Documenti di Didattica
Documenti di Professioni
Documenti di Cultura
INDICE
Introducción ………………………………...... 1
1) Jesús no bajó del cielo………………. 4
2) 30 años ignorados…………………. .. 8
3) Infancia en Mateo……………………… 16
4) Infancia en Lucas……………………… 18
5) Jesús desarrolla su personalidad… 21
6) Jesús se da a conocer……………..... 24
7) Las relaciones humanas de Jesús… 29
8) Nada misógino…………………………. 34
9) Jesús y las instituciones…………… 40
10) Los milagros……………………………. 44
11) Los "signos" del evangelio de Juan. 48
12) "Milagros" en los sinópticos ……. 59
13) L o que predi có ……………………. 75
14) Las parábolas ……………………… 80
15) Los jerarcas lo eliminaron………. 90
16) Experiencia pascual: Cristo vive. 94
17) De cristo al cristianismo ……… .. 103
INTRODUCCIÓN
Hace ya algunos años, se realizó una encuesta entre universitarios del Reino
Unido. La pregunta era: En toda la historia de la humanidad, ¿cuál ha sido para
ti, la persona más influyente? El número uno se lo llevó el futbolista Beckham;
Jesús ocupó el número treinta empatado con Bush. Confieso que ese empate fue
lo que más me indignó.
Este simple dato nos tendría que hacer pensar. ¿Qué idea de Jesús hemos trasmi-
tido a esa generación de estudiantes? Y no se olvide que se trata de un país emi-
nentemente cristiano. Está claro que no hemos sabido comunicar a la juventud lo
que Jesús significa para todo ser humano.
Precisamente por haberle desfigurado y presentado con una total falta de humani-
dad, ahora se hace increíble y escaso de atractivo. El Jesús celeste pero deshuma-
nizado que presentamos no puede convencer a nadie de que su conocimiento y
seguimiento nos puedan ayudar a ser más humanos.
El cambio de época que estamos atravesando, nos obliga a reflexionar sobre la
manera de entender nuestro pasado cristiano. Ni el deísmo que hace de Dios una
cosa más, ni la simple credulidad en un Jesús bajado directamente del cielo pue-
den servirnos hoy para desenvolvernos en la compresión del mensaje cristiano.
1
Ha cambiado drásticamente nuestro conocimiento del mundo, del hombre y de
Dios. No soy libre de aceptar o no el nuevo paradigma, porque estoy envuelto en
él, quiéralo o no. Si a pesar de todo, me coloco la escafandra para seguir viviendo
en un mundo que no es el mío, arruinaré mi armonía interior y entraré en una as-
fixiante contradicción.
En las dos últimas décadas, el ser humano ha avanzado más en el conocimien-
to de sí mismo que en los dos mil años anteriores. Los increíbles avances en
todas las ciencias, pero sobre todo en la biología molecular y la neurología, nos
han permitido aproximarnos a lo que realmente somos.
La ciencia nunca será capaz de responder a todas las preguntas, pero puede ser
una ayuda para evitar caminos equivocados. Ni la filosofía ni la teología pueden
caminar al margen de la ciencia. El conocimiento racional tiene que ayudarnos a
precisar cada vez más las preguntas vitales.
Seguiremos preguntándonos: ¿de dónde venimos? ¿Qué pintamos aquí? ¿A dónde
vamos? Pero hoy sabemos que muchas de las respuestas que habían dado la cien-
cia, la filosofía e incluso la religión no son acertadas. Debemos seguir buscando
respuestas más adecuadas, que no estén en contra de nuestra razón, aunque la
desborden.
Los sueños, las visiones, las revelaciones, etc., fueron durante muchos milenios, la
base del conocimiento religioso. Pero el mejor conocimiento de los procesos menta-
les, tanto conscientes como subconscientes, ha demostrado que no vienen de un
mundo metafísico que se sitúe fuera ni son revelaciones de seres metafísicos (dio-
ses, ángeles o demonios) que quieran adoctrinarnos.
Hoy sabemos que todos esos mensajes que creíamos venían del más allá y ha-
bíamos interpretado como "revelación" de seres transcendentes, resulta que no
son más que señales que llegan de nuestro subconsciente.
Este conocimiento no llega de los sentidos ni de instancias metafísicas, sino
por otros cauces y en un lenguaje cifrado que aún no somos capaces de desentra-
ñar.
Lo grave es que todo nuestro conocimiento religioso, que dábamos por absoluto,
está basado en ese concepto de revelación que está haciendo agua por los cuatro
costados. Tampoco se trata de tirar por la borda los mensajes que esos co-
nocimientos aportan, se trata de descubrir que el andamiaje que los soportaba se
derrumba y que hay que buscar otras bases más sólidas para sostenerlos.
Todas las religiones, también la nuestra, son portadoras de una sabiduría increí-
blemente enriquecedora que nace de experiencias genuinamente humanas. No de-
bemos dudar de esa riqueza, pero la dificultad que hoy tenemos es cómo ver-
balizarla y comunicarla a los que ya no están en el paradigma que la hizo posible.
Consciente de esta necesidad, quiero poner mi granito de arena para facilitar el
acceso a una riqueza tan formidable. Es imprescindible que todos hagamos un es-
fuerzo por superar la dificultad de expresar ese conocimiento en lenguaje de hoy
para que, los que de verdad quieran comprender, tengan medios para conseguirlo.
Con lo que digo y escribo nunca pretendo que los demás piensen como yo, sino
que piensen. No es que me haya vuelto racionalista. Sé que la experiencia interior
no depende de la razón, pero la razón es un instrumento imprescindible a la hora
2
de abandonar viejos prejuicios que están muy arraigados y sin embargo no tienen
consistencia.
En mi vida me he encontrado a muchos cristianos que me han dicho: yo, la fe
del carbonero. Inmediatamente les pregunto: ¿eres carbonero? Si eres un car-
bonero, no tendría nada que objetar. Pero que una persona con la carrera de
ingeniero o médico, o con tres carreras, que los hay, te diga que tiene la fe del
carbonero, es muy inquietante.
La situación de cambio en la que nos encontramos, hace muy difícil la compren-
sión de los evangelios. Debemos tener en cuenta que aunque estamos en la pos-
modernidad, en grupos numerosos de personas y en cada uno de nosotros convi-
ven paradigmas del pasado, incompatibles con el que nos toca vivir. Lo que se ex-
presa desde una manera de ver el mundo, el hombre y Dios, puede que sea enten-
dido equivocadamente por comprenderlo desde otra perspectiva.
Los evangelios están escritos para comunicar verdades desde una visión mítica.
En tiempo de Jesús, y todavía hoy para muchos, la realidad está dividida en tres
ámbitos: el que está por encima de nosotros, donde está Dios; el que ocupamos los
humanos sobre la tierra; y el que está por debajo (inferos=infierno) donde están los
demonios.
Hoy sabemos que la realidad es una sola, y que en cualquier realidad creada po-
demos encontrar lo divino, lo humano y lo diabólico. Dios no tiene que venir de
ninguna parte porque está aquí antes que yo. Tampoco podemos expulsar el mal
de nosotros a una región donde no nos haga daño, porque a donde yo vaya él va
conmigo.
Al entender las Escrituras literalmente, distorsionamos el mensaje y hacemos de-
cir a los textos lo que nunca quisieron decir. Si encima creemos que esos textos
tienen valor absoluto porque están dictados por Dios, caeremos en aberrantes in-
tegrismos, que nos hundirán en la más absoluta miseria.
Pero tenemos una herramienta formidable que nos puede ayudar a superar esa
dificultad: es la exégesis. Desde hace más de trescientos años, muchísimas perso-
nas han dedicado sus esfuerzos desentrañar lo que quisieron decir esos textos.
La exégesis no es una ciencia religiosa, pero podemos utilizarla para comprender
lo que los evangelios pretenden decirnos, teniendo en cuenta las circunstancias
en las que han surgido.
Sabemos hoy que, tanto los evangelios como los demás escritos del NT, no se
preocupan para nada de hacer una biografía o una historia sobre Jesús. Su inten-
ción es trasmitir un mensaje religioso que haga posible la salvación a las personas
que lo leen o escuchan.
Los evangelios nos trasmiten la imagen de Jesús interpretada por una comunidad
creyente. Cada uno escribió para su comunidad, no para nosotros. Solo la exégesis
nos permite dar ese salto, para conectar con esa vivencia de la que salió el NT, y
que nos aproxima a la que tuvo Jesús.
Sé que es una osadía ponerme a escribir algo sobre Jesús, pero lo hago sin nin-
guna pretensión, no trato de convencer a nadie ni de ser original. No pretendo
hacer teología o exégesis, mucho menos, ciencia. No encontrarás en este escrito
ni razonamientos sofisticados ni argumentaciones tumbativos. Simplemente
3
quiero proponer lo que a mí más me ha ayudado.
Desde las charlas que nos daba en el noviciado el P. Colunga, hasta el último libro
de Pagola han pasado 55 años, todos ellos dedicados a la búsqueda. Lo único que
pretendo es ser útil a tantos seres humanos que no disponen de tanto tiempo para
dedicarlo a esa búsqueda.
Pretendo decir todo eso con un lenguaje sencillo, incluso cayendo a veces en la
simplicidad. Lo que de verdad me importa es que se entienda bien lo que digo.
Cada cual tiene que beber en su propio pozo, como decía Tony de Mello. Lo que yo
quisiera es poner en sus manos un recipiente para que le sea más fácil sacar su
propia agua.
Somos nosotros los que tenemos que bajar de las nubes y pisar tierra para poder
descubrir al Jesús que recorrió Galilea compartiendo en todo nuestra condición
humana.
No podemos entender la figura de Jesús si no tenemos en cuenta que, como hom-
bre que era, desplegó su humanidad en un entorno geográfico y cultural determi-
nado. Toda vida no es más que una adecuada respuesta al entorno en que se
desarrolla.
Todas las circunstancias que rodearon la existencia de Jesús, influyeron en su
trayectoria humana. Tomar conciencia de todos esos condicionantes, nos ayudará
a comprender mejor sus actitudes y la respuesta que dio a los desafíos que fue
encontrando en su vida.
Una tierra
El lugar geográfico en que vivió Jesús, es, ya de por sí, muy singular. Palestina
está enclavada dentro de lo que es llamado desde hace poco el "Creciente Fértil".
Un arco en forma de media luna que abarca desde la parte baja del Nilo hasta el
Éufrates y Tigris, pasando por el Jordán. Los fértiles valles de esos cuatro ríos fue-
ron el marco adecuado para el mayor progreso del hombre en el mundo occidental.
En los dos extremos de ese arco se desarrollaron, mucho antes de que apareciera
la cultura griega y latina, las dos culturas más formidables del Medio Oriente: la
mesopotámica y la egipcia. Estas culturas no solo fueron el comienzo de la civili-
zación occidental, sino que condicionaron todas las que después se desarrollaron
en el entorno.
Este despliegue cultural no fue casual. Gracias a la fertilidad de la tierra, la posi-
bilidad de producir más con menos esfuerzo, deja a muchas personas libres para
dedicarse a cultivar el conocimiento. Esto es lo que hizo posible un rápido progre-
so de los seres humanos.
4
Por otra parte, esa misma posibilidad hacía que las tierras fueran muy apetecibles
para los pueblos colindantes, que, en cuanto se creían con más fuerza y poder que
los demás, atacaban a los propietarios de turno para disfrutar de los beneficios de
una tierra tan fértil.
El pueblo de Israel, utilizó la misma táctica. Después de escapar de Egipto, es-
tuvieron cuarenta años en el desierto hasta conseguir la cohesión y la fuerza
suficiente para vencer a los que vivían en aquella tierra que "manaba leche y
miel". Es verdad que nunca consiguieron una victoria definitiva sobre todo el
territorio, pero se fueron defendiendo entre victorias y derrotas, hasta que los
romanos arrasaron definitivamente su territorio.
Una cultura
No olvidemos que Abrahán salió de Ur, de los Caldeos, es decir Mesopotamia, para
poder dar pastos a sus ganados en tierras, tal vez menos fértiles, pero menos po-
bladas y con más posibilidades de progreso. En esta peripecia de Abrahán, hunde
sus raíces el pueblo hebreo.
No está claro por qué los hijos de Jacob bajaron a Egipto.
Aparte de leyendas más bien fantásticas, no sabemos los motivos reales que pro-
piciaron este paso. Pero la verdad es que ese hecho tuvo consecuencias decisivas
para el futuro del pueblo hebreo.
Sin duda ninguna, la cultura egipcia tuvo mucho que ver en el surgimiento del
nuevo pueblo. Estamos hablando de una formidable cultura en todos los órde-
nes, también en el religioso. La manera de entender el pueblo judío a su dios y
el culto que se iba a desplegar después en torno al templo tienen su origen en
lo vivido en aquel territorio.
Tampoco sabemos mucho desde el punto de vista histórico, de por qué ni cómo se
produjo la escapada de Egipto y la vuelta a la tierra de sus antepasados. Lo que sí
sabemos es que la experiencia del desierto dejó una marca indeleble en toda la
historia posterior de ese pueblo.
Moisés, a pesar de que todo lo que ha llegado a nosotros sobre su figura, no
traspasa el género de la leyenda. Fue sin duda el más importante responsable
de la formación de un verdadero pueblo, con conciencia de pertenencia y bajo
la seguridad que les daba la protección de su dios.
La cultura del pueblo hebreo en tiempo de Jesús era un conglomerado de influen-
cias imposible de delimitar. Después de infinitas vicisitudes consiguieron la uni-
dad de todas las tribus y un reinado poderoso con David y Salomón. Pero poco
tiempo después, fueron otra vez invadidos por otros pueblos venidos del entorno.
Los asirios y los persas con sus derrotas y deportaciones masivas volvieron a in-
fluir de manera decisiva en la configuración de las costumbres del pueblo. Muchas
de las ideas religiosas que aparecen después del exilio provienen de ese contacto
con aquellas culturas.
Tampoco podemos olvidar que los últimos invasores de Palestina fueron los grie-
gos y los romanos. Dos culturas potentísimas que remodelaros todo el territorio
según una nueva manera de ver el mundo. Un simple dato nos puede dar una pis-
ta importante: todos los escritos del NT que han llegado a nosotros fueron escritos
5
en griego.
En aquella época, sobre todo en Galilea, que se decía "de los gentiles", mucha gen-
te hablaba griego y latín. Es muy probable que el mismo Jesús chapurreara algo
de esas dos lenguas. Otra muestra de esta influencia sería el letrero de condenado
sobre la cruz, que nos dicen estaba escrito en hebreo, latín y griego.
Sin duda, este ambiente multicultural tuvo que darle al mismo Jesús una ampli-
tud de miras más allá del etnocentrismo judío. También pudo favorecer más tarde,
la propagación del cristianismo por todo el imperio romano.
Un pueblo
Los judíos han vivido como nadie el sentido de pertenencia a un pueblo. A pesar
de todas las vicisitudes que han tenido que soportar a través de la historia, nunca
han perdido esa conciencia. Ese profundo sentimiento de formar un grupo singu-
lar les ha hecho renacer una y otra vez de sus cenizas.
Como todo judío, Jesús vivió ese sentido de pertenencia a un pueblo. Tal vez la
más clara originalidad de ese pueblo fue el sentirse pueblo elegido por dios. Lo
pongo con minúscula porque estamos aún lejos de hablar de un único Dios. Moi-
sés tuvo la genial idea de aglutinar las diversas familias tribales que salieron de
Egipto bajo la protección y las exigencias de un solo dios, aunque no se cuestio-
naba que otros pueblos tuvieran otros dioses.
Cuando llegó Jesús, ya hacía muchos siglos que se había dado el salto del dios
tribal al único Dios que "hizo el cielo y la tierra". Pero sin estos antecedentes tan
singulares, sería imposible entender la relación de Jesús con el Dios que llegó a
ser para él, el Abba, el Padre-Madre del que lo ha recibido todo y que enmarca y
empapa toda su existencia.
Una Ley
Hoy no podemos tomar clara conciencia de lo que pudo significar para aquel pue-
blo el hecho de tener unas palabras que expresaran la voluntad de Dios. Que Moi-
sés consiguiera presentar las "Diez Palabras" como recibidas de Dios, fue tal vez la
mayor hazaña de toda la historia de Israel.
A estas alturas no hace falta recordar que los Diez Mandamientos es un resumen
de las normas que son imprescindibles para que pueda desarrollarse un pueblo.
Son normas geniales que Moisés o quien fuera, extrajo de todos los conocimientos
que podrían tener en aquel momento, incluido el código de Hammurabi, escrito
unos cuatro siglos antes. También en este caso, se conservan imágenes del rey
recibiendo las escrituras de dios.
Partiendo de ese núcleo, se fue construyendo todo un cuerpo legal que permitió a
ese pueblo desarrollarse con gran seguridad social y económica. Aunque los textos
que han llegado a nosotros son de la época posexílica, las enseñanzas comenzaron
en Moisés. La parte de la Biblia que hoy llamamos Pentateuco, ha sido siempre
considerado por los judíos como ‘el no va más’ de las Escrituras.
Una Escritura
La Escritura fue siempre la principal característica de la religión judía. La primera
obligación de todo judío era el conocimiento y el cumplimiento de la Escritura, que
6
era el fundamento de toda relación con Dios.
En tiempos de Jesús existían multitud de escuelas rabínicas que enseñaban dis-
tintas interpretaciones de las mismas Escrituras: fariseos, saduceos... y los mon-
jes de Qumran que durante siglos mantuvieron una interpretación muy singular
de la Escritura.
La relación entre ellas no siempre fue pacífica, acusándose mutuamente de infide-
lidad a la Ley. No solo en aspectos secundarios, también en aspectos fundamenta-
les se enfrentaban las distintas escuelas.
Haciendo uso de esa libertad relativa, Jesús también se atrevió a interpretar la
Ley, no solo en sus enseñanzas, cosa que queda muy clara en diversos pasajes del
evangelio, sino en su manera de actuar.
Jesús hizo un uso de la Escritura nada biblista. Se apoyó en la Escritura para al-
canzar una experiencia religiosa, tal vez única, pero esa misma experiencia le llevó
más allá de lo que la Escritura decía literalmente. Se dio cuenta de que la volun-
tad de Dios no se podía meter en mandamientos, sino que hay que extraerla del
corazón y en cada instante.
Una Escritura es palabra de Dios cuando es expresión de una experiencia auténti-
ca de Dios. Esa expresión no es la palabra de Dios hasta que no provoca una ex-
periencia idéntica en aquel que la escucha.
Dios no dio ninguna norma. Ni las tablas de la Ley, ni ningún precepto posterior,
emanaron directamente de la voluntad de Dios. La voluntad de Dios tenemos que
encontrarla dentro de nosotros y eso es lo que hizo Moisés y lo que hicieron des-
pués innumerables hebreos.
Pero lo que Dios quiere en cada época, depende de las circunstancias de las per-
sonas, porque se trata de responder a las exigencias del ser. Por otra parte, la
forma de expresar esa voluntad de Dios siempre tendrá que acomodarse a quienes
escuchan el mensaje.
La prohibición de comer carne de cerdo fue una sabia decisión por parte de Moi-
sés. Se podía pensar que Dios castigaba con la muerte al que la comía y se conta-
giaba de triquinosis. Pero una vez que se ha descubierto la causa de esa infección,
lo único que hay que hacer es analizar la carne para que no contenga el parásito.
En su intento de fidelidad a Dios, más allá de la Torá, fue tan lejos Jesús que mu-
chos lo interpretaron como incumplimiento de la misma. De tal modo que los
evangelistas se vieron obligados a poner en boca de Jesús las siguientes palabras:
"no he venido a abolir la Ley o los Profetas, sino a darles plenitud".
Lamentablemente, todavía hoy se sigue leyendo la Biblia de manera literal, ha-
ciendo saltar todas las alarmas del sentido común.
Ni entonces ni ahora es contradictorio ir más allá de la Ley y ser fieles a la misma
Ley. Jesús dejó bien claro que el cumplimiento de la Ley traspasa los límites de la
letra, y que lo que de verdad importa es captar el espíritu de lo que proclama la
Escritura.
Tal vez por esa actitud no se dejó arrastrar por ninguna de las escuelas existentes
en su tiempo. Fue libre en todos los aspectos de la existencia, también en lo reli-
gioso. De ese modo nos abrió un nuevo horizonte más allá de toda interpretación y
7
tendencia.
Una religión
Esta experiencia de Dios la desplegó en un marco religioso determinado. Ese mar-
co, tampoco cayó del cielo de la noche a la mañana. El judaísmo del tiempo de Je-
sús, fue el fruto de diecinueve siglos de evolución a través de la experiencia de ge-
neraciones y generaciones.
Moisés primero y luego los profetas, fueron configurando una religiosidad basada
en la cercanía de un dios personal, que se relacionaba con su pueblo como ningún
otro dios había hecho antes. Esa relación estaba localizada en un lugar muy con-
creto. Primero en el arca de la alianza en la tienda del encuentro y luego, en el
templo.
El templo, construido y reconstruido, era el único centro de culto de todo el país.
Ese culto prescrito como obligatorio, iba modelando la vida de los judíos tanto o
más que las Escrituras, que solo un dos o tres por ciento eran capaces de leer en
tiempos de Jesús.
Se creía que el templo era la única morada de Dios en la tierra. Toda relación con
Dios estaba controlada por los sacerdotes en ese lugar. Oraciones, ofrendas y sa-
crificios diversos eran el sostén de toda la religiosidad judía. En tiempo de Jesús
seguía manteniéndose esta idea.
El fundamento de esa religiosidad fue siempre la fidelidad de Dios, que había he-
cho una alianza con su pueblo. Y la fidelidad del pueblo que habría jurado tam-
bién esa misma alianza. Dios no les falló nunca, pero el pueblo faltó a sus prome-
sas y estos fallos condicionaron toda su historia.
En tiempo de Jesús la única carrera universitaria que podía desplegar un judío
era el conocimiento de la Biblia. No es que no hubiera otros escritos ya en aquella
época, pero no eran accesibles más que a poquísimas personas y además no se les
daba la importancia que tenían.
Todo lo que se leía y se escribía en el pueblo judío en tiempos de Jesús, eran las
Escrituras o los numerosos comentarios que pretendían hacer comprensible el
lenguaje cifrado de la Ley y los Profetas. Esta tarea no se ha interrumpido nunca.
8
dad de Jesús y organiza toda su teología desde arriba, argumentando a partir de
su divinidad.
Desde esta perspectiva, se da por supuesto que Jesús era Hijo de Dios desde el
mismo instante de ser concebido y no tenía nada que aprender. Podía empezar a
demostrar lo que era cuando le viniera en gana, sacando el comodín de la di-
vinidad para manifestarse como Dios ante los pobres seres humanos.
Sin embargo, la realidad fue muy otra. Jesús pudo mostrar el camino hacia una
plenitud humana, querida por Dios, porque lo recorrió antes paso a paso.
Ese proceso duró treinta y tres años y no podemos darlo por supuesto, aunque no
sepamos nada de cómo se desarrolló.
Nadie le esperaba
Empecemos por decir que si alguna religión se basa en las promesas y en la espe-
ranza de que se cumplan, esa es la judía. Sin embargo, nadie podía predecir una
figura humana tan formidable como la de Jesús, que rompió todos los moldes
imaginables.
Ni le esperaba nadie ni podría esperarle, porque fue más allá de toda expectativa
política, social o religiosa que hubiera podido mantener su pueblo hasta entonces.
9
Jesús fue una figura tan original que no solo no se parece a nadie de los que le
precedieron, sino que es absolutamente irrepetible.
Hoy podemos asegurar que Jesús no respondió a las expectativas que los judíos
habían puesto en un Mesías. Es incoherente que, aun viendo las radicales diferen-
cias entre el Mesías anunciado y Jesús, sigamos manteniendo que Jesús es el Me-
sías.
El mesianismo que podemos descubrir en Jesús no tiene nada que ver con el
anunciado por los profetas y esperado por Israel durante siglos. Con toda la razón,
los verdaderos judíos aún siguen esperándole. Ciertamente fue el "ungido", pero
su manera de manifestar esa presencia de Dios en él, no responde a ninguna de
las ilusiones que se había hecho el pueblo judío.
El AT habló siempre de un Mesías que traería la salvación a su pueblo, pero la
salvación de la que habla la Escritura no tiene nada que ver con la salvación que
anunciaba Jesús. La salvación que predicó Jesús era una salvación integral de la
persona. Iba mucho más allá de una salvación política que solo pensaba en el po-
der y en las ventajas materiales.
Jesús habló, por primera vez, de la entrega a los demás como signo de una verda-
dera salvación del ser humano. Esta actitud de amor servicial a los demás ni esta-
ba en la religión judía ni podía entenderse como meta de plenitud humana. Por
muy natural que nos parezca hoy (por lo menos la teoría), en aquel ambiente era
del todo impensable.
En aquella época, lo político, lo social y lo económico no estaban separados de lo
religioso, por eso se metía todo en el mismo saco. Lo que esperaban los judíos era
un enviado de Dios que les diera definitivamente la superioridad sobre todos los
pueblos circundantes, para que todos estuvieran al servicio de Israel como escla-
vos. Esta idea está muy clara en la machacona referencia al Mesías cono hijo de
David. El reinado de David era la referencia.
Las profecías sobre el Mesías, que las primeras comunidades aplicaron a Jesús,
son engañosas. En un libro tan extenso como la Biblia, podemos encontrar textos
que respalden cualquier idea que se nos ocurra. Así los primeros cristianos, todos
judíos, buscaron en la Escritura la manera de justificar las actitudes de Jesús,
aunque muchas de ellas estaban en contra de lo que la inmensa mayoría de los
judíos pensaban.
Jesús fue una figura alucinante; es lógico que mucha gente se sintiera fascinada
por lo que hacía y lo que decía. Pero los judíos de su tiempo, tenían un concepto
muy preciso de lo que significaba un hombre de Dios. Por eso una y otra vez, re-
chazaban sus enseñanzas y sus prácticas.
Incluso sus seguidores trataban de convencerle de lo que tenía que hacer y lo que
tenía que decir sobre Dios. Pedro es el que más se significa en este intento de co-
rregir los "errores" de su Maestro. El mismo día que le prendieron, demuestra que
no ha entendido nada de lo que representa Jesús.
Una vez que se adentraron en la experiencia pascual, fueron comprendiendo el
mensaje de Jesús y le tuvieron como el enviado de Dios, incluso el hijo de Dios. Y
se vieron en la tesitura de justificar su vida y sus enseñanzas. La única manera de
hacerlo era descubrir que todo estaba anunciado por las Escrituras, aunque la
10
forma de traer a colación las Escrituras fuera, la mayoría de las veces, muy pere-
grina.
No tenían otro medio de hacer creíble a un judío aquel nuevo género de vida. La
Escritura era para ellos un libro sagrado. Todo lo que estaba en ella venía de Dios,
lo que no estaba en ella venía del maligno.
A pesar de todos los intentos, el cristianismo terminó siendo una herejía del ju-
daísmo, no solo para los fieles judíos, sino para muchos estudiosos que juzgan
objetivamente los hechos.
