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Vincent van Gogh

Las cartas : 1872 – 1880


Londres – Paris – Amsterdam – Bruselas – Wasmes - Cuesmes – Etten – La Haya – Nuenen – Amberes

[ T: 13 ] Londres, enero de 1874

Veo que te interesas por el arte y esto es una buena cosa, viejo. me alegra que te guste
Millet, Jacques, Schreyer, Lambinet, Frans Hals, etc; porque, como dice Mauve, “es
algo”.
Sí, el cuadro de Millet, el Angelus del anochecer, “es algo”, es magnífico, es poesía. Con
cuánto gusto hablaría todavía de arte contigo, pero no tenemos sino que escribirnos con
frecuencia; encuentra bello todo lo que puedas; la mayoría no encuentra nada
suficientemente bello.
Escribo aquí abajo algunos nombres de pintores que me gustan particularmente: Scheffer,
Delaroche, Hébert, Hamon, Leys, Tissot, Lagey, Boughton, Millais, Thijs Maris, De
Groux, De Braekeleer, Millet, Jules Breton, Feyen-Perrin, Eugène Feyen, Brion, Jundt,
George Saal, Israëls, Anker, Knaus, Vautier, Jourdan, Compte-Calix, Rochussen,
Meissonnier, Madrazo, Ziem, Boudin, Gérome, Fromentin, Decamp, Bonnington Díaz,
Th. Rousseau, Troyon, Dupré, Corot, Paul Huet, Jacques, Otto Weber, Daubigny,
Bernier, Emile Breton, Chenu, César de Cock, Mademoiselle Collart, Bodmer,
Koekkoek, Schelhout, Weissenbruch y last but not least Maris y Mauve. Pero continuaría
así no sé cuanto tiempo, y faltan los viejos y estoy seguro todavía de haber omitido
algunos entre los mejores.

[ Carta a Madame Caroline Van Stockum-Haanebeek] Londres, 9 de febrero de 1874

[…] Llevo aquí una magnífica existencia “necesitando nada y teniéndolo todo” y hasta
llego a creer que comienzo a convertirme, poco a poco, en un verdadero cosmopolita, es
decir, no ya un holandés, no un inglés ni un francés, sino simplemente ¡un hombre!
Con respecto al universo ¿qué es la patria? Un punto de la tierra en que hemos sido
depositados.Todavía no lo soy, pero es algo que persigo con la esperanza de alcanzarlo.
[…]
Old girl, ¡au revoir! Yours truly, Vincent.
[ T: 26 ] Londres, 8 de mayo de 1875

[Al final de una breve esquela en que censura al tío Cornelius (C.M.) y a Tersteeg por haber ido demasiadas
veces al Cristal Palace “y a otros lugares donde no tenían nada que buscar”, le copia esta cita de Renan ]

Para actuar en el mundo hay que morir para sí mismo. El pueblo que se convierte
en misionero deun pensamiento religioso ya no tiene otra patria sino ese
pensamiento. El hombre o está aquí abajo para ser feliz solamente, ni siquiera
basta con ser simplemente honesto. Está para realizar grandes cosas para la
sociedad, para llegar a la nobleza y superar la vulgaridad en qe se arrastra la
existencia de casi todos los individuo.
Renan

[T: 28 ] Paris, 19 de junio de 1875

[Refiriéndose a la muerte de una muchacha muy cercana a su familia]

[…] Seguramente no te olvidarás ni de ella, ni de su muerte, pero guarda todo eso para ti.
Esta es una de esas cosas que poco a poco hacen que nos volvamos “tristes pero siempre
alegres” y es esto lo que debemos alcanzar.

[T: 36a ] Paris, 8 de septiembre de 1875

Thèo, quisiera decir una cosa que seguramente te sorprenderá: No leas más a Michelet ni
ningún otro libro (excepto la Biblia) hasta que nos veamos de nuevo en Navidad. Y debes
hacer lo que te digo; ve a menudo en las tardes casa de v. Stockum, casa de Borcher y
Cia. Creo que de esto no te arrepentirás, te sentirás muho más libre en cuanto hayas
inaugurado este régimen.
Se prudente respecto a las palabras que subrayé en tu carta. Claro que sí, existe, gracias a
Dios, una dulce melancolía, pero no sé si todos somos capaces de conocerla. Observa que
digo: nosotros; yo lo mismo que tú.
Pa me escribía hace poco: “la tristeza no hace daño, al contrario, ella nos hace considerar
las cosas con una mirada impregnada de santidad” Esta es la verdadera “dulce
melanclía”, el oro fino, el oro puro; pero todavía no hemos llegado hasta allá, estamos
lejos. Esperemos y oremos a fin de poder llegar. Y créeme siempre,
tu hermano afectuoso, Vincent

[T: 37 ] Paris, 12 de septiembre de 1875

Querido Thèo:
¡Alas, alas para sobrevolar la vida!
¡Alas para sobrevolar la tumba y la muerte!

Las necesitamos y comienzo a creer que podemos conseguirlas. Nuestro padre, por
ejemplo, ¿acaso no las tiene? ¿Cómo las obtuvo? Tu lo sabes, por la oración y por los

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frutos de la oración, por la paciencia y por la fe, por la Biblia que fue luz para su camino,
lámapra para aclararle sus pasos.
A mediodía escuché un bello sermón sobre el tema “Olvidad lo que está tras de vosotros”
y donde se decía especialmente: “tened más esperanza que recuerdos; lo que hubo de
serio y de bendito en vuestra vida pasada no está perdido; por lo tanto, no os ocupéis más
de ello, lo reencontraréis en otra parte, pero avanzad. Todas las cosas se han vuelto
nuevas en Jesús-Cristo”.
Portate bien y créeme, tu hermano afectuoso, Vincent.

[T: 38 ] Paris, 17 de septiembre de 1875

Querido Thèo:
El sentimiento, aun el sentimiento puro, delicado, hacia las bellezas de la naturaleza no es
lo mismo que el sentimiento religioso, aunque creo que entre ambos existe una suerte de
inteligencia.
El sentimiento de la naturaleza lo tenemos casi todos en nosotros, unos más que otros.
Más escasos son aquellos que sienten que Dios es espíritu, y aquellos que lo adoran
deben adorarlo en espíritu y en su verdad. Nuestros padres pertenecen a ese escaso
número; también creo que el tío Vincent.
Ya sabes que se ha dicho: “El mundo pasa con todo su esplendor” pero en compensación
se habla de “una parte que no os será quitada”, de una “fuente de agua viva” que brota
incluso en la vida eterna. Oremos también nosotros para hacernos ricos en Dios. No
obstante, no pienses demasiado profundamente en estas cosas que por sí mismas ellas se
te aclararán más y más con el tiempo. No hagas sino lo que te aconsejé que hicieras. Por
nuestra parte, en esta vida, roguemos por convertirnos en pobres en el reino de Dios, en
servidores de Dios. Todavía no lo somos. Pidamos que el ojo de nuestra alma se haga
simple; entonces seremos enteramente simples, completamente simples. […]

[T: 43 ] Paris, 14 de octubre de 1875

[…] Una palabra más, una palabrita nada más, tanto para reconfortarme a mí mismo
como para darte ánimo. Te aconsejé que te deshicieras de tus libros, y, ciertamente, sigo
aconsejándotelo. Hazlo y hallaras reposo. Pero hazlo de manera que no caigas en una
estrechez de espíritu que te lleve a temer leer lo que está bien escrito. Pues esto, al
contrario, es un consuelo en la vida.

“que todas las cosas que son verdaderas, que todas las cosas que son honestas,
todas las cosas que son justas, todas las cosas que son puras, todas las cosas que
son amables, todas las cosas que tienen buena reputación y que tienen alguna
virtud y son dignas de alabanza, que todas esas cosas sean las que ocupen
vuestro pensamiento"

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No busques sino la luz y la verdad y no te hundas demasiado profundamente en el fango
del mundo"

[ T: 106 ] Amsterdam, 18 de agosto 1877

[…] Me había levantado temprano y vi los obreros que llegaban a la obra con un sol
magnífico. Te habría gustado ver el aspecto particular de ese río de personajes negros,
grandes y pequeños, primero en la calle estrecha donde había muy poco sol y luego en la
obra. Después desayuné un trozo de pan seco y un vaso de cerveza; es un remedio que
Dickens recomienda a los que están a punto de suicidarse como particularmente indicado
para alejarlos durante un tiempo todavía de su proyecto. Y aunque no se esté del todo en
esta disposición de espíritu, es bueno hacerlo de tiempo en tiempo, pensando en el cuadro
de Rembrandt Los peregrinos de Emaús.

[ T: 114 ] Amsterdam, 4 de septiembre 1877

[…]A veces tengo la sensación de sentir algo que se parece ya a la felicidad, a un cambio
en mi vida.
Debajo de la bóveda, en esas tinieblas, los hombres iban y venían levando luces. Un
espectáculo banal que podemos ver a diario, pero hay momentos en que las cosas más
cotidianas dan una impresión extraordinaria, parecen tener otra apariencia, un sentido
profundo.

[ T: 114 ] Amsterdam, 25 de noviembre 1877

[…] “Quien no odia hasta su propia vida no puede ser mi discípulo”


Si quieres saber y aprender algo útil, debes querer seguir siendo un desconocido y no
contar para nada. El estudio más elevado y más útil es conocerse bien y despreciarse.

[ T: 117 ] Amsterdam, 9 de enero, 1878

[…] C. M. me ha preguntado hoy si no hallaba hermosa la Phryné de Gérôme. Le dije


que prefería mucho más una mujer fea de Israels o de Millet o una viejita de Ed. Frère.
Porque, ¿qué significa, en suma, un cuerpo bello como el de esta Friné? Un cuerpo bello
también lo tienen los animales y quizá hasta más bello que el de los hombres. Pero un
alma como la que vemos en los seres que pintan Israels, Millet o Frère los animales no la
tienen. ¿Y la vida no nos ha sido dada para enriquecer nuestro corazón aun cuando se
cubra de sufrimiento?
En cuanto a mí, delante de esa imagen de Gerôme no siento sino muy poca simpatía, no
veo nada; no tiene sentido. Manos que muestren que han trabajado son más bellas que las
que vemos en ese cuadro.
[ T: 121 ] Amsterdam, 3 de abril de 1878

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[…] Hemos hablado mucho de lo que es nestro deber y cómo podríamos llegar a algo
bueno, y hemos llegado a la conclusión de que nuestro primero y último fin debe ser el de
hallar un lugar determinado y un oficio al cual podamos consagrarnos enteramente.
Y creo que estábamos igualmente de acuerdo sobre este punto, que hay, sobre todo, que
encarar un fin, y que una victoria lograda después de toda una vida de trabajos y de
esfuerzos, vale más que una victoria lograda más temprano.
El que vive sinceramente y encuentra penas verdaderas y desilusiones, que no se deja
abatir por ellas, vale más que el que tiene siempre el viento de popa y que sólo conocería
una prosperidad relativa. Porque en quienes se comprueba de la manera más visible un
valor superior, son aquellos a quienes se aplican las palabras: “Trabajadores, vuestra vida
es triste; trabajadores, vosotros sufrís en la vida: trabajadores, vosotros sois infelices”;
estos son aquellos que llevan los estigmas de “toda una vida de lucha y de trabajo
sostenida sin doblegarse jamás.”

[…]
Avanzamos entonces sobre nuestro camino indeffesi favente Deo. En lo que me
concierne, debo convertirme es un buen predicador, que tenga algo bueno que decir y que
pueda ser útil en el mundo, y tal vez me convendría pasar por un período de preparación
relativamente largo en el que quedara sólidamente confirmado en una convicción antes de
ser enviado a hablarle a otros.

[…]
Cuanto más rápido trata de distinguirse uno en el dominio de alguna actividad y en algún
oficio, y se adopta una manera de pensar y de obrar relativamente independiente, y más
se sujeta uno a reglas fijas, más firme se hará el carácter y no habrá por ello que sentirse
uno disminuido. Hacer esto es de sabios, porque la vida es corta y el tiempo pasa ligero:
si nos perfeccionamos en una sola cosa y la comprendemos bien, adquirimos por
añadidura la comprensión y el conocimieno de muchas otras cosas.
A veces conviene ir hacia el mundo y frecuentar a los hombres, pues uno se siente
entonces obligado y llamado; pero quien prefiere permanecer solo y obrar tranquilamente
y sólo quisiera tener muy pocos amigos, éste será quien circule con más seguridad entre
los hombres y en el mundo. No hay que fiarse jamás del hecho de no tener dificultades,
preocupaciones y obstáculos de ninguna naturaleza, pero no hay que hacerse la vida
demasiado fácil. Y hasta en los ambientes cultivados y en las mejores sociedades y en las
circunstancias más favorables, hay que conservar algo del carácter original de un
Robinson Crusoe o de un hombre de la naturaleza, sin dejar apagar jamás el fuego del
alma, sino avivarlo. Y el que continúa guardando la pobreza para sí y la ama, posee un
gran tesoro y oirá siempre con claridad la voz de su conciencia; el que escucha y sigue
esta voz interior, que es el mejor don de Dios, acabará por encontrar en ella un amigo y
jamás estará solo.

[T: 126 ] Bruselas. Laeken, 15 de noviembre de 1878

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[...] Después que nos despedimos volví a pié, tomando en vez del camino más corto, el de
sirga. Por allí hay algunos depósitos que vale la pena contemplar, sobre todo de noche,
cuando está iluminados. […] Era la hora en que los barrenderos de las calles volvían con
sus carretas uncidas a viejos caballos blancos, y había una larga fila de estos coches cerca
de la llamada Granja del Barro, al comienzo del camino de sirga. Algunas de estas viejas
yeguas blancas me recordaron un viejo grabado en aguatinta que tú probablemente
conoces bien. El grabado en sí no tiene quizá ningún valor artístico, pero me impresionó.
Es el último de la serie de grabados titulada La vida de un caballo. Este viejo grabado
representa a un viejo caballo blanco, enflaquecido y esquelético y totalmente agitado por
una larga vida de trabajo rudo, largo y difícil. El pobre animal se encuentra en un lugar
indescriptiblemente solitario y abandonado, una llanura donde nace una hierba escuálida
y árida; aquí y allá hay un árbol torcido, curvado y roto por la borrasca. Un cráneo yace
en el suelo y a lo lejos, en el último plano, el esqueleto pálido de un caballo al lado de
una choza donde vive un hombre que tiene el oficio de desollador. Un cielo de tempestad
se cierne sobre todo, es un día áspero y rudo, un tiempo sombrío y oscuro.
Es una escena triste y profundamente melancólica y que debe impresionar a todos los que
saben y sienten que un día también nosotros deberemos pasar por lo que se llama la
muerte, y que “el fin de toda vida humana son las lágrimas o los cabellos blancos”. Lo
que hay más allá es un gran misterio que Dios solamente conoce, y que nos ha revelado
de un modo irrefutable en su palabra: el que hay una resurrección de los muertos.
El pobre caballo, el viejo fiel servidor está ahí, paciente y pasivo y no obstante con
coraje, por decirlo así; tan decidido como la vieja gardia que dijo: “La guardia muere
pero no se rinde”, mientras espera su última hora. Involuntariamente este grabado me ha
vuelto a la memoria cuando esta tarde he visto esta fila de caballos de la Granja del
Barro.
Y los mismos carreteros, con sus trajes sucios y grasientos, parecían hundidos y
arraigados todavía más profundamente en la miseria que esa larga fila, o que ese grupo de
pobres que el maestro De Groux ha dibujado sobre su Bancs des pauvres. Lo que me
impresiona y hallo característico, es que la imagen de abandono más completo,
verdaderamente indescriptible, de la soledad y del fin de las cosas, nos haga pensar en
Dios. Cuando menos es mi caso; Pa también dice: “prefiero tomar la palabra en el
cementerio no sólo porque todos hollamos la misma tierra y ella es la misma para todos,
sino poque es algo que sentimos verdaderamente apenas ponemos un pié allí”.
[…] Quisiera empezar a dibujar croquis de muchas cosas que encuentro en el camino,
pero como todo eso me distraería de mi trabajo, es preferible no empezar. Cuando volví a
casa empecé un sermón sobre “la higuera estéril”: Lucas, XIII, 6-9.
Ese pequeño dibujo En la mina de carbón no es verdaderamente extraordinario, pero la
razón por la cual lo he hecho tan maquinalmente es que se ve mucha gente que trabaja en
el carbón y son tipos verdaderamente característicos.
[…]
Oportunamente había solicitado en Inglaterra un empleo de misionero entre los mineros,
en las minas; rechazaron entonces mi solicitud diciéndome que debía tener al menos 25
años. Tú sabes bien que una de las raíces o verdades fundamentales no solamente del
Evangelio sino de toda la Biblia, es: “La luz brilla en las tinieblas”. Por las tinieblas

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hacia la luz. Ahora, ¿quiénes son los que tienen necesidad de ello, quiénes son los que
sabrán escuchar? La experiencia ha mostrado que los que trabajan en las tinieblas, en el
corazón de la tierra, como los mineros en las minas de carbón, quedan fuertemente
impresionados por la palabra del Evangelio y le prestan fe. Ahora bien, existe en el sur de
Bélgica, en la Hainaut, tanto en las proximidades de Mons, como al otro lado, en la
frontera francesa, una región llamada Borinage donde vive una curiosa población de
obreros que trabajan en numerosas minas de carbón. He aquí lo que se lee sobre este
lugar, en un pequeño manual de geografía: “Los borines (habitantes del Borinage, región
del oeste de Mons) sólo se ocupan de la extracción del carbón. Es un espectáculo
imponente el de estas minas de hulla abiertas a trescientos metros bajo tierra, donde baja
diariamente una población obrera digna de nuestra atención y de nuestra simpatía. El
hullero es un tipo particular del Borinage; para él no existe el día, y, salvo el domingo,
no disfruta mucho de los rayos del sol. Trabaja penosamente a la luz de una lámpara cuya
claridad es pálida y descolorida, en una galería estrecha, con el cuerpo doblado en dos, y
a veces obligado a reptar; trabaja para arrancar de las entrañas de la tierra esta sustancia
mineral cuya gran utilida conocemos; trabaja, en fin, en medio de mil peligros que sin
cesar se repiten; pero el minero belga tiene un carácter feliz, está acostumbrado a ese
género de vida, y cuando se dirige al hoyo, con una pequeña lámpara colocada en el
sombrero, destinada a guiarlo en las tinieblas, se confía a su Dios, que ve su labor y lo
protege a él, a su mujer y a sus hijos.”
De modo que el Borinage se encuentrta al sur de Lesines, donde se hallan las canteras de
piedra.
Me agradaría mucho dirigirme allí como misionero; el período de tres meses previsto por
los señores de Jonge y el pastor Pietersen llega a su fin. Antes de ponerse a predicar y
partir para sus grandes viajes de apostolado entre los Gentiles, Pablo pasó tres años en
Arabia. Si yo pudiera durante dos o tres años trabajar en silencio en una región semejante
aprendiendo y observándolo todo, no regresaría de allá sin tener algo que decir, algo que
verdaderamente valiera la pena escucharse, y no obstante, digo esto con toda humildad y
franqueza.

[ T: 127 ] Borinage-Hainaut. Petit-Wasmes, 26 de diciembre de 1878.

[…] Debes saber que no hay cuadros en el Borinage. Aquí, en general, nadie sabe en lo
absoluto qué es un cuadro; y es natural que después de mi partida de Bruselas no haya
visto nada en materia de arte. Pero ello no impide que la región sea muy característica y
muy pintoresca. Todo habla, por decirlo así, y todo está lleno de carácter.
Estos últimos días, los días sombríos que anteceden la Navidad, ha caído nieve. Todo
recordaba los cuadros medievales de Bruegel el Campesino y de tantos otros que han
logrado expresar de una manera tan impresionante el efecto característico del rojo y del
verde, del negro y del blanco. Lo que se ve aquí me hace pensar, por ejemplo, en la obra,
de Thijs Maris o de Albrecht Dürer. Hay aquí caminos profundos, cubiertos de zarzas y
de viejos árboles torcidos con raíces fantásticas que se parecen al camino de un
aguafuerte de Dürer: El caballero y la muerte. Especialmente, en estos últimos días era
curioso ver por la tarde sobre la nieve blanca, a la hora del crepúsculo, a los obreros de

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las minas que volvían a sus casas. Estas gentes cuando salen de las oscuras minas a la luz
del día, están completamente negras, parecen deshollinadores. Sus casas son
generalmente pequeñas, puede decirse más bien que son chozas, a lo largo de los caminos
profundos, y en los bosques y sobre las laderas de las colinas. Aquí y allá se ven aún
techos cubiertos de musgo y por las noches los vidrios de las ventanitas arrojan una
claridad amable.
Alrededor de los jardines, de los campos y de las tierras de labor, se ven hileras de zarzas
negras, como se ven entre nosotros, en el Brabante, los sotos y las breñas de encinas y en
Holanda, los sauces enanos. Con la nieve de estos últimos días, todo parecía una escritura
sobre papel blanco, como en las páginas del Evangelio…

[ T: 129 ] Wasmes, abril de 1879.

