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La tesis principal que se busca defender es que en efecto, creer en Dios es positivo
para el desarrollo del ser humano, no desde una perspectiva y aportes comunes
para su vida, debido a que los aportes que se sugieren el humano obtienen son más
bien trascendentales y dirigidos una evolución constante y sin fin. Aunque este
ultimo punto, parezca a algunos motivo de temor, enojo, impaciencia o falta de
validez, se retomaran los mismos argumentos que los autores que defienden la
ciencia como factor principal en contra de la creencia de Dios. Estos argumentos se
usarán para demostrar que la creencia en Dios desarrolla proactivamente al ser
humano, su raciocinio, criterio y capacidad de interelacionamiento humano que la
ciencia tanto motiva en la humanidad y que por ende, no hay necesidad de discusión
y enfrentamiento entre ambas áreas.
Primeramente, autores como Umberto Eco y Carlo María Martini (2008) hacen una
distinción dimensional y argumentativa muy importante, señalando que “…hoy en
día se tiende a clasificar también como formas de milenarismo a muchos
movimientos políticos y sociales, y de matriz laica e incluso atea, que pretendían
acelerar violentamente el fin de los tiempos, no para construir la Ciudad de Dios,
sino una nueva Ciudad Terrena” (p. 5). Esta división un tanto platónica de el anhelo
del humano por entender lo terrenal con el mismo deseo que lo hace por entender
lo divino, es lo que ha tendido a muchas personas a considerar Dios como algo
ficticio e irreal.
Sin embargo, esta diferencia es uno de los ejes basicos que los autores utilizan,
inclusive para admitir sus puntos argumentativos débiles, es decir, admiten que
muchos debates deben ser dejados a quienes los estudian a profundidad,
planteamiento que Jesús resumiría en su momento como “Dadle al Cesar lo que es
del Cesar y a Dios lo que es de Dios. Es simple, si se va a hablar de Dios
planteémoslo desde su ámbito de estudio y desde su terreno teórico y no
pretendamos que responda a los caprichos teóricos de otras áreas del saber que si
bien, autores como Murray han podido defender con Jesús como hijo de Dios, no
es honesto continuar pensando que Dios se manifestará en un laboratorio químico
en una probeta o que se verá algún dia obedecerá a alguna simulación de
computadora.
Retomando a Harrys, sus argumentos giran principalmente a algo que ya
mencionaba Pagola en su conversatorio llamado “Encuentro con Jesús”, planteando
que “…hoy por hoy es imposible hacer una biografía total de Jesús, al menos una
biografía entendida de forma contemporánea (…) Sin embargo, ¿qué tanto
conocemos de Platón, Aristóteles y los grandes personajes antiguos? Conocemos
lo que los hizo grandes, no más”.
Para autores como Tácito, Jesús fue un revoltoso judío que fue crucificado en
tiempos de Poncio Pilato y que llegó al grado de provocación social que movió al
propio Nerón a quemar diez de los catorce distrito de Roma, culpando luego a los
cristianos y sus creencias, a modo de que lo acontecido fue un castigo a sus
osadías. Por ende, se puede aceptar que Jesús tuvo una influencia trascendental
en el desarrollo de las pequeñas y marginadas sociedades dentro del Imperio
Romano y que estuvo a la altura de personalidades como Poncio Pilato y Nerón, de
quienes nadie recaba en sus biografías, ni tampoco nadie niega su existencia.
Aunque para creer en Dios o simplemente, creer, no se necesite más que eso, las
evidencias y los contextos en los que se desarrollan existen y ayudan a sentar paz
y certeza en aquellos que creen.
La historia para Umberto Eco y Carlo María Martini (2008) señalan un principio
esencial sobre la historia y sobre la función critica que puede tener la creencia en
Dios en nosotros mismos y nuestro crecimiento personal: “…para que una reflexión
sobre el fin estimule nuestra atención tanto hacia el futuro como hacia el pasado,
para reconsiderarlos de manera crítica, es necesario que este fin sea «un fin»”. Esto
se dirige a que el humano, en reconocimiento de su mortalidad, tambien sepa
reconocer este inevitable futuro en su presente.
Por ende, siguiendo a los autores y sobre todo a los últimos autores de medios
comunicativos como Fe Adulta y Delirante, creer en Dios es algo enriquecedor para
la experiencia de vida individual de ser humano y al contrario de lo que plantearían
muchos fundamentalistas, es un ámbito abierto, diverso y completamente racional.
Sin embargo, si este es nuestro objetivo, es de vital importancia que revisemos
constantemente si nuestras creencias nos acercan a la plenitud o más bien a una
lucha que como expresa Umberto Eco (2008), parece una batalla entre aquellos que
mejor demuestren ser los “…adeptos a una raza o a un secta privilegiada que
podrán celebrar sus flamígeros holocaustos” (p. 7).
Dios, al igual que el crecimiento personal, debería ser una relación complemente
individualizada y disfrutada según aquellos aportes y descubrimientos que vivamos
con ese ser divino o con ese sentido de trascendencia. No debería, por lo tanto,
alejarnos de nosotros mismos, del amor hacia los demás, tanto de aquellos que
amamos con devoción como de aquellos con los que no concordamos totalmente
(como ocurre con la relación entre Eco y Martini). La religión y nuestras creencias
no deben limitarnos, ni encerrarnos entre las piedras eclesiásticas, sino debe ser un
llamado y una constante invitación a descubrirnos más, reflejarnos y proyectarnos
en los otros y en entender aquello que sabemos jamás podremos entender
complementamente. Finalmente, Dios es una pregunta compleja y extensa, con una
respuesta inacabada y de constantes dudas, a la cual debemos aventurarnos no
con el deseo de solucionarla, sino con el simple motivo de conocerla al máximo
posible, problematizarla constantemente, amarla y sentirnos en plenitud por lo que
reconozcamos de ella.
Referencia bibliografica: