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JESUS VIVIÓ POR NOSOTROS

Por Fray Marcos Rodríguez Robles, o.p.

INDICE

Introducción ………………………………...... 1
1) Jesús no bajó del cielo………………. 4
2) 30 años ignorados…………………. .. 8
3) Infancia en Mateo……………………… 16
4) Infancia en Lucas……………………… 18
5) Jesús desarrolla su personalidad… 21
6) Jesús se da a conocer……………..... 24
7) Las relaciones humanas de Jesús… 29
8) Nada misógino…………………………. 34
9) Jesús y las instituciones…………… 40
10) Los milagros……………………………. 44
11) Los "signos" del evangelio de Juan. 48
12) "Milagros" en los sinópticos ……. 59
13) L o que predi có ……………………. 75
14) Las parábolas ……………………… 80
15) Los jerarcas lo eliminaron………. 90
16) Experiencia pascual: Cristo vive. 94
17) De cristo al cristianismo ……… .. 103

INTRODUCCIÓN
Hace ya algunos años, se realizó una encuesta entre universitarios del Reino
Unido. La pregunta era: En toda la historia de la humanidad, ¿cuál ha sido para
ti, la persona más influyente? El número uno se lo llevó el futbolista Beckham;
Jesús ocupó el número treinta empatado con Bush. Confieso que ese empate fue
lo que más me indignó.
Este simple dato nos tendría que hacer pensar. ¿Qué idea de Jesús hemos trasmi-
tido a esa generación de estudiantes? Y no se olvide que se trata de un país emi-
nentemente cristiano. Está claro que no hemos sabido comunicar a la juventud lo
que Jesús significa para todo ser humano.
Precisamente por haberle desfigurado y presentado con una total falta de humani-
dad, ahora se hace increíble y escaso de atractivo. El Jesús celeste pero deshuma-
nizado que presentamos no puede convencer a nadie de que su conocimiento y
seguimiento nos puedan ayudar a ser más humanos.
El cambio de época que estamos atravesando, nos obliga a reflexionar sobre la
manera de entender nuestro pasado cristiano. Ni el deísmo que hace de Dios una
cosa más, ni la simple credulidad en un Jesús bajado directamente del cielo pue-
den servirnos hoy para desenvolvernos en la compresión del mensaje cristiano.

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Ha cambiado drásticamente nuestro conocimiento del mundo, del hombre y de
Dios. No soy libre de aceptar o no el nuevo paradigma, porque estoy envuelto en
él, quiéralo o no. Si a pesar de todo, me coloco la escafandra para seguir viviendo
en un mundo que no es el mío, arruinaré mi armonía interior y entraré en una as-
fixiante contradicción.
En las dos últimas décadas, el ser humano ha avanzado más en el conocimien-
to de sí mismo que en los dos mil años anteriores. Los increíbles avances en
todas las ciencias, pero sobre todo en la biología molecular y la neurología, nos
han permitido aproximarnos a lo que realmente somos.
La ciencia nunca será capaz de responder a todas las preguntas, pero puede ser
una ayuda para evitar caminos equivocados. Ni la filosofía ni la teología pueden
caminar al margen de la ciencia. El conocimiento racional tiene que ayudarnos a
precisar cada vez más las preguntas vitales.
Seguiremos preguntándonos: ¿de dónde venimos? ¿Qué pintamos aquí? ¿A dónde
vamos? Pero hoy sabemos que muchas de las respuestas que habían dado la cien-
cia, la filosofía e incluso la religión no son acertadas. Debemos seguir buscando
respuestas más adecuadas, que no estén en contra de nuestra razón, aunque la
desborden.
Los sueños, las visiones, las revelaciones, etc., fueron durante muchos milenios, la
base del conocimiento religioso. Pero el mejor conocimiento de los procesos menta-
les, tanto conscientes como subconscientes, ha demostrado que no vienen de un
mundo metafísico que se sitúe fuera ni son revelaciones de seres metafísicos (dio-
ses, ángeles o demonios) que quieran adoctrinarnos.
Hoy sabemos que todos esos mensajes que creíamos venían del más allá y ha-
bíamos interpretado como "revelación" de seres transcendentes, resulta que no
son más que señales que llegan de nuestro subconsciente.
Este conocimiento no llega de los sentidos ni de instancias metafísicas, sino
por otros cauces y en un lenguaje cifrado que aún no somos capaces de desentra-
ñar.
Lo grave es que todo nuestro conocimiento religioso, que dábamos por absoluto,
está basado en ese concepto de revelación que está haciendo agua por los cuatro
costados. Tampoco se trata de tirar por la borda los mensajes que esos co-
nocimientos aportan, se trata de descubrir que el andamiaje que los soportaba se
derrumba y que hay que buscar otras bases más sólidas para sostenerlos.
Todas las religiones, también la nuestra, son portadoras de una sabiduría increí-
blemente enriquecedora que nace de experiencias genuinamente humanas. No de-
bemos dudar de esa riqueza, pero la dificultad que hoy tenemos es cómo ver-
balizarla y comunicarla a los que ya no están en el paradigma que la hizo posible.
Consciente de esta necesidad, quiero poner mi granito de arena para facilitar el
acceso a una riqueza tan formidable. Es imprescindible que todos hagamos un es-
fuerzo por superar la dificultad de expresar ese conocimiento en lenguaje de hoy
para que, los que de verdad quieran comprender, tengan medios para conseguirlo.
Con lo que digo y escribo nunca pretendo que los demás piensen como yo, sino
que piensen. No es que me haya vuelto racionalista. Sé que la experiencia interior
no depende de la razón, pero la razón es un instrumento imprescindible a la hora

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de abandonar viejos prejuicios que están muy arraigados y sin embargo no tienen
consistencia.
En mi vida me he encontrado a muchos cristianos que me han dicho: yo, la fe
del carbonero. Inmediatamente les pregunto: ¿eres carbonero? Si eres un car-
bonero, no tendría nada que objetar. Pero que una persona con la carrera de
ingeniero o médico, o con tres carreras, que los hay, te diga que tiene la fe del
carbonero, es muy inquietante.
La situación de cambio en la que nos encontramos, hace muy difícil la compren-
sión de los evangelios. Debemos tener en cuenta que aunque estamos en la pos-
modernidad, en grupos numerosos de personas y en cada uno de nosotros convi-
ven paradigmas del pasado, incompatibles con el que nos toca vivir. Lo que se ex-
presa desde una manera de ver el mundo, el hombre y Dios, puede que sea enten-
dido equivocadamente por comprenderlo desde otra perspectiva.
Los evangelios están escritos para comunicar verdades desde una visión mítica.
En tiempo de Jesús, y todavía hoy para muchos, la realidad está dividida en tres
ámbitos: el que está por encima de nosotros, donde está Dios; el que ocupamos los
humanos sobre la tierra; y el que está por debajo (inferos=infierno) donde están los
demonios.
Hoy sabemos que la realidad es una sola, y que en cualquier realidad creada po-
demos encontrar lo divino, lo humano y lo diabólico. Dios no tiene que venir de
ninguna parte porque está aquí antes que yo. Tampoco podemos expulsar el mal
de nosotros a una región donde no nos haga daño, porque a donde yo vaya él va
conmigo.
Al entender las Escrituras literalmente, distorsionamos el mensaje y hacemos de-
cir a los textos lo que nunca quisieron decir. Si encima creemos que esos textos
tienen valor absoluto porque están dictados por Dios, caeremos en aberrantes in-
tegrismos, que nos hundirán en la más absoluta miseria.
Pero tenemos una herramienta formidable que nos puede ayudar a superar esa
dificultad: es la exégesis. Desde hace más de trescientos años, muchísimas perso-
nas han dedicado sus esfuerzos desentrañar lo que quisieron decir esos textos.
La exégesis no es una ciencia religiosa, pero podemos utilizarla para comprender
lo que los evangelios pretenden decirnos, teniendo en cuenta las circunstancias
en las que han surgido.
Sabemos hoy que, tanto los evangelios como los demás escritos del NT, no se
preocupan para nada de hacer una biografía o una historia sobre Jesús. Su inten-
ción es trasmitir un mensaje religioso que haga posible la salvación a las personas
que lo leen o escuchan.
Los evangelios nos trasmiten la imagen de Jesús interpretada por una comunidad
creyente. Cada uno escribió para su comunidad, no para nosotros. Solo la exégesis
nos permite dar ese salto, para conectar con esa vivencia de la que salió el NT, y
que nos aproxima a la que tuvo Jesús.
Sé que es una osadía ponerme a escribir algo sobre Jesús, pero lo hago sin nin-
guna pretensión, no trato de convencer a nadie ni de ser original. No pretendo
hacer teología o exégesis, mucho menos, ciencia. No encontrarás en este escrito
ni razonamientos sofisticados ni argumentaciones tumbativos. Simplemente

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quiero proponer lo que a mí más me ha ayudado.
Desde las charlas que nos daba en el noviciado el P. Colunga, hasta el último libro
de Pagola han pasado 55 años, todos ellos dedicados a la búsqueda. Lo único que
pretendo es ser útil a tantos seres humanos que no disponen de tanto tiempo para
dedicarlo a esa búsqueda.
Pretendo decir todo eso con un lenguaje sencillo, incluso cayendo a veces en la
simplicidad. Lo que de verdad me importa es que se entienda bien lo que digo.
Cada cual tiene que beber en su propio pozo, como decía Tony de Mello. Lo que yo
quisiera es poner en sus manos un recipiente para que le sea más fácil sacar su
propia agua.

JESÚS NO BAJÓ DEL CIELO

Somos nosotros los que tenemos que bajar de las nubes y pisar tierra para poder
descubrir al Jesús que recorrió Galilea compartiendo en todo nuestra condición
humana.
No podemos entender la figura de Jesús si no tenemos en cuenta que, como hom-
bre que era, desplegó su humanidad en un entorno geográfico y cultural determi-
nado. Toda vida no es más que una adecuada respuesta al entorno en que se
desarrolla.
Todas las circunstancias que rodearon la existencia de Jesús, influyeron en su
trayectoria humana. Tomar conciencia de todos esos condicionantes, nos ayudará
a comprender mejor sus actitudes y la respuesta que dio a los desafíos que fue
encontrando en su vida.

Una tierra
El lugar geográfico en que vivió Jesús, es, ya de por sí, muy singular. Palestina
está enclavada dentro de lo que es llamado desde hace poco el "Creciente Fértil".
Un arco en forma de media luna que abarca desde la parte baja del Nilo hasta el
Éufrates y Tigris, pasando por el Jordán. Los fértiles valles de esos cuatro ríos fue-
ron el marco adecuado para el mayor progreso del hombre en el mundo occidental.
En los dos extremos de ese arco se desarrollaron, mucho antes de que apareciera
la cultura griega y latina, las dos culturas más formidables del Medio Oriente: la
mesopotámica y la egipcia. Estas culturas no solo fueron el comienzo de la civili-
zación occidental, sino que condicionaron todas las que después se desarrollaron
en el entorno.
Este despliegue cultural no fue casual. Gracias a la fertilidad de la tierra, la posi-
bilidad de producir más con menos esfuerzo, deja a muchas personas libres para
dedicarse a cultivar el conocimiento. Esto es lo que hizo posible un rápido progre-
so de los seres humanos.

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Por otra parte, esa misma posibilidad hacía que las tierras fueran muy apetecibles
para los pueblos colindantes, que, en cuanto se creían con más fuerza y poder que
los demás, atacaban a los propietarios de turno para disfrutar de los beneficios de
una tierra tan fértil.
El pueblo de Israel, utilizó la misma táctica. Después de escapar de Egipto, es-
tuvieron cuarenta años en el desierto hasta conseguir la cohesión y la fuerza
suficiente para vencer a los que vivían en aquella tierra que "manaba leche y
miel". Es verdad que nunca consiguieron una victoria definitiva sobre todo el
territorio, pero se fueron defendiendo entre victorias y derrotas, hasta que los
romanos arrasaron definitivamente su territorio.

Una cultura
No olvidemos que Abrahán salió de Ur, de los Caldeos, es decir Mesopotamia, para
poder dar pastos a sus ganados en tierras, tal vez menos fértiles, pero menos po-
bladas y con más posibilidades de progreso. En esta peripecia de Abrahán, hunde
sus raíces el pueblo hebreo.
No está claro por qué los hijos de Jacob bajaron a Egipto.
Aparte de leyendas más bien fantásticas, no sabemos los motivos reales que pro-
piciaron este paso. Pero la verdad es que ese hecho tuvo consecuencias decisivas
para el futuro del pueblo hebreo.
Sin duda ninguna, la cultura egipcia tuvo mucho que ver en el surgimiento del
nuevo pueblo. Estamos hablando de una formidable cultura en todos los órde-
nes, también en el religioso. La manera de entender el pueblo judío a su dios y
el culto que se iba a desplegar después en torno al templo tienen su origen en
lo vivido en aquel territorio.
Tampoco sabemos mucho desde el punto de vista histórico, de por qué ni cómo se
produjo la escapada de Egipto y la vuelta a la tierra de sus antepasados. Lo que sí
sabemos es que la experiencia del desierto dejó una marca indeleble en toda la
historia posterior de ese pueblo.
Moisés, a pesar de que todo lo que ha llegado a nosotros sobre su figura, no
traspasa el género de la leyenda. Fue sin duda el más importante responsable
de la formación de un verdadero pueblo, con conciencia de pertenencia y bajo
la seguridad que les daba la protección de su dios.
La cultura del pueblo hebreo en tiempo de Jesús era un conglomerado de influen-
cias imposible de delimitar. Después de infinitas vicisitudes consiguieron la uni-
dad de todas las tribus y un reinado poderoso con David y Salomón. Pero poco
tiempo después, fueron otra vez invadidos por otros pueblos venidos del entorno.
Los asirios y los persas con sus derrotas y deportaciones masivas volvieron a in-
fluir de manera decisiva en la configuración de las costumbres del pueblo. Muchas
de las ideas religiosas que aparecen después del exilio provienen de ese contacto
con aquellas culturas.
Tampoco podemos olvidar que los últimos invasores de Palestina fueron los grie-
gos y los romanos. Dos culturas potentísimas que remodelaros todo el territorio
según una nueva manera de ver el mundo. Un simple dato nos puede dar una pis-
ta importante: todos los escritos del NT que han llegado a nosotros fueron escritos

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en griego.
En aquella época, sobre todo en Galilea, que se decía "de los gentiles", mucha gen-
te hablaba griego y latín. Es muy probable que el mismo Jesús chapurreara algo
de esas dos lenguas. Otra muestra de esta influencia sería el letrero de condenado
sobre la cruz, que nos dicen estaba escrito en hebreo, latín y griego.
Sin duda, este ambiente multicultural tuvo que darle al mismo Jesús una ampli-
tud de miras más allá del etnocentrismo judío. También pudo favorecer más tarde,
la propagación del cristianismo por todo el imperio romano.

Un pueblo
Los judíos han vivido como nadie el sentido de pertenencia a un pueblo. A pesar
de todas las vicisitudes que han tenido que soportar a través de la historia, nunca
han perdido esa conciencia. Ese profundo sentimiento de formar un grupo singu-
lar les ha hecho renacer una y otra vez de sus cenizas.
Como todo judío, Jesús vivió ese sentido de pertenencia a un pueblo. Tal vez la
más clara originalidad de ese pueblo fue el sentirse pueblo elegido por dios. Lo
pongo con minúscula porque estamos aún lejos de hablar de un único Dios. Moi-
sés tuvo la genial idea de aglutinar las diversas familias tribales que salieron de
Egipto bajo la protección y las exigencias de un solo dios, aunque no se cuestio-
naba que otros pueblos tuvieran otros dioses.
Cuando llegó Jesús, ya hacía muchos siglos que se había dado el salto del dios
tribal al único Dios que "hizo el cielo y la tierra". Pero sin estos antecedentes tan
singulares, sería imposible entender la relación de Jesús con el Dios que llegó a
ser para él, el Abba, el Padre-Madre del que lo ha recibido todo y que enmarca y
empapa toda su existencia.

Una Ley
Hoy no podemos tomar clara conciencia de lo que pudo significar para aquel pue-
blo el hecho de tener unas palabras que expresaran la voluntad de Dios. Que Moi-
sés consiguiera presentar las "Diez Palabras" como recibidas de Dios, fue tal vez la
mayor hazaña de toda la historia de Israel.
A estas alturas no hace falta recordar que los Diez Mandamientos es un resumen
de las normas que son imprescindibles para que pueda desarrollarse un pueblo.
Son normas geniales que Moisés o quien fuera, extrajo de todos los conocimientos
que podrían tener en aquel momento, incluido el código de Hammurabi, escrito
unos cuatro siglos antes. También en este caso, se conservan imágenes del rey
recibiendo las escrituras de dios.
Partiendo de ese núcleo, se fue construyendo todo un cuerpo legal que permitió a
ese pueblo desarrollarse con gran seguridad social y económica. Aunque los textos
que han llegado a nosotros son de la época posexílica, las enseñanzas comenzaron
en Moisés. La parte de la Biblia que hoy llamamos Pentateuco, ha sido siempre
considerado por los judíos como ‘el no va más’ de las Escrituras.

Una Escritura
La Escritura fue siempre la principal característica de la religión judía. La primera
obligación de todo judío era el conocimiento y el cumplimiento de la Escritura, que

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era el fundamento de toda relación con Dios.
En tiempos de Jesús existían multitud de escuelas rabínicas que enseñaban dis-
tintas interpretaciones de las mismas Escrituras: fariseos, saduceos... y los mon-
jes de Qumran que durante siglos mantuvieron una interpretación muy singular
de la Escritura.
La relación entre ellas no siempre fue pacífica, acusándose mutuamente de infide-
lidad a la Ley. No solo en aspectos secundarios, también en aspectos fundamenta-
les se enfrentaban las distintas escuelas.
Haciendo uso de esa libertad relativa, Jesús también se atrevió a interpretar la
Ley, no solo en sus enseñanzas, cosa que queda muy clara en diversos pasajes del
evangelio, sino en su manera de actuar.
Jesús hizo un uso de la Escritura nada biblista. Se apoyó en la Escritura para al-
canzar una experiencia religiosa, tal vez única, pero esa misma experiencia le llevó
más allá de lo que la Escritura decía literalmente. Se dio cuenta de que la volun-
tad de Dios no se podía meter en mandamientos, sino que hay que extraerla del
corazón y en cada instante.
Una Escritura es palabra de Dios cuando es expresión de una experiencia auténti-
ca de Dios. Esa expresión no es la palabra de Dios hasta que no provoca una ex-
periencia idéntica en aquel que la escucha.
Dios no dio ninguna norma. Ni las tablas de la Ley, ni ningún precepto posterior,
emanaron directamente de la voluntad de Dios. La voluntad de Dios tenemos que
encontrarla dentro de nosotros y eso es lo que hizo Moisés y lo que hicieron des-
pués innumerables hebreos.
Pero lo que Dios quiere en cada época, depende de las circunstancias de las per-
sonas, porque se trata de responder a las exigencias del ser. Por otra parte, la
forma de expresar esa voluntad de Dios siempre tendrá que acomodarse a quienes
escuchan el mensaje.
La prohibición de comer carne de cerdo fue una sabia decisión por parte de Moi-
sés. Se podía pensar que Dios castigaba con la muerte al que la comía y se conta-
giaba de triquinosis. Pero una vez que se ha descubierto la causa de esa infección,
lo único que hay que hacer es analizar la carne para que no contenga el parásito.
En su intento de fidelidad a Dios, más allá de la Torá, fue tan lejos Jesús que mu-
chos lo interpretaron como incumplimiento de la misma. De tal modo que los
evangelistas se vieron obligados a poner en boca de Jesús las siguientes palabras:
"no he venido a abolir la Ley o los Profetas, sino a darles plenitud".
Lamentablemente, todavía hoy se sigue leyendo la Biblia de manera literal, ha-
ciendo saltar todas las alarmas del sentido común.
Ni entonces ni ahora es contradictorio ir más allá de la Ley y ser fieles a la misma
Ley. Jesús dejó bien claro que el cumplimiento de la Ley traspasa los límites de la
letra, y que lo que de verdad importa es captar el espíritu de lo que proclama la
Escritura.
Tal vez por esa actitud no se dejó arrastrar por ninguna de las escuelas existentes
en su tiempo. Fue libre en todos los aspectos de la existencia, también en lo reli-
gioso. De ese modo nos abrió un nuevo horizonte más allá de toda interpretación y

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tendencia.

Una religión
Esta experiencia de Dios la desplegó en un marco religioso determinado. Ese mar-
co, tampoco cayó del cielo de la noche a la mañana. El judaísmo del tiempo de Je-
sús, fue el fruto de diecinueve siglos de evolución a través de la experiencia de ge-
neraciones y generaciones.
Moisés primero y luego los profetas, fueron configurando una religiosidad basada
en la cercanía de un dios personal, que se relacionaba con su pueblo como ningún
otro dios había hecho antes. Esa relación estaba localizada en un lugar muy con-
creto. Primero en el arca de la alianza en la tienda del encuentro y luego, en el
templo.
El templo, construido y reconstruido, era el único centro de culto de todo el país.
Ese culto prescrito como obligatorio, iba modelando la vida de los judíos tanto o
más que las Escrituras, que solo un dos o tres por ciento eran capaces de leer en
tiempos de Jesús.
Se creía que el templo era la única morada de Dios en la tierra. Toda relación con
Dios estaba controlada por los sacerdotes en ese lugar. Oraciones, ofrendas y sa-
crificios diversos eran el sostén de toda la religiosidad judía. En tiempo de Jesús
seguía manteniéndose esta idea.
El fundamento de esa religiosidad fue siempre la fidelidad de Dios, que había he-
cho una alianza con su pueblo. Y la fidelidad del pueblo que habría jurado tam-
bién esa misma alianza. Dios no les falló nunca, pero el pueblo faltó a sus prome-
sas y estos fallos condicionaron toda su historia.
En tiempo de Jesús la única carrera universitaria que podía desplegar un judío
era el conocimiento de la Biblia. No es que no hubiera otros escritos ya en aquella
época, pero no eran accesibles más que a poquísimas personas y además no se les
daba la importancia que tenían.
Todo lo que se leía y se escribía en el pueblo judío en tiempos de Jesús, eran las
Escrituras o los numerosos comentarios que pretendían hacer comprensible el
lenguaje cifrado de la Ley y los Profetas. Esta tarea no se ha interrumpido nunca.

TREINTA AÑOS IGNORADOS

No estamos acostumbrados a pensar en la vida completa de Jesús. Todo nuestro


interés se ha centrado en los tres años escasos de vida pública. Los escritos del NT
tampoco hablan para nada de esos treinta años, aparte de los relatos de la infan-
cia de Mateo y Lucas, que nada tienen que ver con la realidad histórica.
En el caso de Pablo, incluso alardea de no haber recibido lo que enseña de nin-
guno de los apóstoles, sino por revelación directa. No toma en cuenta la humani-

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dad de Jesús y organiza toda su teología desde arriba, argumentando a partir de
su divinidad.
Desde esta perspectiva, se da por supuesto que Jesús era Hijo de Dios desde el
mismo instante de ser concebido y no tenía nada que aprender. Podía empezar a
demostrar lo que era cuando le viniera en gana, sacando el comodín de la di-
vinidad para manifestarse como Dios ante los pobres seres humanos.
Sin embargo, la realidad fue muy otra. Jesús pudo mostrar el camino hacia una
plenitud humana, querida por Dios, porque lo recorrió antes paso a paso.
Ese proceso duró treinta y tres años y no podemos darlo por supuesto, aunque no
sepamos nada de cómo se desarrolló.

Jesús comienza su andadura


En el NT, tenemos un solo chispazo que puede darnos un poco de luz. Lo encon-
tramos en el evangelio de Lucas cuando narra el episodio del niño perdido. Es cu-
rioso que se produjera cuando tenía doce años; justo la edad en que el niño pasa-
ba a considerarse persona mayor, responsable de sus actos.
La respuesta de Jesús a los padres es significativa: "¿No sabíais que debía ocu-
parme de las cosas de mi Padre?".
A su manera, los primeros cristianos se dieron cuenta de que Jesús tuvo que estar
volcado sobre lo divino, ya desde los primeros años de su ser consciente, para po-
der hablar de Dios como lo hizo al final de su vida.
No tenemos ni idea de lo que hizo a los quince años, a los veinte, a los veinticinco;
pero estamos seguros de que lo que después enseñó y practicó no se lo sacó de la
manga.
Hay que pensar como imprescindible en un proceso de maduración que, segura-
mente le llevó a contactar con muchas personas de las que aprendió y que le em-
pujaron a seguir buscando.
Lo que sabemos de él, corresponde a la etapa madura de su vida. Jesús no era un
‘joven’ de treinta años como a veces se oye. Aunque hay noticias de personas que
llegaban incluso a los ochenta, la esperanza media de vida, en aquel lugar y aque-
lla época, no alcanzaba los cuarenta.
Jesús dio lo mejor de sí mismo cuando llegó a su edad madura. Esto afianza la
idea de que, durante toda su trayectoria humana, no hizo otra cosa que ir prepa-
rándose hasta llegar a comprender lo que significa ser hombre.
Viviendo a tope la religiosidad de su pueblo, descubrió la importancia de lo divino
en la vida de todo ser humano.

Nadie le esperaba
Empecemos por decir que si alguna religión se basa en las promesas y en la espe-
ranza de que se cumplan, esa es la judía. Sin embargo, nadie podía predecir una
figura humana tan formidable como la de Jesús, que rompió todos los moldes
imaginables.
Ni le esperaba nadie ni podría esperarle, porque fue más allá de toda expectativa
política, social o religiosa que hubiera podido mantener su pueblo hasta entonces.

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Jesús fue una figura tan original que no solo no se parece a nadie de los que le
precedieron, sino que es absolutamente irrepetible.
Hoy podemos asegurar que Jesús no respondió a las expectativas que los judíos
habían puesto en un Mesías. Es incoherente que, aun viendo las radicales diferen-
cias entre el Mesías anunciado y Jesús, sigamos manteniendo que Jesús es el Me-
sías.
El mesianismo que podemos descubrir en Jesús no tiene nada que ver con el
anunciado por los profetas y esperado por Israel durante siglos. Con toda la razón,
los verdaderos judíos aún siguen esperándole. Ciertamente fue el "ungido", pero
su manera de manifestar esa presencia de Dios en él, no responde a ninguna de
las ilusiones que se había hecho el pueblo judío.
El AT habló siempre de un Mesías que traería la salvación a su pueblo, pero la
salvación de la que habla la Escritura no tiene nada que ver con la salvación que
anunciaba Jesús. La salvación que predicó Jesús era una salvación integral de la
persona. Iba mucho más allá de una salvación política que solo pensaba en el po-
der y en las ventajas materiales.
Jesús habló, por primera vez, de la entrega a los demás como signo de una verda-
dera salvación del ser humano. Esta actitud de amor servicial a los demás ni esta-
ba en la religión judía ni podía entenderse como meta de plenitud humana. Por
muy natural que nos parezca hoy (por lo menos la teoría), en aquel ambiente era
del todo impensable.
En aquella época, lo político, lo social y lo económico no estaban separados de lo
religioso, por eso se metía todo en el mismo saco. Lo que esperaban los judíos era
un enviado de Dios que les diera definitivamente la superioridad sobre todos los
pueblos circundantes, para que todos estuvieran al servicio de Israel como escla-
vos. Esta idea está muy clara en la machacona referencia al Mesías cono hijo de
David. El reinado de David era la referencia.
Las profecías sobre el Mesías, que las primeras comunidades aplicaron a Jesús,
son engañosas. En un libro tan extenso como la Biblia, podemos encontrar textos
que respalden cualquier idea que se nos ocurra. Así los primeros cristianos, todos
judíos, buscaron en la Escritura la manera de justificar las actitudes de Jesús,
aunque muchas de ellas estaban en contra de lo que la inmensa mayoría de los
judíos pensaban.
Jesús fue una figura alucinante; es lógico que mucha gente se sintiera fascinada
por lo que hacía y lo que decía. Pero los judíos de su tiempo, tenían un concepto
muy preciso de lo que significaba un hombre de Dios. Por eso una y otra vez, re-
chazaban sus enseñanzas y sus prácticas.
Incluso sus seguidores trataban de convencerle de lo que tenía que hacer y lo que
tenía que decir sobre Dios. Pedro es el que más se significa en este intento de co-
rregir los "errores" de su Maestro. El mismo día que le prendieron, demuestra que
no ha entendido nada de lo que representa Jesús.
Una vez que se adentraron en la experiencia pascual, fueron comprendiendo el
mensaje de Jesús y le tuvieron como el enviado de Dios, incluso el hijo de Dios. Y
se vieron en la tesitura de justificar su vida y sus enseñanzas. La única manera de
hacerlo era descubrir que todo estaba anunciado por las Escrituras, aunque la

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forma de traer a colación las Escrituras fuera, la mayoría de las veces, muy pere-
grina.
No tenían otro medio de hacer creíble a un judío aquel nuevo género de vida. La
Escritura era para ellos un libro sagrado. Todo lo que estaba en ella venía de Dios,
lo que no estaba en ella venía del maligno.
A pesar de todos los intentos, el cristianismo terminó siendo una herejía del ju-
daísmo, no solo para los fieles judíos, sino para muchos estudiosos que juzgan
objetivamente los hechos.
Como en tantos casos de herejía, no son los presuntos herejes los que rompen con
su religión, sino que es la misma religión la que expulsa de su seno a los molestos.
Esas referencias a las Escrituras para justificar la figura de Jesús se presentaron
como profecías. Unas veces se trataba de explicar los hechos desconcertantes co-
mo anunciados por el AT. Pero otras muchas veces, se introducían en la vida de
Jesús hechos narrados por el AT para justificar lo extraordinario de su figura.

Entró sin llamar a la puerta


Hoy es ya voz común que el Jesús histórico nació de cuatro a seis años antes de
Cristo, lo cual no deja de tener su guasa. La verdad es que, hablando con propie-
dad, Cristo nació después de haber muerto Jesús. Solo después de su muerte des-
cubrieron sus seguidores que Jesús era el verdadero "Ungido" por el Espíritu.
Antes de morir lo tenían como un maestro, como un profeta, como un jefe que les
podía dirigir en su búsqueda de la verdad. Ni por asomo podían sospechar que es-
taban ante el verdadero Mesías, porque no se parecía en nada a la idea que cual-
quier judío tenía del Mesías que esperaban.
Estos pocos datos nos deberían convencer de la relatividad de todo discurso sobre
Jesús, el Cristo. Seguimos sin saber casi nada de su vida real. Tampoco podemos
apoyarnos mucho en los conocimientos que tenemos de la época, porque fue una
figura que rompió todos los moldes.
Y sin embargo, es imprescindible aproximarnos lo más posible a su andadura his-
tórica, porque solo ahí podremos encontrar la comprensión de una trayectoria
humana tan formidable. Cualquier camino que no parta del Jesús histórico nos
llevará inevitablemente al abismo o a las nubes.
Todo lo que Jesús fue como manifestación de lo divino, tenemos que descubrirlo
en su humanidad. Ésta es la clave que hoy debemos asumir para comprenderle.
Soy consciente de que es un paso muy difícil de dar para cualquier cristiano, por-
que exige superar infinidad de prejuicios que nos impiden aproximarnos a él con
mirada limpia.
Nuestra única herramienta para aproximarnos a Jesús, es el NT. Sobre todo los
evangelios, que están escritos con la intención de llevarnos a Jesús. Pero lo hacen
desde una perspectiva mítico-legendaria que dificulta mucho una aproximación a
su figura histórica.
Debemos tener en cuenta que al escribirse los evangelios, lo primero que se elabo-
ró fue un relato sobre la pasión y la muerte de Jesús. La muerte en la cruz fue un
trágico episodio que les zarandeó brutalmente. No tuvieron más remedio que tra-
tar de darle una explicación profunda.

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Mucho antes de escribirse los evangelios, se fue elaborando un completo relato de
esos acontecimientos inmediatamente anteriores a su muerte. Ésta es la causa de
que exista un casi total acuerdo entre los cuatro evangelistas al hablar de su pa-
sión y muerte, en lo que coinciden casi exactamente.
Después de explicar la muerte, había que explicar el resto de la vida de Jesús. Una
muerte tan impactante como la suya no era fácil de explicar si no hubiera sido la
consecuencia de su vida. Pero los que conocieron y vivieron con Jesús, lo hicieron
durante tres años escasos. No podían hacer conjeturas sobre el resto de su vida.
Estos relatos de su vida pública se elaboraron a través de los años en las distintas
comunidades de los primeros cristianos, según las noticias y tradiciones de las
que disponían, más o menos conectadas con los hechos históricos. Una vez des-
aparecidos los que conocieron a Jesús, se siguieron enriqueciendo los relatos con
aportaciones encaminadas a hacerlos más comprensibles.
Y estos relatos no escritos, son los que utilizaron los evangelistas para componer
sus respectivos evangelios. Esta es la razón por la que se copiaran, se mezclaran,
se reelaboraran y dieran así origen a numerosos escritos. Es lógico que difieran
unos de otros de manera a veces escandalosa.
Después de una criba de muchos siglos, terminaron por hacerse populares los
cuatro evangelios que hoy tenemos por canónicos.
Marcos y Juan se conformaron con dar cuenta de su vida pública. En cambio, Ma-
teo y Lucas se sintieron obligados a hablar también de su nacimiento e infancia.
Este había sido el proceso seguido por las biografías de los grandes personajes que
en aquella época se conocían. Como los inicios no se podían conocer, se iban ela-
borando a base de mitos y leyendas fantásticas que lo único que pretendían era
dar razón de la grandeza del personaje.
En los relatos de la infancia, no hay absolutamente nada de original en todo lo que
Mateo y Lucas cuentan. Todas son historias tomadas de otras culturas y otras re-
ligiones. Esto tendría que ser suficiente para ponernos en alerta. Lo que pretenden
con esas narraciones es engrandecer la figura inconmensurable de Jesús. Ellos
tenían muy claro que por mucho que exageraran nunca llegarían a expresar lo que
estaban viviendo.
Una vez que llegaron a comprender a Jesús como la presencia de Dios entre los
hombres, consideraron a Jesús como el más grande de los seres humanos. Todo lo
que se había dicho de otros grandes personajes se podía decir de Jesús y aún se
quedarían cortos. Recordemos que aún tardarían muchos siglos en surgir el con-
cepto de "historia" que manejamos hoy.
Esto explica que la narración del nacimiento e infancia de Jesús sea tan distinta
en Mateo y en Lucas. Al no tener apoyo histórico, se desata la fantasía. Estas dife-
rencias no tienen importancia ninguna, porque el objetivo final es exactamente el
mismo: explicar teológicamente la aparición de un ser tan extraordinario.

Nació como un ser humano


Después de trescientos años de exégesis, estamos en condiciones de hablar con
bastante propiedad del nacimiento de Jesús. ¿Por qué tenemos miedo a la verdad?
¿Por qué tantos dirigentes religiosos, con conocimientos suficientes para explicar

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este tema, prefieren seguir engañando a la gente sencilla? A mí mismo me dijo un
vicario episcopal que las cosas que yo predicaba se podían decir en La Sorbona, no
en Parquelagos.
Pienso que se pueden decir a la gente sencilla y además se pueden decir sencilla-
mente. La única condición es que queramos acercarnos a la verdad y superemos la
visión mítica del mundo de Dios y del hombre, que tenían en tiempo de Jesús y se
sigue teniendo hasta nuestros días.
Para ello debemos utilizar todos los conocimientos que tenemos hoy a nuestro al-
cance.
La biología ha desentrañado hasta los más ínfimos detalles de la reproducción.
Las leyes que rigen ese proceso no salió de la voluntad de un ser superior que hu-
biera ordenado cómo debía llegar a la existencia un animal. Es el producto de una
evolución que ha durado más de tres mil millones de años.
También tenemos que superar la idea de un dios todopoderoso, en el sentido de
que podría hacer lo que quisiera cuando quisiera. Dios no puede hacer ni dejar de
hacer nada. Dios ni es sujeto ni objeto de ninguna acción, porque es las dos cosas
a la vez y además es también la misma acción. Dios es a la vez, el ojo que ve, el
objeto visto y la visión. No son cosas complicadas. Párate un poco y piensa.
Dios no puede actuar a capricho en la naturaleza ni puede cambiar sus leyes a su
antojo; sencillamente porque Él no está fuera de la naturaleza y se identifica tam-
bién con sus leyes. Si cambiara cualquier ley de la naturaleza, cambiaría Él mis-
mo, lo cual es imposible.
¿A dónde vamos a parar con estas explicaciones? Muy sencillo. Si Jesús es un ser
perteneciente al género Homo y a la especie Homo sapiens, no tuvo más remedio
que llegar a este mundo como todo los Homo sapiens. ¿Se destruye por eso algún
dogma esencial? Para nada. Los dogmas atañen a la fe, no a la biología.
Toda la peripecia vital del hombre Jesús, tiene como punto de partida su condi-
ción humana. Si no fuera así, su vida no nos hubiera servido para nada. Pero es
precisamente su vida, desplegada como ser humano, lo que nos permite descubrir
las más amplias perspectivas de ser para cada uno de nosotros.
Jesús nació, vivió y murió como ser humano y eso es lo que le hace insustituible a
la hora de buscar nosotros nuestra propia humanidad. Hemos oído hablar por ac-
tiva y por pasiva de la encarnación, pero no hemos asumido en profundidad lo que
esa realidad significa.
Hemos tergiversado el mensaje cuando lo hemos entendido como que un hombre,
Jesús, se hizo Dios. Las Escrituras, nos dicen precisamente lo contrario. Lo que
afirman todos los evangelios es que fue Dios el que se hizo hombre. No es tan difí-
cil darse cuenta de la distinción entre una cosa y otra.
Una criatura que llegase a ser Dios, dejaría de ser criatura. Por el contrario, Dios
se identifica con cada una de sus criaturas sin dejar de ser Dios. Este es el pro-
fundo mensaje que llega a nosotros desde el evangelio. Esta es la única noticia que
puede ser absolutamente buena (evangelio).
La diferencia es abismal y tiene consecuencias decisivas para cada uno de noso-
tros. Si hacemos Dios al hombre Jesús, yo puedo quedar completamente al mar-

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gen de ese hecho. Pero si es Dios el que se encarna en un hombre, entonces es
que Dios es encarnación y se está encarnando en mí en cada instante. Recorde-
mos que Dios todo lo que hace una sola vez lo es, por lo tanto lo está haciendo
siempre.
Vamos ahora por otro camino. Decir que Jesús es Hijo de Dios, entendiendo este
lenguaje unívocamente, es decir, pensando que Jesús es hijo de Dios como yo soy
hijo de mi padre, es sencillamente disparatado. Decir, como he leído en alguna
parte, que Dios se había hecho espermatozoide, es monstruoso y descabellado.
Pero también con toda rotundidad hay que afirmar, que la idea teológica de un
Jesús Hijo de Dios, es el fundamento de toda nuestra religiosidad cristiana. Esto
es lo verdaderamente importante y esto es lo que quieren decir la Escritura y los
dogmas. Para entenderlo hay que descubrir lo que se quiere decir con la expresión
"Hijo de Dios" más allá del sentido literal de las palabras.
En la cultura en la que se desarrolló el cristianismo, la idea de hijo no era funda-
mentalmente la biológica, sino una idea mucho más profunda y formal. Se trataba
de expresar con ella la relación paterno-filial. Un hijo era verdadero hijo cuando
salía al padre, es decir, cuando todo lo que hacía estaba en consonancia con lo
que era el padre; de tal manera que al ver actuar al hijo se podía decir "es hijo de
fulano".
Imitar al padre era la primera obligación de todo bien nacido. Esta actitud de Je-
sús para con Dios, es la que descubrimos en cada página de los evangelios. Hasta
tal punto que se pone en boca de Jesús la frase: "mi alimento es hacer la voluntad
de mi Pare". Y también: "el que me ve a mí, ve a mi Padre".
Pero lo más interesante para nosotros hoy es que, en el concepto de hijo biológico,
solo Jesús sería verdadero hijo. Pero desde esta otra perspectiva, todos podemos
llegar a ser hijos como él lo fue. La única diferencia es que él fue plenamente Hijo,
y nosotros podríamos llegar a serlo, aunque nos quedemos por el camino.
No sé si ha quedado suficientemente claro que podemos decir, sin ningún miedo a
equivocarnos, que Jesús fue hijo de Dios. Lo que es determinante no es la afirma-
ción, sino el modo de entenderla que tenemos cada uno de los cristianos. Bien en-
tendida, es la expresión más adecuada para decir lo que fue Jesús con relación a
Dios.
Lo que Dios fue con relación a Jesús, coincide exactamente con lo que es para ca-
da uno de nosotros. Dios no puede tener privilegios con nadie, porque es el mismo
para todos. No puede dar más o menos, porque no tiene nada que dar. Se da El
mismo, pero al no tener partes se tiene que dar siempre absolutamente.

La mitología no cuestiona la historia.


