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libro completo

Ian Kershaw: «Los fantasmas que creíamos desaparecidos


con la Segunda Guerra Mundial han vuelto a Europa»
El mejor biógrafo del dictador presenta «Descenso a los infiernos», un viaje a la oscuridad del
siglo XX

Sir Edward Grey ha pasado a la historia por una cita que resultó profética. «Las lámparas están
apagándose en toda Europa. Puede que no volvamos a verlas encendidas en nuestra vida»,
afirmó este ministro británico de Relaciones Externas, en vísperas de la Primera Guerra
Mundial. No podía sospechar en ese momento cuánto de precisa era su advertencia. A la
Primera le siguió la Segunda, y a ella la Guerra Fría; mientras que los europeos esquivaba balas
y contaban los años y los muertos, a la espera de que algún día se encendieran otra vez las
luces.

El historiador Ian Kershaw (Inglaterra, 1943), autor de una de las biografías más completas de
Hitler, se vale de la profecía de Grey para arrancar el primer capítulo de su nuevo libro,
«Descenso a los infiernos. Europa 1914-1949» (Crítica). En dos volúmenes (el segundo todavía
por escribir), el británico revive el convulso siglo XX partiendo del relato de décadas de
violencia, y empleando las voces de aquellos que tuvieron que sufrir sus horrores. «Quería
explicar cómo se desencadenó la catástrofe a través de sus protagonistas y cómo al final
Europa pudo recuperarse de su espiral autodestructiva», explica Ian Kershaw en una entrevista
con ABC.

-Las palabras de Edward Grey fueron premonitorias, ¿hasta cuándo no se volvieron a


encender las luces?

-No es el único que avisó de que Europa estaba al borde de la catástrofe. El canciller alemán
Theobald von Bethmann Hollweg también dijo algo similar: «Veo un destino funesto caerse
sobre nuestro pueblo». Las lámparas se apagaron, en 1914; se encendieron levemente en los
años veinte, y ya no retornó la luz hasta después de la Segunda Guerra Mundial. Estos profetas
trataron de alzar su voz por encima de aquellos que anunciaban una guerra corta. Sin
embargo, los que tomaban las decisiones no hicieron caso a las advertencias y condenaron al
continente a las trincheras.

-Antes de la guerra, Europa había vivido un largo periodo de paz y se jactaba de ser «el
culmen de la civilización», ¿cómo entró en esa fase autodestructiva?
-En el último cuarto de siglo XIX ya se veían grandes rivalidades entre potencias y afloraron las
tensiones imperialistas. La creación de un estado alemán unificado trajo otro elemento
desestabilizador al sistema europeo. Nadie podía imaginarse lo que iba a ocurrir en 1914, pero
la explosión ya era muy probable.

-¿Es partidario de estudiar la Segunda Guerra Mundial y la Primera como parte de un mismo
conflicto, una gran guerra europea?

-Si les contáramos a unos ciudadanos de Francia o de Gran Bretaña, por ejemplo, de 1928, que
estaban inmersos en una gran guerra europea habrían visto estúpida esa idea, sobre todo
porque los años veinte fueron «felices». Pero es evidente que son dos conflictos
completamente vinculados. En el libro sugiero que la Segunda Guerra Mundial fue posible a
causa de las soluciones, defectuosas, que se alcanzaron en la Primera. La contienda fue una
forma de terminar con los negocios pendientes.

-¿Por qué no vivió apenas esa Europa trazada tras la Primera Guerra Mundial?

-Duró muy poco tiempo, solo 20 años, porque las condiciones de paz habían sido muy duras
para algunos países. En el caso de Alemania consiguieron derrotarla y humillarla, pero no
pudieron destruirla como potencia. La Gran Depresión, en 1929, liquidó no solo la economía,
sino también el estado alemán, lo que permitió a Hitler acceder al poder. Con un hombre así al
frente del país, la paz europea quedó pendiendo de un hilo.

