Punitaqui: historias, relatos e identidad

Punitaqui: historias,
relatos e identidad
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Punitaqui: historias, relatos e identidad

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 Punitaqui: historias, relatos e identidad

“Este trabajo de Investigación está dedicado a la

memoria de Edwin Mancilla Hess (1952-1973).”

Este proyecto fue financiado con aportes del

Fondo Regional de Iniciativas Editoriales del
Gobierno Regional de Coquimbo. Convocatoria
2015.

Fue ejecutado por la Ilustre Municipalidad de

Punitaqui, entre los meses de Septiembre y
Diciembre del 2015.

Propiedad intelectual N° 260812.

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Punitaqui: historias, relatos e identidad
Prólogo

La principal riqueza de nuestra tierra punitaquina está en su gente. En el esfuerzo que acá invirtieron
sus primeros habitantes que, poco a poco, fueron forjando su identidad, su idiosincrasia, esa que nos
hace únicos en el Limarí.

Sus historias, sus anhelos, sus batallas están siendo rescatadas por este ejemplar, desde la anécdota
cotidiana al ejemplo único de valor y patriotismo.

Como Primera Autoridad de la comuna siento una profunda satisfacción de presentar el libro “Punitaqui:
Historias, Relatos e Identidad”, financiado por el Gobierno Regional a través del Fondo de Cultura Línea
Editorial y que, apoyado por nuestra administración, rescata el patrimonio y nos recuerda, con orgullo,
quiénes somos los nacidos en Punitaqui.

Pedro Valdivia Ramírez

Alcalde de Punitaqui 2013-2016.

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 Punitaqui: historias, relatos e identidad
Punitaqui: historias, relatos e identidad

Introducción

El 22 de diciembre de 1891 Punitaqui fue declarada oficialmente comuna de Chile. Este volumen, a más de 120
años de ese magno acontecimiento, no pretende reconstruir oficialmente la historia de la localidad, sino que revisar
simplemente los principales hitos que marcaron a fuego a esta entrañable comuna, conocida por muchos como “la
tierra de los molinos, la música y la amistad”.

Porque siempre es bueno conocer las raíces, tradiciones y hechos que jalonaron la vida de un pueblo, así como
conocer el esfuerzo personal y grupal de cientos de personas, tanto hombres como mujeres, jóvenes y ancianos,
que gracias a su visión y esfuerzo tesonero, tanto en el ámbito rural como urbano, en los campos o en las minas,
aportaron su respectivo grano de arena para que su pueblo fuera cada vez más grande. Porque para mirar con
esperanza al futuro, siempre es necesario que cualquier comuna o localidad no sólo esté orgullosa de su pasado,
sino que también conozca a cabalidad su presente. Capital de la comuna del mismo nombre, Punitaqui hoy es
un lugar intermedio entre lo rural y lo urbano, un depósito de sueños de personas que a través de los siglos y
generaciones no sólo nacieron, crecieron, trabajaron, sufrieron, amaron y murieron, sino que, por sobre todo, se
entregaron en cuerpo y alma a la tierra que pisaban y adoraban.

El propósito de este esfuerzo editorial es mostrar a Punitaqui en todas sus facetas, su anatomía, desde la cabeza al
metatarso, con todo lo que existe sobre la anatomía de su rica historia y debajo de ella, con la belleza y la rudeza
de su espacio geográfico y la nervadura de sus gentes, sus recuerdos, sus tradiciones y costumbres, con sus hechos
pasados y, por sobre todo, con la vida que emana de cada una de sus actividades presentes.

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Antecedentes geográficos y
demográficos de Punitaqui

Punitaqui es una comuna ubicada al sureste de la ciudad

de Ovalle, en la provincia del Limarí, región de Coquimbo.
Su superficie global es de 1.339 km2 y limita al norte
y al oeste con la comuna de Ovalle, al noreste con la
comuna de Monte Patria, al sureste con la comuna de
Combarbalá y al sur con la comuna de Canela (provincia
de Choapa).

El principal asentamiento urbano de la comuna

corresponde al antiguo y pintoresco pueblo de Punitaqui,
ubicado a 33 kilómetros al sur de la capital provincial de
Ovalle, que aparece como cabecera comunal de varios
pueblos y caseríos desperdigados a su alrededor, como:
El Peral, Altos de Pechén, Quiles, Mina Delirio, El Altar, El
Divisadero, Rinconada y La Polvadera .

El distrito urbano de Punitaqui, por su parte, comprende

3 sectores: el denominado Pueblo Viejo, ubicado al
oeste del estero de Punitaqui; el centro y las poblaciones
aledañas a lo largo de la calle Caupolicán (que atraviesa
el pueblo en casi toda su extensión de norte a sur),
donde se concentra la mayoría de la población y los
servicios de administración municipal, educacionales y
de salud; y el denominado Pueblo Nuevo, ubicado más
al sur y cercano a la Mina de los Mantos.

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Punitaqui: historias, relatos e identidad
De acuerdo al último censo la comuna de Punitaqui
registra una población de 10.308 habitantes (con
cerca de 58% de población rural) y presenta una clara
tendencia a la urbanización, el envejecimiento y el
descenso poblacional; fenómenos asociados al aumento
de las migraciones permanentes hacia ciudades como
Ovalle, La Serena y Coquimbo. Según la encuesta CASEN,
un 25,8 % de la población se encontraría en situación de
pobreza, lo que se explicaría por el desigual acceso a los
recursos hídricos.
El clima de Punitaqui es un clima mediterráneo
subtropical semiárido, cuyas temperaturas oscilan entre
30ºC en verano y 6ºC en invierno, con un promedio
de 125 mm de lluvias anuales y un período seco de
alrededor de 6 meses.
Las principales actividades económicas de la comuna se
basan en la mediana minería de cobre y oro, presente
en yacimientos como Los Mantos y El Delirio, aledaños
al pueblo; y en la instalación de núcleos agroindustriales
productores de uvas para la elaboración y exportación
de  pisco, cítricos y paltos, además del cultivo de
duraznos, hortalizas, praderas empastadas como alfalfa
y la crianza de ganado caprino.
Etimología de la palabra Punitaqui
El origen etimológico de la palabra Punitaqui tiene
al menos cinco acepciones. Don Francisco Solano
Astaburuaga, en su “Diccionario Geográfico”, dice que el
nombre se construiría con dos voces del idioma quichua:
la palabra “Puni”= “Altura Fría” y “Thaqui” = “Senda,
Camino”, por lo que Punitaqui significaría: “Camino de
Altura Fría”.
La enciclopedia Universal Ilustrada Espasa-Calpe, en
cambio, dice que su nombre proviene de las palabras
quichua: “Puni” = “Puna”, que al unirse con la palabra
“Thaqui” arroja el significado: “Senda de la Puna”. En
la lengua aymará, en tanto, su significado se definiría
por la unificación de las palabras: “Puni” = “Pedregoso,
Desarreglado” y “Taqui” = “Camino”, es decir, Punitaqui
significaría, según esta versión, “Camino Pedregoso o
Desarreglado”.
El historiador Diego Barros Arana explica, por otra
parte, que la palabra “taqui” es peruana, y significaba
en lengua quechua “música o reunión bulliciosa de
los indios donde se canta y se baila”, y era conocida
en la parte de Chile que estaba sometida a los incas.
Por lo que para algunos autores, como Rodolfo Lenz,
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la palabra Punitaqui se formaba con las voces “Puna”
o “altiplanicie de la cordillera” y “Taqui” o “reunión
de los indios con cantos y borrachera”. Otra acepción
la entrega finalmente Enrique Chouteau en su informe
sobre la Provincia de Coquimbo, del año 1897, en que
dice que “los indígenas, eran dados al trabajo de las
minas de oro, y llamaban a este asiento de minas “Tierra
de Oro” o “Punitaqui”
Las riquezas arqueológicas de Punitaqui
y el Cerro de Piedra de Rinconada
La presencia de vestigios arqueológicos de
emplazamientos indígenas prehispánicos en la provincia
del Limarí es abundante y dan cuenta de ocupaciones
prehistóricas desde el período arcaico hasta el alfarero,
con las culturas de El Molle, Diaguita e Inca. Se calcula
que hacia 1540 la población indígena del valle del Limarí
alcanzaba a 2.500 personas.
La presencia de la cultura Molle en la cuenca del río
Limarí se ha evidenciado en el hallazgo de cementerios y
aldeas agro-alfareras tempranas con restos de cerámica
y la presencia de placas y anillos de cobre y cierto arte
rupestre, que incluyen petroglifos y pictografías. La
presencia de la cultura Diaguita, en tanto, se ha probado
en el caso del yacimiento arqueológico de Huana en la
comuna de Monte Patria y en el reciente hallazgo de
un sitio diaguita-inca que quedó al descubierto en el
Estadio Municipal de Ovalle, mientras se ejecutaban
unas construcciones, donde se encontraron algunas
piezas de extraordinaria belleza y factura.
En la localidad de Punitaqui también se han encontrado
varios asentamientos arqueológicos, pero las altas
condiciones de obstrucción del terreno, dada la alta
intervención del área por faenas mineras de antigua
data, han modificado fuertemente el entorno (caminos,
sondajes, socavones, etc.). El carácter agro-minero de
Punitaqui, por cierto, data desde mucho antes de la
llegada de los conquistadores españoles, ya que existen
referencias arqueológicas donde se demuestra que su
explotación se realizó por los indígenas antes del siglo
XVI.
El pasado prehispánico de Punitaqui se remonta de
acuerdo a las puntas de proyectiles existentes en
la superficie a lo largo de toda la región a bandas de
cazadores que recorrieron el área en busca de su
sustento, y, que con el correr del tiempo se fueron
asentando a orillas de los esteros y quebradas, ricas en
recursos hídricos, donde ellos pudieron establecerse y

desarrollar una agricultura incipiente; dejando como
testimonio de su existencia los famosos morteros o
piedras de tacita que se encuentran a orillas de las
quebradas de Las Tunas, Talhuenal, San Pedro de Quile,
por citar algunas.
En lo que respecta concretamente a los petroglifos
indígenas de San Pedro de Quiles, distante a 51 kilómetros
del pueblo. Estos son sin duda manifestaciones artísticas,
inscripciones realizadas en grandes piedras, una especie
de dibujos «ideográficos» que muestran escenas de
su vida cotidiana tales como la caza del guanaco, o
marcas de las manos de sus creadores. Estos pueblos
prehispánicos asentados en esta área, para realizar estas
inscripciones ideográficas, seguramente se procuraron
de piedras filudas, quizás con punta roma, con las cuales
procedían a dibujar sus motivos en grandes piedras de
color oscuro.
El profesor e investigador regional Osven Olivares Castro
explica que “los vestigios arqueológicos que quedan
en los sectores de San Pedro de Quiles, Talhuenal y
Las Tunas; incluyen morteros o piedras tacitas, cuyo
uso aún es un misterio para la arqueología, aunque se
cree que era utilizadas para la molienda de semillas u
otros alimentos que ellos extraían del medio. Mientras
que la gran cantidad de petroglifos existentes es un
patrimonio en mi opinión, mucho más rico que el
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que se puede apreciar en el Valle del Encanto. En la
hacienda El Talhuenal por ejemplo, se encuentran
figuras zoomorfas muy estilizadas, como el otorongo,
que es un tigrillo o figura felina de origen chaqueño,
además de las cabezas-tiaras, que son máscaras
antropomorfas muy elaboradas, adornadas de atavíos
cefálicos descomunales y complejos en su diseño, que
también pueden encontrarse en Quilitapa, estancia
Zorrilla y Medialuna. En el Talhuenal y la hacienda
Las Tunas, en general, podemos admirar petroglifos y
figuras pictóricas muy significativas”.
Otra de las atracciones de Punitaqui es el Cerro
de Piedra de La Rinconada, un cerro de grandes
dimensiones ubicado entre las localidades de Maitencillo
y La Rinconada, donde se pueden admirar pequeños
petroglifos, casas de piedra y las famosas piedras
Campana, extrañas formaciones de piedra que tienen la
particularidad de emitir un sonido con el roce del viento
y que eran usadas por los primeros pobladores con fines
rituales para generar sonidos propios en sus ceremonias
religiosas. En este cerro de grandes dimensiones, donde
las quebradas parecen estar dibujadas, los visitantes
por lo general realizan excursiones o bien practican
paisajismo observando los impactantes y bellos
atardeceres que se pueden ver desde su cima.
Foto: Petrogilo sector Maitencillo.
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Petroglifo sector San Pedro de Quiles.

Piedras tacitas San Pedro de Quiles.

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Petroglifo sector Las Tunas.
La minería del azogue y la fundación de pueblo de Punitaqui
La estancia de Punitaqui, desde el siglo XVI, comenzó
a definirse en función de sus potencialidades mineras,
tanto por los lavaderos de oro (cuya extracción se
realizó, de acuerdo a los vestigios arqueológicos, desde
tiempos prehispánicos) como por la explotación del
cobre y, especialmente, del azogue o mercurio, de cuya
explotación proviene su fama.
En el siglo XVIII, en la América hispana, la minería se vio
afectada por el desabastecimiento crónico de azogue,
insumo indispensable para la producción de plata, y
por tanto, en la industria metalúrgica, y cuya primera
consecuencia fue una menor producción monetaria. Por
ello, la Gobernación de Chile se abocó con entusiasmo a
la búsqueda de yacimientos de mercurio.
El botánico José Dombey, que había descubierto y
examinado en 1778 las minas de azogue de Andacollo,
en 1784 evacuó un informe en el que informó de la
existencia de unas vetas en un paraje llamado Punitaqui,
cuyo descubrimiento había ocurrido por esa misma
época. Ello despertó el inmediato interés de la Corona
por explotar el yacimiento, pues el azogue era vital para
procesar la plata chilena y peruana.
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En 1789 el gobernador Ambrosio O`Higgins solicitó al
Virrey del Perú que enviara a nuestro país expertos para
el laboreo de estas minas, por lo que llegaron el ingeniero
de minas Pedro Subiela y el contador de azogues José
Antonio Becerra para reconocer los minerales de azogue
de Punitaqui, que ya habían comenzado a explotarse
por cuenta del rey. Hacia 1783, por lo demás, ya se
explotaban varias minas de oro en Punitaqui, pero
cuando sus dueños aplicaban fuego para la extracción de
mineral obtenían más azogue que oro. Ello entusiasmo
a Domingo Osorio, un minero de la comarca, que
descubrió siete vetas de azogue en el cerro de Punitaqui
y otras tantas en El Altar y en el llano de La Laja.
Apenas se tuvo conocimiento de la existencia del
yacimiento de mercurio de Punitaqui, el superintendente
de minas José de Gálvez ordenó en 1784 al gobernador
de Chile Tomás Álvarez de Acevedo que adoptara todas
las medidas para comprobar la existencia y la abundancia
de este mineral. La Corona española estaba tan
entusiasmada con el hallazgo, que el citado gobernador
recibió la siguiente recomendación: “Y que emprehenda
viaje a dichas minas si en su concepto fuese necesario o
envié personas autorizadas…”
Punitaqui: historias, relatos e identidad
Los académicos Hernán Cortés Olivares y Edelmira
González, en su libro “Punitaqui Ayer y Hoy”, explican
que “la labor desarrollada en las minas de Punitaqui y la
política fundacional del siglo XVIII permitieron en 1790 la
fundación de un pueblo …El proceso de independencia
dejará en el olvido momentáneamente el mineral de
Punitaqui, pues muy pronto a tres años de haberse
constituido la primera Junta Nacional de Gobierno de
Chile, en 1813, un particular, don Juan Antonio Guerrero,
solicitó permiso al Tribunal de Minería para trabajar las
minas de azogue de Punitaqui…En 1837, en Punitaqui,
quedaban como mudos testigos las ruinas de los hornos
construidos durante el ensayo colonial. El pueblo era
una muy pequeña aldea compuesta de sólo 20 casas. El
cerro en que están las minas de mercurio distaba de la
población media legua; y de tiempo en tiempo algunos
pirquineros se encargaban de aprovechar los minerales
pobres conocidos con el nombre de desmontes”.
En 1831 Punitaqui se insertaría en un nuevo ciclo de
expansión económica, gracias a la nueva era del cobre,
que se había iniciado en la región de Coquimbo y
Atacama en 1831, cuando el ingeniero francés Carlos
Lambert introdujo en la minería del cobre la fundición
por horno de reverbero según el sistema inglés,
innovación tecnológica que iniciaría un extraordinario y
prolongado período de auge en su producción, aunque
sin dejar de lado las explotaciones tradicionales de la
minería local.
En 1847 José Tomás Urmeneta, Gabriel Cristi y José
Waddington comenzaron a explotar la mina de oro
“Madre de Dios”, ubicada en el yacimiento El Altar,
en una sociedad que también tenía como objetivo la
explotación de cobre y oro. En 1848 Pablo Argandoña
creó la sociedad de azogues “Los 4 amigos”, integrada
además por Ramón Lecaros y los mismos Waddington
y Urmeneta. El alemán Juan Jenhamm y los chilenos
Apolinar Valenzuela y Julián Aguirre, en tanto,
levantaron un establecimiento de fundición con los
afamados hornos de reverbero. Y en 1870 Leoncio Tagle
y otros socios formaron la Compañía Minera de azogues
Punitaqui S.A. para emprender la explotación de la mina
Constancia. Por esta época era el cobre el que alcanzó
el mayor progreso, tanto que Chile, en 1876, con 52.308
toneladas de producción anual, más de la mitad de la
producción cuprífera del mundo, ocupaba el primer
lugar en ella. Esta producción cuprífera era sostenida en
la región de Coquimbo por yacimientos como Punitaqui,
Quebrada Seca, la Higuera y, principalmente, las 12
minas en producción de bronces morados del célebre
mineral de Tamaya.
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Esta bonanza cuprífera también se tradujo en las casas
comerciales que operaban en Punitaqui en 1872: la
Compañía de Valparaíso, el Banco Edwards y Cía y
la Sociedad de Palassié y Lesté. Por contrapartida, la
explotación del azogue no pasaba por un buen momento
debido a la situación económica del país y la crisis que
pasaba este mineral en el mercado mundial.
Hernán Cortes y Edelmira González explican que “al
iniciarse el siglo XX la producción de oro en Punitaqui en
el año 1914 llegaba a sólo 34 kilos de oro fino, debido
al relativo bajo valor que tenía su precio en el mercado
mundial. Otro factor adicional fue que se le dio más
importancia a la explotación de los minerales de plata
y, luego, nuevamente al cobre. Desde 1915 a 1930 la
producción aurífera nacional se mantuvo estacionaria,
oscilando alrededor de unos 920 kilos por año. Pero
a partir de 1930, debido a la fuerte depreciación de
nuestra moneda, de nuevo el oro comenzó a valorarse,
despertando el pronto interés por su explotación,
especialmente en los lavaderos de la provincia de
Coquimbo. La reanudación de estas faenas en Punitaqui
y Andacollo trajo un florecimiento de la actividad
minera, pues congregó a una gran cantidad de cesantes.
La explotación del mercurio, en tanto, continuó siendo
monopolio exclusivo de Punitaqui, pues a través de la
fundición de Oro y Cobre de Punitaqui, proporcionó este
vital insumo a las regiones donde se beneficiaba el oro”.
El auge de la actividad minera en Punitaqui y el
aumento en el número de empresarios, inversionistas
e industriales llevó a la fundación el 29 de septiembre
de 1936 de la Asociación Minera de Punitaqui, cuyo
principal objetivo era propender al bienestar de sus
socios y al desarrollo de la actividad minera en la zona.
Su primer presidente fue don Arturo Aliaga Miranda.
La producción nacional de mercurio se mantuvo hasta
el año 1953 en alrededor de 5 mil kilogramos, y llegó
en 1954 a 8 mil kilogramos, y en los años siguientes
la producción aumentó debido al fuerte aumento del
precio del metaloide, exportándose a mercados como
Brasil y Japón, en donde tenía una amplia aplicación en
la industria eléctrica y electrónica y de instrumentos
científicos. La principal empresa productora de mercurio
del país era la Compañía Minera Tamaya, con su
yacimiento aurífero Los Mantos de Punitaqui, que siguió
produciéndolo como subproducto de la extracción del
cobre y el oro.
 Punitaqui: historias, relatos e identidad

Planta Mina Los Mantos.