[…] No hace mucho he hecho una excursión muy interesante, he pasado seis horas en una
mina.
Y además en una de las minas más viejas y más peligrosas de los contornos, llamada
Marcasse. Esta mina tiene muy mala reputación a causa de los muchos acidentes que en
ella se producen, tanto en el descenso como en el ascenso, tanto a causa del aire
asfixiante o de las explosiones de grisú, como del agua subterránea o del hundimiento de
antiguas galerías. Es un lugar sombrío y a primera vista todo en su proximidad tiene un
aspecto melancólico y fúnebre.
Los obreros de esta mina son generalmente personas demacradas y pálidas de fiebre,
tienen el aspecto fatigado y gastado, prematuramente ajado y viejo; las mujeres en
general están descoloridas y mustias. Alrededor de la mina están las viviendas miserables
de los mineros, con algunos árboles muertos y completamente ahumados, hileras de
arbustos, montones de basura y de cenizas, montañas de carbón inutilizable, etc. Maris
habría hecho un cuadro admirable.
[…]
Las aldeas tienen un aire desolado, desierto, muerto, porque la vida está concentrada bajo
el suelo y no encima. Uno podría vivir aquí muchos años sin darse cueta de este estado de
cosas; hay que verlas dentro la mina para comprenderlas bien y mucho.
Los habitantes son iletrados y muy ignorantes pero inteligentes, hábiles en su oficio, con
coraje y celosos de su libertad; por lo general son bajos, con las espaldas cuadradas y los
ojos profundamente hundidos en sus órbitas. Son muy despiertos y trabajan muy duro.
Muy nerviosos por lo demás, no quiero decirque sean débiles sino sensibles. Están
animados por un odio feroz y profundo y por una desconfianza instintiva hacia quienes
intenten imponerles la ley. Para congeniar con los mineros hay que hacerse minero, no
afectar aires presuntuosos ni maneras orgullosas o pedantes, de lo contrario no hay forma
de entenderse con ellos y uno no podría ganarse su confianza.
[…]
Descender dentro de la mina deja una impresión más bien lúgubre. Uno desciende en una
especie de cesta o de jaula, como el cubo de un pozo, pero es un pozo de 600 a 700
metros de profundidad; al llegar, si levantas os ojos, se vislumbra un resplandor no mayor
al de una estrella en el cielo.

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Es la misma sensación que uno experimenta la primera vez que estamos en un barco en
alta mar; pero siendo más desagradable, afortunadamente no dura mucho tiempo. Los
mineros se acostumbran rápido pero, no obstante, guardan una especie de espanto y de
horror que ya no los abandona, algo muy comprensible por lo demás.
En cuanto uno llega allá abajo, lo peor ha pasado y el trabajo que nos costó queda
compensado ampliamente por todo lo que vemos.

[T: 130 ] Wasmes, junio de 1879

[…] No conozco mejor definición de la palara arte que ésta: “El arte es el hombre
agregado a la naturaleza”; la naturaleza, la realidad, la verdad, cuyo sentido,
interpretación y carácter el artista expresa, despeja, libera, desenreda, aclara.
Un cuadro de Mauve o de Maris o de Israels dice más y habla más claramente que la
misma naturaleza.

[ T: 133 ] Julio de 1880

[Esta larga carta es la primera que escribe en francés (ya Thèo está viviendo en París). Molesto por los
consejos de prudencia que le dió su hermano menor, Vincent “rompe” con él y deja de escribirle durante el
invierno de 1879 (uno de los períodos más duros y desolados de su vida). Esta carta se sitúa en un momento
crítico, cuando siente que ha fracasado en su aspiración de hacerse misionero, ha roto con la familia y aún
no toma la decisión de hacerse pintor. Se nota su rabia hacia las jerarquías de la Iglesia que le revocaron su
nombramiento en Wasmes de misionero voluntario. Llevándole la contraria a su padre, resuelve regresar al
Borinage, ahora a la aldea de Cuesmes, para continuar su misión en condiciones aún más precarias,
viviendo prácticamente de la escasa caridad de los lugareños. ]

Mi querido Théo:
Te escribo un poco a disgusto, no habiéndolo hecho después de tanto tiempo y esto por
muchas razones.
Hasta cierto punto te has convertido para mí en un extranjero, y yo mismo lo soy para ti
tal vez más de lo que piensas; quizá sería mejor para nosotros no continuar así. Es posible
que no te hubiese escrito ahora si no tuviera la obligación o la necesidad de escribirte si,
como te digo, tú mismo no me hubieses puesto en esta necesidad. He sabido en Etten que
tú habías enviado cincuenta francos para mí; y bien, los he aceptado. Ciertamente en
contra de mi voluntad, ciertamente con un sentimiento bastante melancólico, pero estoy
en una especie de callejón sin salida o de lodazal. ¿Qué otra cosa puedo hacer?
Y, por tanto, para darte las gracias te escribo.

Estoy, como tal vez ya sabes, de vuelta al Borinage, mientras que Pa me hablaba de
seguir más bien en las cercanías de Etten; dije no y creo que así obré mejor.
Involuntariamente me he convertido dentro de la familia en una especie de personaje
imposible y sospechoso, sea lo que sea, alguien que no merece confianza. ¿A quién
podría yo ser útil de alguna manera?

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Esto justifica el que, ante todo, esté inclinado a creer que lo más ventajoso y lo más
conveniente y lo más razonable sea que me vaya y viva a distancia, que sea como si no
existiese.
Lo que la muda para los pájaros, el tiempo en que cambian de plumaje, es para nosotros
los humanos la adversidad o la desgracia, los tiempos difíciles. Uno puede estacionarse
en ese tiempo de muda, y uno también podría salir de él como renovado, pero de todos
modos no es algo que se haga en público, no tiene nada de divertido y es por esto que hay
que eclipsarse. Bueno, vale.
Ahora bien, aunque se trate de una dificultad más o menos desesperante, el recuperar la
confianza de toda una familia, no del todo desprovista de prejuicios y de otras cualidades
parejamente honorables y a la moda, no desespero del todo de que poco a poco, de
manera lenta y segura, el entendimiento cordial sea restablecido con uno que otro.
Aunque, en primer lugar, quisiera ver esta entente cordiale, para no decir más,
restablecida entre Pa y yo, luego, me importaría mucho que se restableciera entre
nosotros dos.
Entendimiento cordial vale infinitamente más que malentendido.

Debo ahora fastidiarte con algunas cosas abstractas; sin embargo, quisera que las
escucharas con paciencia. Yo soy un hombre de pasiones, capaz de hacer cosas más o
menos insensatas, de las que más o menos me arrepiento. Suelo hablar o actuar con
demasiada precipitación, cuando mejor me habría valido el haber esperado con paciencia.
Creo que otras personas también pueden cometer a veces imprudencias semejantes.
Ahora, si esto es así ¿qué debo hacer? ¿debo considerarme como un hombre peligroso e
incapaz para cualquier cosa? No lo creo. Se trata de intentar por todos los medios sacarle
algún partido a las pasiones mismas. Por ejemplo, para mencionar una de las tantas
pasiones, tengo una pasión más o menos iresistible por los libros y tengo necesidad de
instruirme continuamente, de estudiar, tanto como tengo necesidad de alimentarme de
pan. Tú, tú sí podrías comprender esto. Cuando me encontraba en otro ambiente, en un
ambiente de cuadros y de cosas de arte, sabes bien que desarrollé por ese ambiente una
violenta pasión, rayana en el entusiasmo. Y no me arrepiento, y aún ahora, lejos del país,
siento a menudo una morriña por el país de los cuadros.

Tal vez recuerdes bien que entonces yo sabía perfectamente (y puede ser que todavía lo
sepa) lo que era Rembrandt, o lo que era Millet, o Jules Dupré, o Delacroix, o Millais, o
M. Maris. Bueno, –ahora ya no tengo ese ambiente, sin embargo está ese algo que se
llama alma, que uno supone que no muere nunca, que vive siempre y siempre busca,
siempre, siempre. En vez de sucumbir a la morriña, me dije: el país o la patria está en
todas partes. Entonces, en vez de dejarme llevar por la desesperación, tomé partido por la
melancolía activa, mientras sintiera necesidad de actuar; o, dicho de otro modo, he
preferido la melancolía que espera y que aspira y que busca, a la que, abatida y estancada,
desespera.

He estudiado más o menos seriamente los libros a mi alcance, como la Biblia y La


Revolución Francesa de Michelet, y el invierno pasado, Shakespeare y un poco Víctor

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Hugo y Dickens y Beecher Stowe, y últimamente Esquilo, y después algunos otros,
menos clásicos, varios grandes y pequeños maestros. Sabes muy bien que en esta
categoría se encuentran Fabritius o Vida.
Así, cuando uno vive absorbido por todo esto, uno resulta a veces chocante -shoking-
para los demás, y sin querer peca más o menos contra ciertas formas, usos y
convenciones sociales.
Sin embargo, es una lástima que sólo tomen el lado malo. Por ejemplo, sabes bien que a
menudo he descuidado mi aspecto, lo admito y admito que esto sea chocante. Pero he
aquí que los apuros y la miseria tienen algo que ver; y además, esto a veces es una forma
de asegurarse la soledad necesaria para profundizar más o menos tal o cual estudio que te
inquieta.

Sabes que un estudio muy necesario es la medicina; no hay hombre que no busque hoy
comprender aunque sea un poco de esto, que no busque saber al menos de qué trata, y
resulta que yo todavía de eso no sé nada. Pero todo esto absorbe, todo eso preocupa, todo
esto te da con qué soñar, meditar, pensar.

Ahora bien, ya llevo cinco años quizá, no sé exactamente cuánto, viviendo más o menos
sin lugar, errante, de aquí para allá. Y ahora ustedes dicen: desde tal o cual época, bajaste,
te apagaste, no has hecho nada. ¿Será esto del todo cierto? Es verdad que a veces me gané
el pan y que otras veces algún amigo me lo ha dado por generosidad; mal o bien, he
vivido como he podido, según las cosas se presentaban. Es verdad que he perdido la
confianza de muchos y es verdad que mis asuntos pecuniarios están un un estado
deplorable; es verdad que el porvenir es bastante sombrío; es verdad que podría haberlo
hecho todo mejor; es verdad que en cuanto a ganarme el pan he perdido tiempo; es
verdad que mis propios estudios siguen en un estado bastante triste y desesperante y que
es más, infinitamente más lo que todavía me falta, que lo que he logrado. Pero ¿a eso
puede llamarse “bajar”, a eso puede llamarse no hacer nada?
Tu dirás tal vez: pero ¿por qué no continuaste como hubiéramos querido por el camino de
la Universidad? A esto no contestaré nada sino esto: cuesta demasiado caro; y además, el
porvenir no era mejor al de hoy, al camino en que estoy.
Pero en el camino en que estoy debo continuar. Si no hago nada, si no estudio, si no
busco, estoy perdido. Entonces, peor para mí.

Así es como encaro la cosa: continuar, continuar, eso es lo necesario.


Pero, ¿cuál es tu propósito definitivo? dirás tú. Este propósito se vuelve más definido, se
dibujará con seguridad y lentamente como el croquis se convierte en esbozo y el esbozo
en cuadro, a medida que se trabaja más seriamente, que se profundiza más la idea, en
principio vaga; ese primer pensamiento fugitivo y pasajero a menos que se fije.
Debes saber que entre los evangelistas ocurre lo que entre los artistas. Hay una vieja
escuela académica a menudo excecrable, tiránica, la abominación de la desolación, en fin,
hombres que tienen como una coraza, una armadura de acero de prejuicios y de
convencionalismos; éstos, cuando se hallan a la cabeza de los asuntos, disponen de los

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cargos y por medios indirectos tratan de mantener a sus protegidos y excluir a los
hombres comunes.
Su Dios es como el Dios del borracho Falstaff de Shakespeare: “el interior de una
iglesia”, the inside of a church; en verdad, algunos señores misioneros ¿?? por un extraño
azar se encuentran (y si fueran capaces de emociones humanas, se sentirían un tanto
sorprendidos de encontrarse así) compartiendo el mismo punto de vista de un borracho en
cuanto a cosas espirituales. Pero parece poco probable que su ceguera al respecto se
trueque en clarividencia.
Este estado de cosas tiene su lado malo para alguien que no está de acuerdo con todo eso
y que con toda su alma y todo su corazón y con toda la indignación de la que es capaz,
protesta en contra.

Por mi parte, respeto a los académicos que no se parecen a estos otros académicos; pero
los respetables son más escasos de lo que se piensa a primera vista. Ahora, una de las
causas por las cuales estoy fuera de lugar -porque durante años he estado fuera de lugar-
es simplemente porque tengo otras ideas que las de esos señores que otorgan los cargos a
los sujetos que piensan como ellos. No es una sencilla cuestión de toilette, como me lo
han reprochado hipócritamente, es una cuestión más seria, te lo aseguro.
¿Por qué te digo todo esto? No es para quejarme, no es para disculparme por aquello en
que pueda estar más o menos equivocado, sino simplemente para decirte esto: cuando me
visitaste por última vez, el verano pasado, cuando nos paseamos los dos cerca de la zanja
abandonada que llaman La Bruja, tú me recordaste que hubo un tiempo en que también
paseábamos cerca del viejo canal y del molino de Rijswijk, “y entonces –decías-
estábamos de acuerdo sobre muchas cosas, pero –agregaste-, desde entonces tú has
cambiado mucho, ya no eres el mismo”. Pues bien, esto no es del todo así; lo que ha
cambiado es que entonces mi vida era menos difícil y mi porvenir menos sombrío
aparentemente; pero en cuanto a lo interior, en cuanto a mi manera de ver y de pensar,
eso no ha cambiado; y si en efecto hubiera un cambio, sería solo porque ahora pienso y
creo y amo más seriamente lo que también entonces pensaba, creía y amaba. Sería
entonces un malentendido si tú persistieras en creer que, por ejemplo, ahora sentiría
menos entusiasmo por Rembrandt o Millet o Delacroix o quienquiera que sea, porque es
lo contrario; sólo que, mira, hay muchas cosas que uno tiene que creer y amar; hay algo
de Rembrandt en Shakespeare y de Correggio en Michelet y de Delacroix en Victor Hugo
y aun hay algo de Rembrandt en el Evangelio y algo del Evangelio en Rembrandt, como
quieras, da igual, con tal de que se entiendan estas cosas como buen entendedor, sin
tergiversarlas en mal sentido, y si se toma en cuenta que las equivalencias en estas
comparaciones no tienen la intención de disminuir los méritos de las personalidades
originales. Y en Bunyan hay algo de Maris o de Millet y en Beecher Stowe hay algo de
Ary Scheffer.
Si puedes perdonar a un hombre que ahonda en los cuadros, admite también que el amor
por los libros es tan sagrado como el de Rembrandt, y hasta pienso que ambos se
complementan.

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Me gusta mucho el retrato de un hombre de Fabritius que un día, paseándonos también
los dos juntos, contemplamos largamente en el museo de Haarlem. Bien, pero igual me
gusta el Richard Carton de Dickens, en su París y Londres de 1873, y aun te podría
mostrar otras figuras extrañamente impresionantes de otros libros, con un parecido más o
menos notable. Y pienso que Kent, un hombre del King Lear de Shakespeare, es un
personaje tan noble y distinguido como aquella figura de Thomas de Keyser, aunque
Kent y el Rey Lear vivieron supuestamente mucho antes. Para no decir más, ¡Dios mío,
qué hermoso es Shakespeare! ¿Quién tan misterioso como él? Su palabra y su manera
equivalen a un pincel temblando de fiebre y emoción. Pero hay que aprender a leer, como
hay que aprender a ver y aprender a vivir.
Por lo tanto, tú no debes pensar que reniego de esto o aquello; soy fiel en mi infidelidad y
aunque cambiado, soy el mismo y mi tormento no es otro que éste: ¿Para qué sirvo? ¿No
podría servir para algo y ser útil de alguna manera? ¿Cómo podría saber más y
profundizar en tal o cual tema? ¿Ves? esto me atormenta continuamente y además, uno se
siente prisionero dentro de su propio tormento, excluido de participar en tal o cual obra, y
tantas de esas cosas quedan fuera de alcance. A causa de esto la vida no carece de
melancolía y encima uno siente un vacío allí donde podría haber amistad y altos y serios
afectos; y uno siente cómo un terrible desaliento roe hasta la misma energía moral, y la
fatalidad parece poner una barrera a los instintos afectivos, y una marea de asco te sube a
la garganta. Y entonces uno dice: “¡Hasta cuándo Dios mío!

Bien, ¿qué quieres? ¿Acaso lo que pasa dentro se nota por fuera? Fulano tiene un gran
hogar en su alma y nadie viene nunca a calentarse allí; los pasantes apenas advierten un
humito en lo alto de la chimenea y siguen de largo por su camino. Entonces ¿qué hacer?
¿alimentar ese fuego desde dentro, tener la sal en uno mismo y esperar pacientemente no
obstante toda la impaciencia, esperar la hora –digo- en que alguien quiera y venga a
sentarse –a quedarse allí, qué sé yo? El que crea en Dios, que espere la hora, que ésta
llegará tarde o temprano. Ahora, por el momento, todos mis asuntos van mal por lo que
parece, y esto ha sido así desde hace un tiempo considerable, y todavía podría seguir así
por un período más o menos largo. Pero podría ser que después que todo parecía andar
de cabeza, todo mejore. No cuento con eso, quizá no pasará nunca, pero en caso de que
ocurra algún cambio para mejor, lo tomaría como una ganancia, estaría contento y diría:
¡al fin! entonces, había, pues, alguna cosa.

Pero dirás, con todo eres un ser excecrable, porque tienes unas ideas religiosas imposibles
y escrúpulos de conciencia pueriles. Si tengo ideas imposibles o pueriles, ojalá pueda
librarme de ellas; nada desearía más. Pero he aquí, más o menos, por donde ando en este
tema. En Le Philosophe sous les toits de Suvestre verás como un hombre del pueblo, un
simple obrero muy miserable, si se quiere, se imaginaba la patria: “Quizá tú nunca has
pensado en qué es la patria -replicó, colocándome una mano sobre el hombro- patria es
todo lo que te rodea, lo que te ha criado y alimentado, es todo lo que has amado, estos
campos que ves ahora, estas casas, estos árboles, estas muchachas que ríen y pasan por
aquí, todo esto es la patria”. “Las leyes que te protegen, el pan que paga tu trabajo, las
palabras que intercambias, la alegría y la tristeza que te llegan de los hombres y de las

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cosas entre las que vives, todo esto es la patria. La pequeña habitación en que otras veces
viste a tu madre, los recuerdos que ella te ha dejado, la tierra donde ella reposa, todo es la
patria. La ves, la respiras en todas partes. Imagínate los derechos y los deberes, los
afectos y las necesidades, los recuerdos y la gratitud, reúne todo esto con un solo nombre
y este nombre será la patria.”
Igual se puede decir de todo lo que es verdaderamente bello y bueno, de belleza interior
moral, espiritual y sublime en los hombres y en sus obras, creo que todo viene de Dios y
que todo lo que hay de malo y de feo en las obras de los hombres no es de Dios, y Dios
tampoco encuentra que eso esté bien.
Pero involuntariamente siempre estoy inclinado a creer que el mejor medio de conocer a
Dios es amarlo mucho. Ama a tal amigo, a tal persona, tal cosa, lo que tú quieras, que
estarás en el buen camino para enterarte mejor luego, esto es lo que me digo. Pero hay
que amar desde una alta y seria simpatía íntima, con voluntad, con inteligencia, y siempre
hay que tratar de saber más y mejor. Esto conduce a Dios. Esto lleva a una fe
inquebrantable.
Alguien amará a Rembrandt, para citar un ejemplo, pero seriamente, y ése sabrá bien que
hay un Dios y creerá.
Alguien profundizará en la historia de la Revolución Francesa -éste no será un incrédulo,
verá que en las grandes cosas también hay una potencia soberana que se manifiesta.
Alguien habrá asistido durante corto tiempo solamente al curso gratuito de la gran
universidad de la miseria y habrá puesto atención a lo que habrá pasado bajo sus ojos y a
lo que habrán escuchado sus oídos y habrá reflexionado sobre ello, y terminará también
por creer y quizá aprenderá más de lo que nunca podrá llegar a decir. Intenta comprender
la última palabra de lo que dicen en sus obras maestras los grandes artistas, los maestros
serios, y habrá algo de Dios allí dentro. Tal lo ha escrito o lo ha dicho en un libro, y tal
otro en un cuadro.
Luego, sencillamente lee la Biblia, el Evangelio, y es que eso nos da que pensar y mucho,
mucho, a pensar, a pensar en todo. Pues bien, piensa en ese mucho, piensa ese todo, esto
te eleva el pensamiento por encima del nivel ordinario a pesar tuyo. Ya que sabemos leer
¡leamos pues!
Ahora, por momentos, uno puede quedarse abstraído, un tanto soñador, y algunos se
vuelven demasiado abstraídos, un poco demasiado soñadores, esto quizá me sucede a mí,
pero yo tengo la culpa. Y, después de todo ¿quién sabe si no había un por qué? Si no era
por tal o cual razón que estaba absorto, preocupado, inquieto, pero uno se repone de esto.
El soñador cae a veces en un pozo pero dicen que después emerge.
Y el hombre abstraído, en compensación, también tiene por momentos una presencia de
espíritu. A veces es un personaje que tiene su razón de ser así por tal o cual motivo que
no se nota de buenas a primeras, o que por ser abstraído se le olvida a menudo
involuntariamente. Ese que ha rodado por mucho tiempo, como bamboleado sobre un
mar tempestuoso, llega al fin a su destino, ése que parecía un bueno para nada, incapaz de
ocupar un cargo, de desempeñar función alguna, termina por hallar una y, activo y capaz
de actuar se muestra muy distinto de lo que había parecido al principio. Te escribo un
poco al azar lo que me viene a la pluma, me sentiría muy contento si de algún modo
pudieras ver en mí algo más que un haragán.

