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¿Qué es la literatura?

Podría pensarse que el concepto de literatura ha quedado


grabado sobre piedra desde hace un par de siglos; pero, como
ocurre en casi todas las artes, sus acepciones y
convenciones han quedado relegadas a la esencia y a la
función que tiene la literatura misma respecto a fenómenos
no reconocidos como literarios. Es este contraste, quizá, lo
que podría esclarecer el concepto.
Terry Eagleton hace mención al formalismo ruso —Viktor
Shlovsky, Roman Jacobson—. Dicha escuela de pensamiento
se aleja de intentar definir a la literatura desde su carácter
ficcional y hace un acercamiento a lo que llaman el
carácter literario. Se puede dar por entendido que esto
ocurre a raíz de que la obra de imaginación no abarca gran
parte de lo que es considerado, convencionalmente, como
literatura.
Traigamos a juicio un apartado de cuentos, por ejemplo,
de Jorge Luis Borges (El Aleph) y un compendio de crónicas
de Gay Talese (Retratos y encuentros). Las narraciones del
primero se enmarcan en la ficción, mientras que las del
segundo autor no, por tratarse de reportajes periodísticos
(nuevo periodismo, para ser exactos). Sin embargo, las
aproximaciones del lector y de la crítica hacia ambas no
distan una de la otra; se refieren a ellas como obras de
literatura o literarias.

¿Por qué?
Siguiendo la línea de Jacobson encontramos un punto
destacable:
Un texto de características literarias puede desligarse de los
que no son literarios por la manera en la que el lenguaje es
presentado. Dicho de otro modo, el lenguaje se violenta de
manera organizada; se deforma y se aleja de las
convencionalidades diarias en las que es utilizado. Adquiere
una atención especial del lector, ya que este observa, por
cuestiones rítmicas, estéticas y contextuales, que se
encuentra en presencia de lo literario.

Se comienza a percibir lo literario como una aproximación


hacia la forma y estructura, más que a su propósito. Los
textos, bajo la teoría formalista, comienzan a desligarse de su
carácter ideológico, y la atención recae en la manera en la
que estos estaban construidos, como una gama de recursos
sintácticos, metafóricos, rítmicos, narrativos y de índole
estético que se separaban del lenguaje ordinario.
En el cuento fantástico de Felisberto Hernández, El balcón,
observamos ese desplazamiento de lo cotidiano hacia
lo literario: los objetos dejan de prestar una función natural y
se convierten en agentes estéticos que sirven a la atmósfera
de la trama (un balcón pasa a ser la analogía de un amante,
una araña es el símil de los celos, una hilera de paraguas
hace referencia al humor personal). De alguna forma, esta
rarefacción nos hace más conscientes de estos objetos. Todo
esto parte desde la base de que existen varios lenguajes a
estudiar, ya que dicha desviación nos coloca frente a frente
con la normalidad de la cual se ha alejado.
Los mismos formalistas rusos encontraron este último
elemento como excepción a la regla, que es presa de la
mutabilidad del contexto, puesto que los usos normativos del
lenguaje, como la misma rarefacción, cambian con el tiempo.
A pesar de que el lenguaje eche en falta aquella rarefacción
antes mencionada, el contexto puede realzar el carácter
literario de un fragmento o de una obra.

