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María, compañera del Redentor o María, cooperadora en la obra del Salvador

María vive, junto con su Hijo, el drama de la redención del género humano, pero experimenta,
unida a la comunidad de fe, la alegría de la resurrección y el triunfo sobre la muerte. De esta
manera, se puede afirmar que la asociación de la Virgen a la misión de Cristo, culmina en
Jerusalén con la pasión, muerte y resurrección del Redentor, y se extiende a la presencia en
la primera comunidad cristiana que espera el don del Espíritu Santo.

En efecto, la unión de María, en el plan divino de salvación, se da desde el momento de la


concepción virginal del Señor, hasta el instante de la cruz, en donde se subraya su voluntad
de participar en este sacrificio y unir su sufrimiento materno a la ofrenda sacerdotal de su
Hijo. Pero esto tiene un significado más profundo aún, porque ella no constituye una
aceptación pasiva de la situación redentora, sino que este es un auténtico acto de amor,
concediendo su beneplácito a esta circunstancia dramática de la muerte de su Hijo amado.

Por este motivo, el evangelista Juan hace énfasis en la posición de María frente a la cruz: ella
está erguida, lo cual recuerda la inquebrantable firmeza y extraordinaria valentía para afrontar
los padecimientos de Jesús, es sostenida por la fe. Aquí, entonces, se puede vislumbrar otro
sí, que indica su esperanza en el misterio futuro, que inicia con la muerte de su Hijo
crucificado, es decir, sabe que viene la alegría de la resurrección.

La hora de la cruz invita a reflexionar sobre la cooperación que ella ejerce en la obra redentora.
Esto permite resaltar su diferencia con Cristo, ya que el tema de cooperación no designa
igualdad, sino subordinación. María ayuda, coopera, pero no es el artífice, esto solo lo puede
hacer Cristo como verdadero Dios y verdadero Hombre. María es criatura, pero con una
cooperación particular que se remonta al mismo instante de su concepción, en calidad de
Madre, diferente a la de los demás cristianos, la cual se inicia hasta después de la muerte de
Cristo. Dicha cooperación fue tal, que contribuyó a la salvación no de un grupo determinado,
sino de toda la humanidad, por ser la primera redimida y preservada del pecado de forma
especial.

Ella está vinculada a la obra salvífica en cuanto mujer. Esto se resalta con el paralelismo
Adán-Eva y Jesús-María. La primera pareja emprende el camino del pecado, contagiando a
toda la humanidad, mientras que la segunda pareja va a colaborar devolviendo su dignidad
al género humano. Así, María no es solo la madre del Redentor, sino también su compañera,
su primera discípula.

Jesús entrega su Madre al discípulo que quería. Este hecho hace ver no solo la solución de
un problema familiar en el que María tendría que quedar, al ver muertos a su esposo y a su
Hijo. Ella es entregada, más bien, bajo una nueva misión materna: la de toda la humanidad.
En efecto, el evangelista no resalta el hecho que María se vaya a vivir con el discípulo, sino
que se centra en la forma como el discípulo la acoge en su casa, por ello el término dicho por
Jesús en la Cruz: mujer. Posterior a esta entrega, Jesús exclama que todo está cumplido, como
si el escritor sagrado quisiera subrayar que había culminado su sacrificio al encomendar su
madre a la humanidad entera. Esto se refuerza en el hecho de que reconoce al discípulo como
hijo suyo, de manera que ella toma a todos los miembros de la humanidad como hijos suyos.

Luego, María hace parte de la realidad de la resurrección, aunque no se haga explícito este
encuentro en los Evangelios. Ella está ausente en el grupo de mujeres que van al sepulcro,
esto indica que tal vez, ya la Virgen había tenido la dicha de haber visto a Cristo Resurrección,
ya que ella es la única que mantiene la llama firme de la fe en su Hijo, confiando plenamente
en el Dios de la vida y recordando las palabras de su Hijo, en la espera de la realización plena
de las bondades divinas.

Finalmente, se puede evidenciar la presencia de María en el cenáculo, ante la inminente


llegada del Espíritu Santo. En efecto, esta comunidad de creyentes reunidos, muestran el
preámbulo de lo que será la Iglesia en su camino, dentro de la cual, María tiene un puesto
especial (no igual al de Cristo). De esta manera, ella renueva la presencia divina en su ser, ya
que, en la cruz, ella fue revestida con una nueva maternidad, con respecto a los discípulos
del Señor.

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