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Puesto que hay haraganes y haraganes que contrastan. Está el que es haragán por pereza y
falta de carácter, por la bajeza de su naturaleza: tú puedes, si así lo crees, tomarme por
uno de éstos.
Y está ese otro haragán, el haragán a pesar suyo, que está roído interiormente por un gran
deseo de acción, que no hace nada porque vive en la imposibilidad de hacerlo, puesto que
está como preso dentro de alguna cosa, porque no tiene lo que necesitaría para ser
productivo, porque la fatalidad de las circunstancias lo reduce a ese punto; ése no siempre
sabe por sí mismo lo que podría hacer, pero lo siente por instinto; sin embargo: ¡sirvo
para algo! ¡siento en mí una razón de ser! ¡sé que podría ser un hombre completamente
distinto! ¡En qué podría, pues, ser útil, para qué podría yo servir! hay algo dentro de mí,
pero entonces ¿qué es?
Este es un haragán muy distinto, ¡tú puedes, si así lo crees, tomarme por uno de éstos!
Un pájaro enjaulado en primavera sabe muy bien que hay algo para lo cual serviría, siente
vigorosamente que tiene algo que hacer pero no puede hacerlo ¿qué es? no lo recuerda
bien, sus ideas son vagas, se dice: “los otros hacen sus nidos y tienen sus hijos y crian la
nidada”, y se rompe la cabeza contra los barrotes de la jaula. Pero la jaula sigue allí y el
pájaro vive loco de dolor.
“Mira que haragán”, dice un pájaro que pasa, “ése es una especie de rentista”. Con todo,
el prisionero vive y no muere, por fuera nada se nota de lo que le está ocurriendo dentro,
porque está sano y vive más o menos alegre bajo el sol. Pero llega la estación de las
migraciones. Acceso de melancolía ¡pero si tiene todo lo que le hace falta! dicen los
niños que lo cuidan dentro de su jaula. Pero él mira afuera el cielo henchido, cargado de
tempestad, y siente rebelarse contra la fatalidad dentro de sí: “¡estoy enjaulado, estoy
enjaulado y no me falta nada, imbéciles! ¡Tengo todo lo me hace falta! ¿yo? ¡Ah, por
piedad, la libertad! ¡ser un pájaro como los demás pájaros!”
Aquel hombre haragán se parece a este pájaro haragán.
Y los hombres se hallan a menudo en la imposibilidad de hacer nada, prisioneros en no sé
qué jaula horrible, muy horrible,
También existe, lo sé, la liberación, la liberación tardía. Una reputación dañada con razón
o sin ella, el malestar, la fatalidad de las circunstancias, la desgracia, esto aprisiona.
Uno no sabría decir qué es lo que encierra, lo que empareda, lo que parece enterrarnos,
pero sentimos sin embargo no sé qué barrotes, no sé que rejas, qué muros.
¿Todo esto es imaginario, fantasía? No lo creo. Y uno se pregunta: ¿Dios mío, será por
mucho tiempo, será para siempre, será por toda la eternidad?
¿Sabes lo que hace desaparecer la prisión? todo afecto profundo, serio. Ser amigos, ser
hermanos, amar, eso abre la prisión mediante una fuerza soberana, por un encanto muy
poderoso. Pero quien carece de esto permanece en la muerte.
Pero allí donde la simpatía renace, renace la vida.
Además, la prisión a veces se llama: prejuicio, malentendido, ignorancia fatal de esto o de
aquello, desconfianza, falsa vergüenza.

Ahora, para hablar de otra cosa, si yo he bajado, tú has subido y si yo he perdido


simpatías, tú las has ganado. Eso explica que esté contento, lo digo de verdad y me
alegrará siempre. Si tú fueras poco serio, poco profundo, podría temer que esto no durara,

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pero como creo que tú eres muy serio y muy profundo, me inclino a pensar que esto
durará. Sólo que si te fuera posible ver en mí algo más que un haragán de la peor especie,
me sentiría más a gusto.
Y si alguna vez pudiera hacer algo por ti, serte útil en alguna cosa, no olvides que estoy a
tu disposición.
Si he aceptado lo que me has dado, tú podrías igualmente, en caso de que de alguna
manera pudiera hacerte el favor, pedírmelo: me sentiría contento y lo consideraría como
una muestra de confianza. Estamos bastante alejados uno del otro y podemos tener
algunos puntos de vista diferentes, sin embargo, alguna vez, algún día uno le podría hacer
al otro un favor.
Por hoy te estrecho la mano, agradeciéndote aún la bondad que has tenido conmigo.
Si ahora, más temprano o más tarde, quisieras escribirme, mi dirección es en casa de Ch.
Decrucq, calle Pavillon 8, en Cuesmes, cerca de Mons.
Y no olvides que escribiéndome me harás mucho bien.
Muy tuyo,
Vincent.

[ 134 ] Cuesmes, 20 de agosto de 1880

[En estas cartas desde Cuesmes, relata sus “errancias” por el Borinage, cuando recorre los campos y las
aldeas a pie y con los escasos centavos que conseguía ganar ocasionalmente. En esos días de desaliento
profundo siente que dibujar lo libera y está decidido a desplazar su vocación evangelizadora hacia el
dibujo.]

Querido Thèo:
Si no me equivoco, tú aún tienes Los trabajos de los campos de Millet.
¿Quieres tener la bondad de prestármelos por cierto tiempo y de enviármelos por coreo?
Debes saber que estoy esbozando grandes dibujos según Millet y que dibujo Las horas de
la jornada, y también El Sembrador. […]

[136] Cuesmes, 24 septiembre 1880

[…]Estudié un poco algunas obras de Hugo en este último invierno, es decir: Los últimos
días de un condenado a muerte y un hermoso libro sobre Shakespeare. Emprendí el
estudio de este escritor hace ya bastante tiempo. Es tan hermoso como Rembrandt.
Shakespeare es a Charles Dickens o a Victor Hugo lo que Ruysdael es a Daubigny y
Rembrandt a Millet.
[…]

Aunque esta etapa me resultó pesada y volví de ella agotado de fatiga, con los pies
doloridos y en un estado más o menos melancólico, no me quejo, puesto que he visto
cosas interesantes y se aprende a ver con otra mirada la justicia que hay en las rudas
pruebas de la vida. Gané unos pedazos de pan en el camino, aquí y allá, cambiando
algunos dibujos que tenía en mi valija. Pero al final de mis diez francos, las últimas
noches tuve que pernoctar en pleno campo, una vez en un coche abandonado, todo blanco

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de escarcha por la mañana, posada ésta bastante mala; una vez en un montón de leña, y
una vez –y esto era un poco mejor –en una piedra de molino deteriorada, donde logré
hacer un refugio algo más confortable; sólo que una lluvia fina no aumentaba
precisamente el bienestar.
Pues bien, ha sido sin embargo dentro de esta miseria cuando he sentido renacer mis
energías y me he dicho: de cualquier modo, yo todavía resurgiré, volveré a coger el lápiz
que abandoné en mi decaimiento y volveré nuevamente al dibujo; por lo que me parece,
todo ha cambiado para mí y mientras tanto, estoy en camino y mi lápiz se ha vuelto más
dócil y parece obedecerme más y más cada día. Era la prolongada miseria lo que me
había descorazonado hasta ese punto y yo no podía hacer nada más.
Otra cosa que he visto con ocasión de este viaje, son los pueblos de los tejedores.
Los carboneros y los tejedores siguen constituyendo una raza aparte de los demás
trabajadores y artesanos y siento por ellos una gran simpatía y me sentiría feliz si un día
pudiera dibujarlos, de modo que estos tipos todavía inéditos o casi inéditos fuesen
sacados a la luz.
El hombre de las profundidades del abismo, de profundis, es el carbonero, el otro, de aire
soñador, casi pensativo, casi sonámbulo, es el tejedor. Resulta que ya llevo casi dos años
viviendo entre ellos y he aprendido a conocer algo de su carácter original, principalmente
entre los carboneros. Y encuentro cada vez más algo de emocionante, hasta afectivo, en
esos pobres y oscuros obreros, los últimos de todos y, por así decirlo, los más
despreciados, que ordinariamente nos representamos por el efecto de una imaginación tal
vez muy viva, pero muy falsa e injusta, como una raza de malhechores y de bandidos.
Malhechores, borrachos, bandidos, los hay aquí como en todas partes, pero no se
corresponden para nada con el tipo verdadero.

En tu carta me has hablado vagamente de ir a París o a sus alrededores, cuando yo


quisiese. La verdad es que tengo unas ganas tan ardientes de ir a París como a Barbizon o
a otras partes. ¿Pero cómo hacerlo si no gano un centavo? y aunque trabaje duramente,
aún necesitaría tiempo para estar al nivel de poder ir a París. Porque en verdad, para
poder trabajar como te digo, se necesitarían a lo menos cien francos al mes. Se puede
vivir con menos, pero entonces se siente la estrechez, tal vez demasiado.
La pobreza impide que surjan buenos espíritus, es el viejo proverbio de Palissy; encierra
mucha verdad y resulta completamente cierto si se comprenden su verdadera intención y
alcance.

[ T: 153] Etten, noviembre 3 de 1881

[En estas cartas Van Gogh se refiere a su prima Kee Vos (K.), viuda joven, con un hijo pequeño, de quien
se enamora mientras pasaba una temporada en la casa de sus padres. Tanto su familia como la de Kee se
oponen al cortejo. Se le echó en cara su falta de posición pero también es cierto que ella nunca le
correspondió.]

Mi querido Thèo:
Una cosa me pesa que quiero contarte, aunque quizá ya estás enterado y no te cuento
nada nuevo. Quisiera decirte que este verano me he enamorado de K. Pero cuando se lo

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he dicho me ha respondido que su pasado y su porvenir permanecían inseparables para
ella, y que jamás podría corresponder a mis sentimientos. Entonces he tenido que resolver
un dilema terrible: resignarme a esto: ¿”jamás, no, jamás en la vida”, o considerar la cosa
como no terminada, guardar mi esperanza y no reisgnarme?
Me aferré a la segunda solución. Hasta el presente, no lamento mi decisión, aunque me
doy de bruces siempre con ese “jamás, no, jamás en la vida”.
Evidentemente he tenido que soportar desde entonces algunas de las “pequeñas miserias
de la vida humana”. Consignadas en un libro quizá tendrían la virtud de divertir a los
lectores, pero cuando uno las experimenta en carne propia, no tienen nada de agradables.
[…]

Estoy decidido a no descuidar nada que pudiera acercarme a ella Estoy decidido a:
Amarla hasta que ella
acabe amándome

Dime Thèo, ¿ya te has enamorado? Te lo deseo, pues, créeme, las pequeñas miserias
inherentes al amor tienen su valor. Uno se encuentra a veces sumido en la desolación; por
poco uno se creería en el infierno, pero por encima de eso hay algo mucho mejor. Uno
puede diferenciar tres grados:
1. No amar y no ser amado.
2. Amar y no ser amado (éste es mi caso)
3. Amar y ser amado.

En cuanto a mí, creo que el segundo grado vale más que el primero; pero el tercero… ¡es
el summum!

[…] Si alguna vez te enamoras y tienes que oír un “jamás, no, jamás en la vida” ¡ sobre
todo, no te resignes! Pero tu eres tan afortunado que esto, espero, no te sucederá nunca.

[T: 154] Etten, 7 de noviembre de 1881

Old boy, esta carta es para ti solo; cuidarás bien de guardarla para ti ¿no es cierto?
Debo pregntarte entonces si te asombra lo más mínimo que pueda existir un amor, lo
suficientemente serio y ardiente para no dejarse enfriar ni aun por muchos “jamás, no
jamás en la vida”. Estoy seguro de que, lejos de asombrarte, esto debe parecerte natural
y “razonable”
El amor, en efecto, es algo positivo, algo fuerte, algo a tal punto real, que es tan
imposible para el que ama arrancar este sentimiento como atentar contra su propia vida.
Si tú me replicas: “Pero hay sin embargo hombres que atentan contra su vida”, yo te
respondo simplemente: “Yo no creo ser hombre con semejantes inclinaciones”
Le he tomado verdaderamente gusto a la vida, y me siento muy feliz de amar. Mi vida y
mi amor son una misma cosa. “Pero, me objetarás, tú te encuentras delante de un jamás,
no jamás en la vida” A lo que yo respondo: old boy, provisionalmente, yo considero ese

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jamás, no jamás en la vida como un trozo de hielo que estrecho contra mi corazón para
derretirlo.
[…]
Aquel que no ha aprendido a decir: “ella y ninguna otra”, ¿sabe acaso lo que es el amor?
Cuando se me han dicho todas estas cosas, yo he sentido con todo mi corazón, con toda
mi alma, con toda mi inteligencia: ella y ninguna otra. Dirán, eso es “debilidad, pasión,
sinrazón, falta de conocimiento del mundo, eso es lo que demuestras, manténte en tu
sitio, trata de arreglar las cosas”. ¡Lejos de mí estas ideas!
Que mi debilidad sea mi fuerza, yo quiero depender de ella y de ninguna otra, y si pudiera
incluso no querría ser independiente de ella.
Sé que ella ha amado a otro y sus pensamientos están siempre en ese pasado, y parece
tener escrúpulos de conciencia a la sola idea de un nuevo y posible amor. Hay una frase,
sin embargo, y tú la conoces: “¡Es necesario haber amado, después perder el amor, y
luego voler a amar todavía!”
“Amad aún : mi querida, mis tres veces querida, mi bienamada.”
Yo he visto que ella pensaba siempre en el pasado y se sumergía en él con devoción. Y
entonces me ha venido este pensamiento: aunque yo respete este sentimiento y aunque su
duelo me emocione y me duela, le encuentro siempre algo de fatal.
No puedo entonces enternecer mi corazón, es necesario ser firme y decidido como un
estilete de acero. Quiero esforzarme en hacer brotar un sentimiento nuevo, que no haga
desaparecer el antiguo pero que tenga tanto derecho como él a la existencia.
Y fue entoncescuando comencé –con pesadez y torpeza al principio, pero con la
suficiente decisión para llegar a decir las palabras: K. yo te amo como a mi mismo – y fue
entonces cuando ella me dijo: jamás, no, jamás en la vida.
Jamás, no jamás… ¿Qué se le puede oponer a eso? Amar más aún. Todavía no puedo
decir quién triunfará. Dios sabrá. Yo sé solamente esta única cosa: “that I had better stick
to my faith”.

Cuando este verano escuché el “jamás, no. jamás en la vida” qué terrible fue Dios mío; y
aun cuando no era inesperado sentí al principio algo tan aplastante como la condenación
eterna –y verdaderamente- en aquel momento quedé un instante, por así decir, como
derribado en tierra.
Pero entonces, en aquella indecible angustia de mi alma, resplandeció una idea como una
claridad en la noche; precisamente ésta: se resigna aquél que puede resignarse; pero si
podéis creer ¡entonces creed! Y al punto me levanté, pero no como un resignado sino
como un creyente y no tuve más pensamiento que éste: ¡ella y ninguna otra!
Tú me dirás: ¿de qué has de vivir si consigues que te escuche? O quizás: no la
conseguirás. Pero no, tú no dirás eso. El que ama vive, el que vive trabaja, el que trabaja
tiene pan.
Además me siento tranquilo y confiado en este asunto, y esto precisamente ejerce su
influencia sobre mi trabajo que me atrae cada vez más, justamente porque me doy cuenta
de que lograré triunfar. No porque yo crea que llegaré a ser algo extraordinario, sino algo
bien común, y por aquí deduzco que mi obra será sana y “razonable” y que tendrá una
razón de ser y podrá servir de algo. Creo que en la realidad, nada nos agrada con tal

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intensidad sino un verdadero amor. Y aquél que vive en la realidad ¿está en el mal
camino? Pienso que no ¿Pero a qué puedo comparar este sentimiento característico, esta
comprobación característica del estado amoroso? Porque en realidad para un hombre, el
enamorarse de pronto y seriamente en su vida, es el descubrimiento de un nuevo
hemisferio.
Es por esto que quisiera que a tu vez te enamoraras; pero para eso es necesario una ella;
sin embargo, es como en otras cosas: el que busca encuentra, aun cuando el hecho de
encontrar sea una felicidad y no un mérito para nosotros.

[ T: 159 ] viernes por la noche[noviembre 1881]

[…] Pa y Moe se están poniendo viejos, viven de prejuicios y concepciones anticuadas


que ni tú ni yo podríamos compartir. Si Pa me ve con un libro en francés en la mano, por
ejemplo una obra de Michelet o de V. Hugo, enseguida piensa en incendiarios, en
asesinos, en “la inmoralidad”. Es verdaderamente ridículo ¿verdad? Por supuesto que no
puedo dejarme vencer por tonterías de ese estilo.Ya le repetí varias veces a Pa: Lee,
aunque sean dos o tres páginas de uno de esos libros y te sentirás impresionado. Pero se
niega obstinadamente. Cuando este amor arraigaba en mi corazón, yo estaba leyendo El
amor y la mujer de Michelet y comprendí muchas cosas que de lo contrario habrían
seguido siendo enigmas para mí. Entonces le dije abiertamente a Pa que, en ese caso
preciso, le daba más importancia a los consejos de Michelet que a los suyos y que era yo
quien decidía cuáles iba a seguir. […]
Pa y Moe son muy buenos conmigo y hacen todo lo que está a su alcance para
alimentarme convenientemente, etc. Les estoy agradecido, pero eso no impide que el
hombre no pueda contentarse con comer, beber y dormir; que aspire a algo más noble,
más bello, a lo que no puede renunciar.
Esto, para mí, es el amor de K. […]

[T: 160] 19 de noviembre de 1881

[…] En cuanto a mí, el viejo Michelet me ha enseñado tantas cosas. Lee, en todo caso, El
amor y la mujer, si llegas a conseguir esa obra, y también Mi mujer y yo, y aun Nuestros
vecinos de Beecher-Stowe, o Jane Eyre, y Shirley de Currer Bell. Esos escritores te dirán
cosas más interesantes que yo, y te lo dirán más claramente.
Los hombres y mujeres que podemos considerar como los maestros de la civilización
moderna, por ejemplo Michelet y Beecher-Stowe, Carlyle y George Eliot, y tantos otros
igualmente, nos gritan: Hombre, quien quiera que seas, si tienes un corazón en las
entrañas, ayúdanos a construir algo real, duradero y verdadero. Atente a un oficio y no
ames sino a una sola mujer.
Que tu oficio sea un oficio moderno: dale a tu mujer un alma moderna, libérala de los
prejuicios espantosos que la encadenan. No dudes de la ayuda de Dios si haces lo que
Dios exige de ti. Y Dios quiere hoy que el mundo sea transformado por una reforma

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general de las costumbres, por una renovación de la luz y del fuego del amor eterno.
Estas son, a mi entender, las palabras que Michelet dirige a quienes saben oírlo.
En tanto adultos, somos soldados en las filas de nuestra generación.
Nosotros no pertenecemos a la de Pa, de Moe y del tío S. Debemos por lo tanto
mostrarnos más fieles a las cosas modernas que a las cosas antiguas. Mirar hacia atrás
puede resultarnos fatal. [..]

[T: 161] Etten, 23 de noviembre de 1881

[…] No hay incrédulos más endurecidos, más prosaicos que los pastores, a no ser las
mujeres de los pastores (aunque hay excepciones a esta regla), pero sucede que los
pastores poseen un corazón humano por debajo de una coraza de acero triple.