¿Cómo podemos armonizar lo que acabamos de decir con los relatos de los evan-
gelios sobre el nacimiento de Jesús? Ya sé que muchos pensarán que destrozamos
los evangelios y no será fácil convencerles de lo contrario. Pero basta con una bre-
ve observación para superar ese escollo. Los evangelios son teología, no historia.
Todas las ideas teológicas que los evangelistas quisieron reflejar en sus relatos,
siguen teniendo auténtico valor. Pero debemos tener muy en cuenta, que las es-
cribieron para las personas de su tiempo, que tenían una visión del mundo y de

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Dios muy concreta y distinta a la nuestra.
Lo que no podemos admitir es que esas verdades teológicas, las tomemos por bio-
logía o historia y confundamos a la gente haciéndoles creer que las "historias" re-
latadas son crónicas periodísticas o relatos que nos hablan de cómo se desarrolló
la biología de Jesús.
Vamos a repasar brevemente cada uno de los relatos que encontramos en los dos
primeros capítulos de Mateo y Lucas, para descubrir las profundas enseñanzas
que encierran. Independientemente de cómo se desarrollaron los acontecimientos
en la realidad histórica. Cuando nos conformamos con la consideración de cróni-
cas de sucesos de estos relatos, perdemos la capacidad de sacar de ellos la verda-
dera enseñanza teológica, que fue la que los motivó.
Como marco general debemos tener en cuenta, que cuando nació Jesús no pasó
absolutamente nada extraordinario que pudiera ser percibido por los sentidos. To-
do sucedió dentro de la más absoluta normalidad. Un joven matrimonio (ella ten-
dría 12 ó 13 años y él unos 14 ó 15) se encuentran con un niño entre los brazos,
con lo cual dan sentido a su vida, contribuyendo a la supervivencia del clan fami-
liar.
Ni siquiera eran los únicos responsables de alimentarle y educarle. Era toda la
gran familia la que tenía la responsabilidad de sacar adelante la nueva vida. La
idea de familia nuclear: José, María y Jesús, viviendo en una casita independiente,
nos la hemos sacado de la manga, porque en realidad nunca existió.
No tenemos ninguna necesidad de rebajar a José a la categoría de Pepe (padre pu-
tativo). Mucho menos de imaginarlo viejo y decrépito para hacer más creíble lo vir-
ginal de María. Los prejuicios que se han ido acumulando a través de los siglos,
nos han hecho caer en ridiculeces asombrosas.
Tampoco tenemos necesidad de ensalzar a María, haciéndola casi divina, para re-
saltar su grandeza a base de privilegios y capisayos añadidos. A María le sobra con
ser la madre de Jesús y haber contribuido a que llegase a ser lo que fue. Fue una
buena madre judía y con eso tiene más que suficiente.
Para acercarnos hoy a la figura de María, no tenemos más remedio que distinguir
entre la jovencita madre de Jesús y la elaboración a través de la historia de una Ma-
ría mitológica. Esta María mitológica, no es menos interesante para nosotros, que la
joven madre María de la historia. Pero debemos tener claro de cuál de las dos Ma-
rías estamos hablando en cada momento.
Ya me gustaría poder hablar de la riqueza espiritual que se encierra en toda la li-
teratura que se ha desarrollado sobre la figura de María. Baste decir que para des-
cubrir esa riqueza, deberíamos hacer una ardua labor de desescombro para en-
contrar la preciosa perla que ahí se encierra.
Vamos a intentar un breve repaso por lo que se han llamado los evangelios de la
infancia. No son mentira ni pretenden engañarnos. Se trata de un intento de
trasmitir verdades teológicas, utilizando relatos que todos podían comprender. A
través de este somero examen, podremos descubrir la profundidad de ese mensaje
y lo que nos puede decir, incluso a los cristianos del siglo XXI.

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3

LA INFANCIA EN MATEO

Genealogía de Jesús (Mt 1,1-17)


Es verdad que los judíos de aquella época se trasmitían los nombres de los ante-
pasados de generación en generación con fidelidad asombrosa. Aun así, nadie
puede creerse que la memoria pudiera llegar a través de los siglos hasta llegar al
mismísimo Adán.
La genealogía no es más que un intento de conectar la figura histórica de Jesús
con un pueblo. En Jesús la historia del pueblo judío llega a su culmen, pero tam-
bién es el comienzo de algo completamente nuevo. En los relatos no se le conside-
ra como fruto de una evolución religiosa, sino como consecuencia de una voluntad
expresa de Dios que manda a su Hijo para salvar al hombre.

Anuncio de su concepción (Mt 1,18-25)


Concebido por obra del Espíritu Santo. Es otro rubicán que nos va a costar mu-
cho traspasar. El relato no está cuestionando el hecho biológico de su naci-
miento sino advirtiéndonos que todo lo que Jesús llegó a ser como ser humano
no se lo sacó de la manga ni surgió por generación espontánea, si no que fue
todo ello obra del Espíritu, es decir, de Dios.
Debe quedar bien claro que el Jesús que nos interesa, efectivamente fue obra del
Espíritu Santo. Su biología, en cambio, no tiene por qué tener otro origen que el de
cualquier mortal. No puede haber interferencia alguna entre el orden trascendente
y el orden biológico. Nuestro concepto antropológico de Dios, entendido como Se-
ñor, nos lleva a pensar en esas incompatibilidades, y a soluciones absurdas para
superarlas.
El mismo Jesús dijo a Nicodemo en el evangelio de Juan: "Lo que nace de la carne
es carne. Lo que nace del Espíritu es Espíritu". Y nosotros, más papistas que el
papa, nos empeñamos en sostener que del Espíritu nace la carne. ¿No os parece
un poco fuerte? Jesús fue capaz de decir que había que nacer de nuevo, porque él
mismo nació del Espíritu, dando por supuesto que había nacido de la carne.
Anuncio a José: "se le apareció el Señor en sueños". En la comprensión mítica
del mundo, los seres espirituales que habitan en otro ámbito, se comunican con
los terrenos por medio de sueños. Todo el AT está plagado de estas revelaciones
en sueños. No nos debe extrañar esta manera de hablar, pero no debemos ser
tan ingenuos como para tomarlas al pie de la letra.
La verdad es que no hay ningún mundo metafísico por encima del físico. Todo es
espíritu que se manifiesta en la materia. Los evangelios nos hablan de la interven-
ción divina de la única manera que ellos tenían de entenderla. Si Jesús es mucho
más que humano, el único modo de explicarlo es que lo divino está en él. Lo malo
es que ellos entendían lo divino como perteneciente a otro plano y lo contrario de
lo humano.
Lo que el relato nos quiere decir es que, también el nacimiento de Jesús, es un

16
acontecimiento que responde a la voluntad de Dios. La verdad teológica que nos
quieren trasmitir sigue siendo válida, pero la manera que ellos tenían de manifes-
tar esa acción de Dios, es inaceptable para nuestra manera de pensar sobre Dios y
sobre la realidad que hoy tenemos.
Su nombre será Emmanuel (Dios-con-nosotros). Será la presencia de Dios en me-
dio del pueblo, no un enviado que actuará en su nombre. Jesús (Dios salva) tiene
el mismo significado. Dios no actuará por medio de un profeta, sino haciéndose
presente Él mismo.

Nacimiento (Mt 2,1-12)


El nacimiento en Belén es otro montaje teológico. Como en Belén nació David, y
Jesús, para los primeros cristianos, fue el Mesías davídico, tenía que nacer en el
mismo lugar para demostrar su procedencia. Recordemos que Mateo da por su-
puesto que nació en Belén y tiene que justificar que vivió en Nazaret. Lucas en
cambio, parte del hecho de que vivía en Nazaret y tiene que justificar que nació en
Belén.
La historia de la estrella y los "Reyes Magos" tiene tanto contenido teológico, que
es imposible desentrañar aquí todos sus aspectos. No tiene ninguna importancia
que sea una historia que se había repetido ya en las culturas circundantes, lo im-
portante es que los primeros cristianos la utilizan para resaltar la figura de su
Maestro.
Empecemos por destacar que el relato no dicen que fueran tres, ni que fuesen re-
yes, ni que fueran magos en el sentido moderno del término. Mucho menos los
nombres y las características que se les atribuyen. Todo eso ha sido añadido a tra-
vés del tiempo, apoyándose en otras historias.
Resumiendo mucho, el relato nos quiere decir que el que busca, termina por en-
contrar, aunque esté lejos. Los que más cerca vivían Herodes y los sumos sacerdo-
tes de turno, con todos los medios a su alcance para poder conocer lo que estaba
pasando, no se enteraron de nada.
El instalado no ve ni lo que tiene delante de las narices. Dios se está revelando
siempre a todos, pero únicamente lo descubren los que están despiertos.
La gran paradoja está en que Dios es a la vez, el Dios que se revela siempre, y el
Dios que siempre está escondido. La experiencia de todos los místicos les llevó a
concluir que Dios es siempre el ausente. S. Juan de la Cruz lo dejó muy claro:
"Adónde te escondiste, Amado, y me dejaste con gemido..."

Huida a Egipto y los inocentes (Mt 2,13-23)


Otra vez el sueño es el cauce para descubrir la voluntad de Dios. José actúa como
transmisor de esa voluntad y trata de cumplirla sin rechistar.
La enseñanza teológica está en que ningún poder puede impedir que se cumpla
esa voluntad de Dios. Es una experiencia cotidiana que el mal intenta siempre
contrarrestar el bien con todos los medios a su alcance. Pero el bien sale siempre
victorioso.
La huida a Egipto y la muerte de los inocentes es una historia muy frecuente en
los ambientes culturales de Oriente Medio. A pesar de su aparente fragilidad (un

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niño), el bien termina por vencer sin verse obligado a utilizar la violencia. Natural-
mente tenemos que suponer que Dios está siempre con el bien y no con el mal.

LA INFANCIA EN LUCAS

El relato de Lucas va por otros derroteros. No solo es mucho más largo y elabora-
do, cosa lógica puesto que se escribió más tarde, sino que tiene una estructura
muy distinta. El hecho de que se parezcan tan poco los dos relatos, debería hacer-
nos pensar. Ellos saben muy bien que lo que dicen tiene poco que ver con lo que
pasó realmente, pero eso no les importa, porque su objetivo es hacer teología.
El paralelismo que se remarca entre Juan Bautista y Jesús, pretende hacernos ver
no solo las similitudes, sino las diferencias. El Bautista, asociado al templo, repre-
senta el viejo Israel. Jesús es la manifestación de lo absolutamente nuevo. Conec-
tado con su religión y con las instituciones que la hacían posible, pero denuncian-
do y rechazando lo que encontró de opresor en la manera de entender a Dios.

Anuncio del nacimiento de Juan


(Lc 1,5-25)
Es interesante descubrir que se intenta fundamentar la figura de Jesús apoyándo-
la en otra figura formidable que le precede. De esta manera se afianza todo lo que
después se dirá de él. A pesar de la novedad, se quiere presentar a Jesús como la
culminación del proceso de la acción de Dios con su pueblo.
Incluso se pone en boca de Jesús que Juan Bautista es el más grande de los naci-
dos de mujer. Para los primeros cristianos, Juan es el precursor. Esta palabra lo
dice todo sobre su figura con relación a Jesús. El AT termina en Juan Bautista,
pero lo que viene después, Jesús y el cristianismo, es la continuación de toda esa
trayectoria.

Anuncio a María. Lc 1,26-38)


La creencia de que la llegada de un gran personaje era anunciada a la madre, no
sólo era común en aquellas culturas, sino que sigue siéndolo incluso en nuestro
tiempo. Son innumerables los santos que fueron anunciados antes de nacer. En el
evangelio de Mateo, el anuncio se hace a José.
En Lucas se destaca aún más la procedencia del Espíritu. En este caso, la que lo
confirma es la misma madre, para que no haya la más mínima duda. La teología
que encierra este relato sigue siendo sustancial para comprender lo que está pa-
sando. Efectivamente, ya hemos dicho que todo lo que fue Jesús, fue obra del Es-
píritu Santo.

La visita a Isabel Lc 1,39-56)

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Es un relato increíblemente entrañable y humano, que pretende demostrar la
grandeza del niño y de la madre. Incluso antes de nacer, ya está comunicando ale-
gría y salvación. El parentesco de Jesús con Juan tiene muy pocas posibilidades
de ser histórico.
El canto del Magníficat es una de las páginas más bellas de toda la Biblia. Es un
resumen increíblemente conciso y preciso de todas las esperanzas de Israel. Lo
que no podemos aceptar es que una niña de trece años, por muy israelita que se
sintiera, pudiera sacarse de la manga un cántico que expresa todas las utopías de
un pueblo que confiaba absolutamente en su Dios.
El cántico da por supuesto que todas las promesas hechas a su pueblo a lo largo
del AT, se van a cumplir en Jesús. Se trata de una composición de la comunidad
cristiana judía, una vez que toma conciencia de lo que significa Jesús en sus vi-
das. Oprimidos a través de la historia y también en aquel momento, claman por su
liberación, que solo será posible, destrozando a los poderosos de turno.

Nacimiento de Juan Bautista (Lc 1,57-80)


El precursor le debe preceder en todo, incluso en el nacimiento, aunque solo sea
por unos meses. Si no tenemos ni idea de en qué día ni en qué mes ni en qué año
nació Jesús, no tiene mucho sentido que tratemos de determinar el mes y el día
del nacimiento del Bautista.
La importancia de poner el nombre queda muy bien reflejada. Es curioso descu-
brir cómo para ello tiene que romperse la tradición. De manera curiosa se insinúa
que es voluntad de Dios que se le ponga el nombre de Juan.
El cántico de Zacarías es paralelo al Magníficat. Los dos hablan de liberación de
los oprimidos por obra de Dios a través de Jesús. Zacarías insiste en la liberación
del pueblo judío, olvidándose de los demás oprimidos. Esto quiere decir que puede
ser anterior al Magníficat, en el que se aprecia ya una salvación para todos los
oprimidos.

Nacimiento de Jesús (Lc 2,1-7)


Es de notar los rodeos y montajes que hace Lucas para justificar que Jesús nacie-
ra en Belén. Mateo da por supuesto que nace en Belén, pero el objetivo en ambos
es el mismo. Jesús tiene que nacer en la "ciudad de David", para que se cumplan
las promesas del AT. Aunque todos sabían que su pueblo era en verdad Nazaret.
Ya hemos dicho que nada de lo que se narra es original. Ni la necesidad de nacer
en un establo, ni el pesebre ni la presencia de ángeles, ni los pastores. Lo que es
original y lo que a nosotros nos interesa, es el mensaje teológico de esos relatos
que nos están hablando de un personaje "divino".

El relato de los pastores (Lc 2,8-20)


Este episodio es tan entrañable que ha calado muy hondo en el imaginario popu-
lar. No es para menos, porque después de ver que los gerifaltes religiosos y políti-
cos pasaran olímpicamente del niño, los que pertenecían a la clase más baja y
despreciada de aquella sociedad, lo descubren y le homenajean. Toda una lección
que aún hoy tenemos que aprender.
En este relato, aparentemente tan bucólico, encontramos dos mensajes claves pa-

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ra entender el evangelio.
El primero: "Os ha nacido un salvador". Está reflejando las expectativas que lo ju-
díos tenían con relación al Mesías. Los cristianos cambiaron sustancialmente el
significado de la salvación, pero siguieron manteniendo el lenguaje aplicando con-
ceptos distintos a palabras idénticas. Aquí se precisa que la salvación es para los
marginados, para los que no contaban nada en aquella sociedad, ni desde el punto
de vista social ni del religioso.
El segundo mensaje no es menos importante: "...Y en la tierra paz". ¡Ojalá descu-
briéramos el profundo significado de esta palabra! El "shalom" judío es mucho
más rico en su significado que nuestra palabra "paz". La paz de la que se habla en
el texto, no es ausencia de problemas, sino plenitud de ser. Al decirte 'shalom' ex-
presaban su deseo de que Dios te concediera todo lo que necesitas para ser tú.
Se trataría de la armonía que me permite desarrollar mi condición humana. No
hacía referencia a ninguna circunstancia externa sino al interior. Dios está siem-
pre en paz, y mira que le hacemos la puñeta. Si Dios me acepta como soy, ¿por
qué no puedo aceptarme yo a mí mismo? ¿Por qué no puedo aceptar a los demás?
No nos damos cuenta de que al rechazarnos, rechazamos a Dios.

La circuncisión y presentación de Jesús (Lc 2,21-40)


Son hechos que se presuponen en todo buen judío. El que se narren aquí tiene un
profundo significado. Nos están diciendo que Jesús está enraizado no solo en la
trayectoria social, sino en la religiosa. La circuncisión era el signo más notorio de
pertenencia a un pueblo. Jesús forma parte de ese pueblo, asume toda su tradi-
ción y su bagaje religioso.
El sentido de pertenencia a un pueblo llevaba añadida la conciencia de ser propie-
dad de Dios. Esta convicción marcaba toda la relación de un judío para con su
Dios. Su principal tarea sería siempre responder a Dios como fiel servidor. El
cumplimiento de la Ley como reflejo de su voluntad era la tarea fundamental de
todo buen israelita.

El niño perdido en Jerusalén y hallado en el templo (Lc 2,41-52)


En primer lugar, en aquella época, a los doce años no eran niños. Los hombres
solían casarse a los trece. La manera de relacionarse con los doctores lo deja bien
a las claras. No se trata de un niño prodigio. A los doce años, todo niño era una
persona mayor, responsable de sus actos, y se esperaba de él que se comportara
como tal.
El relato quiere decirnos que en el momento normal para la época, Jesús tomó las
riendas de su propia vida, parece ser que con gran disgusto, incluso con la incom-
prensión de sus padres. Nos está advirtiendo de que Jesús va a seguir su propia
trayectoria humana, al margen de lo que pudieran esperar sus padres. Los evan-
gelios vuelven a incidir en esta idea.

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5

JESÚS DESARROLLA SU PERSONALIDAD

Judío por los cuatro costados


Jesús no dejó nunca de ser judío. Esto nos parece raro a nosotros que hemos des-
preciado al pueblo judío y lo hemos perseguido siempre que tuvimos capacidad de
hacerlo. Debemos recuperar la conciencia de que los cristianos somos una herejía
del judaísmo. Tomar conciencia de este hecho sería suficiente para superar infini-
dad de prejuicios.
Cuando decimos que nació en un familia judía, no nos referimos a la "sagrada fa-
milia", sino a la familia patriarcal que era la única familia a la que las personas del
tiempo de Jesús hacían referencia. Era el clan familiar el que daba un status a
cualquier ser humano en aquella época. Una persona que no perteneciera a nin-
guna familia no era nadie, prácticamente no existía. Tanto el status social como el
económico dependían de la familia patriarcal.
Cuando el evangelio nos dice que José recibió a María en ‘su casa’, no quiere decir
que formaran una nueva familia, sino que María dejó de pertenecer a la gran fami-
lia de su padre y pasó a integrarse en la familia a la que pertenecía José. El relato
de la pérdida del Niño es impensable en una familia de tres, pero se explica en una
gran familia en movimiento.
La educación no era tarea exclusiva de los padres. Los hijos se consideraban un
bien del clan, y por lo tanto toda la gran familia asumía la responsabilidad de la
educación de los pequeños. En la integración en el clan no podía haber excep-
ciones. Jesús aprendió de su familia todo lo referente a su religión y a su Dios.

Incrustado en las costumbres de su pueblo


Aquella sociedad modelaba a cada persona sin dejar mucho margen a la originali-
dad. Y lo más probable es que a Jesús se le formara como era habitual en su épo-
ca. El hecho de que no se diga nada en los evangelios canónicos de todo ese tiem-
po que pasó antes de empezar su vida pública, es la mejor señal de que su vida
discurrió con toda normalidad.
La norma era cumplir con todas las tradiciones que configuraban aquella socie-
dad. Asegurar la supervivencia de todo el clan, era la primera obligación de todos
los pertenecientes al mismo. No se contemplaba que una persona por su cuenta
pudiera hacer algo que no tuviera a la comunidad patriarcal como primera moti-
vación.
El valor supremo para un clan familiar era el honor. Todas sus relaciones: religio-
sas, sociales, económicas, dependían de la honorabilidad de la familia. Lo primero
que tenía que aprender todo miembro del clan, era precisamente a mantener el
honor de su familia por encima de todo.
Últimamente se han atrevido algunos a preguntarse si Jesús estuvo casado. Es un
dato que no tiene ninguna relevancia para comprender a Jesús de Nazaret. Es
completamente incompatible con el Jesús irreal que se ha ido fabricando durante

21
siglos. Pero esto no nos tiene que preocupar demasiado.
Hoy podemos hacernos la pregunta sin prejuicios, otra cosa es que tengamos una
respuesta adecuada y definitiva. La peor respuesta posible es el escándalo farisai-
co por el mismo hecho de hacerse la pregunta. Si dejamos que solo se la hagan los
iconoclastas de turno, tendremos asegurada una respuesta maliciosa y sectaria.
Hoy sabemos que en aquella sociedad no se entendía ni se aceptaba a un hombre
soltero. El matrimonio era una exigencia del clan que tenía que asegurar su conti-
nuidad confiando a los más jóvenes la tarea de aumentar el número de la gran
familia. En aquella época, nunca eran demasiados los hijos, porque la mayoría de
ellos morían siendo niños.
Otra perspectiva equivocada es suponer que Jesús decidió por su cuenta perma-
necer soltero. Esta hipótesis no tiene mucho sentido, porque la boda no dependía
de la decisión personal de cada individuo. Las familias de los jóvenes tomaban la
decisión de cuándo y con quién se debían casar, atendiendo a intereses económi-
cos y sociales de los clanes.
Tampoco es decisivo que los evangelios no hablen del hecho. Si ese estado entraba
dentro de la más absoluta normalidad, no se sentían obligados a constatarlo. Si
hubiera sido la excepción y se hubiera mantenido soltero, se habrían sentido en la
obligación de comunicarlo.
El concepto negativo que hoy tenemos de la sexualidad es muy mala consejera a la
hora de afrontar este tema. La sexualidad en aquella sociedad era vista como una
realidad completamente positiva y querida por Dios. No solo estaba exenta de pre-
juicios, sino que para ellos, el tener mujer e hijos, constituía uno de los pilares de
la felicidad.
La pecaminosidad que la Iglesia ha asociado a la sexualidad nos impide poder
aceptar a un Jesús que desarrollara su sexualidad como cualquier hombre de su
tiempo. Sin embargo eso era lo normal y no se entendía que un hombre renun-
ciara a ese aspecto de su humanidad.
De todas formas, no tenemos razones para afirmar ni una cosa ni la contraria. El
hecho de que se haya creído durante veinte siglos que no estuvo casado, no es ga-
rantía de acertar, sobre todo, tratándose de una materia que no afecta para nada
a la personalidad de Jesús.

Inquieto y con ganas de aprender


Para un judío, la religión era el ámbito natural donde desplegaba todas sus activi-
dades. Nada escapaba a su influencia y la referencia al Dios de los padres estaba
siempre presente en toda la vida individual y social. Pero además de la familia, el
aprendizaje se centraba en la reunión de cada sábado en la sinagoga, donde se
leía y se comentaba la Escritura.
Todos los conocimientos que un hombre necesitaba para desarrollar su existencia
los encontraba en la Biblia. La Escritura era el único libro que se debía estudiar.
Pero el hecho de que Jesús demostrara unos conocimientos nada comunes, nos
hace pensar, además de su inteligencia privilegiada, en contactos con personas
cultivadas.
No es fácil adivinar cómo consiguió esos contactos. Parece que hasta los de su

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pueblo se extrañan de los conocimientos que manifiesta al hablar. Podemos sos-
pechar que, una persona inquieta como él, buscó toda su vida la verdad, aprove-
chando cualquier circunstancia para aprender.
Los evangelios dan a entender que no fue discípulo de ningún rabino, pero eso no
quiere decir que no se haya aprovechado de los conocimientos de aquellos que en-
contró en su camino. Sabemos que otros grandes pensadores de la época supieron
aprovechar la sabiduría de personas concretas.
Como todos los grandes hombres, Jesús buscó la verdad que pudiera ayudar al
pueblo a salir de todas sus opresiones. Su práctica y su predicación en los años de
vida pública lo demuestran con toda claridad. Pero esa actitud no pudo empezar
en él cuando cumpliera los treinta años. Tuvo que ser una preocupación que man-
tuviera toda su vida.
El relato del Niño perdido de Lucas es muy significativo si somos capaces de ir
más allá de lo anecdótico. Nos está diciendo que en cuanto Jesús fue responsable,
y a los doce años ya era una persona de pleno derecho y responsable de todos sus
actos, se preocupó muy seriamente de la religión y de Dios. Esa preocupación la
mantuvo toda su vida y esa inquietud es la que explica que al cabo de esos treinta
años de vida escondida, saliera de él todo lo que predicó en sus tres años de vida
pública.

Va descubriendo las incoherencias de su religión


Una profunda experiencia interior iría purificando la idea distorsionada del Dios
que la religiosidad de su tiempo había proyectado sobre el Dios del AT. Los huma-
nos necesitamos apoyar nuestras creencias en ideas concretas. Pero la idea sobre
Dios nunca puede ser adecuada a la realidad que queremos comprender. No solo
en toda la historia pasada, sino en la futura, tendremos que estar siempre purifi-
cando esa idea de Dios que recibimos de nuestros mayores.
A través de los siglos, la idea de un Dios, señor poderoso y violento, que está en
alguna parte fuera de la creación, deja paso al Dios cercano e íntimo que se mani-
fiesta en todas las criaturas. Jesús dio un impulso increíble a ese avance en el co-
nocimiento de Dios. Pero su muerte fue consecuencia de que ese salto no fueron
capaces de asimilarlo los hombres religiosos de su tiempo.
Jesús termina por descubrir que el verdadero Dios está volcado sobre el hombre
hasta identificarse absolutamente con él. Esta experiencia trastoca todo el sistema
religioso de su tiempo. El culto, las normas de pureza, los sacrificios, todo salta
por los aires para empujar al ser humano a una aproximación a lo divino de natu-
raleza muy distinta, como el mismo Jesús dijo a la Samaritana: "en espíritu y en
verdad".

Indignado contra la jerarquía


Dejemos bien claro desde el principio que Jesús nunca atacó directamente a nin-
gún ser humano. Su actitud fue siempre de acogida y comprensión para todos,
fueran justos o fueran pecadores; fueran sanos o fueran enfermos; fueran puros o
fueran impuros. Si no tenemos esto en cuenta, nos llevaremos muchas sorpresas
al leer los evangelios.
Jesús criticó muy duramente a las instituciones y actitudes que dañan a la perso-

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na y no le dejan libertad para desarrollar su humanidad. Luchó contra todo some-
timiento, incluso el que se despliega en nombre de Dios. La obsesión de Jesús fue
liberar al hombre de toda opresión, viniera del poder político o del poder religioso.
Descubre que su religión falla en la manera de entender al hombre. A partir de
esta actitud, se da cuenta de que el verdadero Dios no es el que su religión pro-
clama. Precisamente porque intentó comprender lo que era el ser humano, llegó al
convencimiento de que Dios era algo muy distinto a lo que había hecho de él la
religión oficial. El Dios de Jesús está siempre a favor del hombre y en contra de
todo lo que le impida ser él mismo.
Su religión machaca al ser humano poniendo como pretexto la soberanía de Dios.
Para Jesús, Dios no puede estar en contra de nadie, sino a favor siempre del hom-
bre. Oprimir, marginar, humillar a cualquier ser humano en nombre de Dios, es
sencillamente diabólico.
La manera de organizar el culto en el templo hacía patente una injusticia radical,
sobre todo con relación a los débiles. Muchos de los judíos quedaban excluidos del
acercamiento a Dios por considerarles impuros. Pero también las ofrendas exigi-
das hacían más pobres a los que nada poseían, mientras el templo se convertía en
el banco de todo el país. El Dios de Jesús no podía soportar esta injusticia.

Se deshace del corsé de la religión


El paso siguiente será buscar otra manera de relacionarse con Dios. Es curioso
que Jesús no deja de frecuentar el templo, pero lo hace con una perspectiva muy
distinta a como lo hacían los sacerdotes y las personas religiosas de su tiempo. El
episodio que llamamos "la purificación del templo" tiene un contenido teológico
que va mucho más allá de una simple crónica de sucesos.
Jesús parte de la religión de sus mayores, pero su religiosidad fue tan profunda
que le llevó a superarla en muchos aspectos y a descubrir que la religión no es un
fin en sí misma sino un instrumento que se puede y de debe perfeccionar en cada
época. Otro gallo cantaría hoy si también en este aspecto fuésemos capaces de
imitarle.

JESÚS SE DA A CONOCER

Jesús abandona su pueblo y su familia


No queremos decir que Jesús, en un momento determinado de su vida, cogiera
una mochila y abandonara a José y a María para salir a predicar. Se trata de una
decisión mucho más profunda que le llevó a abandonar las seguridades que le da-
ban el clan familiar, para empezar una nueva vida completamente volcada sobre
los demás y sin ninguna atadura social que le impidiera actuar con plena libertad.
En ningún lugar encontramos las razones por las que Jesús abandonó su familia
y su pueblo. Teniendo en cuenta que en aquella sociedad una persona no era na-

24
die si no pertenecía a una familia y a un pueblo, podemos concluir que las razones
para hacerlo tuvieron que ser muy poderosas, ya que con esa acción renunciaba a
tener un status social, que era el fundamento de las relaciones religiosas y civiles.
Tal vez la clave esté en que sus vivencias se manifiestan incompatibles con la reli-
gión de su familia. Su experiencia de Dios le obliga a elegir nuevos derroteros. No
se encuentra a gusto en el entorno religioso de su familia. Los suyos lo empiezan a
ver como un bicho raro y tiene que elegir entre ser fiel a su clan familiar o ser fiel a
sí mismo.
En los evangelios encontramos varios episodios que pueden arrojar un poco de luz
sobre esta cuestión. En Mc 3,21 se dice expresamente que "sus familiares vinieron
a llevárselo porque decían que no estaba en sus cabales". Salirse de la norma era
en aquella época peligrosísimo, porque inmediatamente eras calificado de loco.
En Mc 6,1-6 se narra un episodio con sus propios paisanos que puede ayudarnos
también a comprender el problema. Jesús enseña en la sinagoga y los de su pue-
blo no pueden comprender de dónde saca esas enseñanzas. Dan por supuesto que
le conocen como hijo de José y de María y conocen también a sus hermanos que
siguen viviendo con ellos. Jesús ya no era el mismo que habían visto crecer.
En Mt 12,46-50, Mc 3,31-35 y Lc 8,19-21, se describe una escena muy singular.
Llegaron su madre y sus hermanos y querían hablar con él; como no pudieron
acercarse, por el gentío, le mandaron recado: "tu madre y tus hermanos están ahí
fuera y quieren hablar contigo". La contestación de Jesús es desconcertante:
"¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? El que cumple la voluntad de
mi Padre, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre".
En este episodio se ve muy claro que Jesús había cambiado su familia biológica
por una nueva familia espiritual, que era la que tenía importancia para él. Es ri-
dículo pensar que no amaba a su familia, lo que esta contestación demuestra es
que Jesús había dado un salto en el vacío con relación al normal sentir de los
mortales. Ahora se sentía perteneciendo a una sola familia que abarcaba la hu-
manidad entera y cuyo único Padre era Dios.
No se trata ni de desapego, ni de incomprensión. Tampoco podemos pensar en un
rechazo por parte de su familia. Lo que sus familiares querían evitar era precisa-
mente lo que pasó. Era efectivamente una locura oponerse a los dirigentes religio-
sos de su tiempo y predicar una manera de acercarse a Dios distinta de la tradi-
cional.
El fin trágico que terminó sufriendo Jesús, es precisamente lo que querían evitar
los demás miembros de su familia. Eso no quiere decir que le quisieran mal, sino
todo lo contrario. La diferente perspectiva de Jesús no podía ser comprendida por
ellos. Pero lo que ellos comprendían perfectamente era que su trayectoria le lleva-
ría a la ruina a él y a toda su familia.

Se encuentra con el Bautista


Los especialistas dicen que el bautismo es el primer dato de la vida de Jesús que
podemos considerar, con una gran probabilidad, como verdaderamente histórico.
Es una de las informaciones sobre Jesús que podemos constatar en escritos de
historiadores no cristianos.

25
Los primeros cristianos supieron valorar este primer encuentro de Jesús con el
Bautista, cuando lo hacen coincidir con el principio de su vida pública. Sin duda
fue muy importante para Jesús. Como ser humano, tuvo que aprovechar el en-
cuentro con Juan para madurar.
Para el buscador que fue Jesús, tuvo que ser impactante el encuentro con una
persona que se le adelantó en la crítica a la religión y la relación de las personas
con el templo, con la Ley y con Dios. La figura austera y correosa de un profeta
como Juan, tuvo que llamar la atención del inquieto nazareno.
No tenemos datos suficientes para poder diseñar la relación que Jesús tuvo con el
Bautista. No es verosímil que fuera un encuentro esporádico con motivo de un ac-
to puntual como un bautismo, después de haber guardado cola como insinúa Lu-
cas. Es mucho más probable que la relación fuese anterior al bautismo e incluso
que continuara durante un tiempo después de él.
Aunque el bautismo de Jesús fuera un hecho histórico, la manera de contarlo va
más allá de una crónica de sucesos. Cada evangelista acentúa los aspectos que
más le interesan para destacar la idea que va a desarrollar en su evangelio. Lo na-
rran los tres sinópticos y Hechos alude a él varias veces. Juan hace referencia a él
como dato conocido, lo cual es más convincente que si lo contara expresamente.
Jesús no fue un extraterrestre, que por ser de naturaleza divina estuviera dispen-
sado de la trayectoria que tiene que recorrer todo ser humano para alcanzar su
plenitud. Generalmente no nos tomamos en serio esa experiencia humana de Je-
sús.
Los primeros cristianos sí tomaron muy en serio la humanidad de Jesús. Hablar
de que Jesús hizo un acto de humildad al ponerse a la fila como un pecador, aun-
que no tenía pecados, es pensar en una acto teatral que no pega ni con cola, con
una personalidad como la de Jesús.
La relación de Jesús con Juan Bautista fue también muy importante para los pri-
meros cristianos que intentaron comprender toda su vida, ya que el episodio del
bautismo deja claro que el motor de toda la trayectoria humana de Jesús fue el
Espíritu.
Dado el altísimo concepto que los primeros cristianos tenían de Jesús, no debió
ser fácil explicar su bautismo por Juan. Si a pesar de las dificultades de explicar-
lo, se narra en todos los evangelios, es que era un hecho conocido que no se podía
escamotear. En ningún caso pudo ser un invento posterior.
No tiene mucha lógica, ni siquiera para nosotros, que el bautismo marque el prin-
cipio de su vida pública. Aceptar el bautismo de Juan, era aceptar su doctrina y
su actitud vital fundamental. No se entiende que esa aceptación del bautismo de
Juan sea a la vez el comienzo de un proyecto propio y muy distinto del de Juan.
¿Qué fue lo que pudo pasar? Jesús una persona ya madura pero inquieta, se sien-
te atraído por la predicación de Juan. No solo la acepta, sino que se quiere com-
prometer con las ideas del Bautista. Aceptar el bautismo de Juan es entrar en la
dinámica que él predica.
Todo ello prepara a Jesús para una experiencia única. Se le abren los cielos y ve
claro lo que Dios espera de él. Una vez más debemos abandonar la idea de una
crónica de sucesos. Lo que cuentan, pasó todo en el interior de Jesús. Lucas nos

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dice expresamente: "y mientras oraba..." Los demás evangelistas lo dan por su-
puesto, porque sólo desde el interior se puede descubrir el Espíritu que nos inva-
de.
La experiencia de la paternidad de Dios y su profunda conexión con Él, y la cerca-
nía del Espíritu, ambas son las líneas maestras de su trayectoria humana.
El hecho de que los relatos del bautismo y las tentaciones estén relacionados en
todos los evangelios, es síntoma de una elaboración teológica temprana. Pero indi-
can también la extraordinaria importancia de lo que se está diciendo. Los dos epi-
sodios se presentan como fundamentales en la vida de Jesús.
Fiel al Espíritu, da un cambio radical en su vida y se dispone a predicar el Reino
de Dios. Desde ese momento, abandona toda otra actividad y dedica todo su tiem-
po a la predicación de su mensaje. Empieza su vida pública.

Se deja llevar por el Espíritu de Dios


Dios llega siempre desde dentro, no desde fuera. Nuestro mensaje "cristiano" de
verdades, normas y ritos, no tiene nada que ver con el que vivió y predicó Jesús.
El centro del mensaje de Jesús consiste en invitar a todos los hombres a tener la
misma experiencia de Dios que él tuvo.
A medida que se afianza en él esa experiencia de Dios, Jesús ve con toda claridad
que esa es también la meta de todo ser humano y puede decir a Nicodemo: "hay
que nacer de nuevo". Porque él ya había nacido del agua y del Espíritu.
El bautismo de Jesús tiene muy poco que ver con nuestro bautismo. El relato no
da ninguna importancia al bautismo en sí, sino a la manifestación de Dios en Je-
sús por medio del Espíritu. Mateo dice expresamente: "apenas se bautizó, Jesús
salió del agua...". Marcos dice casi lo mismo: "apenas salió del agua…" Lucas dice:
"y mientras oraba...".
Está claro en el relato que la experiencia tiene lugar una vez concluido el rito del
bautismo. En los evangelios se hace constante referencia al Espíritu para explicar
lo que es Jesús:
 "concebido por el Espíritu Santo";
 "nacido del Espíritu Santo";
 "desciende sobre él el Espíritu Santo."
 "Ungido con la fuerza del Espíritu."
 "Yo bautizo con agua, él os bautizará con Espíritu Santo y fuego";
 "El Espíritu es el que da vida, la carne no vale para nada";
 "Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del
 Espíritu es Espíritu".
La alusión a los cielos que se abren definitivamente, es la expresión de una espe-
ranza de todo el AT. (Is 63,16) "¡Ah, si se rasgasen los cielos y descendieses!" La
comunicación entre lo divino y lo humano, que había quedado interrumpida por
culpa de la infidelidad del pueblo, es desde ahora posible gracias a la total fideli-
dad de Jesús.
La distancia entre Dios y el Hombre queda superada para siempre. La voz la oyó
Jesús dentro de sí mismo y le dio la garantía absoluta de que Dios estaba con él
para llevar a cabo su misión. Pero también estaba en condiciones de decir a todos

27
los hombres, que Dios nunca se separa del hombre por mucho que los hombres
nos separemos de Él.
El bautismo es el verdadero nacimiento de Jesús. Y este sí que ha tenido lugar por
obra del Espíritu Santo. En adelante, todo lo que diga y haga será la manifestación
continuada del Reinado de Dios que experimentó en él mismo. Jesús dejó que Dios
reinara en él y adquirió el compromiso de hacer que todos los hombres se abrieran
a ese mismo reinado.
Dejándose llevar por el Espíritu, se encamina él mismo hacia la plenitud humana
y de esa manera, nos marca el camino de nuestra propia plenitud. Pero tenemos
que ser muy conscientes de que solo naciendo de nuevo, naciendo del agua y del
Espíritu, podremos desplegar todas nuestras posibilidades humanas. No siguiendo
a Jesús desde fuera, como si se tratara de un líder, sino entrando como él en la
dinámica de la vivencia interior.
La presencia de Dios en el hombre tiene que darse en aquello que tiene de especí-
ficamente humano; no puede ser una inconsciente presencia mecánica ni automá-
tica. Dios está en todas las criaturas como la base y el fundamento de su ser, pero
solo el hombre puede tomar conciencia de esa realidad y puede vivirla. Esta es su
meta y el objetivo último de su existencia.
En Jesús, la toma de conciencia de lo que es Dios en él, fue un proceso que no
terminó nunca. En el relato del bautismo se nos está hablando de un paso más,
aunque decisivo, en esa toma de conciencia.

Predicador ambulante
Al optar por Dios se ve obligado a abandonar su familia y llevar desde entonces
una vida de itinerante, sin domicilio propio ni lugar estable donde vivir. Este des-
arraigo tenía en aquella época unas graves connotaciones que hoy nos es muy di-
fícil valorar.
Pero al mismo tiempo esa liberación de toda atadura social y familiar, da a Jesús
unas posibilidades increíbles para desarrollar su personalidad religiosa. Desde ese
momento, seguramente sin proponérselo, lleva su experiencia a los ámbitos en los
que desarrolla su nueva vida. En Galilea, su tierra, empieza su predicación.
Todo parece indicar que esta forma de vida la mantuvo hasta el momento de su
muerte. Su única obsesión era comunicar a los demás sus experiencias de Dios.
Fue una tarea nada fácil, no solo por los adversarios que se encontró, sino y sobre
todo, por los que le siguieron como amigos, a quienes les costó Dios y ayuda en-
tenderlo.

Un pequeño grupo le sigue


No sabemos cómo empezó a constituirse un pequeño grupo. Los evangelios narran
distintos llamamientos de Jesús a sus primeros discípulos, pero se ve claramente
que son relatos ficticios y que no responden a la realidad de los hechos. Está claro
que no pudo haber ningún llamamiento solemne ni predeterminación de quién le
iba a seguir.
De los que le seguían esporádicamente, se fue decantando un pequeño grupo que
empezó a seguirle más asiduamente, hasta que terminó en algún momento por
convertirse en un grupo fijo, aunque seguramente todavía fluctuante.

