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Capítulo VIII

La República Aristocrática,
1895-1919
El Perú ingresó ahora a un periodo singular en su historia moderna, signado por un raro consenso
político, una amplia estabilidad política y un crecimiento y desarrollo autónomos, por lo menos en
un principio. Conocido por lo general en la historiografía peruana como la «República Aristocrática»,
habría de extenderse, con breves interrupciones, desde 1895 hasta después del final de la Primera
Guerra Mundial, en 1919.

El surgimiento de la oligarquía
Un gran corpus bibliográfico, que data de la década de 1960, atribuye el crónico subdesarrollo
peruano en el siglo XX a la formación de una red estrechamente entrelazada de personas
acaudaladas, con intereses y orientaciones ideológicas similares, que llegaron a ejercer el dominio
político y económico del país luego de la Guerra del Pacífico. Esta élite cerrada y paternalista
(también denominada «burguesía» o «plutocracia»), formada mediante el matrimonio entre un
pequeño círculo de prominentes familias, no sólo ganó supuestamente el control del Estado y sus
recursos durante la República Aristocrática, sino que los usó para promover sus propios intereses
individuales y de clase. Es más, la condena sugiere que faltó a esta élite un «proyecto nacional» para
el desarrollo; que optó por una política de fomento de las exportaciones en vez de la
industrialización; que operó «irracionalmente» en forma aristocrática y «rentista»; y que se alió con
los gamonales de la sierra y los capitalistas extranjeros para asegurar su control sobre el país y
promover sus propios intereses de clase, limitados y egoístas.

La formación de la clase obrera

A medida que la población peruana se expandía y urbanizaba gradualmente, y su economía de


exportación se diversificaba y crecía durante la República Aristocrática, lo mismo sucedía con su
mano de obra. En el sector moderno de la economía podía hallarse una concentración considerable
de trabajadores en las haciendas azucareras (30.000) y algodoneras de la costa (35.000), en las
minas de la sierra (plata, oro y cobre: 20.000-25.000), en los campos petroleros del extremo norte
de la costa, y en los talleres del recién terminado sistema ferroviario. Los 300.000 trabajadores
estimados en el caucho y la lana estaban más dispersos y aislados.
Incluyendo a estos últimos, todos sumaban unos 80.000 a 120.000 trabajadores, o entre cinco y
ocho por ciento de la fuerza laboral estimada en 1,53 millones en la década de 1890.
Sin embargo, a pesar del creciente número de trabajadores, varios factores retardaron su
organización en gremios o sindicatos en estos enclaves. Entre ellos estaban el aislamiento y la lejanía
de los sectores laborales urbanos más dinámicos, sobre todo en la capital, y el fuerte control de los
empleadores, ayudados no sólo por el respaldo de las autoridades locales sino también del gobierno
central.
Las actividades y disturbios obreros se dieron ya en 1910 entre los trabajadores azucareros de las
haciendas en las afueras de Trujillo, en la costa norte, pero fueron sofocados rápidamente por las
autoridades.

La Primera Guerra Mundial y su impacto

El estallido de la guerra en Europa cerró los lucrativos mercados de exportación, hizo aumentar las
tasas de los fletes y el precio de las manufacturas importadas, e interrumpió el flujo de préstamos
y crédito de los bancos y mercados monetarios europeos. Estas perturbaciones provocaron, a su
vez, que las fábricas de la periferia peruana cerraran y que el desempleo se incrementara. A medida
que las mercancías destinadas a la exportación se apilaban en puertos y almacenes, la producción
se detenía y los trabajadores eran despedidos. Por ejemplo, en las haciendas azucareras y pueblos
de La Libertad, el setenta y cinco por ciento de la fuerza laboral fue expulsada del trabajo. En Lima,
la fábrica textil El Inca recortó los salarios en cincuenta y cinco por ciento entre agosto y noviembre
de 1914.
Para empeorar las cosas, unos mil quinientos trabajadores peruanos desempleados arribaron a la
capital por barco, luego de la suspensión de la producción en los campos de nitratos chilenos.
Los problemas financieros se incrementaron a medida que la fuerte caída en las importaciones
europeas provocaba una masiva baja en los aranceles estatales, que cayeron de £616.491 en la
primera mitad de 1914, a £568.351 en los siguientes doce meses. El crédito peruano en el extranjero
quedó comprometido aún más, pues el país no pudo cumplir con los pagos de su deuda externa
relativamente pequeña. Para empeorar las cosas, el sistema bancario colapsaba a medida que los
depósitos caían, los préstamos eran recortados y las ganancias se reducían.
Estas inexorables presiones financieras sirvieron para agudizar aún más el deseo de Benavides de
retirarse cuanto antes de la presidencia, cargo que le resultaba incómodo desempeñar como oficial
de ejército profesional.

