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En el primer siglo, la cena del Señor era el centro del culto cristiano. Los fieles se reunían con
el objeto de conmemorar, por media del rompimiento del pan, la muerte expiatoria del Hijo
de Dios.
La reunión era del todo fraternal. Los pastores que actuaban no asumían ningún carácter
clerical ni sacerdotal, sino que se tenían a sí mismos como encargados por el Espíritu Santo
para exhortar y enseñar la doctrina de Jesucristo. Todos los asistentes tomaban libremente
parte en el culto, ya dirigiendo la palabra, ya orando, ya indicando algún salmo o himno para
ser entonado por todos. El que presidía el culto no lo monopolizaba, sino que estaba ahí para
cuidar del buen orden del mismo.
En los siglos segundo y tercero el culto conserva aún este carácter, aunque ya se siente
amenazado por el clericalismo de algunos obispos y por el espíritu ceremonial.
La lectura de las Escrituras era una parte importante del culto. Como no existía la división de
capítulos y versículos a menuda se leían libros enteros en una sola reunión, mayormente si se
trataba de una Epístola. El Antiguo Testamento era recibido como divinamente inspirado. No
existía la que hoy llamamos “Canon del Nuevo testamento”. Cada libra era una obra completa
en sí..... Después de la lectura seguía la predicación, la cual era un desarrollo o explicación
de la porción leída, al estilo de la que se hacía en las sinagogas judías.....
El canto era también una parte importante del culto. Se cantaban Salmos, es decir, los del
Antiguo Testamento, e himnos compuestos por los cristianos y que hacían referencia más
directa a las verdades de la gracia del Nuevo Pacto. Los instrumentos musicales eran
desconocidos en las reuniones de las iglesias durante los primeros siglos. El canto era del todo
sencillo, tanto en la música como en la letra...
La oración era una de las partes esenciales del Culto. Los cristianos se reunían no tanto para
oír hablar de Dios, como para hablar con Dios. El lenguaje de la oración era austero,
evitándose toda retórica innecesaria. Las oraciones estaban llenas del lenguaje de las
Escrituras especialmente de los Salmos y Profetas. Las oraciones no eran largas, evitándose
toda vana repetición. La oración pertenecía a toda la asamblea y era dirigida en una lengua
inteligible.
Estas eran las características del culto primitivo, según resulta de los escritos de los autores
de aquella época. En todo prevalecía la simplicidad. Dios era adorado en espíritu y en verdad,
sin los ritos, ceremonias, y pompas que caracterizaban al culto pagano...
Curso gratis creado por J. Hendrix-Weidner. Extraido de: http://estudios.iglesia.net/leer.php?
id=248_0_1_45_M6
31 de Agosto de 2009
Pregunta: En el Antiguo Testamento Dios dio reglas detalladas (en Deuteronomio y Levítico)
para la correcta adoración. Pero en el punto de vista preterista, el Reino ahora es espiritual y
el Nuevo Testamento no da muchas reglas específicas para la adoración. ¿Por qué?
Contesto: Supongo que usted se refiere a los cultos de la Iglesia. Hay un error en pensar que
hay un culto de adoración que solo se hace cuando la Iglesia se reúne. La verdad es que la
adoración es un estado mental. Es algo que el creyente hace todo el tiempo, 24 horas al día.
No tiene un horario (a las 11 de la mañana los domingos).
En vez de una lista de reglas y leyes para adorar a Dios, tenemos la mente de Cristo, sus leyes
escritas en nuestros corazones. Esto implica una maduración en la manera de pensar del
creyente.
Hay algunas reglas en el Nuevo Testamento para ordenar las Asambleas. Son pocas pero
claras. En resumen todo debe hacerse con orden.
Mmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmm
Hay que notar que el N.T. no usa una terminología específicamente litúrgica
cuando habla del culto en la Iglesia. Con algunas notables excepciones y sin
que esto implique una negligencia o profanación del culto, emplea términos
aparentemente neutros, como “reunirse en el nombre del señor” (Mt. 18:20) o
“reunirse para la fracción del pan” (Hch 20:7; 1 Cor 11:33).
