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SUSTENTABILIDAD
UN ANÁLISIS DE LO QUE NOS HACE PRO-
ECOLÓGICOS Y PRO-SOCIALES
1
Psicología de la Sustentabilidad.
Un análisis de lo que nos hace pro-ecológicos y pro-sociales.
Víctor Corral Verdugo
Revisión técnica
Bernardo Hernández Ruiz
Revisión de estilo
Leticia M. Hernández Martín del Campo
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A Gaia y cuanto contiene.
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INDICE
Prólogo……………………………………………………………………………………
Introducción………………………………………………………………………………
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El reto de los dilemas ambientales………………………………………………...
Conocimiento ambiental…………………………………………………………..
Habilidades pro-ambientales………………………………………………………
Competencia pro-ambiental……………………………………………………….
Competencias conscientes e inconscientes………………………………………..
Efectividad y orientación pro-sustentable…………………………………………
Recuento del capítulo……………………………………………………………...
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PRÓLOGO
A pesar de que ese libro continúa siendo vigente, la obra que ahora pongo a su
consideración difiere en muchos aspectos. Desde el inicio del nuevo siglo, la psicología
ambiental se ha visto más influida por las propuestas del desarrollo sustentable y un
poco menos por las posturas preservacionistas ambientales. La diferencia entre ambas
posiciones es significativa: la segunda se preocupa más por la dimensión física del
ambiente (cuidado de ecosistemas y recursos naturales) mientras que la primera suma a
esa preocupación la dimensión humana y cultural del ambiente. El libro de 2001 era
más preservacionista –lo reconozco abiertamente- mientras que éste se encuentra más a
tono con la idea de la sustentabilidad, tal y como se refleja desde el mismo título.
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Una diferencia más entre este texto y su precursor es, por supuesto, la “frescura”
de la información. Aunque existe una superposición necesaria de temas en algunas áreas
revisadas, se procuró no repetir, a menos que fuera indispensable, datos y citas. Como
consecuencia, el libro procura ser un estado del arte en el conocimiento de los estilos de
vida sustentables, sus determinantes y sus beneficios psicológicos. La mayor parte de
los estudios que fundamentan la revisión emprendida corresponden a trabajos
publicados en el siglo XXI.
Debo ser sincero: la obra previa contiene algunos temas desarrollados con
mucha más amplitud y profundidad que en el presente texto: por ejemplo, aquella
incluye todo un capítulo para aspectos metodológicos en la investigación de la conducta
proambiental, uno más que discute los efectos de las variables demográficas en la
conducta pro-ecológica, así como otro dedicado por entero a la educación ambiental, lo
que no hacemos en esta obra. En fin: no se puede abarcar todo un universo de
conocimientos y la gracia de todo esto, por supuesto, es que los lectores pueden
consultar ambos libros sin temor a encontrar repeticiones o situaciones comunes.
A mis maestros Bob Bechtel, Bill Ittelson, Terry Daniel, Dennis Doxtater, A.J.
Figueredo y Lee Sechrest; formadores de las disposiciones psicológicas que me
caracterizan. A mis colegas latinoamericanos José Pinheiro, Esther Wiesenfeld, Euclides
Sánchez, Daniel González, César Varela, Pablo Páramo, Bernardo Jiménez, Rosa López,
Serafín Mercado, Claudia Gutiérrez, Harmut Günther, Claudia Pato, Valdiney Gouveia,
Linda Sada, Maritza Landázuri, María Montero, Ana Verzini, Emilio Moyano, Javier
Urbina, Patricia Ortega, Javier Guevara, Gachi Tonella, Marlisse Basani y Oscar
Navarro, entre muchas otras, con quienes comparto afecto, cultura y aspiraciones por un
mundo mejor, especialmente para nuestros pueblos. A los más jóvenes de ellos: Blanca
Fraijo, César Tapia, Gabriela Luna, Taciano Milfont, José Mireles y Alejandra Tauro, así
como a mis estudiantes en los cursos de psicología ambiental en la Universidad de
Sonora les debo el ejemplo de su empeño y parte de las ganas por mantenerme en la
investigación. En este selecto grupo latinoamericano se encuentran algunos de mis más
frecuentes compañeros de investigación y difusión de ideas psico-ambientales.
Las discusiones más fuertes de varios contenidos de este libro se suscitaron por
la reacción de colegas europeos del norte. Entre ellos agradezco las críticas, pero
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también el compañerismo y la cooperación de Florian Kaiser, Lenelis Kruse, Heinz-
Martin Süs, Sebastian Bamberg, Terry Hartig (sueco de adopción), David Uzzell, Linda
Steg, Charles Vlek, Hans-Joachim Mosler, Patrick Devine-Wright, Sarah Payne, Nina
Roczen, Franz Bogner y Wokje Abrahamse. Al final, pero no por eso los últimos, debo
mencionar a los norteamericanos Wesley Schultz, Gary Evans, Raymond de Young,
Phillip Zimbardo, Jake Jacobs, Dawn Hill, e Illanit Tal, y también a los asiáticos Osamu
Iwata, Satoshi Fujii y Jai Sinha.
Martha Frías Armenta, mi compañera, y la mejor colega que he tenido, fue una
constante fuente de inspiración y el modelo de investigadora y de persona (tenaz,
creativa, persistente) que siempre he querido seguir. Ella, aparte de compartir tiempo,
energía y sueños, colaboró en el desarrollo de mis proyectos y discutió conmigo ideas
que cristalizaron en varios de los contenidos de este libro. Mis hijos Nadia Saraí, Víctor
Omar y Martha Paola, y el resto de mi familia (padres, hermanos, sobrinos, cuñados),
así como mis amigos de Hermosillo y de Monterrey y mis compañeros de trabajo, me
alentaron constantemente, recordándome que esta asignatura –producir el libro- se
encontraba pendiente y, llegado el momento, reforzaron con su afecto el esfuerzo que
implica sentarse a escribir.
INTRODUCCION
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Uno de los temas más difundidos en los medios de comunicación actuales es el
de la crisis ambiental, que se ve reflejada en situaciones evidentes para todas las
personas, como la creciente escasez de recursos (agua, energéticos, especies animales y
vegetales), el calentamiento global y sus consecuencias directas (sequías y disturbios
atmosféricos), la contaminación en las ciudades y el campo, la acumulación de basura,
el desempleo, la crisis financiera global, los conflictos sociales regionales e
internacionales, el encarecimiento de productos de consumo y un sinfín de casos más.
Suárez y Hernández (2008) aseguran, basados en la investigación relevante, que si se le
pide a una persona que describa lo que es el “medio ambiente” lo más probable es que
se refiera a él en términos de conservación de la naturaleza, o bien al deterioro o
degradación de la misma. El nivel de acuerdo en estas descripciones es muy alto. Pero,
además, la gama de problemas percibidos y enunciados por las personas es muy diversa
(Aragonés, Sevillano, Cortés & Amérigo, 2006).
Desde hace más de tres décadas se reconoció –al menos por un puñado de
científicos- que la causa primordial de los trastornos ecológicos era el comportamiento
humano y que la solución en buena medida tendría que venir de un cambio en ese
comportamiento. Cone y Hayes (1980) resumieron en cuatro palabras esta situación al
dibujar el panorama de la crisis ecológica y una manera esencial de enfrentarla:
“Problemas ambientales, soluciones conductuales”, implicando con esto la
responsabilidad de hombres y mujeres en el remedio a esa crisis que ya desde los años
setenta del siglo pasado se veía venir de una manera preocupante. Esas cuatro palabras
implicaban particularmente a los especialistas en el comportamiento humano, dado que
–en teoría- ellas y ellos cuentan con las herramientas para discernir las causas de ese
comportamiento así como para promover el cambio de conductas “inapropiadas” a otras
esperadas, en este caso, las conductas de protección medioambiental. Esto es
especialmente importante al observar la discrepancia entre el grado de preocupación o
conciencia acerca de los problemas ambientales y la escasa respuesta proambiental de la
población ante esos problemas. Las y los especialistas conductuales, con la información
apropiada, serían capaces de encontrar las razones de esa discrepancia y sugerir,
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basado(a)s en la investigación que desarrollan, de qué manera las personas podrían
pasar de un estilo de vida anti-ecológico a otro más orientado al cuidado de los recursos
naturales y culturales.
Una pregunta clave a responder ante la necesidad de promover los estilos pro-
ambientales de comportamiento sería “¿Cuál esquema de vida corresponde con la
solución de los problemas ambientales?” En otras palabras, ¿Qué acciones debieran
emprender las personas para evitar el deterioro ecológico y sobrevivir, sin grandes
dificultades, en este planeta? ¿Cuáles son las conductas “apropiadas” a desarrollar ante
la crisis ambiental y qué variables propician que esas conductas se presenten?
No hay una respuesta única a esta pregunta general y a sus derivadas particulares
e, incidentalmente, quizá, ésta no sea tampoco la única pregunta clave que inicie el
proceso de solución a los problemas ambientales. Sin embargo, muchos expertos están,
por lo menos, de acuerdo en que ésta es una pregunta importante y sus respuestas lo son
también, en correspondencia. Una de dichas respuestas parece darlas el concepto de
sustentabilidad.
Definida, de manera sencilla, como “El estilo de vida que satisface las
necesidades de las generaciones actuales, sin comprometer la satisfacción de las
necesidades de las generaciones futuras” (WCED, 1987) la sustentabilidad clama por un
equilibrio entre lo que es bueno para las personas y sus comunidades -la satisfacción de
sus necesidades, con todo lo que esto implica- y lo que es necesario para conservar los
recursos naturales y sociales que, como consecuencia, permitirán que los seres humanos
del presente y del futuro sobrevivan. Con esta sencilla definición se pretende una
aproximación satisfactoria a la crisis ambiental que combina los problemas ecológicos
(alteraciones en los ecosistemas biológicos) con los problemas de naturaleza humana
(crisis sociales, económicas e institucionales).
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recipiente y soporte de ese paradigma. Como recipiente, cada una de las actividades o
disciplinas es influida o guiada por el concepto general pero, como soporte, las mismas
contribuyen a entender las dimensiones particulares que constituyen la idea global de la
Sustentabilidad. La economía, por ejemplo, determina cuáles factores de la producción
y el consumo, entre muchos otros, hacen posible el estilo de vida sustentable; la
sociología estudia de qué manera las relaciones de poder, las instituciones sociales y los
procesos de socialización afectan a la sustentabilidad; la psicología debe determinar,
entonces, qué aspectos de la conducta, cogniciones y emociones humanas constituyen
y/o influencian ese mismo estilo de vida (Corral, 2008; Pol, 2007).
El recorrido de este viaje inicia –en la primera sección y el capítulo 1- con una
breve presentación del concepto de Sustentabilidad y la manera en que la psicología –
con su área especializada, la psicología ambiental- contribuye al desarrollo de ese
concepto. Posteriormente, en el capítulo 2 se exponen algunas aproximaciones teóricas
de la psicología que han lidiado con el tema de la conducta sustentable, definida en este
mismo apartado. Estas aproximaciones incluyen marcos teóricos generados al interior
de la psicología ambiental, al conductismo, a la psicología evolucionista, a las teorías de
los dilemas sociales, a los modelos actitudinales de la conducta proambiental, y a las
teorías de la activación de normas, entre otras.
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comportamiento dirigido a la conservación del medio ambiente físico, el que constituye
una pieza clave dentro de los estilos de vida sustentables; aquí mismo se introduce y
define este conjunto de comportamientos. Otro tipo de conductas ligadas a los estilos de
vida sustentables se revisa en el capítulo 4, y centra la atención en los comportamientos
austeros o frugales; esto significa el consumo mesurado de productos, de manera que la
huella ecológica se reduzca y sea más acorde con la idea de restitución natural de
recursos al medio, después de ser consumidos. En el capítulo 5 se desarrolla la noción
de Altruismo, un conjunto de acciones prosociales, cooperativas y solidarias, con las
que las personas manifiestan abiertamente su preocupación por el medio social,
complementando con ellas a las acciones de cuidado del entorno físico. La revisión de
este bloque de conductas culmina en el capítulo 6 con los comportamientos de equidad:
acciones que muestran un trato justo y no sesgado hacia otros, independientemente del
género, clase social, raza, credo religioso y orientación política, entre otras diferencias
demográficas.
El capítulo 8 estudia lo relacionado con el manejo que las personas hacen del
tiempo y cómo una propensión al futuro podría ayudar a los individuos a ser más
cuidadosos con sus recursos personales, los recursos naturales y el bienestar presente y
futuro de otras personas (además de su propio bienestar). Dado que la dimensión
temporal juega un papel fundamental en la definición del concepto de Sustentabilidad,
se revisa la literatura existente que sugiere que la dimensión Propensión al Futuro
estimula la conducta sustentable y ayuda, además, a la configuración de otras
dimensiones psicológicas de la sustentabilidad.
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elementos en los escenarios físicos y sociales (bio y socio-diversidad) en los que ellas se
desenvuelven. Esta pregunta, que al parecer tiene una respuesta afirmativa, indica que
mientras más disfruta una persona la diversidad biológica, física y social, mayor es su
preocupación por preservarla y por cuidar el ambiente.
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Un propósito adicional del libro es el de servir de apoyo al desarrollo de
proyectos de investigación, especialmente para estudiantes e investigadores jóvenes que
se inician dentro del campo de la psicología de la sustentabilidad. Por lo anterior,
además de brindar una revisión de la literatura relevante, los capítulos incluyen
instrumentos de medición de las dimensiones psicológicas y extra-psicológicas
abordadas, ilustrando su aplicación, en el capítulo final, con ejemplos de estudios
desprendidos de los proyectos del autor y de otros investigadores. Con esto se pretende
dar al lector interesado en la investigación psico-ambiental algo más que un recuento de
hallazgos en el tema abordado.
CAPÍTULO 1
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SUSTENTABILIDAD Y CONDUCTA
El dilema ambiental
La gravedad de los problemas ambientales dejó de ser un mal augurio
transformándose en cruda realidad. Los tres niveles de la biósfera –atmósfera, agua y
suelo- se encuentran en estados de degradación preocupantes que, de continuar su ritmo
ascendente, afectarán significativamente la vida en este planeta tal y como la
conocemos. El informe anual sobre el estado del mundo (Starke, 2008) indica que en los
ecosistemas marinos el número de “zonas muertas” por el bajo contenido de oxígeno ha
aumentado de 149 a 200; que el agujero en la capa de ozono ha crecido a un récord de
28 millones de kilómetros cuadrados; que las dos selvas tropicales más grandes del
planeta (Amazonas y Congo) podrían desaparecer antes de 50 años y que las emisiones
de bióxido de carbono se han duplicado desde 1990. La contaminación del aire en las
áreas urbanas causa dos millones de muertes prematuras al año, primordialmente en los
países en vías de desarrollo (Organización Mundial de la Salud, 2008). Los sistemas
naturales se deterioran y día a día desaparecen especies animales y vegetales dado que
sus habitats han sido destruidos, de acuerdo con la World Wildlife Foundation (WWF,
2008). Esta misma organización advierte que las aves están en riesgo de extinción por el
cambio climático. El ecosistema mundial ha empeorado más rápidamente en los últimos
cincuenta años que en el resto del registro histórico (Millennium Ecosystem
Assessment, 2005).
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humano de obtener y consumir más recursos naturales y la necesidad de conservar
esos recursos (Tanimoto, 2004).
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necesidad de variedad en los componentes de los sistemas humanos y la de los físico-
biológicos. Incluye, además, la consideración de los elementos sociales y culturales y su
diversidad en el empeño de conservación de los recursos; es decir, es necesario cuidar
no sólo los recursos naturales y su diversidad, sino también los socio-culturales (Corral
y Pinheiro, 2004).
Desarrollo Sustentable
En concordancia con los principios de la ecología, la Comisión Mundial del
Ambiente y del Desarrollo (WCED, por sus siglas en inglés) definió al Desarrollo
Sustentable (DS) como aquel “…que satisface las necesidades del presente sin
comprometer la capacidad de la futuras generaciones para satisfacer sus necesidades”
(WCED, 1987, p. 43). De acuerdo con sus proponentes e impulsores, un pilar
fundamental del concepto de DS es la visión dinámica e interdependiente del desarrollo
humano y del cuidado del ambiente. Dicha visión es dinámica porque concibe a los
procesos ambientales y a los sociales en constante cambio, no de manera estática como
los visualizan algunas posturas preservacionistas para las cuales el ambiente es algo que
debe ser mantenido sin cambio, sin la intervención del ser humano en sus evolución
natural y por lo tanto, que requiere ser “preservado” (Schmidtz, 1997; Siurua, 2006).
Por lo anterior, el DS refiere la necesidad de conciliar una variedad de necesidades
aparentemente contrapuestas entre el mundo natural y el humano. Esta conciliación
cubre una interdependencia dinámica entre el desarrollo humano y el uso y restauración
de los recursos naturales, por un lado; pero, por el otro, refiere una interdependencia
temporal entre el bienestar de las generaciones presentes y las futuras (ver Corral,
Carrus, Bonnes, Moser & Sinha, 2008).
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De manera general, el paradigma de la sustentabilidad propone reemplazar la
concepción de la preservación ambiental, que para algunos es simple y estática (Siurua,
2006) y que es propuesta por el ala radical de los movimientos ambientalistas, por una
visión más dinámica de las relaciones entre las necesidades humanas y la integridad del
ambiente. La visión preservacionista radical se preocupa más por la protección de los
aspectos físicos y biológicos del ambiente en el tiempo presente. Su énfasis se dirige a
la preservación de los ecosistemas, los límites al crecimiento económico, la no
intervención humana en áreas naturales, etcétera, lo que a menudo genera un descuido
de las necesidades humanas básicas en escenarios a largo plazo (Pearce & Warford,
1993). Para el DS el aspecto humano es tan relevante como el bio-ecológico y el futuro
es tan importante como el presente.
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con este criterio, una sociedad feliz, o por lo menos, una que la coloque en el camino a
lograr ese estado. Es un hecho que, tras alcanzar un cierto nivel económico, la gente ya
no reporta incrementos en sus niveles de felicidad acompañando a nuevos aumentos en
su ingreso económico (Gardner y Prugh, 2008; Riechman, 2008). Con el resto de los
indicadores sociales, ecológicos y político-institucionales de la sustentabilidad debe
ocurrir lo mismo. Por lo tanto, el bienestar subjetivo es claramente una consecuencia
separada de la sustentabilidad, que debe considerarse. Aunque pueda parecer extraño, a
nivel oficial esto empieza a tomarse en cuenta: Australia, Canadá y el Reino Unido han
establecido como objetivo de política nacional lograr el bienestar subjetivo de sus
habitantes y, en un paso más decidido aun, el reino de Bután (en el Himalaya), ha
declarado que su meta oficial no es ya el crecimiento económico per se, medido como
“producto nacional bruto” sino la “felicidad nacional bruta” (Gardner & Prugh, 2008).
Con esto pretenden elevar los niveles educativos y combatir la pobreza extrema,
preservando, a la vez, el ambiente físico y las tradiciones culturales de la nación. Por
primera vez en la historia, al menos de manera oficial, se reconoce que la felicidad de
las personas es un objetivo de planes y programas gubernamentales y este objetivo se
liga de manera explícita a la sustentabilidad.
Sustentabilidad y psicología.
Todas las áreas de la ciencia contribuyen al desarrollo del ideal planteado por el
desarrollo sustentable. La psicología, al encargarse del estudio del comportamiento tiene
la encomienda de determinar qué características de éste predisponen a las personas
hacia estilos de vida más sustentables. En otras palabras, dicha disciplina investiga las
percepciones, actitudes, motivaciones, creencias, normas, valores personales,
conocimientos y habilidades que llevan a las personas a actuar de manera prosocial y
proambiental. Este conjunto de factores se reconoce como variables disposicionales
psicológicas, dado que las mismas predisponen a las personas a actuar (Corral, 2001).
Por supuesto, dicha actuación, manifestada como conducta proambiental abierta es uno
de los focos centrales de la investigación en psicología de la sustentabilidad. Los
comportamientos de interés comprenden a la conducta proecológica general, las
acciones altruistas, los comportamientos de reducción del consumo de productos y las
conductas de equidad, entre otros. Este conjunto de acciones constituye los llamados
estilos de vida sustentables (Centre for Sustainable Development, 2004), que serán
abordados y definidos posteriormente en el presente libro.
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aditamentos tecnológicos, la distancia, o la presencia o ausencia de un recurso natural.
También pueden ser de carácter normativo, como las normas sociales, las leyes, los
valores colectivos y otros aspectos culturales como la religión y las costumbres (Corral,
2001). Los psicólogos ambientales esperan identificar qué aspectos de lo físico y lo
normativo en las situaciones, inducen la conducta sustentable.
Conducta sustentable.
Debido a que el interés central de la psicología de la sustentabilidad es el
desarrollo de comportamientos sustentables, es necesario primero definir este concepto.
Hasta finales del siglo pasado, los psicólogos ambientales estudiaban la conducta pro-
ecológica, que definían como “el conjunto de acciones efectivas y deliberadas que
resultan en la protección de los recursos naturales o, por lo menos, en la reducción del
deterioro ambiental” (Grob, 1990; Corral, 2001). Quedaba claro, en este concepto, que
el ambiente al que se referían las definiciones de conducta pro-ecológica era el medio
físico, el cual incluye los recursos naturales. El medio social se consideraba de manera
separada y aunque explícitamente se reconocía la importancia de las normas y valores
sociales como inductores de comportamientos pro-ambientales, lo que importaba cuidar,
como lo manifiesta la definición arriba señalada, era el ambiente físico, mientras que el
cuidado del ambiente social no se consideraba dentro del alcance de la psicología de la
conservación ambiental.
Por otro lado, como lo señalan Corral y Pinheiro (2004), el enfoque de los
estudios que seguían la definición de la conducta proecológica era de tipo correctivo,
como el que Gouveia (2002) plantea para el concepto de Política Ambiental, enfocado
en acciones a corto plazo que tienen que ver con la limpieza y la reparación de la
contaminación y la destrucción ambiental. Sin embargo, la gravedad de los problemas
ambientales requiere, a largo plazo, de transformaciones estructurales en los patrones de
producción, consumo y relaciones sociales que garanticen la supervivencia ecológica; es
decir, que debe pasarse de una visión de conducta proecológica, de tipo correctivo, a
una de conducta sustentable proactiva, conservacionista que considere los cambios
requeridos para garantizar la supervivencia de la especie humana y de todas las que lo
acompañan en el planeta. Corral y Pinheiro (2004, p. 7) también resaltan el hecho de
que en las definiciones tradicionales de conducta proecológica no queda claro si “por
conservación se entiende al producto de acciones que garanticen el equilibrio ecológico
presente o si el futuro también se incluye”. De manera que el nuevo concepto de
conducta sustentable debe considerar la dimensión temporal como uno de sus elementos
claves.
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implícitamente contemplados, constituyen las dimensiones psicológicas de la
sustentablidad. A ellas nos referiremos a continuación.
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CONDUCTAS
Conducta pro-ecológica general (Kaiser, 1998)
Frugalidad-Austeridad (De Young, 1991; Iwata, 2001)
Altruismo-Solidaridad (Schultz, 2001; Pol, 2002a)
Equidad (Winter, 2002)
VARIABLES DISPOSICIONALES
Orientación al Futuro (Joreiman et al, 2004)
Deliberación pro-ambiental (Ohtomo & Hirose, 2007),
Visiones del mundo en interdependencia (Corral et al, 2008)
Apego a normas pro-ambientales (Schultz & Tyra, 2000)
Afinidad hacia la diversidad (Corral et al, 2009)
Emociones ambientales (Kals et al, 1999)
Competencia-eficacia (Geller, 2002)
REPERCUSIONES PSICOLÓGICAS
Felicidad (Brown & Kasser, 2005)
Restauración psicológica (Van den Berg, Hartig & Staats, 2007)
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entonces, es una importante área de investigación e intervención para los psicólogos
ambientales, los educadores y los formuladores de políticas públicas ambientales
(Schultz & Tyra, 2000; Martin, Hernández & Ruiz, 2007).
Todas las dimensiones previas parecen encajar con la idea de competencia pro-
ambiental. Esta dimensión agrupa las capacidades que posibilitan que una persona actúe
de manera efectiva para resolver problemas en su entorno (Geller, 2002). No basta que
una persona sea conciente, esté motivada, se emocione y disponga de creencias
favorables al medio ambiente, sino que debe, además, disponer de habilidades y
destrezas para cuidar su medio ecológico y social. Por otro lado, la persona debe
responder a requerimientos pro-ambientales (solicitudes, retos, oportunidades de
actuación) que se pueden manifestar como normas, reglas, actitudes, valores y otras
exigencias de carácter personal y social que le sean impuestas al individuo para
responder –de manera efectiva- ante la problemática ambiental (Corral, 2002). La
competencia proambiental liga esos requerimientos con las habilidades necesarias para
encararlos.
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felicidad en la gente que la practica (Brown & Kasser, 2005). Algo parecido ocurre en el
caso de la restauración psicológica –definida como un estado de renovación de los
recursos psicológicos agotados (Hartig, Kaiser & Bowler (2001). Aunque existe
información muy limitada al respecto, los indicios señalan que las acciones sustentables
tienen una repercusión restauradora en las personas, esepcialmente en aquellas
sometidas a estrés (Van den Berg, Hartig & Staats, 2007).
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CAPÍTULO 2
Psicología Ambiental.
El área de la ciencia más relacionada con las dimensiones psicológicas de la
sustentabilidad es la psicología ambiental (PA). Aunque existen muchas definiciones de
PA, la mayoría de los autores concuerda con la idea de que esta área estudia las
relaciones recíprocas que se dan entre la conducta humana y el medio social y físico en
el que viven las personas (Aragonés y Amérigo, 2000). De acuerdo con esta definición,
el interés de la PA está puesto en los efectos que tiene la conducta humana en el
ambiente y viceversa, de manera que siempre que ocurre una interacción entre la
persona y su entorno, la primera y el segundo se afectan mutuamente. A pesar de ello, se
identifican dos vertientes de la PA que históricamente han dividido –de manera un tanto
artificial- este campo de trabajo: la psicología arquitectónica, más interesada en los
efectos que tiene el ambiente en la conducta y en los estudios sobre diseño y ambientes
construidos (Canter, 2002), y la psicología de la conservación ambiental, más enfocada
al impacto del comportamiento en el entorno natural y las repercusiones en el cuidado
del ambiente (Saunders, 2003). Por otro lado, algunas definiciones de psicología
ambiental establecen que ésta estudia el bienestar humano en relación con la conducta
(Stokols & Altman, 1987). El hecho de que los objetos de estudio de la PA sean las
interacciones de la conducta con los ambientes físicos y sociales, conlleva el interés de
la sustentabilidad por el cuidado de los recursos naturales y el bienestar de las
sociedades humanas.
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La teoría de las accedencias fue desarrollada inicialmente por J.J. Gibson
(1979). Según este autor, los organismos, entre ellos los humanos, perciben propiedades
en los estímulos de su medio que les inducen a actuar de manera efectiva. En otras
palabras, los humanos y una gran variedad de animales son capaces de detectar
oportunidades para sacar provecho de ellas en una buena parte de las situaciones en las
que se encuentran. Las accedencias les permiten adaptarse al ambiente y extraer sus
recursos. Por ejemplo, la dureza y consistencia del suelo acceden los comportamientos
de caminar, correr o huir (si es necesario). El color, los olores, los sabores, y la textura
de las frutas le acceden a un individuo las conductas de recolección e ingestión de las
mismas. Todos los recursos naturales posibilitan accedencias que incitan su explotación
y consumo. Como Kurz (2002) lo plantea, una accedencia le comunica a un individuo lo
que puede hacer con un objeto o lo que ese objeto le permite hacer en diversos sentidos.
Las accedencias son una base de la competencia ambiental: las capacidad de responder
efectivamente ante las oportunidades que brindan los entornos en los que transcurre la
vida (Steele, 1980).
La teoría de las accedencias permite entender que el ser humano, con su enorme
capacidad para detectar oportunidades y riesgos en el entorno, ha evolucionado como un
organismo con un significativo potencial de explotación de recursos naturales. Estos
recursos contienen propiedades estimulantes que incitan las maneras efectivas de
extraerlos y de utilizarlos. Lo anterior resulta obvio dadas las evidencias del poder
depredador que ha mostrado la humanidad a lo largo de la historia y de lo efectivo que
ha sido para detectar y obtener satisfactores en sus ambientes de desarrollo.