Antiguo campamento Los Mantos, ya desmantelado.

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Punitaqui: historias, relatos e identidad
Vista Mina Delirio.
La estancia de Quiles y la influencia de los Jesuitas
Una de las primeras familias españolas que organizaron
el latifundio Limarí - Punitaqui fue la de don Pedro
Pastene, quien durante 30 años se desempeñó como
capitán de la Guerra de Arauco, además de haber
sido regidor de Santiago y corregidor de Villarrica.
Se avecindó en La Serena, donde se casó con la hija del
gobernador Francisco de Aguirre.
El hijo de don Pedro, Jerónimo Pastene, llamado el
Viejo, heredó todas las propiedades de su padre, que
aumentó con la estancia de Quiles y de Huallillinga.
Su primogénito, Jerónimo el Joven, aumentaría las
propiedades rústicas de la familia con las haciendas de
Tamaya y otras estancias de Huasco y el Valle del Elqui.
Los académicos Hernán Cortés y Edelmira González
relatan que al pasar la estancia de Quiles a las manos
de los jesuitas en 1725, éstos aplicaron un sistema de
explotación que les permitió criar más de cinco mil
cabezas de ganado al año, organizando una importante
industria de cueros, sebos, jabonería y charqui; vinos
y aguardientes; molinos de pan y metales, además de
cultivar trigo. “Toda esta producción era exportada al
Callao, Lima, Guayaquil, Buenos Aires y Panamá”.
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Los jesuitas en la hacienda de Quiles explotaron las
minas de oro de Nuestra Señora de El Altar y de la
Quebrada del Teniente, unos lavaderos de la quebrada
del Espíritu Santo y una mina cerca de las casas de la
estancia de San Pedro de Quiles.
El historiador y cronista regional Osven Olivares Castro
explica que “los jesuitas llegaron a tener un emporio
comercial”. “Los jesuitas, agrega, eran muy sabios,
rotaban los cultivos y llevaban los animales a pastar de
un lado a otro para no agotar los terrenos de pastoreo.
Había aguadas y aguadillas, donde se establecían
majadas con pastores, en una zona cuya importancia
histórica radica aun en los pastores trashumantes. A
lo largo del tiempo los jesuitas fueron comprando o
heredando haciendas y otras propiedades. El problema
fue que ellos decían que obedecían al Papa y no al rey,
y eso les causó un montón de problemas. Así que en
1767, después de 42 años de arduo y fructífero trabajo,
fueron expulsados del país por la Corona Española y
ahí se originó la leyenda del tesoro de los jesuitas. El
mito dice que cuando llegó aquí la comisión de 1767 a
apresar a estos religiosos, había entre ellos un hermano
coadjutor, que huyó a La Canela. Y allí se tejió la leyenda

que él, antes de marcharse, había participado en el
ocultamiento de un tesoro debajo de la iglesia, porque
los jesuitas tenían en ese lugar su oratorio con misales
y enseres religiosos; además habían trazado un camino
para carreta que subía por la cuesta de La Parrita hacia
el oratorio de Litipampa.”
El académico agrega que cuando los jesuitas se marcharon
de Quiles sus propiedades cayeron en manos en la Junta
de las Temporalidades, que la administró hasta 1791.
“De ahí se remató la hacienda y fue adquirida por la
familia Varela, que la tuvo por un tiempo y la empezó a
vender por sectores. Algunos se quedaron con la parte
de El Almendro, mientras que Las Tunas fue a dar a la
familia Carmona, al igual que el sector de Parral. Y San
Pedro de Quiles quedó en poder de doña Carolina Ossa
y sus hijos, entre ellos Blas Ossa, que en la revolución
de 1891 fue un balmacedista furibundo, al contrario
que su madre -que fue congresista-, lo que significó
que éste fuera buscado por las fuerzas triunfantes de la
revolución. En 1916 falleció doña Carolina, quien antes
había vendido sus propiedades a la familia Corral. El
sector del Agua Fría, hoy Ajial de Quile pasó a poder de
don José Mercedes Caniguante. No hay que olvidar, que
tanto doña Carolina como don Blas contribuyeron para
la Guerra del Pacífico. Después fueron rematadas sus
haciendas y Quiles comenzó a disgregarse.
Sector San Pedro de Quiles, donde se emplazó la hacienda de los Jesuitas.
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También podemos agregar, que Quiles, que hasta bien
entrado el siglo XX abasteció de leña y carbón a Ovalle,
Punitaqui y pueblos circunvecinos; la corta de leña y
fabricación de carbón fue muy intensa en esta antigua
estancia.”
Después llegó la familia Abusleme, que son los actuales
propietarios de la hacienda de San Pedro y el cual incluye
los sectores de: La Higuera, San Pedro y el Durazno mientras
que Parral pasó a ser una cooperativa conformada por
varios socios. San Pedro de Quiles sigue hoy, al igual que
El almendro, con dueños particulares y la gente allí sigue
allegada.
La primera escuela de Quile empezó a funcionar en San
Pedro hacia 1930, las clases las impartían las esposas de
los empleados. Fue de vida efímera. Hacia 1950, mi padre,
don Luis Olivares Cuadra, gestionó la primera escuela en
Las Tunas. Los niños en la escuela recibían alimentación
que era preparada por las mismas madres o apoderadas.
El administrador de la hacienda entregaba a la escuela
por orden del patrón una cantidad de porotos, trigo
majado, papas y otros. Y de esa escuela salieron más tarde
ingenieros, profesores, abogados. La actual migración que
afecta a toda la zona de Quiles se debe a la sequía y a la
falta de oportunidades y, por supuesto, al eterno problema
de la tenencia de la tierra en algunos sectores”.
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Petroglifo sector San Pedro de Quiles.
Los Mantos de Punitaqui y Pueblo Nuevo
La historia de este yacimiento desde donde se ha
extraído cobre, oro y mercurio desde hace más de
dos siglos se remite al siglo XVIII, época en que fue
descubierto. El sabio polaco Ignacio Domeyko, quien
visitó Punitaqui por orden del gobierno chileno en 1842,
relató en sus memorias que “las faenas se concentran en
la mina El Manto, retirada a unos 5 kilómetros al oriente
del pueblo de Punitaqui, en la falda sur de la quebrada
de Los Hornos. Los trabajos se encuentran en una veta
principal y varias vetas secundarias. La primera corre de
norte a sur y mantea con 45ª o menos al poniente. Los
mineros antiguos la tomaron como un manto y por eso
que la llamaron “El Manto”. La fondura de los trabajos
no alcanza a 100 metros…En la actualidad, en que los
yacimientos han disminuido mucho su valor, son los
establecimientos cupríferos de mediana envergadura
los que pululan por esta región. El mercurio tiene sus
asiento en Punitaqui, en donde se explota junto con el
oro, pero es el primero de los minerales el que tiene
mayor interés económico”.
A principios del siglo XX la Compañía Minera de Punitaqui
se estableció en Los Mantos para explotar sus ricas
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vetas. En 1937 construyó una nueva planta de
beneficio de minerales de oro utilizando el sistema
de flotación, contribuyendo extraordinariamente al
movimiento comercial del pueblo de Punitaqui. Su
capacidad de procesamiento, por aquel entonces,
era de 200 toneladas diarias, y los minerales de
concentración alcanzaban de 10% a 15% de
cobre y buenas leyes de oro, gracias al magnífico
laboratorio clínico a cargo del ingeniero Ricardo
Fritis.
En la obra “Historia de la minería del oro en Chile”,
se afirma que “Los Mantos de Punitaqui, ubicados 30
kms al sur de Ovalle, descubierto en 1780, ha sido uno
de los yacimientos de oro más importantes de Chile.
Gracias, en parte, a su contenido de mercurio, se le
ha podido explotar con leyes de 7 g/ton desde 1935 a
1965, produciendo un promedio de 363 kg de oro al
año, lo que totaliza la apreciable cantidad de 10.890
kilos de oro durante este período. Se le había explotado
anteriormente y también se le explotó después, pero en
mucho menor escala. El período de auge de Punitaqui
fue el comprendido entre 1935 y 1945, especialmente

durante la Segunda Guerra Mundial, especialmente
bajo la administración de Ricardo Fritis, debido al
aumento de la demanda de mercurio. Sus cuerpos
mineralizados abarcan una extensión de 3 kms a lo largo
de un contacto entre la granodiorita cretácica, y las
formaciones volcánicas y las calizas”.
Los académicos Hernán Cortés y Edelmira González
relatan que, paralelamente al auge de las faenas
mineras de Punitaqui, fue emergiendo a mediados del
siglo XX en la zona minera de Los Mantos un pueblecito
que se había ido poblando con grandes sacrificios de
sus habitantes: era el denominado Pueblo Nuevo o
Pueblo Hundido. “Una población de más o menos 500
personas se habían instalado, dedicándose al comercio
de menestras y pensiones obreras. Su planta estaba
estructurada con más o menos 100 casitas de edificación
ligera construidas por los mejoreros, organizados en
un sindicato. La vida principal de su comercio era
mantenida por el elemento obrero de las compañías
mineras vecinas, y en donde en los días de suple y
pago, encaminaban sus pasos “al pueblo”, en busca de
distracción que casi siempre resultaban en orgías de
cerveza al son de la música de vitrolas, para lo cual había
negocios patentados, sin permiso para vender vinos ni
licores. La prensa de Punitaqui le auguraba al Pueblo
Nuevo bastante porvenir, pues estaba a pocas cuadras
de la Compañía Minera Punitaqui y de la Aurífera Nueva
Punitaqui, de la Conserva y la Central”.
Curso 1965, Mina Los Mantos.
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Punitaqui: historias, relatos e identidad
En la década del 40’, debido a los problemas económicos por
los que pasaba, la Compañía Minera de Punitaqui recibió un
préstamo de 5 millones de pesos de la CORFO para atender
las nuevas instalaciones destinadas a la recuperación de
mercurio. Parte de estos capitales fueron utilizados para
construir oficinas nuevas para la compañía, nuevos blocks
de habitaciones para obreros solteros y casados, un cuartel
de carabineros, un teatro, un hospital con sus instrumentos
y sus accesorios, una iglesia, una escuela que fue bautizada
como “Eulogio Sánchez” y un estadio cerca de la quebrada
de Los Hornos en el cual se distribuían canchas de fútbol,
básquetbol, tenis y velódromo. Además, se plantaron 5 mil
eucaliptos en el entorno de las edificaciones que sirvieron
posteriormente para dar sombra y purificar el aire, y para el
enmaderamiento de las minas.
Durante los años 1978 y 1979 la CORFO licitó el mineral,
que fue adquirido por la Compañía Minera Tamaya S.A.
haciendo renacer en parte lo que fue el auge minero de
otras épocas, con la utilización de modernos métodos de
extracción y recuperación. A fines del siglo XX la planta y las
minas del sector Los Mantos eran una unidad económica
típica del sector minero pero, después del cambio de sus
propietarios, pasó a operar en el nuevo milenio como
un complejo integrado por minas, planta, depósitos de
relaves e instalaciones de apoyo e infraestructura que
individualmente y de forma coordinada iniciaron un proceso
de mejoramiento tecnológico, crecimiento y cumplimiento
normativo en forma separada.
Punitaqui: historias, relatos e identidad
En la actualidad, en Los Mantos de Punitaqui funciona
la Compañía Minera Punitaqui, que en su planta de
tratamiento (que incluye las secciones de recepción
de minerales, chancado, molienda, flotación,
espesamiento, filtrado y canchas de concentrados)
procesa una cantidad de entre 900 y 3000 toneladas
diarias de mineral, procedente de las minas aledañas
de la zona. La planta procesa, principalmente, minerales
Planta Mina los Mantos.
Curso años 1960, Mina Los Mantos. Profesor Orlando Varas.
18
de cobre, además de tonelajes menores o marginales
con contenidos de oro-plata. El mineral de cobre
tratado en la planta de Los Mantos, concretamente,
proviene principalmente de la mina Cinabrio, una mina
subterránea con tres kilómetros de túneles ubicada en
el sector de Potrerillo Alto, a 22 kilómetros al norte de la
planta, que es explotada por la Compañía Minera Altos
de Punitaqui.

Los Mantos de Punitaqui y Pueblo Viejo
El poblado original de Punitaqui alguna vez estuvo
emplazado en el denominado Pueblo Viejo, ubicado
al otro lado del estero. Luego que se construyera la
carretera por el viejo “camino Real” o camino a Santiago,
el nuevo pueblo comenzó a configurarse a ambos lados
de la calle Caupolicán, formando el distrito urbano que
conocemos hoy, dejando a Pueblo Viejo en una suerte
de abandono.
La señora Eliana Valdivia Bugueño, una de las vecinas
más conocidas de Pueblo Viejo, asegura que lo primero
que recuerda de su infancia en el lugar es la Plaza de
Armas, donde a un costado se ubicaba la parroquia de
la Inmaculada Concepción, una preciosa construcción
del año 1900 que después del terremoto de 1943 debió
ser demolida, de estilo gótico y de muros de adobe,
columnas imponentes y unos inmensos ventanales por
donde se filtraba la luz. “Según nos contaban nuestros
abuelos todo el pueblo ayudaba a arreglar la iglesia,
donde se encontraba la estatua de San Juan, al cual cada
24 de junio se le rezaba la Novena y se terminaba con
una procesión donde se juntaba mucha gente. No había
luz eléctrica así que las calles tenían faroles. Todas las
tardes don Rogelio Ogalde o don Manuel Castro tenían
que salir a cargar las lámparas con carburo y andaban
con una escalera para poder prenderlas. La basura se
sacaba en carretón, que era el que ocupábamos para
los carros alegóricos. En aquellos años llovía bastante y
el estero traía mucha agua, y se improvisaba un puente
con palos para poder pasar. En Pueblo Viejo se fundó
Punitaqui, al otro lado lo llamaban Calle Larga o camino
Real que era la carretera que pasaba a Santiago”.
La misma señora Eliana cuenta que por esa época
existían costumbres bastante arraigadas en el pueblo.
“Como en aquellos años no había locomoción, los
novios tenían que venir a caballo y la novia se veía muy
linda con su traje blanco en una silla de montar. Delante
iba un huaso con una bandera blanca y en la casa de
la novia se hacía un arco de flores. Cuando se casaban
por la iglesia se reunían todos los chiquillos a vivar a
los novios. Los padrinos tenían que tirarles monedas
o si no les gritaban “padrinos cachos son más pobres
que las bolas del macho”. Pero estas tradiciones fueron
luego quedando en el olvido. Las trillas, el juego de la
challa en carnaval, las procesiones en Semana Santa,
la de Resurrección, en junio de la San Juan, y el 17 de
septiembre la de la Virgen del Carmen, las serenatas
de los jóvenes en las noches, las rondas y los paseos a
caballo ahora sólo son recuerdos”.
19
Punitaqui: historias, relatos e identidad
La señora Edita Molina, de actuales 78 años, recuerda
que la plaza de Pueblo Viejo era el lugar principal
donde todos los vecinos se juntaban, pues allí estaba
la iglesia y el antiguo Registro Civil. “Mi niñez fue muy
feliz, nos juntábamos con todos, pero yo era media
marimacha porque jugaba con los niños, con los Araya,
los Galleguillos. Recuerdo que me subía a una higuera y
miraba la oficina donde estuvo el primer Registro Civil.
Yo empecé a ir a la iglesia porque una amiga me llevó,
por un coro precioso que había. Se celebraba la Fiesta de
San Juan, la Semana Santa, unas procesiones preciosas
que ya no se hacen, la única procesión que va quedando
es la de la Virgen del Carmen después del 18, la del 8
de diciembre y la de la Virgen del Peral en la segunda
semana de octubre”.
La señora María Hess, que crió a sus 8 hijos en Pueblo
Viejo, relata que cuando llegó al lugar no había luz
eléctrica ni agua potable y los caminos eran de tierra.
“Pueblo viejo era el pueblo principal y de acá uno se iba
a Los Mantos. Mi papá era un alemán que había llegado
a Chile escapando de la Segunda Guerra Mundial y
trabajó un tiempo con don Carlos Perry, un importante
personaje de Ovalle. En ese tiempo hacían las fiestas de
la primavera en Pueblo Viejo, y la gente salía a pasear
en carrozas, también se celebraba la Misa del Gallo y
hacíamos unos altares preciosos en la Semana Santa. El
pueblo, por entonces, era muy bonito”.
La señora Eva Valdivia Ramírez, por su parte, también
rememora al estero Punitaqui, que por esa época se
desbordaba cuando había temporales durante un año
lluvioso. “Vi navegar puertas, ventanas y hasta casas
enteras, hechas de chilcas, llevando como improvisados
pasajeros a aves aterradas sobre los palos en medio
del agua. Mi abuelo Víctor, que falleció en 1962, era
inteligente e hizo su fortuna trabajando. Después que
adquirió el fundo Medialuna, quería comprar otros
terrenos en Quiles, hacia la costa. No le gustaron esas
tierras, porque había mucho bosque y en ellas los toros
se volvían bravos y cimarrones. Hoy esos cerros están
pelados, sin vegetación. El abuelo fue Juez de aguas y un
gran defensor de ese vital elemento durante toda su vida
y sembró en sus hijos su semilla de empuje. Cuando se
construyó el Tranque La Paloma, durante el gobierno de
Eduardo Frei Montalva, mi padre, Víctor Hugo Valdivia,
luchó para que Punitaqui se beneficiara de las aguas del
tranque La Paloma. Él, que era del Partido Radical, viajó
muchas veces con otro caballero, don Emilio Maluenda,
comunista, que vivía en La Rinconada. Entonces eran
pobres y no podían alojar en los caros hoteles de
Punitaqui: historias, relatos e identidad
Santiago. Tenían que quedarse en casa de alguna tía o
en el terminal de buses. El tranque La Paloma terminó
regando las tierras de Punitaqui y ellos lograron su
objetivo para toda la comunidad. En homenaje a estos
dos hombres de antaño, existe hoy una pileta en Pueblo
Viejo que llevan grabados sus nombres”.
Don Ricardo Rojas Valdivia concluye que, “sin caer en la
cursilería, para nuestra familia Pueblo Viejo es un lugar
de ensoñación. Siempre he pensado que se debe en
Iglesia Antigua Pueblo Viejo.
20
cierta medida a que en nuestra infancia todo parece ser
más grande, más bello, más pausado, no hay conciencia
del paso del tiempo y a ese sentido del ser humano de
que el pasado es mejor que el presente. Yo nací y crecí
en ese lugar, mis recuerdos de infancias están todos
ligados a las calles polvorientas, al estero y sus cada vez
más escasas lagunas, el desfile de septiembre, la iglesia,
la plaza, la semana punitaquina, mis hermanos, primos
y amigos”.
 Punitaqui: historias, relatos e identidad

Otra Vista Iglesia Pueblo Viejo, junto a antiguo Molino de Viento.

