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Hoy todos sentimos que las cosas están cambiando aunque no se sabe hacia qué. Los estudios
y científicos sociales nos damos cuenta de que el sistema en que vivimos está en pleno
proceso de reestructuración pues la globalización emergió poderosa –y no hay marcha atrás
posible– y sólo los especialistas pueden percibir y analizar que el cambio que sentimos en un
sistema ahora global tiene que ver directamente con la recomposición de la cosmovisión del
hombre y las diversas formas en que se expresa social, política y económica: por primera vez
en la existencia de la humanidad, todas las culturas del planeta se han puesto en contacto y
por tanto, se ha generado un nuevo “espacio” global en el que cualquiera en cualquier lugar
del planeta puede ser “contactado” y “comunicado” en tiempos reales, gracias a las
condiciones tecnológicas. Un “todo” más amplio que cualquier estado-nación en el que cada
sujeto –hombre o grupo social– es un “ciudadano” de existencia local y a la vez, ampliada.
En este contexto, las identidades nacionales están siendo cuestionadas en muchos lugares del
mundo. Un mundo construido desde las bases por los estados-nación. Así, muchos
movimientos no solo sociales, sino más bien, culturales han “emergido” y pronunciado en
defensa de sus derechos y de una posición en este sistema.
En las sociedades prehispánicas, la identidad no era concebida con un carácter nacional, sino
en grandes expresiones regionales de la religión. Un ejemplo de ello fue el caso de la
adoración de los dioses regionales como Viracocha, que desde el sur andino llegó sus
influencias hasta el norte. Además, existían las identidades locales manifestadas en la
creencia de dioses menores como los Apus o mallquis. Estas creencias eran absorbidas de
generación en generación donde las familias compartían vínculos religiosos manifestados en
rituales colectivos, y de esta manera se forjaron las identidades en ayllus y señoríos.
Un primer proceso de identidad cultural e imperial fue el desarrollado por los Incas, quienes
se expandieron en lo que hoy conocemos como el Tahuantinsuyo que juntaba varios países
de América del Sur. Mediante la adoración del Inti, los incas lograron sobreponer su sistema
de creencias en los señoríos conquistados, pacífica o bélicamente. Sin embargo, se respetó y
permitió la adoración de los dioses regionales y apus, claro está que éstos debían estar
sometidos al sistema inca.
El siglo XVIII, gracias a varios estudios como el de Rowe, Flores Galindo y O’Phelan,
sabemos de un resurgimiento de la identidad inca en Cuzco y algunas partes del virreinato
peruano. Así, empezaron a releerse al Inca Garcilaso de la Vega y rescatar algunas tradiciones
milenarias, ejemplo de ello fue que varios caciques comenzaron a adaptar su vestimenta con
motivos incas. El quechua fue revitalizado. Esta “moda” llevó a algunos caciques a cuestionar
el sistema colonial vigente, producto de ellos fueron los desarrollos de las rebeliones de 1784
en adelante, donde los caciques perdieron sus derechos.
Con la independencia del Perú y la consiguiente formación del estado-nación peruano para
el siglo XIX. Se forjaron las bases de una identidad nacional minimizando la participación
de las comunidades indígenas, y en cambio, destacando los valores de personajes que
defendieron la patria en varias circunstancias: La Independencia, la Guerra con España en
1865-66 y la Guerra con Chile. Personajes como San Martín, Simón Bolívar, Ramón Castilla,
Miguel Grau, Francisco Bolognesi, Andrés Avelino Cáceres, entre otros, fueron usados en
los textos escolares para moldear una concepción de identidad nacional a través de sus
biografías. Hasta la actualidad seguimos manteniendo eses parámetros, muy poco se ha
abordado las regiones para explicar nuestra historia nacional.
Por último, en los siglos XX y XXI hemos sido testigos de varios cambios a nivel mundial.
Que incluso afectó nuestros destinos a partir del terror expandido en las décadas de los 80’.
Fuimos absorbidos a un sistema económico global: El Neoliberalismo. Como consecuencias
nos hemos envuelto a nuevos procesos de homogenización donde la individualidad es
sinónimo de progreso haciendo que los colectivos sean minimizados. Sin embargo, nosotros
también somos partícipes de la resistencia a este proceso global, como en muchos otros
lugares de nuestro planeta, nosotros mantenemos las tradiciones andinas mediante la difusión
de sus costumbres, su cultura y su forma de vivir. Esta resistencia es cada vez mayor, aunque
el sistema global trata de envolvernos en nuevos condimentos para forjar una Identidad
Nacional en valores coyunturales: los deportes, la gastronomía, los incas, etc.