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DR. NEIL
ANDERSON
Dedico este libro
a mis queridos amigos, Ron y Carole Wormser, y también a los valientes que nos
narraron sus historias.
Que el Señor los proteja y a través de su testimonio y servicio fiel les permita
ayudar a muchos a lograr su victoria en Cristo. Han mostrado que son verdaderos
discípulos: «En esto es glorificado mi Padre: en que llevéis mucho fruto y seáis mis
discípulos» (Juan
15:8).
Agradecimientos
No hay nadie «hijo de sus obras». Sólo el «hijo de Dios» existe espiritualmente y da
fruto. Los verdaderos hijos de Dios nacen de arriba. Maduran en la medida en que
sus mentes se renuevan mediante la Palabra de Dios y por vencer la cruda realidad
de un mundo caído. Dios no nos salva de las pruebas y las tribulaciones en este
mundo, sino de una eternidad sin Él. Pasamos a esta vida eterna en el momento en
que confiamos en Él. Dios nos libra de nuestro pasado y obra por medio de las
dificultades en la vida para engendrar un carácter piadoso.
Este libro trata acerca del descubrimiento de nuestra libertad en Cristo y de nuestra
supervivencia en un mundo cuyo dios anda como león rugiente buscando a quien
devorar. Jesús dijo: «Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el
mundo tendréis aflicción, pero confiad, yo he vencido al mundo» (Juan 16:33).
Quiero dar gracias a las personas cuyas historias aparecen en este libro. Han
encontrado su paz en Cristo y han vencido al mundo. Son muy amables al
permitirme contar sus historias. En el proceso de colaborar con nosotros se vieron
obligadas a revivir el horror por el cual pasaron. Para mí, son héroes de la fe. «Y
ellos le han vencido [a Satanás] por medio de la sangre del Cordero y de la palabra
del testimonio de ellos» (Apocalipsis 12:11). Lo único que los motiva a contar sus
experiencias es ayudar a otros.
Quiero también reconocer a mis queridos amigos, Ron y Carole Wormser, que
hicieron posible este libro. Se responsabilizaron con gran parte de la redacción y
edición, y aconsejaron particularmente a algunas personas de este libro. Una pareja
preciosa que ha servido más de treinta años al Señor en la labor misionera.
Contenido
Cuando me gradué del seminario esperaba llegar a ser el capitán de un barco del
evangelio. Zarparíamos hacia el eterno atardecer, rescatando a la gente del abismo
acuático. Tendríamos estudios bíblicos, clubes para los niños y deportes para los que
les guste (con el fin de evangelizarlos, por supuesto). Nos amaríamos unos a otros.
Zarpé a cargo de mi primera misión, y casi de inmediato noté un barco sombrío
navegando al costado. Allí se encontraban personas con toda clase de problema.
Luchaban contra el alcohol, el sexo, las drogas y todo tipo de abuso concebible. De
repente me di cuenta que estaba en el barco equivocado. Dios me había llamado a
ser el capitán del barco sombrío. A través de una serie de hechos trascendentales en
mi vida llegué a ser ese capitán; y para mi sorpresa, ¡descubrí que era el mismo
barco!
Los necesitados no sólo están «por allí» en cualquier lado. Nuestras iglesias están
repletas de personas dolidas que usan máscaras, asustadas de que alguien descubra
lo que realmente sucede en su interior. Para ellas no habría mayor gozo que recibir
un poco de esperanza, confianza y apoyo.
Este libro trata sobre la liberación de ese tipo de esclavitud. Aquí leerá relatos
verídicos de personas valientes que decidieron narrar sus historias desde su propia
perspectiva. Antes de nuestro encuentro eran cristianos evangélicos. Algunos
ejercen el ministerio a tiempo completo. Sólo que para proteger sus identidades
hemos cambiado los nombres, oficios y referencias geográficas. Le aseguro que lo
que dicen es verdad y que no se trata únicamente de unos cuantos casos aislados.
Tenemos cientos de relatos similares de sesiones de consejería personal y miles que
se contaron en congresos. Lo que está en juego no es mi reputación ni un ministerio
transitorio, sino la integridad de la iglesia y de los millones incontables de personas
que dependen de que la iglesia tome su lugar debido en el programa del reino de
Dios de liberar a los cautivos. Espero que al leer estas páginas, encuentre una gran
ayuda personal pero más que eso, es mi sincera oración que llegue a participar del
creciente movimiento de Dios para liberar a los cautivos, que empieza a
desarrollarse en la Iglesia.
Los sicólogos y los expertos en salud mental generalmente admiten que las personas
tienen buena salud mental cuando se mantienen en contacto con la realidad y en
cierto modo libres de la ansiedad. Desde un punto de vista secular, entonces a cada
persona mencionada en este libro se le consideraría enferma mental, y por lo tanto
lo sería cualquier que estuviera bajo ataque espiritual. Visto a través del marco de
nuestra cultura occidental, esta gente tiene un problema neurológico o sicológico.
Si alguien oye voces o ve una aparición que el consejero no capta, este llega a la
conclusión de que la persona ha perdido contacto con la realidad y hay que ponerla
bajo medicamentos antisicóticos para callar las voces. Sin embargo, he aconsejado a
muchas personas que oyen voces, y hasta el día de hoy todas han sido voces
demoníacas o con trastornos de personalidad múltiple). Contando con la
colaboración de la persona, normalmente se requiere entre dos y tres horas y media
para liberar a un cristiano de esa influencia.
En 1 Timoteo 4:1 vemos que «en los últimos tiempos algunos se apartarán de la fe,
prestando atención a espíritus engañosos y a doctrinas de demonios». Para mí es
más fácil creer que estas personas que escuchan voces están bajo ataque espiritual y
no que son enfermos mentales, ni que su mente se ha dividido de algún modo y una
parte converse con la otra. Después de oír sus relatos, he dicho a muchos que no se
están volviendo locos, sino que hay una batalla espiritual que se libra en sus mentes.
No se puede imaginar el gran alivio que esto da a las personas atribuladas.
Si están mentalmente trastornadas, no les puedo ofrecer un pronóstico muy positivo.
Pero si hay una batalla en sus mentes, podemos ganar la guerra. Sí creo, sin
embargo, que durante un trauma severo la mente se puede disociar como
mecanismo de defensa para sobrevivir. Discutiré ese fenómeno en el último
capítulo.
La medicina y la iglesia
Para Navidad, mi jefe me regaló una serie de casetes titulada: «Cómo resolver los
conflictos personales y espirituales», que escucho siempre. En mi mente hay luz
donde antes había oscuridad. Ahora amo la luz y abro las cortinas y las ventanas
para permitir que entre. ¡Es cierto que ya soy una nueva persona! Recibo en mi casa
a personas que quieren estudiar la Biblia en esos casetes, cosa que jamás hubiera
podido hacer antes.
Al reflexionar sobre mi pasado veo que los mensajes que recibí de parte de mi
familia fueron negativos. No recuerdo jamás en mi vida haber sentido amor hasta
que escuché los videos y me di cuenta de que Dios me amaba tal y como soy.
Antes de encontrar mi libertad en Cristo me portaba de la misma manera que mi
mamá conmigo: con arranques de ira hacia mis hijos y luego odiándome por haberlo
hecho. Ahora esos arranques son raros y mis hijos se sienten bien conmigo.
No soy como antes; estoy sanando. Sé lo que debo hacer cada vez que me veo
cayendo en un viejo hábito o patrón de pensamiento. No tengo que humillarme en
autocompasión. En cada punto de conflicto puedo buscar la mentira específica que
Satanás quiere que crea y luego enfrentarla, escogiendo deliberadamente lo que
ahora conozco como la verdad.
Mi gran meta ahora es ser el tipo de madre que Dios quiere que sea, y creo que Él
compensará todos esos años que se comieron las langostas (Joel 2:24, 25).
Molly nos ha contado su vida, espero que haya tenido un gran impacto en usted. Los
siguientes capítulos relatan las historias de otras personas valientes que han
permitido que las publiquemos.
Sin embargo, este será distinto. Antes de proceder, me parece importante que
veamos cuál es el plan de Dios para los procesos de desarrollo y santificación;
explicados basándonos en las Escrituras e ilustrados con la vida de Anne, otra
persona restaurada. Le ayudará a comprender mejor el peregrinaje espiritual de las
personas a quienes conocerá en este libro, y a contribuir a sanar las heridas de
aquellos que atraviesen su camino.
Muertos al nacer
San Pablo escribe: «En cuanto a vosotros, estabais muertos en vuestros delitos y
pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, conforme a la corriente de este
mundo y al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora actúa en los hijos
de desobediencia» (Efesios 2:1, 2). Desde Adán todos nacimos físicamente vivos,
pero muertos espiritualmente, o sea, separados de Dios. Durante nuestros primeros
años de formación aprendemos cómo vivir independientes de Dios. No teníamos ni
la presencia de Él en nuestras vidas ni el conocimiento de sus caminos.
Esta independencia de Dios, aprendida por nosotros, es característica de la
carnalidad o de la antigua naturaleza. Una de las maneras en que funciona la carne
es desarrollar mecanismos de defensa por medio de los cuales aprendemos a lidiar
con la vida, a tener éxito, a sobrevivir o a vencer sin tomar en cuenta a Dios.
Programados de nuevo
Desde el momento de nuestra conversión tenemos a nuestro alcance todos los
recursos de Dios. Desafortunadamente, nadie aprieta la tecla indicada para «borrar»
lo programado anteriormente en nuestra mente. Hasta que no empiece el proceso de
transformación de Dios en nuestras vidas, viviremos en un estado de conformidad a
este mundo y reglamentados por él. Por eso Pablo escribe: «No os conforméis a este
mundo; más bien, transformaos por la renovación de vuestro entendimiento, de
modo que comprobéis cuál sea la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta»
(Romanos 12:2). Por lo tanto:
• La tarea principal de la educación cristiana es discipular a las personas que
anteriormente estaban programadas para vivir independientes de Dios, a fin de que
vivan en una relación de dependencia con Él.
• La tarea principal del discipulado o la consejería es librar a la gente de su
propio pasado y erradicar los viejos mecanismos de defensa, sustituyéndolos por
Cristo como su única defensa.
Ser transformados
La verdad y la obediencia son la clave en un estilo de vida que dependa de Cristo.
Pero la verdad sólo se puede creer si se entiende, y los mandamientos se pueden
obedecer solamente cuando se conocen. Debemos responder con nuestra fe y
nuestra obediencia en la medida en que el Espíritu Santo nos conduce a toda verdad:
«El que dice, ―Yo le conozco‖, y no guarda sus mandamientos es mentiroso, y la
verdad no está en él» (1 Juan 2:4). La desobediencia le da campo abierto a Satanás
para realizar su obra en nosotros. Según Efesios 2:2, ese espíritu «ahora actúa en los
hijos de desobediencia».
«La santificación» es el proceso por medio del cual nuestro ser se conforma a la
imagen y al carácter de Cristo. Dios actúa en este proceso paciente y
cuidadosamente, nos hace avanzar, porque renovar nuestra mente y desarrollar el
carácter requiere tiempo. Pero hay otro dios que también está activo, y sería un
descuido desastroso pensar que este proceso se realizara independiente del «príncipe
del reino del aire» (el dios de este mundo, Satanás).
* * *
Estimado Neil: ¡Cielos! ¿Dónde empiezo? Permítame decir que fui a su conferencia
sólo por razones académicas. Jamás pude haber vislumbrado lo que el Señor tenía
en mente para mí. De todos modos no lo hubiera creído. Pienso que debería empezar
desde donde terminé con usted hace unos días.
Le escribí una carta explicando que fui liberada de los pensamientos obsesivos.
Hace unos meses le había pedido al Señor que me ayudara a comprender este
problema. Me emocioné muchísimo cuando escuché la información en la
conferencia, al principio de la semana. Era exactamente lo que le había pedido al
Señor. En mi casa oré siguiendo todas las oraciones de los «Pasos hacia la libertad».
Fue una lucha, pero dejaron de molestarme las voces. Me sentí libre, por lo que
pensé que ya todo se había acabado. ¡Qué engañada estaba!
Como resultado de ese esfuerzo falso llegué a ser muy amargada y sarcástica.
Usted habló conmigo una noche después de una de las sesiones y me dijo que tal
vez necesitaba perdonar a mi madre. No me convenció mucho porque lo había
intentado una vez y no me dio resultado. Ahora me doy cuenta de que algunos
cristianos bien intencionados me empujaron, diciendo que no importaban mis
sentimientos. Es más, dijeron que ni siquiera debería tener sentimientos de ira. Para
ellos, el tipo de ira que yo sentía era muy pecaminoso. Así de malagana empecé a
decir, que perdonaba a las personas que me habían dañado. Como resultado de ese
esfuerzo falso llegué a ser amargada y sarcástica. Traté de no serlo, pero la verdad
es que lo era. Dios me mostró después, que mi amargura venía como resultado de
negar que estaba enojada cuando aparentaba perdonar.
Hace un año asistí a un grupo de apoyo para las víctimas del maltrato. La líder del
grupo me dijo que yo estaba amargada por haber tratado de perdonar antes de estar
lista para hacerlo. Me dijo que debía analizar todos mis sentimientos respecto a cada
incidente. Después, sería capaz de perdonar.
Esa noche, cuando usted me habló, pensé que me estaba induciendo a la oración
ritual de perdón que no significaba nada. De todos modos, estaba segura de que no
podía regresar a ese sendero tan amargo. Decidí tomar la información que recibí al
principio de la conferencia como algo que Dios quería que recibiera, y puse en el
estante académico el resto de la información.
El asunto del perdón me golpeó de nuevo.
El jueves por la noche cuando usted tocó el tema del perdón, me sentí desgraciada.
Durante la reunión, estaba incomodísima en mi asiento, me sentía aburrida y
enojada. Estaba muy confundida y creía que estaba desperdiciando mi tiempo. Sabía
que no podría salir del auditorio porque entonces todos pensarían que estaba poseída
o algo parecido, por lo tanto terminé luchando por permanecer despierta, casi no
aguantaba las ganas de salir.
Esa noche empecé a realizar una tarea para una clase que estaba recibiendo, pero no
pude concentrarme porque el asunto del perdón me seguía retando constantemente.
Estaba enojada, pero algo en mi interior me decía que tenía que haber más en lo que
usted decía en la conferencia. Decidí que debía ser receptiva y a estar dispuesta a
probar lo que fuera.
Supuse que no me podría hacer más daño, aunque realmente dudaba de que me
ayudara, ya que tenía años de estar tratando de perdonar a mis padres.
Así que hice una lista de las personas y las ofensas, como usted lo había sugerido
esa noche. El Señor me mostró que yo reaccionaba con ira ante las ofensas de esas
personas porque era mi manera de protegerme para no sufrir más abusos. No sabía
cómo bíblicamente fijar límites a mi alrededor, para protegerme de la injuria. La
iglesia me había enseñado que debía seguir dando la otra mejilla y dejar que la gente
me siguiera cacheteando. Pero cuando usted habló de lo que realmente significa
honrar a sus padres, supe que ese era mi boleto hacia la libertad.
Dios me mostró que estaba bien que me defendiera y que no necesitaba esa actitud
de falta de perdón para protegerme. Me mostró que el grupo de apoyo para personas
maltratadas tenía razón al decirme que me centrara en mis emociones; sin embargo,
nunca hubo resolución porque jamás nos enseñaron a llegar hasta el punto en que
nos decidiéramos por el perdón. Eso siempre quedaba más adelante en el camino,
para cuando uno se sintiera mejor. Veo ahora que ambos grupos destacaban un solo
aspecto del perdón, pero nunca ambos.
Una vez completado el perdón, me sentí extenuada. Lo interesante Neil, sin
embargo, fue que inmediatamente un amor genuino hacia usted invadió mi corazón.
Antes no lo había tenido. Me acosté a dormir sintiéndome muy bien.
Una hora más tarde me desperté sudando frío y con taquicardia. Acababa de tener
otra de mis espantosas pesadillas. No las había tenido en varios meses, por lo que
me sorprendió. Por primera vez en mi vida se me ocurrió que quizás no era por
culpa del maltrato que había sufrido, como se me había enseñado en el pasado. Le
pedí al Señor que me ayudara a averiguar la causa y me volví a dormir. A las dos y
media de la madrugada me despertó mi compañera de cuarto con sus gritos. Salté de
la cama y la desperté.
Comparamos relatos y nos dimos cuenta de que ambas habíamos tenido pesadillas
parecidas. Después de orar juntas y de renunciar a Satanás, regresamos a la cama y
ambas dormimos bien el resto de la noche.
En esas horas de la madrugada, mientras dormitaba, Dios me mostró que había
tenido pesadillas similares desde el tercer grado, había soñado que me topaba con el
diablo y que me maldecía. No puedo creer que todo eso se me hubiera olvidado. Le
pregunté al Señor qué había sucedido en tercer grado y me acordé que en esa época
había empezado a ver el programa de televisión Bewitched [Hechizada]. Era mi
programa favorito y lo veía fielmente.
Fue por ese programa que me interesé en los poderes espirituales. Junto con muchas
de mis compañeras de escuela, leía libros sobre fantasmas, percepción
extrasensorial, quiromancia y aun uno sobre encantos y maleficios. También estaba
de moda jugar con las ocho bolas mágicas, con la ouija y con juegos de magia. Otro
de mis programas favorito de televisión era La Isla de Gilligan, de donde obtuve la
idea de usar mis muñecas como figuras de vudú para vengarme de mamá. Estuve
contemplando la posibilidad de hacerle un maleficio. Cuando estaba en sexto grado
ya me deprimía muchísimo. Empecé a leer libros y cuentos de Edgar Allen Poe,
llegó a ser lo único que ansiaba. No puedo creer que hubiera olvidado todo esto.
En la secundaria me volvieron a atormentar las pesadillas y llegué a tener fuertes
tendencias de suicidio. Por la gracia de Dios, invité a Jesucristo a mi corazón en esa
época.
Lo más grande que me mostró Dios fue que yo sabía desde muy niña que existía un
poder malévolo que había deseado tener.
Cuando llegó el sábado, créalo, era todo oídos. Ya no eran puras palabras
cabalísticas. Así que hice de nuevo todas las oraciones conforme usted nos dirigió a
través de los «Pasos hacia la libertad», y renuncié a todas las mentiras que han
circulado en mi familia por años.
Reconocí mi propio pecado y la falta de perdón.
Esta es la mejor forma de describirle lo que me pasó esta semana: ¿Sabe qué ocurre
cuando alguien ha estado por mucho tiempo en una secta y lo internan para
desprogramarlo? Así pasó conmigo. Fue como si Dios me hubiera encerrado en un
cuarto y me hubiera dicho: «Dame tu cerebro. No saldremos de aquí hasta que me lo
entregues». Ha sido una semana intensa, y necesaria para que comprendiera las
mentiras con que había vivido. No tuve la menor idea de lo que había hecho.
Pude sentir que la opresión salió de mi corazón.
Tan pronto regresé a casa volvieron en gran cantidad los pensamientos mentirosos:
«No vales nada. Eres estúpida. Nadie te quiere». Le conté todo a mi esposo, así que
cada vez que recibo un pensamiento mentiroso se lo cuento y ambos nos reímos y
hablamos de lo que es realmente cierto. ¡Gloria a Dios! Antes sentía demasiada
vergüenza para contarle nada.
Anoche me quiso volver a dar una de mis pesadillas. Sentí la opresión que me venía
encima cuando ya estaba dormitando e inmediatamente dije: «Jesús». Neil, pude
sentir que la opresión salió rápidamente de mi corazón, como si alguien la hubiera
arrancado de allí. ¡Gloria a Dios!
Debido a la consejería que he recibido al cabo de los años, tengo algunos cuadernos
llenos de historias sobre el dolor de mi pasado. Este dolor ha estado amontonado en
mi gaveta y me ha mortificado cada vez que lo he visto. Ahora sé que mi identidad
no tiene nada que ver con el pasado sino que está en Cristo. Así que quemé todos
esos cuadernos.
Gracias por decirme la verdad, aunque no la comprendiera al principio. ¡Siento el
mismo gozo que experimenté cuando recibí a Cristo! Al fin entiendo lo que
significa ser una hija de Dios. Gozosamente, Anne
Quitar tres capas de la cebolla en una sola semana es fantástico. Anne reconoció su
identidad en Cristo, pudo perdonar de corazón y aprendió a resistir a Satanás.
Quizás tenga más ventajas que la mayoría, pues tuvo una educación cristiana y tiene
un marido amoroso y comprensivo que la apoya en su hogar. Esto no significa que
otros no puedan resolver los mismos problemas, pero puede que sea un poco más
lento el proceso.
El perdón libera
Cabe destacar aquí varios asuntos. Cada persona en este libro ha tenido que
enfrentarse con la obligación de perdonar. A los consejeros legítimos les afecta que
los cristianos bien intencionados sugieran que alguien que expresa sentimientos
como la ira y la amargura no debería «sentirse así». Desviar los sentimientos jamás
permitirá que se resuelvan los problemas. Si uno desea la sanidad, tiene que
establecer un contacto con sus raíces emocionales. Dios hará que salga a flote el
dolor emocional para que se pueda tratar. Los que no quieran encarar la realidad,
tratarán de empujarla hacia adentro, cosa que producirá únicamente mayor
amargura.
El perdón es lo que nos libera de nuestro pasado. No lo hacemos por el bien de la
otra persona, sino por el nuestro. Debemos perdonar así como Cristo nos ha
perdonado. No existe libertad sin perdón. «Pero no sabes cuánto daño me hicieron»,
protesta la víctima. El caso es que todavía le están haciendo daño y, así que, ¿cómo
va a parar el dolor? Debe perdonar de todo corazón, reconocer el dolor y el odio, y
dejarlos ir. Cuando no se perdona de corazón, se le da oportunidad a Satanás (Mateo
18:34, 35; 2 Corintios 2:10, 11).
Otro error es ver el perdón como un proceso de larga duración. Muchos consejeros
dicen: «Tiene que experimentar el sentimiento a profundidad, para entonces
perdonar». Pero repasar el pasado y revivir todo el dolor sin perdonar, sólo lo
refuerza. Mientras más hable de eso, más fuerte será el dominio que tendrá sobre la
persona. Se supone que primero uno tiene que sanar para luego perdonar. ¡No es
cierto! Primero hay que perdonar, entonces empieza el proceso de sanidad.
No hay manera de leer las Escrituras y llegar a la conclusión de que el perdón es un
proceso a largo plazo. Puede que los sentimientos dolorosos lleven tiempo para
sanar, pero el perdón es una decisión. Una crisis de la voluntad cuyo premio es la
libertad.
Resistir el pecado
Igual que Anne, muchos ven en su ira un medio para protegerse de más maltrato.
Los consejeros seculares creen que el perdón cristiano es una codependencia y
argumentan:
«No dejes que esa persona te controle más. ¡Enójate!» Pero yo digo: «No dejes que
esa persona te siga controlando. ¡Perdónala!»
Luego resista el pecado. El perdón no es tolerar la manera en que otros pecan contra
uno. Dios perdona, pero no tolera el pecado. Me duele que algunos pastores se
enteren de maltratos y le digan a un hijo o a una esposa que simplemente vuelvan a
casa y se sometan, diciendo: «Confíe en que Dios te va a proteger». Quisiera decirle
a ese pastor: «Anda tú a esa casa en vez de esta persona, para ver si no te maltratan a
ti también». Pero, ¿no dice la Biblia que las esposas y los hijos deben someterse?
Cierto, pero también dice que Dios ha establecido el gobierno para proteger a los
niños agredidos y a las mujeres golpeadas. Lea Romanos 13:1–7 y entregue a los
abusadores a la ley, como se exige en muchos estados.
Si un hombre de su iglesia abusara de una mujer de la misma congregación, ¿lo
toleraría usted? Si un hombre o una mujer en su iglesia maltratara al hijo de otro
miembro, ¿lo toleraría? Entonces, ¿por qué entonces tolerar en su propio hogar lo
que es claramente un pecado intolerable en otros, simplemente por ser la esposa o el
hijo?
Dios ha dado a los padres la responsabilidad de amar, proteger y suplir las
necesidades de su hogar. Jamás se les ha dado licencia para abusar, ni siquiera se
debería tolerar esto. Entréguelos a la autoridad, para el bien de todos. No se ayuda al
abusador permitiendo que continúe en su pecado.
Una noche, una madre de tres hijos me dijo llorando que sabía exactamente a quién
tenía que perdonar: a su madre. Pero que si la perdonaba esa noche, ¿qué haría al día
siguiente, domingo, cuando tenía que volver a su casa? «Simplemente me va a
volver a maltratar verbalmente como siempre». ―Póngale fin a eso‖, le dije. «Tal
vez puede decirle algo como: ―Escucha mamá, has estado hablando pestes de mí
toda la vida. Nada has ganado con eso, y realmente a mí tampoco me ha hecho
ningún bien. Ya no puedo seguir con esto. Si tienes que tratarme así, me voy».
Ella dio una respuesta típica: Pero, ¿no dice la Biblia que debo honrar a mi madre?
Le expliqué que dejar que su madre la destruyera sistemáticamente tanto a ella como
a su familia, en verdad no sería honrarla. De cualquier manera la deshonraría».
