Documenti di Didattica
Documenti di Professioni
Documenti di Cultura
Es necesaria porque somos responsables de los bienes recibidos: vida, inteligencia, afectividad,
capacidad creativa…. En el ámbito social nuestra actividad afecta de hecho más o menos directamente a
la familia, a los compañeros de trabajo, a la nación y a toda la Humanidad, presente y futura. Desde la
producción y distribución de alimentos y proporcionar cobijo y protección, hasta el influjo de la ciencia,
la tecnología y el arte, lo que hacemos u omitimos es de consecuencias muy amplias. En este influjo
social encaja la ética profesional. Cada uno de nosotros, por elección o necesidad, tiene un trabajo, una
profesión, que es –obviamente- un medio de subsistencia porque llena una necesidad más o menos
importante y amplia. Sin esta multitud de profesionales apenas podría haber progreso material ni
cultural. Desde la caza y pesca más primitiva, la preparación de los útiles adecuados, de vestido y
comida, la práctica de la agricultura, la enseñanza, la arquitectura, y tecnología múltiple, hasta la
medicina, la jurisprudencia e incluso las artes liberales –como la pintura, la música, la poesía- han sido
áreas de dedicación más o menos exclusiva de diversas personas con talento y entrenamiento adecuado
para un fin concreto. Esto significa la profesionalidad: la capacidad reconocida por ofrecer un servicio
para el bien de quienes no puedan conseguir la satisfacción de una necesidad de cualquier orden por sus
propios medios de talento, tiempo o cualidades físicas. Porque se ofrece un bien, se espera y exige una
recompensa proporcionada al esfuerzo requerido para obtenerlo, ya en la actividad misma que se
realiza, ya en la preparación previa. Quien trabaja es acreedor con respecto al beneficiario de su trabajo.
La idea de remuneración –de salario o compensación final- es de ámbito universal, sea en el reparto del
alimento obtenido en la caza, la pesca o agricultura, sea en recibir los medios de subsistencia adecuada
por otra labor de orden material, cultural o incluso meramente recreativo (deporte, entrenamientos
variados).
Puesto que la profesión busca y ofrece un bien, su primer deber ético es la negación de producir un mal.
Como en el juramento hipocrático –de tanta tradición en la medicina- el primer deber es “no dañar”. Y
el daño, en el amplio campo de las diversas profesiones, puede ser físico, psicológico, cultural o
económico. Si por negligencia culpable, déficit de información requerida, engaño interesado, se rompe
la relación de confianza implícita entre el cliente y el profesional, la ética de la profesión se lesiona. Ya
en el primer código legal conocido, el de Hammurabi, se establecía el castigo (“ley de talión”) para un
constructor de casas cuya obra se derrumba y causa la muerte de un inquilino. Hoy se piden cuentas a
responsables de construcciones, aparatos domésticos, a pilotos de aviación o barcos…. Quien se
presenta oficialmente como capaz de hacer algo bien y pide una remuneración correspondiente, sufre
las consecuencias de errores o descuidos y de los males que ellos siguen.
¿En qué situaciones se puede faltar más a la ética profesional?
En los casos en los que el abuso no es fácil de detectar, es tentador hacerlo, o para evitar trabajo (por
ejemplo, no conectando adecuadamente las tuberías en un edificio) o para no ser culpado de algo
improcedente, o para mantener una dependencia que continúe produciendo nuevos ingresos (por
ejemplo más o menos ficticio del albañil que repara una gotera y rompe otras tejas para que le vuelvan
a llamar). Quien maneja dinero ajeno puede fácilmente ocultar o tergiversar compras, prestamos,
operaciones bancarias.
Ya desde tiempos bíblicos se mencionan influencias sobre jueces y poderes públicos, con algún tipo de
soborno económico o de medro social, y su presencia en nuestra sociedad forma un fondo de
corrupción que ha retrasado el progreso de pueblos enteros y continúa siendo una lacra de muchos
países, como causa de pobreza y de inseguridad pública. Entrando en ámbitos actuales en que la ética
profesional de hecho peligra, es posible dar como ejemplos –no exhaustivos pero suficientes- cuatro
tipos de actividad donde responsabilidades morales y jurídicas deben tomarse en cuenta. Nos fijaremos
en cuatro campos de control social: político, económico, cultural y de la salud.
