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Los modelos

Pedagógicos en el aula de clase


Wencith Guzmán Gutierrez.

Un día, durante mi quehacer pedagógico como docente, no quise hacer mi clase como lo
pide la ley y el orden, sino, que abusivamente y contrariando los principios de mi profesión,
dediqué el tiempo a auto-observar y auto-evaluar mi quehacer en el aula, con el objetivo
implícito de saber cuál era mi modelo pedagógico, o mejor, qué elementos de los modelos
pedagógicos existentes yo utilizaba durante 120 minutos, o sea, dos horas de clase como lo
manda la norma. Debo confesar que no soy fiel seguir de un único modelo, aunque en
teoría, el Aprendizaje Significativo, basado en la mediación, es quien debe orientarme la
clase, pues soy seguidor de ese modelo, pero en realidad no es así, pues cada teoría pone el
acento en algún aspecto; unas en la organización de los contenidos (y yo soy muy
organizado); otras en el diseño de los ambientes (y yo hasta decoro el aula de clase); en la
progresión de los estímulos ( y yo siempre les digo a mis estudiantes lo importante que es
estudiar para ser algo en la vida); en el procesamiento de la información que se recibe ( y yo
siempre procuro hacerme entender); otros en las operaciones mentales que se activan (y yo
considero activarlas todas); en las interacciones sociales ( y yo sé lo importante que es la
socialización en el aprendizaje), etc., y de todas ellas me valgo, para hacer algo en mi clase.
He aquí el resultado de mi auto-observación.

Entré al salón varios minutos después de haber sonado el timbre, costumbre que no se
encasilla en ningún modelo Pedagógico con sustento científico pero que muy seriamente me
he apropiado de ella, pues llegar temprano es problema mío, es problema de otros,
entonces: “que lleguen temprano los demás”. Hablé fuerte, como lo hago siempre que llego
tarde, para que todos se ubicaran en sus lugares, recogieran los papeles del piso y
ordenaran las filas lo mejor posible, se arreglaran el uniforme y cuando todo estuvo
normalizado ordené que se sentaran; es que así dice la tradición educativa, y así me
enseñaron que debería comenzar una clase.

Cómo era la primera hora, entonces hice la reflexión diaria, elemento típico y característico
de la pedagogía la sallista y por ende de la escuela católica promulgada por la Iglesia; logré
que varios participaran de las preguntas que hice sobre la reflexión. Por fin, saquí mi
Secuencia Didáctica para saber qué haríamos en el día, siendo así un tanto ausbeliano, pues
quería que lo que aprendiéramos fuera realmente significativo. Claro está, llamé a lista para
verificar la asistencia de mis pupilos. Me di cuenta de que había dejado como tarea, en la
última clase, un taller con algunas preguntas en las cuales los estudiantes deberían
imaginarse respuestas que obviamente no estaban en los libros, sino que fueran creadas por
ellos mismos, y pensé para mis adentros: “aquí está la construcción del conocimiento, estoy
haciendo ciencia”, pero desconocía que la teoría constructivista se había apoderado de mi
taller.

Procedí a revisarlo, a través del compartir las preguntas, primero para no tener que corregirlo
en su totalidad y segundo para verificar el nivel de las respuestas. Encontré a un estudiante
que tenía argumentos con un alto nivel de competencia, demostrando así un dominio extra
en la información, con profundidad en el tema, era como si hubiera escuchado a un experto,
o por lo menos tuviera un papá abogado y una madre Docente; tanto así, que lo invité para
que dirigiera la clase en el siguiente grupo.

Después descubrí que ese día había estado conmigo Vigotsky, y no lo había visto.

La nota de este estudiante fue un positivo en la asignatura, pues me presentó un excelente


trabajo tal como yo se lo había exigido; otros llegaron a copiar la tarea, y la presentaron en
hojas de cuaderno, hechas con rapidez mientras yo iba hacia el salón. Entonces coloqué de
ejemplo al primer estudiante, destacándole su inteligencia para adaptarse a las exigencias
académicas de mi clase, pues llevaba un semestre con nosotros, era un estudiante nuevo,
pero había adquirido nuevos esquemas cognoscitivos y se había apropiado de ellos; al final,
para no traumatizar a los demás ni hacerlos quedar en ridículo, les dije que cada quien
aprendía de acuerdo a su propio ritmo. Piaget había sido, esa mañana, nuestro ángel de la
guarda.

Un grupo de estudiantes encontró que el taller tenía elementos útiles para la solución de
ciertos problemas que a diario se presentaban en el colego, y que hasta el momento no
había sido resuelto. Me lo enseñaron y los felicité por descubrir algo nuevo, y por tener la
capacidad de aplicarlos en la solución de problemas cotidianos, todo gracias a Bruner.

Como ya se acercaba el final de la clase y aún no había desarrollado el tema del día
entonces dejé como tarea, que consultaran algunos conceptos básicos necesarios para la
próxima clase, prestando mucha atención en aquello que realmente era el concepto, en
aquello que podrá llegar a ser, en aquello que parecía que era pero que realmente no era y
en aquello que definitivamente no era; de esta manera la próxima clase la comenzaríamos
con mucha claridad explicando el tema. Al no tener otra alternativa, había recurrido sin más
remedio a la Pedagogía Conceptual.

Todo este intrincado de modelos, no porque yo sea un mal docente, ni porque no tenga una
identidad académica con el modelo pedagógico de mi institución, sino, porque de no haber
sido por todas estas teorías, ¿con que hubiera argumentado el resultado de mi clase? Estoy
seguro, de que con todas estas teorías un aprendiz como yo o un veterano como usted se
convierten en buenos maestros y con ello es suficiente ¿para qué más?

Gracias

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