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Introducción al aparato respiratorio

El aparato respiratorio comienza en la nariz y la boca y continúa a través de las vías


respiratorias y los pulmones. El aire entra en el aparato respiratorio por la nariz y la boca
y desciende a través de la garganta (faringe) para alcanzar el órgano de fonación
(laringe). La entrada de la laringe está cubierta por un pequeño fragmento de tejido
(epiglotis) que se cierra de forma automática durante la deglución, impidiendo así que el
alimento alcance las vías respiratorias.
La tráquea es la vía respiratoria de mayor calibre. La tráquea se divide en dos vías
respiratorias de menor calibre: los bronquios derecho e izquierdo, que se dirigen hacia
ambos pulmones.
Los pulmones y demás órganos del tórax están protegidos por una caja ósea (comúnmente
denominada caja torácica) que está constituida por el esternón, las costillas y la columna
vertebral. Los doce pares de costillas se curvan, desde la parte posterior, alrededor del
tórax. Cada par de costillas se conecta con los huesos de la columna (vértebras). En la
parte frontal, los siete primeros pares de costillas se unen directamente al esternón por
medio de los cartílagos costales. El octavo, noveno y décimo par de costillas se unen al
cartílago del par inmediatamente superior. Los dos últimos pares (costillas flotantes) son
más cortos y no se unen al esternón en su. parte frontal.
Cada pulmón está dividido en secciones (lóbulos): tres en el pulmón derecho y dos en el
izquierdo. El pulmón izquierdo es ligeramente más pequeño que el derecho porque
comparte espacio con el corazón, también en el lado izquierdo del tórax.
Los pulmones están alojados en la cavidad torácica, un espacio que también contiene
el mediastino, éste está en el centro del tórax y contiene el corazón, el timo, ganglios
linfáticos, un segmento de la aorta y de la vena cava, la tráquea, el esófago y algunos
nervios.
Abarca el área limitada por el esternón por la parte anterior, la columna vertebral por la
parte posterior, la entrada de la cavidad torácica por la parte superior y el diafragma por
la parte inferior. Desde el punto de vista funcional, el mediastino separa el pulmón derecho
del izquierdo. Por ejemplo, si la pared torácica sufriera una perforación en un costado que
provocara el colapso de uno de los pulmones, el otro permanecería inflado y funcional,
gracias a que los pulmones están separados por el mediastino.
Interior de los pulmones y de las vías respiratorias
Los bronquios, a su vez, se ramifican múltiples veces en vías respiratorias más finas, hasta
acabar en las más finas de todas (bronquiolos), que tienen un diámetro inferior a medio
milímetro. Las vías respiratorias se asemejan a un árbol invertido, por lo que esta parte
del aparato respiratorio a menudo se denomina árbol bronquial. Las vías respiratorias de
gran calibre se mantienen abiertas gracias a un tejido conjuntivo, semiflexible y fibroso,
llamado cartílago. Las vías respiratorias de pequeño calibre se sostienen mediante el
tejido pulmonar que las rodea y que está adherido a ellas. Las paredes de las vías
respiratorias más pequeñas tienen una delgada capa circular de músculo liso. El músculo
de las vías respiratorias puede dilatarse o contraerse, cambiando de este modo el calibre
de las vías respiratorias.
Al final de cada bronquiolo hay miles de pequeños sacos de aire (alvéolos).
Conjuntamente, los millones de alvéolos de los pulmones forman una superficie de más de
100 m2.
En el interior de las paredes alveolares se encuentra una densa red de diminutos vasos
sanguíneos denominados capilares. La barrera entre el aire y los capilares,
extremadamente fina, permite que el oxígeno pase desde los alvéolos hacia la sangre y que
el dióxido de carbono pase desde la sangre en el interior de los capilares hacia el aire en
el interior de los alvéolos.

La pleura es una fina membrana transparente que recubre los pulmones y que, además,
reviste el interior de la pared torácica. Permite que los pulmones se muevan suavemente
durante la respiración, incluso cuando la persona está en movimiento. Normalmente, entre
las dos capas de la pleura solo hay una pequeña cantidad de líquido lubricante. Las dos
capas se deslizan suavemente, una sobre otra, cuando los pulmones cambian de tamaño y
de forma.