Como en tantos casos de herejía, no son los presuntos herejes los que rompen con
su religión, sino que es la misma religión la que expulsa de su seno a los molestos.
Esas referencias a las Escrituras para justificar la figura de Jesús se presentaron
como profecías. Unas veces se trataba de explicar los hechos desconcertantes co-
mo anunciados por el AT. Pero otras muchas veces, se introducían en la vida de
Jesús hechos narrados por el AT para justificar lo extraordinario de su figura.
11
Mucho antes de escribirse los evangelios, se fue elaborando un completo relato de
esos acontecimientos inmediatamente anteriores a su muerte. Ésta es la causa de
que exista un casi total acuerdo entre los cuatro evangelistas al hablar de su pa-
sión y muerte, en lo que coinciden casi exactamente.
Después de explicar la muerte, había que explicar el resto de la vida de Jesús. Una
muerte tan impactante como la suya no era fácil de explicar si no hubiera sido la
consecuencia de su vida. Pero los que conocieron y vivieron con Jesús, lo hicieron
durante tres años escasos. No podían hacer conjeturas sobre el resto de su vida.
Estos relatos de su vida pública se elaboraron a través de los años en las distintas
comunidades de los primeros cristianos, según las noticias y tradiciones de las
que disponían, más o menos conectadas con los hechos históricos. Una vez des-
aparecidos los que conocieron a Jesús, se siguieron enriqueciendo los relatos con
aportaciones encaminadas a hacerlos más comprensibles.
Y estos relatos no escritos, son los que utilizaron los evangelistas para componer
sus respectivos evangelios. Esta es la razón por la que se copiaran, se mezclaran,
se reelaboraran y dieran así origen a numerosos escritos. Es lógico que difieran
unos de otros de manera a veces escandalosa.
Después de una criba de muchos siglos, terminaron por hacerse populares los
cuatro evangelios que hoy tenemos por canónicos.
Marcos y Juan se conformaron con dar cuenta de su vida pública. En cambio, Ma-
teo y Lucas se sintieron obligados a hablar también de su nacimiento e infancia.
Este había sido el proceso seguido por las biografías de los grandes personajes que
en aquella época se conocían. Como los inicios no se podían conocer, se iban ela-
borando a base de mitos y leyendas fantásticas que lo único que pretendían era
dar razón de la grandeza del personaje.
En los relatos de la infancia, no hay absolutamente nada de original en todo lo que
Mateo y Lucas cuentan. Todas son historias tomadas de otras culturas y otras re-
ligiones. Esto tendría que ser suficiente para ponernos en alerta. Lo que pretenden
con esas narraciones es engrandecer la figura inconmensurable de Jesús. Ellos
tenían muy claro que por mucho que exageraran nunca llegarían a expresar lo que
estaban viviendo.
Una vez que llegaron a comprender a Jesús como la presencia de Dios entre los
hombres, consideraron a Jesús como el más grande de los seres humanos. Todo lo
que se había dicho de otros grandes personajes se podía decir de Jesús y aún se
quedarían cortos. Recordemos que aún tardarían muchos siglos en surgir el con-
cepto de "historia" que manejamos hoy.
Esto explica que la narración del nacimiento e infancia de Jesús sea tan distinta
en Mateo y en Lucas. Al no tener apoyo histórico, se desata la fantasía. Estas dife-
rencias no tienen importancia ninguna, porque el objetivo final es exactamente el
mismo: explicar teológicamente la aparición de un ser tan extraordinario.
12
este tema, prefieren seguir engañando a la gente sencilla? A mí mismo me dijo un
vicario episcopal que las cosas que yo predicaba se podían decir en La Sorbona, no
en Parquelagos.
Pienso que se pueden decir a la gente sencilla y además se pueden decir sencilla-
mente. La única condición es que queramos acercarnos a la verdad y superemos la
visión mítica del mundo de Dios y del hombre, que tenían en tiempo de Jesús y se
sigue teniendo hasta nuestros días.
Para ello debemos utilizar todos los conocimientos que tenemos hoy a nuestro al-
cance.
La biología ha desentrañado hasta los más ínfimos detalles de la reproducción.
Las leyes que rigen ese proceso no salió de la voluntad de un ser superior que hu-
biera ordenado cómo debía llegar a la existencia un animal. Es el producto de una
evolución que ha durado más de tres mil millones de años.
También tenemos que superar la idea de un dios todopoderoso, en el sentido de
que podría hacer lo que quisiera cuando quisiera. Dios no puede hacer ni dejar de
hacer nada. Dios ni es sujeto ni objeto de ninguna acción, porque es las dos cosas
a la vez y además es también la misma acción. Dios es a la vez, el ojo que ve, el
objeto visto y la visión. No son cosas complicadas. Párate un poco y piensa.
Dios no puede actuar a capricho en la naturaleza ni puede cambiar sus leyes a su
antojo; sencillamente porque Él no está fuera de la naturaleza y se identifica tam-
bién con sus leyes. Si cambiara cualquier ley de la naturaleza, cambiaría Él mis-
mo, lo cual es imposible.
¿A dónde vamos a parar con estas explicaciones? Muy sencillo. Si Jesús es un ser
perteneciente al género Homo y a la especie Homo sapiens, no tuvo más remedio
que llegar a este mundo como todo los Homo sapiens. ¿Se destruye por eso algún
dogma esencial? Para nada. Los dogmas atañen a la fe, no a la biología.
Toda la peripecia vital del hombre Jesús, tiene como punto de partida su condi-
ción humana. Si no fuera así, su vida no nos hubiera servido para nada. Pero es
precisamente su vida, desplegada como ser humano, lo que nos permite descubrir
las más amplias perspectivas de ser para cada uno de nosotros.
Jesús nació, vivió y murió como ser humano y eso es lo que le hace insustituible a
la hora de buscar nosotros nuestra propia humanidad. Hemos oído hablar por ac-
tiva y por pasiva de la encarnación, pero no hemos asumido en profundidad lo que
esa realidad significa.
Hemos tergiversado el mensaje cuando lo hemos entendido como que un hombre,
Jesús, se hizo Dios. Las Escrituras, nos dicen precisamente lo contrario. Lo que
afirman todos los evangelios es que fue Dios el que se hizo hombre. No es tan difí-
cil darse cuenta de la distinción entre una cosa y otra.
Una criatura que llegase a ser Dios, dejaría de ser criatura. Por el contrario, Dios
se identifica con cada una de sus criaturas sin dejar de ser Dios. Este es el pro-
fundo mensaje que llega a nosotros desde el evangelio. Esta es la única noticia que
puede ser absolutamente buena (evangelio).
La diferencia es abismal y tiene consecuencias decisivas para cada uno de noso-
tros. Si hacemos Dios al hombre Jesús, yo puedo quedar completamente al mar-
13
gen de ese hecho. Pero si es Dios el que se encarna en un hombre, entonces es
que Dios es encarnación y se está encarnando en mí en cada instante. Recorde-
mos que Dios todo lo que hace una sola vez lo es, por lo tanto lo está haciendo
siempre.
Vamos ahora por otro camino. Decir que Jesús es Hijo de Dios, entendiendo este
lenguaje unívocamente, es decir, pensando que Jesús es hijo de Dios como yo soy
hijo de mi padre, es sencillamente disparatado. Decir, como he leído en alguna
parte, que Dios se había hecho espermatozoide, es monstruoso y descabellado.
Pero también con toda rotundidad hay que afirmar, que la idea teológica de un
Jesús Hijo de Dios, es el fundamento de toda nuestra religiosidad cristiana. Esto
es lo verdaderamente importante y esto es lo que quieren decir la Escritura y los
dogmas. Para entenderlo hay que descubrir lo que se quiere decir con la expresión
"Hijo de Dios" más allá del sentido literal de las palabras.
En la cultura en la que se desarrolló el cristianismo, la idea de hijo no era funda-
mentalmente la biológica, sino una idea mucho más profunda y formal. Se trataba
de expresar con ella la relación paterno-filial. Un hijo era verdadero hijo cuando
salía al padre, es decir, cuando todo lo que hacía estaba en consonancia con lo
que era el padre; de tal manera que al ver actuar al hijo se podía decir "es hijo de
fulano".
Imitar al padre era la primera obligación de todo bien nacido. Esta actitud de Je-
sús para con Dios, es la que descubrimos en cada página de los evangelios. Hasta
tal punto que se pone en boca de Jesús la frase: "mi alimento es hacer la voluntad
de mi Pare". Y también: "el que me ve a mí, ve a mi Padre".
Pero lo más interesante para nosotros hoy es que, en el concepto de hijo biológico,
solo Jesús sería verdadero hijo. Pero desde esta otra perspectiva, todos podemos
llegar a ser hijos como él lo fue. La única diferencia es que él fue plenamente Hijo,
y nosotros podríamos llegar a serlo, aunque nos quedemos por el camino.
No sé si ha quedado suficientemente claro que podemos decir, sin ningún miedo a
equivocarnos, que Jesús fue hijo de Dios. Lo que es determinante no es la afirma-
ción, sino el modo de entenderla que tenemos cada uno de los cristianos. Bien en-
tendida, es la expresión más adecuada para decir lo que fue Jesús con relación a
Dios.
Lo que Dios fue con relación a Jesús, coincide exactamente con lo que es para ca-
da uno de nosotros. Dios no puede tener privilegios con nadie, porque es el mismo
para todos. No puede dar más o menos, porque no tiene nada que dar. Se da El
mismo, pero al no tener partes se tiene que dar siempre absolutamente.
14
Dios muy concreta y distinta a la nuestra.
Lo que no podemos admitir es que esas verdades teológicas, las tomemos por bio-
logía o historia y confundamos a la gente haciéndoles creer que las "historias" re-
latadas son crónicas periodísticas o relatos que nos hablan de cómo se desarrolló
la biología de Jesús.
Vamos a repasar brevemente cada uno de los relatos que encontramos en los dos
primeros capítulos de Mateo y Lucas, para descubrir las profundas enseñanzas
que encierran. Independientemente de cómo se desarrollaron los acontecimientos
en la realidad histórica. Cuando nos conformamos con la consideración de cróni-
cas de sucesos de estos relatos, perdemos la capacidad de sacar de ellos la verda-
dera enseñanza teológica, que fue la que los motivó.
Como marco general debemos tener en cuenta, que cuando nació Jesús no pasó
absolutamente nada extraordinario que pudiera ser percibido por los sentidos. To-
do sucedió dentro de la más absoluta normalidad. Un joven matrimonio (ella ten-
dría 12 ó 13 años y él unos 14 ó 15) se encuentran con un niño entre los brazos,
con lo cual dan sentido a su vida, contribuyendo a la supervivencia del clan fami-
liar.
Ni siquiera eran los únicos responsables de alimentarle y educarle. Era toda la
gran familia la que tenía la responsabilidad de sacar adelante la nueva vida. La
idea de familia nuclear: José, María y Jesús, viviendo en una casita independiente,
nos la hemos sacado de la manga, porque en realidad nunca existió.
No tenemos ninguna necesidad de rebajar a José a la categoría de Pepe (padre pu-
tativo). Mucho menos de imaginarlo viejo y decrépito para hacer más creíble lo vir-
ginal de María. Los prejuicios que se han ido acumulando a través de los siglos,
nos han hecho caer en ridiculeces asombrosas.
Tampoco tenemos necesidad de ensalzar a María, haciéndola casi divina, para re-
saltar su grandeza a base de privilegios y capisayos añadidos. A María le sobra con
ser la madre de Jesús y haber contribuido a que llegase a ser lo que fue. Fue una
buena madre judía y con eso tiene más que suficiente.
Para acercarnos hoy a la figura de María, no tenemos más remedio que distinguir
entre la jovencita madre de Jesús y la elaboración a través de la historia de una Ma-
ría mitológica. Esta María mitológica, no es menos interesante para nosotros, que la
joven madre María de la historia. Pero debemos tener claro de cuál de las dos Ma-
rías estamos hablando en cada momento.
Ya me gustaría poder hablar de la riqueza espiritual que se encierra en toda la li-
teratura que se ha desarrollado sobre la figura de María. Baste decir que para des-
cubrir esa riqueza, deberíamos hacer una ardua labor de desescombro para en-
contrar la preciosa perla que ahí se encierra.
Vamos a intentar un breve repaso por lo que se han llamado los evangelios de la
infancia. No son mentira ni pretenden engañarnos. Se trata de un intento de
trasmitir verdades teológicas, utilizando relatos que todos podían comprender. A
través de este somero examen, podremos descubrir la profundidad de ese mensaje
y lo que nos puede decir, incluso a los cristianos del siglo XXI.
15
3
LA INFANCIA EN MATEO
16
acontecimiento que responde a la voluntad de Dios. La verdad teológica que nos
quieren trasmitir sigue siendo válida, pero la manera que ellos tenían de manifes-
tar esa acción de Dios, es inaceptable para nuestra manera de pensar sobre Dios y
sobre la realidad que hoy tenemos.
Su nombre será Emmanuel (Dios-con-nosotros). Será la presencia de Dios en me-
dio del pueblo, no un enviado que actuará en su nombre. Jesús (Dios salva) tiene
el mismo significado. Dios no actuará por medio de un profeta, sino haciéndose
presente Él mismo.
17
niño), el bien termina por vencer sin verse obligado a utilizar la violencia. Natural-
mente tenemos que suponer que Dios está siempre con el bien y no con el mal.
LA INFANCIA EN LUCAS
El relato de Lucas va por otros derroteros. No solo es mucho más largo y elabora-
do, cosa lógica puesto que se escribió más tarde, sino que tiene una estructura
muy distinta. El hecho de que se parezcan tan poco los dos relatos, debería hacer-
nos pensar. Ellos saben muy bien que lo que dicen tiene poco que ver con lo que
pasó realmente, pero eso no les importa, porque su objetivo es hacer teología.
El paralelismo que se remarca entre Juan Bautista y Jesús, pretende hacernos ver
no solo las similitudes, sino las diferencias. El Bautista, asociado al templo, repre-
senta el viejo Israel. Jesús es la manifestación de lo absolutamente nuevo. Conec-
tado con su religión y con las instituciones que la hacían posible, pero denuncian-
do y rechazando lo que encontró de opresor en la manera de entender a Dios.
18
Es un relato increíblemente entrañable y humano, que pretende demostrar la
grandeza del niño y de la madre. Incluso antes de nacer, ya está comunicando ale-
gría y salvación. El parentesco de Jesús con Juan tiene muy pocas posibilidades
de ser histórico.
El canto del Magníficat es una de las páginas más bellas de toda la Biblia. Es un
resumen increíblemente conciso y preciso de todas las esperanzas de Israel. Lo
que no podemos aceptar es que una niña de trece años, por muy israelita que se
sintiera, pudiera sacarse de la manga un cántico que expresa todas las utopías de
un pueblo que confiaba absolutamente en su Dios.
El cántico da por supuesto que todas las promesas hechas a su pueblo a lo largo
del AT, se van a cumplir en Jesús. Se trata de una composición de la comunidad
cristiana judía, una vez que toma conciencia de lo que significa Jesús en sus vi-
das. Oprimidos a través de la historia y también en aquel momento, claman por su
liberación, que solo será posible, destrozando a los poderosos de turno.
19
ra entender el evangelio.
El primero: "Os ha nacido un salvador". Está reflejando las expectativas que lo ju-
díos tenían con relación al Mesías. Los cristianos cambiaron sustancialmente el
significado de la salvación, pero siguieron manteniendo el lenguaje aplicando con-
ceptos distintos a palabras idénticas. Aquí se precisa que la salvación es para los
marginados, para los que no contaban nada en aquella sociedad, ni desde el punto
de vista social ni del religioso.
El segundo mensaje no es menos importante: "...Y en la tierra paz". ¡Ojalá descu-
briéramos el profundo significado de esta palabra! El "shalom" judío es mucho
más rico en su significado que nuestra palabra "paz". La paz de la que se habla en
el texto, no es ausencia de problemas, sino plenitud de ser. Al decirte 'shalom' ex-
presaban su deseo de que Dios te concediera todo lo que necesitas para ser tú.
Se trataría de la armonía que me permite desarrollar mi condición humana. No
hacía referencia a ninguna circunstancia externa sino al interior. Dios está siem-
pre en paz, y mira que le hacemos la puñeta. Si Dios me acepta como soy, ¿por
qué no puedo aceptarme yo a mí mismo? ¿Por qué no puedo aceptar a los demás?
No nos damos cuenta de que al rechazarnos, rechazamos a Dios.
20
5
21
siglos. Pero esto no nos tiene que preocupar demasiado.
Hoy podemos hacernos la pregunta sin prejuicios, otra cosa es que tengamos una
respuesta adecuada y definitiva. La peor respuesta posible es el escándalo farisai-
co por el mismo hecho de hacerse la pregunta. Si dejamos que solo se la hagan los
iconoclastas de turno, tendremos asegurada una respuesta maliciosa y sectaria.
Hoy sabemos que en aquella sociedad no se entendía ni se aceptaba a un hombre
soltero. El matrimonio era una exigencia del clan que tenía que asegurar su conti-
nuidad confiando a los más jóvenes la tarea de aumentar el número de la gran
familia. En aquella época, nunca eran demasiados los hijos, porque la mayoría de
ellos morían siendo niños.
Otra perspectiva equivocada es suponer que Jesús decidió por su cuenta perma-
necer soltero. Esta hipótesis no tiene mucho sentido, porque la boda no dependía
de la decisión personal de cada individuo. Las familias de los jóvenes tomaban la
decisión de cuándo y con quién se debían casar, atendiendo a intereses económi-
cos y sociales de los clanes.
Tampoco es decisivo que los evangelios no hablen del hecho. Si ese estado entraba
dentro de la más absoluta normalidad, no se sentían obligados a constatarlo. Si
hubiera sido la excepción y se hubiera mantenido soltero, se habrían sentido en la
obligación de comunicarlo.
El concepto negativo que hoy tenemos de la sexualidad es muy mala consejera a la
hora de afrontar este tema. La sexualidad en aquella sociedad era vista como una
realidad completamente positiva y querida por Dios. No solo estaba exenta de pre-
juicios, sino que para ellos, el tener mujer e hijos, constituía uno de los pilares de
la felicidad.
La pecaminosidad que la Iglesia ha asociado a la sexualidad nos impide poder
aceptar a un Jesús que desarrollara su sexualidad como cualquier hombre de su
tiempo. Sin embargo eso era lo normal y no se entendía que un hombre renun-
ciara a ese aspecto de su humanidad.
De todas formas, no tenemos razones para afirmar ni una cosa ni la contraria. El
hecho de que se haya creído durante veinte siglos que no estuvo casado, no es ga-
rantía de acertar, sobre todo, tratándose de una materia que no afecta para nada
a la personalidad de Jesús.
22
pueblo se extrañan de los conocimientos que manifiesta al hablar. Podemos sos-
pechar que, una persona inquieta como él, buscó toda su vida la verdad, aprove-
chando cualquier circunstancia para aprender.
Los evangelios dan a entender que no fue discípulo de ningún rabino, pero eso no
quiere decir que no se haya aprovechado de los conocimientos de aquellos que en-
contró en su camino. Sabemos que otros grandes pensadores de la época supieron
aprovechar la sabiduría de personas concretas.
Como todos los grandes hombres, Jesús buscó la verdad que pudiera ayudar al
pueblo a salir de todas sus opresiones. Su práctica y su predicación en los años de
vida pública lo demuestran con toda claridad. Pero esa actitud no pudo empezar
en él cuando cumpliera los treinta años. Tuvo que ser una preocupación que man-
tuviera toda su vida.
El relato del Niño perdido de Lucas es muy significativo si somos capaces de ir
más allá de lo anecdótico. Nos está diciendo que en cuanto Jesús fue responsable,
y a los doce años ya era una persona de pleno derecho y responsable de todos sus
actos, se preocupó muy seriamente de la religión y de Dios. Esa preocupación la
mantuvo toda su vida y esa inquietud es la que explica que al cabo de esos treinta
años de vida escondida, saliera de él todo lo que predicó en sus tres años de vida
pública.
23
na y no le dejan libertad para desarrollar su humanidad. Luchó contra todo some-
timiento, incluso el que se despliega en nombre de Dios. La obsesión de Jesús fue
liberar al hombre de toda opresión, viniera del poder político o del poder religioso.
Descubre que su religión falla en la manera de entender al hombre. A partir de
esta actitud, se da cuenta de que el verdadero Dios no es el que su religión pro-
clama. Precisamente porque intentó comprender lo que era el ser humano, llegó al
convencimiento de que Dios era algo muy distinto a lo que había hecho de él la
religión oficial. El Dios de Jesús está siempre a favor del hombre y en contra de
todo lo que le impida ser él mismo.
Su religión machaca al ser humano poniendo como pretexto la soberanía de Dios.
Para Jesús, Dios no puede estar en contra de nadie, sino a favor siempre del hom-
bre. Oprimir, marginar, humillar a cualquier ser humano en nombre de Dios, es
sencillamente diabólico.
La manera de organizar el culto en el templo hacía patente una injusticia radical,
sobre todo con relación a los débiles. Muchos de los judíos quedaban excluidos del
acercamiento a Dios por considerarles impuros. Pero también las ofrendas exigi-
das hacían más pobres a los que nada poseían, mientras el templo se convertía en
el banco de todo el país. El Dios de Jesús no podía soportar esta injusticia.
JESÚS SE DA A CONOCER
24
die si no pertenecía a una familia y a un pueblo, podemos concluir que las razones
para hacerlo tuvieron que ser muy poderosas, ya que con esa acción renunciaba a
tener un status social, que era el fundamento de las relaciones religiosas y civiles.
Tal vez la clave esté en que sus vivencias se manifiestan incompatibles con la reli-
gión de su familia. Su experiencia de Dios le obliga a elegir nuevos derroteros. No
se encuentra a gusto en el entorno religioso de su familia. Los suyos lo empiezan a
ver como un bicho raro y tiene que elegir entre ser fiel a su clan familiar o ser fiel a
sí mismo.
En los evangelios encontramos varios episodios que pueden arrojar un poco de luz
sobre esta cuestión. En Mc 3,21 se dice expresamente que "sus familiares vinieron
a llevárselo porque decían que no estaba en sus cabales". Salirse de la norma era
en aquella época peligrosísimo, porque inmediatamente eras calificado de loco.
En Mc 6,1-6 se narra un episodio con sus propios paisanos que puede ayudarnos
también a comprender el problema. Jesús enseña en la sinagoga y los de su pue-
blo no pueden comprender de dónde saca esas enseñanzas. Dan por supuesto que
le conocen como hijo de José y de María y conocen también a sus hermanos que
siguen viviendo con ellos. Jesús ya no era el mismo que habían visto crecer.
En Mt 12,46-50, Mc 3,31-35 y Lc 8,19-21, se describe una escena muy singular.
Llegaron su madre y sus hermanos y querían hablar con él; como no pudieron
acercarse, por el gentío, le mandaron recado: "tu madre y tus hermanos están ahí
fuera y quieren hablar contigo". La contestación de Jesús es desconcertante:
"¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? El que cumple la voluntad de
mi Padre, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre".
En este episodio se ve muy claro que Jesús había cambiado su familia biológica
por una nueva familia espiritual, que era la que tenía importancia para él. Es ri-
dículo pensar que no amaba a su familia, lo que esta contestación demuestra es
que Jesús había dado un salto en el vacío con relación al normal sentir de los
mortales. Ahora se sentía perteneciendo a una sola familia que abarcaba la hu-
manidad entera y cuyo único Padre era Dios.
No se trata ni de desapego, ni de incomprensión. Tampoco podemos pensar en un
rechazo por parte de su familia. Lo que sus familiares querían evitar era precisa-
mente lo que pasó. Era efectivamente una locura oponerse a los dirigentes religio-
sos de su tiempo y predicar una manera de acercarse a Dios distinta de la tradi-
cional.
El fin trágico que terminó sufriendo Jesús, es precisamente lo que querían evitar
los demás miembros de su familia. Eso no quiere decir que le quisieran mal, sino
todo lo contrario. La diferente perspectiva de Jesús no podía ser comprendida por
ellos. Pero lo que ellos comprendían perfectamente era que su trayectoria le lleva-
ría a la ruina a él y a toda su familia.
25
Los primeros cristianos supieron valorar este primer encuentro de Jesús con el
Bautista, cuando lo hacen coincidir con el principio de su vida pública. Sin duda
fue muy importante para Jesús. Como ser humano, tuvo que aprovechar el en-
cuentro con Juan para madurar.
Para el buscador que fue Jesús, tuvo que ser impactante el encuentro con una
persona que se le adelantó en la crítica a la religión y la relación de las personas
con el templo, con la Ley y con Dios. La figura austera y correosa de un profeta
como Juan, tuvo que llamar la atención del inquieto nazareno.
No tenemos datos suficientes para poder diseñar la relación que Jesús tuvo con el
Bautista. No es verosímil que fuera un encuentro esporádico con motivo de un ac-
to puntual como un bautismo, después de haber guardado cola como insinúa Lu-
cas. Es mucho más probable que la relación fuese anterior al bautismo e incluso
que continuara durante un tiempo después de él.
Aunque el bautismo de Jesús fuera un hecho histórico, la manera de contarlo va
más allá de una crónica de sucesos. Cada evangelista acentúa los aspectos que
más le interesan para destacar la idea que va a desarrollar en su evangelio. Lo na-
rran los tres sinópticos y Hechos alude a él varias veces. Juan hace referencia a él
como dato conocido, lo cual es más convincente que si lo contara expresamente.
Jesús no fue un extraterrestre, que por ser de naturaleza divina estuviera dispen-
sado de la trayectoria que tiene que recorrer todo ser humano para alcanzar su
plenitud. Generalmente no nos tomamos en serio esa experiencia humana de Je-
sús.
Los primeros cristianos sí tomaron muy en serio la humanidad de Jesús. Hablar
de que Jesús hizo un acto de humildad al ponerse a la fila como un pecador, aun-
que no tenía pecados, es pensar en una acto teatral que no pega ni con cola, con
una personalidad como la de Jesús.
La relación de Jesús con Juan Bautista fue también muy importante para los pri-
meros cristianos que intentaron comprender toda su vida, ya que el episodio del
bautismo deja claro que el motor de toda la trayectoria humana de Jesús fue el
Espíritu.
Dado el altísimo concepto que los primeros cristianos tenían de Jesús, no debió
ser fácil explicar su bautismo por Juan. Si a pesar de las dificultades de explicar-
lo, se narra en todos los evangelios, es que era un hecho conocido que no se podía
escamotear. En ningún caso pudo ser un invento posterior.
No tiene mucha lógica, ni siquiera para nosotros, que el bautismo marque el prin-
cipio de su vida pública. Aceptar el bautismo de Juan, era aceptar su doctrina y
su actitud vital fundamental. No se entiende que esa aceptación del bautismo de
Juan sea a la vez el comienzo de un proyecto propio y muy distinto del de Juan.
