Sei sulla pagina 1di 24

Historia Moderna de España UNED

TEMA 8: Los problemas internos durante el reinado de Felipe II


1. EL PROBLEMA PROTESTANTE: FOCOS Y REPRESIÓN
2. EL PRÍNCIPE D. CARLOS Y EL PROBLEMA SUCESORIO. LA LEYENDA
NEGRA
3. LA REBELIÓN DE LAS ALPUJARRAS
4. ANTONIO PÉREZ Y LAS ALTERACIONES DE ARAGÓN
5. ESTADO E IGLESIA
6. LA CRISIS DE LOS AÑOS NOVENTA

1. EL PROBLEMA PROTESTANTE: FOCOS Y REPRESIÓN

La liquidación de la guerra con el Islam fue la respuesta a la presión cre ciente del norte
de Europa. También allí las pasiones religiosas adquirieron nueva fuerza: la rebelión en los
Países Bajos y la hostilidad de Inglaterra eran una afrenta a la sensibilidad católica de los
españoles y un duro golpe para sus intereses políticos y económicos. Ver a España como
paladín de la Contrarreforma supone ignorar el contenido secular de su política exterior, sus
malas relaciones con el papado y su evolución religiosa en el siglo XVI. Supone también
distorsionar el carácter de la Contrarreforma. Como hemos visto, España se había puesto al

Tema 8. Los Problemas internos durante el reinado de Felipe II. Página 1


Historia Moderna de España UNED

frente de la reforma eclesiástica incluso antes de la aparición de Lutero y luego había abrazado
con entusiasmo la causa de Erasmo. Sin embargo, en el decenio de 1540 los erasmistas habían
sido dispersados, la Inquisición adoptaba una actitud cada vez más vigilante y era difícil
mantener la actitud conciliadora frente a los problemas religiosos.

Entre 1556, año en que se produce el retiro de Carlos V a Yuste, y 1563, en el que el
Concilio de Trento terminó finalmente sus deliberaciones, el clima de opinión religiosa en
España conoció una nueva transformación. La Inquisición española se hallaba ahora en manos
de otros elementos que hacían gala de una actitud de mayor intransigencia: Hernando de
Valdés, arzobispo de Sevilla e inquisidor general entre 1547 y 1566, y su consejero teológico el
dominico Melchor Cano. Las autoridades eclesiásticas colaboraban con el Estado, bajo la
dirección de Felipe II, que regresó a la península desde los Países Bajos en 1559. La vieja
generación de humanistas españoles había desaparecido. Tras la paz de Augsburgo, Carlos V
había renunciado a sus intentos de ejercer una labor arbitral entre Roma y los protestantes
alemanes, mientras que en Roma los sueños de reconciliación que alimentaban los reformadores
humanistas habían cedido ante la política más firme. El protestantismo había progresado hasta
ocupar posiciones inexpugnables: en Alemania y en Inglaterra estaba organizándose en
iglesias nacionales, mientras en Francia su poder iba en aumento. Al tiempo que las actitudes
se endurecían en toda Europa, había aparecido un elemento nuevo y más intransigente: el
calvinismo militante. Las autoridades españolas no tardaron en tomar conciencia de su
existencia, ya que penetró en los Países Bajos, y los escritos de sus imprentas llegaban hasta la
misma España. A medida que los disidentes españoles comenzaron a dirigirse a Ginebra,
París y los Países Bajos, la Inquisición comenzó a investigar más atentamente los posibles
contactos que habían dejado en el país.

En estas circunstancias, Felipe II no


podía continuar la iniciativa de su padre,
aunque lo hubiera deseado. La única política
posible parecía ser la de reforzar sus defensas
religiosas. Por decreto del 7 de septiembre de
1558 fueron ratificadas con mayor firmeza al
determinarse que la importación de libros sin
licencia real era un crimen susceptible de ser
castigado mediante la muerte y la confiscación
de las propiedades. Mientras tanto, la lista de
libros prohibidos era cada vez mayor. El índice
fue revisado y ampliado periódicamente, de
manera que en 1583 no sólo prohibía las obras de
los herejes conocidos, sino que incluía también
los nombres de numerosas figuras que se habían
distinguido al servicio de la Iglesia católica,
como Tomás Moro y John Fisher, fray Luis de
Granada y Juan de Ávila, so pretexto de que
algunas de sus obras podían ser utilizadas de
manera inconveniente y malinterpretadas. El
índice prohibitorio de 1583, preparado por el
inquisidor general Quiroga, fue seguido por un
índice expurgatorio de 1584, el primero de este
tipo en España, que señalaba las expurgaciones necesarias para que los libros enumerados

Tema 8. Los Problemas internos durante el reinado de Felipe II. Página 2


Historia Moderna de España UNED

fueran aceptables, en lugar de condenarlos totalmente. La ampliación gradual de la censura fue


acompañada de otras medidas dirigidas a reforzar las barreras intelectuales entre España y el
protestantismo. Cuando Felipe II decidió regresar a España en julio de 1559 se mostró
contrario a que ninguno de sus súbditos españoles permaneciera en los Países Bajos expuesto
a la contaminación. Así, notificó a todos los españoles que estudiaban en la universidad de
Lovaina que debían regresar a España en el plazo de cuatro meses y presentarse ante la
Inquisición, a su regreso, para quedar libres de sospecha. A continuación, mediante un decreto
del 22-11-1559 prohibió a todos los españoles que estudiaran en universidades extranjeras.

A los ojos de las autoridades estas medidas estaban justificadas no sólo por el peligro
potencial del protestantismo en España sino por su mera existencia. La paz religiosa había sido
quebrantada por la nueva religión. En el decenio de 1550 se descubrió un grupo de luteranos
en Valladolid y otro en Sevilla. Cabe pensar que sin las investigaciones de la Inquisición
podrían haberse convertido en auténticas sectas protestantes, sobre todo porque sus principales
representantes no eran oscuros entusiastas como los de los iluministas sino hombres de cierta
posición en la sociedad civil y eclesiástica. El inspirador del grupo de Valladolid era,
probablemente, Carlos de Seso, un laico que había asimilado algunas de las nuevas doctrinas
en su Italia natal para llevarlas luego a España hacia 1550. Pero su figura más destacada era
Agustín de Cazalla, un canónigo de Salamanca, que había sido nombrado capellán de la corte en
1542 y había pasado nueve años en Alemania y en los Países Bajos en el círculo del emperador,
para regresar después a España. Era un notable predicador que no ocultaba sus opiniones
reformistas y no tardó en ser denunciado ante la Inquisición por supuestas doctrinas heréticas.
Cuando la Inquisición comenzó a actuar existían ramificaciones del movimiento en Zamora,
Palencia, Toro y Logroño.

Cuando se conocieron los sucesos de Valladolid, Carlos V se hallaba ya retirado en


Yuste y Felipe II estaba en los Países Bajos. Carlos V escribió rápidamente a la regente, su hija
Juana, apremiándole para que pusiera en marcha una política de represión rápida e
implacable. Valdés para salvar su posición necesitaba organizar urgentemente una caza de
herejes en la que hubiera víctimas a cualquier precio. Pero para ello la Inquisición necesitaba
poderes más absolutos de los que ya poseía, pues según el estatuto en vigor carecía de

Tema 8. Los Problemas internos durante el reinado de Felipe II. Página 3


Historia Moderna de España UNED

jurisdicción sobre los obispos y era costumbre exculpar a quienes solicitaban perdón y
confesaban sus errores, lo que permitía a los herejes arrepentidos escapar a la pena capital. En
septiembre de 1558 dirigió un escrito al papado en el que afirmaba que la Inquisición
española necesitaba todo el apoyo y poder que pudiera conseguir. Por ello solicitaba un breve
papal autorizándolo a ir más allá de la legislación eclesiástica vigente y a condenar a los
culpables sin importar las circunstancias. Su petición tuvo una acogida favorable y los breves
papales de 1559 concedieron a la Inquisición una jurisdicción limitada incluso sobre los
obispos y la autorizaron a condenar a los penitentes aun cuando solicitaran medidas de
gracia, ya que se consideraba que su conversión no era sincera. Amparada en semejantes po-
deres, la Inquisición arremetió contra el grupo de Valladolid en dos autos de fe que
provocaron una enorme conmoción, en mayo y octubre de 1559. Cazalla, Rojas, Seso y doce
personas más fueron entregados al brazo secular y ejecutados.