Intercambio de oxígeno y dióxido de carbono


Para mantenerse con vida, el cuerpo necesita producir energía suficiente. Dicha energía
se produce por la combustión de las moléculas de los nutrientes, que se oxidan cuando se
combinan con oxígeno. La oxidación supone la combinación del carbono y el hidrógeno
con el oxígeno para formar dióxido de carbono y agua. El consumo de oxígeno y la
producción de dióxido de carbono es un proceso indispensable para la vida.
En consecuencia, el cuerpo humano necesita un sistema orgánico especializado en
el intercambio de dióxido de carbono y oxígeno entre la sangre y la atmósfera, a una
velocidad adecuada a las necesidades del organismo e incluso en el momento de máximo
esfuerzo. El aparato respiratorio permite la entrada de oxígeno al organismo, así como la
salida del dióxido de carbono.
La principal función del aparato respiratorio es el intercambio de oxígeno y dióxido de
carbono. El oxígeno inhalado penetra en los pulmones y alcanza los alvéolos. Las capas
de células que revisten los alvéolos y los capilares circundantes se disponen ocupando el
espesor de una sola célula y están en contacto estrecho unas con otras. Esta barrera entre
el aire y la sangre tiene un grosor aproximado de una micra ( 1/10 000 cm). El oxígeno
atraviesa rápidamente esta barrera aire–sangre y llega hasta la sangre que circula por los
capilares. Igualmente, el dióxido de carbono pasa de la sangre al interior de los alvéolos,
desde donde es exhalado al exterior.
La sangre oxigenada circula desde los pulmones por las venas pulmonares y, al llegar al
lado izquierdo del corazón, es bombeada hacia el resto del organismo (ver Biología del
corazón : Función del corazón). La sangre con déficit de oxígeno y cargada de dióxido de
carbono vuelve al lado derecho del corazón a través de dos grandes venas: la vena cava
inferior y la vena cava superior. A continuación, la sangre es impulsada a través de la
arteria pulmonar hacia los pulmones, donde recoge el oxígeno y libera el dióxido de
carbono.
Para mantener el intercambio entre oxígeno y dióxido de carbono, entran y salen de los
pulmones entre 5 y 8 L de aire por minuto, y cada minuto se transfiere alrededor del 30%
de cada litro de oxígeno desde los alvéolos hasta la sangre, aun cuando la persona esté en
reposo.
Al mismo tiempo, un volumen similar de dióxido de carbono pasa de la sangre a los
alvéolos y es exhalado. Durante el ejercicio, es posible respirar más de 100 L de aire por
minuto y extraer de este aire 3 L de oxígeno por minuto.
La velocidad de entrada del oxígeno en el organismo es una medida importante de la
cantidad total de energía consumida por este. La inspiración y la espiración se llevan a
cabo gracias a los músculos respiratorios.
Los procesos esenciales para la transferencia del oxígeno desde el aire del exterior a la
sangre que fluye por los pulmones son 3:
1. Ventilación: proceso por el cual el aire entra y sale de los pulmones.
2. Difusión: es el movimiento espontáneo de gases entre los alvéolos y la sangre de los
capilares pulmonares sin intervención de energía alguna o esfuerzo del organismo.
3. Perfusión es el proceso por el cual el sistema cardiovascular bombea la sangre a los
pulmones.
La circulación corporal es un vínculo esencial entre la atmósfera, que contiene oxígeno,
y las células del cuerpo, que lo consumen. Ejemplo: el aporte de oxígeno a todas las
células musculares del organismo depende no solo de los pulmones sino de la capacidad
de la sangre para transportar oxígeno y de la capacidad de la circulación para llevar
sangre al músculo.