[T: 164 ] Etten, diciembre de 1881

[El “muro” del que habla es el que han levantado Kee Vos y las familias para alejarlo y hacerle entender
que ella no cedería ante su absurdo y terco cortejo]

[…] Ese muro de iglesia imaginaria o real me costó un enfriamiento persistente en los
huesos y en el tuétano; sobre todo en los huesos y el tuétano de mi alma. Me dije que no
debía dejarme desconcertar por este sentimiento fatal. Pensé: quisiera tener a mi lado una
mujer, no puedo vivir sin amor, sin mujer. No daría ni dos centavos por una vida que no
tuviera algo de infinito, de profundo, de real. Pero me repliqué: dijiste “ella y ninguna
otra” y ahora ¿buscarías a otra? eso no sería razonable, pecarías contra la lógica. Esta es
mi respuesta para esa objeción: ¿quién manda? ¿la lógica o yo? ¿la lógica está allí para
mí, o acaso yo existo para la lógica? ¿acaso no hay razón e inteligencia en mi sinrazón y
mi necedad? Ya sea que esté bien o mal, no puedo hacer otra cosa. Ese bendito muro es
demasiado frío, necesito una mujer, si no me helaré, me petrificaría y me desmembraría.
He tenido que sostener una lucha interior encarnizada, en el curso de la cual tomaron el
mando algunas consideraciones relativas a lo físico, a nuestro higiene, que una amarga
experiencia me ha enseñado. Uno no podría impunemente prescindir mucho tiempo de
mujer. Yo no creo que eso que algunos llaman Dios, otros Ser Supremo, otros la
Naturaleza, sea tan insensato y despiadado. Total, llegué a la siguiente conclusión: voy a
ver si encuentro la forma de conseguir una mujer.
Dios mío, no tuve que ir muy lejos. Encontré una que estaba lejos de ser joven, lejos de
ser bonita, sin ningún encanto en particular. Quizá quieras saber algo más. Era bastante
alta, fuerte y huesuda; no tenía las manos de una dama como K., sino las de una mujer
que trabaja mucho. No era ni grosera ni vulgar; había en ella algo muy femenino. Parecía
un poco una figura de Chardin o de Frère, aun de Jan Steen. Total, eso que los franceses
llaman una obrera. Era obvio que tenía muchos problemas, que la vida la había
maltratado; ¡oh! no tenía distinción alguna, nada extraordinario, nada que no fuera banal.
[Pero] toda mujer, a cualquier edad, si ama y es buena, puede darle al hombre no lo
infinito del momento sino un momento de infinito. Thèo, le encuentro un no sé qué de
marchito que le da tanto charme al rostro de aquellas que han sido maltratadas por la

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vida. ¡Ah! para mí tenía charme, incluso le encontraba algo de Feyen-Petit, de Perugino.
Sabes que no soy tan inocente como un blanc-bec y bastante menos que un niño de
pecho. No era la primera vez que me dejaba ir por esas veleidades del afecto; sí, de afecto
y de amor por ese tipo de mujeres que los pastores maldicen, condenan y cubren de
oprobio desde lo alto de sus púlpitos. Yo no las maldigo, yo no las condeno, yo no las
desprecio. Como sabes tengo casi treinta años ¿Crees verdaderaente que nunca haya
tenido necesidad de amor?
K. es mayor que yo; ella también ha conocido el amor, por eso me es aún más querida.
Ya no es inocente. Ella tampoco. Si ella prefiere languidecer a causa de su antiguo amor,
y si no quiere saber de otro nuevo, es asunto suyo; pero si insiste en evitarme, yo no
puedo, vamos, enterrar mi energía y mi vigor por su causa. No. Yo la quiero, pero no
quiero congelar o paralizar mi inteligencia por su causa. El estimulante, la chispa que
necesitamos es el amor, y no precisamente el amor místico.
Esta mujer no me ha desflorado. ¡Ah! todos los que consideran que estas muchachas son
unas ladronas, se equivocan enormemente y no comprenden nada.
Esta mujer ha sido buena conmigo, muy, muy buena, sí, muy gentil; prefiero no
explicarle a mi hermano Thèo cómo lo fue, porque sospecho que por experiencia propia
él ya lo sabe. Bien por él. ¿Gastamos mucho dinero juntos? No, puesto que yo no tenía
nada. Le dije: “escucha, no tenemos necesidad de emborracharnos juntos, mete más bien
en tu bolsillo lo que me sobra”. Me habría gustado haberle entregado algo más, porque lo
merecía.
Hablamos un poco de todo, de su vida, de sus preocupaciones, de su miseria, de su salud.
La convrsación que tuve con ella me fue más agradable que la que tuve con mi muy sabio
y muy profesoral tío, por ejemlo.
Te cuento todo esto con la esperanza de que me comprenderás, que no quise
absurdamente hacer el papel del sentimental, aunque yo sea un poco sentimental. Porque
quiero, al menos, conservar un poco de calor vital, un espíritu lúcido y un cuerpo sano,
para poder trabajar. Y porque considero mi amor por K. de la forma siguiente: no quiero,
por su causa, aplicarme al trabajo con melancolía ni dejarme apesadumbrar.
Los pastores nos califican de pecadores, concebidos y nacidos en el pecado, ¡Bah!
tremendo absurdo. ¿Es pecado amar, tener necesidad de amor, no poder vivir sin amor?
Mi opinión es que vivir sin amor es lo que constituye un pecado y una inmoralidad. Si
lamento amargamente algo es el haberme dejado seducir un tiempo por abstracciones
místicas y teológicas, que me llevaron a encerrarme exageradamente dentro de mí mismo.
Poco a poco volvíen mí. Uno encuentra el mundo más alegre cuando, por la mañana, al
despertar, no estamos solos y descubrimos al lado, en la penumbra, a otro ser humano.
Eso es más alegre que los libros piadosos y los muros blanqueados de las iglesias que
tanto aman los pastores. Ella vivía en un cuartico modesto, amoblado con simplicidad,
que daba una sensación de serenidad y de calma a causa de un papel tapiz uniforme,
cálido como una tela de Chardin, un piso de madera cubierto de una estera y una vieja
alfombra rojo oscuro, una estufa ordinaria, una cómoda, una cama grande muy simple,
total, la habitación de una verdadera obrera. Tenía ropa que lavar al día siguiente. Bien,
muy bien. La habría encontrado igualmente encantadora si hubiera estado vestida con
una camisa violeta o un vestido negro en vez de su falda parda, gris-rojiza. Ya no era

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joven, tenía quizá la misma edad de K. y tenía un niño. ¡Sí, la vida la había maltratado y
su juventud estaba lejos, lejos! –pero no hay mujer vieja. ¡Ah! era fuerte y saludable –ni
grosera ni vulgar. Los que prestan tanta importancia a la distinción ¿acaso saben
discernirla? A la Divina Bondad van a buscarla ya sea en las alturas o en las
profundidades, pero sucede que se encuentra al alcance de la mano.
Cuando pienso en K. todavía me repito: “ella y ninguna otra” pero no es de hoy que
siento una debilidad por las mujeres que los pastores condenan y excecran; mi inclinación
por ellas es incluso más antigua que mi amor por K.
Ya me había ocurrido el deambular por las calles, solito, el alma en pena, enfermo, sin
dinero y miserable; entonces seguía con la mirada y envidiaba a aquellos hombres que
podían permitirse el lujo de buscar a esas mujeres, y tenía la impresión de que esas pobres
eran mis hermanas por su situación social y por su experiencia de la vida. Adolescente, a
veces levantaba los ojos con una simpatía infinita, con respeto, hacia un rostro de mujer a
medias marchito, en el que uno podía leer: la vida me ha maltratado.

[ T: 167 ] La Haya, enero de 1882

[…] Sea lo que sea, mi viejo, ahora tengo un verdadero atelier, un atelier mío. Estoy
bien a gusto. […] Todo hombre necesita alguna vez en su vida verse ante la necesidad de
instalarse.

[ T: 170 ] La Haya, enero de 1882

[…] He aquí un croquis de una de mis pequeñas acuarelas. Representa un rincón de mi


taller con una joven moliendo café. Puedes darte cuenta que busco un tono: una taza o
una mano que brillen, que reflejen la vida y que se destaquen sobre un fondo vago,
crepuscular, y que contrasten brutalmente con ese rincón de la chimenea con la estufa –
hierro y piedras y un piso de madera. Si logro terminar este dibujo tal como quiero, al
menos las tres cuartas partes serán en estilo “savon vert” y sólo pondré ternura, dulzura y
sentimiento en el rincón donde está el bebé.
Comprenderás que todavía no sé expresar todo eso tal como lo siento.
Me parece que es importante enfrentar las dificultades. La parte “savon vert” no es
todavía lo bastante “savon vert” y su contraste, la ternura, no es todavía lo bastante
tierna.
Es obvio que uno no es dueño de esta técnica desde el primer día.

[T:180] La Haya [marzo 1882]

[…] En verdad soy un trabajador o un buey de labranza.


[…] Créeme, en el dominio del arte, el proverbio siguiente tiene fuerza de ley: es con
buena voluntad que se va más lejos; es preferible imponerse un poco más de esfuerzos,
estudiar seriamente, en vez de contentarse con el chic para agradar al público. Me ha
ocurrido desear, en momentos de desaliento, tener un poco de ese chic, pero al reflexionar

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me digo: No, más vale ser yo mismo –y expresar, aunque mi factura sea un poco
pesadota, cosas severas, ásperas, pero verdaderas. No correré detrás de los amateurs o los
marchands; que quienes tengan ganas vengan hasta mi.
Cosecharemos en el tiempo justo si no flaqueamos.
[…]
Un bello gesto me ha conmovido profundamente. Escucha. Le había dicho a mi modelo
que no viniera hoy –sin confesarle por qué. La pobre mujer vino de todos modos, y como
protesté: “Sí, me respondió, sí, pero yo no vine para posar, vengo para ver si tiene qué
comer” y me traía una porción de arvejas y papas. A pesar de todo, hay cosas admirables
en la vida.
Te copio algunas frases que saco del Millet de Sensier, que me han impresionado
profundamente; son palabras de Millet:

El arte es un combate; en el arte es necesario jugarse hasta el pellejo. Se trata de


trabajar como varios negros; preferiría no decir nada antes que expresarme débilmente.

Fue ayer cuando leí esta última frase de Millet, pero desde mucho antes yo ya había
sentido la misma cosa; esto explica por qué, sin importarme no tener a mano un pincel
suave, me expreso a veces utilizando un lápiz de carpintero o una pluma.

[T:181] La Haya [marzo 1882]

[…] Ante otro que no fuera C.M. habría podido expresar mi pensamiento de una manera
más brutal y declarar por ejemplo que entre un artista y su vida privada pasa como entre
una parturienta y su recién nacido. Puedes mirar al niño, pero no puedes levantar la
camisa de su madre para ver si está manchada de sangre. ¿Te imaginas algo más
indelicado cuando visitas a una joven madre?
[…]

He aquí una lista de las telas holandesas destinadas al Salon:


Israels: un viejo, sentado en un rincón del hogar, donde apenas resplandece el rojo de un
pedazo de turba en una semi-oscuridad. Este viejo se encuentra en una choza oscura, en
una vieja choza con una ventanita con una cortina blanca. Su perro, que ha envejecido
junto con él, está encogido a su lado: los dos viejos se miran, el perro y el viejo se miran
a los ojos. El hombre se ha sacado su petaca de tabaco del bolsillo y rellena su pipa en la
semi-oscuridad.
Nada más: esa semi-oscuridad, ese silencio, la soledad de esos dos viejos, el hombre y el
perro, esos dos seres que se comprenden, el aire pensativo del viejo. ¿En qué piensa? Lo
ignoro. No sabría decirlo, pero debe estar absorto en una reflexión profunda,
interminable, dejándose llevar por no sé qué, un recuerdo surgido bruscamente desde un
pasado lejano. Puede que sea eso lo que moldea su máscara llena melancolía, de
satisfacción, de resignación, un no sé qué que recuerda el célebre poema de Longfellow,
en que cada estrofa termina así: “Pero los pensamientos de juventud son largos, largos
pensamientos”

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Me gustaría ver esta tela de Israels como pareja de “La muerte y el leñador” de Millet. En
verdad no conozco ninguna otra tela, a no ser la de Israels, que soportaría compararse con
“La muerte y el leñador” de Millet; que podría mirarse al mismo tiempo. […]
También hay una tela de Mave: el gran cuadro que representa la barca de pesca arrastrada
por la dunas: una obra maestra.
Nunca he escuchado un buen sermón sobre la resignación ni he podido imaginarme
alguno, salvo esta tela de Mauve y la obra de Millet.
Esto sí es resignación, la verdadera resignación, no la resignación de los pastores. Esas
yeguas, esas pobres yeguas agotadas, negras, blancas o pardas. Esperan pacientes,
sumisas, dispuestas para volver al trabajo, resignadas, inmóviles. Pronto tendrán que
volver a tirar la pesada chalana un poco más lejos; para ellas la jornada casi termina. Es
un momento de respiro. Jadean, bañadas en sudor, pero no gimen, no protestan, no se
quejan, no se quejan de nada. Hace tiempo que olvidaron cómo hacerlo, hace años. Están
resignadas a seguir viviendo un poco aun y a trabajar, pero si mañana las llevaran al
desollador, estarían dispuestas.
Descubro en ese cuadro una filosofía muy elevada, práctica, muda; parece decir: saber
sufrir sin quejarse, ésta es la única cosa práctica, ésta es la gran ciencia, la lección que
hay que aprender, la solución del problema de la vida. Me parece que este cuadro de
Mauve es uno de los raros cuadros ante los cuales Millet se detendría y murmuraría entre
dientes: tiene corazón este pintor.

[ T: 186] La Haya, abril de 1882

[ La envía el dibujo “Sorrow”]

[…] A mi entender, la figura que adjunto es la mejor que he dibujado hasta el presente.
Es por esto que me decidí a enviártela.
[…] Obviamente no dibujo siempre así. Sin embargo, me gustan particularmente los
dibujos ingleses por este estilo y no tiene nada de raro que haya hecho un ensayo. Por
otra parte, no temí colocar un poco de melancolía, porque te estaba destinado y tú
comprendes esas cosas. Quise expresar algo así como:

Pero queda el vacío del corazón


que nada colmará

como se dice en el libro de Michelet.

[T: 190] La Haya, 1882

[…] Todavía tendré que sufrir mucho, precisamente por ciertos rasgos característicos de
mi naturaleza, a los que no puedo cambiarles nada. Primero, mi aspecto, mi manera de
hablar y de vestirme; luego, el medio que frecuento y que seguiré frecuentando aun
cuando llegue a ganar más dinero, porque mi manera de ver y los temas que dibujo lo
exigen imperiosamente.

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[ T: 195] La Haya, abril de 1882

Terminé dos grandes dibujos. Primero, un “Sorrow” de mayor formato, la figura sola, sin
aquello que la rodea. También la pose está un tanto modificada; los cabellos no están
echados hacia la espalda sino que caen hacia delante, a medias trenzados. De ese modo el
hombro, el cuello y la espalda son visibles. Y le he consagrado más cuidado a la figura.
El otro, “Las Raíces”, representa las raíces de un árbol en un suelo arenoso. Intenté
expresar la misma idea en el paisaje y en la figura.

La idea de enraizarse convulsivamente, apasionadamente en la tierra y sin embargo estar


en parte arrancado por las tempestades. Quise expresar un reflejo de la lucha por la vida,
tanto en esta blanca y esbelta figura de mujer como en esas negras y ásperas raíces
nudosas. Más exactamente, intenté ser fiel a la naturaleza que se ofrecía ante mis ojos, sin
filosofar; el primer dibujo tanto como el segundo han acabado casi maquinalmente por
reflejar algo de esta lucha gigantesca. En todo caso, me parece que puse un poco de
sentimiento, pero quizá me equivoco. En fin, juzgarás por ti mismo.

[ T: 192] La Haya, abril de 1882

[…] Pues bien, Señores, os lo voy a decir, vosotros que estáis tan prendados de las
buenas maneras y urbanidades, a condición de que toda sea falsa. ¿Qué es más cortés,
más delicado, qué demuestra más sensibilidad y más coraje: abandonar a una mujer a su
suerte o interesarse por una mujer abandonada?
Este invierno encontré una mujer encinta, abandonada por el hombre cuyo hijo llevaba en
su cuerpo. Una mujer encinta que, en invierno, erraba por las calles, tratando de ganarse
el pan de la manera que te imaginas.

La contraté como modelo y he trabajado con ella todo el invierno.


No tenía manera de pagarle un salario completo como modelo; le pagué el equivalente a
su habitación y, a Dios gracias, he podido preservarla hasta el presente, así como a su
criatura, del hambre y del frío, compartiendo mi pan con ella. Cuando encontré a esta
mujer, me había atraído su aire sufriente.
Le he hecho tomar baños y fortificantes hasta donde he podido. La acompañé a Leyde ,
donde hay una maternidad; allá podrá dar a luz […] Me parece que cualquier hombre que
valga al menos el cuero de sus zapatos, habría hecho lo mismo de encontrarse en una
situación semejante.

Me parece tan natural y tan normal lo que he hecho que pensé que podía guardarlo para
mí. Al principio ella no sabía posar, pero terminó por aprender; si he hecho progresos es
porque tenía un buen modelo para dibujar. Ahora está apegada a mí como una paloma
domesticada. En cuanto a mí, no puedo casarme más que una vez. ¿Y qué mejor ocasión
que hacerlo con ella, puesto que es la única manera de seguir ayudándola, ya que, si no, la
miseria la arrojará de nuevo en el camino lleva al precipicio?

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[A Rapard] Domingo en la noche, Schenkweg, 138 (mayo, 1882)

[…] Mientras tanto cotorrean mucho a costa mía porque sigo con ella, ¿pero acaso debe
importarme? Nunca pude contar con una auxiliar tan preciosa como esta mujer fea (¿??),
esta mujer marchita. Para mí, ella es bella; encuentro en ella exactamente lo que necesito.
La vida la ha magullado, el sufrimiento y la adversidad la han marcado; algo puede
sacarse de ella.
Cuando la tierra no ha sido roturada, nada podemos obtener. Ella, ella ha sido roturada;
por tanto, encuentro en ella mucho más que en el lote de mujeres que no han sido
roturadas.

[T: 212] La Haya, 6 de julio 1882

[…]No me parece superfluo repetirte, aunque no deje de ser embarazoso hacerlo, lo que
siento por Christine. Tengo la impresión de estar en casa cuando estoy cerca de ella, la
impresión que me asegura un chez-moi, la impresión de que nos hemos ligado el uno al
otro. Es un sentimiento íntimo y profundo, un sentimiento sincero, sombreado por la
sombra negra de su pasado y del mío, que no vale más que el suyo. Esa sombra, de la que
ya te hablé, parece mantener sobre nuestra existencia una amenaza contra la cual
deberemos defendernos sin descanso, durante toda la vida. Siento al mismo tiempo en mí
una gran calma, una gran lucidez de espíritu y un gran contento cuando pienso en ella y
en el camino recto que se abre ante nosotros. El año pasado te escribí muchas cosas sobre
K.; si lo recuerdas, eso te ayudará a hacerte una idea de lo que pasa dentro de mí. No
vayas a creer que exageré mis sentimientos entonces; alimentaba por ella un amor
poderoso, apasionado, de una especie distinta del que siento por Christine. Cuando supe
en Amsterdam que, contrariamente a lo que yo creía, ella sentía una especie de
repugnancia hacia mí, que se figura que yo pensaba forzarle la mano y ella rehusaba
verme o, mejor aún, “se iba de la casa mientras yo estaba”, mi amor por ella recibió
entonces –pero no antes- un golpe mortal. Me dí cuenta de ello cuando, volviendo en sí
de mi delirio, llegué a La Haya este invierno.
En esa época era víctima de una melancolía indecible. Recuerdo haber pensado a menudo
en la palabra viril del viejo Millet: siempre me pareció que el suicidio era una acción de
hombres deshonestos. El vacío y la miseria interior me llevaron a pensar: sí, comprendo
que algunos se echen al agua. Sin embargo, la idea de aprobarlos no afloraba en mi
espíritu, pues hallaba fuerzas en las palabras que antes te cité, así como en esa concepción
de la vida, la mejor de todas, que me prescribía considerar el trabajo como un remedio
para mi mal. […]
Al principio, Christine no fue para mí sino un ser como yo mismo, tan solo y tan
desgraciado como yo. No habiendo cedido al desánimo, yo estaba en capacidad de
asegurarle una ayuda práctica, que al mismo tiempo fue para mí una suerte de razón de
ser y una salvaguarda.
Poco a poco, sin darnos cuenta, nuestros sentimientos evolucionaron. Tuvimos necesidad
el uno del otro y ya no pudimos separarnos. Nuestras vidas se entrelazaron y así nació el
amor. Lo que nos une a Christine y a mí es real, no es un sueño, es realidad. Considero

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como una gran bendición que mis pensamientos y acciones hayan encontrado un punto
fijo, una dirección determinada. Es posible que yo haya alimentado más pasión por K., y
que desde ciertos puntos de vista ella sea más bonita que Christine, pero mi amor por ésta
no es menos sincero, no por el hecho de que su situación fuera demasiado grave y debía
actuar y mostrarme práctico. Así fue desde el momento en que la conocí.