Lo que no queda del todo claro y es, por lo tanto, menos evidente, es si así como
existen accedencias para la explotación de la naturaleza –y su subsecuente degradación-
también es posible encontrar accedencias que estimulen la conducta efectiva de
conservación ambiental, dado que ésta debe ser también un comportamiento adaptativo.
Kurz (2002) tiene una respuesta positiva a ese cuestionamiento. Este autor sugiere que
un recurso o un objeto pueden acceder no sólo los aspectos benéficos para la persona
sino también los lados negativos de su uso –para ella o para otros-. Por ejemplo, un
automóvil accede el beneficio de la transportación pero también los perjuicios de gasto
energético y económico, así como el de la contaminación. Dado que las accedencias
pueden utilizarse a través de las decisiones y actos de las personas, una vez que el
individuo percibe una accedencia y se sintoniza con ella, puede decidir entre utilizarla si
las consecuencias de su acción no son nocivas para el ambiente, o emplear una
accedencia alternativa, por ejemplo la que genera un medio de transporte no
contaminante. La efectividad de esta última elección conduciría entonces a una
competencia pro-ambiental (Corral, 2002), de la que hablaremos en el capítulo 12.
El problema del uso de accedencias, como lo señala Hormuth (1999) es que las
personas tienden a estar más sintonizadas con los aspectos utilitaristas (los beneficios
personales) que acceden los recursos naturales y sociales. Habría que cambiar este
enfoque de manera que los aspectos del uso de recursos que comunican accedencias
proambientales tengan prevalencia y balanceen la situación. Para esto, Kurz (2002) y
Corral (2002) aseguran que el ambiente normativo juega un papel fundamental, por el
hecho de transmitir a los ciudadanos las accedencias proambientales, sintonizándolas
con ellas y bajando el nivel de las accedencias utilitaristas que ahora predominan.
Como veremos en un capítulo posterior, la teoría de las accedencias y la de la
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competencia ambiental tienen un papel relevante en la postulación de una de las
dimensiones psicológicas de la sustentabilidad más importantes: la efectividad.
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conductuales pueden promover actos antisociales y anti-ambientales; por ejemplo,
algunos escenarios conductuales (los contenidos en los shopping malls) alojan
conductas consumistas, otros, como los centros de reunión de pandillas programan actos
de incivilidad y de violencia.
Corto plazo
Largo plazo
Consecuenc +
Estímulo
Respuesta
Discriminativo Corto plazo
Consecuenc -
Largo plazo
Figura 1.1. Esquema del modelo de la triple relación de contingencias (Skinner, 1953).
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oportunidad u ocasión (estímulo discriminativo), muy probablemente volverá a emitirse
si es reforzada positivamente o premiada, pero si es castigada difícilmente lo hará.
A finales de la década de los setenta, Cone y Hayes (1980) hacen una adaptación
del modelo de la triple relación de contingencias a los problemas ambientales. De
acuerdo con ellos, los comportamientos anti-ambientales se presentan porque existen
reforzadores positivos que los mantienen y estímulos discriminativos (análogos a las
accedencias ambientales) que incitan las respuestas de depredación ambiental. Los
reforzadores positivos –las consecuencias de utilizar recursos naturales- proveen
satisfacción a necesidades humanas y dan placer, status y prominencia a quienes los
experimentan (Geller, 2002). Los seres humanos desperdician agua, contaminan aire y
suelos y sobre-consumen productos porque estas prácticas inciden en poderosos
mecanismos de recompensa evolucionados en la estructura psicológica humana.
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entorno) y los resultados de la investigación de la postura conductista representan sus
principales ventajas (Lehman y Geller, 2004).
Sin embargo, esta postura también tiene inconvenientes: uno de ellos es que los
sistemas de contingencias deben ser administrados por alguien externo al sujeto (es
decir, la personas o personas que dispensan los reforzadores o castigos), lo que
representa inversiones significativas en tiempo y en esfuerzo. Además, en ocasiones,
resulta más oneroso el costo de la contingencia que la utilidad de la conducta a cambiar
(Lehman y Geller, 2004). Debido a esto, algunos autores recomiendan el desarrollo de
programas de intervención que se basen en el reforzamiento intrínseco, es decir en
consecuencias positivas para el individuo, que surjan de la misma conducta y que no
dependan de circunstancias externas o reforzadores extrínsecos. De Young (1991; 1996)
ha identificado algunas fuentes de reforzamiento intrínseco en la conducta pro-
ambiental, que revisaremos en el capítulo cuarto.
Psicología evolucionista.
La psicología evolucionista se enfoca a los problemas y a los estreses que los
ancestros homínidos y primates encararon hace decenas y centenares de miles de años,
los mecanismos psicológicos que la selección natural configuró para afrontar esos
estreses y la forma en la que dichos mecanismos antiguos funcionan hoy (Crawford &
Anderson, 1989). Los procesos psicológicos (preferencias, aptitudes, motivaciones,
percepciones) que evolucionaron para resolver problemas encontrados por los humanos
en el ambiente primigenio siguen involucrados en la producción de las conductas e
instituciones del presente (Crawford, 2004). Las condiciones ambientales y el tipo de
problemas que los humanos experimentan pudieron haber cambiado en 100,000 años
pero no las respuestas evolucionadas para enfrentarlos y la psicología evolucionista trata
de explicar esas respuestas. Como lo plantean Zimbardo & Boyd (2008, p.30):
“El cuerpo humano –incluso aquel que se encuentra en óptimas condiciones- está
diseñado para triunfar en el pasado. Es una máquina biológica antigua que evolucionó en
respuesta a un mundo que ya no existe”.
32
Las causas humanas de los problemas ambientales deben por lo tanto
encontrarse en la deseabilidad de los beneficios individuales, económicos y sociales de
la explotación ambiental y de otras personas (Vlek, 2000) y esa deseabilidad, que se
manifiesta como un egoísmo genético y psicológico, contiene profundas tendencias
evolucionadas. Dawkins, de hecho, concluye que la sustentabilidad “no se da de
manera natural” en la humanidad.
Si las condiciones del ambiente han cambiado radicalmente –en especial en los
últimos cincuenta años- y si nuestro repertorio de tendencias psicológicas y
comportamientos está condicionado a contextos que ya no existen ¿de qué manera
podemos encarar con éxito el dilema ambiental presente?
La hipótesis de la Biofilia
Este marco conceptual, con raíces evolucionistas, fue propuesto por Edward
Wilson (1984, p. 1), quien define Biofilia como “la tendencia innata a enfocarse en la
vida y en los procesos vitales”. El autor supone la existencia de una afiliación
emocional innata por la naturaleza y por otros seres vivientes, equiparando a la biofilia
con un complejo conjunto de reglas de aprendizaje que pueden ser analizadas
individualmente (Wilson, 1995). De acuerdo con él, la tendencia al contacto con la
naturaleza, el gusto por la contemplación de las plantas y las visitas a zoológicos son
manifestaciones de la biofilia. Ésta sería un producto evolucionado de la existencia
humana en contacto directo con el medio natural por más de un 99% de su vida en el
planeta. Van den Born, Lenders, de Groot & Huijsman (2001) argumentan que entre el
70 al 90% de europeos y norteamericanos reconocen el derecho de la naturaleza a
existir, incluso si la misma no provee una utilidad directa a los seres humanos y que esto
se debe a su tendencia a la biofilia. Serpel (2004) plantea a la biofilia como posible
explicación de la preocupación humana por el bienestar de los animales. En la biofilia
se encontraría, entonces, una predisposición conservacionista y la ausencia de ésta se
relacionaría con las conductas destructoras del ambiente.
33
Kellert (1995), quien continúa junto con Wilson este trabajo de elaboración
teórica, plantea que la hipótesis de la biofilia establece una dependencia humana de la
naturaleza, más allá de los aspectos de necesidad física y material, ya que cubre,
además, los deseos humanos de satisfacción estética, intelectual, cognitiva y espiritual.
Por lo tanto, la búsqueda humana de una vida plena y coherente depende íntimamente
de la relación con la naturaleza y su destrucción implica efectos negativos a la
existencia humana. La separación del ser humano de los procesos y eventos del mundo
natural podría estar induciendo su conducta a la degradación ambiental, por lo que una
forma de estimular o realzar la biofilia sería el contacto con la naturaleza (Van den Born
et al, 2001).
Muchos investigadores piensan que la crisis ambiental no es otra cosa más que
una tragedia de los comunes de enormes proporciones. El bien común (el planeta) es
aprovechado por muchos individuos en beneficio propio, quienes explotan recursos y
contaminan el medio, a expensas de un mal para los demás, y, de hecho, en última
34
instancia para ellos mismos. El problema inicial de la tragedia de los comunes es que
unos cuantos individuos se aprovechan de los bienes que en teoría deberían ser
compartidos. El explotador parece no darse cuenta que los demás racionalizarán la
situación, de manera que responderán de forma similar (Beardsley, 1993). En otras
palabras, ante la percepción de que otros se benefician de manera abusiva con los
recursos comunes, el resto de las personas tratará de actuar de la misma manera.
Conforme esta apropiación egoísta se convierte en la norma, los comunes se destruyen,
dado que se consumen más rápido de lo que pueden remplazarse (Mundt, 1993).
Vlek y Steg (2007) dan ejemplos bastante ilustrativos del dilema de los
comunes: la explotación de pesquerías por numerosos propietarios de barcos, la
contaminación en áreas metropolitanas debida al transporte motorizado, y el daño a gran
escala a los ecosistemas naturales ocasionado por el turismo y otras actividades
recreativas. Estos autores aseguran que los dilemas de los comunes son difíciles de
apreciar y gestionar debido a que mientras más individuos participan como beneficiarios
inmediatos de la explotación o daño de los recursos, menor será el efecto externo o daño
que perciban.
Teorías actitudinales.
En psicología social las actitudes son consideradas como
determinantes esenciales de la conducta. Sin embargo, de manera
consistente, la investigación ha demostrado que la liga entre
actitudes y conducta no es directa, sino que las primeras ejercen su
efecto en la segunda a través de terceras variables. El modelo
actitudinal más aplicado a la investigación de la conducta sustentable
es la Teoría de la Acción Planeada (TAP, Ajzen, 1991) la cual se ilustra
en la figura 1.2.
35
desarrollar esa intención, el individuo debe tener una actitud positiva
hacia el acto que emprenderá, como podría ser una actitud favorable
al cuidado ecológico. Ese individuo también debe estar rodeado de
personas importantes para él, que consideren necesaria la protección
del entorno, generando una norma subjetiva o percepción de presión
social y, por último, tendrá que percibir que tiene control sobre
aquellas cosas que pueden ayudarlo –o obstaculizarlo- a llevar a cabo
la conducta proambiental esperada (Wall, Devine-Wright & Mill, 2007).
Actitud hacia
la conducta
Norma Intención
Conductual Conducta
Subjetiva
36
varianza explicada. En el meta-análisis (síntesis de investigaciones)
de Bamberg y Möser (2007), la intención predice el 27% de la
conducta proambiental. Los investigadores, los instrumentadores de
políticas públicas y los educadores ambientales esperan marcos
explicativos más poderosos. En el capítulo 9 ampliaremos la discusión
acerca de la TAP y su aplicación al estudio de la conduycta
sustentable.
Consideración de
Consecuencias
Creencias de
Responsabilidad
37
empleado diversos marcos teóricos explicativos. Entre ellos destacan explicaciones
derivadas del trabajo en psicología ambiental como la teoría de las accedencias, la
competencia ambiental, el transaccionalismo y los escenarios conductuales. Las dos
primeras comparten la noción de que el ambiente contiene información que puede ser
empleada para obtener beneficio de las oportunidades y recursos ambientales y que los
seres humanos pueden utilizarla para depredar la naturaleza o, contrariamente, para
conservarla. El transaccionalismo y la teoría de los escenarios conductuales, por su
parte, establecen un análisis molar de las relaciones ambiente-conducta en donde se
sitúan los comportamientos sustentables, vistos de manera holística e interrelacionada
con los elementos del contexto general en donde ocurren dichas relaciones.
38
CAPÍTULO 3
CONDUCTA PROECOLÓGICA
Acciones de conservación del entorno.
La conducta pro-ecológica (CPE) constituye uno de los tipos de acción clave
para lograr los ideales del desarrollo sustentable. No es posible satisfacer las
necesidades de los seres humanos sin contar con un “capital natural” (i.e., los recursos
de la naturaleza) que posibilite el acceso a alimentos, refugio, medicamentos, entornos
para la restauración psicológica, vestido y otros elementos que hacen posible una vida
digna o, por lo menos, la supervivencia (European Communities, 2008). Se requiere,
por lo tanto, una gestión ambiental que evite o minimice los efectos de la acción
humana en el entorno cuando dicho capital natural sea extraído y manejado (Pol, 2002b;
Valera, 2002). Los propósitos de la CPE son, precisamente, la conservación de esos
recursos y evitar su deterioro (Grob, 1990; Saunders, 2003).
Los recuentos anuales del estado del mundo revelan una preocupante pérdida de
recursos naturales, muchos de los cuales no son renovables: Gardner y Prugh (2008),
por ejemplo, señalan que:
• Las concentraciones de bióxido de carbono atmosférico se encuentran en sus
niveles más altos en los últimos 650,000 años; la temperatura de la Tierra se encamina a
niveles no experimentados en millones de años y el océano Ártico podría estar libre de
hielo para el año 2020.
• Una en seis especies de mamíferos se encuentra en peligro de extinción en
Europa y todas las especies de las pesquerías marítimas podrían colapsar para el 2050.
• El número de zonas muertas por la desaparición del oxígeno en los océanos se
ha incrementado de 149 a 200 sólo en los últimos dos años, amenazando las poblaciones
de peces que se asientan en sus vecindades.
• La contaminación del aire está ocasionando millones de muertes prematuras,
especialmente en los países pobres.
• En Norteamérica, la disminución en el número de abejas, murciélagos y otros
polinizadores esenciales, amenaza los cultivos y los ecosistemas.
• La idea de que se aproxima un pico en la producción mundial de petróleo, para
experimentar posteriormente una abrupta caída, ha pasado a ser un conocimiento
convencional, después de haberse considerado una especulación alarmante.
39
A estas señales se suman las malas noticias acumuladas durante décadas: una
producción exagerada de desechos sólidos no degradables en todos los rincones del
planeta (O’Meara, 1999); la desaparición de especies en los ecosistemas aéreos, marinos
y terrestres (Millennium Ecosystem Assesment, 2005); la pérdida de fertilidad en el
suelo apto para agricultura (Brown & Flavin, 1999); una escasez creciente de agua,
insuficiente para dotar de manera satisfactoria a toda la población mundial (Bridgeman,
2004), entre muchas más instancias que muestran que la crisis ambiental es una
desagradable realidad provocada por la acción humana.
40
capital natural del entorno. Las personas de naturaleza frugal (ver capítulo 4) deciden
voluntariamente vivir de manera más simple, evitando lujos, ostentación y derroche y
consumiendo sólo lo necesario para evitar el despilfarro de recursos (De Young, 1991;
Iwata, 2002). Lo anterior, evita además, la acumulación de basura y la inequidad en la
utilización de bienes (Chokor, 2004). Un rubro en el que la disminución es importante
se refiere al consumo de carne, especialmente a la de ganado vacuno, por la carga que
representa su engorda a los ecosistemas (FAO, 2006). Esto aplica también al consumo
de especies marinas de gran tamaño (Worm, Barbier, Beaumont et al, 2006).
Reuso de desechos. El reuso implica la reutilización de un objeto, en lugar de
desecharlo a la basura (Corral, 1995). Esta práctica es más pro-ecológica que el reciclaje
pues no requiere energía para re-convertir el producto a conservar. Antes de la difusión
de los ideales del consumismo y de la cultura de los contenedores no retornables las
personas reusaban objetos como empaques de comida, envases de vidrio y de metal,
ropa, papel, bolsas. Además, no recibían bolsas de plástico para empacar las compras en
los abarrotes; la leche, los refrescos, la cerveza y otros líquidos eran vendidos en
envases retornables. Aun en algunos lugares de cultura más tradicional y en zonas de
pobre ingreso económico se acostumbra la reutilización de productos.
Reciclaje. Esta acción implica la práctica más difundida de control de desechos
sólidos en las sociedades industrializadas. Consiste, inicialmente, en separar la basura
en conjuntos (orgánica, inorgánica) y sub-conjuntos (madera, residuos de comida,
papel), de productos desechados. Posteriormente, los desechos son tratados en fábricas
especializadas para generar nuevos productos. El reciclaje genera un menor impacto
ecológico positivo que el reuso o la reducción del consumo (ya que produce un cierto
nivel de contaminación en el reprocesamiento de los productos). Sin embargo, desde el
punto de vista social tiene una repercusión positiva pues es generador de empleos
(Corral & Pinheiro, 2004).
Acciones de estética ambiental. Comprenden conductas de limpieza y
mantenimiento de escenarios urbanos –barrios, parques, sitios públicos- o contextos
naturales (Oskamp & Schultz, 2006). Aunque relacionadas con las acciones de control
de desechos sólidos, este tipo de comportamientos tiene como propósito central
conservar limpios los sitios en los que se desarrollan las actividades humanas, más que
la disminución del consumo o la generación de desechos (Corral, 2001). La colocación
y el uso de recipientes para la basura, que sean visibles y accesibles a las personas y el
involucramiento en campañas de limpieza son instancias de este tipo de
comportamiento.
Compra de productos amigables para el ambiente. La adquisición de productos
no contaminantes como detergentes biológicos, sistemas de control de plagas no
tóxicos, objetos reusados o reciclados, productos certificados como ambientalmente no
dañinos, rociadores que evitan la destrucción a la capa de ozono, gasolinas libres de
plomo, pilas o baterías eléctricas recargables, productos desprovistos de empaque, y
otros similares, representan un respiro al ambiente (Gatersleben, Steg & Vlek, 2002;
Thøgersen, 2005). La suma de los esfuerzos individuales en este sentido genera un
cambio significativo en la carga de contaminantes que día a día se deposita en la Tierra.
Elaboración de composta. Esta práctica inicia con la separación de los residuos
orgánicos de la basura para someterlos posteriormente a un tratamiento de
descomposición (Taylor & Todd, 1997), usualmente enterrando los residuos en el patio
de la casa, o mezclándolos en una licuadora. La mezcla es utilizada como abono o
fertilizante para huertos y jardines. La elaboración de composta implica una forma de
conservación de objetos de desecho, en este caso orgánicos, que de otra manera
llegarían a la basura, propiciando contaminación.
41
Ahorro de agua. La crisis de la escasez de agua apta para consumo se encuentra
entre los primeros lugares de los problemas ambientales a nivel mundial (Brown &
Flavin, 1999). Su solución implica reducir significativamente el consumo en escenarios
residenciales, públicos y de trabajo, así como optimizar su uso y evitar el desperdicio en
la agricultura (Moser, Ratiu & de Vanssay, 2004; Carlos, 2004). Esto implica, entre otras
cosas, dotar a la población de habilidades y competencias para el cuidado del líquido en
todos los usos, especialmente en aquellos en los que el desperdicio es mayor (Corral,
2002).
Ahorro de energía eléctrica. Este conjunto de acciones involucra conductas
como fijar el termostato de sistemas de calefacción y aire acondicionado a niveles de
bajo consumo, emplear muebles y dispositivos ahorradores de energía en el hogar,
utilizar escaleras en lugar de ascensores y elevadores eléctricos, instalar celdas solares o
sistemas de energía de fuentes renovables, apagar y/o desconectar aparatos eléctricos y
electrónicos cuando no se encuentran en uso, y otras similares que produzcan una
disminución en el uso y gasto de energía (Gatersleben et al, 2002; Stern, 2000).
Disminución del uso de automóviles. El uso del automóvil representa una de las
fuentes principales de emisión de gases de invernadero y otros contaminantes, por lo
que evitar o disminuir ese uso implicaría una mejoría en la calidad del aire (Joreiman,
Van Lange & Van Vugt, 2004). Alrededor del mundo un número creciente de personas
utilizan transportación alternativa al uso de automóviles, como bicicletas, tranvías,
metro, autobús o, simplemente, caminan.
Ahorro de combustible. Una acción que, de manera indirecta, disminuye el gasto
de combustible en autos, barcos o aviones es la compra de productos alimenticios
locales y de temporada, ya que, al hacerlo, no es necesario el transporte de esos
productos desde los lugares de origen, algunos de los cuales pueden estar a miles de
kilómetros (Kaiser, 1998). Disminuir los viajes a lugares lejanos, especialmente por la
vía aérea, también afecta negativamente al gasto de combustible e, incidentalmente, a
los niveles de contaminación.
Lectura de tópicos ambientales. Dado que el conocimiento de los problemas
ambientales y sus soluciones se constituye en un pre-requisito para el cuidado efectivo
del ambiente, la búsqueda y adquisición de información a este respecto conforman un
tipo importante de conducta pro-ecológica (Hsu, 2004). Los medios masivos de
comunicación, aparte de los libros y revistas especializadas y numerosos sitios de la
internet contienen esta información.
Persuasión pro-ecológica. Las personas con orientación pro-ambiental
persuaden a otros de la necesidad de cuidar el entorno. Pueden lograr esto a través del
convencimiento, la instrucción, la discusión o enseñanza de procedimientos con los
cuales se puede proteger el medio; el modelamiento de la CPE o, incluso, llamando la
atención a aquellos que contaminan o desperdician recursos (Corral, Hess, Hernández &
Suárez, 2002).
Cabildeo pro-ambiental. Una forma eficiente de protección del entorno se
produce en el contexto político, presionando o convenciendo a legisladores de la
necesidad de aprobar leyes a favor de la protección de especies, ecosistemas o recursos
naturales. Dado que los políticos son muy sensibles a estas presiones –especialmente en
tiempos electorales- se requiere de la suma de un buen número de individuos o grupos,
para lograr que dicha presión produzca resultados (Suárez, 2000).
Diseño y construcción pro-ecológicos. La planeación y construcción de
residencias, espacios laborales, áreas de convivencia y otros escenarios, respetando al
máximo el entorno natural circundante, y economizando el uso de energía, forman parte
del diseño pro-ecológico (Kellert, Heerwagen & Mador, 2008). Al combinarse la
42
construcción de ambientes pro-ecológicos con la convivencia que conlleva habitar esos
escenarios, se promueven estilos de vida sustentables (Kirby, 2003).
Cuidado de ecosistemas. Comprende el involucramiento de las personas en
problemas locales como la degradación de ecosistemas y su restauración. Syme, Beven
& Sumner (1993) describen las motivaciones y situaciones que promueven el
involucramiento de personas en actividades de protección de un pantano en Australia.
Otra experiencia es la de Baasell-Tillis y Tucker-Carver (1998), quienes describen las
prácticas de cuidado y de degradación de los ecosistemas marinos en los E.E.U.U., por
los dueños de embarcaciones de recreo.
Planificación familiar. Para asegurar la calidad de vida de las presentes y las
futuras generaciones se requiere una suficiente provisión de tierra, agua y energía. Más
de tres mil trescientos millones de personas se encuentran desnutridas y existe un
desbalance entre el creciente número de seres humanos y los recursos necesarios para
sustentarlos. Es necesario hacer entender a las personas, independientemente de su
origen cultural, que el crecimiento poblacional desmedido daña los recursos de la Tierra
y disminuye el bienestar humano (Pimentel & Pimentel, 2006). La decisión conciente de
las personas –y la acción correspondiente- de limitar el número de nacimientos en su
familia, con el propósito de paliar el impacto humano en la biosfera es un tipo de
conducta pro-ecológica a desarrollar en las presentes y futuras generaciones (Bandura,
2002).
De las siguientes conductas, por favor indique qué tan frecuentemente las lleva a cabo.
0=Nunca 1=Casi nunca 2=Casi siempre 3=Siempre
__________________________________________________________________________________________________________
1. Espero tener una carga completa de ropa antes de meterla a la lavadora ____
2. Manejo en las vías rápidas a velocidades menores a 100 kmph ____
3. Guardo y reciclo el papel usado ____
4. Separo botellas vacías para reciclar ____
5. Le he hecho saber a alguien que se ha comportado de manera que daña
el ambiente ____
6. Compro comidas preparadas ____
7. Compro productos en empaques que pueden volver a utilizarse ____
8. Compro productos (frutas y verduras) de temporada ____
9. Utilizo la secadora de ropa ____
10. Leo acerca de temas ambientales ____
11. Platico con amigos acerca de problemas relacionados con el ambiente ____
12. Mato insectos con un insecticida químico ____
13. En el verano apago el aire acondicionado cuando dejo mi casa
por más de cuatro horas ____
14. Busco manera de reusar cosas ____
43
15. Animo a mis amigos y familiares para que reciclen ____
16. Ahorro gasolina, caminando o viajando en bicicleta ____
______________________________________________________________________
Minutos bajo la
regadera sin cerrarla
44
cabo, y no sólo unas cuantas de ellas. Florian Kaiser (1998) es un psicólogo ambiental
que argumenta a favor de esta idea de la CPE como comportamiento unitario. El
razonamiento que guía a esta postura refiere el hecho de que, dado el carácter
deliberado de la CPE, lo que interesa es la finalidad de la conducta, es decir, el cuidado
del entorno físico, sin importar las diferencias en los medios que se empleen para
lograrlo (Suárez y Hernández, 2008). Esto tiene sentido, ya que se esperaría que una
persona con orientación pro-ecológica desplegara todo tipo de acciones de conservación
del ambiente, con la salvedad de aquellas conductas que le fueran imposibilitadas por
restricciones de su entorno (Corraliza & Berenguer, 2000).
Lo anterior da como resultado que, cuando se contrastan los registros (ya sea
observacionales o de auto-reporte) de diferentes clases de CPE no es poco común
encontrar bajas interrelaciones entre ellos. Por ejemplo, disminuir el uso del automóvil
no se relaciona significativamente con ahorrar energía en el hogar (Bratt, 1999). Incluso
al interior del mismo tipo de conducta proecológica pueden resultar acciones
inesperadas: el reciclaje de aluminio no se relaciona con el reciclaje de papel (Corral,
1996). Barr, Gilg & Ford (2001, p. 72), a partir de sus resultados, concluyen que “el
reciclaje es una conducta fundamentalmente diferente del reuso y de la reducción del
consumo”.
45
conductas, también se podían encontrar relaciones entre ellas, dadas por los
antecedentes conductuales (el seguimiento de reglas).
46
Las habilidades de resolución de problemas ambientales (Bustos, Flores &
Andrade, 2004) y la conjunción de éstas en sistemas de competencias pro-ecológicas se
encuentran entre los correlatos importantes de la CPE. No basta con poseer actitudes,
normas, valores o motivos pro-ambientales; es necesario, además, manejar destrezas
para atacar problemas ecológicos y estar en la posibilidad de responder a los
requerimientos que la sociedad establece para el cuidado del entorno (Geller, 2002;
Corral, 2002).
El concepto de EVS, pues, debía ampliarse; aunque las soluciones a los deseos y
necesidades de las personas en buena medida se satisfacen con el consumo,
especialmente en las sociedades occidentales, queda claro que un estilo de vida abarca
algo más que el consumo. Las necesidades de afiliación, por ejemplo, si bien pueden ser
satisfechas a través del uso o intercambio de bienes materiales (siendo obsequiosos o
exhibiendo status para atraer personas con las cuales relacionarse), se satisfacen también
a través de otras pautas de conducta no necesariamente consumistas, las que incluyen la
pro-socialidad, el altruismo y la reciprocidad, entre otras (Corral, Tapia, Fraijo, Mireles
& Márquez, 2008). Kirby (2003), de manera específica, plantea que existe una
dimensión de sentido comunitario, en donde las relaciones prosociales y de reciprocidad
juegan un rol fundamental en el establecimiento de estilos de vida sustentables. Es
necesario, por lo tanto, incorporar todas estas dimensiones adicionales al consumo
dentro del concepto de EVS.
El CSD (2004) establece que los Estilos de Vida Sustentables son patrones de
acción y consumo, utilizados por las personas para afiliarse y diferenciarse de otra
gente. Los EVS se caracterizan porque: a) satisfacen necesidades básicas, b) proveen
una mejor cualidad de vida, c) minimizan el uso de recursos naturales y la emisión de
desechos y contaminantes en el ciclo vital y d) no amenazan las necesidades de las
47
futuras generaciones. Al ser patrones de acción, los EVS deben identificarse en tanto
conductas, es decir, acciones instrumentales que pueden registrarse en las personas que
las practican. Pero, además, esas acciones deben dirigirse hacia el cuidado de los
componentes físicos y sociales del entorno (Corral, Tapia, Fraijo, Mireles & Márquez,
2008). En este sentido, los EVS son un conjunto de conductas sustentables y como tales
deben estudiarse.