¿Qué fue lo que pudo pasar? Jesús una persona ya madura pero inquieta, se sien-
te atraído por la predicación de Juan. No solo la acepta, sino que se quiere com-
prometer con las ideas del Bautista. Aceptar el bautismo de Juan es entrar en la
dinámica que él predica.
Todo ello prepara a Jesús para una experiencia única. Se le abren los cielos y ve
claro lo que Dios espera de él. Una vez más debemos abandonar la idea de una
crónica de sucesos. Lo que cuentan, pasó todo en el interior de Jesús. Lucas nos
26
dice expresamente: "y mientras oraba..." Los demás evangelistas lo dan por su-
puesto, porque sólo desde el interior se puede descubrir el Espíritu que nos inva-
de.
La experiencia de la paternidad de Dios y su profunda conexión con Él, y la cerca-
nía del Espíritu, ambas son las líneas maestras de su trayectoria humana.
El hecho de que los relatos del bautismo y las tentaciones estén relacionados en
todos los evangelios, es síntoma de una elaboración teológica temprana. Pero indi-
can también la extraordinaria importancia de lo que se está diciendo. Los dos epi-
sodios se presentan como fundamentales en la vida de Jesús.
Fiel al Espíritu, da un cambio radical en su vida y se dispone a predicar el Reino
de Dios. Desde ese momento, abandona toda otra actividad y dedica todo su tiem-
po a la predicación de su mensaje. Empieza su vida pública.
27
los hombres, que Dios nunca se separa del hombre por mucho que los hombres
nos separemos de Él.
El bautismo es el verdadero nacimiento de Jesús. Y este sí que ha tenido lugar por
obra del Espíritu Santo. En adelante, todo lo que diga y haga será la manifestación
continuada del Reinado de Dios que experimentó en él mismo. Jesús dejó que Dios
reinara en él y adquirió el compromiso de hacer que todos los hombres se abrieran
a ese mismo reinado.
Dejándose llevar por el Espíritu, se encamina él mismo hacia la plenitud humana
y de esa manera, nos marca el camino de nuestra propia plenitud. Pero tenemos
que ser muy conscientes de que solo naciendo de nuevo, naciendo del agua y del
Espíritu, podremos desplegar todas nuestras posibilidades humanas. No siguiendo
a Jesús desde fuera, como si se tratara de un líder, sino entrando como él en la
dinámica de la vivencia interior.
La presencia de Dios en el hombre tiene que darse en aquello que tiene de especí-
ficamente humano; no puede ser una inconsciente presencia mecánica ni automá-
tica. Dios está en todas las criaturas como la base y el fundamento de su ser, pero
solo el hombre puede tomar conciencia de esa realidad y puede vivirla. Esta es su
meta y el objetivo último de su existencia.
En Jesús, la toma de conciencia de lo que es Dios en él, fue un proceso que no
terminó nunca. En el relato del bautismo se nos está hablando de un paso más,
aunque decisivo, en esa toma de conciencia.
Predicador ambulante
Al optar por Dios se ve obligado a abandonar su familia y llevar desde entonces
una vida de itinerante, sin domicilio propio ni lugar estable donde vivir. Este des-
arraigo tenía en aquella época unas graves connotaciones que hoy nos es muy di-
fícil valorar.
Pero al mismo tiempo esa liberación de toda atadura social y familiar, da a Jesús
unas posibilidades increíbles para desarrollar su personalidad religiosa. Desde ese
momento, seguramente sin proponérselo, lleva su experiencia a los ámbitos en los
que desarrolla su nueva vida. En Galilea, su tierra, empieza su predicación.
Todo parece indicar que esta forma de vida la mantuvo hasta el momento de su
muerte. Su única obsesión era comunicar a los demás sus experiencias de Dios.
Fue una tarea nada fácil, no solo por los adversarios que se encontró, sino y sobre
todo, por los que le siguieron como amigos, a quienes les costó Dios y ayuda en-
tenderlo.
28
Los cuatro evangelios nos narran la vocación de los primeros discípulos, pero hay
una diferencia tan grande entre Juan y los sinópticos, que es imposible extraer
alguna conclusión con visos de historicidad. Juan nos habla de cinco, que parece
pertenecían al entorno del Bautista. Los sinópticos hablan de dos parejas de her-
manos que eran pescadores.
Más adelante y sin venir muy a cuento, narran los sinópticos la elección de doce
de entre la multitud de discípulos que le seguían. A estos los llamó apóstoles. Se
trata de una proyección teológica que surgió cuando la comunidad pascual fue
tomando conciencia de ser el nuevo pueblo de Israel. Como el pueblo de Israel es-
taba formado por doce tribus, el nuevo pueblo de Dios se asentaba sobre los doce
apóstoles.
Jesús vivió por nosotros. Jesús no nos salvó en la cruz sino en el camino que re-
corrió como ser humano, hasta llegar a ella. Este es otro de los profundos cambios
que nos exige el nuevo paradigma posmoderno.
Jesús nos salvó, salvándose él, es decir, llevando su humanidad a la más alta po-
sibilidad de plenitud. Pero dejó claro que esa plenitud es imposible sin un descu-
brimiento de lo divino en cada uno de nosotros. De esta manera nos marcó el ca-
mino y a la vez nos demostró que esa plenitud es posible para todos.
Debemos tener muy en cuenta que Jesús no dejó nada escrito. Parece que sabía
leer y escribir pero no utilizó ese medio para llevar a los demás sus experiencias.
No debe extrañarnos, ya que aquellos a los que quería llegar con sus enseñanzas
no sabían leer, ¿qué sentido tenía entonces escribir para los que sabían leer, pero
no iban a interesarse por lo que decía?
Esto nos obliga a ir por otros derroteros al tratar de descubrir hoy lo que quiso
trasmitir a los demás durante el corto periodo de su vida pública. Trataremos de
aproximarnos lo más posible a lo que experimentó en su interior a través de lo que
practicó en su vida cotidiana y a través de lo que predicó a la gente sencilla, que le
quería escuchar.
Su experiencia de Dios
La forma en que Jesús habla de Dios como salvación para los hombres se inspira
directamente en su experiencia personal, es decir, como ser humano. La experien-
cia básica de Jesús fue la presencia de Dios en su propio ser. Dios lo era todo para
él y todo él lo era para Dios.
Siguiendo una de las vetas más profundas del AT, Jesús tomó conciencia de la fi-
delidad de Dios y respondió vitalmente a esta toma de conciencia. Al atreverse a
llamar a Dios «Abba", papá, Jesús abre un horizonte completamente nuevo en las
relaciones con el Absoluto. Se sabe fundado en Dios. Esa experiencia le lleva a
29
comunicar a los demás lo que Dios es para el ser humano.
La base de toda experiencia religiosa reside en la condición de criaturas. El ser
humano se descubre sustentado por la acción creadora de Dios. El modo finito de
ser uno mismo, demuestra que soy más de Dios que de mí mismo. Sin Dios no se-
ría posible nuestra existencia.
Dios es para él padre y madre, no porque le haya dado la vida en un momento de-
terminado, como hacen nuestros padres biológicos, sino porque le está dando la
vida en todo momento. Esta diferencia es vital para comprender el concepto de
Padre aplicado a Dios por Jesús.
Jesús descubre que el centro de su vida está en Dios. Pero eso no quiere decir que
tenga que salir de sí para encontrar su centro. Descubrir su fundamento en Dios,
es fuente de una inesperada humanidad. La experiencia de Dios será la revelación
de la más alta humanidad.
Jesús nunca se presenta como lo absoluto. Lo absoluto es el Dios que él predica.
Ese Dios se manifiesta en su humanidad que es relativa, contingente por ser his-
tórica. El haber hecho de Jesús una persona divina, nos ha alejado de toda posible
comprensión de lo que vivió como ser humano. No negamos el dogma de su divini-
dad, estamos diciendo que esa divinidad no nos serviría para nada si no la descu-
brimos encarnada.
30
Uno de los criterios de historicidad es precisamente que lo que se puede interpre-
tar como negativo o menoscabo de la figura de Jesús, es muy difícil que fuera in-
ventado por sus seguidores. Según eso, hay muchas probabilidades de que esos
relatos respondan a la realidad.
Por otra parte, para apreciar la magnitud del problema, debemos tener en cuenta
la constitución sociológica de la familia en tiempo de Jesús. La familia estaba
constituida por todo el clan: los abuelos, los padres, los hermanos, fueran solteros
o casados, los hijos. Todos formaban una unidad de producción y de consumo.
La riqueza básica del clan era el honor. Todos estaban obligados a mantenerlo por
encima de todo. La vergüenza de un miembro era la vergüenza de toda la familia y
el deshonor de un solo miembro era el deshonor de toda la familia. El primer deber
de todos los miembros era mantener el estatus social limpio de toda sospecha. No
era solamente cuestión social, sino económica. Las relaciones económicas eran
inconcebibles al margen de la honorabilidad y el prestigio familiar.
Cuando el Evangelio dice que sus hermanos venían a llevárselo porque decían que
no estaba en sus cabales, no hacían más que defender el honor de la familia e im-
pedir que Jesús terminara como terminó. Cuando el evangelio nos dice que su
madre y sus hermanos están fuera y quieren verle, no puede extrañarnos la res-
puesta de Jesús: "¿Quién es mi madre y quienes son mis hermanos?"
Si venían con la intención de llevárselo a casa, incluso por la fuerza, es lógico que
no les hiciera demasiado caso. Si no hubiera sido porque el grupo de los que le
seguían era ya muy numeroso, se lo hubieran llevado. El tiempo les dio la razón:
Jesús había emprendido un camino muy peligroso, para él y para sus familiares.
Teniendo en cuenta este ambiente, se hace mucho más difícil el aceptar que Jesús
no haya sido dócil y obediente a su familia. Él descubrió que para llevar a cabo su
misión, tenía que actuar como hombre libre. El mejor resumen de toda su vida es
la obediencia, pero al Padre: «Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre».
No, Jesús no fue obediente; no se sometió a las directrices que otro le marcaba.
Fue una persona que actuó desde dentro, no desde la programación y desde el
aborregamiento. Si hubiéramos tenido en cuenta esta actitud de Jesús, no hubié-
ramos caído en una interpretación completamente aberrante de la obediencia. La
verdadera obediencia no puede exigirte que dejes de ser tú para someterte a lo que
otro es.
Hacemos el ridículo cuando en nombre de Jesús, predicamos una obediencia cie-
ga, es decir, irracional. Cuando creemos que el signo de una gran espiritualidad,
es someter tu voluntad a la voluntad de otra persona, y dejar de ser tú mismo.
Pensemos cuántos seres humanos han perdido la oportunidad de madurar como
personas por conformarse con ser corderos fieles de un rebaño conducido a garro-
tazo limpio.
31
Nada mejor que la imagen de un niño para reflejar lo que él sentía con relación a
su Dios. Su "Abba", palabra que él mismo empleó para indicar su total dependen-
cia y su fidelidad absoluta, es el primer sonido que un niño emite a los pocos días
de nacer.
Todos los evangelios recogen escenas que reflejan el trato que Jesús dispensaba a
los niños; incluso regañando a los discípulos, cuando consideraban a los niños
como un estorbo. Pero es que además, nos urge a nosotros a hacernos como ellos,
si de verdad queremos descubrir lo que Dios es para nosotros.
Precisamente lo contrario de lo que constantemente pretendemos. ¡A ver si te por-
tas como una persona mayor! ¡A ver cuándo llegas a ser un hombre de provecho!
Los niños no solo lo esperan todo del padre, sino que saben perfectamente que no
pueden merecer nada, que lo que los padres les dan es puro don.
Si de verdad hiciéramos un poco de caso a Jesús, ¡cuánto podríamos aprender de
los niños! Ellos están siempre invitándonos a la autenticidad, a la espontaneidad,
a la apertura hacia lo nuevo, a la confianza en la vida, a la confianza en los demás,
a la dependencia sin complejos.
32
La actitud de Jesús para con todos los desheredados, es una de las claves para
entender su mensaje. Sin este dato sería incomprensible su vida y su obra. En
tiempo de Jesús los marginados lo eran por partida doble, marginados por la so-
ciedad y marginados por la religión.
En la cultura bíblica y también en tiempo de Jesús, no había distinción entre lo
civil y lo religioso. Sí había una distinción tajante entre lo puro y lo impuro. Cojos,
mancos, ciegos, tullidos, enfermos de cualquier género, todos tenían terminante-
mente prohibida la entrada en el templo.
La exclusión de la relación con Dios a través del culto, significaba también la ex-
clusión de la interacción social. De ahí el interés de conservar a toda costa el esta-
do de pureza legal. Los intocables eran despreciados, discriminados y considera-
dos seres humanos inferiores. Todo ello a pesar de que, los tiempos mesiánicos
habían sido anunciados por todos los profetas como tiempos en que los ciegos ve-
rían, los sordos oirían, los cojos saltarían, y a los pobres se les anunciaría la bue-
na noticia de su liberación.
En tiempo de Jesús eran muy estrictas las normas acerca de las relaciones con los
intocables. Se suponía que Jesús por su condición de Maestro, tendría mucho
cuidado en observarlas para no caer en impureza. Pero para Jesús, la persona era
más importante que todas las normas de pureza prescritas en la Ley. Este es uno
de los mensajes más claros y más subversivos del evangelio.
Tal vez, los numerosos relatos de milagros lo único que pretenden es llamar la
atención sobre el verdadero mensaje de Jesús con relación a todos los margina-
dos. No se cuenta un solo caso en el que Jesús descubriera una necesidad y pasa-
ra de largo sin comprometerse y socorrerla.
La relación de Jesús con los marginados abarca todos los aspectos de la vida coti-
diana. No se reduce a los momentos de las acciones milagrosas; el trato que tuvo
con ellos muestra una disponibilidad constante a ayudarles a salir de su limita-
ción fuera esta la que fuere.
Jesús trataba con los leprosos y les tocaba. No rehuía el contacto con los cadáve-
res (viuda de Naín). No impidió que le tocara la mujer que sufría hemorragias.
Aceptaba en su compañía a los recaudadores de impuestos y a los pecadores pú-
blicos...
Los trató con cariño y con respeto, pero también con exigencia. En el evangelio
parecen resonar palabras como estas: sé tú mismo, recupera la confianza en ti,
descubre que sigues siendo un hombre, atrévete a vivir, Dios está más cerca de ti
que de nadie... Jesús restaura la personalidad de los intocables, la revaloriza y de
esta manera los capacita para participar en la vida de la comunidad.
Está claro que Jesús organizó fiestas para estos desheredados; que se encontraba
muy a gusto entre ellos y que ellos encontraron en él una verdadera salvación. No
sólo la que da una curación milagrosa, sino la que viene de recuperar la confianza
y las ganas de seguir viviendo.
Jesús era consciente de que toda violación de esos límites le acarrearía la exclu-
sión del trato con el resto de la comunidad. Pero Jesús se aproximó a ellos y trató
de devolverles la confianza en sí mismos que habían perdido. Para esta gente, el
encuentro con Jesús tuvo que representar una auténtica liberación.
33
Jesús no dio normas abstractas ni consejos genéricos, sino que se acercó al hom-
bre concreto para identificarse con él. Lo que pretendía era suprimir las barreras
que separaban a puros de impuros y reintegrarles en una misma comunidad hu-
mana.
Para romper esa barrera, el primer paso era demostrarles que para Dios no existía
tal escollo. Por eso la idea de Dios que se manifestaba en su manera de actuar,
resultó inaceptable para los que ostentaban la representación del Dios que sí mar-
ginaba a los impuros.
NADA MISÓGINO
Es este un tema que tiene gran importancia para nosotros hoy. Si somos capaces
de acercarnos al evangelio sin prejuicios, descubriremos apuntes insospechados
de una manera de ver a la mujer, que está a años luz de cómo ha sido tratada la
34
mujer a través de los dos mil años de cristianismo y de cómo todavía hoy es trata-
da por nuestra jerarquía.
Los argumentos que se esgrimen para mantenerla apartada del sacerdocio, por
ejemplo, son tan peregrinos, que hacen sonreír a cualquier persona con dos dedos
de frente. Es comprensible que mantenga indignadas a muchas mujeres y, gracias
a Dios, a muchos hombres incluso eclesiásticos.
Para intentar conocer lo que Jesús pensaba de la mujer y de la importancia que
tuvo en la aceptación de su mensaje, tendremos que fijarnos en los escritos del
NT; aun sabiendo que lo que ha quedado escrito no coincide con lo que se vivió en
las primeras comunidades.
Los que elaboraban los escritos, eran varones y además de la élite, pues sabían
leer y escribir. En aquel tiempo sólo un dos o tres por ciento, sabía leer y escribir,
por tanto los conocimientos y la cultura se comunicaban de viva voz. La escritura
sólo empezó a tener cierta relevancia a mediados del siglo II.
En esa tradición oral, tenía la mujer una importancia equiparable a la del hombre.
Esa importancia quedó disminuida al eliminar o minimizar las narraciones que se
referían a mujeres en el NT.
A pesar de la dificultad que hoy tenemos para descubrir esa importancia de la mu-
jer en el desarrollo de la primitiva comunidad de creyentes, aún podemos descu-
brir en los evangelios multitud de casos en que se manifiesta esta nueva manera
de valorar lo femenino.
Como ejemplo podemos recordar que Marcos, que es el evangelio más antiguo, di-
ce: "Cuando el hombre se separa de la mujer, comete adulterio; y cuando la mujer
se separa del marido, comete adulterio." Mateo omite la segunda parte, porque pa-
ra los judíos, el único que tenía derecho a divorciarse era el marido.
En los ejemplos que vamos a examinar, descubriremos que en Jesús no hay ni
rastros de miedo al sexo o a las mujeres. No hay en él ninguna mirada ambigua
respecto al erotismo o la sexualidad. También en este tema, Jesús se muestra más
cerca de los débiles.
35
alguno de arrepentimiento. Es el amor el que salva y mueve al arrepentimiento, no
al revés como predicamos nosotros.
Si ahora recordáramos la actitud de la Iglesia-jerarquía a través de la historia, pa-
ra con tanto "pecador" como ha descubierto, nos quedaríamos aterrados. En cuan-
to tuvo algún poder, se convirtió en juez y condenadora de todas las debilidades
humanas que hubieran necesitado más comprensión que autoridad. No hace falta
apelar a la quema de brujas y herejes. Hoy mismo se están cometiendo auténticos
atropellos contra los más elementales derechos humanos, simplemente para man-
tener la ortodoxia o una moralidad sexual enfermiza.
La hemorroisa (Mt 5,25-34)
Para descubrir la importancia de este relato hay que tener en cuenta las leyes de
pureza que afectaban a las mujeres. En el Levítico se dice: "La mujer permanecerá
impura cuando tenga su menstruación o tenga hemorragias; todo lo que ella toque
quedará impuro, así como también quien entre en contacto con ella".
Podemos hacernos una idea de cómo quedaban limitadas las posibilidades de re-
laciones sociales y religiosas con esta ley. La mujer, considerada como impura y
causante de impureza. También podemos imaginar la huella psicológica que deja-
ba en la mujer esta consideración de ‘impura’ sin paliativos.
Según esto, la hemorroisa tenía prohibido, por imperativo social y religioso, tocar y
ser tocada. Doce años de sufrimiento la empujan a saltarse la ley. Esta valentía no
está exenta de temor, se acerca por detrás... Su deseo de curación es más fuerte
que las normas y las costumbres. Tocar a Jesús no sólo manifiesta la confianza en
él, sino en sí misma. Su valentía le devuelve la salud.
La respuesta de Jesús, revela su identidad liberadora. Atento al ser humano se da
cuenta de que le han tocado, mientras todos le están apretujando. Se abre a la
comunicación profunda y sanadora de la persona a través del cuerpo. Dejándose
tocar, Jesús se coloca por encima de los códigos sociales y religiosos. Los cuerpos
no son instrumentos de pecado, sino de salvación, de encuentro liberador. El tabú
de la impureza queda roto.
Había gastado muchos años y todo su dinero, para nada. Ahora encuentra gratis y
de una manera sorprendentemente sencilla la curación total.
¡Qué lección para nosotros! Todavía hoy nos empeñamos en complicar las cosas.
Seguimos hablando del cuerpo, sobre todo el de la mujer, como enemigo del alma.
La mayoría de las veces, lo único que esperan las personas, para salir de su situa-
ción de impureza, es acogida y comprensión.
36
hacer suyos los valores femeninos que descubre en aquella mujer. Le sorprende la
confianza que en él tenía aquella mujer, otro valor típicamente femenino. Jesús
descubre su "anima" y la integra, a pesar de la oposición del ambiente patriarcal.
Una vez más, el relato manifiesta que una relación auténtica, aunque sea entre
personajes tan dispares como Jesús y una pagana, termina enriqueciendo a los
dos. Para sanar cualquier enfermedad, no hay nada mejor que una profunda rela-
ción humana. Aún no hemos aprendido la lección.
En paralelo con Jairo y su hija, la Cananea y su hija representan la sociedad pa-
gana que acepta la esclavitud. Jesús pone de manifiesto la discriminación que los
judíos mantenían con los paganos y esto hace que la mujer tome conciencia de su
inadecuada relación con la hija y renuncie a seguir oprimiéndola. En ese momento
la hija queda liberada de sus demonios.
37
lores espirituales.
Todo eso lo descubrió Jesús gracias al trato con María, viendo que había adquirido
unos valores espirituales que a él mismo le servían de referencia. María era para él
una valiosa interlocutora espiritual. Después de esto, Jesús está en condiciones de
responder a la mujer que le quiso hacer una alabanza diciéndole: "Dichoso el vien-
tre que te llevó y los pechos que te criaron". "Dichosos más bien todos los que es-
cuchan la palabra de Dios y la cumplen".
No tiene ningún sentido el haber sacado de este relato, una distinción entre la vida
contemplativa y la vida activa. Mucho menos si en vez de distinción, lo que se pre-
tende es una oposición. La intención del relato es que no puede haber vida interior
sin contemplación, es decir sin tiempo dedicado expresamente a Dios. Pero tam-
poco puede haber una auténtica vida interior si no se refleja en la manera de ha-
cer las cosas que hay que hacer.
La actitud de María no ensombrece para nada la actitud de Marta. Marta no es la
mala de la película, sino todo lo contrario. La actitud de entrega al servicio de los
demás, manifiesta que ella también ha escuchado al Maestro. El Maestro Eckhart
llega a decir que Marta es el verdadero modelo de espiritualidad, puesto que ha
superado la etapa en la que se encuentra María.
Aunque el relato refleja la visión limpia y clara de Jesús, todavía hoy nos cuesta
ser consecuentes con lo que el relato manifiesta. Hasta hace cuatro días, era im-
pensable que una mujer estudiara teología. Ya en las cartas de Pablo, que es un
maestro de misoginia y miedo al sexo, se refleja una actitud totalmente contraria a
la de Jesús.
38
que tenía sus propios seguidores y que llegó a equipararse a Pedro en su capaci-
dad de liderazgo. De hecho se ha encontrado recientemente un evangelio que sería
la doctrina de este grupo que tenía como guía a Magdalena. Esto no podía gustar a
los teólogos del siglo II.
Parece ser que en la fuente propia de Lucas se dice de ella: "De la que había echa-
do siete demonios." Esto quiere decir que había sido liberada del maligno. Pero es-
ta es la forma normal de decir que ella había encontrado en Jesús la salvación to-
tal (siete es signo de plenitud).
No conocemos el primer encuentro de la Magdalena con Jesús. Aparece ya si-
guiéndole desde el principio con los apóstoles y otras mujeres. Jesús aceptó a mu-
jeres en su compañía. Camino de la cruz, se dice que responde a las que le se-
guían llorando. ¿Dónde estaban los hombres?
Es una lástima que esa actitud de Jesús haya quedado relegada al olvido dentro
de una iglesia que sigue manteniendo después de dos mil años una ideología ma-
chista. El Concilio Vaticano II rechazó toda forma de discriminación por razón de
sexo como contraria al plan de Dios; pero a renglón seguido la práctica nos dice
que eso no tiene vigencia en la Iglesia...
Las mujeres que se sintieron comprendidas y liberadas por Jesús, son incompren-
didas y discriminadas por sus sucesores. Está claro que la opresión de las mujeres
en la Iglesia es sólo una manifestación externa de la represión de todo lo femenino
en los hombres de iglesia.
Todos los débiles han sido siempre carne de cañón de un patriarcado ciego, in-
consciente y fanático. Si las mujeres hubieran tenido algo que decir en la Iglesia,
no se habrían cometido tantas barbaridades y abusos de poder. Hubiera tenido en
ella alguna repercusión la ternura, el respeto a la vida, la comprensión, la dispo-
nibilidad, etc., etc.
39
9
Tal vez la faceta más formidable de ese hombre llamado Jesús sea que, en él, lo
que vivió interiormente, lo que predicó y lo que hizo, forman una unidad inque-
brantable. No se doblegó ni ante las todopoderosas instituciones de su tiempo.
Jesús y la Ley
Cumplió la Ley, pero no fue nada leguleyo. Es este un aspecto muy importante
porque nos lleva a comprender una de las actitudes vitales de Jesús que más in-
fluyeron en el rechazo por parte de las instancias religiosas judías.
No cabe la menor duda de que Jesús incumplió en muchas ocasiones las normas
morales establecidas en su tiempo. Por ejemplo, las curaciones en sábado, permi-
tir a los discípulos desgranar espigas en sábado, no ayunar cuando estaba man-
dado, tocar a los leprosos, dejarse tocar por la hemorroisa, no lavarse las manos
antes de comer, no apedrear a una adúltera...
Estas actitudes nos obligan a preguntarnos ¿qué pensaba Jesús de la ley? Él sa-
bía perfectamente que su manera de actuar era escandalosa; y sin embargo actuó
de esa manera. Con esa actitud, que le costó la vida, quería hacer ver a la gente
que la relación que el pueblo tenía con la ley no era la correcta.
Quería demostrar que el mero cumplimiento de la ley, como autómatas, ni agrada
a Dios ni salva a los hombres.
Un cumplimiento de la ley que no tiene nada que ver con la actitud vital de la per-
sona, no es más que una programación que a nada conduce.
Más importante que la ley misma, es descubrir el por qué una cosa está mandada
o prohibida. Nadie como él estuvo siempre pendiente de la voluntad de Dios: era
su alimento. Sin embargo comprendió que esa voluntad no es nada añadido a
nuestro ser, sino que las mejores posibilidades de ser que hay en nosotros son la
única ley que nos debe guiar.
La ley de Dios no puede oprimir nunca. La causa del hombre es siempre la causa
de Dios. Pero la ley formulada es siempre ley humana. La autoridad humana que
dice actuar en nombre de Dios, sí puede oprimir, porque los intereses de la auto-
ridad y los de la gente, casi nunca coinciden.
En la medida que una norma acierte a llevarnos a la plenitud de ser, podemos de-
cir que es ley de Dios. En la medida que responda a los intereses de los legislado-
res y no a los del hombre, la ley no sólo no viene de Dios, sino que se convierte en
inhumana.