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Los cuatro evangelios nos narran la vocación de los primeros discípulos, pero hay
una diferencia tan grande entre Juan y los sinópticos, que es imposible extraer
alguna conclusión con visos de historicidad. Juan nos habla de cinco, que parece
pertenecían al entorno del Bautista. Los sinópticos hablan de dos parejas de her-
manos que eran pescadores.
Más adelante y sin venir muy a cuento, narran los sinópticos la elección de doce
de entre la multitud de discípulos que le seguían. A estos los llamó apóstoles. Se
trata de una proyección teológica que surgió cuando la comunidad pascual fue
tomando conciencia de ser el nuevo pueblo de Israel. Como el pueblo de Israel es-
taba formado por doce tribus, el nuevo pueblo de Dios se asentaba sobre los doce
apóstoles.

LAS RELACIONES HUMANAS DE JESÚS

Jesús vivió por nosotros. Jesús no nos salvó en la cruz sino en el camino que re-
corrió como ser humano, hasta llegar a ella. Este es otro de los profundos cambios
que nos exige el nuevo paradigma posmoderno.
Jesús nos salvó, salvándose él, es decir, llevando su humanidad a la más alta po-
sibilidad de plenitud. Pero dejó claro que esa plenitud es imposible sin un descu-
brimiento de lo divino en cada uno de nosotros. De esta manera nos marcó el ca-
mino y a la vez nos demostró que esa plenitud es posible para todos.
Debemos tener muy en cuenta que Jesús no dejó nada escrito. Parece que sabía
leer y escribir pero no utilizó ese medio para llevar a los demás sus experiencias.
No debe extrañarnos, ya que aquellos a los que quería llegar con sus enseñanzas
no sabían leer, ¿qué sentido tenía entonces escribir para los que sabían leer, pero
no iban a interesarse por lo que decía?
Esto nos obliga a ir por otros derroteros al tratar de descubrir hoy lo que quiso
trasmitir a los demás durante el corto periodo de su vida pública. Trataremos de
aproximarnos lo más posible a lo que experimentó en su interior a través de lo que
practicó en su vida cotidiana y a través de lo que predicó a la gente sencilla, que le
quería escuchar.

Su experiencia de Dios
La forma en que Jesús habla de Dios como salvación para los hombres se inspira
directamente en su experiencia personal, es decir, como ser humano. La experien-
cia básica de Jesús fue la presencia de Dios en su propio ser. Dios lo era todo para
él y todo él lo era para Dios.
Siguiendo una de las vetas más profundas del AT, Jesús tomó conciencia de la fi-
delidad de Dios y respondió vitalmente a esta toma de conciencia. Al atreverse a
llamar a Dios «Abba", papá, Jesús abre un horizonte completamente nuevo en las
relaciones con el Absoluto. Se sabe fundado en Dios. Esa experiencia le lleva a

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comunicar a los demás lo que Dios es para el ser humano.
La base de toda experiencia religiosa reside en la condición de criaturas. El ser
humano se descubre sustentado por la acción creadora de Dios. El modo finito de
ser uno mismo, demuestra que soy más de Dios que de mí mismo. Sin Dios no se-
ría posible nuestra existencia.
Dios es para él padre y madre, no porque le haya dado la vida en un momento de-
terminado, como hacen nuestros padres biológicos, sino porque le está dando la
vida en todo momento. Esta diferencia es vital para comprender el concepto de
Padre aplicado a Dios por Jesús.
Jesús descubre que el centro de su vida está en Dios. Pero eso no quiere decir que
tenga que salir de sí para encontrar su centro. Descubrir su fundamento en Dios,
es fuente de una inesperada humanidad. La experiencia de Dios será la revelación
de la más alta humanidad.
Jesús nunca se presenta como lo absoluto. Lo absoluto es el Dios que él predica.
Ese Dios se manifiesta en su humanidad que es relativa, contingente por ser his-
tórica. El haber hecho de Jesús una persona divina, nos ha alejado de toda posible
comprensión de lo que vivió como ser humano. No negamos el dogma de su divini-
dad, estamos diciendo que esa divinidad no nos serviría para nada si no la descu-
brimos encarnada.

Vivir es relacionarse con los demás


También la vida biológica, pero sobre todo la vida psicológica se fragua a través de
las relaciones con los demás. Si no nos encontramos con el otro, el crecimiento
como ser humano sería completamente imposible. Si quiero conocer el grado de
humanidad que he alcanzado, tengo que examinar la calidad de mis relaciones
con los demás. Ahí voy reflejando mi propio ser.
Analizar esas relaciones en la vida de Jesús nos puede abrir a un descubrimiento
de su singularidad. En esas relaciones es donde se manifiesta la originalidad de su
persona. Van más allá de todo lo que decía la Escritura. Están por encima de toda
ley y toda norma. Esta actitud vital es lo que no pudieron soportar los leguleyos de
su tiempo.

Su familia no pudo retenerle


Es un tema también muy complicado. No se suele tratar, porque plantea serios
problemas a la fe tradicional. Sin embargo, a pesar de las matizaciones que hacen
las distintas redacciones de los evangelios, se sigue viendo claro que el trato de
Jesús con sus familiares no estuvo exento de dificultades. Esto no es ningún des-
doro ni para sus padres ni para él. No pudieron comprenderlo, como pasa siempre
con lo hijos que intentan ir más allá de lo socialmente correcto.
Recordemos: Ya a los doce años nos dicen que sin hacer mucho caso a sus padres,
se queda en Jerusalén discutiendo con los doctores. Cuando vuelve a su pueblo
les dice: "No desprecian a un profeta, más que entre sus familiares y en su casa".
En una ocasión vienen sus hermanos a llevárselo porque decían que no estaba en
sus cabales. Otra vez le avisan: "Tu madre y tus hermanos están ahí y quieren ver-
te". Contesta: "¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?»

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Uno de los criterios de historicidad es precisamente que lo que se puede interpre-
tar como negativo o menoscabo de la figura de Jesús, es muy difícil que fuera in-
ventado por sus seguidores. Según eso, hay muchas probabilidades de que esos
relatos respondan a la realidad.
Por otra parte, para apreciar la magnitud del problema, debemos tener en cuenta
la constitución sociológica de la familia en tiempo de Jesús. La familia estaba
constituida por todo el clan: los abuelos, los padres, los hermanos, fueran solteros
o casados, los hijos. Todos formaban una unidad de producción y de consumo.
La riqueza básica del clan era el honor. Todos estaban obligados a mantenerlo por
encima de todo. La vergüenza de un miembro era la vergüenza de toda la familia y
el deshonor de un solo miembro era el deshonor de toda la familia. El primer deber
de todos los miembros era mantener el estatus social limpio de toda sospecha. No
era solamente cuestión social, sino económica. Las relaciones económicas eran
inconcebibles al margen de la honorabilidad y el prestigio familiar.
Cuando el Evangelio dice que sus hermanos venían a llevárselo porque decían que
no estaba en sus cabales, no hacían más que defender el honor de la familia e im-
pedir que Jesús terminara como terminó. Cuando el evangelio nos dice que su
madre y sus hermanos están fuera y quieren verle, no puede extrañarnos la res-
puesta de Jesús: "¿Quién es mi madre y quienes son mis hermanos?"
Si venían con la intención de llevárselo a casa, incluso por la fuerza, es lógico que
no les hiciera demasiado caso. Si no hubiera sido porque el grupo de los que le
seguían era ya muy numeroso, se lo hubieran llevado. El tiempo les dio la razón:
Jesús había emprendido un camino muy peligroso, para él y para sus familiares.
Teniendo en cuenta este ambiente, se hace mucho más difícil el aceptar que Jesús
no haya sido dócil y obediente a su familia. Él descubrió que para llevar a cabo su
misión, tenía que actuar como hombre libre. El mejor resumen de toda su vida es
la obediencia, pero al Padre: «Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre».
No, Jesús no fue obediente; no se sometió a las directrices que otro le marcaba.
Fue una persona que actuó desde dentro, no desde la programación y desde el
aborregamiento. Si hubiéramos tenido en cuenta esta actitud de Jesús, no hubié-
ramos caído en una interpretación completamente aberrante de la obediencia. La
verdadera obediencia no puede exigirte que dejes de ser tú para someterte a lo que
otro es.
Hacemos el ridículo cuando en nombre de Jesús, predicamos una obediencia cie-
ga, es decir, irracional. Cuando creemos que el signo de una gran espiritualidad,
es someter tu voluntad a la voluntad de otra persona, y dejar de ser tú mismo.
Pensemos cuántos seres humanos han perdido la oportunidad de madurar como
personas por conformarse con ser corderos fieles de un rebaño conducido a garro-
tazo limpio.

Amante de los niños


La actitud de Jesús para con los niños es desconcertante. En aquella época, los
niños, como las mujeres, no contaban. Así dice el mismo evangelio: "...cinco mil
sin contar mujeres y niños." Pero Jesús descubrió en los niños un filón inaprecia-
ble para expresar su experiencia de Dios.

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Nada mejor que la imagen de un niño para reflejar lo que él sentía con relación a
su Dios. Su "Abba", palabra que él mismo empleó para indicar su total dependen-
cia y su fidelidad absoluta, es el primer sonido que un niño emite a los pocos días
de nacer.
Todos los evangelios recogen escenas que reflejan el trato que Jesús dispensaba a
los niños; incluso regañando a los discípulos, cuando consideraban a los niños
como un estorbo. Pero es que además, nos urge a nosotros a hacernos como ellos,
si de verdad queremos descubrir lo que Dios es para nosotros.
Precisamente lo contrario de lo que constantemente pretendemos. ¡A ver si te por-
tas como una persona mayor! ¡A ver cuándo llegas a ser un hombre de provecho!
Los niños no solo lo esperan todo del padre, sino que saben perfectamente que no
pueden merecer nada, que lo que los padres les dan es puro don.
Si de verdad hiciéramos un poco de caso a Jesús, ¡cuánto podríamos aprender de
los niños! Ellos están siempre invitándonos a la autenticidad, a la espontaneidad,
a la apertura hacia lo nuevo, a la confianza en la vida, a la confianza en los demás,
a la dependencia sin complejos.

Jesús no fue un solitario


Con los evangelios en la mano, es imposible imaginarse a Jesús como un solitario,
apartado del contacto con los demás seres humanos. La vida solitaria, primero
eremítica y después monástica que se presentó como ideal a partir del siglo IV,
dudo mucho que tenga algo de seguimiento del Maestro de Nazaret. La vida de Je-
sús y la de cualquier cristiano tiene que desarrollarse en la convivencia con los
demás seres humanos.
Es evidente que no todos los que conocieron a Jesús se relacionaron con él de la
misma manera. El evangelio deja bien claro que se establecieron en torno a él dis-
tintos círculos concéntricos de grados de intimidad. Los tres más íntimos: Pedro,
Santiago y Juan. En el Tabor, en Getsemaní... Los doce a quienes llamó apóstoles,
numero formal y que hace referencia a las doce tribus de Israel. Los setenta y dos,
que mandó a predicar de dos en dos.
No cabe duda de que Jesús reunió en torno a sí un grupo de hombres y mujeres y
les hizo colaboradores en la tarea de hacer presente el Reino de Dios. Los evange-
lios nos relatan con toda claridad las dificultades que estos hombres tuvieron para
seguir a Jesús. Gracias a que ese núcleo estaba formado a la muerte de Jesús, fue
posible que, después de su muerte, continuaran reunidos en torno a su memoria y
dieran el paso a la fe pascual.
Los textos evangélicos nos advierten con toda claridad que no fue, ni mucho me-
nos, un camino de rosas. «¿También vosotros queréis marcharos?» Uno le traicionó
en el último momento. Pedro le negó ante una criada. Y al final, «todos lo abando-
naron y huyeron».
El proceso de transformación interno que tuvieron que afrontar, para poder enca-
jar la figura de Jesús les tuvo que costar sudor y lágrimas. Una cosa fue estar en
la compañía del simpático Jesús y otro aceptar el profundo mensaje de renuncia y
servicio a los demás. Mucho más, encajar su fracaso estrepitoso y su muerte.

Con frecuencia, en malas compañías

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La actitud de Jesús para con todos los desheredados, es una de las claves para
entender su mensaje. Sin este dato sería incomprensible su vida y su obra. En
tiempo de Jesús los marginados lo eran por partida doble, marginados por la so-
ciedad y marginados por la religión.
En la cultura bíblica y también en tiempo de Jesús, no había distinción entre lo
civil y lo religioso. Sí había una distinción tajante entre lo puro y lo impuro. Cojos,
mancos, ciegos, tullidos, enfermos de cualquier género, todos tenían terminante-
mente prohibida la entrada en el templo.
La exclusión de la relación con Dios a través del culto, significaba también la ex-
clusión de la interacción social. De ahí el interés de conservar a toda costa el esta-
do de pureza legal. Los intocables eran despreciados, discriminados y considera-
dos seres humanos inferiores. Todo ello a pesar de que, los tiempos mesiánicos
habían sido anunciados por todos los profetas como tiempos en que los ciegos ve-
rían, los sordos oirían, los cojos saltarían, y a los pobres se les anunciaría la bue-
na noticia de su liberación.
En tiempo de Jesús eran muy estrictas las normas acerca de las relaciones con los
intocables. Se suponía que Jesús por su condición de Maestro, tendría mucho
cuidado en observarlas para no caer en impureza. Pero para Jesús, la persona era
más importante que todas las normas de pureza prescritas en la Ley. Este es uno
de los mensajes más claros y más subversivos del evangelio.
Tal vez, los numerosos relatos de milagros lo único que pretenden es llamar la
atención sobre el verdadero mensaje de Jesús con relación a todos los margina-
dos. No se cuenta un solo caso en el que Jesús descubriera una necesidad y pasa-
ra de largo sin comprometerse y socorrerla.
La relación de Jesús con los marginados abarca todos los aspectos de la vida coti-
diana. No se reduce a los momentos de las acciones milagrosas; el trato que tuvo
con ellos muestra una disponibilidad constante a ayudarles a salir de su limita-
ción fuera esta la que fuere.
Jesús trataba con los leprosos y les tocaba. No rehuía el contacto con los cadáve-
res (viuda de Naín). No impidió que le tocara la mujer que sufría hemorragias.
Aceptaba en su compañía a los recaudadores de impuestos y a los pecadores pú-
blicos...
Los trató con cariño y con respeto, pero también con exigencia. En el evangelio
parecen resonar palabras como estas: sé tú mismo, recupera la confianza en ti,
descubre que sigues siendo un hombre, atrévete a vivir, Dios está más cerca de ti
que de nadie... Jesús restaura la personalidad de los intocables, la revaloriza y de
esta manera los capacita para participar en la vida de la comunidad.
Está claro que Jesús organizó fiestas para estos desheredados; que se encontraba
muy a gusto entre ellos y que ellos encontraron en él una verdadera salvación. No
sólo la que da una curación milagrosa, sino la que viene de recuperar la confianza
y las ganas de seguir viviendo.
Jesús era consciente de que toda violación de esos límites le acarrearía la exclu-
sión del trato con el resto de la comunidad. Pero Jesús se aproximó a ellos y trató
de devolverles la confianza en sí mismos que habían perdido. Para esta gente, el
encuentro con Jesús tuvo que representar una auténtica liberación.

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Jesús no dio normas abstractas ni consejos genéricos, sino que se acercó al hom-
bre concreto para identificarse con él. Lo que pretendía era suprimir las barreras
que separaban a puros de impuros y reintegrarles en una misma comunidad hu-
mana.
Para romper esa barrera, el primer paso era demostrarles que para Dios no existía
tal escollo. Por eso la idea de Dios que se manifestaba en su manera de actuar,
resultó inaceptable para los que ostentaban la representación del Dios que sí mar-
ginaba a los impuros.

No teme la contaminación de los malos


En su tiempo los pecadores públicos formaban parte de los marginados, sobre to-
do por las instancias religiosas. Esto hace más asombrosa todavía la actitud de
Jesús con esta clase de gente: publicanos, prostitutas, adúlteras, etc.
Los relatos de Zaqueo, la pecadora de Betania, la mujer adúltera, no dejan lugar a
duda sobre la actitud de Jesús hacia los pecadores. Pero es que, además en nu-
merosas parábolas, deja también claro que la actitud de Dios respecto a los peca-
dores es de misericordia absoluta y de perdón total. «Tus pecados están perdona-
dos».
Esta es la «buena noticia» que viene a traer Jesús. Y fue precisamente esta actitud
inequívoca a favor de los pecadores lo que más desconcertó a las autoridades reli-
giosas y a los grupos más piadosos de su tiempo. "Este acoge a los pecadores y
come con ellos."
Jesús quiso dejar muy claro que su Dios no es el aliado de unos pocos que le caen
en gracia. No es el Dios de los buenos, de los piadosos, de los religiosos ni de los
sabios, es el Dios de los marginados, de los excluidos, de los enfermos y tarados.
Tampoco es el Dios del castigo o de la revancha, del juicio severo y la condena. El
Dios de Jesús no aporta nada a los buenos que ya están salvados, sino a los malos
que necesitan salvación. "No tienen necesidad de médico los sanos, sino los en-
fermos; no he venido a llamar a los justos sino a los pecadores". El mensaje de Je-
sús escandalizó, porque hablaba de un Dios que se da a todos sin tener en cuenta
sus méritos.
Tampoco en este punto hemos hecho los cristianos mucho caso a Jesús. Incluso
hoy se sigue señalando con el dedo y excluyendo al que no se porta como Dios
manda. El catecismo todavía definía a Dios como el que premia a los buenos y
castiga a los malos.

NADA MISÓGINO

Es este un tema que tiene gran importancia para nosotros hoy. Si somos capaces
de acercarnos al evangelio sin prejuicios, descubriremos apuntes insospechados
de una manera de ver a la mujer, que está a años luz de cómo ha sido tratada la

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mujer a través de los dos mil años de cristianismo y de cómo todavía hoy es trata-
da por nuestra jerarquía.
Los argumentos que se esgrimen para mantenerla apartada del sacerdocio, por
ejemplo, son tan peregrinos, que hacen sonreír a cualquier persona con dos dedos
de frente. Es comprensible que mantenga indignadas a muchas mujeres y, gracias
a Dios, a muchos hombres incluso eclesiásticos.
Para intentar conocer lo que Jesús pensaba de la mujer y de la importancia que
tuvo en la aceptación de su mensaje, tendremos que fijarnos en los escritos del
NT; aun sabiendo que lo que ha quedado escrito no coincide con lo que se vivió en
las primeras comunidades.
Los que elaboraban los escritos, eran varones y además de la élite, pues sabían
leer y escribir. En aquel tiempo sólo un dos o tres por ciento, sabía leer y escribir,
por tanto los conocimientos y la cultura se comunicaban de viva voz. La escritura
sólo empezó a tener cierta relevancia a mediados del siglo II.
En esa tradición oral, tenía la mujer una importancia equiparable a la del hombre.
Esa importancia quedó disminuida al eliminar o minimizar las narraciones que se
referían a mujeres en el NT.
A pesar de la dificultad que hoy tenemos para descubrir esa importancia de la mu-
jer en el desarrollo de la primitiva comunidad de creyentes, aún podemos descu-
brir en los evangelios multitud de casos en que se manifiesta esta nueva manera
de valorar lo femenino.
Como ejemplo podemos recordar que Marcos, que es el evangelio más antiguo, di-
ce: "Cuando el hombre se separa de la mujer, comete adulterio; y cuando la mujer
se separa del marido, comete adulterio." Mateo omite la segunda parte, porque pa-
ra los judíos, el único que tenía derecho a divorciarse era el marido.
En los ejemplos que vamos a examinar, descubriremos que en Jesús no hay ni
rastros de miedo al sexo o a las mujeres. No hay en él ninguna mirada ambigua
respecto al erotismo o la sexualidad. También en este tema, Jesús se muestra más
cerca de los débiles.

La mujer adúltera (Jn 8,1-11)


Es probable que este relato no perteneciera originariamente al cuarto evangelio,
pero esto, en vez de quitarle importancia, la aumenta, porque indica la intención
expresa de que esa historia formara parte del evangelio "buena noticia". En el rela-
to no sabe uno si es más relevante el amor, manifestado en el perdón, o la denun-
cia del fariseísmo de los que la acusan.
Esta vez la mujer no tiene nada que ofrecer, todo está en contra suya. Pero Jesús
ve la injusticia de una ley que deja impune al más fuerte. Si la encontraron "in
fraganti" ¿dónde estaba el hombre?
Una vez más la ley es absolutizada hasta importar poco o nada la persona, inclui-
da su misma vida. Es una de las denuncias más claras de la depravación a la que
había llegado el legalismo judío. Jesús deja claro que toda persona tiene por sí
misma un valor incalculable, que hay que salvaguardar y defender en toda cir-
cunstancia.
Como siempre, Jesús ofrece el perdón, el amor de Dios, antes de que haya signo

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alguno de arrepentimiento. Es el amor el que salva y mueve al arrepentimiento, no
al revés como predicamos nosotros.
Si ahora recordáramos la actitud de la Iglesia-jerarquía a través de la historia, pa-
ra con tanto "pecador" como ha descubierto, nos quedaríamos aterrados. En cuan-
to tuvo algún poder, se convirtió en juez y condenadora de todas las debilidades
humanas que hubieran necesitado más comprensión que autoridad. No hace falta
apelar a la quema de brujas y herejes. Hoy mismo se están cometiendo auténticos
atropellos contra los más elementales derechos humanos, simplemente para man-
tener la ortodoxia o una moralidad sexual enfermiza.
La hemorroisa (Mt 5,25-34)
Para descubrir la importancia de este relato hay que tener en cuenta las leyes de
pureza que afectaban a las mujeres. En el Levítico se dice: "La mujer permanecerá
impura cuando tenga su menstruación o tenga hemorragias; todo lo que ella toque
quedará impuro, así como también quien entre en contacto con ella".
Podemos hacernos una idea de cómo quedaban limitadas las posibilidades de re-
laciones sociales y religiosas con esta ley. La mujer, considerada como impura y
causante de impureza. También podemos imaginar la huella psicológica que deja-
ba en la mujer esta consideración de ‘impura’ sin paliativos.
Según esto, la hemorroisa tenía prohibido, por imperativo social y religioso, tocar y
ser tocada. Doce años de sufrimiento la empujan a saltarse la ley. Esta valentía no
está exenta de temor, se acerca por detrás... Su deseo de curación es más fuerte
que las normas y las costumbres. Tocar a Jesús no sólo manifiesta la confianza en
él, sino en sí misma. Su valentía le devuelve la salud.
La respuesta de Jesús, revela su identidad liberadora. Atento al ser humano se da
cuenta de que le han tocado, mientras todos le están apretujando. Se abre a la
comunicación profunda y sanadora de la persona a través del cuerpo. Dejándose
tocar, Jesús se coloca por encima de los códigos sociales y religiosos. Los cuerpos
no son instrumentos de pecado, sino de salvación, de encuentro liberador. El tabú
de la impureza queda roto.
Había gastado muchos años y todo su dinero, para nada. Ahora encuentra gratis y
de una manera sorprendentemente sencilla la curación total.
¡Qué lección para nosotros! Todavía hoy nos empeñamos en complicar las cosas.
Seguimos hablando del cuerpo, sobre todo el de la mujer, como enemigo del alma.
La mayoría de las veces, lo único que esperan las personas, para salir de su situa-
ción de impureza, es acogida y comprensión.

La mujer cananea (Mc 7,24-30) (Mt 15,21-28)


Jesús aprendió de las mujeres. En el diálogo con esta mujer, es capaz de cambiar
su actitud, porque ella exhibe una sensibilidad mucho mayor que la que muestra
Jesús. De ella aprendió Jesús que no había superado sus prejuicios racistas, que
hay que proteger ante todo a los débiles sin importar su origen: una idea feme-
nino-maternal.
Lo que más maravilla en el relato es la capacidad de Jesús de aceptar, es decir,

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hacer suyos los valores femeninos que descubre en aquella mujer. Le sorprende la
confianza que en él tenía aquella mujer, otro valor típicamente femenino. Jesús
descubre su "anima" y la integra, a pesar de la oposición del ambiente patriarcal.
Una vez más, el relato manifiesta que una relación auténtica, aunque sea entre
personajes tan dispares como Jesús y una pagana, termina enriqueciendo a los
dos. Para sanar cualquier enfermedad, no hay nada mejor que una profunda rela-
ción humana. Aún no hemos aprendido la lección.
En paralelo con Jairo y su hija, la Cananea y su hija representan la sociedad pa-
gana que acepta la esclavitud. Jesús pone de manifiesto la discriminación que los
judíos mantenían con los paganos y esto hace que la mujer tome conciencia de su
inadecuada relación con la hija y renuncie a seguir oprimiéndola. En ese momento
la hija queda liberada de sus demonios.

La samaritana (Jn 4,5-42)


Este relato es uno de los más densos de todo el evangelio. Como casi todos los re-
latos de Juan no tiene nada que ver con un acontecimiento real. Se trata de un
montaje teológico de una profundidad increíble. Los relatos del cuarto evangelio
son fruto de setenta años de una intensa experiencia cristiana. El problema surge
a la hora de entender el mensaje teológico, porque lo escribieron para ellos, según
los conceptos que ellos mismos elaboraron dentro de su comunidad.
Esta vez la mujer, ni buscaba, ni echaba de menos nada. Es Jesús quien inicia el
diálogo. Junto al pozo de Jacob, se puso a hablar con una mujer samaritana,
tampoco él iba con intención de ofrecer nada sino de pedir lo que necesitaba: "da-
me de beber". Él es judío, ella samaritana (hereje). El diálogo produce el milagro.
La samaritana termina por confesar que tiene sed. Curiosamente eso la salva.
"Dame de esa agua".
La samaritana es presentada como el símbolo del pueblo infiel. Cinco maridos y el
actual tampoco es verdadero marido. Cinco dioses había tenido Samaría y el que
tenía ahora, al ser compartido con los otros dioses, tampoco era el auténtico Dios
de los judíos.
Jesús renuncia a la idea de un Dios judío, cambiándola por un Dios de todos, al
que hay que adorar en espíritu y en verdad. El contacto con la mujer le obliga a
derribar la barrera nacionalista que se había levantado entre él y la mujer. Dios es
el mismo para todos y todos tienen el mismo acceso a Él. Ni siquiera es necesario
un templo, ni el de Jerusalén ni el de Garizín, para encontrarle.

Marta y María (Lc 10,38-41)


A pesar de su apariencia inocua, tal vez sea el relato más subversivo de todo el
evangelio. "Sentada a los pies de Jesús". Hace referencia a la postura que adopta-
ban los discípulos a los pies del maestro. María estaba allí como discípula. Esto
trastoca todos los valores femeninos en que estaba fundada aquella sociedad.
El relato deja claro que la mujer no es una criada a la que no hay que pagar; no
está ahí solo para tener hijos y cuidar del hogar. Tiene que desarrollar su interior,
tiene que buscar el enriquecimiento como ser humano. Tiene que descubrir que la
realización como ser humano, es más importante que la sumisión, el auto sacrifi-
cio y el servilismo. Jesús invita a las mujeres a emanciparse, a desarrollar sus va-

37
lores espirituales.
Todo eso lo descubrió Jesús gracias al trato con María, viendo que había adquirido
unos valores espirituales que a él mismo le servían de referencia. María era para él
una valiosa interlocutora espiritual. Después de esto, Jesús está en condiciones de
responder a la mujer que le quiso hacer una alabanza diciéndole: "Dichoso el vien-
tre que te llevó y los pechos que te criaron". "Dichosos más bien todos los que es-
cuchan la palabra de Dios y la cumplen".
No tiene ningún sentido el haber sacado de este relato, una distinción entre la vida
contemplativa y la vida activa. Mucho menos si en vez de distinción, lo que se pre-
tende es una oposición. La intención del relato es que no puede haber vida interior
sin contemplación, es decir sin tiempo dedicado expresamente a Dios. Pero tam-
poco puede haber una auténtica vida interior si no se refleja en la manera de ha-
cer las cosas que hay que hacer.
La actitud de María no ensombrece para nada la actitud de Marta. Marta no es la
mala de la película, sino todo lo contrario. La actitud de entrega al servicio de los
demás, manifiesta que ella también ha escuchado al Maestro. El Maestro Eckhart
llega a decir que Marta es el verdadero modelo de espiritualidad, puesto que ha
superado la etapa en la que se encuentra María.
Aunque el relato refleja la visión limpia y clara de Jesús, todavía hoy nos cuesta
ser consecuentes con lo que el relato manifiesta. Hasta hace cuatro días, era im-
pensable que una mujer estudiara teología. Ya en las cartas de Pablo, que es un
maestro de misoginia y miedo al sexo, se refleja una actitud totalmente contraria a
la de Jesús.

La pecadora (Lc 7,36-50)


La pobre mujer sólo dispone de los típicos recursos femeninos: el perfume, los la-
bios, las lágrimas y el cabello. Eso es lo que ofrece a Jesús. Dones que los demás
consideraron irreverentes y sobre todo equívocos. Sólo Jesús descubre el verdade-
ro valor del gesto y ofrece a cambio su amor, que salva a la mujer.
En esos gestos, aparentemente mundanos, Jesús descubrió lo que significa la
sensibilidad femenina. Aprendió lo que significa un verdadero amor, y eso de parte
de alguien que era tenida por pecadora pública. Le lava, le acaricia, con manos y
cabello, le besa los pies. La mano se la damos a cualquiera, pero tocar los pies es
signo de mucha más intimidad.
El mismo Jesús repite ese gesto después con sus discípulos, en el momento cul-
minante de su vida y cuando intenta descubrir el gesto más fehaciente de su pro-
pio amor hacia ellos. Dos veces nos dicen los evangelios que fue besado Jesús,
una vez por esta mujer, otra, por un hombre, Judas. ¡Qué diferencia!

María Magdalena (Lc 8,1-3) (Mt 27,55-56) (Jn 19,25)


Lo primero que deberíamos tener en cuenta es que no hay razón ninguna para
identificar la pecadora que lava los pies de Jesús con María Magdalena. El evange-
lio lo único que dice es que era una pecadora pública de la ciudad del fariseo que
le había invitado a comer. En ningún caso hace alusión a otra persona.
Seguramente esta identificación se produce en los primeros siglos para contrarres-
tar la influencia que en el grupo de los cristianos tuvo María Magdalena. Parece

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que tenía sus propios seguidores y que llegó a equipararse a Pedro en su capaci-
dad de liderazgo. De hecho se ha encontrado recientemente un evangelio que sería
la doctrina de este grupo que tenía como guía a Magdalena. Esto no podía gustar a
los teólogos del siglo II.
Parece ser que en la fuente propia de Lucas se dice de ella: "De la que había echa-
do siete demonios." Esto quiere decir que había sido liberada del maligno. Pero es-
ta es la forma normal de decir que ella había encontrado en Jesús la salvación to-
tal (siete es signo de plenitud).
No conocemos el primer encuentro de la Magdalena con Jesús. Aparece ya si-
guiéndole desde el principio con los apóstoles y otras mujeres. Jesús aceptó a mu-
jeres en su compañía. Camino de la cruz, se dice que responde a las que le se-
guían llorando. ¿Dónde estaban los hombres?
Es una lástima que esa actitud de Jesús haya quedado relegada al olvido dentro
de una iglesia que sigue manteniendo después de dos mil años una ideología ma-
chista. El Concilio Vaticano II rechazó toda forma de discriminación por razón de
sexo como contraria al plan de Dios; pero a renglón seguido la práctica nos dice
que eso no tiene vigencia en la Iglesia...
Las mujeres que se sintieron comprendidas y liberadas por Jesús, son incompren-
didas y discriminadas por sus sucesores. Está claro que la opresión de las mujeres
en la Iglesia es sólo una manifestación externa de la represión de todo lo femenino
en los hombres de iglesia.
Todos los débiles han sido siempre carne de cañón de un patriarcado ciego, in-
consciente y fanático. Si las mujeres hubieran tenido algo que decir en la Iglesia,
no se habrían cometido tantas barbaridades y abusos de poder. Hubiera tenido en
ella alguna repercusión la ternura, el respeto a la vida, la comprensión, la dispo-
nibilidad, etc., etc.

La mujer encorvada (Lc 13,10-17)


No hay petición por parte de la enferma. Jesús está enseñando un sábado en la
sinagoga y ve a la mujer que llevaba dieciocho años así. Era una mujer sin nombre
y sin dignidad; obligada a una humillación constante. Al oír las palabras que Je-
sús le dirigía, se enderezó y dio gloria a Dios. Además de la curación real, está el
símbolo (como en todos los relatos).
Hoy hay más personas que nunca, a quienes la sociedad no permite andar con la
cabeza erguida. Nuestra sociedad es una experta en crear marginación y miseria a
su alrededor. Cuanto más aumenta el bienestar de muchos, más seres humanos
se encuentran marginados y excluidos de ese bienestar. ¿Tiene que ser necesaria-
mente ese el precio del progreso?
La principal tarea de todo el que sigue a Jesús tiene que ser liberar a los demás de
toda opresión. Mientras haya un solo ser humano doblegado y reducido a situa-
ciones de inhumanidad, no podemos decir que el cristianismo haya triunfado en el
mundo, por muy elevado que sea el número de los que decimos seguir al Maestro.

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9

JESÚS Y LAS INSTITUCIONES

Tal vez la faceta más formidable de ese hombre llamado Jesús sea que, en él, lo
que vivió interiormente, lo que predicó y lo que hizo, forman una unidad inque-
brantable. No se doblegó ni ante las todopoderosas instituciones de su tiempo.

Jesús y la Ley
Cumplió la Ley, pero no fue nada leguleyo. Es este un aspecto muy importante
porque nos lleva a comprender una de las actitudes vitales de Jesús que más in-
fluyeron en el rechazo por parte de las instancias religiosas judías.
No cabe la menor duda de que Jesús incumplió en muchas ocasiones las normas
morales establecidas en su tiempo. Por ejemplo, las curaciones en sábado, permi-
tir a los discípulos desgranar espigas en sábado, no ayunar cuando estaba man-
dado, tocar a los leprosos, dejarse tocar por la hemorroisa, no lavarse las manos
antes de comer, no apedrear a una adúltera...
Estas actitudes nos obligan a preguntarnos ¿qué pensaba Jesús de la ley? Él sa-
bía perfectamente que su manera de actuar era escandalosa; y sin embargo actuó
de esa manera. Con esa actitud, que le costó la vida, quería hacer ver a la gente
que la relación que el pueblo tenía con la ley no era la correcta.
Quería demostrar que el mero cumplimiento de la ley, como autómatas, ni agrada
a Dios ni salva a los hombres.
Un cumplimiento de la ley que no tiene nada que ver con la actitud vital de la per-
sona, no es más que una programación que a nada conduce.
Más importante que la ley misma, es descubrir el por qué una cosa está mandada
o prohibida. Nadie como él estuvo siempre pendiente de la voluntad de Dios: era
su alimento. Sin embargo comprendió que esa voluntad no es nada añadido a
nuestro ser, sino que las mejores posibilidades de ser que hay en nosotros son la
única ley que nos debe guiar.
La ley de Dios no puede oprimir nunca. La causa del hombre es siempre la causa
de Dios. Pero la ley formulada es siempre ley humana. La autoridad humana que
dice actuar en nombre de Dios, sí puede oprimir, porque los intereses de la auto-
ridad y los de la gente, casi nunca coinciden.
En la medida que una norma acierte a llevarnos a la plenitud de ser, podemos de-
cir que es ley de Dios. En la medida que responda a los intereses de los legislado-
res y no a los del hombre, la ley no sólo no viene de Dios, sino que se convierte en
inhumana.
Toda ley formulada es por lo mismo relativa. Dar valor absoluto a una ley formu-
lada, es desconocer la manera de hacerse presente Dios a los hombres.
Al darle valor absoluto y divino a las normas, las hemos hecho inmutables. Si las
ha dado Dios, ¿quién puede quitarlas?
Con la fórmula: "habéis oído que se dijo, pero yo os digo." lo único que estaba ha-
ciendo era relativizar toda norma, demostrar la obligación que tenemos como seres

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humanos de descubrir, cada día más, las exigencias de un acercamiento a Dios
que debe de ser constante.

Jesús y el templo
Como cualquier judío, Jesús desarrolló su vida espiritual en torno al templo; pero
su fidelidad a Dios le hizo comprender que lo que allí se cocía no era lo que Dios
esperaba de un pueblo fiel. Unas relaciones con Dios estereotipadas y puramente
externas, deberían dejar paso a una relación con Dios que naciera del corazón.
Nos han repetido por activa y por pasiva, que lo que hizo Jesús en el templo fue
purificarlo de una actividad de compraventa ilegal y abusiva.
Sin embargo, lo que estaban haciendo allí los vendedores y cambistas, era comple-
tamente imprescindible para el desarrollo de la actividad del templo. Se vendían
palomas y ovejas que era la base de los sacrificios que se ofrecían en el templo.
Tenía que haber cambistas, porque al templo sólo se le podía ofrecer dinero acu-
ñado por el templo.
Los sinópticos ponen en labios de Jesús una cita de Isaías 56,7 y otra de Jeremías
7,11.
El texto de Isaías hace referencia a los extranjeros y a los eunucos que estaban
excluidos del templo pero advierte que en los tiempos mesiánicos, sí podrán dar
culto a Dios. Jesús con ese gesto está diciendo que en el acercamiento a Dios no
puede haber exclusivismos, que todos tienen derecho a acercarse a Dios, porque
Él ama a todos.
El culto que se hacía en el templo, despreciando a extranjeros eunucos y enfer-
mos, no podía agradar a Dios.
El texto de Jeremías, hace referencia a los israelitas que después de matar, adul-
terar, robar, etc. van al templo para hacer sus ofrendas sin una actitud mínima de
arrepentimiento y conversión, buscando únicamente una tranquilidad de concien-
cia.

Jesús y las autoridades religiosas


Si partimos del hecho de que Jesús invitó a buscar la verdad, no a poseerla y
guardarla como un tesoro, podremos adivinar la relación con aquellas autoridades
religiosas que se creían en posesión absoluta de la verdad y solo se preocupaban
de hacer cumplir la ley.
La ley o el ser humano, esta era la alternativa a la que Jesús tenía que enfrentar-
se. Las autoridades religiosas lo tenían claro. El hombre estaba hecho para el sá-
bado. Jesús se inclina totalmente del lado contrario, está junto al hombre. Aun
sabiendo que esa postura le costaría la vida, no dio nunca un paso atrás. Para él
la Ley, toda ley no es más que un medio para que todo ser humano pueda desple-
gar su humanidad.
Aunque debemos matizar mucho los relatos de los evangelios sobre las diatribas
de Jesús contra las autoridades religiosas (no debemos olvidar que están hechas
desde la posterior ruptura de los primeros cristianos con la sinagoga), no cabe du-
da que las críticas más duras que encontramos en los evangelios están dirigidas a
la clase dirigente de su pueblo y contra los que se creían los mejores cumplidores

41
de la ley, fariseos, saduceos...
No sólo en el lenguaje directo, sino con sus parábolas, está dando a entender que
esa manera de entender a Dios y al hombre no tiene nada de religiosa.
Pensemos que eran sus superiores en el orden religioso, que eran oficialmente los
representantes de Dios, que según la tradición judía todo el mundo estaba obliga-
do a obedecerles. Jesús no solo no les obedeció, sino que se encaró con ellos y les
hizo ver su hipócrita manera de actuar. "Cargan pesados fardos sobre los hombros
de los demás, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar."
De todas formas hemos de recordar que no todo era negativo en los grupos religio-
sos de la época de Jesús.
Podemos encontrar muchas afinidades de las actitudes y la predicación de Jesús,
con cada uno de los diferentes grupos.
Los letrados: con uno de ellos nos dice el evangelio coincidió totalmente y lo pre-
senta, como simpatizante suyo. Otro fue a verle de noche para que le explicara las
Escrituras.
Los fariseos: creyó como ellos en la resurrección y en los demonios. Confió como
ellos en una colaboración entre Dios y el hombre para la salvación.
Los saduceos: se identifica con ellos al rechazar la fidelidad a las tradiciones en la
que tanto hincapié hacían los fariseos y al conceder importancia a la religiosidad
privada que escapa al control social de lo público. Igualmente, considera el mundo
presente como lugar de salvación, relativizando la escatología.

Jesús y la libertad
Tal vez la primera característica del hombre Jesús sea su absoluta libertad. Aun-
que la palabra libertad ni siquiera se nombra en los evangelios sinópticos, la liber-
tad y la liberación del hombre constituyen de hecho un tema fundamental en la
predicación de Jesús.
La actitud fundamental de su vida estaba encaminada a liberar del demonio, del
pecado, de la muerte, de coacciones sociales y religiosas, de un yo cautivo, del
miedo y la inquietud. La predicación y la praxis de Jesús fueron una continua
llamada a ser libres. Sus seguidores encontraron en él liberación; esta sería la me-
jor prueba de que él mismo era libre. El entusiasmo que comunicó a sus seguido-
res brotaba de su actitud libre y liberadora.
Muchos cristianos han creído y algunos siguen creyendo que Jesús no era libre
como los demás hombres, que estaba pre-programado, precisamente por ser quien
era. Ciertamente no fue libre como los demás, fue más libre que nadie, porque era
más plenamente hombre.
Toda criatura es tanto más ella misma cuanto más es de Dios, su creador. Jesús
es hombre como solamente puede serlo Dios. La presencia de Dios no anula la
singularidad. Jesús fue siempre él mismo. Nunca tuvo que apoyarse en segurida-
des que vinieran de fuera.
Es triste que la Iglesia haya eliminado tantas veces la libertad del hombre en
nombre de Dios. En la historia del cristianismo, el nombre de Jesús ha significado
tanto libertad como esclavitud.