Basta con leer superficialmente el N.T. para darse cuenta de que la misma vida
de Jesús de Nazaret es una vida en cierta manera “litúrgica” o, si se prefiere
“Sacerdotal”. Jesucristo realizó con su ministerio la verdadera glorificación de
Dios sobre la tierra, el culto perfecto, (Hb 5:9-10).
Sin entrar en más detalles, puede bastar con la afirmación de que el N.T. nos
presenta el testimonio histórico de Jesús, y, por tanto toda su vida como una
liturgia; más aún como la liturgia que agrada a Dios. En este sentido el culto
cristiano tiene su fundamento en el culto “mesiánico” celebrado por Jesús
desde su encarnación hasta su ascensión a los cielos.
Este culto de Cristo, que culmina con el “sacrificio” de la única oblación que
perfeccionó a los santificados Heb 10:14. Tiene, sin embargo una dimensión
temporal mucho más basta. Si funda u origina el culto cristiano, si lo instituye
en todo el sentido del término, esto no es accidental en el mismo Cristo. El
culto actualiza en cierta manera toda su obra, preparada antes de la
encarnación, aprovechada desde la ascensión y que se manifestará
gloriosamente en la parusía .
San Pedro en (1 P 1:19 SS) dice de Cristo “cordero sin defecto ni mancha ya
conocido antes de la creación del mundo y manifestado al fin de los tiempos”
por amor vuestro. Ese culto celestial, esta predestinación de cordero sin
defecto ni mancha, es en cierta manera el refugio en que vivió el mundo, sin
sufrir la amenaza de la aniquilación que Dios pronunció contra el pecado de
Adán (Gn 2:17) “ya que por anticipación ya era eficaz delante de Dios su
manifestación histórica al final de los tiempos”.
El gran sumo sacerdote de (Heb 4:14) usa en nuestro beneficio este culto que
terminó en la cruz y con su ascensión; Él, es el gran sacrificador soberano
“para siempre” (Heb 9:24; cf 7:25; Rom 8:34) hasta el siglo futuro. Como gran
sacerdote su ministerio es doble: el acto expiatorio realizado una vez por todas,
y el de la prolongación y desarrollo de esa obra que dura hasta la eternidad.
Esta liturgia de Cristo, “la obra única del acto expiatorio”, que protegía ya al
mundo antes de la encarnación y que se desarrolla en el reino actual de Cristo,
considerado una obra sacerdotal, encontrará su último esplendor, su plenitud
en la parusía (Heb 9:28); sin embargo hay que hacer una claridad teológica: en
su segunda venida el ministerio sacerdotal de Jesús no será expiatorio, sino,
consagrante y santificador. Ya no será por el mundo entero sino para aquellos
que han aceptado la salvación concedida por su muerte en la cruz.
Este ministerio consagrante aparece en (Heb 2:10 ss; 10:14) y Jesús mismo lo
reconoce en la oración sacerdotal de (Jn 17); donde con prudencia podemos
advertir una alusión al ministerio sacerdotal que el Hijo eterno de Dios hubiese
desarrollado si la caída no hubiese trastornado la creación de Dios: habría
venido no para reconciliar a los hombres con el Padre, sino para permitir que
estos se encontrasen para siempre junto con El, y así pudiesen contemplar su
gloria (Jn 17:24). Cristo Jesús (Nuevo Adán) restableció la orientación litúrgica
fundamental que Dios quiso cuando creó al hombre a su imagen y semejanza.
Dios quiso no solo hacer al hombre el liturgo del mundo encargado de guiar al
mundo entero en la acción de gracias, en la adoración y en la alabanza, sino
también fijar un día de culto (Gn 1:27 ss; 2:3), un lugar de culto (en esto
seguimos a Martín Lutero “el árbol límite del bien y del mal” Gn 2:16-17) y una
forma de culto (Sal 148).
El culto cristiano reactualiza el culto perfecto y suficiente ofrecido por Cristo una
vez por todas en la cruz.
