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CAR LO
tema
Carlos Martí Arís i Oscar Linares de la Torre
DIAGONAL.37 (2014) | La luz es el tema, Uncategorized

La Luz es el Tema es una sección dedicada a difundir el conocimiento sobre la luz en la ar-
quitectura a través de la publicación de entrevistas, artículos inéditos o resúmenes de tesis
doctorales. No obstante, en esta ocasión he querido hacer una excepción para dedicar un
pequeño y afectuoso homenaje al arquitecto y profesor Carlos Martí Arís (Barcelona, 1948),
un catedrático sin cátedra cuya extensa obra editorial no ha sido siempre suficientemente
conocida ni reconocida.
Además de haber sido subdirector de la revista 2c hasta 1985, Carlos Martí ha sido el im-
pulsor de iniciativas editoriales como la colección Arquitectura-Teoría de Ediciones Serbal,
las colecciones Arquíthesis y La cimbra de la Fundación Caja de Arquitectos o la revista
DPA del Departamento de Proyectos Arquitectónicos de la UPC. Entre sus libros cabe
destacar Las variaciones sobre la identidad. Ensayo sobre el tipo en arquitectura (1990) —
que será reeditado próximamente—, Silencios elocuentes (1999), Las formas de la residencia
en la ciudad moderna (1991) y Santiago de Compostela. La ciudad histórica como presente
(1996).
A aquel que desconozca su obra escrita le diré que Carlos Martí no escribe sobre arquitec-
tura, sino que escribe arquitectura. Escribe como arquitecto y, por tanto, asimila el acto de
escribir al de proyectar. Sus textos se constituyen en pequeñas obras de arquitectura en las
que no se llega a la forma por medio de la materia sino a través de la palabra.
De entre sus numerosos y variados textos he elegido para la ocasión un escrito en el que, a
propósito de la obra de Elisa Valero Ramos, Carlos Martí comparte con el lector sus reflex-
iones sobre la luz.
[Elisa Valero Ramos es Catedrática de Proyectos de la ETSA Granada. En el número 24 de
Diagonal colaboró con La Luz es el Tema con una entrevista y un artículo. Le agradezco
personalmente su generosidad al permitir la reproducción total del prólogo que Carlos
Martí le dedica en Elisa Valero: arquitectura 1998-2008, editado por General de Ediciones
Arquitectura.]

LABORATORIO DE LUZ, por Carlos Martí Arís

1 Puede parecer extraña la idea de basar la definición de arquitectura, una actividad


intrínsecamente ligada a la materialidad, al peso y a la voluntad de permanencia, en algo
tan intangible como la luz. Sin duda se corre un cierto riesgo al colocar un fenómeno tan
cambiante y evanescente como la luz, en el centro mismo de la arquitectura que es
siempre acción enérgica y visualización del persistente esfuerzo del ser humano para
encontrar su lugar en el mundo. Y, sin embargo, puede afirmarse que solo cuando la luz
ha sido domesticada y controlada mediante artefactos que regulan nuestra relación con
ella o permiten canalizarla hacia ese objeto que queremos destacar, es decir, solo cuando
somos capaces de convertir la luz en instrumento que moldea el espacio y lo individualiza,
a la vez que lo reintegra a la universalidad de las leyes cósmicas, y solo entonces, cabe
hablar con propiedad de la arquitectura como arte, como facultad del espíritu, y de
aquellos que la ejercen como verdaderos arquitectos.

Elisa Valero, valiéndose de su fina intuición y de su perspicaz mirada, ha sabido desde el


principio que la luz forma parte de los ingredientes esenciales de la arquitectura. No en
vano su tesis doctoral versaba sobre este tema y dio lugar a un libro titulado La materia
intangible; reflexiones sobre la luz en el proyecto de arquitectura. Solo que, lejos de toda
pretensión metafísica, ella analiza la acción de la luz sobre los cuerpos y las cosas viéndola
como recurso técnico que conviene ante todo estudiar y experimentar, es decir, conocer,
en vez de encasillar el tema, sin más trámites, en la esfera de lo trascendente y lo inefable,
lo cual sería una forma de neutralizarlo.

Esplendor y claridad son sinónimos de luz, mientras que oscuridad y tinieblas son sus
antónimos. Elisa Valero, citando a Le Corbusier, afirma que “cuando el ojo ve claramente, el
espíritu decide firmemente”. Esa firmeza que inerva sus proyectos desde dentro, resulta
compatible con la sensualidad y el sosiego de las formas. Hay en su trabajo una difícil
naturalidad que, inicialmente, remite a un mundo de formas distendidas y estáticas; pero
cuando éstas entran en carga, es decir, cuando alguien activa el edificio y éste empieza a
actuar como un diafragma que calibra su luz interior, dichas formas se tensan, los
elementos materiales se perfilan y muestran la distancia que los separa; el espacio cobra
entonces su justa medida y la tonalidad que le reclama el uso. Y todo ello se produce
gracias al don de la luz, siempre que se maneje con la pericia y el rigor que Le Corbusier
reclamaba a los arquitectos en su famosa advertencia: “las técnicas constituyen la base del
lirismo”.