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Con demasiada frecuencia, sobre todo en la era moderna, los impulsos sociales
por alcanzar una verdadera libertad se han debido más a instancias simplemente
humanas que religiosas. Esto indica que la primera preocupación de las Iglesias
no ha sido el ser humano sino su propia seguridad y prestigio.
La libertad ha de provenir de la fuerza creadora del Espíritu. Libertad es vivir del
Espíritu. "Ama y haz lo que quieras". (S. Agustín) "Todo me está permitido." (Pablo)
La libertad que no tenga este fundamento será siempre disgregadora, será liberti-
naje, se convertirá en esclavitud.

Obediente solo a Dios


También es este un tema complicado, porque se trata de una realidad ambivalen-
te. Existe una obediencia servil que no tiene nada que ver con la de Jesús. Sería la
renuncia a ser uno mismo por comodidad; acomodarse a la manera de ser de otro,
renunciando al desarrollo de la propia personalidad.
Lo primero que hay que constatar es que la categoría de obediencia que en el NT
tenía un contenido cristológico, constitutivo del misterio de Jesús, ha quedado re-
ducida al aspecto ascético-religioso, como virtud moral y modelo de comporta-
miento para todos los hombres.
Para entender la importancia de la obediencia en la figura de Jesús, hay que recu-
perar el sentido profundo de su relación con su padre Dios. Descubrir lo que Dios
espera de cada ser humano, fue la tarea más acuciante que Jesús desarrolló du-
rante su vida. Su principal aportación fue decirnos que la voluntad de Dios no es-
tá en la Ley, sino en el corazón de cada ser humano.
"Obediencia" fue la palabra escogida por la primera comunidad para caracterizar
la vida y obra de Jesús en su totalidad. En ella se expresa la relación Hijo-Padre
como constitutiva del mismo ser de Jesús. Este misterio se expresa en la concien-
cia de Jesús de ser hombre y a pesar de ello, de no terminar en sí mismo, sino en
Dios-como-su-Padre. Está recibiendo ininterrumpidamente del Padre su ser y a la
vez está respondiendo sin reservas dándose totalmente al Padre.
En el mismo acto de recibir el ser, el hijo acepta la voluntad paterna como propia.
No renuncia a determinar por sí mismo su historia, pero lo hace dejándose condu-
cir por el Espíritu.
Sin embargo, la palabra obediencia, entendida por sus vinculaciones con la auto-
ridad y con el orden jurídico, es incapaz de sugerir todo esto. Cuando nos acerca-
mos a la persona de Jesús con nuestra categoría de obediencia quedamos descon-
certados, porque descubrimos que no fue obediente ni a sus padres, ni a los sa-
cerdotes, ni a la ley... y sin embargo, en el evangelio nos dice: "mi alimento es ha-
cer la voluntad de mi Padre."
Una voluntad que no le vino dada de un modo extraordinario, como si hubiera te-
nido hilo directo con Dios. Precisamente la tarea fundamental de Jesús, como la
de todo hombre, fue el conocimiento de lo que Dios esperaba de él. Todo su men-
saje consistió en comunicarnos sus descubrimientos sobre esa voluntad de Dios
para los hombres.

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LOS MILAGROS

Dentro de las relaciones de Jesús con los hombres de su tiempo lo que más sobre-
salió, para bien o para mal, fue el despliegue de poderes especiales para superar
dificultades de los demás. Tanto los amigos como los enemigos tuvieron que acep-
tar que Jesús era capaz de hacer "milagros".
El tema de los milagros es uno de los más complicados que se nos plantea hoy en
los evangelios. Cualquier solución demasiado simplista puede llevarnos a la dis-
torsión total del mensaje que se nos quiere trasmitir. El evangelio llama milagro a
acciones tan diversas que es imposible tratar el tema como si se tratara de una
sola realidad.
No tienen nada que ver 'andar sobre las aguas' y la resurrección de un muerto. Por
esta razón, es interesante analizar cada situación por separado y tratar de descu-
brir lo que tiene de hecho histórico y lo que tiene de mensaje teológico.
Hay que evitar caer en las trampas del racionalismo, pero tampoco podemos apar-
car la razón y todos los conocimientos que hoy tenemos sobre la realidad, sobre el
hombre y sobre Dios, a la hora de afrontar el tema.
Como siempre, lo importante no es la palabra, sino el concepto que cada uno pone
detrás de la palabra. En los evangelios y hasta la Edad Media se mantuvo un con-
cepto muy parecido de milagro. Ya en la Edad Media y, sobre todo con el raciona-
lismo, se cambió radicalmente el concepto, pasando a significar "una acción en
contra de las leyes de la naturaleza".
La problemática que hoy tenernos que afrontar, no existió durante los primeros
quince siglos de cristianismo. Ni los Padres de la Iglesia ni los grandes teólogos de
la Edad Media pusieron en duda que los milagros fueran una manifestación del
poder de Dios. El Dios todopoderoso podía hacer cuanto quisiera, donde quisiera y
cuando quisiera. Sto. Tomás todavía creía que detrás de cada astro, había un án-
gel que lo empujaba.
El evangelio no emplea nunca la palabra estricta de milagro, en griego «thauma»,
en latín "miraculum", que significa acción maravillosa; sino que habla de «seme-
lla», signos o señales. Por otra parte, en tiempo de Jesús no se planteaba el mila-
gro, como lo hacemos hoy, como «acción que va en contra de las leyes de la natu-
raleza». No existía la idea de causalidad, para ellos todo estaba bajo el control de la
acción de Dios que hacía y deshacía según su voluntad.
Es notoria la importancia que dan los evangelios a los milagros. No podemos des-
pachar el tema diciendo que son fantasías, sin conexión alguna con la realidad.
Baste recordar que en el evangelio de Marcos ocupan más del treinta por ciento
del total.
Si eliminásemos de los evangelios los relatos de milagros, se harían incomprensi-
bles a todas luces. No tenemos más remedio que afrontar el tema, aunque nos
obligue a muchas matizaciones y cautelas. Si en su tiempo ya fue polémico, no
nos vamos a librar hoy de las dificultades que encierra.

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Es difícil escapar a la tentación de utilizarlos para una cómoda argumentación a
favor de la divinidad de Jesús. Algunas indicaciones de los mismos evangelios van
ya en este sentido, aunque en otras muchas ocasiones, nos ponen en guardia so-
bre la necesidad de lo extraordinario para llegar a Dios.
Ni en tiempos de Jesús ni en ningún otro período de la historia, se ha puesto en
duda la existencia de hechos extraordinarios que resultaban inexplicables a la
gente que los contemplaban. Los milagros en sentido amplio son el pan nuestro de
cada día en todos los tiempos.
La cuestión no es si Jesús hizo o no hizo milagros. Las preguntas que nos debe-
mos hacer hoy podrían ser: ¿Qué hizo Jesús realmente? ¿Qué intentaba Jesús al
realizar esas acciones? ¿Qué intentaron trasmitirnos los cristianos al relatar esos
acontecimientos?
Que Jesús realizó obras extraordinarias que se llamaban milagros, tuvieron que
aceptarlo hasta los enemigos más acérrimos. Pero el hecho de que una misma ac-
ción de Jesús fuera interpretada por unos como acción de Dios y por otros como
acción del demonio, es tan significativo, que nos abre la primera pista para poder
acercarnos al verdadero sentido de los milagros obrados por Jesús.
Nos pone en un verdadero aprieto el hecho de que Jesús, después de los cuarenta
días de ayuno, interpretara la posibilidad de hacer milagros como una tentación.
Durante su vida pública rechaza esa tentación de hacer milagros para legitimar su
persona o su mensaje.
Con frecuencia, el mismo Jesús se queja de que, milagros que ha realizado con
otro objetivo, se interpreten de esa manera. Todavía más, cuando se refiere a los
falsos profetas que aparecerán al fin de los tiempos, de ellos dice que realizarán
grandes signos.
Jesús realiza los signos, siempre en favor de los demás, nunca en favor suyo. Con
ello está demostrando que el Reino de Dios está cerca, porque para aquella gente,
la enfermedad era siempre signo de que la fuerza del mal prevalecía sobre el poder
de Dios. De hecho, cualquier enfermedad permanente, excluía de las relaciones
con Dios. Con sus curaciones Jesús viene a demostrar que el reino del bien ha lle-
gado.
Ya los profetas habían anunciado los tiempos mesiánicos como tiempos en los que
el bien prevalecería sobre el mal. Jesús asume esta manera de ver las cosas cuan-
do contesta a los enviados de Juan:" id y contad a Juan lo que habéis visto: los
ciegos ven, los cojos andan..." Les decía esto, no para que vieran lo poderoso que
era él, sino para que recordaran lo que habían dicho los profetas del Mesías.
La pregunta de si Jesús realizó milagros en el sentido estricto y moderno del tér-
mino, no tiene sentido porque en aquella época nadie se planteaba ese problema.
Si a pesar de todo nos la planteamos, tenemos muchas razones para poner en du-
da su posibilidad física y además, su oportunidad moral, partiendo principalmente
de su manera de ser y de actuar.
El mensaje de las bienaventuranzas es radicalmente opuesto al que se puede de-
ducir de los milagros que van encaminados a solucionar problemas materiales. Si
el que llora y el que pasa hambre puede ser feliz, ¿qué sentido tiene poner tanto
énfasis en eliminar esas carencias?

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Para Jesús, el enemigo del ser humano no es la naturaleza y sus limitaciones, sino
el mal que impide al ser humano desarrollarse como persona. La naturaleza (y to-
das sus leyes), como obra de Dios es siempre buena, aunque con demasiada fre-
cuencia se vuelva contra nosotros y nos aplaste con su fuerza destructora. No tie-
ne mucho sentido que Dios tenga que rectificar su propia obra.
También, partiendo del mismo concepto moderno de milagro (una acción en contra
de las leyes de la naturaleza), se nos hace hoy muy complicado poder aceptarlo.
Sabemos que todo efecto es producido por una causa, pero esa tiene que ser de la
misma naturaleza para que pueda interactuar. ¿Cómo puede una energía divina
actuar directamente sobre un objeto material?
Antiguamente se creía que todo estaba bajo la influencia de esa fuerza divina, ac-
tuando según la voluntad puntual de Dios. Hoy creemos que todo lo que tenía que
hacer Dios, ya lo ha hecho. Parece que por fin le hemos dejado descansar.
Lo que intentaron los primeros cristianos con los relatos de milagros, puede no
coincidir con lo que intentó Jesús. De hecho vemos que muchos de ellos están re-
latados con la expresa intención de legitimar la predicación y la divinidad de Je-
sús, tan cuestionada por sus adversarios.
De esta manera, muchas veces, lo importante no es el relato, sino la intención del
que lo relata. Si lo que se pretende es comunicar una enseñanza, que lo que se
relata se ajuste a la realidad de lo sucedido, no tiene mayor importancia.
En el relato de la moneda que Pedro encontrará en la boca del pez, nadie se va a
creer que sucedió así, pero quiere enseñarnos que al que busca de verdad el reino
de Dios, todo lo demás se le dará por añadidura. En realidad es una parábola.
En el relato de la tempestad calmada, se quiere poner de manifiesto la falta de
confianza de los discípulos en su maestro. El que Jesús estuviera durmiendo
mientras ellos estaban muertos de miedo quiere indicar que la confianza de los
discípulos en Jesús aún no estaba consolidada. Por eso Jesús les echa en cara esa
desconfianza; pero a la vez el hecho de descubrir que se preocupa por ellos les de-
vuelve la fe perdida.
En realidad lo que hace Jesús es demostrarles que no es necesario el milagro, cosa
que ellos estaban obligados a saber porque llevaban ya mucho tiempo con Jesús.
Cuando un niño, asustado por un trueno, corre a arrojarse en los brazos de su
madre, se encuentra allí a gusto y tranquilo aunque la tormenta continúe...
Otra de las pistas más valiosas a la hora de interpretar lo que realmente pasó, lo
tenemos en la manera de relatar cada milagro. Por ejemplo, la insistencia en la
necesidad de la fe para que el milagro se produzca, hasta el punto de decir: «todo
es posible al que tiene fe».
En casi todos los milagros se hace referencia a esta actitud de fe en los destinata-
rios del milagro; incluso se llega a decir en una ocasión: «No pudo hacer allí mu-
chos milagros, porque les faltaba fe". En otra ocasión, la curación de la hemorroi-
sa, la fe es la única causa del milagro.
Todo esto demuestra que el milagro no es nunca una acción unilateral de Jesús,
sino una relación entre, la actitud de la persona que padece una limitación radical
y confía en que puede ser superada por la calidad de otra persona, y la actitud de
Jesús, que responde a las expectativas de esa persona.

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También se habla con frecuencia, de los efectos que tienen muchos milagros en el
aumento de la confianza de los protagonistas; lo cual nos da a entender que la fe-
confianza es la base, pero también el objetivo de los milagros.
Esto nos abre la puerta a la consideración de los milagros desde otra perspectiva.
Me refiero a la amplia gama de fenómenos paranormales que desde hace varios
siglos se vienen investigando y que pueden dar nuevas pistas para explicar hechos
que hasta la fecha se explicaron como milagros o fruto de fuerzas desconocidas.
Entre muchos otros podemos citar la telepatía, la clarividencia, la precognición, la
hipnosis, la psicokinesis. A pesar de la enorme proporción de fraude que en estas
cuestiones existe, no cabe duda de que, todos estos fenómenos están siendo muy
bien analizados por estudios serios. Muchas universidades llevan años con depar-
tamentos dedicados a estas cuestiones y el interés no ha hecho más que aumen-
tar.
Es verdad que existe una gran reticencia a calificar como científicos los ingentes
estudios que se están llevando a cabo sobre estas materias, pero eso no puede
contrarrestar la existencia contrastada de dichos fenómenos.
Hoy ya no cabe duda alguna sobre la influencia de lo psíquico sobre lo somático.
Es un hecho aceptado la posibilidad de actuación sobre la realidad material más
allá del contacto físico perceptible. Esta constatación hace que el calificativo de
milagro se vaya reduciendo a pasos agigantados. Estoy seguro de que llegará un
momento en que no sea preciso utilizar ese concepto para nada.
Hoy sabemos que muchas de las acciones que se consideraron milagro en tiempo
de Jesús, podríamos explicarlas con los conocimientos que tenemos sobre la ma-
nera de actuar la biología del ser humano y sus complicados mecanismos. Nos
consta que la salud no depende exclusivamente del ADN, sino que la relación con
el medio determina la mejor o peor supervivencia, no solo de cada individuo, sino
de cada célula.
El buen funcionamiento de una célula puede depender de la polaridad de una mo-
lécula. Esa polaridad la determina una infinitesimal carga eléctrica que puede va-
riar por un mínimo cambio en el entorno. La salud o la enfermedad dependen de
cambios imperceptibles en el conjunto del organismo, que no siempre dependen de
los agentes externos, sino de la reacción de cada individuo a cada estímulo que
recibe.
Desde la perspectiva religiosa, podemos considerar los milagros como símbolos de
la victoria de las fuerzas benéficas de Dios a través de Jesús, frente a las fuerzas
maléficas del diablo o de la naturaleza hostil. Esta es la razón por la que se da
cuenta de ellos y ahí radica el mensaje que nosotros debemos extraer.
Qué puede asegurarse de histórico en cada caso es muy difícil de precisar. Al ana-
lizar cada uno de los milagros, iremos señalando algún criterio, nunca seguro.
Mucho más importante será descubrir el mensaje teológico que se encierra en ca-
da uno de los relatos.

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LOS "SIGNOS" DEL EVANGELIO DE JUAN

Empezamos con el evangelio de Juan, porque es el que deja muy claro que los "mi-
lagros" no son más que signos de lo que Jesús quiere trasmitir. Son muy pocos los
milagros que narra, y en todos los casos, trata de dar sentido espiritual a lo que
acaba de hacer Jesús.
Después de la boda de Caná nos dirá expresamente: "este fue el primer signo que
hizo Jesús" y nos da ya el porqué de la realización de esos signos. Nunca Juan
desvincula el milagro del objetivo espiritual que le da sentido.

Conversión del agua en vino (Jn, 2)


Dado el carácter simbólico de todo el evangelio de Juan, es fácil interpretar tam-
bién este pasaje como simbólico. Es un relato fantástico, en el doble sentido de la
palabra: por una parte es fruto de la fantasía religiosa y por otros es genial, en
cuanto que con un relato sencillo nos abre a un sin fin de sugerencias religiosas.
Analizando someramente el texto, nos daremos cuenta de que todo en el relato es
metáfora y, cuando digo todo, quiero decir todo.
Es muy poco probable que en una casa particular hubiera seis tinajas de piedra
de cien litros cada una. En el relato se les da la máxima importancia. Siete era el
número mágico que expresaba plenitud. Seis era por tanto un número incompleto.
Eran de piedra como las tablas de la Ley. Estaban vacías. Destinadas a la purifi-
cación de los judíos.
Simbolismo: las tinajas representan la antigua alianza, ya ineficaz, porque el agua
solo purifica y limpia el exterior. La nueva purificación se hará con vino que pene-
tra dentro y transforma el interior del hombre.
Sólo después de beberlo se da cuenta el mayordomo de lo bueno que es. Esta inte-
rioridad es parte de la oferta original de Jesús. La acción de Dios no admite inter-
mediarios.
El vino es símbolo del amor en el AT. Sin vino no puede haber fiesta y menos aún,
boda. La nueva relación con Dios estará basada en el amor, no en la Ley. El vino-
amor establece una relación inmediata y vital.
Lo que normalmente llamamos "el milagro" pasa casi desapercibido. Ni siquiera
nos dice cuándo ni dónde se convierte el agua en vino. Sabemos que no fue en las
tinajas, porque el texto dice: "los criados sí lo sabían porque habían sacado el
agua". No sabemos si se transformó en el cántaro, o en la copa de la que se bebía,
o una vez bebido.
La boda en el AT era símbolo de la fidelidad de Dios (esposo) a su pueblo (esposa).
Es de notar que no nos dice absolutamente nada de los novios; ni quienes eran ni
qué relación tenían con Jesús.
Otro elemento significativo es la Madre. El verbo utilizado para indicar su presen-
cia, significa en griego y en latín, «estar de pie», firme y plantado, destacando la
importancia de la presencia. Ella pertenece a la alianza antigua, pero vislumbra ya

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la nueva en Jesús. Es completamente inverosímil que María pidiera a Jesús un
milagro. Nunca se había atribuido al Mesías hacer milagros, ni Jesús se había
manifestado aún como tal.
El relato no quiere hacer hincapié en la relación familiar entre Jesús y María. Por
eso no le llama hijo, ni Jesús le llama Madre.
El primer paso para remediar la falta de amor, es mostrarle la carencia: "No tienen
vino". No se dirige al presidente, ni al novio, que sería lo lógico. Se dirige a Jesús,
que para Juan es el único que puede aportar la salvación que Israel necesita. El
mayordomo representa la jerarquía religiosa.
Los jerarcas nunca se enteraron de la falta de vino. Les parecía normal que no se
experimentara el amor de Dios, porque esa falta de amor era la base de su poder
sobre el pueblo. Los dirigentes religiosos no se habían enterado de la oferta del
amor de Dios. Reconocen la calidad del vino, pero no descubren de dónde viene.
No son capaces de aceptar que lo nuevo sea mejor que lo antiguo. Para Juan, fue
esta actitud la que les impidió aceptar el mensaje de Jesús.
El mensaje sigue siendo para nosotros muy simple, pero demoledor. Ni ritos ni
abluciones pueden purificar al ser humano. Solo cuando se saboree el vino-amor,
quedará todo él limpio y purificado. Cuando descubramos a Dios dentro de noso-
tros y sea identificado con todo nuestro ser, seremos capaces de vivir la inmensa
alegría que nace de la unidad. Que nadie te engañe. El mejor vino está sin escan-
ciar, está escondido en el centro de ti mismo.

El criado o hijo del funcionario real (Jn 4,43-54) (Mt 8,5-13) (Lc 7,1-10)
Juan habla de hijo y Mateo y Lucas hablan de criado. En Mateo y Juan, el mismo
funcionario viene a hacer la petición a Jesús. En Lucas, no se siente digno y man-
da a unos ancianos judíos para pedírselo. Además los enviados hablan muy bien
de él y ruegan a Jesús que se lo conceda.
Hay otra diferencia notable. En Mateo y Lucas, el centurión se opone a que Jesús
entre en su casa por sentirse indigno y recuerda a Jesús, que no es necesaria su
presencia para que se produzca la curación, y hace una protesta de confianza que
arranca palabras de admiración por parte de Jesús: "Os aseguro que no he encon-
trado en Israel una fe tan grande". En el caso de Juan, el centurión pide a Jesús
que baje a su casa. Pero es Jesús el que, sin más, cura sin tener que bajar.
A pesar de las diferencias, los especialistas creen que se trata del mismo episodio.
Se está hablando de un personaje con cierta categoría y sobre todo con poder. Al-
guien que está bajo su autoridad y custodia está gravemente enfermo. Él no puede
hacer nada y pide ayuda a Jesús. El centurión admite que el poder terreno no sir-
ve para salvar al hombre, pero confía en el poder de Jesús.
En el evangelio de Juan, hay un inciso muy interesante. Jesús se queja de que
necesiten de los signos para creer. No se sabe muy bien si se refiere al funcionario
o a los judíos que van a pedirle la curación, pero nos advierte de que lo que va a
suceder es sobre todo un signo.
En ningún caso se da mayor importancia al hecho de la curación. Se deja cons-
tancia de que el muchacho se curó y punto.
Al final, solo Juan narra que el funcionario creyó al constatar la curación. Preci-

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samente ese final es el que pretenden todos los signos en el evangelio de Juan. Los
milagros-signos arrancan de la fe y concluyen con un aumento de la misma.

El paralítico de Betsaida (Jn 5)


El paralítico es figura de todos los oprimidos. Esta acción da ocasión a Jesús para
definir cuál es su misión. Jesús viene a dar la libertad a los hombres para que
puedan tomar sus propias decisiones. En muchos casos, esa libertad requiere la
ayuda de los demás, porque hay limitaciones radicales que nos impiden desplegar-
la.
Se trata de un hombre en condiciones infrahumanas, incapaz de movimiento, sin
creatividad ni iniciativa. Jesús le ofrece la salud, pero para ir a lo más hondo del
hombre, no es posible sin su colaboración. La vida que le ofrece es sobre todo li-
bertad y capacidad de acción.
Jesús le da una triple orden: ¡levántate!, ¡coge tu camilla!, ¡vete! Cualquiera de
ellas era ya milagro, pero cada una tiene un significado distinto. No le coge y le
levanta, sino que le dice que él puede y debe levantarse. Emplea el mismo verbo
que en la resurrección de Lázaro. Está significando una vuelta a la Vida, no una
simple curación.
El cargar con la camilla tiene también un hondo sentido. Recordemos que la nom-
bra cuatro veces. El enfermo dependía de la camilla, a donde le dejaban y de la
que no podía escapar. Ahora es él el dueño de la situación. No solo puede salir del
espacio acotado, sino que es dueño de ese mismo espacio que antes le tenía limi-
tado.
¡Vete! Es decir vive por tu cuenta, decídete a tomar tus propias decisiones y sacú-
dete el yugo de la dependencia de los demás, que no te dejaba ser tú mismo. Este
miedo a vivir es la causa de la mayoría de las limitaciones (enfermedades) que pa-
decemos los humanos. Confiar en la vida es el único camino para llegar a ser no-
sotros mismos.
No le pone condiciones ni le exige nada, ni siquiera se le ha dado a conocer. Le li-
bró del pasado (cargó con su camilla), y le empujó hacia el futuro (echó a andar).
Para escapar de la esclavitud se requiere poder caminar como en el desierto. Es él
el que tiene que ser dueño de sus actos. Ahora está capacitado para tomar sus
propias decisiones.
Como en todos los milagros narrados por Juan, después del milagro, sigue la en-
señanza teológica. Los fariseos arremeten contra él porque le ven llevar la camilla.
Era sábado. Pero las palabras de Jesús le hacen sentirse libre de la Ley. El que fue
capaz de darle la salud, podía con más razón, darle la libertad.
Esta curación tiene un epílogo muy interesante. Su mensaje es tan importante o
más que el de la curación. Jesús le busca, le encuentra en el templo y le dice: "Has
quedado curado, no peques ya más no sea que te suceda algo peor".
Para entender estas palabras hay que tener en cuenta que para Jesús, pecar no
era ir contra la Ley, sino ir contra la Vida. Si el paralítico se vuelve a cobijar bajo
la Ley y el templo, que provocaban la injusticia, quiere decir que renuncia a la Vi-
da que Jesús le acaba de otorgar. El resultado será la "muerte", algo mucho peor
que la enfermedad que padecía antes.

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El valor de este hecho queda resaltado por el discurso que sigue, en el que Jesús
trata de explicar su íntima relación con su Padre. Naturalmente se trata de una
cristología muy avanzada de finales del siglo I. Aun así, es una mina para descu-
brir lo que pensaba aquella comunidad de la figura de Jesús y el contenido de los
signos que hacía con los marginados.

Multiplicación de los panes


(3n 6,5-13) (Mt 14,13-21 y 15,32-38) (Mc 6,35-43 y 8,1-9) (Lc 9,12-17)
En total nos han llegado en los cuatro evangelios seis relatos de lo que parece ser
el mismo hecho. Tampoco es de extrañar que hechos muy similares se hubieran
repetido varias veces durante su vida pública. Dada la manera de actuar de Jesús
con la gente, seguramente se encontraron muchas veces en situaciones parecidas
a las que se describen en el relato.
Con los conocimientos exegéticos que hoy tenemos de los textos bíblicos, no po-
demos seguir entendiendo este relato en sentido literal, como si por arte de birli-
birloque hubiera aparecido pan y peces por todas partes, partiendo de unos pocos.
Es más, entendido como un milagro material, nos quedamos sin el verdadero
mensaje del evangelio.
Podríamos decir que es una parábola en acción. También hacen falta "oídos" y
"ojos" bien abiertos para entenderla. Como parábola, el punto de inflexión del rela-
to está en las palabras de Jesús: "dadles vosotros de comer". Jesús sabía que eso
era imposible. Ni tenían dinero suficiente para comprar tanto pan, ni había dónde
comprarlo.
No podemos seguir hablando de multiplicación de panes y peces gracias a un po-
der divino de Jesús o de Dios manipulado por Jesús. Si Dios pudo hacer un mila-
gro para saciar el hambre de los que llevaban un día sin comer, con mucha más
razón tendría que hacerlo para librar hoy de la muerte a millones de personas que
van a morir de hambre en el Cuerno de África.
Tampoco podemos utilizar este relato como un argumento para demostrar la divi-
nidad de Jesús. El sentido de la vida de Jesús salta hecha añicos cuando supo-
nemos que era un ser humano, pero con el recurso a la divinidad, para poder uti-
lizarla en cuanto fuera preciso.
Hay que tener en cuenta que en aquel tiempo no se podía repostar por el camino.
Todo el que salía de casa para un tiempo, iba provisto de alimento para todo ese
tiempo.
Si el contacto con Jesús y el ejemplo de los apóstoles les empujó a poner cada uno
lo que tenía al servicio de todos, estamos ante un ejemplo de respuesta a la com-
pasión y generosidad que Jesús predicaba. Éste es el verdadero milagro, que un
grupo tan numeroso de personas compartiera todo lo que tenían hasta conseguir
que nadie pasara necesidad de alimento.
Si tenemos "ojos" y "oídos" abiertos, en el mismo relato podemos hallar las claves
para una correcta interpretación. Unas veces los discípulos y otras el mismo Je-
sús, se dan cuenta del problema de la gente. Los discípulos actúan con toda lógi-
ca: es su problema, ellos tienen que solucionárselo. Jesús no acepta esa postura,
sino que les propone una solución mucho menos sensata: "dadles vosotros de co-
mer".

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Él sabía que no tenían pan para tantas personas. Aquí empieza la necesidad de
entenderlo de otra manera. Ya Moisés, Elías y Eliseo dieron de comer a la multitud
en el desierto o en períodos de sequía y hambre. Se quiere sugerir que Jesús cum-
ple en plenitud las figuras del AT. También hay que tener en cuenta que la Escri-
tura era la comida espiritual del pueblo.
Doctrina se dice en arameo "hamira". Pan se dice "amira". Junto al lago, los ali-
mentos básicos de la gente, eran el pan y los peces. Símbolos no faltan. Los libros
de la Ley eran cinco; y dos el resto de la Escritura: Profetas y Escritos. El número
siete (5+2) es símbolo de plenitud (seguramente el más empleado en la Biblia.
También el número de los que comieron (cien grupos de cincuenta) es simbólico.
Los doce cestos aluden a las doce tribus. Es el pan compartido el que debe alimen-
tar al nuevo pueblo de Dios. La mirada al cielo, el recostarse en la hierba, etc. son
los elementos que nos permiten interpretar el relato, más allá de la letra.
El evangelio nos da continuos ejemplos de cómo Jesús se preocupó de las necesi-
dades materiales de la gente. Pero también se quejó de que le entendieran mal, y
terminaran creyendo que había venido para eso. "Me buscáis no porque habéis
visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros."
Cuando Jesús se retiró al desierto, después del bautismo, la conversión de las
piedras en panes, se presenta como tentación. El ver a Jesús como un "taumatur-
go" hacedor de milagros, está ya muy criticado en los mismos evangelios.
Seguir creyendo en el siglo XXI en milagros (tal como la mayoría los entiende) para
solucionar los problemas, es la mejor demostración de nuestra falta de madurez
religiosa. Es también una demostración de que nuestra idea de Dios sigue siendo
arcaica e interesada.
El verdadero sentido del texto está en otra parte. La dinámica normal de la vida
nos dice que el "pan" indispensable para la vida, tenemos que conseguirlo con di-
nero; porque alguien lo acapara y no lo deja llegar a su destino, más que, cum-
pliendo unas condiciones que el que lo acaparó impone: el "precio".
Lo que hace Jesús es librar el pan de ese acaparamiento injusto. La mirada al cie-
lo y la bendición son el reconocimiento de que Dios es el único dueño y que a Él
hay que agradecer el don. Liberado del acaparamiento, el pan, imprescindible para
la vida, llega a todos sin tener que pagar un precio por él.
Jesús, primero siente compasión de la gente, y después, invita a compartir. Jesús
no pidió a Dios que solucionara el problema, sino que se lo pidió a sus discípulos.
Aunque en su esquema mental no encontraron solución, lo cierto es que, todo lo
que tenían, lo pusieron a disposición de todos. Esta actitud desencadena el prodi-
gio: la generosidad se contagia y produce el "milagro". Cuando se dejan de acapa-
rar los bienes, llegan a todos.
El verdadero mensaje de este evangelio, está en que, cada vez que se comparte el
pan, se hace presente a Dios que es amor. No hay otra manera de acercarnos a
Dios y de acercar a Dios a los demás. El pan que verdaderamente alimenta, no es
el pan que se come, sino el pan que se da. Fruto de ese compartir no es solo saciar
las necesidades del otro, sino identificarse con Dios, descubierto en el otro.
Lo único que espera Dios de cada uno de nosotros, es que me compadezca del que
sufre. Si de nuestra relación con Dios no se desprende esta exigencia, podemos

52
estar seguros de que nuestra religión es falsa. Si no veo a Dios en el que muere de
hambre, mi dios es un ídolo que yo me he fabricado.

Camina sobre las aguas y calma la tempestad (Jn 6,16-21)


Como en el caso de la multiplicación de los panes, tenemos seis relatos sobre el
mismo tema. Podemos hacer dos grupos:
En el primero, ocurre después de una multiplicación de panes y Jesús llega a la
barca caminando sobre el agua (Mt 14,24-30; Mc 6,45-52; Jn 6,16-21)
En el otro, se presenta a Jesús dormido en la barca (Mt 8,23-27; Mc 4,35-41; Lc
8,22-25)
Tres de estos relatos se colocan después de una multiplicación de panes, tras ha-
ber subido Jesús a la montaña para orar. En Mateo y Marcos, él mismo invita a
los discípulos a embarcar para ir a la otra orilla. Quiere quedarse a solas para co-
nectar con el Padre y asimilar todo lo ocurrido. En Juan son ellos los que deciden
marcharse sin esperarle, cabreados porque no consintió los honores que la multi-
tud estaba dispuesta a rendirle.
Los otros tres relatos presentan un contexto distinto: Jesús embarca con sus dis-
cípulos y se duerme durante la travesía. El mensaje es ligeramente diferente. Aquí
se quiere resaltar que Jesús está siempre presente, aunque no lo parezca; por lo
tanto no tiene sentido el miedo ni la zozobra por no sentir sensiblemente su ac-
tuación.
Todos estos relatos tienen en común que la tempestad, más o menos insinuada, se
calma. Se parecen mucho a los relatos de apariciones.
Esto nos empuja a una interpretación simbólica a la que no afecta para nada que
el hecho sea exactamente histórico. Algunos exegetas sugieren que podría tratarse
de un relato de Jesús resucitado, que hubieran colocado más tarde en el contexto
de la vida real.
Los relatos, aunque sean historias legendarias, tienen una clara lógica interna.
Jesús, después de un día ajetreado, se eleva al ámbito de lo divino que es su lugar
propio. Como Moisés la segunda vez que sube al Sinaí, va solo. Nadie le sigue en
esa cercanía a la esfera de lo divino. La multitud sólo piensa en comer. Los apósto-
les sólo piensan en medrar. Para defenderse de estas tentaciones, Jesús se pone a
orar. Orar es descubrir su auténtico ser, darse cuenta de lo que hay de Dios en él
para poder vivirlo.
Es muy interesante descubrir en los evangelios que Jesús necesita de la oración
para conectar con Dios, desbaratando así, la idea simplista que tenemos, de que él
era Dios sin más. Jesús, como ser humano enfrascado en la vida, tiene necesidad
de contrarrestar esa inercia de la naturaleza con momentos de auténtica contem-
plación.
Los discípulos buscan lejos de Jesús la seguridad que él les niega. En realidad en-
cuentran la oscuridad, la zozobra, el miedo. Las aguas turbulentas representan
las fuerzas del mal. Son el signo del caos, de la destrucción, de la muerte. Jesús
camina sobre todo esto. En el AT se dice expresamente que solo Dios puede cami-
nar sobre el dorso del océano. Al caminar Jesús sobre las aguas, se están diciendo
dos cosas: Que domina sobre las fuerzas del mal y que es Dios.

53
En este relato podemos apreciar la visión certera que de Jesús tenía aquella pri-
mera comunidad. Era verdadero hombre y como tal, tenía necesidad de la oración
para descubrir lo que era y superar la tentación de quedarse en lo material. Al
caminar sobre el mar, está demostrando que era también verdadero Dios.
El miedo, la admiración o confesión final que encontramos en los relatos, es la
confirmación de esta experiencia. Estas actitudes apuntan también a un relato
pascual, porque solo después de la experiencia de la resurrección, confesaron los
apóstoles su divinidad.
La barca es símbolo de la nueva comunidad. Las dificultades que atraviesan los
apóstoles, son consecuencia del alejamiento de Jesús. Esto se aprecia mejor en el
evangelio de Juan, que deja muy claro que fueron ellos los que decidieron mar-
charse sin esperar a Jesús. Se alejan malhumorados porque Jesús no aceptó las
aclamaciones de la gente saciada.
Aunque ellos le abandonan, Jesús no les abandona a ellos y va en su busca. Para
ellos Jesús es un "fantasma"; está en las nubes y no pisa tierra. No responde a sus
intereses y es incompatible con sus pretensiones. Su cercanía, sin embargo, les
hace descubrir al verdadero Jesús.
El miedo es el primer efecto de toda teofanía. El ser humano no se encuentra bien
en presencia de lo divino. Hay algo en esa presencia de Dios que le inquieta. La
presencia del Dios auténtico no da seguridades, sino zozobra; seguramente porque
el verdadero Dios no se deja manipular, es incontrolable y nos desborda. La res-
puesta de Jesús a los gritos (miedo), es una clara alusión al episodio de Moisés
ante la zarza. El "ego eimi" (yo soy) en boca de Jesús es una clara alusión a su di-
vinidad.
Estos textos están llenos de enseñanzas para nosotros hoy. El verdadero Dios no
puede llegar a nosotros desde fuera y a través de los sentidos. No podemos verlo ni
oírlo ni tocarlo, ni olerlo, ni gustarlo. Tampoco llegará a través de la especulación y
los razonamientos. Dios no tiene más que un camino para llegar a nosotros: nues-
tro propio ser. Su acción no se puede sentir. Esa presencia de Dios, solo puede ser
vivida.
El budismo tiene una frase, a primera vista tremenda: "si te encuentras con el
Buda, mátalo". Lo mismo podríamos decir nosotros, si te encuentras con dios, má-
talo. Ese dios es falso, es una creación de tu imaginación; es un ídolo. Si lo buscas
fuera de ti, estas persiguiendo un fantasma.
Hoy tenemos que afrontar la misma disyuntiva. O mantener a toda costa nuestro
ídolo o marchar en busca del verdadero Dios. La tentación sigue siendo la misma,
intentar mantener a toda costa el dios ídolo que hemos pulido y acicalado durante
dos mil años. Nunca lo encontraremos.
Esta es la causa de que se alejen de las instituciones los que mejor dispuestos es-
tán. Los que no aceptan los falsos dioses que nos empeñamos en venderles. Se
encuentran, en cambio, muy a gusto con ese "dios" los que no quieren perder las
seguridades que les da un dios fabricado a nuestra medida.