«Honrar a su padre y a su madre» por lo general se entiende como tener
responsabilidad económica por ellos en su ancianidad. Ya no se aplica para esta
mujer el que tuviera que obedecer a sus padres, porque ya ha dejado a padre y madre
para estar bajo la autoridad de su marido.
La historia de Sandy
Casi siempre vivía dentro de un minúsculo rincón de mi mente.
Al fin puedo creer que soy hija de Dios. Ahora estoy segura de mi lugar en el
corazón de mi Padre. Él me ama. Mi espíritu da testimonio con su Espíritu de que
esto es cierto y ya no me siento fuera de la familia de Dios; ya no me siento
huérfana.
La presencia malévola que tenía adentro desde el momento que pasamos juntos en
el congreso se fue, al igual que las muchas voces que me persiguieron durante
treinta y cinco años. Siento que toda mi mente luce limpia, amplia y bella.
Antes de encontrar mi libertad en Cristo vivía casi siempre en un minúsculo rincón
de mi mente. Aun así, jamás pude escapar de las voces que me ordenaban, de las
expresiones obscenas ni de la ira acusadora. Así que trataba de separarme de mi
mente y llevar una vida lejos de todo eso.
En 1979 me convertí a Cristo, y desde entonces fue una lucha constante poder creer
que Dios realmente me aceptaba, me quería y yo le importaba. Pero por fin, ya, se
acabó esta lucha de toda una vida. Nunca antes pude escuchar esa apacible y
delicada voz de Dios en mi mente sin recibir castigo de parte de las otras voces. Hoy
sólo está allí la apacible y delicada voz.
Esperaba que mi padre tuviera la razón y que Dios no existiera.
Todo empezó cuando yo era muy niña. Mi padre profesaba ser ateo y mi madre era
muy religiosa, por lo que hubo mucho conflicto y confusión en nuestro hogar.
Asistía a escuelas religiosas, pero cuando llegaba a casa escuchaba a mi padre decir
que la religión era una tontería sólo para los débiles. Realmente esperaba que él
tuviera la razón y que no existiera ningún Dios, porque le tenía miedo a la religión
de mamá. Temía que Dios me castigara si no me comportaba correctamente. Aun
así, buscaba respuestas espirituales a pesar de rechazar las soluciones de mis padres.
Me comunicaba con la bola, usándola como un medio para predecir el futuro, y
creía que era mágica.
Mi familia, tanto mis padres como mis abuelos, estaba plagada de creencias
supersticiosas y de amuletos. Recuerdo que cuando visitaba a mis abuelos maternos
sentía que su casa era un lugar tranquilo donde lograba escaparme del caos del
hogar en que me criaba.
El único juguete que mi abuela tenía para mí era una bola mágica negra. La bola
tenía una ventanita y pequeñas fichas adentro que daban quizás cien respuestas
distintas. Le hacía una pregunta a la bola, como «¿lloverá mañana?» y flotaba a la
superficie una respuesta como «probablemente».
Me encantaba esa bola y pasaba largo rato donde mi abuela jugando con ella y
creyendo que tenía poderes mágicos y respuestas para todo los aspectos de mi vida.
Le comunicaba a la bola los problemas de mis padres y de lo que estaba sucediendo
en mi vida, usándola como un medio de predecir mi destino. Después de un tiempo
me fui dando cuenta que muchas de las respuestas que me daba eran correctas
confirmando mi creencia de que tenía poder especiales.
Supongo que los adultos creían que era simplemente un juguete con el que podían
jugar los nietos. Sin embargo, cada vez que yo tenía problemas, los guardaba hasta
llegar a casa de mi abuela donde trataba de resolverlos con la bola mágica.
Cuando visitaba a mis abuelos paternos, me llevaban a su muy legalista iglesia, y
empecé a tenerle terror al infierno. Con temor a Dios y a la religión, me volqué
hacia la bola mágica para tratar de pronosticar hechos. De esa manera podría estar
preparada por adelantado a los desastres que Dios enviara a mi camino.
Explotaba de ira por cualquier cosa. Al mismo tiempo me sentía como una temerosa
niñita triste y sola.
Cuando cumplí catorce años, ya me había convertido en una persona muy religiosa
en la iglesia católica, donde por alguna razón me sentía muy segura. En casa no
había paz porque el alcoholismo de papá y los pleitos entre él y mamá se
intensificaron. Probablemente ellos dirían que el problema era yo, una niña
problemática. Mi madre trataba de separarnos, a mi padre y a mí, porque él era muy
abusador y yo no era muy pasiva. Me encantaba pelear y siempre me entremetía
cuando él estaba enojado con alguien. Cada vez que me veía me echaba de la casa,
por lo que al fin sólo volvía cuando él no estaba o cuando dormía.
Yo era iracunda, rebelde y odiaba a toda autoridad hasta el punto que la gente
pasaba a mi lado cuidadosamente debido a mi cólera explosiva. Lo que no sabían
era que por dentro me sentía como una niñita temerosa, triste y sola. Simplemente
quería tener a alguien quien que me cuidara, pero jamás pude hablar de esto con
nadie. Cuando alguien intentaba acercarse a mí, escondía mi inseguridad
volviéndome agresiva.
En la escuela y en la comunidad era un problema, y llegué a ser sexualmente
promiscua, haciendo básicamente todo lo que pudiera para quebrantar los diez
mandamientos. Una vez entré a una iglesia católica, miré al crucifijo y dije: «Amo
todo lo que odias y odio todo lo que amas.
Estaba retando a Dios para que me golpeara y ni siquiera tenía miedo de que lo
hiciera.
Deseaba simplemente estar en una familia y sentirme segura.
A los diecinueve años fui a una gran ciudad y durante dos años viví con otras dos
muchachas. A las dos de la mañana en un bar un barman nos dio una pequeña tarjeta
y nos preguntó: «¿Por qué no van a mi iglesia? Tal vez allí encuentren las respuestas
a algunos de sus problemas y no tendrán que estar aquí a media noche. Sentí que
debería por lo menos intentar el asunto de «iglesia» una vez más, creyendo que
todas eran iguales. Simplemente quería estar en una familia y sentirme segura; por
lo que al día siguiente asistimos a esa iglesia. No tenía la menor idea de que era una
secta… ¡y por diez años participé en ella!
Al principio me sentí amada; era mi «familia». Se interesaron por mi vida, nadie me
había prestado antes tanta atención. Nadie se ocupó lo suficiente de mí como para
decirme: «Queremos que duermas nueve horas por las noches. Queremos que comas
tres veces al día. Queremos saber dónde estás». Me hicieron rendir cuentas de mi
estilo de vida y yo interpreté su interés por mí como amor y preocupación por mi
bienestar. Hubiera dado mi vida por ellos.
Acepté su filosofía de que todos somos dioses. Esto se ajustaba a la visión atea de
mi padre de que realmente no existe un Dios supremo y que la religión es un invento
de alguien para controlar a la gente. También me explicaron quién era Jesucristo, lo
cual parecía satisfacer la religión de mi madre. Dijeron que él era simplemente un
buen maestro, como Mahoma o Buda, pero que no era ni supremo ni Dios, porque
de serlo no hubiera tenido que morir en una cruz.
Eso me enojó tanto, que robé una Biblia para resaltar todas las mentiras.
Cerca de una semana más tarde, recibí carta de una de las amigas de mamá que
había estado con ella cuando murió. Dijo que mi madre se había ido a estar con
Jesús, lo que me enojó tanto que fui a una iglesia local y me robé una Biblia. Iba a
subrayar todas las mentiras en ella para luego enviarla a esta señora y mostrarle lo
confundida que estaba, y para convertirla a la secta.
Abrí la Biblia en la mitad y empecé a leer en el libro de Isaías. En vez de subrayar
las «mentiras» me vi subrayando palabras como «Venid, pues, dice el Señor, y
razonemos juntos[…] si volviereis a mí, yo me volveré hacia ti». Descubrí que el
libro estaba lleno de pasajes acerca de que uno no se debe involucrar con médiums
ni con astrólogos. Cuando terminé de leer estaba confundida respecto a cuál era la
verdad.
Jamás había leído una Biblia, mucho menos había poseído una, por lo que fui al
final del libro para ver cómo terminaba todo. Cuando leí el libro de Apocalipsis me
asusté, porque la secta enseña ese libro al revés. Ellos dicen que las personas son
realmente «dioses» que regresan y toman el lugar que les corresponde en el cielo.
Me senté allí y traté de comunicarme con el espíritu de mi madre.
Regresé a la iglesia de donde había robado la Biblia y traté de comunicarme con el
espíritu de mi madre. Razoné que si ella había sido cristiana, entonces yo debía
poderla contactar en un lugar cristiano. Cuando llegué a la iglesia, dije que estaba
tratando de comunicarme con mi madre, dijeron muy amorosamente que no creían
que la encontraría allí, pero me invitaron a desayunar con ellos y a conversar del
asunto. Resultó ser un desayuno de comunión cristiana, donde por primera vez en
mi vida me encontraba entre un grupo de personas cuyas vidas parecían ser
especiales debido a su relación con Jesucristo.
En los siguientes meses aumentó mi confusión conforme iba y venía entre mi
lectura bíblica y la de mis libros de la secta. Visité la iglesia donde había conocido a
la pareja y ellos iban a mi casa simplemente para leer las Escrituras conmigo. Los
considero mi madre y mi padre espirituales. Jamás me hicieron sentir mala;
simplemente me amaron y me aceptaron. Cada mes me recogían para llevarme a su
desayuno cristiano y a otros servicios de la iglesia.
Si ella había ido realmente a estar con Jesús, yo también quería estar allí.
Durante esta época recuerdo que oraba y le decía a Dios que yo quería estar
dondequiera que estuviera mi madre. Si había sido la causa de que ella hubiera
perdido su entrada al cielo, entonces no quería ser cristiana porque quería estar con
ella. Pero si realmente se había ido con Jesús, como me lo había dicho su amiga,
deseaba estar allá también. No podía escoger.
Una noche en sueños vi a mi madre caminando hacia mí junto con otra persona
vestida de blanco, me dijo: «Te perdono por lo que hiciste y quiero que te perdones
a tí misma y ores por tu padre». Eso me despertó como un tiro y desperté a mi
marido diciendo: «Ya sé dónde está ella». Me enojé por haberme pedido que orara
por mi padre, pero así supe que era mi madre. Nadie más se atrevería a pedirme que
hiciera eso.
La siguiente semana asistí a la iglesia con esa pareja, entregué mi vida al Señor y
renuncié a mi participación en la secta. Entregué a la pareja todos mis libros y los
avíos de la secta, y ellos se lo llevaron de mi casa. En los dos años siguientes me
discipularon y me llevaron a su grupo de comunión.
A las seis semanas de ser cristiana me di cuenta de que estaba embarazada, por lo
que me enojé con el Señor. Ya había tenido tres abortos y había decidido que no
debía seguir con el embarazo sólo porque era cristiana. Pero mi marido, me dijo:
«Yo pensaba que tú, como cristiana, no aceptarías un aborto porque los cristianos
no creen en el aborto». Me enojé porque Dios me hablara a través de mi marido,
quien ni siquiera era cristiano, pero Dios parecía decirme: «Mira, tu casa tiene
suficiente espacio para un bebé. ¿Pero qué tal tu corazón? ¿Habrá campo en él?»
Entonces me decidí a tener el bebé.
A los nueve meses de haber nacido el bebé mi esposo entregó su vida al Señor. Me
dijo: «Cuando te decidiste en contra de un aborto me impresionó la intervención de
Dios y su impacto en tu vida».
Después de ver el primer video durante diez minutos, decidí odiar a Neil Anderson.
Mi vecina me dio varios videos del congreso para que los viera con el fin de poder
responder a las preguntas sobre los materiales. A los diez minutos de ver el primer
video ya había decidido odiar a Neil Anderson, pues él no tenía nada que decirme.
Sentí deseos de advertir a la gente que no asistiera y le dije a mi vecina:
—No me gustó el hombre. ¿Estás segura de que quieres que venga a dar esta
conferencia? Me parece que hay algo malo con él.
—Bueno—me respondió—, eres la única que me dice eso entre unas treinta y cinco
personas con quienes he conversado.
En la cruzada aumentó mi resistencia y no escuché todo lo que se dijo. Tampoco
recordé las noches en que Neil habló de nuestra identidad en Cristo, y me senté en la
segunda fila sin poder cantar ni uno de los himnos. Mientras él hablaba, parte de mí
decía: Eso no es nada nuevo. Lo sabíamos de todos modos. Otra pequeña voz dentro
de mí decía: Quisiera que todo lo que dice fuera cierto y que me pudiera ayudar.
Sin embargo, no revelé mi parte que tenía esperanza, sino más bien la que criticaba.
Al conversar con los demás, les decía: —¿Qué piensas de la conferencia? No es tan
buena, ¿verdad?
Cuando Neil me condujo a la liberación, dándome las palabras que debía decir,
renuncié específicamente a todos los guardianes satánicos que se me habían
asignado. En ese instante me asustó la presencia malévola y temía que nos diera una
paliza a los dos. Me recordó que yo había jugado con esa bola mágica por años.
Neil me instó a que no tuviera miedo y me preguntó qué decía la presencia a mí
mente. Cada vez que le contaba lo que decían las voces, él respondía: «Eso es
mentira», y me iba conduciendo muy apaciblemente por los pasos hacia la libertad.
Recuerdo el mismo instante en que la presencia ya no estaba. Sentí como que la
personita que era yo verdaderamente se estaba inflando como un globo dentro de
mí. Al fin, después de treinta y cinco años de una vida fraccionada, yo era la única
persona dentro de mi cuerpo. He dedicado el lugar desocupado por la presencia
malévola a mi nuevo inquilino: el Espíritu limpio, apacible y tranquilo de Dios.
El sábado por la mañana temí despertarme, pensando: Esto no es real. No quería
abrir los ojos porque normalmente la voz me decía algo como: «¡Levántate, ramera
estúpida! Tienes que trabajar». Entonces me levantaba y hacía todo lo que me
indicara. Pero esta mañana no habían voces y mientras reposaba en cama pensé:
Aquí no hay nadie más que yo.
Cuando regresé al congreso y entré por la puerta, la gente me veía distinta. Les
conté cómo me había sentido siempre una huérfana en el cuerpo de Cristo, pero que
ahora me sentía libre y parte de la familia de Dios.
Llegué a convencerme de que Dios quería tanto como yo que eso se fuera.
Pensé que apenas se fuera Neil, esa cosa volvería. Sin embargo, la paz perduró
porque Jesucristo fue el que me liberó. Cada vez que volvía el temor, repasaba sola
los pasos hacia la libertad, cosa que hice por lo menos cuatro o cinco veces más.
Llegué a convencerme de que Dios quería tanto como yo que eso se fuera y jamás
volvió desde entonces.
Una semana después tuvimos un choque frontal en el auto. Temí que la voz estaría
allí de nuevo para decirme: «Voy a destruirte porque crees que estás libre». Pero
más bien sentí que Dios me decía: «Aquí estoy para protegerte y siempre estaré
contigo así».
Cuando una de mis hijas me preguntó si el choque había sido por su culpa, me
pregunté por qué podría pensar así. Recordé que uno de los pasos hacia la libertad es
romper con las ataduras ancestrales porque las fortalezas demoníacas se pueden
pasar de una generación a la siguiente (Éxodo 20:4, 5). Mi niña de diez años de edad
me dijo: —A veces sé lo que va a pasar antes de que suceda y a veces miro por la
ventana y veo cosas que nadie más ve.
Inmediatamente supe que había que liberarla de esa atadura. Entonces hice que
tomara los pasos, traduciendo las palabras más complicadas a un lenguaje que ella
podía entender. Oró para cancelar todas las obras del mal que sus antepasados le
hubieran transmitido, rechazando toda forma en que Satanás podría estar
reclamándola para sí. Se declaró estar eterna y completamente identificada con el
Señor Jesucristo y comprometida con Él. Desde ese momento jamás volvió a sentir
esa presencia demoníaca.
Mi marido estaba fuera de la ciudad durante el congreso y cuando regresó a casa le
conté todo lo sucedido. El domingo siguiente en la clase de la escuela dominical,
el líder preguntó si había alguien que quisiera decir algo respecto a la conferencia.
Mi esposo se paró y dijo: —Yo quiero hablar de algo, aunque no logré asistir,
porque a mi regreso el Señor me regaló una nueva esposa.
Ahora siento la sonrisa de Dios y su rostro oculto hacia mí.
Antes, no tenía autoestima. Sentía diariamente que Dios tenía cierta medida de
gracia para mí que en algún momento se acabaría, y que incluso Él mismo se
preguntaría por qué me había creado. Sabía que algún día iba a decir: «Estoy
cansado de Sandy». Por lo tanto, oraba todos los días: «Por favor, Señor, no dejes
que sea hoy. Permíteme terminar esto último antes de que lo hagas».
Fue algo muy liberador saber, cuando Neil nos enseñó, que Dios y Satanás no
actuaban de la misma manera, sino que Dios va más allá de toda comparación y que
Satanás está tan por debajo de Él, que no deberíamos equivocarnos y pensar que
tiene atributos divinos. Siempre había creído que Dios y Satanás eran iguales,
luchando por nosotros, y que Dios básicamente le decía: «Te regalo a Sandy».
Desde mi conversión había clamado constantemente al Señor:
¡Crea en mí un corazón puro! ¡Renueva un espíritu firme dentro de mí! ¡No me
eches de tu presencia! ¡No quites de mí tu Santo Espíritu!
Una y otra vez había hecho esa oración, agonizando y anhelando conocer al Señor
en persona y con afecto, pero sintiendo que mi relación era con la espalda de Dios.
Ahora siento su sonrisa y su rostro vuelto hacia mí.
Ya no vivo en un minúsculo rincón de mi mente o fuera de mi cuerpo. Vivo por
dentro, con mi mente en mi único y precioso Señor. ¡Qué diferencia más profunda!
No hay palabras para expresar adecuadamente la tranquilidad y la ausencia de dolor
y de tormento que ahora experimento a diario. Es como si viera después de haber
estado ciega todos esos años. Todo es nuevo, precioso y lo atesoro porque no se ve
negro. Ya no vivo con el miedo al castigo por cada movimiento que haga. Ahora
soy libre para tomar decisiones y tengo alternativas. ¡Tengo la libertad de cometer
errores!
El último año y medio me había sido imposible dejar que alguien me tocara sin
sentir dolor o sin tener pensamientos sexuales terribles. Durante el acto sexual yo
miraba desde fuera de mi cuerpo. Cuando esa presencia malévola decía ser mi
«esposo», sabía por qué me sentí siempre como una prostituta, aun siendo cristiana.
Una vez desenmascarada esa mentira, y después de renunciar a ella, he llegado a
comprender el significado de «novia» por primera vez en mi vida después de veinte
años de matrimonio, y también siento el amor del Novio a quien veré algún día.
El Señor me ha enjugado mis lágrimas y respondido al clamor de mi corazón. Al fin
siento un Espíritu recto dentro de mí; la presencia que salió de mí no era de Dios
sino del maligno. Siempre temía que la presencia de Dios me dejara. Ahora me
siento limpia por dentro. Sigo asistiendo a la consejería cristiana y estoy
progresando. Estoy aprendiendo a enfrentar y rechazar el maltrato del pasado. Estoy
aprendiendo a vivir en comunidad y a confiar de nuevo en los demás, después de
haberme sentido traicionada por mi experiencia con esa secta.
Creo que Dios en su misericordia se encontró conmigo en mi necesidad, y ordenó la
reunión que finalmente desenmascaró y echó fuera la opresión satánica en mi vida.
Ahora puedo seguir creciendo en la familia de Dios. Estoy segura de pertenecer a
esta familia y de ser amada en ella. Dios me ha mostrado que Él es fiel y capaz, no
sólo de llamarme de las tinieblas hacia la luz, sino también de guardarme y de
sostenerme hasta que termine mi peregrinar y me encuentre cara a cara con Él.
Todavía me encuentro con pruebas, tentaciones y el dolor de vivir en un mundo
perdido, pero camino sintiendo dentro de mí el fuerte latido del corazón de un Padre
amoroso. Ya se ha ido la interferencia satánica. Gloria al Señor.
Los padres deben conocer las artimañas de Satanás
Lo horrible de Satanás se revela en la vida de Sandy. ¿Será capaz de aprovecharse
de una niñita con padres disfuncionales y con abuelos que en su ignorancia, ofrecen
a sus nietas juguetes de las ciencias ocultas? Sí, lo haría, y en realidad, lo hace.
He investigado el origen de muchos problemas de adultos en las fantasías infantiles,
en los amigos imaginarios, en los juegos, en lo oculto y en los maltratos. No basta
con advertirle a nuestros hijos respecto al extraño que se podrán encontrar en la
calle. ¿Qué hacer con el que les aparece en su dormitorio? Nuestra investigación
indica que la mitad de nuestros adolescentes que profesan ser cristianos han
experimentado en sus propios dormitorios algo que los ha asustado. Más que
cualquier otra cosa, eso fue lo que nos impulsó a Steve Russo y a mí a escribir el
libro The Seduction of Our Children [La seducción de nuestros hijos]. Deseamos
ayudar a los padres a saber cómo proteger a sus hijos y a vencer la influencia de las
tinieblas. Al final de ese libro he anotado algunos pasos hacia la libertad de manera
simplificada para los niños y los jóvenes al comienzo de la adolescencia.
La historia de Jennifer
Todo parecía un sueño y todo el mundo simplemente un personaje.
En el séptimo grado empezó mi trastorno de alimentación: comía demasiado y luego
me obligaba a pasar hambre. Cuando iba a alguna casa a cuidar niños, me comía
todo lo que había en el refrigerador y luego pasaba tres o cuatro días sin comer
nada. Toda mi atención se concentraba en el peso; la necesidad de verme delgada
me obsesionaba.
Alrededor de mí, todo parecía un sueño y todo el mundo simplemente un personaje.
Pensaba: Algún día me despertaré pero no conoceré a la soñadora. Nada me
parecía real. Vivía como en la luna, sin poder pensar. Cuando la gente hablaba,
simplemente la miraba perpleja porque estaba en contacto con mi mente.
Durante el día parecía ser normal y en la escuela actuaba bastante bien. Las noches
eran extrañas y llenas de pesadillas y terror. Lloraba muy a menudo debido a las
voces en mi cabeza y a las imágenes y pensamientos tontos que a menudo saturaban
mi mente. Pero jamás le conté nada a nadie. Sabía que la gente pensaría que estaba
loca, y me aterraba la posibilidad de que nadie me creyera.
Mis años universitarios fueron durísimos, repletos de mis rutinarios excesos en
comer para luego purgarme. Perdí treinta libras y empecé a desmayarme y a tener
dolores en el pecho. Como me encontraba patéticamente flaca debido a la anorexia,
literalmente la piel me colgaba de los huesos. Al fin estuve de acuerdo en que me
hospitalizaran porque estaba totalmente exhausta, tanto física como mental y
espiritualmente.
Casi me muero. Cuando me internaron tenía un pulso de cuarenta y con dificultad
me encontraron la presión arterial. Mis padres me dieron mucho apoyo. El hospital
era bueno y tuve terapeutas cristianos, pero jamás tocaron conmigo el tema
espiritual. Me cortaba con navajas y cuchillos y todavía tengo cicatrices en las
manos del daño que me hacía con las uñas.
Gateaba por el corredor tratando de escapar de las cosas que volaban alrededor de
mi cuarto.
Las voces y las noches eran horribles, con visitaciones demoníacas y algo que me
violaba sexualmente, sosteniéndome para que no me moviera. A veces me iba a
gatas por el corredor, tratando de escapar de las cosas que volaban alrededor de mi
cuarto. Estaba aterrorizada; en mi mente dominaba la idea de sacarme el corazón
con un cuchillo. Una vez hasta hice el intento de atravesarme el pecho con cuchillos
porque creía que mi corazón era veneno y que tenía que deshacerme de este para
quedar limpia.
Cuando empezaron a salir a la superficie los recuerdos de mi niñez, me descontrolé.
Otra vez me internaron en el hospital, totalmente descontrolada. Algunos días
requerían cinco o seis personas para calmarme. Observaba desde fuera de mi cuerpo
a esta gente que me sostenía mientras luchaba y pataleaba, hasta que me sedaban.
Me diagnosticaron maniacodepresiva. Durante los seis años siguientes tomé litio y
seguí con los antidepresivos, medicamentos que lograban calmarme un poco.
Mientras estaba en el hospital una amiga me sugirió que hablara con Neil Anderson,
pero le dije que no. La idea de que hubiera algo demoníaco me aterraba, y le dije:
«Dios dijo que si dos o más personas oran, Él escucha. ¿Por qué simplemente no
vienen varias personas aquí al hospital a orar conmigo? ¿Por qué tengo que recibir a
algún hombre?» Hablé con mis consejeros cristianos quienes me dijeron: «Lo que
tus colegas quieren es hacer de esto un problema espiritual porque no quieren lidiar
con el dolor en tu vida». Este año los consejeros habían logrado mi confianza por lo
que les creí a ellos y no acepté ver a Neil. Esa fue la primera vez que escuché el
nombre de Neil, pero no lo llegué a conocer hasta tres años después. Me daba
demasiado miedo; todo el asunto me alarmaba sobremanera.
