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Tipos de castigo

En la entrada previa explicaba que la conducta depende de las


consecuencias que la siguen. Es decir, si un comportamiento va seguido
de una consecuencia positiva, esa conducta se hace más fuerte y
viceversa, los comportamientos que se siguen de consecuencias negativas
tienden a reducirse en el futuro.

Por eso, como vimos, el mejor enfoque para aumentar conductas que
deseamos fomentar es el reforzamiento positivo, que consiste en administrar
premios cuando suceden los comportamientos de interés.

Pero, si como padres deseamos reducir una conducta inadecuada de


nuestro hijo o hija ¿Qué posibilidades de actuación tenemos? Pues
básicamente las tres siguientes:

– Administrar una consecuencia negativa (un estímulo desagradable o


aversivo) después de que suceda la conducta. Técnicamente a esta forma de
castigar se la llama castigo positivo. Como veremos no tiene nada de positivo,
la palabra positivo alude a la aparición de algo desagradable (p. ej., un grito,
amenaza, insulto, azote, etc.).

– Retirar una consecuencia positiva después de que ocurra el


comportamiento. Si nos quitan algo que nos gusta (p.ej., nos dejan sin salir, ver
la TV, jugar con el Ipad, etc.) también se nos castiga. Esta forma de castigo se
llama castigo negativo. El término técnico puede resultar confuso, ya que
negativo aquí significa que se pierde o se retira algo. Bajo esta forma de
castigo se engloban varias estrategias que desarrollaré en una siguiente
entrada y que son bastante recomendables.

– Podemos aplicar reforzamiento positivo a conductas que sean


incompatibles con las que queremos reducir, mientras ignoramos la
conducta problemática. Por ejemplo, premiar explícitamente conductas de
colaboración y juego tranquilo entre hermanos ayuda a reducir los momentos
en que se pelean.

Vamos a centrarnos en el castigo “positivo” o para entendernos mejor el castigo


tradicional que es en el que se tiende a pensar cuando se menciona la palabra
castigo.

¿Qué problemas tiene el castigo


tradicional?
Muchas personas entienden que cuando un niño se porta mal lo lógico es
regañarle. La mayoría de las veces en forma de violencia verbal (gritos,
amenazas, etc.) ya que por suerte vivimos en una sociedad cada vez más
sensibilizada con la violencia física, la cual tiene implicaciones legales,
aunque aún hay bastantes padres que confían en el poder de un azote o
“guantazo a tiempo”.

Si este tipo de castigo funcionara, entonces tal vez cabría un debate ético. Pero
es que el castigo tradicional no funciona (los estudios han demostrado que
su potencia es mucho menor que la del reforzamiento positivo) y encima tiene
los siguientes inconvenientes:

 Con el castigo no se logra que el niño aprenda una conducta más


adecuada. El castigo enseña lo que no se debe hacer, no qué alternativas de
conducta se pueden tomar. Especialmente en los más pequeños no tenemos
que dar por sentado que el niño tiene claro qué hacer.
 Genera reacciones emocionales muy alejadas de nuestros intereses. El
niño que es castigado puede sentir ira y miedo. El objetivo no es que el niño
tema a sus padres, sino que les respete y les obedezca.
 Aquello de que “la violencia engendra violencia” ha sido demostrado por la
investigación. El abuso del castigo en la infancia y adolescencia se
relaciona con la aparición posterior de conductas antisociales y
delictivas. Sin llegar a ese extremo: si enseñamos a nuestros hijos a educar
castigando, cuando sean padres tenderán a reproducir el modelo.
 A diferencia de otras técnicas, cuanto más se use menos eficaz se vuelve,
se acaban acostumbrando. Hay niños que están eternamente castigados,
siempre y a todo (hasta la próxima evaluación sin consola, tele, móvil, sin salir,
sin jugar fútbol,…). Como no puede cumplirse con semejante plan de castigo,
perdemos toda credibilidad.
 Casi nunca es eficaz a medio o largo plazo, y a veces hasta puede
aumentar las conductas que se quieren eliminar. Como mucho logramos
asustar al niño y disuadirlo en ese momento mientras estamos presentes. En
cuando no estemos delante es muy probable que vuelva a portarse mal.

¿No castigo nada entonces?


Sería maravilloso poder educar a los niños usando sólo el cariño, el diálogo,
la comprensión y el respeto mutuo. En niños sensibles y que tienen muy buen
vínculo afectivo con sus padres, trasmitir decepción o tristeza por un
comportamiento inadecuado de forma calmada puede funcionar en ciertas
ocasiones.