El ciego de nacimiento (Jn 9,1-38)


Como todo el evangelio de Juan, el relato es simbólico. Con él se está proponiendo

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un proceso catecumenal que lleva al hombre de las tinieblas a la luz; de la opre-
sión a la libertad; de no ser nada a ser humano. Jesús tiene que alejarse del tem-
plo huyendo de los fariseos que querían apedrearle por haber dicho: "Yo soy la luz
del mundo". Lo que ha dicho lo repite y lo va a demostrar con hechos en este rela-
to.
El ciego de nacimiento, no sabe lo que era la luz, por eso Jesús toma la iniciativa.
Sin embargo le deja en libertad para seguir o no sus indicaciones. Le ofrece la
oportunidad de dar un paso hacia la luz, pero la decisión tiene que tomarla él. Los
demás personajes del relato no se enteran de esa posibilidad. Fariseos, apóstoles,
paisanos, padres son símbolos de la dificultad de aceptar la luz cuando amenaza
con iluminar lo que no queremos ver.
Le untó barro en los ojos. El barro, es la mezcla de la tierra y la saliva (espíritu).
Esta unión de tierra y Espíritu, es el proyecto de Dios, realizado ya en Jesús y con
posibilidad de realizarse en todos los seres humanos. Al usar el verbo untar-ungir,
pone la acción en relación con el apelativo de "Mesías".
Aquí está la clave de todo el relato. El ciego es ahora un "ungido", como Jesús. El
hombre, que era carne ha sido transformado por el Espíritu. La duda de la gente
sobre la identidad del ciego, refleja la increíble novedad que produce el Espíritu.
Sigue siendo el mismo, pero a la vez es completamente otro, irreconocible.
Hay gran diferencia entre el hombre sin iniciativa ni libertad y el hombre libre. De
ahí que el ciego utilice las mismas palabras que tantas veces en Juan utiliza Jesús
para identificarse: "Soy yo". Esta fórmula refleja la identidad del hombre transfor-
mado por el Espíritu. Descubre el cambio que se ha operado en su persona y quie-
re que los demás lo vean.
El relato quiere dejar muy claro que el ciego escoge libremente la luz. Siguiendo el
camino que Jesús le marca, llega a la meta deseada, ver. Como en los demás mila-
gros narrados por Juan, no da ninguna importancia al hecho de la curación física.
Lo despacha con media línea. Lo que de verdad importa es que este hombre estaba
limitado y carecía de toda libertad antes de encontrarse con Jesús.
Ahora descubre lo que significa ser hombre y se siente completamente realizado.
El Espíritu le ha capacitado para desplegar todas las posibilidades de ser. Se abre
un nuevo horizonte para él. La realidad entera ha cambiado radicalmente. Su vida,
que dependía de los demás y no tenía interés alguno, se llena de sentido. Pierde
todo miedo y comienza a ser él mismo, en su interior y ante los demás.
La doble mención de untar-ungir y la de la piscina, término que era utilizado para
designar la fuente bautismal, nos muestra que se está construyendo este relato a
partir de los ritos de iniciación de la primera comunidad. Esto es muy importante
a la hora de descubrir los simbolismos del relato.
No se había mencionado que el ciego era mendigo (pedía limosna, sentado). Estaba
inmóvil, impotente, dependiendo de los demás. Este punto de partida es clave para
resaltar el punto de llegada. Jesús le va a dar la independencia y la movilidad. Le
hace hombre completo. Lo que el cristianismo puede aportar al ser humano es
precisamente esto: la posibilidad de ser plenamente humano.
Los fariseos no se alegran del bien del hombre; lo humano se analiza sólo a través
de lo legal. Los fariseos acuden a los padres para desvirtuar el hecho que no pue-

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den negar. Los padres tienen miedo a los fariseos, porque estaban sometidos.
La pregunta que les hacen los fariseos, es triple: ¿es vuestro hijo? ¿Nació ciego?
¿Cómo recobró la vista?
Los padres no se atreven a contestar a la tercera, la más importante. No quieren
verse afectados por alguna complicidad con el hecho. Ante los fariseos, los padres
temen que pueda considerarse un crimen que el ciego vea, por ello quieren eludir
toda responsabilidad. Tienen miedo de ser expulsados de la institución. Están
atemorizados, porque no pueden imaginar que exista otra salida.
Al fallarles la argucia empleada con los padres, quieren, por todos los medios, que
el ciego se ponga de su parte, aun en contra de la evidencia. Ellos ya han conde-
nado a Jesús en nombre de la moral oficial y pretenden que le condene también el
que ha sido curado. Ellos lo tienen claro, Dios no puede estar de parte del que no
cumple la Ley. Quieren hacerle ver que su actitud es contraria a la voluntad de
Dios. Siguen defendiendo su postura en contra de los hechos.
El ciego no tiene miedo de expresar lo que piensa ante los jefes. El hombre no
quiere meterse en cuestiones teológicas. A las teorías teológicas, opone los hechos.
Puede que se haya quebrantado la Ley, pero lo que ha sucedido es tan positivo pa-
ra él, que se tiene que hacer la pregunta: ¿No estará Jesús por encima del sábado?
Él sabe ahora lo que es ser un hombre cabal y, gracias a eso, sabe también lo que
es Dios. Él ahora ve, los maestros de la Ley siguen estando ciegos. El ciego descu-
bre que en Jesús, está presente Dios. El hombre parte de un razonamiento muy
simple. Dios no puede conceder a un descreído realizar una obra tan extraordina-
ria.
Los fariseos están tan seguros de su Ley, que no dudan en negar la misma reali-
dad. Pero al ciego le es imposible negar lo que personalmente ha vivido. Por no ne-
gar su propia experiencia ni renunciar al bien que ha recibido, lo expulsan.
Con su mentira, los enemigos de la luz han querido apagarla. El ciego curado, no
puede ya permanecer dentro del ámbito de la muerte-tiniebla que es la sinagoga.
Lo mismo que, en el relato inmediatamente anterior, Jesús tuvo que salir del tem-
plo; el ciego que ha recibido la luz, tiene que salir de la sinagoga.
«Fue a buscarlo». En griego "euron" (de donde viene el eureka famoso) no significa
un encuentro fortuito, sino el fruto de una actividad con la intención de encontrar
algo o a alguien. Podemos descubrir el contraste entre lo que hacen los fariseos,
que lo expulsan y lo que hace Jesús que lo busca.
Al preguntarle si cree en el Hijo de Hombre, Jesús quiere dar el último paso en el
proceso de cambio en el ciego. Lo que acaba de hacer Jesús con él, le ha cambiado
la vida social. Pero Jesús quiere que cambie también toda su vida religiosa. El
modelo de esa nueva vida era "el Hombre" Jesús.
El relato termina con la plena aceptación de Jesús. «Se postró», es el mismo verbo
con que se designa la adoración debida a Dios (Jn 4,23-24). El gesto de postrarse
para adorar a Jesús no es infrecuente en los sinópticos, sobre todo en Mateo, pero
este es el único pasaje de Juan en que aparece.
Jesús, el Hombre, es el nuevo santuario donde se verifica la presencia de Dios. El
ciego, expulsado, encuentra el verdadero santuario, donde se rinde el culto en es-

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píritu y verdad. Este culto no se puede dar a Dios más que en el hombre, porque
consiste en la práctica del amor.
Creer en Jesús es creer en el Hombre. Él es el modelo de hombre, el hombre aca-
bado según el designio de Dios. Alcanzó esa plenitud dejando que el Espíritu lo
invadiera. Jesús es, a la vez, la manifestación de Dios y el modelo de hombre. En
su humanidad, se ha hecho presente lo divino.
La "carne" ha llegado a su grado máximo de transformación. El Espíritu asumió y
elevó la materia hasta transformarla en Espíritu. Nuestra meta es también dejar-
nos transformar en Espíritu. Para ello hay que nacer de nuevo. Tenemos que morir
a todo lo que en nosotros hay de terreno. Y dejar que se despliegue en nosotros lo
que hay de divino.

"Resurrección" de Lázaro (Jn 11,1-44)


Se trata de la narración más espectacular de todos los evangelios. Pero en el relato
tenemos pistas suficientes para no caer en la trampa de entenderlo literalmente.
No se trata de muerte y vida biológicas, sino de la oposición entre la Vida que da
Jesús y la muerte que dan los jefes religiosos.
Es importante resaltar que un hecho tan espectacular no aparezca en ninguno de
los sinópticos, que son capaces de relatar la curación de una fiebre a la suegra de
Pedro. Esto es ya un indicio de que esa tradición se desarrolló al margen de los
recuerdos históricos, en otro ámbito distinto.
Los tres hermanos son personajes de la nueva comunidad, que se desarrolló a tra-
vés del primer siglo de cristianismo. Cada uno de ellos representa un aspecto de
esa comunidad en relación con las actitudes vitales que deben adoptar los cristia-
nos que siguen a Jesús.
También debemos notar que en las primeras comunidades se designaba a sus
miembros como hermanos. En los relatos que se refieren al encuentro de Jesús
después de la resurrección, incluso él mismo llamará hermanos a sus discípulos.
Entre los miembros de las primeras comunidades, el apelativo ordinario era el de
"hermano".
El recado de las "hermanas" es muy simple: "tu amigo (literalmente, el que amas)
está enfermo. No piden nada. Solo informan de la situación, en la confianza de que
el amor hará el resto. Se está manifestando una confianza sin límites en la rela-
ción de Jesús con cada miembro de la comunidad.
Al poner en boca de Jesús: "esta enfermedad no es para la muerte sino para la glo-
ria de Dios", nos está dando ya una pista para entender lo que va a pasar. Todos
los signos que relata Juan, se narran para la mayor gloria de Dios.
La falta de lógica en el desarrollo del relato nos indica una vez más que no se pue-
de tomar literalmente. Si quiere curarlo de la enfermedad, no tiene sentido que se
quedara dos días más donde estaba.
Incluso después de haber muerto, Jesús dice: "Lázaro nuestro amigo se ha dormi-
do, voy a despertarlo". Sigue manifestando que él pertenece a la misma comuni-
dad. No emplea la palabra "muerte", ni "resurrección". Es otra pista que nos puede
ayudar a salir de la interpretación literal del suceso.
Solo más tarde habla de muerte y se alegra de no haber estado allí, porque eso le

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permitirá consolidar la fe de los discípulos al descubrir que la muerte no es tal,
para el que cree. No se alegra de la muerte, sino de que la Vida se va a manifestar
de manera irrefutable.
Al afirmar que lleva cuatro días enterrado, quiere decir que Lázaro está definitiva-
mente muerto según la manera normal de pensar. La muerte era el destino de la
humanidad sin esperanza, hasta que llegó Jesús. Para demostrar que Jesús es
Vida, nada más contundente que partir de la muerte.
Los judíos vienen a dar el pésame a las hermanas, pero no aportan solución algu-
na a la muerte. Un signo más de la diferencia entre la religiosidad oficial y la pro-
puesta de Jesús. La religión oficial se muestra solidaria con el dolor que causa la
muerte, pero no tiene capacidad de comunicar la alegría de la Vida.
Jesús llega, pero el encuentro solo se produce cuando Marta sale a su encuentro.
El breve diálogo entre Marta y Jesús, es la clave de todo el relato. Marta se debate
entre la realidad tozuda de la muerte ya sin esperanza y la confianza en Jesús,
que le abre una perspectiva insospechada.
Jesús le dice que será su hermano el que resucitará, no que él le vaya a resucitar.
La Vida que se va a manifestar en él, no vendrá de fuera sino que ya está en él,
aunque oculta. No se trata de la resurrección en la que ya creían muchos judíos,
sino de una Vida completamente distinta y definitiva.
No se trata de mantener o devolver la vida física, sino de participar de la misma
Vida que Jesús posee. "Yo soy la resurrección y la vida", está en presente, no en
futuro ni en pasado. Todo el que cree en Jesús, participa ya de esa Vida que tam-
bién él, como ser humano, ha recibido de Dios.
Esta manera de hablar demuestra que se están manejando conceptos pascuales.
No tiene ningún sentido que Jesús hubiera utilizado estos conceptos antes de la
experiencia pascual, que consistió precisamente en descubrir a Jesús vivo y dador
de Vida.
La respuesta de Marta tampoco tiene sentido si tenemos en cuenta una larga an-
dadura por el misterio pascual. "Yo creo firmemente que tú eres el Mesías, el Hijo
de Dios, el que tenía que venir al mundo". Esta confesión de fe absoluta, prepara
lo que va a acontecer a continuación.
Cuando María se encuentra con Jesús, expresa los mismos sentimientos. Parece
que aún más profundos cuando nos dice el texto; "echándose a sus pies". Jesús
intenta reprimir sus sentimientos, por considerar que no responden a la realidad
profunda sino a la emoción del momento. Lo curioso es que un instante después
nos dice que se le saltaron las lágrimas.
El hecho que parece una simple anécdota, tiene un significado profundísimo. Je-
sús no puede llorar porque hubiera muerto Lázaro. Echaría por tierra todo el
mensaje de Vida. Simplemente comparte el dolor de los demás, aunque sabe que
no tiene motivo real. Él comprende lo difícil que es salir de una manera terrena de
ver la existencia a una manera nueva de ver la Vida.
La cueva y la losa que la cierra son signo de la rotundidad de la muerte. A Lázaro
le han colocado en el lugar de todos los muertos. Ahora se va a demostrar que es
un lugar que no le corresponde. Por eso les ordena que quiten la losa. Los miem-
bros de la nueva comunidad no deben considerarse muertos en ninguna circuns-

58
tancia.
Después de quitar la losa y con una falta total de lógica, Jesús da gracias a Dios
por haberle escuchado antes de haberle pedido nada. Mirando Jesús al cielo, ha
relacionado lo humano y lo divino. En esa unión consiste la verdadera Vida. Lo
más importante ya se ha realizado. Ya no hay separación entre los muertos y los
vivos. Ahora la Vida está dentro y la muerte puede estar fuera.
Otro despropósito narrativo: Jesús da un grito muy fuerte. Si Lázaro está muerto,
está claro que no grita para que le oiga Lázaro sino los asistentes. Son ellos los
que tienen que cambiar la mentalidad y comprender que la muerte no le ha sepa-
rado de la verdadera Vida.
Otro disparate narrativo: salió por su cuenta, aunque tenía los pies y los brazos
atados con vendas. Si pudo salir así, no haría falta decir que lo desataran para
que pudiera marcharse. Hay que ir más a lo hondo. Las vendas y el sudario eran
los símbolos de la muerte, pero sale él mismo, luego no está tan muerto. Ellos lo
han tratado como muerto. Ellos tienen que aceptar que está vivo y tienen que de-
jarle vivir.
Al decir que 'le dejan marchar' nos está diciendo que no tiene por qué volver a en-
trar en su propio ámbito. Lázaro pertenece ya a la Vida definitiva y tiene su propio
devenir. No se dice que vuelva con sus hermanas. No se habla de que vuelva a te-
ner una vida biológica. Primero se había dicho que estaba dormido. Ahora se nos
dice que su Vida es muy distinta de lo que era antes.
Si captamos la profundidad del texto, descubriremos que no tiene nada que ver
con la muerte o la resurrección física. Todo él nos invita a un salto en el vacío que
nos lleva más allá de esta realidad palpable. Nos está diciendo que hay que morir,
para poder vivir de verdad y para siempre.

12

"MILAGROS" EN LOS SINÓPTICOS


La pesca milagrosa (Lc 5, 1-11)
Este relato es muy significativo porque en él podemos apreciar que, lo que impor-
ta, es la interpretación del hecho y no cómo o por qué sucedió. El hecho de que la
orden de echar las redes se diera después de una larga predicación, nos puede in-
dicar el valor simbólico de lo que se narra. Está claro que la intención del narrador
es llamar la atención sobre la figura de Jesús. Así lo indica la reacción de Pedro,
que como siempre es espontánea y exagerada.
En Juan 21,1-8, se narra otra pesca milagrosa, pero esta es una narración pas-
cual que es puramente simbólica, sin posibilidades de que corresponda a un he-
cho real. Este relato de Lucas tiene un mensaje teológico muy profundo. Sin Je-
sús, la tarea de evangelización (pesca) no puede tener éxito alguno. Por mucho que
breguemos por cuenta propia no conseguiremos más que cansarnos inútilmente.

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La moneda en la boca del pez (Mt 17,24-27)
Es un relato muy difícil de interpretar porque no tiene aparente justificación. La
verdad es que no se dice que Pedro encontrara el pez y la moneda. Se deja la his-
toria en el aire como para que nos haga pensar, pero sin concretar lo que pasó
realmente después.
Pedro responde a los emisarios del templo que Jesús pagará el impuesto del
templo, como era normal. La referencia de Jesús a que los hijos no pagan im-
puestos, está fuera de contexto. Hasta después de su resurrección no se le aplicó
el título de Hijo de Dios. Por otra parte este evangelio está escrito hacia el año
80, cuando no tenía sentido hablar del impuesto del templo porque ya había sido
destruido.
Se trata, creo yo, de una pequeña parábola que trata de mostrar la respuesta de
Dios a todo aquel que confía en Él. Pero también quiere decirnos que hay que te-
ner mucho cuidado a la hora de actuar desde nuestro exclusivo punto de vista.
Tenemos que adaptarnos al sentir de los demás para que no haya escándalos in-
necesarios.

Maldición de la higuera (Mt 21,18-22) (Mc 11,12-14; 20-24)


Se trata de un relato muy extraño. Nos presenta a un Jesús contrariado por no
encontrar higos para saciar su hambre. No puedo pensar que Jesús cayera en una
tontería como la que nos narran los evangelios. Marcos dice expresamente que no
era tiempo de higos. Debemos encontrar una explicación más de acuerdo con la
manera de ser de Jesús.
Seguramente se trata de una parábola que intenta hacernos pensar sobre la falsa
apariencia de una religiosidad que se cuida mucho del boato externo, pero es esté-
ril en orden al bien del pueblo. Los dos relatos están relacionados con la purifica-
ción del templo. En Marcos incluso esa purificación se intercala entre la maldición
y la higuera seca. En Mateo, la higuera se seca al instante.
Esto puede ser una indicación del valor simbólico de ambos relatos. Símbolos no
solo de la esterilidad de la religión oficial sino también anuncio de la destrucción
del templo. Igualmente podría apuntar al poder de la oración, por el que uno pue-
de decir a un monte (Sion) "Quítate de ahí y arrójate en el mar".

Milagros de curaciones
Son los más numerosos y los que tienen más posibilidades de referirse a aconte-
cimientos de la vida real. Pero debemos tener claro que, aunque hagan referencia
a hechos reales, no son crónicas de sucesos. La manera de contarlos es lo impor-
tante, porque la finalidad de los relatos está mucho más allá de una simple infor-
mación de lo sucedido.

La suegra de Pedro (Mt 8,14-15) (Mc 1,29-34) (Lc 4,38-41)


Lo narran los tres sinópticos. Lo cual quiere decir que era una tradición muy anti-
gua, que llamó la atención de las distintas comunidades. Es muy significativo que
en los tres evangelistas siga un párrafo dedicado a señalar numerosas curaciones
de muchos males.

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En los evangelios está claro que Jesús curaba a los enfermos. Estos hechos parece
ser que no son puntuales, sino que Jesús estaba siempre en disposición de ayudar
a todo el que le necesitaba. Los textos dicen expresamente "de diversos males". En
alguno se dice también "y expulsó muchos demonios", que como sabemos, hace
siempre referencia a enfermedades psíquicas.
No debemos entender que hacía uso de su poder divino por ser Dios. Esa visión es
la de la mayoría de los creyentes, pero distorsiona el verdadero mensaje. Es mu-
cho más lógico y más humano pensar que Jesús tenía una gran personalidad co-
mo hombre realizado y al comunicarse con los débiles, les aportaba esa fortaleza que
les permitía superar su limitación.
Es muy significativo que los textos digan: "la cogió de la mano y la levantó e inmedia-
tamente se puso a servirles". Se ve clara la intención de manifestar que las curacio-
nes de Jesús mediante el servicio a los demás, tienen como consecuencia que los
curados entren en la misma dinámica, sirviendo.

El leproso (Mt 8,1-4) (Mc 1,40-45) (Lc 5,12-16)


Otro relato que demuestra como Mateo y Lucas copian de Marcos. Hay algún deta-
lle muy interesante para descubrir la intención de Jesús en este caso. El primero
es que el leproso se postró ante Jesús, signo de adoración como ser divino. Este
gesto con las palabras que pronuncia ("si quieres puedes limpiarme"), indican una
fe-confianza sin límites.
Jesús extiende la mano y le toca, saltándose a la torera una prohibición expresa de la
Ley. Ante la posibilidad de hacer bien a una persona, el cumplimiento de la Ley no
tiene importancia ninguna. Además, al tocarle, asume el compromiso de lo que va
hacer con todas sus consecuencias. Al tocar al leproso, le iban a considerar a él mis-
mo impuro.
No se lo digas a nadie. Hay que reconocer que no alcanzamos a descubrir el sentido
de esa prohibición. Si a continuación le dice que vaya a presentarse a los sacerdo-
tes, quiere decir que la curación tiene que hacerse pública para que el leproso recu-
pere todos sus derechos y su dignidad.
Para nosotros hoy es muy difícil determinar la magnitud del "milagro". En aquella
época se llamaba lepra no solo esa enfermedad específica, sino toda erupción o man-
cha sospechosa, en la piel. La lepra era una plaga que había que detener con todos los
medios, incluido el poder coercitivo de la norma religiosa, tenida como orden del
mismo Dios.
Ahora bien, la lepra era incurable, pero todas las demás infecciones cutáneas se
curaban espontáneamente y entonces existían mecanismos para corregir el error
de haber tratado como lepra lo que no era más que enfermedad leve.
¿Qué hizo Jesús realmente: curó o declaró curado al enfermo? Imposible de adivi-
narlo. En ambos casos sería muestra de la preocupación de Jesús por todas las
limitaciones humanas y la disposición de ayudar a todo el que necesitaba de él.

El paralítico de la camilla (Mc 2,1-12) (Mt 9,2-8) (Lc 5,17-26)


Cuanto más me esfuerzo por conocer el evangelio, más convencido estoy de la pro-
fundidad de sus enseñanzas. La lección de este episodio del paralítico, que narran
los tres sinópticos, es un prodigio de psicología profunda. Se trata de una lección

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magistral, imprescindible para todo aquel que se encuentre en relación con la en-
fermedad y la curación: médicos, sicólogos, siquiatras, enfermeros, fisioterapeu-
tas, psicoterapeutas, etc.
Hoy estamos en mejores condiciones que nunca, a lo largo de la historia, de com-
prender su enseñanza. La inextricable relación del "pecado" con la enfermedad es
de una profundidad increíble; siempre que cambiemos el concepto maniqueo que
hoy tenemos de pecado.
Los occidentales estamos desarrollando una compresión de la influencia de lo psí-
quico sobre lo somático que los orientales tenían ya hace seis mil años. Pero nun-
ca es tarde si de verdad sabemos extraer las consecuencias de esos hallazgos.
Es una evidencia que la mayoría de nuestras enfermedades están causadas por
desequilibrios sicológicos, que a su vez hacen imposible la recuperación cuando
nos ponemos en manos de los médicos.
Una auténtica armonía interior, sería el mejor antídoto contra toda enfermedad, in-
terna o externa. Pero esa armonía no siempre depende de la persona individual. Las
personas se desarrollan como seres humanos a través de sus relaciones; aunque
también esas relaciones con los que nos rodean, pueden impedirnos esa armonía y
arrastrarnos al desequilibrio y a la enfermedad.
En el relato podemos descubrir esta relación en la identificación con el paralítico de
las personas que le llevan en la camilla. ¡Es genial! En efecto, nadie es dueño absolu-
to de su propia salud, lo quiera o no, depende de todos los que le rodean. Pero tam-
bién tenemos que responsabilizarnos de la salud de todos los que viven con nosotros.
Constatar esto, abriría una posibilidad increíble a nuestra sociedad. El evangelio nos
está hablando en cada página de esta relación y de las posibilidades que encierra.
No tenemos que apelar a Dios para garantizar la salud que nos falta. En cada uno de
nosotros está la posibilidad de potenciar esa salud o de arruinarla. El perdón de
Dios está siempre asegurado, es nuestro perdón a nosotros mismos y a los demás lo
que falla estrepitosamente.
Cuanto más nos alejamos de Dios, es decir, del centro de nosotros mismos, más
perdidos y deshilachados nos encontraremos. A medida que nuestra sociedad se ol-
vida de Dios, más necesitada está de sicólogos y siquiatras. Es verdad que la culpa,
muchas veces, la tiene la misma religión que se ha convertido en un cacharro inser-
vible. Nuestra más urgente tarea, desde el punto de vista religioso, consiste en de-
volver a la religión la posibilidad de armonizar al ser humano para que pueda vivir
con buena salud del "alma" y del cuerpo.
El paralítico era considerado impuro, porque se creía que toda enfermedad era
castigo de Dios por los pecados. Toda la escena del paralítico, se desarrolla en "ca-
sa", no en el templo. El templo era el símbolo de la institución, pero había dejado
de ser el lugar de la acción de Dios, porque los dirigentes utilizaban su organigra-
ma para oprimir a la gente. El relato nos dice que Dios está con el hombre, no en
lugares sagrados sino allí donde desarrolla su actividad normal; donde lucha,
donde sufre, donde llora, pero también donde goza.
El paralítico y los cuatro portadores representan a todos los que vienen en busca
de salvación. Jesús les ofrece esa salvación dándoles Vida. La muchedumbre ape-
lotonada, les impide llegar hasta Jesús. Israel que había sido cauce de salvación,

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es ahora el obstáculo para alcanzarla. El pueblo elegido (la puerta), está ahora
obstruida, no permite el paso.
"Viendo la fe que tenían". No se trata de una fe religiosa, sino de una confianza
manifestada en las acciones. Jesús descubre la fe en los que lo llevan, pero habla
al enfermo que no podía ni moverse. Esta identificación de los portadores con el
enfermo, abre un mundo de interpretaciones importantes. La fe, adhesión a Jesús,
no sólo cancela el pasado de injusticia, sino que abre la posibilidad de nueva Vida.
A primera vista, parece que van buscando la salud física, pero Jesús se dirige al
enfermo hablándole de la salud integral. Si toda enfermedad se debía al pecado,
no hay por qué distinguir entre sanar y perdonar. Jesús tampoco quiere distin-
guir, y empieza por lo verdaderamente importante.
Jesús no le dice: yo te perdono; ni siquiera, Dios te perdona, como interpretan los
fariseos, sino "tus pecados están perdonados". El verbo griego (aphiemi) significa
soltar, desatar, dejar libre; pero también "pasar por alto, no hacer caso". Se trata
de una visión totalmente original del perdón.
Para mí, este último es el significado más adecuado. Como si dijera: tus pecados
no son tenidos en cuenta. Es una manera excelente de expresar lo que es el per-
dón de Dios. Tu actitud presente es lo importante. Lo anterior no cuenta para
Dios. No debe contar tampoco para ti.
Los letrados están sentados, instalados, protegidos por la gente que les rodea.
Representan la doctrina oficial, que no acepta la novedad de Jesús. Una y otra
vez se dice que su "razonamiento" es interior, en su corazón. Todo apunta a que
su presencia es solo simbólica. Son todos los presentes los que piensan como los
letrados.
"Para que veáis que el Hijo de Hombre tiene potestad para perdonar pecados..."
Hijo de hombre es una expresión aramea que significa simplemente "hombre". En
este caso es muy importante descubrir que Jesús actúa como ser humano, no co-
mo Dios. Mateo dice al final: estaban sobrecogidos y alababan a Dios porque ha
dado a los hombres tal autoridad.
Para entender bien esta frase, no hay que olvidar la inseparabilidad de la enfer-
medad y del pecado. También la curación y el perdón del pecado son insepara-
bles. No se trata de una demostración añadida de poder, sino de una declara-
ción: para que veáis que ya está curado. Jesús realiza una sola acción que tiene
dos efectos, uno invisible, perdón de los pecados, y otro visible y constatable, la
curación.
"Levántate, coge tu camilla y vete a tu casa". Removida la causa, desaparece el
efecto. Nada se hubiera conseguido si hubiera quitado el efecto sin eliminar la
causa. Lo que hace el paralítico, que aún no se había enterado de que estaba cu-
rado, es demostrar con hechos la realidad. La movilidad no es un milagro añadido,
sino la consecuencia del perdón. En el momento que toma conciencia de que Dios
le ama, empieza a caminar.
Los letrados tenían razón al pensar que solo Dios puede perdonar pecados. Pero lo
que nos dice Jesús, es que Dios no puede no perdonar. Él es perdón y está perdo-
nando siempre.
Por lo tanto, cualquier hombre puede perdonar pecados. Únicamente se trata de

63
convencer al otro de que Dios le ama.
La "buena noticia" de Jesús se resume en este mensaje: Dios es amor incondicio-
nal y para todos. Para los fariseos, Dios era justo. Tenía que pagar a cada uno su
merecido. Hoy, seguimos aferrados a esta idea farisaica. También hoy, se llama
blasfemo al que se atreve a predicar el perdón incondicional. No nos damos cuenta
de la monstruosidad de esa postura. Indirectamente estamos diciendo que si Dios
me perdona es porque me lo he merecido. ¡Absurdo!
El tema del pecado y del perdón, es uno de los más embrollados de nuestra religión.
Toda la doctrina que nos han enseñado sobre ambos, tiene muy poco que ver con el
evangelio. En ella hemos proyectado sobre Dios nuestro concepto de justicia, y nos
hemos olvidado de que el Dios de Jesús es amor.
La opresión activa o pasiva (el pecado del mundo), es la causa de toda parálisis
que impide al hombre ser él. Solo el mal moral tiene verdaderamente capacidad de
paralizar absolutamente. El mal físico (una enfermedad, un accidente o algún da-
ño causado por otro) solo paraliza por completo cuando la persona no es auténti-
camente persona.
En contra de lo que se oye con demasiada frecuencia, nunca como hoy se ha teni-
do más clara conciencia del pecado, del único que existe, la opresión. Cada vez
más los cristianos, sobre todo los jóvenes, se niegan a ver pecados mortales por
todas partes. Repito. El único pecado que existe, es oprimir a otro o dejarse opri-
mir por otro.
Dentro y fuera del cristianismo, está creciendo la conciencia de injusticia y opre-
sión que invade nuestra sociedad. No pensemos en las espectaculares opresiones
que vemos en la tele. Pensemos en las pequeñas pero continuadas opresiones de
los padres hacia los hijos, de los hijos hacia los padres, de los hermanos a los
hermanos, etc. Este es el pecado que más enfermedades causa y contra el que de-
bemos luchar en nombre del evangelio.
La invitación a cargar con su pasado (la camilla) es determinante al tratar del
futuro de una persona que ha deteriorado su vida. Todas las enfermedades sí-
quicas que no son consecuencia de lesiones o desarreglos neuronales, tienen
su causa en la falta de integración del pasado. Esquizofrenias, neurosis, depre-
siones, etc. son desajustes en la aceptación de nuestro pasado. No podemos
deshacernos de nuestro pasado, pero podemos cargarlo a la espalda y no iden-
tificarnos con él.

El hombre de la mano atrofiada (Mt 12,9-13) (Mc 3,1-6) (Lc 6,6-11)


Otro relato casi idéntico en los tres sinópticos. Es muy importante el ambiente de
controversia que envuelve este episodio. Están en la sinagoga y los fariseos están
espiando a Jesús para ver si cura en sábado. Jesús entra al trapo y les pregunta
si en sábado se puede hacer el bien.
Una vez más no hay duda para Jesús. El bien del hombre es lo primero en una
consideración religiosa. Da por supuesto qué es lo que quiere Dios para todos.
Demuestra la vedad de su postura con la curación del hombre, pero los fariseos no
aceptan ni esa religión ni a ese Dios, porque acabaría con sus privilegios y la posi-
bilidad de control sobre el pueblo.

64
Un ciego (y mudo) (Mt 12,22-24 y 9,32-34) (Lc 11,14-15)
En este caso el primer dato es que era un endemoniado. Una vez más se manifies-
ta la visión mítica del mundo. El mal es causado por el maligno. Pero precisamen-
te ahí está el sentido del mensaje. El demonio tiene poder para hacer mal, pero
Jesús es más fuerte que el demonio y restaura el bien.
En este relato, la curación no es tan importante como la controversia que tiene
lugar a partir de ella. Los fariseos acusan a Jesús de utilizar la fuerza del mal para
curar. Jesús les demuestra que esa acusación no tiene sentido.

La hemorroisa (Mt 9,20-22) (Mc 5,25-34) (Lc 8.43-48)


En el relato descubrimos un mensaje muy profundo. La mujer enferma representa
a los marginados y excluidos por una interpretación legalista de la Ley. Este sim-
bolismo se hace más claro por el anonimato de la mujer, y los doce años de enfer-
medad. También el número doce es símbolo de Israel. No nos engañemos, la im-
portancia de este relato no está en el hecho de curar sino en el simbolismo que
encierran las circunstancias de la curación.
La multitud queda al margen de los acontecimientos y de la salvación que repre-
sentan. Para Jesús, los entes de razón (multitud, pueblo, iglesia) no pueden ser
objetos de salvación. Lo único que le importa es la persona, porque es lo único
real. Esto lo hemos olvidado, y hemos cometido y seguimos cometiendo, el dispa-
rate de sacrificar a las personas en aras de la institución.
La mujer se salta la Ley, pero Jesús va aún más allá, y reacciona con total acepta-
ción como si la Ley no existiera. Se seca la fuente de su hemorragia. Jesús nota
que había salido "fuerza" de él. La mujer nota que había sido curada por esa mis-
ma fuerza.
Es muy interesante, en este relato, notar que el milagro se produce sin que interven-
ga la voluntad expresa de Jesús. Es la fe-confianza de la mujer la que desencadena
los acontecimientos. También es interesante la alusión a una fuerza especial que sale
de Jesús y produce la curación. La fuerza viene de Jesús, pero es la mujer la que
hace, con su actitud, que se ponga en marcha esa energía.
Este relato es una mina para tratar de descubrir qué es lo que sucedía de verdad
cuando el evangelio habla de "milagros". No tiene por qué significar una acción
que va en contra de las leyes de la naturaleza. Todo lo contrario, es dejar libre a
la naturaleza para que pueda desarrollar sus leyes sin las trabas que le puede
poner el ser humano.
Porque estar en armonía con la naturaleza no es lo normal, llegamos a llamar mi-
lagro a los procesos más naturales del mundo, cuando no hay obstrucción a esas
fuerzas que están siempre a nuestro favor. Claro que se produce un milagro, una
verdadera maravilla. Mucho más grande que convertir unas piedras en panes.
Es un milagro para el ser humano, liberarse de sus complejos, de sus miedos, de
una religión opresora e inhumana. Es un milagro constatar que todo ser humano
puede empezar a ser él mismo, que empieza a valorarse porque se siente aprecia-
do. Este es el objetivo de Jesús y es lo que debemos apreciar en los relatos.
También hoy pregunta Jesús: ¿Quién de vosotros me ha tocado? Por desgracia,
como en el relato, apretujamos a Jesús por todas partes, pero solo uno por millo-

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nes es capaz de tocarle. Sabemos que en él está la energía. Tratamos de mantener
nuestra lámpara en buenas condiciones, pero seguimos separados, no hay cone-
xión, y nuestra lámpara maravillosa sigue apagada.

El ciego de Betesda (Mc 8,22-26)


Este relato es también muy curioso. En él se describe una serie de prácticas típicas
de curandero. Prácticas que encontramos descritas en relatos de curaciones de las
culturas del entorno. No cabe duda de que Jesús curó a muchos enfermos, pero
los evangelios se cuidan mucho de dar la impresión de que Jesús fuera un curan-
dero más.
Tal vez sea precisamente este texto el que mejor nos aproxime a lo que Jesús prac-
ticaba. No cabe duda de que es la fuerza interior la que cura, pero esa energía debe
ser apreciada en gestos que pueda percibir el que va a ser curado. Ya hemos dicho
que toda curación es el fruto de una interacción del médico y del enfermo, sin la
cual no puede producirse el "milagro".

El niño epiléptico (Mt 17,14-20) (Mc 9,17-19) (Lc 9,37-43)


Es uno de los casos en que más claro está que los síntomas del niño aportados por
Marcos, se refieren a la epilepsia. Pero además hay unos cuantos detalles que ha-
cen el relato muy interesante para averiguar qué es lo que realmente pasó.
Un padre angustiado que acude a los discípulos para que curen a su hijo. Muy
pocas veces se dice que los discípulos hacen también milagros. En este caso no
pudieron expulsar al "demonio" del pequeño. Quiere decir que en otras ocasiones
sí fueron capaces de curar.
Esa impotencia es una pista que nos puede hacer comprender que la relación en-
tre el enfermo y el médico es esencial para que se produzca la curación. A los dis-
cípulos les falta energía para curar. El poder de curar no se puede transmitir por
arte de magia. No habían profundizado lo suficiente para encontrar la fuente de
esa energía curadora.
La postura del padre es muy importante. Creo, pero no del todo, ayúdame tú a
creer de verdad. Parece que la fe que tenía era insuficiente para que se produjera la
curación. Una vez más no se trata de una acción encerrada en sí misma, sino en
una adecuada relación entre las partes, padre, niño y Jesús.
La referencia a la oración y al ayuno como preparación para que sea posible la cu-
ración, nos tiene que abrir los ojos para ver más allá de los simples acontecimien-
tos. Solo cuando las pilas estén bien cargadas, serán capaces de dar un chispazo.

La mujer encorvada (Lc 13,10-17)


Se trata de un relato muy simple pero con una profunda enseñanza. Al achacar la
enfermedad a un espíritu, nos está abriendo un horizonte mucho más amplio que
una simple curación corporal. El objetivo de Jesús es librar del mal, no sanar en-
fermedades fisiológicas.
El dato de que la curación se efectúa en sábado añade otro elemento de reflexión.
Para la religiosidad oficial, es más importante el cumplimiento estricto de la Ley que
la liberación de un oprimido. Según la interpretación oficial, la religión debe perse-
guir, por encima de todo el honor de Dios, aunque sea a costa del ser humano.

66
Para Jesús el hombre es el valor supremo. Si la religión es capaz de contraponer
los derechos de Dios a los derechos del hombre, está cometiendo una tergiversa-
ción aberrante. En tiempos de Jesús y en todos los tiempos, ha habido seres hu-
manos que no han tenido inconveniente en machacar al hombre bajo pretexto de
defender a Dios.
El primer objetivo de todo ser humano debe ser liberarse a sí mismo de todo lo que
le impide ser humano y liberar a los demás de todo lo que les impida alcanzar más
humanidad. La falta de salud no debería ser impedimento para esa plenitud, pero
para muchos, la enfermedad se convierte en un serio obstáculo para seguir crecien-
do en humanidad. Por eso el hecho de sacar a otro de su enfermedad, es abrirle un
camino para que pueda alcanzar su propia meta como ser humano.

El hombre hidrópico (Lc 13, 1-14)


Un relato muy parecido al anterior. En esta ocasión, Jesús pregunta a los fariseos
si se puede curar en sábado. Ellos se callaron, pero él sabía muy bien que estaba
expresamente prohibido. A pesar de ello y responsabilizándose de las consecuen-
cias de su acto, lo cura.
Que Jesús haya puesto por delante la salvación del hombre al cumplimiento del
sábado, es una de las claves para entender todo el evangelio. También es crucial
para sacar la conclusión de que lo que predica y lo que hace Jesús es una "buena
noticia", es decir, un evangelio.

Los diez leprosos (Lc 17,11-19)


En el relato vemos con toda claridad que la fe abarca no solo la confianza, sino la
respuesta, la fidelidad. La confianza cura, la fidelidad salva. Mientras el hombre
no responde con su propio reconocimiento y entrega, no se produce la verdadera
liberación. Aquí está la clave del relato evangélico. De nada servirá la confianza en
Dios si no la acompañamos de fidelidad agradecida.
Los protagonistas son hoy la lepra, Jesús y un personaje no judío. Los nueve res-
tantes hacen de contrapunto. La lepra era el máximo exponente de la terrible y
deshumanizadora marginación. La lepra es una enfermedad contagiosa que era un
peligro para la sociedad entera.
Pero al no tener clara la diferencia entre lepra y otras infecciones de la piel, se
declaraba lepra cualquier síntoma que pudiera dar sospecha de esa enfermedad.
Muchas de esas infecciones se curaban espontáneamente y el sacerdote volvía a
declarar puro al enfermo.
Al tomar como referencia la salvación del samaritano, se está resaltando la univer-
salidad de la salvación de Dios; pero sobre todo, se está criticando la idea que los
judíos tenían de su relación exclusiva y excluyente con Dios.
No tiene por qué tratarse de un relato histórico. Los exegetas apuntan más bien,
a una historia encaminada a resaltar la diferencia entre el judaísmo y la primera
comunidad cristiana. En efecto, el fundamento de la religión judía era el cumpli-
miento de la Ley. Si un judío cumplía la Ley, Dios cumpliría su promesa de sal-
vación.
Para los cristianos, lo fundamental era el don gratuito e incondicional de Dios; al
que se respondía con el agradecimiento y la alabanza. "Se volvió alabando a Dios y

67
dando gracias". Tenemos datos más que suficientes para afirmar que la liturgia de
las primeras comunidades estaba basada toda ella en la acción de gracias (euca-
ristía) y la alabanza divina.
El relato está muy resumido y escueto, por eso es muy importante distinguir los
distintos pasos:
1. Súplica profunda y sincera. Son conscientes de su situación desesperada.
2. Respuesta indirecta de Jesús. "ID a presentaros a los sacerdotes". Ni siquie-
ra se habla de milagro.
3. Confianza de los diez en que Jesús puede curarlos. "Mientras iban de ca-
mino"
4. En un momento del camino quedan limpios.
5. Reacción espontánea de uno. "Viendo que estaba curado, se volvió alabando
a Dios y dando gracias".
6. Sorpresa de Jesús, no por el que vuelve, sino por los que siguieron su ca-
mino. "Los otros nueve, ¿dónde están?"
7. Y confirmación de una verdadera actitud vital que permite al samaritano al-
canzar mucho más que una curación. "Levántate, vete, tu fe te ha salvado".
En este relato encontramos una de las ideas centrales de todo el evangelio: la au-
tenticidad, la sinceridad, la necesidad de una religiosidad que sea vida y no sola-
mente programación. Se insinúa que las instituciones religiosas son un impedi-
mento para el desarrollo integral de la persona. El ser humano, por ser a la vez
individual y social, se encuentra atrapado entre estos dos frentes: la necesidad de
las instituciones, y la exigencia de defenderse de ellas para que no lo anulen.
Solo uno volvió para dar gracias. Solo uno se dejó llevar por el impulso vital. Los
nueve restantes (se supone que eran judíos), se sintieron obligados a cumplir lo
que mandaba la ley: para ellos, volver a formar parte del organigrama religioso y
social, era la verdadera salvación. Los nueve vuelven a someterse al cobijo de la
institución; en los ritos.
El samaritano creyó más urgente volver a dar gracias. Fue el que acertó, porque,
libre de las ataduras de la Ley, se atrevió a expresar su vivencia profunda. Este
encuentra la presencia de Dios en Jesús. Jesús ratifica su actitud y está de
acuerdo en que es más importante responder vitalmente al don de Dios, que el
cumplimiento de unos ritos externos.
El cumplimiento de una norma solo tiene sentido religioso cuando estamos de ver-
dad motivados desde el convencimiento. Jesús no dio ninguna ley. Jesús tuvo que
hacer un gran esfuerzo por librarse de todas las instituciones que en su tiempo,
como en todo tiempo, intentaban manipular y anular a la persona. Para ser él
mismo, tuvo que enfrentarse a la ley, al templo, a las instancias religiosas y civiles,
a su propia familia.
El seguimiento de Jesús es una forma de vida. La vida escapa a toda posible pro-
gramación que nos llegue de fuera. Lo único que la guía es la dinámica interna, es
decir la fuerza que viene de dentro de cada ser y no el constreñimiento que le puede
venir de fuera. No basta el cumplir escrupulosamente las normas, como hacían los
fariseos, hay que vivir la presencia de Dios. Todos seguimos teniendo algo de fari-
seos.

68
La respuesta interior al don personal de Dios, produce el verdadero milagro de la
liberación. La identificación con el Otro, me libera de los otros. En un falso Dios y
en los demás puedo encontrar seguridades. En el Dios de Jesús encontraré liber-
tad. La plenitud de mi existencia total depende en cada instante de esa misma
existencia.

