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Sin embargo, a veces pareciera que ya hay enfoques teóricos dominantes; pareciera que
hay sectores del conocimiento que se muestran a sí mismos como los victoriosos y
conquistadores de la educación especial; y no, no es así.
Porque hay diversas formas de hablar sobre la educación especial (así como de cualquier
otro tema, si somos honestos), hay muchos caminos por los cuales abordar sus
problemáticas, muchos límites y lugares comunes, zonas inexploradas y senderos harto
caminados que son reconocibles de lejos, a simple vista, y pueden ser, incluso, evitados.
Es por ello que utilizar al psicoanálisis para hablar de la educación especial es importante,
interesante y necesario; ya que sólo desde el discurso psicoanalítico podemos hablar de
los sujetos de la educación especial y sus procesos de desarrollo subjetivos, tanto que
sujetos también de una cultura y un deseo.
Pero paso a paso, para evitar hablar de más sin poder transmitir nada. Empecemos
definiendo lo que es el sujeto en el psicoanálisis.
Objetivo:
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1: El concepto de sujeto en psicoanálisis
El sujeto experimental aparece como aquel que se somete a una investigación de la cual
podremos definir o estudiar alguna conducta, esperada previamente por el trabajo teórico
hecho para llevar a cabo dicha investigación; no obstante, de este sujeto experimental
sólo podemos esperar una respuesta entendible en términos “objetivos” según la teoría. Y
lo objetivo, es lo medible, lo cuantificable, lo perceptible y comprobable.
Por lo que (y esto no es más que una aseveración personal formulada por mi experiencia
previa en cuanto a teoría y práctica) este sujeto, visto de esta manera, es más bien
nuestro objeto (quizá y con toda la implicación de dicha palabra). Lo usamos, lo
transformamos, lo delimitamos, lo medimos, lo reformamos; ergo, esperamos algo de él y
actuamos en pos de ello.
Si sucede lo que esperamos, comprobamos una hipótesis; si no, la refutamos y tan tan, se
plantean posibles explicaciones, se concluye y el resto es historia.
Sin embargo, todo este proceso nos dice muy poco respecto al sujeto; precisamente
porque ese no es el objetivo de este método en particular; por lo que tampoco es
necesario tener una definición de “sujeto”.
Sin embargo, para el psicoanálisis es un concepto de gran peso, eje principal en la gran
mayoría de sus aportes; es por ello que hay que iniciar abordándolo de la manera más
simple y concisa posible, puesto que por sí mismo es un tema que podría abarcar todo un
libro y aquí sólo lo retomaremos para proseguir con el desarrollo teórico.
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“Sujeto” viene del verbo “sujetar”, proveniente del latín “sub-“ (debajo) y “iactare”
(lanzar). En su sentido más literal, sería lanzar hacia abajo algo; no obstante, el verbo
iactare se usaba para objetos sin importancia que pudiesen desecharse, teniendo en
cuenta que aquél que lo arrojaba tenía poder sobre aquello arrojado. Echar algo abajo que
está en tu poder, implicaba dominarlo (recordemos que el latín proviene del Imperio
Romano) puesto que la posición favorecía al que estaba arriba. Entonces el sujeto, aquél
que está sujetado, resulta ser el dominado. (Diccionario etimológico español en línea,
2017).
Es así que desde nuestro español, el sujeto es alguien que está dominado, pero ¿qué o
quién lo domina?
Freud, conocido también como el “padre del psicoanálisis”, tuvo una evolución teórica a lo
largo de su vida, que producía cambios en sus conceptos, renovaciones, alteraciones,
correcciones, etcétera. Esto quiere decir que si un concepto se mencionó al principio de su
obra, muy probablemente tuvo modificaciones en obras posteriores, por lo que hablar de
una sola definición fija de algo, sería bastante inexacto.
Asimismo, algunos conceptos que se le atribuyen a Freud, no fueron delimitados como tal
por él, como conceptos concretos; ese trabajo lo tuvieron los posfreudianos.
Este par de aclaraciones particulares las hago porque el concepto de “sujeto” cumple con
ambas.
Ahora, para llegar al concepto de “sujeto” en Freud, es necesario hablar de otro concepto,
bien delimitado y explicado en los textos freudianos; este concepto es el de “la pulsión”.