Sobre esta doctrina también se funda el rito pascual; en Ex 12:14, se dice que
está instituido Le-Zikaron, (Hebreo); es decir “para recuerdo”. Esto quiere decir
que cada uno, al acordarse de la liberación de Egipto debe saber que él es el
mismo objeto del acto redentor de Dios, sea cual sea, la generación a la que
pertenezca. Teológicamente cuando se trata de la historia de la salvación, el
pasado es actual. Así, igualmente, en la perspectiva del N.T., en cada
celebración eucarística deben saber los fieles que ellos mismos son el objeto
del acto redentor de la cruz. Pero el culto al ser una anamnesis no es solo una
“reactualización del pasado”, sino que es, por parte de los que celebran la
memoria de la muerte de Cristo, un compromiso en su servicio, una confesión
de fe. “Al que recordamos como aquel a quien confesamos”. Por tanto, el culto
(y por excelencia la cena) es lo que el A.T. llamaría un oth, un signo que por el
poder de Dios hace revivir lo que significa si es anamnétio, o lo provoca si es
prefigurativo.
El culto, es un acto de alegría (Hch 2:46; 16:34; 1P 4:13; Jds 24); la cual es un
elemento fundamental de una teología litúrgica cristiana, por recapitular la
historia de la salvación. Sin duda que también proclama la muerte del señor (1
Cor 11:26). Pero por causa de la victoria que la ha coronado es mucho menos
un duelo que una fuente inagotable de acción de gracias. Esto deberá dar sus
frutos en la formulación litúrgica en general.
Hemos visto que el culto reactualiza el culto perfecto y suficiente ofrecido por
Cristo una vez por todas en Cruz; que anticipa la alegría inagotable de la vida
eterna y que permite a la Iglesia participar en el culto celeste que acompaña a
la historia de la salvación. También anotamos anteriormente que el culto de
Cristo restaura el culto primitivo, paradisiaco ya que Cristo, nuevo Adán, realizó
con su venida el proyecto del creador.
Así como el culto de la Iglesia no es sino una anticipación del festín mesiánico,
de la alegría del reino, tan ambigua que tan solo es perceptivo por la fe, así
también lo es la anamnesis el culto antes de la caída. En el culto de la Iglesia el
hombre vuelve a encontrar su honda orientación de liturgo real, y también el
derecho a convocar a toda la creación para ofrecerla al Señor en acción de
gracias adoración y alabanza (Rom 8:18 SS), pero este redescubrimiento se
encuentra constantemente comprometido por el pecado y es por esta causa
que en el culto a través del celebrante (ministro) se invita y se exhorta a la
Iglesia a reconocer esta condición de pecado, y orar pidiendo la gracia del
perdón.
Nos queda la inquietud para ser tratada en otra oportunidad respecto de los
elementos y de los ministros del culto.
Entre todos los problemas sistemáticos que habría que tratar aquí, solo me
fijare en uno de notable importancia: “el de las relaciones entre el culto de la
Iglesia y la permanencia de la historia de la salvación”, Luego de alcanzar ésta,
su punto culminante y su cumplimiento en Cristo. No lo trataremos a fondo,
sino que simplemente señalaré en que sentido creo que se debe resolver.
En este sentido el final indica una administración por parte de Dios de toda la
historia de salvación y del mundo (Dios es soberano). Y ya que su presencia es
real en el culto, éste, forma parte de la economía salvífica de Dios, continuando
la historia de la salvación luego de haberse realizado en Cristo. Pero ¿cómo
continúa?. Me parece que respondemos con exactitud cuando afirmamos que
es por medio de la anamnesis como se lleva a cabo. Es preciso dar a este
término toda su resonancia. Se trata del acto por el que un hombre “se sitúa”
en el suceso cardinal del viernes santo y de la pascua; y del acto (culto) por el
cual este suceso cardinal de la historia de la salvación se sitúa a su vez en los
siglos que le siguen, sobre tal hombre. Por la anamnesis se beneficia uno de lo
que ella hace (recapitular la historia) al tiempo que reactualiza eso mismo.