Desempeñaba una labor fantástica; luego me metía al auto y sacaba mis cuchillas
de afeitar.
De algún modo me gradué y empecé a trabajar. Desempeñaba una labor fantástica y
luego me metía al auto, sacaba mis cuchillas de afeitar y por dieciséis horas vivía en
un mundo totalmente distinto. Después regresaba a mi trabajo, hablaba a todas mis
«amistades» que tenía en la cabeza y ritualmente me cortaba para obtener sangre.
Simplemente quería sentir algo; sabía que no estaba en contacto con la realidad.
De noche, a menudo me quedaba despierta, con la esperanza de morir antes del
amanecer. Escribía notas de suicidio y conocía toda casa vacía en la zona: casas que
estaban a la venta, donde podría meter mi auto al garaje, dejar el motor prendido y
así matarme. También conocía todas las armerías de la ciudad y el horario en que
atendían, en caso de que necesitara un arma. Guardaba en casa unas doscientas o
trescientas pastillas como «escape» para cuando no pudiera aguantar más. Tenía
muchos planes para suicidarme.
Le rogaba a Dios que me ayudara a sobrevivir una noche más.
Pensaba constantemente: El Señor tiene que sacarme de esto. Sabía que Él era mi
única esperanza y que había una razón para vivir, por lo que seguía clamándole.
Recuerdo que en la noche me iba a gatas a un rincón de mi cuarto y dormía allí en el
piso.
Trataba de escaparme de todo y le rogaba a Dios que me ayudara a sobrevivir una
noche más. Le pedía que me diera fuerza y me protegiera de mí misma. Me culpaba
por todo esto.
Temía por mi vida, al igual que muchas de mis amistades. Fui a ver a un pastor, le
dije que creía tener un problema espiritual y que además sentía que me iba a morir.
Me dijo:
—Estás visitando a uno de los mejores siquiatras de la ciudad; no sé por qué me
vienes a buscar.
— ¿Estás tomando tu medicina?—me preguntó después. Me tenía miedo y no sabía
cómo ayudarme. Una vez pasé varias horas hablando con algunas amistades
preocupadas por mí. Una sugirió: —Jennifer, simplemente debes entrar a la sala del
trono de Jesús.
¡Eso es!—me dijeron las voces dentro de mí.
Para mí «entrar a la sala del trono» significaba morir. Me fui en auto a un hotel,
tomé una habitación y me tragué doscientas pastillas. Me acosté junto a una nota
sencilla que decía: Voy para mi casa a estar con Jesús. Ya no aguanto más.
No quería estar sola cuando muriera.
Llamé a alguien porque no quería estar sola cuando muriera. Creía que si al menos
tenía a alguien al teléfono me sería una ayuda. Al principio no quise darle el número
de teléfono
a mi amiga, pero más tarde estaba tan adormecida y fuera de todo que se lo di para
poderme dormir y para que mi amiga me llamara más tarde. A las dos horas y media
me encontraron y me llevaron a un hospital en donde me hicieron limpieza de
estómago. Me pusieron en la unidad de cuidados intensivos. Debí haber muerto,
pero por un milagro de Dios eso no pasó.
Me hospitalizaron de nuevo en una clínica cristiana distinta. Jamás se mencionó la
posibilidad de que mi problema fuera espiritual. Me diagnosticaron como
esquizoafectiva y bipolar. Me dijeron que no sabía lo que era la realidad, y que
debía basar mi confianza en lo que decían los demás y no en lo que me pasaba por la
mente. Me dijeron que tendría que depender de los medicamentos el resto de mi
vida. Los efectos secundarios de los antisicóticos y de los antidepresivos eran
horrendos. Me daban temblores tan fuertes que hasta me costaba usar la mano para
escribir mi nombre, y se me nublaba la visión. Estaba tan drogada que ni siquiera
podía mantener abierta la boca.
Nunca exploraron la posibilidad de lo demoníaco.
En mis sesiones de consejería les dije que estaba oyendo voces, pero jamás
exploraron la posibilidad de que fueran demoníacas. Me dijeron que como ya había
tenido mucha terapia, ellos querían tratar conmigo a nivel espiritual. Me trajeron un
hombre muy piadoso que era bueno, pero no pude oír ni recordar una sola palabra
de lo que dijo. Apenas abría su Biblia y empezaba a hablar, yo oía otras cosas y
planeaba matarme. Pensaba que si al
menos pudiera salir de allí, lograría hacerlo y esta vez con éxito.
Un día me llamó un amigo a la clínica y trató honestamente con el pecado en mi
vida. Básicamente me dijo que yo era manipuladora, deshonesta, odiosa, egoísta y
que buscaba ser el centro de atención. Fue duro oírlo, pero lo hizo con cariño y yo
estaba lista para escucharlo. Me arrodillé y escribí en mi diario una carta a Dios
pidiéndole perdón. Esos pecados eran parte de mí que me avergonzaba, y había
convivido con la culpabilidad de ellos toda mi vida. Experimenté un poco de alivio
y sé que allí empezó mi sanidad.
Las voces hablaban tan alto que no podía escuchar una palabra de lo que él decía.
Unos amigos de California me invitaron a visitarles y decidí aprovechar para
conocer a Neil Anderson. Fui a su oficina y hablamos cerca de dos horas. Abrió su
Biblia y empezó a repasar algunas Escrituras, pero las voces resonaban tan fuerte
que no podía escuchar ni una palabra de lo que me decía. Era como si estuviera
hablando en jerigonza: sus palabras eran como de otro idioma. Siempre que la gente
usaba la Biblia conmigo, me pasaba esto.
Realicé los pasos hacia la libertad, pero no sentí nada diferente cuando al salir. Me
preguntaba si las palabras habrían pasado directo de mis ojos a mi boca sin
interiorizar lo que leía. Pero entonces mejoraron dos aspectos de mi vida. Mejoró la
lucha con la comida y no me volví a cortar más. Las voces también se alejaron
durante dos semanas, pero luego volvieron. No recordaba qué debía hacer cuando
volvieran las voces y los pensamientos según las instrucciones de Neil, y jamás se
me ocurrió que no tenía que escucharlos. No sabía que tenía esa opción, por lo que
me golpearon más fuerte que nunca.
Seis meses más tarde estaba de nuevo en el hospital, tanto por lo de suicida como
por lo de lo sicótico. Estaba descontrolada y hacía todo lo que me ordenaban las
voces. Mis amistades me animaron a que fuera a ver de nuevo a Neil, pero si eso no
daba resultados, sabía que iba a morir. Todo esto sucedió durante siete años
terribles, los efectos secundarios de los medicamentos eran tan horribles que lo
único que hacía era trabajar cuatro horas, para luego dormir o sentarme frente a la
televisión. No podía seguir una conversación que tuviera sentido ni tampoco me
importaba nada. Me sentía desesperada, exhausta y desanimada.
Asistí al congreso sobre Cómo resolver conflictos personales y espirituales. De
nuevo me reuní con Neil y en un momento dado me enfermé tanto que vomité. Me
presentó una señora con un pasado similar al mío, quien se sentó a mi lado y oró por
mí. Así logré escuchar y comprender lo que decía Neil.
Aprendí muchísimo sobre la batalla espiritual que se estaba librando en mi mente y
lo que debía hacer para mantenerme firme. Una vez que tuve en claro esa parte,
quedé libre. Sabía lo que tenía que hacer y cómo hacerlo. Antes no sabía cómo
mantenerme en libertad y andar en esta, aunque fui criada en un buen hogar
cristiano. A pesar de que acepté a Cristo cuando tenía cuatro años, nunca supe quién
era en Cristo y no entendía la autoridad de la que gozaba como hija de Dios.
Le conté a mi siquiatra que ya estaba libre en Cristo y que quería dejar de tomar mis
medicamentos.
—Ya lo has hecho antes y mira tu historia—me dijo.
—Pero ahora es distinto—repliqué—. ¿Me va a apoyar?
—No, no puedo—respondió.
—Bueno—repliqué—, lo haré de todos modos. Asumo toda la responsabilidad.
Me dijo que me vería en un mes. Cuando al cabo de un mes regresé, estaba tomando
la mitad de los medicamentos, en dos meses más la había suprimido totalmente. Me
preguntó cómo me sentía, y cuando le dije que estaba muy bien, me dio la mano y
me comunicó que ya no tenía que volver. Fue como si estuviera descubriendo la
vida por primera vez y me sentí motivada a escribirle la siguiente carta a Neil.
Querido Neil: Estuve leyendo mis diarios de los años pasados y fue un recuerdo
cruel y duro de las tinieblas y del mal en que estuve sumida por tantos años. Escribí
a menudo acerca de «ellos» y de cómo me controlaban. A menudo creí que antes de
sentirme dividida entre Satanás y Dios, prefería descansar en la oscuridad. No me
había dado cuenta de que era hija de Dios y que estaba en Cristo, no pendiendo
entre dos espíritus. Muchas veces sentía que me controlaban y que estaba loca,
perdiendo todo sentido de mi propia identidad y de la realidad. Creo que de algún
modo había aprendido a amar las tinieblas. Me sentía segura allí, y me engañaban
las mentira de que moriría si dejaba el mal y de que Dios no supliría mis
necesidades ni me cuidaría como yo deseaba.
Por eso no pude hablar con usted la primera vez. No quise que me quitara lo único
que tenía, y la simple idea me aterrorizó. Supongo que el maligno tuvo algo que ver
con esos pensamientos y temores, pues estaba muy engañada. Me esforzaba mucho
para orar y leer la Biblia, pero no tenía sentido. Una vez traté de leer el libro The
Adversary [El adversario] de Mark Bubeck, y literalmente no pude lograr que mi
mano lo levantara. Sólo me quedé mirándolo.
En un intento de mejorar las cosas, los siquiatras probaron muchos medicamentos y
dosis (incluyendo antisicóticos). Tomaba hasta quince pastillas diarias sólo para
mantenerme en control y un poco en acción. Estaba tan drogada que no podía pensar
ni sentir casi nada. ¡Era como un cadáver ambulante! Los terapeutas y los médicos
estaban de acuerdo en que padecía de una enfermedad mental crónica, y que lidiaría
con ella el resto de mi vida, ¡fue un pronóstico derrotante!
En el congreso pude ver el cuadro total. Sólo pocas semanas antes había tomado la
decisión de no entretener más las tinieblas, y que realmente deseaba estar sana, pero
sin la menor idea cómo dar ese paso. Bueno … aprendí, y de nuevo mi mente se
tranquilizó. Pararon las voces, se levantaron las dudas y la confusión; estaba libre.
Ahora sé cómo enfrentarlo.
Me siento como una niñita que ha pasado por una tormenta horrible y aterradora,
perdida en la confusión y la soledad. Sabía que mi Padre amante estaba al otro lado
de la puerta y que era mi única esperanza y alivio, pero no podía pasar por esa
puerta tan pesada. Entonces alguien me enseñó cómo darle vuelta a la cerradura y
me dijo que tenía todo el derecho y la autoridad para abrirla por ser hija de Dios. He
levantado mis manos y he abierto la puerta para correr hacia mi Padre y ahora
descanso en sus brazos fuertes y amorosos. Tengo toda la seguridad y la fe de que
«ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni lo presente, ni lo porvenir, ni
poderes, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del
amor de Dios, que es en Cristo Jesús, Señor nuestro» (Romanos 8:38).
Jennifer
Cómo obtener la libertad y mantenerse libre
Cuando Jennifer se reunió conmigo por primera vez, la conduje a través de los pasos
hacia la libertad. El hecho de que hubiera cierta resolución se pudo notar claramente
en la primera carta que envió. Sin embargo, no hubo tiempo suficiente en una sesión
de tres horas de consejería para que yo, ni nadie, pudiera educarla lo suficiente
acerca de su identidad en Cristo, mucho menos respecto a la naturaleza de la batalla
espiritual. Además, en ese entonces yo no tenía la base de experiencia que ahora
tengo. Como Jennifer no tenía el conocimiento volvió a caer en sus antiguos
patrones y hábitos. En su segunda visita participó en todo un congreso diseñado con
el fin de darle la información que necesitara para obtener su libertad y mantenerse
libre.
La mayoría de los pastores no disponen de tiempo suficiente como para sentarse con
la gente, uno por uno, para darles sesiones extensas de enseñanza. Normalmente
pido a la persona antes de la primera entrevista, que al menos lea Victory Over the
Darkness [Victoria sobre la oscuridad]. Cuando se tiene que luchar para poder leer
como le sucedía a Jennifer, a menudo hay un síntoma de hostigamiento demoníaco.
Entonces los dirijo primero por los pasos hacia la libertad y les doy seguimiento con
tareas como leer el libro o escuchar casetes sobre el mismo tema.
Permítame destacar de nuevo que no doy nada por sentado respecto a los conflictos
espirituales. Se necesita un medio, seguro para evaluar las cosas a nivel espiritual.
No difiere de lo que hace un médico cuando pide primero un examen de sangre y de
orina. La iglesia debe responsabilizarse del diagnóstico espiritual y de la resolución.
Si se ve la liberación como algo que uno puede hacer por una persona, normalmente
habrá problemas. Quizás logre conseguir su libertad al echar un demonio, pero es
muy posible que este regrese y que el estado final sea peor todavía. Cuando Jennifer
confesó, renunció, perdonó, etcétera, aprendió cuál era la naturaleza del conflicto al
experimentar todo el proceso. En vez de desviarla, apelé a su mente, donde se estaba
librando la verdadera batalla, y la ayudé a asumir la responsabilidad de escoger la
verdad.
Son muy apropiados los comentarios de Jennifer sobre los medicamentos recetados.
El uso de drogas para curar el cuerpo es recomendable, pero para curar el alma es
deplorable. Estaba tan dañada su capacidad para pensar que no podía elaborar nada
a nivel mental. Veo a menudo personas en esta condición y es sumamente
frustrante, sin embargo, jamás contradigo el consejo de un médico. Tengo
muchísimo cuidado de advertirle a la gente que no dejen sus medicamentos
demasiado pronto, para evitar los graves efectos secundarios que puedan resultar. Es
cierto que Jennifer dejó de tomar sus medicamentos demasiado pronto después de su
primera entrevista, y eso quizás contribuyó a que tuviera una recaída.
Esta gente busca desesperadamente quién les crea y entienda lo que les sucede.
Conocen lo suficiente como para no hablar con quienes no entienden de
pensamientos extraños e imágenes raras. En el caso de Jennifer, cuando finalmente
expuso su relato la gente no le quiso creer y algunos todavía dudan. Ven su sanidad
como una casualidad. Los consejeros deben reconocer la realidad de las maniobras
de Satanás, de que realmente no «luchamos» contra sangre y carne, «sino contra
principados, contra autoridades, contra los gobernantes de estas tinieblas, contra
espíritus de maldad en los lugares celestiales» (Efesios 6:12).
El seguimiento
Los pensamientos de Jennifer respecto al seguimiento son selectos. No se puede
recalcar lo suficiente la importancia de tener una amistad con quien contar. Jamás
fue la intención de Dios de que viviéramos solos; nos necesitamos unos a otros. Y
Jennifer necesitaba seguir con una consejería que la ayudara a adaptarse a su nueva
vida. En muchos aspectos no se había desarrollado lo mismo que otros y ahora
necesita madurar hasta lograr la sanidad completa. En sí, la libertad no es madurez.
Las personas como Jennifer están en proceso de desarrollar nuevos patrones de
pensamiento y necesitan tiempo para reprogramar sus mentes.
Sus consejeros le proporcionaron el apoyo que necesitaba para sobrevivir, y son
personas buenas que hubieran hecho cualquier cosa por ayudarla. Nadie tiene todas
las respuestas. En primer lugar, y sobre todo, necesitamos al Señor, pero también
nos necesitamos unos a otros.
El ciclo de pecar, confesar, pecar, confesar, pecar, «me doy por vencido» es más
común en las esclavitud. Supongamos que el perro del vecino se haya metido al
patio porque usted dejó abierto el portón. Ahora la mandíbula del perro se ha
prendido de su pantorrilla. ¿Se golpea usted o al perro?
Con todo el dolor del alma y conscientes de haber dejado una puerta abierta al
pecado, clamamos a Dios por su perdón. Adivine lo que hace Dios: ¡Nos perdona!
Había dicho que lo haría, pero el perro todavía está adentro. En vez de la rutina de
pecar y confesar, la perspectiva bíblica completa es pecar, confesar y resistir:
«Someteos pues a Dios. Resistid al diablo, y él huirá de vosotros» (Santiago 4:7).
En nuestro mundo occidental nos portamos como si los únicos actores en el drama
fuéramos nosotros y Dios, lo cual no es cierto. Si fueran sólo usted y Dios, entonces
o usted o Dios tendría que llevar encima la culpa de los espantosos estragos
cometidos en este mundo. Creo que Dios no es el autor de la confusión ni de la
muerte, sino del orden y de la vida. El arquitecto principal de la rebelión, del
pecado, de la enfermedad y de la muerte es el dios de este mundo: el padre de las
mentiras (Juan 8:44).
Sin embargo, «el diablo me empujó» no forma parte de mi teología ni de mi
práctica. Es nuestra la responsabilidad de no dejar que el pecado reine en nuestros
cuerpos mortales (Romanos 6:12). Pero sería el colmo del juicio farisaico y del
rechazo humano tratar como culpables principales y a las personas atadas y echarlas
por no lograr poner orden.
Si usted fuera testigo de una violación sexual de una niñita que dejó la puerta abierta
y los intrusos malévolos se aprovecharon de su descuido, ¿no haría caso a los
abusadores y confrontaría únicamente a la niña? De ser así, esa niñita llegaría a
concluir que hay algo maligno en su ser, que es lo que han experimentado Nancy y
muchas otras como ella. Aprendamos por medio de su historia.
La historia de Nancy
Parecíamos una familia normal y feliz.
Mis padres eran jóvenes y no eran cristianos. Cuando yo nací tenían dos años de
casados, y su matrimonio estaba tambaleante. Luego se agregaron a la familia dos
hermanos y una hermana y las fotos de esa época muestran que parecíamos una
familia normal y feliz. Papá era guapo y mamá también era bonita. La mayoría de
las fotos fueron tomadas cuando la familia estaba lista para ir a la iglesia un
domingo de resurrección, el único día del año en que asistíamos a la iglesia.
Nos mudábamos a menudo, por lo que asistí a ocho escuelas distintas antes de entrar
a la secundaria, en dos colegios diferentes.
Escribía historias acerca de fantasmas amigables. Así que pensé que los fantasmas
que veía en su casa también eran buenos.
Mis abuelos no dormían juntos. Más tarde supe que mi abuelo había tenido
relaciones con otra mujer y mi abuela le había dicho que se podía quedar; pero
jamás volvieron a dormir juntos, por lo que yo dormía con mi abuela. Ella escribía
cuentos y me los contaba, cuentos que por lo general eran de fantasmas amistosos, y
por eso yo creía que los fantasmas que veía en su casa eran buenos.
Mi abuelo me amaba y me decía que yo era su nieta favorita. Dormía con él
también, pero jamás me tocó de manera inapropiada, me gritó ni me hizo ningún
daño. Conversábamos y jugábamos en el comedor y él tocaba su guitarra y me
cantaba. Aun cuando había cosas extrañas en su casa, en mi experiencia fue lo más
cercano a una familia feliz.
Mi madre se volvió a casar y nos fuimos de allí. Los primeros años de su
matrimonio parecían normales. Nos castigaban, pero no nos golpeaba. Participaba
en el grupo de niñas exploradoras, en clases de zapateado, en gimnasia y sacaba
buenas notas. Pero siempre seguí escuchando voces que decían: «Eres fea y
estúpida. Esto se va a acabar y tu verdadero padre vendrá a agarrarte».
Empecé a soñar que me moría, por lo que me quedaba tendida en la cama rogándole
a Dios que me ayudara:
«Por favor, que haya algo que no sea la muerte, algo que sea más allá de la muerte».
Soñaba que mis abuelos se iban a morir, que nunca los volvería a ver. Soñaba que
mi madre se moría. Llegó a convertirse en tal obsesión, que no me dejaba dormir
hasta que pensara en la muerte de alguno de mis familiares, y luego lloraba hasta
quedar dormida.
Asistí a una iglesia con una amiga cristiana y me presenté al altar cuando dieron la
invitación, deseando de corazón que alguien me amara y me ayudara. Pero este no
era el momento ni el lugar. El consejero dijo que tenía que «morir bajo la cruz» para
poder hablar en otro lengua. Mi amiga me dijo que después me caería para atrás,
pero que no me asustara.
Unas treinta personas a mi alrededor empezaron a orar, algunos en lenguas y otros
no. Hacía calor y yo simplemente quería regresar a casa, por lo que se me ocurrió
hablar en jerigonza y caerme, cosa que hice. Todo mundo se emocionó mucho
porque ahora yo era «cristiana». Sabía que los había burlado y estaba confundida,
preguntándome si no sería que los cristianos eran falsos.
Cuando estaba en la escuela primaria me cuidaba una muchacha solo unos años
mayor que yo. Nos quitábamos la ropa y nos acostábamos una encima de la otra en
el suelo de la sala. A veces pasaba la noche en su casa y jugaba conmigo desnuda.
En los veranos visitaba la casa de mis abuelos, y el verano después de terminar
quinto grado me llevé conmigo a una amiga.
Jamás había tenido deseos homosexuales, pero ese verano fue distinto. Jugábamos
en el vivero y yo le decía que era mi esposa o que yo era la suya, nos tomábamos de
la mano y nos besábamos. Una cosa conducía a otra y terminábamos en el piso,
dando vueltas las dos hasta que yo terminaba masturbándome. No creo que ella lo
hizo jamás, y parecía un poco nerviosa, pero siempre estaba dispuesta a jugar así
varias veces al día.
Cuando regresamos a casa nos metimos a los arbustos y tratamos de jugar de nuevo,
pero esta vez no nos pareció bien y no lo volvimos a hacer. Mantuvimos nuestra
amistad durante todos nuestros años escolares pero jamás volvimos a mencionar los
veranos juntas.
El año siguiente llevé a otra amiga a casa de mi abuela. Esta vez nos quedamos en el
dormitorio leyendo revistas y representando las historias que leíamos en las mismas.
La voz me decía: «Imbécil. Eres tan estúpida y fea que nadie te va a querer».
Le fue difícil aceptar algunas cosas de mi vida. Sin embargo, me dijo que de todos
modos me amaba.
Una de las muchachas con las que vivía tenía un hermano que me gustaba, pero ella
trataba de cuidar su inocencia y realmente no quería que yo saliera con él. A pesar
de ello, empezamos a salir y fue una relación distinta a cualquier otra que había
tenido. Sabía que Jim me quería, ¡me amaba de verdad!
Al poco tiempo de comprometernos, le jugué sucio. Me sentí tan culpable que le
devolví el anillo de compromiso, pero no quiso romper la relación. Estaba
confundida, me masturbaba todavía y no comía bien. En mi corazón añoraba que me
amara y se quedara conmigo, pero me porté mal con él.
Decidí que el hombre con quien me casara tendría que conocer la verdad respecto a
mí, así que le conté mi pasado. Creció en un hogar cristiano muy estricto y
protegido, y le fue difícil aceptar algunas de las cosas en mi vida, pero me dijo que
de todos modos me amaba. A los siete meses nos casamos.
Antes de casados nunca nos habíamos acostado juntos, pero después nuestra
relación sexual fue muy anormal. Yo era adicta al sexo, no sólo con mi marido sino
también con la masturbación. Esto creaba tensión entre nosotros y peleábamos, por
lo que empecé otra vez a sentirme sucia y sola.
Nuestros primeros diez años de matrimonio fueron turbulentos. Jim asistía a un
instituto bíblico, trabajó con una corporación por siete años y luego entró
oficialmente al ministerio. Me entusiasmaba ser la esposa de un pastor y me impuse
expectativas muy altas, de ser perfecta y de estar siempre dispuesta a ayudar a los
demás.
Teníamos dos hijos pero yo no era muy buena madre. Les pegaba mucho y me
deprimía fácilmente. Sentía que mi vida era un desperdicio; el suicidio llegó a ser
una idea diaria. Alternaba entre arranques de ira y pedir perdón. Quise estar cerca de
Dios pero no lo sentía.
Cuando quedé embarazada por tercera vez, gran parte de mí quería abortar, pero una
partecita decía: «Ama a esta criatura».
Mi marido estaba contento con el embarazo, pero peleábamos todavía más y mis
cambios de temperamento se descontrolaron del todo. Llegó el bebé y no sabía
cómo cuidar a otro hijo. Lo único que quería era dejar esta vida, pues estaba
deprimida y aburrida, y me sentía fea, estúpida, indeseable y solitaria.
Mientras tanto, en la iglesia y en las reuniones parecía que yo le gustaba a todo el
mundo. Normalmente era el centro de atención en las fiestas, pero esa era una
fachada. Nadie me conocía en verdad.
Estuve muy cerca de tener relaciones con uno de los diáconos casado con mi mejor
amiga. Jamás pasé de la etapa de hablar, pero me sentí muy tentada y sumamente
confundida. Dentro de mí, una voz me decía: «Hazlo. Nadie se va a dar cuenta».
Pero otra decía: «Sé fiel a tu marido». Después de esto perdí interés por el sexo con
Jim, pero seguí con el problema de la masturbación.