El ciego o los ciegos de Jericó (Mt 20,29-34; Mc 10,46-52; Lc 18,35-43)


Mateo habla de dos, mientras Marcos y Lucas se refieren a un solo ciego. Pero el rela-
to es casi idéntico y responde a una única tradición. Este relato es muy peculiar. En
Marcos y Lucas, Jesús llama al ciego y le pregunta qué es lo que quiere. Admite el
título de Hijo de David. No lo aparta de la gente. La curación no va acompañada de
ningún gesto. La única diferencia en Mateo, aparte de ser dos los ciegos, es que Je-
sús "les tocó los ojos". Como vamos a ver, todo son símbolos.
Los ciegos están al borde del camino, sin poder moverse, símbolo de la marginación.
Cualquier ciego tenía ya asignado su papel, la exclusión. Los del relato no se resig-
nan. Siguen intentando superar su situación a pesar de la oposición de la gente. Esa
insistencia demuestra a la vez su deseo de salir de esa situación y la confianza en
Jesús
"Hijo de David", era un título mesiánico equivocado; suponía un Mesías rey podero-
so, que se impondría por la fuerza. En el relato siguiente (la entrada de Jesús en
Jerusalén) Marcos vuelve a poner "Hijo de David" en boca de la multitud. Por
equivocado que fuera, manifestaba un anhelo de todo israelita y demuestra la ne-
cesidad de liberación que sentían.
Los que acompañan a Jesús no quieren saber nada de los problemas de los ciegos.
Piensan: dejad de molestar y asumid vuestra triste condición. En la situación en
que os encontráis no tenéis derecho a protestar ni a gritar. Aguantad y callad. Era
el sentir del pueblo, tan religioso él. Los seguidores de Jesús eran un obstáculo
para que los ciegos se acercaran a él.
La llamada antecede siempre al seguimiento. Jesús valora la situación de muy dis-
tinta manera que los que le acompañan. Les pregunta: ¿Qué queréis que haga por
vosotros? Desde el punto de vista narrativo, la pregunta no tiene ningún sentido.
¡Qué va a querer un ciego! Jesús provoca, con su pregunta un poco absurda, este
grito: ¡que podamos ver! En toda la Biblia, el "ver" tiene casi siempre connotacio-
nes cognitivas. Ver significa la plena comprensión de aquello que es importante
para la vida espiritual.
Este grito es el centro del relato, siempre que descubramos que no se trata de pe-
dir solo una visión física. Se trata de ver el camino que conduce a la luz, para po-
der seguirlo. En los tres casos termina el relato diciendo que "le siguieron".
En Marcos y Lucas termina el relato diciendo Jesús: "tu fe te ha salvado". Una vez
más queda de manifiesto que la fe-confianza, no un poder externo, es la que libe-
ra. Una pista más para salir de la tentación de creer que Jesús obra estos prodi-
gios sacando de la manga la varita mágica de la divinidad.
Una vez que descubren a Jesús, le siguen en el camino. Antes estaban al borde, es
decir, fuera del camino. El relato de una ceguera material es el soporte de un
mensaje teológico: Jesús es capaz de iluminar el corazón de los hombres que están
ciegos y a oscuras. Los discípulos demuestran una y otra vez, su ceguera. Unos

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hombres tirados en el camino, ven.
Antes de ver, esperan al Mesías davídico. Después descubren al verdadero Jesús,
que va hacia la entrega total, y le siguen.
La evolución ha sido posible gracias a que la vida ha sido despiadada con el débil,
enemiga acérrima de lo imperfecto. Todo el evangelio se reduce precisamente a un
cambio sustancial en la marcha de la evolución. Jesús, con su vida, no hizo otra
cosa que trastocar esa escala de valores, que aún prevalecía entre los hombres de
su tiempo.
Se daba por supuesto que Dios estaba en esa dinámica, y que todo lo defectuoso
era rechazado por Él. Esto es lo que no podía soportar Nietzsche, porque creía que
el evangelio exaltaba la mezquindad. Nunca fue capaz de descubrir el valor de un
ser humano a pesar de sus radicales limitaciones. La esencia de lo humano no es-
tá en la perfección ni física ni síquica ni mental ni moral, sino en la misma perso-
na, independientemente de sus circunstancias.
La actitud de Jesús fue un escándalo para los judíos de su tiempo y sigue siendo
escandalosa para nosotros hoy. Creemos ingenuamente que hemos superado esa
dinámica. Tal vez hemos avanzado con relación a las limitaciones físicas, pero
¿qué pasa con los fallos morales? Jesús no solo se acercó a los ciegos, cojos y tu-
llidos; también se acercó a los pecadores públicos, a las prostitutas, a las adúlte-
ras.
Lucas, inmediatamente después de este relato, inserta el de Zaqueo (publicano-
pecador) que expresa lo mismo que este del ciego, pero con relación a los excluidos
por impuros.
Nosotros aún seguimos hoy creyendo que los pecadores que nosotros rechazamos,
son también rechazados por Dios. Pero ellos nos preceden en el Reino de los Cie-
los, porque seguimos estando ciegos a la manifestación de Dios en Jesús.
Entendemos al revés el evangelio cuando pensamos: qué grande es Jesús, que de
una persona despreciable, ha hecho una persona respetable. Desde nuestra pers-
pectiva, primero hay que cambiarla, después hablaremos. El evangelio dice lo con-
trario, esa persona ciega, coja, manca, sorda, pobre, andrajosa, marginada, peca-
dora; esa que consideramos un desecho humano, es ya preciosa para Dios. ¡Nos
queda aún mucho por andar!
Jesús fue capaz de abrir los ojos a los que no veían y los oídos a los que no oían.
¿De qué ver y de que oír se trata? No del físico, por supuesto. Cuando Jesús decía:
"El que tenga oídos para oír, que oiga", ¿a qué se refería? Cuando los fariseos pre-
guntaron a Jesús: ¿es que nosotros estamos ciegos? no se referían a la ceguera
física, porque les contestó: Si estuvierais ciegos, no tendríais pecado, pero como
decís que veis, vuestro pecado persiste.
Grita desde lo hondo de tu ser una y otra vez: ¡Que pueda ver! ¡Que pueda ver!... Y
pronto te responderán: ¡Pero si puedes ver! Solo tienes que abrir los ojos. Nos han
convencido de que para ver, necesitamos que alguien nos coloque unas gafas. Ab-
solutamente falso. El ojo interior está hecho para ver, y tu verdadero ser está
siempre iluminado.

El endemoniado de Cafarnaúm (Mc 1,23-28) (Lc 4,31-37)

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La actitud del endemoniado es muy parecida a la que se produce en el endemo-
niado de Gerasa. Se enfrenta a Jesús recriminándole que se meta con él. Además
confiesa conocer a Jesús cono "el Santo de Dios".
También en este caso, Jesús actúa desde la posición del que se sabe más fuerte.
Esta es la conclusión a la que llegan los testigos del hecho: "esta manera de hablar
con autoridad es nueva; hasta a los espíritus da órdenes y le obedecen". Y esto es
lo que se pretende demostrar con estos relatos de endemoniados.

Uno o dos endemoniados gadarenos (Mt 8,28-34) (Mc 5,1-20) (Lc 8,26-39)
Es un relato muy extraño. Mateo habla de dos endemoniados. Marcos y Lucas ha-
blan de uno solo, aunque en el diálogo hablan los demonios que son muchos. Se
sitúa el hecho al otro lado del lago, en tierra de paganos. Tal vez sea una clave pa-
ra entender todo el relato.
Una vez más, la fuerza de uno solo, Jesús, es superior a la fuerza del mal, que son
legión. Esa fuerza del mal está muy bien escenificada por todos los destrozos que
se atribuyen a los endemoniados. Liberados de la opresión del mal, se comportan
con toda normalidad.
Es también muy interesante la reacción de todo el pueblo. Quedan admirados, pe-
ro ruegan a Jesús que abandone el país. La presencia de fuerzas incontrolables,
sean positivas o sean negativas, produce siempre pánico. El miedo es una de las
características de la presencia de lo divino, tanto en el AT como en el Nuevo.

La hija de la Cananea (Mt 15, 21-28) (Mc 7,24-30)


Este relato es uno de los que más me gustan de todo el evangelio porque nos lleva
como ninguno, al interior más profundo de Jesús. Para mí, el hecho de que Jesús
aprenda la lección de una mujer y además cananea es de un valor incalculable.
Resalta la capacidad de reacción de Jesús. A pesar de su actitud inicial, pronto
descubre que esa mujer, aparentemente ajena al entorno de Jesús, tiene más con-
fianza en él que los más íntimos que le siguen desde hace tiempo.
El mensaje está muy claro: lo verdaderamente importante es la fe-confianza, y no
la pertenencia a un pueblo o religión. El episodio es muy parecido al de la cura-
ción del criado del centurión. En aquel caso, Jesús le dice: En verdad no he en-
contrado en Israel tanta fe. En éste le dice a la Cananea: ¡Qué grande es tu fe!
Mateo coloca este episodio inmediatamente después de una violenta discusión de
Jesús con los fariseos y letrados, acerca de los alimentos puros e impuros. Segu-
ramente la retirada a territorio pagano está motivada por esa oposición. Jesús,
viendo el cariz que toman los acontecimientos, prefiere apartarse un tiempo de los
lugares donde le estaban vigilando.
El pasaje de la mujer cananea responde a la situación de controversia que se vivía
en la comunidad de Mateo con relación a la aceptación de los paganos. Pretende
romper con los esquemas estereotipados que algunos cristianos mantenían: ju-
dío=creyente y extranjero=pagano y ateo.
Si Jesús lo hubiera dejado tan claro como a veces ingenuamente nos creemos, no
se hubieran planteado durante tanto tiempo unos desacuerdos tan acusados en un
tema tan importante para el porvenir de la Iglesia. Tampoco nosotros podemos
enorgullecernos de haber superado por completo la disyuntiva.

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Es un relato magistral que plantea el problema desde las dos perspectivas posi-
bles. En él se quiere insistir tanto en la necesidad de una actitud abierta por parte
de los cristianos, como en la necesidad de que los paganos vengan con unas dis-
posiciones adecuadas de reconocimiento y humildad. Por darse una autenticidad y
sinceridad por ambas partes, el diálogo es fructífero. Jesús aprende pero la cana-
nea también aprende. Gracias a ese diálogo, se produce el milagro del cambio en
ambos.
La alusión de Jesús a los perros es más dura de lo que podemos pensar. Los pe-
rros, en muchas culturas, son considerados aún hoy impuros. La idea que noso-
tros tenemos de hiena, es lo que más se aproxima a la idea de perro inmundo que
tenían en aquella cultura.
Siempre ha habido gran diferencia entre los perros salvajes y los de compañía que
podrían ser considerados como de la familia. Y a esta diferencia se aferra la mujer
para salir airosa.
Jesús no podía prescindir de su educación y de los prejuicios racistas que el pue-
blo judío arrastraba. Pero gracias a que para Jesús la religión no era una progra-
mación, fue capaz de responder vivencialmente ante situaciones nuevas. Su expe-
riencia de Dios y la petición de la Cananea le hicieron ver que solo se puede estar
con Dios si se está con el hombre.
Las enseñanzas de Jesús no son más que el intento de comunicarnos su experien-
cia personal de Dios. Pero para poder comunicar una experiencia, primero hay que
vivirla. Jesús, como todo hombre, no tuvo más remedio que aprender de la expe-
riencia.
Jesús se toma en serio la propuesta de la Cananea; no como los discípulos que
solo quieren quitársela de encima porque venía molestando. Curiosamente el texto
litúrgico quiere suavizar la expresión de los discípulos y dice 'atiéndela'. Pero el
"apoluson" griego significa también despedir, rechazar; exactamente lo contrario.
La mujer representa a todos los que sufren por el dolor de un ser querido al que
no se puede ayudar. La profunda relación entre madre e hija impide delimitar
dónde empieza el problema de su hija. La madre es también parte del problema.
La enfermedad de la hija no es ajena a la postura de la madre. Las dos mantienen
una relación enfermiza, y curar a la madre supone curar a la hija.
Los problemas sicológicos de la hija nos hacen pensar en problemas de relación
materno-filial. Cuando la madre se encuentra a sí misma con la ayuda de Jesús,
empieza a solucionarse el problema de la hija. Una petición auténtica lleva consigo
la disponibilidad a poner todo lo que esté de su parte para superar la dificultad.
Esa es la clave de todo el relato.
Al descubrir esta actitud, Jesús puede declarar que su hija está curada.
Los cristianos hemos heredado de los judíos el sentimiento de pueblo elegido y
privilegiado. Estamos tan seguros de que Dios es nuestro, que damos por sentado
que el que quiera llegar a Dios tiene que contar con nosotros. Esta postura que
nos empeñamos en mantener, es tan absurda y está tan en contra del evangelio,
que me parece hasta ridículo buscar argumentos para rechazarla.
Dios es de todos, y todos y cada uno de los seres humanos son igual de valiosos
para El. El que se crea otra cosa, está ante su propio ídolo. Seguir pensando que

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nuestro Dios es el verdadero y que el de los otros es falso, es una demostración
más de nuestra cortedad de miras.
Juzgar y condenar en nombre de Dios a todo el que no pensaba o actuaba como
nosotros, ha sido una práctica constante en nuestra religión. Va siendo hora de
que admitamos los tremendos errores cometidos por actuar de esa manera. De-
bemos reconocer, que Dios nos ama a todos, no por lo que somos, sino por lo que
Él es. Esta simple verdad bastaría para desmantelar todas nuestras pretensiones
de superioridad.
El mensaje de este texto, para nosotros, es que ser cristiano es acercarse al otro
que me necesita superando cualquier diferencia, de edad, de sexo, de cultura o de
religión. El prójimo es siempre el que me necesita. Los cristianos no hemos tenido,
ni tenemos esto nada claro. Nos sigue costando demasiado aceptar a "otro', y de-
jarle seguir siendo diferente; sobre todo al que es "otro" por su religión.
Tenemos que aprender de este relato, que el que me necesita es el débil, el que no
tiene derechos, el que se ve excluido. También en este punto está la lección sin
aprender. Estamos dispuestos a ayudar al importante, al poderoso, al que puede
devolvernos el favor, pero es muy difícil que atendamos la necesidad de un don na-
die que no puede responder.
También debemos aceptar (como la Cananea) que muchas de las carencias de los
demás, se deben a nuestra falta de compromiso con ellos. Sobre todo en el am-
biente familiar, una relación inadecuada padres-hijos e hijos-padres, es la causa,
en la mayoría de los casos, del mal comportamiento del otro. Muchas veces, la
culpa de lo que son los hijos la tienen los padres por no intentar comprender sus
puntos de vista. El acoger al otro con cariño y sin querer cambiarle, es más prácti-
co que lamentarse o reprochar.

Resurrecciones
Este apartado exige un cuidado especial. Si entendiéramos los textos literalmente,
tendríamos que sacar conclusiones desconcertantes. Pero resulta que quienes siguen
manteniendo resurrecciones físicas, se quedan tan tranquilos después de haber
aceptado hechos tan inexplicables.
Hoy sabemos que, en condiciones normales, un instante después de morir tenemos
un cadáver. Ya no es un organismo sino un montón de materia orgánica en descom-
posición. Esto quiere decir que empiezan a funcionar las leyes físicas, sin ninguna
referencia a la vida.
Ya hemos analizado la resurrección de Lázaro. Allí hemos visto la posibilidad de otra
interpretación que no tiene por qué aceptar la resurrección biológica para dar sentido
teológico al relato. Creo que por aquí deben ir los tiros para superar el callejón sin
salida de una interpretación material de los hechos.

La hija de Jairo (Mt 9,18-19 y 23-26) (Mc 5,21-24 y 35-43) (Lc 5,40-)
Por una parte, la niña y su padre son imagen de los sometidos a la institución. Jairo
es un cargo público, aunque no estrictamente religioso. La religión no sólo no le daba
solución, sino que le marginaba hasta límites inimaginables hoy.

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Jairo no encuentra salida en la religión y busca la salvación en Jesús, que ya había
sido rechazado por los jefes religiosos. La decisión es tan difícil que espera hasta el
último momento para ir en busca de Jesús. Jairo viola formalmente la Ley acudiendo
a un proscrito.
Es muy interesante constatar que Jesús apela a la fe-confianza como motor de pues-
ta en marcha de la curación-salvación. La llegada de los emisarios que vienen de casa
de Jairo, traen noticias de muerte. Jesús es portador de vida y le dice a Jairo: basta
que tengas fe. La multitud se pone de parte de los emisarios de muerte y se pone a
llorar; pero Jesús no hace ningún caso y sigue adelante.
Cogió de la mano a la muchacha, pero a diferencia de la suegra de Pedro, no la levan-
ta, sino que le dice: ¡levántate!, el mismo verbo que Marcos emplea para hablar de
resurrección.
En contra de lo que dice expresamente la Ley, toca a un muerto, y en vez de quedar
él contaminado de muerte, comunica la vida al cadáver. ¡Es genial!
No podemos confundirnos a estas alturas. La importancia de estos relatos no está en
el hecho de curar o de resucitar, sino en la lección teológica que encierran. Pensar
que la obra de Jesús se puede limitar a tres resurrecciones y una docena de curacio-
nes, sería ridiculizar su figura.
Inevitablemente, los curados volverían a enfermar y entonces ya no estará allí Jesús
para curarlos. Y los resucitados volverán a morir sin remedio. Jesús no puso el obje-
tivo de su misión en una solución de los problemas puntuales de aquí abajo.
La salvación de Jesús es para todos y en cualquier circunstancia.
Jesús nos dice que Dios no quiere nada negativo para el hombre. Aunque las limita-
ciones son inherentes a nuestra condición de criaturas, la salvación de Dios es siem-
pre de un plano superior y más pleno que cualquier limitación; por eso se puede dar
en plenitud, a pesar de cualquier limitación, incluida la muerte.
También en este caso, la multitud queda al margen de los acontecimientos y de la
salvación que representan. Para Jesús, los entes de razón (multitud, pueblo, iglesia)
no pueden ser objetos de salvación. Lo único que le importa es la persona, porque es
lo único real.
La verdadera salvación, la que propone Jesús, es siempre liberación. También hoy
tendría que ser nuestra principal tarea el liberar a tantas personas atrapadas por las
interpretaciones aberrantes de Dios, que hacen las instituciones. La religión, mal en-
tendida, seguirá oprimiendo y esclavizando mientras sigamos dando más importancia
a la institución que a la persona.

El hijo de la viuda de Naín (Lc 7,11-17)


Tenemos que empezar por una reflexión muy simple. Cómo es posible que los demás
evangelistas no narren un hecho tan espectacular. Una vez más hay que recordar
que los evangelios están escritos según las tradiciones y la manera de pensar de cada
comunidad. Esa es la causa de que haya tanta divergencia incluso cuando relatan los
mismos hechos.
Es muy difícil precisar en estos textos qué es lo que pasó realmente. En todo caso lo
que quieren resaltar no es el milagro en sentido estricto, sino el poder de Jesús de
dar vida trascendente, significada en esa vida fisiológica recuperada.

74
El mensaje está en la actitud de Jesús ante la viuda que va a enterrar a su hijo. "Sin-
tiendo lástima", dice el texto. Aquí está la clave. El amor a todos, hecho compasión
hacia la persona concreta que está sufriendo, es el mensaje que atraviesa toda la vida
de Jesús.
Con frecuencia encontramos en los evangelios una profunda crítica de un mesianis-
mo milagrero. Sin duda fue uno de los mayores peligros de interpretar equivocada-
mente a Jesús. En el capítulo 6 del evangelio de Juan, después de la multiplicación
de los panes, les dice a los que le buscaban para proclamarle rey: "Me buscáis no
porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros..."
Esa tentación es todavía muy fuerte entre nosotros. No hay más que examinar nues-
tras oraciones litúrgicas o echar un vistazo por Lourdes o Fátima para comprenderlo.
A toda costa, fabricamos un Dios todopoderoso que acto seguido, intentamos poner a
nuestro servicio. Él nos concederá todo lo que le pidamos con tal de que nos compor-
temos como él quiere.
Es la misma dinámica que tenían los hombres del Paleolítico. Aplacar a Dios, tenerle
contento, porque de esa manera no empleará su omnipotencia contra nosotros, sino
contra nuestros enemigos.

13

LO QUE PREDICÓ

No predicó teología ni moral


La predicación de Jesús fue una "buena noticia". La manera de entender la Ley y el
culto era para la gente una "pésima noticia" que les impedía desarrollarse como per-
sonas. Jesús pretendió purificar la religión judía de las falsas adherencias que en su
tiempo impedían acceder al verdadero Dios y que convertían la religión en una escla-
vitud en vez servir de liberación.
Jesús no proclamó un nuevo cuerpo de doctrinas, ni una nueva serie de normas mo-
rales ni nuevos ritos, distintos de los que se llevaban a cabo en el templo.
Esto tendría que hacernos pensar un poco, porque la Iglesia-institución pronto sintió
la necesidad de suplir esa carencia y nos inundó con nuevas teologías, nuevas nor-
mas morales y nuevos ritos. Para Jesús, todo eso tenía una importancia relativa, y
aunque nunca se opuso a ello, dejó bien claro que sin la vivencia interior todo era
inútil.
Vemos que tampoco puso ningún énfasis en explicar las Escrituras, como hacían los
rabinos. Recordemos lo que nos cuenta Juan cuando Nicodemo fue a verle de noche
para que le explicara las Escrituras. Le cortó en seco y le propuso algo muy distinto:
nacer de nuevo.

"El Reino de Dios"


No sé si tenemos suficientemente claro que Jesús nunca se predicó a sí mismo, sino
que el centro de su predicación fue siempre el "Reino de Dios". Es cierto que la predi-

75
cación de Jesús es fruto de su experiencia humana de lo que es Dios y que él se iden-
tificó totalmente con ese Reino, pero es muy conveniente tratar de ver la diferencia.
Sería un ejercicio esclarecedor el intento de conciliar esta idea de Reino de Dios con
la idea de 'Abba'. Hablar de Dios como rey y a la vez como papá, nos obliga a romper
esquemas rígidos para abrirnos a vivencias completamente originales.
Si somos capaces de armonizar estos conceptos tan contradictorios en apariencia, y
comprender que Dios reina y es padre a la vez, obtendríamos una decisiva aproxima-
ción a lo que nos dice Jesús sobre Dios.
Mateo habla del "Reino de los Cielos", mientras que los demás evangelistas y también
alguna vez Mateo, hablan del "Reino de Dios". Las dos fórmulas expresan la misma
realidad. A los judíos les resultaba violento emplear la palabra Dios, por eso emplea-
ban circunloquios para evitarla, por ejemplo, "Los Cielos", el ámbito de lo divino, la
divinidad.
En los escritos más tardíos del NT, cuando los cristianos estaban ya muy familiariza-
dos con la idea, se encuentra la expresión "Reino", sin más. En alguna ocasión se
habla del Reino de Cristo. Esta otra expresión es muy peligrosa porque nos puede
hacer pensar que Jesús es la meta y olvidarnos de Dios.
El núcleo esencial de la predicación de Jesús, fue "El Reino de Dios", pero no es nada
fácil comprender bien su significado. Por supuesto, ese "de" no es posesivo, sino
epexegético, es decir, explicativo. Un ejemplo puede aclararlo: si yo digo: "el tonto de
mi hermano", nadie entiende que mi hermano tenga un tonto, sino que mi hermano
es tonto.
En nuestro caso, Reino de Dios no quiere decir que Dios tenga un reino, sino que el
Reino se identifica con Dios.
La palabra griega "basileia" se refiere en primer lugar, al poder ejercido por el sobe-
rano, no al territorio ni a los súbditos. Sería mejor traducirlo por "reinado de Dios".
Con esta expresión evitaríamos confundirlo con los reinos terrenos. Para Jesús, lo
contrario del reino de Dios no es el reino de Herodes o el imperio romano, sino el im-
perio del "egoísmo".
Es imposible entender esta expresión si no salimos de la idea de un dios soberano,
todopoderoso, que desde su trono del cielo (lugar) gobierna el universo entero. Mien-
tras no superemos ese dios arcaico, no habrá manera de entender el mensaje de Je-
sús. Dios es Espíritu. Siempre que el hombre se deja mover por el Espíritu y actúa
desde él, está haciendo presente lo divino, está haciendo presente el Reino de Dios.
Cuando decimos: "Reina la paz", "reina la oscuridad" o "reina el amor", no pensamos
en entes que están dominando alguna parte de la realidad sino en un ambiente, en
un medio inmaterial en el que se desarrolla la realidad. Esta idea podía ser una pista
para comprender el significado de la frase y escapar del peligro de materializada.
'Reinado de Dios' quiere decir que la realidad humana se desarrolla en un ambiente
espiritual, que el ámbito de lo divino está presente en lo humano y constituye su at-
mósfera y su fundamento propio. El Reino de Dios es un ámbito en que las relaciones
verdaderamente humanas con Dios, conmigo mismo, con los demás, con las cosas,
son posibles.
No se trata de que Dios en un momento determinado de la historia haya decidido es-

76
tablecer una relación nueva con los hombres. Con la venida de Jesús no ha cambia-
do nada por parte de Dios. Él ha estado siempre inundándolo todo. Lo que ha cam-
biado es la toma de conciencia de esa realidad y la actitud de los hombres ante ella.
Entrar en el Reino es tomar conciencia de esa realidad de Dios en mí e inmediata-
mente actuar en consecuencia. La dinámica del Reino se despliega de dentro a fuera.
Es por tanto, en primer lugar, una consecución personal. Cada persona hace presen-
te a Dios y su Reino cuando conecta con el otro desde la empatía y el amor.
El reinado de Dios, que Jesús predica y vive, significa la radical fidelidad y entrega de
Dios al hombre. Por lo tanto, la realidad primera de ese Reino la constituye Dios que
se derrama y se funde con cada ser humano. No es una realidad que haga referencia
en primer lugar al hombre, sino a Dios.
El hombre debe descubrirla y vivirla. Dios se vuelca sobre el hombre porque no pue-
de dejar de ser fiel a sí mismo. No hace un favor al hombre, sino que responde a su
mismo ser, que es amor. Es ridículo creer que Dios nos ama por ser buenos.
Pasa lo mismo con el hombre, que para ser fiel a Dios no tiene que renunciar a sí
mismo, porque la única manera de ser él mismo, es descubrir lo que Dios es en él. No
hay posibilidad de ser fiel ni a Dios ni a sí mismo, cumpliendo unas órdenes que ven-
gan de fuera. Solamente si soy fiel a mí mismo, puedo ser fiel a Dios. Sólo si soy fiel a
Dios, puedo ser fiel a mí mismo.
Ese reinado de Dios se manifiesta en las relaciones entre los seres humanos. Pero no
podemos identificar el Reino de Dios con ninguna clase de organización social o reli-
giosa. No debemos caer en la tentación de identificarlo con la Iglesia. Se dice que Je-
sús predico el Reino de Dios pero nació la teocracia de la Iglesia.
Teocracia viene del griego theos = Dios y kratos = gobierno. Tendría que significar
exactamente lo mismo que Reinado de Dios, pero todos sabemos muy bien que hay
una diferencia abismal entre las dos expresiones al utilizarlas hoy.
Es muy curioso que veamos con toda claridad esa diferencia cuando nos referimos a
Irán o a los talibanes de Afganistán y no nos demos cuenta de ella cuando se refiere a
la manera de ejercer el poder nuestra jerarquía.

Las bienaventuranzas
La mayoría de los exegetas están de acuerdo en que el núcleo de las bienaventuran-
zas se remonta a Jesús histórico. Este dato es muy importante porque nos obliga a
afrontar el tema con toda seriedad.
Lo primero que llama la atención es que no se consideran dichosos a los piadosos ni
a los cumplidores de la Ley. Se declara dichoso al pobre, al que llora, al que pasa
hambre, en una palabra, al que sufre en su carne cualquier clase de marginación. Es
uno de los mejores indicios para sospechar que proceden del mismo Jesús.
Se trata sin duda del mensaje más original y provocativo de todo el evangelio. No son
nada fáciles de entender. No parece muy lógico decirle al pobre, al perseguido, ¡qué
suerte tienes! ¡Enhorabuena! Aunque mayor recochineo es cuando se le dice: "en el
más allá te lo pagarán".
Sobre las bienaventuranzas se ha dicho de todo. Para Gandhi eran "la quintaesencia
del cristianismo". En cambio para Nietsche eran una maldición, ya que atentan con-
tra la dignidad del hombre.

77
Las bienaventuranzas son los textos que mejor expresan la radicalidad del evangelio.
Tal vez la formulación, un tanto arcaica, nos impida descubrir su importancia. En
realidad lo que quiere decir Jesús es que seríamos todos mucho más felices si salié-
ramos de la dinámica del consumismo egoísta y entrásemos en la dinámica del com-
partir.
Mateo coloca las bienaventuranzas al principio del primer discurso programático de
Jesús. Bien entendido que se trata de un montaje del evangelista. No es verosímil que
Jesús haya comenzado su predicación con un discurso tan exigente y radical como
este. Pero el hecho de colocarlo ahí demuestra la importancia que quiere darle.
El escenario que prepara para este sermón nos indica hasta qué punto lo considera
importante. El "monte" está haciendo clara referencia al Sinaí. En el AT, el monte es
el lugar de Dios, el ámbito de lo divino. Jesús es considerado como el nuevo Moisés,
que promulga la "nueva Ley".
Pero hay una gran diferencia con Moisés. Las bienaventuranzas no son mandamien-
tos o preceptos. No obligan a seguir un camino para que al final te encuentres con
algo maravilloso. Son simples proclamaciones que invitan a descubrir la meta de la
plenitud humana, la felicidad, y proponen después, un camino inusitado para alcan-
zarla.
No tiene importancia que Lucas proponga cuatro y Mateo, nueve. Se podrían propo-
ner cientos. Todas las bienaventuranzas dicen exactamente lo mismo. Si entiendes
una de ellas, estarás preparado para entender las miles de situaciones diferentes con
las que nos podemos encontrar. Se trata del ser humano que sufre limitaciones ma-
teriales o espirituales por caprichos de la naturaleza o por causa de otro, y que unas
veces se manifiestan por el hambre y otras por las lágrimas. Por eso no tiene mayor
importancia explicar cada una de ellas por separado.
La inmensa mayoría de los exegetas están de acuerdo en que las tres primeras biena-
venturanzas de Lucas, recogidas también en Mateo, son las originales e incluso se
puede afirmar con cierta probabilidad que se remontan al mismo Jesús. Las demás
pueden ser intentos de aclarar el tema.
Parece que Mateo ya las espiritualiza un tanto, no sólo porque dice "pobre de espíri-
tu" y "hambre y sed de justicia", sino porque añade: bienaventurados los pacíficos,
los limpios de corazón, etc. Como si quisiera poner en valor de nuevo, al virtuoso y
espiritual.
Con su despiadada crítica a la sociedad injusta, los profetas Amos, Isaías, Miqueas,
denuncian una situación que clama al cielo. Los poderosos se enriquecen a costa de
los más pobres. Todos pertenecen al mismo pueblo cuyo único Señor es Dios; pero
los ricos, al esclavizar a los demás, no hacen caso a Yahvé, no reconocen su sobera-
nía. Dios no puede tolerar esta rebelión, y reaccionará contra los ricos, dicen los pro-
fetas.
Después del destierro se habla del "resto de Israel", un resto pobre y humilde, el
oprimido, el enfermo, el 'impuro', el marginado, el excluido de la sociedad. Simplifi-
cando mucho, podíamos decir que los pobres bíblicos son aquellas personas que, por
no tener nada ni nadie en quien confiar, su única escapatoria es confiar en Dios, pero
confían.
Las bienaventuranzas no están hablando de la pobreza voluntaria aceptada por los

78
religiosos a través de un voto. Está hablando de la pobreza impuesta por la injusticia
de los poderosos. Los que quisieran salir de su pobreza y no pueden, son los que Je-
sús considera bienaventurados si descubren que nada les puede impedir ser plena-
mente humanos.
Otra trampa que debemos evitar al tratar este tema es la de proyectar la felicidad
prometida para el más allá. Así se ha interpretado muchas veces en el pasado y aún
hoy. No, Jesús está proponiendo una felicidad para el más acá. Aquí y ahora puede
todo ser humano encontrar la paz y la armonía interior que es el paso a una verdade-
ra felicidad, no basada en tener y consumir más que los demás, sino en la riqueza
que supone la existencia.
Esta reflexión nos abre una perspectiva nueva. Ni el pobre ni el rico se pueden consi-
derar aisladamente. Siempre existe una relación entre ambas situaciones. La riqueza
y la pobreza son dos términos correlativos, no existiría una sin la otra. Es más, la po-
breza es mayor cuanto mayor es la riqueza, y viceversa. Y la tendencia es a aumentar
el abismo ya existente entre ricos y pobres.
Si desaparece la pobreza, desaparecerá la riqueza. Tal vez la quimera de muchos ri-
cos es desear que desaparezca la pobreza del mundo, aun manteniendo intacta su
propia riqueza. Es imposible.
Las bienaventuranzas quieren decir: es preferible ser pobre, que ser rico opresor; es
preferible llorar a hacer llorar al otro. Es preferible pasar hambre a ser la causa de
que otros mueran de hambre. Dichosos no por ser pobres, sino por no ser ricos egoís-
tas. Dichosos, no por ser oprimidos, sino por no ser opresores.
La clave sería: el valor supremo no está en lo externo y material, sino dentro del
hombre, en el hondón de sí mismo. Hay que elegir entre la confianza en el placer o la
confianza en Dios. Si elegimos el ámbito del dinero, habrá injusticia e inhumanidad.
Si estamos en el ámbito de lo divino, habrá amor, es decir humanidad.
Si el ser pobre, sin más, es motivo de dicha, ¿por qué ese empeño en sacar al pobre
de la pobreza? Y si la pobreza es una desgracia, ¿por qué la disfrazamos de bienaven-
turanza? Ahí tenemos la contradicción más radical al intentar explicar racionalmente
las bienaventuranzas.
Pero por paradójico que pueda parecer, la exaltación de la pobreza que hace Jesús,
tiene como objetivo el que deje de haber pobres. El enemigo número uno del Reino de
Dios es la ambición, el afán de poder, la necesidad de oprimir al otro.
Son palabras de Jesús: "no podéis servir a Dios y al dinero". La praxis cotidiana de
Jesús es el único camino para entender las bienaventuranzas. El Reino de Dios es el
ámbito del amor y para entrar en él, hay que ir más allá de la legalidad o falsa justi-
cia. Mientras no haya verdadera justicia, el amor será falso.
El evangelio nos está diciendo que toda acumulación de bienes, mientras haya un
solo ser humano que muera de hambre, es injusta. Ya sé que no lo queremos enten-
der. Los economistas dirán que no puede haber progreso sin acumulación de capital.
Lo que intentan decir las bienaventuranzas es precisamente que la sociedad tal como
está hoy montada a nivel mundial es radicalmente inhumana e injusta, aunque
cumplamos al pie de la letra todas las normas legales que nos hemos dado a nosotros
mismos los ricos.

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Las bienaventuranzas nos están diciendo que otro mundo es posible. Un mundo que
no esté basado en el egoísmo sino en el amor. ¿Puede ser justo que yo esté pensando
en vivir cada vez mejor (entiéndase consumir más), mientras millones de personas
están muriendo, por no tener un puñado de arroz que llevarse a la boca? Si no quie-
res ser cómplice de la injusticia, escoge la pobreza.
Podríamos resumir el mensaje de las parábolas diciendo: Dichosos los que viven sin
ambición porque en ellos mismos han descubierto a Dios. Acaparar lo que otro nece-
sita para subsistir, es negarle la vida y negar a Dios. Pero es también arruinar nues-
tra verdadera vida y por lo tanto nuestra felicidad.
Compartir es la única manera de alcanzar verdadera humanidad. Pero es también
dar al otro la oportunidad de hacerlo más humano. Es un error garrafal y una triste
equivocación pensar que oprimir a los demás me coloca por encima de ellos o que soy
más cuando puedo consumir más que los demás.

14

LAS PARÁBOLAS

Las parábolas reflejan el mensaje de Jesús en todo su frescor. Por no estar insertados
en una cultura narrativa como la de Jesús, tenemos que hacer un esfuerzo para cap-
tar todo el contenido de estos relatos. En esas historias podemos encontrar las más
profundas enseñanzas de Jesús.
La ingenuidad de esas historias no tiene nada que ver con nuestras sesudas teolo-
gías. Ante una parábola lo importante es preguntarnos por la verdad que nos quiere
trasmitir. La narración en sí no tiene ninguna importancia. Quedarnos en los detalles
del relato nos puede despistar.
Las parábolas de Jesús quieren llevarnos al descubrimiento de experiencias descon-
certantes de la vida. En todas se esconde una paradoja que rompe los esquemas
usuales en los que se despliega la vida rutinaria de cada día.
En la parábola se presenta una anormalidad, algo que no tenemos por normal, que
nos hace pensar si lo que parece que no encaja en nuestra experiencia, sería real-
mente interesante para mi vida.
El objetivo de las parábolas es sustituir una manera de ver el mundo miope y anodi-
na, por otra, abierta a una nueva realidad llena de sentido. Obligan a mirar a lo más
profundo de sí mismo.
La parábola es un método de enseñanza que permite no decir nada al que no está
dispuesto a cambiar, y a decir más de lo que se puede decir con palabras, al que está
dispuesto a escuchar.
No debemos confundir una parábola con una alegoría. La alegoría tiene una mecáni-
ca y un objetivo muy distinto. En ella, cada elemento tiene un paralelismo con el
mundo trascendente que nos obliga a sustituir las cosas y personas de carne y hueso
por referentes espirituales, evocados por la narración. El objetivo es invitarnos a ac-
tuar de una manera más acorde con la moral que se quiere defender. La alegoría es

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siempre moralizante.
El afán por alegorizar las parábolas, en realidad, nos ha privado del verdadero men-
saje. Este afán de alegorizar y sacar conclusiones morales lo encontramos ya en los
mismos evangelios. El mensaje de cada parábola es uno solo. En un momento de la
narración nos encontramos con un quiebro que rompe la lógica del relato. En esa fa-
lla debemos encontrar el verdadero mensaje.
El primer objetivo de una parábola es hacer pensar; por eso encontramos en ella un
elemento extraño, paradójico, insólito, dentro de la simplicidad del relato. Es un ata-
que a los convencionalismos de la sociedad y eso es precisamente lo esencial: la pa-
rábola me coloca ante una situación que me obliga a pensar. En realidad, me desco-
loca.
Cada parábola es una sacudida que me obliga a tomar partido ante la situación que
propone. Es un desafío; nos obliga a considerar nuestra propia existencia desde una
perspectiva distinta, abre caminos insospechados para enfocar la vida de distinta
manera. Nos abre a un mundo desconcertante y nuevo. Constituyen una crítica de
los comportamientos convencionales admitidos por la sociedad.
Aunque el relato de casi todas las parábolas es mundano, en el mundo de las parábo-
las no se vive ni se juzga como en el mundo de la realidad cotidiana. Lo que en la vida
real sería una respuesta lógica, desaparece para dar paso a conclusiones inespera-
das, que me obligan a sobrepasar la manera normal de pensar y vivir.
La parábola mantiene el suspense mientras el oyente no se decida a favor o en contra
de esa nueva posibilidad de vida que se le ofrece. Yo mismo debo responder, aquí y
ahora, si acepto o no esa posibilidad nueva de vida. Tendré que hacer realidad la
utopía del relato y empezar a vivir de acuerdo con lo narrado. Si no tomo ninguna
posición, quiere decir que no me ha hecho mella y sigo pensando como el mundo.
La parábola ni necesita ni admite explicación o comentario alguno. Ninguna interpre-
tación teórica es posible, precisamente porque solo la respuesta personal es válida.
No se trata de una mejor comprensión intelectual del mensaje sino de una implica-
ción personal en las consecuencias vitales que el mensaje tiene para mí.
El hecho de que los evangelios relaten más parábolas de las que Jesús pronunció no
tiene mayor importancia. En esas que pudieron ser añadidas por la tradición se en-
cuentra también el genuino mensaje de las viejas.
Al relatar hechos y actitudes de la vida real, las parábolas no pretenden aprobar ni
reprobar esas situaciones, se hace referencia a ellas porque son conocidas por todos,
y solo como base del mensaje profundo. No se trata de juzgar moralmente esas reali-
dades sino de tomarlas como punto de partida.
Algunas de las parábolas están corregidas en un ambiente neotestamentario; están
de alguna manera interpretadas ya de manera unívoca, poniendo en relación al pue-
blo judío y a la nueva moral de la comunidad cristiana.
Acotaré para cada parábola, ese punto de inflexión que me obliga a pensar en otra
manera de afrontar mi existencia. Es lo que tengo que descubrir en cada una de
ellas.

El sembrador (Mt 13,1-23) (Mc 4,3-9) (Lc 8,5-8)


La explicación que los tres evangelistas ponen a continuación, no aporta nada a este

81
relato. La parábola no admite explicación. Jesús no pudo caer en la trampa de inten-
tar explicarla. Fue la primera comunidad la que intentó aprovechar el relato para
convertirlo en alegoría y así trasformar la parábola en un mensaje moralizante.
El objetivo habría sido animar a predicar sin calcular la respuesta de antemano. Hay
que sembrar a voleo, sin preocuparse de donde cae. La semilla debe llegar a todos.
Por otro lado se trata de resaltar es la fuerza de la semilla en sí, aunque necesita
unas mínimas condiciones vitales para desarrollarse.
Es un relato simple tomado de la vida cotidiana, que todos los oyentes conocían per-
fectamente. En aquellas tierras, más bien pobres, la producción de un 10 por uno se
consideraba una buena cosecha. En el contraste está el punto de inflexión: la cose-
cha de la tierra buena producirá no el 10 por uno, sino un 30 por uno, un 60 por
uno o incluso un 100 por uno. Algo a todas luces desorbitado. Ahí está el mensaje.
Tú eres esa semilla que puede llegar a producir ciento por uno. No debes conformarte
con menos. Tus posibilidades son infinitas. No te amilanes ni des crédito a los que
insistan en decirte que no vales para nada, aunque sea tu propia religión.