Antigua Pileta plaza Pueblo Viejo.

21
Punitaqui: historias, relatos e identidad
Punitaqui, visto desde gruta de Pueblo Viejo.
La economía agraria de Punitaqui, las Comunidades Agrícolas y los crianceros
No es posible comprender la economía agraria de
la región de Coquimbo, y de Punitaqui en particular,
sin analizar la centenaria estructura denominada
Comunidades Agrícolas. Los académicos Hernán Cortés
y Edelmira González las definen como “uno de los rasgos
más característicos y distintivo del espacio regional.
Corresponde a una forma especial de propiedad y
tenencia de la tierra que pertenece indivisa en manos
de un grupo de propietarios en común, denominados
“comuneros”. Generalmente se localizan en los
interfluvios, en áreas de poca productividad agrícola, en
áreas de pendientes y con problemas de agua, lo que
conlleva a escasos rendimientos y a la dependencia de
la estacionalidad climática”. En la comuna de Punitaqui
las Comunidades Agrícolas se localizan, sobre todo, en
las localidades de El Altar, Rinconada, El Divisadero, Jara
o Laja y en las zonas rurales aledañas al distrito urbano
de Punitaqui.
Los autores Lorena Bugueño, Natalia Carvajal y Alan
Ibacache, en su obra “El pueblo de Punitaqui”, explican
que a comienzos del siglo XX Punitaqui era un grupo de
asentamientos poblacionales dispersos, organizados
22
bajo dos sistemas de tenencia de la tierra: la hacienda y la
Comunidad Agrícola. “La coexistencia de ambos sistemas
configuró un escenario de permanente tensión, pues
ambos modelos de gestión territorial se construyeron
sobre relaciones completamente diferentes. Este
contexto dio lugar a una compleja identidad campesina
que transitó entre el ser inquilino/mediero, subordinado
en un sistema patronal; y ser comunero, miembro de
un sistema guiado por principios de reciprocidad. En
el sistema hacendal el patrón poseía recursos y medios
de producción, sin embargo, no contaba con mano de
obra. A partir de esta necesidad, establecía una relación
productiva basada en el inquilinaje y mediería con los
campesinos que habitaban sus tierras, y de servicios
con otros que llegaban de terrenos aledaños. Este
sistema de trabajo le permitía mantener el control y la
productividad de sus terrenos. Una productividad que
se basaba, principalmente, en la agricultura de secano
–siembras de lluvia- para cultivo de trigo, cebada, entre
otros. Aún así, el inquilino mediero para asegurar su
subsistencia, debía recurrir a varias actividades como la
agricultura, la criancería y la pirquinería, articulando un
sistema de complementariedad productiva”.

Los mismos autores explican que en 1974 el embalse La
Paloma aseguró un abastecimiento hídrico permanente,
promoviendo las posibilidades de desarrollo agrícola. La
organización en torno a la administración del sistema
de canalización en el pueblo de Punitaqui, por cierto, se
radicó en la Asociación de Canalistas del Canal Derivado
Punitaqui en el año 1973. Tres años más tarde llegó por
primera vez el agua por el canal directamente desde el
embalse La Paloma. El centro urbano de Punitaqui se
estableció, entonces, a partir del impacto que generó
la instalación de grandes cultivos de parronales y
paltos, que ocuparon lo que hasta ese entonces eran,
en su mayoría, terrenos comunitarios de la Comunidad
Agrícola de Punitaqui. Asimismo, los antiguos terrenos
de fundos tradicionales pasaron a constituir lo que
actualmente es la agricultura de capitales, ligada a
canales de comercialización, principalmente agro-
exportadores.
“Gran parte de esta población se incorporó a la dinámica
del trabajo temporal, por tanto el campesinado
inquilino/mediero que pretendió ser dueño de tierra
y recursos, pasó finalmente a transformarse en
temporero de los fundos de parronales, paltos, cítricos,
entre otros productos rentables y exportables. Un
sistema de trabajo que involucró a las antiguas y nuevas
generaciones. Actualmente, el nuevo orden territorial
articula, por un lado, el espacio urbano y rural; y por
otro, la gran propiedad agrícola y el tradicional huerto
familiar. Ello significa también nuevas relaciones, ahora
caracterizadas por la flexibilidad laboral asociada a los
fundos exportadores y la diversificación del empleo
al interior de la unidad familiar. A la dinámica de la
agroindustria se suman los pequeños agricultores de
Punitaqui, que siguiendo la lógica del emprendimiento
buscan crecer y lograr convertirse en agricultores
competitivos para el mercado nacional y, sobre todo,
internacional, apoyados por instituciones públicas
como el Instituto Nacional de Desarrollo Agropecuario,
INDAP.”
Punitaqui: historias, relatos e identidad
Hernán Cortés y Edelmira González explican que “las
condiciones de aridez determinan un equilibrio muy
precario en la relación ganado-forraje, acentuando
los problemas de desertificación en los sectores de
interfluvio y obligando a los ganaderos a un nomadismo
constante hacia los sectores de veranadas, localizados
en la Alta Cordillera. En la comuna el ganado caprino
es extensivo y es posible encontrar su explotación en la
mayor parte de la comuna. Los sectores en los que se
localizan preferentemente corresponden a El Peral, La
Hollada, El Toro, Altos de Pechén y el sector de Quiles”.
Pese a la implacable sequía que ha afectado a la región
de Coquimbo desde 1997, el aprovechamiento del
ganado caprino es alto en la comuna de Punitaqui,
ya que se obtiene de él leche, carne, cueros y, sobre
todo, el cotizado queso de cabra, uno de los productos
más típicos y comercialmente valorados de la zona.
La producción de queso de cabra, que es destinado
básicamente al mercado local (principalmente Punitaqui
y Ovalle), se concentra en varios puntos de la comuna,
como en el sector de las Majadas de Camarico, en el
antiguo fundo de la familia Alfonso, y en el Ajial de
Quiles.
Hoy, la producción de queso de cabra ha mejorado
sus estándares de elaboración sanitaria, llegó a los
supermercados capitalinos, tiendas de alimentos finos
y mesas de mantel largo, y ahora busca sellar una
identidad propia a nivel internacional.

Dentro de la dicotomía inquilino-comunero surge

uno de los personajes más típicos de Punitaqui y cuya
existencia corresponde a una forma de vida centenaria
de sacrificio y tradición campesina: el criancero, pues
uno de los usos dados a las tierras es la ganadería,
especialmente caprina, cuya crianza es extensiva,
salvo explotaciones puntuales, y que se caracteriza
por una trashumancia constante en busca de pastos
naturales o de rastrojos de cosechas, cuya magnitud y
abundancia está directamente relacionada con el factor Vista de Punitaqui, camino a la Polvadera.
pluviométrico e hídrico.

23
Punitaqui: historias, relatos e identidad
Crianceros.
Los pirquineros de Punitaqui
La minería, tal como en el pasado, es hoy una de las
actividades económicas más importantes de Punitaqui,
especialmente en lo relativo a la extracción de minerales
como el cobre, el oro y el mercurio, aunque también se
registraron en períodos intermitentes de su historia la
explotación de minerales como el mármol (en el sector
de San Pedro de Quiles) y turquesa (en el sector de El
Altar).
El distrito aurífero, cuprífero y de mercurio (uno de
los pocos que existen en el país) de Punitaqui, el más
importante de la comuna, se localiza sobre todo en el
sector sur de la comuna, en rocas volcánicas andesíticas
intrusivas y capas delgadas de caliza entre ellas. Si bien
fue la Gran y la Mediana minería fueron básicamente
las encargada de explotar estos yacimientos, también
las faenas fueron realizadas por un número reducido de
trabajadores que, en forma independiente, realizaban la
extracción del mineral en forma más bien artesanal, en
un yacimiento cuya importancia se desconocía parcial
o totalmente, para después vender la extracción a las
cooperativas y empresas mineras. Eran los denominados
pirquineros.
24
El historiador y docente de la Universidad Academia
de Humanismo Cristiano, Milton Godoy, explica que
históricamente la pirquinería siempre fue una actividad
permanente en la minería del Norte Chico. “Por lo
general, la minería era desarrollada principalmente por
mineros hacendados o que poseían algún patrimonio,
que podían tener algunos socios y explotaban diferentes
yacimientos con una cierta cantidad de trabajadores.
Simultáneamente, también trabajaban mineros que
trabajaban de manera particular y a los que se les
denominaba pallaqueros o pirquineros. Este sector se
caracterizaba por la baja productividad, retraso técnico
y la limitada demanda por bienes de consumo y de
capital”.
Godoy añade también que desde que se institucionalizó
la minería en Chile, los pirquineros comenzaron a ser
tratados marginalmente. “Era común que se los llamara
“los buscones vagabundos” o “buscones vagamundos”.
Algunos historiadores de la época los caracterizaban
como individuos que dejaban las minas desiertas,
imposibilitando el trabajo de los “mineros honrados”.
Uno de estos autores los caracterizó como individuos
 Punitaqui: historias, relatos e identidad
que recogían algunas cargas de minerales, las cuales Alfaro concluye que “una vez que estalla la carga
provenían de minas abandonadas y lavaderos de oro. cargamos el capacho con mineral para afuera. El capacho
Con ello podían adquirir un poco de charqui y hierbas, es una especie de mochila que está hecha de cuero de
“viviendo siempre empeñados en miseria”. De acuerdo vacuno y puede almacenar como 50 kilos de material.
a cartas del período entre 1780 y 1880, el sistema de Acá la “pega” la distribuimos según la constitución física
trabajo obligaba a los pirquineros a entregar cerca de cada uno. Mi compañero Manuel, por ejemplo, es el
del 70% del mineral que extraían a los propietarios apiri o cargador porque su cuerpo está acondicionado
del yacimiento. Los investigadores de dicho período para eso. Una vez que cargamos la camioneta nos vamos
relataban que cuando un pirquinero explotaba una mina a nuestra planta para procesar el mineral, al trapiche
era porque se encontraba al término de su vida útil. Sin para moler el material. Uno de muy chico se inicia en
embargo, pese a todos estos prejuicios, a los pirquineros estas labores, porque es la única forma de aguantar en
se les reconoce hoy su capacidad de prospección y de este oficio. Es una vida sacrificada y también riesgosa”.
encontrar yacimientos con algún grado de valor”.
Uldarico Araya, un pirquinero de tercera generación de
Hoy, en pleno siglo XXI, no son pocos los pirquineros 64 años que trabaja en la mina Romero 1 de Punitaqui,
que siguen explotando diferentes yacimientos, relató por su parte que “yo trabajo con la puruña, que
especialmente de oro, en varios puntos de la comuna es el laboratorio de los mineros. Lo más rápido que
de Punitaqui. Moisés Alfaro, un veterano pirquinero que hay”, refiriéndose a una extraña herramienta que es un
trabaja junto a dos compañeros en la mina El Delirio (una cacho de vacuno cortado por la mitad, donde echa la
de las minas de cobre, oro y mercurio más importantes roca molida, la mezcla con agua y empieza a batir hasta
en la historia de la región y ubicada a 8 kilómetros al que el metal comienza a concentrarse en una esquina.
sur de Punitaqui), relató en el programa de TVN “Frutos Y según el volumen juntado, se puede estimar si es de
del País” que ellos decidieron trabajar allí porque “esta alta o baja ley.
mina ahora no la trabaja nadie y mientras no nos diga
alguien que ellos son los dueños, nosotros seguiremos Don Uldarico revela que, gracias a las alzas de precios que
trabajando aquí”. Su compañero Manuel Maldonado, en a veces alcanzó el oro, una vez llegó a ganar en un mes
tanto, detalló que “una persona nos contó hace muchos tres millones de pesos extrayéndolo artesanalmente.
años que aquí todavía había oro y por eso nosotros nos “Los pirquineros a veces venden directamente lo extraído
venimos a trabajar a este lugar”. a los joyeros, a las cooperativas o a la misma Enami. Este
es un oficio donde los mineros experimentados siempre
Alfaro agregó que “dicen que la vida del pirquinero es tienen más ventajas. “
triste y solitaria, pero no es tan así; nosotros siempre
echamos la talla y trabajamos con alegría. En cuanto
al trabajo mismo, cómo anécdota puedo contar que
los pantalones que uso para trabajar en la mina no
los he lavado desde que llegue aquí, porque cada vez
que salgo de la mina los pantalones salen mojados de
transpiración, y si los lavara tendría que lavarlos todos
los días, algo bastante poco práctico en este trabajo. Y
cuando trabajo, debido a la deshidratación, tengo que
consumir como mínimo dos litros de agua. Por otra parte,
la lamparita que usamos para iluminarnos casi siempre
tiene nombre de mujer, el nombre de nuestra “china”.
En la mina bajamos por una escalera unos 8 metros de
profundidad y después nos adentramos unos 30 metros
adentro del cerro. Yo barreno, hago una perforación de
22 pulgadas para introducir el explosivo de dinamita, lo
“taconeo” bien con tierra y una vez que esta cargado el
tiro, prendo la mecha y salgo de inmediato afuera de la
mina”.
Pirquineros.

25
Punitaqui: historias, relatos e identidad
Domeyko, Gay y Darwin: los sabios
mundiales que alguna visitaron Punitaqui
Durante el siglo XIX fueron varios los sabios y científicos
que visitaron Punitaqui, ya fuera por orden del gobierno
chileno o por iniciativa propia. Algunos de ellos, de
hecho, dejaron en sus memorias las vívidas impresiones
que les dejó el paisaje punitaquino, sus gentes y sus
particulares costumbres.

Ignacio Domeyko, el sabio polaco que se vino de Europa

en 1838 contratado por el gobierno chileno para
desempeñarse como profesor de mineralogía en el liceo
de Coquimbo y fomentar el desarrollo minero mediante
la incorporación de nuevas tecnologías y conocimientos,
dedicó muchos años a recorrer gran parte del territorio
chileno (incluida la cordillera de los Andes y la cordillera
de la Costa), lo que le serviría para sistematizar el
conocimiento geológico del suelo nacional, lograr
la renovación de las técnicas de explotación y la
formulación de nuevas leyes de fomento productivo.

Domeyko, quien en los años futuros se convertiría en

rector de la Universidad de Chile entre los años 1866 y
1873, visitó Punitaqui en 1842, dejando en sus recuerdos
y memorias escritas en 1877 interesantes noticias de
Pirquinero con Capacho. este pueblo y sus habitantes.

Pirquineros en plena actividad.

26

Domeyko, que también visitó en esa ocasión las
localidades de Ovalle, Illapel, Combarbalá y Petorca,
parte relatando en sus memorias que “el 28 de enero
arribé a las minas de oro, cobre y mercurio de Punitaqui,
situadas a 7 millas de Limarí. Las vetas de estos minerales
cortan la masa granítica, y todo el cerro agujereado
por las faenas mineras presenta una curiosa imagen
de la diligencia humana. Un ingeniero enviado por el
gobierno español en 1806 por el gobierno español para
buscar el mercurio, descubrió 27 vetas de este mineral”.
El profesor y científico polaco agregó que “junto a las
minas de cobre se ven todavía una docena de familias
de colonos, quienes a la vista de las ruinas de la iglesia
decidieron erigir una nueva; construyeron las murallas
que permanecen sin techo, elevaron dentro un pequeño
altar, un púlpito y una piedra excavada para el agua
bendita; un sacerdote de Ovalle viene para celebrar las
misas y para oír las confesiones bajo el cielo raso. Como
campanario se utiliza el único, viejo, hermoso y frondoso
algarrobo, al que los habitantes atribuyen al menos tres
siglos de vida. De este árbol colgaron las campanas”.
Otro sabio que visitó Punitaqui fue el naturalista francés
Claudio Gay, quien llegó por primera vez a nuestro país
en 1828 para trabajar como profesor de Geografía
del Colegio de Santiago. Al año siguiente suscribió un
contrato con el gobierno para efectuar un viaje científico
de tres años y medio por el país, para dar cuenta de
sus recursos naturales, así como recopilar los datos
obtenidos para elaborar un catastro para el Estado. De
ese modo, Claudio Gay no sólo visitó Punitaqui, sino que
27
Punitaqui: historias, relatos e identidad
también la región de Atacama, la zona de Colchagua, el
archipiélago Juan Fernández, la isla de Chiloé y toda la
zona central del país. En 1841, cuando ya había aceptado
escribir una historia política de Chile, concluyó sus
investigaciones en nuestro país, obteniendo en premio
a la calidad de su trabajo la nacionalización por gracia.
Gay viajó a Francia en 1842, y a partir de 1844 comenzó
la divulgación de los resultados de sus indagaciones, al
publicar el primer tomo de su “Historia física y política
de Chile”, la más destacada de sus obras.
En 1837, concretamente, el presidente Joaquín Prieto
y su ministro Diego Portales le solicitaron a Claudio
Gay que hiciese un estudio sobre la factibilidad de
la explotación de las minas de cobre, oro y azogue
mediante la instalación de una gran empresa estatal
en Punitaqui. Así, Gay visitó las minas de Punitaqui,
Andacollo, Quilitapia e Illapel.
Pero, sin lugar a dudas, el científico más famoso que
pasó alguna vez por Punitaqui fue Charles Darwin, el
naturalista inglés que sentó las bases de la moderna teoría
evolutiva con su revolucionaria teoría de la evolución de
las especies, introduciendo por primera vez el concepto
de selección natural, donde los miembros jóvenes de
cada especie compiten entre sí por los escasos alimentos
disponibles, permitiendo la sobrevivencia sólo de los
más fuertes, cuyas características genéticas prevalecen
a través del proceso evolutivo. Esta teoría, por cierto,
causó una gran conmoción en el mundo científico y en
la Iglesia Católica, que consideraba que era un “herejía”
considerar al ser humano como una especie animal más.
Punitaqui: historias, relatos e identidad
Parte de las radicales conclusiones de Darwin fueron el
resultado del viaje que el naturalista inglés hizo entre
1831 y 1835 alrededor del mundo en la expedición
científica que viajó a bordo del bergatín “Beagle”, al
mando del capitán Robert Fitz-Roy, y que le permitió
realizar detenidas observaciones geológicas, botánicas,
zoológicas y antropológicas en distintos continentes.
Después de cruzar el Atlántico y explorar Argentina,
Uruguay, Brasil y Tierra del Fuego, la tripulación del
“Beagle” llegó a Valparaíso en julio de 1834, desde
donde emprendieron varias expediciones por la zona
central de Chile, la isla de Chiloé, las islas Guaitecas, el
archipiélago de los Chonos, las provincias de Osorno
y Valdivia (donde Darwin fue testigo de un violento
terremoto), la zona argentina de Mendoza y los distritos
mineros de Los Hornos, Punitaqui, Illapel, Coquimbo,
Huasco y Copiapó.
En julio de ese año la “Beagle” abandonó el puerto
chileno de Caldera para recorrer las costas peruanas,
ecuatorianas y las Islas Galápagos, completando su
expedición en octubre de 1835. Un año más tarde,
Charles Darwin regresó a Inglaterra, donde redactó su
obra “Viaje de un naturalista alrededor del mundo”,
publicado en 1839, y, gracias a las experiencias recogidas
y las extensas observaciones que efectuó durante su
viaje, elaboró las conclusiones de sus revolucionarias
observaciones científicas acerca de la evolución de los
seres vivos, dadas a conocer 20 años después.
compañero. Llevábanlo cuatro hombres, marchando
a un trote rápido. Cuando hubieron andado unos 200
metros, los portadores fueron relevados por otros
cuatro que previamente se habían adelantado a caballo.
Y así continuaron, animándose unos a otros con gritos
salvajes; la escena, en su conjunto, formaba el más
extraño funeral”.
Darwin relató también que “seguimos viajando al norte,
en zigzag, y de cuando en cuando me detenía a estudiar
la geología del país. Tan poco habitado está y tan rocoso
era el camino, que a menudo nos costaba trabajo
descubrirlo…El capitán Head ha descrito la prodigiosa
cantidad de mineral que los apiris, verdaderas bestias
de carga, sacan de las minas más profundas. Confieso
que lo creí una exageración y, por lo mismo, me alegré
de tomar una de las cargas que tomé al azar. Preciso me
fue hacer un gran esfuerzo para levantarla del suelo.
Habiéndola pesado se vio que llegaba a 197 libras. El apiri
la había subido desde una profundidad de 80 metros,
medidos verticalmente…En mi visita a la explotación
los apiris extraían la carga habitual 12 veces al día, o
sea 2.400 libras, desde 80 metros de profundidad, y
además se los empleaba, durante los intervalos, en
cavar y recoger mineral. Estos hombres, salvo el caso de
algún accidente desgraciado, gozan de salud y parecen
alegres. Sus cuerpos no son muy musculosos. Rara vez
comen carne, una vez a la semana a lo sumo, y aun
entonces solo la cecina, dura y seca, llamada charqui”.

