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Universidad Sergio Arboleda

Escuela de Filosofía y Humanidades


Seminario sobre Descartes
Daniela Chavarro Fonseca
Meditaciones Metafísicas: IV y V

Análisis crítico de la cuarta y la quinta meditaciones

A lo largo del ejercicio analítico que se ha hecho con la obra cartesiana, Meditaciones
Metafísicas, es imprescindible, para su correcta comprensión, tener en cuenta que Descartes hace
un ejercicio inmanente que pretende volcarse pura y exclusivamente hacia la conciencia subjetivo,
buscando, a través del discurso, fundamentar toda la realidad. Para esto, como lo vimos en el
análisis que hicimos de las tres primeras meditaciones, el filósofo de la Haya busca un fundamento
último de todo el conocimiento y cuya fórmula consiste, como ya bien lo sabemos, en el cogito ergo
sum. Una vez Descartes ha probado su primera certeza fundamental, continúa su razonamiento
hasta llegar a la existencia de Dios y al hecho de su bondad para ahí anclar todo el resto de la
realidad, es decir aquello que hasta el momento no puede probar el cogito, es decir la existencia del
otro y del mundo material.

Sin embargo, a pesar de ciertas pinceladas que da en la cuarta y quinta meditaciones, estas
dos no llegan aún a la prueba de la existencia de la res extensa, sino que tratan dos problemas
fundamentales para el desarrollo posterior de la filosofía cartesiana, a saber, el problema del error
y la verdad en el hombre y la existencia de Dios, que viene a reforzar la positividad de la realidad
humana.

Es de notar, como lo decíamos anteriormente que la cuarta meditación se encuentra


enmarcada en un ejercicio puramente racional, entendiendo éste como la pretensión de apartarse
radicalmente del uso de los sentidos, lo que caracteriza la filosofía de la conciencia, iniciada por este
autor. Es por eso que Descartes nos dice: “apartaré sin dificultad alguna mis pensamientos de la
consideración de las cosas sensibles o imaginables. Para dirigirlo hacia aquellas que, estando
desprovistas de toda materia, son puramente inteligibles”. Ahora bien, en este punto cabe resaltar
que Descartes tiene una concepción dualista del hombre que le permite el desarrollo mismo de la
filosofía de la conciencia. De hecho, sus presupuestos antropológicos marcan, en la Historia de la
Filosofía, una nueva gnoseología
Y en verdad, la idea que tengo del espíritu humano en cuanto que es una cosa que piensa, y no
extensa en longitud, latitud y profundidad, y que no participa en nada de lo que pertenece al cuerpo,
es incomparablemente más distinta que la idea de cualquier cosa corporal. (Descartes, p. 192)

Nos encontramos pues frente a una distinción válida para la época entre el alma y el cuerpo, en
tanto que el alma no puede ser considerada como extensa y, sin embargo, el dualismo cartesiano,
expresado en estas líneas, rompe con la tradición Escolástica y marca el inicio de una nueva filosofía.

Pensado entonces en lo puramente inteligible, como lo dice el mismo autor, éste procederá
a explicar el origen del fraude y el engaño. Y aquí hay que decir, que para Descartes esto no es un
asunto menor, puesto que en la demostración que sigue a continuación se encuentra una de los
pilares de la filosofía cartesiana: el hombre es capaz de llegar a la verdad clara y distinta por ser obra
de Dios, de ahí que el hombre pueda depositar un voto de confianza absoluta en sus facultades.

En primer lugar, Descartes nos dirá que el engaño no puede venir de Dios en tanto que es
un ser perfecto y el engaño o fraude es un tipo de imperfección. Por eso el argumento sobre el genio
maligno ha de ser totalmente descartado y el sujeto puede confiar en su conocimiento. Prueba de
esto es que es posible para el hombre pensar únicamente en Dios sin equivocarse (es la segunda
certeza a la que llega Descartes por medio del ejercicio discursivo que hace) “Y en verdad, cuando
no pienso sino en Dios, no descubro en mí ninguna causa de error o de falsedad”. No obstante, el
hombre se ha de reconocer como un ser falible: “pero luego, volviendo sobre mí, la experiencia me
hace conocer que estoy, sin embargo, sujeto a una infinidad de errores.” Puesto que el hombre es
un ser intermedio entre Dios y la nada:
que yo soy como un término medio entre Dios y la nada, es decir, que estoy colocado de tal manera
entre el ser soberano y el no ser, que en verdad nada se encuentra en mí que me pueda conducir al
error en tanto que me ha producido un ser soberano; pero que si me considero como participante
en alguna forma de la nada y del no ser, es decir , en cuanto que yo mismo no soy el ser soberano¸
entonces me encuentro expuesto a una infinidad de deficiencias, de manera que no debo extrañarme
si me engaño. (Descartes, p. 193)