Debido a que la reducción en los niveles de consumo es una condición
indispensable para la adopción de un estilo de vida sustentable, la austeridad y el
consumo responsable se consideran como candidatos a formar parte de las dimensiones
de los EVS (Iwata, 2002; Thøgersen, 2005). El altruismo, es decir, el comportamiento
de cuidado dirigido hacia otras personas sería otra de las dimensiones. El altruismo es una
condición necesaria para la sustentabilidad (Pol, 2002a) y si los patrones altruistas de conducta
pueden satisfacer necesidades de afiliación e identificación, entonces éstos deben formar parte
de los EVS. Las conductas igualitarias, englobadas bajo el concepto de equidad (Winter,
2002) se consideran el tercer candidato para formar parte de los EVS. Finalmente, la
conducta pro-ecológica se propone como el cuarto tipo de componentes de los EVS, ya
que no es posible alcanzar los ideales de la sustentabilidad sin un medio físico
conservado (por la CPE) que permita el acceso a sus recursos (Kaiser, 1998). Si bien
estas conductas se entremezclan con los comportamientos de consumo austero, se
requiere de muchos tipos de comportamientos de cuidado del medio (aparte de las
conductas de consumo frugal) para cuidar el entorno físico.
48
sustentable) parece reforzarse y esto pudiera encaminar el estudio de las conductas
conservacionistas en la dirección de los ideales de la sustentabilidad.
49
es posible cumplir con los objetivos del desarrollo sustentable sin conservar los recursos
ambientales, concebidos como un “capital natural”. La única manera de lograrlo es
instaurando una conducta pro-ecológica (CPE) en los individuos y los grupos que éstos
conforman.
50
CAPÍTULO 4
AUSTERIDAD
51
comunitaria, de las relaciones saludables, de un sentido de propósito en la vida, de la
conexión con la naturaleza y de otras dimensiones de la felicidad humana (Kahneman,
Diener & Schwartz, 2003). El dinero y el consumo, rebasados ciertos límites, no aportan
nada a lo que es esencial para las personas. El consumismo, como lo menciona Oskamp
(2000), es una de los dos causas esenciales de los problemas ambientales que hoy
vivimos (la otra es la sobrepoblación) y uno de los acicates del consumo desmedido es
el ingreso económico. Sus efectos son tan diversos como el incremento de la huella
ecológica (ver más delante) hasta decisiones como la compra de productos desechables
que se “re-integran” a la naturaleza como desperdicio. A más dinero logrado, mayor es
la probabilidad de que las personas generen ese desperdicio (McCollough, 2007).
De la paradoja entre saber lo que nos hace felices y no saber cómo obtener la
felicidad se desprenden dos tragedias. Muchas personas, creyendo que al consumir más
pueden lograr la felicidad, contribuyen a la desdicha de otras personas y de la sociedad
en general. Por un lado, el consumismo centrado en el individuo priva a otros de las
oportunidades de hacer uso de recursos para satisfacer sus necesidades elementales:
mientras más grande es el consumo de unos, menos acceso tienen otros al uso de
satisfactores. Más aún: De Botton (2005), en su reciente libro, muestra que una sociedad
inequitativa, en la que unos tienen mucho y otros tienen muy poco, conduce a sus
ciudadanos a una “ansiedad de status” debida al miedo a no ser exitoso y a que en esas
sociedades hay muchas cosas que envidiar. Por el otro lado, la propia persona
consumista se ve encerrada en un ciclo vicioso en el que niveles más altos de consumo,
al no producir la felicidad incrementada, acarrean más consumo y, por ende, más
frustración y desdicha para quienes no tienen acceso a esos niveles de uso de recursos
(Jackson, 2008). A este respecto, Kasser (2002) ha encontrado que la gente con más
actitudes materialistas – individuos que definen su valor a través de su dinero y sus
posesiones materiales- reporta bajos niveles de felicidad; mientras más acumula y
consume, más infeliz es. Por lo anterior, Brown y Cameron (2000) establecen que los
programas pro-ambientales que sólo se centran en la modificación de las actitudes y las
conductas consumistas tendrán un éxito limitado: se requiere un cambio desde los
valores de consumo orientados al interés personal hacia valores más prosociales y
altruistas, en donde se considere el interés de toda la comunidad.
52
El/la lector/a puede hacer el interesante ejercicio de estimar su huella ecológica
personal. Si ingresa en la página de internet: http://www.miliarium.com/Formularios/
HuellaEcologicaA.asp el resultado del ejercicio le indicará la cantidad de planetas Tierra
que se requerirían si todos los habitantes del mundo mantuvieran su nivel de consumo
personal. Tras hacer ese ejercicio es recomendable leer lo que sigue en este capítulo.
53
más pobres que aspiran a lograr el status de naciones “desarrolladas” fijan sus metas
considerando los indicadores de esta medida de crecimiento.
Tanto el consumismo como la huella ecológica deficitaria que éste genera se han
convertido en dos de las fuentes principales de la crisis ambiental actual, por lo que es
fundamental estudiar las razones que generan el ímpetu consumista de personas, grupos
y naciones. Además, es necesario averiguar si existe alguna dimensión psicológica que
contrarreste el afán consumista de la humanidad. Existen guías para ambos objetos de
estudio y a ellas nos dedicaremos en este capítulo. Primero pasemos a tratar de
responder la pregunta: ¿De dónde surge el impulso consumista en las personas? para
después abordar la posible existencia de una propensión psicológica que inhiba ese
impulso.
54
(De Botton, 2005), como ya lo mencionamos. Por último, el hecho de vivir en un
mundo limitado de recursos, la lucha por la extracción desmedida y la insatisfacción
nunca cumplida que posibilita nos ha conducido al presente dilema ambiental.
Queremos cada vez más recursos para mantenernos en el afán genético de la
supervivencia y la reproducción, pero esos recursos son finitos y, ahora, cada vez más
escasos.
55
organismos que viven en un mundo incierto, esto es, un mundo en donde no existe la
seguridad de acceso ilimitado a estos recursos. La eficiencia, manifestada en las
conductas conservadoras de consumo, evolucionó en el comportamiento humano por las
ventajas competitivas que ofrecía el salvaguardar recursos para tiempos difíciles: la
frugalidad es una característica comportamental de individuos y de grupos que les
permite adaptarse a condiciones variantes del entorno. Por lo anterior, a la actitud
depredadora que evolucionó en respuesta a la necesidad de acaparar y utilizar recursos
del medio, le corresponde una antítesis, también evolucionada, en la conducta eficiente
que se manifiesta en la frugalidad. En ella se encuentra una de las respuestas al dilema
ambiental que ahora enfrentamos.
Hay más personas que practican la simplicidad voluntaria que las que
comúnmente se cree. Etzioni (1998) cataloga a estos individuos en tres tipos: Los
“reductores”, aquellos que después de lograr un cierto nivel de riqueza eligen
conscientemente reducir su ingreso, moderan su estilo de vida para estar más tiempo
con la familia y para participar en actividades comunitarias o personales; los
“fuertemente simplificadores”, quienes renuncian a empleos altamente pagados y de
status elevados y aceptan estilos de vida muy simples; y los “simplificadores dedicados
y holísticos”, que son los más radicales, ajustan sus vidas a una visión ética de la
simplicidad. Jackson (2008) provee ejemplos de comunidades que han asumido alguna
de estas formas alternativas de vida, practicando la simplicidad, entre ellas la
comunidad de Findhorn, en Escocia. Esta pequeña población centra su atención en la
dimensión contemplativa y religiosa de la vida, y el respeto por la naturaleza,
manifestado en su diseño ecológico de construcción. Otro caso es el de la Villa Plum, en
Dordogne, Francia, que aloja dos mil personas viviendo bajo el principio de
“despreocupación” (por las comodidades modernas). También existen asociaciones
como el Foro de la Simplicidad, en Norteamérica y “Downshifting Dowunder”, que
promueve la reducción del consumo en Australia. El autor también refiere datos que
muestran una aceptación significativa (aunque lejos de ser total) de los estilos de vida
reductores del consumo: Un 23% de australianos ha practicado alguna forma de
reducción, y el 83% piensa que sus conciudadanos son demasiado materialistas. Incluso
en los Estados Unidos, más de la cuarta parte de una muestra investigada reportan
haberse visto involucrada en acciones de simplificación de su vida, y lo mismo sucede
en Europa.
56
Todos estos datos y experiencias muestran que, a pesar de encontrarnos en un
mundo en el que predominan los ideales de consumo, existen personas que optan por
vivir de manera frugal y con respeto por la naturaleza y sus semejantes. Deben existir
ventajas de asumir un estilo de vida que se contrapone a la prédica –hasta hoy-
dominante del consumismo. De no ser así, no existirían tantos simplificadores y las
consecuencias de sus actos no serían juzgadas como convenientes.
Austeridad y sustentabilidad
De acuerdo con Bandura (2002), dar sustento a la población nos exige limitar el
consumo y llevar una vida de mayor austeridad, moderación y contacto directo con el
ecosistema. Las primeras acciones se refieren a la frugalidad y la última, incide en una
dimensión emocional, de la que trataremos en un capítulo posterior. Para Bandura las
dimensiones psicológicas de la sustentabilidad no trabajan en direcciones
independientes, pero esto debe demostrarse; es decir, es necesario probar que la
austeridad es un componente de los estilos de vida sustentables y de una orientación
más general -en tanto tendencia comportamental- hacia la sustentabilidad.
Otro autor comprometido con este tema es Osamu Iwata, un psicólogo ambiental
japonés. En sus estudios, Iwata (1997; 2001, 2002a) investigó los estilos de vida de
simplicidad voluntaria (EVSV), los cuales corresponden con las prácticas de austeridad
estudiadas por De Young. Iwata (1997) define EVSV como “un estilo de vida de bajo
consumo que incluye actitudes orientadas hacia la auto-suficiencia”. El autor identifica
cuatro dimensiones de los EVSV: Un factor general de Simplicidad Voluntaria, otro de
Actitudes Cautelosas en las Compras, un tercero de Aceptación de la Auto-Suficiencia,
y un último de Rechazo a las Funciones Altamente Desarrolladas de los Productos.
Iwata (1999) encuentra que las tres primeras dimensiones se relacionan
significativamente con la conducta consciente de cuidado del ambiente, mientras que las
dos primeras afectan negativamente la conducta activa de compras. Como contraparte al
EVSV el autor identifica al hedonismo y lo define como una “tendencia de búsqueda de
placer y orientación hacia un alto consumo…” Iwata también investiga el anti-
materialismo, al que identifica como “una actitud negativa ante la búsqueda de riqueza
material, la cual desestimula el consumo y facilita la conducta ambiental responsable”
57
Su estudio (Iwata, 2002a) acerca de la relación entre estas tres dimensiones y una
medida de conducta pro-ecológica (CPE) reveló que un EVSV predice a la CPE pero la
relación entre hedonismo, anti-materialismo y la conducta pro-ecológica no se presentó.
También en Japón, Fujii (2006) encontró que las actitudes positivas hacia la
frugalidad se correlacionan con la intención conductual de ahorro en el consumo de gas
y de electricidad domésticos. Este estudio, aunque no investigó conductas propiamente
dichas y su relación con la austeridad, demostró que existe una liga significativa entre
ésta y la deliberación para actuar de manera proambiental, otra dimensión psicológica
de la sustentabilidad.
______________________________________________________________________
58
equidad, el altruismo, la deliberación, y las emociones ambientales. En la investigación
de Corral, Tapia, Fraijo, Mireles y Márquez (2008), las interrelaciones significativas que
mostraron la austeridad, la conducta proecológica, las acciones de equidad y la conducta
altruista les permitieron conformar un factor de segundo orden al que denominaron
“Estilos de vida sustentables” (ver capítulo 2). Todas estas evidencias parecen mostrar
que la austeridad es un elemento importante de una orientación general hacia la
sustentabilidad, como factor psicológico integrador.
Pero, de manera sorprendente, tal y como sucede en el caso del altruismo, que
aparentemente proporciona felicidad a quienes lo practican, la frugalidad genera estados
emocionales positivos también y así parece demostrarlo la investigación científica. De
Young (1991, 1996), en sus estudios, encontró que la práctica de acciones de cuidado
del entorno se asocia a estados internos de satisfacción. El practicar conductas
proambientales generaba sensaciones de reforzamiento intrínseco en las personas: ellas
se sentían bien por el hecho de involucrarse en esas conductas, sin necesidad de que
nadie o nada externo a su conducta les brindara el reforzamiento (extrínseco) que
mantuviera su conducta. El autor identifica tres tipos de satisfacción intrínseca que son
relevantes para la sustentabilidad: 1) La motivación de competencia, que surge por
saberse hábil para resolver un problema ambiental, 2) la satisfacción por participar en el
mantenimiento de una comunidad y 3) la satisfacción por practicar un consumo frugal y
mesurado. Esto implica que la práctica de un estilo austero se ve auto-reforzada y que el
consumo reducido produce una recompensa en una forma intangible pero poderosa. Tan
59
poderosa que no requiere de nadie externo a la persona para producir efecto (De Young,
2000).
Hay más aún al respecto de las ventajas que tiene para el individuo practicar
conductas austeras. Líneas arriba referíamos el estudio de Brown & Kasser (2005), el
cual encontró una relación entre frugalidad y conducta sustentable. Algo muy
importante de este estudio, y que dejamos para el final, es que, de acuerdo con sus
resultados, los simplificadores desarrollan un pequeño pero significativo incremento en
el bienestar subjetivo –una forma alternativa de llamarle a la felicidad. Consumir
menos, de manera voluntaria, produce bienestar psicológico (contrario a lo que se
piensa, promueve y practica).
Las personas también se sienten satisfechas si encuentran congruencia entre lo
que su cultura establece y el comportamiento que ellas desarrollan, en conformidad con
las reglas, la deseabilidad social y la tradición (Fujii, 2006). El Premio Nobel de la Paz
2004, Wangari Maathai indica que, en japonés, existe un término de difícil traducción a
las lenguas europeas: “mottainai”, que las personas utilizan cuando sienten culpa o pena
debidas al desperdicio de recursos. De acuerdo con Maathai (2005) “mottainai” implica
un sentimiento de respeto por el uso de recursos, un estado emocional que fomenta el
Budismo y que fomenta prácticas responsables con el medio físico y el social. En
palabras de Maathai: “Aquellos que tienen (mottainai) no nos dejan desperdiciar, nos
hacen reciclar y nos dejan compartir”. Numerosas culturas, especialmente en sociedades
no occidentales, muestran tradiciones semejantes. En los pueblos precolombinos de
América, por ejemplo, los recursos naturales se veían con veneración y aun en el
presente algunas sociedades piden permiso a la tierra para extraer sus recursos (Faust,
2001). Pero, esto no siempre fue privativo de las sociedades no occidentales. De Young
(1996) establece que hasta los años de 1960 en los Estados Unidos la frugalidad se veía
como una práctica socialmente deseable, en correspondencia con el conservadurismo
norteamericano imperante hasta entonces.
Esto cambió con el advenimiento del consumismo como práctica cultural que
ahora amenaza al planeta entero. Pero todas estas experiencias nos muestran que un
nuevo cambio puede ocurrir en respuesta a la degradación de recursos naturales que
ahora experimentamos y que la simplicidad voluntaria o –más simplemente- la
austeridad puede reinstaurarse como estilo de vida predominante. En nuestra estructura
psicológica están presentes las bases para ese cambio: somos organismos altamente
adaptables, podemos lidiar con los tiempos difíciles siendo más conservadores en el uso
de recursos de lo que somos ahora, contamos con estructuras motivacionales que nos
empujan a ello: el afán de supervivencia, la preocupación por otros, la esperanza en
tiempos futuros mejores, el apego a las tradiciones y la búsqueda del bienestar personal.
60
La contraparte de la austeridad es el consumismo, el cual promueve el uso
desmedido de recursos y el desperdicio de los mismos llevando al establecimiento de
sociedades desiguales, ansiosas, infelices y promotoras de una huella ecológica
destructora. El sistema de economía de mercado imperante en la actualidad estimula el
consumismo aprovechando una tendencia evolucionada de las personas hacia la
adquisición, acaparamiento y uso de recursos. Esta tendencia se instauró en la
humanidad por las ventajas adaptativas que representaba para la supervivencia y la
reproducción de los individuos, dado que ambas dependen del consumo. La
competencia que se establece por el acceso a satisfactores y a parejas sexuales
determinó que aquellos con mayores afanes –y éxito- de acumulación de recursos
obtuvieron un mayor éxito reproductivo y esa tendencia viajó en el tiempo hasta
nosotros.
A la pregunta de si la austeridad, como contraparte del consumismo, forma parte
también de una naturaleza humana evolucionada parece haber una respuesta positiva.
Algunos autores hablan de que la base de la austeridad y la simplicidad es la eficiencia-
la generación de resultados, consumiendo y desperdiciando menos- y que esta última es
una característica adaptativa de los organismos que viven en ambientes inciertos, como
es el caso de los seres humanos en la mayor parte de su historia evolutiva. Un gran
número de personas decide renunciar al status, empleos altamente remunerados y al
consumismo, volviéndose practicantes de una vida de simplicidad voluntaria, lo cual les
retribuye una mejor calidad de vida.
61
CAPÍTULO 5
ALTRUISMO
62
Por el rol fundamental que estas dos estrategias juegan en la supervivencia de la
especie, y en vista de que un estilo de vida sustentable se considera como una de las
pocas alternativas con las que disponemos para encarar eficazmente la crisis ecológica,
la pregunta central en este capítulo es si el altruismo y el egoísmo se relacionan con la
orientación a la sustentabilidad. De ser así, una pregunta adicional sería: ¿de qué manera
el egoísmo y el altruismo participan en la configuración de los estilos de vida
sustentables?
Egoísmo
En todas las sociedades humanas los actos que se centran en buscar –
exclusivamente- la satisfacción de las necesidades propias se consideran inadecuados y
desviados de la norma grupal. La lista de los Siete Pecados Capitales en el Cristianismo
incluye actos de auto-complacencia extrema como la Gula, la Lujuria, la Soberbia o la
Avaricia. Cafaro (2005) selecciona a la Gula, a la Soberbia, a la Avaricia y a la Apatía
como los “vicios ambientales” más importantes del dilema ecológico, dejando espacio
también para el Egoísmo, la Injusticia y la Ignorancia. En las sociedades orientales, la
modestia, la moderación en el actuar y hasta una baja autoestima son vistas como
virtudes (Kim & Park, 2006). Es verdad que en las sociedades occidentales se refuerza
el individualismo, la autoeficacia y la autoestima (Schmuk & Schultz, 2002); sin
embargo, se imponen límites para esas tendencias, manifestados en normas sociales de
convivencia, en la idealización del altruismo, la cooperación y la filantropía; en la
penalización de actos egoístas que afectan a terceros, y –como mencionamos líneas
arriba- en las prédicas religiosas que consideran pecaminoso al egoísmo (Savater, 2005).
Pareciera, entonces, que en las sociedades orientales el individualismo se reprime
porque se identifica con el egoísmo, mientras que en las occidentales el individualismo
se alienta y sólo se considera egoísta cuando alcanza niveles extremos.
¿Es, entonces, “nocivo” o “inmoral” el egoísmo? Todos los seres humanos –y,
para acabar pronto, todos los animales- nacemos con un impulso egoísta grabado en lo
más profundo de nuestra naturaleza: en los genes. De acuerdo con la Teoría del Gen
Egoísta (Dawkins, 1989) las tendencias comportamentales de los individuos son
guiadas por sus genes, los cuales en última instancia sólo “buscan” mantener el cuerpo
que los aloja durante un tiempo determinado, para lograr replicarse en otros individuos
(la descendencia). Estos genes programan poderosos impulsos de supervivencia y de
reproducción, lo que explica la búsqueda incesante de satisfactores materiales y medios
para conseguir pareja y para criar a la descendencia, que todos los organismos vivos
poseen (Crawford & Salmon, 2004). Por lo anterior, poco interesa el bienestar de
terceros –a menos que éstos se encuentren relacionados genéticamente con el individuo-
y el organismo se centra en apropiarse de bienes, acumularlos, consumirlos y lograr
reproducirse. En un extremo, los proponentes de las teorías del egoísmo psicológico
plantean que el objetivo final de todo individuo es su propio bien (Wilson, 1975) y que
cuando una persona ayuda a otra lo hace pensando en un beneficio, en último instancia,
para sí misma. Como lo plantean Sober y Wilson (2000, p. 5):
63
“Incluso los santos pueden considerarse egoístas, si pensaron que su vida sacrificada les
concedía la entrada al Paraíso Celestial”.
Es verdad que los motivos egoístas se oponen a veces al cuidado del ambiente.
Si las acciones conservacionistas afectan el interés individual (empleo, tiempo,
comodidad), muchos estarán en contra de involucrarse –o tolerar- actos de cuidado
ambiental (Snelgar, 2006); sin embargo, una persona también puede actuar a favor de
ese cuidado si le beneficia individualmente. Las personas individualistas y las
materialistas, por ejemplo, a pesar de no preocuparse demasiado por los problemas
ambientales globales, sí manifiestan un interés por los locales (Goksen, Adaman &
Zenginobus, 2002; Lima & Castro, 2005). Stern, Dietz, Kalof & Guagnano (1995)
encontraron motivos egoístas en personas que anticipan las consecuencias de la
degradación ecológica y de la protección del medio. Es decir, si el egoísta ve que el
cuidado ambiental y evitar la degradación ecológica le benefician, desarrollará una
preocupación que lo llevará a actuar proambientalmente. Joireman, Lasane, Bennett,
Richards & Solaimani (2001) y Gärling, Fujii., Gärling, & Jakobsson, (2003)
encuentran resultados similares a los de Stern et al (op cit), ratificando que el egoísmo
por lo menos puede relacionarse con el deseo de conservación del medio.
64
2006), el egoísta tiende a menospreciar el sentido de conexión humana con la naturaleza
(Mayer & Frantz, 2004; Schultz, Shriver, Tabanico & Khazian, 2004) y a no desarrollar
valores de interés por el bienestar de otros (Schultz, Gouveia, Cameron, Tankhur,
Schumuck & Franek, 2005). De la misma manera, el egoísta no exhibe una deliberación
proambiental (es decir, actúa por su beneficio, no por cuidar el ambiente) y su
propensión temporal se centra en las consecuencias del comportamiento propio que
afectan sólo su interés (Schultz et al, 2004; Snelgar, 2006). Sin deliberación
proambiental, propensión al futuro, solidaridad y sentido de conexión con lo natural es
difícil ser catalogado como pro-sustentable.
65
rasgos señalados como característicos de los individuos antisociales se mencionan la
tendencia al riesgo, la falta de auto-control, la búsqueda de sensaciones y la incapacidad
para retardar la gratificación (Siegel, 2005). El estudio de Corral, Frías, Tapia & Fraijo
(2006) parece señalar que algunos de esos rasgos se encuentran presentes también en
individuos anti-ambientales, al aplicar a 150 personas un cuestionario que investigaba
tendencia al riesgo, falta de autocontrol, conducta antisocial (golpear a otros, discutir,
engañar, etcétera) y comportamiento anti-ambiental (dañar a plantas y a animales,
ensuciar calles, etcétera). Los resultados señalaron que esas cuatro variables se
interrelacionaban de manera significativa; es decir, los rasgos de personalidad antisocial
y las conductas antisociales caracterizaban a las personas antiambientales.
Los autores de este último estudio, sin embargo, dudan que las acciones
antisociales y las antiambientales sean exactamente lo mismo. Para respaldar esta duda
exponen que mientras que algunas conductas antiambientales pueden ser juzgadas como
antisociales (por ejemplo, contaminar el agua o el aire), otras pudieran percibirse como
acciones socialmente deseables. Un buen ejemplo de estas últimas son los
comportamientos de consumo de agua. La posesión de piscinas –altamente
derrochadoras del líquido- revela status social. Tal, Hill, Figueredo, Corral & Frías
(2006) así lo interpretan en un estudio en el que muestran que los individuos que
exhibían más rasgos de responsabilidad personal eran también aquellos que reportaban
mayor consumo de agua. Eso implica que un individuo puede ser responsable, en
términos generales, con sus semejantes y a la vez no percibir un daño ambiental
específico, generado por su propia conducta, mientras que las convenciones sociales no
se lo señalen (Tal et al, op cit; Salazar, Hernández, Martín & Hess, 2006). Por lo
anterior, Corral et al (2006) recomiendan que en las campañas de educación ambiental
se enfatice la información acerca de lo que es nocivo para el ambiente y de la liga que
existe entre el daño que se ocasiona al entorno físico y el que recibe la sociedad.
Cooperación.
Si el egoísmo representa ventajas adaptativas para la supervivencia del individuo
¿por qué existen personas altruistas? La pregunta cobra especial relevancia si se toma en
cuenta que el número de individuos altruistas supera al de los puramente egoístas
(Dawkins, 1989). Esto tiene que ser así, dado que un grupo en el que predominan los
segundos no podría sobrevivir indefinidamente pues el trabajo cooperativo es el que
permite la supervivencia de la asociación. Adicionalmente, si hay más altruistas que
egoístas, debe haber también ventajas en el altruismo, pues, de acuerdo con algunos
psicólogos evolucionistas éste se originó por selección natural, tanto como el egoísmo
(Sober & Wilson, 2000).
66
(Avilés, 2002). Un dato interesante es que la especie humana es la única que muestra
patrones de cooperación en grupos grandes (Boyd et al, 2003), lo que representa un
acertijo evolucionista, pero, a la vez, una esperanza para resolver los problemas
ambientales que ahora enfrenta.
Altruismo
Del egoísmo a la cooperación y a la reciprocidad se establece un paso gradual
pero no por eso poco impresionante. En la cooperación y la reciprocidad permanece un
remanente de egoísmo, pues el cooperador y el reciprocador siempre esperan algo a
cambio de lo que dan. De ahí al altruismo, el cambio en las relaciones humanas
significa un cambio radical en los patrones de convivencia humana, al grado de que
pudiera esperarse que el altruista no anticipe beneficios de su conducta y, por lo
contrario, genere sólo perjuicio para sí mismo (Wilson, 1975).
Tabla 5.1. Escala de acciones altruistas (tomada de Corral & Pinheiro, 2004)
_____________________________________________________________________________
Instrucciones: Por favor indique qué tan seguido lleva usted a cabo las siguientes acciones,
cuando se presenta la ocasión de hacerlo.
1. Regalar ropa usada que ya no utiliza pero que está en buen estado. _____
2. Brindar atención a alguna persona que tropieza, o que se cae,
se lastima en la calle. _____
3. Contribuir económicamente con la Cruz Roja. _____
4. Visitar a enfermos en hospitales. _____
5. Ayudar a personas mayores o incapacitados a cruzar la calle. _____
6. Guiar a personas para localizar alguna dirección. _____
7. Regalar una moneda a indigentes (pobres en la calle). _____
8. Participar en eventos para recolectar fondos para organizaciones civiles
como los bomberos, la Cruz Roja, etc. _____
68
9. Donar sangre cuando escucha en la radio o televisión que alguna persona
necesita del mismo tipo de sangre que usted tiene. _____
10. Colaborar con sus compañeros de escuela o del trabajo a explicarles y
ayudarles en tareas que no entienden. _____
______________________________________________________________________
“No hay duda de que una tribu en la que muchos de sus miembros poseen un alto
espíritu de patriotismo, fidelidad, obediencia, valentía y compasión, y por lo tanto, están
dispuestos a socorrerse y a sacrificarse por el bien común, saldrá victoriosa frente a la mayoría
de las otras tribus; esto es selección natural”.