Esto da pie a pensar que no


todas las rarefacciones caben
dentro de los usos poéticos
del lenguaje, ni todos los usos
poéticos son normativos
dentro de la definición de lo
literario por vigencia.
Este aspecto se muestra como un talón de Aquiles por la
dependencia en demasía de la aproximación que se tiene
sobre el texto según el lugar en donde este pueda
encontrársele. Incluso, yendo hacia la otra vertiente, dice
Eagleton, podemos encontrar alabanzas de índole literaria
hacia textos cuyo lenguaje podría tildarse de simple, lacónico
y sobrio.
Sin ir muy lejos, cualquier pieza de órgano sacada del
contexto litúrgico, que es donde parece tener un fin
pragmático, se convierte en un elemento aislado y sin
finalidad más allá que la de entretener, sorprender y asustar.
No podemos olvidarnos que, en apariencia, esto es una
decisión de cómo afrontar la obra de arte, y en cuanto a la
literatura, se aplicaría el mismo tratamiento. Según Eagleton,
la definición de literatura recae sobre la forma en la que
alguien decide leer un texto determinado, y no sobre las
cualidades intrínsecas de dicho escrito, su naturaleza.
Sacando los hilos de esta teoría, la literatura no presenta un
fin pragmático inmediato, puesto que esta característica no
es inmutable, ya que un texto puede nacer con una función en
especial y luego, con el pasar de los años y con el cambio de
estándares temporales, terminar siendo admirado —y
estudiado— como una obra literaria.
Aplica también para el caso contrario, cabe destacar. El
ejemplo más inmediato es la Carta de Jamaica de Simón
Bolívar, en donde se valoriza la estética y la forma, más que
la intención principal dentro de su contexto histórico. Ha
perdido su valor pragmático a cambio de un valor literario.
Y es que los juicios de valor juegan un papel importante
dentro de lo que se podría llamar literatura. Parecen llevar la
batuta en cómo la gente intenta relacionarse con lo escrito.
Esta clase de distinción solo es posible en sociedades como
la nuestra, cuya naturaleza parece mostrar una inclinación
dual entre lo que es pragmático y funcional, como lo que no; y
ceñido a esto, cualquier texto podría tener una aproximación
y lectura no pragmática si se tiene esta como primera
intención (cayendo en la suposición de que esta sea la forma
correcta de leer literatura).

Sin embargo, ¿qué pasa con


los textos que la gente
considera buenos? ¿Pueden
ayudarnos a encontrar una
definición de literatura?
De forma muy reservada, seguimos caminando por los lindes
de los juicios de valor y por lo que se tiene como textos de
alta estima. Esta forma de escritura altamente valorada se
escapa de cualquier señalamiento que pusiera en tela de
juicio la calidad con la que fueron creadas.
Por esta vertiente, Eagleton reafirma que la literatura no es
inmutable y que trabaja de manera artificial al servicio de
gustos condicionados y arbitrarios, y es esta misma fragilidad
la que lo lleva a pensar que, en un futuro, cercano o no,
cualquier cosa sería sometida a un análisis sobre su carácter
literario, tanto para obtenerlo como para ser despojado de él.
La literatura bajo su concepción está fuertemente arraigada
a lo que dan por sentado ciertos grupos sociales.
Eagleton concluye que estos juicios de valor están en la
psiquis, debido a que los mismos se relacionan con la
ideología dominante, pero a su vez dicta que, aunque
parezcan inamovibles, pueden replantearse a futuro con lo
que él llama las variables históricas, puesto que la historia
misma no ha terminado de escribirse.

Ahora bien, el crítico literario Jonathan Culler parece


ensanchar los lineamientos que definen a la literatura,
encontrando así más puntos conexos entre elementos no
literarios y literarios. Uno de los más puntuales es la similitud
con la historia (la cátedra); su fin máximo es contar los
sucesos de A hasta Z, punto por punto y sin detenerse en
ambigüedades sobre la naturaleza última de ciertos hechos.
Ciertamente, es la forma narrativa lo que nos permite
entender y tejer relaciones verosímiles entre un hecho y otro,
e incluso, señala Culler, que el uso de las figuras retóricas es
permitido en dichos ejercicios.
Quizá la respuesta a ¿Qué es la literatura? no gira alrededor
de los conceptos que esclarezcan dicha pregunta, sino en la
naturaleza de una breve instancia:

