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Antropología

El tema antropológico tiene una doble función en los filósofos de la normalización. Por un
lado ayudar a explicar el tema de la carencia, de la insuficiencia de Latinoamérica y de
Colombia en particular, frente a la modernización europea, y, por otro, la comprensión de lo
que significa esa misma modernidad al tiempo considerada como deseable y como
destructora, como destino auténtico de nuestros países y como inauténtica en tanto
promueve una disolución de lazos comunitarios y culturales locales.
Se necesita que Colombia avance hacia una unidad cultural que permita la emergencia de
una verdadera filosofía, pero al mismo tiempo la modernidad trae consigo los gérmenes de
su propia destrucción. Consideremos primero esta última determinación de la antropología.
En la recepción de la filosofía alemana de los primeros decenios del siglo XX viene incluida,
por así decir, la crisis en la determinación del ser humano experimentada en Europa y,
especialmente en Alemania en los años 20, cuya causa inmediata es el desencanto
producido por la catástrofe de la Primera Guerra Mundial (Gadamer). El ideal ilustrado, la
razón, la confianza en el progreso, estos principios entran en crisis. Esto se expresa en la
necesidad de encontrar un principio explicativo del ser de hombre más allá de la razón: la
negatividad, el símbolo, el juego, la apertura. Por otro lado está la repercusión de la
revolución darwiniana que amenaza con integrar al ser humano en el reino animal y la
reducción de los procesos culturales a estrategias adaptativas o a la superviviencia del más
fuerte (en su interpretación spenceriana).
En su recepción de la crisis en la definición del hombre en Colombia hay un conflicto entre
estos dos aspectos. En su herencia metafísica tradicional los autores de la profesionalización
no están preparados para asumir la contingencia y la negatividad como elementos
esenciales de lo que puede ser el humano, en la línea de lo que propone un Cassirer o el
mismo Heidegger. Buscarán entonces mantener una determinación conceptual a priori de lo
que este es, como guía tanto para la historia, como el derecho o la sociología. La implicación
de esto es que la recepción de la filosofía contemporánea, alemana de hecho y española en
su difusión, es que acceden a ella desde presupuestos contrarios a sus principios esenciales.
En ello está la teoría del valor, por ejemplo. El valor debe tener validez más allá de la
contigencia histórica, el derecho debe apoyarse en un ambiente axiológico implícito, no
puede quedar sujeto a los vaivenes de la contingencia, etc. Por ello mismo, categorías
tradicionalmente modernas como sujeto o como persona no pueden ser abandonadas, lo
cual limita la posibilidad de una recepción del Dasein heiedeggeriano, pero también la
dificultad de pensar la historia de una manera no teleológica y progresiva. Ello hace que la
historia sea tratada desde un aspecto abstracto y general y que cuando se aterriza a
elementos concretos estos se integren a pautas de interpretación previamente abiertas.
Lo que ocurre frente al segundo aspecto mencionado arriba es que paradójicamente se
mezcla con el primero. Bajo la determinación de raza y a través de preconcepciones de lo
que debe ser el comportamiento de determinado grupo, por ejemplo el indígena, se
proyectan ciertas características (suciedad, pereza, indolencia) como parte integral de un
grupo, las cuales que superan la historia o los cambios sociales y permanecen estables en el
tiempo.
El destino metafísico de Colombia implica parecernos cada vez más a la Europa del siglo XX1,
entrar de lleno en la historia moderna, lo que en contraste implica superar y olvidar otros
destinos posibles, otras razas, pues la medida y la posibilidad misma de la filosofía se juega
en esta superación. Sin mayores tapujos se da por sentado que el indígena (i.e. el chibcha)
tiene unas determinadas características, sin que ello tenga necesidad de justificarse dado
que se toma como algo sabido de antemano, obvio y evidente. Dice así Bentacur: “el más
puro satafereño revela, para un fino observador, ciertos rasgos estilizados de la socarronería
y de la marrulla chibchas”2. Es claro que en la figura de un Laureano Gómez, e incluso de un
líder social como Jorge Eliecer Gaitán están presentes actitudes similares frente a todo lo
que no corresponda a la cultura occidental, es decir, criolla, blanca y moderna. Lo que aquí
aplica para otras razas aplica también para otros géneros, o mejor, para el género femenino,
donde, bajo el manto de la descripción objetiva, “fenomenológica”, se introducen prejuicios
no analizados con el fin de justificar mediante esa descripción o el análisis sociológico la
posición de cada uno en la sociedad.
Se trabaja entonces con una concepción del ser humano que, teniendo elementos
metafísicos, resalta destinos biológicos, así como lo que podríamos llamar de
geolocalización (clima, relieve, situación tropical) que se mantendrá en las décadas
siguientes, unas veces como factor de contraste negativo, otras como maneras de
diferenciarse positivamente del estándar marcado por lo europeo.
La ambigüedad mencionada hasta aquí acerca del ser humano, es decir, como ámbito
metafísico y a su vez biológico y territorial, marca actitudes frente a otros aspectos del
trabajo filosófico de estos autores: La historia concreta y práctica pierde importancia, pues
lo que ocurre es solo signo y expresión de esos dos factores mencionados. La sociología
misma es entendida como el estudio del reflejo en la sociedad de esos factores, por lo que
el análisis detallado es considerado secundario. El positivismo jurídico es un gran avance en
cuanto independiza al derecho de otras ciencias, pero no puede quedar demasiado
libre,puesto que detrás de su positividad se esconde un ambiente axiológico, un ámbito de
validez que le da soporte y fundamento.
Por otro lado, parece haber un conflicto entre el destino biológico y el destino metafísico: el
primero debe ser superado por el segundo; y, sin embargo, ese segundo destino tampoco es
claro dado que está marcado por la diferencia entre cultura y civilización, o en los términos
de la profesionalización: entre la técnica filosófica, la filosofía de escuela y la conformación
pública de una cultura, la filosofía mundana, para ponerlo en términos de Kant.
De modo que la antropología que se desprende de aquí es que el hombre es un ser
metafísico, pero a la vez condicionado por su biología y otros factores físicos. Esto último