Al igual que en el caso del egoísmo, los expertos distinguen entre altruismo
genético (o evolucionista) y altruismo psicológico, a pesar de que los dos están
entrelazados. En el primer caso, los conceptos evolucionistas se relacionan con los
efectos que tiene el comportamiento altruista en la supervivencia y en la reproducción
de otros. Es decir, la ayuda de un individuo a otro repercute en la posibilidad que tiene
el segundo de acumular recursos que le permitan sobrevivir y/o conseguir una pareja
con la cual generar progenie. Por su lado, el altruismo psicológico hace que los actos de
ayuda se vean acompañados por la motivación: Esos actos serán altruistas sólo si el
actor piensa en el bienestar de los demás como objetivos remotos (Sober & Wilson,
2000). Es interesante que, desde la filosofía y la teoría evolucionista, se matice al
altruismo como rasgo psicológico con componentes –o covariantes- de deliberación y
propensión al futuro. El altruista, según esta acepción no sólo ayuda, sino que además,
tiene la intención de hacerlo y de lograr que esa ayuda genere beneficios a largo plazo.
69
Esto concuerda con otras de las dimensiones psicológicas de la sustentabilidad, lo cual
apoyaría la noción de que el altruismo es una tendencia hacia el desarrollo de estilos de
vida sustentables (Corral et al, 2008).
70
Aragonés y Schultz (2007), haciendo esto, encontraron que los niveles altos de empatía
hacia animales lesionados se relacionaban con las actitudes proambientales de los
participantes. Berenguer (2007) da un paso adelante y demuestra que la empatía
también afecta positivamente a la conducta pro-ecológica. Otros autores previamente
comprobaron que la manipulación de este estado es buena para mejorar las actitudes
hacia minorías raciales y étnicas, enfermos de SIDA y vagabundos (ver, por ejemplo,
Finlay & Stephan, 2000).
Altruismo y felicidad
Hay otra consideración importante que se desprende de las prácticas altruistas y
que podría contrarrestar las consecuencias no anticipadas de las que alertan Kaplan
(2000) y De Young (2000). Ésta se refiere al tema de la felicidad.
Existen razones para suponer que los individuos que experimentan estados de
felicidad son más sensibles a las necesidades de otros, reportan pensamientos pro-
sociales y ayudan de manera espontánea a extraños (Schroeder, Penner, Dovidio &
Piliavin, 1995). Además, esos estados de felicidad se relacionan negativamente con la
71
competitividad, y esto parece manifestarse no sólo en el nivel individual (Baron, 1990)
sino también en el de naciones enteras (Van de Vliert & Janssen, 2002). El altruismo
hace sentir bien a las personas en el largo plazo (Schroeder et al, 1995) y los lleva a
experimentar felicidad en sus relaciones cercanas con personas importantes para ellos
(Buunk & Schaufeli, 1999).
A pesar de que algunos autores consideran que el altruismo puro (dar sin esperar
recibir nada a cambio) es una falacia y que quienes ayudan a sus semejantes siempre
esperan retribución, otros establecen que el altruismo no recíproco puede existir, aunque
sus repercusiones sean indirectas. De la manera que sea, los estudios registrados
muestran que las personas altruistas no solamente se involucran en acciones de ayuda a
otras personas, sino que también están más orientadas hacia la protección del ambiente
natural. De hecho, una buena cantidad de investigadores y teóricos de la psicología de la
sustentabilidad identifican al comportamiento sustentable como conducta altruista.
72
Con base en la consideración de que el altruismo implica conceder beneficios
propios a otros, con la subsecuente pérdida que esto representa para la persona, se ha
llegado a plantear que las molestias derivadas de los actos altruistas podrían hacer
parecer inconveniente la generación de estos actos a muchas personas y por lo tanto, la
adopción de estilos de vida sustentables basados en el altruismo. No obstante, la
realidad muestra que un buen número de personas son altruistas a pesar de estas
aparentes molestias, lo cual implica que dicho estado motivacional es mantenido por
consecuencias no del todo aparentes. La investigación reciente parece sugerir al menos
una de esas consecuencias: las personas altruistas no sólo hacen felices a sus
beneficiarios, sino ellas mismas obtienen bienestar psicológico derivado de sus actos de
ayuda. Ser altruista hace feliz a la gente solidaria. Promover, entonces, esta tendencia
implica promover la calidad de vida en las personas altruistas, en sus beneficiarios, así
como en las condiciones del ambiente físico.
73
CAPÍTULO 6
EQUIDAD
Hasta hace poco se aceptaba que las dos grandes causas humanas de la
degradación ambiental eran la sobrepoblación y el consumismo (Oskamp, 2000).
Ehrilch & Ehrilch (2004) ofrecen evidencias de que existe una tercera, que compite de
forma pareja con las anteriores: la inequidad. De acuerdo con estos autores, una minoría
de la población mundial es responsable de la mayor parte de la contaminación, del
cambio climático, del agotamiento de recursos y de la pérdida de biodiversidad que
experimenta el planeta. Si el mayor potencial de explotación de los recursos naturales se
ubica en las sociedades ricas del planeta, para los Ehrlich resulta claro que la inequidad
en la concentración del poder económico y tecnológico ha jugado un rol preeminente en
la actual crisis ambiental. Pero no sólo la vertiente económica de la inequidad funciona
como catalizadora del dilema ambiental. La inequidad de género, de edad, y otras
manifestaciones de desigualdad social como la discriminación étnica y racial son
también potentes inhibidoras de un desarrollo sustentable, como veremos en este
capítulo.
74
ecosistemas, por lo que se le relaciona con el principio ecológico de la interdependencia
(ver capítulo 1): en un sistema ecológico, ya sea biológico o humano, el funcionamiento
global de ese sistema depende de los equilibrios alcanzados entre todos los elementos
que lo constituyen (Capra & Pauli, 1995) y si existe un desbalance entre el acceso a
satisfactores o entre las condiciones que posibiliten la supervivencia de todos los
integrantes, el resto de los constituyentes y el sistema total se ven en riesgo.
La equidad puede entenderse como “la justicia que corresponde con los derechos
o las leyes naturales; más específicamente como el hecho de liberarse de los sesgos o
del favoritismo”. Equitatividad, por otro lado, se concibe como “tratar justa e
igualmente a todos”, mientras que la igualdad se define como “la cualidad o el estado de
ser igual a otras cosas” (Merriam-Webster Online dictionary, 2008). Aunque
relacionados, estos conceptos no son sinónimos. Tanto la equidad como la equitatividad
incorporan la noción de justicia, pero igualdad y equidad son más discrepantes (si bien,
parecidas) entre sí. La igualdad contiene un componente descriptivo –dos cosas son
iguales y así se reconocen y describen- mientras que la equidad es un concepto más
convencional que se refiere a lo que se concibe como justo o correcto (Le Grand, 1991).
La igualdad no implica necesariamente equidad, ni viceversa. Por ejemplo, un pago de
mil dólares a un trabajador, comparado con otro de cinco mil otorgado a otro,
claramente refleja una distribución desigual de beneficios. Pero si ese pago se fijó en
función de la productividad del trabajador (pagándole más al que se esforzó y rindió
más), la situación parece basarse ahora en la equidad (y en la justicia). Por supuesto,
existen otras razones aparte del esfuerzo para definir la equidad. Como la definición del
diccionario arriba citado lo sugiere al apelar a la “ley natural”, el simple hecho de ser
humano es suficiente mérito para invocar una equitativa distribución de beneficios. Es
en este último sentido en donde equidad e igualdad se vuelven más parecidas.
En el ámbito humano la equidad también tiene que ver con la repartición del
poder y del bienestar: en las sociedades inequitativas los ricos los tienen frente a los
pobres, los hombres frente a las mujeres, los adultos frente a los niños y los ancianos,
las mayorías étnicas, raciales y de orientación sexual y religiosa frente a las minorías.
Los países y las regiones afluentes tienen y utilizan su poder frente a sus contrapartes
menos privilegiadas económicamente (Ehrlich & Ehrlich, 2004). Las personas en las
naciones ricas son también más felices que las de países pobres pues las segundas no
tienen satisfechas sus necesidades básicas (Veenhoven, 2006). Dicho desbalance se
complementa con la orientación egoísta de los elementos que ostentan el poder en las
sociedades inequitativas. Esto genera un caldo de cultivo propicio para violencia,
ansiedad, injusticia, daño ambiental; en fin: para la insustentabilidad (De Botton, 2005;
Renner, 2005; Talbert, 2008).
75
Inequidad social
La equidad social es un objetivo del desarrollo sustentable (Edwards, 2005). Ésta
tiene dos dimensiones fundamentales: la distribución justa de recursos y el acceso
equitativo al cuidado de la salud, a la educación, a las oportunidades económicas, a la
representación en el gobierno, a los servicios culturales, a las áreas naturales, y a todo
aquello considerado esencial para una adecuada calidad de vida. Las medidas
cuantitativas de la equidad informan acerca de debates públicos relacionados con los
impuestos, el acceso a viviendas, la diversidad y la localización de servicios públicos.
La equidad social se mide comparando la distribución de recursos o el acceso a ellos
con alguna distribución ideal descrita como justa. Existen, por lo menos, dos medidas
para esto: El índice de Equidad Representativa (IER) y el coeficiente GINI-así llamado
por el estadístico italiano Corrado Gini, quien lo creó- (Talbert, 2008). El IER mide la
consistencia entre la composición étnica de funcionarios electos con el de la población
general: un cero indica una perfecta consistencia. Por su lado, el GINI indica el grado en
el que el ingreso se desvía de una distribución equitativa, en el cual el cero indica una
distribución perfectamente equitativa y el 1 implicaría la máxima inequidad: aquella en
donde una sola persona concentraría todo el ingreso. Naciones como Suecia, Dinamarca
y Eslovenia presentan niveles altos de equidad, manifestados en un GINI entre .25 y .
28., mientras que otras como Sudáfrica alcanzan .73. México tiene un GINI de .54 y los
Estados Unidos, uno de .40 (Aliber, 2002; Eurostat, 2007; Naciones Unidas, 2008). Más
adelante veremos que existe una relación estrecha entre estos indicadores, las
sustentabilidad y el grado de bienestar reportado por las personas.
Aun siendo optimistas respecto de la capacidad que tiene el planeta para seguir
sosteniendo a una creciente población, la inequidad entre el norte industrializado y
tecnológico y el sur subdesarrollado plantea un obstáculo adicional: las grandes y ricas
compañías que concentran las patentes de las tecnologías agrícolas no están dispuestas a
compartirlas con las sociedades pobres. La falta de acceso a esas tecnologías establece
la diferencia entre las hambrunas que seguramente llegarán sin ellas, o la posibilidad de
alimentar a miles de millones en condiciones de pobreza. La ambientalista hindú
Vandana Shiva (2000) argumenta que el desarrollo de estas y otras patentes es una
manifestación abusiva de inequidad e implica una “biopiratería”, que atenta contra la
sustentabilidad y la supervivencia de una buena parte de la humanidad. Boyowa Chokor
(2004), un ambientalista nigeriano, por su parte, concuerda con la idea de que la
distribución inequitativa de recursos económicos entre el norte y el sur es una de las
76
causas fundamentales de la degradación ambiental y que la solución debe implicar que
el norte rico debe consumir menos para que el sur pobre pueda, simplemente, vivir.
Inequidad de género.
En la mayor parte de los países del mundo los hombres gozan de más
privilegios, poder y prestigio que las mujeres. Aunque en las naciones más desarrolladas
las mujeres han logrado mayor equidad en el trabajo, en derechos legales, en educación
y poder de voto, aun son raras las mujeres en las altas esferas de la política o la
actividad organizacional. También persiste el desbalance femenino-masculino en labor
doméstica, salarios desiguales y acoso sexual (Lorber, 2001). En otras partes del mundo
las mujeres luchan por sobrevivir, criar a sus hijos, afrontar la pobreza, la guerra, las
tensiones raciales, las culturas masculinas dominantes o la exclusión social (Haynes,
2007). En muchos países la violencia y la explotación sexual empobrecen seriamente las
expectativas de supervivencia de mujeres y de niñas. A nivel mundial las mujeres
producen entre el sesenta al ochenta por ciento de la comida, sin embargo, sólo son
dueñas del quince por ciento de la tierra (Gardner & Prugh, 2008). La inequidad de
género contribuye a la inequidad económica: hay más mujeres pobres que hombres en
esa condición y, si, como lo plantean los expertos, una causa fundamental del deterioro
ecológico es la inequidad en la distribución de recursos (Chokor, 2004; Ehrlich &
Ehrlich, 2004), mantener ese desbalance entre hombres y mujeres no sólo contribuye a
más generación de pobreza, sino, además, a más presiones para la integridad del entorno
físico.
El ecofeminismo establece que existe una relación entre la opresión a las mujeres
y la explotación irracional del ambiente, a las cuales subyace una visión patriarcal
dominante: el Hombre ha sido opresor tanto de la Mujer como de la Naturaleza
(Ruether, 2005). Dado que, como veremos, existe una correlación entre inequidad social
y de género y la degradación ecológica, esta postura conceptual cuenta con un fuerte
fundamento. Por lo tanto, de acuerdo con los postulados ecofeministas, resolver el
dilema ambiental exige la eliminación de las desigualdades de género (Gaard, 2001).
77
preeminentes del dilema ambiental, la equidad de género contribuiría seguramente a
abatirla.
Injusticia Ambiental
Es evidente que, en términos de la distribución de recursos naturales ciertos
grupos sociales se llevan la mejor parte. Pero, además, los perjudicados en la repartición
de beneficios resultan también afectados por las consecuencias negativas de la
explotación ambiental. Los pobres y algunos grupos raciales viven en las zonas de
mayor ruido, en terrenos inestables, sujetos a deslaves e inundaciones y expuestos a
sustancias tóxicas del entorno (Clayton, 2000). Las disparidades raciales en la
exposición a contaminantes ambientales llevaron a acuñar el concepto “injusticia
ambiental” en los Estados Unidos, el cual implica que los riesgos a la salud y a la vida
que estos contaminantes generan se presentan mucho más entre pobladores de raza
negra o entre “hispanos” (Bullard & Johnson, 2000).
Orígenes de la inequidad.
Como en muchos otros casos, existe una explicación evolucionista para la
inequidad. En su versión más elemental, ésta plantea que las desigualdades existen
porque resultan de los múltiples mecanismos que emergen en el curso de la evolución
(Darwin, 1871). Si concebimos a los seres humanos como organismos cuyo único
propósito en la vida es sobrevivir y reproducirse, resulta evidente que la competencia
por los mismos recursos naturales dejará a algunos en el camino. Los más fuertes y los
que tienen más recursos poseen una mayor probabilidad para sobrevivir, por lo que la
inequidad en el acceso a los recursos sería un mecanismo adaptativo seleccionado. La
explicación darwiniana estricta sugeriría que algunos grupos e individuos están
condenados a perecer simplemente porque son incapaces de afrontar con éxito los
cambios que ocurren en su ambiente (Sriraman, 2007).
78
“Los pobres deben ser muy aptos, de acuerdo con los cánones de la selección natural,
pues existen en abundancia”.
Por otro lado, aunque una buena parte de las sociedades humanas es inequitativa,
existen algunas que no lo son (Woodburn, 1998), lo cual niega el carácter universal (y,
por lo tanto, seleccionado de manera natural) de la inequidad. Lo que es más importante
aún: pareciera ser que en el pasado prehistórico la equidad era la regla, más que la
excepción (Gowdy, 1998; Lee, 1998) por lo que debe existir una ventaja en la tendencia
a la igualdad y, de acuerdo con las proclamas evolucionistas, ésta debiera entonces
haber sido seleccionada. Hay autores que dudan de que exista en la naturaleza humana
una orientación íntrinseca a la equidad. Boehm (1997), por ejemplo, sostiene que en las
sociedades forrajeras del pasado y del presente la equidad fue una decisión deliberada
(es decir, una estratagema) de líderes tribales para lidiar contra grupos antagónicos, más
que una ruta evolucionada para la supervivencia de la humanidad. Pero, de ser cierto,
esto no contradice el punto esencial: la equidad funciona como estrategia adaptativa y
así lo ha demostrado y lo sigue demostrando en sucesivas etapas de evolución humana.
Por lo tanto, sin negar que las diferencias humanas existen – sería absurdo
argumentar lo contrario- éstas tienen una utilidad que no necesariamente debe conducir
a la inequidad. Ciertas rutas inducidas por factores ambientales como el descubrimiento
de la agricultura y el origen de la civilización, llevan a la inequidad, pero otras no lo
hacen. Dentro de las mismas sociedades equitativas existen presiones internas de
individuos que tratan de tomar ventajas a su favor (Woodburn, 1998), lo que implica
que la tendencia a la inequidad navega en el mismo barco que la propensión a no serlo.
79
establecimiento del esclavismo, la aparición de castas dominantes (reyes, tiranos, linajes
sacerdotales) y el fin de la equidad de género.
80
la lógica de este planteamiento y de los antecedentes arriba discutidos, la literatura
relevante muestra muy pocos estudios acerca de la relación entre equidad, como factor
psicológico, y la conducta sustentable.
Dentro de los pocos estudios que han investigado la relación entre la equidad y
otras dimensiones psicológicas de la sustentabilidad se encuentran las investigaciones
de Frías, Corral, Cáñez, Cázares, Islas, Escamilla & Valenzuela (2002) y la de Ríos,
Corral, Valdez, Peralta, García et al (2008). Frías et al (op cit) desarrollaron y aplicaron
una escala de sexismo, que incluía reactivos discriminatorios contra las mujeres, además
de otros instrumentos que medían antropocentrismo (la creencia de que el ser humano
es una entidad superior y excepcional en el universo) y conducta proambiental. Estas
dos últimas variables se relacionaron negativamente, mientras que el sexismo y el
antropocentrismo covariaron de manera positiva. Lo anterior pareciera indicar que la
visión de género inequitativa es un indicador de tendencias no sustentables, dado que se
asocia con las creencias que le dan un predominio a la especie humana sobre otros
organismos, y de manera indirecta podrían afectar los esfuerzos por el cuidado del
ambiente.
Osuna et al (op cit), por su parte, aplicaron una escala de acciones indicativas de
equidad en el trato con otras personas (ver Tabla 6.1), las cuales incluían
comportamientos como tratar de manera igualitaria a jefes y a subalternos, a niños y a
niñas, a hombres y a mujeres, etcétera. Los autores correlacionaron los resultados de la
aplicación de esta escala con los de otros instrumentos que medían conducta altruista,
acciones de austeridad y conducta proecológica general. Aunque las relaciones de la
equidad con la conducta austera y con el comportamiento proecológico no fueron altas,
sí fueron estadísticamente significativas, revelando que se requiere algo de sentido de
equidad para moderar el consumo (y dejar con esto la oportunidad de que otros tengan
un acceso al disfrute de bienes) y para actuar a favor de la conservación del medio
ambiente, tal y como lo estipulaban sus hipótesis. La relación entre la equidad y el
altruismo fue más elevada y también significativa, mostrando con esto que las
motivaciones de la equidad están en buena medida orientadas a la satisfacción de las
necesidades de otros. En subsecuentes análisis, los autores conformaron un factor de
orden superior con las interrelaciones entre la equidad, el altruismo, la austeridad y la
conducta proecológica, que denominaron estilos de vida sustentables. Este factor fue
afectado de manera negativa por el status socioeconómico (conformado por el ingreso
mensual familiar y por la escolaridad) y de forma positiva por la edad. Lo anterior
parece indicar que, al menos para el caso de la equidad, las personas de menores
recursos y los adultos tienden a ser más igualitarios en sus relaciones con otros.
Instrucciones: Lea con atención las siguientes oraciones. Díganos qué tan de acuerdo está
con que apliquen a sus acciones cotidianas, empleando la siguiente escala de respuesta del 0 al
4:
0=Totalmente en desacuerdo 1=Parcialmente en desacuerdo 2=Ni de acuerdo ni en
desacuerdo
3=Parcialmente de acuerdo 4=Totalmente de acuerdo
1. Mi pareja tiene el mismo derecho que yo a decidir sobre los gastos en la familia ._____
2. En mi trabajo, trato a todos mis compañeros como mis iguales, sin importar
81
si son o no mis subalternos. _____
3. En mi casa, los niños tienen el mismo derecho que los adultos a tomar
decisiones importantes para la familia. _____
4. En mi familia, hombres y mujeres tienen las mismas obligaciones en el aseo
de la casa. _____
5. Trato a los indígenas de la misma manera que a las personas que no lo son. _____
6. Mi trato para las personas pobres es igual que el que tengo con los más ricos. _____
7. En mi familia, las niñas tienen la misma oportunidad de estudiar
(hasta donde quieran) que los niños. _____
______________________________________________________________________
Veenhoven (2006) ofrece una respuesta indirecta a esta pregunta, con indicios de
la antropología histórica y comparativa que muestran que las sociedades cazadoras-
recolectoras (igualitarias) eran más felices que las agrícolas (más inequitativas). La
instauración de la inequidad resultó en un perjuicio para el bienestar subjetivo de las
culturas humanas. No obstante, Veenhoven establece que ahora vivimos mejor (y más
felices) en las sociedades industriales que en las agrícolas premodernas, pero sin aclarar
si esta condición obedece a una mejoría en las condiciones de la equidad social en las
naciones industrializadas. El autor también establece que la felicidad, como la salud, es
el estado normal de las personas pero que diversas condiciones como la enfermedad, la
pobreza y otros factores, alejan a los individuos de ese estado. Vemos que la inequidad
es uno de esos factores.
De acuerdo con Veenhoven (2006) los países más felices del mundo se
encuentran en el norte de Europa (Finlandia, Suecia, Islandia) y, sin ser necesariamente
los más ricos, sí son los más equitativos en términos de la distribución de recursos,
medida ésta con el indicador GINI. Por otro lado, los países más infelices se encuentran
en el África subsahariana –incluyendo a Zimbwawe y, el más infeliz de todos:
Tanzania-, cuyos índices de inequidad (y también de pobreza) son de los más elevados.
82
En contraparte, quienes experimentan la peor parte de la inequidad reportan
menores niveles de bienestar subjetivo: los pobres son más infelices que los afluentes
económicamente hablando (Veenhoven, 2006); los miembros de minorías que sufren de
prejuicios sociales, son menos felices que los de las mayorías (Gintis, 2006; Pew
Research Center, 2006); y sin dudarlo lo son también quienes resienten la injusticia
ambiental (Adeola, 2000).
83
Equidad no es sinónimo de igualdad. La equidad asume la existencia de
diferencias entre personas –sería absurdo no verlas- y de hecho, acepta la ventaja de que
las mismas se presenten pues esto le otorga diversidad a los sistemas sociales. Y no sólo
las sociedades humanas se ven beneficiadas por las diferencias: el sexo, como división
básica en la vida representa una ventaja para las especies que lo presentan –y utilizan-
frente a aquellas que no lo tienen. Sin embargo, la inequidad se fundamenta también en
las diferencias y genera una condición en donde pocos tienen mucho y muchos tienen
poco, concentrando poder y bienestar en ciertos grupos y dejando para los demás los
riesgos ambientales.
De la misma manera que ocurre con los casos del altruismo y de la austeridad, la
orientación y la conducta equitativas son características de personas que experimentan
elevados niveles de bienestar subjetivo. Las sociedades y los individuos más equitativos
tienden a ser más felices, mientras que en las naciones más inequitativas prevalecen la
pobreza, la degradación ambiental, la violencia y la infelicidad en general.
84
CAPÍTULO 7
VISIONES DE INTERDEPENDENCIA
Devall y Sessions (1985, p. 42) definen Visión del Mundo como “el conjunto de
valores, creencias, hábitos y normas que conforman el marco de referencia para una
colectividad de personas”. En esta definición queda implícito que la idea que nos
formamos del mundo se liga con los actos y las normas que los regulan, de manera que
las creencias y sus valores relacionados se manifiestan en conductas. Aunque la mayoría
de los expertos no le atribuyen a las visiones del mundo, o a las creencias ambientales,
un peso directo muy grande en la conformación de estilos de vida sustentables
(Poortinga, Steg & Vlek, 2004; Steg et al, 2005) o, para el caso, en ningún otro tipo de
comportamientos (Yoder, 1997), todos están de acuerdo en que este tipo de factores
psicológicos puede sentar las bases para guiar, regular o inducir patrones conductuales
con efectos ambientales significativos (Corral, Bechtel & Fraijo, 2003). Incluso la
ciencia, con su halo de objetividad, se encuentra asentada en visiones del mundo y
creencias particulares que se someten a escrutinio riguroso. Todas las personas, aun las
que no poseen un entrenamiento científico, se adhieren a creencias de diferente tipo –
religiosas, culturales, de sentido común, etcétera- y las utilizan como puntos de
referencia para tomar decisiones en sus vidas. Es probable que algunas de esas
decisiones impacten a su entorno socio-físico, de manera que deberíamos estudiar el rol
de estas tendencias psicológicas en la actuación pro-ambiental.
85
La percepción de la Interdependencia
Como lo comentamos en el capítulo 1, la interdependencia es una de las reglas
básicas que rigen el funcionamiento de los ecosistemas, incluyendo los aspectos
humanos de los mismos. Para Coulson, Whitfield & Preston (2003) éste es el principio
más importante de la ciencia ambiental. De acuerdo con su definición, la
interdependencia implica que, en un ecosistema dado, la supervivencia de los elementos
que lo componen dependen de la integridad de los demás, de manera que la pérdida de
un componente, o su daño, genera un desbalance en el sistema total y, por lo tanto, el
resto de los elementos se ve afectado (Capra & Pauli, 1995). Dado que el componente
humano (individual y social) en el planeta es de gran importancia, por su impacto en la
biosfera, los análisis de sistemas de interdependencia planetarios deben incluir a la
conducta de nuestra especie en interacción con el resto de los componentes bióticos
(vivos) y abióticos (inertes) de la Tierra. La idea primordial del Desarrollo Sustentable
es la de conciliar una buena variedad de necesidades en conflicto que existen entre el
mundo natural y el humano, tratando de encontrar nuevas formas de interdependencia
entre ellos. La pregunta es si las personas son capaces de percibir e incorporar en sus
procesos cognitivos básicos la idea de la interdependencia y –más importante aún- si
están de acuerdo con dicha idea.
El propósito del presente capítulo es el de revisar esos estudios, así como sus
antecedentes, para demostrar que la interdependencia, atributo clave de los sistemas
ecológicos humanos y no humanos, está presente en las cogniciones ambientales de las
personas, constituyendo visiones del mundo que, a su vez, las predisponen hacia el
actuar sustentable.
86
reverencia por los espíritus del agua, animales y otros objetos del entorno natural, al
preservar esas visiones ancestrales del mundo (Bernard, 2003).
87
1978). A diferencia de la visión antropocéntrica, estas “nuevas” creencias colocaban a la
naturaleza y sus procesos en el centro de la atención humana, llegaban –en las
posiciones más radicales- a minimizar las necesidades de hombres y mujeres, en el afán
del restaurar el balance natural perdido (Siurua, 2006).
De manera más reciente aún, algunos autores (Gärling, Biel & Gustafsson 2002;
Corral et al, 2008) han empezado a sugerir la presencia de un tipo de visión del mundo
que no se liga ni al antropocentrismo ni al ecocentrismo, por separado; combinan ambas
creencias ambientales en una visión que privilegia la idea de que el entorno físico
requiere del humano para preservarse y que las personas necesitan de la naturaleza para
sobrevivir. La preocupación por la degradación del entorno físico y sus recursos,
mezclada con el interés por satisfacer las necesidades humanas parece haber dado lugar
a una visión del mundo holística, acorde con los postulados del desarrollo sustentable.
Esta visión eco-antropocéntrica considera la interdependencia del mundo físico y
natural con el mundo de las culturas humanas (Corral et al, 2008).
Por supuesto, éste es un recuento del cambio de visiones del mundo que toma
como referencia a las sociedades occidentales. Desde el “naturocentrismo” ingenuo
hacia las visiones de interdependencia, pasando por el antropocentrismo y el
ecocentrismo pareciera darse una escalada “lógica”, en el sentido de responder a las
condiciones prevalecientes en el entorno físico y cultural de estas sociedades. Cuando
los recursos eran –aparentemente- ilimitados, el antropocentrismo prevaleció como guía
para el desarrollo cultural; éste había reemplazado a la visión naturocéntrica que servía
como explicación de fenómenos que no estaban al alcance del conocimiento primitivo.
Al prevalecer la conciencia de la degradación ambiental, la visión ecocéntrica sirvió
como respuesta (de alarma) y orientación a la necesidad de restaurar el equilibrio
ecológico. Es probable que la visión de interdependencia, como discutiremos después,
se esté integrando al procurar un nuevo balance entre la urgencia de conservar el
ambiente físico sin afectar la satisfacción de las necesidades humanas.