Pero como psicóloga y madre de dos niños estupendos tengo claro que un
enfoque limitado a eso resulta poco realista. Es importante que los niños
aprendan que las acciones que realizan tienen determinadas
consecuencias, y a veces estas consecuencias no son de su agrado.

Entonces, ¿Cuándo debo castigar? cuando el niño realiza conductas que


tienen o van a tener en el futuro consecuencias negativas para él y no se
corresponden con el tipo de persona que quiero formar. Al respecto, el empleo
de castigo tradicional debe ser excepcional y limitado a conductas peligrosas o
con consecuencias graves (p.ej., en un clima de relación afectuoso y tranquilo,
gritar “eso no” cuando un niño muy pequeño coge un objeto cortante).

Antes de aclarar cómo castigar, dejemos claro lo que NO se debe hacer:

 El castigo nunca debe ser humillante o perjudicial para su autoestima o


bienestar (“eres un inútil, nunca llegarás a nada…”).
 No amenazar en vano si no hay intención de cumplir la amenaza (“si te portas
mal los Reyes Magos no van a traerte regalos…”). Esto aumenta la resistencia
al cambio de las conductas que intentamos modificar ya que el niño aprende
que los avisos no tienen valor predictivo.
 No castigar nunca con el afecto (“como te portas mal, no te quiero”). El
afecto no se negocia, queremos a nuestros hijos y si castigamos en un
momento dado es porque es lo mejor para ellos.
 No castigar la misma conducta unas veces, mientras otras veces se
refuerza (ej., cuando el hermano pequeño dice palabrotas nos reímos y
cuando se trata del mayor se le regaña).
 No descargar sobre los hijos nuestro mal humor. Debemos castigar las
conductas porque sea lo más apropiado, no porqué hayamos tenido un mal día.

¿Cómo castigar de forma


constructiva?
En caso de ser necesario algún castigo “positivo”, se recomienda que en
vez de administrar estímulos negativos físicos o verbales (castigo “tradicional”)
se pida al niño que realice alguna tarea socialmente apropiada, que sirva
para resolver las posibles consecuencias negativas ocasionadas por su
conducta.

Este procedimiento se llama sobrecorrección y es una forma de castigo


positivo leve que produce resultados eficaces y duraderos. Por ejemplo, si
ha pintado en la pared le pediríamos que limpiara lo que ha pintado, si le ha
dado un empujón a su hermana tiene que pedirle perdón y darle un beso de
manera convincente, si ha desordenado sus juguetes tiene que recogerlos, etc.

La sobrecorrección puede ser restitutiva, como en los ejemplos anteriores, o


de práctica positiva cuando lo que le pedimos es que practique repetidamente
una conducta positiva (p.ej., cada vez que salga dando un portazo tiene que
entrar y salir diez veces por la puerta despacio y de forma calmada).

Los dos procedimientos se pueden combinar (p.ej., como se ha negado a


recoger su plato y cubiertos, ahora tiene que recoger el suyo y el de todos los
demás miembros de la familia).
Algunas recomendaciones al aplicar esta forma de castigo son las
siguientes:

– El castigo siempre se debe emplear en combinación con el


reforzamiento positivo o el reforzamiento de conductas incompatibles con las
que queremos reducir. Recordemos que además de la sobrecorrección hay
otras formas de castigo educativo que se presentan en otra entrada.

– Los padres tienen que tener un estilo común consensuado ya que si


cada uno impone reglas distintas lo que el niño aprende no es que una
conducta sea inaceptable sino que todo depende de si están presentes el
padre o la madre.

– Es importante que mientras el niño no realice la tarea que hemos


indicado no reciba reforzamiento por otra parte (p.ej., no sólo premios
materiales, sino también atención, juego, mimos, etc.).

– La dificultad y duración de la tarea no deben ser excesivas y tienen que


adecuarse a la edad del niño (p.ej., puede que la pared no quede muy bien y
tengamos que arreglarla nosotros después, pero lo importante delante de él es
que le suponga un esfuerzo “limpiarla” y lo haga lo mejor que sepa).

– El castigo debe aplicarse de forma calmada ya que si nos ponemos a


gritar, le reprochamos, amenazamos, etc. ya no es sobrecorrección sino
castigo tradicional.

– Una ventaja adicional de la sobrecorrección es que además de incluir


elementos constructivos y educativos, puesto que enseña lo correcto, sirve de
ejemplo a otros niños que puedan estar presentes.

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