Descartes concluye que se engaña “porque el poder que Dios me ha dado para discernir lo verdadero
de lo falso no es en mí infinito”.

Ahora bien, es importante asumir el error más que como defecto como privación: privación
de un conocimiento. No obstante, Descartes parte del hecho de que su propia naturaleza es débil y
limitada y su propia imperfección no deja de hacer perfecto al creador, viendo el conjunto de los
seres creados.
Además, me viene también a la mente que no se debe considerar una sola criatura por separado
cuando se investiga si las obras de Dios son perfectas, sino en general todas las criaturas en conjunto.
Porque la misma cosa que podría tal vez con cierta razón parecer muy imperfecta si se hallara sola,
se la descubre muy perfecta en su naturaleza si es mirada como parte de todo este universo.

Es pues patente, a lo largo de esta meditación que Descartes busca resaltar la perfección del creador
y de su creación a pesar del error mismo. Aquí se encuentra un punto de interés vital para el giro
antropológico, que veremos más adelante.

Descartes dirá entonces que los errores del hombre dependen del concurso de dos causas: el
entendimiento y la voluntad. Por el entendimiento se concibe la idea que se afirma o se niega y esto
último corresponde propiamente a la voluntad. Y es que, a diferencia del pensamiento kantiano,
para quien pensar es juzgar, para Descartes en el juicio intervienen tanto el intelecto como la
voluntad. Entendemos pues el porqué de la siguiente afirmación de Descartes:
¿de dónde nacen mis errores? A saber, únicamente de que, al ser la voluntad mucho más amplia y
más extensa que el entendimiento, no la contengo dentro de los mismos límites, sino que la extiendo
también a las cosas que no entiendo; con respecto a las cuales, como ella es indiferente se extravía
muy fácilmente y escoge el mal por el bien, o lo falso por lo verdadero, Lo que hace que yo me engañe
y peque. (Descartes, P.197)
El entendimiento no está privado de ideas (en tanto que le corresponden), sino que simplemente
no las tiene. Y la voluntad es indeterminada y extensa, lo que hace que no se halle encerrada dentro
de ningún lindero. Así pues, el padre del racionalismo nos define esta facultad de la siguiente
manera: “ella sólo consiste en que podamos hacer algo o no hacerlo […], o, más bien, sólo que para
afirmar o negar, buscar o huir las cosas que el entendimiento nos propone, actuamos de tal manera
que no sentimos que ninguna fuerza exterior nos constriña a ella” (Descartes, p. 194) De ahí que
afirmemos con Descartes que la voluntad es una facultad que se desborda en su quehacer y por ello
es fuente de error. Pues ella se apresura a escoger antes de que el entendimiento le presente lo
falso y lo verdadero o lo bueno y lo malo. La voluntad, si es guiada por la razón, no yerra, puesto
que ésta le presentará aquello que es bueno y conveniente. En efecto, el entendimiento humano es
positivo: capaz de ver con claridad y distinción lo falso y lo verdadero. Y el hombre, por el ejercicio
constante de su razón puede llegar a no equivocarse nunca, es decir siguiendo las reglas de Método,
propuestas por el mismo autor.

El conocimiento verdadero es el juicio sobre lo que se conoce con claridad y distinción, sólo
así el hombre no se engaña. “Ahora bien, si me abstengo de dar mi juicio sobre alguna cosa cuando
no la conozco con suficiente claridad y distinción, es evidente que uso mi juicio muy bien y que no
me engaño. […] porque la luz natural nos enseña que el conocimiento del entendimiento debe
preceder a la determinación de la voluntad”. Las Reglas del método nos enseñan a sólo afirmar como
cierto lo que es claro y evidente, por eso, lo que sea contrario a esto constituye el verdadero error:
“Y en este mal uso del libre albedrío es donde se encuentra la privación que constituye la forma del
error.”