La mayoría de los lectores de este libro –lo mismo que el autor- se han formado
en la tradición dualista y analítica de la cultura occidental. Siguiendo esa tradición quizá
sea más ilustrativo, entonces, descomponer –para describir- las visiones del mundo en
los sistemas que prevalecen en dicha cultura, tratando de entender qué significan esas
visiones y qué implicaciones tienen en la práctica de estilos de vida pro-sustentables.
Debido a que es probable que el Occidente esté experimentando una transición hacia
88
visiones del mundo más holísticas, es de interés describir de qué manera está operando
esa transición y qué elementos la componen.
89
Dreger y Chandler (1993) desarrollaron una escala de antropocentrismo que
incluye ideas acerca de la superioridad de los humanos en comparación con los
animales. Por su parte, la escala de antropocentrismo de Thompson y Barton (1994) se
refiere al bienestar humano en relación directa con la conservación ecológica y a las
consecuencias negativas de la degradación ambiental en las personas. Este último
instrumento ha sido ampliamente utilizado en estudios de comportamiento proambiental
(Amérigo et al, 2007; Casey & Scott, 2006; Nordlund & Garvill, 2003; Schultz et al,
2000, por ejemplo).
Tabla 7.1. La escala del Nuevo Paradigma Ecológico (Dunlap et al, 2000).
_____________________________________________________________________________
Por favor, responda a los siguientes enunciados, indicando si está completamente de acuerdo
(CA), moderadamente de acuerdo (MA), indiferente (I), moderadamente en desacuerdo (MD) o
completamente en desacuerdo (CD)
_______________________________________________________________________
Está de acuerdo o en desacuerdo con que... CA MA I MD CD
90
la naturaleza.
13. El balance de la naturaleza es muy delicado y fácilmente
perturbable.
14. En algún momento los humanos aprenderán lo suficiente
acerca de cómo funciona la naturaleza, para controlarla.
15. Si las cosas continúan como hasta ahora pronto experimenta-
remos una gran catástrofe ecológica.
_____________________________________________________________________________
Dunlap y Van Liere (1978) recogen los postulados del ecoentrismo en su Nuevo
Paradigma Ambiental (NEP, por sus siglas en inglés). Éste lo midieron con un
instrumento que incluía, originalmente, cuatro reactivos que abordan conceptos
relacionados con los límites al crecimiento humano (la idea de que los recursos
naturales no son infinitos) y otros cuatro que se relacionaban con el concepto de
balance ecológico (la necesidad de equilibrar las satisfacción de las necesidades
humanas con los requerimientos ecológicos).
Al aplicar la escala del NEP, Dunlap y Van Liere (1984) y Van Liere y Dunlap
(1981) encontraron altos porcentajes de aceptación con sus postulados, en participantes
norteamericanos. Estos resultados se replicaron en estudios desarrollados en diversos
países como Suecia y los Estados Bálticos (Gooch, 1995), Turquía (Furman, 1998),
México (Corral & Armendáriz, 2000), China (Chung & Poon, 2000), Perú y Japón
(Bechtel, Corral, Asai & González-Riesle, 2006), entre muchos otros, lo cual revela la
alta aceptación de los postulados ecocentristas alrededor del mundo.
En 2000, Dunlap, Van Liere, Mertig & Jones ampliaron la escala del NEP, de 12
reactivos originales, a 15, incluyendo entre los nuevos ítems algunos que empiezan a
perfilar la noción de interdependencia ser humano-naturaleza, a la que haremos alusión
en el siguiente apartado. Este instrumento, ahora denominado la Escala del Nuevo
Paradigma Ecológico, ha reemplazado casi totalmente al previo instrumento del NEP,
siendo utilizado no sólo en los Estados Unidos (Hunter y Rinnner, 2004), sino en
muchas otras naciones del mundo (Vozmediano, y San Juán, 2005; Ahrlinger & Menner,
2005; Pato, Ros & Tamayo, 2005; Casey & Scott, 2006, por ejemplo). Al igual que su
precursor, este instrumento ha mostrado validez predictiva al correlacionarse
significativamente con medidas del comportamiento proambiental. La Tabla 7.1 muestra
los reactivos de la nueva escala.
91
en la conformación de sistemas de creencias ambientales. En esencia, lo que el concepto
de la interdependencia humana refiere, es la idea de que las conductas humanas
individual y social dependen entre sí, de la misma forma que éstas interdependen con el
funcionamiento de los ecosistemas físico-biológicos del presente y del futuro, para
garantizar la integridad del sistema planetario global. Es decir, los individuos
interdependen con sus grupos, las personas interdependen con la naturaleza y el
presente lo hace con el futuro.
92
en los Estados Unidos. Castro y Lima (2001), en Portugal, también encontraron que
algunas personas no encuentran dificultad en hacer compatibles esas visiones
aparentemente opuestas, y Hernández, Corral, Hess & Suárez (2001) reportan que la
correlación entre las creencias “naturalistas” (ecocéntricas) y de progreso
(antropocéntricas) no son antagónicas en estudiantes mexicanos. Vikan, Camino,
Biaggio & Nordvik (2007, p. 225), basándose en sus propios resultados al aplicar la
nueva escala del NEP a muestras brasileñas y de Noruega concluyen que “…la cultura
latina muestra una valoración relativamente más sobresaliente de la interdependencia
humana con la naturaleza”. Todos estos hallazgos, en conjunto, sugirieron que podría
existir una visión del mundo alternativa que combinara creencias antropocéntricas con
ecocéntricas, sin que éstas fueran contradictorias, y que ve la potencial conciliación y no
sólo la oposición entre ellas.
93
Corral et al (2008) desarrollaron una breve escala del Nuevo Paradigma de la
Interdependencia Humana (NPHI), que concibe un sistema de creencias ambientales
holístico en donde se combinan postulados ecocéntricos con otros antropocéntricos así
como enunciados de interdependencia presente-futuro. Parte de sus reactivos se refieren
a la idea de que el bienestar humano depende de la integridad de la naturaleza y
viceversa, mientras que el resto contiene enunciados que enfatizan la importancia de
conservar los recursos del presente para las futuras generaciones.
______________________________________________________________________
Abajo encontrará una lista de oraciones acerca de la Naturaleza. Diga, por favor, qué
tan de acuerdo o en desacuerdo está usted con cada una de ellas.
______________________________________________________________________
94
El cuidado de la naturaleza
también nos trae una ventaja
8 económica pues de ella
extraemos sus recursos.
El progreso humano y el cuidado
9 de la naturaleza son
perfectamente compatibles.
La Tabla 7.2 recoge esos reactivos, junto con los utilizados en el estudio de
Cortez, Corral, Pesqueira, et al. (2008), que complementan a los del primer estudio. En
ese primer estudio los autores aplicaron el instrumento del NPIH a participantes
franceses, italianos, mexicanos e hindúes de diversas extracciones sociodemográficas,
junto con una escala con la que los participantes auto-reportaban su ahorro de agua en el
hogar, además de los reactivos del NEP y el PSD de Dunlap y Van Liere (1978). Sus
resultados les mostraron que el NPHI se correlacionaba positiva y significativamente
con el ahorro de agua y que esa correlación era ligeramente mayor a la que producía el
NEP-PSD con esa conducta proambiental. En el estudio de Cortez et al (2008), el
NPIH, al covariar significativamente con medidas de propensión al futuro, emociones
por la naturaleza y afinidad hacia la diversidad, formaron un factor de orden superior,
identificado como “orientación a la sustentabilidad”, el cual predecía la conducta
proecológica general. Estos estudios parecen sugerir que el Nuevo Paradigma de la
Interdependencia Humana es una visión del mundo pro-sustentable y no simplemente
un sistema de creencias pro-ecológico.
Las investigaciones en esta área continuarán, ya que, a pesar del creciente interés
por encontrar predictores psicológicos de la conducta sustentable, hasta hace muy poco
tiempo era notoria la ausencia de estudios que investigaran la adherencia de las personas
a los principios del desarrollo sustentable (ver Leiserowitz, Katz & Parris, 2005). El
estudio de las creencias en la interdependencia humanidad-naturaleza constituye uno de
los esfuerzos de investigación a mantener y a fomentar, los cuales deberán arrojar más
luz al respecto de cómo estos principio guían al comportamiento de cuidado del entorno
físico y social en el que se desarrollan los individuos.
95
naturaleza y la humanidad. La adherencia al ecocentrismo se relaciona
significativamente con la práctica de acciones proambientales.
96
CAPÍTULO 8
ORIENTACION AL FUTURO
El tiempo en psicología
El tiempo es objeto de estudio de numerosas disciplinas científicas, entre ellas
destacan, por su interés en el tópico, la física y la psicología. Para la primera, el tiempo
es una de las tres cantidades básicas con las que se puede describir el universo (las otras
son la distancia y la masa). Para la segunda, el tiempo es una dimensión de la
conciencia, la manera como le damos orden a nuestra experiencia (Roeckelein, 2000).
El interés de la psicología se desprende de la fascinación que el tiempo ha ejercido en la
mente de los seres humanos –sean estos científicos o no- desde los orígenes de la
humanidad. Como reflejo de su importancia, el área de la percepción temporal es una
de las más antiguas en la investigación científica psicológica. Roeckelin (op cit) hace un
extenso recuento de esta investigación, mostrando que el tópico del tiempo ha motivado
la curiosidad de los más grandes pensadores e investigadores en las ciencias de la
conducta. No es casual, entonces, que exista un interés particular por investigar de qué
manera la perspectiva temporal de las personas afecta a su conducta sustentable,
tratando de ligar la orientación al futuro, al presente y al pasado con las acciones de
cuidado del ambiente social y el físico (Pinheiro, 2002a).
97
Para los seres humanos el tiempo es una entidad fundamental. Las personas
saben que éste es limitado y efectúan cálculos de su duración para planear su vida;
desde las más sencillas actividades cotidianas hasta las decisiones más trascendentales.
El tiempo es el recurso más preciado pues, dentro de los recursos disponibles, es el
único que con certeza se agotará para cada individuo. De cada persona depende,
entonces, usar “provechosamente” su tiempo y todo parece indicar que las decisiones
acerca de cómo utilizarlo se basan en la manera como la gente percibe esa entidad
escurridiza (Zimbardo & Boyd, 2008).
“…cuando un hombre se sienta junto a una bella chica durante una hora, eso parece un
minuto. Pero, sentémoslo durante un minuto en una estufa caliente y lo percibirá como más de
una hora. Eso es relatividad”.
Por otro lado, la perspectiva temporal, que será el tema central en este capítulo,
se refiere a la manera en que las personas dividen el continuo flujo de experiencias en
marcos temporales, pasado, presente y futuro, para darle coherencia a su vida. Mucha
gente presenta un sesgo en su perspectiva temporal: unos “viven” más en el pasado,
otros sólo se preocupan por el presente, mientras que algunos más se centran en el
futuro. Estas orientaciones particulares hacia el tiempo afectan la percepción que
tenemos de él y también a la conducta sustentable, como lo veremos con más detalle en
secciones posteriores del capítulo.
98
diferentes facetas de nuestra existencia? ¿Cómo pueden afectar diferentes perspectivas
temporales a la orientación pro-sustentabilidad que se requiere para resolver el grave
dilema ambiental?
Perspectiva temporal
Philip Zimbardo ha dedicado más de tres décadas de su fructífera carrera a la
investigación del rol que juega el tiempo en el funcionamiento psicológico. Para este
autor y sus colaboradores (Zimbardo & Boyd, 1999; 2008; Zimbardo, Keough & Boyd,
1997), la noción de perspectiva temporal es esencial para comprender la forma en la
que los individuos perciben y utilizan su tiempo. Esta noción se refiere a la habilidad
que tienen los individuos para anticipar eventos futuros y para verse reflejados en el
pasado y en el presente (Lennings & Burns, 1998). Keough, Zimbardo & Boyd explican
que la perspectiva temporal es un proceso inconsciente en el cual la continua sucesión
de eventos sociales y personales se distribuye en clases temporales para proveer orden,
coherencia y significado. Los marcos de tiempo –presente, pasado y futuro- ayudan a
codificar, almacenar y evocar situaciones experimentadas, metas, contingencias y
contextos imaginados. Esta perspectiva temporal asume una clase de percepción que
integra los diferentes instantes del tiempo en el momento presente de la persona.
99
Ellas tienden a evitar conductas y situaciones de riesgo y visualizan y formulan
objetivos futuros que influyen en sus decisiones y juicios presentes. Estas personas son
concientes, auto-controladas, organizadas, creativas, confiables y responsables.
Tabla 8.1. Inventario de Perspectiva Temporal de Zimbardo (Zimbardo & Boyd, 1994).
Lee cada oración y responde de la manera más honesta posible, la pregunta: “¿La afirmación
presentada se aplica a ti, o es verdadera con respecto a ti?” Coloca una “X” para cada caso, al final de
la oración. Responde a TODAS las preguntas.
100
La perspectiva al futuro trascendental fue la última en ser incorporada al
esquema de Zimbardo et al (1997). Ésta plantea la visualización de un tiempo que
rebasa las dimensiones tangibles de la existencia. Muchas personas con esta orientación
mantienen creencias religiosas que les llevan a suponer una vida después de que finalice
su presente existencia. En función de esto, se esfuerzan por alcanzar un futuro después
de la muerte. En la Tabla 8.1 se presenta el Inventario de Perspectiva Temporal de
Zimbardo (IPTZ) (Zimbardo y Boyd, 1997). Los reactivos 2, 7, 11, 15, 20, 25, 29, 51 y
49 corresponden al pasado positivo; los 4, 5, 16, 22, 27, 33, 34, 46, 50 y 54 al pasado
negativo; los ítems 1, 8, 12, 17, 19, 23, 26, 28, 31, 32, 42, 44, 46, 48 y 55 miden
presente hedonista y los 3, 14, 35, 37, 38, 39, 47, 52 y 53, presente fatalista. La
orientación al futuro se mide con los reactivos 6, 9, 10, 13, 18, 21, 24, 30, 40, 43, 45, 51
y 56. En la Tabla 8.1 se encuentran los reactivos de futuro trascendental. Es importante
considerar que los reactivos redactados en sentido contrario deben calificarse de manera
invertida.
101
Zimbardo y Boyd (2008) sugieren que una combinación de orientaciones
temporales permitirá a los individuos conseguir vidas plenas, satisfacción y realización
personal, lo que puede traducirse como “felicidad” o al menos, una tendencia a ella. Esa
combinación implica altos niveles de pasado positivo, y niveles moderadamente altos de
presente hedonista y de orientación al futuro (incluido el trascendental). Por las
características comportamentales y psicológicas en general asociadas a esas
orientaciones (tendencia a la felicidad, responsabilidad, conciencia, pro-socialidad,
etcétera) esa recomendación tiene sentido. Habría que evitar el pasado negativo y el
presente fatalista por todo lo malo y nada de bueno que esas orientaciones acarrean,
entre las que se dan por descontadas sus implicaciones anti-ambientales y antisociales.
Tabla 8.2. Reactivos de Futuro Trascendental del IPTZ (Zimbardo & Boyd, 2008).
Lea cada uno de los siguientes reactivos y responda de la manera más honesta posible
qué tanto le caracteriza a usted cada enunciado. Marque el cuadro apropiado
utilizando la escala de respuesta que corresponda. Conteste todas las preguntas.
Nada Muy
verdadero Neutro verdadero
1 2 3 4 5
1. Sólo mi cuerpo físico morirá.
2. Mi cuerpo es sólo un hogar temporal para mi real Yo.
3. La muerte es sólo un nuevo comienzo.
4. Creo en los milagros.
5. La teoría de la evolución explica adecuadamente
cómo los humanos llegamos a ser lo que somos.
6. Los humanos poseen un alma.
7. Las leyes científicas no pueden explicar todo.
8. Seré llamado a rendir cuentas por mis acciones en la
Tierra cuando muera.
9. Hay leyes divinas que debieran regir las vidas de los
seres humanos.
10. Creo en los espíritus.
102
inmediatamente, sin importar que en el futuro el valor de ésta pueda incrementarse
(Siegel, 2005). La CFC también refiere la capacidad que tienen las personas para
visualizar hechos en el futuro que se desprenden de los comportamientos presentes y la
manera en la que pueden influir en tiempos venideros. Se ha encontrado que la CFC se
relaciona con una amplia variedad de fenómenos como las actitudes proambientales y la
persuasión, el razonamiento contrafactual, las prácticas saludables y una serie de
conductas proambientales (Benoit & Strahtman, 2004; Joireman, Anderson, &
Strathman, 2003; Strathman et al, 1994). Strathman et al (1994) desarrollaron una
escala de 12 reactivos para medir CFC, la cual se encuentra en la Tabla 8.2, incluyendo
las instrucciones para responderla. El instrumento original en inglés se encuentra en la
dirección http://web.missouri.edu/~strathmana/cfc.pdf. Junto con el instrumento de
Zimbardo, la escala de Strathman y sus colaboradores representa una de las medidas
más utilizadas en psicología para evaluar el grado de inclinación al futuro de las
personas. Los números mayores en las respuestas de quienes contestan el instrumento
indican una mayor consideración de futuras consecuencias. Los reactivos 3, 4, 5, 9, 10,
11, 12 deben revertirse (los números mayores deben convertirse en los menores y
viceversa).
Instrucciones: Diga qué tanto se identifica usted con cada una de las oraciones de abajo: Si
usted no se identifica para nada con ella marque 1, si se identifica completamente marque 5.
Use un número intermedio si usted se ubica entre los extremos
1=No se identifica para nada 2=Se identifica muy poco 3=No está seguro(a)
4=Se identifica parcialmente 5=Se identifica completamente
1. Pienso cómo pueden ser las cosas en el futuro y trato de influir en esas cosas con
mi comportamiento de todos los días . _____
2. Muy seguido hago cosas aun cuando sé que sus consecuencias serán a largo plazo. _____
3. Sólo actúo para satisfacer mis necesidades inmediatas, ya que lo que tenga qué
pasar en el futuro, igual pasará. _____
4. Lo que hago sólo es influido por las consecuencias inmediatas de mis acciones. _____
5. Para tomar mis decisiones todos los días, lo que me conviene es muy importante. _____
6. Estoy dispuesto(a) a sacrificar mi felicidad o bienestar inmediato con el fin de
lograr resultados en el futuro. _____
7. Es muy importante tomar precauciones de cosas negativas que puedan pasar,
incluso si esas cosas negativas ocurrirán hasta dentro de muchos años. _____
8. Creo que es mejor hacer cosas que tendrán consecuencias importantes en el
futuro, que hacer cosas con consecuencias inmediatas que no son importantes. _____
9. Generalmente ignoro advertencias sobre problemas futuros porque pienso que
los problemas se resolverán antes de llegar a ser realmente grandes . _____
10. Pienso que no vale la pena sacrificarse ahora, si puedo lidiar con los problemas
en el futuro . _____
11. Solamente actúo para satisfacer mis preocupaciones inmediatas, pensando en
que ya remediaré los problemas que puedan ocurrir en el futuro. _____
12. Dado que mis actos de todos los días tienen resultados inmediatos, son más
importantes que mis acciones que tengan consecuencias en el futuro. _____
______________________________________________________________________
103
contenidas en lo que los neuropsicólogos denominan “funciones ejecutivas”. Éstas
refieren la capacidad de una persona para identificar un objetivo, elaborar un plan para
lograrlo, ejecutar las acciones conforme al plan, evaluar las consecuencias de las
acciones y cambiar la conducta de acuerdo con los resultados (Godefroy, 2003). Las
funciones ejecutivas son organizadas en los lóbulos frontales –la zona más
distintivamente humana del cerebro- y se consideran cruciales para la regulación de la
conducta, el auto-control, la toma de decisiones y la solución de problemas (Strayhorn,
2002). Todas estas actividades están íntimamente ligadas a la perspectiva temporal
futura y se consideran esenciales para el desarrollo de estilos de vida responsables con
el medio físico y el social (Geller, 2002; Corral et al, 2003; Wall et al, 2007). Se ha
encontrado que las personas antisociales presentan un déficit en estas funciones (Brower
& Price, 2001; Valdez, Nava, Tirado, Frías & Corral, 2005) lo que habla de la
importancia de desarrollar una propensión al futuro como base para el comportamiento
altruista y responsable con otras personas y con el ambiente.
104
plazo de su conducta sustentable. En otro estudio de Joreiman et al (2004) se encontró
que los puntajes altos en el instrumento de CFC se correlacionaban con la preferencia a
cambiar el uso de automóvil por transporte público cuando la gente se dirigía a sus
lugares de trabajo. Estos autores concluyen que “una orientación al futuro puede ser más
importante que la orientación pro-social en la configuración de estas preferencias” (p.
188). Una investigación más reciente acerca del comportamiento sustentable en México
(Corral et al, en prensa) reveló una correlación positiva entre la CFC y las respuestas a
una serie de reactivos de la escala de Conducta Ecológica General de Kaiser (1998).
Esto revelaría que la orientación al futuro se liga a un conjunto de conductas
sustentables, no sólo a acciones aisladas de cuidado del ambiente.
105
orientación al presente hedonista. Este tipo de presente también comparte con el
fatalista otros rasgos indeseables como la falta de consideración de futuras
consecuencias, y un déficit de autocontrol (Strathman et al, 1994). Por supuesto, el
presente fatalista sólo incluye rasgos negativos y no se espera de esta inclinación nada
bueno con respecto a la conducta sustentable.
¿Qué hay con respecto a la orientación al pasado? Corral, Fraijo & Pinheiro
(2006) señalan que quienes se orientan a ese tiempo no guardan una consideración por
106
las consecuencias futuras del comportamiento; es difícil esperar que su conducta se
oriente a la sustentabilidad. Pero también señalan que como estas personas no tienden al
derroche, al riesgo y al placer desmedido (por ejemplo, el que se desprende del disfrute
de recursos naturales) que caracteriza a los propensos al presente, tampoco se espera
una actitud anti-ambiental en estas personas. En la investigación de Milfont y Gouveia
(2005), el pasado negativo no se correlacionó ni con las actitudes preservacionistas ni
con las favorables a la utilización de recursos naturales. El pasado positivo se relacionó
con las actitudes preservacionistas, de manera positiva. No obstante, dado que fueron
actitudes y no conductas, las variables ligadas a este tipo de orientación al pasado, es
necesario replicar la investigación, considerando la relación entre comportamientos
sustentables y la orientación al pasado positivo. Si como refieren Zimbardo & Boyd
(2008), este tipo de propensión temporal caracteriza a las personas que experimentan un
bienestar psicológico y si ese bienestar es un correlato de la sustentabilidad (Gardner &
Prugh, 2008) entonces habría que esperar que una propensión al pasado positivo
contribuyera a la orientación sustentable. Un dato adicional, que involucra al pasado y
su efecto positivo, es el hallazgo de Chipeniuk (1995) quien detalla que las experiencias
y recuerdos del contacto con la naturaleza –especialmente el forrajeo o recolección de
plantas- en la niñez repercuten en la conducta protectora del ambiente en el presente.
Investigar entonces, cómo el pasado positivo influye, de manera diferencial al negativo,
en la conducta sustentable es una tarea adicional de la investigación en esta área, que
complementaría a las que se han señalado previamente.
En uno de los pocos estudios que han integrado las tres orientaciones temporales
en su relación con la conducta sustentable, Corral, Fraijo & Pinheiro (2006) encontraron
que las personas orientadas al futuro tendían a ahorrar agua en su consumo domiciliario.
Los orientados al presente (tanto hedonista como fatalista) consumían más líquido y la
propensión al pasado –independientemente de si ésta era positiva o negativa- no
afectaba esta conducta sustentable. Estos hallazgos contradicen, provisionalmente, a la
idea de que el pasado positivo pudiera tener un efecto benéfico en la inducción a la
sustentabilidad. No obstante, como lo enunciamos arriba, se hace necesario replicar
estos datos para elucidar el papel que juega el pasado positivo. Otra asignatura
pendiente es la de la investigación acerca de la relación entre el futuro trascendental y la
conducta sustentable, de la que, por lo que sabemos, no se ha investigado nada.
107
La importancia que posee el tiempo para la organización de la conducta en
general se manifiesta también en la configuración del comportamiento sustentable. El
tiempo es relativo no sólo en términos físicos sino también en la percepción que tienen
los seres humanos de esta dimensión de su existencia. Los estados emocionales, el ritmo
de la vida y la perspectiva temporal afectan la manera en que los individuos perciben el
transcurrir del tiempo, pero también en sus decisiones y en los estilos de vida que
asumen, entre ellos, los estilos sustentables.
108
CAPÍTULO 9
DELIBERACIÓN
Voluntad
Entre las cosas que más distinguen al comportamiento humano del de otras
especies se encuentra su capacidad para actuar con deliberación al planear, anticipar y
perseguir objetivos con su comportamiento. La voluntad y el libre albedrío se presumen
(y otras muchas veces se cuestionan) como condiciones humanas en numerosas obras
religiosas, filosóficas, científicas y literarias que resaltan la capacidad para formular
actos de manera propositiva, generando escenarios futuros en tanto objetivos específicos
a lograr. Junto con la propensión al futuro, la posibilidad de planificar y la anticipación
de consecuencias, los actos de voluntad figuran como característicos de lo que es ser
humano.
La voluntad puede definirse como “el poder del que disponen los agentes (las
personas) para ser los máximos creadores y sustentadores de sus propios fines y propósitos”
(Kane, 1996, p. 4). La voluntad sería entonces una “potencia” o “capacidad” que se
manifestaría en acciones propositivas o libres, que, a su vez, estarían indicadas por las
intenciones a actuar, o factores relacionados, de acuerdo con algunos autores (Kane,
1996; Ajzen, 1991; Bamberg, 2002). De esta capacidad voluntaria surgiría la
posibilidad de planear la conducta futura, en donde se asume que el razonamiento
consciente lleva a la formación de intenciones conductuales. La conducta razonada o
planeada se encuentra, por lo tanto, bajo el control del individuo y sus procesos de toma
de decisiones (Fishbein & Ajzen, 1980).
109
diferencias entre distintos tipos de determinismo, que pueden ir desde el fatalismo que
se manifiesta en superstición o en ciertos actos de fe, hasta las posiciones científicas y
filosóficas. Carlos Marx era un determinista histórico y en su idea de la evolución social
y económica el paso de un sistema de producción a otro era inevitable, por lo que la
voluntad humana no podía oponerse a las transiciones predeterminadas por la historia.
B.F. Skinner (1971), otro famoso determinista, negaba la posibilidad de la libertad, en
tanto que –él sostenía- la conducta de las personas se encuentra completamente bajo el
control de los eventos antecedentes y consecuentes de la misma. En todos estos casos, la
noción de responsabilidad se ve comprometida, ya que, si el control de las decisiones,
los propósitos y las acciones humanas no recae en última instancia en la persona,
entonces ésta no es del todo responsable de sus actos. De esta manera, la noción de
intención no pasaría de reflejar algo más que una creencia acerca del control personal de
la propia conducta.
110
concisa, es que el predictor directo de la conducta es la intención conductual, la cual es,
a su vez, función de las actitudes, de la norma subjetiva y del control conductual
percibido (ver capítulo 2). Tal y como lo conciben sus autores, la presunción central de
esta teoría es que las personas llegan a desarrollar la intención a través de una “acción
razonada”. Esta acción se origina a partir de las creencias sobre llevar a cabo una
conducta, independientemente de que estas creencias se basen de manera fiel en
acontecimientos del mundo real (Hill, 2008). Las creencias proveen la base cognitiva a
partir de la que se generan las actitudes, las normas sociales percibidas, las percepciones
de control y, en última instancia, las intenciones.
111
Planeada para estudiar la conducta proambiental, ya sea en su versión básica o
agregando nuevos constructos que complementan a los originalmente establecidos por
Ajzen y Fishbein (1980) y Ajzen (1991). Sin embargo, un elemento central, que aparece
en todos los modelos de la conducta sustentable, es la intención a actuar como predictor
cognitivo directo de la conducta.
112
Tabla 9.1 Reactivos para medir la intención de actuar a favor del medio ambiente
(Corral, Tapia, Fraijo, Mireles & Márquez, 2008).