Mi padrastro murió y nos llevamos a casa su sillón favorito. Cada vez que me
sentaba en el sillón y miraba por el corredor veía sombras saltar de los cuartos de los
niños hacia el dormitorio al otro lado del pasillo. Al principio creí que era porque
estaba cansada, pero luego me enteré que mi marido y otros también las vieron.
Una noche se paró una figura al pie de mi cama y me miró fijamente. Era alto y
moreno, con un niño pequeño a su lado. Estas apariciones volvieron de vez en
cuando por varios meses. Me deprimía cada vez más, hasta que intenté matarme
varias veces con pastillas. Hablaba de morir y entonaba canciones acerca de la
muerte. Le dije a mi marido que era la única forma en que tendría paz, entonces
todo estaría tranquilo y yo estaría con Dios.
Como me volvía cada vez más taciturna, Jim empezó a irse de casa por las noches
llevándose a los niños los fines de semana. No sabía qué hacer, por lo que salía
huyendo para esconderse. Yo permanecía en cama durante dos o tres días
manteniendo la puerta con llave y con un rótulo para evitar que me molestaran.
Mientras tanto, Jim me disculpaba con la iglesia, diciendo que yo estaba enferma.
Varias veces nuestro hijo mayor llamó una ambulancia porque le pareció que me
estaba muriendo. Me llevaban a la sala de emergencias, me hacían pruebas, me
decían que todo estaba bien y me devolvían a casa. Una vez recordé el nombre de un
pastor y clamé desesperadamente que lo llamaran para que me ayudara. Jim no
estaba en casa, pero la muchacha que cuidaba a los niños lo llamó. Oró conmigo y
me refirió a un consejero cristiano a quien consulté durante tres meses.
El consejero empezó diciendo que yo era cristiana y él también pero que este no era
un problema espiritual. Me dijo que había recibido maltrato de varios hombres en
mi vida, que estaba demasiado atareada y que no me estaba enfrentando con la niña
dentro de mí. Una vocecita interna dijo: «¿Pero dónde está Cristo en todo esto?»
Sabía que las respuestas tenían que estar en Él, pero simplemente no lograba
alcanzarlas. Finalmente dejé de visitar al consejero.
Uno de nuestros hijos empezó a ver «cosas» y a tener pesadillas.
Un día decidí que ya era hora de actuar, por lo que llevé la silla de mi padrastro al
mercado de las pulgas y la vendí. Después ya no volvimos a ver fantasmas en casa.
Renuncié a mi trabajo porque allí también estuve viendo fantasmas. En ese
momento empecé a tener un estudio bíblico diario.
Jim y yo nos empezamos a llevar mejor y las cosas llegaron a ser casi normales,
aunque todavía deseaba morir para que él pudiera encontrarse una mejor esposa y
nuestros hijos una madre buena que no se encogiera cuando le dijeran: «Mami, te
amo». Entonces a Jim le ofrecieron otro trabajo y nos mudamos, deseando
desesperadamente que esta nueva situación nos ayudara.
En el nuevo lugar, uno de nuestros hijos empezó a ver «cosas» y a tener pesadillas.
No podíamos dejarlo solo. Veía a un hombre rubio correr por su dormitorio y salir
por la puerta. Una noche, cuando tenía cuatro años de edad, nos dijo: «Necesito que
el Señor viva en mí».
Recibió a Cristo en su vida, y no sólo desaparecieron las apariciones y las
pesadillas, ¡sino que también sanó inmediatamente de los graves ataques de asma
que lo tenían con medicamentos y con un respirador! Hoy en día, si le preguntan
sobre el asunto, siempre dice que: «Dios me sanó».
Después de ese breve período y estar casi normales, el nuevo empleo se volvió un
desastre. Empecé a masturbarme de nuevo, peleando y mintiendo.
Despidieron a mi marido y nos mudamos a otro lugar, donde Dios suplió
milagrosamente una casa y otro empleo con el personal de una iglesia. Contentos
con esa nueva situación pasamos un tiempo muy bien, pero de nuevo llegó la
depresión. No podía desempeñar mis funciones y de nuevo quería morir. No tenía
amistades; ni en quien confiar. ¿Quién iba a comprender lo que eran voces,
fantasmas, depresiones tremendas y la obsesión por morir? Llevaba una doble vida,
trataba de ayudar en la iglesia, aun presentándole el Señor a unas personas, mientras
que en casa era histérica e iracunda. Tenía engañado a todo el mundo, menos a mi
familia. Sentía que me volvía loca.
Un médico me diagnosticó el problema como síndrome premenstrual y me contó
que había una pastilla nueva. Yo creía que un cristiano podía tener problemas
físicos, pero en el caso mío el problema era de la mente y sabía que de algún modo
tendría que ponerle fin a este tormento mental.
Sentía miedo… miedo de bañarme por temor a que la cortina de baño me envolviera
y me matara… temor de contestar el teléfono por no querer hablar con nadie …
temor de ser responsable, pues ya no era la persona a quien le encantaba planear,
organizar y realizar grandes actividades … temor a las caras en el espejo de mi
cuarto … y temor a manejar el auto de noche porque figuras y culebras aparecían en
los focos.
Me sentía tan asustada y enferma que deseaba que Neil cancelara la actividad.
En preparación para un congreso acerca de «Cómo resolver conflictos personales y
espirituales» en nuestra iglesia, mostraron una película donde Neil hablaba y
algunas personas daban testimonios. Mientras lo veía empecé a sentirme enferma y
quise salir corriendo, pero me quedé por el qué dirán. Camino a casa le dije a Jim
que no quería asistir al congreso, que ya me sentía mejor. Pensaba que mientras
estudiara y orara todas las mañanas estaría bien. Hablamos del asunto, luego
dejamos el tema y me sentí tranquila, pues todavía faltaban dos meses.
En las semanas anteriores al congreso hubo mucho alborozo en la iglesia. Todo el
mundo hablaba de lo interesante que iba a ser e invitaban a sus amistades. Decidí
que iría sólo para aprender a ayudar a otros y para apoyar a Jim. Entonces comenzó
de nuevo el tormento: no podía orar, me enojaba por cualquier cosa y volví a
masturbarme. Me sentía tan asustada y enferma que deseaba que Neil cancelara la
actividad.
La primera noche del congreso estuve sentada haciéndome la que estaba totalmente
tranquila, tomando apuntes como si no me afectara. Pero la tercera noche ya no
podía concentrarme y nada tenía sentido. Sentía que me vomitaría o que lloraría.
Escuché voces, tuve pensamientos terribles e iba cuesta abajo con rapidez,
especialmente cuando Neil habló sobre la violación sexual.
Jim hizo una cita para mí con Neil y cuando me lo contó, empecé a temblar
fuertemente. Cuando llegó la mañana de la cita, le dije a Jim que no había forma de
que fuera a conversar con un conferenciante engreído, que simplemente me diría
que estaba mintiendo y que tendría que dejar de hacer todo eso.
Jim oró y me convenció de acompañarlo a la conferencia y luego a la cita. Esa
mañana lloré durante todas las sesiones. Finalmente, no aguanté más y me fui a
sentar en el auto. Este conflicto interno fue el peor que jamás había experimentado
en mi vida entera. Me decía: «¿Por qué vendría? ¿No sabe que no necesito su
ayuda? Me gusta estar así. Estoy muy bien. ¿Por qué no se va? Va a arruinarlo
todo». Ese último pensamiento era el que me seguía resonando: Va a arruinarlo
todo.
Luego otra parte de mí decía: «¿Y qué podría arruinar?» Sentí tal temor que pensé
guiar el auto hasta atravesar la cerca que tenía al frente y escaparme, pero no lo hice.
No tenía dónde esconderme. Deseaba que me ayudaran, pero dudaba que Neil
tuviera las soluciones. Entonces me enojé. Odiaba a Neil; era el enemigo. Iría a esa
cita estúpida, pero ganaría.
La primera mañana en nuestra casa, después del congreso, miré en torno a nuestro
dormitorio y escuché. Estaba silencioso, verdaderamente silencioso… no habían
voces, ¡y no han vuelto! De vez en cuando me he sentido frustrada, pero ahora sé
cómo manejar la situación.
Desde entonces nuestro hijo menor tuvo algunos temores y pesadillas. En vez de
orar con temor, hablamos de quién es él en Cristo. Nuestro hijo dijo: «¡Oye! Satanás
me tiene miedo. Mejor que me tengas mucho cuidado porque soy hijo de Dios».
Mi esposo y yo llevamos a una pareja a través de los pasos hacia la libertad. Ahora
ellos también son libres.
Varios meses después se quedaron con nosotros, por una semana, unos amigos
nuestros que eran misioneros. La esposa había sufrido mucho hostigamiento de
varias maneras, incluyendo la depresión y los pensamientos de suicidio. Jim y yo los
condujimos por los pasos hacía la libertad y ahora ¡ellos también son libres!
Desde que encontré mi libertad en Cristo puedo decir «Te amo» a mi marído sin oír
pensamientos de Mentira, no es cierto o Este matrimonio no va a durar. Ya hace
mucho tiempo que no siento depresión. No grito histéricamente a mis hijos. Ya no
temo a la cortina del baño.
La masturbación ya no es un problema. Jim y yo hemos podido llevar a muchos de
nuestros amigos en la iglesia por los pasos hacia la libertad, y estamos disfrutando
de ver que la libertad se extiende. ¡Gloria a Dios, soy realmente libre!
¿Le odian?
Tal vez se esté preguntando por qué Nancy, Sandy y otros expresaban odio hacia
mí. Me alegra decir que no eran sus sentimientos reales, porque esos no eran ellos.
A Satanás no le gusta lo que digo ni que esté ayudando a la gente a recuperar
terreno donde él tenía una fortaleza. Si esto sucede cuando está ayudando a alguien,
no le haga caso a esos comentarios y siga adelante. Una vez terminados los pasos,
cuando ya se sientan libres, a menudo le expresarán un gran cariño. ¿Recuerda el
comentario que hizo Anne en el capítulo 2? Dijo: «Inmediatamente sentí amor en mi
corazón para usted, Neil».
La transferencia demoníaca
La historia de Doug
Papá nunca me llamó «hijo».
Mi madre no estaba casada cuando nací, pero a los dos años se casó con un negro.
Era una persona decente, pero nunca me llamó «hijo» ni jamás me dijo que me
amaba. Cada vez que íba a algún lado con ambos padres era obvio que yo no era
producto de su matrimonio y a veces me llamaban «el chiquillo de Sambo».
Cuando tenía edad preescolar, una mujer que me Cuidaba me llevó a su apartamento
e hizo juegos sexuales conmigo. En los años siguientes realicé experimentación
sexual con otros niños, fui explotado sexualmente por muchachas y muchachos
mayores y finalmente fui violado por jóvenes.
Comprendía que mi identidad era «bastardo»: alguien que no había sido planeado ni
deseado, un accidente. Muy pronto percibí que mis ansias de amor y de aceptación
posiblemente se podrían satisfacer a través del sexo, y que al ofrecerle satisfacción a
otros por medio del sexo, podría mostrarles que mi amor no era egoísta. Por tanto, el
sexo llegó a ser una obsesión y con el tiempo me llevó a la perversión.
Traté muchísimo de lograr los aplausos y la aprobación también de parte del mundo
«correcto», y gané muchos premios y honores en la escuela. Pero mi autoimagen
estaba en cero y nadie ni nada parecía ayudarme. A los dieciséis años de edad me
volví suicida.
Entonces un verano fui a un campamento y conocí personas que parecían quererme
genuinamente. Allí me enteré del amor de Jesús por mí. La promesa de obtener ese
amor, combinado con el enorme disgusto por mi persona, me condujo a recibirlo a
Él como mi Salvador. En esa época ya sabía que mi estilo de vida era malo y que
debía abandonarlo, pero lo había fijado durante años y me parecía que no tenía el
poder para cambiar.
Sin embargo, me propuse seguir a Cristo, orando que de alguna manera milagrosa
me transformara un día en la persona que ansiaba ser. Me preparé para el ministerio,
me gradué y luego me puse a trabajar con ahínco. Creo que parte de lo que me
motivaba a trabajar en el ministerio fue darme a otros con el fin de que a cambio,
me amaran a mí.
Al cabo de unos cuantos años me casé con una mujer maravillosa. Desde el
principio nuestra relación matrimonial estaba perdida por la invasión de imágenes
masculinas; mi propia perversión en el pasado destruyó toda posibilidad de tener
una vida sexual saludable. Constantemente luchaba por no retroceder a las formas
anteriores de sexo ilícito. Recurrí a la masturbación, cosa que consideraba sexo
«protegido» dado que así podía controlar mi ambiente.
Mi esposa siempre me fue leal, pero definitivamente sentía que algo andaba mal. No
fue sino hasta que cumplimos diez años de casados que finalmente le conté un poco
respecto a mi problema. Esa noticia fue muy dolorosa para ella, pero a la vez sintió
alivio de conocer al fin la verdad.
Escuchaba conferenciante tras conferenciante hablar de la victoria en Jesús y yo
pensaba: Eso es bueno para el que no tiene un pasado como el mío. A otros les dará
resultados, pero no a mí. Simplemente voy a tener que vivir con mi pecado. Más
adelante tendré el cielo, pero por ahora debo lidiar con las realidades de mi
pasado. Sentía que estaba encadenado en una horrible identidad; era una esclavitud
muy pesada.
Si me suicidara, esperaba que pareciera un accidente.
Desarrollé un plan de contingencias en caso de que alguien se enterara de que había
sido «homosexual» o bisexual. Conduciría mi auto contra un camión de transporte.
Por años estuve preparando el camino contándole a la gente que me daba
muchísimo sueño tras el volante y tenía que comer algo para mantenerme despierto.
Si tuviera que suicidarme, esperaba que pareciera un accidente para que a mi familia
le dieran dinero del seguro.
Una noche, en un grupo de terapia, me hipnotizaron y conté algo de mi problema;
más de lo que debí. Salí con el estímulo del grupo, pero no me sentí bien por lo que
les había contado. De regreso a casa busqué uno de esos camiones por la carretera
solitaria, decidido a terminar con mi vida, pero no apareció ninguno. Apenas metí el
auto en la entrada de la casa, mis hijos salieron corriendo a recibirme y su
aceptación y amor fue tan maravilloso que rápidamente volví a la realidad.
Di el paso para alejarme de mi prisión de autocompasión.
Luego de algunos fracasos en el ministerio, pedí consejos a unos hermanos
cristianos mayores. Uno de ellos me dijo: «Te oigo decir que te esfuerzas tratando
de comprobar que eres digno». Esa fue una verdad muy dura e inmediatamente me
metí en mi patrón «autocompasivo» diciendo: «Señor, nunca ha habido una persona
más rechazada que yo». Entonces fue como si Dios hubiera hablado en voz alta a mi
mente diciendo: «Al único a quien le di la espalda fue a mi propio Hijo, quien llevó
tus pecados en la cruz». Ese fue un paso hacia la recuperación, de alejarme de mi
prisión de autocompasión. Poco a poco hubo crecimiento. Dios me estaba ayudando
a ver las cosas desde una perspectiva distinta y ya mis pasiones no me controlaban
tanto. Pero me seguía molestando la realidad de que nuestra relación matrimonial no
era todo lo que debía ser.
En una escala de diez, las tentaciones en mi vida mental bajaron a dos.
Tuve la oportunidad de sentarme bajo la enseñanza de Neil y de oírlo hablar del
conflicto espiritual. Aprendí algunas dimensiones nuevas sobre la resistencia a
Satanás y, en una escala de diez, las tentaciones en mi vida mental bajaron a dos. Mi
vida de oración llegó a ser más vibrante e intensa. Mi necesidad de sentir auto-
gratificación sexual que había tenido durante veinticinco años disminuyó hasta tal
punto que se eliminó totalmente.
Al fin encontré que podía tener una relación normal con mi esposa sin que pasara
por mi mente un video de otros imponiéndose sexualmente sobre mí. Fue algo sano
y bello. Todos esos cambios sucedieron sin que yo los persiguiera. Me senté a
aprender de Neil y el Señor hizo lo demás.
Pensaba que como único se acaba con el pecado es destruyendo al pecador.
Entonces surgieron algunas dificultades y me di cuenta de que estaba sufriendo un
ataque y que debía reforzar lo aprendido. La verdad que me había ayudado de
maneras distintas fue quién era yo en Cristo, definido por mi Salvador y no por mi
pecado. En Romanos pude ver la diferencia entre quién soy y mi actividad: «Y si
hago lo que yo no quiero, ya no lo llevo a cabo yo, sino el pecado que mora en mí»
(Romanos 7:20). Al fin pude separar el verdadero yo de mis acciones. La razón por
la que en todos esos años había sentido tendencias al suicidio fue porque creía que
como único acabaría con el pecado era destruyendo al pecador. Todavía sufría una
lucha constante entre la autoridad de mis experiencias contra la autoridad de las
Escrituras, pero al escoger la verdad y hacerle frente a las mentiras de Satanás
empecé a experimentar mi verdadera identidad.
Pude aprovecharme de la ayuda que me dio Neil cuando hablé en un congreso
eclesiástico de fin de semana. Después de la última sesión hubo un rato de
testimonios en que la gente empezó a confesar sus faltas unos a otros, como un
mini-avivamiento. Nunca había visto algo así; fue una experiencia bellísima.
Pero mientras hablaba en ese congreso sobre el conflicto espiritual, a cientos de
millas de distancia, mi esposa pasó un susto por manifestaciones demoníacas en
nuestra casa.
Tuvo que llamar a nuestros amigos para que la apoyaran y oraran por ella. Esto
llegó a ser una pauta que continuó por un período.
En el lado positivo, por medio de nuestro ministerio las personas se liberaban de
ataduras que las habían esclavizado por años. Las víctimas de abuso que habían
tenido relaciones desequilibradas recibían restauración en sus matrimonios y los
pastores se liberaban de problemas que paralizaban a sus ministerios. A la vez nos
vimos hostigados por Satanás y agotados por un horario abarrotado.
Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios que presentéis vuestros
cuerpos como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios, que es vuestro culto
racional. No os conforméis a este mundo; más bien, transformaos por la renovación
de vuestro entendimiento, de modo que comprobéis cuál sea la voluntad de Dios,
buena, agradable y perfecta.
En este capítulo quiero discutir el asunto del pecado sexual habitual en su relación
con el cuerpo físico. En el siguiente capítulo trataré el tema de la batalla por nuestra
mente en relación a las ataduras sexuales.
En Romanos 6:12 se nos amonesta que no dejemos que el pecado reine en nuestros
cuerpos mortales para obedecer sus malos deseos. Esa es nuestra responsabilidad:
no dejar que el pecado reine en nuestros miembros. Lo difícil es que la fuente de los
conflictos son «vuestras mismas pasiones que combaten en vuestros miembros»
(Santiago 4:1).
Muertos al pecado
Vivamos libres
Cuando el pecado hace su llamado, yo digo: «No tengo que pecar porque ya he sido
librado de las tinieblas y ahora estoy vivo en Cristo. Satanás, tú no tienes ninguna
relación conmigo y ya no estoy bajo autoridad». El pecado no ha muerto. Sigue
siendo fuerte y atractivo, pero ya no estoy bajo su autoridad y no tengo ninguna
relación con el reino de las tinieblas. Romanos 8:1, 2 ayuda a aclarar el asunto:
«Ahora pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, porque la
ley del espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la
muerte».
¿Estará funcionando todavía la ley del pecado y de la muerte? Sí, y se aplica a todo
el que no esté en Cristo, a los que no lo han recibido en sus vidas como su Salvador.
También está en efecto para cristianos que han decidido vivir de acuerdo a la carne.
En el mundo natural podemos volar si vencemos la ley de la gravedad con una ley
superior. Pero en el momento que desconectamos esa potencia superior, perdemos
nuestra altura.
Así es con nuestra vida cristiana. La ley del pecado y de la muerte se reemplazó por
una potencia superior: la resurrección de Cristo. Pero caeremos el momento en que
dejemos de andar en el Espíritu y de vivir por la fe. Así que: «Vestíos del Señor
Jesucristo, y no hagáis provisión para satisfacer los malos deseos de la carne»
(Romanos 13:14). Satanás no puede hacer nada respecto a nuestra posición en
Cristo, pero si logra que creamos lo que no es cierto, viviremos como si no fuera
cierto, aun cuando lo sea.
La perversión satánica
Cualquiera que haya ayudado a las víctimas a salir del abuso ritual satánico sabe
cuan profundamente Satanás viola las normas de Dios. Esos rituales son las orgías
sexuales más repugnantes que jamás su mente se atrevería a imaginar. No es el sexo
como lo entendería un humano normal. Por el contrario, es la explotación más
desgarradora, obscena y violenta de otro ser humano que usted pueda imaginar.
Violan y torturan a los niñitos. El clímax para un satanista es sacrificar a alguna
víctima inocente en el momento del orgasmo. La palabra «enfermizo» no puede
describir con justicia el abuso. La «maldad absoluta» y la «iniquidad total»
describen mejor el increíble envilecimiento de Satanás y de sus legiones
de demonios. Si Satanás apareciera como es en nuestra presencia ¡creo que sería un
noventa por ciento de órgano sexual!
Los satanistas tienen ciertos reproductores escogidos para desarrollar una «super»
raza satánica que según ellos gobernará este mundo. A otros reproductores se les
exige que traigan sus crías o fetos abortados para sacrificarlos. Satanás hará todo lo
que pueda para establecer su reino, mientras que a la vez intenta pervertir la
descendencia del pueblo de Dios. Con razón los pecados sexuales son tan
repugnantes para Dios. Usar nuestros cuerpos como instrumento de iniquidad
permite que Satanás reine en nuestros cuerpos mortales. Hemos sido comprados con
un precio, hemos de glorificar a Dios en nuestros cuerpos. En otras palabras,
debemos manifestar la presencia de Dios en nuestras vidas conforme producimos
fruto para su gloria.
El comportamiento homosexual
Si bien la homosexualidad es una fortaleza que va en aumento en nuestra cultura, no
existe tal cosa como un homosexual. Considerarse homosexual es creer una mentira,
porque Dios nos creó varón y hembra. Sólo existe el comportamiento homosexual, y
normalmente esa conducta fue desarrollada en la primera infancia y fue reforzada
por el padre de las mentiras. Cada persona a quien he aconsejado y que lucha contra
las tendencias homosexuales ha tenido una fortaleza o atadura espiritual importante,
algún aspecto de su vida donde Satanás tiene pleno control.
Pero no creo en un demonio específico de homosexualidad. Esa mentalidad nos
tendría echando fuera ese demonio y entonces la persona estaría totalmente liberada
de futuros pensamientos y problemas. No conozco ningún caso así, aunque no
podría presumir de limitar a Dios de realizar semejante milagro. Sin embargo, he
ayudado a muchísima gente atada por la homosexualidad, a encontrar su libertad en
Cristo y la he dirigido hacia una nueva identidad en Él y a la comprensión de cómo
resistir a Satanás en esta área.
Los que se ven cautivos por el comportamiento homosexual luchan contra toda una
vida de malas relaciones, de hogares desajustados y de confusión de papeles. Sus
emociones han sido atadas al pasado y se lleva tiempo establecer una nueva
identidad en Cristo. Típicamente pasan por un arduo proceso de renovación de
mentes, pensamientos y experiencias. En la medida en que lo hacen, sus emociones
finalmente se conforman a la verdad que ahora han llegado a creer.
Los gritos proferidos desde el púlpito diciendo que los homosexuales tienen el
infierno como su destino, sólo desespera más a los que luchan con ese problema.
Los padres autoritarios que no saben amar contribuyen a una mala orientación de su
hijo y los mensajes de condena refuerzan una autoimagen ya dañada.
No me malentienda. Las Escrituras condenan claramente la práctica de la
homosexualidad, así como de todas las demás formas de fornicación. Pero
imagínese lo que debe ser padecer sentimientos homosexuales que uno ni siquiera
pidió, para luego saber que Dios le condena por ello. Como resultado, muchos
quieren creer que Dios los creó así, mientras que los homosexuales militantes tratan
de comprobar que su estilo de vida es una alternativa legítima a la heterosexualidad,
y se oponen violentamente a los cristianos conservadores que dicen otra cosa.
A los que batallan contra las tendencias homosexuales, debemos ayudarlos a
establecer una nueva identidad en Cristo. Hasta los consejeros seculares saben que
la identidad es un asunto clave en la recuperación. ¡Cuánto mayor no será el
potencial de los cristianos para ayudar a esta gente, ya que tenemos un evangelio
que nos libera de nuestro pasado y nos establece en Cristo! Así que, como consejero
pido a las personas atrapadas por la homosexualidad que profesen su identidad en
Cristo. También les pido que renuncien a la mentira de que son homosexuales y que
declaren la verdad de que son hombres y mujeres. Algunos quizás no tengan una
transformación inmediata, pero su declaración pública los coloca en el camino de la
verdad, de ahí en adelante pueden decidirse a continuar o no en él.
La salida de la atadura sexual
¿Qué puede hacer uno cuando está esclavizado sexualmente? Primero, sepa que no
hay condenación para los que están en Cristo Jesús. Despreciarse a uno mismo o a
los demás no resuelve esta atadura. La acusación es una de las tretas de Satanás.