1
C. Betancur: Lo negativo en el estado actual de la cultura colombiana: “…lo que le falta a nuestro país y a muy
buena parte de América para ser naciones del siglo xx europeo. Europa tiene que seguir siendo todavía muchos
años nuestro punto de referencia…”
2
Sociología de las virtudes y los vicios. También: “Esta delicadeza bogotana es de origen chibcha y está a su
vez fomentada por el clima frío en que se desenvuelve…”
actúa a la vez como explicación e impedimento para el hecho de que no haya hasta ese
momento filosofía en Colombia, puesto que no se ha llegado a la plena madurez de la raza y
de su mestizaje ni se ha podido dominar el entorno y la naturaleza colombiana, es decir, una
filosofía del paisaje que al ser todavía lo otro, lo exterior y no domesticado, representa lo
que no llega a ser posible expresar en el lenguaje.
En Danilo Cruz y su libro Nueva imagen del hombre y de la cultura hay un intento diferente
por entender el ser humano. Si bien, el ser humano continúa siendo metafísico, esa
dimensión no se entiende ya como algo expresable en términos universales y categoriales.
Más bien lo hace en términos de una trascendencia que no se ubica en un más allá ideal,
sino que se realiza en la interacción con el mundo.
En los análisis concretos, aunque no por ello exhaustivos, de autores como Scheler o
Cassirer, intenta mostrar que el hombre no puede ser definido desde su naturaleza
individual aislada, ni siquiera como espíritu en Scheler, pues ello no hace sino regresarnos a
la metafísica tradicional encubierta, pero que tampoco puede hacerse solo por su obra
cultural, simbólica, a la manera de Cassirer, dado que ello deja la cultura en manos de
estructuras impersonales y objetivas que no dejan espacio para la situación del hombre.
Para la solución de este dilema Cruz Vélez recurre a la biología como la utilización de lo
orgánico para la vida y con ello establece la conjunción de dos principios metafísicos en el
hombre: lo vital y lo espiritual. Con ellos el hombre construye su morada, es decir la cultura.
Lo curioso de esto es que parece acercarse con ello a la postura establecida por Scheler en
“El puesto del hombre en el cosmos” aunque para evitar esto, Cruz Vélez introduce como un
deus ex machina, el misterio como aquello que viene a reemplazar los fundamentos últimos
que unen lo vital y lo espiritual, ya que no hay forma conceptual fija de pasar de lo uno a lo
otro. De este modo el misterio, de la vida y del espíritu, del lenguaje parece ya en este texto
como uno de los destinos de la filosofía de Cruz Vélez.
De modo paradójico, encontramos aquí el conflicto, expresado en términos muy diferentes,
que ya habíamos encontrado antes: es decir, entre la metafísica del hombre y la biología. La
respuesta a este conflicto en Cruz Vélez se da por la vía negativa: oposición, negación,
misterio. Así, la respuesta de este autor frente a la exigencia de responder por el hombre, se
da mediante una antropología negativa.

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