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La pulsión se encuentra en el límite entre lo somático y mental, y es el representante
psíquico de los estímulos del interior del organismo (Freud, 1915/1996; citado en: de
Freitas, 2012). Ella desestabiliza la tendencia a la inercia, presente en la vida psíquica,
funcionando como un vacío que exige que se haga una acción para suprimir el
desequilibrio tensional. Al venir del interior no hay forma de escapar. De igual forma, la
pulsión proviene del cuerpo erógeno, aquél que busca y siente placer; éste que, a su vez,
es fuente de la pulsión (de Freitas, 2012).
La pulsión se dirige del yo (su fuente) a su objeto y retorna, evitando el dolor; ésta sería su
función, pues, cuando un concepto doloroso busca hacerse consciente, debería tomar una
ruta alternativa, una imagen acústica diferente a la original para poder llegar a la
superficie. El hecho de reivindicar el significado (concepto) y el significante en su unión
verdadera y estable, sería la cura desde el psicoanálisis. No obstante, para lograr ello, se
debería de romper con la resistencia que pone el sistema mismo para evitar que lo
reprimido (lo oculto para evitar el dolor) se vuelva consciente.
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De Freitas (2012) menciona que en la obra de Freud, lo inconsciente también puede ser
entendido como el sujeto; debido a que sale rápidamente ante un acontecimiento. Yo,
personalmente, discrepo de forma parcial de esta aproximación, ya que lo inconsciente
dirige la vida anímica y las acciones del sujeto; lo inconsciente como oculto no puede ser
igualado al sujeto; no obstante, lo inconsciente se sujeta a los caminos de la pulsión, he
aquí que puedo estar de acuerdo.
Para resumir hasta este punto, el concepto de sujeto para Freud, fue madurándose
durante toda su obra sin delimitarse completamente; no obstante podemos remarcar
algunas de sus características establecidas implícitamente en los textos:
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“superyó” del sujeto. El sujeto, entonces, está sujetado también a las normas y
reglas del otro, a partir del superyó.
El sujeto, por último, se sujeta a su deseo. Esto quiere decir que la pulsión, en su
constante búsqueda de realizarse, deberá utilizar representaciones (objetos) para
hacerlo; sin embargo, como la pulsión necesita de vacío para existir, en el
momento en que se realiza, buscará otro objeto. Es en esta fugacidad del objeto a
lo que se sujeta el sujeto (valga la redundancia).
Para Lacan, el yo se construye a partir de la imagen del otro. Esto quiere decir que el
sujeto, en un momento niño, satisface en sí mismo un deseo de la madre, la que lo ve
completo porque para ella el niño la completa. Es en esta imagen en la que el niño se ve, a
partir de la mirada de la madre; y al verse completo, cristaliza en sí mismo una imagen de
completud. De esta forma se constituye el yo, a partir del otro. (Bleichmar, 1984)
Sin embargo, el niño como deseo de la madre, se constituye tanto que sea de cierta
forma. El deseo se puede materializar como objeto en cualquier cosa, por lo que en el
niño, esa cosa que lo convirtió en objeto de deseo se convierte en el “yo ideal”. Mas, una
vez pasados los efectos de la castración, el niño forma su ideal del yo, tanto que ya no es
el objeto de deseo; dejo de ser objeto por lo que ya no está completo, algo le falta, y esta
falta es dada por el otro. Aquí surge el sujeto segmentado, sujetado al lenguaje (y la
cultura), al deseo y a lo inconsciente (de Freitas, 2012).
Más adelante, ante la introducción del “goce” en la teoría lacaniana, surge una nueva
conceptualización del sujeto, tanto que constituido por el otro (y el Otro, pero decirlo así
sería adelantar mucho y explicar poco). Esto quiere decir que el Otro es el que actúa, goza,
a través del cuerpo del sujeto. Pero de esto mismo es de lo que no quiere saber el sujeto;
por lo que el trabajo en psicoanálisis sería extraer el significante (puro) para que puedan
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existir los significantes del inconsciente de los que el sujeto tendrá que desidentificarse y
elegir aquél que no es, aquél en el que es falta de ser (de Freitas, 2012).
Y, debido a que los significantes provienen de la cultura y el sujeto deberá ser aquello que
no es; él sólo puede aparecer entre uno y otro; por lo tanto, así como en Freud el objeto
era fugaz; en Lacan el sujeto también lo es. El sujeto, entonces, se vuelve “efecto” de la
alteración de su lugar a un plano no de espacio, sino de tiempo. Esto es el concepto de
“falasia” en Lacan.