Además, el suicidio definitivamente no es el medio que Dios tiene para liberarlo.
Segundo, siéntese solo, o con una amistad de mucha confianza, y pídale al Señor
que le revele a su mente todas las veces que usó su cuerpo como instrumento de
iniquidad, incluyendo cada pecado sexual.
Tercero, responda verbalmente a cada ofensa conforme la recuerde, diciendo:
«Confieso (el pecado que sea) y renuncio ese uso de mi cuerpo». Un pastor me dijo
que una tarde pasó tres horas solo y fue totalmente purificado después. Las
tentaciones todavía se presentan, pero se ha destruido su poder. Ahora tiene la
posibilidad de decirle «no» al pecado. Si usted cree que este proceso podría durar
demasiado tiempo, trate de no hacerlo y verá lo larga que le parecerá el resto de una
vida arrastrándose en medio de la derrota! Tómese un día, dos días o una semana si
es necesario.
Cuarto, cuando haya terminado de confesar y de renunciar, diga lo siguiente: «Me
comprometo ahora con el Señor y mi cuerpo como instrumento de rectitud. Te
presento mi cuerpo como sacrificio vivo y santo a Dios. Te ordeno, Satanás, que te
vayas de mi presencia y a ti, Padre celestial, te pido que me llenes de tu Espíritu
Santo». Si es casado, diga también: «Reservo el uso sexual de mi cuerpo sólo para
mi cónyuge, de acuerdo a 1Corintios 7:1–5».
Por último, decida creer la verdad de que está vivo en Cristo y muerto al pecado.
Habrá muchas ocasiones en que la tentación podrá ser arrolladora, pero tiene que
declarar su posición en Cristo en el primer momento en que esté consciente del
peligro. Diga con autoridad que ya no tiene que pecar, porque está en Cristo. Luego
viva por la fe de acuerdo a lo que Dios dice que es verdad.
Echar de mi cuerpo el pecado es la mitad de la batalla. Renovar mi mente es la otra
mitad. Los pecados sexuales y las prácticas de ver pornografía tienen la mala
costumbre de quedarse dentro del banco de su memoria por mucho más tiempo que
otras imágenes. Ser liberado es una cosa; mantenerse libre es otra. Trataré ese tema
en respuesta a la historia del próximo capítulo.
7
Charles:
El violador liberado
Un día recibí una llamada de un pastor que empezó así: «¿Le exige la ley que
divulgue declaraciones confidenciales?» En realidad, lo que quería decir era: «Si
llegara a reunirme con usted, ¿podría contarle que estoy abusando sexualmente de
mi hija o de otros niños sin que me entregue a las autoridades?» Le recordé que casi
todos los estados todavía protegen la confiabilidad del clero, pero que le exigen a
los profesionales con licencia del estado y a los oficiales públicos denunciar
cualquier sospecha de abuso. Dije que aunque no me lo exige la ley de nuestro
estado, mi responsabilidad moral era proteger a otra persona que se encontrara en
peligro.
Se arriesgó y me narró su historia. Todo empezó dándole masajes a la espalda de su
hija para despertarla en la mañana, pero pronto esto lo llevó a darle caricias
inadecuadas, aunque no hubo intento de coito. «Neil», me dijo, «antes no tuve tanta
lucha con la tentación sexual, pero ahora apenas entro por la puerta de su cuarto es
como si no tuviera control. Cuando hablé con su hija comprendí por qué.
Lo que estaba sucediendo me recordaba la descripción de Homero en el siglo nueve
a.C. de las sirenas o ninfas marítimas, cuyos cantos seducían a los marineros a su
muerte en las costas rocosas. Todo barco que pasaba demasiado cerca sufría el
mismo fin desastroso. En la historia, Ulises se amarra al mástil del barco y ordena a
su tripulación que se pongan tacos en las orejas y que no hagan caso a ninguna
solicitud suya. El tormento mental de tratar de resistir el canto de las sirenas era
inaguantable.
No deseo excusar a este pastor, pero hay una línea delgada en la tentación, que
cuando se traspasa da como resultado la pérdida del control racional. Este pastor la
cruzaba cada vez que entraba por la puerta de la habitación de su hija. Según me
enteré más tarde, la hija tenía graves problemas espirituales como resultado del
abuso de un pastor de jóvenes en un ministerio anterior, abuso que nunca se resolvió
a nivel espiritual. No era la hija la que estaba realmente atrayendo sexualmente a su
padre; sino la fortaleza demoníaca en su vida. Las «sirenas» encantaban al padre
para que hiciera lo indecible. Cuando me reuní con la hija, ni siquiera pudo leer toda
una oración de compromiso para enfrentarse con Satanás y sus ataques, lo cual es
una señal de la opresión del enemigo. El padre luchó con su esposa y juntos
buscaron la ayuda que necesitaban y trabajaron para resolver la situación. La
siguiente historia difiere de esta en por lo menos un aspecto: La hija de Charles
jamás había sido abusada, ni era seductora y no parecía haber fortaleza demoníaca
alguna en su vida. Sin embargo, en algún momento de su búsqueda de gratificación
sexual, Charles cruzó una línea después de la cual perdió el control. Su vida fue
dominada por una fuerza que lo conducía a la habitación de su hija, y que fue la
causa de la desintegración de su mundo. Finalmente casi pierde la vida.
Charles es un profesional próspero que padeció abuso como niño y luego se
convirtió en abusador. Gracias a Dios su historia no termina allí, pues después del
naufragio hubo una recuperación.
La historia de Charles
Dios moldea a sus escogidos.
Mi relato es de redención en Dios y la libertad que viene cuando se descansa en su
gracia; una historia de los escogidos para su obra, a pesar de la oposición del
adversario,
Creí que ella abandonaría el cristianismo apenas supiera la verdad; y ella pensó que
yo me convertiría apenas escuchara el evangelio. Ninguno de los dos recibió
consejos sabios en contra de la relación, mucho menos del matrimonio, a pesar de
que hablamos con varios pastores antes de casarnos. Fue un enredo de ceremonia.
Mi novia leyó 1 Corintios 13 y otros pasajes bíblicos, mientras yo no dije nada
religioso cuando tuve que hablar y cité fuentes seculares o místicas. Es notable que
no hice voto de fidelidad, honra o protección a mi esposa. En ese momento estaba
muy «enamorado» pero no tenía la menor idea del compromiso que mi novia hacía,
de amarme en el amor de Cristo.
Al principio mi esposa, por sus fuertes deseos de complacer a su nuevo marido,
satisfizo mi lujuria. Aun en la cama matrimonial yo la consideraba simplemente otro
objeto colocado allí para mi placer, para hacerme sentir adecuado y amado. No
procuré mucho aumentar el placer en ella, aparte de pedir una copia de un tratado
hindú sobre el sexo, que incluía centenares de actividades acrobáticas que para mi
decepción no podíamos ejecutar por no ser atletas. Todavía estaba buscando el
máximo placer sexual prometido pero jamás entregado por la pornografía. Me
costaba entender nociones tales como compromiso, cuidado, protección,
comunicación y fidelidad.
Después de nacer nuestro primer hijo hubo muchas discusiones amargas respecto a
la crianza religiosa de nuestros hijos. Insistía en que no tendría ninguna. Con
lágrimas mi esposa me confesó que temía que fueran condenados al infierno si no
conocían a Jesús como su Señor. Quería que conocieran a Jesús desde muy
pequeños. Mi empecinamiento era que a nuestros hijos no se les «lavara el cerebro»,
sino que de alguna manera aprendieran algo de religión una vez que ya fueran
adultos. Aunque tomé un curso sobre la vida de Cristo y me saqué una nota alta,
todavía rechazaba el evangelio. Era abusivo, hostil y blasfemaba al Dios vivo en mi
petulancia e ira. Mientras tanto, mi vida era un desorden, aunque yo era el último en
darme cuenta.
Acepté el regalo de salvación que libremente me ofrecía el Padre a través de su
hijo.
Al fin, en un momento de crisis y después de ver respuestas inexplicables a las
oraciones de mi esposa, decidí aceptar el regalo de la salvación ofrecido libremente
por el Padre a través de su Hijo, Jesucristo. Entregué mi vida a Cristo para seguirlo
sin la menor idea de lo que significaba eso. Por un tiempo estaba tan agradecido de
que me hubiera salvado del infierno que escondí mi lujuria por el momento. Pero no
duró mucho. Había renunciado privadamente a mis pecados pasados, pero no estaba
dispuesto a someterme al autoexamen y a la limpieza necesarios para que un hijo de
Dios exprese verdaderamente el gozo asociado con seguir a Dios en obediencia
amorosa.
Cuando los predicadores o comentaristas hablaban de Dios como un «Padre
amante», me parecía una contradicción; no había experimentado esa clase de padre.
Esperaba castigo, no alabanza. En ese momento no conocía lo que Dios había dicho
al respecto: «Así que, no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor,
quien a la vez sacará a la luz las cosas ocultas de las tinieblas y hará evidentes las
intenciones de los corazones. Entonces tendrá cada uno la alabanza de parte de
Dios» (1 Corintios 4:5).
Al poco tiempo de convertirme en cristiano participé en mi primer acto de adulterio.
Ya había tenido pensamientos adúlteros, pero se presentó una oportunidad de poner
en práctica mi lujuria y me lancé (no caí) al pecado. Después me sentí tan
avergonzado que no intenté seguir con la relación. Tuve remordimiento y traté de
orar, pero no acepté ante mí ni ante Dios mi plena responsabilidad en el asunto. Tres
veces más en los años siguientes aproveché oportunidades de tener contacto sexual
con otras mujeres, y mi participación con la pornografía siguió de manera
incidental, agregándole combustible a la vida de fantasía que denigraba la relación
con mi esposa.
A pesar de mis circunstancias, soy responsable de mis acciones.
Alguien insensato podría ofrecer el «consuelo» de que quizás mi esposa fuera poco
atractiva física o emocionalmente, y que eso de algún modo puede haberme
impulsado a pecar. Tengo dos respuestas: Primero, mi esposa era (y sigue siendo)
muy bella y durante ese tiempo trataba de ayudarme; segundo, a pesar de mis
circunstancias, soy responsable de mis acciones. Mi enfoque en el sexo como medio
de suplir mis necesidades emocionales me condujo a decisiones de exigir o tomar lo
que no era realmente mío.
Al pasar los años mi esposa empezó a sentirse muy atribulada por el aumento en mis
presiones para realizar prácticas sexuales irregulares, las que consideraba
aberraciones. Al mismo tiempo fue haciéndose más frecuente mi impotencia. No
hablábamos de estas cosas porque los intentos ocasionales de mi esposa de hablar
del sexo se toparon con mi hostilidad, defensiva o silencio. Estaba tan avergonzado
del «resto» de mi vida sexual que me era imposible discutirlo con nadie, ni siquiera
con mi esposa. Si alguien se enterara, mi vida se acabaría porque yo era
especialmente pecaminoso y digno de condenación o muerte.
Definitivamente no me acerqué a Dios: Él aceptaba sólo a los que le eran
completamente obedientes al menos en las «cosas grandes». Yo sabía que iba al
cielo, pero creía que era porque Dios estaba apenas respetando un trato hecho. No
podría amarme jamás, por el cúmulo de mis actos pecaminosos. Me sentía fuera de
control, impotente para acabar con esta conducta. Ni los graves encuentros con las
autoridades me impidieron buscar ese climax sexual mágico que me haría sentir
amado.
A la vez que perseguía esas fantasías rechazaba toda amistad o intimidad verdadera
con mi esposa, amigos o hermanos en Cristo. Era anciano de nuestra iglesia, dirigía
estudios bíblicos en casas e incluso buscaba la evangelización; vi a varias personas
aceptar la salvación de Cristo una vez que hablaba con ellos acerca del evangelio.
Pero mi interior no conocía la paz.
Empecé a observar de manera malsana el desarrollo de mi hija.
Parte de la pornografía que leía se llamaba «Lecturas para la familia», un
eufemismo para las historias de incesto. Al principio me parecía repulsivo el tema;
luego era estimulante, como otros temas de perversión. Al principio no lo aplicaba a
mi propia familia. Pero luego, cuando mi hija cumplió los catorce años, empecé a
observar de manera poco sana su desarrollo.
Mi lenguaje en casa se hizo más indecente, mis comentarios menos apropiados, los
chistes que traía del trabajo eran de contenido más sexual. Fui menos cuidadoso
respecto a la modestia en mi vestir. Cuando veía a mi hija en vestido de baño o en
camisa de dormir, se me hacía más difícil desviar la mirada.
Al fin, cuando le daba las buenas noches en su cuarto, encontraba un pretexto u otro
para rozar una mano «accidentalmente» contra su pecho, aun mientras oraba con
ella. Esto pasó por un período de varios meses. Empecé a temer lo que sucedería
después, pero me convencí de que no podía evitarlo, que realmente amaba a mi hija.
Mi ambivalencia interfirió mi vida sexual con mi esposa y me volví cada vez más
impotente con ella. Ni la masturbación me satisfacía.
Una noche ofrecí darle las buenas noches a mi hija. «No, gracias, papi, estoy
demasiado cansada», me dijo y se fue para su habitación cerrando la puerta
firmemente.
Después de eso no hubo más «buenas noches», ya no quería que la abrazara, ni
siquiera que la tocara, aduciendo que le dolían los músculos por sus ejercicios. Se
abrió una brecha entre los dos, pero en mi estado de engaño no quise aceptar que su
rechazo tuviera nada que ver con el abuso de nuestra relación, con la violación de
sus límites como persona, ni con la transgresión de la ley de Dios. Atribuí su
frialdad a los «dolores de crecimiento», sin poder reconocer que la había herido y
asustado, y había pervertido nuestra relación.
No confié a nadie lo que pasaba en mi vida secreta.
Varios meses más tarde ya sea había deteriorado gravemente las relaciones
personales en nuestra familia. Nadie se estaba comunicando bien con nadie y todos
estábamos apenas lidiando con nuestra existencia diaria. Las cosas empeoraron
todavía más después de un desastroso viaje de vacaciones en que nadie habló
durante todo el camino de regreso.
Mi esposa entró en una depresión tan severa que la tuvimos que internar en una
unidad siquiátrica por una semana. Mientras estuvo allí, todos nos sentíamos
tremendamente turbados, pero aun así no le dije a nadie lo que en mi vida secreta
había corrompido a toda mi familia.
A pesar de que en ese período tumultuoso no abusé de mi hija ni tampoco tomé
ninguna acción decisiva, ella se deprimió más que nunca. A los quince días de que
mi esposa regresara del hospital, nuestra hija se fugó de casa. Unos días después al
fin logramos encontrarla en una comunidad vecina, nos desafió y no quiso volver.
Una de sus conocidas nos dijo que habían evitado que se suicidara. Entonces la
internamos por un mes en el hospital.
Mientras estuvo en el hospital, no salió ni el menor indicio de su abuso sexual hasta
la última semana. A pesar de que tanto mi esposa como el equipo de salud mental le
preguntaba repetidas veces, ella negaba que hubiera algo entre nosotros, cosa que
también negaba. Era como si creyéramos que podríamos borrar los incidentes, que
realmente no había pasado nada. Pero algo sí había sucedido y ese pecado
monstruoso se estaba ulcerando debajo de la superficie, convirtiéndose en algo
pútrido. Hubo poca mejoría en la depresión y la ira de nuestra hija, y mi esposa y yo
nos distanciábamos cada día más.
Una compulsión por protegerme produjo una prolongada confesión que duró
cuatro días.
Finalmente, desperté a las cuatro de la mañana de un jueves, totalmente despabilado
y sentado en mi cama con una urgencia de confesar todo a mi esposa. Aunque mi
intento era contarle todo, mi compulsión, casi igualmente fuerte de protegerme y
defenderme, me llevó a una prolongada confesión de cuatro días.
Hubo mentiras, verdades a medias y verdades completas brotando todas junto a las
lágrimas y el remordimiento. Se enteró del adulterio, del incesto con mis hermanos,
de mi seducción por parte de un hombre mayor y de los enfrentamientos con las
autoridades. Persistía en preguntarme sobre nuestra hija, mientras yo seguía
negando que algo impropio pasara.
Al fin, en la noche del cuarto día, le dije a mi esposa que había abusado de nuestra
hija. Se quedó sentada en silencio, aturdida y horrorizada. Finalmente, dijo: «Eso
explica bastante. No pude hilar todo en mi mente, pero ahora tienen sentido los
hechos».
En esos instantes entró nuestro hijo y ya sabe cómo prosiguió el resto de la tarde.
Esa noche llegaron unos ancianos de la iglesia a orar con mi familia, para animarlos
hasta donde pudieran y para ofrecerles su ayuda. Uno de ellos se llevó las armas de
nuestra casa. Mi esposa se comunicó al día siguiente con la agencia de protección de
la niñez, porque por ley hay que denunciar cuando se descubre un abuso.
Me mudé a un motel económico por un par de semanas mientras mi esposa decidía
qué hacer. No podía llamar a casa porque mi hijo estaba allí. Pasé mis días con
mucho dolor, fustigándome, llorando mi pérdida. Encontré una Biblia y empecé a
leer versículos acerca de los que estamos en Cristo y del amor de Dios por nosotros.
Lloré muchísimo. Leía una y otra vez el Salmo 51, la confesión de pecado del rey
David con Betsabé. Oré en voz alta a Dios; le grité a mi almohada y la bañé en
lágrimas. Lloré amargamente por lo que quedaba de una vida desperdiciada, de
relaciones quebrantadas. Empecé muy lentamente a darme cuenta de cómo mis
pecados produjeron consecuencias imborrables en las vidas de otros. Desde mi
habitación en el motel hablé con nuestros amigos de la iglesia, vertiendo sobre ellos
mi angustia. Estaba pasmado de que no me hubieran tirado el teléfono. No
aprobaban mi conducta, pero seguían hablándome.
Sabía que debía estar con el pueblo de Dios aunque me echaran a patadas.
No pude asistir a la iglesia a la que asistían mi esposa y mi hija, por lo que busqué
en las páginas amarillas una que quedara cerca de mi motel. Estaba convencido de
que la vergüenza me salía por los poros, pero sabía que tenía que estar con el pueblo
de Dios, aunque me echaran a patadas. El primer culto al que asistí fue sobre el
pecado y la gracia de Dios. Me quedé sentado, cegado por las lágrimas y con un
nudo en la garganta que me impedía cantar.
Después del culto le pedí al hombre sentado a mi lado que me recomendara un
cristiano maduro con quien pudiera conversar. Captando la urgencia en mi voz, me
presentó a un hombre de mi edad que me llevó afuera. Sollozando, le conté toda la
historia sin dejar nada.
«No quería que su iglesia me aceptara como un super-santo, dándome la bienvenida
con los brazos abiertos», le dije. «He ofendido a muchísima gente y mi pecado me
ha dolido mucho también».
Jamás se me olvidará la respuesta de este hombre: «Amigo, esta iglesia es un lugar
para encontrar sanidad. Eres bienvenido». La gracia inmerecida de Dios inundó mi
corazón y lloré incontrolablemente ante tal generosidad. Nunca había considerado
que la iglesia tuviera un ministerio en pro de la gente herida por su pecado. Regresé
el domingo siguiente, y me arriesgué a reunirme con algunos de los ancianos de la
iglesia y con el pastor, para contarles mi historia. Pedí oración por mi familia y por
mí. La reacción no excusaba mi pecado pero quedó claro que me consideraban un
hijo de Dios digno de respetar. Me sentí colmado de gratitud.
Mi esposa estaba golpeada por el dolor, enojada, atemorizada y deprimida por la
revelación que le hice de mi infidelidad. A pesar de eso, sacó tiempo para llamarme
al motel y ver cómo estaba. Recogió lo básico que yo necesitaba para vivir fuera de
la casa y me lo llevó de contrabando. Pasó horas conmigo en lugares escondidos,
hablando de sus frustraciones y animándome a lidiar con la realidad a medida en
que confrontaba mis pecados.
Tuvimos períodos en que las emociones estaban tan alteradas que no nos
hablábamos por días, pero Dios siempre nos traía de nuevo.
«Aquí hay problemas graves, pero ninguno que Dios no pueda resolver».
Uno de nuestros amigos en la iglesia donde antes asistíamos nos recomendó un
consejero cristiano que conocíamos por años: «Es un hombre manso, lleno de
sabiduría, y he oído que respalda todo lo que dice con la verdad en las Escrituras,
para que lo compruebes. Aunque visitaba a un siquiatra secular, decidimos ir a ver a
este hombre en busca de ayuda. Escuchó toda la asquerosa historia y dijo: «Aquí
hay problemas graves, pero ninguno que Dios no pueda resolver». Nos empezó a
enseñar a comunicar los sentimientos de nuestros corazones uno al otro sin matar el
espíritu en el proceso. Nos enseñó la base del pecado y nuestra reacción a ella,
empezando desde Adán y Eva en el huerto del Edén y de allí a través de toda la
Biblia. Empezamos a ver la esperanza.
Además de las sesiones de consejería, nuestro consejero nos recomendó varios
libros. Uno de ellos fue Victory Over the Darkness [Victoria sobre la oscuridad], de
Neil Anderson, que trataba sobre la madurez cristiana. Por primera vez empecé a
comprender que debido a que estoy en Cristo, ciertas cosas son verdad tanto
respecto de mí como de Cristo.
Dada mi identidad en Cristo, tengo el poder sobre las cosas en mi vida que siempre
supuse que estaban fuera de mi control. En particular aprendí que quien yo me crea
ser domina mis emociones y mis acciones. Si creo una mentira respecto a mi
naturaleza básica, sea del mundo, de la carne o del diablo, actuaré de acuerdo a esa
creencia. Igualmente, si decido creer lo que Dios ha dicho de mí, gobernaré de
acuerdo a la voluntad de Dios a mis pensamientos y a las acciones que procedan de
ellos.
Por primera vez empecé a experimentar períodos de gozo auténtico intercalados
con otros de melancolía y tristeza.
Experimenté una sensación dramática de gozo y libertad al darme cuenta de la
permanencia y solidez del amor de Dios por mí, que trasciende cualquier
particularidad del pecado. Fue una revelación profunda ver en las Escrituras que no
soy simplemente «un pecador salvo por gracia», sino un santo que peca, alguien
llamado y santificado por Dios. Aprendí con este consejero cómo apropiarme de la
verdad de que tengo un abogado delante del Padre, quien está allí constantemente
para contradecir a las acusaciones de Satanás contra los elegidos de Dios. Por
primera empecé a experimentar vez períodos de gozo auténtico, intercalados con
otros de melancolía y tristeza profunda delante de Dios por mis pecados contra Él y
contra los demás, especialmente mi hija y mi esposa.
Al fin se acabaron los momentos de odiarme cuando mi esposa me recordó: «Debes
acordarte que si Dios ha perdonado tus pecados en Cristo, tú debes ahora
perdonarte».
Ha sido una lucha perdonar a quienes me hirieron en el pasado, no porque las
heridas justifiquen mis pecados viejos o recientes, sino porque la falta de perdón me
refrenaba. Pedí y recibí perdón de los familiares que herí (con excepción de mis
hijos que todavía luchan con el asunto), y me he reconciliado con ellos, conociendo
por primera vez en mi vida la verdadera intimidad con mi hermano, mis hermanas y
mi madre. Hace unos años, mi padre murió sin creer hace unos años, rechazando el
evangelio hasta el fin. Ha sido duro perdonarlo por su violencia y abandono, pero
Dios también me llamó a hacerlo.
Aprendí cómo permitimos que Satanás y sus ángeles impíos establezcan posiciones
El segundo libro que leí arrojó muchísima luz sobre el tema y fue una obra clave en
darme esperanza y dirección en mi lucha: The Bondage Breaker [Rompiendo las
cadenas], de Neil Anderson. Este libro habla detalladamente de la guerra espiritual y
del aspecto demoníaco del pecado habitual. Aprendí cómo permitimos que Satanás
y sus ángeles impíos establezcan posiciones y esperanzas en nuestra vida espiritual
y a la medida que dejamos de vivir de acuerdo a nuestra identidad en Cristo y nos
apropiamos de los aspectos de su carácter que ya son nuestros. El libro me dio
esperanza de victoria en la lucha espiritual y física sobre el pecado, al recordarme
que Satanás es un enemigo vencido que no tiene ningún poder sobre mí, a menos
que se lo entregue.
Empecé a leer en voz alta las verdades espirituales que Neil había incluido en ambos
libros acerca de nuestra identidad en Cristo y los resultados de esta. A medida que
afirmaba mi identidad y luchaba con la discrepancia entre mi naturaleza en Cristo y
mis actitudes, pensamientos y comportamientos, me sentía muchas veces abrumado
por el dolor y la auto-condenación. Renuncié a las fortalezas que Satanás había
establecido, experimentando una libertad progresiva conforme se identificaba cada
área problemática. No fue sino hasta después de muchos meses de lucha que pude
llegar a donde Dios quería: confiando en Él, no en mí, y confiando en su amor tan
infalible e interminable.
Mi esposa y yo nos hemos esforzado durante este último año por restablecer nuestra
relación, no en base a la lujuria y la explotación sino en el fundamento sólido de
Jesucristo. Poco a poco nos hemos enfrentado con los problemas del pecado y del
perdón, y hemos vuelto a ser amigos. Todavía tenemos discusiones, conflictos y
sentimientos heridos que atender, pero nuestras herramientas son las mejores.