______________________________________________________________________
Instrucciones: En relación a las siguientes oraciones, anote en la línea de la derecha el número
que considere más apropiado, para cada una de las siguientes afirmaciones:
1. Participar en una manifestación contra un proyecto que dañe el medio ambiente. ____
2. Dar dinero para una campaña de conservación de la naturaleza. ____
3. Participar como voluntario en alguna actuación para conservar el medio ambiente. ____
4. Colaborar con una organización de defensa del medio ambiente. ____
5. Firmar contra una actuación que perjudique al medio ambiente. ____
6. Comprar productos amigables con el medio ambiente. ____
7. Usar sistemas eficientes de energía (como focos de bajo consumo). ____
8. Ir a pie, bicicleta o transporte público para desplazarme en mi localidad. ____
9. Depositar papel usado en contenedores para su reciclaje. ____
10.Depositar vidrio usado en contenedores para su reciclaje. ____
11.Hacer un uso ahorrador del agua en mi casa (por ejemplo, en tareas domésticas
o en el aseo personal) ____
______________________________________________________________________
113
lugares para reciclar desechos electrónicos (Nixon, Saphores, Ogunseitan & Shapiro,
2009). Esta situación también se aplica como un indicador del valor que las personas le
dan a los bienes ambientales y a su calidad. Por ejemplo, al estimar ese valor en un
recurso como el agua, los pobladores de un área determinada pueden determinar qué
tanto estarían dispuestos a pagar por asegurar la calidad del líquido (Cho, Easter,
McCann & Homans, 2005).
114
conductual percibido, a su vez, refleja el grado en que el individuo se siente capaz de
realizar dicha conducta; por lo tanto puede relacionarse con la noción de auto-eficacia
(Caprara, Steca, Gerbino, Paciello & Vecchio, 2006). Se puede medir el control
conductual percibido con reactivos como “será fácil para mí involucrarme en acciones
de reciclaje en el futuro inmediato” o “hay muchas oportunidades para mí de
involucrarme en el cuidado del agua en mi casa”. Estos tres factores, de acuerdo con la
literatura, han demostrado explicar de manera sustancial la aparición de intenciones de
actuar de manera sustentable (García-Mira & Real-Deus, 2001; Chu & Chiu, 2003;
Taylor & Todd, 1997, por ejemplo).
Stern y Dietz (1994), entre otros autores (Nordlund & Garvill, 2003; Aguilar,
Monteoliva & García, 2005), han medido el efecto que tienen, en las intenciones pro-
ambientales, los valores y las creencias hacia el medio ambiente. Basados en Schwartz
(1992) estudiaron valores universales de orientación biosférica (principios que guían la
vida de uno mismo en función de la preocupación por especies no humanas y por la
biosfera), de orientación altruista (principios basados en la preocupación por lo demás)
y de orientación egoísta (principios basados en la preocupación por uno mismo). De
manera relacionada, las creencias ambientales eran de naturaleza egocéntrica, social y
biosférica. Los investigadores encontraron que los valores predecían a la intención de
actuar, lo mismo que las creencias.
115
consideran que un comportamiento es valorado como importante en
la comunidad en la que viven. De acuerdo con esto, si una conducta
como el reciclaje mantiene una alta reputación, las personas tendrán
más intención de enrolarse en esa conducta. La dificultad percibida,
por supuesto, se refiere al grado de esfuerzo que implicará desarrollar
un comportamiento sustentable. En su estudio, desarrollado en Cuba,
los autores encontraron que la reputación percibida influía
significativamente en la intención de reciclar y de elaborar composta
a partir de desechos domiciliarios pero no en la de reusar objetos. La
dificultad percibida, por otro lado, afectó la intención de actuar en los
tres tipos de conducta.
Sin embargo, así como existen hábitos pro-ambientales, una gran parte de la
conducta anti-ecológica es también habitual. Las personas, por “costumbre” dejan grifos
de agua abiertos mientras llevan a cabo acciones de limpieza corporal o del hogar;
mantienen encendidos aparatos electrónicos, utilizan coches, arrojan basura en la calle,
consumen productos nocivos para el ambiente y, en fin, despliegan una gama muy
amplia de comportamientos habituales que son lesivos para el entorno.
116
hábitos establecidos y vigorosos el cambio conductual será más difícil a partir de las
intenciones. Si, por el contrario, el hábito no es fuerte, la intención obrará con más
facilidad.
Además, se ha encontrado que la interrupción del hábito no es suficiente, sino
que, además, es necesario que la persona se sienta motivada a cambiar la conducta. Es
decir, no basta con abandonar el hábito anti-ambiental para generar un comportamiento
sustentable; este último debe ser impulsado por motivos propios, como ocurre con todos
los tipos de conducta. Algunos investigadores consideran que las normas personales son
potentes instigadores (es decir, motivos) del comportamiento y los incluyen en sus
pesquisas comportamentales tratando de elucidar el poder de cambio que ejercen en el
comportamiento. Eriksson et al, (2008), siguiendo toda esta lógica, desarrollaron un
experimento en donde midieron el uso habitual de coche, la motivación moral
(manifestada en la posesión de normas personales pro-ecológicas) y el cambio en la
conducta de utilización del automóvil en usuarios de este tipo de transporte en Suecia.
Como tratamiento, los autores solicitaron a los participantes que elaboraran un plan que
considerara la reducción del uso del coche (o intenciones de implementación, que
revisamos un poco antes en este capítulo). Sus resultados les indicaron que los
individuos con un hábito pronunciado de uso de coche y con una fuerte norma personal
redujeron el empleo del automóvil, como efecto de la intervención. Esto refuerza la idea
de que es necesario desbloquear el efecto de los hábitos en las conductas con impacto
ecológico, de manera que los factores motivacionales pro-ambientales puedan operar sin
interferencia.
Dado que los hábitos operan de manera contraria a la deliberación, y siendo esta
última una dimensión psicológica de la sustentabilidad, no se considera conveniente
sobredimensionar la utilidad de los hábitos en el desarrollo de la conducta sustentable.
Aunque algunos autores (Geller, 2002; Barr et al, 2005; por ejemplo) sugieren que la
conducta habitual podría ser un ideal a alcanzar en la instauración de conductas social y
ecológicamente responsables (es decir, hábitos sustentables), otros (Emmons, 1997, por
ejemplo) señalan que, en ausencia de deliberación dicha conducta no podría alcanzarse.
Al ser deliberada, por definición, la conducta sustentable requiere de voluntad,
conciencia y anticipación de los actos, de manera que estos procesos en conjunto
permitan rectificar el curso de la acción emprendida y adecuarse a cambios en las
contingencias ambientales, cuando estos cambios se produzcan; algo que con la simple
posesión de hábitos sería difícil de realizar. Abundaremos más en esta discusión en el
capítulo 12, al tratar el tema de la competencia proambiental consciente e inconsciente.
117
que ha mostrado el ser humano para sobreponerse a las restricciones ambientales e
históricas, resolviendo problemas adaptativos de naturaleza social, económica e incluso
ambiental. También sostienen que a través de actos deliberados puede garantizarse la
futura supervivencia de la humanidad y las especies que la acompañan en el planeta. La
deliberación, entonces, implica que una parte fundamental del control de la conducta
recae en la propia persona y sus capacidades.
118
CAPÍTULO 10
También es cierto que hay límites a la atracción por la variedad: los estudios
sobre preferencias por la riqueza de estímulos muestran que, llegado cierto punto, el
exceso se vuelve perniciosos y las personas dejan de preferir más complejidad en la
estimulación (Kaplan, 1993).
119
diversidad sobre la monotonía es una base para cuidar los ambientes variados de nuestro
diario actuar. En pocas palabras, queremos saber si existe una afinidad por la diversidad
biológica y social y si la misma induce al cuidado de los entornos en los que se
desarrolla la vida humana. Ésos son los temas del presente capítulo.
Biodiversidad
De acuerdo con Blignaut y Aronson (2008), la biodiversidad es la red
viviente que conecta los elementos tangibles e intangibles de los ecosistemas sanos.
También es la base del capital natural renovable y su mantenimiento representa una
condición indispensable para asegurar un futuro sustentable. La biodiversidad se define
como la cantidad y variabilidad que existe dentro de las especies (diversidad genética),
entre las especies, y entre los ecosistemas (European Communities, 2008). Los
ecosistemas están compuestos de una infinidad de especies que (inter)dependen de las
otras para la obtención de nutrientes u otros productos del ciclo vital, como el oxígeno o
el dióxido de carbono. Si la biodiversidad de un sistema se ve seriamente afectada, el
sistema entero colapsa por los efectos negativos del ciclo de nutrientes (Tonn, 2007). La
biodiversidad es esencial para la provisión de los servicios que los ecosistemas prestan a
la existencia humana, entre los que se encuentran los alimentos, el agua, materiales de
construcción, regulación climática, protección contra riesgos naturales, control de la
erosión, medicamentos y recreación. La pérdida de especies animales y vegetales, a un
ritmo que supera el surgimiento de nuevas especies, es la manifestación más tangible de
la pérdida de biodiversidad (European Communities, 2008).
120
el precio de los alimentos ha aumentado considerablemente desde 2007 ya que una parte
creciente de los campos agrícolas se utiliza para sembrar productos a utilizar como bio-
combustible (European Communities, 2008), lo que implica una presión adicional para
abrir nuevas áreas de cultivo.
Sociodiversidad
Al analizar los problemas ambientales se ha puesto un gran énfasis en la
merma significativa que experimenta la biodiversidad. Sin embargo, la sociodiversidad
también se está perdiendo, lo cual tiene implicaciones graves para la humanidad.
O’Hara (1995) define sociodiversidad como los diferentes arreglos sociales y
económicos con los que la gente organiza sus sociedades, particularmente las
presunciones, las metas, los valores y las conductas grupales subyacentes que guían
dichos arreglos. La sociodiversidad implica entonces la variedad en prácticas
lingüísticas, religiones, costumbres y tradiciones que diferencian a las culturas entre sí;
pero también comprende a la diversidad en orientaciones políticas, sexuales,
económicas, y generacionales dentro de una misma y diferentes sociedades.
121
La vida en la tierra ha sobrevivido gracias a su diversidad. La evolución
puede concebirse como un proceso de ensayo y error a largo plazo en el que los mejores
diseños (de especies), entre muchos millones que han sido “ensayados” sobreviven.
Pero, como lo plantea Tonn (2007), lo que importa es la mejor colección de diseños en
trabajo interdependiente, para garantizar la supervivencia de todos en conjunto y esto se
aplica también a la sociodiversidad.
Por otra parte, Huntington (1996), ofrece una visión contrastante al afirmar
que las diferencias entre “civilizaciones” generan el riesgo de un conflicto que pudiera
dar al traste con los avances que la humanidad ha experimentado, generando guerras y
conflictos de largo alcance, más destructivos que lo que hemos experimentado hasta
ahora. De la idea de Huntington se desprende, por lo tanto, que la homogeneidad
cultural sería un antídoto contra ese colapso de civilizaciones y, de hecho, él llega a
plantear que la integración cultural de Latinoamérica e incluso, de África, al esquema
occidental evitaría dicho problema. En algunas plataformas políticas y de gobierno se
fomenta la homogeneidad cultural, como estrategia para evitar conflictos con la idea de
que si todas las personas fueran iguales (en cultura, tradiciones y creencias) no existiría
la confrontación. No obstante, otros autores aseguran que mientras más formas
diferentes de culturas existan, habrá mayor potencial para la sustentabilidad, planteando
que la lógica de la biodiversidad como base para la sustentabilidad se aplica de la
misma manera para la sociodiversidad (Tonn, 2007).
“Si cada país en el mundo tuviera el mismo sistema político, jamás aprenderíamos si
otro pudiera funcionar mejor” (p. 1108).
122
La homogeneización cultural y la globalización también tienden a impactar en
las variadas prácticas alimenticias de la humanidad (una forma de sociodiversidad). Esto
repercute en la biodiversidad pues la siembra de productos vegetales y la cría de
especies animales se reduce. Lacy (1994) plantea que la tecnología, la ciencia y el
capitalismo son los tres factores culturales responsables de la homogeneización de la
alimentación y de la agricultura, así como de la conversión de la naturaleza en lo que
ahora es. De manera inadvertida y simultánea, estos factores pueden haber creado los
problemas de pérdida de bio y socio diversidad, y homogeneidad de los alimentos.
Según los autores, es posible que la única manera de conservar la biodiversidad es
conservar la diversidad cultural entre los pueblos, reunificando la biodiversidad con la
diversidad cultural.
123
complejidad, por lo tanto, una característica de las accedencias (affordances) de las que
hablaba Gibson (1978) y que desarrollamos en el capítulo 2.
124
física (escenarios naturales, climas), biológica (tipos de plantas y animales) y socio-
cultural (religiones, orientaciones sexuales, inclinaciones políticas).
Un estudio posterior (Carrus, Passafaro & Bonnes, 2004), confirmó este patrón,
mostrando también que las actitudes hacia las áreas verdes en la ciudad se asocian a la
diversidad humana y cultural. Las personas con más actitudes opuestas a las áreas
verdes presentaban también más tendencias al etnocentrismo y al autoritarismo (estas
últimas indicaban menor aprecio por la diversidad social).
125
Hunter y Rinner (2004) investigaron los niveles de preocupación con el estado
de la diversidad de especies animales en una localidad norteamericana. Los autores
reportan que, de acuerdo con sus resultados, las personas que manifiestan más creencias
ecocéntricas (ver capítulo 7) le otorgan una mayor prioridad a la preservación de este
tipo de biodiversidad, que aquellos que ostentan creencias antropocéntricas. Lo anterior
hablaría, entonces de una relación entre el aprecio por la biodiversidad y las visiones del
mundo pro-ecológicas.
1. Me parece bien que existan muchas religiones, ya que todas ellas enseñan cosas buenas. ____
2. Me gustaría convivir con personas de distintas razas: indígenas, negros, orientales,
blancos, mestizos, etcétera. ____
3. No creo que sea malo que existan orientaciones sexuales diferentes
(homosexualidad, lesbianismo, preferencia por el sexo opuesto). ____
4. Me gusta convivir con personas de todas las clases sociales (pobres,
ricos, clase media). ____
5. Sólo me gusta convivir con personas de mi edad o generación y no con personas de
otras edades. ____
6. Me gusta que haya personas con diferentes orientaciones políticas (izquierda,
derecha, centro). ____
7. No me gusta mucho convivir con personas que no sean de mi sexo. ____
8. Me gustan muchos tipos de animales y no sólo una clase de ellos. ____
9. Me gusta que mi jardín tenga muy pocas clases de plantas. ____
10. Me gusta visitar zoológicos, en donde hay muchos tipos de animales. ____
11. Para mí, mientras más variedad de plantas haya, mucho mejor. ____
12. Sólo me gustan algunos tipos de animales domésticos. ____
13. Sólo me gusta un tipo de clima (o calor o frío). ____
14. Yo podría vivir a gusto en cualquier lugar (bosque, desierto, playa, valle, selva). ____
____________________________________________________________________________
126
En un segundo estudio, los autores encontraron que la AHD, junto con otras
dimensiones psicológicas como la orientación al futuro, el altruismo y las emociones
hacia la naturaleza conforman las bases de la orientación a la sustentabilidad, la cual, a
su vez, predice comportamientos de cuidado del ambiente. Otros resultados parecen
sugerir que la AHD se encuentra presente en diferentes edades (si bien, los autores no
midieron su presencia en menores de quince años) ya que jóvenes y viejos exhibían los
mismos niveles de esta tendencia, lo cual apoyaría la idea de Kellert (1997) al respecto
de que todos los seres humanos se sienten instintivamente atraídos por la variedad en la
naturaleza. No obstante, también existiría un componente aprendido o social en el
desarrollo de esa afinidad ya que el estudio de Corral et al (op cit) encontró que las
personas con más recursos económicos presentan niveles más elevados de preferencia
por la diversidad. Este resultado lo interpretan los autores en función de la facilidad que
tienen las personas con más recursos monetarios para exponerse a una mayor variedad
de objetos, personas y situaciones. Melles (2005) comenta a este respecto que la
diversidad biológica (por ejemplo, la variedad de aves) en los ambientes residenciales
más ricos es superior a la de los barrios más pobres, lo cual expone diferencialmente a
las personas a la diversidad. Este caso, por cierto, liga a la inequidad social con la falta
de acceso a condiciones de disfrute de la naturaleza y de una de sus características
distintivas más apreciadas por los humanos: la diversidad.
127
deben exponerse a la diversidad y mientras mayor sea ésta, es más probable que se logre
más afinidad por la misma (Corral et al, 2009). Los estudios de discriminación y
prejuicio racial así parecen señalarlo. Por ejemplo, los niños que asisten a escuelas
racialmente diversas interactúan de manera más positiva con personas de etnias y razas
diferentes a las suyas (ver Bryan, 2008). En ausencia de esta exposición y de otros
factores culturales, como la prédica de la tolerancia hacia lo diverso, es probable que
prevalezcan los prejuicios raciales y las creencias de superioridad étnica y grupal
(religiosa, política, sexual, etcétera), lo cual se manifestaría en los innumerables
conflictos que la humanidad experimenta. Estos conflictos impiden la consecución de
los ideales de la sustentabilidad por lo que atacar sus causas ayudaría a lograr un mundo
no sólo más igualitario, pacífico y solidario, sino que también posibilitaría conservar
uno de los recursos más valiosos del planeta: la diversidad.
128
depende de la variedad de sus elementos, lo que implica que mientras más rico sea éste,
más apto se encuentra para enfrentar los riesgos que pueden poner en peligro su
permanencia. No obstante, los seres humanos han expuesto la diversidad biológica
como nunca desde la extinción masiva de especies en el periodo cuaternario, y la
diversidad cultural se encuentra también seriamente amenazada, exponiendo a todo el
conjunto de especies vivas en el planeta, incluida la humana.
129
CAPÍTULO 11
EMOCIONES
Una posible respuesta a esta interrogante es que las personas, aparte de estar
conscientes de los problemas de su entorno, de conocer acerca de la manera de
resolverlos y de contar con las condiciones para hacerlo, necesitan estar motivadas para
involucrarse (Vining & Ebreo, 2002). La motivación juega una parte importante en los
modelos explicativos de la conducta pro-ambiental, incluyendo los que conciben este
comportamiento como acción razonada; pero también los que le otorgan un gran peso a
las emociones. La investigación que se desprende de estos modelos sugiere la influencia
de factores afectivos –como componentes de la actitud- en la predicción de acciones
sustentables (Bamber, Ajzen & Schmidt, 2003).
La motivación se concibe como un estado que dirige la acción y que anticipa las
consecuencias -positivas o negativas- que se desprenden de actuar o dejar de hacerlo
(Locke, 2000; Batson & Shaw, 1991; Osbaldiston & Sheldon, 2003). En los motivos
existen razones para actuar, lo que implica que una persona, al tomar decisiones acerca
de involucrarse (o no) en un comportamiento, piensa en los pros y los contras; razona,
anticipa y emplea diversos procesos cognitivos que le ayudan a determinar si el curso de
acción anticipado es el “correcto”, si vale la pena tomarlo, pensando en los costos y en
los beneficios (Locke, 2000). Éste es el lado racional de la motivación.
Pero los motivos también presentan un lado “irracional”, más ligado a las
emociones, a la intuición y a una serie de procesos afectivos y de síntesis perceptual
(Zajonc, 1980). Algunos motivos nos emocionan y los estados afectivos resultantes nos
llevan a actuar, a veces para experimentar el placer de una recompensa, a veces para
evitar sensaciones aversivas o castigantes (Batson & Shaw, 1991; Cone & Hayes, 1980).
Por lo tanto, las decisiones humanas, incluidas las que impactan al ambiente sociofísico,
surgen de la interacción entre las razones y los afectos de las personas (además de la
personalidad y del ambiente, como lo planteaba Kurt Lewin, 1935) y ninguno de estos
factores puede considerarse como predominante o, por lo menos, no puede decirse que
uno posea un peso menor al del otro (Loewenstein & Lerner, 2003). Las emociones, son
de gran importancia a la hora de determinar cursos de acción y por eso deben estudiarse
en los procesos de la conducta sustentable.
130
A pesar de lo anterior, el enfoque general en lo que Hill (2008) considera el
“programa dominante de la investigación del comportamiento proambiental” se deriva
del modelo del hombre racional. Este enfoque comprende a las teorías y modelos más
utilizados en la investigación de la conducta sustentable, como la Teoría de la Acción
Planeada (Ajzen, 1991), la Teoría de la Activación de Normas (Schwartz, 1973) y el
Modelo de la Utilidad Esperada Subjetiva (Kahneman, 2003), entre otras. Su premisa
es que la mayoría de las conductas caen bajo el control voluntario y que si se alimenta al
“sistema” (i.e., el organismo humano) con una correcta combinación de información
debe producirse una salida lógica y “racional”. Como consecuencia, se asume que la
información debería alterar los atributos centrales de los valores, las creencias, las
actitudes y las normas personales, que afectarían la intención a actuar (como lo estipula
Ajzen, 1991). Sin embargo, esto no siempre ocurre así. El hecho de que la intención a
actuar explique por sí sola alrededor de la tercera parte de la varianza en la conducta
proambiental (Bamberg & Möser 2007) nos obliga a preguntarnos en dónde se
encuentra la explicación a las dos terceras partes restantes. Las emociones son por lo
menos responsables de una fracción en esa varianza inexplicada (Pooley & O’Connor,
2000; Vinning & Ebreo, 2002).
Para un número creciente de autores, uno de los problemas con este esquema
explicativo es que se deja por fuera a las emociones, como sustento de la vida
psicológica y como instigadora de la acción. Las emociones –tanto como las
cogniciones- se encuentran ligadas a la motivación y, como hemos venido observando,
se requiere del componente motivacional para encauzar actitudes, creencias, y –como
veremos después- para guiar los conocimientos y las habilidades hacia la conducta
sustentable (Corral, 1996; Fraijo, 2005). Pero además, la motivación afecta directamente
a esa conducta y al ser los estados afectivos algunos de sus instigadores más potentes, se
requiere considerar el importante rol que juegan las emociones en la orientación a la
sustentabilidad.
De manera explícita, Pooley y O’Connor (2002), hacen ver que una de las
razones que explican el éxito sólo parcial de las intervenciones a favor del ambiente es
el énfasis casi exclusivo que se coloca en los aspectos cognitivos determinantes de la
conducta pro-ecológica. Para esos autores, la ausencia de los determinantes afectivo-
emocionales en los modelos predictivos de la conducta proambiental sería la causa de su
limitado poder explicativo. Iozzi (1989), por su lado, establece que la puerta de entrada
a la educación ambiental es la emoción, ya que si los educandos no desarrollan una
afinidad por el entorno y su cuidado difícilmente se involucrarán en actividades
conservacionistas. En una revisión reciente, Vining y Ebreo (2002) hacen ver que el rol
que juegan las emociones ha sido grandemente ignorado –con pocas excepciones- en las
intervenciones y estudios de la conducta conservacionista. Esta omisión de los factores
131
afectivos no sorprende si tomamos en cuenta la poca atención que han recibido las
emociones en la psicología cognitiva y en las neurociencias durante el último siglo
(Damasio, 1998a). Por fortuna, se detecta una atención creciente al rol de las emociones
en los procesos de toma de decisiones, tanto en los campos de la psicología como en el
de otras ciencias relacionadas, como las neurociencias (LeDoux, 1995; Damasio, 2005).
De manera específica, personajes reconocidos en la investigación en estos campos,
como Damasio (1998b), mencionan que la interacción entre las emociones humanas y
las decisiones razonadas representa una línea clave para la futura investigación del
comportamiento proambiental.
132
la desconfianza de que el otro miembro de la pareja pueda colocar sus recursos
(materiales y afectivos) al servicio de otro amante –esto se da más en las mujeres, de
acuerdo con los psico-evolucionistas- o de que la pareja llegue a concebir el hijo de
otro, lo cual es más característico del varón (Crawford & Salmon, 2004). Como se ve,
para todas las emociones existe una explicación de naturaleza adaptativa, en las que se
establece que los estados afectivos son innatos, involuntarios, y con manifestaciones
corporales fisiológicas.
133
manifiesta que hay componentes innatos y aprendidos en los estados afectivos (Friz,
2004). Lo que nadie discute es la importancia capital que poseen las emociones en el
comportamiento humano, incluido, el sustentable.
En cambio, Zajonc considera que existe una precedencia de las emociones con
respecto de las cogniciones -la primera respuesta de un individuo ante los estímulos
puede ser afectiva, antes de que incluso tenga conciencia de ellos- y que las primeras
son independientes de las segundas, lo cual no implica, sin embargo, que no exista
interacción entre cogniciones y afectos. Para Zajonc (op cit) una respuesta afectiva
implica una preferencia inicial por un objeto o situación; una evaluación de “gusto-
disgusto”. El autor aclara, sin embargo, que los afectos no se limitan a las preferencias,
sino que incluyen, además, a la sorpresa, el enojo, la culpa y la vergüenza, por lo que
utiliza los conceptos de “afecto”, “emoción” y “sentimientos” como sinónimos. Sin
embargo, su énfasis en los proceso afectivos los coloca en las preferencias (Roald,
2008).
134
para la mayor parte de nuestros estados emocionales poseemos una conciencia más o
menos clara de lo que estamos sintiend, dado que existe comunicación entre los
circuitos “emocionales” y los “cognitivos”. Pero el hecho de que exista autonomía de
las emociones con respecto a las cogniciones, como parece ser el caso, revela la enorme
importancia de los estados emocionales para el comportamiento.
Emociones ambientales
Las emociones ambientales son un mecanismo fundamental si consideramos el
curso de la evolución humana y su adaptación a contextos en constante cambio. Como
lo sugieren Carrus, Passafaro & Bonnes (2008), se puede concebir la preocupación por
el ambiente –y la emoción que ésta lleva implícita- como una característica esencial de
las sociedades del presente, que las llevaría a actuar para asegurar la supervivencia en el
futuro. Aunque la investigación del papel que juegan las emociones por el ambiente no
figura entre las más reportadas en la literatura, se reconoce la importancia de éstas en el
contexto de las relaciones humanos-naturaleza (Kals & Maes, 2002; Kals, Schumaker &
Montada, 1999; Hinds & Sparks, 2008). Schultz (2000) y Sevillano et al (2007), por
ejemplo, encontraron que la empatía hacia lo natural (ponerse en el lugar de un animal
sufriendo, por citar un caso) incrementa los niveles de conexión con la naturaleza que
las personas desarrollan y, algo muy importante, desemboca en conductas de cuidado
del ambiente físico. Más adelante, en este capítulo, veremos que la empatía también
afecta positivamente al altruismo, por lo que es una de las emociones pro-ambientales
claves. Pero las emociones positivas también pueden desprenderse de la actuación pro-
ambiental y no sólo generar esa actuación. Hartmann y Apaolaza-Ibáñez (2008)
135
encontraron que los beneficios de consumir productos amigables para el ambiente
incluyen un estado emocional positivo que se experimenta como una satisfacción por
cuidar el bien común del ambiente. Así es que las emociones son tanto causas como
consecuencias del actuar sustentable.
136
insuficiente de protección ambiental, la indignación acerca del poco cuidado ecológico
por parte de otros, y el enojo debido al uso de medidas de protección consideradas como
extremas. Las tres emociones se relacionan ampliamente con la voluntad o el
compromiso para involucrarse en acciones proambientales y con conductas de
conservación ambiental como el consumo de energía, la elección de un sistema de
transporte, las actividades políticas proambientales, el apoyo financiero para la
protección de la naturaleza, y la promoción activa de medidas de protección, entre otras
(Kals, 1996).
Rochford y Blocker (1991), por otro lado, encontraron que las emociones que
acompañan a una amenaza ambiental se relacionan negativamente con el activismo
ecológico: cuanto más esfuerzo invierta una persona para controlar sus temores de un
futuro desastre ambiental (contaminación, inundaciones, etc.), menos tiempo utilizará
para enfrentar ese problema. Las emociones negativas, al parecer, no son favorables a la
acción pro-ecológica y, como veremos más adelante, tampoco a la pro-social.
Hinds y Sparks (2008) ratifican los hallazgos del grupo de Kals y Montada y
señalan las conexiones entre procesos afectivos y cognitivos en la afectación que ambos
producen en la conducta proambiental. En su estudio, los autores encuentran que la
conexión afectiva con el medio ambiente incrementa la deliberación a actuar de manera
proambiental, la cual ejerce un efecto positivo en el cuidado ecológico. Por su lado,
Corral, Bonnes, Tapia, Fraijo, Frías & Carrus (2009) agregan un elemento emocional a
la lista de Kals y sus colaboradores: la afinidad por la diversidad (AD), que se revisó en
extenso en el capítulo 10. De acuerdo con estos investigadores, la AD implica un gusto
por la variedad de formas vivientes y de manifestaciones socio-culturales que
caracterizan a los entornos sociales y biológicos en los que se desarrollan los individuos.