Darwin, en su diario de viaje, cuenta que el 4 de mayo

de 1834, cuando se encontraba ya en la región de
Coquimbo, viendo que el camino de la costa carecía
de todo interés, torció su ruta hacia el distrito minero
de Los Hornos y Punitaqui. En esta zona conoció a los
trabajadores de las minas del Norte Chico del país, a los
cuales describió de la siguiente manera: “Los mineros
chilenos forman una raza peculiar de hombres, por sus
hábitos. Como se pasan semanas enteras en los lugares
más desolados, cuando bajan a las aldeas en los días
festivos no hay exceso ni extravagancia a que no se
entreguen. A veces ganan bastante dinero, y entonces,
como los marinos con el reparto de una presa, no
piensan más que en derrocharlo cuanto antes”.

Darwin agregó en su descripción que “el traje del

minero chileno es original y hasta pintoresco. Usa un
blusón de una tela basta de color obscuro y un amplio
mandil de cuero, sujeto todo ello a la cintura por un
cinto de brillantes colores. Los pantalones son muy
anchos y la gorrilla escarlata, especie de boina, se ajusta
estrictamente a la cabeza. Encontramos un grupo de
ellos de uniforme, conduciendo a la sepultura a un Mapa de viaje Darwin.
28
 Punitaqui: historias, relatos e identidad

IGNACIO DOMEYKO. CLAUDIO GAY.

Charles Darwin en su juventud.

29
Punitaqui: historias, relatos e identidad
Los molinos de viento de Punitaqui
Si Ovalle es llamada la “Perla del Limarí” por sus
habitantes, Punitaqui es conocida como la “Tierra de
los molinos”. El apelativo no es gratuito, especialmente
si se tiene en cuenta la abundante presencia de estos
ingeniosos artefactos en distintos puntos de la comuna
que, aprovechando la fuerza del viento, son utilizados
por muchos lugareños para la extracción de agua desde
las norias y napas subterráneas.
Los molinos de viento en Punitaqui comenzaron a
construirse en el siglo XIX por los primeros habitantes
de la comuna quienes, aprovechando los característicos
vientos locales, los utilizaban para la extracción de
agua, la que era destinada al consumo humano y el
regadío de pequeños huertos, además que a veces eran
eventualmente utilizados para moler maíz en algunos
casos.
Sobre el origen de estos ingenios, el sabio polaco Ignacio
Domeyko, quien visitó Punitaqui en enero de 1842,
escribió en sus memorias que “hace años vivió aquí
cierto alemán, del que sólo averigüé que fue soldado en
tiempos de Napoleón y que llegó en un buque a Chile sin
conocer oficio alguno, y que por algún azar dio con sus
Antiguos Molinos de Viento.
30
huesos en este rincón. Se le recordaba continuamente
por el hecho de que, tomando como modelo uno de los
hornos abandonados, preparó otro horno en pequeña
escala, para fundir el mercurio y enseñó este arte a
los hombres y mujeres del lugar...También les enseñó
a fabricar bombas para el agua hecha con madera
ahuecada y con pequeños artefactos: les dejó dos para
sacar agua a 20 codos de profundidad, con cuya agua
riegan algo de terreno. Y me contaron con gratitud y
con admiración, cómo ese alemán, con ayuda de cierto
mecanismo de rueda y manivela, logró que su pequeño
hijo moviera con facilidad la rueda y la bomba, regando
la huerta con el agua así obtenida. Muchas otras cosas
me relataron de este silencioso y eficaz hombre que,
a poca distancia de allí, construyó un molino y enseñó
otras muchas cosas buenas”.
Los molinos de viento que jalonan el paisaje de Punitaqui
y que se han transformado en uno de los elementos más
distintivos del paisaje local, se construyen utilizando
básicamente madera, aunque los más modernos se
construyen ahora de metal, para evitar que las astas
se desgasten por el uso. Estas aspas pueden ser de 18,
20, 22 o 24 alas dependiendo de su tamaño; además,
 Punitaqui: historias, relatos e identidad
siempre aprovechan la potencia y dirección del viento
valiéndose de una veleta. La fuerza del viento, entonces,
es la que mueve las aspas, que su vez activan un
mecanismo de bombeo que permite extraer agua desde
la noria o napa subterránea hasta la superficie.

Sobre los característicos vientos que permiten el

funcionamiento de los molinos en la comuna de
Punitaqui, los académicos Hernán Cortés Olivares
y Edelmira González explican que “la cuenca del río
Limarí, dentro de la que se inserta la comuna de
Punitaqui, durante el invierno y el verano se ve afectada
por bancos de neblina, los que permanecen durante
la noche para disipar en el curso de la mañana. Hacia
Punitaqui, los cerros, con una configuración en forma de
cuna abierta hacia el oeste, producen el encajonamiento
de las brisas que vienen de la costa, concentrándolas
para producir vientos de una intensidad y fuerza mayor Antiguos Molinos de Viento.
que en otras áreas, en forma regular en las tardes de
primavera y verano. De este modo, el flujo del viento
sigue la dirección del valle, siendo en este sector la
dirección predominante del viento desde el noreste.
Este fenómeno se aprovecha en la zona en la extracción
de aguas de pozos y norias a través de molinos de
viento, los que se han convertido en una particularidad
tradicional de la comuna”.

Antiguo molino de Viento con 26 aspas.

31
Punitaqui: historias, relatos e identidad
La revolución de 1851 y el vivac de Pueblo
Viejo
La revolución de 1851 estalló en las ciudades de La Serena
y Concepción como un movimiento liberal armado que
solicitaba una ampliación de la libertad electoral y
criticaba el excesivo autoritarismo y centralismo del
gobierno, encarnado en el recientemente elegido
presidente Manuel Montt.
Los actos revolucionarios serían al cabo aplastados
por las fuerzas del gobierno, lo que motivó que el
Congreso Nacional decidiera prorrogar por 14 meses
más una ley de facultades extraordinarias, lo que dio
al Presidente Montt amplios poderes. Esta revolución
fue la última sublevación de las provincias que puso
en duda el poder de Santiago para centralizar la vida
política y administrativa del país. A partir de entonces,
no se volverían a producir movimientos de importancia
en este sentido, marcando el predominio del centro del
país sobre las demás partes del territorio.
El historiador e investigador regional Osven Olivares
Castro, a propósito de esta asonada revolucionaria,
recuerda que “en septiembre de 1851 Punitaqui fue
ocupado por las fuerzas igualitarias acaudilladas por
don José Miguel Carrera Fontecilla, hijo del padre
de la patria del mismo nombre, quien comandaba el
famoso Ejército del Norte, junto al general don Justo
Arteaga y de una distinguida oficialidad conformada por
jóvenes idealistas, que con el correr de los lustros se
transformaron en descollantes figuras de las letras, de
la política y de la tribuna. Entre esta pléyade de jóvenes
sobresalió don Benjamín Vicuña Mackenna, Manuel
Bilbao, Balbino Comella, Victoriano Martínez, y Pedro
Pablo y Juan Muñoz, sólo por citar algunos. Las fuerzas
revolucionarias se acantonaron en la Plaza de Pueblo
Viejo, ubicada a un costado del antiguo Pucará de los
señores del Cuzco, en la noche del 28 de septiembre.
Aquí Carrera organizó sus tropas y capeó el temporal
de agua y lluvia del día 29 que se dejó sentir con gran
intensidad. Luego, el 1 de octubre la división emprendió
la marcha hacia el sur por la cuesta de Los Hornos,
para ir a pernoctar a la altura de Huilmo Bajo, hoy
Media Luna, y desde ahí a la hacienda de Peñablanca,
propiedad en ese entonces de la familia Vásquez. Bajo
una intensa lluvia tuvieron que ascender la cuesta de
El Espino para enseguida alcanzar Illapel, con la ilusión
de unir sus tropas al Ejército del Sur que comandaba el
general José María de la Cruz”.
El profesor Osven Olivares agrega que “la suerte dijo
otra cosa y el bisoño Ejército del Norte fue derrotado en
32
Petorca y sus principales caudillos se fugaron al Perú, y
otros se replegaron a La Serena, donde escribieron quizás
la página más heroica de nuestra historia regional como
fue “El glorioso sitio de La Serena”, entre septiembre
y diciembre de 1851, cuando el pueblo exhortado de
patriotismo sostuvo un heroico sitio contra las fuerzas
regulares enviadas contra ellos por mar y tierra”.
El profesor Olivares añade que “avanzando en el tiempo
y en la cronología de los hechos, llegamos al año 1859
y de nuevo nos encontramos en el caserío de Punitaqui
próximo al cerro Carolino; pero ahora bajo la bandera
constituyente de don Pedro León Gallo, con sus tropas
de avanzada comandadas por el bravo Balbino Comella,
las cuales no sembraron ni cosecharon la odiosidad entre
sus tropas y los humildes pobladores punitaquinos;
éstos más bien, se unieron a él hacia Illapel, junto a las
tropas de avanzada del caudillo copiapino”.
El héroe de Punitaqui en la Guerra del
Pacífico
La Guerra del Pacífico, el conflicto armado que enfrentó
entre 1879 y 1883 a nuestro país contra los aliados Perú
y Bolivia, fue una de las guerras más importantes de
finales del siglo XIX y tuvo importantes consecuencias
territoriales para los dos países perdedores. Después
del triunfo de Chile, que incluyó la ocupación de Lima
en 1881, Bolivia debió ceder la provincia de Antofagasta
(y con ello su salida al mar) mientras que Perú debió
entregar la provincia de Tarapacá y la ciudad de Arica.
El bravo contingente de soldados que integraron la
victoriosa infantería chilena, por cierto, provenía de los
puntos más remotos y pintorescos del país, incluido el
por entonces pequeño pueblo de Punitaqui.
Los profesores Osven Olivares Castro y Luis Malebrán
Olivares, en su libro “Cartas y anécdotas del contingente
de Coquimbo en la Guerra del Pacífico”, recuerdan
concretamente el caso del minero y soldado punitaquino
Juan de la Cruz Cepeda, quien combatió con gran valor
en las campañas más importantes de esa conflagración,
incluidas las batallas de Chorrillos y Miraflores, que
decidieron la definitiva victoria chilena.
Olivares y Malebrán refieren que Juan de la Cruz Cepeda
“nació en Punitaqui hacia 1860. Fueron sus padres
Micas Cepeda y Carmen Campusano. Este minero era
de contextura robusta como todos los mineros de
esta zona. Se enganchó en el contingente del sargento
Dinator, siendo uno de los primeros en acudir al llamado

de la Patria. Luchó en Tacna, donde fue herido en el
muslo derecho y después de recuperarse de sus heridas
en los hospitales de sangre de La Serena, volvió al norte
a integrarse a su cuerpo. Combatió valientemente en
Chorrillos y Miraflores, donde en la primera fue herido
en el dedo anular de la mano izquierda. Fue condecorado
en 1884 en ceremonia pública y se radicó en La Serena”.
La guerra civil de 1891 y la batalla de
Punitaqui
La guerra civil de 1891, que causó en nuestro país más
de 4 mil muertos, se produjo por tensiones insalvables
entre el Poder Ejecutivo, encarnado en el presidente José
Manuel Balmaceda, y el Congreso Nacional, que se negó
a aprobar las leyes periódicas que fijaban las fuerzas de
mar y tierra, así como la Ley de Presupuesto de gastos
públicos. Ello movió al mandatario a renovar las mismas
leyes sobre esa materia dictadas el año anterior, lo que
puso en pie de guerra al Congreso que, con el apoyo
de la escuadra, desconoció la autoridad presidencial,
desencadenando así la guerra.
Durante los primeros meses el escenario de la
conflagración fue el Norte de Chile, donde los congresistas
contaban con un amplio apoyo. Allí, de hecho, se libraron
las batallas de Zapiga, Dolores, Huara, Iquique, Pozo
Almonte, Caldera y Calderilla. Sin embargo, muy pocos
saben que una de las tantas batallas que se desarrollaron
al inicio del conflicto se desarrolló en la región de
Coquimbo, más concretamente en las semiáridas tierras
de Punitaqui.
El 6 de enero de 1891 el almirante Jorge Montt se había
adherido a la causa de los congresistas, configurándose
lo que el historiador Francisco Antonio Encina llamó
la “sublevación de la escuadra”. Al día siguiente
el presidente José Manuel Balmaceda reaccionó
movilizando al ejército, aumentando los salarios de
éste, instaurando el estado de sitio, suspendiendo la
constitución y decretando el cierre de clubes y de la
prensa. El mandatario también declaró como “pirata” a
la flota naval.
Los congresistas, a sabiendas que apoderarse del norte
de Chile era esencial para asegurar su posición de poder,
no se quedaron de brazos cruzados. El 10 de enero de
1891, a las 04.15 de la mañana, el comandante del barco
“Aconcagua”, el capitán de corbeta Vicente Merino Jarpa,
desembarcó en el puerto de Coquimbo con 73 hombres
del batallón Navales, bajo el mando del comandante
Alfredo Délano, quien iba como delegado del Congreso.
33
Punitaqui: historias, relatos e identidad
El presidente Balmaceda, enterado de este movimiento,
despachó el 15 de enero de 1891 desde La Calera a 170
hombres de caballería, al mando del sargento mayor
Tristán Stephan, distinguido oficial que hizo todas las
campañas durante la Guerra del Pacífico, con orden de
recuperar a como diera lugar la provincia de Coquimbo.
El 20 de enero, para apoyar a los soldados de Stephan
en este propósito, partió de la zona central la división
Wood con otros 600 hombres.
Cuando una avanzada revolucionaria al mando de
don Aníbal Naranjo hacía su vivac en la localidad de
Punitaqui, concretamente en los alrededores de Pueblo
Viejo, con la intención de marchar al día siguiente, fue
totalmente sorprendida el 24 de enero de 1891 por la
vanguardia de las fuerzas del sargento Tristán Stephan,
quien los derrotó completamente. Esta victoria fue muy
importante para la moral de las fuerzas gobiernistas,
pues el 29 de enero el mismo Stephan logró recuperar la
ciudad de La Serena, que pasó al control del presidente
Balmaceda.
El profesor e investigador regional Osven Olivares Castro
relata que “la Plaza de Armas de Pueblo viejo sería
testigo de las primeras escaramuzas de armas y de las
odiosidades surgidas de la irreconciliable enemistad
entre ambos bandos y, según los informes de las fuerzas
balmacedistas, se dio cuenta del primer fusilamiento de
un vecino cuyo nombre no fue recogido por la historia,
por gritar “¡Viva el presidente Balmaceda¡”. Se cuenta
que este humilde ciudadano cayó inmolado por el
plomo de las fuerzas congresistas antes de ser atacadas
y capturadas por las fuerzas de Stephan en 1891”.
Las victorias de Punitaqui y La Serena, al cabo, no lograrían
desnivelar la balanza a favor de las fuerzas gobiernistas.
En agosto las contiendas se trasladaron a la zona central
y luego de las sangrientas batallas de Concón y Placilla
fue evidente el triunfo de las fuerzas congresistas. El
Presidente Balmaceda reconoció su derrota y dimitió de
su cargo el 29 de agosto de 1891, entregando el mando
del país al general Manuel Baquedano y suicidándose
posteriormente en la legación de Argentina. En los
meses posteriores el almirante Jorge Montt sería elegido
presidente y se abriría una nueva etapa en el sistema
político chileno: el Parlamentarismo.
El profesor Osven Olivares Castro, quien explica que
Punitaqui casualmente fue reconocida como comuna
en diciembre de 1891 por el mismo gobierno de Jorge
Montt, justo después de las batallas de Concón y
Placilla en agosto de 1891, concluye que “después de
analizar los hechos que ocurrieron en esta comuna
sobre la revolución igualitaria de 1851, la revolución
Punitaqui: historias, relatos e identidad
constituyente de 1859 y la sangrienta Guerra Civil de
1891, hay que concluir que la localidad de Punitaqui,
de acuerdo a su ubicación geográfica, fue un lugar
estratégico de vivac para las fuerzas revolucionarias en
el siglo XIX”.
La vida en Punitaqui a fines del siglo XIX
Después de ser declarada comuna en 1891, Punitaqui
había mejorado sustantivamente su situación
comparado con las décadas precedentes, debido en
parte al auge que había alcanzado la explotación del
cobre, el oro, la plata y el azogue.
Los historiadores Hernán Cortés Olivares y Edelmira
González relatan que “en 1895 reunía en su planta
varias casas sencillas, algunos edificios que denotaban
la presencia de algún influyente y poderoso empresario,
industrial, comerciante o hacendado de la región.
Mantenía una iglesia, dos escuela gratuitas, oficina de
Correos y de Registro Civil y una población de 1.620
habitantes; destacaba también el edificio del municipio
que extendía su administración a las subdelegaciones
de Barraza, San Julián y La Chimba”.
Los mismos profesores agregan que “una de las fiestas
religiosas más tradicionales que se celebraba por
aquellos años era la de San Juan, la que alcanzaba gran
solemnidad y entusiasmo cada año. Desde el 23 de
junio en la tarde, ya se notaba animación y movimiento
debido a que numerosos visitantes de los puntos
vecinos se agregaban para tomar parte en la fiesta del
patrono. En la capilla del pueblo, el Apóstol San Juan,
había una misa solemne el día 24 y en la tarde se
34
José Manuel Balmaceda.
realizaba la procesión con danzas y bailes de chinos. En
la noche del 24 se quemaban algunas piezas de fuegos
artificiales. Los principales ingresos lo constituían las
contribuciones de los particulares y el pago de patentes
mineras, siendo el pago del cuerpo de policía y el arreglo
de caminos el rubro que demandaba el mayor gasto
municipal. Las elecciones que se llevaban a cabo en
Punitaqui no promovían grandes confrontaciones entre
los representantes del sistema de competencias política
que existía en el país. En general se desarrollaban con
tranquilidad y alto espíritu democrático”.
Por esa época, uno de los motivos de orgullo del
municipio local era el buen estado en que se mantenía el
cementerio de Punitaqui, uno de los mejor mantenidos
del Departamento de Ovalle. Y el aumento significativo
de la población había creado mucho movimiento,
trabajo y negocios especialmente en Los Mantos y
barrios de la clase trabajadora. Los mineros, como todos
sus colegas del resto del país, no dudaban en dirigir sus
pasos a las cantinas más cercanas en cuanto tenían
sus bolsillos llenos de dinero. Las salas de baile eran la
mayor atracción y, según las autoridades de la época,
habían aumentado en exceso, pues sólo se permitían
sólo cuatro.
 Punitaqui: historias, relatos e identidad

Antiguo Frontis de Retén de carabineros, junto a El “Pimiento”.