Thèo, quizá voy a tocar un asunto doloroso, para hacerte comprender a dónde quiero
llegar. Tú también has sentido lo que Pa y Moe llaman “una ilusión” hacia una mujer del
pueblo; si tu historia no fue a ninguna parte no fue porque no hubieras podido
comprometerte en esa vía sino porque tú tomaste otra dirección, y porque, desde
entonces, te has preparado para vivir en otra clase social; tan bien lo has logrado que si en
este momento quisieras casarte con una muchacha de tu condición ya no sería una nueva
ilusión. No te harían ninguna objeción; aunque ese primer amor hizo una gran hoguera,
un nuevo amor podría llegar y realizarse. Por consiguiente, pienso que para ti no sería
indicado escoger una mujer del pueblo –tu supuesta ilusión era una mujer del pueblo-;
para tí la realidad consiste en escoger una mujer de la misma condición de Kee Vos.
Para mí es lo contrario; la ilusión era Kee Vos y la realidad se ha convertido en la mujer
del pueblo. Tu caso difiere del mío en varios puntos. Tu aventura data de la época en que
tenías veinte años, y la mía del año pasado; que hayamos tenido –tú y yo- una ilusión y
vivido una aventura o lo que sea –no sé verdaderamente cómo llamarla- no elimina la
posibilidad de algo más real, ni para ti ni para mí. Pues creo firmemente que ni tú ni yo
estamos predestinados a permanecer solteros.
Aquí es adonde quería llegar: mis relaciones con Christine son reales; no son un sueño,
sino una realidad.
Este es el resultado: cuando vengas a verme no me encontrarás desanimado o
melancólico; sino que estarás en un ambiente donde creo que podrás sentirte cómodo y
que de ningún modo te disgustará. Un atelier de debutante y una pareja todavía joven y
en plena actividad.
Es un taller ni místico ni misterioso, sino un taller que se asienta en el corazón de la vida
misma. Un taller con una cuna y una silla de niño. Donde no hay estancamiento donde
todo brota, incita y estimula el trabajo. […]

[T: 218] La Haya, julio 1882

[…] Es necesario que comprendas bien mi manera de considerar al arte. Para llegar a la
verdad, se necesita trabajar largo tiempo y mucho. Lo que yo quiero y a lo que aspiro es
desesperadamente difícil, y sin embargo, no creo aspirar demasiado alto.
Quiero hacer dibujos que golpeen a ciertas personas. “Sorrow” es un pequeño comienzo,
es posible que un pequeño paisaje como “Laan van Meerdervoort”, “Los prados de
Rijswijk”, “Secaderos de pescado”, sean también comienzos. Por lo menos expresé un
sentimiento que surgió directamente de mi corazón.
Ya sea en mis figuras, ya sea en mis paisajes, yo no quiero expresar un sentimentalismo
melancólico sino un dolor trágico.

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En fin, quiero llegar a que se diga de mi obra: este hombre siente profundamente, este
hombre está dotado de una sensibilidad muy delicada. A pesar de mi supuesta tosquedad,
o precisamente, a causa de ella ¿comprendes?
¿Qué soy a los ojos de la mayoría de la gente? una nulidad, un original (un excéntrico),
un hombre desagradable, alguien que no tiene una situación en la sociedad ni la tendrá
jamás, total, un poco menos que la mayor de las nulidades.
Bien, supón que esto sea así; entonces, quiero mostrar por medio de mi obra lo que hay
en el corazón de este excéntrico, de esta nulidad.
Esta es mi ambición, que está menos fundada en el rencor que en el amor “a pesar de
todo”, más fundada sobre un sentimiento de serenidad que en la pasión. Si bien es cierto
que a menudo las miserias me agobian, no es menos cierto que tengo dentro de mí una
armonía y una música serena y pura. En la casita más pobre, en el rinconcito más sórdido,
veo cuadros o dibujos. Y mi espíritu va en esta dirección por un impulso irresistible.
Cada vez prescindo más de preocupaciones ajenas y mientras más me desocupo más
rápida se vuelve mi mirada para captar lo pintoresco. El arte exige un trabajo porfiado;
hay que trabajar incesantemente, a pesar de todo y observarlo todo. Por porfiado quiero
decir un trabajo constante pero asimismo sin abandonar las propias convicciones por lo
que opinen fulano o mengano.

Tengo mucha esperanza, hermano; dentro de algunos años, y aun uno de estos días,
podrás mirar obras salidas de mi mano que te darán alguna satisfacción por los sacrificios
que te has impuesto.
En estos últimos tiempos casi no he conversado con pintores. Pero no hay razón para
quejarme de ello. No es tanto la voz de los pintores sino la de la naturaleza la que debo
escuchar. Comprendo ahora mejor por qué Mauve me decía, hace más de seis meses: “No
me hables de Dupré, háblame más bien de ese borde del barranco o de algo parecido”. Al
principio esto puede parecer exagerado, pero es perfectamente exacto. Sentir las cosas
mismas; la realidad a fin de cuentas es más importante que sentir los cuadros; en todo
caso es más fecundo y vivificante.
Por haberme hecho una concepción tan ancha, tan amplia del arte y de la vida –de la cual
el arte es la esencia- es que tengo la sensación de escuchar una nota estridente, falsa,
cuando veo a muchos agitarse frenéticamente. Yo descubro en muchas telas modernas un
encanto típico del que carecen las antiguas.
Sigo considerando el arte inglés –por ejemplo Millais, Herkomer y Frank Holl-, como
una de las expresiones más sublimes y nobles del arte. Esto es lo que quise decir
subrayando la diferencia entre el arte antiguo y el moderno: podría ser que los modernos
fueran más pensadores.
En cuanto al sentimiento, hay todavía una enorme distancia entre “Frío octubre” de
Millais, y las “Blanchisseries d’Overveen” de Ruysdael, por ejemplo. Tanta como entre
“Les Emigrants irlandais”, de Holl, y las mujer sumergida en la lectura de la Biblia de
Rembrandt.
Rembrandt y Ruysdael son sublimes, tanto para nosotros como para sus contemporáneos,
pero hay algo en el arte moderno que nos llega de una manera más personalmente íntima.

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[…] Fue, pues un error cuando hace algunos años los modernos se empeñaron en imitar a
los antiguos.
Es por esto que encuentro tan exacto lo que dice el viejo Millet: Me parece absurdo que
los hombres quieran parecer otra cosa distinta de lo que ellos son”.
Esto parece una simple frase, y sin embargo es de una profundidad insondable como el
océano, y en cuanto a mí, creo que conviene tomársela a pecho en cualquier
circunstancia.

[ T: 225 ] La Haya, 15 de agosto de 1882

[…] Quería simplemente decirte esto: que siento que la noción de los colores se aclara
dentro de mí mientras pinto y que antes no la tenía, digo la noción de los matices y de las
intensidades.
[…]
No creo que sería un contratiempo si mi salud dejara que desear una que otra vez. Por lo
que puedo darme cuenta, no son los peores pintores los que están a veces una semana o
dos sin poder trabajar. Hay algo que lo explica, son precisamente aquellos “que se juegan
en el arte hasta el pellejo”, como dice Millet. Esto no es un impedimento, y a mi parecer
es necesario cuidarse cuando hace falta. Si durante algún tiempo uno está agotado, pues
uno se repone y descansa, comprendo que uno recoja sus estudios como un campesino
guarda su trigo o su heno. Mientras tanto, no me pasa por la cabeza tomarme un
descanso.

[ T: 226 ] La Haya, sábado en la noche (agosto 1882)

[…] Pintar roza lo infinito -no puedo explicarlo sino así- pero es un medio maravilloso
para expresar estados de alma. Los colores contienen el secreto de las armonías y de los
contrastes que vienen en tu ayuda dócilmente y de las que no se podría sacar partido de
otro modo.

[ T: 227 ] La Haya, domingo en tarde (agosto 1882)

Esta semana pinté dos grandes estudios en el bosque. Traté de realzarlos y de acabarlos
mejor que los primeros. El que me parece más logrado representa simplemente un pedazo
de tierra roturada –arena blanca, negra y parda despues de un aguacero. De modo que
aquí y allá aparece un poco de tierra que refleja la luz y resalta más.
Una nueva tormenta, acompañada de una lluvia torrencial estalló cuando ya llevaba largo
rato dibujando ese trozo de terreno, y duró más o menos una hora. Pero estaba tan
encarnizado con esto que no abandoné mi lugar y me protegí como pude debajo de un
gran árbol. Cuando al fin se calmó la tormenta y los cuervos retomaron su vuelo, no me
arrepentí de haber esperado ese momento a causa del tono profundo, admirable, del suelo
empapado.
Antes de la tempestad había trabajado de rodillas para tener un horizonte bajo, y para
seguir, tuve que arrodillarme en el barro. Es para prevenir este tipo de desventuras que

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me ocurren bastante a menudo, que no juzgo inadecuado ponerme una ropa de trabajo
que no tenga que cuidar. El resultado de esta excursión fue que llegué al taller con un
estudio de ese pedazo de terreno –no obstante que Mauve me dijera, con razón, un día
que hablábamos de uno de sus estudios: dibujar montones de tierra y dejar que pase el
aire es una faena dura.
El otro estudio del bosque tiene como tema grandes troncos de hayas verdes sobre un
fondo de arbustos secos y una pequeña figura de muchacha vestida de blanco. La gran
dificultad ha sido conservar la nitidez del estudio, poner cielo entre los troncos que se
encontraban a distintas distancias, y mantener la perspectiva que modificaba el grueso y
el emplazamiento de esos troncos. Se trataba de hacer algo dentro de lo cual se pudiera
respirar, pasearse y aspirar hondamente el bosque.

[ T: 228 ] La Haya, domingo en la mañana (agosto 1882)

[…] Esta semana he pintado algo que creo que te dará la impresión de Scheveningue tal
como nosotros lo veíamos cuando nos paseábamos. Un gran estudio: arena, mar y cielo –
un cielo inmenso de gris delicado y de blanco cálido, donde se transparenta una sola
manchita de tierno azul-, la arena y el mar han sido tratados en claro, de modo que el
conjunto parece semidorado, animado como está por pequeñas figuras y barcas
pescadoras coloreadas de una manera brutal y curiosa, que arrojan sus tonos oscuros.
El motivo del croquis es una barca de pesca que leva anclas. Los caballos están listos para
ser enganchados y arrastrar la barca al mar. Te envío adjunto un pequeño croquis. Me ha
costado mucho trabajo; y lamento no haberlo pintado sobre una tabla o una tela. He
procurado realzar el color, es decir, la intensidad y la firmeza de los colores. Es muy
curioso que tú y yo parecemos a menudo tener las mismas ideas. Tanto es así, que regresé
ayer por la tarde con un estudio del bosque, y precisamente esta semana he estado muy
preocupado por esta cuestión de la profundidad del colorido. Y me hubiera agradado
mucho hablar contigo justamente a propósito del estudio que he hecho, y he aquí que en
tu carta de esta mañana me dices, por casualidad, que has quedado impresionado en
Montmartre por los colores fuertemente pronunciados que resultan armoniosos.
Yo no sé si nos hemos impresionado exactamente por la misma cosa, pero sé muy bien
que lo que me ha golpeado especialmente tú mismo lo habrías sentido igual y quizás visto
de la misma manera.
El bosque ya se ha revestido de su apariencia otoñal y tiene efectos de color que sólo he
encontrado muy raramente en los cuadros holandeses.
Me ocupé ayer por la tarde de un terreno boscoso, algo en pendiente y cubierto de hojas
de haya carcomidas y secas. El suelo era de un rojo-marrón, de pronto más claro, de
pronto más oscuro, y esos matices se acentuaban por las sombras de los árboles que
lanzaban líneas a veces imprecisas, a veces nítidas, a veces medio esfumadas
Se trataba, y he comprobado que era muy difícil, de obtener la profundidad del colorido,
la enorme fuerza y la firmeza de ese terreno; y sólo pintando me he dado cuenta del juego
de la luz dentro de esta oscuridad. Se trataba, entonces, de retener esa luz y de conservar
al mismo tiempo el brillo y la intensidad de ese rico colorido.

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Uno no se puede imaginar alfombra más soberbia que ese rojo-marrón profundo,
iluminado por los reflejos, tamizado por las ramas, de un sol del crepúsculo de otoño.
De ese suelo surgen las jóvenes hayas, que captan la luz de un costado y son de un verde
centelleante, y el lado oscuro de estos troncos es de un negro oscuro cálido e intenso.
Detrás de esos pequeños troncos, detrás de esa tierra rojo-marrón hay un cielo muy sutil,
azul-gris, cálido, con muy poco azul, centelleante. Y debajo hay un borde nebuloso de
verdura y una redecilla de pequeños troncos y de hojas amarillentas. Algunas figuras de
recogedores de leña vagan como masas oscuras de sombras misteriosas.
El gorro blanco de una mujer que se baja para agarrar una ramita seca contrasta de golpe
con el rojo-pardo profundo del suelo. Una falda capta de pronto la luz, la silueta oscura
de un hombre se levanta arriba del soto. Una cofia blanca, una gorra, una espalda, un
busto de mujer se perfilan contra el cielo. Estas figuras son grandiosas y están llenas de
poesía, surgen en un juego crepuscular de sombras espesas como enormes terracotas en
estado naciente, en un taller.
Te describo la naturaleza, y yo mismo no sé hasta qué punto he podido reproducirla en mi
croquis, pero sé muy bien cuánto me ha impresionado por la armonía de verde, rojo,
negro, amarillo, azul, pardo, gris. Era un estilo muy De Groux, un efecto por ejemplo
como ése del croquis de La Partida del Conscripto que estaba antes en el Palacio Ducal.
Me ha costado mucho trabajo pintarlo. El suelo ha necesitado tubo y medio de blanco –y
sin embargo ese suelo es muy oscuro-, y además ocre, rojo, amarillo, pardo, negro, tierra
de siena, bistre y el resultado es un pardo rojo pero que varía del bistre al burdeos oscuro
y al rosa pálido y rubio. Hay además, musgo y un pequeño borde de césped fresco que
toma la luz y que brilla mucho y que ha sido muy difícil de reproducir. He aquí, en fin, un
croquis que, a pesar de todo lo que se pueda decir, yo pretendo que tiene una
significación y que es elocuente.
Haciéndolo, me he dicho: no nos vayamos antes de haber logrado deslizar un reflejo del
otoño, algo misterioso, un poco de sinceridad. Sin embargo, me he visto obligado –
porque el efecto se desvanecía rápidamente- a pintar muy ligero; las figuras han sido
ubicadas con algunas pinceladas enérgicas y de primera intención. Quedé impresionado
de ver cómo los pequeños troncos se afirmaban sólidamente en el suelo; los comencé con
el pincel, pero a causa del suelo ya empastado –una pincelada desaparecía como nada, y
fue entonces que, apretando el tubo, hice brotar las raíces y los troncos- y después, los he
modelado un poco con el pincel.
Sí –ya lo ves, están brotando y están sólidamente arraigados.
En cierto sentido, me alegra no haber “aprendido” a pintar. Quizás hubiera aprendido a
dejar pasar inadvertidos efectos de esta clase, en cambio, ahora digo: no; es precisamente
esto lo que debo lograr y si esto no es posible, aunque no fuera posible, quiero ensayarlo,
aunque no sepa cómo es menester hacerlo. Yo mismo no sé como lo pinté, acabo de
sentarme con un cuadro blanco delante del sitio que me impresiona, observo lo que tengo
delante de los ojos y me digo: este cuadro debe volverse algo –y me vuelvo descontento- ,
lo echo a un lado y después de haber reposado lo miro con cierta angustia –y sigo
descontento porque tengo emasiado en el espíritu esta maravillosa naturaleza para que
pueda estar contento-, pero, a pesar de eso, veo en mi obra un eco de lo que me ha
impresionado, veo que la naturaleza me ha contado algo, me ha hablado, y que yo lo he

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anotado en estenografía. Y en este mi estenograma puede haber palabras indescifrables –
faltas o lagunas- y, sin embargo, queda algo de lo que el bosque o la playa o la figura han
dicho; y no en un lenguaje castrado, convencional, sino surgido de la naturaleza misma y
no por un sabio procedimiento o un sistema.

[ T: 233 ] Lunes en la mañana (septiembre-octubre, 1882)

[…] Considero que hacer estudios es sembrar, y pintar cuadros es cosechar.


Creo que se piensa más sanamente cuando las ideas surgen del contacto directo con las
cosas que cuando se miran las cosas con el fin de encontrar tal o cual idea.
Igual ocurre con la cuestión del colorido. Hay colores que contrastan armoniosamente
entre ellos, pero yo me esfuerzo en hacerlo tal como lo veo, antes de intentar conseguir lo
que yo siento. Y sin embargo, la sensibilidad es esencial, sin ella no podríamos hacer
nada válido.

[T: 237] domingo por la tarde (septiembre-octubre 1882)

[…] Estoy muy de acuerdo con lo que me dices cuando aludes a los momentos que uno
tiene a veces, en que parecemos estar taponeados para las cosas de la naturaleza o que la
naturaleza parece no decirnos nada.
Esto me sucede muy a menudo, y viene a veces en mi ayuda emprender un trabajo de otro
género. Si estoy reacio al paisaje o a los efectos de la luz, me encarnizo con las figuras y
viceversa. A veces, no hay nada que hacer sino esperar que pase; pero más de una vez he
logrado desechar la insensibillidad cambiando los motivos a los cuales dedicaba mi
atención. Pero las figuras me interesan cada vez más. Me acuerdo que hubo un tiempo en
el cual el sentimiento del paisaje me obsesionaba fuertemente, y me sentía más
impresionado por un cuadro o un dibujo en los cuales un efecto de luz o un ambiente de
paisaje habían sido bien expresados, que por una figura.
En general, los pintores de figuras me inspiraban un frío respeto antes que una cálida
simpatía.
Me acuerdo también de cómo me impresionó entonces muy especialmente un dibujo de
Daumier que representaba a un anciano bajo los castaños de los Champs Elysées (una
ilustración para Balzac), aun cuando ese dibujo no fuera tan importante; pero recuerdo
muy bien que me impresionó mucho por la concepción fuerte y viril de Daumier. Y me
dije: ha de ser una gran cosa sentir y pensar de esta manera, y pasar además por encima
de un montón de detalles para concentrarse en lo que hace reflexionar y concierne al ser
humano –en tanto que ser humano- directa e individualmente, mucho más que los pastos
o las nubes.
[…]
No creas que desprecio a las personas de la clase que me describes, porque su vida no
esté basada sobre principios serios y meditados. Mi opinión en esto es la siguiente: el
resultado debe ser un acto y no una idea abstracta. No apruebo los principios y no los
considero dignos si no se traducen en actos. Apruebo en cambio que se reflexione y que
se esfuerce en ser consciente, porque esto determina de antemano la actividad de un

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hombre y forma un conjunto con sus diversos actos. Me parece que aquellos que me
describes podrían adquirir más solidez procediendo de una forma más razonable. Pero,
mientras tanto, los prefiero a aquellos que andan vendiendo sus principios por las calles
sin siquiera pensar en lo más mínimo en ponerlos en práctica. Porque estos últimos no
sacan ningún provecho de sus hermosos principios, en cambio los primeros son
precisamente aquellos que, cuando se decidan a vivir con energía y reflexión, seran
capaces de grandes cosas. Porque las grandes cosas no se hacen por un impulso
solamente, sino que son el encadenamiento de muchas pequeñas cosas reunidas en una
sola.
¿Qué es dibujar? ¿Cómo se llega? Es la acción de abrirse paso a través de una pared de
hierro invisible, que parece encontrarse entre lo que se siente y lo que se puede. ¿Cómo
se debe atravesar esa pared? Porque no sirve de nada golpearla fuertemente, sino que se
debe minarla y atravesarla con la lima, y, a mi modo de ver, despacio y con paciencia. Y
verás cómo se puede volver asiduo este trabajo sin dejarse distraer, a menos que uno no
reflexione y no regule su vida de acuerdo a sus principios. Hay tantas cosas artísticas
como de las otras. Y la grandeza no es una cosa fortuita, sino que debe ser deseada.
Determinar si los actos de un hombre deben conducirlo a los principios o los principios a
los actos, es algo que me parece tan difícil de decidir y que vale tan poco la pena como la
cuestión de saber qué ha existido primero: el huevo o la gallina. Pero considero como una
cosa positiva y de gran importancia que uno intente desarrollar su fuerza del pensamiento
y su voluntad. Tengo mucha curiosidad por saber si descubrirás algunas cualidades en las
figuras que dibujé en estos días. En ese terreno también, uno vuelve a encontrarse con el
problema del huevo o la gallina: ¿hay que dibujar figuras para una composición
concebida previamente, o bien hay que reunir figuras dibujadas por separado de modo
que la composición las absorba?
Pienso que da lo mismo, siempre que se trabaje. Termino retomando la conlusión de tu
carta: tenemos esto en común, que nos gusta echar una mirada detrás del escenario, dicho
de otro modo, tendemos a analizar las cosas. Creo que ésta es la cualidad que hay que
tener cuando se pinta o se dibuja. Aun si tenemos algunas aptitudes naturales (si tú las
tienes y yo también –quizá se las debemos a nuestra juventud en el Brabante, un ambiente
que contribuyó, más de lo usual, a enseñarnos a pensar), sólo es más tarde, mucho más
tarde, que el sentido artístico se desarrolla y madura gracias al trabajo. Igonoro cómo
podrías convertirte en un buen pintor, pero creo firmemente que si tienes la pasta
necesaria, es posible que eso se produzca.

