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¿Por qué?
Siguiendo la línea de Jacobson encontramos un punto
destacable:
Un texto de características literarias puede desligarse de los
que no son literarios por la manera en la que el lenguaje es
presentado. Dicho de otro modo, el lenguaje se violenta de
manera organizada; se deforma y se aleja de las
convencionalidades diarias en las que es utilizado. Adquiere
una atención especial del lector, ya que este observa, por
cuestiones rítmicas, estéticas y contextuales, que se
encuentra en presencia de lo literario.
LA FICCIÓN
El lector, según Culler, tiene un acercamiento a la literatura
por la relación que esta guarda con su entorno, y genera, bajo
el artificio de creación de unos personajes y un argumento no
real, un proceso de comunicación verosímil bajo su contexto.
La gracia que pone en marcha la maquinaria de la ficción en
la mente del lector se aplica sobre elementos
espacio/temporales, y dan como consecuencia funciones
particulares como desligar los pronombres personales de un
sujeto o momento dado. El Borges de El Aleph está
totalmente separado del Borges autor, aunque se llamen igual
solo por picaresca o algún tipo de turbación de cara a lo
fantástico, y, de nuevo, la literatura muestra su lado
mecánico.
LA INTERTEXTUALIDAD DE
LA LITERATURA
Un tercer inciso descansa en la última consideración de
Culler, la intertextualidad de la literatura. Sostiene que las
obras que se consideran literarias nacen a partir de otras
obras, que su existencia es posible debido a que las nuevas
integran, debaten y transforman elementos de sus
predecesoras. En pocas palabras, la literatura se escribe a sí
misma, una y otra vez, relacionándose entre otros textos y a
través de ellos. Se podría acotar que la literatura se hace
consciente de sí misma y se da licencias para reflexionar
sobre sus recursos, problemáticas, temáticas y posibilidades.
Cada uno de estos rasgos no termina de ser definitorio. Se
ven en otras manifestaciones del lenguaje, puesto que dichas
características salen a relucir cuando le otorgamos al texto
un tipo determinado de atención, la atención que merece la
literatura. Más que trabajar cierto tipo de textos de una
manera, dice Culler, se trata de trabajar junto a ellos, debido
a que, aunque la atención plena en leer un texto como
literatura esté presente, el lenguaje se resiste a enmarcarse.
Quizá, continuando con los planteamientos de Culler, la
ejemplaridad de la literatura puede ser parte de sus aspectos
definitorios. Una clase de textos, mediante el uso de unos
personajes y situaciones ejemplares, puede tornarse
universal, ya que los temas que aborda escapan de ser
específicos, sino más bien generales para quien quiera, o no
quiera, comprenderlos. Y aunque las obras literarias prefieren
escapar de ser un ejemplo, a su vez invitan al lector a
introducirse en dichos imaginarios; la literatura es un
ejemplo pero no sabemos de qué.
Dentro de estas funciones podríamos señalar la capacidad de
la literatura para civilizar tanto a las clases bajas como a la
aristocracia. Al ser de naturaleza estética, se ha considerado
que lo especial de sus formas tenía cierta relación con el
conocimiento y con los valores morales de una persona. La
teoría lo llama sujeto liberal, puesto que el individuo no se
definía por sus intereses sociales, sino por su subjetividad
individual, que a su vez impulsa a hacer ejercicios de
imaginación y reflexión, combinadas con el buen juicio.
La literatura tiene la facultad de incitar al lector a tomar
partido en situaciones complejas sin la necesidad de que
estas requieran urgencia para solventarse. Por tratarse de un
objeto estético sin finalidad pragmática, las fibras que mueve
son aquellas que están ligadas a la sensibilidad y a la
identificación del yo como individuo ante la sociedad. El
civilizar parece ir de la mano con reducir la barbarie o calmar
los humores contestatarios, más que enseñar o aleccionar, e
Eagleton parece suponer lo dicho:
“Si no se arroja a las masas unas cuantas novelas, quizás
acaben por reaccionar erigiendo unas cuantas barricadas”.
La pregunta que se nos viene al caso es si la literatura
funciona como instrumento ideológico o no. Se dar el caso de
que un conjunto de textos, con entera relación al poder,
puede invitar al lector a aceptar el status quo, reafirmándolo
mediante narraciones y dando por sentado que sus
planteamientos son inamovibles. Pero a su vez encontramos
el contraste, y es que quizá la literatura ponga en tela de
juicio dichas convencionalidades, quitándoles la legitimación
por medio de la ficción y sacándolas de contexto con el fin de
oponerse a la ideología de turno.
Culler no desmiente ninguna de estas dos vertientes, pero
hace énfasis en la literatura como una institución en la que el
ejercicio de imaginación puede parodiar, satirizar, convertir el
sentido en un sin sentido, ridiculizar y especular frente a
cualquier ortodoxia. Sin ir muy lejos, mucha de la obra
narrativa de Issac Asimov se sostiene sobre las teorías de
especulación científica, bajo la gran pregunta ¿qué pasaría
si…? No por nada, esta práctica de hipótesis ha contribuido a
asentar las bases de la literatura de género y, en algunos
casos, a impulsar las funciones pragmáticas de otras ramas
de estudio como la robótica.
EN CONCLUSIÓN…
Hemos observado que la literatura es un fenómeno lleno de
paradojas, contradicciones y convenciones, por lo que su
definición es resbaladiza desde un punto de vista concreto.
No está de más mencionar que la creación literaria está
sujeta a sí misma, dice Culler, en su propia mímesis, además
de la labor de romper dichos límites y ponerse en evidencia.
Es casi como si tuviese la responsabilidad de adecuarse a
sus propios lineamientos, para luego surgir con nuevos aires
y vertientes; un ejercicio de vanguardia, podría concluirse.
La literariedad de la literatura nos obliga a someter, como
recursos de análisis, a los textos a una minuciosa atención
sobre sus caracteres de inteligibilidad inmediata, las
reflexiones que trae como consecuencia y especial ojo a los
efectos que produce al lector.
Literatura podría ser, entonces basándonos en Terry
Eagleton y Jonathan Culler, una medida de valor hacia
aquellos fenómenos que giran alrededor de la percepción
lectora; la completa afluencia de lo estético, lo ficcional y la
integración del lenguaje en un primer plano, sin olvidar la
constante intertextualidad de las obras que la componen.