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Hemos sido testigos, que «El Señor puede hablar y querer ser oído de muchos
modos.»1 Puesto que Jesús está, sí, en el encuentro de la aureola familiar de estas cuatro
semanas. Manifestándose en la oración, en el canto coral, en la oración junto al pesebre. Sí,
y mil veces sí, Jesús está allí; hablándonos en susurros, una voz tan dulce de arrullo que te
provoca la reflexión interna. Una voz audible únicamente si nos disponemos a la soledad de
la oración personal. Recordemos, que Jesús mismo nos recalcó el primer mandamiento
«Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente» (Mt
22,37). Sin embargo, también nos dejó un mandamiento especial de tesitura parecida y, es
aquel mandamiento magnífico de pensar al otro: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo»
(Mt 22,39). ¿Quién es mi prójimo? Es loado, amar a quiénes nos tratan de una forma
maravillosa.
Pero pensemos un poco más allá, ¿Qué tan fácil o difícil es amar, a aquel que nos
transborda a la ira, a aquel que nos saca de la comodidad? Pensemos en las obras de
misericordia. Sí, y mil veces, sí. Jesús está allí afuera también. A veces gime de dolor en el
hermano que necesita ser escuchado o ¿Acaso nos quita tiempo por llegar temprano al
templo? Grita Jesús, pidiendo auxilio en el indigente que experimenta el ardor de su estómago
vacío. Otras veces habla, nos enseña y nos corrige con autoridad, (Mt 7,29). Allí afuera,
donde el ambiente es hostil, en la soledad de la calle; allí está Él. En el frío suspira por una
mano amiga. Muchas veces, yace moribundo en el camino, esperando que un levita le vende
1
José María Cabodevilla. Carta de la Caridad. (Madrid: Editorial Católica, S.A. 1966). 344.
sus heridas, le dé posada y le regale algunas monedas para continuar su camino o ¿Nos sigue
quitando el tiempo?
Gustavo Sáenz.
2
Ibídem. 339.