[T: 238] septiembre-octubre 1882

[…] Para decirte la verdad, no quisiera renunciar ni a la concepción anticuada ni a la


concepción nueva. Existen demasiadas cosas fuera del campo dentro de ambas corrientes
para que pueda otorgarle mi preferencia a una u otra. Los cambios realizados por los
jóvenes en el dominio del arte no son para mejor en todos los aspectos; no todo es
progreso, ni en lo que respecta a la obra, ni en lo que respecta a la persona de los artistas,
y a mendo tengo la impresión de que muchos pierden de vista su punto de partida y su
objetivo, dicho de otro modo, que carecen de firmeza.

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[ A Rappard –R16] septiembre-octubre 1882

Recibí su carta y se la agradezco mucho. ¡Qué ganas tengo a veces de ver algunas de sus
obras! A propósito de Arti: opino que es una de las jugadas habituales de esos Señores,
uno de sus procedimientos típicos, un procedimiento que pusieron en marcha esta vez
como ya lo hicieron ates y lo seguirán haciendo. Lo felicito por haber sido rechazado por
ellos. No puedo decirle que yo haya tenido una experiencia semejante por la sencilla
razón de que nunca se me ha ocurrido la idea de exponer. No tengo el menor deseo de
exponer. De vez en cuando siento deseos de que tal o cual de mis amigos viniera a echar
una ojeada en mi atelier; es rarísimo que alguno venga, pero nunca he tenido ganas –y
creo, por lo demás que nunca las tendré- de pedirle al público que venga a ver mi obra.
Que la aprecien no me deja indiferente, pero quiero que lo hagan sin ruido; estimo como
que la cosa menos envidiable del mundo es una cierta clase de popularidad. […]

[ T: 242 ] Noviembre 1882

[…] Siento en mí una fuerza que quisiera desarrollar, un fuego que no puedo dejar que se
apague, que debo atizar sin saber cuál será el resultado; pero no me sorpendería que el
resultado fuese triste ¿qué podemos desear en una época como la nuestra? ¿qué destino es
más feliz –hablando relativamente?
En algunos casos más vale ser vencidos que vencedores.

Me sucede que estoy tomado por unos enormes deseos de dibujar un paisaje, como
cuando uno tiene ganas de dar un largo paseo para revigorizarse, y descubro por todas
partes en la naturaleza, por ejemplo en los árboles, la expresión, por decirlo así, de un
alma. Una hilera de sauces sin copas, parece una procesión de viejos veteranos. El trigo
joven exhala a veces algo indeciblemente puro y tierno que despierta la misma emoción
que un recien nacido durmiendo.

[ A Rappard: R19 ] Finales de noviembre, 1882

[…] Sí, –no me tome a mal que le repita en términos más enérgicos lo que quiero hacerle
entender- mientras más ejecute obras decorativas con motivo de “grandes circunstancias”,
por encantadoras y bien logradas que sean, menos podrá estar de acuerdo con su
conciencia de artista; mientras más se consagre al trabajo serio, a trabajar, por ejemplo,
en un hopicio para ciegos, un decorador de baldosas, un tejedor, etc., más sentirá que
también ese trabajo tiene su razón de ser, aun cuando no le asegure un éxito inmediato.

[ T: 252 ] enero 1883

[A comienzos del año 83, Thèo le confiesa a Vincent que mantiene una relación con una mujer de
condición inferior y enferma y abandonada, con lo cual se reanudan las confidencias sentimentales entre los
hermanos. Thèo no le había ocultado a Vincent que desaprobaba sus planes de matrimonio con Christine y
esto había enfriado bastante la intimidad entre ambos.]

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Leyendo tu carta esta mañana quedé profundamente conmovido por lo que me escribes.
Esta es una de esas acciones ante las cuales la sociedad dice a menudo: ¿por qué tuvo que
ocuparse? No lo hacemos con un propósito deliberado, son más bien las circunstancias
las que nos obligan. En cuanto nos damos cuenta de la situación, se despierta en nosotros
una piedad tan profunda como si surgiera un abismo en nuestro interior. Victor Hugo
dijo: por encima de la razón está la conciencia.
Sentimos que ciertas acciones son buenas y naturales, mientras que si nos ponemos a
razonar y a calcular, todo parece menos claro y muchas cosas se vuelven inexplicables.
Es cieto que la sociedad de la que formamos parte califica a esas acciones de irreflexivas,
temerarias, estúpidas, ¡qué se yo! ¿Qué podemos decir a partir del momento en que las
fuerzas misteriosas del amor y la simpatía despiertan en nosotros? Admitamos que no
podemos refutar radicalmente –no se trata de refutar- con argumentos como los que
acostumbra invocar la sociedad contra los individuos que se dejan guiar por sus
sentimientos y que están orgullosos de actuar impulsivamente. Quien ha conservado su fe
en Dios percibe a veces la voz dulce de la conciencia, y hace bien en escucharla con la
ingenuidad de un niño, sin decirle a los otros nada más de lo que está obligado a decirles.

Cuando hay un encuentro semejante, es de prever que tendrás una lucha, sobre todo una
lucha conttra ti mismo, pues llega a ocurrirte que no sabes qué es lo que debes hacer o no
hacer. Pero esta lucha –aun los errores que cometas- ¿no vale más y no te instruye más
que la indiferencia y el rechazo sistemático de toda emoción? De allí viene el que, en mi
opinión, tantos supuestos espíritus fuertes no sean en verdad sino espíritus débiles.

[T: 272] La Haya, febrero 1883

[…] Hay en esta tiza de montaña un alma y una vida, en cambio en el conté encuentro
algo muerto. Es lo mismo que dos violines que tuviern casi el miso aspecto exterior, pero
que cuado se tocan, el uno produce a veces un bello sonido que el otro no posee.
La tiza de montaña encierra mucha tonalidad. Se diría que comprende lo que se espera de
ella y que escucha con inteligencia y obedece, y que el conté es indiferente y no colabora.
La tiza de montaña tiene una verdadera alma de gitano… ¿Quisieras enviarme un poco si
no es pedir demasiado?

Para aquél que busca expresar lo que hay de rudo en una figura, su amplitud y su
potencia, la acuarela no es el medio más simpático. Si se busca exclusivamente el tono o
el color, ya no es lo mismo y la acuarela entonces se presta excelentemente. Podré admitir
que estas mismas figuras en la realidad permitirían hacer otros estudios desde otro punto
de vista (especialmente tono y color), hechos con otro objetivo; pero planteo la cuestión
de saber si, admitiendo que mi estado de ánimo y mi sentimiento personal me hacen
observar en primer lugar el carácter, la estructura, la acción de las figuras, ¿se me
reprochará que, siguiendo esta emoción, llegue no a una acuarela, sino a un dibujo
únicamente en marrón o negro?

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[ T: 274] La Haya, marzo 1883

[…] De todos modos quiero que sepas, mi hermano querido, que siempre tendrá presente
dentro de mí, fresco y vivo, el sentimiento de la deuda enorme que tengo hacia ti por tu
ayuda fiel. Me resulta difícil decirte todos los pensamientos que me brotan al respecto. Lo
que siempre está presente también, es esta especie de decepción que siento por no ver
todavía en mis dibujos lo que quisiera hallar. Las dificultades son verdaderamente
grandes y múltiples; no puden superarse de una sola vez. Progresar supone un trabajo
comparable al de un minero que no avanzara tan rápido como otros quisieran y como él
mismo querría. Pero, ante un trabajo semejante, lo primero que hay que hacer es ser
paciente y mantener la confianza. A decir verdad, no pienso en absoluto en las
dificultades, justamente porque acabaría por ser presa del vértigo, por perder la cabeza.
Un tejedor que debe conducir un gran número de hilos y convertirlos en una tela no tiene
tiempo para filosofar sobre su amalgama; prefiere trabajar con un ritmo tal que no puede
darse el lujo de pensar, sino de actuar solamente y, mejor aún, de sentir cómo podría y
debería orientarse, antes que ponerse a dar explicaciones […]
Recibí una carta de Pa, me pareció cordial y alegre, con 25 florines dentro. Pa escribe que
había recibido un dinero con el que no contaba y quería que yo tuviera mi parte. ¿No te
parece un bello gesto? No obstante me molesta un poco.
Al respecto me hice la siguiente idea. ¿Habrá sabido Pa por alguien que llevo una vida
difícil? No me gustaría que su gesto hacia mí fuera a causa de esto, porque pienso que no
es del todo cierto respecto a mi situación ni quiero que Pa se mortifique por mí. Tú
comprenderás mejor que él lo que voy a decirte, si intentara explicarle a él lo que pienso.
Desde mi punto de vista soy a menudo prodigiosamente rico; no en dinero, sino rico en
haber hallado mi vía, rico de tener una cosa por la cual vivo en cuerpo y alma, que le da
sentido y entusiasmo a mi vida.

Mi humor varía, naturalmente, según los días; tengo sin embargo una serenidad media,
una fe araigada en el arte, la confianza, que es una corriente poderosa que empuja hacia
algún puerto, así tenga que pagar esto con mi persona. En todo caso, estimo que es una
dicha tan grande para un hombre haber encontrado el trabajo que le conviene, que no me
cuento entre los desgraciados. Quiero decir que, aunque encuentre dificultades
relativamente grandes, aunque haya para mí días sombríos, no quisiera, no sería justo,
que alguien me contara entre los desdichados.

[…] Momentos de melancolía, de perplejidad, de angustia en el alma, en mi opinión,


todos los tenemos, más o menos. Es la condición de toda vida humana consciente.
Algunos al parecer no tienen ninguna conciencia de sí. Pero quienes la tienen, aún
sumergidos en la mayor perplejidad, no por ello son infelices. […] A veces llega el éxito,
y a veces se trata de una energía interior completamente nueva; y uno se repone, hasta
que un buen día quizá uno no conseguirá reponerse. Sea, esto no tiene nada de
extraordinario.
Y, una vez más, la vida humana ha querido eso, así lo creo.

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[T: 306] (La Haya, julio 1883)

[…] Es indudable que todas mis obras son escuálidas y secas. Esto me ha saltado a los
ojos en estos últimos tiempos. Ya no dudo que una mudanza general, un cambio
fundamental, sea indispensable.

[T: 307] (La Haya, julio 1883)

[…] En estos últimos tiempos, el silencio y la naturaleza rara vez han hablado tan
elocuentemente.
Para reencontrar la propia serenidad hay que buscar rincones donde nada recuerde a eso
que llaman “el mundo civilizado”, donde uno pueda darle la espalda a todo eso.

[T: 309] La Haya, julio 1883

[Nótese que esto lo escribe siete años antes de su muerte]

[…] Maquinalmente, sin ninguna razón precisa, añado algunas líneas a esta carta para
participarte una idea que se me vino a la cabeza.
No sólo me he puesto a dibujar, por así decirlo, bastante tarde, sino que además, no estoy
seguro de vivir aun muchos años.
Si calculo a sangre fría, si me arriesgara a hacer un estimado, y si me pongo a reflexionar,
llego a la conclusión lógica de que no soy capaz de predecir nada con certeza en esta
materia.
Sin embargo, la compración entre distintas personas cuya vida uno conoce, o si uno se
compara con otras personas con las que uno guarda un parecido en ciertos puntos, surgen
conclusiones que no carecen de fundamento. Por ejemplo, creo poder concluir, sin
exagerar en nada, que mi cuerpo todavía aguantará bien durante algunos años, digamos
entre seis y diez años.
Cuento firmemente con ese lapso de tiempo; lo demás, arriesgarse a fijar límites, sería
como especular en el vacío; de los próximos diez años dependerá mi trabajo futuro, pero
¿habrá todavía algo que pueda hacerse por mí, sí o no?
Si me derrocho sin sacar cuentas, en el transcurso de estos diez años no superaré la vuelta
de los cuarenta; si me mantengo en forma para poder resistir los choques habituales y
vencer algunas dificultades físicas, más o menos complicadas, estaré en aguas navegables
relativamente calmas, entre los cuarenta y los cincuenta. […]
No tengo intención de escatimarme, ni de rechazar las emociones y las penas –me resulta
relativamente indiferente vivir más o menos tiempo; es más, no me siento competente
para dirigir mi vida animal como podría hacerlo, por ejemplo, un médico.
Vivo, pues, como un ignorante que sabe una sola cosa con certeza: debo concluir en
algunos años una tarea determinada; es inútil apresurarme más de la cuenta, pues esto no
lleva a nada –debo atenerme a mi trabajo con calma y serenidad, lo más regular y
ardientemente posible; el mundo me importa muy poco, a no ser porque tengo una deuda
hacia él, así como la obligación -porque he deambulado durante treinta años en él- de

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dejarle en agradecimiento algunos recuerdos en forma de dibujos o cuadros, que no
fueron hechos para complacer una u otra tendencia, sino para expresar un sentimiento
humano sincero.
Por lo tanto, mi obra constituye mi único fin –si concentro todos mis esfuerzos en este
pensamiento, todo lo que haga o deje de hacer resultará simple y fácil, en la medida en
que mi vida no parecerá un caos y todos mis actos tenderán hacia ese fin. […]
Tengo que realizar algo válido en pocos años: ese pensamiento me guía cuando fantaseo
proyectos concernientes a mi obra. Comprenderás que estoy impulsado por el deseo de
fajarme enérgicamente. Y que estoy decidido a emplear los medios más simples. Puede
ser que comprendas igualmente que no considero mis estudios de manera aislada, y que
me preocupe constantemente por el conjunto de mi obra.

[ T: 314 ] La Haya , 19 de agosto de 1883

[Vincent se molesta por la forma en que su tía Cornelius, su padre y hasta cierto punto Thèo, se interesan y
quieren influenciarlo para separarlo de Christine; él insiste en su actitud de “perdonarla” de manera
absoluta, atribuyendo sus faltas a la influencia nefasta de la madre y del hermano, que quieren arrstrarla de
nuevo por el mal camino. Nótese que cada vez que dice “la mujer” (la femme] se refiere concretamente a
Christine (Sien) y no a la mujer en general. ]

[..] Si mis defectos fueran tan graves, tan inexcusables como los de la mujer, por ejemplo,
desearía que los demás hicieran por mí lo que yo hago en este momento y que ya he
hecho a menudo por ella: otorgarle mi perdón, no a medias, sino incondicionalmente,
como si no hubiera sucedido nada y que nada más podría llegar a ocurrir. Si le dijiste a
C.M. que quizá abandonaría a la mujer, te ruego que inmediatamente retires lo dicho; no
quiero hacer nada cruel o despiadado. Ignoro si todavía conoceré alguna vez la dicha al
lado de la mujer –es posible que no; en todo caso, es cierto que esto cojeará siempre-
pero, si bien no somos responsables de nuestra felicidad, s sí somos ciertamente
responsables de escuchar o no nuestra conciencia.

[T: 319] Drenthe, septiembre de 1883

[…] He llegado pues a Voorbung y desde allí seguí hasta Leidschendam. Tú conoces la
naturaleza de esos lugares; árboles soberbios, serenos y llenos de majestad, al lado de
horribles y pequeñas cúpulas verdes que parecen de juguete, y de todo cuanto la burda
imaginación de los rentistas holandeses puede concebir de absurdo en cuestión de
canteros de flores, pabellones, galerías. Las casas son casi todas muy feas; sin embargo,
hay algunas antiguas y distinguidas. Y en seguida, muy en lo alto alto, allá ariba, por
encima de esos pastos, inmensos como el desierto, se aproximan montones de nubes,
empujadas por el viento. El viento golpea de pronto contra la hilera de las casas rodeadas
de árboles, al otro lado del canal, por donde pasa el negro camino ceniciento. Eran
soberbios estos árboles; casi diría que había un drama en cada figura, es decir en cada
árbol. Y a pesar de todo, el conjunto era todavía casi más bello que estos árboles
atormentados, considerados cada uno intrínsecamente, precisamente porque el momento

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era tal que hasta las absurdas y pequeñas copas tomaban un aspecto extraño, mojadas por
la lluvia y zamarreadas por el viento.
Esta imagen me ha hecho ver de qué manera también un hombre de formas y actitudes
absurdas o lleno de excentricidades y aspectos caprichosos, solamente con que se sienta
preso de un dolor verdadero o que lo emocione una desgracia, puede transformarse en
una figura dramática de un extraordinario carácter. He llegado a pensar un momento en la
sociedad actual, en cómo ella también, mientras corre hacia su ruina, vista al contraluz de
una renovación, puede aparecer por un momento como una silueta grande y sombría.

[ T: 333 ] Drenthe (octubre, 1883)

[…] Millet es el tipo de hombre que cree. La expresión: “con una fe de carbonero”, es
una de las que emplea a menudo. Es una expresión muy vieja. Uno no debería ser un
Hombre de Ciudad sino un Hombre de la Naturaleza, aun siendo civilizados, o lo que sea.
No puedo precisar muy exactamente de qué se trata, pero debe haber en el individuo un
no sé qué que le cierre herméticamente la boca y lo impulse a actuar, algo que lo calle
incluso cuando esté hablando; diría que callarse interiormente empuja a la acción.[…]
El comercio de las obras de arte arrastra consigo ciertos prejuicios a los que estimo
posible tú todavía estés apegado, particularmente el que dice que pintar es un don. Sí,
ciertamente, es un don, pero no como ellos lo entienden. Hay que extender las manos
para atajarlo, y atajarlo no es fácil. No hay que esperar a que el don se revele por sí
mismo. Es verdad que hay algo de eso, pero en absoluto como dicen. Es trabajando que
uno aprende; es pintando que uno se convierte en pintor. Si uno quiere convertirse en
pintor, si uno tiene ganas, si uno siente lo que tú sientes, entonces uno puede; pero ese
“poder” va a la par con el trabajo, las aflicciones, las preocupaciones, las decepciones, las
horas de melancolía, de impotencia y todo eso. Esto es lo que pienso. […]

[ T: 338 ] Drenthe (octubre, 1883)


[…] ¿ pensador? ¿pensar? sí, a veces, pero cada vez más me fui dando cuenta de que no
había venido al mundo para eso y en virtud precisamente del prejuicio según el cual quien
siente necesidad de profundizar en las cosas carece de sentido práctico y cae en el clan de
los soñadores, en razón, repito, de ese prejuicio muy respetado en la vida ordinaria, a
menudo me he estrellado la cabeza contra un muro por no haberme guardado ciertas
opiniones para mí.
Pero, a propósito de la historia de los Puritanos y la de Cronwell, tal como un Carlyle la
ha concebido, he llegado a ver hasta qué punto pensar y actuar no se excluyen, y hasta
qué punto esas distinciones tajantes que se hacen hoy en día entre pensar y actuar (como
si una excluyera a la otra) no existen. En cuanto al hecho de dudar si uno mismo es o no
un artista, la pregunta es demasiado abstracta.
No obstante, no tengo nada en contra de pensar en eso, siempre que al mismo tiempo
pueda seguir dibujando y pintando.
Y en cuanto a mi vida, mi plan es hacer tantos cuadros, tantos dibujos como pueda y lo
mejor posible; cuando mi vida llegue a su fin, no espero sino poder marcharme mirando
tras de mí con amor y melancolía, diciéndome: “¡Oh, la de cuadros que habría podido

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hacer!” Pero eso no excluye el que haga todo lo posible; por favor, ¿tienes algo que
decir en contra de esto, tratándose de mí o de tí?
Desearía tanto que pintar se convirtiera en una idea fija al punto de que la pregunta “¿Soy
o no soy un artista?” quedara relegada entre las abstracciones, y que preguntas más
prácticas, como la composición de una figura o de un paisaje, pasen al primer plano, ya
que son mucho más interesantes.
Te declaro, Thèo, que me interesa más la pregunta de saber cómo los brazos, las piernas y
la cabeza se articulan al tronco, que la de saber si yo mismo soy un artista, o más o menos
un artista. […] Sí, ya sé, a veces, inevitablemente, el espíritu está lleno de pensamientos y
no puede ser de otro modo. Pero comprende, hermano, que aún si nuestro espíritu está
ocupado por la pregunta: ¿existe un Dios o no? esto no justificaría el que se lleve una
vida escandalosa. Así mismo, la pregunta en materia de arte: “Soy o no un artista?” no
debe llevarnos a dejar de dibujar o pintar. Muchas cosas son imposibles de definirse, y
perder demasiado tiempo en ellas me parece un error. Ahora bien, cuando el trabajo no
anda bien, o cuando nos enfrentamos a cosas que ignoramos, desembocamos en un
desorden de preguntas insolubles. Cuando uno se siente desamparado a causa de todo eso,
la mejor manera de vencer esas distracciones, es echar una mirada nueva sobre el lado
práctico del propio trabajo.

[T: 346 ] Nuenen, diciembre 1883

[Vincent ha tenido que volver a la casa paterna –el pastor había sido nombrado en la población de Nuenen-
y una visita que Vincent esperaba fuera breve, debido a las dificultades económicas por las que pasa Thèo,
debe prolongarse por dos años. Se renuevan los “complejos familiares”, Vincent se siente un extraño en la
familia. Sin embargo, su trabajo progresa. Han sobrevivido de ese período 180 cuadros y 240 dibujos.]