La cizaña (Mt 13, 24-43)


La cizaña en medio del trigo era un fenómeno muy frecuente en aquella época. No
hacía falta que un enemigo viniera a sembrarla. Un dato importante es que la cizaña
es tan parecida al trigo que solo se distingue cuando llega la hora del fruto. La clave
de la parábola está en que lo lógico era arrancar la cizaña en cuanto se pudiera dis-
tinguir. Pero el dueño del campo dice a los criados: dejadlos crecer juntos hasta la
siega.
La parábola insiste en que el primer paso hacia una mayor humanidad, está en el
respeto a los demás por encima de cualquier calificativo. Reconocer que cada persona
debe ser libre en sí misma sin sometimientos a ninguna ideología previa. Solemos
reclamar la libertad para cada uno, pero reivindicarla para los otros suele preocupar-
nos menos.
No te importe que alguien que no piensa ni actúa como tú viva junto a ti. No le consi-
deres un estorbo. No juzgues sus acciones ni sus actitudes. Trata de que no se sienta
violentado por tu manera de tratarle. Lo más grande que podemos hacer por un ser
humano es dejarle ser libre.
No caigas en la trampa de pensar que hay personas malas. Trata a todo el mundo
como si fueran excelentes, porque en realidad lo son, aunque no se hayan enterado
todavía.
No pienses que alguien puede impedirte ser lo que eres. No consideres a nadie como
enemigo, aunque él se empeñe en tratarte como si tú lo fueras. Si siembras amor,
puedes conseguir amor. Si siembras odio la cosecha de odio está asegurada.

El grano de mostaza (Mt 13, 31-32) (Lc 13,18-19)


Esta parábola llama la atención sobre la desproporción entre la infinita pequeñez de
la semilla y lo rápido que se convierte en una planta lo suficientemente grande para
que los pájaros puedan hacer en ella sus nidos. El Reino de Dios, al principio, ni si-
quiera se ve, pero si germina, puede ser espectacular.
La fuerza para crecer, no nos viene de fuera. La semilla que acogemos trae la energía

82
suficiente para desplegar su maravillosa vitalidad. La única condición es que sepa-
mos acogerla con sinceridad y sin cortapisas.
No te fíes de las apariencias. Lo verdaderamente valioso de las personas no se puede
apreciar por los sentidos. Todo ser humano es mayor de lo que podemos apreciar.
Trata a todos, incluido a ti mismo, como lo que en lo hondo son, no como aparecen
en la superficie. Descubre en ti y en los demás lo que vale de veras.

La levadura (Mt 13,33) (Lc 13,20-21)


En este relato, la desproporción es aún mayor. La levadura ni siquiera se puede ver.
Llamamos levadura a un trozo de masa como la de hacer el pan, pero que está infec-
tada con hongos microscópicos que en un ambiente adecuado de humedad y calor,
se reproducen a una velocidad asombrosa. Ya tenemos la clave: allí donde exista una
chispa de Vida, el Reino de Dios se multiplicará de manera imparable.
Vive la verdadera Vida y no te preocupes de nada más. En el orden biológico, la vida
solo puede surgir de la vida. En el orden espiritual pasa lo mismo: solo el que vive
puede llevar Vida allí donde aún no existe. La meta está en que toda vida se convierta
en Vida. En tus manos está comenzar este proceso de transformación.

El tesoro y la perla (Mt 13,44-46)


En estas dos parábolas la clave está en la necesidad de descubrir una realidad, que
ya está ahí, y que debo apreciar por encima de todo valor. No hay que conseguir nada
ni luchar por alcanzar ninguna meta. Todo aquello por lo que merecería la pena lu-
char, ya lo tienes. No tienes que dejar de ser lo que eres ni mucho menos llegar a ser
lo que todavía no eres. Lo eres ya todo. ¡Descúbrelo!
El tesoro es el mismo Dios presente en cada uno de nosotros. Es la verdadera reali-
dad que soy. Lo que hay de Dios en mí es el fundamento de todos los valores. El
Reino que es Dios, está en mí. Esa presencia es el valor supremo. En cuanto las reli-
giones olvidan esto, se convierten en ideologías esclavizantes.
El que encuentra la perla preciosa, no desprecia las demás. Dios no se contrapone a
ningún valor, sino que potencia todo lo demás. No se trata de renuncia. Dios no pue-
de querer que renunciemos a nada, sino que vivamos todo en plenitud.
Nada, absolutamente nada vamos a conseguir si previamente no descubrimos el te-
soro. Nuestra principal tarea será tomar conciencia de lo que somos. Si lo descubri-
mos, prácticamente está todo hecho. La parábola al revés, no funciona. El vender to-
do lo que tienes, antes de descubrir el tesoro, que es lo que siempre se nos ha pro-
puesto, no es garantía ninguna de encontrarlo.
No dejes de cavar en tu propio huerto. No importa que te pases toda la vida cavando.
Si al final encuentras lo que eres, habrá merecido la pena. Esa tarea nadie la puede
hacer por ti. No te canses. Cava más hondo. El tesoro está muy escondido. Bagatelas
que dan una satisfacción inmediata pero superficial, son muy fáciles de encontrar.
No te dejes engañar. Hasta que no encuentres lo que te sacie plenamente, no dejes de
buscar.

La red de pesca (Mt 13,47-50)


Para entender esta parábola tenemos que descubrir que está relatada desde una vi-
sión mítica del tiempo, en la que se pensaba que habría un tiempo después del tiem-

83
po de aquí abajo y una realidad metafísica más allá de la física. Se intenta conectar la
realidad de aquí y ahora con la del más allá. Desde esta perspectiva, lo importante no
es este tiempo, sino el final.
Siguiendo con la visión mítica, las dos realidades están interconectadas y habrá un
momento en el que se pedirá cuenta a cada uno de la trayectoria de su 'acá'. Según
haya sido esa trayectoria, será lo que le ocurra una vez que termine su vida. En el
aquí y ahora, cada uno puede elegir entre muchas posibilidades de desplegar su exis-
tencia, pero en el más allá no habrá elección, porque dependerá de la que hayas to-
mado en el presente.
Esta parábola no casa muy bien con el sentido del valor supremo de cada ser hu-
mano, que Jesús ha manifestado en otras ocasiones. Si se remonta a Jesús, esta pa-
rábola necesitaba más explicaciones para poder encajarla en el conjunto de su men-
saje.
Según el mensaje del evangelio, existe el bien y existe el mal pero no debemos identi-
ficar a nadie con lo que ha hecho, ni cuando hace el bien ni cuando hace el mal. El
ser humano es mucho más de lo que puede hacer o deshacer. Cada uno tiene que
juzgarse y descubrir si está desplegando sus posibilidades, dando sentido a su vida, o
la está malgastando de manera que no le habrá llevado a ninguna parte cuando se
termine.

La oveja perdida (Mt 18,12-14) (Lc 15,4-7)


Es un relato entrañable que trata de aproximarnos a un Dios que valora a cada uno
como si fuera lo único importante para El. No es lógico ni prudente que el pastor
abandone las noventa y nueve y se vaya a buscar la perdida. Esa falta de lógica es el
punto de inflexión y manifiesta la importancia de la oveja para el pastor.
La alegría, que trata de comunicar incluso a los vecinos, es también otra manifesta-
ción del sentimiento profundo que le embarga por haberla encontrado. Ni un solo re-
proche. Nada de culpabilidad. Encontrarla sana y salva es para él lo único que im-
porta.

La moneda perdida (Lc 15,8-10)


En esta parábola el matiz es diferente. La búsqueda minuciosa se debe a que signifi-
ca mucho para la mujer la falta de una sola de las monedas. Se entiende mejor si
consideramos las monedas no en su valor monetario, sino en su valor sentimental.
Como en el caso anterior, lo impactante es la inquebrantable actitud de búsqueda.
No cesa en su empeño hasta que no la encuentra. Ningún otro desenlace puede sa-
ciar su intranquilidad. Imposible encontrar una manera más humana de hablar de
Dios.

El hijo pródigo (Lc 15,11-32)


Estamos ante la cumbre del género parabólico. No hay calificativos para este relato
insuperable en su forma y en su contenido. Después del estudio psicológico de Henri
J. Nouwen en su obra "el regreso del hijo pródigo", se ha abierto un horizonte increí-
ble en su interpretación.
Como otras muchas parábolas, no es original de Jesús. La encontramos en muchas
culturas del entorno. No nos debe extrañar, porque es la expresión más profunda de

84
los valores específicamente humanos que están más allá de cualquier valoración es-
trictamente religiosa.
Contra toda lógica, ante un hijo que se comporta de manera egoísta y desconsidera-
da, nos encontramos la actitud del padre completamente volcado sobre el hijo derro-
chador. Pero también con el hijo aparentemente fiel, el padre derrocha humanidad.
Los dos tienen fallos garrafales que deben superar, imitando la figura del padre que
es el ideal de todo ser humano. Todos tenemos que descubrir lo que tenemos de hijo
menor y de hijo mayor. Solo así podremos convertirnos en verdaderos padres que es
el más alto objetivo humano.
Todos los días de tu vida tenías que dedicar unos instantes a recordar esta parábola.
Es una mina que no se agotará nunca. No te fijes solo en el hijo pródigo. Todos so-
mos hijos pródigos, pero sobre todo, somos el hijo mayor que se siente incómodo ante
la actitud del padre para con su hermano. Ese ejemplo del padre que nos molesta, es
el objetivo. Todos tenemos que dejar de ser hijo menor e hijo mayor. Alcanzaremos
nuestra plenitud en la medida que consigamos convertirnos en padre.

Los obreros de la hora undécima (Mt 20,1-16)


Jesús no pretende dar una lección de relaciones económicas o laborales. Jesús está
hablando de la manera de comportarse Dios con nosotros, que está más allá de toda
justicia humana. Desde los valores que manejamos en nuestra sociedad, imposible
entender la parábola. Rompe todos los esquemas en los que está basada la sociedad.
La parábola nos quiere demostrar que otro mundo es posible.
Con esta parábola el evangelio pretende hacer saltar por los aires la idea de un Dios
que reparte sus favores según el grado de fidelidad a sus leyes, o peor aún, según su
capricho. En realidad Dios ha pagado todo el salario a cada uno antes de enviarnos a
la viña. Responder o no a ese anticipo, depende de nosotros.
El mensaje de esta parábola es, en el sentido más estricto, evangelio, es decir, buena
noticia: Dios es para todos igual; para todos es amor, don infinito. Si lo interpretamos
como una injusticia; seguimos con la pretensión de aplicar a Dios nuestra manera de
hacer justicia.
Aceptar que Dios ame a los malos igual que a nosotros, los buenos, tira por tierra
toda nuestra religiosidad si se basa en ser buenos para que Dios nos premie o por lo
menos, para que no nos castigue. Esta religiosidad lamentablemente sigue prevale-
ciendo hoy día y sigue impidiéndonos descubrir el Dios-amor de Jesús.
Como en el caso del hijo pródigo, también aquí la meta es que seamos capaces de
actuar como el propietario de la viña. Se nos está pidiendo que superemos nuestra
raquítica justicia y entremos en la dinámica del don gratuito y total a los demás.

Los invitados a la boda (Mt 22,1-14) (Lc 16-24)


El centro del mensaje del relato, está en que se invita a todos: malos y buenos. Es lo
que no terminamos de aceptar. Seguimos creyéndonos los elegidos, los privilegiados,
los buenos con derecho a la exclusiva (fuera de la Iglesia no hay salvación).
Especial atención debemos poner en los motivos de los primeros invitados para re-
chazar la oferta. La llamada a una vida en profundidad queda ofuscada, entonces y
ahora, por el hedonismo superficial.

85
El peligro está en tener oídos para los cantos de sirenas que llegan a los sentidos, y
no para la invitación que viene de lo hondo de nuestro ser y que nos invita a una ple-
nitud más allá de lo sensible.
Dios me invita a su mesa. Si no invito a mi propia mesa a los que pasan hambre, es
que no he aceptado, de verdad, su invitación. Una invitación no aceptada se volverá
contra mí por desconsiderado.
Sigue siendo un peligro para nosotros hoy el intento de proyectar la fiesta, la alegría,
la felicidad para el más allá. Nuestra obligación es hacer de la vida, aquí y ahora, una
fiesta para todos. Dios quiere nuestra felicidad aquí y ahora, pero solo la conseguire-
mos sí somos capaces de compartir.

El mal administrador (Lc 16,1-13)


Recordemos una vez más que, en las parábolas, no hay que tomar al pie de la letra
cada uno de los detalles que se narran: hay que entrar en la intención del que la na-
rra y sacar una sola enseñanza del conjunto del relato.
Esta parábola no está invitándome a ser injusto, sino a sentarme y echar cálculos,
para elegir lo que de verdad sea mejor para mis auténticos intereses.
El administrador calculador trataba de conseguir ventajas materiales. A nosotros se
nos invita a ser sagaces para sacar ventajas espirituales, aunque sea a costa de las
seguridades materiales.
No hacen falta muchas cavilaciones para darnos cuenta de que ponemos mucho más
interés en los asuntos materiales que en los espirituales, no solo por el tiempo que les
dedicamos, sino por la intensidad de nuestra dedicación.
Una vez que descubras lo que vale de veras, no tendrás que hacer ningún esfuerzo ni
renunciar a nada para ordenar todo lo que eres y lo que tienes, a ese valor supremo.
Cuando te sientas bien anclado en tu verdadero ser, no necesitarás ninguna seguri-
dad, ni siquiera en las riquezas.

El hombre rico y el pobre Lázaro (Lc 16,19-31)


Hay que estar muy atento para entender por qué el evangelio da por supuesto que las
riquezas son malas sin más matizaciones. No se dice que fueran adquiridas injusta-
mente ni que el rico hiciera mal uso de ellas, simplemente las utilizaba a su antojo. Si
Lázaro no hubiera estado a la puerta, no habría nada que objetar. Pero es precisa-
mente el pobre, el que con su sola presencia, llena de maldad el lujo y los banquetes
del rico.
La clave del relato está en que el rico no descubrió a Lázaro que estaba a la puerta
con los perros (animal impuro); aunque parece que después sí lo reconoce cuando lo
ve en el "seno de Abrahán". Es aquí donde debemos ver el toque de atención de la
parábola.
Vivimos tan enfrascados en nuestro hedonismo, que no queremos ver la miseria que
existe en el mundo. Y eso que hoy, ni siquiera tenemos que salir a la puerta para
descubrirla, porque se está colando a todas horas dentro de casa por la ventana del
televisor.
La miseria de una gran parte de la población mundial, no es un problema que al-
guien tiene que solucionar, sino un escándalo en el que todos participamos y del que

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tenemos la obligación de salir.
Se trata de descubrir que aunque yo esté dentro de la más estricta legalidad cuando
acumulo bienes materiales, eso no garantiza que mi relación con los hombres, y por
lo tanto con Dios sea la correcta.
Estoy muy engañado si creo que puedo desarrollar mi humanidad o religiosidad sin
contar con el pobre. La parábola nos dice algo muy distinto. El único pecado que
existe es olvidarse del hombre que me necesita. Mi grado de acercamiento a Dios es el
grado de acercamiento al otro. Todo lo demás es idolatría.

El buen samaritano (Lc 10,25-37)


También esta parábola es subversiva. Lo lógico sería que el sacerdote y el levita fue-
ran los que atendieran al herido. Pero no, es el hereje, el samaritano el que se apro-
xima (se hace prójimo) de aquel que necesita ayuda. Es una severa crítica a la religio-
sidad oficial de ritos y sacrificios, que no obliga a nada pero tranquiliza vanamente la
conciencia.
La acción del samaritano no está exigida por ningún credo religioso o programación
conceptual. El texto dice: sintió lástima. Un sentimiento que nace espontáneamente
de las entrañas. Precisamente ahí reside el valor del relato. Ayuda al desgraciado sin
condicionamientos de ninguna clase, ni religiosos ni sociales.
Lo que menos podía esperar un buen judío era que el hereje samaritano se comporta-
ra como Dios quería. Todo un alegato contra la tentación de considerarnos los bue-
nos y despreciar a los que no piensan o actúan como nosotros. Lo que de verdad nos
hace humanos es la manera de tratar a los que encontramos en el camino y necesi-
tan de nosotros.
No hay alternativa. Si crees que puedes alcanzar tu plenitud (salvación) por otro ca-
mino, es que no has entendido nada del evangelio. Buda enseñó exactamente lo
mismo, aunque en vez de llamarlo amor, lo llamó compasión. Está muy claro: solo en
la medida que consigas compadecerte, estás salvado. El final de la parábola es tajan-
te y sin paliativos: "anda, haz tú lo mismo".

El fariseo y el publicano (Lc 18,9-14)


Para poder entender esta parábola es imprescindible darse cuenta de a quién va diri-
gida. El evangelista dice que va "por algunos que creyéndose justos, estaban muy se-
guros de sí mismos y despreciaban a los demás". Entonces eran algunos; hoy somos
todos los cristianos los que nos creemos mejores y seguros y despreciamos a todos
los que no piensen y actúen como nosotros. Sí no aceptas, que la parábola va por ti,
es inútil que la leas.
La elección de un fariseo y un publicano, sin matizaciones, no es inocente. Como en
el caso del buen samaritano, tiene la intención de herir donde más les duele a los fa-
riseos. Lo que quiere dejar claro es que el cumplimiento de la Ley, por muy escrupu-
loso que sea, no basta. Para nosotros, buen cristiano sigue siendo el que va a misa,
se confiesa y comulga.
El mensaje es revolucionario donde los haya. Trastoca toda la religiosidad de la época
de Jesús y el de cualquier época. El bueno, el santo es rechazado por Dios. El peca-
dor es aceptado. Esto será siempre un escándalo para los piadosos.

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Ningún cristiano de hoy sería capaz de presentar una hoja de servicios como la del
fariseo del evangelio. Y sin embargo, la parábola deja muy claro que no le sirve de
nada. Ni siquiera en teoría hemos aceptado esta enseñanza. Un "buen" fariseo cum-
plidor sigue siendo el modelo.
Bueno no hay más que uno, Dios. Malo no hay ninguno. Ni te tienes que considerar
bueno (fariseo) ni tienes que agobiarte creyendo que eres malo. El hecho de que ha-
yas fallado no quiere decir que seas malo. Únicamente quiere decir que aún estás
fuera de tu verdadero ser. No juzgues a nadie, ni siquiera a ti mismo. Más bien traba-
ja por descubrir lo que eres y actuar desde ahí con absoluta confianza.

Los dos hijos (Mt 21,28-32)


La simplicidad del relato esconde una enseñanza fundamental.
Como conclusión general, tenemos que decir que los hechos son lo importante, y que
las palabras sirven de muy poco. La praxis prevalece siempre sobre la teoría.
El evangelio no nos invita a decir primero no y después sí. El ideal sería decir sí y ha-
cer; pero lo maravilloso del mensaje está precisamente ahí: Dios comprende nuestra
limitación y admite la posibilidad de rectificación. Claro que solo se puede uno corre-
gir, después de "recapacitar".
Llevamos dos mil años haciendo una religión de ritos, doctrinas y preceptos. Desde el
bautismo decimos "sí voy" pero nos quedamos siempre en donde estamos.
No hay más que ver lo que se entiende por "practicante", para darnos cuenta de que
no tiene nada que ver con la vida real, sino solo con una serie de obligaciones forma-
les con relación a Dios y a la institución. Eso se llama irse por las ramas, alejándose
del tronco del evangelio.
También hoy podemos ir un poco más allá de la parábola. Ni siquiera las obras tie-
nen valor absoluto. Las obras deben ser la manifestación de una actitud vital, que es
lo verdaderamente importante. Porque podrían ser reacciones automáticas des-
conectadas de nuestro verdadero ser, y conectadas tan solo a un interés egoísta. Los
fariseos cumplían escrupulosamente todas las normas, pero cumpliendo o lo hacían
mecánicamente, sin ninguna sinceridad de corazón.
No, pierdas el tiempo tratando de situarte en una de las partes. Todos estamos di-
ciendo "no" cada tres por cuatro, y todos estamos diciendo "sí" con una pasmosa lige-
reza, sin comprometernos de verdad.

Las vírgenes necias y prudentes (Mt 25,1-13)


La importancia del relato no la tiene el novio ni la novia, ni siquiera los acompañan-
tes. Lo que el relato destaca es la luz. La luz es más importante que las mismas mu-
chachas, porque lo que determina que entren o no entren en el banquete es que ten-
gan o no tengan el candil encendido. Una acompañante sin luz no pintaba nada en el
cortejo. El objetivo de las doncellas era precisamente alumbrar el camino.
Jesús había dicho: "Yo soy la luz del mundo". Y también: "vosotros sois la luz del
mundo". El ser humano es luz cuando ha desplegado su verdadero ser; es decir,
cuando trasciende y va más allá de lo que le pide su simple animalidad. No es que
nuestra condición de animales sea algo malo, al contrario, es la base para alcanzar
nuestra plenitud, pero si no vamos más allá, cercenamos nuestras posibilidades de

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humanidad.
Ahora bien, para que dé luz una lámpara, tiene que tener aceite. Aquí está la madre
del cordero. Lo importante es la luz, pero lo que hay que procurar es el aceite. ¿Cuál
es el aceite que hace arder la lámpara? La luz que tiene que arder son las obras. El
aceite que alimenta la llama, es el amor. Ser 'sensato' no depende del conocimiento
sino de la práctica del amor.
Si de verdad queremos dejar de ser necios y empezar a ser sensatos, tenemos que
desplegar nuestra vida desde otra perspectiva. Tenemos que abandonar todo proyecto
de glorificación, sea en este mundo o sea en el otro, y entrar por el camino del servi-
cio a los demás hasta la entrega total de todo lo que somos. El aceite solo da luz
cuando se consume. La inserción definitiva en Dios solo es posible si desaparezco
consumiéndome en el servicio de los demás.

Los talentos (Mt 25,14-30) (Lc 19,11-27)


Sería una equivocación interpretar "talentos" como cualidades de la persona. En el
orden de las cualidades estamos obligados a desplegar todas las posibilidades, pero
siempre pensando en el bien de todos y no emplear la mayor inteligencia, el mayor
ingenio, las mayores habilidades o la mejor preparación, para acaparar más y des-
plumar a los menos capacitados, para más "inri", dando gracias a Dios por ser más
listos que los demás.
Como seres humanos tenemos algo esencial, y mucho que es accidental. Lo impor-
tante es la esencia que constituye al hombre como tal. Ese es el verdadero talento.
Todo lo que puede tener o no tener (lo accidental) no puede ser la principal preocupa-
ción. Los talentos de que habla el evangelio, son las realidades que hacen al hombre
humano. Ser más humano significa amar más. Y amor quiere decir servicio a los de-
más
Algunos puntos de la parábola necesitan aclaración:
En primer lugar, el que no arriesga el dinero, no lo hace por holgazanería o comodi-
dad, sino por miedo. El siervo inútil no derrocha la fortuna del amo. Simplemente no
hace nada. Recuerda el "yo no robo ni mato..."
También debía hacernos pensar que se condene tan severamente a uno por no hacer
nada. Creo que en nuestras comunidades, lo que hoy predomina es el miedo. No se
dejan poner en marcha iniciativas que supongan riesgo de perder algunas segurida-
des, pero con esa actitud, se está cercenando la posibilidad de llevar esperanza a mu-
chos desesperados.
En segundo lugar, la actitud del amo tampoco puede ser ejemplo de lo que hace Dios
con los que no cumplen. Pensemos en la parábola del hijo pródigo que después de la
que armó, es tratado por el padre de una manera completamente diferente a como
insinúa esta parábola.
Quitarle al que tiene menos lo poco que tiene para dárselo al que tiene más, tomado
al pie de la letra, sería totalmente impropio del Dios de Jesús. Pero no hace falta nin-
guna actuación de Dios. El que escondió el talento ya se ha privado de él haciéndolo
inútil. No solo ha perdido toda posibilidad de hacer que fructifique, sino que realmen-
te lo ha perdido ya.
Finalmente es también muy interesante constatar que, tanto el que negocia con cin-

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co, como el que negocia con dos, reciben, según Mateo, exactamente el mismo pre-
mio. Esto indica que en ningún caso se trata de valorar los resultados del trabajo,
sino la actitud de los empleados. Claro que si necesitas un premio es que no has en-
tendido que haber trabajado, ya es el premio.
No se trata de negociar con los talentos en provecho propio. Se trata de ponerlos al
servicio de toda la comunidad. Solo así pueden ser provechosos para mí. En el orden
del ser, todos somos exactamente iguales. Cuando percibimos diferencias, es que es-
tamos sobrevalorando lo accidental. En el orden del ser todos tenemos miles de talen-
tos. Esos no dependen de las circunstancias ni externas ni internas. Las bienaventu-
ranzas lo dejan claro. La verdadera salvación está al alcance de todos.

15

LOS JERARCAS LO ELIMINARON

La muerte de Jesús es un hecho de capital importancia, no por sí misma, sino por-


que obligó a sus seguidores y nos obliga a nosotros a buscar el verdadero sentido de
su vida. La muerte no puede tener valor en sí, porque no es nada, no tiene entidad
propia. La muerte no es más que el final, la culminación de la vida.
En el caso de Jesús, la muerte es la expresión de toda su vida, porque manifiesta que
su entrega a los demás no tenía límite.
Lo verdaderamente importante no es el sufrimiento que lleva consigo sino la radicali-
dad de una actitud que queda reflejada en una muerte como la que él sufrió.

Por qué lo mataron


La muerte violenta de Jesús nos demuestra la ambigüedad de su figura histórica. La
presencia de lo divino en él no es apodíctica, no aparece con una claridad irrefutable;
exige un voto de confianza. Solo se puede dar ese paso desde la fe.
Tampoco podemos partir del supuesto de que quienes lo rechazaron, fueron malva-
dos y gente con mala voluntad desde el principio. En los evangelios está claro que el
rechazo fue progresivo y que llegó a implicar a ciudades enteras, (¡ay de ti Corozaín,
ay de ti Betsaida!).
Desde tres instancias distintas podía llegar a Jesús la muerte:
 los romanos tenían el derecho de crucificar;
 Herodes tenía el "jus gladii" derecho de decapitar (de hecho había decapita-
do a Juan);
 el sanedrín tenía el derecho de lapidar (martirio de Esteban).
Peligro de muerte por parte de los Romanos. Como potencia ocupante, la autoridad
romana tenía que estar siempre alerta contra cualquier clase de insurrección. Cada
tres por cuatro, surgían movimientos independentistas que se levantaban contra los
opresores.
En el caso de los judíos, el peligro de ser ejecutado tenía un contenido religioso que
era en sí mismo un agravante. Para ellos no existía más soberano que Dios, ni más

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norma que la Ley dada por Él. Todo el que fuera contra Dios o contra la Ley, era reo
de muerte.
Por la composición del grupo y por algunas de las actuaciones de Jesús, se podía in-
terpretar como un resurgimiento de los rebeldes; de hecho se nos habla de Simón el
zelota, o de Judas el sicario, incluso los "boanerges", hijos del trueno, podían hacer
referencia a los zelotas.
Herodes tenía que estar siempre “bailando el agua” a los romanos porque de ellos de-
pendía la permanencia en el cargo. Pero tampoco se podía poner enfrente de los jefes
religiosos porque sabía de sobra el poder que tenían. Su postura será siempre ambi-
gua.
Si los mismos judíos acusan a Jesús de insurrección, no podía quedarse con los bra-
zos cruzados. Recordemos que manda decapitar a Juan, aunque le parecía una per-
sona excelente, solo por no desairar a la hija de su mujer.
Caifás y los jefes religiosos tenían más que suficientes razones para matar a Jesús.
La existencia del pueblo judío se apoyaba sobre dos pilares: la ley y el templo. Jesús
atacó directamente y con violencia las dos instituciones, que eran los pilares sagra-
dos del judaísmo.
De hecho su muerte no fue más que la última consecuencia del conflicto surgido du-
rante su vida por su predicación y por su actitud vital. La religiosidad oficial no podía
tolerar que Jesús se saltara la ley a la torera y que acogiera y comiera con los pecado-
res públicos.
Para juzgar a los embaucadores había una clara pauta en Dt 17,12: "El que por arro-
gancia no escuche al sacerdote puesto al servicio del señor, tu Dios, ni acepte su sen-
tencia, morirá". Los evangelios nos hablan del enfrentamiento de Jesús con fariseos,
saduceos, escribas y sacerdotes.
También está claro que no todos estaban de acuerdo en la aplicación a Jesús de este
pasaje. Para ellos se trataba de dilucidar si Jesús era un profeta o el "antiprofeta", si
traía salvación o tenía un demonio dentro y embaucaba al pueblo.
De hecho, no fueron capaces de ponerse de acuerdo en los motivos para condenar a
Jesús. Solo consiguieron ponerse de acuerdo para entregarlo a los romanos. «Que
decidan ellos».
La razón jurídica de esta decisión, que era en la práctica una condena a muerte, fue
el desprecio de Jesús por la autoridad suprema de Israel. El silencio de Jesús supo-
nía negarse a dar cuenta ante ninguna autoridad de lo que hacía y enseñaba.
Este punto indica también la auto comprensión que tenía de su misión por parte de
Dios. En la vida de Jesús encontramos una serie de factores que unidos explican que
su muerte fuera primero una posibilidad, más tarde una probabilidad y finalmente
una certeza.
En resumidas cuentas, lo mataron porque la idea de Dios que predicaba y vivía, era
contraria a la idea de Dios de la religiosidad oficial. No es menos importante, a la ho-
ra de tomar una decisión, la conciencia de los jefes religiosos de que lo que Jesús
predicaba, socavaba sus más básicos intereses.

Por qué murió

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Aquí nos planteamos el tema desde el punto de vista religioso: cómo fue interpretada
por los primeros cristianos, desde la fe, la muerte de Jesús. En los escritos del NT
podemos encontrar tres tendencias a la hora de explicar la muerte de Jesús.

1.- Profeta mártir escatológico.


Esta idea surge del contraste entre la ejecución de Jesús por parte de los dirigentes
religiosos y la acción glorificadora por parte de Dios que los primeros cristianos des-
cubrieron en la experiencia pascual. La historia se repite: "Israel mata a sus profe-
tas".
Ya en el AT se encuentra una alusión al rechazo de los profetas enviados por Dios y el
afán de terminar con ellos. "¿Hay algún profeta que vuestros padres no persiguie-
ran?". Los judíos se hicieron ante Jesús una pregunta: ¿es el profeta escatológico, o
es el seudo profeta, el anticristo?
La actitud de Jesús ante la ley o el templo correspondía con los rasgos típicos del an-
ticristo. Tanto la ley como el templo, podían considerarse obra de Dios o construidos
por mano de hombre. La religión oficial los consideraba obra de Dios. Todo el que se
opusiera a esta consideración había que aniquilarlo. Jesús es rechazado y condenado
por seudo profeta, por adversario que seduce al pueblo.
Según esta interpretación de la muerte de Jesús, no había duda: los jefes religiosos
actuaron contra Dios, como lo confirma la actuación del mismo Dios a favor de Jesús
resucitándole.
Vosotros lo habéis matado, pero Dios lo ha resucitado y glorificado.

2.- Dios lleva a cabo su plan de salvación.


Esta tradición interpreta la muerte de Jesús como la realización de un plan de salva-
ción previsto por Dios "según las Escrituras". Esto se entiende, o bien como que "el
Hijo del hombre tiene que padecer mucho y así ser glorificado"; en cuyo caso Jesús es
un objeto pasivo entre los judíos y Dios. O bien "el Hijo del hombre va a ser entregado
en manos de los hombres". En este otro supuesto, Dios mismo entrega a Jesús a la
muerte.
Se basa en la idea bíblica de que el justo debe sufrir para salvar a los culpables. La
muerte de Jesús es el sufrimiento sacrificial del justo de que habla la Escritura. De
acuerdo con esta idea, a la glorificación pascual debía preceder la muerte ignominio-
sa.

3.- Muerte expiatoria, esquema soteriológico.


Interpreta la muerte de Jesús como una muerte expiatoria en favor de los hombres.
Según los exegetas, es claro que las fórmulas soteriológicas constituyen un conjunto
tradicional muy antiguo, (murió por nosotros, por nuestros pecados) pero su origen
no es fácil de explicar.
Puede ser que Jesús interpretara por sí mismo su muerte inminente en este sentido.
Puede ser que la referencia de Marcos al "rescate por muchos" en la última cena, ten-
ga un apoyo histórico en alguna palabra o gesto de Jesús.
En la forma más antigua del relato de la pasión no se encuentra indicio alguno de
una motivación soteriológica (salvífica) de la pasión de Jesús. Esta interpretación tu-

92
vo que surgir más tarde, aunque Pablo ya en sus primeros escritos, deja muy clara
esta interpretación.
Hoy se nos hace imposible la idea de una exigencia de Dios, que tuviera que entregar
a su Hijo a la muerte para salvar al ser humano. Dios es amor y no necesita ninguna
motivación para amarnos. No nos ama porque seamos buenos, sino porque Él es
bueno. No nos quiere después de que dejemos de ser pecadores, sino cuando aún lo
somos.
Si no fuera así, tendríamos que aplicar al mismo Dios aquellas palabras del evange-
lio: Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tendréis? Eso lo hace hasta el mismo
diablo. En la muerte de Jesús, Dios no tuvo nada que ver. Basta la imbecilidad de los
seres humanos para explicarla.
Las primeras interpretaciones de la muerte de Jesús están condicionadas por las ca-
tegorías religiosas y culturales de la época. Nosotros, al igual que las primeras comu-
nidades, debemos tener en cuenta nuestra propia cultura para reflexionar cristiana-
mente, partiendo de los datos históricos que poseemos. Esas reflexiones pueden lle-
gar a plasmarse en una fórmula distinta de la interpretación neotestamentaria.
Para nosotros hoy el valor de la muerte de Jesús está en que fue esa postura ante la
muerte la que nos reveló su verdadera actitud ante la vida y ante Dios. Sin duda tuvo
que soportar una terrible lucha interior entre la conciencia de su misión y el silencio
de Aquel, que él llamaba "mi Abba".
Jesús superó la última prueba al demostrarnos que la acción visible de Dios liberán-
dole de esa hora, no puede ser la última palabra de Dios. Dios es fiel aunque exija el
abandono total. En la destrucción total de sí mismo se encuentra la total entrega de
Dios. Esto es muy difícil de entender desde la perspectiva de un Dios externo y Señor
de todo.

Jesús ante su muerte


Aunque no tenemos suficientes datos para conocer la actitud de Jesús ante su muer-
te, es completamente imprescindible intentar aproximarnos a su vivencia interior an-
te su muerte violenta. No se trató en él de aceptar la muerte, sino de aceptar una
muerte ignominiosa de manos de los representantes de su mismo Dios. Tuvo que ser
para él un trauma increíble.
Sin duda ninguna, se dio cuenta de que lo iban a matar. No hacía falta ser un lince
para descubrir que lo que predicaba y lo que hacía no gustaba a los jefes religiosos de
su tiempo. Tuvo que pensar más de una vez en la muerte y en el sentido que podía
tener para él, puesto que según los evangelios, aceptó el reto y fue voluntariamente
en su busca; o por lo menos no hizo nada para evitarla.
Es más, creo que en la aceptación de las consecuencias de su actuación está la clave
de toda la vida de Jesús. El hecho de que no dejara de decir lo que tenía que decir, ni
de hacer lo que creía que tenía que hacer, aunque sabía que eso le iba a costar la vi-
da, es la clave para comprender que la muerte no fue un accidente, sino la conse-
cuencia de toda su vida.
El hecho de que le mataran, podría no tener mayor importancia, menos aún la mane-
ra de morir; pero el hecho de que le importara más la defensa de sus convicciones
que la vida, nos da la verdadera profundidad de su opción vital. Demuestra el grado

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de su fidelidad a sí mismo y a Dios.
Desde la perspectiva de su obediencia al Padre, nos dice que esa fidelidad era total,
hasta la muerte. Pero también nos habla de su confianza total en ese Dios, a pesar de
su aparente alejamiento y del sufrimiento que esto conllevaba.
Las palabras y los gestos de Jesús en la última cena, sobre el servicio total a los de-
más, pueden significar la más elevada toma de conciencia de Jesús sobre el sentido
de su vida. Así lo interpretaron los primeros cristianos al hacer de ese recuerdo "el
sacramento de nuestra fe".
Tal vez en ese momento, cuando ya era inevitable su muerte, descubrió el verdadero
sentido de una vida humana. Ese sentido no puede ser otro que el servicio, la dona-
ción total a los demás. Jesús descubrió a Dios como don total, como amor absoluto.
Sentirse Hijo, llevaba consigo actuar de la misma manera.
Ante esa experiencia de Dios, la única respuesta válida es la entrega total. Cuando
un ser humano es capaz de consumirse por los demás, está alcanzando su consuma-
ción total. En ese instante puede decir: «Yo y el Padre somos uno».

16

EXPERIENCIA PASCUAL: CRISTO VIVE

Debemos dejar claro que la experiencia pascual forma parte de los evangelios, es de-
cir es parte esencial de la buena noticia de Jesús. Todavía más, podemos afirmar sin
ninguna duda que no se puede llamar a nadie cristiano si no ha atravesado, él mis-
mo, esa experiencia.
Es verdad que esta etapa de la historia del cristianismo es la más importante para un
cristiano, pero no es menos cierto, que hubiera sido imposible sin la anterior. Con
frecuencia ponemos tanto énfasis en lo que sucedió después de su muerte, que olvi-
damos la trayectoria humana de Jesús, dejando sin soporte todo lo que decimos de
él.
El cristianismo empieza su andadura en la experiencia pascual. Jesús es el funda-
mento, pero no fundó el cristianismo. Sin la experiencia de que Jesús les estaba
dando Vida, nunca hubieran descubierto que seguía vivo. Tomar conciencia de esta
realidad es de vital importancia para nosotros hoy. Quiere decir que ni entonces ni
ahora es posible ser cristiano sin la experiencia pascual.
Insisto en ello porque no lo hemos tenido claro a través de los dos mil años de cris-
tianismo. Los primeros cristianos no vieron a Jesús vivo el lunes de Pascua y enton-
ces empezaron a vivir su misma Vida. El proceso fue exactamente el contrario. Des-
cubrieron que Jesús les estaba dando Vida y concluyeron que para poder darles Vi-
da, él mismo tenía que estar vivo, porque un muerto no puede dar vida.
La Vida que reciben los seguidores de Jesús no tiene nada que ver con la vida física.
Se trata de la Vida de Dios que Jesús ya tenía mientras vivía con ellos, pero que fue-
ron incapaces de descubrir, hasta que no desapareció físicamente.