Estamos construyendo un registro de éxitos en la resolución de nuestros conflictos
pasados y presentes.
Se ha roto la esclavitud del pecado en que me había sumido.
Todavía lucho con mis emociones, pero logro sentir toda la gama desde la tristeza
profunda hasta el gozo desbordante, y en todas está Dios conmigo. ¿Peco todavía?
Por supuesto, pero soy un santo que peca de vez en cuando y se lo puedo confesar a
Dios, recordando 1 Juan 1:9: «Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo
para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad». Y además, algo muy
importante, es que ya soy libre de la compulsión sexual producida por creer las
mentiras de Satanás respecto a mi verdadera naturaleza.
Con la ayuda de mi terapeuta estoy aprendiendo a reconocer y a aceptar las
emociones. Con la ayuda del Espíritu Santo tengo el poder para querer hacer el bien
antes que el mal. No se me ha liberado mágicamente de la tentación: mientras más
me acerco a Dios, más oportunidades para pecar me presenta el tentador. Me decido
constantemente por hacer el bien, pues reconozco que mis pensamientos producen
fruto si se lo permito. Se ha roto la esclavitud al pecado en que me había sumido
debido a mis decisiones pecaminosas. En medio del mal que me rodea, estoy
aprendiendo a huir de la tentación, a resistir al diablo y a estar en el mundo pero no
ser del mundo. Me tomo de la promesa de Dios: No os ha sobrevenido ninguna
tentación que no sea humana; pero fiel es Dios quien no os dejará ser tentados más
de lo que podéis soportar, sino que juntamente con la tentación dará la salida, para
que la podáis resistir (1 Corintios 10:13).
Estoy aprendiendo a asumir las funciones de una persona que se responsabiliza de
sus actos.
Aun así, tengo toda la confianza de que el tiempo de Dios y sus métodos son
perfectos, que su plan de redención no falla. Estoy agradecido por su restauración y
anticipo el momento en que se hayan sanado todas las heridas, se hayan enjugado
todas las lágrimas y se perfeccione la reconciliación en Cristo. Hasta entonces, estoy
aprendiendo a asumir las funciones de una persona que se responsabiliza de sus
actos, y a amar a mi esposa de la manera en que Dios lo quiso. Ahora puedo orar,
estudiar las Escrituras con gratitud, alabar a Dios por su gracia y descansar en su
provisión por mi vida. Gracias a la comprensión que tengo de mi identidad en
Cristo, ¡soy libre! ¡Puedo vivir como Dios me llamó a vivir!
Las personas más inseguras que podrá conocer son los manipuladores. Son
independientes, no le importan los demás; son superficiales, no profundizan.
Subconscientemente insisten demasiado en la falsa creencia de que su valor depende
de la capacidad de controlar o manipular el mundo que los rodea. Tome en cuenta a
los Hitler y los Hussein del mundo, cuyas inseguridades llegaron a tal extremo que
millones perdieron sus vidas. Los manipuladores de este tipo simplemente eliminan
a los que se oponen y se rodean de marionetas que los reafirmen externamente.
De manera similar y más siniestra, se han metido en la iglesia falsos profetas y
maestros, como nos advierten claramente las Escrituras: «Porque se levantarán
falsos cristos y falsos profetas, y darán grandes señales y maravillas de tal manera
que engañarán, de ser posible, aun a los escogidos» (Mateo 24:24). Todavía me
sorprende que los seguidores de líderes de sectas provengan de hogares de alto nivel
de educación, de clase media, y usualmente religiosos. ¿Seremos tan susceptibles al
engaño? ¡Pues sí lo somos!
En 2 Pedro 2 vemos que el capítulo entero se dedica a advertirnos de los falsos
profetas y maestros que se levantarán, aparentando ser cristianos. Tome nota de los
primeros dos versículos: Pero hubo falsos profetas entre el pueblo, como también
entre vosotros habrá falsos maestros que introducirán encubiertamente herejías
destructivas, llegando aun hasta negar al soberano Señor que los compró,
acarreando sobre sí mismos una súbita destrucción. Y muchos seguirán tras la
sensualidad de ellos, y por causa de ellos será difamado el camino de la verdad.
El legalismo sofocante
Nuestro próximo relato es de una familia que en un lapso de diez años hizo su
peregrinaje dentro y fuera de la esclavitud. Cuando lo conocí, Joe era un hombre
competente y próspero en su profesión, pero su matrimonio estaba en peligro. Su
esposa se había ido por algunos días para contemplar la posibilidad de separarse de
él. Sus ojos expresaban profunda preocupación cuando vino en busca de consejo.
Escuchemos primero a este hombre concienzudo quien inadvertidamente condujo a
su familia a esclavizarse al líder de una secta, un hombre que se disfrazaba de
mentor justo. Para Joe lo más difícil fue aceptar que se le engañó; una vez que lo
logró, luchó respecto a quién sería el próximo en quien confiaría.
Luego escucharemos la opinión de su esposa, quien discernió que algo andaba mal
pero fue acusada de no someterse. Finalmente, dan su voz en el asunto las dos hijas
a quienes les irritaba ese ambiente opresivo. No comentaré sobre sus testimonios
porque lo dicen todo.
La historia de Joe
Mi madre hizo lo imposible por mantener unida a la familia.
Mis padres se divorciaron cuando yo era muy pequeño. Después de eso recuerdo
que sentí nuevos trauma con la muerte y separación de otros seres queridos. Mi
madre hizo lo imposible por mantener unida a la familia, pero su propia inseguridad
se manifestó en la necesidad de controlarnos. Mamá y yo siempre fuimos muy
unidos, pero ahora que reflexiono sobre el pasado veo que me presionaba en mi
toma de decisiones y me moldeaba como una persona que necesitaba a otra para
guiarme. Esto ha tenido un efecto tremendamente negativo en mi vida y todavía
paso a menudo por un «infierno» de indecisión a la hora de tratar de escoger un plan
de acción. Y una vez que tomo la decisión, me encuentro evaluándola y
reevaluándola una y otra vez.
Me fue bien en el colegio y especialmente en la universidad, sacando el segundo
lugar en mi campo principal de estudio cuando me gradué. Formé también parte de
la selección deportiva de universitarios en la costa este de los Estados Unidos.
Cynthia odiaba nuestra iglesia legalista, por la que yo daba la vida.
Cynthia y yo nos conocimos cuando teníamos diecisiete años de edad y ella llegó a
casa como huésped de mi hermana. Era bonita y sus ojos vivaces, por lo que me
atrajo mucho. Nos enamoramos, salíamos juntos durante nuestros años
universitarios y nos casamos después de la graduación. Una vez casados, asistíamos
a una iglesia, pero no conocí al Señor sino cerca de un año después; para ella fue
varios años después. Cynthia odiaba nuestra iglesia legalista, por la que yo daba la
vida. Como resultado de mi dedicación, mucha gente allí me aconsejó que debía
ingresar al ministerio.
Nos trasladamos a otra iglesia donde también me involucré muchísimo: dirigía el
culto de adoración, ayudaba a los pastores, redactaba el programa y dirigía pequeños
grupos. Allí fue cuando empecé a notar que mi relación con Cynthia se deterioraba.
Al fin renuncié a toda actividad del «ministerio» para dedicarme exclusivamente a
mi hogar y a mi familia.
Conocimos a una pareja de otra iglesia que era ejemplo de buena vida familiar, nos
ayudaron mucho en nuestra relación y en la crianza de nuestros hijos pequeños. Fue
a través de ellos que conocimos el movimiento de discipulado que a la larga terminó
destrozando nuestra familia. Asistimos a un culto en su iglesia para escuchar al líder
del movimiento que era de otro estado. Respondí a su mensaje y una vez tras otra
escuchaba sus casetes, hasta que me convencí de que debíamos involucrarnos en ese
movimiento.
A Cynthia le fue difícil aceptarlo y, cuando escuchaba los casetes, se sentía
abrumada por el temor. Los líderes de nuestra iglesia también se oponían a que
participáramos tanto, por lo que me sometí a Cynthia y a ellos durante dos años. Al
final, acordaron que nos uniéramos al movimiento.
Ahora puedo ver que Cynthia nunca se sintió bien con esa decisión; pero en
realidad, la cansé con mis presiones. Sin embargo, en esa época pensaba que había
estado esperando que Dios actuara a favor nuestro y que Él había quitado las
barreras para que nos fuéramos.
Poco a poco la perspectiva que tenía de mi esposa comenzó a cambiar
Nos hicimos miembros de la nueva iglesia y poco a poco la perspectiva que tenía de
mi esposa comenzó a cambiar. En mi nueva interpretación de autoridad y sumisión
en el hogar empecé a calificar la resistencia que me hacía como su rebelión contra el
Señor.
Sentía hambre de Dios y me emocioné con la visión del movimiento y con las
respuestas que parecía ofrecer para los problemas de la iglesia y de la sociedad
moderna.
De veras pensé que la iglesia necesitaba orden y disciplina, y que Dios había
establecido esta obra para cumplir con dicha meta.
Me dieron algunas responsabilidades grandes en el movimiento, tanto a nivel legal
como administrativo. Vendimos nuestra casa para trasladarnos más cerca de la
iglesia y donamos el patrimonio para el avance de la visión.
Una barrera grande creció cada vez más entre Cynthia y yo.
Pasé los cinco años siguientes agonizando ante Dios, tratando de responder ante lo
que se me decía que eran mis «problemas». Mientras tanto, una barrera grande
creció cada vez más entre Cynthia y yo. Sentí que mucho de lo que Dios me había
llamado a hacer se había bloqueado porque ella siempre se oponía a mí, a los líderes
y a Dios. El líder fomentaba esta actitud de maneras tan sutiles que no me daba
cuenta de lo que sucedía.
Poco a poco se me hacía cada vez más difícil responder a la enseñanza y a los retos
del liderazgo, pero se nos enseñaba que deberíamos seguir respondiendo a Dios en
sumisión a la autoridad de ellos. Fue una época dolorosa y confusa para mí, y no
percibí las muchas señales que me advertían que las cosas no andaban bien.
Me regocijé muchísimo cuando Cynthia tuvo la idea de ir a una escuela de
preparación, una experiencia de discipulado en un internado para la familia entera.
Lo vi como un cambio en Cynthia y estuvimos de acuerdo en asistir.
Al año siguiente, desenmascararon ante el público al líder del movimiento, tanto por
su manejo de las finanzas del ministerio como por su abuso espiritual y sexual de
muchas de las mujeres. Junto con otros del grupo, Cynthia y yo armamos el
rompecabezas del movimiento y vimos un cuadro demasiado complejo e increíble
de control y manipulación por un solo hombre.
Todo el mundo creyó que eran las únicas víctimas y que, debido al «problema» en
su vida personal, no podían pasar a asumir nuevas responsabilidades. Gran parte del
control de la gente se mantuvo mediante la división entre marido y mujer; Cynthia y
yo éramos un ejemplo clásico. Pero cuando descubrieron al líder, se rompió esa
poderosa influencia que nos controlaba a todos.
Salimos de inmediato y regresamos para reorganizarnos en nuestro estado natal.
Nuestra familia, el mayor tesoro de mi vida, había sufrido un enorme daño en sus
relaciones. Ya no tenía la capacidad para relacionarme con mis hijos, especialmente
con mi hija mayor que tenía muchísimo tiempo de estar luchando de la misma
manera que lo hacía Cynthia.
Necesitábamos un cambio radical. Yo había bebido profundamente de un espíritu
malo, lo había introducido en nuestro hogar y había modelado algo que era
básicamente defectuoso. Reconocí estos hechos ante mi familia pero no me daba
cuenta de que era simplemente el comienzo de un largo peregrinaje, no el fin de
nuestros problemas.
Hallé claridad y frescura en la libertad en Cristo que describía.
Me recomendaron un libro del doctor Neil Anderson: The Bondage Breaker.
Encontré claridad y frescura en la libertad en Cristo que describía. Compré también
su primer libro, Victory Over the Darkness, que Neil había recomendado como
importante para nuestra identidad en Cristo. Devoré ambos libros, leyéndolos,
reflejándolos y haciendo anotaciones en todas partes. No hubo un área de las
Escrituras mencionadas en estos libros que ya no hubiera estudiado profundamente;
sin embargo, Neil daba a todo una perspectiva fresca.
Le recomendé los libros a Cynthia y empecé a tomar en serio la idea de ir a
California con la esperanza de ver a Neil. ¡Cuál no fue mi regocijo cuando me
enteré de que vendría a nuestra área en pocas semanas para dar un seminario de siete
días! A Cynthia no le interesó mucho la idea y se fue de viaje para evaluar nuestra
relación, por lo que asistí solo. En el seminario me remitieron a una pareja de
miembros del personal de Freedom in Christ [Libertad en Cristo] ya que había
pedido consejería. A su regreso, Cynthia aceptó ir a hablar juntos, siempre y cuando
fuera con alguien totalmente independiente que no estuviera prejuiciado por mi
perspectiva sobre la situación ni por la de ella.
Estuve de acuerdo en reunirnos con una pareja del personal de Libertad en Cristo
hacia el final del seminario. Estaba asustada. Había ido demasiadas veces a hablar
con alguien para que después no me quisiera escuchar. Cuando entramos a la iglesia
y nos encontramos con la pareja sonriente, respondí levemente a su saludo pero
permanecí reticente. No iba a decir nada si sospechaba el menor juicio o
desconfianza para conmigo. Pero no encontré nada.
Oramos brevemente juntos y luego los hombres fueron a otra sala mientras la mujer
y yo empezamos a conversar. Me pidió que le hablara de mi vida y de mis heridas;
lo que sucedió en las dos horas siguientes cambió dramáticamente mi vida.
Hablé … ¡qué no dije! Cuando me di cuenta de que en esta mujer había un espíritu
receptivo y sensible, bajé las defensas y salió como torrente todo lo que había tenido
encerrado por muchos años. Por primera vez en diez años sentí que alguien me
escuchaba sin condenarme; sólo su receptividad y generosidad de darme su tiempo
me permitieron que soltara la carga de todos esos años. Finalmente me condujo por
los pasos hacia la libertad, renunciando a cualquier contacto y a toda participación
con la secta.
Me pidió una lista de nombres de todas las personas a las que yo debía perdonar y
fue larguísima. Cuando llegué al nombre del líder del movimiento tuve una lucha,
dentro de mí todo se oponía, pues no quería perdonarlo por lo que había hecho para
destruir nuestras vidas. Pero al fin lo hice; con un acto de mi voluntad lo perdoné y
se soltó un profundo torrente de emoción. No se me había ocurrido perdonar a Dios
por permitir que todo sucediera, pero me di cuenta de que sí lo culpaba. Finalmente,
tuve que perdonarme por lo que había hecho y no había hecho en toda mi vida.
Al final estaba cansada y extrañamente humilde. Me sentí consolada por el hecho de
que alguien me había creído y limpia porque había soltado la carga de la falta de
perdón. Hablando después acerca del líder del movimiento, ya no sentía opresión en
el pecho ni tensión en el cuerpo; sabía que por fin estaba libre de él. ¡Había
empezado mi sanidad!
Como familia, se nos ha dado esperanza y aliento.
Mis hijas estuvieron de acuerdo en acompañarme, por lo que las llevé al siguiente
congreso que tuvo Neil. Desde la primera noche las muchachas se sintieron
relajadas, y disfrutaron de los mensajes. Habían pasado anteriormente muchas
semanas en seminarios de iglesia y habían llegado a odiarlos, pero este era distinto.
Este hombre era auténtico; hasta era divertido y lo que decía tenía sentido. Al final
de la semana ambas muchachas experimentaron el mismo proceso de liberación que
yo había tenido la semana anterior.
Los cambios en la vida de nuestras hijas han sido profundos. A la mayor se le
restauró la ternura, y su corazón está muy abierto al Señor. La menor soltó cargas de
dolor y de falta de perdón, ahora todos estamos libres.
Joe y yo todavía tenemos mucho que hacer. A diario surgen situaciones en las que
debemos lidiar con viejos patrones de conducta. Pero ya no siento que sea
demasiado. Sabemos que llevará tiempo salir del viejo estilo de pensar, pero
estamos en el camino a la sanidad. ¡Tenemos esperanza!
Judy, la hija mayor adolescente de Joe y Cynthia, es un ejemplo del efecto que
puede suceder cuando los padres se arrepienten, volviéndose real y sincera la
comunicación entre ellos y sus hijos. He aquí el relato de la búsqueda de Judy por la
verdad y su lucha con su propia ira y rebelión.
La historia de Judy
Me preguntaba cómo se podrían equivocar jamás los adultos.
Cuando era pequeña pensaba que mamá y papá eran felices, pero cuando tenía unos
diez años empecé a sentir mucha tensión interior. Pero todavía pensaba que mis
padres eran perfectos, y me preguntaba cómo se podrían equivocar los adultos.
Mamá lloraba mucho, ella y papá discutían a puerta cerrada, a veces por horas y
horas. De noche, acostada en mi cama los escuchaba sin saber qué hacer. Me
asustaba muchísimo. Luego papá subía a darnos las buenas noches pero no decía
nada más.
Me convertí a Cristo siendo muy pequeña. Cuando era adolescente nos fuimos a
otro estado, y fue espantoso. La gente allí, especialmente los muchachos de mi edad,
eran muy caprichosos. Por fuera eran amables, pero me parecía que sus intenciones
ocultas eran dañarnos y hacernos deprimir. No estaba acostumbrada a eso y duré
mucho para sobreponerme. Llegaba a casa en un mar de lágrimas porque no podía
manejar el hecho de que la gente chismeara de mí sin ninguna razón aparente.
Odiaba la iglesia a la que asistíamos y al pastor. Cuando él entraba yo sentía algo así
como una presencia oscura, como si el cuarto estuviera lleno de maldad. Me sentía
ahogada y claustrofóbica y quería salir. No me gustaba estar cerca de él.
Cuando iba a la iglesia, me encerraba en mí misma. No cantaba ni participaba del
culto. Simplemente no podía reaccionar, lo que me metía en muchos problemas. Mis
padres me decían: «¿Qué te pasa? Dices que estás bien antes del culto y dices que te
sientes bien después del culto. ¡Algo tiene que pasarte! Pero no sabía qué responder;
simplemente no quería estar allí.
Seguramente estaba sintiendo todo lo malo que allí había. Sentía que el movimiento
entero era una farsa. Los líderes se paraban y gritaban hasta el punto en que le
dolían a uno los oídos, y lo que decían no tenía sentido. Todo era teología y mucha
palabrería que no ayudaba en nada.
Teníamos que asistir a reuniones de la juventud; no teníamos alternativa. Si no
íbamos nos despreciaban como rebeldes y ovejas negras. Lo bueno era que podía
ver a mis amistades, y esa era una de las pocas veces en que nos veíamos.
Querían saber las cosas para poder enseñorearse de uno.
Dentro de la estructura de la autoridad la gran frase era marco conceptual; eran
puras reglas, muy legalista. De arriba a abajo todo era la ley y eso me afectó
muchísimo.
Se suponía que los líderes tenían que conocer todo acerca de todos. No era tanto el
caso nuestro porque estábamos en un nivel bajo. Pero entre más alto el nivel de uno,
más conocía acerca de los demás. Esa era la estructura del poder. Querían saber las
cosas para enseñorearse de uno. Era responsabilidad de mi papá contarles todo
respecto a nosotras.
Discutíamos constantemente.
Cuando cumplí catorce años y mis padres estaban en la escuela de preparación,
había reglas muy estrictas. Papá estaba a favor de todas, por lo que las seguía hasta
el último detalle. Me sentía constantemente presionada y con el tiempo me rebelé.
Peleaba mucho con él y discutíamos constantemente. Llegué al punto de odiarlo con
todo mi ser durante el último año que pasamos fuera de casa. A todo lo que él
defendiera yo me oponía. Sabía que no debería ser así, pero ni siquiera me sentía
mal.
Mi madre me hablaba de algunas de las dificultades que experimentaba y yo le
contaba lo que estaba sintiendo, más que nada la presión de parte de papá. No
importaba lo que yo dijera, él lo tomaba como una crítica; pensaba siempre que yo
lo estaba humillando, aun cuando hiciera solamente un pequeño comentario.
No confiaba en mi padre. Una vez le dije algo y se fue directo a ver a mi maestra y
se lo contó. Luego ella vino y me lo dijo. No lo podía creer. Había dicho algo muy
importante para mí y ahora lo usaban en mi contra.
A veces mi madre me decía: «Hay esperanza; hay esperanza. Está cambiando; él
está cambiando». Pero respondía: «Pues yo no lo veo así».
La Iglesia:
Conduce a la gente hacia la libertad
El ministerio que Dios ha dado a la iglesia no es un modelo de poder, sino más bien
un modelo amable, «apto para enseñar», que depende totalmente de Dios para
otorgar el arrepentimiento. No podemos liberar a nadie, pero podemos facilitar el
proceso si somos siervos del Señor, si conocemos la verdad y si la transmitimos con
compasión y paciencia.
Después de presentar mi trabajo en el simposio, me preguntaron si realmente da
resultado el encuentro con la verdad. Le aseguré a quien hizo la pregunta que sí,
porque la verdad siempre da resultado y Dios es el liberador. Él vino a librarnos
(Gálatas 5:1). He visto encontrar su libertad en Cristo a cientos de personas por
medio de la consejería personal y a miles por medio de congresos.
Luego me preguntaron si la liberación perdura. Siempre perdurará, más cuando los
que se han liberado se responsabilizan y toman sus propias decisiones, en vez de
hacerlo yo en su lugar. Es la persona que estoy aconsejando la que tiene la
responsabilidad de perdonar, renunciar, confesar, resistir, etc. Nosotros, como los
pastores y consejeros, no lo podemos hacer por ellos.
Luego me preguntaron si era transferible. La verdad siempre es transferible, pero no
lo es si nuestro método se basa en los dones de algún individuo o en un oficio de la
iglesia. La mayoría de los pastores no desean entrar en un enfrentamiento de
poderes, y si lo hacen algunos consejeros probablemente perderían su licencia o
serían enjuiciados. Abogo por un medio tranquilo y controlado de ayudar a liberar a
la gente, un medio que dependa de Dios y no de alguna persona especial. No es el
«método de Neil» lo que libera a la gente, sino simplemente la obra de Dios por
medio de la verdad en su Palabra. Miles de pastores y laicos en todo el mundo están
utilizando los pasos hacia la libertad para hacer precisamente lo mismo.
Un ministerio transferible
Un pastor asistió a una clase que yo impartía para el doctorado en el ministerio;
junto con su asociado había conducido por los pasos hacia la libertad a más de cien
personas en su iglesia evangélica, en más o menos un año. Hablé en su iglesia y me
sentí transportado por el espíritu de adoración y la «vitalidad» que había allí.
Muchas de esas personas se me acercaron y me expresaron su gratitud para con
Dios. Hablaron de lo agradecidos que estaban de tener pastores que les podían
ayudar a resolver sus problemas. El personal pastoral actualmente está en proceso
de capacitar a otros en la iglesia para conducir a la gente a la libertad en Cristo.
En este capítulo va a conocer a John Simms, un santo pastor pentecostal que
reconoció su necesidad de liberación pero que se cansó de las sesiones maratónicas
del enfrentamiento de poderes. También estaba frustrado por la falta de
«herramientas» para ayudar a una pareja de su iglesia que estaba sumamente
necesitada. Luego tendrá el relato de la pareja, que fueron referidos a un pastor que
había sido alumno mío, y quien se ofreció a guiarlos a través del proceso.
Hago saber sus historias para transmitir que lo que estamos realizando es
transferible. Hago saber sus historias para transmitir que lo que estamos realizando
es transferible.
Loa pastores deben involucrarse en la ayuda a las personas como esta pareja. Creo
que lo que llevamos a cabo no es un asunto carismático, teológico dispensacional o
pactista. Ni siquiera es un asunto protestante o católico. Es un asunto cristiano
centrado en la verdad de la Palabra de Dios, parte íntegra del propósito eterno de
Dios.
Cuando empecé a recibir la consejería del pastor Simms, esperaba ilusionada cada
sesión. Fue la primera persona que no me dijo que era una criatura nueva en Cristo,
que las cosas viejas habían pasado y que no debería seguir con problemas. Jamás me
hizo sentir que me estaba volviendo loca. Recuerdo la primera vez que le dije que
oía voces en mi cabeza. No se burló de mí, sino que me creyó.
El pastor Simms sufrió mucho tratando de ayudarme porque lo llamaba con
frecuencia y cuando luchaba contra el suicidio, su apoyo fue muy fuerte.
Por dos años pasé por un ciclo de bulimia que nunca le conté a mi marido. No sé por
qué, pues ya sabía de mi lucha contra el alcohol, de las voces y de los pensamientos
suicidas. Pero cuando me hospitalizaron por un mes debido a mi trastorno en la
alimentación, fue todo un choque para él y se sintió traicionado.