Respecto de la Quinta Meditación: Acerca de la esencia de las cosas materiales; y otra vez
acerca de Dios que existe, hemos de decir dos cosas. En primer lugar, que Descartes liga los rasgos
esenciales de la idea, es decir de cualquier manifestación metafísica, con los rasgos propio de la cosa
en la realidad. De hecho, Descartes habla de “naturalezas verdaderas e inmutables” propias de las
ideas, lo que nos hace pensar que su existencia no es ya ideal, sino real. Puesto que si la idea es
eterna y tengo sus propiedades es porque existe. Para demostrar esto, Descartes toma como
ejemplo la geometría: si se piensa en el triángulo, se ha de reconocer que las propiedades de éste
son anteriores a la concepción que tenga el sujeto de ellas.
Reconozco con mucha claridad y mucha evidencia que están en él [el triángulo], aunque yo no haya
pensado de ninguna manera en ello antes, cuando imaginé por vez primera un triángulo; y por lo
tanto no se puede decir que yo las haya imaginado o inventado. (Descartes, p. 201)

Aquí es preciso tener en cuenta que a la existencia de un rasgo esencial, le corresponde un


referente ideal. Pero, además, si se tiene una concepción clara de una naturaleza, a partir de la cual
se pueden “demostrar las diversas propiedades”, se debe afirmar, según este filósofo que son “por
lo tanto son algo y no la pura nada” (Idém). Es decir que aquello que se muestra con claridad y
distinción es verdadero.

En segundo lugar, hemos de mencionar el argumento respecto de la existencia de Dios que


se desprende de lo dicho primeramente. En efecto, esta parte de las Meditaciones Metafísicas nos
hace pensar de inmediato en el argumento ontológico de la existencia de Dios, formulado por san
Anselmo y retomado por Descartes. Descartes, en las meditaciones anteriores ya ha esbozado sus
argumentos respecto de la existencia de Dios y ha llegado a la certeza que mencionábamos al
principio, pero en la quinta meditación, encontramos nuevamente su formulación:
Es cierto que no encuentro menos en mí su idea, es decir, la idea de un ser soberanamente perfecto,
que la de cualquier figura o de cualquier número. Y no conozco con menos claridad y distinción que
una existencia actual y eterna le pertenece a su naturaleza, de lo que conozco que todo lo puedo que
puedo demostrar de alguna figura o de algún número. Y, por lo tanto, aunque se hallara que todo lo
que he concluido en la anteriores Meditaciones no es verdadero, la existencia de Dios debe pasar en
mi espíritu por lo menos tan cierta, como he estimado hasta ahora todas las verdades de las
Matemáticas que solo se refieren a números y figuras. (Descartes, p. 202)

Según este razonamiento, debemos decir entonces que la existencia es una característica
esencial de Dios, o sea que su existencia es parte integrante de la esencia, de ahí que no podamos
tener la idea de Dios sin afirmar también su existencia, de igual modo que no podemos concebir un
triángulo sin admitir con la suma de sus ángulos igual a dos rectos o una montaña sin valle. Giovanni
Reale nos explica la distinción que hace Descartes de la siguiente forma, retomando las palabras de
Descartes:
Del hecho de no poder “concebir una montaña sin valle, no se sigue que haya en el mundo
montañas y valles, sino únicamente que la montaña y el valle -ya sea que existan o que no
existan- no pueden separarse de ningún modo la una del otro […] mientras que del solo
hecho de que no puedo concebir a Dios sin existencia, se sigue que la existencia es algo
inseparable de él y, por lo tanto, existe verdaderamente.” (Reale, 1983, p. 324)

Hemos de decir pues, para concluir el análisis que el propósito de Descartes, a través de la
argumentación ya expuesta es afirmar la capacidad del hombre de llegar a una “ciencia verdadera
y cierta”. La cual reposa, como no lo dice Descartes en al finalizar la meditación en el hecho de que
existe un Dios que lo ha hecho de tal naturaleza que no le permite engañarse en las cosas que
comprende con “evidencia y certeza”. En efecto, todas las cosas dependen de ese Dios bueno y
quien sigue las reglas del Método ya no corre el riesgo de equivocarse.

Ahora bien, siguiendo el análisis lineal que hemos hecho de la cuarta y la quinta meditación,
haremos pues una breve crítica al racionalismo cartesiano.