Control de la respiración
El centro respiratorio, situado en la parte inferior del cerebro, controla de forma
involuntaria la respiración, que, en general, es automática. La respiración continúa
durante el sueño e incluso cuando se está inconsciente. Una persona también puede
controlar la respiración según la necesidad, por ejemplo durante el habla, al cantar o
conteniéndola de forma voluntaria. El cerebro, la arteria aorta y las arterias carótidas
cuentan con unos pequeños órganos sensoriales que analizan la sangre y detectan los
niveles de oxígeno y dióxido de carbono. Normalmente, una elevada concentración de
dióxido de carbono es el estímulo más potente para respirar de manera más profunda y
con mayor frecuencia. Por el contrario, cuando la concentración de dióxido de carbono es
baja, el cerebro disminuye la frecuencia y la profundidad de la respiración
La frecuencia respiratoria del adulto durante el reposo es de unas 15 inspiraciones
(inhalaciones) y espiraciones (exhalaciones) por minuto.
Músculos respiratorios
Los pulmones no poseen músculos esqueléticos propios. El trabajo de la respiración lo
realiza principalmente el diafragma y, en menor medida, los músculos intercostales,
cervicales y abdominales.
El diafragma, un músculo laminar en forma de cúpula que separa la cavidad torácica del
abdomen, es el músculo más importante para la inhalación o inspiración. Se adhiere a la
base del esternón, el borde inferior de la caja torácica y la columna vertebral.
A medida que el diafragma se contrae y se desplaza hacia abajo,, aumenta la longitud y el
diámetro de la cavidad torácica de manera que los pulmones se expanden.
Los músculos intercostales participan en la respiración ayudando a movilizar la caja
torácica.

El proceso de exhalación o espiración es habitualmente pasivo cuando no se están alizando


esfuerzos. La elasticidad de los pulmones y de la pared de la caja torácica, que se abre
enérgicamente durante la inspiración, les permite recuperar su posición de reposo y
expulsar el aire de los pulmones cuando los músculos respiratorios se relajan. Por lo tanto,
cuando una persona está en reposo, no se requiere ningún esfuerzo para espirar. Durante
el ejercicio intenso, sin embargo, ciertos músculos participan en la espiración. Los
músculos abdominales son los más importantes en esa situación. Estos músculos se
contraen, elevan la presión abdominal y empujan el diafragma relajado contra los
pulmones, con lo que el aire es expulsado.
Los músculos utilizados en la respiración pueden contraerse solo si los nervios que los
conectan con el cerebro están intactos. En algunas lesiones del cuello o de la espalda, la
médula espinal se puede seccionar, rompiéndose así la conexión del sistema nervioso entre
el cerebro y los músculos, de modo que la persona afectada puede morir si no recibe
ventilación artificial.

Mecanismos de defensa del sistema respiratorio


Como promedio, una persona que realiza una actividad moderada durante el día respira
alrededor de 20 000 L de aire cada 24 horas. Inevitablemente, este aire (que pesaría más
de 20 kg) contiene partículas y gases potencialmente nocivos.
Las partículas, como el polvo, el hollín, el moho, los hongos, las bacterias y los virus se
depositan en las vías respiratorias y en las superficies alveolares. Afortunadamente, el
aparato respiratorio tiene mecanismos de defensa para limpiarse y protegerse por sí
mismo. Solo las partículas extremadamente pequeñas, con un diámetro inferior a 3-5
micras, penetran profundamente en el pulmón.
Los cilios, unas minúsculas proyecciones musculares parecidas a los cabellos que
sobresalen de las células que recubren las vías respiratorias, son uno de los mecanismos
de defensa del aparato respiratorio.
Los cilios propulsan una capa líquida de mucosidad que recubre las vías respiratorias.
La capa de mucosidad atrapa microorganismos patógenos (microorganismos
potencialmente infecciosos) y otras partículas, impidiendo que lleguen a los pulmones.
Los cilios se agitan más de mil veces por minuto y desplazan hacia arriba la mucosidad
que recubre la tráquea a una velocidad aproximada de 0,5 a 1 cm por minuto. Los
microorganismos patógenos y las partículas que quedan atrapados en esta capa de
mucosidad son expulsados al toser o arrastrados hasta la boca y deglutidos.
Los macrófagos alveolares, un tipo de leucocitos (glóbulos blancos) situados en la
superficie de los alvéolos, constituyen otro mecanismo de defensa pulmonar. Para realizar
el intercambio gaseoso, los alvéolos no están protegidos por moco ni cilios, ya que su
grosor haría más lento el trasiego de oxígeno y dióxido de carbono. En lugar de ello, los
macrófagos alveolares buscan las partículas depositadas, se adhieren a ellas, las ingieren,
las matan si están vivas y las digieren. Cuando los pulmones están expuestos a graves
amenazas, pueden incorporarse desde la circulación glóbulos blancos adicionales,
especialmente neutrófilos, para contribuir a ingerir y eliminar los agentes patógenos. Por
ejemplo, cuando una persona inhala una gran cantidad de polvo o se está defendiendo de
una infección respiratoria, se producen más macrófagos y se reclutan más neutrófilos.