Más tarde me confesó que poco antes de que yo saliera del hospital había tenido
relaciones con una compañera de su trabajo. Eso me chocó violentamente. No
quería saber nada de eso ni de las voces que me atormentaban cada vez que asistía a
la iglesia… ni de las cosas que me sucedieron antes, durante y después de mi
hospitalización… ni de mi niñez… ni de nada. Por dos meses me retiré dentro de mi
casa y me encerré en mí misma.
Estaba segura de que Dios no quería que viviera así el resto de mi vida.
Fue entonces que el pastor Simms me dio el folleto sobre el seminario del Dr.
Anderson. Quise ir porque estaba segura de que Dios no quería que viviera así el
resto de mi vida.
Escuchar a Neil fue como oír la historia de mi vida. Habló de las personas que
escuchan voces y tienen pensamientos suicidas, cosa que yo hacía. Su enseñanza me
dio una esperanza increíble, hasta el último día en que se nos pidió que hiciéramos
las oraciones en los pasos hacia la libertad. Ese día sentí náuseas y parecía que la
cabeza me iba a estallar.
Me fui a la parte trasera del auditorio y finalmente salí, pues ya no aguantaba más.
Después de un rato me obligué a regresar; fue el momento en que todo el mundo
hacía las oraciones de perdón. Las voces dentro lazaban alaridos. Sentí que no había
nadie con quien estuviera enojada, nadie que tuviera que perdonar, todo el mundo
era perfecto; el único problema era yo.
Con sólo pensar en mis problemas, las lágrimas corrían por mis mejillas.
Unos quince días después llamé al pastor Simms y le dije que en un ambiente de
grupo no podía hacer mi lista de personas a quienes perdonar. Además, cuando
estaba sentada en la parte trasera del auditorio no había nadie llorando cerca de mí.
Parecía que nadie luchaba contra nada, mientras que con sólo pensar en mis
problemas, las lágrimas corrían por mis mejillas y no quería pasar vergüenza.
El pastor Simms me dijo que se había enterado de otro pastor que me podría
conducir por las oraciones, me concertaría una cita y hasta iría conmigo, si así lo
deseara. El día de la cita nos encontramos allá. Me sentía muy nerviosa, pero de
inmediato me sentí segura cuando el pastor Simms y yo nos sentamos en la oficina
del pastor Jones. Nunca había visto antes a este hombre pero cuando miraba su cara
sentía paz, sabía que era sincero y que yo le importaba. Empezó diciendo que le
advirtiera inmediatamente en caso de que las voces o las náuseas aparecieran, para
que nos detuviéramos a orar y hacerlas ir.
Desde la infancia había tenido incesantes dolores de cabeza a diario, los que habían
aumentado su intensidad, desde que asistí al primer grupo de apoyo hacía tres años.
Ahora me empezaba a martillar la cabeza. Cuando llegamos al paso del perdón, me
dieron náuseas como el día que estuve en el seminario. Me temblaban las manos.
Las voces eran tan fuertes que me volvían loca, y recuerdo haber preguntado: «¿No
oyen esto?» Con cada una de estas distracciones, el pastor Jones oraba o me pedía
que orara: «En el nombre de Jesús, te ordeno Satanás que te vayas de mi presencia»
y se calmaba la molestia. Quizás de lo más difícil que jamás haya hecho en mi vida
entera fue seguir esos pasos, pero lo logré con la ayuda del pastor Jones.
Sabía que ahora todo era distinto.
Al principio parecía como si nada hubiera cambiado. Pero luego vino mamá y
criticó el orden y la limpieza de mi casa como acostumbraba hacerlo en el pasado.
Cuando sucedió eso no me molestó, ¡y sabía que todo era distinto¡ Al principio me
costó un poco regresar a la iglesia, pero eso también cambió. Me encantaba la
alabanza y escuchar al pastor Simms, por primera vez pude entender lo que decía
porque no habían voces. ¡Jamás había sonreído tanto como ese día! Estoy muy
agradecida por el amor incondicional del pastor Simms que no me había dejado
retirarme de la iglesia.
He subrayado todos los versículos en mi Biblia respecto a quién soy en Cristo.
Todavía tengo pensamientos que me condenan y me acusan pero no me agarro de
ellos como lo hacía antes: Ahora los reconozco rápidamente. La vida todavía tiene
sus problemas pero lo que siento ahora es como de la noche al día, nada como era
antes. En realidad, mi manera de ver las cosas ha cambiado totalmente desde el día
que salí de la oficina del pastor Jones.
George, el esposo de Pat, se sintió tan animado y contento de que ella fuera liberada
de tanto tormento, que quiso también buscar ayuda.
La historia de George
Nada en mi vida había obrado para liberarme.
Me emocioné mucho cuando revisé los libros que Pat trajo del seminario a casa y
pensé: Esto sí va a resultar. No hay palabras para describir lo desesperadamente que
necesitaba la ayuda prometida en ellos, porque en mi vida nada había obrado para
librarme de la fortaleza sexual de Satanás que estaba destruyendo a nuestro
matrimonio y a mí.
Me crió un padre perfeccionista, la clase de papá al que nada le era suficiente por
más que yo tratara de hacer lo mejor. Cuando bateaba jonrón me decía: «Lo hiciste
bien, pero déjame mostrarte otra manera mejor».
Mis padres se divorciaron cuando yo tenía unos cinco años y a pesar de mi poca
edad mi madre empezó a depender de mí. Se volvió a casar y mi padrastro era un
alcohólico verbalmente ofensivo. En mi etapa de crecimiento trabajaba con él, quien
a su vez me decía cuánto me necesitaba. Creo que fue por eso que desarrollé la
actitud de tener que esforzarme por conseguir aceptación y aprobación, lo que
intentaba hacer con ahínco.
Mi papá tenía pornografía con escenas muy vívidas de actos sexuales.
La primera vez que vi material pornográfico todavía vivía con mi padre biológico.
Había escenas muy vívidas de actos sexuales pornográficos. Mi abuelo también
tenía una cabaña empapelada con ilustraciones de la revista Playboy. Tanto papá
como el abuelo tenían una actitud irrespetuosa y de explotación hacia las mujeres.
Además, mi abuelo tenía un grado treinta y dos en masonería. Usaba un anillo de la
masonería y tenía mucha influencia política en la ciudad en donde vivía. Al morir,
tuvo un funeral masón.
Cuando tenía trece años, empecé a asistir a una pequeña escuela católica. Quería que
me aceptaran, por lo que le correspondí a uno de los muchachos que parecía muy
popular cuando mostró interés en mí. Me invitó a su casa cuando sólo se encontraba
su hermano mayor, y nos fuimos a su dormitorio porque quería tener relaciones
sexuales conmigo.
Recuerdo que pensaba: La verdad es que no quiero hacerlo, pero lo haré con tal de
que seas mi amigo. Jamás me había llamado la atención los muchachos, pero en ese
momento parece que fue plantada una semilla que más tarde tuvo un impacto
profundo sobre en mi conducta.
10
Mientras dirigía un seminario en otro estado me pidieron que visitara a una joven
hospitalizada en una unidad siquiátrica. Había leído mis libros y quería verme. El
médico lo permitió, pero debía haber una enfermera y la sesión se debía filmar.
Marie fue víctima de abuso ritual cuando niña. Sabía que no iba a poder hacer
mucho en la hora que me asignaron, por cuanto lo único que iba a hacer era
ofrecerle alguna esperanza. Con las víctimas del abuso ritual la sesión inicial puede
durar varias horas si se quiere lograr algún cambio importante.
Le pedí su colaboración en que me dijera cualquier oposición mental que
experimentara durante la sesión. Como he mencionado antes, la mente es el centro
de control. No perderíamos el control mientras Marie dominara activamente su
mente y expusiera a la luz los pensamientos mentirosos que trataban de distraerla.
Fue una lucha, pero logró mantenerse centrada en toda la hora. Durante ese tiempo
afirmé quién era como hija de Dios y la autoridad que tenía en Cristo. Traté de
ayudarla a comprender cuál era la batalla que se libraba en su mente. Cuando me
levanté para salir, habló una voz diferente: «¿Quién es usted? ¿Por qué no me
quiere?» ¿Qué era eso? ¿Un demonio? ¿Otra personalidad? Su educación teológica
y su visión bíblica del mundo van a influir mucho en la respuesta que dé. En vista de
que la sicología secular no acepta la realidad del mundo espiritual, existe un solo
diagnóstico posible: el TPM (trastorno de personalidad múltiple). En contraste,
algunos ministerios de liberación ven sólo demonios en situaciones como esta.
¿Cuál interpretación es correcta? ¿Cómo podemos saberlo? ¿Hay otras
explicaciones posibles?
Antes de apresurarse a contestar, permítame contarle otra historia. Después de una
conferencia que di en una iglesia, varias personas me atiborraron de preguntas, entre
las cuales estaba una mujer atractiva de unos treinta años. Al describirme el abuso
del que fue víctima en su infancia, se le empezaron a poner vidriosos los ojos. Podía
ver que algo en su mente la distraía y no quise apenarla en esos momentos. Entonces
le pedí que me esperara hasta que terminara de atender a los demás, y concerté una
cita para la siguiente semana.
Elaine era una mujer inteligentísima con una carrera profesional bien establecida.
Sin embargo, su vida interior apenas se podía mantener a flote, a pesar de ir a ver un
consejero secular y a un grupo de recuperación de doce pasos. Mientras me contaba
su historia, proclamó de repente que uno de sus múltiples no se quería ir. Le
pregunté si se le había diagnosticado TPM. Lo afirmó; su consejero le había
informado que tenía doce personalidades alternas.
Pedí permiso para dirigirme sólo a ella y después de pasar por los pasos hacia la
libertad, no hubo rastro de los múltiples. En su caso, creo que las voces eran
claramente demoníacas. En otros casos extremos, creo que hay una combinación de
fortaleza espiritual y mente fragmentada debido a un trauma severo.
La mente fragmentada
¿Qué es una mente fragmentada? Es una mente dividida como resultado de haber
decidido desprenderse de las circunstancias inmediatas que rodean al individuo. En
un sentido limitado, todo el mundo decide hacerlo. Recuerdo que cuando mis hijos
eran pequeños optaba por desconectarme de mi entorno. Podían estar discutiendo y
vociferando en la habitación vecina, y yo los «apagaba» como quien baja el
volumen. Me concentraba tanto en lo que hacía, como estudiar o ver mi deporte
favorito en el televisor, que consciente o inconscientemente decidía no ocuparme de
ellos porque no quería enfrentar algo desagradable, o porque no quería que me
distrajeran de lo que estuviera haciendo. Mentalmente me encontraba «en el jardín»,
como decía mi esposa. «Tierra llamando a Neil», era su forma de lograr que me
sintonizara de nuevo con lo que me rodeaba.
No, no soy raro; de vez en cuando todos hacemos lo mismo. La gente que vive cerca
de la línea del tren o de los aeropuertos aprenden a hacerle caso omiso al ruido. Una
amistad puede estar en su casa cuando pasa el tren y pregunta: «¿Cómo aguanta
esto?» Usted responde: «¿Aguantar qué? Ah, ¡el tren!» Al principio me molestó casi
tres semanas y ahora ni siquiera me doy cuenta cuando pasa». Decidimos pensar en
lo que es verdadero, bello, puro, etcétera (Filipenses 4:8). Podemos decidir no tratar
con algo desagradable, disociarnos y pensar en otra cosa. Pero a lo mejor es malsano
si nos desprendemos de la realidad como una manera de aguantar. También se
puede transformar en un patrón de negar la realidad.
Multiplique por mil lo desagradable que es oír a niños pelear y a los trenes que
pasan, y tal vez logre sentir un poco de lo que soportan quienes sufren de trastorno
disociativo: Es un mecanismo de defensa, causado por trauma severo, mediante el
cual la persona se disocia para sobrevivir. Desafortunadamente, las atrocidades de
las que han sido víctimas están grabadas en su banco de memoria. Físicamente sus
ojos siguen viendo, sus oídos oyendo y sus cuerpos sintiendo, pero la mente decide
hacer caso omiso de todos esos horrores que rondan y crea un imaginario mundo
«seguro», dentro del cual vivir.
No creo que esta sea la percepción correcta. Prefiero pensar que sólo hay una
persona y que tiene una mente fragmentada. El cuadro entonces se vería de la
siguiente manera:
Porciones fragmentadas de la mente escondidas de la memoria
El diario de la oración
Una recuperación de la memoria guiada por el Espíritu Santo se puede dividir en
cuatro categorías: primero, hacer un diario de oración. A veces animo a las personas
entre cita y cita a que personalmente pidan a Dios que les revele la verdad en sus
casas y que luego mantengan un diario de lo que el Espíritu Santo les traiga a la
memoria. Algunos tienen un compañero o una compañera de oración en quien
confían para pedir ayuda. Cuando nos reunimos de nuevo, les ayudo a procesar lo
que recordaron. Es muy común que traigan dos o tres páginas de detalles
vergonzosos.
Si tratan de hacerlo por su propia cuenta, les indico que le pidan protección a Dios.
Sugiero que escriban exactamente lo que les revele el Espíritu Santo, sin
cuestionarlo, sólo registrando hasta el más mínimo detalle. Muchos se preguntarán
si estarán inventándolo todo. Una señora visitó la casa donde se crió para ver si los
detalles de su vecindario eran los que pensaba que el Espíritu Santo le permitió
recordar. Para su sorpresa, el vecindario era exactamente como se lo había revelado
el Espíritu Santo, a pesar de que no había pasado por allí en veinticinco años. Los
recuerdos de mi primera infancia son muy vagos, así que, ¿cómo va a recordar esta
gente con tanta claridad las primeras experiencias de su infancia? No las recuerdan:
Dios se las revela.
Atravesemos el punto muerto con la oración
Un segundo método de recuperación es que las personas, en presencia suya, le pidan
a Dios que les revele lo que las mantiene atadas. Casi siempre hago esto si nuestras
reunión ha llegado a un punto muerto, o después de haber pasado por los pasos
hacia la libertad sin lograr una solución completa. Hemos procesado todo lo que
pudiéramos, pero algo todavía no llega a la superficie.
Una señora pasaba por el proceso del perdón cuando paró al llegar a su maestra de
tercer grado. Lo único que recordaba era que salía del aula y de alguna manera se
sentía atada a ella. La perdonó por eso, pero ambos sabíamos que este no era el
asunto clave. La animé a orar, pidiéndole al Señor que le revelara lo ocurrido
realmente en el tercer grado. Lo hizo y se vio en el baño con la maestra
maltratándola sexualmente.
¿Cómo sabemos que ese no era un juego mental o un engaño satánico? Una manera
es ver si hay alguna confirmación externa. En este caso, sus compañeras le habían
dicho años después que su maestra la había tratado muy mal. También, que la
enviaron a casa sangrando del útero con la explicación de que se había caído,
aunque jamás recuerda ninguna caída. La atadura fue espiritual debido al maltrato
sexual, y no una atadura sicológica que puede darse debido a la cercanía de una
relación entre maestro y alumno.
Jamás debe implantar sugerencias en la mente de otra persona, aun cuando sospeche
de maltrato, porque la mente es demasiado vulnerable a las sugerencias. Un
recuerdo vago de un abrazo honesto de un padre o una madre se puede distorsionar
muy fácilmente e interpretarse como un cariño inapropiado o algo peor. Como
pastor y consejero pido sabiduría y dirección al Señor para mí, pero también pongo
a la persona a pedir al Señor que le revele lo que le causa la atadura. Sospecharía de
lo veraz de cualquier detalle que provenga de un sueño. Por lo general, las pesadillas
indican un tipo de asalto espiritual, pero casi siempre se acaban después que la
persona encuentra su libertad en Cristo. Una mujer acusó a sus padres de abuso
sexual por un sueño que tuvo, y una amiga se lo confirmó mediante «palabras de
conocimiento». Esto es demasiado subjetivo como para presentar acusaciones. Casi
siempre habrá alguna confirmación externa para los recuerdos.
Satanás ataca la mente de las personas lastimadas y busca desacreditar a los líderes
espirituales con pensamientos sembrados en la mente de sus hijos o de sus
asociados. Conozco varios casos en que los hijos acusan falsamente a los padres.
Satanás es muy astuto. Si puede inducir recuerdos falsos de abuso ritual y que luego
se absuelva de todos los cargos a los acusados, muchos van a pensar que los casos
legítimos también son falsos.
¿Qué tal si la gente ora y no surge nada a la superficie? Entonces los animo a
continuar en su búsqueda de Dios. A lo mejor este no sea el momento oportuno. O
que tal vez no haya nada y debamos explorar otra razón por sus dificultades. Usted
sólo puede procesar lo que conoce. No creo que debamos indagar mucho sobre el
pasado, sino esperar hasta que Dios revele las cosas ocultas de las tinieblas.
Pidamos iluminación para las áreas donde hay ataduras
La tercera forma es pedir al Señor que revele áreas específicas de atadura. Por lo
general, lo hago a medida que conduzco a las personas por los pasos hacia la
libertad. En el primer paso oran y piden a Dios que les revele toda experiencia que
hayan tenido con sectas, con el ocultismo o con cualquier otra cosa que no sea
cristiana. Después de orar, les pido que señalen esas participaciones en una lista de
experiencias no cristianas incluidas dentro de este paso. Pero la lista no es completa,
pues hay miles de fraudes, a veces la gente los agrega a la lista. Si siento que van
pasando demasiado rápido por este paso, les pido que oren de nuevo para que Dios
les recuerde todas las participaciones que hayan tenido en esta área. En el capítulo
dos de este libro se cuenta la historia de la mujer que había olvidado por completo
que siendo niña había buscado activamente lo oculto. Fue sólo después que perdonó
a otros cuando el Espíritu Santo le reveló sus pasatiempos infantiles.
Cuando llegamos al paso del perdón, la persona le pide a Dios que le revele los
nombres de las personas que deben perdonar. En la mayoría de los casos emergen
algunos nombres que había enterrado conscientemente. Cuando pasa por el proceso
del perdón, muchas veces Dios le trae recuerdos sumidos en el pasado, sea
consciente o inconscientemente.
Cuando ha habido abuso sexual, conduzco a la persona que pida al Señor que le
revele toda ofensa sexual, para que renuncie a cada una diciendo: «Renuncio a esa
(violación específica) de mi cuerpo». Cuando termina la dirijo en una declaración
general basada en Romanos 6:1, 2, 13 y 12, 1, 2: «Renuncio a todo uso de mi cuerpo
como instrumento de iniquidad y presento mi cuerpo ante Dios como instrumento de
justicia, un sacrificio vivo y santo y agradable a Dios». Si la persona es casada, le
pido que agregue: «Reservo el uso sexual de mi cuerpo únicamente para mi
cónyuge».
Estas personas no sólo recuerdan una experiencia, la reviven. Hacerlas sumirse en el
pasado es mantenerlas en la esclavitud y fortalecer la atadura por lo cual jamás
debemos reforzar lo sucedido. Cuando Dios concede el arrepentimiento que lleva a
la verdad, debemos participar bajo su dirección, ayudando a la persona a lograr un
arrepentimiento pleno. El arrepentimiento significa literalmente un «cambio de
mentalidad». La idea es: «Antes creía eso; pero ahora creo esto». No obstante, el
concepto es mucho más amplio que la aceptación mental. El arrepentimiento pleno
significa «antes caminaba por aquí, y ahora he dado una vuelta completa y camino
de acuerdo al camino, la verdad y la vida. Renuncio a la mentira y a todas las
experiencias satánicas que he tenido, anuncio la verdad y toda la realidad de la
salvación que es mía como una nueva criatura en Cristo».
Renunciamos al reino de las tinieblas
El cuarto método de lidiar con el pasado es conducir a la persona a través de varias
renuncias. Uso este método al inicio del proceso de consejería si el individuo tiene
bloqueados varios períodos de su vida. Es un medio de aplicación general tanto para
revisar el pasado, como para resolver ciertos asuntos que acompañan al abuso ritual
satánico. Si no hay maltrato de ese tipo, no hay nada que perder.
En el abuso ritual satánico, los satanistas hacen todo en directa oposición al
cristianismo. El satanismo es la antítesis del cristianismo y Satanás es el anticristo,
por lo que pido a los clientes que renuncien de la siguiente manera a cualquier
participación:
El reino de las tinieblas El Reino de la luz
Renuncio a todos y cada uno de los Declaro que soy partícipe del nuevo
pactos que he hecho con Satanás. pacto con Cristo.
Renuncio a toda espíritu guía que se Declaro que acepto sólo la dirección me
haya asignado. del Espíritu Santo.
Para las víctimas del abuso ritual satánico las renuncias anteriores son una extensión
de la confesión que se hacía en la iglesia primitiva: «Renuncio a ti, Satanás, a todas
tus obras y todos tus caminos». Sin embargo, aun las renuncias anteriores son de
aplicación general porque cada víctima del abuso ritual satánico se ha entregado, de
una manera u otra, a los ritos mencionados y a otros más. Además, conforme el
Espíritu Santo revele las cosas específicas que se ocultan en las tinieblas, hay que
renunciar a ellas específicamente.
El sacrificio satánico
El sacrificio es un intento de establecer propiedad. Fuimos redimidos «con la sangre
preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación» (1 Pedro
1:19).
En el abuso ritual satánico a menudo se obliga a los niños a matar en sacrificio por
dos motivos: primero, eso los prepara para una participación futura en el rito. Con
frecuencia, las drogas son medios para obligarlos a acceder en el espantoso abuso
sexual y en los ritos del sacrificio. O quizás obedezcan por las amenazas de hacer
daño a otros, como en el caso de una niña a quien le dijeron que si no participaba le
harían daño a su hermano. ¿Por qué realizan estas matanzas de víctimas inocentes
como bebés, fetos y animales? Dicen: «Tu Dios sacrificó a su único Hijo, quien era
perfectamente inocente». Para ellos, mientras mayor sea el sacrificio, más grande es
el poder; y los satanistas van tras el poder.
En segundo lugar, a los niños se les obliga a matar porque los sujeta a mantener el
secreto: quien mató a un niño inocente o a un animal jamás va a contarlo a los del
mundo exterior. Sus recuerdos se pueden bloquear, pero cuando años más tarde
recuerde las atrocidades, todavía no podrá hablar de ellas porque siente
responsabilidad por haberlas cometido. Tiene que tomar en cuenta las drogas u otros
medios que se usaron para obligarle a acceder. Esta gente teme por su vidas, en ese
entonces y ahora, porque saben que sacrificar una vida no es nada para un satanista.
Si rehúsan matar durante el rito, los matarán a ellos, o al menos temen esa
posibilidad. El temor les impide divulgar las cosas hechas en lo oculto, y se sienten
abrumados por la culpabilidad y el dolor presentes.
PRÓLOGO
Si ha recibido a Cristo como su Salvador personal, Él le ha dado la libertad a través
de su victoria en la cruz sobre el pecado y la muerte. Si no ha experimentado la
libertad, quizás se deba a que no ha estado firme en la fe ni ha tomado activamente
su lugar en Cristo. El cristiano es responsable de hacer lo necesario para mantener
una buena relación con Dios. Su destino eterno no está en juego pues está seguro en
Cristo, pero su victoria diaria corre peligro si no reclama y mantiene su posición en
Cristo.
Usted no es una víctima indefensa atrapada entre dos poderes celestiales casi
iguales, pero opuestos, como lo quisiera presentar Satanás, el gran engañador. Sólo
Dios es omnipotente (todopoderoso), omnipresente (siempre presente) y
omnisciente (que todo lo sabe). Algunas veces la realidad del pecado y la presencia
del mal pueden parecer más reales que la presencia de Dios, pero eso es parte del
engaño de Satanás. Él es un enemigo derrotado y nosotros estamos en Cristo. Un
verdadero conocimiento de Dios y de nuestra identidad en Cristo es la clave de
nuestra salud mental. Un concepto falso de Dios, un entendimiento distorsionado de
quiénes somos como hijos de Dios y la deificación equivocada de Satanás (asignarle
a Satanás los atributos de Dios) son los factores más importantes que contribuyen a
la enfermedad mental.
Al prepararse para dar los pasos hacia la libertad, debe recordar que el único poder
que tiene Satanás es el de la mentira. En cuanto la expongamos, se rompe el poder.
La batalla es en su mente, pues esta es el centro de control. Si Satanás logra que le
crea una mentira, controlará su vida, pero usted no tiene que permitírselo. Los
pensamientos conflictivos que quizás experimente sólo le controlarán si los cree. Y
si va a dar los pasos solo, no atienda al engaño, por ejemplo, a las mentiras y a la
intimidación en su mente. Los pensamientos como: «Esto no va a resultar», «Dios
no me ama», etc., pueden interferir sólo si cree esas mentiras. Si realiza los pasos
con un pastor o un consejero profesional o un laico de confianza (lo cual
recomendamos mucho si hay trauma severo en su vida), exprese todos los
pensamientos que tenga en oposición a lo que intenta hacer. En cuanto exponga la
mentira, se rompe el poder de Satanás. Tiene que colaborar con la persona que
intenta ayudarle, explicándole lo que está sucediendo en su mente.
Conociendo la naturaleza de la batalla por nuestras mentes, podemos orar con
autoridad para impedir cualquier interferencia. Los pasos empiezan con una oración
sugerida y una declaración. Si está dando los pasos por su cuenta, deberá cambiar
algunos de los pronombres personales; como por ejemplo, cambiar «nosotros» a
«yo», con sus correspondientes verbos, y si es mujer, tendrá que cambiar los
pronombres, adjetivos, etc., al género femenino.