Centro social polivalente en Escuela infantil en el Serrallo, Escuela infantil en el Serrallo,


Lancha del Genil, Granada Granada Granada

2. La luz es a la arquitectura lo que el viento a la navegación a vela, o lo que el toro bravo a


la tauromaquia: una energía incontenible y desbocada que, a través del ingenio, el saber y
la paciencia humanos, hay que reconducir y domesticar, convirtiéndola en nuestra aliada.
Al toro le corresponde embestir y al torero lidiar, es decir, transformar la fuerza de la
embestida en calculado desplazamiento, en detención tensa y concentrada, en
movimiento y compás, en “figura” dinámica de una danza capaz de reunir en una sola
cosa al toro, al torero y al engaño. Así opera el verdadero arquitecto con la luz,
enredándola en sus artificios, convirtiéndola en obediente protagonista de un acto ritual
cuyo guión solo él conoce. Así procede Elisa Valero, observando el problema de frente con
actitud atenta y expectante, manteniendo firmes los ejes que rigen el proyecto y
amoldando la construcción a las circunstancias que el lugar va desvelando al arquitecto,
susurrándole al oído sus secretos. Así es como se lidia una obra de arquitectura.

Hay, ciertamente, unos climas más propicios que otros para la práctica y el disfrute de la
arquitectura. Pero, excluyendo los extremos, son muchas las regiones climáticamente
hospitalarias del planeta. En todas ellas, el sol, la única fuente primigenia de luz para el
humano, ejerce su soberanía indiscutida. Y al sol, como a todo soberano, hay que tratarle
a la vez con respeto y con distancia: conviene que no nos desasista, pero también hay que
procurar que no nos aplaste. Al conjunto articulado de protocolos que regulan las
relaciones que se generan entre el sol como fuente de energía y de luz, y el lugar que el
ser humano adopta como espacio habitable, le llamamos arquitectura.

Por instinto y por elección, la obra de Elisa Valero pertenece a una de esas partes del
planeta predestinadas a acoger la vida humana: la que, con suficiente imprecisión,
llamamos el Mediterráneo. Después de haber pensado en ello, no encuentro ninguna
caracterización más compresiva del trabajo de esta joven arquitecta que su radical
pertenencia a la cultura del mediterráneo. Sé que esta expresión arrastra consigo gran
cantidad de tópicos y equívocos. Pero, a pesar de ello, creo que mantiene incólume su
sentido profundo, su capacidad de aglutinar visiones surgidas de pueblos tan diversos y
en épocas tan distantes.

No hace mucho, en una brillante nota periodística, Xavier Monteys recordaba que a la
pregunta de hasta dónde llega el Mediterráneo se suele responder: hasta donde llega el
olivo. A lo que cabría añadir: hasta donde el paisaje es dominado por el muro blanco. Los
muros blancos que acotan, encuadran o recintan las obras de Elisa Valero, y que hasta
ahora han sido uno de los más claros signos distintivos de su obra, son así porque no
requieren ser de otro modo. Solo los ignorantes pueden tomarlos como signo de pobreza
cuando, en realidad, son prueba de austeridad y de elegancia, o sea, de auténtica riqueza.

3. Desde el estudio de Elisa Valero se pueden contemplar las murallas, las torres y los
bosques de la Alhambra. A mi juicio, no se trata de un hecho fortuito sino de una elección
bien calculada. Todo arquitecto, para crecer, elige a unos maestros con los que
confrontarse, unos puntos fijos que le acompañan y le sirven de referencia. Una pequeña
construcción o un gran monumento también pueden ser un maestro. Elisa Valero ha
adoptado la Alhambra como su gran maestro y es lógico que, para dejarse empapar por
sus lecciones, quiera estar cerca de él. Pero estos monumentos-maestros no dictan sus
lecciones en público; hay que acercarse a ellos con calma y actitud concentrada, guardar
silencio y esperar a que nos hablen.

Así lo han hecho a lo largo de la historia tantos y tantos arquitectos que, además de visitar
la Alhambra, han sabido comprenderla y han regresado a su mundo transformados,
incubando una fiebre y un deseo de arquitectura que se ha instalado en su espíritu de un
modo crónico. Valga por todos el ejemplo señero de Luis Barragán. La Alhambra fue para
Barragán un verdadero tratado de arquitectura y de vida al que siempre cabía acudir para
consultarle lo que uno quisiera y cuando uno quisiera. Y si queremos citar algún otro
ejemplo en esta misma línea podríamos nombrar a Julio Cano Lasso, con el que Elisa
Valero tiene más de un punto de contacto.

El monumento es, además, un maestro que puede ser compartido por muchos y que, por
ello mismo, genera en torno a sí un grupo apiñado de discípulos, una especie de sociedad
secreta de la que forman parte muchos más socios de los que, en principio, cabría
suponer. Estamos, pues, en las antípodas del llamado star system que se caracteriza por la
suposición de que cualquiera puede pasar por estrella siempre que tenga el descaro
suficiente para hacernos creer que brilla con luz propia, sin darse cuenta de que tan solo
el sol puede ostentar esa condición en nuestro sistema planetario.

Cuando la luz natural ilumina la arquitectura de un modo matizado podemos tener la


sugestión de que esa luz es irradiada desde su interior por la propia materia. Pero es aun
más extraordinario comprender que esa luz es el reflejo del fulgor primigenio que, al
rebotar en los límites del mundo, va delineando las formas del tiempo cotidiano. Los
cuerpos más bellos son los que saben que la luz que reflejan no les pertenece, y son
entonces el testimonio de que su luz es, ante todo, el reflejo de algo, el anuncio de algo
que está por manifestarse pero que de momento nos resulta inasequible y misterioso.

   

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