Toda ley formulada es por lo mismo relativa. Dar valor absoluto a una ley formu-
lada, es desconocer la manera de hacerse presente Dios a los hombres.
Al darle valor absoluto y divino a las normas, las hemos hecho inmutables. Si las
ha dado Dios, ¿quién puede quitarlas?
Con la fórmula: "habéis oído que se dijo, pero yo os digo." lo único que estaba ha-
ciendo era relativizar toda norma, demostrar la obligación que tenemos como seres
40
humanos de descubrir, cada día más, las exigencias de un acercamiento a Dios
que debe de ser constante.
Jesús y el templo
Como cualquier judío, Jesús desarrolló su vida espiritual en torno al templo; pero
su fidelidad a Dios le hizo comprender que lo que allí se cocía no era lo que Dios
esperaba de un pueblo fiel. Unas relaciones con Dios estereotipadas y puramente
externas, deberían dejar paso a una relación con Dios que naciera del corazón.
Nos han repetido por activa y por pasiva, que lo que hizo Jesús en el templo fue
purificarlo de una actividad de compraventa ilegal y abusiva.
Sin embargo, lo que estaban haciendo allí los vendedores y cambistas, era comple-
tamente imprescindible para el desarrollo de la actividad del templo. Se vendían
palomas y ovejas que era la base de los sacrificios que se ofrecían en el templo.
Tenía que haber cambistas, porque al templo sólo se le podía ofrecer dinero acu-
ñado por el templo.
Los sinópticos ponen en labios de Jesús una cita de Isaías 56,7 y otra de Jeremías
7,11.
El texto de Isaías hace referencia a los extranjeros y a los eunucos que estaban
excluidos del templo pero advierte que en los tiempos mesiánicos, sí podrán dar
culto a Dios. Jesús con ese gesto está diciendo que en el acercamiento a Dios no
puede haber exclusivismos, que todos tienen derecho a acercarse a Dios, porque
Él ama a todos.
El culto que se hacía en el templo, despreciando a extranjeros eunucos y enfer-
mos, no podía agradar a Dios.
El texto de Jeremías, hace referencia a los israelitas que después de matar, adul-
terar, robar, etc. van al templo para hacer sus ofrendas sin una actitud mínima de
arrepentimiento y conversión, buscando únicamente una tranquilidad de concien-
cia.
41
de la ley, fariseos, saduceos...
No sólo en el lenguaje directo, sino con sus parábolas, está dando a entender que
esa manera de entender a Dios y al hombre no tiene nada de religiosa.
Pensemos que eran sus superiores en el orden religioso, que eran oficialmente los
representantes de Dios, que según la tradición judía todo el mundo estaba obliga-
do a obedecerles. Jesús no solo no les obedeció, sino que se encaró con ellos y les
hizo ver su hipócrita manera de actuar. "Cargan pesados fardos sobre los hombros
de los demás, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar."
De todas formas hemos de recordar que no todo era negativo en los grupos religio-
sos de la época de Jesús.
Podemos encontrar muchas afinidades de las actitudes y la predicación de Jesús,
con cada uno de los diferentes grupos.
Los letrados: con uno de ellos nos dice el evangelio coincidió totalmente y lo pre-
senta, como simpatizante suyo. Otro fue a verle de noche para que le explicara las
Escrituras.
Los fariseos: creyó como ellos en la resurrección y en los demonios. Confió como
ellos en una colaboración entre Dios y el hombre para la salvación.
Los saduceos: se identifica con ellos al rechazar la fidelidad a las tradiciones en la
que tanto hincapié hacían los fariseos y al conceder importancia a la religiosidad
privada que escapa al control social de lo público. Igualmente, considera el mundo
presente como lugar de salvación, relativizando la escatología.
Jesús y la libertad
Tal vez la primera característica del hombre Jesús sea su absoluta libertad. Aun-
que la palabra libertad ni siquiera se nombra en los evangelios sinópticos, la liber-
tad y la liberación del hombre constituyen de hecho un tema fundamental en la
predicación de Jesús.
La actitud fundamental de su vida estaba encaminada a liberar del demonio, del
pecado, de la muerte, de coacciones sociales y religiosas, de un yo cautivo, del
miedo y la inquietud. La predicación y la praxis de Jesús fueron una continua
llamada a ser libres. Sus seguidores encontraron en él liberación; esta sería la me-
jor prueba de que él mismo era libre. El entusiasmo que comunicó a sus seguido-
res brotaba de su actitud libre y liberadora.
Muchos cristianos han creído y algunos siguen creyendo que Jesús no era libre
como los demás hombres, que estaba pre-programado, precisamente por ser quien
era. Ciertamente no fue libre como los demás, fue más libre que nadie, porque era
más plenamente hombre.
Toda criatura es tanto más ella misma cuanto más es de Dios, su creador. Jesús
es hombre como solamente puede serlo Dios. La presencia de Dios no anula la
singularidad. Jesús fue siempre él mismo. Nunca tuvo que apoyarse en segurida-
des que vinieran de fuera.
Es triste que la Iglesia haya eliminado tantas veces la libertad del hombre en
nombre de Dios. En la historia del cristianismo, el nombre de Jesús ha significado
tanto libertad como esclavitud.
42
Con demasiada frecuencia, sobre todo en la era moderna, los impulsos sociales
por alcanzar una verdadera libertad se han debido más a instancias simplemente
humanas que religiosas. Esto indica que la primera preocupación de las Iglesias
no ha sido el ser humano sino su propia seguridad y prestigio.
La libertad ha de provenir de la fuerza creadora del Espíritu. Libertad es vivir del
Espíritu. "Ama y haz lo que quieras". (S. Agustín) "Todo me está permitido." (Pablo)
La libertad que no tenga este fundamento será siempre disgregadora, será liberti-
naje, se convertirá en esclavitud.
43
10
LOS MILAGROS
Dentro de las relaciones de Jesús con los hombres de su tiempo lo que más sobre-
salió, para bien o para mal, fue el despliegue de poderes especiales para superar
dificultades de los demás. Tanto los amigos como los enemigos tuvieron que acep-
tar que Jesús era capaz de hacer "milagros".
El tema de los milagros es uno de los más complicados que se nos plantea hoy en
los evangelios. Cualquier solución demasiado simplista puede llevarnos a la dis-
torsión total del mensaje que se nos quiere trasmitir. El evangelio llama milagro a
acciones tan diversas que es imposible tratar el tema como si se tratara de una
sola realidad.
No tienen nada que ver 'andar sobre las aguas' y la resurrección de un muerto. Por
esta razón, es interesante analizar cada situación por separado y tratar de descu-
brir lo que tiene de hecho histórico y lo que tiene de mensaje teológico.
Hay que evitar caer en las trampas del racionalismo, pero tampoco podemos apar-
car la razón y todos los conocimientos que hoy tenemos sobre la realidad, sobre el
hombre y sobre Dios, a la hora de afrontar el tema.
Como siempre, lo importante no es la palabra, sino el concepto que cada uno pone
detrás de la palabra. En los evangelios y hasta la Edad Media se mantuvo un con-
cepto muy parecido de milagro. Ya en la Edad Media y, sobre todo con el raciona-
lismo, se cambió radicalmente el concepto, pasando a significar "una acción en
contra de las leyes de la naturaleza".
La problemática que hoy tenernos que afrontar, no existió durante los primeros
quince siglos de cristianismo. Ni los Padres de la Iglesia ni los grandes teólogos de
la Edad Media pusieron en duda que los milagros fueran una manifestación del
poder de Dios. El Dios todopoderoso podía hacer cuanto quisiera, donde quisiera y
cuando quisiera. Sto. Tomás todavía creía que detrás de cada astro, había un án-
gel que lo empujaba.
El evangelio no emplea nunca la palabra estricta de milagro, en griego «thauma»,
en latín "miraculum", que significa acción maravillosa; sino que habla de «seme-
lla», signos o señales. Por otra parte, en tiempo de Jesús no se planteaba el mila-
gro, como lo hacemos hoy, como «acción que va en contra de las leyes de la natu-
raleza». No existía la idea de causalidad, para ellos todo estaba bajo el control de la
acción de Dios que hacía y deshacía según su voluntad.
Es notoria la importancia que dan los evangelios a los milagros. No podemos des-
pachar el tema diciendo que son fantasías, sin conexión alguna con la realidad.
Baste recordar que en el evangelio de Marcos ocupan más del treinta por ciento
del total.
Si eliminásemos de los evangelios los relatos de milagros, se harían incomprensi-
bles a todas luces. No tenemos más remedio que afrontar el tema, aunque nos
obligue a muchas matizaciones y cautelas. Si en su tiempo ya fue polémico, no
nos vamos a librar hoy de las dificultades que encierra.
44
Es difícil escapar a la tentación de utilizarlos para una cómoda argumentación a
favor de la divinidad de Jesús. Algunas indicaciones de los mismos evangelios van
ya en este sentido, aunque en otras muchas ocasiones, nos ponen en guardia so-
bre la necesidad de lo extraordinario para llegar a Dios.
Ni en tiempos de Jesús ni en ningún otro período de la historia, se ha puesto en
duda la existencia de hechos extraordinarios que resultaban inexplicables a la
gente que los contemplaban. Los milagros en sentido amplio son el pan nuestro de
cada día en todos los tiempos.
La cuestión no es si Jesús hizo o no hizo milagros. Las preguntas que nos debe-
mos hacer hoy podrían ser: ¿Qué hizo Jesús realmente? ¿Qué intentaba Jesús al
realizar esas acciones? ¿Qué intentaron trasmitirnos los cristianos al relatar esos
acontecimientos?
Que Jesús realizó obras extraordinarias que se llamaban milagros, tuvieron que
aceptarlo hasta los enemigos más acérrimos. Pero el hecho de que una misma ac-
ción de Jesús fuera interpretada por unos como acción de Dios y por otros como
acción del demonio, es tan significativo, que nos abre la primera pista para poder
acercarnos al verdadero sentido de los milagros obrados por Jesús.
Nos pone en un verdadero aprieto el hecho de que Jesús, después de los cuarenta
días de ayuno, interpretara la posibilidad de hacer milagros como una tentación.
Durante su vida pública rechaza esa tentación de hacer milagros para legitimar su
persona o su mensaje.
Con frecuencia, el mismo Jesús se queja de que, milagros que ha realizado con
otro objetivo, se interpreten de esa manera. Todavía más, cuando se refiere a los
falsos profetas que aparecerán al fin de los tiempos, de ellos dice que realizarán
grandes signos.
Jesús realiza los signos, siempre en favor de los demás, nunca en favor suyo. Con
ello está demostrando que el Reino de Dios está cerca, porque para aquella gente,
la enfermedad era siempre signo de que la fuerza del mal prevalecía sobre el poder
de Dios. De hecho, cualquier enfermedad permanente, excluía de las relaciones
con Dios. Con sus curaciones Jesús viene a demostrar que el reino del bien ha lle-
gado.
Ya los profetas habían anunciado los tiempos mesiánicos como tiempos en los que
el bien prevalecería sobre el mal. Jesús asume esta manera de ver las cosas cuan-
do contesta a los enviados de Juan:" id y contad a Juan lo que habéis visto: los
ciegos ven, los cojos andan..." Les decía esto, no para que vieran lo poderoso que
era él, sino para que recordaran lo que habían dicho los profetas del Mesías.
La pregunta de si Jesús realizó milagros en el sentido estricto y moderno del tér-
mino, no tiene sentido porque en aquella época nadie se planteaba ese problema.
Si a pesar de todo nos la planteamos, tenemos muchas razones para poner en du-
da su posibilidad física y además, su oportunidad moral, partiendo principalmente
de su manera de ser y de actuar.
El mensaje de las bienaventuranzas es radicalmente opuesto al que se puede de-
ducir de los milagros que van encaminados a solucionar problemas materiales. Si
el que llora y el que pasa hambre puede ser feliz, ¿qué sentido tiene poner tanto
énfasis en eliminar esas carencias?
45
Para Jesús, el enemigo del ser humano no es la naturaleza y sus limitaciones, sino
el mal que impide al ser humano desarrollarse como persona. La naturaleza (y to-
das sus leyes), como obra de Dios es siempre buena, aunque con demasiada fre-
cuencia se vuelva contra nosotros y nos aplaste con su fuerza destructora. No tie-
ne mucho sentido que Dios tenga que rectificar su propia obra.
También, partiendo del mismo concepto moderno de milagro (una acción en contra
de las leyes de la naturaleza), se nos hace hoy muy complicado poder aceptarlo.
Sabemos que todo efecto es producido por una causa, pero esa tiene que ser de la
misma naturaleza para que pueda interactuar. ¿Cómo puede una energía divina
actuar directamente sobre un objeto material?
Antiguamente se creía que todo estaba bajo la influencia de esa fuerza divina, ac-
tuando según la voluntad puntual de Dios. Hoy creemos que todo lo que tenía que
hacer Dios, ya lo ha hecho. Parece que por fin le hemos dejado descansar.
Lo que intentaron los primeros cristianos con los relatos de milagros, puede no
coincidir con lo que intentó Jesús. De hecho vemos que muchos de ellos están re-
latados con la expresa intención de legitimar la predicación y la divinidad de Je-
sús, tan cuestionada por sus adversarios.
De esta manera, muchas veces, lo importante no es el relato, sino la intención del
que lo relata. Si lo que se pretende es comunicar una enseñanza, que lo que se
relata se ajuste a la realidad de lo sucedido, no tiene mayor importancia.
En el relato de la moneda que Pedro encontrará en la boca del pez, nadie se va a
creer que sucedió así, pero quiere enseñarnos que al que busca de verdad el reino
de Dios, todo lo demás se le dará por añadidura. En realidad es una parábola.
En el relato de la tempestad calmada, se quiere poner de manifiesto la falta de
confianza de los discípulos en su maestro. El que Jesús estuviera durmiendo
mientras ellos estaban muertos de miedo quiere indicar que la confianza de los
discípulos en Jesús aún no estaba consolidada. Por eso Jesús les echa en cara esa
desconfianza; pero a la vez el hecho de descubrir que se preocupa por ellos les de-
vuelve la fe perdida.
En realidad lo que hace Jesús es demostrarles que no es necesario el milagro, cosa
que ellos estaban obligados a saber porque llevaban ya mucho tiempo con Jesús.
Cuando un niño, asustado por un trueno, corre a arrojarse en los brazos de su
madre, se encuentra allí a gusto y tranquilo aunque la tormenta continúe...
Otra de las pistas más valiosas a la hora de interpretar lo que realmente pasó, lo
tenemos en la manera de relatar cada milagro. Por ejemplo, la insistencia en la
necesidad de la fe para que el milagro se produzca, hasta el punto de decir: «todo
es posible al que tiene fe».
En casi todos los milagros se hace referencia a esta actitud de fe en los destinata-
rios del milagro; incluso se llega a decir en una ocasión: «No pudo hacer allí mu-
chos milagros, porque les faltaba fe". En otra ocasión, la curación de la hemorroi-
sa, la fe es la única causa del milagro.
Todo esto demuestra que el milagro no es nunca una acción unilateral de Jesús,
sino una relación entre, la actitud de la persona que padece una limitación radical
y confía en que puede ser superada por la calidad de otra persona, y la actitud de
Jesús, que responde a las expectativas de esa persona.
46
También se habla con frecuencia, de los efectos que tienen muchos milagros en el
aumento de la confianza de los protagonistas; lo cual nos da a entender que la fe-
confianza es la base, pero también el objetivo de los milagros.
Esto nos abre la puerta a la consideración de los milagros desde otra perspectiva.
Me refiero a la amplia gama de fenómenos paranormales que desde hace varios
siglos se vienen investigando y que pueden dar nuevas pistas para explicar hechos
que hasta la fecha se explicaron como milagros o fruto de fuerzas desconocidas.
Entre muchos otros podemos citar la telepatía, la clarividencia, la precognición, la
hipnosis, la psicokinesis. A pesar de la enorme proporción de fraude que en estas
cuestiones existe, no cabe duda de que, todos estos fenómenos están siendo muy
bien analizados por estudios serios. Muchas universidades llevan años con depar-
tamentos dedicados a estas cuestiones y el interés no ha hecho más que aumen-
tar.
Es verdad que existe una gran reticencia a calificar como científicos los ingentes
estudios que se están llevando a cabo sobre estas materias, pero eso no puede
contrarrestar la existencia contrastada de dichos fenómenos.
Hoy ya no cabe duda alguna sobre la influencia de lo psíquico sobre lo somático.
Es un hecho aceptado la posibilidad de actuación sobre la realidad material más
allá del contacto físico perceptible. Esta constatación hace que el calificativo de
milagro se vaya reduciendo a pasos agigantados. Estoy seguro de que llegará un
momento en que no sea preciso utilizar ese concepto para nada.
Hoy sabemos que muchas de las acciones que se consideraron milagro en tiempo
de Jesús, podríamos explicarlas con los conocimientos que tenemos sobre la ma-
nera de actuar la biología del ser humano y sus complicados mecanismos. Nos
consta que la salud no depende exclusivamente del ADN, sino que la relación con
el medio determina la mejor o peor supervivencia, no solo de cada individuo, sino
de cada célula.
El buen funcionamiento de una célula puede depender de la polaridad de una mo-
lécula. Esa polaridad la determina una infinitesimal carga eléctrica que puede va-
riar por un mínimo cambio en el entorno. La salud o la enfermedad dependen de
cambios imperceptibles en el conjunto del organismo, que no siempre dependen de
los agentes externos, sino de la reacción de cada individuo a cada estímulo que
recibe.
Desde la perspectiva religiosa, podemos considerar los milagros como símbolos de
la victoria de las fuerzas benéficas de Dios a través de Jesús, frente a las fuerzas
maléficas del diablo o de la naturaleza hostil. Esta es la razón por la que se da
cuenta de ellos y ahí radica el mensaje que nosotros debemos extraer.
Qué puede asegurarse de histórico en cada caso es muy difícil de precisar. Al ana-
lizar cada uno de los milagros, iremos señalando algún criterio, nunca seguro.
Mucho más importante será descubrir el mensaje teológico que se encierra en ca-
da uno de los relatos.
47
11
Empezamos con el evangelio de Juan, porque es el que deja muy claro que los "mi-
lagros" no son más que signos de lo que Jesús quiere trasmitir. Son muy pocos los
milagros que narra, y en todos los casos, trata de dar sentido espiritual a lo que
acaba de hacer Jesús.
Después de la boda de Caná nos dirá expresamente: "este fue el primer signo que
hizo Jesús" y nos da ya el porqué de la realización de esos signos. Nunca Juan
desvincula el milagro del objetivo espiritual que le da sentido.
48
la nueva en Jesús. Es completamente inverosímil que María pidiera a Jesús un
milagro. Nunca se había atribuido al Mesías hacer milagros, ni Jesús se había
manifestado aún como tal.
El relato no quiere hacer hincapié en la relación familiar entre Jesús y María. Por
eso no le llama hijo, ni Jesús le llama Madre.
El primer paso para remediar la falta de amor, es mostrarle la carencia: "No tienen
vino". No se dirige al presidente, ni al novio, que sería lo lógico. Se dirige a Jesús,
que para Juan es el único que puede aportar la salvación que Israel necesita. El
mayordomo representa la jerarquía religiosa.
Los jerarcas nunca se enteraron de la falta de vino. Les parecía normal que no se
experimentara el amor de Dios, porque esa falta de amor era la base de su poder
sobre el pueblo. Los dirigentes religiosos no se habían enterado de la oferta del
amor de Dios. Reconocen la calidad del vino, pero no descubren de dónde viene.
No son capaces de aceptar que lo nuevo sea mejor que lo antiguo. Para Juan, fue
esta actitud la que les impidió aceptar el mensaje de Jesús.
El mensaje sigue siendo para nosotros muy simple, pero demoledor. Ni ritos ni
abluciones pueden purificar al ser humano. Solo cuando se saboree el vino-amor,
quedará todo él limpio y purificado. Cuando descubramos a Dios dentro de noso-
tros y sea identificado con todo nuestro ser, seremos capaces de vivir la inmensa
alegría que nace de la unidad. Que nadie te engañe. El mejor vino está sin escan-
ciar, está escondido en el centro de ti mismo.
El criado o hijo del funcionario real (Jn 4,43-54) (Mt 8,5-13) (Lc 7,1-10)
Juan habla de hijo y Mateo y Lucas hablan de criado. En Mateo y Juan, el mismo
funcionario viene a hacer la petición a Jesús. En Lucas, no se siente digno y man-
da a unos ancianos judíos para pedírselo. Además los enviados hablan muy bien
de él y ruegan a Jesús que se lo conceda.
Hay otra diferencia notable. En Mateo y Lucas, el centurión se opone a que Jesús
entre en su casa por sentirse indigno y recuerda a Jesús, que no es necesaria su
presencia para que se produzca la curación, y hace una protesta de confianza que
arranca palabras de admiración por parte de Jesús: "Os aseguro que no he encon-
trado en Israel una fe tan grande". En el caso de Juan, el centurión pide a Jesús
que baje a su casa. Pero es Jesús el que, sin más, cura sin tener que bajar.
A pesar de las diferencias, los especialistas creen que se trata del mismo episodio.
Se está hablando de un personaje con cierta categoría y sobre todo con poder. Al-
guien que está bajo su autoridad y custodia está gravemente enfermo. Él no puede
hacer nada y pide ayuda a Jesús. El centurión admite que el poder terreno no sir-
ve para salvar al hombre, pero confía en el poder de Jesús.
En el evangelio de Juan, hay un inciso muy interesante. Jesús se queja de que
necesiten de los signos para creer. No se sabe muy bien si se refiere al funcionario
o a los judíos que van a pedirle la curación, pero nos advierte de que lo que va a
suceder es sobre todo un signo.
En ningún caso se da mayor importancia al hecho de la curación. Se deja cons-
tancia de que el muchacho se curó y punto.
Al final, solo Juan narra que el funcionario creyó al constatar la curación. Preci-
49
samente ese final es el que pretenden todos los signos en el evangelio de Juan. Los
milagros-signos arrancan de la fe y concluyen con un aumento de la misma.
50
El valor de este hecho queda resaltado por el discurso que sigue, en el que Jesús
trata de explicar su íntima relación con su Padre. Naturalmente se trata de una
cristología muy avanzada de finales del siglo I. Aun así, es una mina para descu-
brir lo que pensaba aquella comunidad de la figura de Jesús y el contenido de los
signos que hacía con los marginados.
51
Él sabía que no tenían pan para tantas personas. Aquí empieza la necesidad de
entenderlo de otra manera. Ya Moisés, Elías y Eliseo dieron de comer a la multitud
en el desierto o en períodos de sequía y hambre. Se quiere sugerir que Jesús cum-
ple en plenitud las figuras del AT. También hay que tener en cuenta que la Escri-
tura era la comida espiritual del pueblo.
Doctrina se dice en arameo "hamira". Pan se dice "amira". Junto al lago, los ali-
mentos básicos de la gente, eran el pan y los peces. Símbolos no faltan. Los libros
de la Ley eran cinco; y dos el resto de la Escritura: Profetas y Escritos. El número
siete (5+2) es símbolo de plenitud (seguramente el más empleado en la Biblia.
También el número de los que comieron (cien grupos de cincuenta) es simbólico.
Los doce cestos aluden a las doce tribus. Es el pan compartido el que debe alimen-
tar al nuevo pueblo de Dios. La mirada al cielo, el recostarse en la hierba, etc. son
los elementos que nos permiten interpretar el relato, más allá de la letra.
El evangelio nos da continuos ejemplos de cómo Jesús se preocupó de las necesi-
dades materiales de la gente. Pero también se quejó de que le entendieran mal, y
terminaran creyendo que había venido para eso. "Me buscáis no porque habéis
visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros."
Cuando Jesús se retiró al desierto, después del bautismo, la conversión de las
piedras en panes, se presenta como tentación. El ver a Jesús como un "taumatur-
go" hacedor de milagros, está ya muy criticado en los mismos evangelios.
Seguir creyendo en el siglo XXI en milagros (tal como la mayoría los entiende) para
solucionar los problemas, es la mejor demostración de nuestra falta de madurez
religiosa. Es también una demostración de que nuestra idea de Dios sigue siendo
arcaica e interesada.
El verdadero sentido del texto está en otra parte. La dinámica normal de la vida
nos dice que el "pan" indispensable para la vida, tenemos que conseguirlo con di-
nero; porque alguien lo acapara y no lo deja llegar a su destino, más que, cum-
pliendo unas condiciones que el que lo acaparó impone: el "precio".
Lo que hace Jesús es librar el pan de ese acaparamiento injusto. La mirada al cie-
lo y la bendición son el reconocimiento de que Dios es el único dueño y que a Él
hay que agradecer el don. Liberado del acaparamiento, el pan, imprescindible para
la vida, llega a todos sin tener que pagar un precio por él.
Jesús, primero siente compasión de la gente, y después, invita a compartir. Jesús
no pidió a Dios que solucionara el problema, sino que se lo pidió a sus discípulos.
Aunque en su esquema mental no encontraron solución, lo cierto es que, todo lo
que tenían, lo pusieron a disposición de todos. Esta actitud desencadena el prodi-
gio: la generosidad se contagia y produce el "milagro". Cuando se dejan de acapa-
rar los bienes, llegan a todos.
El verdadero mensaje de este evangelio, está en que, cada vez que se comparte el
pan, se hace presente a Dios que es amor. No hay otra manera de acercarnos a
Dios y de acercar a Dios a los demás. El pan que verdaderamente alimenta, no es
el pan que se come, sino el pan que se da. Fruto de ese compartir no es solo saciar
las necesidades del otro, sino identificarse con Dios, descubierto en el otro.
Lo único que espera Dios de cada uno de nosotros, es que me compadezca del que
sufre. Si de nuestra relación con Dios no se desprende esta exigencia, podemos
52
estar seguros de que nuestra religión es falsa. Si no veo a Dios en el que muere de
hambre, mi dios es un ídolo que yo me he fabricado.
53
En este relato podemos apreciar la visión certera que de Jesús tenía aquella pri-
mera comunidad. Era verdadero hombre y como tal, tenía necesidad de la oración
para descubrir lo que era y superar la tentación de quedarse en lo material. Al
caminar sobre el mar, está demostrando que era también verdadero Dios.
El miedo, la admiración o confesión final que encontramos en los relatos, es la
confirmación de esta experiencia. Estas actitudes apuntan también a un relato
pascual, porque solo después de la experiencia de la resurrección, confesaron los
apóstoles su divinidad.
La barca es símbolo de la nueva comunidad. Las dificultades que atraviesan los
apóstoles, son consecuencia del alejamiento de Jesús. Esto se aprecia mejor en el
evangelio de Juan, que deja muy claro que fueron ellos los que decidieron mar-
charse sin esperar a Jesús. Se alejan malhumorados porque Jesús no aceptó las
aclamaciones de la gente saciada.
Aunque ellos le abandonan, Jesús no les abandona a ellos y va en su busca. Para
ellos Jesús es un "fantasma"; está en las nubes y no pisa tierra. No responde a sus
intereses y es incompatible con sus pretensiones. Su cercanía, sin embargo, les
hace descubrir al verdadero Jesús.