Historia familiar
Historia religiosa de los padres y abuelos
Vida hogareña desde la niñez hasta la adolescencia
Historia de enfermedad física o emocional en la familia
Adopción, tutores temporales o permanentes
Historia personal
Hábitos alimentarios (bulimia o anorexia, comer compulsivamente o
hartarse de comida para después vomitar)
Cualquier adicción (drogas o alcohol)
Medicamentos de receta médica (¿para qué son?)
Hábitos de sueño y pesadillas
Violación o cualquier maltrato sexual, físico o emocional
Pensamientos (obsesivos, blasfemos, condenatorios, distracción, falta de
concentración, fantasía)
Interferencia mental en la iglesia al orar o al estudiar la Biblia
Vida emocional (enojo, ansiedad, depresión, amargura, temores)
Peregrinaje espiritual (salvación: cuándo, cómo y qué seguridad tiene)
Ahora puede empezar. Los siguientes son siete pasos específicos que debe
desarrollar para experimentar libertad de su pasado. Se enfrentará con las áreas
donde Satanás más se aprovecha de nosotros y donde se han edificado fortalezas. Al
derramar su sangre, Cristo compró en la cruz la victoria para usted. A medida que
decida creer, confesar, perdonar, renunciar y abandonar, logrará como resultado su
libertad. Eso es algo que nadie puede hacer por usted. La batalla que se libra en su
mente se ganará únicamente cuando escoja la verdad.
Al dar estos pasos hacia la libertad, recuerde que Satanás sólo será derrotado
cuando lo confronte verbalmente. Él no puede leer su mente ni tiene obligación de
obedecer sus pensamientos. Sólo Dios tiene conocimiento pleno de su mente.
Conforme desarrolle cada paso, es importante que se someta a Dios interiormente y
resista al diablo, al leer cada oración en voz alta, y verbalmente renunciar, perdonar,
confesar, etc.
Usted está haciendo un inventario moral serio y un compromiso total con la verdad.
Si sus problemas provienen de otra fuente que no se mencione en estos pasos, no
tiene nada que perder al seguirlos. Si es sincero, ¡lo único que le puede suceder es
que termine arreglando sus cuentas con Dios!
Perdonar es una decisión, una crisis de la voluntad. Como Dios nos manda que
perdonemos, es algo que sí podemos hacer. Pero perdonar es difícil pues va en
contra de nuestro concepto de justicia. Queremos venganza por las ofensas sufridas.
Pero jamás se nos permite vengarnos (Romanos 12:19). Usted dice: «¿Por qué he de
dejarlos libres?» He ahí el problema: sigue atado a los que lo han ofendido, sigue
atado a su pasado. Usted los liberará, pero Dios no lo hará nunca. Será justo con
ellos, que es algo que nosotros no podremos ser.
Usted dirá: «¡Pero no entiende cuánto me ha herido esa persona!» ¡Pero no ve que
todavía lo hiere! ¿Cómo parar el dolor? Usted no perdona otros para el bien de
ellos; lo hace por su propio bien, para quedar libre. La necesidad de perdonar
no es un asunto entre usted y el que lo ofendió; es entre usted y Dios.
Perdonar es estar de acuerdo en vivir con las consecuencias del pecado de otra
persona. El perdón es costoso: Usted paga el precio del mal que perdona. Va a
tener que vivir con esas consecuencias, quiéralo o no; su única opción es
hacerlo en amargura si no perdona, o vivir en libertad por el perdón. Jesús
llevó sobre sí las consecuencias del pecado de usted. Perdonar de verdad es tomar el
lugar de otro, porque nadie perdona realmente sin llevar consigo las consecuencias
del pecado de otra persona. Dios el Padre «al que no conoció pecado, por nosotros
lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en Él» (2
Corintios 5:21). ¿Dónde está la justicia? La cruz hace que el perdón sea legal y
moralmente correcto: «Porque en cuanto murió, al pecado murió una vez por todas»
(Romanos 6:10).
¿Cómo se perdona de corazón? Se tiene que reconocer el dolor y el odio. Si el
perdón no toca la profundidad de sus emociones, será incompleto. Muchos sienten
el dolor de las ofensas interpersonales, pero no quieren reconocerlo o no saben
cómo. Permita que Dios traiga su dolor a la superficie para que Él lo enfrente. Es
allí donde puede haber sanidad.
Decida llevar la carga de las ofensas recibidas al no usar en el futuro esa
información en contra de los que le han ofendido. Eso no significa que deba
tolerar el pecado; siempre tendrá que estar firme en contra del pecado.
No espere perdonar hasta que sienta deseos de hacerlo; nunca los tendrá. Los
sentimientos necesitan tiempo para sanar después que se toma la decisión de
perdonar y que Satanás haya perdido su lugar (Efesios 4:26, 27). Lo que se obtiene
es la libertad, no un sentimiento.
A medida que ora, Dios puede ayudarle a recordar las personas y experiencias
ofensivas que había olvidado por completo. Permita que lo haga, aunque sea
doloroso. Recuerde que lo hace por su propio bien. Dios desea que usted sea libre.
No justifique ni explique la conducta del ofensor. Perdonar significar enfrentar su
propio dolor y dejar a la otra persona en manos de Dios. Con el tiempo se
desarrollarán los sentimientos positivos; pero librarse del pasado es el asunto crucial
en este momento.
No diga: «Señor, por favor, ayúdame a perdonar», porque ya le está ayudando. No
diga:
«Señor, quiero perdonar», porque estaría pasando por alto la decisión difícil de
perdonar, que es su responsabilidad. Quédese con cada individuo hasta que esté
seguro de haber enfrentado todo el dolor recordado: lo que hizo, cómo le hirió, lo
que le hizo sentir (rechazo, falta de amor, indignidad, suciedad, etc.).
Ahora está listo para perdonar a las personas de su lista y quedar libre en Cristo sin
que esas personas controlen más su vida. Por cada persona en su lista, ore en voz
alta:
Señor, perdono a (nombre) por (identifique específicamente todas las ofensas y los
recuerdos o sentimientos dolorosos).
Cuarto paso: Rebelión vs. Sumisión
Vivimos en una generación rebelde. Muchos creen tener el derecho de juzgar a los
que están en autoridad sobre ellos. Rebelarnos contra Dios y su autoridad le da
oportunidad a Satanás de atacarnos. Como comandante en jefe el Señor dice:
«Únete a las filas y sígueme. No te meteré en tentación, sino que te libraré del mal»
(Mateo 6:13).
Tenemos dos responsabilidades bíblicas en cuanto a las autoridades: Orar por ellas y
someternos a ellas. Dios sólo nos permite desobedecer a los líderes terrenales
cuando nos exijan hacer algo inmoral ante Él, o cuando intenten gobernar fuera del
dominio de su autoridad. Haga la siguiente oración:
Querido Padre celestial: Tú has dicho que la rebeldía es como el pecado de
adivinación, y la obstinación es como la iniquidad de la idolatría (1 Samuel
15:23). Sé que en mis acciones y actitudes he pecado contra ti con un corazón
rebelde. Pido tu perdón por mi rebelión y oro que, por la sangre derramada
por el Señor Jesucristo, sea cancelada toda ventaja adquirida por los espíritus
malignos a causa de mi rebeldía. Te pido que ilumines todos mis caminos para
que conozca toda la extensión de mi rebeldía. Decido ahora adoptar un espíritu
sumiso y el corazón de un siervo. Amén.
Estar sujeto a una autoridad es un acto de fe. Usted confía en que Dios realice su
obra por medio de su orden de autoridad establecido. Hay momentos en que los
empleadores, los padres y los maridos violan la ley del gobierno civil ordenada por
Dios con el fin de proteger del abuso a las personas inocentes. En esos casos, usted
debe apelar al estado en busca de protección. En muchos estados la ley exige que los
abusos se informen.
En casos difíciles, como el abuso constante en el hogar, quizás sea necesaria una
consejería más extensa. En algunos casos, en que las autoridades del mundo han
abusado de su posición y exigen desobediencia a Dios o un término medio en su
compromiso con Él, usted debe obedecer a Dios y no al hombre.
A todos se nos amonesta que nos sometamos unos a otros como iguales en Cristo
(Efesios 5:21). Sin embargo, hay algunas cadenas de autoridad específicas en las
Escrituras con el fin de cumplir las metas comunes.
El gobierno civil (romanos 13:1–7); 1 Timoteo 2:1–4; 1 Pedro 2:13–17) Los padres
(Efesios 6:1–3) El esposo (1 Pedro 3:1–4) El patrón (1 Pedro 2:18–23)
Los líderes de la iglesia (Hebreos 13:17) Dios (Daniel 9:5, 9)
Examine cada área y pídale perdón a Dios por las veces que no ha sido sumiso, y
ore de la siguiente manera:
Señor, sé que he sido rebelde hacía . Por favor, perdóname por esta
rebelión. Decido ser sumiso y obediente a tu Palabra. En el nombre de Jesús.
Amén.
Quinto paso: Orgullo vs. humildad
El orgullo mata. El orgullo dice: «¡Yo puedo solo! Puedo salir de este enredo sin la
ayuda de Dios ni de nadie». ¡Pero no es posible! Necesitamos terminantemente de
Dios y también con desesperación unos de otros. Pablo escribió: «Porque nosotros
somos[…] los que servimos a Dios en espíritu, que nos gloriamos en Cristo Jesús y
que no confiamos en la carne» (Filipenses 3:3). La humildad es la confianza
debidamente fijada. «Fortaleceos en el Señor y en el poder de su fuerza» (Efesios
6:10). Santiago 4:6–10 y 1 Pedro 5:1–10 revelan que al orgullo le sigue el conflicto
espiritual. Use la siguiente oración para expresar su compromiso de vivir
humildemente ante Dios:
Amado Padre celestial: Tú has dicho que antes de la quiebra está el orgullo; y
antes de la caída, la altivez de espíritu (Proverbios 16:18). Confieso que he
vivido de manera independiente y que no me he negado a mí mismo, ni he
tomado mi cruz diariamente para seguirte (Mateo 16:24). Al hacer eso, he
concedido territorio en mi vida al enemigo. He creído que podía tener éxito y
vivir en victoria por mi propia fuerza y mis recursos. Ahora confieso que he
pecado contra ti al anteponer mi voluntad a la tuya y al centrar mi vida en mí
mismo en vez de centrarla en ti. Ahora renuncio a la vida egoísta y, al hacerlo,
cancelo toda ventaja adquirida en mis miembros por los enemigos del Señor
Jesucristo. Te pido que me guíes para que no haga nada por rivalidad ni por
vanagloria, sino estimar humildemente a los demás como superiores a mí
(Filipenses 2:3). Permíteme servir en amor a los demás y preferirlos en honor
(Romanos 12:10). Esto te lo pido en el nombre de Cristo Jesús, mi Señor.
Amén.
Habiendo hecho este compromiso, ahora permítale a Dios mostrarle cualquier área
específica de su vida donde haya sido orgulloso, como en los aspectos siguientes:
He tenido un mayor deseo de cumplir mi voluntad que la de Dios
He dependido más de mi fortaleza y de mis recursos que de los de Dios
A veces creo que mis ideas y opiniones son mejores que las de otros
Me preocupo más de controlar a los demás que desarrollar el dominio propio
A veces me considero más importante que otros Tengo la tendencia de
pensar que no tengo necesidades Encuentro difícil aceptar mis faltas
Tengo la tendencia de complacer más a la gente que complacer a Dios
Me preocupo demasiado respecto a si recibo o no el reconocimiento debido
Me siento obligado a obtener el reconocimiento como resultado de los grados
académicos, títulos y cargos
Suelo pensar que soy más humilde que los demás Otras maneras en que haya
pensado más de sí mismo que lo debido
Por cada uno de los puntos anteriores que se aplique en su vida, ore en voz alta lo
siguiente:
Señor, reconozco que he sido orgulloso en el área. Perdóname, por favor, por
este orgullo. Decido humillarme y confiar totalmente en ti. Amén.
Sexto paso: Esclavitud vs. Libertad
El siguiente paso hacia la libertad se relaciona con las costumbres pecaminosas. Las
personas atrapadas en el ciclo vicioso de pecar-confesar-pecar-confesar quizás
tengan que seguir las instrucciones de Santiago 5:16: «Confesaos unos a otros
vuestros pecados, y orad unos por otros de manera que seáis sanados. La ferviente
oración del justo, obrando eficazmente, puede mucho». Búsquese a una persona
justa que le apoye en oración y a quien le pueda rendir cuentas. Otros quizás sólo
necesiten la seguridad expresada en 1 Juan 1:9: «Si confesamos nuestros pecados,
Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad». La
confesión no es decir «lo siento», sino más bien, «lo hice». Ya sea que necesite la
ayuda de otros o sólo tenga que rendirle cuentas a Dios, ore de la siguiente manera:
Amado Padre celestial: Tú nos has dicho que nos vistamos del Señor Jesucristo
y que no hagamos provisión para satisfacer los malos deseos de la carne
(Romanos 13:14). Reconozco que me he entregado a las pasiones carnales que
combaten contra el alma (1 Pedro 2:11). Te doy gracias que en Cristo mis
pecados me son perdonados, pero he pecado contra tu santa ley y le he dado al
enemigo la oportunidad de luchar en mis miembros (Romanos 6:12–13;
Santiago 4:1; 1 Pedro 5:8). Vengo ante tu presencia para reconocer estos
pecados y en busca de tu limpieza (1 Juan 1:9) para ser libre de la esclavitud
del pecado. Ahora te pido que reveles a mi mente las maneras en que he
transgredido tu ley moral y he contristado al Espíritu Santo. Te lo pido en el
nombre precioso de Jesús. Amén.
Las obras de la carne son numerosas. Quizás quiera abrir su Biblia en Gálatas 5:19–
21 y orar a través de estos versículos, pidiéndole al Señor que le revele sus pecados
específicos de la carne.
Es nuestra responsabilidad impedir que el pecado reine en nuestros cuerpos mortales
al no utilizarlos como instrumentos de iniquidad (Romanos 6:12, 13). Si lucha
contra los pecados sexuales habituales (pornografía, masturbación, promiscuidad
sexual) o si experimenta dificultades sexuales e íntimas en su matrimonio, ore de la
siguiente manera:
Señor, te pido que traigas a mi memoria cada uso sexual de mi cuerpo como
instrumento de iniquidad. Te lo pido en el nombre precioso de Jesús. Amén.
Conforme el Señor le traiga a su memoria cada uso sexual de su cuerpo, sea que
fuera víctima (de violación, incesto o cualquier otro abuso sexual) o que haya
participado voluntariamente, renuncie a cada ocasión:
Señor, renuncio a (mencione el uso específico de su cuerpo) con (nombre a la
persona) y te pido que rompas esa atadura.
Ahora dedique su cuerpo al Señor con la siguiente oración:
Señor, renuncio a todos estos usos de mi cuerpo como instrumento de iniquidad
y al hacerlo, te pido que rompas toda atadura que Satanás ha traído a mi vida
a través de esa relación. Confieso mi participación y ahora te presento mi
cuerpo como sacrificio vivo, santo y agradable a ti, y reservo el uso sexual de
mi cuerpo sólo para el matrimonio. Renuncio a la mentira de Satanás de que
mi cuerpo no es limpio, que es sucio o de alguna manera es inaceptable como
resultado de mis experiencias sexuales anteriores. Señor, te doy gracias porque
me has lavado totalmente y me has perdonado, y que me amas y me aceptas
incondicionalmente. Por lo tanto, puedo aceptarme a mí mismo. Y decido
hacerlo: a aceptarme a mí mismo y mi cuerpo como limpios. En el nombre de
Jesús. Amén.
Oraciones especiales para las necesidades especiales
La homosexualidad
Señor, renuncio a la mentira de que me has creado a mí o a cualquier otro para
ser homosexual, y afirmo que tú prohíbes terminantemente el comportamiento
homosexual. Me acepto como hijo de Dios y declaro que tú me creaste como
hombre (o mujer). Renuncio a toda atadura de Satanás que puede haber
pervertido mis relaciones con los demás. Declaro que soy libre para
relacionarme con el sexo opuesto de la manera dispuesta por ti. En el nombre
de Jesús. Amén.
El aborto
Señor, confieso que no acepté la mayordomía de la vida que me encomendaste
y pido tu perdón. Decido aceptar tu perdón al perdonarme a mí misma, y
ahora te entrego ese hijo para que tú lo cuides durante toda la eternidad. En el
nombre de Jesús. Amén.
Las tendencias suicidas
Renuncio a la mentira de que puedo encontrar paz y libertad al quitarme la
vida. Satanás es un ladrón que viene a robar, a matar y a destruir. Escojo la
vida en Cristo, quien dijo que vino a darme la vida y a dármela en abundancia.
Los trastornos en la alimentación o la costumbre de cortarse
Renuncio a la mentira de que mi valor depende de mi apariencia o de mis
logros. Renuncio a cortarme, a purgarme o a defecar como medio de limpiarme
de toda maldad, y anuncio que sólo la sangre del Señor Jesucristo
me puede limpiar de mi pecado. Acepto la realidad de que puede haber pecado
presente en mí como consecuencia de las mentiras que he creído y por el uso
equivocado de mi cuerpo, pero renuncio a la mentira de que soy maligno o de
que cualquier parte de mi cuerpo sea maligna. Declaro la verdad de que soy
totalmente aceptado en Cristo, tal y como soy.
Drogas y alcohol
Señor, confieso que he usado de manera equivocada las sustancias como
alcohol, tabaco, comida, medicamentos o drogas, para mi placer, para escapar
la realidad o para enfrentar las situaciones difíciles, lo cual ha resultado en el
abuso de mi cuerpo, en la programación dañina de mi mente y en entristecer al
Espíritu Santo. Te pido perdón y renuncio a toda conexión o influencia
satánica en mi vida por medio de mi uso equivocado de sustancias químicas o
de la comida. Echo toda mi ansiedad sobre Cristo que me ama y me
comprometo a no entregarme más al abuso de sustancias, sino más bien al
Espíritu Santo. Te pido, Padre celestial, que me llenes de tu Espíritu Santo. En
el nombre de Jesús. Amén.
Después de confesar todo pecado conocido, ore lo siguiente:
Ahora te confieso estos pecados a ti y reclamo mi perdón y limpieza por medio
de la sangre del Señor Jesucristo. Cancelo todo terreno que los espíritus
malignos hayan adquirido a través de mi relación voluntaria en el pecado. Esto
lo pido en el nombre de mi Señor y Salvador Jesucristo. Amén.
Declaración
Por este medio y en este momento rechazo y desecho todos los pecados de mis
antepasados. Como uno que ha sido librado del poder de las tinieblas y
trasladado al Reino del amado Hijo de Dios, cancelo toda obra demoníaca que
me hayan traspasado mis antepasados. Como uno que ha sido crucificado y
levantado con Jesucristo y se sienta con Él en los lugares celestiales, renuncio a
toda asignación satánica dirigida hacia mí y hacia mi ministerio, y cancelo toda
maldición que me hayan puesto Satanás y sus obreros. Le anuncio a Satanás y
a todas sus fuerzas que Cristo se hizo maldición por mí (Gálatas 3:13) cuando
en la cruz murió por mis pecados. Rechazo todas y cada una de las formas en
que Satanás pueda reclamarme como propiedad. Me declaro estar eterna y
completamente comprometido con el Señor Jesucristo y entregado a Él. Por la
autoridad que tengo en Jesucristo, ahora le ordeno a todo espíritu familiar y a
cada enemigo del Señor Jesucristo que esté dentro o alrededor mío que se vaya
de mi presencia. De ahora en adelante me comprometo con mi Padre celestial a
cumplir su voluntad.
Oración
Amado Padre celestial: Vengo como tu hijo, comprado por la sangre del Señor
Jesucristo. Tú eres el Señor del universo y de mi vida. Te entrego mi cuerpo
como instrumento de justicia, un sacrificio vivo, para que te glorifiques en él.
Ahora te pido que me llenes de tu Espíritu Santo. Me comprometo a renovar
mi mente para poder comprobar que tu voluntad es buena, perfecta y
agradable para mí. Esto lo hago todo en el nombre y con la autoridad del
Señor Jesucristo. Amén.
Una vez asegurada su libertad al seguir estos siete pasos, puede ser que las
influencias demoníacas intenten regresar días o meses después. Alguien me contó
que, después de haber recibido su libertad, oyó a un espíritu decir a su mente: «Ya
volví». A lo cual proclamó en voz alta: «¡De ninguna manera!» El ataque se acabó
al instante. Una victoria no constituye una guerra ganada, pues hay que mantener la
libertad. Después de completar estos pasos, una señora muy feliz me preguntó:
«¿Estaré siempre así?» Le dije que permanecería libre entretanto permaneciera en
una buena relación con Dios. «Y aunque resbale y caiga», la animé, «usted sabe
cómo ponerse otra vez a bien con Dios».
Una víctima de atrocidades increíbles me contó este ejemplo:
«Es como si me hubieran obligado a participar en un juego con un tipo extraño y
desagradable dentro de mi hogar. Iba perdiendo y ya no quería jugar, pero el tipo
extraño no me dejaba. Al fin llamé a la policía (una autoridad superior) que vino y
lo sacó de mi hogar. Más tarde tocó a la puerta con deseos de entrar de nuevo, pero
esta vez reconocí su voz y no lo dejé entrar».
Qué hermoso ejemplo de cómo obtener la libertad en Cristo. Le pedimos ayuda a
Jesús, la máxima autoridad, y Él saca al enemigo de nuestra vida. Conozca la
verdad, manténgase firme y resista al maligno. Busque buen compañerismo
cristiano y comprométase a una costumbre de estudiar con regularidad la Biblia y de
orar. Dios le ama y nunca le dejará ni le desamparará.
Conservación de resultados
La libertad se tiene que mantener. Usted ha ganado una batalla importante en una
guerra continua. Suya es la libertad mientras siga decidiéndose por la verdad y esté
firme en la fuerza del Señor. Si llegaran a la superficie algunos recuerdos nuevos, o
si se diera cuenta de las «mentiras» que ha creído o de otras experiencias no
cristianas que haya tenido, renuncie a ellos y decídase por la verdad. Algunos han
encontrado que es beneficioso volver a realizar los pasos. Al hacerlo, lea con
cuidado las instrucciones.
Para mantener los resultados de la libertad sugerimos lo siguiente:
Oración diaria
Amado Padre celestial: Te honro como mi Señor soberano. Reconozco que
siempre estás conmigo. Eres el único todopoderoso y sabio Dios. Eres
bondadoso y amoroso en todos tus caminos. Te amo y te agradezco estar unido
con Cristo y en Él estar espiritualmente vivo. Decido no amar al mundo y
crucifico la carne con todas sus pasiones.
Te agradezco la vida que ya tengo en Cristo y te pido que me llenes con tu
Espíritu Santo para vivir libre del pecado. Declaro mi dependencia de ti y tomo
mi posición en contra de Satanás y todos sus caminos mentirosos. Decido creer
la verdad y no me dejo desanimar. Tú eres el Dios de toda esperanza, confío
plenamente en que vas a suplir mis necesidades a medida que procuro vivir de
acuerdo a tu Palabra. Expreso con confianza que puedo vivir con
responsabilidad mediante Cristo que me fortalece.
Ahora tomo mi lugar en contra de Satanás y ordeno a él y a todos sus espíritus
malignos que se aparten de mí. Me pongo toda la armadura de Dios. Entrego
mi cuerpo en sacrificio vivo y renuevo mi mente por la Palabra viva de Dios
para poder comprobar que la voluntad de Dios es buena, agradable y perfecta.
Estas cosas las pido en el nombre precioso de mi Señor y Salvador Jesucristo.
Amén.
Oración nocturna
Gracias, Señor, que me has recibido en tu familia y me has ensalzado con toda
bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo. Gracias por darme este
tiempo de renovación a través del sueño. Lo acepto como parte de tu plan
perfecto para tus hijos, y confío en ti para cuidar mi mente y mi cuerpo
mientras duermo. Así como he meditado en ti y en tu verdad durante este día,
así escojo dejar que estos pensamientos continúen en mi mente mientras
duermo. Me entrego a ti para que me protejas de cada intento que hagan
Satanás y sus emisarios en atacarme durante mi sueño. Me entrego a ti como
mi roca, mi fortaleza y mi descanso. Te lo pido en el poderoso nombre del
Señor Jesucristo. Amén.
Limpieza de la casa o el apartamento
SOY IMPORTANTE
Mateo 5:13, 14 Soy la sal de la tierra y la luz del mundo.
Juan 15:1, 5 Soy una rama de la vid verdadera, un canal de su vida.
Juan 15:16 He sido elegido y nombrado para llevar fruto.
Hechos 1:8 Soy un testigo personal de Cristo.
1 Corintios 3:16 Soy templo de Dios.
2 Corintios 5:17ss Soy ministro de reconciliación para Dios.
2 Corintios 6: Soy colaborador de Dios (1 Corintios 3:9).
Efesios 2:6 Estoy sentado con Cristo en los lugares celestiales.
Efesios 2:10 Soy hechura de Dios.
Efesios 3:12 Puedo acercarme a Dios con libertad y confianza.
Filipenses 4:13 Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.