Querido hermano,
Siento que Pa y Moe reaccionan instintivamente frente a mí (no digo inteligentemente).
Dudan en acogerme en la casa, como dudarían de recoger un enorme perro ordinario.
Entraría con sus patas mojadas –y, siendo tan grosero, molestaría a todo el mundo. Y
además ladra ruidosamente.
En fin – es una bestia sucia.
Bien. Pero este animal tiene una historia humana y -aunque no sea más que un perro- un
alma humana. Y además un alma humana lo bastante sensible para sentir lo que piensan
de él, cosa que un perro común no es capaz de hacer.
En cuanto a mí, estoy dispuesto a admitir que soy un perro y eso no cambia en nada el
valor que les reconozco a ellos: esta casa es demasiado buena para mí; Pa y Moe y toda la
famiia son singularmente distinguidos (en cambio, no son nada sensibles) y… y… son
pastores –¡no son sino pastores!
El perro comprende que si se quedaran con él sería para soportarlo, para tolerarlo en esta
casa; por consiguiente, él va a intentar hallar una madriguera en otra parte. ¡Oh! este
perro es hijo de nuestro padre, pero lo han dejado correr tanto por la calle que ha debido,
inevitablemente, volverse más huraño y arisco. ¡Bah! A Pa se le olvidó ese detalle hace
años y por lo tanto, no hay que hablar de ello. A decir verdad, él nunca pensó en lo que
significa el vínculo entre padre e hijo.

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Y además –podría ser que el perro mordiera, que se ponga rabioso y el guardián de los
campos tuviera que matarlo de un tiro.
Bien –todo es así, indudablemente.
Aunque no olvidemos que los perros son excelentes guardianes.
Pero esto no entra en la línea de cálculos; ningún peligro amenaza nuestra paz, nada llega
a perturbar la paz, dicen. Yo también, entonces, voy a callarme.
Evidentemente el perro lamenta haber llegado hasta aquí. La soledad era menos grande
en los brezales que en esta casa, a pesar de todas sus atenciones. El animal llegó de visita
por un acceso de debilidad. Espero que me perdonen esta flaqueza. Por mi parte, evitaré
recaer en el futuro.

[T: 347 ] Nuenen, diciembre 1883

[…] Yo mismo me he dado cuenta: soy un perro. Puede ser que yo haya forzado un poco
esta idea –que las oposiciones en la realidad sean menos pronunciadas, menos
profundamente dramáticas, pero creo que este análisis del carácter, en el fondo, es justo.
El perro pastor hirsuto cuya imagen intenté esbozarte en mi carta de ayer, si uno olvida
los detalles y retiene sólo lo esencial, es en efecto mi carácter y la vida de ese animal es
mi vida.
[…]
Lo declaro: escogí vivir como un perro, por lo tanto me mantendré perro, seré pobre,
continuaré pintando y seguiré siendo un ser humano –en el seno de la naturaleza. Quien
le da la espalda a la naturaleza, quien se preocupa constantemente por mantener una
posición u otra cosa, quien se aleja de la naturaleza al punto que él mismo termina por
darse cuenta -¡Oh! –ése muy pronto no sabrá distinguir el blanco del negro; se convertirá
exactamente en lo contrario de lo que parece o se cree. Por ejemplo: en este momento
todavía subsiste en tí un viril rechazo a la mediocridad, en el sentido lamentable del
término. ¿Por qué matar en ti, por qué renunciar, a la mejor parte de tu alma? Si lo
consiguieras, podría ocurrir que finalmente encajaras en la talla de la mediocridad.
¿Cómo se convierte uno en mediocre? Acomodándose a esto, plegándose a aquello, día a
dia, según la ley del “mundo”, cogiéndole el paso a la opinión pública.

[T: 350] Nuenen, diciembre 1883

[…] En lo que a mi concierne, estoy destinado a la desgracia y al fracaso. Esto a veces es


muy enojoso, pero en fin, yo no envidio a los felices ni a los que siempre triunfan porque
veo muy bien a qué le deben esa suerte.

[T: 366] Nuenen, marzo 1884

[…] Si fundo alguna esperanza sobre mi trabajo, es porque me cuesta demasiados


esfuerzos para que pueda creer, así como así, que no sirve para nada. Lo repito, me
encojo de hombros cuando escucho las banalidades que la mayoría de los conocedores
aprecian cada vez más.

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[T: 366] Nuenen, mayo -junio 1884

[…]De lo que me has dicho respecto del “impresionismo”, me he dado perfecta cuenta
de que era otra cosa de lo que yo creía, pero lo que se debe entender por esto todavía no
está claro para mí. Por mi parte encuentro en Israëls, por ejemplo, tanto, tanto, que tengo
una curiosidad o una atracción muy débil por cosas distintas, es decir, por cosas nuevas.
[…]
Desde hace ya mucho tiempo, Théo, estoy descontento de que ciertos pintores nos priven
del bistre y del betún, con los cuales se han pintado tantas cosas magníficas, y que, bien
empleados, dan al colorido sabor, riqueza, generosidad, siendo siempre tan distinguidos.
Y que poseen propiedades que no pueden ser más notables y específicas.
Además, exigen también que uno se tome el trabajo de aprender a emplearlos, porque hay
que usarlos en forma distinta a los colores ordinarios, y estimo que es muy probable que
más de uno se asuste de las experiencias por las que hay que pasar, experiencias que a
veces no resultan, es natural, el primer día en que se emplean el bistre o el betún. Hoy
hace más o menos un año que empecé a usarlos, para los interiores. Al principio me
decepcionaron muchísimo; pero las bellas cosas que había visto estaban siempre
presentes en mi espíritu. […]

Y ahora, para hablar de cosas precisas:


¿Sabes lo que es un tono entero y un tono rompu [quebrado] ? Seguramente sabrás
encontrarlos en un cuadro, pero ¿sabrías también explicar lo que ves? ¿ Lo que se
entiende por romper?
Ese es el tipo de cosas que es útil saber, aun teóricamente, ya sea como ejecutantes,
cuando uno pinta, ya sea como conocedor, cuando uno habla del color.
La mayoría entiende por esto lo que les da la gana, y sin embargo, esos términos tienen
una significación muy prcisa. Las leyes del color son magníficas y es porque no han sido
hechas al azar. […]

[…] No creo que uno deba abandonar, en arte, las viejas ideas sobre el “genio innato”, la
“inspiración”, etc., sino examinarlas a fondo de una buena vez, verificarlas y modificarlas
considerablemente. No por esto niego la existencia del genio, y aun lo que haya de innato
en él. Sino las conclusiones que sacan de allí, como el que la teoría y la enseñanza serían,
en consecuencia, siempre inútiles, esto sí lo niego rotundamente.
[…]
Respecto al negro, el azar quiso que no lo utilizara en estos estudios porque, entre otras
cosas, necesitaba acentos más vigorosos que el negro; el índigo, mezclado con tierra de
Siena, el azul de Prusia con la tierra de Siena quemada, dan verdaderamente tonos mucho
más profundos que el negro puro. A menudo pienso, cuando escucho a la gente decir :
“en la naturaleza no hay negro”, es porque, si se quiere, tampoco hay negro en el color.
Pero no hay que caer en la falacia de pensar que los coloristas no utilizan el negro, basta
saber que en cuanto el negro tiene un componente de azul, de rojo o de amarillo, se velve
gris: gris-rojo-oscuro, gris-amarillo y gris-azul.

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[T: 393] Nuenen, enero 1885

[…] Si uno se atiene a la naturaleza, lo que uno hace progresa, año tras año.
De lo que estoy cada vez más convencido es que uno no llega a nada si uno no asume
como esencial que hay que luchar con la naturaleza.
Hallo que cuando uno trata de observar atentamente a los maestros, uno los descubre a
todos, en ciertos momentos, en la vida real. Es decir, lo que llamamos sus creaciones, las
encontramos también en la realidad, en la medida en que nuestra manera de sentir,
nuestra manera de ver, se asimilen a las suyas. Y creo también que si los críticos y los
conocedores estuvieran más familiarizados con la naturaleza, su juicio sería mejor que
ahora, cuando no tienen otra rutina distinta del vivir entre cuadros y del compararlos entre
sí, lo cual, naturalmente, está muy bien, pero es un solo lado de la cuestión, porque se
carece de una base sólida si se olvida la naturaleza y si no se profundiza en ella.
[…]
Más adelante, cuando mi trabajo sea más bello, no trabajaré de distinto modo que ahora.
Quiero decir que será la misma manzana, pero que estará más madura; no cambiaré ni
siquiera en cuanto a lo que vengo pensando desde el principio. Y esta es la razón por la
cual me digo: si ahora no valgo nada, tampoco valdré nada después; pero si más adelante
valgo algo, entonces, ¡ahora también! Porque el trigo es trigo aunque al principio parezca
hierba a los citadinos.

[T: 400] Nuenen, abril 1885

[…] En lo que se refiere a la aprobación general que la gente me demuestre, leí hace
algunos años en Renan algo que me ha quedado siempre en la memoria y en lo cual
continuaré creyendo siempre: aquél que quiera hacer algo bueno o útil no debe apoyarse
en la aprobación general, ni desearla, sino por el contrario, no esperar simpatía o ayuda
más que de muy pocos espíritus y aun de poquísimos.

[T: 404] Nuenen 30 de abril de 1885

[Vincent felicita a Thèo por su cumpleaños y lamenta no poderle enviar junto con la carta su regalo: la tela
de los “comedores de papas”. La carta es una antesala para el encuentro con esa pintura, la primera en la
que Vincent confía verdaderamentehaber logrado algo ]

[…] Cuando los tejedores tejen las telas que llaman, creo, cheviottes, o tamién esas telas
escocesas, pintorescas, a cuadros de distintos colores, les toca tener que construir colores
característicos, quebrados; deben obtener grises en las cheviottes, o, bien, en una
cuadrícula diversamente coloreada, deben equilibrar los colores más violentos, de modo
que el efecto sobre el modelo sea armonioso a distancia, en lugar de obtener una tela que
bailotee.

Un gris que se obtiene por el tejido de hilos rojos, azules, amarillos, blanco sucio y
negros mezclados, un azul quebrado por un hilo verde y un hilo rojo-anaranjado o

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amarillo, son algo muy distinto a los colores uniformes, lisos, porque hormiguean más.
En la proximidad de esos grises, los colores francos se vuelven duros, fríos, sin vida.
De todos modos no es fácil para un tejedor, o más bien al creador del modelo, al que
combina los colores, determinar con exactitud el número de hilos y su orientación; tan
difícil como mezclar las pinceladas para llegar a un todo armonioso.
[…]
Por lo que respecta a “los comedores de papas”, estoy seguro que quedará muy bien
enmarcado en oro. Igualmente quedará muy bien sobre una pared empapelada que tuviera
el tono intenso del trigo maduro.
Sin ese tipo de contorno, no vale siquiera la pena mirarlo.
Sobre un fondo oscuro, no resalta su valor, mucho menos sobre un fondo apagado, puesto
que se trata de una escena que sucede en un interior muy gris.
[…]
Aproximarlo a un tono dorado le daría, además, luminosidad a ciertos lugares donde tú
no sospecharías que existe y le quita el aspecto marmoleado que tomaría si
lamentablemente la colocaran sobre un fondo apagado o negro. Estando las sombras
pintadas con azul, el color oro juega muy bien con eso.
[…]
He querido expresar, mientras trabajaba en esto, la idea de que esta gente, que comen sus
papas bajo la claridad de la lámpara, con las manos que meten en el plato, también han
sido los que trabajaron la tierra donde crecieron esas papas; el cuadro evoca, pues, el
trabajo manual y sugiere que esos campesinos han merecido honestamente comer lo que
están comiendo.
He querido que lleve a pensar en una manera de vivir completamente distinta a la nuestra,
a nosotros los civilizados. No quisiera en lo más mínimo que todo el mundo se limite a
encontrar que es bonito o bueno.
Durante todo el invierno ha tenido en mis manos el hilo de este tejido del cual buscaba el
modelo definitivo, y si ahora se ha vuelto un tejido de aspecto rudo y grosero no es
menos cierto que los hilos han sido elegidos con cuidado y siguiendo ciertas reglas. Y
bien podría suceder que esto fuera una verdadera pintura de campesinos. Yo sé que es así,
Pero quien prefiera ver aldeanos desteñidos o almibarados, que pase de largo. Por mi
parte estoy convencido de que a la larga se obtienen mejores resultados pintándolos en
toda su rudeza que dándoles un primor convencional.
Con su falda y su camisa azules, cubiertas de polvo y remendadas, que bajo el efecto del
tiempo, del viento y del sol, han tomado los más delicados matices, una muchacha
campesina es, a mi parecer, más hermosa que una dama; que se vista como una señora y
todo lo que hay en ella de verdadero desaparecerá. Un aldeano es más bello entre los
campos, con su traje de fustán, que cuando va a la iglesia endomingado, con la chaqueta
de un señor.
Y por la misma razón, sería un error a mi parecer, el dar a una pintura de aldeanos una
cierta pulitura convencional. Si una pintura de aldeanos huele a tocino, a humo, al vapor
que emana de las papas, tanto mejor. No es malsano; si un establo huele a estiércol ¡bien!
Un establo tiene que oler a estiércol. Si un campo huele a trigo maduro, a papas, o a
guamo y estiércol, eso es saludable, sobre todo para los citadinos.

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De cuadros así pueden aprender algo útil. Un cuadro de campesinos no debe estar
perfumado. Estoy muy curioso por saber si encontrarás en él algo que te guste.[…]
La pintura de la vida campesina es una cosa seria y, por mi parte, me reprocharía si no
tratara de hacer cuadros de tal manera que no provocaran serias reflexiones entre aquellos
que reflexionan seriamente en el arte y en la vida.
Millet, De Groux y tantos otros, nos han mostrado con su ejemplo que tenían carácter y
que sabían no darle importancia a los reproches que calificaban sus cuadros de: sucios,
groseros, llenos de barro, hediondos, etc…. Sería vergonzoso dudar de ellos.
No; hay que pintar aldeanos como si fuéramos uno de ellos, sintiendo y pensando como
ellos.
Como si uno no pudiera ser algo distinto de lo que somos. Pienso a menudo que los
campesinos son como un mundo en sí, y desde muchos puntos de vista, mucho mejor que
el mundo civilizado.
[…]
Creo que mis comedores de papas llegarán a buen fin; los últimos días para un cuadro
son, tu lo sabes, siempre peligrosos; ocurre que en el estado no del todo seco del color, ya
no podemos tocarlo con las pinceles gruesos sin correr el riesgo de echarlo todo a perder.
Y los retoques tienen que hacerse muy levemente, con un pincelito. …

[T: 405] Nuenen ( abril, 1885)

[…] Pienso que verás lo que quiero decir en el cuadro de los comedores de papas, y que
Portier lo comprenderá. Es, en efecto, muy oscuro, y en cuanto al blanco, por ejemplo, no
lo utilicé ni una sola vez, tan sólo el color neutro que se forma cuando una mezcla rojo,
azul, amarillo, por ejemplo, el vermillon, el azul de Paris o el amarillo de Nápoles.
Ese color es, pues, en sí mismo, un gris franco, pero hace de blanco en el cuadro. Voy a
decirte por qué lo hago así. El motivo aquí es un interior gris, iluminado por una
lamparita. El mantel, de lona gris, el muro ahumado, los gorros polvorientos que las
mujeres usan para trabajar en los campos, todo esto, cuando lo vemos entrecerrando los
ojos, parece, a la luz de la lámpara, un gris muy oscuro; y la lámpara, aunque despida una
resplandor amarillo rojizo, parece aun más clara y hasta sensiblemente más clara que el
blanco en cuestión.
Y además, está el color de la piel. Yo sé muy bien que esos colores, cuando se los
considera superficialmente, es decir, si no reflexionamos un poco, se parecen a lo que
llaman “color carne”. Pero, cuando comencé el cuadro los hice primero con un poco de
ocre amarillo, de ocre rojo y de blanco. Pero esto era demasiado y, decididamente, no
estaba bien. ¿qué hacer? Ya había pintado las cabezas, incluso estaban bastante bien
terminadas, con mucho esmero. Pues bien, volví a pintarlas, sin dudarlo, sin piedad; y el
color con que están hechas ahora es más o menos el de una papa bien terrosa y sin pelar,
naturalmente.
Mientras pintaba, recordaba en lo que se ha dicho de los campesinos de Millet: “sus
campesinos parecen pintados con la tierra que siembran”.
[…]

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¿No sientes que el motivo que te garabateo aquí es magnífico? Cuando fui en la noche a
esa choza, encontré a la gente descansando cerca de la ventanita y no bajo la lámpara.
¡Qué belleza! El color era extraordinario, ¿Recuerdas aquellas cabezas que pinté a
contraluz, cerca de la ventana? El efecto era el mismo pero aún más oscuro. De modo
que las dos mujeresy el interior eran de un color casi parecido al jabón verde oscuro.
Pero la figura del hombre a la izquierda, estaba ligeramente iluminada por la luz que
entraba por una puerta, más lejos. Así, el color de la cabeza y de las manos era el mismo
que, por ejemplo, el de una moneda de diez centavos, en resumen, el del cobre mate. Y su
gabán, allá donde le daba la luz, era de un azul desteñido, el más delicado que se pueda
imaginar.
En cuanto a los cuadros claros de ahora, he visto muy pocos en estos últimos años. Pero,
sin embargo, no he dejado de reflexionar. Corot, Millet, Daubigny, Israels, Dupré y
muchos otros, han pintado también cuadros claros, es decir que, por muy profunda que
sea la gama, la mirada penetra en todos los rincones y en todas las profundidades.

[T: 418] ( Nuenen julio 1885)

[…] Te pregunto: ¿Conoces en la vieja escuela holandesa un solo hombre con la azada,
un solo sembrador? ¿Han tratado jamás de hacer un “trabajador”? ¿Acaso Velázquez lo
ha buscado en su Aguador o en sus tipos del pueblo? No.
En los viejos cuadros, los hombres no trabajan. En estos días ando detrás de una mujer, a
quien ví este invierno arrancando zanahorias en la nieve.
¡Y bien!... Millet lo ha hecho, Lhermitte, y en general los pintores de aldeanos de este
siglo –un Israels- que encuentran esto más bello que nada.
Pero aun en este siglo, qué poco abundan, entre la legión de pintores, los que se dedican a
la figura –sí, ante todo – por la figura, es decir, por la forma y el modelado; los que no
pueden imaginarse a un trabajador más que en el trabajo, y que sienten la necesidad
evitada por los antiguos, y también por los antiguos holandeses, que recurrían demasiado
a las acciones convencionales… ¡cómo sienten la necesidad de pintar la acción por la
acción!
De modo que la pintura o el dibujo sea realmente un dibujo de la figura por la figura y la
inexpresable forma armoniosa del cuerpo humano; pero al mismo tiempo, la acción de
arrancar zanahorias en la nieve.
¿Me explico con claridad? Así espero; dile, pues, esto a Serret. Lo puedo explicar
brevemente: un desnudo de Cabanel, una dama de Jacquet y una aldeana, excepto las de
Bastien-Lepage, naturalmente, pero una aldeana de un parisien que aprende a dibujar en
la academia, reflejarán siempre los miembros y la estructura del cuerpo de la misma
manera, correcta de proporción y de anatomía, y a veces encantadora. Pero cuando
Israëls, o cuando Daumier, o Lhermitte por ejemplo, dibujan una figura, se sentirá mucho
más la forma del cuerpo, y sin embargo, por esto cito expresamente a Daumier, las
proporciones serán casi arbitrarias, la anatomía y la estructura no serán nada buenas a los
ojos de los académicos. Pero esto vivirá. Y sobre todo así es en Delacroix.
No está todavía bien explicado. Dile a Serret que a mí me desesperaría que mis figuras
fueran buenas, dile que no las quiero académicamente correctas, dile que si fotografiara a

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un hombre que cava, la verdad es que no cavaría. Dile que encuentro las figuras de
Miguel Ángel admirables, aunque las piernas sean decididamente demasiado largas, los
muslos y las caderas demasiado anchas. Dile que a mis ojos Millet y Lhermitte son por
esto los verdaderos pintores, porque ellos no pintan las cosas como son, de acuerdo a
unanálisis somero y seco, sino como ellos, Millet, Lhermitte, Miguel Ángel, lo sienten.
Dile que mi gran anhelo es aprender a hacer tales inexactitudes, tales anomalías, tales
modificaciones, tales cambios en la realidad, para que salgan, ¡claro!... mentiras, si se
quiere, pero más verdaderas que la verdad literal.
Expresar al campesino en su acción es, lo repito, una figura esencialmente moderna, el
corazón mismo del arte moderno, lo que ni los griegos, ni el Renacimiento, ni los
antiguos holandeses han hecho.