El mismo Cristo, pues, había prometido esta presencia. La Iglesia no vive una
ilusión cuando se reúne en el nombre del Señor. No conmemora un recuerdo
desilusionado como lo hacían sus discípulos el día de la pascua (Lc. 24:13-35;
36-53). Por el contrario revive en el culto el milagro de la resurrección y de la
presencia de Cristo resucitado entre los suyos. Debido a esto, el culto cristiano
no es el resultado de una ilusión ni de un ejercicio de magia sino una gracia.
Gracia, por que la presencia de Cristo es salvífica. Se nos da “el pan de vida
que hace vivir para siempre” (Jn 6:51-58), y nos une a Él fortaleciendo nuestra
fe.
Los medios por los que atestigua su presencia, son la proclamación del
evangelio y la comunión eucarística: “este es mi cuerpo, esta es mi sangre”. El
culto es pues un acontecimiento salvífico, un hecho histórico-eclesial.
AD Muller, dice “El culto cristiano es la forma más visible, más densa, más
central de la presencia de Cristo en la Iglesia”. Sin embargo hay que aclarar
que esta presencia está basada en la fe. Es cierto que el culto por su forma y
disciplina puede convencer a quien no cree, de la presencia del Señor (2 Cor
14-23 SS), pero aún los creyentes deben advertir dicha presencia por la fe; lo
mismo que sin ella, no es posible reconocer el ministerio de Jesús. Se trata
entonces, de un proceso espiritual análogo al reconocimiento del cuerpo
inmolado de Cristo en las especies eucarísticas. Su presencia es sacramental,
por lo tanto la iglesia no dispone de dicha presencia ni puede provocarla con un
automatismo que pueda usar cuando quiera.
En segundo lugar hay que aclarar que esta presencia es imperfecta y que
“espera alcanzar su plenitud en la parusía”. El culto aunque prefigure el reino
de forma eficaz, aún no lo es.
Podemos concluir entonces, que por el culto no sólo por él, sino también en él y
de una forma excelente se continúa la historia de la salvación. Esta es una de
las razones que explican su necesidad; es un instrumento que el Espíritu Santo
emplea para hacer su obra, para dar eficacia en la actualidad a la obra de
Cristo y también para referir a los hombres y sucesos de hoy, de forma
salvífica, a esta obra pasada, para que puedan beneficiarse de ella .
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Alabanza y culto en el Antiguo Testamento
Introducción
3. Los sacrificios
4. La reacción profética
5. Conclusión
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La primera pregunta acerca de este diálogo debiera ser obviamente preguntarse ¿Qué significa
adoración? Podemos resumir diciendo: "La adoración es la expresión mayoritariamente
comunitaria de celebración al Dios trino. Es un acto de contemplación de su Persona, que
también requiere una respuesta que contemple todos los ámbitos de la vida".
Un pastor dijo una vez: "Las canciones que cantamos en la iglesia se convierten en adoración
cuando hacemos lo que cantamos".
Por tal razón, ante el peligro de desviarse del centro de la adoración, corresponden Las
palabras de Deuteronomio citadas por Jesús: "... porque Escrito está: al Señor tu Dios adorarás
y a él sólo servirás" (Mateo 4:10)
Los relatos nos muestran que la intervención de lo divino en lo humano se desencadena una
incomodidad del hombre, al sentirse frágil, pequeño, en calidad de criatura, además se observa
una cercanía especial de Dios y siempre acompañada de una comisión especial a un servicio
específico.
En resumen: Cuando hay un verdadero encuentro de adoración nunca volvemos a ser los
mismos, pues nos sale al camino este Ser que es Santo, pero a la vez muy cercano (Isaías
57:15) este Dios que no avala la maldad (Habacuc 1:3) pero que renueva una y otra vez su
misericordia (Salmos 103:3-4).
LA ADORACIÓN Y EL CULTO
Otra expresión importante, eran los sacrificios de animales, que en el entorno antiguo de Israel
era muy común, como regalos a la deidad, de comunión con Dios y como un acto de liberación.