Años 60, antiguo frontis retén.

35
Punitaqui: historias, relatos e identidad

Autoridades años 60.

La radio, la música y el cine en Punitaqui

Don Bernardo Escalante Carrasco, locutor de la radio

“Vida Nueva”(103.5 FM) y uno de los músicos más
antiguos de Punitaqui, llegó al pueblo cuando tenía 10
años junto a su hermano, su madre y su padre, Lindor
Escalante Catalán, quien se avecindó por estos lares por
motivos de trabajo. “Fui a la escuela primaria E 256 y
estudié hasta sexto de preparatoria, donde conocía a
uno de los profesores de los cuales tengo los mejores
recuerdos, Orlando Varas Maluenda. Paralelamente
ingresé al mundo de la música, pues formaba parte de
la escuela de música municipal que dirigía el maestro
Humberto Sequeira, quien nos enseñó los primeros
rudimentos de los pentagramas y notas musicales.
Allí empecé a tocar instrumentos como el trombón.
Terminando la básica, me fui a hacer las Humanidades
en Ovalle y también participé en un grupo de música
municipal de esa ciudad, donde íbamos a amenizar en
la plaza y acompañábamos al grupo de instrucción de
Carabineros, la Tercera Comisaría de Ovalle”.

Don Bernardo añade que luego regresó a Punitaqui

Antigua parroquia de Punitaqui.
a trabajar en la Empresa de Correos de Chile, aunque
siempre ligado a la música. “Mi vida siempre ha sido
así, dividiendo mi interés entre la música y el trabajo.
Por esa época junto con mi hermano Lindor creamos
“Los Blue Demond”, grupo que también lo integraban
otros vecinos de Punitaqui como Alamiro Hidalgo y
Eduardo y Jaime Araya. Usábamos un uniforme azul y
reemplazamos a las orquestas que venían de Ovalle a
amenizar las grandes fiestas que se hacían en la plaza y

36

en la cancha municipal de básquetbol, atrás de la actual
ubicación de la ilustre municipalidad. Luego formamos el
grupo los “New Demond” y el conjunto “Molino”, grupo
que debió lamentar el reciente fallecimiento de nuestro
bajista, Sergio Dubó. Posteriormente, ya con más edad,
formamos el grupo folklórico “Quinto Sendero”, que
recorrió casi todo el norte del país y localidades como
La Serena, Huasco, Freirina y Copiapó. La cueca que
tocábamos era la cueca chora, más complicada que la
tradicional, porque se toca con guitarra, bajo y batería.
Hasta la fecha todavía incursionamos en nuestro
rubro de folklor urbano. Incluso participé cuando
tocamos por primera vez en una orquesta con base
electrónica. También dimos los primeros pasos para que
tocaron grupos electrónicos en el pueblo; encargamos
micrófonos a la casa Royal y armamos nuestros propios
instrumentos”.
Tal como cuenta don Bernardo, además de algunos
aislados grupos rock formados por jóvenes del pueblo
en los últimos tiempos, en los años 90’ irrumpieron en
Punitaqui los sonidos de cumbia con teclados y sonidos
electrónicos, que tuvieron a los grupos punitaquinos
“Fantasía” y “Alegría” como unos de sus principales
exponentes.
Con respecto al nacimiento de la radio de Punitaqui,
don Bernardo cuenta que “el tema radial era bastante
potente en Punitaqui porque habían receptores que
se escuchaban en frecuencia onda corta y onda larga.
No había frecuencia modulada en ese entonces. Y
se escuchaban clarito las radios de la capital, como
la Balmaceda, Corporación , Portales y Cooperativa,
entre otras, donde la gente escuchaba música y se
informaba del acontecer del país. Teníamos algunas
radios predilectas, como la Radio Chilena, con grandes
locutores y programas como “Discomanía”, con Ricardo
García, que era uno de los programas favoritos de la
juventud por aquel entonces. Y también el programa
“Buscatalentos”, que emitía en la noche la radio Portales.
Antiguamente las radios tenían inmensos salones donde
enviaban la señal en forma directa junto con los artistas
y público presente en los estudios”.
Don Bernardo relata que la primera radio que los
punitaquinos escucharon en la provincia del Limarí
fue la radio “Norte Verde” y “Amanecer”. “La radio de
Punitaqui tuvo sus antecedentes con un cura que llegó
por estos lados, un párroco de apellido Ahumada, que
nos incentivó para que la gente de Punitaqui escuchara
música envasada a través de unos parlantes que el
estudio hizo en Pueblo Viejo. Desde ahí emitíamos la
música, eso sí, no inalámbrica como ahora, sino que
37
Punitaqui: historias, relatos e identidad
había que extender metros de cables. Cada 100 metros
había transformadores para que llegara el sonido en
perfectas condiciones. Y las bocinas se ponían al frente
de la calle Caupolicán, cerca de la plaza. Entonces ahí
la gente escuchaba la música que nosotros poníamos
y el curita pasaba sus avisos de sus oficios religiosos.
Posteriormente, el padre Juan Mondaca el año 1984 hizo
con equipos prestados de Ovalle las primeras emisiones
inalámbricas de radio en Punitaqui. Las oficinas estaban
en la misma parroquia del pueblo y emitió los primeros
sonidos de una radio como tal, pero como no había
permiso del Ministerio de Telecomunicaciones la radió
tuvo corta vida”.
Don Bernardo añade que “10 años después, en 1995,
después de mucho batallar, el mismo padre Juan
Mondaca, pese a que lo habían cambiado de residencia,
logró la autorización para emitir una señal de radio
en la comuna de Punitaqui. Así nació la radio “Vida
Nueva”, que ya tiene 21 años de vida y perteneció en
ese momento a la parroquia de Punitaqui. Esa fiebre
radial también se contagió a otras personas. Monseñor
Cox dijo: “si Punitaqui tiene una radio a nivel pastoral,
¿Por qué no también La Serena?”. De ese modo, ellos
fundaron la radio “San Bartolomé”. Posteriormente,
el obispo anexó la radio “Vida Nueva” a la radio “San
Bartolomé” y se ubicaron las subestaciones en Ovalle,
Monte Patria y Vicuña, pero a nosotros no nos gustó
mucho la idea, porque ellos impusieron locutores a
nivel regional y además pasaban comerciales. La gente
de Punitaqui entonces nos pidió que siguiéramos con la
radio a nivel local, así que fuimos a hablar con el Obispo,
que nos dio la autorización para seguir con la radio en
forma independiente de la cadena que tenían ellos. De
todas maneras, para los grandes programas que tiene
la diócesis, nosotros a veces conectamos con la radio
“San Bartolomé”, la principal cadena radial de la región
de Coquimbo”.
Pocos punitaquinos de las actuales generaciones, por
otra parte, saben que el pueblo tuvo alguna vez un cine,
el cual funcionó en la década de los 50’ y 60’ en el antiguo
teatro de Pueblo Nuevo. La profesora Marta Maturana
recuerda “que a la gente de Punitaqui le gustaba mucho
ir al cine. Siempre anunciaban que iban a dar una gran
película, pero a veces se cortaba la proyección, y un
señor en bicicleta tenía que ir a buscar otro rollo de
película a los Mantos. Era una cosa para la risa, porque
había que esperar que llegara esa persona para poder
seguir viendo la película. Las personas llegaban a las
10 de la noche, pero a veces tenían que irse como a las
dos o tres de la madrugada con tantos intermedios. Los
hermanos Campos, que eran de Punitaqui, eran los que
Punitaqui: historias, relatos e identidad
administraban el cine. Las películas de cowboys eran
las más populares. Cada vez que daban una cinta de
vaqueros el teatro se llenaba”.

Henry Contreras, un punitaquino que actualmente

vive en Iquique, recuerda que “esos tiempos eran muy
especiales, porque no se conocía la televisión. Cuando
íbamos al único teatro que había, administrado por los
hermanos Campos o “Campitos” -como los conocíamos
mejor- Don Segundo Campos, quien falleciera en esos
años 60’, nos enviaba “a gritar la película” por la calle
con una bocinas metálicas, o a barrer el teatro para
ganarnos la entrada y poder ver esas películas mexicanas
o de “cow boys”, como les decíamos, que tanto nos
gustaban”.

Celebración familia Punitaqui de antaño.

La antigua oficina de Correos y el Registro
Civil de Punitaqui
La oficina de Correos y el Registro Civil se establecieron
en Punitaqui a fines del siglo XIX, en vista del gran
movimiento humano que había en el pueblo y sus
alrededores debido a la incesante actividad minera.
A mediados del siglo XX ambos servicios ya se habían
modernizado bastante y prestaban un servicio invaluable
a todos los punitaquinos.
Don Bernardo Escalante recuerda que “yo ingresé a
trabajar a la oficina de Correos, que en ese tiempo se
llamaba Oficina de Correos y Telégrafos, cuando era una
institución estatal del gobierno. Las cartas llegaban por
entonces a través de valijas que se enviaban desde la
38
oficina principal de Ovalle, que a su vez recogía parte
de la correspondencia que venían de otras partes del
país desde los trenes. La oficina de Correos de Ovalle
nos mandaba las valijas con correspondencia en los
llamados camiones mixtos, que eran mitad góndola
y mitad carrocería, es decir, viajaban los pasajeros
junto a la carga, los paquetes y las gallinas. Cuando la
correspondencia llegaba de Ovalle a nuestra oficina,
las cartas eran repartidas en Punitaqui por un cartero
a domicilio. El telégrafo usaba los famosos “golpecitos”
del sistema Morse para escribir los mensajes de los
telegramas. Posteriormente, Correos pasó a ser una
sociedad anónima, desligándose una parte del gobierno,
y la empresa se modernizó: tuvo su propio transporte y
la correspondencia podía estar en menos de 24 horas en
el hogar de cada chileno. En total trabajé 30 años en la
empresa, que decidió disminuir personal dejando sólo

las grandes oficinas de Correos de Ovalle, La Serena y
Vicuña. Y el año 2004 la empresa nos dio la posibilidad
de retirarnos vía indemnización de esta importante
repartición pública”.
La señora Lucía Vega, una ex auxiliar de enfermería,
y posterior educadora de párvulo; que trabajó en la
segunda mitad del siglo XX en varias postas de la comuna,
incluidas las de las minas Los Mantos y El Delirio, y que
vive en Punitaqui desde hace más de 50 años, recuerda
que justamente en el pueblo conoció a quien sería
su marido, Jaime Araya, que por ese entonces era el
funcionario encargado del Registro Civil. “Él antes había
trabajado en la oficina de Barraza y Mincha, por lo que
tenía mucha experiencia. Además, la gente lo quería
mucho porque era muy afectuoso, especialmente con
la gente rural. Siempre nos decía “donde comen dos,
comen tres y cuatro”. Estamos hablando del año 1957
más o menos. En ese tiempo la gente era bastante pobre,
sólo tenían algunas cabritas, con la única salvedad que
en ese tiempo había mucha agua porque llovía mucho
por estos lugares. Y él siempre decía que tenía que
haber mucha comida a mano, porque la gente que venía
al Registro Civil a veces debía recorría largas distancias
desde las zonas rurales para sacar sus documentos”.
La señora Lucía agrega que la oficina del Registro Civil
era muy importante por aquella época, especialmente
tomando en cuenta que en la comuna funcionaban
importantes oficinas mineras como la Compañía Minera
Tamaya en los Mantos de Punitaqui, y la Compañía
Minera El Delirio. “La cantidad de accidentes que
ocurrían en esos años justificaba la labor del Registro
Civil por el tema de las defunciones, sin mencionar
que también tenían que registrarse los nacimientos
y matrimonios. Incluso se hacían testamentos en
ese tiempo, porque el Registro Civil hacía el papel
de notario. Era una repartición importantísima que
estaba ubicada frente a la Plaza de Armas en la calle
Caupolicán, que antes era el camino carretero que
llegaba a Santiago. En esos tiempos estaba el retén de
Carabineros, la Tesorería, más allá estaba el Registro
Civil, la Municipalidad y luego venía la Posta de Primeros
Auxilios. Más allá había una cancha de básquetbol y
atrás estaba el matadero municipal”.
Punitaqui: historias, relatos e identidad
Civil de Punitaqui, el curita del pueblo, el sacerdote
Gustavo Cortés, y también gente de otras reparticiones
públicas de Ovalle. Y a Jaime, cuando llegaba allá,
se le acercaban siempre parejas que le decían “Don
Jaime, quiero inscribir a este guagua”. “Ya, pues”, les
respondía él, y les preguntaba también “¨¿Y tienen más
hijos?”. Y cuando veía que andaban como con cinco o
seis chiquillos más, les preguntaba de nuevo “¿Ustedes
están casados, no?”. Ellos siempre le decían que no,
porque pese a que llevaban muchos años conviviendo
no se habían casado porque no había registro civil
donde vivían. Así que Jaime les decía “Bueno, los vamos
a casar al tiro entonces,” y de inmediato procedía a
buscar dos testigos para casarlos y además inscribir
correctamente a todos sus hijos con sus dos nombres
y sus dos apellidos. Así que si uno viajaba por las zonas
rurales de Punitaqui se podía encontrar con muchos
matrimonios que fueron casados por mi marido. Lo
divertido es que después que Jaime casaba por el civil a
estas parejas, el padre Cortés, aprovechando la ocasión,
los casaba también por la Iglesia”.
La señora Lucía finalmente cuenta que “Jaime también
empleó al fotógrafo Osvaldo Cuello cuando llegó a
Punitaqui para que sacara las fotos de los carnets. Y
después se hicieron muy buenos amigos. A mi marido
al final quisieron trasladarlo a Ovalle, pero él no quiso
moverse de Punitaqui, y como era tan buen funcionario,
lo jubilaron con anticipación”.

Como gran anécdota de esos tiempos, la señora Lucía

recuerda que por esa época su marido y ella eran
“compadres” de don Antonio Ovalle, un empresario que
era el dueño de una mina ubicada en la zona rural de
Punitaqui. “Esta persona hacía todos los años una fiesta
en la mina para todos sus trabajadores y también llegaban Don Jaime Araya, ex funcionario del registro civil, y su
campesinos de los alrededores, la gente del Registro esposa Lucia Vega.

39
Punitaqui: historias, relatos e identidad
El fotógrafo de Punitaqui
Uno de los personajes más conocidos de Punitaqui es
don Osvaldo Cuello García, el fotógrafo que no sólo era el
encargado de sacar las fotos de los carnets de identidad
que emitía el Registro Civil del pueblo, sino que además era
el autor de las imágenes que se inmortalizaban en eventos
como fiestas, matrimonios, bautizos y cumpleaños.
Don Osvaldo, que lleva desempeñando su oficio por más
de 50 años, cuenta que comenzó a sacar sus primeras
fotos el año 1962. Se dedicó a trabajar en fotografía el año
1964 en Ovalle, aunque por entonces sólo se dedicaba a
hacer ampliaciones de los trabajos de fotografía que hacía
el fotógrafo Ricardo Villarroel en ese tiempo. “El año 1965
me compré una cámara de 35 mm y me dediqué a sacar
fotos en Ovalle y Punitaqui, tanto en el sector del centro
como en zonas rurales, especialmente en las empresas
mineras como era Los Mantos y la Mina El Delirio. Recuerdo
que le saque varias fotos a la gente administradora de
la mina Los Mantos, como don Alberto Gallardo Lorca.
También trabajé en Vicuña, Combarbalá y Andacollo.
Por ese entonces donde más trabajaba era en Punitaqui.
Primero viví en una pensión el año 68’. Posteriormente
me casé en Punitaqui y me quedé viviendo allá. De hecho,
trabajé mucho en el Registro civil, en lo que eran las fotos
de identificación, porque el año 1969, don Jaime Araya,
que era el oficial civil, me contrató para sacar las fotos
que tenían que ponerse en la cédula de identidad. Trabajé
en el Registro Civil de Punitaqui muchos años, hasta que
comenzó el sistema en línea que implementó una gran
empresa a nivel nacional”.
El fotógrafo recuerda que “antes que yo llegara la gente
de Punitaqui tenía que venir a Ovalle para sacarse una
foto. Pero cuando llegué con mi cámara de 35 mm se
acostumbraron a que yo les sacara las fotos. Después
yo mismo se las iba a entregar a sus casas. Viví bonito
tiempos con la fotografía porque en ese tiempo éramos
muy pocos los fotógrafos, así que nos recibían muy bien
en todas partes y la gente nos respetaba mucho. Cuando
iba a sacar fotos a los cumpleaños los niños me recibían
con aplausos, porque estaban esperando al fotógrafo
para empezar la fiesta”.
Don Osvaldo concluye que “tengo los mejores recuerdos
de Punitaqui, porque trabajé, me enamoré y me casé
allí. Dos de mis hijos nacieron en el pueblo y los otros en
Ovalle, y tengo tantos amigos allí que cuando voy todo
el mundo me conoce. Incluso los más jóvenes también
me saludan, porque saben que fui uno de los personajes
más conocidos del pueblo. Cuando voy a la Iglesia, por
ejemplo, es bastante común que las señoras se acerquen
a saludarme con sus hijos grandes o sus nietos y les
digan a éstos: “Este es el fotógrafo que me sacó la foto
del matrimonio” o “Esta es la persona que te sacó la foto
cuando tú eras chiquitito”. Para mi es emocionante qué
la gente me recuerde todavía. Todos me quieren mucho
y yo también a ellos, porque formaron parte de mi vida.
Punitaqui es una parte esencial de mi vida, tengo muchos
amigos allá. Y trabajé con todos los alcaldes, tanto en
tiempos del gobierno militar como en democracia”.

Don Osvaldo, por esa época, era conocido en el pueblo

con el pintoresco apodo de el “Foto Romance”. “En ese
tiempo yo tenía 24 o 25 años, y era un joven que tenía su
atractivo para las damas. En esa época existía una revista
que se llamaba “Romance”, y como había muchos que no
me conocían por el nombre me decían el “Foto Romance”.
Incluso una vez me llegó una carta desde Santiago que
estaba dirigida al “Señor Foto Romance” “.