Entretanto, había sido descubierto un nuevo grupo luterano importante en Sevilla. Sus
inspiradores eran Juan Gil y el doctor Constantino Ponce de la Fuente, canónigos de la
catedral de Sevilla. Ninguno de ellos era realmente protestante. Egidio fue perseguido por la
Inquisición aproximadamente desde 1550, pero salió relativamente bien parado. En cuanto a
Constantino, había sido capellán de la corte y predicador, y como tal había acompañado al
príncipe Felipe a los Países Bajos y Alemania durante los años 1549 a 1551. Poco después de
establecerse como canónigo de Sevilla en 1556 fue atacado por su ascendencia judía y por
considerarse que sus doctrinas eran luteranas. Conducido a prisión en 1558, murió allí, para ser
posteriormente quemado en efigie como luterano, al igual que Egidio, después de su muerte.
Mientras tanto había aumentado el número de miembros del grupo sevillano, con dos centros
importantes, el monasterio jerónimo de San Isidro y la casa de Juan Ponce de León, hijo del
conde de Bailén. La Inquisición comenzó a actuar cuando descubrió dos cargamentos de libros
heréticos transportados desde Ginebra por Julián Hernández. Más de 800 personas fueron juz-
gadas por la Inquisición, muchas de ellas mujeres pertenecientes a familias de clase alta. En dos
autos de fe celebrados en 1559 y 1560 más de treinta víctimas fueron entregadas al brazo
secular para sufrir la pena de muerte y, como las retractaciones fueron menos numerosas que
en Valladolid, fueron más los que murieron en la hoguera.

La política de represión cercenó cualquier


posibilidad de un luteranismo organizado en
España, si es que aquélla existió nunca. Pero Valdés
tenía que cobrarse aún su víctima más importante, el
arzobispo de Toledo y primado de toda España,
Bartolomé de Carranza. Parece que, al principio,
defendió la moderación en las relaciones con los
protestantes ingleses, pero más tarde, cuando fue
acusado de protestantismo, pretendió evitar
cualquier ambigüedad y afirmó haber sido más
enérgicamente antiprotestante que el resto del
círculo eclesiástico del príncipe Felipe y haber
utilizado su influencia para enviar a Crammer a la
hoguera. En 1557 fue nombrado arzobispo de
Toledo y casi inmediatamente sus enemigos lo
acusaron de herejía ante la Inquisición, citando sus
famosos Comentarios sobre el catecismo cristiano.
Estaba claro ahora el propósito de la solicitud

Tema 8. Los Problemas internos durante el reinado de Felipe II. Página 4


Historia Moderna de España UNED

dirigida por el inquisidor general al papado para que se le permitiera juzgar incluso a los
obispos.
Valdés sentía envidia de Carranza, por su brillante
carrera y el hecho de que su rival fuera elevado a la sede de
Toledo, premio que él esperaba obtener, sólo sirvió para
incrementar su odio. También Melchor Cano era enemigo
personal de Carranza. Así pues, su detención el 22-8-1559 no
fue un acto imparcial de justicia sino reflejo, en cierta medida,
del resentimiento personal de sus detractores. Por desgracia
para Carranza, su lenguaje teológico no era incisivo ni preciso y
aunque no era en modo alguno un hereje, utilizaba
expresiones exageradas que podían ser malinterpretadas. La
malicia de Valdés y de la Inquisición española mantuvo a
Carranza en prisión en Valladolid durante más de siete años.
Durante ese período su caso se convirtió en un enfrentamiento
por motivos jurisdiccionales entre Felipe II y la Inquisición
española por un lado y el papado por otro, mientras que el supuesto delito de herejía quedaba
en un segundo plano. A Valdés le sucedieron inquisidores como Espinosa y Quiroga, que
tenían sus prejuicios pero que no veían un hereje en cualquier sacerdote devoto. Ciertamente,
ya veremos que la Inquisición no había dicho la última palabra en la campaña por la
uniformidad, pero una vez superada la tensión inmediata de la década de 1550, el reinado de
terror iniciado por Valdés no se prolongó más allá de la duración de su cargo. Al mismo
tiempo, es útil recordar que la Inquisición española no fue un producto de la Contrarreforma,
pues existía desde el siglo anterior, antes de que apareciera el protestantismo. Y al lanzarla
contra la herejía en los primeros años de su reinado Felipe II no actuaba en colaboración con
Roma. Las relaciones entre España y el papado durante el pontificado de Pablo IV (1555-1559)
eran peores que nunca e impedían cualquier tipo de acción concertada.

2. EL PRÍNCIPE D. CARLOS Y EL PROBLEMA SUCESORIO. LA LEYENDA


NEGRA.

El traspaso del poder de un soberano al siguiente


nunca fue fácil en el siglo XVI. En España, el índice de
mortandad de la familia real era muy elevado. Felipe II,
cuyo advenimiento al trono estuvo libre de
complicaciones, tuvo más dificultades para encontrar un
sucesor. Su primera esposa, Mª de Portugal, tenía sólo 16
años cuando contrajeron matrimonio en 1543. Dos años
después había muerto durante el parto de don Carlos,
cuya salud también era precaria. Nueve años más tarde se
casó con María Tudor. Su tercer matrimonio, en 1559, fue
también un acuerdo diplomático, pero Felipe aprendió a
amar a Isabel de Valois. Ahora bien, pasarían siete años
antes de que le diera fruto alguno, y en este caso fue una
hija, Isabel Clara Eugenia, que, junto con su hermana menor Catalina, fueron la alegría de la
vida de Felipe II. Isabel murió en octubre de 1568. Su muerte había sido precedida en ese
mismo año por la del infante don Carlos. Estas aflicciones, fueron también problemas políticos
para Felipe II. A los 41 años de edad estaba viudo de nuevo y sin un heredero masculino.

Tema 8. Los Problemas internos durante el reinado de Felipe II. Página 5


Historia Moderna de España UNED

Cuando Felipe II regresó a España en 1559 don Carlos tenía catorce años y había vivido
toda su infancia sin ver a su padre. Su abuelo, Carlos V, aterrado por su aspecto y su
temperamento, se negaba a verlo, y a que viviera con él en Yuste. Sus tutores, García de Toledo
y el humanista Honorato Juan, no lo encontraban más atractivo y, el segundo manifestó a
Felipe II su convicción de que el muchacho estaba enloqueciendo. Su malhadada herencia
estuvo en su contra desde el principio. Su padre y su madre eran primos, y ambos eran nietos
de Juana la Loca.

Los resultados de esa endogamia se aprecian, tal vez, en la forma grotesca de don
Carlos. Sin duda alguna Felipe ll había engendrado a un hijo que era anormal desde el punto
de vista mental y físico. Sin embargo, en 1560 las Cortes de Castilla reconocieron a don Carlos
como heredero del trono y Felipe II tomó las medidas necesarias para su crianza y educación.
Paso la adolescencia en Alcalá en compañía de don
Juan de Austria y Alejandro Farnesio, pero la
universidad no pudo dejar huella alguna en la
mente retrasada del hijo de Felipe II. Sólo hizo gala
de una habilidad: de escapar a sus guardianes para
buscar la compañía de una joven. En una de esas
escapadas cayó por las escaleras y resultó
gravemente herido en la cabeza. Felipe II se
apresuró a trasladarse a Alcalá con un médico, que
realizó la operación de la trepanación, un
tratamiento al que el príncipe consiguió sobrevivir.

En 1562, una vez recuperado, el rey lo hizo


regresar a Madrid y, con la esperanza de que
adquiriera mayor responsabilidad, lo nombró
presidente del Consejo de Estado, a cuyas sesiones
comenzó a asistir. Su comportamiento se fue
haciendo cada vez más excéntrico. Ahora eran sus
colegas en el Consejo el blanco de su ira y de su
obstinación, mientras adquiría notoriedad su indiscreción política. Había que plantear la

Tema 8. Los Problemas internos durante el reinado de Felipe II. Página 6


Historia Moderna de España UNED

cuestión de su matrimonio y Felipe acarició la idea de intentar desposarlo con María Estuardo,
pero pronto la abandonó. D. Carlos también deseaba ser gobernador de los Países Bajos, como
había prometido su padre a los Estados Generales en 1559. Pero a la vista de su incapacidad
política, los Países Bajos eran el último lugar al que podía ser enviado en aquellos años de
1560. La frustración sólo sirvió para empeorar la condición del príncipe, que comenzó a
criticar a su padre de forma abierta, convencido de que le negaba el cargo y el afecto sin
ninguna razón. Al mismo tiempo, caía en actos de violencia y sadismo sexual.