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Nos despista el hecho de que esa experiencia se terminó expresando con el término
"resurrección". Inmediatamente pensamos en que, una vez terminada la vida biológi-
ca con su muerte, alguna fuerza especial reconstruyó de nuevo esa vida que se había
perdido. Esto es un disparate teológico que no se puede fundamentar en ningún texto
del NT.
Es un hecho muy significativo que en ningún lugar del NT se narre directamente el
hecho de la resurrección. Los relatos de apariciones ni el sepulcro vacío se pueden
considerar como pruebas de la resurrección. Todo lo contrario, si estamos atentos, la
forma de relatar nos pone en guardia contra una comprensión demasiado material de
la nueva presencia viva de Jesús. No se trata de un intervencionismo espiritualista
por parte de Dios, ni de una demostración de poder divino por parte del mismo Jesús
sino de una experiencia clara de que Jesús VIVE.
Con la palabra "resurrección" los primeros cristianos quisieron trasmitir una vivencia
de que Jesús, después de su pasión y muerte, seguía dándoles Vida. Esa experiencia
de que seguía vivo, y además les estaba comunicando a ellos su misma Vida, no fue
fácil de expresar, porque tuvieron que emplear la misma palabra "vida" para identifi-
car una realidad completamente diferente.
Antes de generalizarse el término "resurrección", en las comunidades primitivas, se
habló de con otros lenguajes de la misma experiencia pascual. El primer concepto
utilizado fue el de Jesús como el juez escatológico, que vendría al fin de los tiempos a
juzgar, es decir a salvar definitivamente.
Fijándose en la predicación por parte de Jesús de la inminente venida del Reino de
Dios, pasaron por alto los demás aspectos del Jesús histórico y predicaron a Jesús
como dador de salvación definitiva sin hacer ninguna referencia a la resurrección.
Otra cristología que se percibe en algunas comunidades primitivas, es la de Jesús
como taumaturgo. Jesús manifestó con sus poderes, que Dios estaba con él. Para
ellos los milagros eran la clave para la comprensión de Jesús. Esta cristología es muy
criticada en los mismos evangelios, lo cual quiere decir que tuvo mucha influencia y
se quería contrarrestar una errónea manera de entenderla.
Una tercera cristología, que no tiene explícitamente en cuenta la resurrección, es la
que considera a Jesús como la Sabiduría de Dios, manifestada en sus enseñanzas.
Sería el Maestro que conectando con la Sabiduría preexistente, nos enseña lo necesa-
rio para llegar a Dios.
Todas estas maneras de entender a Jesús después de haber muerto, fueros conden-
sándose en la cristología pascual, que encontró en la idea de resurrección el marco
más adecuado para explicar de una manera convincente la vivencia pascual de los
seguidores de Jesús.
Sin embargo incluso la cristología pascual más primitiva, tampoco hace referencia
explícita a la resurrección. Parece muy probable que la experiencia pascual fue inter-
pretada en una primera instancia, no como resurrección, sino como exaltación y glo-
rificación del Justo doliente. Esta parece ser la interpretación más antigua de la ex-
periencia pascual.
Es un dato cierto que todos los discípulos abandonaron a Jesús ante la inminente
pasión y muerte de su maestro. ¿Por qué en un momento determinado vuelven a pro-
clamar que sigue vivo? Este es el paso más importante que se vieron obligados a dar

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lo seguidores de Jesús. En los evangelios no tenemos suficientes datos para justificar
este salto.
Tampoco nos dice la Escritura que ese cambio se debiera a las apariciones o a la
tumba vacía. Más bien se nos dice que algo sucedió en ellos, que les hizo darse cuen-
ta de que Jesús seguía vivo. Una vez que experimentaron esta presencia, se vieron
obligados a intentar trasmitirla a los demás.
Hacemos entrar a Dios en una dinámica materialista, cuando interpretamos la resu-
rrección como una vuelta del cuerpo de Jesús a la vida biológica. Por atractiva que
pueda ser la idea, no tiene sentido desde el punto de vista de la espiritualidad, más
bien sería la negación de toda espiritualidad.
A Dios no se puede llegar desde los sentidos. Lo divino no se puede ver ni oír ni pal-
par... Ni directa ni indirectamente puede ser conocido Dios desde nuestra materiali-
dad. Tampoco puede ser fruto de un razonamiento. Si dijéramos: "mirad lo que ha
pasado, es un milagro, luego Dios lo ha hecho". Esta conclusión no estaría dentro de
la lógica, sería un error.
Tampoco lo que hay de Dios en Jesús puede descubrirse por los sentidos. Lo divino
está en su humanidad, pero no es directamente perceptible. La mejor prueba es que
la inmensa mayoría de los que le conocieron no se enteraron de su divinidad y los
que se enteraron lo hicieron, curiosamente, cuando fueron privados de su presencia
física. Unas apariciones o un sepulcro vacío no pueden ser la demostración de que
Jesús sigue viviendo en la verdadera Vida.
La resurrección de Jesús nunca podría ser un acontecimiento. La trayectoria huma-
na de Jesús terminó en el instante de su muerte. En ese momento pasa a otro plano,
el del espíritu, donde no hay tiempo ni espacio; es ya la eternidad donde no pueden
ocurrir cosas.
Nosotros sí podemos imaginarnos determinados acontecimientos después de la
muerte de Jesús o de la nuestra, pero solo serán eso, imaginaciones.
Lo que aconteció en Jesús, aconteció antes de morir. Si, una vez muerto, está fuera
del tiempo, ¿qué significa, "al tercer día, a los cuarenta días, a los cincuenta días? Si
está fuera del espacio, ¿qué puede significar que va a Galilea o se presenta en el ce-
náculo o no está en el sepulcro, o ha subido al cielo?
Jesús había muerto antes de morir y había resucitado antes de morir. Medita esta
frase porque es la clave para entender lo que vas a leer a continuación.
Jesús se había desprendido de esta vida y había entrado en la misma VIDA de Dios.
Esta es la clave para entrar en la dinámica del misterio pascual. Pablo lo expresa ma-
gistralmente cuando dice: "Habéis muerto con Cristo y vuestra vida está escondida
en Dios".
La verdadera muerte y la verdadera resurrección no son de orden físico o biológico.
Cuando Pablo nos dice que hemos muerto con Cristo y nuestra vida está escondida
en Dios, no se refiere a la muerte física. Cuando nos dice que por el bautismo nos
incorporamos (ahora) a su muerte, no está hablando de la muerte física. Cuando nos
dice: "para que así como él fue despertado de entre los muertos por la gloria del Pa-
dre, así también nosotros andemos (ya ahora) en una vida nueva", no está hablando
de la vida biológica.

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Cuando Jesús le dice a Nicodemo: "Hay que nacer de nuevo", no se refiere a la vida
biológica. Para nacer a esa nueva Vida que no es física, hay que morir de una manera
no física. Hay que morir a todo lo que nos ata a la materia. Hay que morir a nuestro
ego, a nuestra individualidad, a nuestra contingencia, a todo lo que no es nuestro
auténtico ser, a todo lo accidental y secundario que hay en nosotros. Entonces nace-
remos a la nueva Vida que transciende; a la que ya no afecta la muerte biológica.
Pero entonces, ¿a qué vienen todos esos relatos de tumba vacía y de apariciones?
¿Nos engañan cuando nos dicen que vieron a Jesús y que comieron con él? No nos
engañan los evangelios, nos engañamos nosotros, al no tener en cuenta los géneros
literarios y el contexto de una cultura que comunicaba las verdades profundas por
medio de relatos.
Esos relatos son un intento de trasmitir a los demás unas experiencias profundas por
las que los apóstoles descubrieron que Jesús les daba Vida, y por lo tanto tenía que
seguir vivo. En todos los relatos de apariciones está presente también una intención
de fundamentar en Jesús su misión apostólica.
Se trata de hacer ver a todos que ese afán de predicar, práctica general en las comu-
nidades cuando se relatan las apariciones, no se la sacaron de la manga los apósto-
les, sino que fue el mismo Jesús el que les encargó la tarea de evangelizar, es decir de
llevar a todos esa buena noticia.

Relatos sobre la tumba vacía


Nunca se quiere dar a entender que el sepulcro vacío sea el fundamento de la fe en la
resurrección; al contrario, lo que provocó fue miedo, temor, de modo que salieron hu-
yendo. Los relatos del sepulcro dan por supuesta la fe en la resurrección.
En la investigación histórico-crítica, estos relatos se consideran como leyenda sagra-
da. Es una legitimación literaria de un lugar como lugar sagrado.
Seguramente el lugar donde enterraron a Jesús fue, desde muy pronto lugar de pere-
grinación. Serían relatos tardíos y más bien populares que no tienen finalidad histó-
rica. Sería impensable predicar en Jerusalén la resurrección de Jesús si se pudiera
señalar donde estaba el cadáver. Para la antropología judía era inconcebible una re-
surrección sin cuerpo. "Cuerpo" significa para un judío, la persona entera.
Seguramente desde muy pronto, los cristianos se reunieron en torno a la tumba para
celebrar su fe y consideraron el lugar como lugar sagrado. Pero se diera o no se diera
la tumba vacía, lo importante es que ese dato es innecesario e insuficiente para con-
fesar la resurrección de Jesús.
Innecesario, porque Jesús no volvió a la vida material. La resurrección es la incorpo-
ración a la Vida de Dios que es espiritual; lo cual no quiere decir que la parte corporal
no participe también de la resurrección, pero no de una manera física. Pablo habla de
un cuerpo espiritual.
Esto no es ninguna invención de la modernidad, sino que es la interpretación más
estrictamente tradicional. Esto mismo, dan a entender los textos cuando nos presen-
tan a Jesús resucitado atravesando las paredes, haciéndose presente en el centro sin
recorrer espacio alguno, etc.
Para los judíos era impensable un ser humano sin cuerpo. Pero para los griegos el
cuerpo no era más que la cárcel donde estaba presa el alma. Esta manera, diame-

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tralmente opuesta de ver al ser humano, tuvo que armonizarse en la experiencia pas-
cual. Hay que tener en cuenta esta dificultad a la hora de interpretar los textos de los
evangelios, que fueron todos ellos escritos en griego.
Que es insuficiente lo demuestra el hecho de que, ante la tumba vacía, podemos en-
contrar reacciones diversas: miedo, engaño, etc. Magdalena interpretó el sepulcro va-
cío como un robo.
El hecho de que los evangelios nos presenten a mujeres como los primeros testigos de
la tumba vacía es un dato importante. La mujer no era admitida como testigo en un
juicio. Los apóstoles no las creyeron. Si a pesar de todo, los evangelios nos dicen que
fueron mujeres las primeras que descubren al resucitado, tiene que haber alguna
razón. Hoy sabemos que la mujer es mucho más intuitiva que el hombre. Es más que
probable que fueran las mujeres las primeras en descubrir esa Vida que Jesús co-
municaba.
También nos dicen los mismos evangelios, que si la tumba estaba vacía, podría haber
sido que alguien hubiera robado el cuerpo. Es lo que piensa la misma Magdalena, no
solo los judíos que le mandaron matar. Esto nos hace pensar que no pretenden utili-
zar la tumba vacía como argumento para demostrar la resurrección, sino con otra
intención mucho más simbólica.
Es muy poco probable que a los dos días de morir Jesús, se viviera ya una experien-
cia pascual. Aunque es cierto que el día primero de la semana, el domingo, fue desde
muy pronto el símbolo de la nueva creación que empieza con la resurrección de Je-
sús. Los cristianos se dan cuenta enseguida de la increíble novedad de la presencia
de Jesús en sus vidas.
A Jesús no se le coloca en un cementerio, sino en un huerto. Está haciendo referen-
cia a la creación del hombre. Dios quiere que despliegue su actividad como ser hu-
mano. Jesús, nuevo Adán, da origen a la creación de un nuevo hombre. La nueva
comunidad comienza ahí su andadura, y Magdalena es la primera que hace suya esa
nueva manera de ser humano.
La aparición de los ángeles se interpreta como una manera de hablar de una revela-
ción de Dios, en el estilo de la angelología del AT. La trascendencia de Dios impedía
ponerle directamente en escena. Por eso se hacía el circunloquio de los ángeles que
era una manera de hablar de Dios sin nombrarlo.

Relatos de apariciones
Cuanto más antiguos son los documentos escritos, menos rastros de apariciones
aparecen en ellos. Marcos que es el primero en escribir su evangelio, no sabe nada de
apariciones. El final de Marcos fue añadido a mediados del siglo II.
En cambio las relatadas por Juan que es el último, contienen todo lujo de detalles.
También el último relato de Juan en el lago es un añadido.
Pablo tampoco sabe nada de esos relatos. Mateo tampoco tiene un verdadero relato
de apariciones; no dice nada de cómo sucedió. Solamente Lucas y Juan, los últimos
en escribir, tienen relatos de apariciones.
Por otra parte es imposible hacer concordar los distintos relatos de las mismas apari-
ciones. Diferencia en el número de mujeres, diferencia en el número de ángeles, di-
vergencias en los motivos por los que las mujeres van al sepulcro, diferencia en el

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lugar de las apariciones (Jerusalén - Galilea).
Si un juez examinara a los testigos de la resurrección y les preguntara; ¿Dónde se
apareció? ¿Cuántos erais? ¿Qué os dijo? ¿Cómo fue? La conclusión no podía ser otra,
sino que los testigos mentían. Si se mantienen esas contradicciones es porque los
evangelios no les dan mayor importancia.
No quieren engañar a nadie y saben que son relatos que hay que entender no como
crónicas de sucesos, sino como formas de contarnos su experiencia de la resurrec-
ción. Son encuentros con el Señor resucitado. Experiencias internas aunque tengan
lugar en comunidad.
En los relatos de apariciones encontramos cinco elementos que se repiten machaco-
namente.
a. Una situación dada. Jesús se hace presente en la vida real. Incluso cuando es-
tán reunidos, no en el templo o en la sinagoga sino en una casa normal.
b. Jesús sale al encuentro inesperadamente. Él es el que toma la iniciativa, no es
una provocación ni un deseo de los discípulos. Casi siempre aparece cuando
menos podían esperarlo.
c. Jesús les saluda utilizando las mismas palabras que cuando se encontraban
en la vida real. Jesús se impone desde fuera pero con la mayor normalidad.
d. Hay un reconocimiento, casi siempre difícil y después de alguna duda. Este da-
to es importante, porque deja claro que no estaban predispuestos a aceptar el
hecho.
e. Reciben una misión. También esto es importante porque quiere demostrar que
el afán de proclamar la buena nueva de Jesús no es ocurrencia de los discípu-
los, sino encargo expreso del mismo Jesús.
Existen varias narraciones muy dramatizadas, que además de estos cinco elementos,
introducen reflexiones teológicas que nos indican la manera de entender la fe pascual
de la comunidad en la que se originó el relato. La comunidad va cayendo en la cuenta
de que existen momentos en los que Jesús se hace presente y en los que se le puede
reconocer.

Aparición a los doce (3n 20,19-29)


"Estando cerradas las puertas..." Indica que el nuevo Jesús no está sometido a las
leyes físicas, no está limitado por este mundo, ha trascendido a otro plano, su ser es
ahora espiritual.
"Por miedo a los judíos". Muestra la hostilidad de los judíos para con la naciente co-
munidad, y también la separación de la comunidad con relación al mundo injusto.
"Se quedó en pie..." Indica que está con entereza, con poder, es más que ellos, pero
les saluda de una manera entrañable: shalom... paz a vosotros.
"Les mostró las manos y el costado", antes de que le pidan pruebas de que era él.
Significa que aunque les cueste creerlo, ese Jesús era el mismo que les había acom-
pañado durante su vida. Manifiesta también, que permanece el amor demostrado en
la cruz.
"Soplando sobre ellos les dijo: Recibid el Espíritu Santo..." Jesús es el dador del Espí-
ritu. Es una de las primeras experiencias pascuales. "Os conviene que yo me vaya..."

99
En Juan está muy acentuada esa relación de Jesús con el Espíritu.
"Tomás no estaba con ellos..." Es una manera personalizada de expresar la duda, que
no fue cosa de uno sino general, de todos. La mentalidad terrena les impide ver al
verdadero Jesús. Se percibe una incongruencia: el que atravesó los muros, puede
ahora ser tocado.
"¡Señor mío y Dios mío!" Tomás toca y ve pero su confesión es de otro orden. Lo im-
portante no es ver y tocar a Jesús, sino descubrir y confesar al Cristo. Este es el obje-
tivo de todo el evangelio, por eso después de este relato concluye el evangelio de
Juan. El capítulo 21 es un añadido con vistas a una legitimación de la figura de Pe-
dro en la primitiva iglesia y de la de Juan en su comunidad.
Hay en los evangelios otras apariciones a los discípulos pero todas obedecen al mis-
mo esquema. Todos los símbolos empleados en los relatos, nos indican que no se de-
ben entender al pie de la letra, sino como formulaciones teológicas de una experien-
cia.

Aparición a dos discípulos camino de Emaús (Lc 24,13-35)


El relato de los discípulos de Emaús que vamos a examinar es un prodigio de teología
descriptiva. En él encontraremos datos suficientes para descubrir el sentido de las
apariciones y cómo no intentan engañarnos, sino llevarnos a participar de la expe-
riencia pascual que los primeros cristianos tuvieron.
En primer lugar vemos que es Jesús quien toma la iniciativa. Los dos discípulos se
alejaban de Jerusalén, no iban en busca de Jesús, es él el que les sale al encuentro.
No lo hace de una manera espectacular, sino aparentando casualidad.
El no reconocimiento de Jesús, nos indica claramente que la manera de estar presen-
te después de su muerte, no es la misma que la presencia de una persona normal,
que algo ha cambiado en esa relación con él, que los sentidos ya no sirven para reco-
nocer a Jesús, que se necesita algo más para entrar en contacto con él.
En este relato descubrimos la experiencia de la comunidad. Hay momentos en los
que se hace presente el Señor resucitado, y en los que se le puede reconocer. ¿Dónde
se hace presente el Señor?
1. En el camino de la vida. Después de la muerte de Jesús, es posible caminar
junto a él y no reconocerlo. Ahora habrá que estar mucho más atento si que-
remos entrar en contacto con él. Es una crítica a nuestra religiosidad. A Jesús
vivo no lo vamos a encontrar en el templo, sino en la vida real, en el contacto
con nuestro quehacer diario. Si no lo encontramos ahí, cualquier otro encuen-
tro puede resultar falso.
2. En la Escritura. En la experiencia de Jesús resucitado nos estamos encon-
trando con la verdadera interpretación del AT. Todo él está haciendo referencia
a este acontecimiento pascual que determina el punto decisivo de la historia. Si
queremos encontrarnos con Jesús, el que da vida, tendremos que ayudarnos
de las Escrituras.
3. Al partir el pan. Esta referencia nos indica una tradición ya muy elaborada de
la celebración de la eucaristía; los cristianos tenían ya ese sacramento como el
rito fundamental de la fe en Jesús. Al ver los signos, se les abren los ojos y le
reconocen.
4. En la comunidad reunida, es decir, en la Iglesia, al narrar y compartir las ex-

100
periencias de cada uno. Ahí está presente Jesús después de su muerte. Cristo
resucitado solo se hace presente en la experiencia de cada uno. Al comunicar a
los demás esa experiencia, Cristo se hace presente en la comunidad.
El mayor obstáculo para encontrar a Cristo, es creer que ya lo tenemos. Los discípu-
los creían haber conocido a Jesús cuando vivieron con él; pero en verdad no conocie-
ron al auténtico Jesús. Solo cuando desaparece, se ven obligados a buscarle y en su
experiencia pascual es cuando descubren al verdadero Jesús-Cristo. A nosotros nos
pasa lo mismo. Conocemos a Jesús desde la primera comunión, por eso no sentimos
la necesidad de buscar al auténtico, al que da Vida.

Al tercer día, según las Escrituras


Una vez más nos encontramos con el problema de las palabras y los conceptos. Ten-
demos a interpretar los textos literalmente, aun cuando hablen de verdades que no
se pueden atrapar en conceptos, mucho menos en palabras concretas. Las palabras
solo son apuntes que nos señalan la dirección hacia el misterio.
"Según las Escrituras" es una fórmula que encontramos con mucha frecuencia en el
NT. No se puede olvidar que cuando se escribe el NT, las únicas Escrituras eran el
AT. Los primeros cristianos eran judíos y tuvieron que interpretar el acontecimiento
"Jesús" según los esquemas religiosos que tenían disponibles, es decir, según las Es-
crituras.
En primer lugar, en la tradición judía, un difunto no está realmente muerto hasta
que han pasado tres días. Quiere decir que Jesús no resucitó después de una muerte
aparente, sino después de estar realmente muerto; muerto y sepultado.
El tercer día tiene un significado particular en el pensamiento judío. El tercer día sig-
nifica el día decisivo, el día en que concluye definitivamente algo o el día en que co-
mienza algo completamente nuevo: al tercer día encuentran al niño Jesús en Jerusa-
lén; Pablo ayuna tres días, después, su conversión es definitiva.
El tercer día, como momento decisivo, es utilizado en el AT por lo menos treinta ve-
ces, sin ninguna connotación cronológica: al tercer día, libera José a sus hermanos
de la cárcel; al tercer día, establece Dios la alianza con su pueblo; al tercer día, recibe
David la noticia de la muerte de Saúl y Jonatán; al tercer día, tiene lugar la división
del reino en Israel y Judá; al tercer día, agradece el rey Ezequías a Dios por haber
sanado de una enfermedad mortal; al tercer día, comienza Esther su gran obra de
salvación de Israel; al tercer día, da Yahvé una nueva vida al pueblo y lo resucita.
Después de tres días de experiencias difíciles, el tercer día trae la salvación. En el ca-
so de Jesús, quiere decir que al tercer día actúa Dios definitivamente y resucita a Je-
sús. No es la muerte sino Dios quien tiene la última palabra. Después de la suprema
tribulación, Dios actúa. Dios deja al justo abandonado a su suerte un día, dos días,
pero al tercer día, le salva definitivamente.

¡Resucitó!
¿Qué significa para nosotros hoy la resurrección? Jesús va la muerte por ser fiel a
Dios. Sabe perfectamente a lo que se expone, y sabiéndolo, no da un paso atrás sino
que se arriesga. Para los primeros cristianos, la resurrección es la respuesta de Dios
a esa inquebrantable actitud. Es la manifestación definitiva de su fidelidad.
Al confesar la resurrección estamos diciendo algo sobre Dios. Estamos diciendo tam-

101
bién algo sobre Jesús de Nazaret. Los textos se encargan de dejar bien claro que el
mismo que resucitó es el crucificado. Jesús está vivo en el ser de Dios.
Al confesar la resurrección decimos que Jesús tenía razón. Dios es como Jesús dijo
que era y no como intentaba enseñar la religiosidad oficial. Dios es amor. El ser hu-
mano debe buscarle como Jesús lo buscó. Solo y en la medida que nos comportemos
como Él, descubriremos a Dios.
Pero Jesús resucitado dice también algo sobre el ser humano. Estamos aquí para ser
como Jesús. Jesús ha sido un hombre como Dios quiere. El sentido de nuestra histo-
ria es ser como Jesús. Como él, tenemos que morir y resucitar antes de la muerte
biológica.

Jesús envía su Espíritu


La tarea de Jesús terminó en el mismo instante de su muerte. Esta idea está magní-
ficamente expresada cuando el evangelista Juan pone en boca de Jesús las últimas
palabras: "todo está cumplido". Lo que viene después, es consecuencia de su obra.
Las consecuencias de su vida fueron y siguen siendo tan determinantes, que pode-
mos decir que sigue actuando, pero se trata de una manera impropia de hablar.
En los evangelios tiene una importancia decisiva el descubrimiento de que Jesús si-
gue vivo y sigue con ellos. Era evidente que Jesús había desaparecido físicamente de
la escena terrena, pero ellos seguían viviendo su presencia. Esta experiencia la expre-
san de una manera singular: Jesús les deja un abogado, el Espíritu.
En realidad el Espíritu no tiene que venir de ninguna parte. Como todas las realida-
des trascendentes está siempre ahí y es el origen de toda nuestra Vida espiritual,
también de la vida de Jesús. Con frecuencia los evangelios tratan de explicar la per-
sona de Jesús haciendo referencia al Espíritu.
En cambio, los acontecimientos pascuales culminan con la venida del Espíritu. Esto
nos da idea de lo unidos que están, en la conciencia de los discípulos, Jesús y el Es-
píritu. En realidad no hay manera de separarlos. Debemos de tener en cuenta que
una cosa es la experiencia de esa presencia espiritual de Jesús y otra, la manera que
tienen de comunicarla.
La resurrección, la asunción, la glorificación y la venida del Espíritu son la misma
realidad pascual, desglosada en "acontecimientos" aparentemente sucesivos para po-
der explicarla a los demás. Esos acontecimientos no son históricos, objetivables, más
que en el interior de cada uno. Las consecuencias vitales que esa experiencia provo-
ca, sí son históricas y constatables por cualquier observador.
Si consideramos datos objetivos los hechos que atribuimos a Jesús después de su
muerte, sacaremos la conclusión de que podemos creer en ellos sin experimentar no-
sotros mismos la vivencia. Pero solo creeremos en Jesús resucitado, cuando lo expe-
rimentemos vivo en lo más hondo de nuestro ser, cuando hagamos nuestra su mis-
ma Vida y repitamos en nuestra existencia su actitud vital.
Pablo habla en su carta a los Romanos de un morir con Cristo y un resucitar con
Cristo, dando a entender que solo cuando entramos en la dinámica viva de su segui-
miento nos hacemos partícipes de la resurrección.

102
17

DE CRISTO AL CRISTIANISMO

Somos Iglesia
Este último capítulo se reduce a reflexiones personales y demasiado simples, sobre la
situación de nuestra institución. No se trata de una crítica gratuita ni responde a
una desafección de la Iglesia. Me siento Iglesia y nada me gustaría más que verla co-
mo fiel seguidora de Jesús y con capacidad para dar esperanzas al hombre de hoy,
haciéndoles ver que Jesús sigue siendo el modelo humano.
Me siento identificado con una frase de Erasmo de Rotterdam que dice: "Soporto esta
Iglesia, mientras veo que mejora y espero que ella me soporte a mí, mientras yo mis-
mo mejoro". Me parece una idea genial que deberíamos llevar dentro todos los que
pertenecemos a esta institución. Si Lutero hubiera tenido ese mismo espíritu, la re-
forma no hubiera tenido lugar.
La realidad es que el único camino para purificar esta religión en la que nos encon-
tramos, es reconocer lo que la separa de su Maestro y entre todos, tratar de acortar
distancias. El surgimiento de la institución no fue una catástrofe. Seguramente no
había otra posibilidad. A medida que creció el número de seguidores, se hizo más
apremiante el desarrollo de una cierta organización.
También en este caso tenemos que empezar por aclarar el término y los conceptos
que están detrás de él. La palabra 'eklesia' en griego, significa exactamente lo mismo
que la hebrea 'sinagoga', es decir, la reunión o asamblea de la comunidad.
Este concepto casi ha desaparecido del lenguaje corriente. Hoy tiene dos acepciones
principales que nos puedan interesar. Por un lado expresa el concepto de jerarquía,
es decir el bloque de todos los que tienen cargos de responsabilidad. Por otro, el con-
junto de los creyentes.
En el Vaticano II se empleó, en lugar de la palabra Iglesia, la expresión "pueblo de
Dios" más de treinta veces. Esto indica una clara intención de dar un sentido más
genuino al término Iglesia. Después del Concilio, no he visto repetida la expresión en
ninguno de los textos oficiales. Clara intención también de desactivar el intento de
dar un sentido nuevo que hiciera referencia a la comunidad.
Hoy, el 99 % de las veces que se emplea la palabra Iglesia, vuelve a tener como signi-
ficado el bloque de la jerarquía. Con lo cual, se hace creer a los fieles que pertenecen
a la Iglesia, pero nunca que ellos mismos son la Iglesia.
Tampoco es que me entusiasme el nombre de "pueblo de Dios", porque puede dar a
entender que los demás, los que no pertenecen a esa organización religiosa, no son
de Dios. Deberíamos encontrar una palabra que, a la vez que indique la característica
de los miembros, evite todo atisbo de exclusividad. Para el cristiano, todos los hom-
bres formamos un solo pueblo que es el de Dios.

Los primeros pasos


Mientras Jesús vivió con ellos, el pequeño grupo que le siguió no tenía ninguna nece-
sidad de pensar en una organización.
Él era el único aglutinante del grupo y todos se sentían atraídos y orientados por el
Maestro. Jesús no pudo pensar en una estructura organizada del grupo ni pudo pre-
ver lo que iba a pasar cuando él faltara.
Los pequeños escarceos en esta dirección que encontramos ya en los evangelios, son
proyecciones de los problemas que surgieron en las primeras comunidades, justo
cuando el grupo empezó a crecer y se fue haciendo necesario algún género de organi-
zación.
El episodio de los Zebedeo pidiendo a Jesús los primeros puestos, no tiene mucho
sentido. El desenlace de la escena nos indica con toda claridad lo descabellado de la
propuesta. Además, da ocasión a una respuesta de Jesús, que va en contra de todo
lo que después se consideró como cristiano. "El que quiera ser primero, que sea el
último, y el que quiera ser grande que sea el servidor de todos".
Que Jesús dijera a Pedro: "Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia", no
tiene ninguna posibilidad de proceder del mismo Jesús. Solo después de décadas de
andadura se empezó a hablar entre los cristianos de la Iglesia. La reunión o asamblea
de los primeros cristianos siguió siendo la sinagoga.
En los primeros tiempos, el nombre más común para referirse a los seguidores de
Jesús, era el de "hermanos". Una indicación suficiente de lo lejos que estaban de
pensar en jerarquías o prioratos. Los primeros cristianos siguieron siendo judíos sin
ningún problema. De Pedro y Juan se dice con toda naturalidad, que subían al tem-
plo a orar.

Jesús fue judío, no cristiano


A pesar de que parezca una obviedad, puede tener interés reflexionar sobre este he-
cho. Todo lo que fue Jesús, lo fue como judío. No necesitó dejar de serlo para descu-
brir al verdadero Dios y abrirnos el camino a la nueva religiosidad basada en el valor
absoluto del ser humano.
De la misma manera que se sintió en unidad absoluta con Dios, se sintió identificado
con su pueblo y con su trayectoria religiosa. No sabemos en qué momento, se sintió
también identificado con cada uno de los hombres. Esto está muy bien expresado en
la frase que Mateo pone en boca de Jesús: "lo que hicisteis con cada uno de estos mis
humildes hermanos, conmigo lo hicisteis".
Ni por un momento podemos olvidar esta condición Judía de Jesús. Los primeros
cristianos fueron todos judíos y no hicieron ningún aspaviento por ello. Fueron los
fariseos los que expulsaron de la Sinagoga a los cristianos después de la destrucción
de Jerusalén. Entonces y solo entonces, buscaron los cristianos señas de identidad
propias.
Fue Pablo el primero que se olvidó del Jesús de Galilea y comenzó a dar más impor-
tancia a Cristo. Este dato es muy importante, porque explica los pasos que después
se dieron hacia una espiritualización de su figura, olvidando o diluyendo la conexión
con su vida real.
Volver a dar importancia a la figura histórica de Jesús, es una de las tareas más ur-
gentes de nuestra Iglesia, a pesar de que muchos de sus dirigentes se siguen encon-
trando muy a gusto con la figura de un Cristo desencarnado y celeste, olvidando con
demasiada frecuencia su condición de ser humano y judío por más señas.

104
Debemos tomar conciencia de que todo cristiano tiene que recorrer el mismo camino
que siguieron los primeros discípulos. Para ello tenemos que partir del Jesús concre-
to y descubrir en él las mismas razones que ellos les llevaron a encontrar en su
Maestro la salvación y a proclamarlo Hijo de Dios e Hijo de hombre.
En Jesús tenemos que encontrar al verdadero Dios y al verdadero hombre, pero no
como dos realidades yuxtapuestas, sino identificadas. Lo auténticamente humano es
lo divino. Lo divino es el hondón de lo humano. Todas las herejías cristológicas nacie-
ron por no saber identificar en Jesús, al hombre y a Dios.

Sus seguidores fueron judeo-cristianos


Los primeros cristianos siguieron siendo judíos y no se cuestionaron su pertenencia a
esa religión, hasta que los fariseos tomaron el control de la religión y expulsaron a los
cristianos de las sinagogas como herejes. Los cristianos reaccionaron entonces po-
tenciando su propia identidad e incluso afirmando que ellos eran el verdadero Israel.
Al tomar conciencia de su nueva identidad empiezan a posponer su condición de ju-
díos, buscando en Jesús lo que podía diferenciarlos del judaísmo y a considerarse
cristiano-judíos. En ese instante se puso en marcha una nueva religión.
Los evangelios se escribieron en este nuevo contexto. Tienen como fundamento a Je-
sús, pero lo que de verdad nos trasmiten, es la nueva experiencia de esos judíos que
siguieron al Maestro y trataron de hacer suya su nueva manera de entender a Dios y
al hombre. Tampoco debemos olvidar que los escribieron para ellos, no para noso-
tros.

Nuevo acceso a Jesús


Si nosotros hoy queremos conocer quién fue el hombre Jesús, lo que vivió; lo que
predicó, cómo se relacionó con los demás seres humanos de su tiempo, la única
fuente que tenemos es lo que escribieron de él los autores del Nuevo Testamento. Lo
que ha llegado a nosotros por relatos extra-bíblicos es irrelevante y lo que vamos des-
cubriendo en otros escritos apócrifos, no añade gran cosa a los escritos oficiales,
aunque cada vez se están utilizando con mayor naturalidad, para aclarar algún as-
pecto de su vida.
Es pues muy importante la actitud crítica a la hora de utilizar ese material casi ex-
clusivo. En tiempo de Jesús, ni él ni los que vivieron con él, sintieron la necesidad de
escribir nada. Los primeros escritos que han llegado a nosotros se los debemos a Pa-
blo que ni le conoció ni mostró ningún interés por conocerle.
Los evangelios no son biografías de Jesús, ni siquiera relatos de lo que hizo y predicó
durante los tres años escasos de su vida pública. Los evangelios narran la experien-
cia cristiana de una comunidad que tiene como punto de referencia al hombre Jesús.
Esa referencia al Maestro unifica la experiencia de todas las comunidades, pero están
muy lejos de ser unívocas.
Hoy está superada la idea de que "el Cristo de la fe" no tiene nada que ver con "el Je-
sús histórico". Sabemos mejor que nunca que ambas figuras no se pueden identificar
totalmente; pero tampoco se pueden considerar separadas. No debemos olvidar la
genial idea de la primera comunidad al hacer de los dos nombres, uno: Jesucristo.
El punto de partida es pues el NT, que a su vez es la expresión literaria de una expe-
riencia comunitaria fundamentada en la figura de Jesús, pero interpretada a la luz

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del AT. Con frecuencia olvidamos esta referencia a la Escritura como instrumento
único para la interpretación de la figura de Jesús en los escritos del NT.
Fue para ellos una oportunidad, pero a la vez una limitación, a veces demasiado res-
trictiva, si tenemos en cuenta que el AT ni habló ni pudo hablar de Jesús.
El latiguillo que utilizan algunos evangelistas "para que se cumplieran las Escritu-
ras", no es más que un recurso artificial, que les permite conectar a Jesús con el AT.
La misma estructura y elaboración del NT nos obligan a no considerarlo como valor
absoluto a la hora de buscar al auténtico Jesús de Nazaret, aunque no tengamos otro
camino para llegar a él. Hoy tenemos algunos otros instrumentos de aproximación a
su figura, que pueden ser muy válidos.
El cristianismo reflejado en esos escritos no proviene solamente de Jesús, ni se debe
exclusivamente a la invención de unos judíos que le siguieron y formaron luego una
comunidad. El cristianismo es el fruto combinado de las dos realidades: Jesús histó-
rico y la comunidad de seguidores que experimentó la salvación que él propuso.
Esta experiencia se limita a los inmediatos seguidores de Jesús en un lugar y una
época determinada. Para nosotros sigue teniendo un valor normativo, pero ese valor
no es absoluto, porque el mismo Jesús provoca experiencias nuevas en cada época.
Si no las provocara, tendríamos un cristianismo muerto.
No debemos mirar al NT como un elenco de verdades eternas, absolutas e inmutables
que debamos acatar con humildad y respeto. No, esa Escritura se nos ofrece como
fermento de Vida que nos tiene que espolear en el intento de vivir también nosotros la
experiencia pascual cristiana.
Al decir esto, no estamos inventando nada. Cuando el cristianismo rompió las fronte-
ras del mundo judío y se expandió por el mundo griego, los cristianos buscaron otra
manera de interpretar la figura del mismo Jesús, movidos por una experiencia distin-
ta, basada en una manera distinta de ver el mundo.
El paso del mensaje cristiano por el racionalismo griego, hizo aportaciones valiosas a
la nueva experiencia, pero también la limitó y conminó a una manera de pensar y de
vivir determinada, que ni era la de Jesús ni es la nuestra. Tenemos la obligación de
aprovechar la nueva aportación, pero sin darle un valor absoluto que congelaría la
vivencia imprescindible para nosotros.
Hoy estamos obligados a repetir ese mismo proceso. Primero, tratar de conocer a Je-
sús lo mejor posible y a continuación intentar vivir, individual y comunitariamente, la
experiencia que provocó en todos los tiempos el hombre Jesús. Esta es la única ma-
nera de ser fieles al mensaje del evangelio.

Un proceso que duró siglos


La Iglesia-institución, ni la fundó Jesús ni fue el fruto inmediato de la predicación de
Jesús, sino un laborioso proceso que duró varios siglos. Las alusiones de Mateo a la
fundación de la Iglesia no tienen ningún valor probativo, ya que no provienen de las
primeras tradiciones.
La Iglesia fue una consecuencia de la vida y la predicación de Jesús; así como de la
necesidad de vivir en comunidad, lo predicado. A medida que la comunidad creció, se
hizo más necesaria una organización. Al principio fue muy simple, pero con el tiempo
desembocó en la estructura eclesial que ha llegado hasta nosotros.

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El parto definitivo se produjo con Constantino, que la toleró, y sobre todo con Teodo-
sio que la convirtió en religión obligatoria para todo el imperio. Con sus donaciones
ingentes de bienes materiales, dinero y posesiones, y otorgándole un poder omnímo-
do hacia abajo, chantajearon a toda la jerarquía hasta lograr un sometimiento total.
No fue un convencimiento religioso el que llevó a los gobernantes a ese trato con la
Iglesia, sino una estrategia política para dar unidad al imperio y disponer de un ins-
trumento inmejorable de dominio. Con él, los emperadores fueron capaces de contro-
lar hasta los mismos concilios ecuménicos, consiguiendo que se aprobara lo que a
ellos les parecía más conveniente para sus intereses.
Al dar este histórico paso, la Iglesia como comunidad evangélica quedó herida de
muerte. De hecho no se ha vuelto a recuperar desde aquella lejana fecha. El evange-
lio quedó relegado a un segundo lugar, y desde entonces se interpreta siempre a favor
del estatus social que en aquel momento consiguieron los representares supremos de
la organización eclesiástica.
La proclamación de que todo ser humano enmarcado en el imperio tenía que ser cris-
tiano por decreto, devaluó el sentido de fidelidad al evangelio y las exigencias de un
seguimiento que es de por sí, para muy pocos. Se cumplió a rajatabla el refrán: Toda
inflación lleva consigo una devaluación. En el orden religioso ese daño es irreparable.
Desde ese momento, el criterio de pertenencia dejó de ser el evangelio y comenzó a
ser la aceptación de una doctrina oficial, el cumplimiento de unas normas morales
comunes y la reproducción exacta de unos ritos litúrgicos a los que había obligación
de asistir físicamente, pero sin conllevar ningún compromiso vital para después de la
celebración.

El cristianismo, irreconocible
La nueva institución que surgió de aquel cambalache no podría ser reconocido por el
mismo Jesús como obra suya. ¿Por qué se ha mantenido entonces durante tantos
siglos? Porque jerarcas muy inteligentes se ocuparon de justificar lo que pudiera pa-
recer contrario al mensaje de Jesús, haciendo ver que eran acomodaciones necesa-
rias para poder llevar a cabo la misión de evangelizar y de ocuparse de los más desfa-
vorecidos.
Efectivamente, esas dos misiones las ha cumplido y sigue cumpliéndolas la Iglesia.
Estos hechos incuestionables han protegido la institución de todo intento de reforma.
La evangelización y la atención a los necesitados, han sido el muro contra el que se
han estrellado tantos seguidores auténticos de Jesús que en todas las épocas se die-
ron cuenta de la falta de fidelidad al evangelio.
Jesús predicó una manera distinta de solidaridad entre los hombres que partiera
siempre de una experiencia de lo que es Dios en cada ser humano. La institución, en
cambio, se preocupó de mantener una organización externa, también exigida por el
mensaje cristiano, pero sin preocuparse de la vivencia de cada fiel, que es una exi-
gencia más profunda y anterior a toda manifestación externa.

El espíritu de Jesús en pequeñas comunidades


Está claro que sin el espíritu de Jesús, el cristianismo no hubiera podido sobrevivir
durante tantos siglos. Por fortuna, siempre existieron auténticos cristianos que trata-
ron de seguir las huellas de Jesús viviendo como él vivió y experimentando a Dios

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como él lo experimentó.
Al principio, estos auténticos seguidores constituían la totalidad de las nuevas co-
munidades. Ser cristiano significaba seguir a Jesús. No había otra posibilidad. Du-
rante los primeros siglos, siguieron siendo la inmensa mayoría. Poco después de
Constantino, los auténticos seguidores pasaron a ser mínimas minorías.
Hoy seguimos debatiéndonos entre esas dos alternativas:
 Por un lado, la inmensa mayoría de los cristianos, que solo hemos aceptado
pertenecer a los seguidores de Jesús sociológicamente y sin ningún compromi-
so personal.
 Y por otro, un reducido número, que no se contenta con una pertenencia pu-
ramente externa y formal, sino que trabaja por una pertenencia comprometida
y viva, que se manifieste después en todas las relaciones con los demás seres
humanos.
Lamentablemente, se está generalizando el abandono del cristianismo porque se ha
descubierto la vacuidad de la salvación que ofrece, y ya no se confía en que pueda
darnos ninguna otra.
La toma de conciencia de que un cristianismo puramente formal no sirve para nada,
tal vez sea hoy más intensa que en ninguna otra época. Esta inquietud puede ser el
punto de partida para una renovación desde la base y desde el interior de cada cris-
tiano.
Buena muestra de ello son todos esos movimientos que están surgiendo desde la ba-
se del organigrama eclesial, que con mayor o menor fortuna intentan volver a los orí-
genes y reavivar el movimiento de Jesús.
El primer paso ha de ser renunciar a todo lo que sea programación o pura apariencia
externa y buscar la experiencia interior como soporte de una auténtica religiosidad.
Por aquí tiene que empezar una renovación, que antes o después, tenderá a hacerse
general.

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Reconstruir la figura de Jesús debe ser la principal tarea de todo cristiano. A través
de casi dos mil años se han añadido al puzzle muchísimas teselas que no encajan
con su auténtico ser. Su figura nunca estará completa, pero debemos seguir inten-
tando sustituir las piezas que desentonan por otras que se aproximan más a su
realidad y, si es posible, añadir alguna de las que aún faltan.
Debemos asumir que uno es el Jesús real, otro el Jesús histórico, otro el Jesús de los
evangelios, otro el Jesús de los dogmas, otro el Jesús de los teólogos y otro el Jesús
de los místicos. Armonizarlos todos será una tarea imposible, pero al menos hemos
de intentar que no desentonen en exceso unas piezas con otras.

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