Don Osvaldo añade que “a mí me iba bien porque no

solamente trabajaba sacando fotos carnet en el Registro
Civil, sino que también en los bautizos, cumpleaños y
matrimonios. Era muy común ir los viernes o los sábados a
la iglesia a sacar fotos de los matrimonios. Los viernes, los
sábados y los domingos era cuando más trabajaba, pero
en ese tiempo se usaba la foto en blanco y negro. Uno
tenía que hacer todo el proceso. Saber poner el carrete
en la cámara, saber qué cámara servía para sacar una
determinada foto, qué sensibilidad tenía la película, ver la
obertura de los lentes y el tema de la iluminación, porque
en ese tiempo no existían las cámaras con fotómetro. De
hecho usaba un flash con una batería de cuatro amperes.
Había que saber mucho de fotografía y también revelarla
y ampliarla, porque yo primero mandaba a revelar y
ampliar mis fotos, pero después me encargué yo mismo Don Osvaldo Cuello García, en sus años mozos.
de todo el proceso”.
40

Edwin Mancilla Hess, el joven de Punitaqui
asesinado por la Caravana de la Muerte
en 1973
Edwin Mancilla Hess tenía 20 años cuando se produjo
el golpe militar de 1973. Si bien había nacido el 12 de
octubre de 1952 en Santiago, en 1955 se vino con su
padre, su madre y sus siete pequeños hermanos a vivir
a Punitaqui, al sector de Pueblo Viejo.
La niñez de Edwin, según relata su hermana Marly, fue
bastante idílica. “Fuimos muy felices en nuestra infancia.
Éramos 8 hermanos que pasamos nuestra niñez jugando
con todos los hijos de los vecinos del pueblo y que tenían
nuestra edad. Y todas las casas de Pueblo Viejo tenían
huertos con árboles frutales. Nosotros jugábamos en
la plaza al trompo, a la escondida, nos subíamos a los
árboles a sacar las ciruelas y como paseo de todos los
días era sagrado ir al estero, que está al lado de Pueblo
Viejo”.
A los 12 años, en vista de que era aplicado en los estudios
y que el dinero en su familia no sobraba, Edwin continuó
sus estudios en el norte. La misma Marly Mancilla cuenta
que “la profesora hizo todos los trámites y el “Pilo”, que
es como le decíamos a Edwin, salió becado para estudiar
en la escuela normal de Copiapó. Después, solamente
venía a vernos para las vacaciones de invierno, de verano
y las Fiestas patrias. A veces no había dinero para que
viajara a Punitaqui y se venía a dedo de Copiapó hasta
Ovalle. Y a veces no tenía como venirse de Ovalle hasta
acá, pero se venía caminando y llegaba igual porque el
“Pilo” siempre adoró a nuestra madre. La cosa es que
como se fue tan pequeño a Copiapó y como conoció a
las profesoras de la escuela Normal, que tenían ideas
socialistas, él se empezó a sentir influenciado por esa
forma de pensar. Él siempre se preocupaba por los
pobres y nos decía que quería que mi madre tuviera una
vida mejor. Por eso luchaba. A veces cuando llegaba veía
a mi mamá lavando a mano, con sus manos ásperas de
tanto lavar, y se daba cuenta que ella llevaba una vida
my sacrificada. Y él no quería eso para la mamá. Cuando
venía le gustaba cantarle una canción de Sandro que se
llamaba justamente “Las manos de mi madre” ”.
Verónica Mancilla, otra de las hermanas de Edwin,
recuerda que “él se formó políticamente en la escuela
normal y empezó a participar en los centros de alumnos,
siempre como líder. Después comenzó a relacionarse
con otros grupos, gente de la Universidad Técnica
del Estado, porque allá traspasaron a los estudiantes
normalistas. Y empezó a conocer a personas más
metidas en política que deseaban hacer la revolución,
41
Punitaqui: historias, relatos e identidad
gente de Cuba incluso, llegando a ser secretario regional
de Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) de
Copiapó. Tenía un programa en las radios, pero yo nunca
los vi con armas. Ellos sólo protestaban e intentaban
cambiar el sistema por algo mejor, para su familia, el
pueblo y la gente más humilde. Yo vivía en 1973 en
Copiapó al igual que él y cuando se produjo el Golpe de
Estado del 11 de septiembre allá se supo como a las 2 de
la tarde. Recuerdo que vi a mi hermano ese día y él me
dijo “Vero, cuídate porque esta cosa se está poniendo
fea”. Y se fue. Estaba asustado también porque no era
menor lo que estaba pasando. Después del bombardeo
a La Moneda vi a mi hermano como una semana
después y de ahí que no tuve contacto con él. Después
supe que habían apresado a casi todos sus compañeros,
que eran tan jóvenes como él. A él, como era el líder, lo
apresaron después. Estaba escondido en una población
de Copiapó. Yo supe por la escuela que lo habían
apresado y que no opuso resistencia. Del regimiento
lo trasladaron a la cárcel y yo lo fui a ver para llevarle
comida. Después vino lo terrible. Supe que había pasado
la Caravana de la Muerte por Copiapó y que lo habían
matado el 17 de octubre de 1973 junto a otros jóvenes.
Supuestamente se había querido escapar de la cárcel
con otros compañeros, algo totalmente falso. Tenía 21
años cuando lo mataron. Yo había ido a verlo antes que
lo capturaran a la casa donde estaba escondido. Yo le
había preguntado “Hermano, ¿Qué pasa si te matan?” y
él me respondió: “Si son militares rasos los que me van a
matar, ellos no tienen la culpa porque están recibiendo
órdenes. Y yo no me puedo ir de Copiapó porque están
todos mis compañeros presos. ¿Cómo me voy a escapar
si ellos están en la cárcel?”. Él pudo haberse ido, pero
por ser leal a sus amigos se quedó. Todos los grandes
dirigentes políticos de la izquierda chilena que se
asilaron en las embajadas, Altamirano, Pascal Allende,
esos personajes, ahora están felices de la vida, pero mi
hermano era así, tenía esa convicción de solidaridad.
Fueron días terribles los del 73’. Nos allanaron las casas
con metralletas en Copiapó, porque en ese tiempo yo
vivía con mi hermano Max, y nos preguntaban donde
estaba mi hermano”.
Marly Mancilla agrega que “yo fui a ver a mi hermano
al norte cuando estaba preso. Cuando pasé por Vallenar
compré el diario para llevárselo y lo primero que vi
fue un titular que decía: “30 personas muertas por
intentar escapar de la cárcel de Copiapó”. Cuando leí
la información estaba el nombre de mi hermano. La
Vero después fue al regimiento a pedir que la dejaran
pasar para reclamar el cuerpo del “Pilo”, pero no la
dejaron. Y nosotros siempre supimos donde estaba su
cadáver, porque la Vero tenía un amigo periodista, que
Punitaqui: historias, relatos e identidad
era director del diario de Atacama. Y él nos llevó cuando
al sitio del cementerio de Copiapó donde estaban
enterrados los cuerpos. Después pasaron los años y en
1990 exhumaron los cuerpos de los asesinados y los
familiares tuvimos que ir a reconocerlos. El panorama
fue horrible, porque algunos habían sido mutilados con
cuchillos y corvos. Pasaron más de 15 años para que
pudiéramos recuperar su cuerpo. Ahora está enterrado
en un memorial de Copiapó junto con sus compañeros,
aunque a algunos pocos sus familiares se los llevaron a
Santiago. Mi hermano, como nosotros lo conocimos, fue
una persona buena, querendón de su familia. A lo mejor
sus ideas no eran las correctas, pero eso no justifica
que lo hayan matado como lo mataron, la manera
cruel en que lo asesinaron. Tenía apenas 21 años y le
quedaba toda la vida por delante. En Copiapó a él y a
sus compañeros les rinden homenajes todos los años,
porque él era muy conocido en esa ciudad. Nosotros
siempre lo vamos a recordar como lo que fue, un buen
hermano y un buen hijo. Si mi hermano estuviera vivo,
probablemente estaría con nosotros ahora, tendría
familia, esposa e hijos. Y nosotros tendríamos sobrinos”.
Edwin Mancilla Hess, junto a su hermano Max, en
Punitaqui. Años 60.

Edwin Mancilla Hess, adolescente. Edwin Mancilla Hess, en su época de estudiante.

42

El deporte en Punitaqui
Desde los albores del siglo XX la práctica del deporte fue
una saludable constante en la comuna de Punitaqui. Los
cronistas nos cuentan que para enfrentar los vicios y las
costumbres reñidas con la sana convivencia del pueblo,
algunos punitaquinos fundaron el 1 de marzo de 1937 el club
de fútbol Deportivo Colo-Colito, cuyo primer presidente fue
Hugo Valdivia.
La señora Eliana Valdivia Bugueño, vecina de Pueblo Viejo,
recordó que “por esa época se hacía mucho deporte en
Pueblo Viejo. Por eso se fundó el Deportivo Colo-Colito. Tuvo
muy buenos jugadores, venían grupos de afuera a competir,
tenían canciones. Edmundo Torrejón era el arquero y tocaba
la guitarra y cantaba cuecas muy lindas con el nombre de
los jugadores, como “No la tires tan alta Lucho Peralta”. En
aquellos años había mucha vida nocturna porque Los Mantos
estaba en todo su apogeo así que cuando al club le tocaba
jugar había un sargento Guerrero apodado “El Pomadita”, que
era el encargado el día sábado de salir a recorrer los boliches,
y si encontraba a un jugador lo mandaba para su casa. Por
obligación había disciplina”.
En la década del 40’, con los dineros que la CORFO le había
facilitado en calidad de préstamo, la Compañía Minera
de Punitaqui construyó un estadio con canchas de fútbol,
básquetbol y tenis, además de un velódromo, para que sus
trabajadores practicaran deporte. En el distrito urbano de
Punitaqui, por su parte, también se construirían varias canchas
años más tarde, siendo la más importante la famosa cancha
de básquetbol ubicada cerca de la municipalidad, lugar donde
además se realizaban las fiestas y bailes del pueblo.
El desarrollo de ciertas disciplinas a nivel local, como el fútbol,
permitiría en los años 80’ el surgimiento de deportistas
que destacaron a nivel nacional. Fue el caso del jugador de
fútbol Rodolfo Dubó, un recio y técnico mediocampista de
contención nacido en Punitaqui en septiembre de 1953 que
Primer registro fotográfico de Fútbol femenino. Punitaqui Años 60.
43
Punitaqui: historias, relatos e identidad
destacó a los 16 años cuando jugaba en Deportes Ovalle y
que posteriormente descollaría en clubes como Palestino y
Universidad de Chile, además de integrar la selección nacional
de fútbol que participó en el Mundial de España 1982 y la
Copa América de 1979, donde Chile llegó a la final, además
de las eliminatorias para los Mundiales de 1978, 1982 y 1986.
Dubó, después de una exitosa trayectoria, se retiró en el club
Lozapenco, para posteriormente entregar sus conocimientos
en las cadetes de Palestino (de donde salieron jugadores
tan destacados como Jaime “Pajarito” Valdés) y escuelas de
fútbol, además de ser entrenador de la selección chilena Sub-
20 durante un tiempo y de equipos como Melipilla, Unión La
Calera y Barnechea.
Además de actividades tradicionales como el Champion de
Rodeo que se organiza en la Medialuna municipal, organizado
por el club de Huasos de la comuna, en diversos puntos de
Punitaqui se realizan hoy diversas disciplinas deportivas
como campeonatos de fútbol, Mountain Bike y Tiro al Blanco,
además de actividades que aprovechan el contacto con la
naturaleza y que se realizan al aire libre como el trekking y
el andinismo. Asimismo, el Instituto Nacional del deporte, en
conjunto con la Municipalidad de Punitaqui, ha implementado
diversos programas para incentivar la práctica de deporte
tanto en jóvenes y niños, así como en mujeres y adultos
mayores, entregando a la comunidad diversos enseres para
la implementación de varias disciplinas deportivas como la
gimnasia, el handball y el básquetbol, además de talleres de
fútbol y escuelas deportivas.
Uno de los últimos hitos en el desarrollo del deporte en
Punitaqui fue la inauguración en el año 2013 del Estadio
Municipal, un bello recinto deportivo que destaca por su
impecable cancha sintética y cerca de un millar de graderías.
Debido al proceso de reconstrucción del estadio Municipal
de Ovalle, el club de fútbol de Deportes Ovalle ejerce hoy
su localía en el campeonato de Segunda división profesional
precisamente en este recinto.
Punitaqui: historias, relatos e identidad

Equipo de fútbol años 50.

Equipo de fútbol años 60.

44

El Festival del Molino de Punitaqui y otros
eventos tradicionales
Uno de los eventos más tradicionales de Punitaqui es el
llamado Festival del Molino, evento musical que se celebra
todos los veranos y que congrega a miles de personas de las
comuna (y de las localidades y ciudades aledañas) que acuden
a la Pampilla a ver a destacados cantantes y humoristas
nacionales e internacionales.
Los orígenes del Festival del Molino están íntimamente
ligados a la figura del ex alcalde Alberto Gallardo Flores, quien
durante sus dos gestiones (1981-1985 y 1993-1996) pasó a la
historia de la comuna por su gestión modernizadora. Impulsó,
de hecho, la pavimentación de la ruta Punitaqui-Ovalle, un
anhelo de varias décadas; creó el primer liceo municipal en
1983, remodeló el edificio municipal y la plaza de armas;
se construyó la Medialuna del Club de Huasos y se mejoró
el alcantarillado; remozó totalmente la calle Caupolicán, la
arteria principal de Punitaqui; puso en marcha un ambicioso
programa de viviendas sociales, destacando la construcción
de la población Villa O-Higgins y la Villa El Huerto, y, como
corolario, logró que Punitaqui fuera la única ciudad de la
IV Región que contó con transmisiones directas de la Copa
América, lo cual fue todo un acontecimiento para los miles de
aficionados al fútbol de la comuna.
Cantores Punitaquinos.
45
Punitaqui: historias, relatos e identidad
El cronista regional Lincoyán Rojas, en su libro “Familias
destacadas de Ovalle”, relata que “languidecía Punitaqui, con
su pobreza y escasas obras de adelanto… Y Alberto Gallardo
estaba desempeñando el cargo de jefe del Departamento
de Bienes y Servicios de la Universidad de La Serena. Tenía
27 años, cuando el intendente, coronel de Ejército Patricio
Serre, le pidió que asumiera el cargo de Alcalde en la comuna
de Punitaqui, dado su excelente currículum, condiciones
personales y el hecho de ser hijo de esa tierra, además de que
su padre Nicolás Alberto Gallardo Lorca había sido también
alcalde. No lo pensó dos veces, era la oportunidad de hacer
muchas cosas por su terruño, lo que efectivamente concretó
ya que en su primera gestión (1981-1985) se produjo un gran
auge y desarrollo, realizando innumerables obras de adelanto
como nunca se había hecho. Era el edil estrella, y le pidieron
que se trasladara a la tercera región para hacerse cargo de la
comuna de Huasco. Llegaron las elecciones de 1993 y postuló
a un segundo periodo en Punitaqui. Sacó una abrumadora
mayoría de votos (1993-1996) y nuevamente trabajó con
mucho entusiasmo concretando nuevas obras de adelanto”.
Lincoyán Rojas agrega que “su gestión fue muy fructífera
en esos dos periodos. Tiró a la comuna para arriba, hubo
desarrollo y trabajo. Acuñó el lema “Punitaqui, tierra de
los molinos, la música y la amistad”. Hombre de acción, “El
Festival de la Canción El Molino”, fue otra de las iniciativas del
Punitaqui: historias, relatos e identidad
alcalde Gallardo, cuya primera versión se llevó a cabo en 1982,
contando con la asesoría de René Milla Cortés. Lo organizaba
la Municipalidad de Punitaqui y el Canal 8 de Televisión
Regional, que en ese tiempo dirigía el punitaquino Oscar
Rojas. Este certamen artístico musical, que se realizaba en
la segunda quincena de enero, alcanzó singular éxito, y tenía
como finalidad estimular la creatividad de los compositores
de la IV Región y dar a conocer las bondades turísticas
de la zona. Se seleccionaban las diez mejores canciones
internacionales. Participaban excelentes temas inéditos
interpretados por artistas regionales y un show estelar con
invitados nacionales de gran jerarquía que después actuaban
en el Festival Internacional de la Canción de Viña del Mar. Por
su escenario pasaron el grupo cubano Varadero, el canadiense
Los Blue Demond, mítica banda musical Punitaquina.
La fiesta religiosa de El Peral
El Peral es un pequeño caserío ubicado a 11 kilómetros
de Punitaqui, a 520 metros sobre el nivel del mar, que ha
adquirido notoriedad en toda la provincia del Limarí gracias
a la famosa fiesta religiosa que se celebra cada segundo
domingo de octubre en honor a la Virgen del Rosario. Según
cuenta la leyenda, la pequeña imagen de 10 centímetros de
la Virgen del Rosario, que data del siglo XVIII, fue encontrada
por una niña en una quebrada cercana al pueblo de El Peral.
Los registros más antiguos de la fiesta de la Virgen datan de
1848, fecha en la que mediante un escrito se relataba cómo
se organizaba la comunidad para realizar la que, ya en ese
entonces, era toda una tradición en la localidad.
46
Anton Stevens, Alberto Plaza, Buddy Richard, Nicole, Myriam
Hernández, Los Hermanos Zabaleta, María Inés Naveillán, la
orquesta de Horacio Saavedra, el conjunto Bafona y, entre
los humoristas, Hermógenes con H, Palta Meléndez y Álvaro
Salas”.
Además del Festival del Molino, otros eventos tradicionales
que se celebran en la comuna son la Semana Punitaquina y
la Gran Pampilla oficial, fiesta enmarcada en la celebración
de Fiestas Patrias que se realiza en la cancha La Higuerita y
donde se ofrecen destacados números musicales y diversos
juegos tradicionales para los asistentes, que además pueden
disfrutar de asados y comidas típicas.
Mario Ortiz, coordinador de la comunidad de El Peral, relata
que “la fiesta de la Virgen de El Peral parte en el mes de
agosto con la peregrinación de la Virgen por cada uno de los
hogares. Una vez finalizada la visita a las casas, se prepara
la novena y los días principales de celebración. En la víspera
de la celebración misma, en la tarde del día sábado, se
presentan los bailes religiosos, antes de una misa y la llamada
procesión de la Luz. El día domingo, en tanto, las actividades
comienzan en la mañana, antes de la misa de rigor. Y después
de la homilía, cerca de las 16 horas, se realiza una gran
procesión por todo el pueblo, donde destaca la despedida
que le hacen a la Virgen los diversos bailes religiosos. La
fe que se experimenta en esa jornada se explica porque la
Virgen representa la identidad que tenemos como pueblo. A
lo mejor turísticamente no tenemos mucho que ofrecerles a

