedad, hasta la reina Batilda o el Papa Juan VIII en la Edad Media)-, se nos plantea que ahora existe un
esclavismo externalizado por el cual todos tenemos una serie de siervos personales que ni siquiera
conocemos: desde el que confecciona nuestra ropa en Bangladesh, hasta el que recoge el coltán de nuestro
móvil en el Congo. "Wie viele Sklaven halten Sie?", nos interroga con palabras de Evi Hartmann, ¿cuántos
esclavos tiene usted?

Ni guerra entre clases...

Lessenich critica que Thomas Piketty ('El capital en el siglo XXI') describa el aumento de una injusta
desigualdad entre élites y pueblo occidental -en EEUU, Gran Bretaña, Francia, Alemania...-, pero que no se
señale "también a escala mundial una estructura bastante similar". El sociólogo alemán propone cambiar el
enfoque de 'el 99% de personas contra el 1%' por un enfoque de 'el 90% de los países contra el 10% -EEUU,
Gran Bretaña, Francia, Alemania...-', "un diez por ciento más rico formado por los países mencionados como
totalidad". Sobre los ciudadanos europeos, se nos dice que "su posición colectiva en el extremo superior de
la distribución de la riqueza no se debe a la productividad de su economía, ni a lo aplicado de sus
ciudadanos": Lessenich deduce, a partir de unas oligarquías tramposas, que el pueblo llano tampoco es
industrioso, y que los europeos nunca han merecido lo que tienen. No se explica cómo es posible que, aún
antes del colonialismo, los europeos ya fuesen sociedades más aventajadas en armamento o navegación -lo
que precisamente posibilitó el colonialismo-.

Aunque celebra que se han desarrollado otras “numerosas categorías de desigualdad horizontal
(género, raza, edad) y su solapamiento”, se lamenta de que “sigue dominando la perspectiva vertical del
arriba y abajo en la estructura social nacional”. ¡Debe ser una lástima que el trabajador se vea más
oprimido por su patronal que por el 'eurocentrismo estructural', o que tema ser el paria de su sociedad en
lugar de consolarse con su relativa superioridad sobre los parias hindúes! Según el libro, “el consumo de
recursos de los europeos más pobres está por encima del nivel de la mayoría de población del sur global, y
su uso de superficie vital sigue aumentando”; el desconsiderado español pobre insiste en tener para él solito
un puente bajo el que dormir, en lugar de hacinarse en favelas 'a la brasileira'. "Incluso los paupérrimos de
nuestras latitudes" tienen un “estilo de vida imperial” (Brand y Wissen): podríamos decir, más que nunca,
que el emperador está desnudo.

Al parecer, estos proletarios europeos aplicarían un “acaparamiento de oportunidades (opportunity


hoarding): la disposición de recursos cuya explotación queda limitada a los miembros de un determinado
grupo”. Ya no son los grandes capitalistas, sino la masa popular quien ejerce “una apropiación unilateral
de la plusvalía”. Tampoco hay rebelión europea posible, porque “el registro moral del '¡Indignáos!'
(Indignez-vous!)” es una parte más de la 'sociedad de la externalización'. Y cualquier solidaridad
internacionalista por nuestra parte "también es una praxis de dominación mental y emocional". Parece ser
que el alemán sólo nos propone el callejón sin salida del auto-odio revestido de anti-capitalismo.

...ni paz entre pueblos

Lessenich se jacta de que su enfoque hace que “la estructura de desigualdad de arriba-abajo pase a
ser un campo asimétrico, en el que las posiciones se ven como coyunturas desiguales e interrelacionadas”;
en otras palabras, se difumina eficazmente todo antagonismo capital-trabajo. Así, “ya no hay situaciones
sociales internas ni externas, lo único que hay son asimétricas situaciones internas mundiales, en un
entorno mundial de desigualdades recíprocas”. No importa que, con esto, haya destruido su propia teoría de
la 'sociedad de la externalización' (si se niega la identidad de 'lo interior', queda abolida la existencia de 'lo
exterior'). Debemos darle la irónica enhorabuena por haber acabado, desde la sociología de izquierdas,
proponiendo el mismo marco que crea la derecha global: un ilimitado espacio de caos y choque
civilizatorio sin categorías ni soberanías. En este nuevo esquema, ningún explotador sería tan malo, sino
proporcionalmente comparable al explotado 'primermundista'.