Efectos del envejecimiento sobre el sistema respiratorio


Aparato respiratorio. Las personas mayores también padecen cambios en la anatomía y en
la función del aparato respiratorio que tienen grandes implicaciones en el estado de los
ancianos.
La vía respiratoria está formada por la nariz, la laringe, la tráquea, los bronquios
principales y secundarios y los bronquiolos.
Para mantenerse con vida, el cuerpo necesita producir energía suficiente. Dicha energía
se produce por la combustión de las moléculas de los nutrientes, que se oxidan cuando se
combinan con oxígeno. La oxidación supone la combinación del carbono y el hidrógeno
con el oxígeno para formar dióxido de carbono y agua. El consumo de oxígeno y la
producción de dióxido de carbono es un proceso indispensable para la vida. En
consecuencia, el cuerpo humano necesita un sistema orgánico especializado en
el intercambio de dióxido de carbono y oxígeno entre la sangre y la atmósfera, a una
velocidad adecuada a las necesidades del organismo e incluso en el momento de máximo
esfuerzo. El aparato respiratorio permite la entrada de oxígeno al organismo, así como la
salida del dióxido de carbono.

Los efectos del envejecimiento en el aparato respiratorio son similares a los que se
producen en otros órganos: la funcionalidad máxima se va perdiendo gradualmente. Los
cambios relacionados con la edad en los pulmones incluyen

 Disminución del flujo de aire máximo y del intercambio de gases


 Disminución en indicadores de la función pulmonar como la capacidad vital (la
cantidad máxima de aire que puede ser espirada tras una inspiración máxima);
 Debilitamiento de los músculos respiratorios
 Disminución de la efectividad de los mecanismos de defensa del pulmón d

 Disminución de la elasticidad de los bronquios

 disminución de la movilidad del tórax por las alteraciones esqueléticas y musculares

 aumento del tejido fibroso entre los alveolos, lo que dificulta el paso del oxigeno a
la sangre y del dióxido de carbono al aire espirado

 cambios en el sistema de defensa, con una disminución de los cilios en el árbol


bronquial (las “escobas” que intentan expulsar las partículas de suciedad que
contiene el aire) y un aumento de la producción de moco, lo que puede llegar a
obstruir el paso del aire hacia los alveolos.

En las personas sanas, estos cambios relacionados con la edad rara vez producen
síntomas. Estos cambios contribuyen, hasta cierto punto, a reducir la capacidad de una
persona de edad avanzada para realizar ejercicios vigorosos, especialmente ejercicio
aeróbico intenso como correr o practicar ciclismo o alpinismo. Sin embargo, las
disminuciones de la función del corazón relacionada con la edad pueden ser una causa
más importante de estas limitaciones.

Las personas de edad avanzada presentan un riesgo más elevado de


desarrollar neumonía después de infecciones bacterianas o víricas. Por lo tanto, las
vacunas para prevenir infecciones respiratorias como la gripe y la neumonía
neumocócica están especialmente indicadas en las personas de edad avanzada.
Más importante aún, los cambios pulmonares debidos a la edad potencian los efectos de
enfermedades cardíacas o pulmonares que la persona pudiera padecer, especialmente las
causadas por los efectos destructivos del tabaquismo.

Por todo esto se observa que la función respiratoria de las personas mayores, aún sin ser
patológica, es diferente de la de los jóvenes. El volumen de aire movilizado es menor y el
intercambio de gases es menos eficiente; esto conlleva una menor resistencia y capacidad
de adaptación al ejercicio y una menor reserva funcional para recuperarse tras su
práctica. Por otro lado, las personas mayores son más proclives a padecer infecciones
tanto bacterianas como víricas.

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