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Según los últimos datos de 2016, han fallecido como consecuencia del suicidio 3.569
personas en España, 10 personas al día; 3 de cada 4 han sido de varones (2.662) y un
25% de mujeres (907). Cifras que suponen una mínima disminución de 33
defunciones respecto a 2015 (un 0,9% menos). Una situación preocupante pero
estable.
Aunque el mayor número de suicidios en ambos sexos se produce entre los 40 y los
59 años, el riesgo de suicidio aumenta con la edad, sobre todo en varones, que llega a
multiplicarse por 7 respecto a las edades más tempranas. Por comunidades
autónomas, Galicia y Asturias se encuentran a la cabeza. España ocupa, sin embargo,
un puesto bajo, el 23º en la tasa de suicidio en comparación con el resto de Estados
miembros de la UE. Presenta 7,51 muertes por suicido por cada 100.000 habitantes;
mientras que el promedio de la UE se sitúa en una tasa de 11 muertes por suicidio.
El suicidio se encuentra presente a lo largo de toda la historia de la humanidad y en
todas las culturas. Se han mantenido diversas consideraciones y actitudes hacia las
diferentes manifestaciones del suicidio y todo lo que se relaciona con él, dominando
en las diferentes sociedades antiguas las visiones sociales y religiosas que comparten
una idea de rechazo y repudio. Más recientemente aún se mantienen el estigma y la
ocultación.
Por eso, el plan de prevención, con sus protocolos de actuación, deben desarrollarse
no al margen, sino dentro de la estrategia de relanzamiento de los servicios de salud
mental enmarcados en el modelo comunitario, con asistencia integral desarrollada
por equipos multiprofesionales donde psicólogos, terapeutas ocupacionales,
trabajadores sociales tengan, además de médicos y enfermeras, roles profesionales
definidos y complementarios, que garanticen la calidad asistencial. Solo con medidas
como estas se podrá velar por el derecho universal a la salud de todos los ciudadanos,
humanizando como prioridad la asistencia en salud mental.