En primer lugar, hemos de decir que, contrario a lo defendido por el análisis aristotélico,
retomado por la Escolástica, Descartes parte de una concepción dualista, como lo decíamos al
principio. Este dualismo lo lleva a pensar que, para el ejercicio de su razón, el hombre puede
desprenderse de sus sentidos. No obstante, si seguimos la teoría del conocimiento aristotélica
hemos de decir que los sentidos no son sólo parte del conocimiento, sino que en ellos el hombre
encuentra su raíz y fundamento. El hombre no es entelequia pura, por eso no puede partir de las
ideas puras sin llegar a afirmar, como lo terminó haciendo Hegel que lo real es lo racional. El hombre
ha de partir de los datos que le arrojan los sentidos para construir sus ideas. De ahí que Alejandro
Llano afirme que el problema de la Modernidad es que se pretende que el hombre conozca como
los ángeles y esto radica en la separación cortante del alma y cuerpo. Por lo demás, no sobra decir,
que uno de los puntos donde más flaquea la teoría cartesiana es precisamente en la unión alma-
cuerpo y la glándula pineal. Ampliamente criticada en la historia de la filosofía.

En segundo lugar, Descartes muestra su interés por hacer ver al hombre como un ser capaz
de llegar a la verdad absoluta y de ahí su demostración de la existencia de Dios. Reale nos dirá que:
La dependencia del hombre, con respecto de Dios, no lleva a Descartes a las mismas conclusiones
que habían elaborado la metafísica y la teología tradicionales.: la primacía de Dios y el valor
normativo de sus preceptos y de todo lo que está revelado en la escritura. La idea de Dios en nosotros,
como la marca del artesano en su obra, es utilizada para defender la positividad de la realidad
humana y- desde el punto de vista de las potencias cognoscitivas- su capacidad para conocer la
verdad y, en lo que concierne al mundo, la inmutabilidad de sus leyes. (Descartes, 1983, 324)

En efecto, Descartes es padre de la Modernidad, pero precisamente por marcar una nueva era del
pensamiento, donde se cree ciegamente en la capacidad sola de la razón. Sin embargo, esta fe ciega
ha mostrado, con el correr del tiempo, que llevó al hombre al error, puesto que partió de una
concepción antropológica errónea: el hombre como ser infalible. La Modernidad hace que la
Contemporaneidad llegue al escepticismo. EL problema se encuentra en el concepto de verdad que
Descartes quiso justificarla en la absolutez de la razón y su capacidad infalible de ver con claridad y
distinción. El proyecto ilustrado terminó por fracasar y hoy, todavía nos podemos preguntar si lo
hemos superado.

Por último, hemos de decir algo respecto del ese salto ilegítimo que hace Descartes de lo ideal a lo
real. Lo que Descartes pretende es conocer la esencia de Dios a través de su idea. Siendo la idea un
calco de la realidad, y encontrando en la idea de Dios incluida su existencia (ya que la idea de Dios
es el conjunto de todas las perfecciones y la existencia es una perfección), la existencia de Dios es
evidente. Hay que negar en redondo la consecuencia propuesta por Descartes.

La existencia ideal es propia de la idea del ser infinitamente perfecto; pero no lo es de la naturaleza
divina, ni de Dios. La existencia real sí que es propia de Dios, y aun de la naturaleza divina en cuanto
se identifica con Dios mismo; pero el que exista un estrecho paralelismo entre la idea de Dios y Dios
mismo, no autoriza a trasladar al plano real lo que es verdad en el ideal, pues así como la existencia
(ideal) de la idea de Dios la tenemos asegurada, y podemos, por tanto, predicarla necesariamente de
la esencia (ideal) de esa idea de Dios, no ocurre lo mismo con la existencia real de Dios, que todavía
no ha sido demostrada. (García, 1976, p.128-129)

BIBLIOGRAFÍA

Descartes, R. (2011). Meditaciones Metafísicas seguidas de las objeciones y respuestas. (M. García,
Trad.) España, Madrid: Gredos.

GARCÍA LÓPEZ, J., El conocimiento de Dios en Descartes, Pamplona 1976, p. 128-129.

REALE G., Historia del Pensamiento Filosófico y Científico, Barcelona 1999, Herder

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