El miedo es el primer efecto de toda teofanía. El ser humano no se encuentra bien
en presencia de lo divino. Hay algo en esa presencia de Dios que le inquieta. La
presencia del Dios auténtico no da seguridades, sino zozobra; seguramente porque
el verdadero Dios no se deja manipular, es incontrolable y nos desborda. La res-
puesta de Jesús a los gritos (miedo), es una clara alusión al episodio de Moisés
ante la zarza. El "ego eimi" (yo soy) en boca de Jesús es una clara alusión a su di-
vinidad.
Estos textos están llenos de enseñanzas para nosotros hoy. El verdadero Dios no
puede llegar a nosotros desde fuera y a través de los sentidos. No podemos verlo ni
oírlo ni tocarlo, ni olerlo, ni gustarlo. Tampoco llegará a través de la especulación y
los razonamientos. Dios no tiene más que un camino para llegar a nosotros: nues-
tro propio ser. Su acción no se puede sentir. Esa presencia de Dios, solo puede ser
vivida.
El budismo tiene una frase, a primera vista tremenda: "si te encuentras con el
Buda, mátalo". Lo mismo podríamos decir nosotros, si te encuentras con dios, má-
talo. Ese dios es falso, es una creación de tu imaginación; es un ídolo. Si lo buscas
fuera de ti, estas persiguiendo un fantasma.
Hoy tenemos que afrontar la misma disyuntiva. O mantener a toda costa nuestro
ídolo o marchar en busca del verdadero Dios. La tentación sigue siendo la misma,
intentar mantener a toda costa el dios ídolo que hemos pulido y acicalado durante
dos mil años. Nunca lo encontraremos.
Esta es la causa de que se alejen de las instituciones los que mejor dispuestos es-
tán. Los que no aceptan los falsos dioses que nos empeñamos en venderles. Se
encuentran, en cambio, muy a gusto con ese "dios" los que no quieren perder las
seguridades que les da un dios fabricado a nuestra medida.
54
un proceso catecumenal que lleva al hombre de las tinieblas a la luz; de la opre-
sión a la libertad; de no ser nada a ser humano. Jesús tiene que alejarse del tem-
plo huyendo de los fariseos que querían apedrearle por haber dicho: "Yo soy la luz
del mundo". Lo que ha dicho lo repite y lo va a demostrar con hechos en este rela-
to.
El ciego de nacimiento, no sabe lo que era la luz, por eso Jesús toma la iniciativa.
Sin embargo le deja en libertad para seguir o no sus indicaciones. Le ofrece la
oportunidad de dar un paso hacia la luz, pero la decisión tiene que tomarla él. Los
demás personajes del relato no se enteran de esa posibilidad. Fariseos, apóstoles,
paisanos, padres son símbolos de la dificultad de aceptar la luz cuando amenaza
con iluminar lo que no queremos ver.
Le untó barro en los ojos. El barro, es la mezcla de la tierra y la saliva (espíritu).
Esta unión de tierra y Espíritu, es el proyecto de Dios, realizado ya en Jesús y con
posibilidad de realizarse en todos los seres humanos. Al usar el verbo untar-ungir,
pone la acción en relación con el apelativo de "Mesías".
Aquí está la clave de todo el relato. El ciego es ahora un "ungido", como Jesús. El
hombre, que era carne ha sido transformado por el Espíritu. La duda de la gente
sobre la identidad del ciego, refleja la increíble novedad que produce el Espíritu.
Sigue siendo el mismo, pero a la vez es completamente otro, irreconocible.
Hay gran diferencia entre el hombre sin iniciativa ni libertad y el hombre libre. De
ahí que el ciego utilice las mismas palabras que tantas veces en Juan utiliza Jesús
para identificarse: "Soy yo". Esta fórmula refleja la identidad del hombre transfor-
mado por el Espíritu. Descubre el cambio que se ha operado en su persona y quie-
re que los demás lo vean.
El relato quiere dejar muy claro que el ciego escoge libremente la luz. Siguiendo el
camino que Jesús le marca, llega a la meta deseada, ver. Como en los demás mila-
gros narrados por Juan, no da ninguna importancia al hecho de la curación física.
Lo despacha con media línea. Lo que de verdad importa es que este hombre estaba
limitado y carecía de toda libertad antes de encontrarse con Jesús.
Ahora descubre lo que significa ser hombre y se siente completamente realizado.
El Espíritu le ha capacitado para desplegar todas las posibilidades de ser. Se abre
un nuevo horizonte para él. La realidad entera ha cambiado radicalmente. Su vida,
que dependía de los demás y no tenía interés alguno, se llena de sentido. Pierde
todo miedo y comienza a ser él mismo, en su interior y ante los demás.
La doble mención de untar-ungir y la de la piscina, término que era utilizado para
designar la fuente bautismal, nos muestra que se está construyendo este relato a
partir de los ritos de iniciación de la primera comunidad. Esto es muy importante
a la hora de descubrir los simbolismos del relato.
No se había mencionado que el ciego era mendigo (pedía limosna, sentado). Estaba
inmóvil, impotente, dependiendo de los demás. Este punto de partida es clave para
resaltar el punto de llegada. Jesús le va a dar la independencia y la movilidad. Le
hace hombre completo. Lo que el cristianismo puede aportar al ser humano es
precisamente esto: la posibilidad de ser plenamente humano.
Los fariseos no se alegran del bien del hombre; lo humano se analiza sólo a través
de lo legal. Los fariseos acuden a los padres para desvirtuar el hecho que no pue-
55
den negar. Los padres tienen miedo a los fariseos, porque estaban sometidos.
La pregunta que les hacen los fariseos, es triple: ¿es vuestro hijo? ¿Nació ciego?
¿Cómo recobró la vista?
Los padres no se atreven a contestar a la tercera, la más importante. No quieren
verse afectados por alguna complicidad con el hecho. Ante los fariseos, los padres
temen que pueda considerarse un crimen que el ciego vea, por ello quieren eludir
toda responsabilidad. Tienen miedo de ser expulsados de la institución. Están
atemorizados, porque no pueden imaginar que exista otra salida.
Al fallarles la argucia empleada con los padres, quieren, por todos los medios, que
el ciego se ponga de su parte, aun en contra de la evidencia. Ellos ya han conde-
nado a Jesús en nombre de la moral oficial y pretenden que le condene también el
que ha sido curado. Ellos lo tienen claro, Dios no puede estar de parte del que no
cumple la Ley. Quieren hacerle ver que su actitud es contraria a la voluntad de
Dios. Siguen defendiendo su postura en contra de los hechos.
El ciego no tiene miedo de expresar lo que piensa ante los jefes. El hombre no
quiere meterse en cuestiones teológicas. A las teorías teológicas, opone los hechos.
Puede que se haya quebrantado la Ley, pero lo que ha sucedido es tan positivo pa-
ra él, que se tiene que hacer la pregunta: ¿No estará Jesús por encima del sábado?
Él sabe ahora lo que es ser un hombre cabal y, gracias a eso, sabe también lo que
es Dios. Él ahora ve, los maestros de la Ley siguen estando ciegos. El ciego descu-
bre que en Jesús, está presente Dios. El hombre parte de un razonamiento muy
simple. Dios no puede conceder a un descreído realizar una obra tan extraordina-
ria.
Los fariseos están tan seguros de su Ley, que no dudan en negar la misma reali-
dad. Pero al ciego le es imposible negar lo que personalmente ha vivido. Por no ne-
gar su propia experiencia ni renunciar al bien que ha recibido, lo expulsan.
Con su mentira, los enemigos de la luz han querido apagarla. El ciego curado, no
puede ya permanecer dentro del ámbito de la muerte-tiniebla que es la sinagoga.
Lo mismo que, en el relato inmediatamente anterior, Jesús tuvo que salir del tem-
plo; el ciego que ha recibido la luz, tiene que salir de la sinagoga.
«Fue a buscarlo». En griego "euron" (de donde viene el eureka famoso) no significa
un encuentro fortuito, sino el fruto de una actividad con la intención de encontrar
algo o a alguien. Podemos descubrir el contraste entre lo que hacen los fariseos,
que lo expulsan y lo que hace Jesús que lo busca.
Al preguntarle si cree en el Hijo de Hombre, Jesús quiere dar el último paso en el
proceso de cambio en el ciego. Lo que acaba de hacer Jesús con él, le ha cambiado
la vida social. Pero Jesús quiere que cambie también toda su vida religiosa. El
modelo de esa nueva vida era "el Hombre" Jesús.
El relato termina con la plena aceptación de Jesús. «Se postró», es el mismo verbo
con que se designa la adoración debida a Dios (Jn 4,23-24). El gesto de postrarse
para adorar a Jesús no es infrecuente en los sinópticos, sobre todo en Mateo, pero
este es el único pasaje de Juan en que aparece.
Jesús, el Hombre, es el nuevo santuario donde se verifica la presencia de Dios. El
ciego, expulsado, encuentra el verdadero santuario, donde se rinde el culto en es-
56
píritu y verdad. Este culto no se puede dar a Dios más que en el hombre, porque
consiste en la práctica del amor.
Creer en Jesús es creer en el Hombre. Él es el modelo de hombre, el hombre aca-
bado según el designio de Dios. Alcanzó esa plenitud dejando que el Espíritu lo
invadiera. Jesús es, a la vez, la manifestación de Dios y el modelo de hombre. En
su humanidad, se ha hecho presente lo divino.
La "carne" ha llegado a su grado máximo de transformación. El Espíritu asumió y
elevó la materia hasta transformarla en Espíritu. Nuestra meta es también dejar-
nos transformar en Espíritu. Para ello hay que nacer de nuevo. Tenemos que morir
a todo lo que en nosotros hay de terreno. Y dejar que se despliegue en nosotros lo
que hay de divino.
57
permitirá consolidar la fe de los discípulos al descubrir que la muerte no es tal,
para el que cree. No se alegra de la muerte, sino de que la Vida se va a manifestar
de manera irrefutable.
Al afirmar que lleva cuatro días enterrado, quiere decir que Lázaro está definitiva-
mente muerto según la manera normal de pensar. La muerte era el destino de la
humanidad sin esperanza, hasta que llegó Jesús. Para demostrar que Jesús es
Vida, nada más contundente que partir de la muerte.
Los judíos vienen a dar el pésame a las hermanas, pero no aportan solución algu-
na a la muerte. Un signo más de la diferencia entre la religiosidad oficial y la pro-
puesta de Jesús. La religión oficial se muestra solidaria con el dolor que causa la
muerte, pero no tiene capacidad de comunicar la alegría de la Vida.
Jesús llega, pero el encuentro solo se produce cuando Marta sale a su encuentro.
El breve diálogo entre Marta y Jesús, es la clave de todo el relato. Marta se debate
entre la realidad tozuda de la muerte ya sin esperanza y la confianza en Jesús,
que le abre una perspectiva insospechada.
Jesús le dice que será su hermano el que resucitará, no que él le vaya a resucitar.
La Vida que se va a manifestar en él, no vendrá de fuera sino que ya está en él,
aunque oculta. No se trata de la resurrección en la que ya creían muchos judíos,
sino de una Vida completamente distinta y definitiva.
No se trata de mantener o devolver la vida física, sino de participar de la misma
Vida que Jesús posee. "Yo soy la resurrección y la vida", está en presente, no en
futuro ni en pasado. Todo el que cree en Jesús, participa ya de esa Vida que tam-
bién él, como ser humano, ha recibido de Dios.
Esta manera de hablar demuestra que se están manejando conceptos pascuales.
No tiene ningún sentido que Jesús hubiera utilizado estos conceptos antes de la
experiencia pascual, que consistió precisamente en descubrir a Jesús vivo y dador
de Vida.
La respuesta de Marta tampoco tiene sentido si tenemos en cuenta una larga an-
dadura por el misterio pascual. "Yo creo firmemente que tú eres el Mesías, el Hijo
de Dios, el que tenía que venir al mundo". Esta confesión de fe absoluta, prepara
lo que va a acontecer a continuación.
Cuando María se encuentra con Jesús, expresa los mismos sentimientos. Parece
que aún más profundos cuando nos dice el texto; "echándose a sus pies". Jesús
intenta reprimir sus sentimientos, por considerar que no responden a la realidad
profunda sino a la emoción del momento. Lo curioso es que un instante después
nos dice que se le saltaron las lágrimas.
El hecho que parece una simple anécdota, tiene un significado profundísimo. Je-
sús no puede llorar porque hubiera muerto Lázaro. Echaría por tierra todo el
mensaje de Vida. Simplemente comparte el dolor de los demás, aunque sabe que
no tiene motivo real. Él comprende lo difícil que es salir de una manera terrena de
ver la existencia a una manera nueva de ver la Vida.
La cueva y la losa que la cierra son signo de la rotundidad de la muerte. A Lázaro
le han colocado en el lugar de todos los muertos. Ahora se va a demostrar que es
un lugar que no le corresponde. Por eso les ordena que quiten la losa. Los miem-
bros de la nueva comunidad no deben considerarse muertos en ninguna circuns-
58
tancia.
Después de quitar la losa y con una falta total de lógica, Jesús da gracias a Dios
por haberle escuchado antes de haberle pedido nada. Mirando Jesús al cielo, ha
relacionado lo humano y lo divino. En esa unión consiste la verdadera Vida. Lo
más importante ya se ha realizado. Ya no hay separación entre los muertos y los
vivos. Ahora la Vida está dentro y la muerte puede estar fuera.
Otro despropósito narrativo: Jesús da un grito muy fuerte. Si Lázaro está muerto,
está claro que no grita para que le oiga Lázaro sino los asistentes. Son ellos los
que tienen que cambiar la mentalidad y comprender que la muerte no le ha sepa-
rado de la verdadera Vida.
Otro disparate narrativo: salió por su cuenta, aunque tenía los pies y los brazos
atados con vendas. Si pudo salir así, no haría falta decir que lo desataran para
que pudiera marcharse. Hay que ir más a lo hondo. Las vendas y el sudario eran
los símbolos de la muerte, pero sale él mismo, luego no está tan muerto. Ellos lo
han tratado como muerto. Ellos tienen que aceptar que está vivo y tienen que de-
jarle vivir.
Al decir que 'le dejan marchar' nos está diciendo que no tiene por qué volver a en-
trar en su propio ámbito. Lázaro pertenece ya a la Vida definitiva y tiene su propio
devenir. No se dice que vuelva con sus hermanas. No se habla de que vuelva a te-
ner una vida biológica. Primero se había dicho que estaba dormido. Ahora se nos
dice que su Vida es muy distinta de lo que era antes.
Si captamos la profundidad del texto, descubriremos que no tiene nada que ver
con la muerte o la resurrección física. Todo él nos invita a un salto en el vacío que
nos lleva más allá de esta realidad palpable. Nos está diciendo que hay que morir,
para poder vivir de verdad y para siempre.
12
59
La moneda en la boca del pez (Mt 17,24-27)
Es un relato muy difícil de interpretar porque no tiene aparente justificación. La
verdad es que no se dice que Pedro encontrara el pez y la moneda. Se deja la his-
toria en el aire como para que nos haga pensar, pero sin concretar lo que pasó
realmente después.
Pedro responde a los emisarios del templo que Jesús pagará el impuesto del
templo, como era normal. La referencia de Jesús a que los hijos no pagan im-
puestos, está fuera de contexto. Hasta después de su resurrección no se le aplicó
el título de Hijo de Dios. Por otra parte este evangelio está escrito hacia el año
80, cuando no tenía sentido hablar del impuesto del templo porque ya había sido
destruido.
Se trata, creo yo, de una pequeña parábola que trata de mostrar la respuesta de
Dios a todo aquel que confía en Él. Pero también quiere decirnos que hay que te-
ner mucho cuidado a la hora de actuar desde nuestro exclusivo punto de vista.
Tenemos que adaptarnos al sentir de los demás para que no haya escándalos in-
necesarios.
Milagros de curaciones
Son los más numerosos y los que tienen más posibilidades de referirse a aconte-
cimientos de la vida real. Pero debemos tener claro que, aunque hagan referencia
a hechos reales, no son crónicas de sucesos. La manera de contarlos es lo impor-
tante, porque la finalidad de los relatos está mucho más allá de una simple infor-
mación de lo sucedido.
60
En los evangelios está claro que Jesús curaba a los enfermos. Estos hechos parece
ser que no son puntuales, sino que Jesús estaba siempre en disposición de ayudar
a todo el que le necesitaba. Los textos dicen expresamente "de diversos males". En
alguno se dice también "y expulsó muchos demonios", que como sabemos, hace
siempre referencia a enfermedades psíquicas.
No debemos entender que hacía uso de su poder divino por ser Dios. Esa visión es
la de la mayoría de los creyentes, pero distorsiona el verdadero mensaje. Es mu-
cho más lógico y más humano pensar que Jesús tenía una gran personalidad co-
mo hombre realizado y al comunicarse con los débiles, les aportaba esa fortaleza que
les permitía superar su limitación.
Es muy significativo que los textos digan: "la cogió de la mano y la levantó e inmedia-
tamente se puso a servirles". Se ve clara la intención de manifestar que las curacio-
nes de Jesús mediante el servicio a los demás, tienen como consecuencia que los
curados entren en la misma dinámica, sirviendo.
61
magistral, imprescindible para todo aquel que se encuentre en relación con la en-
fermedad y la curación: médicos, sicólogos, siquiatras, enfermeros, fisioterapeu-
tas, psicoterapeutas, etc.
Hoy estamos en mejores condiciones que nunca, a lo largo de la historia, de com-
prender su enseñanza. La inextricable relación del "pecado" con la enfermedad es
de una profundidad increíble; siempre que cambiemos el concepto maniqueo que
hoy tenemos de pecado.
Los occidentales estamos desarrollando una compresión de la influencia de lo psí-
quico sobre lo somático que los orientales tenían ya hace seis mil años. Pero nun-
ca es tarde si de verdad sabemos extraer las consecuencias de esos hallazgos.
Es una evidencia que la mayoría de nuestras enfermedades están causadas por
desequilibrios sicológicos, que a su vez hacen imposible la recuperación cuando
nos ponemos en manos de los médicos.
Una auténtica armonía interior, sería el mejor antídoto contra toda enfermedad, in-
terna o externa. Pero esa armonía no siempre depende de la persona individual. Las
personas se desarrollan como seres humanos a través de sus relaciones; aunque
también esas relaciones con los que nos rodean, pueden impedirnos esa armonía y
arrastrarnos al desequilibrio y a la enfermedad.
En el relato podemos descubrir esta relación en la identificación con el paralítico de
las personas que le llevan en la camilla. ¡Es genial! En efecto, nadie es dueño absolu-
to de su propia salud, lo quiera o no, depende de todos los que le rodean. Pero tam-
bién tenemos que responsabilizarnos de la salud de todos los que viven con nosotros.
Constatar esto, abriría una posibilidad increíble a nuestra sociedad. El evangelio nos
está hablando en cada página de esta relación y de las posibilidades que encierra.
No tenemos que apelar a Dios para garantizar la salud que nos falta. En cada uno de
nosotros está la posibilidad de potenciar esa salud o de arruinarla. El perdón de
Dios está siempre asegurado, es nuestro perdón a nosotros mismos y a los demás lo
que falla estrepitosamente.
Cuanto más nos alejamos de Dios, es decir, del centro de nosotros mismos, más
perdidos y deshilachados nos encontraremos. A medida que nuestra sociedad se ol-
vida de Dios, más necesitada está de sicólogos y siquiatras. Es verdad que la culpa,
muchas veces, la tiene la misma religión que se ha convertido en un cacharro inser-
vible. Nuestra más urgente tarea, desde el punto de vista religioso, consiste en de-
volver a la religión la posibilidad de armonizar al ser humano para que pueda vivir
con buena salud del "alma" y del cuerpo.
El paralítico era considerado impuro, porque se creía que toda enfermedad era
castigo de Dios por los pecados. Toda la escena del paralítico, se desarrolla en "ca-
sa", no en el templo. El templo era el símbolo de la institución, pero había dejado
de ser el lugar de la acción de Dios, porque los dirigentes utilizaban su organigra-
ma para oprimir a la gente. El relato nos dice que Dios está con el hombre, no en
lugares sagrados sino allí donde desarrolla su actividad normal; donde lucha,
donde sufre, donde llora, pero también donde goza.
El paralítico y los cuatro portadores representan a todos los que vienen en busca
de salvación. Jesús les ofrece esa salvación dándoles Vida. La muchedumbre ape-
lotonada, les impide llegar hasta Jesús. Israel que había sido cauce de salvación,
62
es ahora el obstáculo para alcanzarla. El pueblo elegido (la puerta), está ahora
obstruida, no permite el paso.
"Viendo la fe que tenían". No se trata de una fe religiosa, sino de una confianza
manifestada en las acciones. Jesús descubre la fe en los que lo llevan, pero habla
al enfermo que no podía ni moverse. Esta identificación de los portadores con el
enfermo, abre un mundo de interpretaciones importantes. La fe, adhesión a Jesús,
no sólo cancela el pasado de injusticia, sino que abre la posibilidad de nueva Vida.
A primera vista, parece que van buscando la salud física, pero Jesús se dirige al
enfermo hablándole de la salud integral. Si toda enfermedad se debía al pecado,
no hay por qué distinguir entre sanar y perdonar. Jesús tampoco quiere distin-
guir, y empieza por lo verdaderamente importante.
Jesús no le dice: yo te perdono; ni siquiera, Dios te perdona, como interpretan los
fariseos, sino "tus pecados están perdonados". El verbo griego (aphiemi) significa
soltar, desatar, dejar libre; pero también "pasar por alto, no hacer caso". Se trata
de una visión totalmente original del perdón.
Para mí, este último es el significado más adecuado. Como si dijera: tus pecados
no son tenidos en cuenta. Es una manera excelente de expresar lo que es el per-
dón de Dios. Tu actitud presente es lo importante. Lo anterior no cuenta para
Dios. No debe contar tampoco para ti.
Los letrados están sentados, instalados, protegidos por la gente que les rodea.
Representan la doctrina oficial, que no acepta la novedad de Jesús. Una y otra
vez se dice que su "razonamiento" es interior, en su corazón. Todo apunta a que
su presencia es solo simbólica. Son todos los presentes los que piensan como los
letrados.
"Para que veáis que el Hijo de Hombre tiene potestad para perdonar pecados..."
Hijo de hombre es una expresión aramea que significa simplemente "hombre". En
este caso es muy importante descubrir que Jesús actúa como ser humano, no co-
mo Dios. Mateo dice al final: estaban sobrecogidos y alababan a Dios porque ha
dado a los hombres tal autoridad.
Para entender bien esta frase, no hay que olvidar la inseparabilidad de la enfer-
medad y del pecado. También la curación y el perdón del pecado son insepara-
bles. No se trata de una demostración añadida de poder, sino de una declara-
ción: para que veáis que ya está curado. Jesús realiza una sola acción que tiene
dos efectos, uno invisible, perdón de los pecados, y otro visible y constatable, la
curación.
"Levántate, coge tu camilla y vete a tu casa". Removida la causa, desaparece el
efecto. Nada se hubiera conseguido si hubiera quitado el efecto sin eliminar la
causa. Lo que hace el paralítico, que aún no se había enterado de que estaba cu-
rado, es demostrar con hechos la realidad. La movilidad no es un milagro añadido,
sino la consecuencia del perdón. En el momento que toma conciencia de que Dios
le ama, empieza a caminar.
Los letrados tenían razón al pensar que solo Dios puede perdonar pecados. Pero lo
que nos dice Jesús, es que Dios no puede no perdonar. Él es perdón y está perdo-
nando siempre.
Por lo tanto, cualquier hombre puede perdonar pecados. Únicamente se trata de
63
convencer al otro de que Dios le ama.
La "buena noticia" de Jesús se resume en este mensaje: Dios es amor incondicio-
nal y para todos. Para los fariseos, Dios era justo. Tenía que pagar a cada uno su
merecido. Hoy, seguimos aferrados a esta idea farisaica. También hoy, se llama
blasfemo al que se atreve a predicar el perdón incondicional. No nos damos cuenta
de la monstruosidad de esa postura. Indirectamente estamos diciendo que si Dios
me perdona es porque me lo he merecido. ¡Absurdo!
El tema del pecado y del perdón, es uno de los más embrollados de nuestra religión.
Toda la doctrina que nos han enseñado sobre ambos, tiene muy poco que ver con el
evangelio. En ella hemos proyectado sobre Dios nuestro concepto de justicia, y nos
hemos olvidado de que el Dios de Jesús es amor.
La opresión activa o pasiva (el pecado del mundo), es la causa de toda parálisis
que impide al hombre ser él. Solo el mal moral tiene verdaderamente capacidad de
paralizar absolutamente. El mal físico (una enfermedad, un accidente o algún da-
ño causado por otro) solo paraliza por completo cuando la persona no es auténti-
camente persona.
En contra de lo que se oye con demasiada frecuencia, nunca como hoy se ha teni-
do más clara conciencia del pecado, del único que existe, la opresión. Cada vez
más los cristianos, sobre todo los jóvenes, se niegan a ver pecados mortales por
todas partes. Repito. El único pecado que existe, es oprimir a otro o dejarse opri-
mir por otro.
Dentro y fuera del cristianismo, está creciendo la conciencia de injusticia y opre-
sión que invade nuestra sociedad. No pensemos en las espectaculares opresiones
que vemos en la tele. Pensemos en las pequeñas pero continuadas opresiones de
los padres hacia los hijos, de los hijos hacia los padres, de los hermanos a los
hermanos, etc. Este es el pecado que más enfermedades causa y contra el que de-
bemos luchar en nombre del evangelio.
La invitación a cargar con su pasado (la camilla) es determinante al tratar del
futuro de una persona que ha deteriorado su vida. Todas las enfermedades sí-
quicas que no son consecuencia de lesiones o desarreglos neuronales, tienen
su causa en la falta de integración del pasado. Esquizofrenias, neurosis, depre-
siones, etc. son desajustes en la aceptación de nuestro pasado. No podemos
deshacernos de nuestro pasado, pero podemos cargarlo a la espalda y no iden-
tificarnos con él.
64
Un ciego (y mudo) (Mt 12,22-24 y 9,32-34) (Lc 11,14-15)
En este caso el primer dato es que era un endemoniado. Una vez más se manifies-
ta la visión mítica del mundo. El mal es causado por el maligno. Pero precisamen-
te ahí está el sentido del mensaje. El demonio tiene poder para hacer mal, pero
Jesús es más fuerte que el demonio y restaura el bien.
En este relato, la curación no es tan importante como la controversia que tiene
lugar a partir de ella. Los fariseos acusan a Jesús de utilizar la fuerza del mal para
curar. Jesús les demuestra que esa acusación no tiene sentido.
65
nes es capaz de tocarle. Sabemos que en él está la energía. Tratamos de mantener
nuestra lámpara en buenas condiciones, pero seguimos separados, no hay cone-
xión, y nuestra lámpara maravillosa sigue apagada.