quienes nos visitan, pero cada año llegan miles de personas
para pedirle a la Virgen del Rosario que interceda por ellos”.
El momento más significativo de la celebración religiosa
de El Peral se vive, sin duda, cuando la imagen de la Virgen
del Rosario es transportada en procesión por las estrechas
calles del poblado. Con bailes religiosos, cantos y un sentido
rezo del Rosario, los fieles manifiestan su amor y cariño
a su “patroncita”, jurando fielmente mantener viva esta
manifestación de piedad popular.
El padre José Pérez, párroco de la Inmaculada Concepción
de Punitaqui, a la cual pertenece la comunidad de El Peral,
explica por su parte que “esta fiesta reúne a toda la familia
y es un encuentro de especial amor con Dios y nuestra
Madre. Es, a la vez, una ocasión propicia para evangelizar a
nuestros hermanos más alejados para recibir en esta ocasión
la bendición del Señor y de la Virgen del Rosario. Esta es una
fiesta que cada año adquiere una mayor relevancia, por el
Bailes Chinos en Fiesta religiosa El Peral.
47
Punitaqui: historias, relatos e identidad
hecho de que mucha gente siente mucha devoción por la
Virgen. Entonces se han ido involucrando cada vez más con
esta festividad, con bailes religiosos que convierten a esta
fiesta en un evento muy bonito y significativo. Ahora, en
estos tiempos en los que nuestra región atraviesa por una
gran sequía, espiritualmente nos ayuda mucho estar más
cerca de nuestra madre María para sentir más esperanza para
enfrentar esa difícil situación”.
El alcalde de Punitaqui, Pedro Valdivia, quien ha participado
en varias versiones de la centenaria celebración, opinó
finalmente que “este fervor de las personas por la Virgen
María es muy bonito de ver en nuestra zona. Esta fiesta
tiene una antiquísima historia detrás y se ha constituido en
una tradición muy importante para todas las generaciones
de nuestra comuna. Por eso es muy importante que esta
tradición, tan relevante para tanta gente, no se pierda, se
mantenga y siga creciendo”.
Punitaqui: historias, relatos e identidad
El día que la tierra se estremeció: El
terremoto de Punitaqui de 1997
En la mañana del 15 de octubre de 1997 un violento terremoto
de 7,3 grados en la escala de Richter, con epicentro en la
comuna de Punitaqui, sacudió a esta localidad (y a gran parte
de la provincia del Limarí), dejando un saldo de 8 personas
fallecidas, casi 60 mil damnificados y cientos de viviendas y
edificios derrumbados.
A las 22 horas del 14 de octubre ya se había sentido un fuerte
movimiento de tierra oscilante que tuvo una duración de casi
dos minutos, lo que fue sólo un preámbulo del destructivo
movimiento telúrico que se produjo al día siguiente, cuyo
centro de origen, según los sismólogos, se ubicó en un punto
en el camino entre Punitaqui y Ovalle, a 8 kilómetros de la
localidad de Los Molinos y a 22 kilómetros de la capital de
la provincia del Limarí, a 56 kilómetros de profundidad, en
el interior de una falla geológica que se ubica en este sector.
Precisamente, debido a que este sismo se generó a una gran
profundidad y al interior del continente (los terremotos en
Chile se producen por el avance de la placa de Nazca desde el
oeste, que se hunde bajo la Placa Continental Sudamericana),
la energía que se liberó fue mucho más destructiva que
otros movimientos telúricos más superficiales que también
provocaron un fuerte impacto, pero en regiones más acotadas.
desastre fue bastante grande, una familia completa murió en
Pueblo Nuevo y una persona falleció aquí en el pueblo de un
ataque al corazón”.
Horas después de ocurrido el movimiento telúrico, se formó
un comité regional de emergencia, liderado por el entonces
intendente Renán Fuentealba, quien organizó y dispuso de
inmediato medidas para superar la emergencia y preparar
un futuro plan de reconstrucción, que partió con un catastro
de daños levantado por personal de distintas reparticiones
públicas, sobre todo del área construcción y del área social.
Además, en la sede de la gobernación de Ovalle (ciudad que
también sufrió serios daños en poblaciones, villas, locales
comerciales, escuelas y edificios emblemáticos como la Plaza
de Armas, el Teatro Municipal, La Feria Modelo y la Iglesia
de San Vicente Ferrer) se apostó personal de la Onemi de
Santiago, encabezados por el director Alberto Maturana, para
coordinar la labor de los cómites de emergencia y las tareas
de reconstrucción. Toda esta labor se vio facilitada con la
acertada decisión del gobierno de la época de declarar a la
provincia como Zona de Catástrofe, lo que implicó el oportuno
desvío de recursos a la zona afectada.

El Alcalde de la época y actual concejal, recuerda que si bien

el terremoto asoló a toda la provincia del Limarí, la comuna
de Punitaqui fue la más afectada de todas, pues debieron
lamentarse seis personas fallecidas, sin mencionar que casi
todo el pueblo quedó en el suelo. “La vista del pueblo era
una escena dantesca, sacada del infierno. Estaba todo botado
en el piso, pero nos ayudaron de inmediato desde distintas
partes del país, y también desde el extranjero, como Cuba.
La gente se sensibilizó de inmediato porque los noticieros y
los matinales de los canales de televisión abierta le dieron
una gran cobertura. Mal que mal, había sido el terremoto
más grande que había ocurrido en Chile durante esos últimos “Niños de Punitaqui, sector Ajial de Quiles; post terremoto.”
10 años. Después del terremoto vinieron al pueblo distintos
personeros del gobierno de la época, que en ese tiempo era
presidido por el presidente Eduardo Frei. Llegaron Ricardo
Lagos, Ministro de Obras Públicas, y Belisario Velasco,
subsecretario del Interior, quienes recorrieron a pie el pueblo
para interiorizarse en terreno de los terribles daños que el
terremoto había causado a toda la comuna”.

Bernardo Escalante, locutor de la radio “Vida Nueva” de

Punitaqui, recuerda que “el aspecto del pueblo cambió
totalmente después del terremoto, porque la mayoría de las
casas eran de adobe y se vinieron abajo, mientras que las que
no se cayeron quedaron bastante agrietadas. Nosotros, en la
radioemisora, también sufrimos este embate de la naturaleza
y debimos salir al aire en carpa y con equipos electrógenos. El

48

El nuevo terremoto del 2015
18 años después del terremoto de 1997, el 16 de septiembre
del 2015, la región de Coquimbo se vería nuevamente
sacudida por otro terremoto, que esta vez tuvo 8.4 grados en
la escala de Richter y que tuvo su epicentro en el mar, frente
a la comuna de Canela, en la provincia de Choapa. En esta
oportunidad la comuna de Punitaqui también fue afectada
por este nuevo embate de la naturaleza, y muchas casas de
adobe quedaron con serios problemas estructurales, algunas
de las cuales eran consideradas patrimonio cultural de la
comuna.
El alcalde de Punitaqui, Pedro Valdivia, explicó que
“calculamos que con el último terremoto quedaron dañadas
la totalidad de las casas de adobe, tanto en el centro urbano
como rural. El casco histórico quedó parcialmente destruido y
es ahí donde se debió focalizar la reconstrucción”..
Los punitaquinos, en todo caso, ya están curtidos con estos
intempestivos y violentos movimientos de la tierra. Saben
que los terremotos siempre han formado parte de la historia
de la localidad. Y a ellos les debemos, en gran parte, el paisaje
que ofrece la particular geografía de la comuna.
Pablo Neruda y sus lazos con Punitaqui
El poeta chileno Neftalí Reyes Basoalto, conocido
mundialmente como Pablo Neruda, premio Nobel de
Literatura 1971, es una de las máximas figuras de la lírica
hispanoamericana gracias a obras cumbres como “Veinte
poemas de amor y una canción desesperada”, “Canto General”
y “Residencia en la tierra”. Sin embargo, pocos saben que el
vate nacido en Parral en 1904, un declarado amante de los
viajes y las tierras extrañas y exóticas, anduvo alguna vez por
Punitaqui en su mocedad y vida adulta, visitando a algunos de
49
Punitaqui: historias, relatos e identidad
sus familiares que allí vivían.
Edita Molina Basoalto, una de las vecinas más antiguas de
Pueblo Viejo, revela que “el papa de mi madre era primo
hermano de Pablo Neruda, por lo que don Pablo vendría a
ser mi tío abuelo. Yo era muy pequeña cuando anduvo por
acá y sólo con los años vine a saber que Pablo Neruda no sólo
anduvo por Punitaqui, sino que también se quedó a alojar en
la casa de nuestra familia”.
Para conmemorar este hecho, la municipalidad de Punitaqui
inauguró en mayo del 2014 un busto en recuerdo del famoso
premio Nobel chileno en la plaza de Pueblo Viejo, a pocos
metros de la casa donde Neruda se alojó. La señora Edita
Molina Basoalto, a propósito de este homenaje, explicó que
“mi madre no tuvo el privilegio de poder ver esto y hubiera
sido muy feliz. Es algo maravilloso y lo curioso es que la poesía
mi familia la lleva en la sangre, pues mi sobrino y mi hijo
también escriben”.
Pedro Valdivia, alcalde de Punitaqui, señaló que la motivación
para realizar este homenaje fue “que Pablo Neruda estuvo
acá en la zona cuando escribió el “Canto General” y su familia
sigue siendo parte de nuestra comuna. Había que hacerle
justicia pues a Punitaqui Neruda lo hizo conocido en todo
el mundo gracias a un poema y eso, para nosotros, es un
privilegio”.
En efecto, Pablo Neruda, cuando estuvo en Punitaqui, no sólo
disfrutó del cariño de los suyos y del bello y agreste paisaje
de la zona. También escribió un poema titulado “Las Flores de
Punitaqui”, incluido en su obra “Canto General”, que el vate
comenzó a escribir en 1938 y publicó finalmente en 1950. El
poema es el siguiente:
Punitaqui: historias, relatos e identidad
LAS FLORES DE PUNITAQUI

Era dura la patria allí como antes. si aquellas flores hijas de agua roja

Era una sal perdida el oro, volvieran desde el fondo sepultado del hombre.

era un pez enrojecido y en el terrón colérico Tomé sus manos y sus flores, tierra

su pequeño minuto triturado despedazada y mineral, perfume

nacía, iba naciendo de las uñas sangrientas. de pétalos profundos y dolores.

Entre el alba como un almendro frío, Supe al mirarlas de dónde vinieron

bajo los dientes de las cordilleras, hasta la soledad dura del oro,

el corazón perfora su agujero, me mostraron como gotas de sangre

rastrea, toca, sufre, sube y a la altura las vidas derramadas.

más esencial, más planetaria, llega Eran en su pobreza

con camiseta rota. la fortaleza florecida, el ramo

Hermano de corazón quemado, de la ternura y su metal remoto.

junta en mi mano esta jornada, Flores de Punitaqui, arterias, vidas, junto

y bajemos una vez más a las capas dormidas a mi cama, en la noche, vuestro aroma

en que tu mano como una tenaza se levanta y me guía por los más subterráneos

agarró el oro vivo que quería volar corredores del duelo,

aún más profundo, aún más abajo, aún. por la altura picada, por la nieve, y aun

Y allí con unas flores por las raíces donde sólo las lágrimas

las mujeres de allí, las chilenas de arriba, alcanzan.

las minerales hijas de la mina, Flores, flores de altura,

un ramo entre mis manos, unas flores flores de mina y piedra, flores

de Punitaqui, unas rojas flores, de Punitaqui, hijas

geranios, flores pobres del amargo subsuelo: en mí, nunca olvidadas,

de aquella tierra dura, quedasteis vivas, construyendo

depositaron en mis manos como la pureza inmortal, una corola

si hubieran sido halladas en la mina más honda, de piedra que no muere.

50
 Punitaqui: historias, relatos e identidad

51
Punitaqui: historias, relatos e identidad
Tristán Altagracia, el poeta de Punitaqui
Bernardo Araya Pérez, quien se haría posteriormente
conocido en los círculos literarios nacionales por el nombre
de Tristán Altagracia, nació en los Mantos de Punitaqui en
1941. Realizó sus estudios en Punitaqui y Ovalle, y después,
en Valparaíso y Santiago, donde siguió la carrera de Historia
y Geografía en el Instituto Pedagógico de la Universidad
de Chile, ejerciendo como profesor en establecimientos
educaciones de Chillán, Santiago y La Serena. Se le considera
miembro de la generación literaria conocida como “veteranos
del 70’ ” y desarrolló en los años 80’ una fructífera carrera
literaria en Santiago.
Entre sus obras más destacadas se encuentran “Limeta
Topacio”, “El atelier del poeta”, “Taxi nocturno”, “Santiago
espiritual en el nuevo extremo de la vida”, “Estrellas del
Mataró” y “Norte Profundo”. El cronista regional Lincoyán
Rojas explica que “sus libros han recibido elogiosos
Sintonía con el lejano País de la Radio
Cada mirada que robo en la calle -me dijo- el guitarrista
le añade un día a mi vida.
y luego musitando en voz baja entonó
su canción preferida:
“Nunca los celajes del poema. Tampoco los vientos,
concedieron aguas como aquellas lágrimas
que al verlas descalzas contigo
hacia el Edén remaron”.
Sepan ustedes: él, es un poeta joven que surge de la calle.
Contento, me confiesa “que la radio es su amiga”.
Se siente emparentado no tanto con la música
como con la voz de la radio.
Es una voz sublime -continúa diciéndome- pero, ¡épa!
¡Cuidado! no hay que confundirla con las voces
que salen de ella.
Este joven poeta -pienso-
ama
la capacidad que la radio tiene,
52
comentarios de los críticos. Sus trabajos han sido reproducidos
en distintas antologías nacionales y traducidas a tres idiomas:
inglés, francés e italiano. Se recuerda su gran recital poético
“Reflejos desde el Norte profundo”, con textos que reflejan el
imaginario cultural de la provincia de Limarí, en especial de
Punitaqui de su infancia, el de los cerros de los mineros, de
los lavaderos de oro”.
Pocos días antes de su fallecimiento, en el año 2006,
Tristán Altagracia participó en el lanzamiento de las “Postales
mágicas de La Serena”, tertulia literaria que contó con varios
creadores de la zona. Su labor poética inspiró años más tarde
el documental “Todo habla de Poesía: Vida y Obra del Poeta
Tristán Altagracia”, de la documentalista Hildegard Steffen.
Uno de sus poemas más conocidos es el siguiente:
para transmitir la ilusión de personas a largas distancias.
Por eso agrega:
“Todas las noches duermo con la radio prendida”.
Lo cierto es que él cree, en un Lejano País de la Radio.
Cree además:
que jamás encontrará ese país
de modo que se conforma sólo con escucharlo.
Cree
haber sido expulsado del País de la Radio
y que está condenado a rondar eternamente
tras las ondas que cruzan el éter
a través del espacio.
Se siente condenado a continuar buscando
una emisora mágica
que le devuelva la herencia perdida.
Ahora bien, resulta que ese joven poeta
padece de esquizofrenia y él es además:
mi hijo
 Punitaqui: historias, relatos e identidad

a quién le digo que un día de estos

nos veremos nosotros mismos
embellecidos por la música.
Cuando vayamos amaneciendo para siempre
en el cielo inmenso
del mágico y Lejano País de la Radio.
¿Cuándo sucederá? -me dice- parando la oreja
Le digo: cuando tú y yo seamos soñados por la luz
que viene aún viajando
desde las estrellas de Mataró.
Pero no logro convencerlo
Eso nunca pasará -me replica-.
Luego rascándose la cabeza
mira el cielo y me sentencia:
No te equivoques poeta
Eso será más arriba de las estrellas nuevas
Las estrellas del País del Dolor
y sólo podrá ocurrir
cuando ya no haya nadie
con quien poder hablar sobre la Tierra.

Tristán Altagracia.
53
Punitaqui: historias, relatos e identidad
Punitaqui en el siglo XX: Remembranzas
y anécdotas
En 1930 los periódicos locales “La Opinión” y “La Verdad”
destacaban las principales inquietudes de los punitaquinos
de la época, que por entonces se limitaban a mejorar la
iluminación del sector céntrico, reparar la alcantarilla que unía
el camino del pueblo con Ovalle o combatir la contaminación
de las aguas del estero.
Algunas décadas más tarde, muchas cosas habían mejorado,
como por ejemplo el transporte público, gracias a las micros
que hacían el viaje Pueblo Nuevo – Punitaqui - Ovalle y que
pertenecían a los hermanos Jorge y José Roco. La señora
María del Carmen Rojas, propietaria de la chanchería “El
Pobre Flaco”, recuerda que “las personas en los años 60’
se trasladaban en burritos y caballos porque no teníamos
locomoción colectiva, excepto las 2 micros de los señores
Roco y algunos camiones mixtos, que cumplían una función
muy importante: transportar carga y pasajeros. En el pueblo
algunos de estos camiones mixtos tenían nombres: “El Noble”,
de don Alfredo Díaz; “El Patito”, que iba a La Rinconada y La
Esmeralda, de don Juan Gallardo. Para Manquehua pasaban
el camión de Juan López y la camioneta de Aniceto Ávila de la
Centinela; después hubo un Expreso de Custodio Tapia, que
era una especie de liebre. Las micros de José y Jorge Roco
cumplían la tarea de traslado a Ovalle, en la mañana y en la
tarde. Se demoraban una hora y algo”
Efren Roco, hijo de Don José y de actuales 62 años, recuerda
que “yo nací prácticamente arriba de una micro porque mi
papa tenía camión y yo empecé a manejar en ese tiempo. En
el año 61’ me hice cargo de una micro que fue la primera que
tuve mi papá, una Chevrolet del año 58. El camino a Ovalle en
ese tiempo era malazo y había que vivir debajo de las micros y
bajarse continuamente a cambiar resortes y amortiguadores.
Después él cambió esa micro por otros modelos más nuevos.
Mi papá con mi tío Jorge fueron los impulsores de las micros en
Punitaqui, porque también tenían camiones mixtos, esos que
llevaban carga y pasajeros. El “Coralito” que le decían, aunque
acá también le decían el “Patito”. Mi tío tenía una micro del
año 54 que salía de Los Mantos, mientras que la micro de mi
papá lo hacía desde Punitaqui. La micro se demoraba de aquí
a Ovalle como 1 hora y 10 minutos, más o menos. Andar en
micro era una cosa muy familiar porque todos se conocían,
y uno con plata o sin plata viajaba igual. Yo, por ejemplo, a
los niños que iban al colegio los traía gratis de Pueblo Nuevo,
de Los Mantos para acá. Por eso nunca surgimos en cuanto a
lucas, pero bueno, así era la vida. Todavía hay mucha gente
que se acuerda de eso. La micro siempre se iba llena a Ovalle
porque la gente iba a comprar allí a los almacenes y a la feria
cosas como artículos suntuarios y harina. La gente nueva que
llegaba acá era muy poca. El año 81’ mi padre falleció y como
yo estaba trabajando en el norte, mi hermano Aliro se hizo
cargo de la micro”.
54
El mismo Efrén Roco, hablando de otros temas, asegura que
la vida antes era muy distinta a la de hoy. “La misma juventud
de antes era otra cosa. Aunque hoy Punitaqui todavía es
tranquilo y puedes caminar sin problemas a las 3 o 4 de la
mañana sin que te pase nada. Antes se hacían los bailes y los
malones; las niñas preparaban los sanguchitos, los canapés,
las tortitas mientras que los hombres hacían un vino blanco
con canela, aunque nadie se curaba y se bailaba hasta altas
horas de la madrugada, que en ese tiempo eran como la una
de la mañana”.
Bernardo Escalante, locutor de la radio de Punitaqui, recuerda
que cuando llegó a Punitaqui a los 10 años “esto era un
pueblito. En las calles no habían más que una o dos ampolletas
prendidas y la calle principal era de tierra. Nosotros veníamos
de Santiago, vivíamos en plena avenida Vicuña Mackenna. El
tránsito era bastante intenso y más encima había un trencito
que pasaba muy cerca de nuestra casa, así que había bulla
día y noche. Pero llegamos a Punitaqui y había un silencio
tremendo y con mi hermano menor Lindor llorábamos todas
las noches, porque este silencio nos mataba, nos hacía doler
la cabeza. Ahora, muchos años después, ese mismo silencio
es un tesoro para nosotros. Es que Punitaqui se le metió en la
sangre a toda nuestra familia”.
El mismo Don Bernardo recuerda con nostalgia las fiestas
que se celebraban en Punitaqui en los años 60’, porque eran
verdaderas celebraciones familiares. “Todos se agrupaban
en la cancha de básquetbol, que era donde se hacían los
bailes. Y todos se conocían entre sí; todo el mundo sabía
qué lugar ocupaba cada familia de Punitaqui en una fiesta.
En un rincón estaba la familia Varas, en otro rincón estaba la
familia Valdivia, en otro rincón la familia Araya y todo el lugar
se iba copando sin que nadie tuviera las mesas reservadas.
Eran verdaderas kermesses. La gente también era un muy
responsable. Iba toda la familia, los padres y también los
hijos, con la salvedad de que si alguien quería bailar con una
hija tenía que pedir permiso a los mayores de la familia. Y
nosotros como banda tocábamos en el medio de la plaza. Y
esas grandes fiestas se hacían dos veces al año, para el Año
Nuevo y para las celebraciones en las semanas punitaquinas
en enero. Y para el 18 de septiembre se hacían verdaderas
ramadas, unas siete, donde ahora está ubicado el liceo
Alberto Gallardo. Allí se hacían las ramadas de los famosos
fonderos de aquella época y todo el mundo sin saber bailar
cueca bailaba cueca igual, era como bailar cumbia ahora. Eso
era lo más bonito”.
Don Bernardo también rememora que “antes había dos
iglesias como ahora, pero las principales eran la de Pueblo
Viejo, donde se hacían las actas de bautizo y los casamientos,
etc. Pero más o menos por el año 55’ se empezaron a
construir los edificios sólidos del pueblo, como una iglesia
más grande para recibir más fieles, con unas oficinas más
modernas a donde se trasladaron las antiguas oficinas de