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2: La relación triangular madre-hijo-padre en el proceso de construcción
psicológica del niño (la función materna, paterna y la condición de hijo)
Función materna:
Jerusalinsky (1988) nos explica como el cachorro humano (antes de ser sujeto) llega al
mundo limitado biológicamente por su desarrollo; no obstante se le recibe en un lugar de
falta del agente materno (aquél que lo ama, tanto que lo completa). Este espacio de la
falta sólo puede existir mientras que el agente materno se encuentre en una castración
simbólica inscripta en el Nombre-del-Padre.
¿Qué se quiere decir con esto? Que la mujer, cuya falta se refleja en el deseo del hijo, es
faltante tanto que ha pasado por su propio complejo de Edipo, constituyéndose sujeto, y a
su vez, prepara el terreno para que este cachorro humano advenga sujeto. Ella ve en el
hijo todo aquello que le falta, por lo que la imagen que el niño tendrá de sí es de
completud; se verá pues reflejado en la imagen imaginaria de completud que tiene la
madre.
No obstante, esta imagen contrasta con la percepción que recibe de su cuerpo inmaduro;
por lo que su Yo ideal dependerá de ser completo, perfecto; lo que quiere decir que
deseará el deseo de la madre, dirigiéndolo hacia sí mismo. Pero esto sólo le revela al hijo
la falta en la madre. Esta falta expresada en el deseo de la madre hacia el hijo sigue
estando determinada por el Nombre-del-Padre, puesto que el goce de ella está restringido
a lugares externos al hijo, tanto que el Nombre-del-Padre sea significante de la Ley de
Prohibición del Incesto, por lo que deberá dirigir su deseo al Otro. El hijo entonces se
vuelve el fetiche de la madre deseante, que deberá encontrar un objeto transicional en el
Otro, ahora significante de su falta; preparando así al hijo para que pueda identificarse
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con aquello que la madre desea. De esta forma es que podemos entender a la función
materna como una función transmisora, en lo simbólico, de la falta.
Función paterna:
Nos recuerdan que Freud suponía en un momento, como fenómeno universal, que existía
una atracción sexual infantil por la madre que producía celos contra el padre. Más tarde,
establecería (en sus “Tres ensayos sobre una teoría sexual”) que la sexualidad no se limita
a la genitalidad; lo que introduciría un orden psicológico.
El niño, que es deseado por la madre y que a su vez se reconoce en ese deseo, es
amenazado por el padre (tanto que es la ley que prohíbe el incesto). Esta amenaza
consiste en separarlo de la madre (siendo que él completaba la madre, esto es, que era su
falo), produciendo así una amenaza de castración; y aunada a la falta de pene en el cuerpo
femenino, genera la angustia en el Edipo masculino. Esta separación es ejecutada por el
padre, siendo ésta la función paterna para Freud.
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Sin embargo, para Lacan, esta función fallará en todas las ocasiones ya que habrá algo de
lo que no se quiere saber (el goce tanto que padre-metáfora paterna) basado en el hecho
que ningún padre podrá fungir totalmente como padre simbólico; “ningún padre está a la
altura” (Aranda et. al., 1999, p. 4).
La condición de hijo:
Hasta ahora hemos tratado las funciones materna y paterna, mencionando a partir de ella
rasgos del niño tanto que cachorro que advendrá sujeto. En esta relación triangular, los
tres se modifican mutuamente; como si se tratase de un pedazo de metal magnetizado
dentro de un campo magnético, diría Bleichmar (1984) en una acertada metáfora. Sin
embargo, no hemos tomado ningún concepto sobre lo que es ser niño desde el
psicoanálisis.
Rodulfo (1996) sugiere que la cuestión del niño debe ser tomada desde su prehistoria (ya
sea desde la concepción freudiana de “los primeros años de vida”; como también
pensándola en la historia de sus ancestros), pues así entenderemos cuando el niño (que a
veces no se sabe cómo tratarlo y para ello se han creado innumerables pruebas que se
enfocan en su existencia tanto espacio físico interactivo) fantasea, sueña o relata. Esto
pone sobre la mesa lo que le precedió a su existencia; la historia y las costumbres que le
fueron transferidas y transmitidas, y que han resultado determinantes. “Tenemos que
retroceder a donde él no estaba aún” (Rodulfo, 1996, p. 18).