Ni siquiera sobreviven las perspectivas ecologista y feminista. El enemigo ecologista ya no es el


'antropoceno' (una época de generalizada incidencia humana sobre el ecosistema) sino que “es
esencialmente el Occidentoceno, la edad geológica marcada por Occidente”. El problema feminista no es
que la economía de los cuidados pese sobre las mujeres, sino que entre ellas hay extranjeras (“rumanas en
Alemania, bolivianas en España”), una externalización provocada por las propias europeas, pues “cada vez
hay más mujeres empleadas” fuera del hogar.

Al empujar cualquier 'lucha entre siervos y amos' hacia una 'guerra entre pueblos', el autor nos ha
tendido una trampa intelectual: obviamente, no todos los ciudadanos pueden llegar a ser el más rico de su
país a la vez que sus paisanos, pero todo país sí puede llegar a ser su versión más rica independientemente
del resto de países. Dicho de otra forma, mientras que la comunidad (polis) ha sido siempre un espacio
concebido para lograr la máxima igualdad dentro de sus murallas -su mayor virtud es la concordia-, el
mundo fue creado como un pluriverso tendente a la diversidad -su mayor virtud es la diferencia-: desde
países con variados sistemas de producción, hasta culturas con distintos conceptos de riqueza; desde
civilizaciones que se lancen a la vorágine desarrollista, hasta pueblos que prefieran mantenerse fieles a su
antigua industria y agricultura -todo ello, siempre que no les venga impuesto-. El capitalismo globalista
ataca simultáneamente estos dos principios (el Estado armónico y el mundo multipolar), y puede
encontrar un buen compañero de viaje en la propuesta de Lessenich de desatender las desigualdades intra-
sociales y priorizar toda homogeneización a escala mundial.

Se adelanta por la izquierda

Parece ser que, en la vía de sentido único hacia la mundialización neoliberal, es posible acelerar el
avance mediante tramos por el carril izquierdo, o lo que es lo mismo, revestir la retórica derechista con
argumentario progresista. Cuando Lessenich afirma que “nosotros no solamente vivimos por encima de
NUESTRAS posibilidades, sino que vivimos por encima de las posibilidades de OTROS”, ¿no se está limitando
a fortalecer con un matiz multicultural la narrativa culpabilizadora típica de las oligarquías? Cuando propone
como solución "consumir menos, producir menos, tener menos", ¿no está justificando la teoría de los
recortes y la austeridad? Cuando dice que el único problema del eufemismo austericida de 'apretarse el
cinturón' es que la gente “cree que los cinturones apretados posibilitarán un futuro de barrigas que en
general podrán volver a engordar”, ¿no está condenando las expectativas populares de bienestar en vez de
las ansias saqueadoras de los causantes de la crisis?
En la misma línea van sus propuestas de solución: en lo personal “renunciar a ciertos consumos, y
hacer un año de voluntariado por el mundo” (esto lo ofrece cualquier nutricionista y agencia de viajes), y en
lo grupal “promover colectivamente la verdad -menos amarga para nosotros que para otros- de que nuestro
estilo de vida del bienestar no es universalizable”; es decir, negar -a nosotros mismos y al mundo- la
realización de la eudaimonía aristotélica: el 'vivir bien' como algo irrealizable. No se me ocurre ningún
poder neoliberal que no esté deseando 'promover esta amarga verdad' para liquidar el mero concepto de
'estado de bienestar'. En la alta política, plantea “revisar el comercio mundial contra los privilegios, fiscalizar
las transacciones financieras mundiales, remodelar las economías ricas hacia un post-crecimiento, formar
un contrato global contra el cambio climático, y establecer una política jurídica transnacional por los
derechos globales”. Tampoco conozco a ningún cártel de potencias contrario a un programa así, que incluso
parece directamente inspirado por la Comisión Trilateral, o los malthusianos del Club de Roma.

Finalmente, su monolítica condena a los europeos contrasta con el hecho de que tenga por benigna
(aunque insuficiente) la dudosa acción de editoriales de literatura 'crítica', grupos de inversión que se
declaran contra el cambio climático, negocios de comercio justo, y campañas privadas de reciclaje. De
hecho, para Lessenich, “el consorcio de seguros Axa y los fondos de cobertura Blackrock” son “éticamente
correctos”. Pero recuerde que usted es un indecente.