¿Por qué hay que ocuparse de


la literatura?
Es justo preguntarnos, después de todo lo dicho, si existe
alguna convención tangible o media verdad sobre qué
convierte a un texto en literario. Me atrevo a hacer énfasis, al
igual que Culler, en el contexto que rodea a los fenómenos
lingüísticos, y de cómo estos pueden
adquirir literariedad según venga el caso. Todo viene a
remitirse, al menos en apariencia, en la aproximación a los
textos. Si encontramos una hoja de papel escrito, con cierta
disposición de las palabras, en lo que conocemos con un
poema convencional, estaríamos más que dispuestos a leer
dicho fragmento como si se tratase de un poema. Para ser
más extremos, podrían editarse en un libro todos los diálogos
del comic Batman, de Frank Miller, sin dibujos, y de nuevo
nuestro acercamiento a la obra le brindaría la literariedad al
menos en un primer plano.
Este ejercicio de aislamiento sobre el lenguaje, este lenguaje
descontextualizado, nos da la oportunidad de interpelarlo,
descomponerlo y especular sobre él como si se tratase de
una obra literaria. ¿De qué lo aislamos? De su propósito
finito, de su finalidad pragmática, como expuse bajo las
palabras de Eagleton.
Esto no quiere decir que el tratamiento del lenguaje no sea
importante en estos casos. Si no hay una
descontextualización, es relevante señalar que la narración
literaria no depende en gran parte de su contenido, sino de su
eficacia a la hora de explicarse y crear un pacto con el
lector; el llamado pacto ficcional o la suspensión de la
incredulidad.
Culler recalca este apartado al llamarlo principio de
cooperación, que aunque dicho pacto esté plagado de
ambigüedades o dificultades, el lector se esforzará por trazar
un camino directo hacia las convencionalidades que conoce
dentro de los procesos de comunicación e intentará sortear
dichas dificultades en un objetivo comunicativo superior. En
estos casos la literariedad se aloja entre la tensión del texto
y el contexto, o dicho de otro modo, entre el material
lingüístico y lo que el lector espera que sea literatura.
Las consideraciones de Culler desglosan un poco la
naturaleza de la propia literatura. Algunas retoman las
teorías de los formalistas rusos y de Eagleton (la rarificación
del lenguaje al traerlo a primer plano y la relación de sus
componentes, los cuales generan o no tensión entre ellos), y
otras aterrizan en el plano de lo ficcional, lo estético y lo que
remite a otros textos.

LA FICCIÓN
El lector, según Culler, tiene un acercamiento a la literatura
por la relación que esta guarda con su entorno, y genera, bajo
el artificio de creación de unos personajes y un argumento no
real, un proceso de comunicación verosímil bajo su contexto.
La gracia que pone en marcha la maquinaria de la ficción en
la mente del lector se aplica sobre elementos
espacio/temporales, y dan como consecuencia funciones
particulares como desligar los pronombres personales de un
sujeto o momento dado. El Borges de El Aleph está
totalmente separado del Borges autor, aunque se llamen igual
solo por picaresca o algún tipo de turbación de cara a lo
fantástico, y, de nuevo, la literatura muestra su lado
mecánico.

LA FINALIDAD SIN FINALIDAD


El segundo inciso recae en lo estético. Para Kant, los objetos
estéticos no tienen finalidad alguna, la finalidad sin
finalidad más que la obra misma en el proceso de creación o
regocijo. Si seguimos estos lineamientos, coinciden de lleno
con la falta de pragmatismo de la literatura. Una obra nos
puede regocijar porque ese es su fin último, mas exigirle que
cobre un plano externo a su naturaleza, es un sin sentido,
según lo que he expuesto bajo los lineamientos de Eagleton,
Culler y Kant.
Al ser la literatura un artificio estético, todas sus partes
cooperarán en pro de atraer la atención debida del lector, o
quizá, de despertar e impactar durante su lectura.