El componente emocional de la AD se encuentra dado por la preferencia o gusto que
caracteriza a las respuestas afectivas; es decir, cuando una persona evalúa
emocionalmente un objeto, evento o situación, siempre muestra un gusto o disgusto por
los mismos (Fridja, 1986) y esto es lo que la AD pone de manifiesto con respecto a la
diversidad biológica y social. En sus estudios, Corral et al encuentran que la AD se
relaciona significativamente con los sentimientos de indignación que causa el deterioro
ambiental, pero también con una serie de indicadores de la orientación pro-sustentable,
entre ellos, la orientación al futuro, el altruismo y la conducta proecológica.
137
6. No veo nada de agradable estar por mucho tiempo en espacios naturales. ______
7. Salirme al patio y estar en contact o con las plantas me pone de buen humor. ______
_____________________________________________________________________
En estudios más recientes, Cortez et al (2008), Corral, Tapia, Fraijo, Mireles &
Márquez (2008) y Corral, Tapia, Frías, Fraijo & González (en prensa) reportan que los
sentimientos de indignación por el deterioro ambiental se unen a los sentimientos de
aprecio por lo natural y a la afinidad por la diversidad, además de un conjunto de
factores cognitivos, para predecir estilos de vida sustentables. Un aspecto de interés de
estos estudios es que ellos muestran que los factores afectivo-emocionales son
altamente predictivos de comportamientos de cuidado del entorno físico (acciones de
frugalidad en el consumo y conductas pro-ecológicas). Las tablas 11.1 y 11.2 muestran
ejemplos de escalas para medir aprecio por el contacto con la naturaleza e indignación
por el deterioro ecológico.
Tabla 11.2. Escala de Indignación por el deterioro ecológico (Tirado et al, 2008)
----------------------------------------------------------------------------------------------------------
Instrucciones: Por favor, en la línea de la derecha coloque el número de respuesta que
considere más apropiado, para cada una de las siguientes afirmaciones:
138
importancia que empiezan a tener las emociones en los modelos explicativos de la
conducta sustentable.
139
experimenta aflicción (Eisenberg et al, 2003). De estas observaciones se infiere que la
etapa inicial de desarrollo no es enteramente egocéntrica, como la postura piagetiana lo
sugiere, pues da cabida a manifestaciones –rudimentarias, pero manifestaciones al fin-
de empatía.
Los adultos, por supuesto, también manifiestan más conducta altruista como
consecuencia de experimentar estados de empatía. Al inducir estos estados –por
ejemplo, a través de videos en donde se muestra a personas en problemas y se solicita al
participante que “se ponga en el lugar” de éstos- el individuo mostrará marcas de
empatía en su rostro (tristeza facial), que se relacionarán con su conducta pro-social
(Eisenberg et al, 2003).
140
esencial en el desarrollo sustentable (Bonnes & Bonaiuto, 2002; Pradhan, 2006). La
culpa, entonces, puede ser una emoción positiva por sus potenciales impactos
prosociales, así como los proecológicos (Kaiser y Shimoda, 1999). La vergüenza, en
cambio, parece motivar –como la aflicción- respuestas de evitación e incluso rabia,
porque se experimenta frecuentemente como necesidad de escapar o de esconderse de la
situación (Tagney, 1998) lo cual, por supuesto, no lleva a nada pro-social. No obstante,
Kaiser et al (2008) encontraron que tanto la vergüenza como la culpa son determinantes
de la intención de actuar pro-ecológicamente, así que, por lo menos para las acciones de
cuidado del medio físico, la vergüenza podría tener un efecto positivo.
En los estudios recientes de Corral, Tapia, Fraijo, Mireles & Márquez (2008) y
Corral, Tapia, Frías, Fraijo & González (en prensa) se encontró que la afinidad por la
diversidad física y social, junto con los sentimientos de indignación ante el daño
ecológico y el interés por la naturaleza, predecían a la conducta ecológica general. Un
hallazgo interesante fue que esa afinidad por la diversidad (AD) predice también
comportamientos a favor del entorno social. La AD y el resto de las emociones
ambientales impactaron positivamente en una serie de conductas altruistas y equitativas,
lo cual equivale a decir que las personas con emociones a favor de la protección del
entorno físico, son también individuos que se preocupan por el bienestar de sus
semejantes y manifiestan un trato igualitario hacia ellos, independientemente de su
sexo, clase social, edad, raza, religión o cualquier otro rasgo personal. Con lo anterior,
estos estudios se unen a la lista que muestra que las emociones forman una parte
esencial de las dimensiones psicológicas de la sustentabilidad.
141
también por la afinidad por la diversidad cultural y por emociones morales como la
culpa debida a un daño a otros, el cual requiere reparación. Sin embargo, algunas
emociones negativas como la aflicción y la vergüenza inhiben la conducta altruista.
142
CAPÍTULO 12
EFECTIVIDAD
¿Qué se requiere para enfrentar ese dilema? Los capítulos que antecedieron al
presente se abocaron a describir varias características psicológicas que son relevantes en
la adopción de estilos de vida sustentables. Falta, sin embargo, una que es esencial para
responder a la pregunta enunciada en este párrafo: la efectividad, es decir, la capacidad
de producir resultados o respuestas esperadas ante la presencia de problemas. No es
posible enfrentar un reto o resolver un problema sin la posesión de capacidades
conductuales y la efectividad es la dimensión psicológica que se refiere a este aspecto.
143
los psicólogos denominan competencias. Tanto el conocimiento, las habilidades como
las competencias constituyen capacidades psicológicas que posibilitan obrar sobre el
entorno, obteniendo provecho de sus recursos (Corral, 2001).
Conocimiento ambiental.
El conocimiento ambiental refiere la cantidad y calidad de información de la que
dispone un individuo al respecto de su entorno y de los problemas relacionados con el
mismo. Parece lógico asumir que a mayores niveles de conocimiento, mayor será la
preocupación ambiental, y el interés por resolver dilemas ambientales. Laurian (2003)
establece que la información que las personas poseen al respecto de los problemas
ambientales de su comunidad es necesaria para generar la participación colectiva en la
resolución de esos problemas. En aspectos más específicos, Edgerton, Mckechnie &
Dunleavy (2009) encontraron que el conocimiento influye positivamente en la decisión
para elaborar composta en el hogar. Meinhold y Malkus (2005), por otro lado,
demuestran que el conocimiento ambiental modera la relación entre actitudes y
conducta proecológica, el que la hace determinante indirecto del actuar proambiental. El
conocimiento ambiental también se considera un precurrente de la adquisición de
habilidades pro-ambientales ya que una persona no puede desarrollar destrezas de
resolución de problemas si no conoce acerca de los mismos y si no está informado al
respecto de cómo enfrentarlos eficazmente, lo cual demuestran Corral (1996) y Day
(2004), entre otros.
144
provisión de información sobre problemas ambientales y sus soluciones. Otro problema
es la estandarización de los sistemas de educación ambiental, especialmente los
dirigidos a la población no escolarizada, pues asumen que los receptores de la
información son homogéneos en características personales como sus variables
demográficas, nivel previo de conocimientos, etcétera. Como consecuencia, la
información se difunde por igual a todos, sin considerar esas diferencias (Mosler &
Martens, 2007).
145
personas. Por lo anterior, sugieren dotar de información a la medida (IM, tailored
information) de manera que ésta tenga el impacto esperado en cada uno de los
individuos a los que va dirigida. Esencialmente la IM consiste en una aproximación que
hace uso de datos de o acerca de un individuo, o un grupo particular y que se relaciona
con un producto esperado específico, para determinar cuál es la información más
apropiada que satisface las necesidades de esa persona o grupo (Kreuter, Farrell,
Olevitch, & Brennan, 1999). Empleando esa estrategia, los investigadores psico-
ambientales han encontrado que la información a la medida incrementa el conocimiento
ambiental, las actitudes y la conducta proecológica en escenarios residenciales
(Abrahamse, Steg, Vlek & Rothengatter, 2007; Mosler & Martens, 2007) y también en
los laborales (Daamen et al, 2001). Por las dificultades que implica elaborar
información a la medida, no es extraño que pocas intervenciones y estudios hayan hecho
uso de esta estrategia. Sus resultados favorables, sin embargo, harán que la misma no
pase desapercibida por mucho tiempo entre la comunidad de educadores ambientales.
Habilidades pro-ambientales.
Desde la década de los años ochenta del siglo XX se señala la importancia de las
habilidades para el despliegue de conductas sustentables. Smith-Sebasto y Fortner
(1994) encontraron que la posesión de destrezas para la ejecución de acciones
proambientales se relaciona significativamente con el comportamiento protector del
medio. Debido a esta relación, Boerschig y De Young (1993) señalan que las
habilidades para la acción específica deben tenerse en cuenta como variables a
incorporar en los programas de educación ambiental. Hines et al. (1987), al hacer un
recuento de estudios de determinantes del comportamiento pro-ecológico, establecen
que las habilidades proambientales son predictoras significativas de ese
comportamiento. En un estudio desarrollado en México, Corral (1996) encontró que las
habilidades de reuso y de reciclaje eran determinantes directos (y también indirectos) de
esos comportamientos proambientales. Las habilidades no sólo afectaban directamente
al reuso y al reciclaje de productos, sino que su influencia era mediada por la
motivación para conservar. Es decir, las personas hábiles para reusar/reciclar eran las
más motivadas para hacerlo, lo cual reforzaba esa práctica de conservación.
Martinportugués, Canto & Hombrados (2007), por su parte, midieron las habilidades de
separación de desechos sólidos, encontrando que un estatus socioeconómico bajo
influye más en esa capacidad que la afluencia económica. Bustos et al (2004) reportan
que las habilidades de ahorro de agua afectan significativa y positivamente el esfuerzo
de cuidado del líquido en áreas residenciales, resultado que también Corral (2002)
reporta. La Tabla 12.1 presenta algunos ejemplos de situaciones con las que este último
autor midió habilidades de cuidado del agua.
146
Tabla 12.1 Ejemplos de una guía para la medición de habilidades de ahorro de agua
(Tomada de Corral, 2001).
______________________________________________________________
A) LAVADO DE VAJILLA.
(INVESTIGADOR: Pida a la persona que vaya con usted al lavaplatos e indíquele a
la persona lo siguiente:)
1. ¿Podría mostrarme como se lavan estos platos, tratando de ahorrar agua?
Califique: ¿Cerró el agua mientras no enjuagaba los platos? Sí (1) No (0)
¿Abrió la llave a menos de la mitad de su capacidad? Sí (1) No (0)
¿Cerró la tapa del drenaje del zinc antes de enjuagar? Sí (1) No (0)
¿Lavó y enjuagó, todo a la vez? Sí (1) No (0)
¿Hizo otra cosa que ahorró agua? ¿Qué?__________ Sí (1) No (0)
_________________________________________
B) LAVADO DE AUTOMOVILES
(INVESTIGADOR: Lleve a la persona enfrente de un coche, y señálele:)
2. ¿Podría indicarme cómo se lava este coche, ahorrando agua?
Califique: ¿Empleó un cubo de agua en vez de una manguera? Sí (1) No (0)
¿Empleó sólo uno o dos cubos de agua? Sí (1) No (0)
¿Lavó el coche sin jabón (o con un puñado de éste)? Sí (1) No (0)
¿Lavó las llantas con el cubo en vez de manguera? Sí (1) No (0)
¿Lavó los tapetes con el cubo en vez de manguera? Sí (1) No (0)
¿Hizo otra cosa para ahorrar agua? ¿Qué?________ Sí (1) No (0)
________________________________________
C) REPARACION DE GOTEOS
(INVESTIGADOR: Dele a la persona el grifo descompuesto (que gotee) y dígale:)
3. ¿Podría mostrarme cómo se repara este goteo de agua?
Califique: ¿Identificó el problema del goteo? Sí (1) No (0)
¿Empleó los materiales adecuados? Sí (1) No (0)
¿Hizo otra cosa para repararla? ¿Qué?__________ Sí (1) No (0)
______________________________________________________________________
147
producción y servicios “limpios” (no contaminante) en empresas (Ramus, 2002), entre
muchos otros.
Competencia pro-ambiental
La capacidad general para responder efectivamente y de una manera estimulante
ante las oportunidades que brindan los entornos en los que transcurre la vida es
reconocida como competencia ambiental (CA, Steele, 1980). Pedersen (1999),
basándose en este esquema, plantea que la CA se refiere al aprendizaje acerca del
ambiente, como una forma de adaptarse a él, pero también como una manera de
cuidarlo. Ya desde la década de los años 50 del siglo XX, White (1959) había definido
competencia como “una capacidad del organismo para interactuar efectivamente con el
ambiente”, implicando con esto que un individuo competente era, por necesidad, hábil
al lidiar con problemas de su entorno. No obstante, para White, la competencia no es
sólo una habilidad –o conjunto de habilidades-, sino que ésta posee además un
componente motivacional; es decir, la persona competente no sólo exhibe destrezas,
sino que se encuentra predispuesto a desplegarlas cuando éstas son requeridas. Otros
autores concuerdan con la noción de que estas capacidades involucran más dimensiones
psicológicas que la simple posesión de destrezas o habilidades, en las situaciones de
resolución de problemas (Boyatzis, 1982; De Young, 1996; Corral, 2002; Homburg &
Stolberg, 2006). Volveremos a esta discusión más tarde en el presente capítulo.
148
compuestas por conjuntos de problemas adaptativos, que funcionan a veces como
exigencias, otras como requerimientos y otras como retos. En cualquier caso, para que
se produzca una respuesta adaptativa es necesario que el entorno brinde las guías y que
el organismo pueda reconocerlas y actúe en consecuencias, resolviendo un problema,
obteniendo un beneficio o evitando un problema.
149
que configuran los requerimientos pro-ambientales. Las competencias, mientras tanto –
en las palabras de estos autores- significarían la capacidad para responder de manera
efectiva ante las responsabilidades o requerimientos asumidos. Cuando Steele (1980)
habla de “responder de manera efectiva y estimulante”, al lidiar con el ambiente, se
refiere –como lo hace White (1959)- a que la competencia incluye un componente
motivacional que instiga la ejecución de acciones efectivas Por su parte, hace casi tres
décadas Boyatzis (1982), afirmó que las competencias implican no sólo habilidades,
sino también motivos, rasgos personales, auto-imagen, roles sociales y el conocimiento
de todo individuo y de su sociedad. Para Corral (2002), todas estas características
psicológicas, sumadas a una serie de factores situacionales, constituyen los
requerimientos para las acciones ambientales efectivas.
En un estudio empírico (Corral, op cit) este autor encontró que las habilidades de
ahorro de agua se relacionaban de manera significativa con una serie de factores
disposicionales (percepciones, actitudes y motivos con respecto al consumo del agua) y
variables situacionales (acceso físico al uso del líquido), identificados como
“requerimientos proambientales”. La correlación entre habilidades y requerimientos le
permitió modelar un factor de segundo orden al que identificó como “competencia pro-
ambiental”. Este factor de orden superior, a su vez, predijo de manera sobresaliente el
ahorro de agua observado en los participantes de ese estudio. Fraijo (2005), en una
adecuación de este modelo a un trabajo con niños, replicó los resultados. La autora
encontró que, tras un taller de educación ambiental, las habilidades de cuidado de agua
se correlacionaron significativamente con las actitudes, los conocimientos y los motivos
(los requerimientos ambientales) para cuidar el líquido. De esta manera, la investigadora
logró inducir en los niños no sólo el desarrollo de habilidades de protección ambiental,
sino también las actitudes favorables hacia el cuidado del líquido y la motivación para
involucrarse en esas acciones pro-ambientales, logrando con esto instaurar niveles
adecuados de la competencia buscada.
150
dicho autor, el nivel ideal de desarrollo de una competencia pro-ambiental sería aquel en
el que la persona desplegara, de manera automática (inconsciente) sus habilidades de
solución de problemas ecológicos ante las exigencias del entorno, sin tener que
preocuparse por lo que se encuentra haciendo en el momento. Existen, por lo menos,
dos buenas razones para este planteamiento.
Una de ellas es el conocimiento de que una buena parte de nuestros actos son
automáticos, no requieren de la conciencia para ser activados, lo cual no los priva de la
posibilidad de ser efectivos. Esta conducta habitual se encuentra determinada por el
comportamiento pasado y no es mediada por las actitudes, las intenciones a actuar o
cualquier otro factor relacionado con procesos deliberados o conscientes; lo cual no
significa que la conducta habitual esté exenta de dirigirse a metas (Aarts & Dijksterhuis,
2000).
151
ajuste consciente de metas y procedimientos con los que una persona acciona sobre el
medio para producir un resultado esperado (Emmons, 1997). En una conducta habitual,
la deliberación no es necesaria porque el problema permanece constante –es decir, es el
mismo de hace un día o de hace tres años. Basta con una sola decisión (iniciar la acción
de separación de desechos, de cuidado del agua, de limpieza del entorno, etcétera) para
que la conducta se genere y continúe hasta que, de manera automática, se produzca el
resultado esperado (Barr, Gilg & Ford, 2005). Pero si el problema ambiental cambia la
conducta habitual ya no será efectiva, porque ésta se basa en procedimientos y acciones
que fueron generados para otra situación. Esto, de hecho, podría hacernos dudar de la
categoría competencial de las acciones habituales, dado que una competencia es versátil
(cambiante ante modificaciones en los problemas) mientras que el hábito es invariante
por definición –como las habilidades-; es decir, es la misma conducta ante un problema
determinado pero también ante otro diferente. Si el problema cambia y el hábito sigue
siendo el mismo, la efectividad desaparece y, por lo tanto, esa competencia deja de
serlo.
152
la felicidad (Caprara, Steca, Gerbino, Paciello & Vecchio, 2006); es decir, las personas
competentes se sienten eficaces y eso les produce bienestar subjetivo. Aunque no hemos
detectado estudios que midan de manera directa la relación entre competencia pro-
ambiental y bienestar subjetivo, no existen razones para suponer que el sentido de auto-
eficacia que se despliega ante la posesión de competencias de diversa índole no sea
generalizable al que produciría la competencia pro-ambiental.
CAPÍTULO 13
153
FACTORES SITUACIONALES
154
cuestionan cuáles son los componentes cruciales de esos escenarios que llevan a las
personas a ser pro o anti sustentables.
Ahora bien, las situaciones en las que se desenvuelven los seres humanos pueden
ser de naturaleza física o normativa. En el primer caso hablamos de conjuntos de
arreglos materiales o de estímulos tangibles como el clima, el espacio en el que viven e
interactúan las personas, la presencia o ausencia de recursos naturales, los aditamentos
tecnológicos y todas aquellas condiciones palpables que posibilitan el uso de los
elementos del medio. En el segundo caso nos referimos a las normas, arreglos
convencionales y acuerdos sociales que rigen o guían la convivencia entre las personas.
Los dos tipos de situaciones afectan de forma significativa la manera de actuar de toda
la gente, pero además, en esas situaciones surgen las tendencias psicológicas que,
posteriormente, se convertirán en otros determinantes de la conducta sustentable
(Corral, 2001).
Algunos autores (Barr, 2007; Blake, 2001, por ejemplo) también consideran a las
variables demográficas (edad, género, nivel educativo, status socioeconómico, religión,
orientación política, etcétera) como factores situacionales; quizá porque esas variables
colocan a las personas en escenarios particulares (zonas de residencia, sitios para orar,
disponibilidad económica para el consumo, etcétera), dependiendo de su condición o
status personal (Berger, 1997; Van Vugt, 2001). Además, las características
demográficas configuran situaciones que son diferentes para las diversas categorías de
personas y esa diferencialidad las lleva a actuar de manera distinta a las de las otras
categorías. Por ejemplo, una reunión de mujeres puede generar un contexto interactivo
diferente al que produce un conglomerado de hombres. Lo mismo puede decirse para las
situaciones que generan las interacciones de personas con diferentes niveles educativos,
edades, orientaciones políticas y otras características demográficas.
Pero, por otro lado, las situaciones físicas de las residencias humanas posibilitan
muchos de los problemas ecológicos que el comportamiento genera. No es fácil
controlar un consumo elevado de agua en una casa de grandes dimensiones y/ con
amplias extensiones de jardín y de pasto. Lo mismo vale para el gasto de energía
eléctrica y gas; el consumo de recursos naturales; la producción de desechos sólidos; el
uso de insecticidas, abonos y herbicidas tóxicos; entre otras instancias de depredación
ambiental (Gatersleben, Steg & Vlek, 2002; Van Vugt, 2001; Domina & Koch, 2002).
La mayoría de los hogares modernos son, por desgracia, escenarios de conductas anti-
ecológicas. Lo son en buena medida porque contienen las condiciones físicas que
posibilitan el despilfarro y la contaminación de recursos. Indicios y evidencias recientes
también sugieren que el diseño residencial moderno incluye características –como el
aislamiento, el hacinamiento, la falta de control térmico, entre otras- que podrían estar
induciendo conductas violentas entre los miembros de la familia (Holman & Stokols,
1994; Landázuri & Mercado, 2004; Mirón, Corral, Valenzuela, Contreras, et al, 2008).
De lo anterior se desprende que las características físicas de las casas modernas ni
155
siquiera son capaces de brindar y/o propiciar seguridad, solidaridad y afecto positivo a
hombres, mujeres y niños.
¿En dónde se pueden encontrar las medidas que contrarresten el efecto de las
situaciones anti-ambientales? Sin dudarlo: en las situaciones mismas. Pero, para esto, es
necesario convertir los escenarios de conducta anti-sustentables, en otros que
promuevan la actuación pro-ecológica y pro-social. El recuento que a continuación
exponemos presenta una buena parte de lo que se conoce al respecto de cómo las
situaciones físicas pueden inducir la acción sustentable.
156
funcionaba como un potente instigador de conductas de cuidado de ese vital recurso
natural.
157
Otro ejemplo de conveniencia en la acción sustentable es la posibilidad que
tienen las personas de utilizar transporte público, en lugar de conducir su auto particular.
Si el servicio público es accesible (cercano a los sitios de origen y de destino, barato y
cómodo), éste será utilizado, lo que ayudaría a reducir las emisiones de gases
contaminantes producidos por los miles de vehículos privados en circulación (Hunecke
et al, 2007).
158
urbano (Jenks & Burgess, 2000), por lo que, aseguran, una ciudad densa es promotora
de sustentabilidad si cuenta con autoridades eficientes. Otros, alertan que la
compactación podría llevar a un reducido espacio para áreas verdes, que resultaría
contraproducente ya que algunas personas se mudan a zonas más amplias, cerca de la
naturaleza, pero alejadas del conglomerado urbano. Esto estimularía el uso de
transportación privada haciendo insostenible a la comunidad (Kaplan & Austin, 2004).
Situaciones normativas
Como se estableció páginas arriba, las situaciones normativas consideran los
acuerdos, las reglas y las convenciones generadas por los grupos humanos. Con ellas se
pretende regular la convivencia, evitar el conflicto, pero, también, procurar el bienestar
individual y colectivo. Sería de esperar y deseable encontrar situaciones normativas que
procuraran la solidaridad entre las personas, pero también el cuidado ambiental. Pero
esto, por desgracia, no siempre ocurre.
159
uno de los mejores predictores de la acción pro-ecológica. Las agrupaciones que
promueven normas de frugalidad voluntaria, impactando en la conducta de consumo de
sus asociados (Jackson, 2008), proveen otro ejemplo de situaciones normativas pro-
sustentables. A continuación se revisan diferentes tipos de situaciones normativas que
impactan en el actuar pro-ambiental.
160
de gas, electricidad y agua, en comparación con un grupo representativo de la población
holandesa (Staats, Harland & Wilke, 2004).
La presión del grupo es otro tipo de influencia social que funciona como
inductora de conducta proambiental. Batson y Powell (2003) revisan estudios en los que
se muestra que esa presión lleva a las personas a ser prosociales y altruistas, incluso en
situaciones tan complicadas como el rescate de judíos de las manos de los nazis durante
la Segunda Guerra Mundial. El apego al grupo funciona, asimismo, como motivación
para ser altruista, incluso en niños (Harbaugh & Krause, 2000). Un ejemplo más de
influencia social es la presencia de otros como inductora de conducta pro-social. Van
Rompay, Vonk & Fransen (2009) muestran cómo esta conducta se incrementa cuando
una cámara de vigilancia está presente en la situación en la que una persona necesita
ayuda y existe público observando. En estas condiciones los individuos registrados
ayudan más a las personas en necesidad.
161
operarían restricciones físicas como la carencia de recursos, lo que lleva al cuidado de
los mismos (Corral, 2000). También aquí se incluyen las restricciones políticas, o
sociales, entre las que se pueden mencionar las medidas políticas que apoyan el
transporte público (inhibiendo la transportación privada), y las medidas políticas para
forzar el reciclaje o el pago por la generación de basura (Kaiser, Wolfing y Fuhrer,
1999).
Por otro lado, la opción conductual para actuar pro-ambientalmente debe ser
evidente para el individuo, en la situación en la que éste se encuentra. Esto implica que
la posibilidad de actuación sea activada por la memoria en la condición actual, aunque
también puede implicar que los individuos no examinen todas las posibles opciones para
actuar ante una situación. Esto ocurre con los hábitos o con la conducta repetitiva o
automatizada, configurando una restricción ipsativa. En el capítulo 9, al hablar de los
hábitos, mencionábamos que la deliberación sustentable se enfrentará con barreras y una
de las más importantes son los hábitos antiambientales ya establecidos. Por ejemplo, al
tratar de decidir utilizar transporte público y otras opciones de transporte menos o nada
contaminantes, el hábito de transportarse en auto privado se constituye en una
restricción ipsativa para el cambio (Klöckner et al, 2003; Staats et al, 2004). Esto
refuerza el valor que tiene la deliberación como promotora de la conducta sustentable.
Variables demográficas.
Existe una abundante literatura relacionada con las influencias que ejercen las
características demográficas en la conducta sustentable. Aunque esas influencias se
demuestran en los datos recogidos por los investigadores, en lo general se admite que no
son muy pronunciadas. Aun así, esas influencias pueden llegar a ser significativas.
Demos un breve repaso a lo que se sabe acerca de los efectos de las variables
demográficas en los estilos de vida sustentables.
162
autor, tras corroborar que los hombres dejan más basura en las mesas que las mujeres,
registró que la probabilidad de que los hombres se comportaran irresponsablemente
disminuía significativamente si se incorporaba una sola mujer (o más) a la mesa en la
que se encontraban varones en grupo o solos. Por el lado de las conductas pro-sociales,
aunque existe debate en términos de diferencias en la conducta altruista, debidas al sexo
(Krogstrup & Wälti, 2006), en general se acepta que las mujeres se preocupan más por
el bienestar de otras personas, en comparación con los hombres (Croson & Gneezy,
2004).
163
otorgado, de acuerdo con los libros sagrados, directamente por Dios (Esposito, 2002;
Schultz, Zelezny & Darlympe, 2000). Con estos principios, ciertos grupos
fundamentalistas justifican la práctica del terror y de la degradación ambiental. El otro
problema es que, a pesar de los contenidos ecológicos y de solidaridad, expresados en
prácticamente todas las religiones, las personas no los llevan a la práctica. Aun así, se
reconoce el potencial que tienen los sistemas confesionales para procurar conducta
sustentable. La religión, por ejemplo, brinda propósito a la vida de muchas personas, las
hace felices, altruistas y preocupadas por el bienestar propio y el de otros (Ferris, 2002).
Pero, además, ciertas creencias religiosas llevan a las personas a desarrollar actitudes y
conductas pro-ecológicas (ver Owen & Videras, 2007, por ejemplo). En este sentido y
en otros, la religión comparte muchos de los ideales del desarrollo sustentable.
Hitzhusen (2006) plantea, por esto, que debieran buscarse sinergias entre la educación
ambiental y las prédicas religiosas.