La conducta de don Carlos adquirió un tono más siniestro en el contexto político de


1567. La situación en los P. Bajos estaba llegando al paroxismo y Felipe II envió al duque de
Alba para poner en marcha una operación de represión. Uno de los cabecillas rebeldes, el
conde de Egmont, había estado en Madrid entre enero y abril de 1565 y había entrado en
contacto con don Carlos, quien, en su trastorno, hacía los primeros planes para escapar a los
Países Bajos y probar suerte allí. Pero el príncipe confió sus proyectos al príncipe de Éboli, el
más leal de los ministros de Felipe II, que informó inmediatamente a su señor. Felipe se limitó
a registrar la información. En junio de 1566, el barón de Montigny llegó a Madrid para

Tema 8. Los Problemas internos durante el reinado de Felipe II. Página 7


Historia Moderna de España UNED

representar los intereses de los líderes rebeldes, Egmont y Hornes, y cuando el duque de Alba
informó desde Bruselas que había conducido a prisión al segundo, Felipe II capturó a su
agente y lo ejecutó tres años más tarde. También Montigny había estado en contacto con don
Carlos. En 1567, el príncipe había ideado ya otro plan para escapar a los Países Bajos y solicitó
a Éboli que le diera 200.000 ducados para llevarlo a cabo. Felipe II volvió a ser informado y
nuevamente decidió no actuar. Entonces, don Carlos escribió cartas a varios miembros de la
alta nobleza, pidiendo su ayuda para una gran empresa que estaba planeando. El monarca no
tardó en enterarse. Finalmente, el príncipe pidió a don Juan de Austria, que acababa de ser
nombrado capitán general de la armada española, que lo llevara a Italia, prometiéndole
Nápoles y Milán cuando triunfara su causa. Don Juan informó al rey de todo ello.

Para entonces Felipe II ya había decidido lo que había que hacer. Era su deber evitar
que la corona fuera a parar a manos de un hombre incapacitado para gobernar y que situaría
de nuevo a la monarquía en la situación de la que había sido rescatada por los Reyes Católicos.
También era importante impedir que contrajera matrimonio y tuviera un heredero, del que no
podía esperarse nada mejor. Sólo había dos soluciones: el confinamiento perpetuo o la muerte.
En la noche del 18 de enero de1568, Felipe II, acompañado de tres consejeros y un
destacamento de guardias, entró en la habitación de su hijo en el Alcázar de Madrid. Don
Carlos se despertó, confuso, y al ver a su padre preguntó si había venido a matarlo. Con su
habitual talante impasible, Felipe II se llevó consigo todos los documentos del príncipe, lo
entregó a los hombres armados y se marchó de la habitación. Ésa fue la última vez que vio a
su hijo. Mientras don Carlos permanecía confinado, Felipe II comunicó su decisión al cardenal
Espinosa, al príncipe de Éboli y al guardián del príncipe, el duque de Feria, y también pidió el
consejo de algunos distinguidos teólogos. Luego, antes de empezar a preparar un lugar más
adecuado, dio instrucciones sobre el régimen de vida de su hijo en su pequeña prisión del
Alcázar. Allí murió don Carlos el 25 de julio de 1568 en circunstancias todavía desconocidas.

Entra dentro de la lógica que Felipe II hubiera ordenado la ejecución de su hijo, pues
creía que estaba en juego el destino de la monarquía. Pero no sabemos si éste fue el caso. Las
diferentes versiones sobre la muerte de don Carlos –que su muerte fue ordenada por su padre y
que fue decapitado, estrangulado o envenenado, o que murió a causa de sus excesos en la
prisión–, son meras especulaciones, pues no existen pruebas fehacientes al respecto. Menos
fundamento histórico tiene aún la interpretación literaria y polémica del caso. Incluso sus
planes fantasiosos para escapar a los Países Bajos o a Italia –ninguno de los cuales supo
mantener en secreto– deben ser considerados más como producto de una mente desordenada
que como una conspiración calculada para subvertir la monarquía, de lo cual era totalmente
incapaz.

D. Carlos había sido aceptado por las Cortes como heredero al trono y, por tanto, su
padre se creyó obligado a justificar su arresto. Al día siguiente de su detención, Felipe II
ordenó a su correo mayor que retuviera toda la correspondencia y durante dos días no salió
ninguna carta de la capital. Entonces, el 22 de enero, el rey dio a conocer al mundo su versión
oficial, en cartas dirigidas al papa, a sus embajadores y a sus oficiales. Esas misivas se
limitaban a recoger los hechos objetivos de la detención del príncipe, con la apostilla de que su
deber lo había obligado a tomar esa dolorosa decisión. Más tarde, cuando comenzaron a
difundirse los rumores y el escándalo, defendió su actuación de forma más detallada en cartas
confidenciales que dirigió a todos aquellos cuya opinión consideraba importante. La esencia de
sus explicaciones es que ordenó al arresto de su hijo no porque hubiera cometido delito alguno,

Tema 8. Los Problemas internos durante el reinado de Felipe II. Página 8


Historia Moderna de España UNED

sino porque su hijo no era responsable de sus acciones. Felipe II no llegó nunca a utilizar la
palabra «demente» al referirse a su hijo, pero era consciente de su estado, y sabía que era su
obligación arrestarlo, en parte en interés de su propio hijo, pero sobre todo para impedir su
advenimiento al trono, y tal vez con la intención de desheredarlo. La explicación más probable
de su muerte puede hallarse en sus excesos durante su confinamiento. Una breve huelga de
hambre fue seguida por un ataque de gula y, luego, por un consumo masivo de hielo y el
colapso final.

La tragedia de don Carlos fue también la de Felipe II. 1568 fue un año terrible para el
monarca, tal vez el peor de su reinado. Junto a los sinsabores políticos de los Países Bajos y de
Granada, su aflicción personal le afectó con terrible intensidad. Había perdido a dos esposas y
a su único hijo, éste en circunstancias que no tardaron en desatar un torrente de injurias por
toda Europa. Poco después moría su tercera esposa, a la que más había amado, dejándolo
totalmente desolado. Y todavía tenía que resolver el problema de encontrar un sucesor para el
trono. En noviembre de 1570 se casó con su cuarta y última esposa, Ana de Austria, hija de su
primo, el emperador Maximiliano II. Antes de que muriera diez años más tarde le dio cuatro
hijos varones y una niña, de los cuales sólo uno pudo superar la niñez, siendo éste el que
sucedería a su padre con el nombre de Felipe III. El amor del monarca hacia sus hijas, Isabel y
Catalina, era el de un hombre que se aferraba desesperadamente a los últimos vestigios de
una vida familiar.

3. LA REBELIÓN DE LAS ALPUJARRAS.

En la ciudad de Granada y en la parte oriental del reino sobrevivía una sociedad


musulmana autóctona numerosa –y en aumento– y con su propia clase dirigente. Desde el
punto de vista político, el reino de Granada fue simplemente anexionado a Castilla en 1492 y
no conservó ningún tipo de autonomía. De hecho, la intención de Castilla era absorber y
asimilar Granada lo más rápidamente posible. Concluida su reconquista se instalaron señores
cristianos en sus tierras ricas y bien cuidadas. Pronto los siguieron oficiales y eclesiásticos,
algunos menos honrados que otros, pero
todos ellos disfrutando de las ventajas de
aquel reino. Se produjo así una situación de
«colonialismo» dentro de la propia España:
unos colonos nuevos, una población
sometida y la opresión civil y militar.
También los moriscos tenían sus
protectores, como el virtuoso Hernando de
Talavera, primer arzobispo de Granada, que
dedicó su vida a convertir a los moros
mediante la benevolencia y la
comprensión, y la familia Mondéjar, cuyos
miembros desempeñaban, por herencia, el
cargo de capitán general de Granada, y que
frecuentemente arriesgaron su cargo y su
reputación en la defensa de los moriscos.
Pero la política oficial no era coherente y
los moriscos fueron unas veces perseguidos
a causa de la envidia y de la frustración, y
otras veces ignorados a cambio de aportar importantes subsidios.

Tema 8. Los Problemas internos durante el reinado de Felipe II. Página 9


Historia Moderna de España UNED

La economía de los moriscos de Granada, como la de sus predecesores musulmanes,


descansaba básicamente en el comercio de la seda1 con Italia. Granada, al igual que Almería y
Málaga, tenía talleres que producían finas sedas y había telares en la mayor parte de los
pueblos. La seda era prácticamente el único cultivo comercializable de las Alpujarras. La
producción y manufactura de la seda eran importantes fuentes de impuestos que la corona
explotó al máximo. Además, los moriscos entregaban constantes subsidios en su desesperado
intento de comprar el favor real. Desde 1559 una serie de agentes reales comprobaron todos los
títulos de propiedad para reclamar las tierras de la corona. En consecuencia, los moriscos
necesitaban sus títulos de propiedad árabes más que nunca en el preciso momento en que la
campaña contra su lengua y su cultura era más virulenta.

Sin embargo, no hay que atribuir únicamente a los españoles la responsabilidad de la


crisis que sobrevino en las relaciones entre el Estado y los moriscos de Granada, y que llegó al
paroxismo en el decenio de 1560. En el Mediterráneo, Argel libraba una guerra religiosa y
económica con España. La presión turca era más distante pero más poderosa y las fuerzas
combinadas del Islam parecían dominar todo el Mediterráneo. El peligro se agudizó en el
decenio de 1560, cuando los turcos comenzaron a hacer acto de presencia en el Mediterráneo
occidental sitiando Malta en 1565. Este hecho estuvo acompañado de un incremento en la
frecuencia y la dureza de los ataques corsarios contra la costa granadina, desde sus bases en
Tetuán, Cherchell y Argel.