[T: 425] Nuenen (septiembre, 1885)

[…] Recibirás una gran naturaleza muerta que representa unas papas, a la que he tratado
de dar cuerpo; es decir, expresar la materia de tal modo que se vuelvan masas que tienen
peso, y que son sólidas, que se sentirían si se las arrojara a la cabeza de alguien.
[…]
Por el momento trabajo en naturalezas muertas que representan nidos de pájaros,
Terminé cuatro; creo que pueden gustar a personas que conozcan bien la naturaleza
gracias a los colores del musgo, las hojas secas, las hierbas, la arcilla, etc.
[…]
En invierno, cuando tenga un poco más de tiempo, haré algunos dibujos sobre estos
motivos: la nidada de los nidos. Es una idea que tengo a pecho: sobre todo los nidos
habitados por los hombres, las chozas en los brezales y sus habitantes.

[T: 426] Nuenen ( octubre, 1885)

He ido esta semana a Amsterdam; casi no he tenido tiempo de ver otra cosa que el museo;
me he quedado tres días; llegué el martes y partí el jueves. El resultado es que estoy nuy
contento de haber ido cueste lo que cueste; no recuerdo que hubiese permanecido tanto
tiempo sin ver cuadros. Yo no se si recuerdas que hay a la izquierda de la Ronda
nocturna, por consiguiente haciendo juego con los Síndicos de los Pañeros, un cuadro –
que me era desconocido hasta ahora- de Franz Hals, que representa una veintena de
oficiales de pie. ¿Le has prestado atención? Por este cuadro solamente, vale la pena –
sobre todo para un colorista- hacer el viaje a Amsterdam.
Hay en él una figura, la del portaestandarte, en el ángulo izquierdo, exactamente al lado
del marco –esta figura está, de los pies a la cabeza, en gris, yo diría gris perla-, de un tono
neutro característico, obtenido a lo que creo con el anaranjado y el azul mezclados de
manera que se neutralizan; haciendo variar este tono fundamental, volviéndolo un poco
más claro aquí, un poco más oscuro allá, el pintor ha llegado a dar la impresión de que la
figura entera es toda de un solo y mismo gris. Sin embargo, los zapatos de cuero son de

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una materia distinta que las medias, las cuales difieren de las calzas, que a su vez difieren
del jubón –paulatinamente aparecen distintas materias representadas, todas muy
diferentes de color-, y sin embargo todo está hecho de gris de una sola y misma familia.
¡Aguarda! Eso no es todo: en este gris, él pondrá azul y anaranjado –y un poco de blanco;
el jubón está guarnecido de cintas de satén de un azul divinamente tierno, la banda y la
bandera son anaranjadas –una gorguera blanca.
Anaranjado-blanco-azul, como eran entonces los colores nacionales –anaranjado y azul
yuxtapuestos, la más maravillosa gama, sobre un fondo gris, estos dos colores- que yo
llamaría polos eléctricos (siempre en materia de color), sabiamente mezclados y reunidos
de manera que se destruyen en este gris y este blanco.
Más lejos, ha introducido en este cuadro estas gamas anaranjadas sobre otras azules; más
lejos todavía, los más bellos negros sobre los más hermosos blancos; las cabezas –una
veintena- chispeantes de espíritu y de vida ¡y perfectas!... ¡y un color,y el porte de toda
esta gente, soberbio, hasta los pies!
Pero rara vez he visto una figura más divinamente bella que la del personaje anaranjado-
blanco-azul en el ángulo izquierdo. Es algo excepcional. Delacroix se hubiera sentido
transportado –pero transportado al extremo. Yo estaba literalmente clavado al suelo. Y
después, conoces al cantor, este hombre que ríe –el busto de un negro verdusco con
carmín, hasta en el color de la carne.
[…]
Los Síndicos son perfectos, es el Rembrandt más bello; pero La Novia Judía –considerada
aparte- qué cuadro tan íntimo, infinitamente simpático, pintado con una mano de fuego.
Mira, Rembrandt en Los Síndicos es fiel a la naturaleza, aunque también allí, y siempre,
permanece noble, con una gran nobleza, una elevación infinita. Sin embargo, Rembrandt
todavía era capaz de otra cosa, cuando no tenía necesidad de ser literalmente fiel a la
naturaleza, como debía serlo en los retratos, cuando podía operar en el plano poético, ser
poeta, es decir, ser creador. Y esto es lo que es en La Novia Judía.
¡Qué bien habría comprendido también este cuadro Delacroix! ¡Qué sentimiento tan
noble, de una profundidad insondable! Hay que estar varias veces muerto para pintar
así, esta es la frase que conviene a ese cuadro. Pero, regresando a Frans Hals y sus
cuadros, uno puede decir que ése está siempre con los pies sobre la tierra; Rembrandt, él,
sondea tan profundamente el misterio, que dice cosas para las cuales no hay palabras en
ninguna lengua.

[T: 429] ( Nuenen julio 1885)

[…] Es cierto que, estudiando las leyes de los colores, se puede llegar a comprender por
qué es bello lo que uno encuentra bello, en lugar de tener una fe instintiva en los grandes
maestros; y esto es ahora muy necesario cuando se piensa cómo son de arbitrarios y
superficiales los juicios.
[…]
Por el momento mi paleta se deshiela y la torpeza del comienzo ha desaparecido.

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Todavía me rompo a menudo la cabeza cuando empiezo, pero así y todo, los colores se
siguen casi solos, y tomando un color como punto de partida, me viene claramente al
espíritu el que debe convenir y cómo se puede llegar a darle vida.
[…]
Como ya te dije, encuentro muy bien tu carta acerca de los negros, y cuando dices que no
conviene hacer color local, tienes razón igualmente. Sin embargo, no me satisface.
Intuyo que hay mucho más detrás de este no hacer color local.
“Los verdaderos pintores son aquéllos que no hacen color local”, es lo que decían Blanc y
Delacroix. ¿No podría entender por esto, francamente, que un pintor hace bien si parte de
los colores que están en su paleta, en lugar de partir de los que están en la naturaleza?
Quiero decir, por ejemplo, que cuando uno tiene que pintar una cabeza y mira bien la
naturaleza que tiene delante, uno tiene todo el derecho a pensar: esta cabeza es una
armonía de pardo-rojizo, de violeta, de amarillo, de todo esto quebrado. Por lo tanto,
coloco en mi paleta un violeta, un amarillo, y un pardo-rojo, y los quiebro, uno con otro.
De la naturaleza retengo un cierto orden de sucesión, una cierta exactitud en cuanto al
emplazamiento de los colores; lo estudio para no hacer tonterías y mantenerme razonable,
pero que mi color sea idéntico, al pie de la letra, no es algo que me importe mucho,
siempre que aparezca bello sobre mi tela, tan bello como en la vida.
Otro ejemplo: supón que tenga que pintar un paisaje de otoño, de árboles con las hojas
amarillas. Bien. Si lo concibo como una sinfonía en amarillo ¿qué diferencia haría el que
mi amarillo básico sea o no el mismo amarillo de las hojas? Esto no le añade ni le quita
gran cosa. Eso depende mucho, incluso diría que todo depende del sentimiento que tenga
de la infinita variedad de tonos de una misma familia.
¿Encuentras que en esto hay una peligrosa inclinación hacia el romanticismo, una traición
para con el “realismo”; encuentras que esto es “pintar chic”, el tener más amor por la
paleta del colorista que por la naturaleza? Pues bien ¡que así sea! Delacroix, Millet,
Corot, Dupré, Daubigny, Breton y aun treinta otros ¿no son el corazón de este siglo en
materia de arte pictórico? ¿Todos ellos no tienen acaso sus raíces en el romanticismo,
aunque la emprendan contra el romanticismo? El romance y el romanticismo son toda
nuestra época; el pintor debe tener imaginación y sensibilidad. El Realismo y el
Naturalismo desgraciadamente no están exentos de ello; Zola crea, pero no mantiene su
espejo frente a las cosas; las ha creado impresionantes, pero las ha creado; el poetiza; por
eso es tan bello. Tanto el Naturalismo como el Realismo, ninguno de los dos carece de
relación con el romanticismo.
[..] Encuentro tan justa le expresión: no pintar con color local, que, francamente, prefiero
contemplar un cuadro menos verdadero ante la realidad literal, que otro que sea
exactamente igual a esa realidad. Más vale una acuarela un tanto imprecisa, inacabada,
que otra trabajada hasta parecerse a la realidad, al pie de la letra.
La significación de esta frase: no pintar con color local, es amplia y deja al pintor en
libertad para escoger los colores que formen un todo y estén relacionados entre sí, a fin de
sacarles el máximo, por oposición a otra gama. Qué puede importarme a mí que el retrato
de un honesto burgués me diga exactamente lo que quiere decir el color nacarado, el agua
lechosa, insignificante, de un rostro piadoso y temeroso de Dios, un rostro que yo nunca
había visto. Pero los ciudadanos del pequeño burgo en que este individuo se hizo tan

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digno de estima que creyeron necesario que la posteridad estuviera al corriente de su
fisonomía, sí están muy pendientes de la exactitud del retrato.
El color expresa algo por sí mismo; no se le puede negar y hay que aprovecharlo; lo que
embellece y es verdaderamente bello, es igualmente verdadero. Cuando el Veronés pintó
los retratos de su mundo elegante en “Las Bodas de Caná” aplicó toda la riqueza de su
paleta a los violetas oscuros, a los magníficos tonos dorados. Y todavía le quedaba en
mente ese azul claro celeste y un blanco nacarado que no figuran en el primer plano, y los
lanzó hacia el fondo, e hizo bien, porque ese color modifica por sí solo el contorno de los
palacios, un conjunto de mármol y cielo, que completa la serie de los personajes de
manera característica. Así de magnífico, ese fondo ha nacido de una combinación
premeditada de colores.
¿Me equivoco? ¿No está pintado de una manera distinta a la de alguien que hubiera
pensado al mismo tiempo en el palacio y en los personajes, como en un todo? Esa
arquitectura, ese cielo, todo eso es convención y está subordinado a las figuras, calculado
para que luzcan bellas. Eso es pintar de verdad; esto es más bello que la exacta imitación
de las cosas mismas. Pensar en algo y dejar que el cuadro pertenezca a ese algo.
El estudio según el natural (d’après nature), la batalla con lo real, no quiero destruir esto
con razonamientos. Yo mismo obré así, durante años, sin obtener fruto alguno y con toda
clase de lamentables resultados. No quisiera haberme privado de ese error. Quiero decir
que perseverar siempre en una misma manera habría sido locura y estupidez, pero no
todos mis esfuerzos han sido completamente vanos. Se comienza por matar, se termina
por curar, es un dicho de médicos. Uno comienza por esforzarse sin resultados,
intentando seguir a la naturaleza, y todo parece ir mal. Pero uno termina por crear
tranquilamente partiendo de su paleta, y entonces la naturaleza nos sigue y coge el paso.
Pero estas dos cosas, opuestas entre sí, no existen la una sin la otra. Trajinar y esforzarse
aunque parezca en vano, nos proporciona una familiaridad con la naturaleza y un honesto
conocimiento de las cosas.

[T: 434] ( Nuenen 1885)

[…] Estos últimos días he recibido una carta de Leurs acerca de mis cuadros; Tersteeg y
Wisselingh los habríann visto y “no los habían encontrado de su agrado”, escribe. A pesar
de todo, sigo convencido de que llegaré a hacer que ciertas personas cambien de parecer,
aun si Tersteeg y Wisselingh se muestran recalcitrantes.
[…]
Así, observa las cabezas que tienes en tu casa. Hay algunas buenas, estoy casi seguro. ¿ Y
bien?... pues, ¡adelante! […]
Por el hecho de que durante mucho tiempo he trabajado solo, me imagino que, si quisiera
y pudiera aprender algo de los otros, y hasta recibir préstamos de su técnica, continuaría
siempre mirando con mis propios ojos y trabajaría siempre siguiendo mi propia manera
de proceder.

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Nada más cierto que me esforzaría por aprender. studiaría sobre todo el desnudo, si
tuviera ocasión. Sin embargo, no me hago ilusiones, sé que no podría contratar de la
noche a la mañana tantos buenos modelos como querría.
[…]
Me alegro de haber visitado el museo de Amsterdam antes de partir, pues me he dado
cuenta cómo he sacado partido de lo que ví en mi trabajo. […] Aquí no he hecho más que
pintar incansablementepara aprender a pintar, para adquirir sólidos principios sobre el
color, etc., sin dejarle mucho sitio a otras preocupaciones. Pero cuando me he evadido
por algunos días a Amsterdam, he estado muy contento de volver a ver cuadros. Porque a
veces es endiabladamente duro vivir completamente fuera de la pintura y del mundo de
los pintores y no ver nada de los otros.

[T: 441] ( Amberes, 1885)


[En Amberes, Vincent se inscribe en la Escuela de Bellas Artes y frecuenta el atelier de Karel Verlat, su
profesor, quien al poco tiempo lo expulsa debido a su comportamiento “excesivo”. Se mantiene asiduo a las
clases de dibujo del Prof. Eugène Siberdt y en las noches, bajo la dirección de Frans Vinck, trabaja con
modelos vivos. Participa en un concurso y el jurado resolvió unánimemente que el trabajo de un alumno tan
malo justificaba que se lo regresara a la clase elemental]

[…] Estuve pintando ayer algunos estudios donde se ve la catedral. Y tengo asimismo
uno pequeño del Parque. Sin embargo, prefiero pintar los ojos de los hombres a las
catedrales, porque en los ojos hay algo que no hay en las catedrales aunque sean
majestuosas e imponentes: el alma d eun hombre, aunque sea un pobre vagabundo o una
muchacha de la calle, me parece más interesante.

[T: 442] Amberes, 28 de diciembre de 1885

[Se refiere a un cuadro de Rembrandt que después ha sido plenamente identificado como otro retrato de
Saskia]

Desde que he recibido tu dinero, he tomado un buen modelo y he sacado una cara de
tamaño natural. Está hecha toda en claro, salvo lo que es negro; pero la cabeza resalta de
una manera uniforme sobre un fondo donde he buscado poner un reflejo dorado.
[…]
El modelo es una muchacha de un café cantante, no obstante intenté darle una expresión a
lo ecce homo.
En cuanto a esta expresión, que era lo que yo quería, me he esforzado por mantenerme en
lo verdadero, aunque trate de expresar una idea.
Cuando la modelo vino a mi casa, había tenido visiblemente algunas noches muy
cargadas. Y lo dijo con una frase muy elocuente: el champagne no me alegra, me pone
muy triste. Entonces supe a qué atenerme y me esforcé por expresar algo voluptuoso y
desolado a la vez.
[…]

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Ayer ví una gran foto según un Rembrandt que no conocía y que me ha impresionado
asombrosamente. Es una cabeza de mujer; la luz caía sobre el pecho, el cuello, el mentón
y la aleta de la nariz, por lo bajo de la mejilla. La frente y los ojos estaban envueltos en la
sombra de un gran sombrero, con plumas que eran indudablemente rojas, y en la pequeña
blusa descotada había también, sin duda, rojo o amarillo. El fondo, oscuro. La expresión:
una sonrisa misteriosa como la del mismo Rembrandt en su propio retrato donde Saskia
está sobre sus rodillas y él tiene una copa en la mano.
Actualmente todos mis pensamientos están llenos de Rembrandt y de Frans Hals, no
porque yo vea muchos de sus cuadros, sino porque veo entre el pueblo de aquí tipos que
me hacen pensar en esa época.

Sigo frecuentando los bailes populares para contemplar cabezas de mujeres, cabezas de
marineros o cabezas de soldados. Uno paga 20 o 30 florines de entrada y bebe un solo
vaso de cerveza porque, en verdad, allí no se bebe, uno se divierte toda la noche mirando
el entusiasmo de la gente, al menos es mi caso.

[…] Se trata, pues, de buscar la serenidad y de mantener intacta la alegría de vivir. Desde
ese punto de vista creo que he ganado con el cambio al venir acá, pues he adquirido
nuevas ideas y aprendido nuevos medios para expresar lo que quiero: pinceles de mejor
calidad me hacen el favor y estoy entusiasmado con dos colores, el carmín y el cobalto.
El cobalto es un color divino; no hay nada que lo supere para formar el aire alrededor de
los objetos; el carmín es el rojo del vino y es cálido, espiritual como el vino.
El verde esmeralda también. No sale a cuenta prescindir de estos colores.
Lo mismo que el cadmio.

Me apego a los modelos de acá porque difieren en todo de los modelos del campo. Pero
sobre todo porque su carácter es otro. Y porque ese contraste me inspira ideas nuevas,
justamente por los diversos colores de la carne, Todavía no estoy contento con lo que
expresé en la última cabeza, aunque expresé allí otra cosa, distinta a mis cabezas
anteriores.
Creo que comprendes bien la importancia de “ser veraces”, para que pueda decirte
libremente el fondo de mi pensamiento. Por el mismo motivo que cuando pinto aldeanas
quiero que sean aldeanas, por esa misma razón, cuando son putas, quiero que tengan una
expresión de putas.
Eso explica que esa cabeza de puta de Rembrandt me haya impresionado tanto. Porque ha
captado infinitamente bien esa sonrisa misteriosa y la había hecho infinitamente bella,
con una seriedad de la que sólo él, el mago de los magos, es capaz.
Esto es algo nuevo para mí y lo quiero realizarlo per se. Manet lo ha hecho y también
Courbet… ¡y bien, por Dios! […] En fin, sea lo que sea, yo quiero a toda costa seguir
adelante, quiero ser yo mismo.
Y es que siento en mí la obstinación y estoy por encima de lo que la gente pueda decir de
mí y de mi obra.

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[ A Levens] París, verano-otoño, 1886

[De los dos años que pasa en París (febrero 1886-febrero 1888), singularmente importantes para la pintura
de van Gogh, apenas se tienen algunas cartas, ya que él y Thèo viven juntos. H. M. Levens era un pintor
inglés que Vincent conoció en Amberes.]

[…] No pierda de vista que Paris es París. No hay más que un París; y aunque la vida sea
difícil, el aire de Francia aclara las ideas y hace bien, mucho bien, todo el bien del
mundo.

[…] Quien tenga una situación sólida, que se quede donde esté, pero los que buscan
aventuras como las mías, no pierden nada arriesgándose más. Sobre todo porque en mi
caso, no se trata de ser aventurero por elección, sino por fatalidad, ya que en ninguna
parte me hallo más extranjero que dentro de mi propia familia y en mi propio país.

[T: 462] Paris, verano de 1887

[…] Me apena mucho lo que me escribes de casa: “están bastante bien, pero sin embargo,
es triste verlos”.

No obstante, hace doce años se hubiera jurado que a pesar de todo la casa prosperaría
siempre y que marcharía adelante. Si tu casamiento se lograra, eso complacería mucho a
nuestra madre, y por tu salud y tus negocios sería necesario, con tdo, que no siguieras
solo.

Yo siento pasar el anhelo de casamiento y de niños y en ciertos momentos estoy bastante


melancólico de estar como estoy, a los 35 años, cuando me debería sentir completamente
distinto.
Y algunas veces se lo reprocho a esta sucia pintura.
Richepin dijo alguna vez: el amor al arte hace perder el amor verdadero.
Me parece terriblemente exacto, pero, en contra de esto, el amor verdadero hace perder el
gusto por el arte.

Y me sucede sentirme ya viejo y fracasado y, sin embargo, lo bastante enamorado todavía


para no estar entusiasmado por la pintura. Para triunfar se necesita ambición, y la
ambición me parece absurda. Yo no sé qué resultará; quisiera sobre todo ser menos na
carga –y esto no es imposible de ahora en adelante- porque espero hacer progresos de
manera que puedas mostrar osadamente lo que hago sin comprometerte.
Y después me retiraré a cualquier parte en el Midi, para no ver tantos pintores que me
asquean como hombres.

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Coda

Fragmento de una carta de Thèo a su hermana Guillermina, poco después de instalarse con
Vincent en el Apartamento del 54, Rue Lepic.

La vida es casi insoportable; nadie quiere venir a mi casa porque Vincent no


hace más que buscar pelea; además, él es tan desordenado que nuestro interior
está muy lejos de ser agradable.
Espero que se vaya y se instale en otra parte. Ya me habló de eso. Pero si le
dijera que debe marcharse, sería para él una razón de más para quedarse. No le
deseo ningún mal, pero sí le exijo una cosa, que no me atormente; pero
quedándose me atormenta y me cuesta mucho verlo demorarse.
Uno diría que hay dos hombres dentro de él, uno admirablemente dotado,
encantador y dulce; el otro es egoísta y despiadado. Aparecen por relevo, de
manera que uno los escucha razonar sobre esto o aquello, con argumentos tanto
a favor como en contra.
Lástima que sea su propio enemigo, porque le hace la vida difícil no sólo a los
demás sino a sí mismo.

Nota
Esta selección y versión española de las cartas de van Gogh sigue la
edición en 3 volúmenes que editó Gallimard (Vincent van Gogh.
Correspondance générale. Paris,1990). En algunas pocas cartas se
reproduce (con modificaciones) la traducción de Fayad Jamís, de la
edición de Barral Editores (Cartas a Theo, Barcelona, 1972).
He traducido casi al vuelo, para que este material sirva de complemento
de las clases. Se agradece y se recomienda no citar del presente
material, sin revisar antes alguna edición autorizada.
María Fernanda Palacios.

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