66
Para Jesús el hombre es el valor supremo. Si la religión es capaz de contraponer
los derechos de Dios a los derechos del hombre, está cometiendo una tergiversa-
ción aberrante. En tiempos de Jesús y en todos los tiempos, ha habido seres hu-
manos que no han tenido inconveniente en machacar al hombre bajo pretexto de
defender a Dios.
El primer objetivo de todo ser humano debe ser liberarse a sí mismo de todo lo que
le impide ser humano y liberar a los demás de todo lo que les impida alcanzar más
humanidad. La falta de salud no debería ser impedimento para esa plenitud, pero
para muchos, la enfermedad se convierte en un serio obstáculo para seguir crecien-
do en humanidad. Por eso el hecho de sacar a otro de su enfermedad, es abrirle un
camino para que pueda alcanzar su propia meta como ser humano.
67
dando gracias". Tenemos datos más que suficientes para afirmar que la liturgia de
las primeras comunidades estaba basada toda ella en la acción de gracias (euca-
ristía) y la alabanza divina.
El relato está muy resumido y escueto, por eso es muy importante distinguir los
distintos pasos:
1. Súplica profunda y sincera. Son conscientes de su situación desesperada.
2. Respuesta indirecta de Jesús. "ID a presentaros a los sacerdotes". Ni siquie-
ra se habla de milagro.
3. Confianza de los diez en que Jesús puede curarlos. "Mientras iban de ca-
mino"
4. En un momento del camino quedan limpios.
5. Reacción espontánea de uno. "Viendo que estaba curado, se volvió alabando
a Dios y dando gracias".
6. Sorpresa de Jesús, no por el que vuelve, sino por los que siguieron su ca-
mino. "Los otros nueve, ¿dónde están?"
7. Y confirmación de una verdadera actitud vital que permite al samaritano al-
canzar mucho más que una curación. "Levántate, vete, tu fe te ha salvado".
En este relato encontramos una de las ideas centrales de todo el evangelio: la au-
tenticidad, la sinceridad, la necesidad de una religiosidad que sea vida y no sola-
mente programación. Se insinúa que las instituciones religiosas son un impedi-
mento para el desarrollo integral de la persona. El ser humano, por ser a la vez
individual y social, se encuentra atrapado entre estos dos frentes: la necesidad de
las instituciones, y la exigencia de defenderse de ellas para que no lo anulen.
Solo uno volvió para dar gracias. Solo uno se dejó llevar por el impulso vital. Los
nueve restantes (se supone que eran judíos), se sintieron obligados a cumplir lo
que mandaba la ley: para ellos, volver a formar parte del organigrama religioso y
social, era la verdadera salvación. Los nueve vuelven a someterse al cobijo de la
institución; en los ritos.
El samaritano creyó más urgente volver a dar gracias. Fue el que acertó, porque,
libre de las ataduras de la Ley, se atrevió a expresar su vivencia profunda. Este
encuentra la presencia de Dios en Jesús. Jesús ratifica su actitud y está de
acuerdo en que es más importante responder vitalmente al don de Dios, que el
cumplimiento de unos ritos externos.
El cumplimiento de una norma solo tiene sentido religioso cuando estamos de ver-
dad motivados desde el convencimiento. Jesús no dio ninguna ley. Jesús tuvo que
hacer un gran esfuerzo por librarse de todas las instituciones que en su tiempo,
como en todo tiempo, intentaban manipular y anular a la persona. Para ser él
mismo, tuvo que enfrentarse a la ley, al templo, a las instancias religiosas y civiles,
a su propia familia.
El seguimiento de Jesús es una forma de vida. La vida escapa a toda posible pro-
gramación que nos llegue de fuera. Lo único que la guía es la dinámica interna, es
decir la fuerza que viene de dentro de cada ser y no el constreñimiento que le puede
venir de fuera. No basta el cumplir escrupulosamente las normas, como hacían los
fariseos, hay que vivir la presencia de Dios. Todos seguimos teniendo algo de fari-
seos.
68
La respuesta interior al don personal de Dios, produce el verdadero milagro de la
liberación. La identificación con el Otro, me libera de los otros. En un falso Dios y
en los demás puedo encontrar seguridades. En el Dios de Jesús encontraré liber-
tad. La plenitud de mi existencia total depende en cada instante de esa misma
existencia.
69
hombres tirados en el camino, ven.
Antes de ver, esperan al Mesías davídico. Después descubren al verdadero Jesús,
que va hacia la entrega total, y le siguen.
La evolución ha sido posible gracias a que la vida ha sido despiadada con el débil,
enemiga acérrima de lo imperfecto. Todo el evangelio se reduce precisamente a un
cambio sustancial en la marcha de la evolución. Jesús, con su vida, no hizo otra
cosa que trastocar esa escala de valores, que aún prevalecía entre los hombres de
su tiempo.
Se daba por supuesto que Dios estaba en esa dinámica, y que todo lo defectuoso
era rechazado por Él. Esto es lo que no podía soportar Nietzsche, porque creía que
el evangelio exaltaba la mezquindad. Nunca fue capaz de descubrir el valor de un
ser humano a pesar de sus radicales limitaciones. La esencia de lo humano no es-
tá en la perfección ni física ni síquica ni mental ni moral, sino en la misma perso-
na, independientemente de sus circunstancias.
La actitud de Jesús fue un escándalo para los judíos de su tiempo y sigue siendo
escandalosa para nosotros hoy. Creemos ingenuamente que hemos superado esa
dinámica. Tal vez hemos avanzado con relación a las limitaciones físicas, pero
¿qué pasa con los fallos morales? Jesús no solo se acercó a los ciegos, cojos y tu-
llidos; también se acercó a los pecadores públicos, a las prostitutas, a las adúlte-
ras.
Lucas, inmediatamente después de este relato, inserta el de Zaqueo (publicano-
pecador) que expresa lo mismo que este del ciego, pero con relación a los excluidos
por impuros.
Nosotros aún seguimos hoy creyendo que los pecadores que nosotros rechazamos,
son también rechazados por Dios. Pero ellos nos preceden en el Reino de los Cie-
los, porque seguimos estando ciegos a la manifestación de Dios en Jesús.
Entendemos al revés el evangelio cuando pensamos: qué grande es Jesús, que de
una persona despreciable, ha hecho una persona respetable. Desde nuestra pers-
pectiva, primero hay que cambiarla, después hablaremos. El evangelio dice lo con-
trario, esa persona ciega, coja, manca, sorda, pobre, andrajosa, marginada, peca-
dora; esa que consideramos un desecho humano, es ya preciosa para Dios. ¡Nos
queda aún mucho por andar!
Jesús fue capaz de abrir los ojos a los que no veían y los oídos a los que no oían.
¿De qué ver y de que oír se trata? No del físico, por supuesto. Cuando Jesús decía:
"El que tenga oídos para oír, que oiga", ¿a qué se refería? Cuando los fariseos pre-
guntaron a Jesús: ¿es que nosotros estamos ciegos? no se referían a la ceguera
física, porque les contestó: Si estuvierais ciegos, no tendríais pecado, pero como
decís que veis, vuestro pecado persiste.
Grita desde lo hondo de tu ser una y otra vez: ¡Que pueda ver! ¡Que pueda ver!... Y
pronto te responderán: ¡Pero si puedes ver! Solo tienes que abrir los ojos. Nos han
convencido de que para ver, necesitamos que alguien nos coloque unas gafas. Ab-
solutamente falso. El ojo interior está hecho para ver, y tu verdadero ser está
siempre iluminado.
70
La actitud del endemoniado es muy parecida a la que se produce en el endemo-
niado de Gerasa. Se enfrenta a Jesús recriminándole que se meta con él. Además
confiesa conocer a Jesús cono "el Santo de Dios".
También en este caso, Jesús actúa desde la posición del que se sabe más fuerte.
Esta es la conclusión a la que llegan los testigos del hecho: "esta manera de hablar
con autoridad es nueva; hasta a los espíritus da órdenes y le obedecen". Y esto es
lo que se pretende demostrar con estos relatos de endemoniados.
Uno o dos endemoniados gadarenos (Mt 8,28-34) (Mc 5,1-20) (Lc 8,26-39)
Es un relato muy extraño. Mateo habla de dos endemoniados. Marcos y Lucas ha-
blan de uno solo, aunque en el diálogo hablan los demonios que son muchos. Se
sitúa el hecho al otro lado del lago, en tierra de paganos. Tal vez sea una clave pa-
ra entender todo el relato.
Una vez más, la fuerza de uno solo, Jesús, es superior a la fuerza del mal, que son
legión. Esa fuerza del mal está muy bien escenificada por todos los destrozos que
se atribuyen a los endemoniados. Liberados de la opresión del mal, se comportan
con toda normalidad.
Es también muy interesante la reacción de todo el pueblo. Quedan admirados, pe-
ro ruegan a Jesús que abandone el país. La presencia de fuerzas incontrolables,
sean positivas o sean negativas, produce siempre pánico. El miedo es una de las
características de la presencia de lo divino, tanto en el AT como en el Nuevo.
71
Es un relato magistral que plantea el problema desde las dos perspectivas posi-
bles. En él se quiere insistir tanto en la necesidad de una actitud abierta por parte
de los cristianos, como en la necesidad de que los paganos vengan con unas dis-
posiciones adecuadas de reconocimiento y humildad. Por darse una autenticidad y
sinceridad por ambas partes, el diálogo es fructífero. Jesús aprende pero la cana-
nea también aprende. Gracias a ese diálogo, se produce el milagro del cambio en
ambos.
La alusión de Jesús a los perros es más dura de lo que podemos pensar. Los pe-
rros, en muchas culturas, son considerados aún hoy impuros. La idea que noso-
tros tenemos de hiena, es lo que más se aproxima a la idea de perro inmundo que
tenían en aquella cultura.
Siempre ha habido gran diferencia entre los perros salvajes y los de compañía que
podrían ser considerados como de la familia. Y a esta diferencia se aferra la mujer
para salir airosa.
Jesús no podía prescindir de su educación y de los prejuicios racistas que el pue-
blo judío arrastraba. Pero gracias a que para Jesús la religión no era una progra-
mación, fue capaz de responder vivencialmente ante situaciones nuevas. Su expe-
riencia de Dios y la petición de la Cananea le hicieron ver que solo se puede estar
con Dios si se está con el hombre.
Las enseñanzas de Jesús no son más que el intento de comunicarnos su experien-
cia personal de Dios. Pero para poder comunicar una experiencia, primero hay que
vivirla. Jesús, como todo hombre, no tuvo más remedio que aprender de la expe-
riencia.
Jesús se toma en serio la propuesta de la Cananea; no como los discípulos que
solo quieren quitársela de encima porque venía molestando. Curiosamente el texto
litúrgico quiere suavizar la expresión de los discípulos y dice 'atiéndela'. Pero el
"apoluson" griego significa también despedir, rechazar; exactamente lo contrario.
La mujer representa a todos los que sufren por el dolor de un ser querido al que
no se puede ayudar. La profunda relación entre madre e hija impide delimitar
dónde empieza el problema de su hija. La madre es también parte del problema.
La enfermedad de la hija no es ajena a la postura de la madre. Las dos mantienen
una relación enfermiza, y curar a la madre supone curar a la hija.
Los problemas sicológicos de la hija nos hacen pensar en problemas de relación
materno-filial. Cuando la madre se encuentra a sí misma con la ayuda de Jesús,
empieza a solucionarse el problema de la hija. Una petición auténtica lleva consigo
la disponibilidad a poner todo lo que esté de su parte para superar la dificultad.
Esa es la clave de todo el relato.
Al descubrir esta actitud, Jesús puede declarar que su hija está curada.
Los cristianos hemos heredado de los judíos el sentimiento de pueblo elegido y
privilegiado. Estamos tan seguros de que Dios es nuestro, que damos por sentado
que el que quiera llegar a Dios tiene que contar con nosotros. Esta postura que
nos empeñamos en mantener, es tan absurda y está tan en contra del evangelio,
que me parece hasta ridículo buscar argumentos para rechazarla.
Dios es de todos, y todos y cada uno de los seres humanos son igual de valiosos
para El. El que se crea otra cosa, está ante su propio ídolo. Seguir pensando que
72
nuestro Dios es el verdadero y que el de los otros es falso, es una demostración
más de nuestra cortedad de miras.
Juzgar y condenar en nombre de Dios a todo el que no pensaba o actuaba como
nosotros, ha sido una práctica constante en nuestra religión. Va siendo hora de
que admitamos los tremendos errores cometidos por actuar de esa manera. De-
bemos reconocer, que Dios nos ama a todos, no por lo que somos, sino por lo que
Él es. Esta simple verdad bastaría para desmantelar todas nuestras pretensiones
de superioridad.
El mensaje de este texto, para nosotros, es que ser cristiano es acercarse al otro
que me necesita superando cualquier diferencia, de edad, de sexo, de cultura o de
religión. El prójimo es siempre el que me necesita. Los cristianos no hemos tenido,
ni tenemos esto nada claro. Nos sigue costando demasiado aceptar a "otro', y de-
jarle seguir siendo diferente; sobre todo al que es "otro" por su religión.
Tenemos que aprender de este relato, que el que me necesita es el débil, el que no
tiene derechos, el que se ve excluido. También en este punto está la lección sin
aprender. Estamos dispuestos a ayudar al importante, al poderoso, al que puede
devolvernos el favor, pero es muy difícil que atendamos la necesidad de un don na-
die que no puede responder.
También debemos aceptar (como la Cananea) que muchas de las carencias de los
demás, se deben a nuestra falta de compromiso con ellos. Sobre todo en el am-
biente familiar, una relación inadecuada padres-hijos e hijos-padres, es la causa,
en la mayoría de los casos, del mal comportamiento del otro. Muchas veces, la
culpa de lo que son los hijos la tienen los padres por no intentar comprender sus
puntos de vista. El acoger al otro con cariño y sin querer cambiarle, es más prácti-
co que lamentarse o reprochar.
Resurrecciones
Este apartado exige un cuidado especial. Si entendiéramos los textos literalmente,
tendríamos que sacar conclusiones desconcertantes. Pero resulta que quienes siguen
manteniendo resurrecciones físicas, se quedan tan tranquilos después de haber
aceptado hechos tan inexplicables.
Hoy sabemos que, en condiciones normales, un instante después de morir tenemos
un cadáver. Ya no es un organismo sino un montón de materia orgánica en descom-
posición. Esto quiere decir que empiezan a funcionar las leyes físicas, sin ninguna
referencia a la vida.
Ya hemos analizado la resurrección de Lázaro. Allí hemos visto la posibilidad de otra
interpretación que no tiene por qué aceptar la resurrección biológica para dar sentido
teológico al relato. Creo que por aquí deben ir los tiros para superar el callejón sin
salida de una interpretación material de los hechos.
La hija de Jairo (Mt 9,18-19 y 23-26) (Mc 5,21-24 y 35-43) (Lc 5,40-)
Por una parte, la niña y su padre son imagen de los sometidos a la institución. Jairo
es un cargo público, aunque no estrictamente religioso. La religión no sólo no le daba
solución, sino que le marginaba hasta límites inimaginables hoy.
73
Jairo no encuentra salida en la religión y busca la salvación en Jesús, que ya había
sido rechazado por los jefes religiosos. La decisión es tan difícil que espera hasta el
último momento para ir en busca de Jesús. Jairo viola formalmente la Ley acudiendo
a un proscrito.
Es muy interesante constatar que Jesús apela a la fe-confianza como motor de pues-
ta en marcha de la curación-salvación. La llegada de los emisarios que vienen de casa
de Jairo, traen noticias de muerte. Jesús es portador de vida y le dice a Jairo: basta
que tengas fe. La multitud se pone de parte de los emisarios de muerte y se pone a
llorar; pero Jesús no hace ningún caso y sigue adelante.
Cogió de la mano a la muchacha, pero a diferencia de la suegra de Pedro, no la levan-
ta, sino que le dice: ¡levántate!, el mismo verbo que Marcos emplea para hablar de
resurrección.
En contra de lo que dice expresamente la Ley, toca a un muerto, y en vez de quedar
él contaminado de muerte, comunica la vida al cadáver. ¡Es genial!
No podemos confundirnos a estas alturas. La importancia de estos relatos no está en
el hecho de curar o de resucitar, sino en la lección teológica que encierran. Pensar
que la obra de Jesús se puede limitar a tres resurrecciones y una docena de curacio-
nes, sería ridiculizar su figura.
Inevitablemente, los curados volverían a enfermar y entonces ya no estará allí Jesús
para curarlos. Y los resucitados volverán a morir sin remedio. Jesús no puso el obje-
tivo de su misión en una solución de los problemas puntuales de aquí abajo.
La salvación de Jesús es para todos y en cualquier circunstancia.
Jesús nos dice que Dios no quiere nada negativo para el hombre. Aunque las limita-
ciones son inherentes a nuestra condición de criaturas, la salvación de Dios es siem-
pre de un plano superior y más pleno que cualquier limitación; por eso se puede dar
en plenitud, a pesar de cualquier limitación, incluida la muerte.
También en este caso, la multitud queda al margen de los acontecimientos y de la
salvación que representan. Para Jesús, los entes de razón (multitud, pueblo, iglesia)
no pueden ser objetos de salvación. Lo único que le importa es la persona, porque es
lo único real.
La verdadera salvación, la que propone Jesús, es siempre liberación. También hoy
tendría que ser nuestra principal tarea el liberar a tantas personas atrapadas por las
interpretaciones aberrantes de Dios, que hacen las instituciones. La religión, mal en-
tendida, seguirá oprimiendo y esclavizando mientras sigamos dando más importancia
a la institución que a la persona.
74
El mensaje está en la actitud de Jesús ante la viuda que va a enterrar a su hijo. "Sin-
tiendo lástima", dice el texto. Aquí está la clave. El amor a todos, hecho compasión
hacia la persona concreta que está sufriendo, es el mensaje que atraviesa toda la vida
de Jesús.
Con frecuencia encontramos en los evangelios una profunda crítica de un mesianis-
mo milagrero. Sin duda fue uno de los mayores peligros de interpretar equivocada-
mente a Jesús. En el capítulo 6 del evangelio de Juan, después de la multiplicación
de los panes, les dice a los que le buscaban para proclamarle rey: "Me buscáis no
porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros..."
Esa tentación es todavía muy fuerte entre nosotros. No hay más que examinar nues-
tras oraciones litúrgicas o echar un vistazo por Lourdes o Fátima para comprenderlo.
A toda costa, fabricamos un Dios todopoderoso que acto seguido, intentamos poner a
nuestro servicio. Él nos concederá todo lo que le pidamos con tal de que nos compor-
temos como él quiere.
Es la misma dinámica que tenían los hombres del Paleolítico. Aplacar a Dios, tenerle
contento, porque de esa manera no empleará su omnipotencia contra nosotros, sino
contra nuestros enemigos.
13
LO QUE PREDICÓ
75
cación de Jesús es fruto de su experiencia humana de lo que es Dios y que él se iden-
tificó totalmente con ese Reino, pero es muy conveniente tratar de ver la diferencia.
Sería un ejercicio esclarecedor el intento de conciliar esta idea de Reino de Dios con
la idea de 'Abba'. Hablar de Dios como rey y a la vez como papá, nos obliga a romper
esquemas rígidos para abrirnos a vivencias completamente originales.
Si somos capaces de armonizar estos conceptos tan contradictorios en apariencia, y
comprender que Dios reina y es padre a la vez, obtendríamos una decisiva aproxima-
ción a lo que nos dice Jesús sobre Dios.
Mateo habla del "Reino de los Cielos", mientras que los demás evangelistas y también
alguna vez Mateo, hablan del "Reino de Dios". Las dos fórmulas expresan la misma
realidad. A los judíos les resultaba violento emplear la palabra Dios, por eso emplea-
ban circunloquios para evitarla, por ejemplo, "Los Cielos", el ámbito de lo divino, la
divinidad.
En los escritos más tardíos del NT, cuando los cristianos estaban ya muy familiariza-
dos con la idea, se encuentra la expresión "Reino", sin más. En alguna ocasión se
habla del Reino de Cristo. Esta otra expresión es muy peligrosa porque nos puede
hacer pensar que Jesús es la meta y olvidarnos de Dios.
El núcleo esencial de la predicación de Jesús, fue "El Reino de Dios", pero no es nada
fácil comprender bien su significado. Por supuesto, ese "de" no es posesivo, sino
epexegético, es decir, explicativo. Un ejemplo puede aclararlo: si yo digo: "el tonto de
mi hermano", nadie entiende que mi hermano tenga un tonto, sino que mi hermano
es tonto.
En nuestro caso, Reino de Dios no quiere decir que Dios tenga un reino, sino que el
Reino se identifica con Dios.
La palabra griega "basileia" se refiere en primer lugar, al poder ejercido por el sobe-
rano, no al territorio ni a los súbditos. Sería mejor traducirlo por "reinado de Dios".
Con esta expresión evitaríamos confundirlo con los reinos terrenos. Para Jesús, lo
contrario del reino de Dios no es el reino de Herodes o el imperio romano, sino el im-
perio del "egoísmo".
Es imposible entender esta expresión si no salimos de la idea de un dios soberano,
todopoderoso, que desde su trono del cielo (lugar) gobierna el universo entero. Mien-
tras no superemos ese dios arcaico, no habrá manera de entender el mensaje de Je-
sús. Dios es Espíritu. Siempre que el hombre se deja mover por el Espíritu y actúa
desde él, está haciendo presente lo divino, está haciendo presente el Reino de Dios.
Cuando decimos: "Reina la paz", "reina la oscuridad" o "reina el amor", no pensamos
en entes que están dominando alguna parte de la realidad sino en un ambiente, en
un medio inmaterial en el que se desarrolla la realidad. Esta idea podía ser una pista
para comprender el significado de la frase y escapar del peligro de materializada.
'Reinado de Dios' quiere decir que la realidad humana se desarrolla en un ambiente
espiritual, que el ámbito de lo divino está presente en lo humano y constituye su at-
mósfera y su fundamento propio. El Reino de Dios es un ámbito en que las relaciones
verdaderamente humanas con Dios, conmigo mismo, con los demás, con las cosas,
son posibles.
No se trata de que Dios en un momento determinado de la historia haya decidido es-
76
tablecer una relación nueva con los hombres. Con la venida de Jesús no ha cambia-
do nada por parte de Dios. Él ha estado siempre inundándolo todo. Lo que ha cam-
biado es la toma de conciencia de esa realidad y la actitud de los hombres ante ella.
Entrar en el Reino es tomar conciencia de esa realidad de Dios en mí e inmediata-
mente actuar en consecuencia. La dinámica del Reino se despliega de dentro a fuera.
Es por tanto, en primer lugar, una consecución personal. Cada persona hace presen-
te a Dios y su Reino cuando conecta con el otro desde la empatía y el amor.
El reinado de Dios, que Jesús predica y vive, significa la radical fidelidad y entrega de
Dios al hombre. Por lo tanto, la realidad primera de ese Reino la constituye Dios que
se derrama y se funde con cada ser humano. No es una realidad que haga referencia
en primer lugar al hombre, sino a Dios.
El hombre debe descubrirla y vivirla. Dios se vuelca sobre el hombre porque no pue-
de dejar de ser fiel a sí mismo. No hace un favor al hombre, sino que responde a su
mismo ser, que es amor. Es ridículo creer que Dios nos ama por ser buenos.
Pasa lo mismo con el hombre, que para ser fiel a Dios no tiene que renunciar a sí
mismo, porque la única manera de ser él mismo, es descubrir lo que Dios es en él. No
hay posibilidad de ser fiel ni a Dios ni a sí mismo, cumpliendo unas órdenes que ven-
gan de fuera. Solamente si soy fiel a mí mismo, puedo ser fiel a Dios. Sólo si soy fiel a
Dios, puedo ser fiel a mí mismo.
Ese reinado de Dios se manifiesta en las relaciones entre los seres humanos. Pero no
podemos identificar el Reino de Dios con ninguna clase de organización social o reli-
giosa. No debemos caer en la tentación de identificarlo con la Iglesia. Se dice que Je-
sús predico el Reino de Dios pero nació la teocracia de la Iglesia.
Teocracia viene del griego theos = Dios y kratos = gobierno. Tendría que significar
exactamente lo mismo que Reinado de Dios, pero todos sabemos muy bien que hay
una diferencia abismal entre las dos expresiones al utilizarlas hoy.
Es muy curioso que veamos con toda claridad esa diferencia cuando nos referimos a
Irán o a los talibanes de Afganistán y no nos demos cuenta de ella cuando se refiere a
la manera de ejercer el poder nuestra jerarquía.
Las bienaventuranzas
La mayoría de los exegetas están de acuerdo en que el núcleo de las bienaventuran-
zas se remonta a Jesús histórico. Este dato es muy importante porque nos obliga a
afrontar el tema con toda seriedad.
Lo primero que llama la atención es que no se consideran dichosos a los piadosos ni
a los cumplidores de la Ley. Se declara dichoso al pobre, al que llora, al que pasa
hambre, en una palabra, al que sufre en su carne cualquier clase de marginación. Es
uno de los mejores indicios para sospechar que proceden del mismo Jesús.
Se trata sin duda del mensaje más original y provocativo de todo el evangelio. No son
nada fáciles de entender. No parece muy lógico decirle al pobre, al perseguido, ¡qué
suerte tienes! ¡Enhorabuena! Aunque mayor recochineo es cuando se le dice: "en el
más allá te lo pagarán".
Sobre las bienaventuranzas se ha dicho de todo. Para Gandhi eran "la quintaesencia
del cristianismo". En cambio para Nietsche eran una maldición, ya que atentan con-
tra la dignidad del hombre.
77
Las bienaventuranzas son los textos que mejor expresan la radicalidad del evangelio.
Tal vez la formulación, un tanto arcaica, nos impida descubrir su importancia. En
realidad lo que quiere decir Jesús es que seríamos todos mucho más felices si salié-
ramos de la dinámica del consumismo egoísta y entrásemos en la dinámica del com-
partir.
Mateo coloca las bienaventuranzas al principio del primer discurso programático de
Jesús. Bien entendido que se trata de un montaje del evangelista. No es verosímil que
Jesús haya comenzado su predicación con un discurso tan exigente y radical como
este. Pero el hecho de colocarlo ahí demuestra la importancia que quiere darle.
El escenario que prepara para este sermón nos indica hasta qué punto lo considera
importante. El "monte" está haciendo clara referencia al Sinaí. En el AT, el monte es
el lugar de Dios, el ámbito de lo divino. Jesús es considerado como el nuevo Moisés,
que promulga la "nueva Ley".
Pero hay una gran diferencia con Moisés. Las bienaventuranzas no son mandamien-
tos o preceptos. No obligan a seguir un camino para que al final te encuentres con
algo maravilloso. Son simples proclamaciones que invitan a descubrir la meta de la
plenitud humana, la felicidad, y proponen después, un camino inusitado para alcan-
zarla.