LA INTERTEXTUALIDAD DE
LA LITERATURA
Un tercer inciso descansa en la última consideración de
Culler, la intertextualidad de la literatura. Sostiene que las
obras que se consideran literarias nacen a partir de otras
obras, que su existencia es posible debido a que las nuevas
integran, debaten y transforman elementos de sus
predecesoras. En pocas palabras, la literatura se escribe a sí
misma, una y otra vez, relacionándose entre otros textos y a
través de ellos. Se podría acotar que la literatura se hace
consciente de sí misma y se da licencias para reflexionar
sobre sus recursos, problemáticas, temáticas y posibilidades.
Cada uno de estos rasgos no termina de ser definitorio. Se
ven en otras manifestaciones del lenguaje, puesto que dichas
características salen a relucir cuando le otorgamos al texto
un tipo determinado de atención, la atención que merece la
literatura. Más que trabajar cierto tipo de textos de una
manera, dice Culler, se trata de trabajar junto a ellos, debido
a que, aunque la atención plena en leer un texto como
literatura esté presente, el lenguaje se resiste a enmarcarse.
Quizá, continuando con los planteamientos de Culler, la
ejemplaridad de la literatura puede ser parte de sus aspectos
definitorios. Una clase de textos, mediante el uso de unos
personajes y situaciones ejemplares, puede tornarse
universal, ya que los temas que aborda escapan de ser
específicos, sino más bien generales para quien quiera, o no
quiera, comprenderlos. Y aunque las obras literarias prefieren
escapar de ser un ejemplo, a su vez invitan al lector a
introducirse en dichos imaginarios; la literatura es un
ejemplo pero no sabemos de qué.
Dentro de estas funciones podríamos señalar la capacidad de
la literatura para civilizar tanto a las clases bajas como a la
aristocracia. Al ser de naturaleza estética, se ha considerado
que lo especial de sus formas tenía cierta relación con el
conocimiento y con los valores morales de una persona. La
teoría lo llama sujeto liberal, puesto que el individuo no se
definía por sus intereses sociales, sino por su subjetividad
individual, que a su vez impulsa a hacer ejercicios de
imaginación y reflexión, combinadas con el buen juicio.
La literatura tiene la facultad de incitar al lector a tomar
partido en situaciones complejas sin la necesidad de que
estas requieran urgencia para solventarse. Por tratarse de un
objeto estético sin finalidad pragmática, las fibras que mueve
son aquellas que están ligadas a la sensibilidad y a la
identificación del yo como individuo ante la sociedad. El
civilizar parece ir de la mano con reducir la barbarie o calmar
los humores contestatarios, más que enseñar o aleccionar, e
Eagleton parece suponer lo dicho:
“Si no se arroja a las masas unas cuantas novelas, quizás
acaben por reaccionar erigiendo unas cuantas barricadas”.
La pregunta que se nos viene al caso es si la literatura
funciona como instrumento ideológico o no. Se dar el caso de
que un conjunto de textos, con entera relación al poder,
puede invitar al lector a aceptar el status quo, reafirmándolo
mediante narraciones y dando por sentado que sus
planteamientos son inamovibles. Pero a su vez encontramos
el contraste, y es que quizá la literatura ponga en tela de
juicio dichas convencionalidades, quitándoles la legitimación
por medio de la ficción y sacándolas de contexto con el fin de
oponerse a la ideología de turno.
Culler no desmiente ninguna de estas dos vertientes, pero
hace énfasis en la literatura como una institución en la que el
ejercicio de imaginación puede parodiar, satirizar, convertir el
sentido en un sin sentido, ridiculizar y especular frente a
cualquier ortodoxia. Sin ir muy lejos, mucha de la obra
narrativa de Issac Asimov se sostiene sobre las teorías de
especulación científica, bajo la gran pregunta ¿qué pasaría
si…? No por nada, esta práctica de hipótesis ha contribuido a
asentar las bases de la literatura de género y, en algunos
casos, a impulsar las funciones pragmáticas de otras ramas
de estudio como la robótica.

EN CONCLUSIÓN…
Hemos observado que la literatura es un fenómeno lleno de
paradojas, contradicciones y convenciones, por lo que su
definición es resbaladiza desde un punto de vista concreto.
No está de más mencionar que la creación literaria está
sujeta a sí misma, dice Culler, en su propia mímesis, además
de la labor de romper dichos límites y ponerse en evidencia.
Es casi como si tuviese la responsabilidad de adecuarse a
sus propios lineamientos, para luego surgir con nuevos aires
y vertientes; un ejercicio de vanguardia, podría concluirse.
La literariedad de la literatura nos obliga a someter, como
recursos de análisis, a los textos a una minuciosa atención
sobre sus caracteres de inteligibilidad inmediata, las
reflexiones que trae como consecuencia y especial ojo a los
efectos que produce al lector.
Literatura podría ser, entonces basándonos en Terry
Eagleton y Jonathan Culler, una medida de valor hacia
aquellos fenómenos que giran alrededor de la percepción
lectora; la completa afluencia de lo estético, lo ficcional y la
integración del lenguaje en un primer plano, sin olvidar la
constante intertextualidad de las obras que la componen.

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