La política tiene casi universalmente, una connotación negativa, de oportunismo, vanidad, medro
personal o de un partido. Se comentan como excepciones admirables los casos de políticos honrado, “de
manos limpias”, que no se aprovechan del poder para llenar cuentas bancarias ocultas en suiza o para
perpetuar una dinastía de familia o imponer un culto a la personalidad de un autoproclamado
“bienhechor de la patria”. Se consigue el poder en elecciones democráticas con promesas de honradez,
transparencia y eficiencia para el bien de los votantes y del país entero, pero pocas veces se da el
cumplimiento cabal de esas promesas. Se ha dicho que “todo poder corrompe, y el Poder Absoluto
corrompe absolutamente”. ¡Qué contraposición al dicho bíblico, que busca la razón de la misericordia
de Dios en su poder infinito! Y si esto ocurre en regímenes democráticos, es mucho más evidente en
todo tipo de dictaduras, que no se sienten obligadas a rendir cuentas ni a buscar el apoyo sub-siguiente
para una re-elección. En lugar de ver a la política como la dedicación honrada y total al bien común, se la
utiliza como medio de satisfacer ambiciones egoístas, en que el propio beneficio –material o de soberbia
autosuficiente- es el único criterio y motor de actividad.
Como ideal cristiano, recordemos el propuesto por Cristo con su ejemplo: “Yo no he venido a ser servido,
sino a servir” “El que de vosotros sea el primero, que sirva a los demás”. El único título del Papa es ser
“Siervo de los Siervos de Dios”.
El mundo del saber, tiene también exigencias éticas que no deben olvidarse, quienes estudian están
moralmente obligados a alcanzar el nivel de conocimientos que supone su título académico. Quienes
enseñan son responsables de su función de educadores y formadores en el sentido pleno de estas
palabras. Desde el pequeño engaño de copiar en un examen hasta el soborno del profesor para tener un
aprobado, hay una variedad de posibles faltas éticas que pueden darse aun en el caso de personas
famosas, que parecen inmunes a la critica aunque –por ejemplo- reciban un estipendio por una
conferencia anunciada sobre un tema concreto cuando luego no lo desarrollan en modo alguno.
Los profesionales que tratan en un modo directo a la persona humana tienen una especial necesidad de
observar normas éticas que protegen a sus clientes. La medicina –sea orgánica o psicológica- establece
una relación de intimidad y confianza en el profesional donde cualquier abuso es intolerable. Desde el
secreto –que es algo casi sagrado- hasta el uso de placebos o técnicas poco fiables sin el consentimiento
del paciente, la relación médica debe siempre fundarse sobre el respeto a la persona, que nunca es un
cosa ni un animal de laboratorio. Tal vez el capítulo más negro en la historia de abusos médicos sea la
supuesta experimentación científica en los campos de concentración de los nazis. Sin llegar a esos
extremos, hoy es conocido el influjo de compañías de seguros para limitar el gasto negando
tratamientos adecuados, mientras hospitales y clínicas de todo tipo se esfuerzan en extraer todo el
beneficio económico de cada paciente, con múltiples referencias y pruebas caras e innecesarias. Pero es
en el campo de la Biología y sus posibles aplicaciones médicas donde la ética tiene hoy sus mayores
desafíos. Técnicas de fecundación in vitro, de clonaciones, trasplantes de órganos, aborto y eutanasia,
van directamente –en muchos casos, si no en todos- contra el precepto de Hipócrates, “ante todo no
hacer daño” a nadie. No se justifica el hacerlo a un embrión que no puede protestar aunque eso cure a
un adulto que es cliente del médico. Ninguna persona humana puede ser sometida a una intervención
médica si no es para su propio bien (con un consentimiento informado si es posible), y no como fuente
de piezas de repuesto para otro. Cuanto más el hombre puede hacer, dominando la naturaleza, su
entorno, y aun su propio cuerpo, más necesario es ver la totalidad de la persona, imagen y semejanza de
Dios, que se hizo hombre en Cristo para darnos la máxima dignidad posible. Solo el hombre justifica
como razón suficiente el hecho de la Creación: somos la cumbre de cuanto existe de orden material y
Dios mismo es miembro de nuestra raza.