También los moriscos eran fuente de preocupación por razones de seguridad, tanto
interna como externa. El bandolerismo y la piratería eran endémicos entre ellos. En la década
de 1560 bandidos que eran denominados bandoleros, salteadores o monfíes, según la región,
actuaban en toda la España morisca. Asimismo, piratas moriscos frecuentaban las costas de
Valencia y Andalucía casi con total impunidad. A medida que la campaña musulmana ganaba
en intensidad, los moriscos entraron en contacto con los jerifes de Marruecos, los piratas de
Tetuán y el sultán de Constantinopla. Los otomanos pretendían utilizar a los moriscos como
una quinta columna y, mientras los españoles centraban sus esfuerzos en la seguridad interna,
conquistar algunos de sus principales objetivos, como Chipre y Túnez. Espías moriscos fueron
enviados a Malta desde Constantinopla para recoger información sobre el poderío naval de
España. Por sí solos, estos incidentes tenían escasa importancia, pero ante la fuerza conocida
del enemigo y la insuficiencia de las defensas, las autoridades españolas creyeron que se estaba
fraguando una operación concertada en la que Granada iba a convertirse en cabeza de puente
para una invasión musulmana de España.
• Así pues, la crisis de Granada tenía raíces más profundas que el incremento de
la población morisca y su opresión a manos de los oficiales de la corona y de
los cristianos viejos.
• El odio y la desconfianza hacia los moriscos crecieron en proporción al peligro
procedente de Turquía y se desbordaron una vez iniciado el cerco de Malta.
• El odio se alimentaba de otras fuentes: del resentimiento popular ante la
prosperidad del artesano y del comerciante morisco

1
Dos de los cabecillas de la rebelión de 1569 estaban relacionados con la industria de la seda: Aben Abó
era tintero y Aben Farax

Tema 8. Los Problemas internos durante el reinado de Felipe II. Página 10


Historia Moderna de España UNED

• y del hecho, conocido por los cristianos, de que el Corán y no la Biblia era el
principal texto sagrado en Granada.

La tensión era ya muy fuerte antes de que el gobierno decidiera pasar a la acción, y la
ineptitud que demostró no fue más que la chispa que precipitó la explosión. En noviembre de
1566 el inquisidor general Diego de Espinosa preparó, junto con Felipe II, un edicto que
imponía diversas prohibiciones a los moriscos. El día de Año Nuevo de 1567, Pedro de Deza,
presidente de la Audiencia de Granada, promulgó el edicto y comenzó a imponer su
cumplimiento.
• Por la nueva disposición los moriscos de Granada estaban obligados a aprender
el castellano en el plazo de tres años, y a partir de entonces se consideraría
delito hablar, leer o escribir el árabe en público o en privado.
• Se les exigía también que abandonaran sus vestimentas, sus apellidos, sus
costumbres y sus ceremonias y se les prohibía la práctica del baño, so pretexto
de que ofrecía la oportunidad de practicar las abluciones rituales prescritas en el
Corán.
El propósito que animaba estas medidas era acabar con la identidad nacional de los
moriscos para convertirlos en católicos españoles. Por el momento, los moriscos se limitaron a
negociar, como lo habían hecho en otras ocasiones, convencidos de que, como siempre, conse-
guirían, por medio de dinero, la suspensión de las medidas. Su representante, Jorge de Baeza,
se trasladó a Madrid para protestar ante Felipe II, mientras que su anciano notable Francisco
Núñez Muley presentaba un memorándum a Deza en el que manifestaba la lealtad de los
moriscos, tanto en el presente como en el pasado.

Las negociaciones se prolongaron durante un año y, cuando los moriscos


comprendieron su futilidad, explotó súbitamente todo su resentimiento reprimido y
decidieron la insurrección una vez más. La fecha que eligieron fue el día de Nochebuena de
1568 y, aunque los insurgentes no consiguieron que se levantara el Albaicín rápidamente,
extendieron la revuelta por las montañas de las Alpujarras, entre Sierra Nevada y la costa. De
hecho, el auténtico núcleo de la rebelión estuvo en las montañas. Desde allí se difundió hacia
las llanuras, aunque no por todas partes. Fue fundamentalmente un movimiento rural, siendo
menor la participación de las ciudades, tal vez más integradas en la España cristiana. El
cabecilla de los moriscos, Fernando de Valor, era de rancio linaje árabe, descendiente de los
califas de Córdoba. Recuperó su nombre árabe de Aben Humeya y fue proclamado rey debajo
de un olivo. Fue asesinado un año después y le sucedió como rey su primo Aben Abó. Líderes
como Aben Daud, Aben Farax y Aben Abó eran moriscos granadinos, pero la mayor parte de
los restantes, y especialmente los jefes guerreros, provenían de las montañas. Los cabecillas de
las montañas procedían de la jerarquía social tradicional de los moriscos y se identificaban
más fácilmente con su causa. En la estructura social del movimiento tuvo tanto peso la
solidaridad familiar como las consideraciones económicas o políticas, de manera que clanes
enteros se mantuvieron unidos en el apoyo de la rebelión o en su lealtad a la corona. Más allá
de los motivos económicos y sociales, contemplamos a una minoría que luchaba por su iden-
tidad en el seno de una España extraña. Familias hasta entonces enfrentadas se unieron en una
causa común.

Los moriscos de Granada no tardaron en entrar en contacto con sus aliados en Valencia
y enviaron misiones a los países norteafricanos, a Argel y Tetuán, y también a Constantinopla,

Tema 8. Los Problemas internos durante el reinado de Felipe II. Página 11


Historia Moderna de España UNED

en busca de ayuda y de apoyo militar. De Argel recibieron voluntarios, municiones y


alimentos, que pagaron con el envío de prisioneros cristianos. Argel tenía un interés religioso
en la guerra de Granada, pero también se aprovechó del conflicto, pues al inmovilizar a
España permitió a Euldj Alj conquistar Túnez en 1570. También los turcos aprovecharon su
oportunidad. El sultán Selim II consideraba a los moriscos como aliados en el interior de las
líneas enemigas, y les habría enviado más armas y hombres de no haber tenido que atender a
otros compromisos, pues el sultán prefirió aprovechar la coyuntura para progresar en sus
intereses inmediatos en el Mediterráneo oriental y, aunque su flota se hizo a la mar, fue para
atacar Chipre y no para ayudar a los moriscos.

La guerra de Granada
sobrevino para España en un mo-
mento en que sus recursos eran
mínimos y en que sus intereses se
hallaban en grave peligro. Además,
durante el primer año de las
hostilidades, estuvo paralizada a
consecuencia de la indecisión sobre
la táctica militar a adoptar. Era difí-
cil alcanzar a los rebeldes en sus
lugares recónditos de las montañas
y aislar a sus aliados en la costa,
pues era imposible bloquear la larga
línea costera de territorio rebelde
con sus innumerables calas y su fácil
acceso para los barcos procedentes
de Argel. En esas circunstancias, la
guerra se convirtió en una larga y
confusa sucesión de patrullas y
emboscadas, en las que predominó
la ferocidad, nacida de la desespera-
ción en los moriscos y de la
debilidad entre los españoles. Sólo
a partir de enero de 1570 el
comandante español don Juan de
Austria, impulsado por el temor a
una intervención musulmana desde
el exterior, decidió llevar a cabo una
campaña en toda regla. La nueva
orientación militar estuvo
acompañada de una política de
expulsión de las tierras llanas para
aislar a los rebeldes de las montañas. Por decreto de junio de 1569, 3.500 moriscos fueron
expulsados de la ciudad de Granada y dispersados por La Mancha. Los rebeldes de la
montaña, privados de apoyo, perseguidos de manera implacable, tuvieron que rendirse en el
transcurso del año 1570. La escena final se desarrolló en una cueva en Berchules, donde Aben
Abó fue muerto a puñaladas por sus propios seguidores.

Tema 8. Los Problemas internos durante el reinado de Felipe II. Página 12


Historia Moderna de España UNED

El levantamiento había durado dos años y había agotado por completo los recursos
del país. Por tanto, las condiciones para la solución del conflicto tenían que ser duras. Se
decidió deportar a todos los moriscos del reino de Granada, hubieran participado o no en el
levantamiento, a otras partes de España. El 28 de octubre de 1570 se dio la orden de
evacuación, fijando don Juan de Austria la fecha del 1 de noviembre. Los moriscos,
encadenados y esposados, fueron conducidos en largos convoyes hacia las ciudades y aldeas de
Extremadura, Galicia, La Mancha y Castilla la Vieja. No todos llegaron a su destino: el duro
viaje invernal se cobró numerosas vidas y sus efectivos disminuyeron al menos en un 20–30%.
La expulsión no fue total y en 1587 vivían todavía en Granada unos 10.000 moriscos.