No tiene importancia que Lucas proponga cuatro y Mateo, nueve. Se podrían propo-
ner cientos. Todas las bienaventuranzas dicen exactamente lo mismo. Si entiendes
una de ellas, estarás preparado para entender las miles de situaciones diferentes con
las que nos podemos encontrar. Se trata del ser humano que sufre limitaciones ma-
teriales o espirituales por caprichos de la naturaleza o por causa de otro, y que unas
veces se manifiestan por el hambre y otras por las lágrimas. Por eso no tiene mayor
importancia explicar cada una de ellas por separado.
La inmensa mayoría de los exegetas están de acuerdo en que las tres primeras biena-
venturanzas de Lucas, recogidas también en Mateo, son las originales e incluso se
puede afirmar con cierta probabilidad que se remontan al mismo Jesús. Las demás
pueden ser intentos de aclarar el tema.
Parece que Mateo ya las espiritualiza un tanto, no sólo porque dice "pobre de espíri-
tu" y "hambre y sed de justicia", sino porque añade: bienaventurados los pacíficos,
los limpios de corazón, etc. Como si quisiera poner en valor de nuevo, al virtuoso y
espiritual.
Con su despiadada crítica a la sociedad injusta, los profetas Amos, Isaías, Miqueas,
denuncian una situación que clama al cielo. Los poderosos se enriquecen a costa de
los más pobres. Todos pertenecen al mismo pueblo cuyo único Señor es Dios; pero
los ricos, al esclavizar a los demás, no hacen caso a Yahvé, no reconocen su sobera-
nía. Dios no puede tolerar esta rebelión, y reaccionará contra los ricos, dicen los pro-
fetas.
Después del destierro se habla del "resto de Israel", un resto pobre y humilde, el
oprimido, el enfermo, el 'impuro', el marginado, el excluido de la sociedad. Simplifi-
cando mucho, podíamos decir que los pobres bíblicos son aquellas personas que, por
no tener nada ni nadie en quien confiar, su única escapatoria es confiar en Dios, pero
confían.
Las bienaventuranzas no están hablando de la pobreza voluntaria aceptada por los
78
religiosos a través de un voto. Está hablando de la pobreza impuesta por la injusticia
de los poderosos. Los que quisieran salir de su pobreza y no pueden, son los que Je-
sús considera bienaventurados si descubren que nada les puede impedir ser plena-
mente humanos.
Otra trampa que debemos evitar al tratar este tema es la de proyectar la felicidad
prometida para el más allá. Así se ha interpretado muchas veces en el pasado y aún
hoy. No, Jesús está proponiendo una felicidad para el más acá. Aquí y ahora puede
todo ser humano encontrar la paz y la armonía interior que es el paso a una verdade-
ra felicidad, no basada en tener y consumir más que los demás, sino en la riqueza
que supone la existencia.
Esta reflexión nos abre una perspectiva nueva. Ni el pobre ni el rico se pueden consi-
derar aisladamente. Siempre existe una relación entre ambas situaciones. La riqueza
y la pobreza son dos términos correlativos, no existiría una sin la otra. Es más, la po-
breza es mayor cuanto mayor es la riqueza, y viceversa. Y la tendencia es a aumentar
el abismo ya existente entre ricos y pobres.
Si desaparece la pobreza, desaparecerá la riqueza. Tal vez la quimera de muchos ri-
cos es desear que desaparezca la pobreza del mundo, aun manteniendo intacta su
propia riqueza. Es imposible.
Las bienaventuranzas quieren decir: es preferible ser pobre, que ser rico opresor; es
preferible llorar a hacer llorar al otro. Es preferible pasar hambre a ser la causa de
que otros mueran de hambre. Dichosos no por ser pobres, sino por no ser ricos egoís-
tas. Dichosos, no por ser oprimidos, sino por no ser opresores.
La clave sería: el valor supremo no está en lo externo y material, sino dentro del
hombre, en el hondón de sí mismo. Hay que elegir entre la confianza en el placer o la
confianza en Dios. Si elegimos el ámbito del dinero, habrá injusticia e inhumanidad.
Si estamos en el ámbito de lo divino, habrá amor, es decir humanidad.
Si el ser pobre, sin más, es motivo de dicha, ¿por qué ese empeño en sacar al pobre
de la pobreza? Y si la pobreza es una desgracia, ¿por qué la disfrazamos de bienaven-
turanza? Ahí tenemos la contradicción más radical al intentar explicar racionalmente
las bienaventuranzas.
Pero por paradójico que pueda parecer, la exaltación de la pobreza que hace Jesús,
tiene como objetivo el que deje de haber pobres. El enemigo número uno del Reino de
Dios es la ambición, el afán de poder, la necesidad de oprimir al otro.
Son palabras de Jesús: "no podéis servir a Dios y al dinero". La praxis cotidiana de
Jesús es el único camino para entender las bienaventuranzas. El Reino de Dios es el
ámbito del amor y para entrar en él, hay que ir más allá de la legalidad o falsa justi-
cia. Mientras no haya verdadera justicia, el amor será falso.
El evangelio nos está diciendo que toda acumulación de bienes, mientras haya un
solo ser humano que muera de hambre, es injusta. Ya sé que no lo queremos enten-
der. Los economistas dirán que no puede haber progreso sin acumulación de capital.
Lo que intentan decir las bienaventuranzas es precisamente que la sociedad tal como
está hoy montada a nivel mundial es radicalmente inhumana e injusta, aunque
cumplamos al pie de la letra todas las normas legales que nos hemos dado a nosotros
mismos los ricos.
79
Las bienaventuranzas nos están diciendo que otro mundo es posible. Un mundo que
no esté basado en el egoísmo sino en el amor. ¿Puede ser justo que yo esté pensando
en vivir cada vez mejor (entiéndase consumir más), mientras millones de personas
están muriendo, por no tener un puñado de arroz que llevarse a la boca? Si no quie-
res ser cómplice de la injusticia, escoge la pobreza.
Podríamos resumir el mensaje de las parábolas diciendo: Dichosos los que viven sin
ambición porque en ellos mismos han descubierto a Dios. Acaparar lo que otro nece-
sita para subsistir, es negarle la vida y negar a Dios. Pero es también arruinar nues-
tra verdadera vida y por lo tanto nuestra felicidad.
Compartir es la única manera de alcanzar verdadera humanidad. Pero es también
dar al otro la oportunidad de hacerlo más humano. Es un error garrafal y una triste
equivocación pensar que oprimir a los demás me coloca por encima de ellos o que soy
más cuando puedo consumir más que los demás.
14
LAS PARÁBOLAS
Las parábolas reflejan el mensaje de Jesús en todo su frescor. Por no estar insertados
en una cultura narrativa como la de Jesús, tenemos que hacer un esfuerzo para cap-
tar todo el contenido de estos relatos. En esas historias podemos encontrar las más
profundas enseñanzas de Jesús.
La ingenuidad de esas historias no tiene nada que ver con nuestras sesudas teolo-
gías. Ante una parábola lo importante es preguntarnos por la verdad que nos quiere
trasmitir. La narración en sí no tiene ninguna importancia. Quedarnos en los detalles
del relato nos puede despistar.
Las parábolas de Jesús quieren llevarnos al descubrimiento de experiencias descon-
certantes de la vida. En todas se esconde una paradoja que rompe los esquemas
usuales en los que se despliega la vida rutinaria de cada día.
En la parábola se presenta una anormalidad, algo que no tenemos por normal, que
nos hace pensar si lo que parece que no encaja en nuestra experiencia, sería real-
mente interesante para mi vida.
El objetivo de las parábolas es sustituir una manera de ver el mundo miope y anodi-
na, por otra, abierta a una nueva realidad llena de sentido. Obligan a mirar a lo más
profundo de sí mismo.
La parábola es un método de enseñanza que permite no decir nada al que no está
dispuesto a cambiar, y a decir más de lo que se puede decir con palabras, al que está
dispuesto a escuchar.
No debemos confundir una parábola con una alegoría. La alegoría tiene una mecáni-
ca y un objetivo muy distinto. En ella, cada elemento tiene un paralelismo con el
mundo trascendente que nos obliga a sustituir las cosas y personas de carne y hueso
por referentes espirituales, evocados por la narración. El objetivo es invitarnos a ac-
tuar de una manera más acorde con la moral que se quiere defender. La alegoría es
80
siempre moralizante.
El afán por alegorizar las parábolas, en realidad, nos ha privado del verdadero men-
saje. Este afán de alegorizar y sacar conclusiones morales lo encontramos ya en los
mismos evangelios. El mensaje de cada parábola es uno solo. En un momento de la
narración nos encontramos con un quiebro que rompe la lógica del relato. En esa fa-
lla debemos encontrar el verdadero mensaje.
El primer objetivo de una parábola es hacer pensar; por eso encontramos en ella un
elemento extraño, paradójico, insólito, dentro de la simplicidad del relato. Es un ata-
que a los convencionalismos de la sociedad y eso es precisamente lo esencial: la pa-
rábola me coloca ante una situación que me obliga a pensar. En realidad, me desco-
loca.
Cada parábola es una sacudida que me obliga a tomar partido ante la situación que
propone. Es un desafío; nos obliga a considerar nuestra propia existencia desde una
perspectiva distinta, abre caminos insospechados para enfocar la vida de distinta
manera. Nos abre a un mundo desconcertante y nuevo. Constituyen una crítica de
los comportamientos convencionales admitidos por la sociedad.
Aunque el relato de casi todas las parábolas es mundano, en el mundo de las parábo-
las no se vive ni se juzga como en el mundo de la realidad cotidiana. Lo que en la vida
real sería una respuesta lógica, desaparece para dar paso a conclusiones inespera-
das, que me obligan a sobrepasar la manera normal de pensar y vivir.
La parábola mantiene el suspense mientras el oyente no se decida a favor o en contra
de esa nueva posibilidad de vida que se le ofrece. Yo mismo debo responder, aquí y
ahora, si acepto o no esa posibilidad nueva de vida. Tendré que hacer realidad la
utopía del relato y empezar a vivir de acuerdo con lo narrado. Si no tomo ninguna
posición, quiere decir que no me ha hecho mella y sigo pensando como el mundo.
La parábola ni necesita ni admite explicación o comentario alguno. Ninguna interpre-
tación teórica es posible, precisamente porque solo la respuesta personal es válida.
No se trata de una mejor comprensión intelectual del mensaje sino de una implica-
ción personal en las consecuencias vitales que el mensaje tiene para mí.
El hecho de que los evangelios relaten más parábolas de las que Jesús pronunció no
tiene mayor importancia. En esas que pudieron ser añadidas por la tradición se en-
cuentra también el genuino mensaje de las viejas.
Al relatar hechos y actitudes de la vida real, las parábolas no pretenden aprobar ni
reprobar esas situaciones, se hace referencia a ellas porque son conocidas por todos,
y solo como base del mensaje profundo. No se trata de juzgar moralmente esas reali-
dades sino de tomarlas como punto de partida.
Algunas de las parábolas están corregidas en un ambiente neotestamentario; están
de alguna manera interpretadas ya de manera unívoca, poniendo en relación al pue-
blo judío y a la nueva moral de la comunidad cristiana.
Acotaré para cada parábola, ese punto de inflexión que me obliga a pensar en otra
manera de afrontar mi existencia. Es lo que tengo que descubrir en cada una de
ellas.
81
relato. La parábola no admite explicación. Jesús no pudo caer en la trampa de inten-
tar explicarla. Fue la primera comunidad la que intentó aprovechar el relato para
convertirlo en alegoría y así trasformar la parábola en un mensaje moralizante.
El objetivo habría sido animar a predicar sin calcular la respuesta de antemano. Hay
que sembrar a voleo, sin preocuparse de donde cae. La semilla debe llegar a todos.
Por otro lado se trata de resaltar es la fuerza de la semilla en sí, aunque necesita
unas mínimas condiciones vitales para desarrollarse.
Es un relato simple tomado de la vida cotidiana, que todos los oyentes conocían per-
fectamente. En aquellas tierras, más bien pobres, la producción de un 10 por uno se
consideraba una buena cosecha. En el contraste está el punto de inflexión: la cose-
cha de la tierra buena producirá no el 10 por uno, sino un 30 por uno, un 60 por
uno o incluso un 100 por uno. Algo a todas luces desorbitado. Ahí está el mensaje.
Tú eres esa semilla que puede llegar a producir ciento por uno. No debes conformarte
con menos. Tus posibilidades son infinitas. No te amilanes ni des crédito a los que
insistan en decirte que no vales para nada, aunque sea tu propia religión.
82
suficiente para desplegar su maravillosa vitalidad. La única condición es que sepa-
mos acogerla con sinceridad y sin cortapisas.
No te fíes de las apariencias. Lo verdaderamente valioso de las personas no se puede
apreciar por los sentidos. Todo ser humano es mayor de lo que podemos apreciar.
Trata a todos, incluido a ti mismo, como lo que en lo hondo son, no como aparecen
en la superficie. Descubre en ti y en los demás lo que vale de veras.
83
po de aquí abajo y una realidad metafísica más allá de la física. Se intenta conectar la
realidad de aquí y ahora con la del más allá. Desde esta perspectiva, lo importante no
es este tiempo, sino el final.
Siguiendo con la visión mítica, las dos realidades están interconectadas y habrá un
momento en el que se pedirá cuenta a cada uno de la trayectoria de su 'acá'. Según
haya sido esa trayectoria, será lo que le ocurra una vez que termine su vida. En el
aquí y ahora, cada uno puede elegir entre muchas posibilidades de desplegar su exis-
tencia, pero en el más allá no habrá elección, porque dependerá de la que hayas to-
mado en el presente.
Esta parábola no casa muy bien con el sentido del valor supremo de cada ser hu-
mano, que Jesús ha manifestado en otras ocasiones. Si se remonta a Jesús, esta pa-
rábola necesitaba más explicaciones para poder encajarla en el conjunto de su men-
saje.
Según el mensaje del evangelio, existe el bien y existe el mal pero no debemos identi-
ficar a nadie con lo que ha hecho, ni cuando hace el bien ni cuando hace el mal. El
ser humano es mucho más de lo que puede hacer o deshacer. Cada uno tiene que
juzgarse y descubrir si está desplegando sus posibilidades, dando sentido a su vida, o
la está malgastando de manera que no le habrá llevado a ninguna parte cuando se
termine.
84
los valores específicamente humanos que están más allá de cualquier valoración es-
trictamente religiosa.
Contra toda lógica, ante un hijo que se comporta de manera egoísta y desconsidera-
da, nos encontramos la actitud del padre completamente volcado sobre el hijo derro-
chador. Pero también con el hijo aparentemente fiel, el padre derrocha humanidad.
Los dos tienen fallos garrafales que deben superar, imitando la figura del padre que
es el ideal de todo ser humano. Todos tenemos que descubrir lo que tenemos de hijo
menor y de hijo mayor. Solo así podremos convertirnos en verdaderos padres que es
el más alto objetivo humano.
Todos los días de tu vida tenías que dedicar unos instantes a recordar esta parábola.
Es una mina que no se agotará nunca. No te fijes solo en el hijo pródigo. Todos so-
mos hijos pródigos, pero sobre todo, somos el hijo mayor que se siente incómodo ante
la actitud del padre para con su hermano. Ese ejemplo del padre que nos molesta, es
el objetivo. Todos tenemos que dejar de ser hijo menor e hijo mayor. Alcanzaremos
nuestra plenitud en la medida que consigamos convertirnos en padre.
85
El peligro está en tener oídos para los cantos de sirenas que llegan a los sentidos, y
no para la invitación que viene de lo hondo de nuestro ser y que nos invita a una ple-
nitud más allá de lo sensible.
Dios me invita a su mesa. Si no invito a mi propia mesa a los que pasan hambre, es
que no he aceptado, de verdad, su invitación. Una invitación no aceptada se volverá
contra mí por desconsiderado.
Sigue siendo un peligro para nosotros hoy el intento de proyectar la fiesta, la alegría,
la felicidad para el más allá. Nuestra obligación es hacer de la vida, aquí y ahora, una
fiesta para todos. Dios quiere nuestra felicidad aquí y ahora, pero solo la conseguire-
mos sí somos capaces de compartir.
86
tenemos la obligación de salir.
Se trata de descubrir que aunque yo esté dentro de la más estricta legalidad cuando
acumulo bienes materiales, eso no garantiza que mi relación con los hombres, y por
lo tanto con Dios sea la correcta.
Estoy muy engañado si creo que puedo desarrollar mi humanidad o religiosidad sin
contar con el pobre. La parábola nos dice algo muy distinto. El único pecado que
existe es olvidarse del hombre que me necesita. Mi grado de acercamiento a Dios es el
grado de acercamiento al otro. Todo lo demás es idolatría.
87
Ningún cristiano de hoy sería capaz de presentar una hoja de servicios como la del
fariseo del evangelio. Y sin embargo, la parábola deja muy claro que no le sirve de
nada. Ni siquiera en teoría hemos aceptado esta enseñanza. Un "buen" fariseo cum-
plidor sigue siendo el modelo.
Bueno no hay más que uno, Dios. Malo no hay ninguno. Ni te tienes que considerar
bueno (fariseo) ni tienes que agobiarte creyendo que eres malo. El hecho de que ha-
yas fallado no quiere decir que seas malo. Únicamente quiere decir que aún estás
fuera de tu verdadero ser. No juzgues a nadie, ni siquiera a ti mismo. Más bien traba-
ja por descubrir lo que eres y actuar desde ahí con absoluta confianza.
88
humanidad.
Ahora bien, para que dé luz una lámpara, tiene que tener aceite. Aquí está la madre
del cordero. Lo importante es la luz, pero lo que hay que procurar es el aceite. ¿Cuál
es el aceite que hace arder la lámpara? La luz que tiene que arder son las obras. El
aceite que alimenta la llama, es el amor. Ser 'sensato' no depende del conocimiento
sino de la práctica del amor.
Si de verdad queremos dejar de ser necios y empezar a ser sensatos, tenemos que
desplegar nuestra vida desde otra perspectiva. Tenemos que abandonar todo proyecto
de glorificación, sea en este mundo o sea en el otro, y entrar por el camino del servi-
cio a los demás hasta la entrega total de todo lo que somos. El aceite solo da luz
cuando se consume. La inserción definitiva en Dios solo es posible si desaparezco
consumiéndome en el servicio de los demás.
89
co, como el que negocia con dos, reciben, según Mateo, exactamente el mismo pre-
mio. Esto indica que en ningún caso se trata de valorar los resultados del trabajo,
sino la actitud de los empleados. Claro que si necesitas un premio es que no has en-
tendido que haber trabajado, ya es el premio.
No se trata de negociar con los talentos en provecho propio. Se trata de ponerlos al
servicio de toda la comunidad. Solo así pueden ser provechosos para mí. En el orden
del ser, todos somos exactamente iguales. Cuando percibimos diferencias, es que es-
tamos sobrevalorando lo accidental. En el orden del ser todos tenemos miles de talen-
tos. Esos no dependen de las circunstancias ni externas ni internas. Las bienaventu-
ranzas lo dejan claro. La verdadera salvación está al alcance de todos.
15
90
norma que la Ley dada por Él. Todo el que fuera contra Dios o contra la Ley, era reo
de muerte.
Por la composición del grupo y por algunas de las actuaciones de Jesús, se podía in-
terpretar como un resurgimiento de los rebeldes; de hecho se nos habla de Simón el
zelota, o de Judas el sicario, incluso los "boanerges", hijos del trueno, podían hacer
referencia a los zelotas.
Herodes tenía que estar siempre “bailando el agua” a los romanos porque de ellos de-
pendía la permanencia en el cargo. Pero tampoco se podía poner enfrente de los jefes
religiosos porque sabía de sobra el poder que tenían. Su postura será siempre ambi-
gua.
Si los mismos judíos acusan a Jesús de insurrección, no podía quedarse con los bra-
zos cruzados. Recordemos que manda decapitar a Juan, aunque le parecía una per-
sona excelente, solo por no desairar a la hija de su mujer.
Caifás y los jefes religiosos tenían más que suficientes razones para matar a Jesús.
La existencia del pueblo judío se apoyaba sobre dos pilares: la ley y el templo. Jesús
atacó directamente y con violencia las dos instituciones, que eran los pilares sagra-
dos del judaísmo.
De hecho su muerte no fue más que la última consecuencia del conflicto surgido du-
rante su vida por su predicación y por su actitud vital. La religiosidad oficial no podía
tolerar que Jesús se saltara la ley a la torera y que acogiera y comiera con los pecado-
res públicos.
Para juzgar a los embaucadores había una clara pauta en Dt 17,12: "El que por arro-
gancia no escuche al sacerdote puesto al servicio del señor, tu Dios, ni acepte su sen-
tencia, morirá". Los evangelios nos hablan del enfrentamiento de Jesús con fariseos,
saduceos, escribas y sacerdotes.
También está claro que no todos estaban de acuerdo en la aplicación a Jesús de este
pasaje. Para ellos se trataba de dilucidar si Jesús era un profeta o el "antiprofeta", si
traía salvación o tenía un demonio dentro y embaucaba al pueblo.
De hecho, no fueron capaces de ponerse de acuerdo en los motivos para condenar a
Jesús. Solo consiguieron ponerse de acuerdo para entregarlo a los romanos. «Que
decidan ellos».
La razón jurídica de esta decisión, que era en la práctica una condena a muerte, fue
el desprecio de Jesús por la autoridad suprema de Israel. El silencio de Jesús supo-
nía negarse a dar cuenta ante ninguna autoridad de lo que hacía y enseñaba.
Este punto indica también la auto comprensión que tenía de su misión por parte de
Dios. En la vida de Jesús encontramos una serie de factores que unidos explican que
su muerte fuera primero una posibilidad, más tarde una probabilidad y finalmente
una certeza.
En resumidas cuentas, lo mataron porque la idea de Dios que predicaba y vivía, era
contraria a la idea de Dios de la religiosidad oficial. No es menos importante, a la ho-
ra de tomar una decisión, la conciencia de los jefes religiosos de que lo que Jesús
predicaba, socavaba sus más básicos intereses.
91
Aquí nos planteamos el tema desde el punto de vista religioso: cómo fue interpretada
por los primeros cristianos, desde la fe, la muerte de Jesús. En los escritos del NT
podemos encontrar tres tendencias a la hora de explicar la muerte de Jesús.
92
vo que surgir más tarde, aunque Pablo ya en sus primeros escritos, deja muy clara
esta interpretación.
Hoy se nos hace imposible la idea de una exigencia de Dios, que tuviera que entregar
a su Hijo a la muerte para salvar al ser humano. Dios es amor y no necesita ninguna
motivación para amarnos. No nos ama porque seamos buenos, sino porque Él es
bueno. No nos quiere después de que dejemos de ser pecadores, sino cuando aún lo
somos.
Si no fuera así, tendríamos que aplicar al mismo Dios aquellas palabras del evange-
lio: Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tendréis? Eso lo hace hasta el mismo
diablo. En la muerte de Jesús, Dios no tuvo nada que ver. Basta la imbecilidad de los
seres humanos para explicarla.
Las primeras interpretaciones de la muerte de Jesús están condicionadas por las ca-
tegorías religiosas y culturales de la época. Nosotros, al igual que las primeras comu-
nidades, debemos tener en cuenta nuestra propia cultura para reflexionar cristiana-
mente, partiendo de los datos históricos que poseemos. Esas reflexiones pueden lle-
gar a plasmarse en una fórmula distinta de la interpretación neotestamentaria.
Para nosotros hoy el valor de la muerte de Jesús está en que fue esa postura ante la
muerte la que nos reveló su verdadera actitud ante la vida y ante Dios. Sin duda tuvo
que soportar una terrible lucha interior entre la conciencia de su misión y el silencio
de Aquel, que él llamaba "mi Abba".
Jesús superó la última prueba al demostrarnos que la acción visible de Dios liberán-
dole de esa hora, no puede ser la última palabra de Dios. Dios es fiel aunque exija el
abandono total. En la destrucción total de sí mismo se encuentra la total entrega de
Dios. Esto es muy difícil de entender desde la perspectiva de un Dios externo y Señor
de todo.
93
de su fidelidad a sí mismo y a Dios.
Desde la perspectiva de su obediencia al Padre, nos dice que esa fidelidad era total,
hasta la muerte. Pero también nos habla de su confianza total en ese Dios, a pesar de
su aparente alejamiento y del sufrimiento que esto conllevaba.
Las palabras y los gestos de Jesús en la última cena, sobre el servicio total a los de-
más, pueden significar la más elevada toma de conciencia de Jesús sobre el sentido
de su vida. Así lo interpretaron los primeros cristianos al hacer de ese recuerdo "el
sacramento de nuestra fe".
Tal vez en ese momento, cuando ya era inevitable su muerte, descubrió el verdadero
sentido de una vida humana. Ese sentido no puede ser otro que el servicio, la dona-
ción total a los demás. Jesús descubrió a Dios como don total, como amor absoluto.
Sentirse Hijo, llevaba consigo actuar de la misma manera.
Ante esa experiencia de Dios, la única respuesta válida es la entrega total. Cuando
un ser humano es capaz de consumirse por los demás, está alcanzando su consuma-
ción total. En ese instante puede decir: «Yo y el Padre somos uno».
16
Debemos dejar claro que la experiencia pascual forma parte de los evangelios, es de-
cir es parte esencial de la buena noticia de Jesús. Todavía más, podemos afirmar sin
ninguna duda que no se puede llamar a nadie cristiano si no ha atravesado, él mis-
mo, esa experiencia.
Es verdad que esta etapa de la historia del cristianismo es la más importante para un
cristiano, pero no es menos cierto, que hubiera sido imposible sin la anterior. Con
frecuencia ponemos tanto énfasis en lo que sucedió después de su muerte, que olvi-
damos la trayectoria humana de Jesús, dejando sin soporte todo lo que decimos de
él.
El cristianismo empieza su andadura en la experiencia pascual. Jesús es el funda-
mento, pero no fundó el cristianismo. Sin la experiencia de que Jesús les estaba
dando Vida, nunca hubieran descubierto que seguía vivo. Tomar conciencia de esta
realidad es de vital importancia para nosotros hoy. Quiere decir que ni entonces ni
ahora es posible ser cristiano sin la experiencia pascual.
Insisto en ello porque no lo hemos tenido claro a través de los dos mil años de cris-
tianismo. Los primeros cristianos no vieron a Jesús vivo el lunes de Pascua y enton-
ces empezaron a vivir su misma Vida. El proceso fue exactamente el contrario. Des-
cubrieron que Jesús les estaba dando Vida y concluyeron que para poder darles Vi-
da, él mismo tenía que estar vivo, porque un muerto no puede dar vida.
La Vida que reciben los seguidores de Jesús no tiene nada que ver con la vida física.
Se trata de la Vida de Dios que Jesús ya tenía mientras vivía con ellos, pero que fue-
ron incapaces de descubrir, hasta que no desapareció físicamente.
94
Nos despista el hecho de que esa experiencia se terminó expresando con el término
"resurrección". Inmediatamente pensamos en que, una vez terminada la vida biológi-
ca con su muerte, alguna fuerza especial reconstruyó de nuevo esa vida que se había
perdido. Esto es un disparate teológico que no se puede fundamentar en ningún texto
del NT.