Las grandes huelgas de 1918-1919

En esta endeble superestructura política de la República Aristocrática estalló un suceso


trascendental: la masiva huelga por la jornada de ocho horas en enero de
1919. Su causa subyacente fue el deterioro de las condiciones de vida de la clase obrera de Lima
-Callao, cuyos salarios seguían estancados en medio de la espiral inflacionaria de la posguerra.
Enfrentado con un creciente descontento obrero,
Pardo presionó tardíamente al Congreso para que aprobara una serie de leyes laborales, varias de
las cuales habían sido propuestas por José Matías Manzanilla hacía más de una década. Tal vez la
más importante de ellas fue una ley firmada el 25 de noviembre de 1918, diseñada para proteger a
mujeres y niños en su centro de trabajo.

Capítulo IX
El desafío populista, 1919-1945
augusto b. leguía fue el capitalista por excelencia de comienzos del siglo XX, un hombre que
alcanzó su alta investidura por sus propios méritos y esfuerzo. Su genio empresarial lo llevó a los
círculos de negocios de la élite. Provenía de una familia de clase media modesta, pero con buenas
conexiones en la costa norte.
Educado en una escuela comercial británica en Valparaíso, Chile, Leguía dejó su primera huella en
el mundo empresarial como agente y administrador de la
New York Life Insurance Company. A partir de esta temprana conexión con los intereses
económicos británicos y estadounidenses, adquirió una duradera fe en lo que un historiador llamó
«el efecto de demostración extranjero». Así, él creía firmemente que la vía peruana al desarrollo
estaba ligada a su habilidad para atraer capitales, tecnología, mercados y conocimiento
empresarial de los países avanzados de Occidente, una «perspectiva modernizadora» que
configuraría su carrera política.

El indigenismo y la rebelión india


Si el programa de Leguía estuvo dirigido políticamente —por lo menos inicialmente— a las clases
media y obrera, también alcanzó por el momento al campesinado indígena y a sus defensores.
En respuesta, los hacendados y comerciantes laneros intentaron recuperar sus ganancias
exprimiendo a los productores campesinos de diversas formas, lo que implicó el incremento en las
disputas por la tierra y otros motivos. El campesinado respondió a esta «sobreexplotación»
defendiendo sus derechos y exigiendo reparaciones a las autoridades, recurriendo a menudo a
demostraciones y enfrentamientos locales, y a acciones en pequeña escala: lo que James C. Scott
llamó «resistencia pasiva».

Mariátegui, Haya y la Nueva Izquierda


Con el exilio del activista Haya en 1923, el liderazgo de la izquierda peruana y su centro de
gravedad intelectual pasaron a la figura de José Carlos Mariátegui, quien acababa de regresar de
un exilio de cuatro años en Europa. En 1919 había aceptado un estipendio del gobierno para viajar
al extranjero, una medida tomada por Leguía ostensiblemente para retirar a uno de los críticos
más prominentes de su nuevo gobierno. París fue la primera parada de Mariátegui, donde quedó
embriagado con su contacto inicial con la cultura y la política europeas de ese entonces.