Finalmente, parecía haberse resuelto el problema de Granada. Para llenar el vacío


provocado por tan inmensa emigración, las tierras abandonadas fueron confiscadas por la
corona y ofrecidas en condiciones favorables, junto con ganado y utensilios, a colonos
procedentes de Galicia, Asturias, León y Burgos. Sin embargo, el resultado de la operación no
fue totalmente satisfactorio. Aunque la corona obtuvo sustanciosos beneficios de las
confiscaciones y ventas de tierras a inmigrantes pobres, a magnates, monasterios e iglesias,
surgieron nuevos problemas y revivieron otros del pasado. Muchas de las tierras ofrecidas,
situadas en las Alpujarras y en otras zonas montañosas, eran pobres, porque los cristianos
viejos ya ocupaban las mejores vegas de las llanuras. Muchos de los nuevos pobladores,
defraudados en sus expectativas, se desanimaron y acabaron por marcharse. Así pues, aunque
la población cristiana de Granada era importante y en aumento, las Alpujarras y la zona costera
de las proximidades estaban mucho menos pobladas que antes y seguían planteando, por
tanto, un problema de seguridad interna.

En realidad, la política de deportación no resolvió nada en Granada y agravó el


problema morisco al extenderlo a toda Castilla. Los moriscos granadinos, prolíficos, activos e
ingeniosos, no eran bien recibidos por sus vecinos, y la tarea de asimilarlos y convertirlos en

Tema 8. Los Problemas internos durante el reinado de Felipe II. Página 13


Historia Moderna de España UNED

católicos y españoles era realmente imposible. El conjunto de la población española se mostró


cada vez más hostil hacia ellos, a medida que fue adquiriendo conciencia de su existencia. Más
tarde, a principios del reinado de Felipe III, en los círculos oficiales se consideraba que la
política de dispersión había sido un error de cálculo. Durante los 40 años siguientes fueron
una preocupación constante para el gobierno. La intención había sido dispersarlos en números
reducidos a lo largo de una superficie extensa, pero los moriscos tendían a abandonar los
lugares que les habían sido asignados, y sus hábitos trashumantes hacían que fuera difícil
seguir sus huellas. Muchos de ellos regresaron incluso a Granada, donde se decretó una nueva
expulsión, de menores proporciones, en 1584. La frustración de sus nuevas condiciones de vida
despertó en ellos tendencias criminales, y algunos se integraban en bandas de proscritos que
vivían de los frutos del robo y la violencia. No deja de ser irónico que siguieran inquietando al
gobierno, esta vez en un nuevo contexto: desde 1589 hubo un temor permanente, aunque
irracional, de que se produjera un levantamiento en Andalucía en una acción concertada con
invasores ingleses.

Los moriscos eran odiosos para la masa de la población porque evadían las
responsabilidades nacionales en los asuntos religiosos y bélicos, dedicándose sosegadamente
a incrementar su número. Pero, sobre todo, ganaban demasiado y gastaban demasiado poco.
Estas afirmaciones no son necesariamente ciertas; no existen testimonios estadísticos de que el
crecimiento demográfico entre los moriscos se produjera porque evadían sus responsabilidades
nacionales. Además, su situación económica variaba de una región a otra, y de uno a otro
grupo, pues también existía en su seno una estructura social. Sin embargo, lo que hacía a los
moriscos diferentes del resto de los españoles era su religión. Los moriscos siguieron siendo
inadaptados e inadaptables. España, que comenzó el período moderno de su historia tole-
rando a una numerosa minoría heterodoxa, terminó imponiéndole la sumisión, para
finalmente reconocer la derrota. La medida de expulsión adoptada en 1609 era un reflejo de la
impotencia.

4 . ANTONIO PÉREZ Y LAS ALTERACIONES DE ARAGÓN

Mientras la política de Felipe II se aproximaba a su merecido declive en el exterior, su


autoridad también encontraba oposición en el interior. Durante los años cruciales de su
intervención en Francia (1590 y 1592) no había podido enviar un ejército al otro lado de los
Pirineos porque lo necesitaba en España. En Aragón encontraba una resistencia cada vez mayor
que alcanzó su punto crítico en 1590; su posición allí había sido débil desde el inicio del reina-
do. Carlos V le había advertido que le resultaría más difícil gobernar los reinos orientales que
Castilla, a causa de la fortaleza de sus privilegios y constituciones.

El rey gobernaba en Aragón a través de su virrey y con el apoyo del Consejo de Aragón.
Tanto los virreyes como los consejeros eran nombrados por el rey, aunque todos los cargos en
Aragón estaban reservados exclusivamente a los aragoneses. Aparte de la administración, el
rey se veía limitado también por toda una red de leyes locales y prácticas legales.
• La justicia real en Aragón estaba administrada por la Audiencia de
Zaragoza, pero éste no era el único tribunal en Aragón.
• La jurisdicción real encontraba la oposición de otro tribunal, el tribunal
del Justicia, formado por cinco miembros nombrados por la corona y
dieciséis por las Cortes aragonesas, y a su frente se hallaba un

Tema 8. Los Problemas internos durante el reinado de Felipe II. Página 14


Historia Moderna de España UNED

magistrado, el Justicia de Aragón, que teóricamente era designado por la


corona a título vitalicio, pero en la práctica el cargo lo desempeñaba de
forma hereditaria una sola familia.
• El Justicia ejercía la jurisdicción civil y criminal en determinados casos,
especialmente los litigios entre la corona y la nobleza.
• También tenía poder para intervenir en los procedimientos de los
tribunales y de los oficiales reales, ya fuera mediante el proceso
conocido como manifestación, que consistía en tomar a cualquier
acusado que afirmara haber sido amenazado con violencia y situarlo bajo
protección en la cárcel del Justicia, mientras su caso era juzgado por
jueces competentes, o mediante el procedimiento de expedir firmas
(cartas) a aquel que buscara solución frente a la supuesta injusticia de los
funcionarios reales, de manera que quien la recibía conseguía inmunidad
total frente al poder real mientras sus alegaciones eran investigadas.
Éstos eran los fueros de Aragón, y el único tribunal frente al cual no te-
nían validez era la Inquisición.

Pero, las libertades de Aragón no eran


populares ni democráticas, muy al contrario
este sistema protegía una estructura social
arcaica. Detrás de esas barreras legales
acechaba un feudalismo más primitivo que el de
ninguna otra parte de la Europa occidental. Los
fueros existían en beneficio de los señores
pero no para la masa de la población que
trataban de escapar de la tiranía de sus señores
buscando la protección de la jurisdicción real, y
de esta forma el deseo de los campesinos de
que las propiedades en las que vivían fueran
incorporadas a la corona coincidía con el deseo de
ésta de hacer efectiva su soberanía.

Pero durante una gran parte de su


reinado, la preocupación de Felipe II por otros
problemas, su decisión de gobernar Aragón
desde la distancia a través de sus
representantes y su respeto por la ley vigente
determinaron que se limitara a impulsar los
esfuerzos de la población rural, a pasar de la
jurisdicción señorial a la jurisdicción real y a
estimular los matrimonios mixtos entre la nobleza aragonesa y la de Castilla para fomentar el
proceso de integración. Pero era un proceso lento y frustrante.

Pero Felipe II no dejaba de ejercer cada vez más una mayor presión. A comienzos de
1588, convencido de que había llegado el momento de afirmar su autoridad y poner fin a la
insubordinación de los aragoneses, decidió nombrar a un virrey que no fuera del país, y que no
estuviera obsesionado por los fueros ni ligado a los intereses locales. Envió al marqués de

Tema 8. Los Problemas internos durante el reinado de Felipe II. Página 15


Historia Moderna de España UNED

Almenara para que sustituyera en el cargo de virrey al conde de Sástago. Los defensores de
los fueros afirmaron que la ley exigía que todos los funcionarios reales de Aragón fueran
aragoneses. No estaba claro que esa norma se aplicara también al cargo de virrey, pero Felipe II
era profundamente legalista y deseaba ver su derecho reconocido en Aragón, no por la fuerza
sino por el tribunal del Justicia. Pero el momento era inoportuno. Sobre Almenara llovieron
fueros desde todas partes; condenado prácticamente al ostracismo e incendiada su casa,
regresó lleno de humillación a Castilla para informar al rey. Entonces, Felipe II depuso al
conde de Sástago y lo sustituyó por Andrés Simeno, obispo de Teruel, aragonés pero una
figura secundaria, fácil de manipular y que, evidentemente, fue nombrado con carácter
provisional. Cuando regresó Almenara en la primavera de 1590, con mayores emolumentos y
poderes, estaba claro que el monarca estaba decidido a que ejerciera la autoridad en Aragón,
con el título de virrey, si conseguía que la validez de su nombramiento fuera confirmada en el
tribunal del Justicia. Cuando la situación estaba llegando a un punto crítico, intervino un
nuevo factor al llegar a Zaragoza Antonio Pérez, que huía de Castilla, y reclamar la protección
de los fueros.