La adoración y sus elementos en el Nuevo testamento recibieron su mayor influencia del culto
en la sinagoga y del aposento alto (donde se dio la última cena). Los cultos posiblemente eran
reuniones en casa y acompañadas de una comida comunitaria.
Si bien Israel rechazó los ídolos y las imágenes de deidades, no rechazó por completo los
símbolos, pues de hecho el tabernáculo, el altar, el candelabro, los querubines en el lugar
santísimo, etc. Todo eso daba testimonio de la santidad de Dios.
En el NT tenemos símbolos litúrgicos como el pan y el vino. Muchas de nuestras iglesias sin
darse cuenta tienen un símbolo muy importante que es el púlpito y el hecho que esté en el
frente habla de algo ¿por qué no está el púlpito en el centro o en un costado? Sin darnos
cuenta poseemos símbolos visuales que son parte de nuestra espiritualidad.
Apocalipsis 4 y 5 nos ayudan a entender algunos principios de lo que significan estos
elementos simbólicos para expresarnos este maravilloso misterio de la revelación de Dios en
Cristo. En aquel culto donde se encuentra Juan. Si leen con atención, podrán darse cuenta que
en este culto se escucha, se ve, se siente con el tacto, se huele y se habla. Todo cuanto
aparece habla, todo comunica, nada está de más, nada está para rellenar.
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UN ESTUDIO DE LA ADORACION
Por Jaime Restrepo
.
Introducción:
1. Definición de adoración:
(1) Para esta sección buscar todos los pasajes de como se traduce en
su número de veces.
(2) Esto nos ayuda a entender el verdadero significado de la palabra
shachah, que es tan frecuentemente traducida adorar.
b. SEGAB es traducida "adorar" 11 veces - "postrarse, hacer
reverencia". Daniel 2,3.
c. ABAD (5 veces en 2 Reyes 10) "hacer, servir".
d. ATSAB (1 vez, Jer. 44:19) "tributar culto".
CONCLUSION:
1. Que podamos reconocer la importancia de la adoración a Dios, y que
pueda nuestra adoración ser la adoración verdadera.
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Anotaciones al Pie
1. "Inclinarse: - KUPTO: inclinar la cabeza, encorvarse, se usa en Mr. 1:7,
'encorvado'; y Jn. 8:6, 'inclinado'; v.8, 'inclinándose'. PARAKUPTO: inclinarse
para mirar, se traduce así en Jn. 20:11, 'se inclinó para mirar (dentro)'.
KLINO: doblar, inclinar, o hacer yacer, para reposar, se usa en Mat. 8:20 y
Luc. 9:58, en la afirmación del Señor, 'el Hijo del Hombre no tiene donde
recostar su cabeza'; es significativo que este verbo sea el utilizado en Jn. 19:30
del acto del Señor en el momento de Su muerte, al poner Su cabeza en una
posición de reposo, no un dejarla ir en impotencia como en todos los otros
casos de crucifixión. Invirtió el orden natural, inclinando primero la cabeza
(indicando Su sumisión a la voluntad de Su Padre), y después 'entregando Su
espíritu'... EPHISTEMI: (epi, sobre, y histemi, estar de pie), usado
intransitivamente, denota estar sobre o al lado, estar presente, traducido
'inclinándose' en Luc. 4:39. - (Diccionario Expositivo de Palabras del Nuevo
Testamento, W.E. Vine, Vol. 2, Pág. 236). "Reverencia hecha con la cabeza o
con el cuerpo" - (Nueva Enciclopedia Sopena, Tomo 3, Pág. 441).
2. Dios, Hombre y Salvación- Una Teología Bíblica, por W.T. Purkiser,
Richard S. Taylor, Willard H. Taylor; (Beacon Hill Press of Kansas City,
Kansas City, Missouri, EE. UU. de América), Pág. 606-607.
3. Los números en ( ) indican el número de veces que aparece la palabra.
(La mayor parte de este estudio lo he tomado del Libro True Worship, por
Billy W. Moore).