La ideología alemana

Curiosamente, el sociólogo alemán -pretendidamente subversivo- tiene unas ideas que están en
perfecta consonancia con el ordoliberalismo de los banqueros de Frankfurt: subordinación de los Estados
al plano económico, creencia en la función social del mercado, prioridad del ahorro sobre el
endeudamiento, y reducción de importaciones.

Ya que Lessenich disfruta mediando el factor nacional en cualquier análisis, puede ser de interés
aplicarle lo mismo a él. Su paradigma es -oh, ironía- completamente eurocéntrico, germanocéntrico en
concreto. En primer lugar, es alemán por su despliegue de Kollektivschuld ('complejo de culpa colectiva')
adquirido tras la Segunda Guerra Mundial. Los que pecaron de soberbia por su nacionalidad, pecan ahora
de lo contrario. En segundo lugar -remontándonos más al pasado-, es alemán por su ética calvinista: la
salvación o la condenación están determinadas desde el nacimiento. En último lugar, retrocediendo al
origen, es alemán por su incomprensión del Derecho Romano: ser 'obligado por el sistema a dañar a otros'
jamás puede suponer una condena, sino que es un eximente absolutorio para quien esté así coercionado
por causa de fuerza mayor.

En cien años, todos refugiados

La perspectiva alemana también queda patente en sus comentarios sobre la crisis de refugiados.
Lessenich critica que sus compatriotas "suponen que es posible quedarse únicamente con las ventajas
económicas de la globalización, manteniendo apartados los inconvenientes". Vemos que ya ni siquiera se
pretende pensar la inmigración como algo positivo, basta con que se acepte el 'inconveniente' como
maldición merecida y acto de penitencia. Le molesta especialmente que los alemanes orientales ("no solo
ellos, pero sí especialmente ellos") sean tan 'islamófobos', "siendo que ellos mismos han ingresado en la
generación anterior" a la nacionalidad alemana plena. Para Lessenich, la reunificación alemana sólo puede
ser el precedente natural de una unificación turco-germana.

Y al final, todo se reduce a un único diagnóstico: "los europeos tratamos la nacionalidad como un
'bien club' [un recurso artificialmente escaso]". Nuestro problema es que “la ciudadanía sólo se otorga a
quienes han nacido en las instalaciones del club, o a quienes sean admitidos como miembros”. ¡Qué cosas! Y
el permiso de paternidad sólo se da a los progenitores y las pensiones a los jubilados, ¡en abierta
discriminación hacia los estériles y los jóvenes!

Externalízate, Lessenich

La impresión que nos queda es que la famosa 'externalización', presentada como nuestra plaga
psicológica, es como mucho una subcategoría de la alienación -entre los trabajadores- y del egoísmo
-entre los individuos-. Si se critica que Europa pueda entenderse a sí misma como “cuna de la Ilustración,
dominio del derecho, protección de la autonomía personal, formación de opinión pública crítica”, es porque
esa 'externalización positiva' no entraría en el maniqueísmo de Lessenich. Tampoco encajaría plantear que
el problema europeo es 'internalizar' los talleres chinos, el modelo económico de Singapur, las propiedades
de jeques árabes, la presión laboral surcoreana, las villas miseria argentinas, o el petrodólar como divisa.
¿Podemos atrevernos a pensar que hayamos dado al mundo cosas positivas, y que también es posible
recibir del mundo cosas negativas?

Toda esta corriente intelectual 'de conciencia universal' que confunde pueblo europeo con casta
nómada, choca tristemente con la realidad. Los europeos están siendo los grandes perdedores del siglo
XXI, tanto desde lo económico (las fortunas que menos crecen y las clases medias que más se contraen),
como desde lo demográfico (convertidos en una minoría global al borde de la extinción), como desde lo
geopolítico (un enano político y gusano militar aplastado entre EEUU y China). En estos tiempos de vuelcos
electorales y chalecos amarillos, señalar a los pueblos europeos como acomodados y privilegiados es lo
más cercano a ser un colaboracionista en tiempos de la Ocupación, un tío Tom cómplice de la esclavitud, o
un tonto útil de los que acusan a estibadores y controladores aéreos de hacer huelga por capricho.

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