Desde su detención en julio de 1579 Pérez


había visto cómo se cerraba progresivamente la
red en torno a él. Como el propio monarca estaba
implicado en el asesinato de Escobedo y deseaba
recuperar los documentos comprometedores que
estaban en poder de Antonio Pérez, había
procedido con cautela contra su antiguo
secretario. Luego, cuando habló uno de los
asesinos y los Escobedo y sus aliados en la corte
intensificaron sus acusaciones, fue arrestado por
segunda vez (enero de 1585), aunque para
distraer la atención de la opinión pública se lo
acusó únicamente de traficar con cargos públicos
y con secretos de Estado. Fue declarado culpable
y sentenciado a dos años de prisión y al pago de
una multa muy elevada. Pero los jueces no
consiguieron que entregara sus documentos. Pero
en ese momento Felipe II buscaba algo más que
documentos; buscaba también la paz para su
conciencia sobre el asesinato de Escobedo, siendo
de conocimiento público que el monarca había
dado su consentimiento a ese crimen. Así pues,
para expiar su culpa y para poner en claro que la
responsabilidad recaía sobre Antonio Pérez, que
lo había engañado sobre don Juan de Austria y Escobedo, Felipe lo llevó a juicio por segunda
vez. En enero de 1590, el acusador real informó a Pérez de que el rey admitía que sabía que él
había ordenado la muerte de Escobedo, pero que para la tranquilidad de su conciencia
necesitaba saber si los motivos que le había dado para cometer esa acción tenían peso suficiente.
Pérez, después de ser torturado, confesó algunas de las causas que habían motivado la muerte
de Escobedo, pero sin revelar nada sustancial ni aportar prueba alguna. Esa revelación fue
fatal para él. Como no tenía pruebas de que don Juan de Austria fuera culpable de
subversión y, por tanto, nada incriminaba a Escobedo, el rey podía creer ahora que había sido
engañado y que la responsabilidad del crimen no era suya sino de Pérez, que lo había engañado
con falsedades. Pérez sabía hasta qué punto era desesperada su situación y decidió huir. Ya

Tema 8. Los Problemas internos durante el reinado de Felipe II. Página 16


Historia Moderna de España UNED

tenía contactos en Aragón, que probablemente guardaban sus documentos. En abril de 1590
escapó, ayudado por su esposa, de la prisión en Madrid y puso rumbo hacia la tierra de los
fueros. Muy pronto estaba bajo custodia protectora en la cárcel del Justicia.

Había elegido bien el momento porque en Aragón la defensa de los fueros era el
problema que ocupaba el primer plano, y el sentimiento regionalista estaba deseoso de utilizar
cualquier pretexto para resistirse a la corona. Antonio Pérez tenía apoyos en Aragón, el duque
de Villahermosa y el conde de Aranda entre los magnates y muchos otros en las filas de la
pequeña nobleza, todos ellos violentos defensores del sistema feudal. En Madrid, Pérez fue con-
denado a muerte después de haber huido. Entonces, el monarca entabló un proceso legal
contra él en el tribunal del Justicia acusándolo de haber tramado el asesinato de Escobedo
apoyándose en falsas acusaciones, de haber divulgado secretos de Estado y de haber huido de
la cárcel. Pero el lento procedimiento judicial permitió a Antonio Pérez hacer pública su
versión de los hechos, especialmente que había ordenado el asesinato de Escobedo siguiendo
instrucciones del monarca. Para impedir que Antonio Pérez siguiera capitalizando el proceso, y
en la convicción de que el veredicto sería de absolución, Felipe II retiró sus acusaciones, y
recurrió al único tribunal en España frente al cual de nada valían los fueros de Aragón y la
autoridad del Justicia: la Inquisición. El confesor del rey, Diego de Chaves, fraguó un proceso
en el que pudiera intervenir la Inquisición, y en mayo de 1591 Pérez fue trasladado desde la
prisión del Justicia a la de la Inquisición. Sus partidarios, encabezados por Heredia,
organizaron un tumulto en Zaragoza, durante el cual la multitud atacó a Almenara, que luego
moriría a consecuencia de las heridas, asaltó la prisión de la impopular Inquisición y rescató a
su nuevo ídolo para llevarlo de nuevo a la prisión del Justicia. Desde allí desarrolló Pérez su
actividad propagandística, atacando a la corte y a la Inquisición, instando al pueblo a defender
sus libertades incluso con las armas. Fue entonces cuando los partidarios de Antonio Pérez
hicieron planes para separar Aragón de la corona española y convertirla en una república, tal
vez bajo la protección del príncipe de Béarn, Enrique de Navarra. En los círculos
gubernamentales se temía que se estaba preparando en Aragón “un nuevo Flandes”.

Tema 8. Los Problemas internos durante el reinado de Felipe II. Página 17


Historia Moderna de España UNED

Pero, ¿quiénes fueron los que apoyaron a Antonio Pérez? La mayor parte de los
seguidores de Antonio Pérez procedían de la pequeña nobleza que trataban de conservar su
poder feudal frente a la monarquía o que actuaban movidos por un sentimiento de frustración
al verse excluidos de los cargos y ante las perspectivas que se abrían para ellos en una España
dominada por Castilla. Su cabecilla era Diego de Heredia. Naturalmente, el carácter feudal del
movimiento le impidió contar con el apoyo de la masa de la población. Su impacto sólo se dejó
sentir en Zaragoza, centro del gobierno regional y lugar donde se podía conseguir una
movilización multitudinaria. Así ocurrió cuando el rey intentó que Pérez fuera conducido a la
cárcel de la Inquisición el 14 de septiembre. Una vez más, Heredia y los suyos pasaron a la
acción, dispersaron a la guardia real y liberaron a Pérez. Los rebeldes se hicieron con el control
de la ciudad, convencieron al joven Justicia, Juan de Lanuza, y a la Diputación del Reino para
que les dieran su apoyo formal y advirtieron al rey que el envío de un ejército castellano a
Aragón supondría una violación de los fueros. Los magnates y los moderados, obligados a
elegir entre apoyar a la corona o unirse a los rebeldes, optaron por lo primero. Fuera de
Zaragoza la mayor parte de las poblaciones también apoyaron al rey.

Felipe II ya había reunido en la frontera


de Aragón un ejército al mando de Alonso de
Vargas, un veterano de los Países Bajos. Una
vez fracasadas las negociaciones legales
decidió recurrir a él. A finales de octubre
Vargas penetró con sus fuerzas en Aragón sin
encontrar oposición alguna. Mientras se
aproximaba a Zaragoza se desintegró la
oposición en la ciudad. Pérez y sus cómplices
huyeron a Béarn, mientras que el Justicia y el
ala «constitucional» de los rebeldes se
refugiaron momentáneamente en Epila. Las
represalias fueron rápidas e implacables. El
Justicia fue capturado y ejecutado, y muchos
otros sufrieron el mismo destino. Villahermosa y
Aranda fueron enviados a Castilla, donde
murieron misteriosamente en prisión, y la
Inquisición empezó a perseguir a quienes la
habían atacado. Desde Béarn, Pérez y los emi-
grados organizaron una pequeña invasión que
Enrique de Navarra apoyó simplemente para
importunar a Felipe II en España y aliviar la
presión que ejercía sobre Francia. Pero la
insignificante fuerza de los rebeldes y sus
aliados protestantes que atravesaron los
Pirineos en febrero de 1592 fue derrotada por
Vargas y encontró la resistencia de los
aragoneses, muchos de los cuales eran vasallos
de los cabecillas emigrados y cerraron filas
frente a una invasión protestante y extranjera.
Los invasores fueron perseguidos hasta Francia y
Heredia fue capturado y conducido a España, donde sería ejecutado. En cuanto a Antonio Pé-
rez, después de ofrecerse, sin éxito, a los gobiernos de Francia e Inglaterra, pasó sus últimos

Tema 8. Los Problemas internos durante el reinado de Felipe II. Página 18


Historia Moderna de España UNED

años en París, en un exilio sin influencia y sin dinero. Allí murió en 1611, sin haber obtenido el
perdón de la corona española.

En contraste con la severidad de la represión, las condiciones políticas que se


impusieron fueron moderadas. Aragón no podía esperar conservar intacta su constitución. En
1588, Felipe II, a pesar de que era un monarca absoluto se había mostrado dispuesto a acudir
al tribunal del Justicia para que ratificara su derecho a nombrar a un virrey castellano. Ahora,
con un ejército de ocupación en Aragón, el país y las instituciones estaban a su merced. Tenía
poder para destruir los fueros de Aragón si así lo deseaba, pero nada estaba más lejos de sus
pensamientos. El respeto de Felipe II por la estructura tradicional de España y su concepción
pluralista de la monarquía le impedían someter Aragón a Castilla y eliminar su identidad
política. Y, al igual que sus antecesores, no creía que ese proceder aumentará sustancialmente
su poder.