Pueblo Viejo. Entonces los párrocos se vinieron a vivir aquí
en la sede parroquial de Punitaqui, edificio que duró hasta
el terremoto de 1997. Y en su lugar se construyó un edificio
un poco más moderno, que ahora sufrió un poquito con el
último terremoto del 2015, que pese a los daños igual siguió
funcionando para el bien de los feligreses”.
La profesora jubilada Marta Maturana, quien vive en la
actualidad en una casa ubicada en el 639 de la calle Caupolicán,
el mismo inmueble donde sus padres fueron comerciantes
y tenían un almacén, una tienda y una zapatería, recuerda
que “cuando era niña el pueblo era muy tranquilo y todos
los caminos eran de tierra, y como no había luz eléctrica
habían faroles a carburo. En las tardes salía el encargado de
la luz de Punitaqui prendiendo todos los faroles en este calle
larga, Caupolicán, y después por algunas calles aledañas. Y
las lámparas permanecían prendidas con carburo toda la
noche. Ha pasado mucho tiempo ahora, pero ahora quiero
a mi pueblo tal como entonces. De hecho, pretendo morir en
Punitaqui, porque tengo listo mi nicho en el cementerio del
pueblo”.
La misma señora Marta recuerda que una de las grandes
preocupaciones de la municipalidad de Punitaqui a comienzos
del siglo XX fue el fomento y desarrollo de la educación, ya que
en 1916 se decretó la instrucción obligatoria para los niños
de ambos sexos entre los 8 y los 14 años. “Cuando yo era
niña la escuela vieja estaba en la calle Caupolicán, eran dos
casas familiares. Yo estuve acá hasta cuarto de preparatoria
y después estudié en una escuela de monjas en La Serena,
Cuando me recibí de profesora llegué a trabajar a la escuela
de Punitaqui, que pese a que tenía poquitos alumnos estaba
dividida en la escuela de niños 16 y las escuela de niñas 17.
Después se fusionó y se hizo mixta. También me tocó hacer
clases en escuelas de El Delirio, Los Mantos y Ovalle”.
La señora Eliana Valdivia Bugueño, una de las vecinas más
conocidas y antiguas de Pueblo Viejo, recuerda que en 1935
“me tocó entrar a la escuela, pero esta ya no estaba aquí. Se
había trasladado para el otro lado a la calle Caupolicán, los
hombres iban en la mañana y las niñas en la tarde. Para el 21
de mayo y el 18 de septiembre nos traían a misa y después
a la Plaza de Armas al acto cívico. Después en Pueblo Viejo
empezó a funcionar la escuela Parroquial Arturo Prat, la
cual tenía como profesora a la señorita Hilda Contreras. Su
enseñanza era muy buena, y los padres la preferían para
educar a sus hijos, pero sólo tenía hasta tercero”. Hoy, son
varios los establecimientos que educan a los jóvenes de la
comuna, como los colegios “Sali Hochschild”, “Bélgica” e
“Irma Salas Silva”.
Las “picadas” culinarias también formaron parte de la
memoria del pueblo de Punitaqui. María del Carmen Rojas,
propietaria de la “chanchería” “El pobre Flaco”, célebre por
55
Punitaqui: historias, relatos e identidad
sus famosos arrollados, recuerda que este local comenzó
a funcionar en el lejano año 1947. “Yo llegué acá en el año
60’. En ese tiempo se trabajaba con leña y era todo mucho
más sacrificado. Nosotros empezamos por ese tiempo a
vender productos derivados del cerdo, como las cecinas y
los arrollados, porque mi esposo trabajó con un tío al que
le gustaba mucho ese animal. Con respecto al nombre de
“El pobre Flaco” que tiene el local la historia es muy simple.
Cuando pasaban los mineros con sus lamparitas al frente del
local, mi marido Gustavo los llamaba y les decía “Pasen a ver
al pobre flaco”, porque él en ese tiempo era muy delgado. Y
toda la gente le empezó a decir así al establecimiento, hasta
que fue bautizado con ese nombre”.
Las historias insólitas o graciosas en Punitaqui, lugar
donde siempre hubo almacenes, expendio de alcoholes,
amasanderías, molinos de harina, carnicerías y boliches para
pasar un rato divertido, también estaban a la orden del día.
Una vez, un vecino llamado Víctor Santander, que tenía un
expendio de bebidas alcohólicas, pintó su local de color verde
y blanco. Pero unos jóvenes del pueblo tuvieron la ocurrencia
de llevar la pizarrita donde decía “Expendio de bebidas” y
clavarla a la pared del retén de Carabineros y colocar el letrero
de esa repartición policial en la pared de don Víctor. En esos
tiempos era custodio del orden del pueblo un policía apodado
“Pluma Roja”, quien removió en vano cielo y mar para dar con
los responsables de la broma.
La señora Eliana Valdivia, vecina de Pueblo Viejo, relató
que una vez se contrató como encargado del cementerio
a un vecino de la localidad de Viña Vieja al que apodaban
“Don Tiriquín”, pero que se hizo famoso después porque se
descubrió que iba al camposanto algunas noches a sacarle la
ropa a los muertos. “Llevaba estas ropas a la casa de empeño
de Ovalle para venderlas. Una vez, un señor de Los Mantos
a quien hacía poco se le había muerto su esposa, vio en
la calle a una mujer vestida con el mismo traje con el que
habían enterrado a su señora. Allí se descubrió lo que hacía
el panteonero, quien fue tomado preso y pasó en la cárcel
varios años”.
La misma señora Eliana relató que una vez su padre, Víctor
Valdivia, fue a Ovalle a sacarse una muela, pero se encontró
con unos amigos con los cuales fue al “Viejo Rincón”, un
restaurante que quedaba en el mercado de esa ciudad. “Sus
amigos, que ya estaban bastante curados, le dijeron “Don
Víctor, no gaste su plata en el dentista, nosotros le sacamos
la muela”. Así que con un alicate se la extrajeron. Mi papá
después llegó muy contento a la casa, mientras mi mamá
estaba hecha una furia”. La señora Eliana Valdivia, quien en
1956 se casó con un punitaquino de Pueblo Viejo llamado
Eduardo con quien tuvo 5 hijos varones, que le darían 13
nietos y 4 bisnietos, agregó que “en 1955 mi marido trabajaba
en la mina El Delirio. Una noche venía del trabajo como a las
Punitaqui: historias, relatos e identidad
11 de la noche bajando la cuesta de La Marina cuando siente
que venía un tropel de caballos. Escuchó perfectamente cómo
sonaban las herraduras al chocar con las piedras del cerro,
pero cuando se hizo a un lado para dejarlos pasar, vio que
no había nadie y que estaba completamente solo. Ahí se dio
cuenta que le estaban penando. Así que se vino pedaleando
más rápido por el tremendo susto que se llevó”.
Pablo González, hijo y nieto de punitaquinos, relata que se
crió en la casa de sus abuelos ubicada en la calle Caupolicán,
la misma que se cayó totalmente con el último terremoto que
afectó al pueblo. “Mi deseo es construir de nuevo esta casa y
dejarla tal como era. Por una cuestión netamente familiar. En
los años 50’ y 60’ esta casa fue la botica o farmacia del pueblo,
porque mi abuelo, Raúl González Bugueño, era el boticario
del pueblo. En un mueble guardaba todos los remedios que la
gente venía a comprarle, pero él generalmente los terminaba
regalando a las personas que no tenía muchos recursos. No
era muy bueno para los negocios, pero era buena persona
y creo que por eso terminó siendo alcalde del pueblo en la
década de los 60’. Él tenía una frase bastante célebre. Cuando
la gente le decía: “Don Raúl, estoy muy resfriado ¿Qué puedo
tomar?”, él les contestaba “Tinto con limón, tontorrón”.
También le ponía inyecciones a la gente y tampoco les
cobraba”.
Antiguo Desfile.
56
Con respecto a los veranos de las décadas de los 80’ y los 90’,
el mismo Pablo González dice que vivió en ese período de su
niñez y adolescencia momentos definitivamente entrañables.
“Fueron años muy bonitos y entretenidos. Yo llegaba aquí con
mis padres y lo primero que hacía era agarrar mi bicicleta y
desaparecía todo el día. Y mi mamá no se preocupaba porque
sabía que todo el mundo me conocía y podía almorzar en la
casa de unos tíos que vivían más abajo o en la casa de un
amigo. Después llegaba a la noche, cansado de haber jugado
todo el día a la pelota, andar en bicicleta o bañarme en el
estanque de algún pariente. Punitaqui está en uno de los
rincones más importantes de mi corazón. Hay cosas que
todavía no cambian. Esa costumbre de que toda la gente se
salude y se digan “Buenos Días”, aunque no se conozcan, se ha
mantenido. Pero ha llegado mucha gente nueva al pueblo por
el auge de la minería y no enchufo mucho con ellos, porque
han traído algunas modas que no me gustan mucho. En todo
caso, no querría irme nunca de acá. Acá te topas a cada rato
con personas que te conocen de chico y que te dicen “Oye,
hagamos un asado”. Y si uno está en problemas, esa misma
gente llega y te ayuda, porque todos son muy solidarios. Yo
daría mi vida por esta casa, la casa de mi abuelo, porque viví
aquí los mejores años de mi infancia, con amigos que me
conocen de niño. Yo ahora vivo en Santiago y siempre he dicho
que cuando esté más viejo, y cansado de todo, Punitaqui es
el lugar donde me quiero radicar. Y justamente en esta casa”.
 Punitaqui: historias, relatos e identidad

Blue Demond amenizando un Malón.

57
Punitaqui: historias, relatos e identidad

Antigua copa de Agua y casa de adobe en Punitaqui.

58
 Punitaqui: historias, relatos e identidad

Antiguas familias Punitaquinas en celebraciones dieciocheras, haciendo Pampilla.

59
Punitaqui: historias, relatos e identidad

Crecida de estero, y puente Colgante.

Aniversario celebraciones antiguas.

60

Algunos personajes pintorescos de
Punitaqui
Todo pueblo que se precie de tal está siempre definido por
sus habitantes, en especial por los llamados personajes
pintorescos. Seres humanos anónimos y otros no tanto que
crecieron en diferentes épocas, pero que llamaron la atención
de sus coterráneos por algún rasgo o motivo en particular.
Don Bernardo Escalante, ex funcionario de Correos de
Punitaqui y actual locutor de la radio “Vida Nueva” del
pueblo, recuerda que “me acuerdo muy bien de una señora
que vendía la verdura en un carretón tirado por un burrito
en la calle Caupolicán o la calle larga del pueblo, que tiene
una extensión de unos 2 kilómetros. Para hacerles saber a los
vecinos que venía, ella se hacía acompañar de un negrito, un
mocetón bastante corpulento, que vociferaba su mercadería.
No se le entendía nada de lo que le decía, pero todo el
mundo sabía que verdura era lo que vendía. Este negrito,
textualmente, vociferaba la palabra “Papamateuga”, es decir,
“papas, tomates y lechugas”. De esa historia compuse una
canción que grabamos posteriormente en un disco junto al
conjunto “Copihue Rojo” de Punitaqui, que cuenta la historia
de esta señorita y el negrito que la acompañaba a vender. La
canción se llamaba “El negrito papa”, que recuerda esa bella
época”.
Henry Contreras, un antiguo habitante del pueblo, añadió
que el personaje descrito anteriormente era conocido por
un apelativo bastante singular. “Su nombre era Abel, tal
vez Abelino, pero mis tías lo saludaban siempre como Abel,
aunque para todos nosotros será siempre recordado como
el “Negro de La Habana”. Nunca supe el por qué de ese
nombre, pero me imagino que era por el color de su piel. Lo
recuerdo repartiendo las bolsas de pan, muy temprano en
la mañana, antes de la salida del sol. Las bolsas las dejaba
colgada en las puertas de quienes le compraban el pan a Don
Segundo Flores, quien tenía su panadería en calle Los Carrera,
por ahí cerca de donde vivía Don Juan Gallardo, dueño de la
“Esmeralda”. Lo que me llamaba la atención es que las bolsas
de pan quedaban colgadas en las puertas de las casas, y nadie
osaba sacar un pan.
Posteriormente el negrito trabajaba con la Señora Olga, a
quien todos conocíamos como “Olga gallina”. Obviamente
nadie se lo decía a ella, pero así era conocida. Y desde su
pedazo de tierra que tenía en Pueblo Viejo- mas tirado para
El Higueral- salían a vender las verduras en una carreta tirada,
creo, por un burro. Aún tengo grabado su particular estilo
de gritar “chuuuga…ate..papa…pino” y algunas otras cosas
que no se le entendían mucho. En realidad todo el mundo lo
quería en el pueblo, y en su particular tono de voz, así como
ronca, conversaba con pocas palabras, y como que estiraba el
cuello un poco hacia arriba para que le salieran las palabras. Y
siempre enfundado en esos anchos pantalones y sus camisas
61
Punitaqui: historias, relatos e identidad
de franela. Eran gente sencilla y humilde, pero que para
nosotros fue muy significativa”.
Varios punitaquinos nacidos en los años 70’, que vivieron
su adolescencia y juventud en los años 80’ y 90’, recuerdan
por su parte a un enigmático personaje conocido como “El
Loco David”, que solía caminar por los cerros aledaños al
pueblo. Uno de ellos contó que “una vez con unos amigos
lo encontramos en el cerro y nos dio un tremendo susto al
principio, pero una vez que conversó con nosotros, nos dimos
cuenta que era un viejito super amable y respetuoso, todo lo
contrario a la persona agresiva que parecía ser desde lejos
cuando lo escuchábamos gritar. Eso me enseñó que las cosas
no siempre son como aparentan o como otros te las quieren
mostrar”. Otro punitaquino de esa misma época reveló por
su parte que “se comentaba que el “Loco David” había sido
detenido por los militares después del golpe de Estado de
1973 y por eso había quedado así”.
El mismo Henry Contreras, refiriéndose al mítico “Loco David”,
añadió que “yo lo conocí desde niño, ya que era familiar de mi
padre. Y en su juventud escribía poemas. En una oportunidad
tuve en mis manos un libro de poemas, o una antología
poética, y en ese libro habían algunos poemas escritos por
él, firmados con su nombre: David Santander. No sabría decir
si eran buenos o malos, pero si estaban esos poemas ahí
era por algo. También en una oportunidad mandó una carta
a la revista “Ercilla”, la antigua, esa que era de color café.
Después, con los años, lo atacó esa enfermedad terrible que
es la esquizofrenia. Es por eso que tenía sus ratos de locura y
sus ratos de lucidez, pero siempre fue un hombre bueno, pues
que yo recuerde nunca supe de que haya causado algún daño
a alguien. Un amigo me decía que muchos se preguntaban
de dónde sacaba las cosas que hablaba en el cerro. En ese
momento no le dije, pero hoy si lo puedo contar. Eran los
años 84’- 85’, en plena dictadura, y yo siempre compraba la
revista “Cauce”. Una vez que la leía se la pasaba a mi padre.
Él, a su vez, ya leída, la mandaba por correo a Punitaqui a un
compadre que tenía allá, y este caballero se la hacía llegar a
Don David. Él siempre había sido un buen lector, por lo tanto
se mantenía informado y en el cerro contaba con pelos y
señales todas las tropelías que se cometían por esos años.
Los carabineros asumían su locura, pero no se dejaban de
preguntar cómo obtenía la información. Su esposa se llamaba
Silvia, quien era dueña de la casa en la que vivían. En esa casa
mi familia vivió como cuatro años, allá por los años 60’. Pero
“Don David”, como yo lo llamo, no fue el único personaje que
había en nuestra tierra. Me acuerdo del “Minerillo”, de la
“Tonta Raquel”, “El Conillo”, “El Ojito” y su venta de helados,
Don Eduardo Robledo y sus competencias para los 18, mi tío
Custodio Alvarado y sus 21 cañonazos para el 21 de Mayo o
el 18, y su estruendosa risa cuando se tomaba sus cervezas
en la Fuente de Soda de Don Luis Díaz. En fin, son muchos y
bonitos recuerdos”.
Punitaqui: historias, relatos e identidad

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Referencias Bibliográficas:

-“Punitaqui Hoy y Ayer” (Hernán Cortés Olivares y Edelmira

González).

-“Causas de la Revolución de 1891 y cronología de acciones de

guerra del primer mes” (Ricardo Andrés Loyola, Boletín histórico
de la Sociedad de Historia y Geografía Marga Marga).

-“Recuerdos de Familia” (Eliana Valdivia Bugueño, Eva Valdivia

Ramírez, Víctor Muñoz Valdivia).

-“26 años de Periodismo” (Suplemento especial Diario “El

Ovallino”)

-“Cartas y anécdotas del contingente de Coquimbo en la Guerra

del Pacífico” (Osven Olivares Castro y Luis Malebrán Olivares).

-“El pueblo de Punitaqui: revisando los cambios en la tenencia de

la tierra y la gestión del recurso hídrico” (Lorena Bugueño, Natalia
Carvajal y Alan Ibacache).

-“Diccionario Biográfico” (Bicentenario Región del Limarí)”

(Lincoyán Rojas Peñaranda)

-“Familias destacadas de Ovalle” (Lincoyán Rojas Peñaranda)

Créditos:

Coordinador General Proyecto: Héctor Alejandro Garcia Aguilera.

Redacción: Héctor Leonardo Fuentes Campos

Idea original, Investigador, trabajo de campo, Fotografías

digitales actuales: Jorge Luis Fuentes Campos

Co-Investigadora: Ignacia Valdivia Rojas

Fotografías Históricas: Osvaldo Cuello Garcia

Asesor histórico: Osven Olivares Castro

Agradecimientos: Bernardo Escalante, Familia Mancilla Hess,

Efren Roco, Osvaldo Cuello, Carmen Rojas, Hernán Tapia, Osven
Olivares, Marta Maturana, Carmen Rodríguez, Edita Molina, Lucia
Vega.

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Otras Fotos:

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