-Las atrocidades de la Segunda empequeñecen las de la Primera, ¿por qué se volvieron los
europeos todavía más violentos en 20 años?

-La guerra en sí produjo una serie de nuevos conflictos que empujaron a Europa hacia los
extremos. La Revolución bolchevique, el ascenso del nazismo en Alemania, el régimen de
Mussolini en Italia... Muchos países adquirieron actitudes expansivas en esos años. Además,
los conflictos étnicos adoptaron una fórmula más violenta tras la Primera Guerra Mundial. En
suma, se desataron fuerzas todavía más extremas y peligrosas. Cuando llegaron los años
treinta, teníamos a Mussolini, Hitler y Stalin en el poder. El conflicto ya era inevitable.

-Y a pesar de las atrocidades, las heridas de la Segunda Guerra Mundial consiguen cerrarse
mejor que en 1918. ¿Cómo se alcanzó una paz así?

-Porque la Segunda Guerra Mundial rompió definitivamente la matriz de la catástrofe. Al final


de la guerra aparecieron otros factores, otro juego de cartas en el continente: la destrucción
de Alemania como potencia, la reorganización total de la parte oriental a cargo de la Unión
Soviética y, por supuesto, una recuperación económica increible, que sirvieron de base para la
paz. A consecuencia de esto, tuvimos el mayor periodo de paz en la historia de Europa.
Asimismo, la existencia de armas nucleares predispuso a todos a apagar las crisis antes de que
estallaran los conflictos.

-¿Podría haber habido un desenlace distinto a esas dos guerras o, más bien, Alemania estaba
condenada a perder en todos los escenarios?

-Era muy probable que Alemania perdiera ambas guerras. Simplemente, no tenía la fortaleza
económica ni militar para contrarrestar el peso de tantas potencias. Lo sorprendente es que
aguantara tanto tiempo. Por su parte, en la Segunda Guerra Mundial, la conquista de tantos
territorios por parte de los nazis significaba que se iban a incrementar las presiones
nacionalistas conforme pasaran los años. Alemania no era lo bastante fuerte para aguantar esa
olla a presión.

-¿Ha heredado la Europa de hoy esa disposición a la autodestrucción?

-La autodestrucción es una palabra muy fuerte. En Europa sigue habiendo muchos asuntos
peligrosos, que amenazan la estabilidad del continente, y, además, algunas mentalidades que
creíamos desaparecidas, como el racismo o el antisemitismo, han vuelto a asomar. La crisis
económica de 2008 y la actual crisis migratoria nos ha traído de vuelta viejos fantasmas. En
definitiva, se han puesto en cuestión muchos de los valores y estructuras que creíamos
asentados.

-Europa ha sido golpeada con fuerza por los ataques terroristas en fechas recientes, ¿es
capaz de defender su forma de vida y sus valores?

-Sigue teniendo capacidad ideológica de defender los valores liberales occidentales, que ya
han sido amenazados en el pasado. No en vano, desde un punto de vista militar es una región
muy limitada, como ha demostrado la guerra de Siria, donde toda posible intervención ha
terminado por ser descartada. En realidad, la destrucción militar de Estado Islámico haría que
estas fuerzas se reagruparan y resurgieran de sus cenizas. En mi opinión, el mejor método para
defender el continente es a través de nuestros servicios de inteligencia, que ya han salvado
Europa de cientos de ataques. Así las cosas, los europeos debemos aprender a convivir con un
nivel de alerta más alto del que hemos gozado en las últimas décadas.

-La otra amenaza sigue siendo la crisis económica, ¿por qué no ha tenido consecuencias
políticas tan graves como la de 1929?

-Nos falta por ver todas las consecuencias, pero hasta ahora el tejido económico de Europa ha
demostrado que puede aguantar en los peores escenarios. A pesar de sus defectos, la UE y el
Banco Europeo han sido efectivos. Mientras que, en 1929, los países europeos se quedaron
solos y a la deriva. Un terreno abonada para que llegaran al poder los extremistas.

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