Las Cortes aragonesas fueron convocadas en Tarazona en junio de 1592 para que dieran
forma legal a los cambios pretendidos. Ninguna de las instituciones de Aragón fue supri-
mida, pero fueron remodeladas para responder a las exigencias del poder real. Se otorgó al
monarca el derecho de nombrar a un «virrey extranjero» y de esta forma se situó a Aragón en
un plano de igualdad con los demás reinos. La Diputación del Reino, comité permanente de
las Cortes, perdió en gran medida su poder de control sobre la utilización de los ingresos
aragoneses y sobre la guardia regional, y perdió el derecho de convocar conjuntamente a
representantes de las ciudades del reino. El Justicia podría ser destituido por la corona y de
esta manera el rey socavaba la independencia del cargo y el monopolio familiar que había
existido en él durante tanto tiempo. Se modificó también el nombramiento de los miembros
del tribunal del Justicia para que quedara bajo el control de la corona y se eliminaron muchos
anacronismos del sistema legal aragonés. Finalmente, para reforzar el poder del gobierno
central, Felipe II apuntaló el poder de la Inquisición a la que instaló en el palacio fortificado
de la Aljafería y la protegió con una guarnición real.
Las condiciones que se impusieron en Aragón fueron resultado de un compromiso entre
la monarquía y la nobleza feudal. Los nobles aragoneses prefirieron aceptar la autoridad del
rey como la mejor garantía de sus privilegios feudales, y el precio de ese pacto fue la erosión de
los fueros y la ampliación de la autoridad real.

5. ESTADO E IGLESIA.

Las controversias intelectuales que se plantearon durante la segunda mitad del XVI no
eran expresión del enfrentamiento entre la ortodoxia y la disidencia, sino que representaban
dos formas distintas de enfocar los estudios teológicos.

• Por una parte, un grupo de escolásticos conservadores repetía incesantemente


las doctrinas y los métodos de los maestros medievales, y frecuentemente
hablaban como si consideraran herético contradecir los puntos de vista de Aris-
tóteles y de santo Tomás de Aquino.
• Otro grupo, los herederos del Renacimiento español, intentaron asimilar las
nuevas aportaciones de la ciencia y la erudición del XVI y aplicarlas a los
estudios sagrados. Las obras de eruditos como fray Luis de León y Alonso

Tema 8. Los Problemas internos durante el reinado de Felipe II. Página 19


Historia Moderna de España UNED

Gudiel constituyen el intento de integrar lo mejor del escolasticismo con los


conocimientos más recientes y, por tanto, revitalizar las ciencias bíblicas. Pero
estos hombres, a pesar de su ortodoxia, despertaban sospechas antes incluso de
pronunciar palabra alguna.

La tensión no hizo sino agravarse por efecto de las condiciones de la vida universitaria
en España. En el decenio de 1570 las diferentes órdenes religiosas se distribuían en dos bandos
inexorablemente antagónicos y luchaban de forma implacable por ocupar las vacantes
universitarias y eclesiásticas. El conflicto entre dominicos y jesuitas se libró con toda crudeza,
pero tal vez la rivalidad más profunda de todas era la que existía entre los dominicos y los
agustinos, rivalidad que coincidía en cierta manera con el enfrentamiento entre el viejo y el
nuevo saber.
Los primeros ataques fueron protagonizados por un grupo de escolásticos
conservadores encabezados por el malévolo León de Castro, un teólogo de Salamanca que
denunció ante la Inquisición de Valladolid a una serie de distinguidos eruditos agustinos.
Entre otros, Luis de León, profesor de teología en Salamanca, y Alonso Gudíel, cuya
especialidad eran las Sagradas Escrituras en la universidad de Osuna, fueron detenidos en
marzo de 1572. Gudiel fue acusado de dar un significado literal a los textos sobre el tema de
Cristo que excluía cualquier significado profético y alegórico. En junio de 1572, Hernando del
Castillo, condenó como herética la doctrina atribuida a Gudiel. Antes de que se diera solución
al caso Gudiel moría en prisión en abril de 1573. Más de diez años después, el inquisidor
general Quiroga, que no estaba conforme con el caso, lo reabrió y en esta ocasión Castillo
declaró a Gudiel libre de herejía.

En el proceso de fray Luis de León


estaban en juego aspectos más diversos. Fray
Luis de León estableció la distinción intelectual
entre la Vulgata tal como fuera escrita por san
Jerónimo y los diferentes textos impresos de esa
versión. Los argumentos contra él no tenían
mucho peso, pero de cualquier forma, el
interminable procedimiento de la Inquisición lo
privó de su cátedra y lo mantuvo encarcelado
año tras año. Finalmente, Quiroga estableciendo
la distinción entre una proposición dogmática y
una proposición indefinida, reconoció que esta
última podía ser susceptible de una
argumentación racional a favor o en contra, y
ordenó a sus subordinados en Valladolid que
liberaran a fray Luis de León. Años después la
Inquisición dirigió su atención sobre Fco.
Sánchez de las Brozas, el Brocense, pero su
defensa era irreprochable, y la Inquisición no
pudo hacer otra cosa que reconvenirlo y dejarlo
en libertad. Junto con las actuaciones contra los biblistas Martín Martínez de Cantalapiedra y
Gaspar de Grajal, los casos que hemos mencionado fueron los únicos importantes que la
Inquisición entabló contra los intelectuales e incluso en éstos, gracias a la intervención de
Quiroga, resplandeció finalmente la justicia, aunque de forma tardía.

Tema 8. Los Problemas internos durante el reinado de Felipe II. Página 20


Historia Moderna de España UNED

Las autoridades eclesiásticas, enemigas del pensamiento especulativo, actuaban con


mayor indulgencia con quienes se interesaban por la reforma y la revitalización y difusión de
las creencias y prácticas religiosas. En la primera mitad del siglo XVI
la figura más notable en el
movimiento reformista fue san
Pedro de Alcántara (1499–1562)
que fue quien sirvió de nexo con
reformadores posteriores. Sta.
Teresa de Jesús y S. Juan de la
Cruz, autores de obras maestras
de la mística cristiana,
realizaron también la reforma de
los carmelitas descalzos, y entre
1562 y 1576 fundaron numerosos
conventos y monasterios
reformados. Los obstáculos que encontró en su camino el
programa de reforma, en forma de inercia, intereses
creados y resistencia feroz, fueron enormes. Pero la
reforma de los carmelitas descalzos triunfó en los años
1579–1582 cuando sus promotores consiguieron un cierto
apoyo por parte de la Iglesia y el Estado. El propio Felipe II se interesó en el movimiento y
contribuyó a favorecer su progreso, especialmente durante los años críticos del conflicto con la
Observancia entre 1576 y 1580.

En gran medida, la cautela que mostraban


las autoridades españolas en las cuestiones
religiosas respondía al deseo de evitar cualquier
ocasión para la intervención papal, y a la
hostilidad hacia las influencias del extranjero, y
reflejaba un nacionalismo religioso que, aunque
nunca llegó a las posiciones que adoptaron los
estados protestantes, quedaba lejos de los ideales
del papado. Felipe II y la Inquisición española
intentaron siempre limitar la influencia italiana
en la Iglesia española, porque el clero italiano era
mal visto en España. El hecho se demuestra en las
instrucciones dadas al embajador español en
Roma en 1562, cuando se le ordenó pedir al papa
que los franciscanos de Cerdeña no estuvieran
sometidos a la obediencia italiana, para ser
incorporados a la provincia de Aragón. Ese mismo
año, el monarca español pidió también que los
cistercienses de Aragón fueran liberados de la
jurisdicción religiosa francesa. Pero el
enfrentamiento más duro se produjo en torno a la
Compañía de Jesús. La nueva orden de San
Ignacio, española en sus orígenes, pero que alcanzó

Tema 8. Los Problemas internos durante el reinado de Felipe II. Página 21


Historia Moderna de España UNED

una implantación a nivel internacional, fue el mayor desafío para las susceptibilidades
nacionales.

En los años centrales del XVI la Compañía de Jesús desempeñaba ya un papel de


primer orden en la Contrarreforma. Dirigidos por un general con poderes prácticamente
ilimitados y animados de un espíritu de obediencia total, los jesuitas ocuparon posiciones de
vanguardia en la lucha contra la herejía y en la difusión de la fe católica. Sin embargo, la
orden no surgió simplemente como una reacción ante el protestantismo. De hecho, no se les
destinó a trabajar en países donde se estaba produciendo la difusión del protestantismo, sino en
ciudades y aldeas italianas que, al menos nominalmente, siempre habían sido católicas. Los
primeros jesuitas permanecieron, en su mayor parte, en países católicos y cuando S. Ignacio
destinó al más destacado de todos ellos, san Francisco Javier, a realizar una labor misionera no
lo envió a la Europa central sino al Lejano Oriente. Así pues, en su forma más primitiva, la
orden jesuita acogía solamente a hombres comprometidos por un voto solemne a acudir al
lugar y en el momento en el que el papa decidiera. Sólo gradualmente aceptó san Ignacio la
idea de formar escuelas para la juventud católica. Fue ésta una idea española. Bajo la presión
del virrey español en Sicilia, del embajador español en Roma y el propio pontífice, autorizó
la fundación de un colegio mixto en Mesina para la educación de jesuitas y no jesuitas, y a
partir de ese experimento se difundió y desarrolló la educación jesuita, con su mezcla de
escolasticismo y humanismo.