Debilidad económica y el inicio de la depresión


La muerte alcanzó a Mariátegui casi cuatro meses antes de que los militares derribaran a Leguía en
agosto de 1930. La causa fundamental de la caída del dictador era el estado sumamente precario y
vulnerable de la economía peruana en 1929, cuando la bolsa de valores estadounidense colapsó,
desatando así una depresión mundial.
Tras el fuerte endeudamiento externo contraído por Leguía para financiar su Patria
Nueva, la «danza de los millones» del Perú llegó a su abrupto fin.

Divisiones en la élite, la Segunda Guerra Mundial y el realineamiento del APRA


Después de casi trece años continuos de persecución oficial y funcionamiento clandestino entre
1932 y
1945, el APRA (ahora rebautizado como Partido Aprista Peruano —PAP— para evitar la prohibición
constitucional de los partidos «internacionales») salió finalmente de las «catacumbas» y presentó
una lista de candidatos al Congreso en la elección.
El grado en que el APRA y Haya se habían desplazado hacia la derecha queda ilustrado por un
célebre discurso que este último pronunciara el 20 de mayo de
1945, apenas a unas cuantas puertas y a oídos del oligárquico Club Nacional.

El APRA había dado un giro de casi


180 grados con respecto a su posición original de atacar a la oligarquía a abrazar a su viejo
adversario.
Capítulo X
Democracia y dictadura, 1945-1963
La reforma frustrada: el «trienio» de Bustamante y Rivero, 1945-1948

El triunfo del reformista José Luis Bustamante y Rivero, el primer presidente libremente electo
desde 1931, condujo al Perú a la «primavera democrática» de la posguerra. Lasgrandes esperanzas
que ella concitó se debían no sólo a la nueva era de libertad política y democratización que
inauguraba, sino también a que jamás habían sido mayores las posibilidades de una
reestructuración y reforma económica.
Y sin embargo, en tres años, la promesa democrático-reformista de1945 fue hecha trizas por un
golpe militar que dio inicio a una dictadura en octubre de 1948. No volvería a repetirse una
oportunidad similar durante toda una generación, hasta comienzos de la década de 1960.
Los objetivos del presidente Bustamante al inicio de su gobierno eran democratizar el país,
efectuar reformas sociales e integrar al APRA al sistema político.

La reacción: la dictadura de Odría, 1948-1956

El golpe de Odría siguió estrechamente el patrón de otros ocurridos antes en el siglo.


Al igual que el de Benavides en 1914 y el de Sánchez Cerro en 1930, este golpe fue un esfuerzo por
contener las fuerzas del populismo insurgente. Las fuerzas armadas nuevamente asumieron su
papel histórico como guardianes de los intereses de la élite ante el desafío populista. En este
papel, Odría encaja con el tradicional estilo personalista y caudillista característico de sus
predecesores militares.

Prado, la «convivencia» y la crisis agraria, 1956-1962

La inauguración de Prado como presidente en 1956 constituyó el apogeo final del gobierno
oligárquico directo en el siglo XX. El gobierno de Prado se caracterizó por una estabilidad relativa y
por el retorno a un régimen democrático luego de ocho años de dictadura. El Presidente tuvo poca
oposición militar y únicamente se produjo un fracasado intento de golpe a comienzos de 1958.

El gobierno institucional de las fuerzas armadas, 1962-1963

A diferencia de los anteriores golpes personalistas de Sánchez Cerro en 1931 y


Odría en 1948, esta vez se instaló un gobierno militar «institucional», estando cada rama de las
fuerzas armadas representada en una junta militar. Dirigida por el general Ricardo Pérez Godoy,
jefe del Comando Conjunto de las Fuerzas
Armadas, esta nueva junta declaró anuladas las elecciones del 10 de junio. También suspendió las
garantías constitucionales por treinta días y declaró un límite de un año a su mandato, luego de lo
cual convocaría a nuevas elecciones y retornaría a los cuarteles. La reacción pública al golpe fue
mayormente apática y los partidos políticos permanecieron inactivos.

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