Estrategias de intervención
Las intervenciones dirigidas a lograr un cambio en el comportamiento con
impacto ambiental se pueden considerar como factores situacionales. Basados en
algunos de los marcos teóricos que revisamos en el capítulo 2, los investigadores han
probado el efecto que tiene una serie de tratamientos promotores de la conducta
sustentable. De manera breve haremos alusión a ellos en esta sección:
164
enfrentarlo. Aunque el conocimiento ambiental se elevó entre el público, los efectos
conductuales no fueron notorios. Sin embargo, cuando la información se provee a la
medida (es decir, considerando las características de los receptores), los resultados que
produce parecen ser más efectivos (Daamen et al, 2001; Mosler & Martens, 2007; ver
capítulo 12). Del modelamiento, como estrategia antecedente, ya hablamos en la sección
de situaciones normativas en este mismo capítulo.
165
Las situaciones incluyen componentes físicos y normativos. Los primeros son
los elementos tangibles, materiales y observables de los escenarios, mientras que los
segundos están constituidos por los acuerdos sociales: normas, reglas y convenciones.
Los dos afectan de manera significativa al comportamiento sustentable. Entre las
situaciones físicas con impacto proambiental se encuentran el clima, la abundancia y/o
carencia de recursos naturales, los aditamentos tecnológicos, las facilidades para
comportarse, los riesgos ambientales y el diseño de los espacios humanos. Las
situaciones normativas comprenden la presión social, el modelamiento, las normas
sociales pro-ambientales, los marcos y metas normativas, la competencia social y el
apego al grupo, entre otras.
166
CAPÍTULO 14
FELICIDAD Y RESTAURACIÓN
Psicología positiva
Todo mundo quiere ser feliz. Es probable que no haya un objetivo en la vida más
compartido por todas las personas que el de la felicidad, aunque sea difícil definir lo que
significa este término (Frey & Stutzer, 2002). La Declaración de Independencia de los
Estados Unidos establece el derecho de todos los ciudadanos a la felicidad y el Reino
de Bután ha declarado que la Felicidad Nacional Bruta sustituye al Producto Interno
Bruto como su indicador más genuino de progreso (Gardner & Prugh, 2008; Frey &
Stutzer, 2002). Otras naciones, especialmente en Europa, empiezan a incorporar a sus
objetivos de desarrollo los ideales de felicidad y de bienestar psicológico para sus
ciudadanos (Gardner & Prugh, 2008). El desarrollo sustentable también persigue esos
objetivos (Talbert, 2008).
La felicidad puede ser una motivación para el actuar sustentable. Las personas
contentas, plenas y satisfechas con la vida tienden a ser más altruistas, equitativas y pro-
ecológicas (Brown y Kasser, 2004; Schroeder et al, 1995; Veenhoven, 2006); es decir,
manifiestan su felicidad con la práctica de estilos de vida de vida sustentables. La
167
pregunta es si también logran la felicidad a través de esa actuación, con lo que se
cerraría un círculo virtuoso parecido al de la motivación de competencia (De Young,
1996); a más capacidad personal, más motivación para actuar, lo cual incrementa la
capacidad. De la misma manera, las personas felices podrían ser más sustentables, y eso
las haría más felices.
¿Qué es la felicidad? ¿Por qué los humanos buscamos ese estado emocional tan
escurridizo? Es curioso que, a pesar de la enorme importancia que le otorgamos a dicha
emoción los psicólogos hemos investigado muy poco acerca de la felicidad, quizá por el
desdén hacia lo emocional y el énfasis por lo racional que caracterizó a la psicología
hasta hace poco tiempo (Damasio, 1998a, Vining & Ebreo, 2002). Pero hay otras
razones, como veremos adelante: una de ellas es que el surgimiento de la psicología
como ciencia se dio en épocas de grandes tribulaciones, como las dos grandes guerras
del siglo XX y otros conflictos que impusieron la necesidad de atender al sufrimiento de
las personas, por encima de cualquier otro aspecto, incluido el de la felicidad.
168
positividad cubre todas las dimensiones temporales. Por desgracia, ocurre lo mismo con
el sufrimiento.
El/la lector/a puede ver una asociación, por lo menos conceptual, entre la
felicidad, sus correlatos positivos, y varios indicadores de la conducta sustentable
(competencia, altruismo, propensión al futuro, y responsabilidad, entre otras
mencionadas por los autores). El hecho de que la PP estudie el poder que tienen las
instituciones para acrecentar y sustentar las capacidades humanas, llevándolas a la
consecución del bienestar, la hace enormemente afín a una idea clave del desarrollo
sustentable: la búsqueda de condiciones que permitan satisfacer la necesidad de todas
las personas.
169
Para responder esas preguntas, habría que abordar el aspecto funcional del
bienestar subjetivo, lo que nos llevaría a contestar, primeramente, la tercera de las
interrogantes. Como en todas las tendencias y estados psicológicos humanos, debe
existir una razón que explique la presencia de la felicidad en el repertorio emocional de
las personas. Parece haber un consenso en aceptar que la habilidad para ser felices y
para estar contento(a)s con la vida es un criterio fundamental de adaptación a la vida y
un rasgo de salud mental (Taylor & Brow, 1988). La felicidad, entonces, sería una
emoción que permitió, y continúa permitiendo, medrar en este planeta, enfrentando
circunstancias adversas y buscando lo que proporciona seguridad, placer y afecto.
La felicidad, además, promueve el éxito. Para avalar esta aseveración, una serie
de estudios muestra que esa emoción repercute positivamente en los individuos que la
experimentan. Lyubomirsky, King & Diener (2005), Harker & Keltner (2001), Marks &
Fleming (1999), entre otros, demuestran que la gente feliz obtiene beneficios tangibles,
en la forma de recompensas sociales: mayores probabilidades de matrimonio y menores
de divorcio, más amigos, un fuerte soporte social e interacciones sociales ricas. También
obtiene resultados de trabajo que son superiores a los del resto de las personas: más
creatividad en el empleo, una productividad elevada, una mayor calidad de trabajo, y un
ingreso económico superior (Estrada, Isen & Young, 1994; Staw, Sutton & Pelled,
1995). Csikszentmihalyi & Wong (1991) señalan, asimismo, que las personas con
estados mentales positivos son más activas, energéticas y fluidas. Estos individuos
poseen un mayor auto-control, más habilidades auto-regulatorias y de afrontamiento
(Frederikson & Joiner, 2002), un sistema inmunológico reforzado (Stone, Neale, Cox,
Napoli, Vadlimarsdottir & Kennedy-Moore, 1994) y viven más (Danner, Snowdon, &
Friesen, 2001).
170
ciento de la felicidad. Esto implica que cada uno de nosotros puede procurar la felicidad
colocándose en situaciones propicias: procurando amigos, propiciando reuniones en
donde sobresalga el humor, buscando incrementar las capacidades personales,
disfrutando de la pareja emocional, etcétera. En término de prácticas, Seligman et al
(2005) solicita a los participantes en sus estudios que desarrollen algunos de los
siguientes ejercicios: Escribir y entregar una carta de gratitud a alguien que ha sido
bueno/a con él/ella, anotar por lo menos tres eventos positivos que ocurrieron durante el
día, escribir sobre las fortalezas y capacidades de uno/a mismo/a; y otras situaciones por
el estilo. Como veremos más adelante, es probable que las prácticas de acciones
sustentables como el altruismo, la equidad, la frugalidad y el cuidado del entorno físico
también constituyan ejercicios promotores de felicidad.
171
ser más felices que las de raza negra (Easterlin, 2001). No deberíamos ver un efecto
genético o biológico en este resultado, sino la intromisión de variables generadoras de
efectos espurios, dado que la raza se correlaciona también con el ingreso y con la
educación. Las diferencias de género no parecen ser muy importantes, aunque las
mujeres obtienen más satisfacción y felicidad de los lazos interpersonales y de la familia
(Aldous & Ganey, 1999). La orientación política es un determinante del bienestar
subjetivo: los conservadores son más felices que los liberales, quizá porque los últimos
son más conscientes de las desigualdades entre las personas y, en consecuencia, se
sienten mal (Napier & Jost, 2008).
Los factores económicos, por su parte, tienen una evidente relación con la
felicidad. Aunque el dinero no compra la felicidad, se requiere de una base económica
para mantener un buen nivel de bienestar subjetivo (Inglehart & Klingemann, 2000).
Los países más felices del mundo son aquellos en los que sus habitantes tienen
asegurado el bienestar material con base en salarios decentes, entre otras condiciones
(Veenhoven, 2006). Es lógico, entonces, que la disminución en el ingreso y la pérdida
del empleo repercutan como mermas en la felicidad (Frey & Stutzer, 2002). Otros
factores como la carestía y la inflación económica también tienen un impacto negativo
en el bienestar psicológico (Frey & Stutzer, 2000), quizá por el estrés, la inseguridad, la
insatisfacción y el pesimismo que acarrean.
172
enfocados en las necesidades de otros (Kasser & Ryan, 1996; Williams & Shiaw, 1999),
lo que significa que la felicidad impacta en una dimensión fundamental de la
sustentabilidad: el altruismo. En más de lo mismo, Schroeder et al (1995) demuestran
que los pensamientos pro-sociales y la ayuda espontánea a otras personas ocurre
frecuentemente en personas que manifiestan emociones positivas y Buunk & Schaufeli
(1999) señalan que las relaciones cercanas con otra gente se asocian a estados de
felicidad.
173
plausible esperar de una persona competente, responsable, con deliberación
proambiental (que evita, por lo tanto la conducta habitual), optimista en el futuro, e
interesada en el bienestar ajeno, lleve a cabo conductas que lo mantengan en un estado
emocional positivo? Estas son preguntas que la investigación en psicología positiva, en
interacción con la psicología ambiental deben responder en la búsqueda de sus objetivos
compartidos: el desarrollo de estilos de vida sustentables que generen bienestar material
y psicológico para todas las personas.
Restauración psicológica.
Asumir un enfoque positivo, como el que los psicólogos de la PP nos señalan, no
significa que debamos olvidar la existencia del sufrimiento, la enfermedad y otros
estados psicológicos negativos. Uno de los más frecuentemente experimentados por los
seres humanos es el estrés.
Para Cohen, Kessler & Gordon (1997) el estrés surge cuando las demandas
ambientales alcanzan o sobrepasan los recursos adaptativos de una persona. Si el estrés
se vuelve crónico éste puede alterar su salud física y mental (Evans, 2001). La vida en
este planeta no ha sido nunca fácil para el ser humano y muchas de las condiciones
ambientales con las que ha tenido que lidiar son generadoras de estrés. En la comodidad
y seguridad logradas por los avances tecnológicos, especialmente en las naciones ricas,
no esperaríamos encontrar fuentes de estrés. Sin embargo, éstas se encuentran presentes
y, paradójicamente, surgen de las mismas condiciones que permitieron la comodidad y
la seguridad de la vida moderna. El ritmo rápido de la vida, el aislamiento social, la falta
de contacto con la naturaleza e incluso la inclemencia climática son sólo algunas de las
consecuencias estresantes de la modernidad y del progreso (Evans, 2001; Hartig,
Catalano & Ong, 2007). Para los pobres en situaciones de riesgo ambiental, penurias
económicas e inseguridad crónica, las fuentes de estrés siguen siendo las mismas de
hace cientos de miles de años (Ehrlich & Ehrlich, 2004).
Cumplir con los objetivos del desarrollo sustentable (DS) debe implicar lidiar
eficazmente con las fuentes de estrés, sufrimiento, enfermedad física y mental que
agobian a los pobladores de las regiones más pobres del planeta, pero también con
aquellas que generan estos problemas en las zonas favorecidas económicamente. La
“satisfacción de las necesidades de las generaciones presentes” como lo proclama el
ideal del DS implica atacar y resolver esas fuentes de alteración física y psicológica en
las personas que las experimentan.
Hartig, Kaiser & Bowler (2001, p. 592) definen las experiencias restaurativas
como aquellas que “involucran la renovación de los recursos psicológicos agotados”.
Dichos recursos son necesarios para generar y mantener los estados de homeostasis que
se requieren para vivir de manera saludable. Entre esos recursos se encuentran la
atención, los estados anímicos positivos, así como la salud mental.
174
Hartig y Staats (2006), aun reconociendo que todos necesitamos de fuentes
restauradoras del bienestar físico y psicológico, establecen que hay diferencias en el
grado de necesidad que tienen los individuos de esas fuentes. En pocas palabras,
algunas personas necesitan de más provisiones de restauración y, otras, un poco. En el
mismo individuo, esta necesidad también variará dependiendo de la situación que
experimente; por ejemplo, mayores niveles de cansancio obligan a niveles más
elevados de experiencias restaurativas (como reposar, dar un paseo por el parque o salir
al campo). Estos autores ratifican lo que la literatura en psicología ambiental ha
señalado durante varios años: el contacto con la naturaleza es una fuente poderosa de
restauración (Laumann, Gaärling, & Stormark, 2001; Herzog, Maguire & Nebel, 2002;
Hernández & Hidalgo, 2005). Esa misma literatura establece que la preferencia por los
escenarios naturales se encuentra en gran medida determinada por su capacidad
restaurativa, manifestada en bienestar para los seres humanos (Hartig & Staats, 2006;
Herzog & Rector, 2009; Peron, Berto & Purcell, 2002).
175
que asumen esta posición en la búsqueda de los correlatos psicológicos de la
sustentabilidad (Brown & Kasser, 2004; De Young, 1999, Iwata, 2001).
En el caso particular de la idea de Hartig et al (op cit), lo que les interesa a los
autores es la posibilidad de que una de las consecuencias del actuar sustentable sea la
restauración psicológica. Si un medio ambiente natural e intacto genera efectos
restaurativos en las personas, entonces, las acciones que posibilitan la conservación
ambiental serían, en última instancia, las causas de esa restauración. En su estudio, los
autores encontraron que las percepciones de la capacidad restaurativa de los ambientes
naturales predecían el veintitrés por ciento de la varianza de la conducta pro-ecológica.
Si una persona veía o anticipaba que un escenario podía ayudar a recuperar sus recursos
físicos o mentales, se esforzaba por ser responsable en el cuidado ambiental.
Otro estudio relevante para el tópico que nos ocupa es el de Van den Berg,
Hartig & Staats (2007), el cual liga a la conducta proambiental con el diseño de
escenarios y con la restauración, como consecuencia de los anteriores. En este estudio,
los autores claman por un balance entre las características naturales del paisaje urbano y
otras formas –construidas- de la ciudad. En vista de que las personas estudiadas, en su
investigación, reconocen los efectos restauradores del ambiente, ellos concluyen que un
diseño pro-sustentable debe conducir a la posibilidad de restauración física y
psicológica.
Una forma más específica de abordar este aspecto se refiere a las motivaciones
positivas de las personas para conservar el ambiente. En lugar de sólo expresar temor
por el calentamiento global, coraje por la destrucción de ecosistemas o miedo a los
riesgos ambientales, hombres y mujeres podrían plantearse motivos de cuidado del
entorno para el disfrute de ello(a)s mismo(as) y de otras personas (Schultz, 2001); pero
también para mantener intactas las propiedades restaurativas de la naturaleza, como
señalan Hartig et al (2001).
176
La felicidad es un objetivo declarado del desarrollo sustentable, lo que la coloca
entre los beneficios ecológicos, sociales, económicos e institucionales de la
sustentabilidad. El bienestar subjetivo se da más en personas con una herencia de genes
“felices”, de naturaleza extrovertida y optimista, así como en individuos competentes, y
con un control personal significativo. También ayuda a ser feliz tener un empleo e
ingresos económicos satisfactorios, un buen nivel educativo y las experiencias positivas
que se acumulan con la edad. La salud física; el ejercicio; el buen humor; el afecto
proveniente de la amistad, de la familia y de una relación armónica con la pareja
emocional, son situaciones que estimulan la felicidad. Los conservadores en ideas
políticas son más felices que los liberales. Vivir en un ambiente en donde las opiniones
políticas son tomadas en cuenta, con grados de autonomía y descentralización elevados
también genera bienestar subjetivo. Uno puede lograr también dosis de felicidad con la
práctica de acciones apropiadas, como pensar positivamente, recordar eventos
agradables, ser agradecido y reflexionar acerca de las capacidades propias. Un número
incipiente de estudios en psicología ambiental y áreas relacionadas, parece mostrar que
las personas que cuidan su ambiente físico y social son también personas felices e,
incidentalmente, hacen felices a otras, lo que estaría demostrando las consecuencias
psicológicas positivas del actuar sustentable.
A pesar de que existe poca investigación en el área, estudios recientes indican que las
personas que cuidan el ambiente perciben propiedades restaurativas en los escenarios
naturales. También desarrollan motivaciones basadas en las capacidades de restauración
y podrían basar sus decisiones de diseño ambiental, considerando el potencial que tiene
la naturaleza para ayudar a los seres humanos a recuperar sus recursos psicológicos
exhaustos.
177
CAPÍTULO 15
INTEGRACIÓN Y PERSPECTIVAS
Fuentes de información
A diferencia de hace tan sólo una década, hoy en día la cantidad de información
acerca de las dimensiones psicológicas de la sustentabilidad es copiosa y el número de
artículos, libros, conferencias y cursos en el área tiende a crecer. No es para menos: la
gravedad de la crisis ambiental así lo exige. Las agencias que financian investigación
también incluyen los tópicos de conducta sustentable entre sus áreas prioritarias y eso
explica, en una buena parte, el interés de psicólogos ambientales y de otros
profesionales por estudiar esta conducta.
Sin embargo, no son los únicos órganos de difusión especializados ya que, desde
los años noventa del siglo pasado han surgido otras revistas en el área de las
interacciones ambiente y conducta. En Alemania se edita desde 1997 y para el mundo
germánico otra de las publicaciones especializadas en psicología ambiental: Umwelt
Psychologie (http://www.umps.de/php/gesamtliste.php). Todos sus contenidos son en
alemán. En el año 2000 surge, para el público hispanoparlante, Medio Ambiente y
Comportamiento Humano (http://webpages.ull.es/users/mach/), producida en las Islas
Canarias, España. Esta revista publica artículos en castellano y en inglés.
178
y recientes de información y de ideas para la investigación en psicología de la
sustentabilidad. En castellano existen textos como Psicología Ambiental, editado por
Aragonés y Amérigo (2000) y Comportamiento Proambiental (Corral, 2001) que cubren
esos propósitos. The World Watch Institute (http://www.worldwatch.org/) produce un
libro anual sobre el estado de las condiciones ambientales en el mundo, el que es fuente
obligada de consulta para quienes procuran los tópicos de sustentabilidad. Esa
agrupación, además, brinda información gratuita para l(a)os interesada(o)s en el tema
que se suscriban a su lista.
Entre las conferencias y congresos que agrupan a los expertos en el área pueden
mencionarse la Reunión Anual de EDRA (Environmental Design Research Association),
la Conferencia de IAPS (International Association of Person-Environment Studies), el
Congreso Internacional de Psicología, el Congreso Internacional de Psicología Aplicada
y la Conferencia Anual de la American Psychological Association. Los tres últimos
eventos son organizados por sociedades profesionales que cuentan con capítulos o
comisiones de psicología ambiental entre sus filas. En Alemania o alguna otra nación
germano-parlante se organiza periódicamente un congreso de psicología ambiental, y
pasa lo mismo en España desde hace 27 años (la última se desarrolló en Portugal, en
enero de 2009). En Latinoamérica, la Sociedad Interamericana de Psicología, a través de
su comisión de psicología ambiental organiza cada dos años un programa científico en
esa área dentro del Congreso Interamericano de Psicología. Los latinoamericanos han
desarrollado también en poco más de una década, tres exitosas reuniones especializadas
que han convocado a varios de los expertos mundiales en psicología ambiental: dos en
la ciudad de México y una más en São Paulo (ver Corral & Pinheiro, en prensa). Las
ventajas de estas reuniones de expertos, estudiantes y público diverso es que pueden
proveer la información más fresca que se está generando y que permiten un contacto
directo con los investigadores que se encuentran produciéndola.
Con toda esta fuente de información ahora contamos con más facilidades para
emprender estudios en psicología de la sustentabilidad. Nunca como ahora han estado
presentes las condiciones informativas, anímicas y la receptividad y el apoyo de los
órganos financiadores para emprender investigaciones psico-ambientales. El público en
general, los gobiernos, las organizaciones sociales y, de manera importante, los
investigadores en todas las áreas de la ciencia, esperan las respuestas y la colaboración
que los y las psicólogos/as ambientales deseen y sean capaces de brindar.
179
En la figura 15.1 se esquematiza este modelo general, a manera de relaciones
estructurales. Los óvalos representan las dimensiones situacionales, las disposicionales
psicológicas y las conductuales, mientras que los rectángulos son los indicadores de
esas dimensiones. Las dimensiones situacionales físicas involucran al clima, a los
aditamentos tecnológicos, a las facilidades y barreras para la acción sustentable y al
diseño urbano. Al ser una dimensión integradora, el factor “situaciones físicas” posee
una mayor jerarquía que los indicadores que lo constituyen. Por esa razón la dirección
de las flechas parte desde el factor hacia sus indicadores. Lo mismo sucede con las
situaciones normativas, las cuales cubren a las reglas sociales, a la presión y al
modelamiento social.
Altruis
Visiones Efectivid Orientac Deliber Conduc
mo
Interdep ad futuro ación proecol
Clima
Cogn Felici
Aditame ición dad
ntos
s
Estil
Situa o Restau
Facilidad Afinid
c Emoc suste ración
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a
a ANTECEDENTES CONDUCTAS CONSECUENCIAS
.
180
sustentable, a su vez, están indicados por el comportamiento pro-ecológico, la
frugalidad en el consumo, el altruismo y las acciones equitativas.
De acuerdo con el modelo, las situaciones son los factores exógenos del marco
explicativo. Éstas influyen directamente en los estilos de vida sustentables, pero
también afectan a las variables disposicionales o psicológicas. En el capítulo 11
estudiamos que estas variables, al igual que el comportamiento, se originan en contextos
particulares. Las creencias, las emociones, el manejo del tiempo, la competencia, el
altruismo, la conducta igualitaria, las acciones proecológicas y la frugalidad surgen y
son promovidas por condiciones que facilitan, obligan o promueven estas dimensiones
psicológicas de una vida sustentable.
Hay que mencionar que, a pesar de procurar ser integrador, el modelo requiere
incorporar aspectos no investigados previamente o que se han estudiado de manera
insuficiente. En las secciones que siguen hablaremos de esos aspectos.
Por lo tanto, una de las mejores opciones con las que contamos para resolver el
dilema ambiental pero, además, para incrementar la felicidad de las personas, es
dotarlas de competencia, al mejorar la eficiencia de los sistemas educativos. Promover
una educación de calidad que enfatice la solución de los problemas del entorno debiera
181
ser prioritario para los organismos mundiales y los gobiernos nacionales y locales. Al
lograr este objetivo se generarían múltiples resultados positivos: el bienestar económico
aumentaría (Talbert, 2008); el entendimiento de las causas y de las soluciones ligadas a
la crisis ambiental, se incrementaría en todos los niveles (Laurian, 2003); el desmedido
crecimiento poblacional se frenaría (Oystein, 2002); la capacidad para lidiar de manera
efectiva con los problemas del ambiente físico y social crecería (Geller, 2002); el
consumismo no sería ya la característica distintiva de los estilos de vida de la gente
(Corral et al, en prensa); disminuirían significativamente las inequidades económicas,
sociales, raciales y de género (Chokor, 2004; Ehrlich & Ehrlich, 2004); la violencia
social, incluyendo la familiar, la comunitaria y el terrorismo, cederían (Renner, 2005); el
egoísmo daría paso a la cooperación y las acciones altruistas se multiplicarían (Michel,
2007). Finalmente, pero no por esto lo menos importante: habría motivos múltiples para
ser más felices, basados todos en la sensación positiva que acarrea saberse educados y
competentes (De Young, 1996; Caprara et al, 2006).
182
manera se aprenden mejor las habilidades y requerimientos para ser sustentables?
¿Cómo generar condiciones que liguen de manera óptima la competencia, la
cooperación y el bienestar psicológico? Estos son sólo algunas de las múltiples
preguntas de investigación que deberíamos estar ya formulando.
183
hasta el 2002 y redujo aquellos relacionados con el trabajo. Esto produjo una
disminución en las emisiones de carbono y la creación de un cuarto de millón de nuevos
empleos hasta el 2003. La combinación de impuestos y rebajas (feebates, in inglés)
produce subsidios a los productos “limpios” (no contaminantes) que se originan en los
impuestos a los productos “sucios”, tal y como lo hace el gobierno sueco. También en
Suecia, una comisión gubernamental recomendó recortar el uso de transporte entre
cuarenta y cincuenta por ciento (Gardner & Prugh, 2008).
184
naturales, sonido blanco y conexión con la naturaleza, promoviendo el aprendizaje de
quienes los habitan, una curación acelerada en hospitales, e incrementos de
productividad en los sitios de trabajo (Orr, 2008).
185
En su Modelo del Individuo Razonable, Rachel Kaplan y Stephen Kaplan (2008)
aseguran que el ser humano es un organismo que requiere información del medio que le
rodea, para subsistir y para medrar. Los Kaplan organizan las necesidades de
información de las personas en tres categorías interconectadas e interdependientes que,
no obstante, refieren diferentes dominios promotores de la “razonabilidad”. Estas
necesidades tienen que ver con 1) el entendimiento de lo que está sucediendo alrededor
de la persona (construcción de modelos del mundo), con 2) la capacidad de utilizar
conocimientos y habilidades (efectividad) y con 3) el deseo de ser necesarios y lograr
una diferencia a través de los actos personales (acción con significado). En otras
palabras, en el esquema de estos autores, todos debemos estar conscientes de nuestro
medio y ser capaces de enfrentar los problemas que nos plantea la vida. Además, de
manera esperanzadora, todos deseamos que otras personas nos necesiten y así generar
cambios en las condiciones de existencia para otros y, al mismo tiempo, para nosotros
mismos. Este esquema, como pocos, resume los ideales de la psicología positiva y, de
manera explícita, los liga con el afán de lograr un mundo sustentable basado en el
entendimiento, la capacidad y el deseo humano de ser mejores.
Una ganancia adicional que emerge del marco de las necesidades humanas es
que todas se relacionan entre sí. La gente que, de manera voluntaria, se inmiscuye en
acciones de activismo ambiental cree que, de esta manera, cuida el entorno y contribuye
a generar un mundo mejor (Grese, 2000); en ese sentido, las personas se involucran en
acciones responsables, se vuelven altruistas y eso las hace sentirse bien. Para satisfacer
sus necesidades de trascendencia (lograr cambios que valgan la pena en la vida), los
individuos no tienen que actuar solos: pueden encontrar en la participación grupal y la
cooperación el mejor medio para generar cambios sociales duraderos y de beneficio
para todos (Ehrardt-Martínez, 2008).
186
de las dos premisas positivas de una solución también positiva: La primera premisa es:
Tenemos un grave problema y éste ha sido causado por nuestra forma de vivir e
impulsado por aspectos negativos del comportamiento. La segunda premisa es: La
solución radica en nosotros mismos: en las capacidades positivas que forman también
parte de nuestra naturaleza y que permiten contrarrestar los aspectos negativos. La
solución es, por supuesto, la supervivencia de nuestra especie y su bienestar,
garantizando, con esto, la continuidad de las otras especies y, por lo tanto, la vida en la
Tierra.
La crisis ambiental puede ser más grave que los conflictos bélicos, económicos y
sociales del siglo pasado y necesitamos una buena dosis de positividad, pero también de
una gran capacidad para enfrentarla. Afortunadamente, ahora sabemos que la biología
no significa fatalidad para el comportamiento, ni tampoco lo es el determinismo
ambiental. Esas influencias son probabilísticas, como lo es casi todo en este mundo y
mucho de lo que podemos hacer depende de la deliberación y de la libertad de la que
disponemos para decidir qué es lo mejor para todos. Requerimos más que nunca de esas
dimensiones psicológicas para obrar, por constituirnos como la única especie con
consciencia en este planeta, en función de los graves problemas que enfrentamos. La
mala noticia es que el tiempo se nos acaba. La buena, es que tenemos toda la capacidad
para lograr salir adelante.
187
verdadero progreso humano (Jackson, 2008), y mucho menos, a privarnos de lo que es
primordial para el bienestar que requerimos como especie. Nuestras necesidades
esenciales incluyen la satisfacción de las urgencias básicas materiales; la compañía de
otros; el amor y el afecto de quienes queremos; la satisfacción que se logra al hacer bien
lo que emprendemos y la felicidad de saber que hemos logrado superar -una vez más-
un problema. Pero más que nada, necesitamos tener la certeza de que la humanidad
continuará en compañía de los otros millones de especies hermanas, la fascinante
experiencia de la vida en este universo.
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