El niño, que es arropado (nuevamente, hago uso de una palabra en toda su acepción
posible) por la madre y el padre, es introducido a la cultura, de la cual, la familia es piedra
angular; esto quiere decir que, al igual que toma las leyes universales del deber ser; toma
de su familia también leyes particulares; que se actualizan en él y lo forman; y que pueden
ir en contra, incluso, de las leyes universales; siendo así que sus patologías podrían ser, o
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no, transferidas al niño. Podría decirse entonces que hay en el imaginario del niño, un
significante que se repite y transforma de generación en generación. (Rodulfo, 1996).
Toda esta última cuestión, se establece tanto que el niño es una temporalidad; no
obstante, el niño puede verse también como lugar, aquél que ocupa en cualquiera de los
planos. El niño puede vivir aún en la madre, pudo haberse mudado al padre; lo que nos
diría de donde está sujetado, o sea, qué deseo cumple este niño. Esto describiría el lugar
que se le da al niño en el mito familiar.
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3: Los destinos del niño en el proceso de su construcción psicológica: la relación
fantasmática madre-hijo
El niño como falo ya lo tratamos al hablar de la función de espejo; tanto que resulta
aquello que la madre desea para ser completa, expresando así su castración. La madre
desea que viva, puesto que con ello podrá cumplir lo que desea: tener un falo; y que
repetirá su destino de castración, al serle retirado por el padre.
El niño como síntoma, fue tratado someramente al hablar de la prehistoria del niño.
Cuando en la historia familiar y en sus costumbres hay un significante que se repite,
funciona como sentencia que puede o no llevarse a cabo. No obstante, el significante se
transmite y se transforma. Cuando este significante toma forma en la vida psíquica de uno
de los padres (o de ambos), y no se tiene el medio para realizarse, el niño puede llegar a
ocupar este lugar, completando así la estructura necesaria para que se repita y se realice
el significante. En este sentido el niño es el síntoma a través del cual sucede algo en la vida
psíquica.
Por último, el niño como fantasma, puede verse reflejado de forma sencilla cuando se
tiene a un hijo inmediatamente después de que haya fallecido otro; y comparten el mismo
sexo y se les pone el mismo nombre.
Este hijo llega a ocupar el lugar de alguien muerto, constituyéndose así como muerto
viviente. De tal forma que se invalida la particularidad del hijo nuevo, imponiéndole un
destino en lo simbólico. La madre aquí podría tornarse sobreprotectora, precisamente
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para evitar que el destino se repita, perdiendo nuevamente al hijo muerto que tiene vida.
Al no dejar morir al muerto, el que está vivo no deja de morir; se encuentra muriendo
constantemente.
Este destino puede verse reflejado también al tratarse de un hijo discapacitado. El hijo
discapacitado llega a ocupar el lugar del hijo “completo” que nunca llego; ocupa, pues, en
lo simbólico, un lugar que no estaba destinado para él, borrando así su particularidad. Esto
es riesgoso tanto que el Edipo sería modificado ya que el hijo incompleto no puede
completar a la madre deseante. El hijo no deseado muere constantemente ante el
imaginario de uno completo que no vivió.
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4: El proceso de significación familiar de la deficiencia mental: la demanda y la
resistencia parental.
Muerte que, aunque negada, está ahí, expresada como amor sublime, como indiferencia o
rechazo (Mannoni, 1990). Sin embargo, aunque la idea de muerte (el niño como fantasma)
esté ahí; ella buscará a los especialistas, precisamente para poder preguntar aquello de lo
que no quiere saber; puesto que espera que su pregunta nunca tenga respuesta, por eso
la hace.
El hecho de que este niño no sea deseado y se interrumpa el Edipo, precisamente, como
vimos con Bleichmar, impedirá que ambos padres puedan culminar sus propios Edipos. La
madre no podrá ser castrada nuevamente, y el padre no será la voluntad que lo haga; por
lo que el hijo no podrá identificarse con él.
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Conclusiones
Este trabajo, realizado con el fin de poder establecer los procesos subjetivos del hijo
discapacitado desde el enfoque psicoanalítico es, precisamente, lo que pintaba al
principio: un trabajo de introducción a un campo muchísimo más amplio que necesita
atención.
Hay lugares aún inexplorados, tesis inacabadas, premisas que deben pulirse; para poder
hablar ampliamente de los sujetos de la discapacidad.
Por ello, al concluir en este trabajo, me veo obligado (e insto a todo aquel que lo lea) de
leer y expandir más este saber; para así poder, en un momento, reivindicar al psicoanálisis
no sólo en este campo, sino en todo aquel que le sea de interés. Me refiero claramente, a
todo escenario donde existan procesos inter, intra y trans subjetivos.
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Bibliografía
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