Las constituciones de la orden llevaron a san Ignacio años de estudio y redacción. En


1551 las sometió a aquellos miembros de la orden a los que pudo reunir en Roma, las revisó
atendiendo a sus sugerencias y las envió para que fueran experimentadas durante un largo
período en España, Portugal y otros países. Fueron finalmente aprobadas dos años después de
su muerte, convirtiéndose así en la normativa que regía el funcionamiento de la Compañía. Esto
dio a la orden su organización singular, cuyos rasgos más novedosos eran su íntima depen-
dencia del papado, al que sus miembros prestaban un voto especial de obediencia y se ofrecían
para la propagación de la fe y la concentración de poder en un ejecutivo central –un general en
Roma–, lo que contrastaba con las constituciones más federalistas de las órdenes religiosas
más antiguas. El general era elegido con carácter vitalicio por la Congregación General de la
orden, que estaba formada por los provinciales y otros dos representantes de cada provincia.

El ideal de la orden era convertirse en un órgano


supranacional. Aunque era de origen español, rápidamente
reclutó miembros de todas las naciones y su
internacionalismo es considerado como uno de los factores
fundamentales que permitieron al papado luchar contra la
idea del nacionalismo religioso. Esto tendió a fomentar
antagonismos nacionales en el seno de la orden,
especialmente cuando los jesuitas de un país determinado
se mostraban dispuestos a seguir las directrices políticas de
su soberano, en lugar de las que marcaba su jefe espiritual.
Esto es precisamente lo que ocurrió en España, donde un
grupo de jesuitas españoles, por razones nacionalistas y con
el apoyo de Felipe II, se opusieron de forma virulenta a la
centralización del poder ejecutivo de la orden. Después de
varios enfrentamientos de escasa importancia entre la Inquisición española y la Compañía, la

Tema 8. Los Problemas internos durante el reinado de Felipe II. Página 22


Historia Moderna de España UNED

auténtica prueba de fuerza se produjo en 1587 cuando Felipe II ordenó a su embajador en


Roma que consiguiera la aprobación del papa para que un inquisidor o un obispo
inspeccionaran todas las órdenes religiosas en España. Con el pretexto de una licencia general,
el obispo de Cartagena comenzó la visita de los jesuitas en 1588. La investigación no pretendía
reformar la orden, sino la misma naturaleza de su constitución. Felipe II fracasó en su intento
de nacionalizarla y de situarla bajo el control de la Inquisición. Ello ilustra una vez más el deseo
de la corona española de conseguir un mayor control sobre las instituciones subordinadas a la
jurisdicción papal que existían en España.

6. LA CRISIS DE LOS AÑOS NOVENTA.

En 1595 los estragos de la edad y el exceso de trabajo se dejaban sentir con fuerza sobre
Felipe II. Consideraba que los reveses políticos formaban parte de su condición de soberano y
no le afectaban. Continuó con su incansable rutina de trabajo y superó periódicas crisis de
salud, hasta que en junio de 1598 sufrió un ataque especialmente virulento de la enfermedad
que lo indujo a trasladarse a El Escorial para preparar su muerte. Murió al amanecer del 13 de
septiembre de1598, cuando tenía 71 años.
Su reinado había durado casi medio siglo e inevitablemente en España perduró la
huella de Felipe II durante algún tiempo. Había completado la unidad de la península y
perfeccionado su constitución. Sin embargo, Felipe II dejó a España al borde de una crisis,
porque los cimientos económicos de su poder eran todavía más frágiles que al comienzo del
reinado, y su gobierno no había hecho nada por mejorar su condición. En el decenio de 1590 la
vida era difícil para los españoles. Tras el alza constante de precios de la mayor parte de la
centuria hubo un rebrote adicional de la inflación al aproximarse su final que hizo más
difíciles aún las condiciones de vida. La situación del consumidor empeoró como consecuencia
del peso insoportable de los impuestos, que el gobierno elevó para tratar de superar las
dificultades en que se veía a causa de la inflación y para financiar las guerras en el exterior.
También los productores se vieron afectados por la inflación y los impuestos. Pero fue la
población necesitada de las ciudades y de las zonas rurales la más afectada por la dureza de la
recesión. Ahora, en el último decenio de la centuria, tres nuevas calamidades, las malas
cosechas, la peste y los millones, cayeron sobre ellos, todas en el espacio de unos pocos años.
Cuando los campesinos vivían en la indigencia, no había consumidores para la industria y la
recesión de la economía rural, consecuencia en parte de la acción del Estado, afectó también a
éste en sus ingresos y en su poder. Pocos sectores escaparon a las adversidades durante el
decenio de 1590.
El desastre no era total y por el momento España se salvó de las consecuencias de su
propia locura gracias al dinero que obtenía en América. Las defensas imperiales que erigió
Felipe II permitieron que los ingresos procedentes de las colonias continuaran inyectando vida
en la economía nacional. Los enormes gastos del Estado, los gastos suntuarios de la
aristocracia y la clase dirigente, y el deseo de todos los españoles de vivir de rentas y
pensiones indicaban de manera inequívoca que los españoles creían que la riqueza sólo se
hallaba en el dinero y en los intereses que éste producía. Cuando declinó el comercio
colonial, se produjo también el declive de España. Mientras tanto, la inercia del gobierno y la
mentalidad de la clase dirigente reforzaron las dos condiciones básicas que prepararon el
camino: la ausencia de producción y el estancamiento social.
Mientras España estuvo inmersa en las guerras en las que la comprometió Felipe II su
recuperación económica fue imposible. Todo el reino estaba abocado a la guerra en uno u otro
frente, durante muchos años en dos frentes a la vez –el Mediterráneo y los Países Bajos– y en

Tema 8. Los Problemas internos durante el reinado de Felipe II. Página 23


Historia Moderna de España UNED

el decenio de 1590 en tres frentes al mismo tiempo, los Países Bajos, Inglaterra y Francia. En
los últimos 15 años de su reinado, el monarca español actuó sobre el supuesto de que la guerra
podía permitirle obtener cualquier objetivo que se propusiera. Pero no tenía orden de
prioridades. La mayor fuente de poder de España, y el mayor campo para la expansión de sus
ideales religiosos y políticos, era su imperio en América. Lo más lógico habría sido concentrar
los esfuerzos y los recursos en ese frente detrayéndolos de otros. Sin embargo, los Países Bajos
fueron la sangría más importante y permanente de los recursos españoles. Una vez que Felipe
II condujo allí un ejército y se comprometió en una campaña por tierra ya no pudo
desmovilizarlo. Año tras año la guerra devoró a sus hombres y su dinero y no pudo apartarse
de un conflicto que, tras la recuperación de las provincias del sur, no podía ganar.
A medida que los ejércitos y las flotas españoles consumían de manera insaciable los
recursos de la nación con recompensas cada vez menores, el espíritu de su población pasó de
la confianza a la duda y a una creciente desilusión por la grandeza. En las últimas Cortes
celebradas en el reino se dejaron oír voces discrepantes que protestaban contra los impuestos
crecientes y las guerras innecesarias. La petición de nuevos subsidios en 1593 suscitó un
memorable debate en el que un diputado tras otro aconsejaron al rey que se situara a la de-
fensiva y redujera sus pérdidas. El propio monarca había aprendido algunas lecciones al llegar
al final de su reinado. La situación de sus finanzas lo obligó a aprender algo. Intentó entonces
abandonar algunos de los frentes en el norte de Europa. En 1598 consiguió apartarse del frente
francés, pero no pudo hacer lo mismo en los Países Bajos; y por lo que respecta a Inglaterra
no veía alternativa alguna a la guerra. En cualquier caso, era difícil liquidar el pasado
imperialista de España, así como era difícil transformar su sociedad.

Bibliografía
− John Lynch, Los Austrias, 1516-1700. Editorial Crítica, 2003
− Alfredo Floristán, Historia Moderna Universal. Ariel Historia, 2002

Bibliografía complementaria
− Nicolau Eimeric y Francisco Peña, El manual de los inquisidores. Muchnik editores, Barcelona. 1983.

Tema 8. Los Problemas internos durante el reinado de Felipe II. Página 24

Potrebbero piacerti anche