Es un hecho muy significativo que en ningún lugar del NT se narre directamente el
hecho de la resurrección. Los relatos de apariciones ni el sepulcro vacío se pueden
considerar como pruebas de la resurrección. Todo lo contrario, si estamos atentos, la
forma de relatar nos pone en guardia contra una comprensión demasiado material de
la nueva presencia viva de Jesús. No se trata de un intervencionismo espiritualista
por parte de Dios, ni de una demostración de poder divino por parte del mismo Jesús
sino de una experiencia clara de que Jesús VIVE.
Con la palabra "resurrección" los primeros cristianos quisieron trasmitir una vivencia
de que Jesús, después de su pasión y muerte, seguía dándoles Vida. Esa experiencia
de que seguía vivo, y además les estaba comunicando a ellos su misma Vida, no fue
fácil de expresar, porque tuvieron que emplear la misma palabra "vida" para identifi-
car una realidad completamente diferente.
Antes de generalizarse el término "resurrección", en las comunidades primitivas, se
habló de con otros lenguajes de la misma experiencia pascual. El primer concepto
utilizado fue el de Jesús como el juez escatológico, que vendría al fin de los tiempos a
juzgar, es decir a salvar definitivamente.
Fijándose en la predicación por parte de Jesús de la inminente venida del Reino de
Dios, pasaron por alto los demás aspectos del Jesús histórico y predicaron a Jesús
como dador de salvación definitiva sin hacer ninguna referencia a la resurrección.
Otra cristología que se percibe en algunas comunidades primitivas, es la de Jesús
como taumaturgo. Jesús manifestó con sus poderes, que Dios estaba con él. Para
ellos los milagros eran la clave para la comprensión de Jesús. Esta cristología es muy
criticada en los mismos evangelios, lo cual quiere decir que tuvo mucha influencia y
se quería contrarrestar una errónea manera de entenderla.
Una tercera cristología, que no tiene explícitamente en cuenta la resurrección, es la
que considera a Jesús como la Sabiduría de Dios, manifestada en sus enseñanzas.
Sería el Maestro que conectando con la Sabiduría preexistente, nos enseña lo necesa-
rio para llegar a Dios.
Todas estas maneras de entender a Jesús después de haber muerto, fueros conden-
sándose en la cristología pascual, que encontró en la idea de resurrección el marco
más adecuado para explicar de una manera convincente la vivencia pascual de los
seguidores de Jesús.
Sin embargo incluso la cristología pascual más primitiva, tampoco hace referencia
explícita a la resurrección. Parece muy probable que la experiencia pascual fue inter-
pretada en una primera instancia, no como resurrección, sino como exaltación y glo-
rificación del Justo doliente. Esta parece ser la interpretación más antigua de la ex-
periencia pascual.
Es un dato cierto que todos los discípulos abandonaron a Jesús ante la inminente
pasión y muerte de su maestro. ¿Por qué en un momento determinado vuelven a pro-
clamar que sigue vivo? Este es el paso más importante que se vieron obligados a dar
95
lo seguidores de Jesús. En los evangelios no tenemos suficientes datos para justificar
este salto.
Tampoco nos dice la Escritura que ese cambio se debiera a las apariciones o a la
tumba vacía. Más bien se nos dice que algo sucedió en ellos, que les hizo darse cuen-
ta de que Jesús seguía vivo. Una vez que experimentaron esta presencia, se vieron
obligados a intentar trasmitirla a los demás.
Hacemos entrar a Dios en una dinámica materialista, cuando interpretamos la resu-
rrección como una vuelta del cuerpo de Jesús a la vida biológica. Por atractiva que
pueda ser la idea, no tiene sentido desde el punto de vista de la espiritualidad, más
bien sería la negación de toda espiritualidad.
A Dios no se puede llegar desde los sentidos. Lo divino no se puede ver ni oír ni pal-
par... Ni directa ni indirectamente puede ser conocido Dios desde nuestra materiali-
dad. Tampoco puede ser fruto de un razonamiento. Si dijéramos: "mirad lo que ha
pasado, es un milagro, luego Dios lo ha hecho". Esta conclusión no estaría dentro de
la lógica, sería un error.
Tampoco lo que hay de Dios en Jesús puede descubrirse por los sentidos. Lo divino
está en su humanidad, pero no es directamente perceptible. La mejor prueba es que
la inmensa mayoría de los que le conocieron no se enteraron de su divinidad y los
que se enteraron lo hicieron, curiosamente, cuando fueron privados de su presencia
física. Unas apariciones o un sepulcro vacío no pueden ser la demostración de que
Jesús sigue viviendo en la verdadera Vida.
La resurrección de Jesús nunca podría ser un acontecimiento. La trayectoria huma-
na de Jesús terminó en el instante de su muerte. En ese momento pasa a otro plano,
el del espíritu, donde no hay tiempo ni espacio; es ya la eternidad donde no pueden
ocurrir cosas.
Nosotros sí podemos imaginarnos determinados acontecimientos después de la
muerte de Jesús o de la nuestra, pero solo serán eso, imaginaciones.
Lo que aconteció en Jesús, aconteció antes de morir. Si, una vez muerto, está fuera
del tiempo, ¿qué significa, "al tercer día, a los cuarenta días, a los cincuenta días? Si
está fuera del espacio, ¿qué puede significar que va a Galilea o se presenta en el ce-
náculo o no está en el sepulcro, o ha subido al cielo?
Jesús había muerto antes de morir y había resucitado antes de morir. Medita esta
frase porque es la clave para entender lo que vas a leer a continuación.
Jesús se había desprendido de esta vida y había entrado en la misma VIDA de Dios.
Esta es la clave para entrar en la dinámica del misterio pascual. Pablo lo expresa ma-
gistralmente cuando dice: "Habéis muerto con Cristo y vuestra vida está escondida
en Dios".
La verdadera muerte y la verdadera resurrección no son de orden físico o biológico.
Cuando Pablo nos dice que hemos muerto con Cristo y nuestra vida está escondida
en Dios, no se refiere a la muerte física. Cuando nos dice que por el bautismo nos
incorporamos (ahora) a su muerte, no está hablando de la muerte física. Cuando nos
dice: "para que así como él fue despertado de entre los muertos por la gloria del Pa-
dre, así también nosotros andemos (ya ahora) en una vida nueva", no está hablando
de la vida biológica.
96
Cuando Jesús le dice a Nicodemo: "Hay que nacer de nuevo", no se refiere a la vida
biológica. Para nacer a esa nueva Vida que no es física, hay que morir de una manera
no física. Hay que morir a todo lo que nos ata a la materia. Hay que morir a nuestro
ego, a nuestra individualidad, a nuestra contingencia, a todo lo que no es nuestro
auténtico ser, a todo lo accidental y secundario que hay en nosotros. Entonces nace-
remos a la nueva Vida que transciende; a la que ya no afecta la muerte biológica.
Pero entonces, ¿a qué vienen todos esos relatos de tumba vacía y de apariciones?
¿Nos engañan cuando nos dicen que vieron a Jesús y que comieron con él? No nos
engañan los evangelios, nos engañamos nosotros, al no tener en cuenta los géneros
literarios y el contexto de una cultura que comunicaba las verdades profundas por
medio de relatos.
Esos relatos son un intento de trasmitir a los demás unas experiencias profundas por
las que los apóstoles descubrieron que Jesús les daba Vida, y por lo tanto tenía que
seguir vivo. En todos los relatos de apariciones está presente también una intención
de fundamentar en Jesús su misión apostólica.
Se trata de hacer ver a todos que ese afán de predicar, práctica general en las comu-
nidades cuando se relatan las apariciones, no se la sacaron de la manga los apósto-
les, sino que fue el mismo Jesús el que les encargó la tarea de evangelizar, es decir de
llevar a todos esa buena noticia.
97
tralmente opuesta de ver al ser humano, tuvo que armonizarse en la experiencia pas-
cual. Hay que tener en cuenta esta dificultad a la hora de interpretar los textos de los
evangelios, que fueron todos ellos escritos en griego.
Que es insuficiente lo demuestra el hecho de que, ante la tumba vacía, podemos en-
contrar reacciones diversas: miedo, engaño, etc. Magdalena interpretó el sepulcro va-
cío como un robo.
El hecho de que los evangelios nos presenten a mujeres como los primeros testigos de
la tumba vacía es un dato importante. La mujer no era admitida como testigo en un
juicio. Los apóstoles no las creyeron. Si a pesar de todo, los evangelios nos dicen que
fueron mujeres las primeras que descubren al resucitado, tiene que haber alguna
razón. Hoy sabemos que la mujer es mucho más intuitiva que el hombre. Es más que
probable que fueran las mujeres las primeras en descubrir esa Vida que Jesús co-
municaba.
También nos dicen los mismos evangelios, que si la tumba estaba vacía, podría haber
sido que alguien hubiera robado el cuerpo. Es lo que piensa la misma Magdalena, no
solo los judíos que le mandaron matar. Esto nos hace pensar que no pretenden utili-
zar la tumba vacía como argumento para demostrar la resurrección, sino con otra
intención mucho más simbólica.
Es muy poco probable que a los dos días de morir Jesús, se viviera ya una experien-
cia pascual. Aunque es cierto que el día primero de la semana, el domingo, fue desde
muy pronto el símbolo de la nueva creación que empieza con la resurrección de Je-
sús. Los cristianos se dan cuenta enseguida de la increíble novedad de la presencia
de Jesús en sus vidas.
A Jesús no se le coloca en un cementerio, sino en un huerto. Está haciendo referen-
cia a la creación del hombre. Dios quiere que despliegue su actividad como ser hu-
mano. Jesús, nuevo Adán, da origen a la creación de un nuevo hombre. La nueva
comunidad comienza ahí su andadura, y Magdalena es la primera que hace suya esa
nueva manera de ser humano.
La aparición de los ángeles se interpreta como una manera de hablar de una revela-
ción de Dios, en el estilo de la angelología del AT. La trascendencia de Dios impedía
ponerle directamente en escena. Por eso se hacía el circunloquio de los ángeles que
era una manera de hablar de Dios sin nombrarlo.
Relatos de apariciones
Cuanto más antiguos son los documentos escritos, menos rastros de apariciones
aparecen en ellos. Marcos que es el primero en escribir su evangelio, no sabe nada de
apariciones. El final de Marcos fue añadido a mediados del siglo II.
En cambio las relatadas por Juan que es el último, contienen todo lujo de detalles.
También el último relato de Juan en el lago es un añadido.
Pablo tampoco sabe nada de esos relatos. Mateo tampoco tiene un verdadero relato
de apariciones; no dice nada de cómo sucedió. Solamente Lucas y Juan, los últimos
en escribir, tienen relatos de apariciones.
Por otra parte es imposible hacer concordar los distintos relatos de las mismas apari-
ciones. Diferencia en el número de mujeres, diferencia en el número de ángeles, di-
vergencias en los motivos por los que las mujeres van al sepulcro, diferencia en el
98
lugar de las apariciones (Jerusalén - Galilea).
Si un juez examinara a los testigos de la resurrección y les preguntara; ¿Dónde se
apareció? ¿Cuántos erais? ¿Qué os dijo? ¿Cómo fue? La conclusión no podía ser otra,
sino que los testigos mentían. Si se mantienen esas contradicciones es porque los
evangelios no les dan mayor importancia.
No quieren engañar a nadie y saben que son relatos que hay que entender no como
crónicas de sucesos, sino como formas de contarnos su experiencia de la resurrec-
ción. Son encuentros con el Señor resucitado. Experiencias internas aunque tengan
lugar en comunidad.
En los relatos de apariciones encontramos cinco elementos que se repiten machaco-
namente.
a. Una situación dada. Jesús se hace presente en la vida real. Incluso cuando es-
tán reunidos, no en el templo o en la sinagoga sino en una casa normal.
b. Jesús sale al encuentro inesperadamente. Él es el que toma la iniciativa, no es
una provocación ni un deseo de los discípulos. Casi siempre aparece cuando
menos podían esperarlo.
c. Jesús les saluda utilizando las mismas palabras que cuando se encontraban
en la vida real. Jesús se impone desde fuera pero con la mayor normalidad.
d. Hay un reconocimiento, casi siempre difícil y después de alguna duda. Este da-
to es importante, porque deja claro que no estaban predispuestos a aceptar el
hecho.
e. Reciben una misión. También esto es importante porque quiere demostrar que
el afán de proclamar la buena nueva de Jesús no es ocurrencia de los discípu-
los, sino encargo expreso del mismo Jesús.
Existen varias narraciones muy dramatizadas, que además de estos cinco elementos,
introducen reflexiones teológicas que nos indican la manera de entender la fe pascual
de la comunidad en la que se originó el relato. La comunidad va cayendo en la cuenta
de que existen momentos en los que Jesús se hace presente y en los que se le puede
reconocer.
99
En Juan está muy acentuada esa relación de Jesús con el Espíritu.
"Tomás no estaba con ellos..." Es una manera personalizada de expresar la duda, que
no fue cosa de uno sino general, de todos. La mentalidad terrena les impide ver al
verdadero Jesús. Se percibe una incongruencia: el que atravesó los muros, puede
ahora ser tocado.
"¡Señor mío y Dios mío!" Tomás toca y ve pero su confesión es de otro orden. Lo im-
portante no es ver y tocar a Jesús, sino descubrir y confesar al Cristo. Este es el obje-
tivo de todo el evangelio, por eso después de este relato concluye el evangelio de
Juan. El capítulo 21 es un añadido con vistas a una legitimación de la figura de Pe-
dro en la primitiva iglesia y de la de Juan en su comunidad.
Hay en los evangelios otras apariciones a los discípulos pero todas obedecen al mis-
mo esquema. Todos los símbolos empleados en los relatos, nos indican que no se de-
ben entender al pie de la letra, sino como formulaciones teológicas de una experien-
cia.
100
periencias de cada uno. Ahí está presente Jesús después de su muerte. Cristo
resucitado solo se hace presente en la experiencia de cada uno. Al comunicar a
los demás esa experiencia, Cristo se hace presente en la comunidad.
El mayor obstáculo para encontrar a Cristo, es creer que ya lo tenemos. Los discípu-
los creían haber conocido a Jesús cuando vivieron con él; pero en verdad no conocie-
ron al auténtico Jesús. Solo cuando desaparece, se ven obligados a buscarle y en su
experiencia pascual es cuando descubren al verdadero Jesús-Cristo. A nosotros nos
pasa lo mismo. Conocemos a Jesús desde la primera comunión, por eso no sentimos
la necesidad de buscar al auténtico, al que da Vida.
¡Resucitó!
¿Qué significa para nosotros hoy la resurrección? Jesús va la muerte por ser fiel a
Dios. Sabe perfectamente a lo que se expone, y sabiéndolo, no da un paso atrás sino
que se arriesga. Para los primeros cristianos, la resurrección es la respuesta de Dios
a esa inquebrantable actitud. Es la manifestación definitiva de su fidelidad.
Al confesar la resurrección estamos diciendo algo sobre Dios. Estamos diciendo tam-
101
bién algo sobre Jesús de Nazaret. Los textos se encargan de dejar bien claro que el
mismo que resucitó es el crucificado. Jesús está vivo en el ser de Dios.
Al confesar la resurrección decimos que Jesús tenía razón. Dios es como Jesús dijo
que era y no como intentaba enseñar la religiosidad oficial. Dios es amor. El ser hu-
mano debe buscarle como Jesús lo buscó. Solo y en la medida que nos comportemos
como Él, descubriremos a Dios.
Pero Jesús resucitado dice también algo sobre el ser humano. Estamos aquí para ser
como Jesús. Jesús ha sido un hombre como Dios quiere. El sentido de nuestra histo-
ria es ser como Jesús. Como él, tenemos que morir y resucitar antes de la muerte
biológica.
102
17
DE CRISTO AL CRISTIANISMO
Somos Iglesia
Este último capítulo se reduce a reflexiones personales y demasiado simples, sobre la
situación de nuestra institución. No se trata de una crítica gratuita ni responde a
una desafección de la Iglesia. Me siento Iglesia y nada me gustaría más que verla co-
mo fiel seguidora de Jesús y con capacidad para dar esperanzas al hombre de hoy,
haciéndoles ver que Jesús sigue siendo el modelo humano.
Me siento identificado con una frase de Erasmo de Rotterdam que dice: "Soporto esta
Iglesia, mientras veo que mejora y espero que ella me soporte a mí, mientras yo mis-
mo mejoro". Me parece una idea genial que deberíamos llevar dentro todos los que
pertenecemos a esta institución. Si Lutero hubiera tenido ese mismo espíritu, la re-
forma no hubiera tenido lugar.
La realidad es que el único camino para purificar esta religión en la que nos encon-
tramos, es reconocer lo que la separa de su Maestro y entre todos, tratar de acortar
distancias. El surgimiento de la institución no fue una catástrofe. Seguramente no
había otra posibilidad. A medida que creció el número de seguidores, se hizo más
apremiante el desarrollo de una cierta organización.
También en este caso tenemos que empezar por aclarar el término y los conceptos
que están detrás de él. La palabra 'eklesia' en griego, significa exactamente lo mismo
que la hebrea 'sinagoga', es decir, la reunión o asamblea de la comunidad.
Este concepto casi ha desaparecido del lenguaje corriente. Hoy tiene dos acepciones
principales que nos puedan interesar. Por un lado expresa el concepto de jerarquía,
es decir el bloque de todos los que tienen cargos de responsabilidad. Por otro, el con-
junto de los creyentes.
En el Vaticano II se empleó, en lugar de la palabra Iglesia, la expresión "pueblo de
Dios" más de treinta veces. Esto indica una clara intención de dar un sentido más
genuino al término Iglesia. Después del Concilio, no he visto repetida la expresión en
ninguno de los textos oficiales. Clara intención también de desactivar el intento de
dar un sentido nuevo que hiciera referencia a la comunidad.
Hoy, el 99 % de las veces que se emplea la palabra Iglesia, vuelve a tener como signi-
ficado el bloque de la jerarquía. Con lo cual, se hace creer a los fieles que pertenecen
a la Iglesia, pero nunca que ellos mismos son la Iglesia.
Tampoco es que me entusiasme el nombre de "pueblo de Dios", porque puede dar a
entender que los demás, los que no pertenecen a esa organización religiosa, no son
de Dios. Deberíamos encontrar una palabra que, a la vez que indique la característica
de los miembros, evite todo atisbo de exclusividad. Para el cristiano, todos los hom-
bres formamos un solo pueblo que es el de Dios.
104
Debemos tomar conciencia de que todo cristiano tiene que recorrer el mismo camino
que siguieron los primeros discípulos. Para ello tenemos que partir del Jesús concre-
to y descubrir en él las mismas razones que ellos les llevaron a encontrar en su
Maestro la salvación y a proclamarlo Hijo de Dios e Hijo de hombre.
En Jesús tenemos que encontrar al verdadero Dios y al verdadero hombre, pero no
como dos realidades yuxtapuestas, sino identificadas. Lo auténticamente humano es
lo divino. Lo divino es el hondón de lo humano. Todas las herejías cristológicas nacie-
ron por no saber identificar en Jesús, al hombre y a Dios.
105
del AT. Con frecuencia olvidamos esta referencia a la Escritura como instrumento
único para la interpretación de la figura de Jesús en los escritos del NT.
Fue para ellos una oportunidad, pero a la vez una limitación, a veces demasiado res-
trictiva, si tenemos en cuenta que el AT ni habló ni pudo hablar de Jesús.
El latiguillo que utilizan algunos evangelistas "para que se cumplieran las Escritu-
ras", no es más que un recurso artificial, que les permite conectar a Jesús con el AT.
La misma estructura y elaboración del NT nos obligan a no considerarlo como valor
absoluto a la hora de buscar al auténtico Jesús de Nazaret, aunque no tengamos otro
camino para llegar a él. Hoy tenemos algunos otros instrumentos de aproximación a
su figura, que pueden ser muy válidos.
El cristianismo reflejado en esos escritos no proviene solamente de Jesús, ni se debe
exclusivamente a la invención de unos judíos que le siguieron y formaron luego una
comunidad. El cristianismo es el fruto combinado de las dos realidades: Jesús histó-
rico y la comunidad de seguidores que experimentó la salvación que él propuso.
Esta experiencia se limita a los inmediatos seguidores de Jesús en un lugar y una
época determinada. Para nosotros sigue teniendo un valor normativo, pero ese valor
no es absoluto, porque el mismo Jesús provoca experiencias nuevas en cada época.
Si no las provocara, tendríamos un cristianismo muerto.
No debemos mirar al NT como un elenco de verdades eternas, absolutas e inmutables
que debamos acatar con humildad y respeto. No, esa Escritura se nos ofrece como
fermento de Vida que nos tiene que espolear en el intento de vivir también nosotros la
experiencia pascual cristiana.
Al decir esto, no estamos inventando nada. Cuando el cristianismo rompió las fronte-
ras del mundo judío y se expandió por el mundo griego, los cristianos buscaron otra
manera de interpretar la figura del mismo Jesús, movidos por una experiencia distin-
ta, basada en una manera distinta de ver el mundo.
El paso del mensaje cristiano por el racionalismo griego, hizo aportaciones valiosas a
la nueva experiencia, pero también la limitó y conminó a una manera de pensar y de
vivir determinada, que ni era la de Jesús ni es la nuestra. Tenemos la obligación de
aprovechar la nueva aportación, pero sin darle un valor absoluto que congelaría la
vivencia imprescindible para nosotros.
Hoy estamos obligados a repetir ese mismo proceso. Primero, tratar de conocer a Je-
sús lo mejor posible y a continuación intentar vivir, individual y comunitariamente, la
experiencia que provocó en todos los tiempos el hombre Jesús. Esta es la única ma-
nera de ser fieles al mensaje del evangelio.
106
El parto definitivo se produjo con Constantino, que la toleró, y sobre todo con Teodo-
sio que la convirtió en religión obligatoria para todo el imperio. Con sus donaciones
ingentes de bienes materiales, dinero y posesiones, y otorgándole un poder omnímo-
do hacia abajo, chantajearon a toda la jerarquía hasta lograr un sometimiento total.
No fue un convencimiento religioso el que llevó a los gobernantes a ese trato con la
Iglesia, sino una estrategia política para dar unidad al imperio y disponer de un ins-
trumento inmejorable de dominio. Con él, los emperadores fueron capaces de contro-
lar hasta los mismos concilios ecuménicos, consiguiendo que se aprobara lo que a
ellos les parecía más conveniente para sus intereses.
Al dar este histórico paso, la Iglesia como comunidad evangélica quedó herida de
muerte. De hecho no se ha vuelto a recuperar desde aquella lejana fecha. El evange-
lio quedó relegado a un segundo lugar, y desde entonces se interpreta siempre a favor
del estatus social que en aquel momento consiguieron los representares supremos de
la organización eclesiástica.
La proclamación de que todo ser humano enmarcado en el imperio tenía que ser cris-
tiano por decreto, devaluó el sentido de fidelidad al evangelio y las exigencias de un
seguimiento que es de por sí, para muy pocos. Se cumplió a rajatabla el refrán: Toda
inflación lleva consigo una devaluación. En el orden religioso ese daño es irreparable.
Desde ese momento, el criterio de pertenencia dejó de ser el evangelio y comenzó a
ser la aceptación de una doctrina oficial, el cumplimiento de unas normas morales
comunes y la reproducción exacta de unos ritos litúrgicos a los que había obligación
de asistir físicamente, pero sin conllevar ningún compromiso vital para después de la
celebración.
El cristianismo, irreconocible
La nueva institución que surgió de aquel cambalache no podría ser reconocido por el
mismo Jesús como obra suya. ¿Por qué se ha mantenido entonces durante tantos
siglos? Porque jerarcas muy inteligentes se ocuparon de justificar lo que pudiera pa-
recer contrario al mensaje de Jesús, haciendo ver que eran acomodaciones necesa-
rias para poder llevar a cabo la misión de evangelizar y de ocuparse de los más desfa-
vorecidos.
Efectivamente, esas dos misiones las ha cumplido y sigue cumpliéndolas la Iglesia.
Estos hechos incuestionables han protegido la institución de todo intento de reforma.
La evangelización y la atención a los necesitados, han sido el muro contra el que se
han estrellado tantos seguidores auténticos de Jesús que en todas las épocas se die-
ron cuenta de la falta de fidelidad al evangelio.
Jesús predicó una manera distinta de solidaridad entre los hombres que partiera
siempre de una experiencia de lo que es Dios en cada ser humano. La institución, en
cambio, se preocupó de mantener una organización externa, también exigida por el
mensaje cristiano, pero sin preocuparse de la vivencia de cada fiel, que es una exi-
gencia más profunda y anterior a toda manifestación externa.
107
como él lo experimentó.
Al principio, estos auténticos seguidores constituían la totalidad de las nuevas co-
munidades. Ser cristiano significaba seguir a Jesús. No había otra posibilidad. Du-
rante los primeros siglos, siguieron siendo la inmensa mayoría. Poco después de
Constantino, los auténticos seguidores pasaron a ser mínimas minorías.
Hoy seguimos debatiéndonos entre esas dos alternativas:
Por un lado, la inmensa mayoría de los cristianos, que solo hemos aceptado
pertenecer a los seguidores de Jesús sociológicamente y sin ningún compromi-
so personal.
Y por otro, un reducido número, que no se contenta con una pertenencia pu-
ramente externa y formal, sino que trabaja por una pertenencia comprometida
y viva, que se manifieste después en todas las relaciones con los demás seres
humanos.
Lamentablemente, se está generalizando el abandono del cristianismo porque se ha
descubierto la vacuidad de la salvación que ofrece, y ya no se confía en que pueda
darnos ninguna otra.
La toma de conciencia de que un cristianismo puramente formal no sirve para nada,
tal vez sea hoy más intensa que en ninguna otra época. Esta inquietud puede ser el
punto de partida para una renovación desde la base y desde el interior de cada cris-
tiano.
Buena muestra de ello son todos esos movimientos que están surgiendo desde la ba-
se del organigrama eclesial, que con mayor o menor fortuna intentan volver a los orí-
genes y reavivar el movimiento de Jesús.
El primer paso ha de ser renunciar a todo lo que sea programación o pura apariencia
externa y buscar la experiencia interior como soporte de una auténtica religiosidad.
Por aquí tiene que empezar una renovación, que antes o después, tenderá a hacerse
general.
**********************
Reconstruir la figura de Jesús debe ser la principal tarea de todo cristiano. A través
de casi dos mil años se han añadido al puzzle muchísimas teselas que no encajan
con su auténtico ser. Su figura nunca estará completa, pero debemos seguir inten-
tando sustituir las piezas que desentonan por otras que se aproximan más a su
realidad y, si es posible, añadir alguna de las que aún faltan.
Debemos asumir que uno es el Jesús real, otro el Jesús histórico, otro el Jesús de los
evangelios, otro el Jesús de los dogmas, otro el Jesús de los teólogos y otro el Jesús
de los místicos. Armonizarlos todos será una tarea imposible, pero al menos hemos
de intentar que no desentonen en exceso unas piezas con otras.
108